1 GREGORIO MARAÑON Y MIGUEL DE UNAMUNO: HISTORIA DE UNA GRAN AMISTAD. Como todos ustedes saben actualmente los medios audiovisuales han ganado terreno a la letra impresa, pero yo voy a leer mi conferencia, pues como afirmaba Marañón: <<Si la palabra hablada tiene a su favor el interés teatral y la gracia, tiene la escritura, por su parte, la certeza de que ha nacido de la meditación, lo cual no siempre ocurre a la oratoria hablada.>>. Ahora bien, decía un gran filósofo, Julián Marías, que <<Hay que saber vivir en la tradición, pero a la altura del tiempo>>, y por ello también les proyectaré como acompañamiento de mi discurso algunas diapositivas. Las raíces vascas de Marañón En el valle de Santa Cruz de Campezo, donde Navarra linda con Alava, existe el pueblo de Marañón, que en el siglo XII fue una plaza de armas de renombre. De esa pequeña villa es originario el apellido, que tras probar su nobleza en la Orden de Santiago en los siglos XVI, XVII y XVIII, se extendería por la Península Ibérica y América. Asimismo, Marañón da nombre a una de las dos grandes ramas del río Amazonas que nacen al norte del cerro de Pasto, así como al Estado de la confederación brasileña en su costa septentrional y también a los arcabuceros que acompañaron a Lope de Aguirre en la expedición de Eldorado. En una carta dirigida por Marañón a su hermano Xavier, fechada en Madrid el 17 de enero de 1951, que iba acompañada de un 2 folleto sobre El Retablo Mayor de la Iglesia de Marañón, le decía: <<Te envío este ejemplar, donde se habla de la iglesia de nuestro pueblo>>. En 1921, con 33 años, Marañón adquirió en Toledo un cigarral cuya construcción data de 1619, que perteneció a Don Jerónimo de Miranda, canónigo de la Catedral, y que tras su muerte se convirtió en convento que dio cobijo a la orden napolitana de los Clérigos Menores de San Francisco Caracciolo. En su biblioteca toledana conservaba Marañón un grabado de Antonio Marañón, conocido guerrillero del siglo XIX apodado “El Trapense”, que luchó contra los franceses en Navarra y Aragón, durante la Guerra de la Independencia. Probablemente fueron los Marañones navarros los que emigraron a Santander, y a su vez los Pérez Marañón, ascendientes inmediatos de Gregorio Marañón, procedían al parecer de Liérganes. El padre de Marañón, Don Manuel Marañón y Gómez Acebo, era de Santander y además de abogado en el Madrid de la Restauración fue consejero del Banco de España, diputado por Madrid y miembro de la Real Academia de Jurisprudencia. El 19 de mayo de 1887, el mismo año en que vino al mundo Alfonso XIII, el hijo póstumo del malogrado Alfonso XII, nació en el madrileño barrio de Salamanca Gregorio Marañón. El alumbramiento fue doble, pero a los 2 meses falleció su hermano gemelo; después su madre daría a luz dos varones más, falleciendo en 1890 tras sufrir complicaciones del último parto, 3 cuando nuestro personaje tenía 3 años. Al poco tiempo el padre de Don Gregorio cambió en el Registro Civil su primer apellido, que como he dicho era Pérez Marañón, por el de Marañón. Volviendo a sus orígenes, lo que Gregorio Marañón llamaba su “vasquismo”, lo atribuía más que a sus remotos antepasados navarros, a los oriundos de Euskadi que había conocido a lo largo de su vida, y así lo plasmó por escrito: <<Mi sangre norteña no es propiamente vasca. Las aguas étnicas de aquella vertiente de Navarra corren hacia Castilla. Pero hay en mi vida circunstancias de las que remodelan lo nativo, y a la postre, influyen en la personalidad humana mucho más que la herencia. Los hombres de mi generación hemos convivido largos años con vascos eficaces, de esos que al pasar por la vida van dejando en las cosas y en los hombres una huella difícil de borrar. Don Juan Madinaveitia fue mi maestro más directo en la clínica. Y en el aprendizaje de la vida, corriendo por los caminos de España hubo dos que influyeron hondamente en mí, Don Miguel de Unamuno y Don Ignacio Zuloaga. Unamuno era vizcaíno; los otros dos, Madinaveitia y Zuloaga, guipuzcoanos. Pero además, mi niñez, como la de otros tantos españoles, tiene el capítulo feérico de los veraneos en San Sebastián. Yo los veo, en el ensueño lejano, como un ajedrez de colores que eran los vestidos estivales de las mujeres, y, al fondo, el gris profundo del mar>>. Aclaro que feéricamente es sinónimo de mágicamente. 4 De Madinaveitia, uno de los primeros médicos en España que cuando un enfermo iba a consultarle le hacía desvestirse de forma sistemática, en una época en la cual se reconocía a los pacientes tomándoles el pulso y mirándoles la lengua, diría Marañón: <<Representaba la tendencia anatomística alemana y la valoración directa, seca, a veces excesivamente seca, del detalle clínico. Manejaba con insuperable maestría el arte de la exploración. Sus diagnósticos eran siempre el vértice lógico de una pirámide construida a fuerza de síntomas. Y después, sobre el cadáver, volvía a leer en sentido inverso, con tino admirable, el libro de la enfermedad. Hasta que el médico no empezó a ser así, humilde ante el cadáver, la clínica no adquirió el carácter de seriedad científica que hoy tiene. Don Juan Madinaveitia, con tenacidad que no se ha apagado aún después de haber sido jubilado, que no ha cesado mientras materialmente ha podido ir al Hospital, enseñaba todos los días del año lo que él sabía y lo que enseñaban los enfermos. Todavía existía en el Hospital el bochorno de las salas abuhardilladas, mal llamadas salas, porque no eran más que pasillos con techos tan bajos, que los que eran altos, como él, tenían que pasar la vida encorvados. En estas salas recibían asistencia los enfermos, no solamente los comunes, sino los infecciosos, que por monstruoso que parezca, en lugar de tener las salas mejores, eran llevados a aquellas buhardillas, donde los contagios se multiplican y donde cada vez que surgía una epidemia ocurrían verdaderos cataclismos. Don Juan 5 Madinaveitia no transigía con esto, y como entonces las Diputaciones provinciales no eran ni tan comprensivas ni tan generosas como ahora, emprendió la transformación de las buhardillas con sus medios particulares…>>. Este gran clínico fue un propagador de las autopsias en nuestro país. Un gran amigo vasco de Marañón fue el Neuropsiquiatra Nicolás Achúcarro, que había nacido en Bilbao en junio de 1880 y moriría con 37 años de leucemia. Considerado como uno de los discípulos más destacados de Ramón y Cajal, era hijo de Aniceto Achúcarro y Mocoroa y de Juana Lund de Ugarte, descendiente ésta última de noruegos. Cursó sus estudios primarios y secundarios en su ciudad natal y a los diez años estudió latín con Unamuno en el Instituto Vizcaíno. Acabó el Bachillerato en 1895, con sobresaliente, perfeccionando sus estudios en Alemania antes de ingresar en la Universidad en Madrid. En 1899, descontento por las deficiencias de la vida académica de la capital de España, marchó a la ciudad alemana de Marburgo, en compañía de su hermano, para seguir cursos de Patología, Química y Fisiología. Pero hubo de regresar a España al año siguiente, obligado por la tuberculosis que contrajo su hermano, entablando relaciones con José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez y Gregorio Marañón. Después marchó a París, Italia y Alemania, llegando a trabajar en el laboratorio del Doctor Alzheimer, descubridor de la célebre demencia que lleva su nombre. Tras ejercer como director del Servicio de Anatomía Patológica del Manicomio de Washington, 6 regresó a nuestro país, siendo nombrado médico del Hospital Provincial de Madrid. En 1914 fue nombrado profesor adjunto de Cajal en su cátedra de Histología de la Universidad de Madrid. Tras recluirse en un Sanatorio de la sierra madrileña murió en Neguri, el 31 de abril de 1918. Marañón entabló una gran amistad con Achúcarro, al ser ambos grandes amantes de la música y de la cultura. Cuando recibió la noticia de su muerte, muy apenado por el desgraciado suceso, escribió un artículo que al día siguiente publicó el diario El Liberal. Ahora que hemos nombrado a Cajal diré que fue también uno de los maestros más queridos por Marañón. Le dio clase de Histología y Anatomía Patológica, en primero y segundo de Carrera, allá por los años 1903 y 1904, respectivamente, y a él le dedicaría el libro “Cajal, su tiempo y el nuestro”, así como su discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En la biblioteca de su casa madrileña conservaba una cabeza del sabio aragonés fundida en bronce, obra de un íntimo amigo de Marañón, el escultor palentino Victorio Macho, cuyo museo de Toledo es digno de ser visitado. Y volviendo nuevamente al norte de España nos encontramos por sus orígenes con otro señero maestro de Marañón en la antigua Facultad de Medicina de San Carlos de la madrileña calle de Atocha, que fue pionero a escala mundial de la cirugía vascular, al practicar con enorme habilidad manual, de la que carecía Don Gregorio y por eso se maravillaba viéndole operar, las uniones 7 llamadas anastómosis entre arteria y vena para combatir la gangrena. Me estoy refiriendo al profesor Alejandro San Martín, natural de la villa navarra de Larrainzar, situada en el valle de Ulzama, estudió Marañón la Patología Quirúrgica, llegando a ser su ayudante de Anatomía. San Martín era un hombre de enorme talento y gran cultura. En 1907 una imprenta madrileña publicaría sus “Lecciones de Patología Quirúrgica”, tomadas en forma de apuntes en su cátedra por el alumno Gregorio Marañón. El eminente cirujano fue además ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes durante el reinado de Alfonso XIII, falleciendo repentinamente el 10 de noviembre de 1908. Dejó escrito en un testamento ológrafo el deseo de que sus restos mortales fueran trasladados a la mesa de disección de la clase de Anatomía de la madrileña Facultad de Medicina de San Carlos, para que su cadáver sirviera de estudio a los alumnos. Una vez efectuada la intervención en el Gran Anfiteatro de la Facultad, en presencia de los profesores y alumnos, se dictaminó que la causa del óbito había sido una enteritis debida a una insuficiencia cardíaca. El propio Marañón colaboró en la autopsia del maestro y no olvidaría nunca la emoción vivida. Marañón y su relación con la generación del 98 Fue muy fecunda su actividad como autor de prólogos de libros, y en el titulado “Nuevo viaje de España”, de Víctor de la Serna, reconoce la labor de los literatos del 98, afirmando: 8 <<La gran obra de aquellos pedagogos, que sacaron a los jóvenes españoles de las casas de huéspedes mugrientas, para enseñarles a amar el sol de la sierra y las viejas ciudades y la pulcritud de los cuartos encalados…>>. Gracias a la influencia de los autores noventayochistas, Marañón fue espectador privilegiado del paisaje español, mostrando sobre todo su fervor por Castilla y el País Vasco. En 1934 fue elegido miembro de la Real Academia Española el médico y escritor guipuzcoano Pío Baroja, gracias sobre todo a los apoyos de Azorín y de Marañón. Hasta ese momento Marañón había mantenido con Baroja una relación muy escasa, pero este último le pidió a aquél que contestase su Discurso de Ingreso, un año después. De dicha réplica, he extractado estos párrafos: <<Alguna vez, al leer juicios de Baroja sobre Galdós, que no he creído justos, he cerrado un libro suyo con malhumor, que se desvanecía, por cierto, al instante; porque una de las características de la obra barojiana es el fenómeno constante, sin duda no buscado ni acaso apetecido por él, de que mientras perdura la emoción estética de su lectura, sus asperezas, en cambio, se desvanecen en el ánimo del lector, sorprendido y, en ocasiones, agraviado, sin huella de rencor. Los que más queremos a Baroja hemos leído muchas veces páginas atroces que ha escrito contra cosas de nuestra máxima respetabilidad. Tal, en mi caso, contra Galdós. Pero es evidente que los personajes de Galdós, también de los estratos humildes de la vida, cuya alma, cuyo pergeño físico y cuyo 9 ambiente describió con infinito escrúpulo y conocimiento, cuando hablan no lo hace con una exactitud semejante, sino con notorio artificio; el artificio, sin duda, del teatro, donde es inevitable el convencionalismo…>>. También le gustaba contar a Marañón, con ironía y afecto, que Don Pío decía: <<que le gustaba venir al Cigarral porque alguna vez se comía bien>>. Azorín, en varios comentarios a novelas de Baroja, cuando éste no había logrado aún su consagración popular, se revolvió más de una vez contra la supuesta rudeza literaria de Baroja, encomiando la belleza expresiva de sus diálogos, y sobre todo, de sus paisajes como aquellos de la Busca, de Mala Hierba y Aurora roja, verdaderos descubrimientos de los suburbios de Madrid y su campiña desolada…>>. Fue un afán común de los miembros de la generación del 98 el estudio detenido del paisaje, en especial el de Castilla, que era, en palabras de Antonio Machado: ¡La de los altos llanos y yermos y roquedas, De campos sin arados, regatos ni arboledas, Decrépitas ciudades, caminos sin mesones, Y atónitos palurdos, sin danzas ni canciones…!. En contraposición a la visión del poeta andaluz, está la de Baroja: <<Tengo dos pequeñas patrias regionales: Vasconia y Castilla. Tengo además dos balcones para mirar al mundo: uno, de casa, en el Atlántico; otro, de cerca de casa, en el Mediterráneo. Todas mis 10 aspiraciones literarias proceden de Vasconia o de Castilla. Yo no podría escribir una novela gallega o catalana. Entre vascos y castellanos es donde me gustaría tener mis lectores…>>. A su vez, en 1895 advertía Unamuno: <<España está por descubrir y sólo la descubrirán españoles europeizados. Se ignora el paisaje, el paisanaje y la vida toda de nuestro pueblo>>. Tres años después Azorín, movido en palabras de Laín Entralgo <<por el doloroso prestigio del año del desastre colonial>>, definirá a su generación como la de 1898. Sin embargo Baroja no creía que existiese, pues consideraba que: <<En esa generación fantasma de 1898 yo no advierto la menor unidad de ideas. Había entre ellos (se refiere a los escritores que integran el grupo) liberales monárquicos, reaccionarios y carlistas>>. Mi opinión es que todos estos eminentes intelectuales comparten rasgos comunes y sienten con gran profundidad la emoción de España, planteándose el objetivo de redescubrirla. Marañón, que era un enamorado de Toledo, la ciudad imperial a la que dedicaría dos de sus textos más bellos, los titulados “Elogio y nostalgia de Toledo” y “El Greco y Toledo”, declaraba su gratitud a todos ellos, por haberle aproximado a la contemplación del paisaje castellano, afirmando: <<El amor a la llanura castellana lo aprendí de los hombres beneméritos que en el último tercio del pasado siglo enseñaron a los españoles, y más tarde al mundo, que hay una belleza maravillosa en los horizontes sin fin de la gran meseta, bajo el 11 cielo de un azul de infinita transparencia y lucidez. Me doy cuenta de lo que hay de abstracción, de preocupación espiritual, casi de misticismo, en este culto a la Castilla desolada, al que debemos tanta obras de arte y tantas horas de emoción>>. Acto seguido, menciona una bella poesía de Unamuno: <<¡Tú me levantas, tierra de Castilla, en la rugosa palma de tu mano al cielo que te enciende y te supera, al cielo, tu amo!>>. Al ser amante de los libros de viajes, de los que atesoraba un nutrido número en su biblioteca, compartió Marañón con los hombres del 98 la afición a viajar. En una entrevista publicada en el Diario “Arriba” en 1954, que le hizo el célebre periodista César González-Ruano, confesaba: <<Me parece que viajo poco. Siempre pensé que para la sabiduría, a la cual he aspirado continuamente, es imprescindible, necesario, forzoso, viajar mucho. Los griegos que están aún vivos entre nosotros adquirieron gran parte de su profundidad viajando…>>. Por su parte, el escritor Ramón Pérez de Ayala, amigo íntimo de Marañón, con el cual constituyó junto con Ortega y Gasset, en 1931 la Agrupación al Servicio de la República, diría: <<El Doctor Goyanes, Marañón y yo, durante varios años, hemos recorrido en excursiones periódicas buena parte de España, a través de los más recatados o esquivos recovecos y 12 anfractuosidades de la Península>>. En ocasiones se sumaba a las largas travesías Ignacio Zuloaga, habiendo recorrido juntos en automóvil y a caballo Gredos y Las Hurdes. El pintor vasco, con el que mantuvo Marañón una amistad muy estrecha, le retrató en su casa de Zumaia a finales de 1919. Aparece en ese cuadro el Doctor sentado frente a un paisaje castellano, volviendo su mirada hacia el espectador, mientras sostiene en las manos un libro, y a la izquierda hay un pequeño bodegón que hace alusión a su condición de médico. No iba a ser la única ocasión en que el afamado artista pintase a Marañón, ya que en 1920 inició una obra que continuaría hasta 1936, sin llegar a acabarla, titulada “Mis amigos”. Era un ambicioso proyecto para dar acogida a los más destacados intelectuales de su época que aparecen en torno de una mesa sobre la que descansa una pajarita de papel en alusión a Unamuno, pues era uno de sus pasatiempos favoritos. Allí aparecían además de Marañón, Ortega y Gasset, Valle-Inclán, Baroja, Blasco Ibáñez, Azorín, Maeztu, un torero que podría ser Belmonte, autorretratándose el artista al fondo en una escena que acontece delante del Apocalipsis de El Greco. La ausencia de Unamuno puede obedecer a que cuando el pintor inició los esbozos de la obra aquél se había exiliado, al estar perseguido por la Dictadura de Primo de Rivera. Marañón fue médico personal de Zuloaga y le asistió en el momento de su muerte. Marañón y Unamuno: los orígenes de una gran amistad 13 Escribía Marañón en 1954: <<Yo adoro, como los españoles de mi tiempo, los que aprendimos a leer en los libros de Unamuno, de Machado, de Azorín, de Baroja, la llanura tensa y desnuda como la palma de la mano…>>. Quizás se refería a los primeros textos publicados por Unamuno, como “Paz en la guerra” (1897), “En torno al casticismo” (1902) o “Vida de Don Quijote y Sancho” (1905). Pero también es posible que el joven estudiante de Medicina se hubiera iniciado en la lectura de la prosa unamuniana con artículos aparecidos en diarios y revistas de la época. Rememorando sus años universitarios escribía Marañón: <<Si abríamos el periódico, recogíamos el pensamiento recién alumbrado de Unamuno>>. Tampoco es descartable que fuese por medio de Galdós o de Menéndez Pelayo, que se carteaban con el escritor vasco, el medio por el que Marañón se hizo eco de su nombre por primera vez. Precisamente Menéndez Pelayo había presidido el tribunal de oposiciones que le otorgó a Unamuno la plaza de catedrático de Griego en Salamanca, y conservaba varios de sus primeros libros en su biblioteca de Santander. De cómo le marcó la experiencia de sus largos veraneos en la Montaña, escribió Marañón, refiriéndose a su padre: <<En Santander tenía un grupo de amigos: Galdós, Menéndez Pelayo y Pereda. Solían reunirse en casa de Don Benito. Allí aprendí a ser liberal. Don José María de Pereda era carlista; mi padre también. Don Marcelino fue al principio carlista, luego dejó 14 de serlo. Era un hombre muy católico, muy respetuoso con todas las creencias, que es a lo que yo llamo liberal…>>. Por otra parte sabemos que Marañón acudía en ocasiones de joven al Ateneo de Madrid, una Institución de la que llegaría a ser presidente, pues lo consideraba <<hervidero de la inteligencia y de la santa pasión del saber>>. Frecuentaba en concreto la Biblioteca y no la llamada “Cacharrería”, que era como se denominaba a uno de los salones del Ateneo por <<el estruendo cacharreril que se oye desde lejos>>, donde había tertulias que en ocasiones eran fruto de acaloradas discusiones. Recordaba Marañón al final de su vida que: <<Yo no solía asistir a ella, porque para recoger frases o ideas, graciosas o profundas, de algunos grandes maestros que solían acudir a sus reuniones, como Unamuno o Valle-Inclán, era preciso soportar las garrulerías de los peces y pececillos que bullían en torno de los consagrados. Se perdía allí mucho tiempo y yo salía siempre de las discusiones con mal humor. Además cuando se decía algo que valiera la pena, lo sabía todo Madrid a los pocos minutos >>. Con independencia de la forma en que Marañón se aproximó a Unamuno, este ejerció en él una gran influencia. La enorme estima que Marañón le profesaba se plasmó en 1921, cuando presa del dolor que le causaba el desastre de Annual, le escribió mientras veraneaba en un pueblecito de Bretaña: <<Mi querido Don Miguel: Perdone que le ponga estas líneas, pero, a distancia, es usted lo más alto que se ve de la España 15 lejana, como la punta del faro de las islas inglesas que se perciben en el horizonte desde mi ventana. Me vine aquí para leer y trabajar tranquilo, y lo que está ocurriendo ahí no me deja vivir>>. Al igual que de niño le gustaba a Marañón la proximidad de Galdós, necesitó en su madurez la cercanía de Unamuno, al que consideraba un padre espiritual y quizás habría podido ocupar el vacío que había en el espíritu de Marañón cuando le conoció en persona en la Universidad Salamanca en 1921, donde acudió el insigne médico a dar una conferencia titulada “Sobre la edad y la emoción”, pues unos meses antes habían fallecido su padre y Benito Pérez Galdós, con los que estaba muy unido. Por su oposición a la Dictadura de Primo de Rivera y sus críticas furibundas al rey, en artículos, conferencias y actos políticos, una Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública dispuso el cese de Unamuno como Vicerrector de la Universidad de Salamanca y Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, desterrándosele a Fuerteventura. Ocurrió el 21 de febrero de 1924 y Marañón reaccionó con gran indignación frente a estas medidas, presentando a su vez la dimisión la Junta del Ateneo presidida por el escritor Armando Palacio Valdés; entonces se convocaron elecciones que llevaron a la presidencia de la Institución a Marañón. También fueron expedientados otros catedráticos por mostrar su solidaridad con Unamuno, interviniendo Marañón en la redacción de una carta abierta publicada en El Liberal, solicitando que le fuera levantado su castigo al escritor vasco y 16 escribió una carta a Unamuno afirmando <<Hace usted falta aquí, Don Miguel: lo que más admiramos todos en usted es esa recia pertinacia en decir lo que debe usted decir…>>. En 1925, el desacuerdo de Marañón con la política sanitaria causó su cese como director del Hospital del Rey de Madrid. En 1926 tuvo lugar una conspiración cívico-militar conocida como la Sanjuanada, y aunque Marañón no participó en ella le fue impuesta una multa de 100.000 pesetas y fue encarcelado un mes. La influencia de Unamuno en la obra de Marañón Marañón había leído en 1914 en el periódico El Imparcial, las crónicas escritas por Unamuno con motivo de una excursión a la comarca extremeña de Las Hurdes, en compañía de sus amigos franceses Jacques Chevalier y Maurice Legendre, dando cuenta del aspecto desolado y de pobreza que allí contempló. Años después, en un homenaje a Legendre, del que Marañón llegaría a ser amigo fraternal, reconocería su deuda con Unamuno. En 1922 Don Juan Alcalá Galiano y Osma, diputado por Hoyos, en la provincia de Cáceres, habló en el Congreso del abandono de la región de Las Hurdes. El ministro de la Gobernación reaccionó reuniendo en su despacho a los doctores Marañón y Goyanes para encargarles un informe sanitario al respecto. Tras regresar del viaje Marañón dijo a los periodistas: <<Aquellas gentes, en su casi totalidad, son enfermos graves; como que la mortalidad habitual de Las Hurdes supera al noventa por mil>>. Fue tal la conmoción que causó el informe que el rey Alfonso XIII viajaría 17 al poco tiempo a la región en compañía de Marañón, creándose a su regreso el Real Patronato de las Hurdes para llevar a cabo la reforma y recuperación de la comarca. También puso Unamuno a Marañón sobre la pista de uno de sus biografiados más célebres. En efecto, un día del verano de 1931, le escribía el médico al filósofo estas líneas desde Francia: <<Querido don Miguel: estoy escribiendo una cosa sobre Amiel, al que leí de muchacho, por Vd. Ahora no recuerdo dónde publicó Vd sobre este pobre hombre, que lo fue, y lo sabemos, a medida que se publican los restos, hasta ahora escondidos de su Diario. ¿Se acuerda Vd?…>>. Unamuno había publicado en 1923 en el periódico bonaerense La Nación un breve artículo titulado “Una vida sin historia: Amiel”, pues fue uno de los primeros lectores de los “Fragments d´un journal intime”, el Diario del ginebrino Amiel, publicado al cabo de dos o tres años de la muerte de aquél. Previamente en 1897 en su propio Diario, hacía el escritor vasco la siguiente alusión: <<Renan ha cultivado ese religiosismo que es lo que más aparta a los hombres de la religión. Por algo repugnada este savant aimable al puro y noble Amiel, alma religiosa a la que Dios había dado el premio de su anhelante busca de la verdad>>. Pero Unamuno abandonó pronto esa costumbre, pues consideraba que: <<Los diarios íntimos son los enemigos de la verdadera intimidad. La matan. Es el mal de toda sensibilidad reconcentrada. Para verse uno a sí mismo es mejor el espejo que 18 no cerrar los ojos y mirar hacia dentro>>. En esa misma línea se situaría Marañón tras publicar su Amiel, afirmando: <<Yo no escribo mi Diario, porque sé que hay almas que se asfixian en sus propias confesiones metódicas y una de ellas sería la mía. En mi libro sobre Amiel dejé escrito lo que es la tragedia de un Diario para los hombres que proponen anclar en la dársena inmóvil de su alma recóndita. A los veinte años rompí mis confesiones de adolescencia y de juventud y aquel día me hice a la mar de la vida fecunda, que es, solamente, la vida que se entrega cada día a los demás. Para mí, la manía del diario es también una manifestación del tipo narcisista. Normalmente, un diario íntimo se escribe en la niñez o en la adolescencia, en la época del narcisismo fisiológico, cuando el joven, aún aislado del Universo, cree que él es el centro de éste, y que, por lo tanto, cada palpitación de su vida primaveral es un hecho trascendente. El tiempo, al pasar, dispersa esta atmósfera de pueril autoprestigio, rompe el círculo de espejos en que se desarrolla y refleja la niñez; y la atención obsesiva hacia nuestro yo es aventada en torno, hacia los fenómenos ambientales, que sustituyen con su interés maravilloso y cambiante a la autoatención de las edades primeras. La acción –típica de la madurez- es incompatible con la excesiva preocupación de la propia persona. A medida que el mundo nos interesa más, dejamos de fijarnos en nosotros mismos. Los hombres que de adultos prosiguen su redacción, o la comienzan 19 en esta edad, obedecen a una persistencia anormal del sentido narcisista…>>. El célebre médico recaló en la obra de Amiel, al margen de su curiosidad por el personaje, con la idea de obtener la cura para su propia timidez. Contraponía en su obra el origen de la timidez por exceso de virilidad de Amiel, con el perfil literario de Don Juan, declarando en su artículo titulado “Historia clínica y autopsia del caballero Casanova”, que tras haber leído detalladamente los 12 tomos de su vida: <<su personalidad es infinitamente interesante como contribución al conocimiento de un tipo psicológico –el del seductor, el de Don Juan- y de una época de la Historia –el siglo XVIII, del desenfreno galante-. Pero como héroe pertenece a una categoría inferior. No vivió más que para sí. Exaltó, con indudable talento literario, un mito sexual, fundado en su concepto irritante la inferioridad de la mujer. Yo, sin quererlo, me siento contagiado de la antipatía que inspiraba a los sencillos aldeanos de Bohemia que presenciaron su triste declinar>>. Reconoce Marañón la preocupación de los hombres del 98 por el tema de Don Juan. El propio Antonio Machado diría en su autobiografía poética <<Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido…>>. Unamuno consideraba que Don Juan era virgen de espíritu, pues jamás entregaba el alma. Sostenía que en el seductor, como en todos aquellos en quienes predomina la lujuria sobre las demás tendencias, es que <<su inteligencia no da para más>>. Para Unamuno Don Juan Tenorio es un ser “impasible” 20 que busca la satisfacción de “la carne estúpida” y relega a un segundo plano el placer sexual, solo permisible según él cuando tiene por objeto la fecundidad, exclamando que son ¡Desgraciados los pueblos en los que florece la lujuria!. En 1908 en el diario La Nación, de Buenos Aires, publicó Unamuno un artículo titulado “Sobre Don Juan Tenorio”, que dos años después pasaría a formar parte del volumen titulado “Mi religión y otros ensayos breves”. En él afirmaba que: <<Los hombres cuya preocupación es lo que llaman gozar de la vida rara vez son espíritus independientes y elevados. La obsesión sexual en un individuo delata, más que una mayor vitalidad, una menor espiritualidad. Los hombres mujeriegos son, de ordinario, de una mentalidad muy baja y libres de inquietudes espirituales. Su inteligencia suele estar en el orden de la inteligencia del carnero, animal fuertemente sexualizado, pero de una estupidez notable. Tomad a Don Juan Tenorio, el fanfarrón de Don Juan Tenorio, y decidme si habéis encontrado en el mundo de la ficción un personaje más necio y que os suelte tantas tonterías como él. No hay reunión de hombres inteligentes y cultos en que se pueda soportar más de diez minutos a Don Juan Tenorio. Hay que echarlo a puntapiés. Apesta con sus bravatas y con sus aires de guapo…>>. Por su parte Marañón, al igual que ahonda en la psicología de Amiel lo hace en la de Don Juan, haciendo un análisis esclarecedor del célebre mito: <<Apenas hemos dado los primeros pasos por el mundo, mil sugestiones, historias y medias palabras nos han informado de que 21 ser hombre es fundamentalmente hacer de la mujer carrera de obstáculos de la propia resistencia física. Los médicos sabemos bien hasta qué punto este mito ha amargado la juventud de muchos hombres y le ha hecho arrastrar una vida truncada, cuando no los ha arrojado desde luego en el laberinto de las psicopatías>>. Se alineaba Marañón con Unamuno en el desprecio a la figura de Don Juan. Pero la crítica más acendrada del galeno en relación con este asunto surge cuando pronunció en 1922 una conferencia dedicada a Louis Pasteur titulada “Comentarios a una vida ejemplar”, pues denunciaba la ausencia en España de un ambiente científico adecuado, fruto del trabajo riguroso, afirmando: <<Hay dos tipos de hombres: el que dedica su dinamismo diario, exclusivamente o casi exclusivamente, a la preocupación de la mujer (la función sexual primaria), relegando a un término secundario esas actividades de la vida del pensamiento o cualquiera de las otras formas de la lucha por la vida; y el del hombre de acción- sabio, artista, industrial, etc, cuya existencia es absorbida en su mayor parte por el combate fuera del hogar, reduciéndose su actividad sexual primaria tal vez a un amor monógamo y sin accidentes. El donjuanismo es el enemigo natural del trabajo. El verdadero Don Juan es un ser inculto, irreflexivo y libre de preocupaciones; todo lo contrario al hombre de ciencia verdadero>>. La concordancia de su pensamiento con el de Unamuno era opuesta a la opinión sobre Don Juan de otro 22 gran amigo de Marañón, José Ortega y Gasset, que en un ensayo sobre el Tenorio sostenía: <<Es uno de los máximos dones que ha hecho al mundo nuestra raza, pues nuestro mal afamado compatriota representa uno de los pocos temas cardinales del arte universal que la Edad Moderna ha logrado inventar y añadir al sagrado tesoro de la herencia grecolatina>>. Marañón en realidad no atacaba el mito literario de don Juan sino <<los mitos donjuanescos que sirven de norte a tantos adolescentes en sus primeros pasos por el mundo del sexo>> Quizás fueron las admoniciones de Unamuno, las que ayudaron al orientaron en sus años mozos. En 1954 ingresó en la Real Academia Española Don Pedro Laín Entralgo, siendo el tema de su discurso “La memoria y la esperanza (San Agustín, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Miguel de Unamuno)”. En la contestación al mismo, que corrió a cargo de Marañón, hacía este retrato del filósofo bilbaíno: <<Lo mejor de Unamuno estaba en él, en su patente y arbitraria juventud; en el gesto imprevisto que cada trance de la vida le suscitaba; en su fiera independencia; en el tono seco pero recio de su amistad. Acaso su gesto, el que animaba su existencia mortal y el que ha quedado para siempre en las páginas de sus libros, era, a veces, desmesurado. Pero debajo del gesto estaba su alma egregia, empeñada en una pelea ejemplar contra los molinos de viento, que eran sus propias dudas; de cuya lid salía siempre vencedor >>. La correspondencia entre Marañón y Unamuno 23 Los originales de las cartas que Marañón envió a Unamuno están guardados en el Archivo de la Casa Museo Miguel de Unamuno de la Universidad de Salamanca, pero las dirigidas por Unamuno al médico se extraviaron durante la guerra civil, conservándose sólo una. Así consta en el estudio introductorio del “Epistolario inédito. Marañón, Ortega, Unamuno” de la edición crítica del historiador Antonio López Vega, publicado por Espasa en 2008. La referida misiva, escrita por Unamuno el sábado 28 de enero de 1933, nos permite adentrarnos en la intimidad del insigne filósofo, por lo que leo un extracto: <<En este momento, media tarde, acabo su Amiel, mi querido Marañón y siento no ya el querer, casi el deber, de transmitirle mis impresiones apuntadas a lápiz según lo leía. Ante todo no sé si sabrá usted que me casé a mis veintisiete años con mi mujer –mi costumbre- dos meses mayor que yo, que es la única que he conocido –me ha bastado- lo que me ha permitido dedicarme, además [de] a mi familia de hogar, a la de patria, a la universal y a mi Dios desconocido. Mis relaciones de noviazgo las más epistolares- pues mi mujer se volvió de Bilbao a su pueblo natal, Guernica, a los 12 años (suyos y míos) duraron…quince. Y acaso de aquella correspondencia, casi infantil, tomó arranque mi estilo, siempre epistolar, esto es: de hombre a hombre. A ella, a mi mujer, a su inquebrantable alegría infantil -hoy a sus 68 y medio sigue tan niña- es a lo que más debo. Me crié en hogar de viuda, pues mi padre -tío carnal de mi 24 madre- se murió teniendo yo seis años. La que me mimaba, distinguiéndome entre mis hermanos, fue mi abuela materna – hermana de mi padre- viuda también y con quien vivimos hasta mis dieciséis años, en que murió. ¡Y cómo recuerdo su muerte!. Por ella conocí el espíritu de los Larraza –segundo apellido de ella y de mi padre- especie de ánimo de un quaquerismo católicoliberal. Y hecho este esquema de presentación autobiográfica voy a mis apuntes…>>. Animo a los presentes a profundizar en el estudio de la vida y la obra de Marañón. Como afirma el historiador Juan Pablo Fusi en el libro “Marañón. Médico, humanista y liberal”, que fue catálogo de la gran Exposición celebrada en Madrid y Toledo el pasado año, por el cincuentenario de su muerte, ocurrida el 26 de marzo de 1960: <<No fue sólo, que lo fue, un médico prestigiosísimo, una personalidad generosa y extraordinaria, un gran intelectual y un excelente historiador y escritor. Marañón fue ante todo un acontecimiento, esto es, algo que le sucedió a la sociedad española del siglo XX, que se cimentó en su talento profesional y en su prodigiosa capacidad de trabajo. Publicó un total de 125 libros, unos 1800 artículos y cerca de 250 prólogos…> Roberto Pelta. Doctor en Medicina. Especialista en Alergología. Diplomado y Profesor de Terapéutica Homeopática. Miembro de Número de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. 25 Esta conferencia fue pronunciada el 6 de mayo de 2011 en la Biblioteca de Bidebarrieta de Bilbao, gracias a la gentileza de mis amigos de la Asociación Escribe Lee, bajo la atenta mirada de la estatua de Don Miguel de Unamuno.