Autora: Ana Pérez Montes. La casa era bastante grande, algo que dejó a Rocío sobrecogida. Llamó varias veces, pero al no abrirse la puerta se extrañó. Mientras esperaba impaciente empezó a zapatear. Estaba empezando a desesperarse cuando oyó un ruido metálico bajo sus pies y descubrió que eran unas llaves. Estas encajaron perfectamente en la cerradura, al abrir, la casa estaba a oscuras. Rocío encontró un interruptor y encendió la luz. No había nadie, excepto un gato negro que la observaba con sus ojos verdes, que se dio la vuelta y empezó a subir unas escaleras. Rocío le siguió al piso de arriba, y vio como se metía en una habitación, pero cuando ella entró el gato había desaparecido. Era una habitación con juguetes; muchos juguetes por todas partes. Rocío se sentía inquieta e insegura. Finalmente se decidió a subir las persianas, La luz se derramó a borbotones en la habitación. Y entonces Rocío la vio. Era una niña muy pequeña y bonita, con la piel blanca como el mármol y ojos azules brillantes. La niña le preguntó si quería jugar con ella, y Rocío le dijo que sí. Estuvieron mucho tiempo jugando, y la niña se puso muy contenta. Cuando ya la tarde acababa, Rocío cayó en que desconocía el nombre de la niña, al preguntárselo, se limitó a encogerse de hombros diciendo que no tenía. A Rocío le extrañó, pero no preguntó más por miedo asustarla. A la mañana siguiente volvió y sucedió lo mismo: las llaves bajo la puerta, el gato de ojos verdes que desaparecía en la habitación a oscuras y la niña sonriente que aparecía al entrar la luz. Pasaron así muchos días, y Rocío empezaba a cogerle cariño a la niña. Pero un día Rocío alcanzó al gato. Al abrir la puerta de la habitación de juguetes, lo vio: en el suelo, un gato de peluche, exactamente igual al de la entrada. Entonces la niña que permanecía de pie observándola se lo contó todo. Le contó que hacía tiempo vivió en la casa un niño. Sin embargo, los padres que en un principio creyeron que sería niña, le compraron juguetes femeninos. Nunca los tocó, quedando olvidados en la habitación, olvidados y tristes. Desde entonces han deseado siempre jugar con alguien, y fue cuando Rocío llegó que se lo pasaron mejor.. La misma niña era un juguete con deseo de tener nombre. Entonces todos los juguetes se levantaron, le dieron un enorme abrazo y le entregaron dinero. Era una suma enorme, y Rocío se echó a llorar, les dio las gracias y se marchó. Tiempo después, Rocío se marchó con Juan a Londres, compraron una casa y vivieron muy bien durante muchísimos años. Se casaron y tuvieron una hija, María, que era una niña muy alegre. Con el tiempo derribaron la casa de los juguetes. Un día Juan volvió con un regalo para María. Era una muñeca de porcelana, con ojos azules muy bonitos. María se puso muy contenta y la llamó Laura. Mucho tiempo después Rocío nunca olvidaría ese instante en el que la muñeca pareció sonreír al reconocerla.