JEREZ DE LA FRONTERA. AÑO I. PRECIOS DE SUSCRICION. En Jerez, llevado á doBiicilio, por un mea K rs Trimestre. . . . 14 < Numero suelto. . . 2 « ASTA REGIA, SEMANARIO NOM. 13. PRECIOS DE SUSCRICION. En la proviBoia y en la Península, un mes 6 rs Semestre. . . 34 « Número suelto. , . 3 « DE CIENCIAS, LETRAS. ARTES É INTERESES LOCALES. Direcoion y Administración, plaza de Eguilaz, número 17. BIRE^TORA; ABRIL 19 DE 1880. Horas de redacción, de de la tarde. ¿ 4 f 5 A R 0 t I N > \ DE ^ O T O Y j ^ O R R O . CROQUIS PARISIENSES. MICAELA I. — Chist!.. eh!... ehl.. Volví la cara y vi á Facundo que salla del café Riche. Tenía el rostro encendido, el gabán abierto, la solapa sobre el hombro y el sombrero echado hacia atrás. Su aire era el de un conquistador, embriagado por un triunfo reciente, ó el de un hombre que acaba de tener una conferencia intima con Uü par de botellas. Le desconocí. Hacía tres años que no nos veíamos,, y aquel no era el Facundo pulcro y meticuloso que todas las tardes iba de veinticinco alfileres á los Campos Elíseos. 11. —Me alegro de encontrarte, me dijo apoyán* <3ose en mi brazo de una manera muy significativa. Como está.s? —Bien. Y tú? —Algo mejor. —Has estado enfermo? —Del alma. Pero ya empiezo á convalecer. —Lo siento. Yo te creia en viaje. —No he abandonado á París. —¿Y dónde te metes que no te se vé? ¿Da dónde sales? —Ahora?... del café Riche... —Ya lo he visto. —De tomar el tercero. —El tercer qué? —Pues, el tercer ajenjo. —Desventurado... Te embriagas? —Qué quieresl... Olvido penas. —Así dicen todos los que se entregan á ese degradante vicio; así decían Alfredo de Musset y Enrique Murger. —Pues en mi tienes un segundo Alfredo, menos el talento y la lira. Yo también quiero suicidarme con ese veneno sublime. —Di embrutecedor. —A la larga, quizá. Pero ahora, ¡qué deliciosas visiones me procura! El ajenjol... Tú no sabes lo que es ese néctar suizo. —Ni quiero! —Cuando, mezclado con agua, se vuelve color de ópalo, sus irizados reflejos se parecen á los que tenían los ojos de Micaela. —Qué Micaela? —Pues, ella, la causa de mis penas. —De las que estás ahogando? —Si. El ajenjol... Al primer vaso, Tes el mundo color de oro; al segundo, color de rosa; al tercero, color de gloria con serafines alados y hurís mahometánicas.... —Y al cuarto, empieza el delirium tremens. Infeliz Facundo ¡en qué estado te encuentro! —No, todavía no he llegado al cuarto. Pero todo se andará. Es preciso olvidarla! Oh mujeres! pensé, bó aquí vuestra obra! |hé aquí en lo que trasformais á un hombre de seso! —Ven hasta la Magdalena, añadió Facundo, y te contaré la historia de mis dolores. III. —Tú no conociste á Micaela? prosiguió. —No tuve ese disgusto... Hace más de tres años que no nos vemos. —Es verdad. ¡He salido tan poco desde el dia feliz y al mismo tiempo aciago en que entró por las puertas de mi casal Puede decirse que en ese año y medio apenas nos hemos separado un momento. —Pues debíais estar, el uno [del otro, hasta la coronilla! Y si te abandonó, la disculpo. —Ayl sí, me abandonó! pero no anticipemos los hechos. —No los anticipes, ve por orden, si es que hay orden en tus ideas. —La trajo un amigo mió de América... —Era americana? —Si, de Colombia, y puedo asegurarte que del valle de Canea no ha salido una cosa más linda. Entonces era ignorante como una avutarda, casi no sabia hablar. Y tímida? La menor cosa la asustaba y le hacía dar un chillido. Me enamoré de ella, Jorge lo conoció y tuvo la generosidad de endosármela. —Cómo!... te la endosó?... Pues vaya si serla pájara de cuenta! —Lo era sin parecerlo. —Sin parecerlo?.. ASTA REGIA. —Pues ¿no te digo que era tímida y asustadiza como una gaceía? —Pobrecitaf Sigue. Y añadí para mi colelo: ¡qué tragaderas tienen los hombres! —Me la llevé á casa, prosiguió íacutido, y su llegada me ocasionó el primer disgusto. Yo tenía un cuarto de gargon, ya sabes, en la rué du Bac... —Le recuerdo. —Al verme entrar con Micaela, el portero asomó la nariz por la Tentanilla y frunció el entrecejo: «Monsieur Facundo, me dijo á la siguiente mañana, 1« traigo á V. el congé. Esta casa es una casa tranquila, bien habitada, y el propietario no puede tolerar ciertos... escasos, como el que usted trajo ayer colgado del brazo. 1 La indirecta no podia ser más del padre Cobos: el esceso que yo había traído colgado del brazo era Micaela. Me mudé al boulevard Saint Michel, á un quinto piso, junto al cielo. Allí cerraron los ojos: el propietario, hombre tolerante, no era de esos autócratas que no permiten al infeliz inquiljno ni perros, ni piano, ni chiquillos, ni etcétera, etcétera. IV. Una Tez instalado, me consagré exclusivamiente i la educación de mí linda americana. —Era elefante? —Etegantisimat ¡Tanta un balanceo y una manera de mover la cabeza!... Y que parwrel como dicen los franceses. —Rico plumage, eh? Pobre Jorge!... y pobre Facundo! Sigue. —A los seis mesea, con aquella memoria de privilegio que Dios le habia dado, charlaba como una erudita á la violeta. No puedes imaginarte cuánto le enseñé en ese corto periodo! —En seis meses? —Te^digoque era un memorión deshecho! Alano, ¡qué pico de oro!... Yo me estasiaba oyéndola, y era la admiración de las pocas personas que yenian á casa. ¿No has oido tü una polla madrileña, de esas que hablan tres horas sin escupir, sin dejar meter una coma ni al lucero del alba? —Muchas más. —Pues asi era Micaela. —Entonces, estabas divertido. —Sí que lo estaba. —Sí?... pues hay gustos que merecen palos. —^No digas eso! Aquello era una delicia. Y qué voz! —Dulce? —Ck)mo la de un canario. Yo me pasaba las horas muertas escuchándola, embebecido con sus csriciag. Si hubieras oido con qué gracia y con qué ternura me decia, siempre que le regalaba alguna friolera: «Facundo, cuánto te quier)!» —Zalamera! —Éralo en alto grado. —Ya) De modo que su antigua timidez... —Habia desaparecido. Al año de venir conmigo de nada se espantaba. —Lo creo. —Y yo era su encanto, su ídolo, su dios, todo! —Pobres hombres! á qué pasiones se entregan! —Son debilidades humanas, te lo concedo! Pero si la hubieras conocido, me disculparías. —Sigue. —Siempre que entraba yo de la calle, tenía costumbre de gritar desde la puerta; «Micaela, un beso!» y venia volando í dármele! —Pero hombre ¿qué me interesa á mí todo? esos e<»cabrosos pormenores? —Nada; pero te los cuento para que comprendas cuánto la adoraba, y cuan horrible fué para mí su pérdida... —Me lo figuro. —Un dia, continuó Facundo dando un ligero traspiés y metiéndole por la cara á un paseante el pomo del bastón que llevaba debajo del brazo; un dia llegué de la calle y le pedí desde la puerta el acostumbrado beso. Nadal —Micaela! volví á gritar. Profundo silencio! —Micaela!... Micaelina! Como si callara!... Nadie! Inquieto, voy al comedor, miro la alcoba, escudriño mi gabinete... Nada! el pájaro habia volado! Comprendes mi desesperación? —En tu lugar, yo me hubiera dado por muy contento. —Porque tú no tienes esas añciones. —Felizmente. Detesto las habladoras, casi tanto como los borrachos. —Me doy por aludido, y te perdono la pulla. —Te agradezco la generosidad; pero que te sirva de gobierno. Sigue. Qué hiciste? —Qué había de hacer?... buscarla. Mandé un anuncio á los periódicos. —Tuviste esa desfachatez? —Y hasta fui h, reclamarla á la Prefectura de policía. —Hablas de veras? —Como te lo digo! —Pobre Faaundo!... te compadezco! - P o r qué? —Porque el aplomo con que lo reüeres rae prueba una cosa triste. -Cuál? —Que has avanzado terriblemente en el camino de la inmoralidad. Tremendo camino! es un plano inclinado y resbaladizo como una placa de hielo! En poniendo en él la planta, no se detiene uno hasta el abismo... y ese abismo es de fango! ¡Y til la has puesto, tú, un hombre de educación é inteligencia, un hombre que debía conocer el mundo! Y tú te entregas á la embriaguez para olvidar las penas de una pasión vergonzosa, y te sumerges... ¿dónde? en otra pasión más vergonzosa aun! Es increíble! —Chico, chicol... Vaya un sermón que me estás predicando! A qué viene eso? —No es sermón, es decirte la verdad... Tómala como quieras! Bien que es inútil, porque astas en el momento crítico de las hurís y los seraflnes alados. —No, estoy en la fuga de Micaela. Como te decía, la busqué p o r t ó l a s partes. Ay! todas mis pesquisas fueron inútiles. Ni mis anuncios ni mis visitas á la Pref3ctura dieron ningún re- ASTA REGIA. sultado. Era evidente que se habia dejado eagatuzar por algún bribón. —¿Y esa evidencia no te saltó á los ojos hasta después de tus pesquisas?... Admiro tu candidez! —Al principio, cref que era una sola escapada y que volverla... —Y la habrías admitido? —Con los brazos abiertos! —Pues ahora admiro tu... magnanimidad! —Cuando me convencí de sü pérdida, entré en un café y tomé un ajenjo. Nunca había probado ese licor. Mis ideas, entonces lúgubres, se alegraron con sus vapores y... pedí otro. —Así se empieza. —Qué cambio de decoración! El papel de las paredes que al principio era de color de chocolate, adquiere una tinta rosada; los bronceados mecheros se trasforman en arañas Baccarat; el humo de las pipas, olía á incienso y á violeta; la dama del comptoir me pareció una reina en su trono, y hasta dos carabines, de nariz arremangada y pelo color de ladrillo, que habia en una mesa con dos estudiantes, se trasformaroa en dos circasianas de perfil griego, envueltas en cendales de plateada gasa. Entonces llamé al mozo y pedí... —Otro ajenjo? —No, un coche. —Bien le necesitabas! —El espectáculo no era menos admirable allá fuera. Las ruinas de la Abadía de Cluny, iluminadas por los rayos oblicuos del Sol que descendía al ocaso, chispeaban como si la lepra que las cubre fuera un tejido de cristalizaciones; como si tuvieran un diamante en cada hendidura. Las hojas de los árboles del boulevard, que yo había visto enpolvados y descoloridos tres horas antes, me parecieron leves placas de bruñida esmeralda, y en el tenue murmullo que les arrancaba, el moverlos, el céfiro de la tarde creí escuchar este dulcísimo nombre: «Micaela.» Entonces se humedecieroa mis ojos, dos lágrimas resbalaron por mis mejillas y... me dormí en los cojines del carruaje! Qué sueño!... —No me lo cuentes, porque echo de ver que tienes el ajenjo algo poético, y, si te dejo, vas á concluir por zambullirte en la mismísima fuente Castalia. —Pues te diré en prosa que de copa en copa, llegué á las tres por dia y, si no á la convalecencia del olvido, porque todavía pienso en la ingrata, puedo asegurarte que tengo ya un pié en el Leteo y que pronto me echaré á nado en sus adormecedoras aguas... VL Habíamos llegado al boulevard de la Magdalena, junto 6 la estación da ómnibus. Facundo se detuvo. Miró al cielo, que por aquel lado limitifean los altos edificios de la calle Real; y al clavar sus turbios ojos en los celajes que tenia de púrpura el sol poniente, murmuró á media voz: —La hora critica!... La hora del silencio!... La hora de la soledad!... La hora de los recuerdos!... iQuó infinita melancolía derrama esta hora en el alma! jQué poderoso mago es el crepü<?culo vespertino! ¡Cómo se agolpan & la imaginación en esta lánguida hora, la cuna en que recibimos las primeras caricias, el hogar paterno, los paisages de la infancia, el patio del co- legio, la voz de la campana que tocaba el Ángelus, la siluetade la torre, el nido de golondrinas en el alero del balcón, nuestra primera levita nepra, y el vaporoso contorno de la primera mujer amada!.., —Lloras? —Ven á tomar un ajenjo! —Faenado! VII. —Facundo! repitió una voz detrás de nosotros. —Oyes?... dijo cojiéndomedel brazo convulsivamente. —Si, oigo que te llaman. —Facundo! repitió otra vez aquel eco. —Es su voz!... es su voz! —La voz de quién? —De ella!... de Micaela! Pero lia dónde sale?... Dónde está mfftida7 —Facundo! volvió á decir la voz. —Ah! ya la veo! ya la veol Y corrió desatentado hacia la tienda de enfrente. VIII. Al cabo de dos minutos volvió radiante de alegría. —Mírala! Mira qué hermosa es! Estaba en casa de ese maldito pajarero. —Quién? —Micaela!... mi cotorra de mi alma! Y me enseñó una jaula que traía colgada del brazo. Solté la carcajada y eché á correr... FEDERICO DE LA,VEGA. DUDA Y CERTEZA. No sé que lucha de sentimientos Hay en mi alma. Sé que un efecto Tiene por causa, mas yo no acierto Si es un olvido, Si es un recuerdo. No sé que afanes mi pecho encierra; No sé que duda Que me atormenta. Porque mi mente no me revela Si es que no ansia, Si es que desea. Yo «o sé triste porque padece Mi alma en el caos Donde se pierde; No sé si sufre, ni si está alegre, Ni si esperanza Que vive ó muere. Yo no adivino que es lo que siento: Si es pena amarga, Si es dulce afecto. Pero iDios miol ya lo comprendo.iQué feliz soy! iMe compadezcol CAROLINA D I SOTO r CORRO- ASTA REGIA. IRISAS Y LAGRIMASI EL CID EN LA BATALLA DE GOLPEJAR. DOLORA. f CONTINUACIÓN. ) Es dolor la risa mia que ante el mundo se sofoca; ¿qué le importa mi agonía si es tan solo lo que ansia gozar de la suerte loca? Hecha esta advertencia, continuaremos usando de los nombres de Llantada y Golppjar como lo hace en su historia el Sr. Lafuente, y tampoco nos empeñaremos en desentrañar de las contradicciones históricas la verdadera relación de estas gaerras de los hijos de Fernando el Magno, p-jes según unos autores la guerra de Galicia fué anterior á la de Castilla con León, y posterior seguti otros. Quién dá por enemigo de don Qarcia de Galicia en este mismo rompimiento á D.Sancho «le Castilla; quién á D. Alonso de León, y quién á los desjuntes. El Sr. Lafuente absuelve de todo cargo en el despojo de D. García á su hermano D. Alonso, achacando esclusivamente la responsabilidad á D. Sancho, y se nos figura un indicio en contra de oslo la circunstancia que admite el moderno historiador de que la hueste que D. Alonso acaudilló en Golpejar se componía igualmente, al parecer, de leoneses y gallegos. Cierto que los historiadoras generales tienen que abrirse paso por entre tanta maleza, que sí se pusieran i compulsarlo detenidamente todo empezarían, como viene á decir el Padre Mariana, el cuento de nunca acabar: y estas arbitrariedades históricas nos traen i míentes aquello de que certes Vhistoire n'est pas si grande dame qu'elle le parait. Precisamente las dificultades de la guerra de que hablamos hicieron esclamar al franco Sandoval, á propósito de todo su libro: «Lo que yo escribo no puede ser mas que una historia de duJas y de concertar los tiempos, y de conjeturas, que por fuerza ha de ser corta, seca, dudosa, penosa, y para mí de grandísimo trabajo, como lo entenderá el que fuere curioso.» Nosotros, pues que nos estrenamos ahora en estas materias, y que tocamos la dificultad de escribir sin tener los textos delante, fiándolo todo á la falaz memoria y á los apuntos que nunca satisfacen, no nos metemos en grandes honduras, pues como además, sustancialmente no tratamos de al, sino del Cid, nos daremos por contentos si ponemos de manifiesto que no hay datos fundados para manchar la fama de este caballero coa los cargos de ingrato y aleve. Siguiendo, pues, esta senda dubitativa respecto á si hubo ó no lo del convenio real para las batallas, entendemos en primer lugar que no repugna al carácter de la época esto de resolver negocios del Estado por duelos colectivos, pues se asegura que varias veces ocurrió el fiar los Reyes de E«paña al brazo de un solo campeón el derecho que tenían al señorío de alguna fortaleza disputada, y se añade que el Cid sostuvo con éxito feliz algunos de estos desafíos. Además, á la sazón eran Sancho y Alfonso mozos de pocos años, dotados de animoso corazón, y tendrían confianza en la fortuna; pero nos parece que dando asenso á lo del convenio, y también, como igualmente lo hace el Sr. Lafuente; k que las batallas fueron dos, es mis natural seguir la versión del Obispo D. Pelayo, según la cual hubo convenio primero para Llantada, y otro después para Golpejar, que no la del Arzobispo D. Rodrigo, autor harto más moderno. Entonces resulta que D. Alfonso fué el primero de los hermanos á dar el fjemplo de no arrancarse la corona con la mala ventura, á pesar de la estipula- Quiere brotar un gemido del corazón lacerado por un mundo fementido, y refrena su latido para no ser despreciado. Risa quiere el torpe mando, farsa y risa á sus antojos, y en su lodazal inmundo se anega el dolor profundo que pisa senda de abrojos. ¿«Porqué suspira y murmura el que á nuestro lado se halla?» dice el mundo en su locura; «¿Si amengua nuestra ventura, por qué no sufre y se calla? Y no acierta á comprender lo difícil que es estar al contacto del placer, procurando contener los tormentos del pesar. Lo que lucha el alma herida combatiendo sus dolores, cuando, vil y fementida, la sociedad corrompida le dice: «stt/re y no llores.» Que ese llanto, así vertido, mis alegrías empaña y jamás ha permitido que del placer entre el ruido mezcle la pena su saña. Satánica carcajada se escucha entonces que aterra, y la humanidad menguada osa insultar despiadada los martirios de la tierra. El mundo en su loco anhelo canta su crimen nefando, y el que sufre sin consuelo alza sus ojos al cielo y le perdona llorando. Dolores para sufrir, lágrimas para llorar, tormentos para morir y... hastañsas para herir al que no puede gozar. ARTURO CAYL-ELA. PELUZZARI. ASTA REGIA. cion; y si obn'i así, mal hubiera podido en ninguQ casi» increpar mis tarde al Cid con las palabras que le presta el Sr. Lifuente, pues á ói le escocerla también la conciencia. Si las cosas pasaron como dice Sandoval, la culpa toda (aplicando á la división de trances de la batalla las reglas críticas del Sr. Lafuente) r e cae también en Alfonso, que propuso el convenio y faltó á él revolviéndose contra el vencedor después de haber abandonado el campo: y en ese caso, Sancho desde.aquel momento quedó quito del compromiso. Únicamente pues, siguiendo á D. Rodrigo, contra las crónicas poco posteriores á este, que opinan con el Ovetense respecto al número de los pactos, tendremos que, según las citadas reglas da critica del moderno historiador, la culpabilidad puede recaer por entero sobre los castellanos. Tales perjurios, sin embargo, hubieran sido naturales, maguer vituperables, porque no cae dentro de la prudencia que dos Reyes peleando de poder á poder, suelten la corona de otro modo que á pedazos. Sancho murió lastimosamente pronto, cuando todo indicaba en él un gran R"y, pues de sus faltas tuvo la culpa el testamento impolilico d) su padre, Alfonso fué también gran príncipe; pero los laureles que en el resto de su vi la alcanzó para la cruz nacional, no deben ser parte á mejorarlo en la historia o n perjuicio da la fama agena; y si en Sahagun cuando la monjía y en Toledo cuando la prueba del rezo, faltó á sus compromisos, también en la guerra con Sancho puede suponérsele tan capaz como sus enemigos de echar en saco roto su palabra. Mas á nuestro parecer, prescindiendo de lo que pasara en la primera batalla, de la cual si resulta algún cargo, solo es para el leonés, tenemos que en la segunda, aun dado por cierto lo del convenio, la conducta de los dos Reyes y del Cid, lejos de sor vituperable, es muy di«na de alabanza. Sabemos por testimonio explícito del Obispo D. Pedro, confirmado con lo que dicen otras crónicas antiguas, como el Liber regun y la Leonesa del Cid, que R ..drigo Díaz era ya entonces alférez real de Sancho el Fuerte, y le tocaba, de consiguiente, no solo la obligación de pelear bien como soldado, sino la más estrecha de diri(?ir y animar en todo trance como General, puesto, sin embargo, á las inmediatas órdenes de su Soberano, que era el verdadero responsable de las providencias lomadas con su beneplácito. (Continuará.) ENDJGCHA. Deja el airado ceño, no mi dolor aumenten los rayos del enojo que tu pupila encienden. No mas la cruda saña halle en tu pecho albergue, como entre frescas rosas empozoñada sierpe. El odio insano y fiero dulce piedad se trueque, que en blando gesto mude altivas esquiveces. Mira cuan sin ventura sombrea el pesar mi frente, mirame, y tu sonrisa no ya ingrata me niegues. Ábreme, cruel, el pecho si persuadirle quieres, y en él tu imagen beila verás que un ara tiene. Amor allí rendido, á tu beldad ofrece, el aromado incienso de la gentil Citeres. JíJAN RODRÍGUEZ r PONCE DE LEÓN. AL DESPUNTAR EL SOL. Hermosa niña, si al romper el alba Llega á tu lecho el plácido rumor. Que forma el canto de inspiradas aves. Ai saludar á Dios. Si penetra á través de tus persianas, Un tenue rayo del ardiente Sol; Bañando con su luz, tu casto seno, Tu rostro seductor. Si llega del jardín hasta tu estancia De las flores la grata emanación; Y en éxtasis de gozo, te adormece Su aroma embriagador. Y si en la noche silenciosa escuchas De alegre vate la armoniosa voz; Y al son de su laúd, por ti inspirado Te canta su pasión. No formes ilusiones en tu mente: Que has de llorar al descubrir tn error; Ay!... yá no viene á halagar tu vida, Cual tiempo que pasó. Ya las aves, las flores y los rayos. Que lanza Febo en loca profusión. No tienen para ti dulces caricias Ni un eco el trovador. Tan solo llegan á tu blanco lecho, A recordarte ingrata tu rigor; El fiel cariño que juraste un dia, Al despuntar el Sol. ENRIQUK DE CASTILLA T SANTISO. Sevilla lo do Abril de 1880. ^STA EL OAUTIVERIO EN LAS H U E R T A S DE B E N A M A I I O M A CUADRO DE COSTUMBRES ANDALUZAS por Femando de Lavalle. (CONTINUACIÓN.) Por oti'a parte las infinitas charcas que se iban formando y lo fangoso de las calles y caminos, ya constituía una verdadera diflcultad para el orden y hermosura de la procesión. Recordabín muchos que un día en que había caido una lluvia copiosa, los que llevaban el paso dieron tan grandes resbalones qne al fin rodaron por una cuesta, arrastrando en su caída al santo coa todos los faroles y ornamentos. De aquel descenso espantoso la rica túnica del Patrono se hizo mil pedazos y la aureola de plata quedó terriblemente destruida. Algaiios aldeanos pensadores nada sacaban de bueno cuando San Antonio se remojaba, pues había memoria de que las aguas en la víspera de su dia, eran precursoras de desastres y peleteras, como disenciones matrimoniales y otras cosas, que tenían relación con el sistema nervioso do los habitantes de las Huertas. Contra todas las previsiones, el día siguiente & la tormentosa noche amaneció claro y hermoso. Purísimo el aire dejaba pasar los cubiertos rayos de un sol, como no se vé mas que en esta tierra <!e Maria Santísima. A e«o de las cinco de la mañana estaban ya en ¡)ii; tollos los habitantes de la choza de Carot;i, y lu bni'na Leandra mientras vestía los chicos empezaba á sermonear á Geromo. El joven estaba ya adornado con un pantalón negro, faja encarnada, chaqueta corta con sus alamares oscuros y el grande y durísimo sombrero serrano y esperaba la bendición del padie 'para salir á la iglesia y confesar y comulgar antes de la ceremonia. —Ahora, decfa la madre, ve recordando las faltillas y ppcados y que no te se quede ninguno on el tinti-ro, mira que despups vas á tomar el Cuerpo de Nuestro Señor y es mala manera de recibir esa visita llevando el alma sucia y dP'pues, que no te se olvide, has de dar gracias á Dios por tu beneficio y pedirle con toda tu fuerza te mantenga en el estado que vas á toraar'sin mancha alguna y con la honradez de tu padre, que es bien conocido. —No tenga V. cui iado, madre, contesta el mancebo, ya me he estado reza que reza más da una hora y en cuantito que padre me eche la b'^ndicion me encampo en la Iglesia y he de hacer cuanto V. quiera y lo que corresponde á un buen cristiano. —Ven acá, Gerónimo, dice el buen Carota con una gravedad digna del caso, arrodíllate y escucha: pido á Dios y á sus santos te den una vida larga y feliz, una hacienda pobre pero bastante, muchos hijos que te respeten, mucho cariño de tu compaiicra; pido á Dios también que te conserve bueno de cu''rpo y de alma, y que no olvidejamks ni nunca lo que dnbes átu pa(lr«, madre y é tus hermanos, ni á los padres de Dolores; si así lo haces, hijo mío, y si el Señor escucha lo que le suplico como lo espero de su RKGIA. misericordia, serás muy dichoso y yo moriré tranquilo. Al terminarse estas palabras, señó José dejó caer la bendición paternal sobre el compungido muchacho. Momentos después salía Geromo encaminándose á la iglesia, y Leandra á )a choza que habia da ser el nido de los nuevos esposos. Allí habia algo que arreglar y poner en orden, y la futura suegra no podia prescindir de trabajar en favor de todo lo que pudiera ser agradable para su hijo. —Pondremos sobre esta mesa, se decía, esta alcarracita con flores, porque á mi nueva hijita le gustan mucho. En este cajoncito le meteremos una libra de tortas de polvorón. Esta alacena necesita un buen queso de oveja que se han de chupar los dedos con él y algunos manojos de chorizos. Y de este modo iba la buena muger preparando sorpresas á su nuera y exilando el agradecimiento y el amor de Geromo. —Cuando tropiezen con el queso, añadía, dirán ellos: )Jesus! ¿quién habrá traído esto? el ratón Pérez no será, porque ese se lo hubiera comido; los duendes tampoco, porque esos diablillos solo traen ó llevan la tapadera de la tinaja ó la mano del almirez ¿quién habrá sido? y se quedarán en bahía materialmente; pero, no, porque en seguida me lo acbacarán á mí; es claro, yo soy la que tengo la llave de la casa hasta que haga la entrega. Y pensando asi con esa candidez ñe las almas puras y sencillas, Leandra recorría el estrecho recinto, observando lo que faltaba y poniendo en su sitio lo que k su juicio no estaba bien colocado. VIH. A las nueve y media de la mañana de esta gran dia, estaban á la puerta de la choza del señor Triburcio todos los amigos de la casa. Momentos después se abrió una estrecha ventana y apareció la bondadosa cara del sacristán zapatero, y con voz, que revelaba su alegría esclamó: —Ea, señores, adentro á tomar el chocolate que ya son cerca de las diez. Ante la perspectiva de tal convite, cosa desconocida entre aquellos aldeanos todos los presantes se lanzaron dentro de la choza: en la que, y sobre una gran mesa, habia una infinidad da tasas y pocilios de todos los tamaños, formas y colores, llenos de la sustancia consabida. Algunas lágrimas rodaron por los rostros de los asistentes, merced al calor que conservaba el líquido alimenticio, pero con más ó menos dificultades, fueron trasladando á su estómago la negra bebida. Acababan de vaciarse los receptáculos, cuando la hermosa Dolores con su gran vestido almidonado, de coco, se presentó radiante de ventura. Un murmullo de admiración corrió en las filas de los convidados, y tomándola el señor Triburcio por la mano, exclamó dirii^iéndose á los presentes: Aquí tienen ustedes á mi bija Dolores, que es una grandísima picara que solo quiere abandonar á su padrn que yá está muy viejo, pero como su padre le ha dado licencia para casarse, él mismo será quien la lleve i la Iglesia, ya vea ustedes lo recontenta que está esta criatura, así es que no quiero decirle mas cosas que la ponga aburrida. ASTA REGIA. —Y hace porfcctamonte, exclama Manuela, porque ya e<toy yo notando que la niña va á larj^irel pucherit) y seria muy feo que llegara á la Iglesia con los ojos llorosos pir más que si algo se nos ha olvidado do los consejes que hamos de darle, tiempo tenemos mis que sobrado para decirles cuanto se nos ocurra. —Bueoo fuera, exclami ano de los presentes, que el seftor Alcalde mirase la h ira en sa muestra, porque me parece que con estas ceremonias se nos está p sando el tiempo bonitamente. El sBÍlOr Alcalde aludido buscó en el inmenso holsillo de su pantalón el enorme reloj de plata, que con otras machas alhajas hab-'a heredado de ¡•as «"^¡uelos y sacándolo y enseñándolo á los presentes dijo: —Si la vista no nos engaña creo que han de ser las diez menos an puna lito de minutos. Pues vamos desfilando, exclama Triburcio. Y tras de algunos cumplimientos sobre quién habla de pasar primero, salen al campo la preciosa muchacha junto al Alcalde, Manuela y su mirido y dos á dos cuantos componían el acompañamiento. El sota-sjcristan que acabiba de divisar á la comitiva desde lo alto de la torre di la Iglesia emprende en aquel momento el más estrepitoso repique. Los vecinos del pueblo al ver aquel desusado campaneo, imaginan desde luego la causa y salen á la calle para ver el paso y la comitiva. La Pajarita, con otras envidiosillas del barrio, se disponen á murmurar de los atavíos de la novia y del mal gusto del novio, entre tanto que algunas madres de familia hacen varias consideraciones acerca de las buenas prendas de Dolores y de la afición al trabajo y honradez de Gerónimo, deseando para sus hijos ó hijas un partido tan provechoso. En estos momentos llega al pueblo la procesión nup'ial y no fallan algunas aclamaciones por parle de los mozos y algunos murmullos por parte de las mujeres. Al llegar á la puerta de la Iglesia, ya les estaba esperando el señor Carota con Goromo y la señora Leandra y, previos los oportunois saludos, penetran ambas reuniones en el templo, entrando respectivamente cada una por las dos puertecillas laterales del cancel princinal. Ya revestido el señor canónigo, principia inmediatamente el acto religioso, siendo lo único notable durante la conocida ceremonii la profunda emoción de los aldeanos y la firmeza de la joven desposada. Al pronunciar Dolores el si que habla de unirla eternamente á el hombre que quería, todos los ojos estaban preñados de lágrimas y todos los norazonps latían bajo la impresión más dulce. La buena Leandra se arrojó en los brazos de Manuela, el grave Carota estrechó tembloroso la mano del honrado zapatero y hasta el señor Alcalde, descendiendo de su severísimo carácter dejó correr por las mejillas dos lagrimes como garbanzos. Efectuado el matrimonio, tornaron los desposados, la familia v los amigos á la choza de Tribnrcio de donde los dejaremos almorzmdo para encontrarlos después en la fiesta de San Antonio. (Continuará.) CANTARES. ¡Pobre de mi, que en el mundo. Esperar ya nada puedo; Pues dicen que la esperanza Es engaño del deseo! Me vf entre la mar y el cielo Dando un adiós á la tierra; Y creció tanto mi alma Que se hizo la mar pequeña. Ven conmigo y rezaremos; (Pobre de aquel que no reza! ¿Dónde ha de encontrar consue'o Te vi por la vez primera Y otras veces te habia visto; Y fué que en mis dulces sueños Siempre soñaba contigo. El dolor que por ti sufro. Se lo conté á las estrellas, Y se pusieron mas pálidas: jSi serán grandes mis penas! Huyó la luz de tas ojos, Y abrió la muerte tus labios; Quise detener tu alma...! Y abrazé tu cuerpo helado Como en la conciencia llevas Las sombras de lus delitos. Hallarás oscuridad Aun en los placeres mismos» ¡Triste del alma egoista! Bastante castigo tiene Si ha de sufrirse á si misma. Azulitos son los lagos, Y azulitos son los cieíos; Azulitos son tus ojos.... (Es todo lo azul tan bellol Como los cielos, cubierta De nubes tengo mi alma; Y tiene también su lluvia, Su dulce lluvia.... las lágrimas. Dicen que cada alma tiene En el Cielo una estrellita; Si esto es verdad, |Cieio santo. Que triste estará la mía! JOSF. 1. Sl'AftEZ l)K U R U I N A . Sevilla. ASTA RKGIA. VARIEDADES. Yo tengo preparada una receta siporífera que se llama «Obsequio á Cervantes.» F. DE L. COSAS DE ÜN DOCTOR. «La carne de vaca casi cruda y el vino de González enteramenle crudo, bastarían áconsolidar el temperamento poético más débil.» Esto me dijo ua sabio mélico de la Universidad da el Senegal, qua llegó á nuestro pueblo, espantado de la literatura clásica del país de los hombres tiznados y engrasados. A fuer de jerezano, me preparé á contradecir sus opiniones, pero es mucha la sai»iduría de los médicos, así sean antípodas y ture necesidad de admitir sus conclusiones y sus trabajos metafóricos. El sabio tenia una volubilidad extraordinaria. De la carne cruda del poeta saltó el espíritu de la Poesíi. Después Arde la humanidad, me decía, en el deseo de conocer si la Literatura es da los sabios Esculapios ó de los h'jos de Apolo, y allí, bajo aquel .sol candente, los negros dontores, por su afán de blancura, se im-linaban hácii el melifluo cantor de la poesía. ¡Error, hijo del egoismol Voy á probar mi aserto: Cervantes, ese hombre raro, y que aun no lia sido comprendido por los poíítfis, ya se conoce por los médicos. VoJ (jué grandes idoas: Era MiKUtd linfático sanguíneo; sus huesos estaban en parle formados de fosfato de cal, su diafragma su agitaba constantemente, y su corazón no desmentía la .'•ístole y diastole ordinarias, ¡Honor á la ciencia! Ved á D. Quijote. La medicina fué el afán eterno de su vida. Al atacar á los frailes de San Bonito, solo intentó curarles de su gordura La singro que pHrdió el viz;aino le salvó de conijestiones perniriosas. L is cueros de Valdepeñas, horadados.... ¡Cuántas borracheras y dispepsias (•vitarían! Lo vemos serio y grave ante las indigestiones do las bolas de Camscho el rice, y consejero en las de Basilio el pobre. Higiénico admirable en su conversación con los cabreros. Hidrópata en su inmersión en el Ebro caulaloso. Homeópata en sus comidas cuotidianas. Alópata en sus amores y verdaderamente grande en sus advertencias al Gobernador futuro. Aquí cabe ya el desengaño, amigo mió, Don Quijote fué módico y Sancho archi-doctor en medicma. Mirad al pequeño escudero cuando habla del reposo, de la quietud, de el alimento, bajo la consideración más sabia. Cuando, temiendo los resultados de, la entonces incipiente, cirujía, esclamaba: «entre dos muelas cordales nunca ponfias los pulgares,» dando clara manifestación del poder mecánico de las mandíbulas y el fái il magullamiento de los músculos. Cuando responde al celebérrimo facultativo de Tirteafuera. Cuando, en flo, habla de Miranda, de los Duques y de Moreno, el que permitió las fiestas de aliagas. Si, joven amigo, los negros no comprenden ciertas cosas y están muy escamados: un compañero mió dijo que Cervantes era liberal, otro que era ne>, otro que llegó difícilmente á poela, otro que casi ca'»! fué literato y los más le llamaron mntemático, frenólogo, político, legi>ta y hasta opóg-afo, poro la consideración que mis ha i revalecido es la de médico. GACETILLAS. Hemos leido L A CBÓVICA, nuevo diario qae ha visto la luz púbüca en nuestra localidad. Sus buenos deseos, su elegante impresión, y la discreta manera con que está concebido lo recomiendan altamente. La creación de un periódico como La Crónica supone que Jerez no desciende, si no que mas bien va desarrollando aflcion á la prensa que es el barómetro de los pueblos. • • Una otiestion de dorecho. Un periódico profesional de los mas buscados por los jueces municipales cuenta el siguiente juicio de faltas tan digno de atención como gracioso: Un individuo es citado por otro que ha sido mordido por el perro del primero. El Juez.—¿Qaé tiene V. que contestar á lo que el señor expone? El amo del perro.—Señor, que me absuelva V. S.; el perro á que se refiere el actor no es raio. El mordido, [interrumpiendo.)—Yo probaré que el animal es suyo. El Juez.—Silencio. ¿Dice V. que no es suyo el perro? El amo.—Lo fué, señor, hasta las seis de la mañana del dia en que cometió el delito de que se le acusa, pero nó después, pues en aquella hora, en vista de que uo congeniábamos y en uso de mi derecho lo emancipé en legal forma declarándolo en completa libertad. ¿Qué sentencia debe dar este JuezT ASTA REGIA. Semanario de Ciencias, Letras, Artes é intereses locales. Se publica en Jerez de 'a Frontera, cuatro veces al mes y sus precios son: En Jerez llevado á domicilio, un mes Rs. vn. . . . 5 Trimestre. . . . 14 Número suelto. . 2 < Fuera de Jerez, un i mes, Rs- '^n. . . 6 j Semestre. . . . 34 Níimero suelto.. . 2 | Cuyos precios para fuera de Jerez, se remitirán á su directora en sellos de correo ó letras de fácil cobro, anticipado, en la redacción y administración, Plaza deEguilaz. numero 17. •i • Imp. • ' — ~ — 7. de E L CONTRIBUYENTE. Santa Maria, H .