1. Titulo: “La Siria de los Asad: continuidad y cambio en las elites” 2. Autor: Ignacio Álvarez-Ossorio 3. Institución: Área de Estudios Árabes e Islámicos, Departamento de Filologías Integradas, Universidad de Alicante 4. Dirección electrónica: ialvarez@ua.es 5. Resumen: El objetivo de esta ponencia es analizar los cambios en la composición de las elites sirias en el último medio siglo. El ascenso al poder del Partido Socialista Árabe Baaz en el año 1963 implicó un cambio trascendental en la composición de las elites gobernantes. En lugar de apoyarse en la burguesía comercial de Alepo y Damasco y en la clase terrateniente como mandaban los cánones, el Baaz buscó el respaldo de las minorías confesionales, la clase trabajadora y el campesinado. El partido nacionalista fue capaz de preservar su posición gracias a la alianza estratégica que estableció con las Fuerzas Armadas, que en 1966 se hicieron con el poder. Tras el ascenso de Hafez alAsad a la presidencia en 1970, también se incluyó en dicha alianza al aparato burocrático-administrativo y a la oligarquía damascena. 6. Nota biográfica del autor: Profesor titular de Estudios Árabes e Islámicos. Especialista en el proceso de paz árabe-israelí y en la política contemporánea de Oriente Medio. Es autor y editor de varios libros, entre ellos El miedo a la paz (2001), España y la cuestión palestina (2003) ¿Por qué ha fracasado la paz? (2007) y Siria contemporánea (2009). Palabras clave: Siria, Asad, Baaz, elites, autoritarismo La Siria de los Asad: continuidad y cambio en las elites Ignacio Álvarez-Ossorio (Universidad de Alicante) El ascenso al poder del Partido Socialista Árabe Baaz en el año 1963 implicó un cambio trascendental en la composición de las elites gobernantes. Las formaciones tradicionales –el Partido Nacional y el Partido del Pueblo- que desde la independencia habían dirigido los destinos del país, perdieron su monopolio y dejaron paso al Baaz, que instauró un sistema monopartidista. El Baaz buscó el apoyo de las minorías confesionales, la clase trabajadora, el campesinado y, por supuesto, las Fuerzas Armadas, que en 1966 se hicieron con el poder. Tras el ascenso de Hafez al-Asad a la presidencia en 1970, también se incluyó en dicha alianza al aparato burocráticoadministrativo y a la oligarquía damascena. Desde entonces, los Asad han establecido una tupida red de relaciones clánico-familiares, más que puramente confesionales, en las que la familia nuclear y extendida (los Asad, Majluf, Shahlish y Shawkat…) juega un papel central. El Baaz: entre la unidad árabe y el ideario socialista La colonización europea, la división del mundo árabe y la creación de Israel contribuyeron en distinta medida al fortalecimiento del movimiento nacionalista árabe. Mientras el nacionalismo cultural precolonial aspiraba a emular las prácticas constitucionales y democráticas occidentales, el nacionalismo político poscolonial convirtió a Occidente en el opresor1. El movimiento nacionalista sirio por excelencia fue el Baaz, creado por el cristiano Michel Aflaq y el musulmán Salah al-Din al-Bitar, dos miembros de la intelligentsia urbana damascena. En los últimos años del mandato francés establecieron el Partido Baaz. En opinión de Aflaq y Bitar, el sentido de arabidad lo otorgaba la lengua y la historia compartidas por los pueblos árabes; el individuo sólo se realizaría plenamente en el seno de la nación árabe una vez que se liberase de sus ataduras religiosas, comunitarias y regionales. Las metas del Baaz eran la unidad, la liberación y el socialismo, “tres objetivos indisociables; ya que ninguno puede alcanzarse plenamente sin los otros; todos dependen del pueblo y de la fe en sus 1 Ayubi, Nazih. 1998. Política y sociedad en Oriente Próximo. La hipertrofia del Estado árabe. Bellaterra: Barcelona, p. 207. poderes eternos y regenerativos”2. La ideología baazista estaba teñida de “un sentimiento místico sobre la regeneración de la nación árabe por medio de su unidad”3 que se tradujo en su llamamiento en pos de “una nación árabe con una misión eterna”. Según Aflaq, “el socialismo era el cuerpo, y la unidad nacional el espíritu”. En su obra En el camino de la resurrección, Aflaq afirmó: “La unidad árabe es un ideal y un modelo. No es el resultado ni la consecuencia de la lucha que dirige el pueblo árabe para conquistar la libertad y alcanzar el socialismo; es la idea nueva que debería acompañar y dirigir la lucha”. La Constitución baazista condenaba de manera expresa la colonización europea al considerarla “una obra criminal que los árabes combaten con todas sus fuerzas y ante la cual se solidarizan, según sus posibilidades materiales y morales, con los pueblos que luchan por su libertad”. En sus principios generales, el Baaz interpreta que “el nacionalismo es una realidad viva y permanente, y que el sentimiento nacional consciente que une al individuo con su nación es un lazo íntimo, un sentimiento sagrado rico en fuerza creadora, que suscita el sacrificio, fomenta el sentido de la responsabilidad y contribuye a dar al humanismo del individuo una orientación concreta y útil” (art. 3). También se ponía énfasis en que “el socialismo es una necesidad que brota del corazón mismo del nacionalismo árabe. Es, en efecto, el régimen ideal que permitirá al pueblo árabe, del modo más perfecto, desarrollar sus posibilidades y expresar su genio. Asegura a la nación un crecimiento constante de su producción material e intelectual y una fraternidad íntima entre sus miembros” (art. 4). Además de remarcarse las credenciales teóricamente democráticas del movimiento, también se subrayaba su carácter revolucionario: “Sus objetivos primordiales, para potenciar el nacionalismo árabe y edificar el socialismo, sólo podrán conseguirse por la vía del cambio radical y de la lucha. Basarse en una lenta evolución y contentarse con una reforma parcial y superficial, es exponer este objetivo al fracaso y al olvido” (art. 6). En un primer momento, los fundadores del Baaz concentraron sus esfuerzos en el movimiento estudiantil. Gradualmente sus ideas fueron ganando terreno entre las clases medias de Damasco, Alepo, Homs y Hama, así como entre el campesinado de las zonas 2 Seale, Patrick. 1965. The Struggle for Syria. A Study of Post-War Arab Politics. Oxford University Press: Londres, p. 155. 3 Lapidus, Ira. 1999. A History of Islamic Societies. Cambridge University Press: Nueva York, pp. 647648. rurales. El primer congreso baazista apenas congregó a 200 simpatizantes, buena parte de ellos estudiantes. Entre los allí congregados se encontraba el ideólogo alawí Zaki Arsuzi, procedente de Alejandreta, que aportó un buen número de seguidores alawíes que con el tiempo jugarían un papel central en la implantación del Estado baazista. Arsuzi era partidario del ‘todo o nada’ y defendía unos planteamientos más utópicos, radicales y socialistas que los de Aflaq y Bitar4. Entre sus seguidores se contaba el médico Wahib al-Ganim, quien intentó que el partido hiciera hincapié en la justicia social para poner freno a las sangrantes desigualdades existentes en el seno de la sociedad siria. Ganim reclamó sin éxito la partición de los latifundios entre el campesinado, la implicación activa de los trabajadores en la gestión de las empresas y la propiedad estatal de los recursos naturales, la industria pesada y los servicios públicos5. Desde un primer momento las minorías alawí, drusa e ismailí se sintieron atraídas por esta nueva ideología panarabista que ponía el énfasis en el aspecto ideológico y no en el comunitario, ya que el Baaz prometía plena igualdad entre los árabes, independientemente de su confesión, así como una reforma social que la clase media rural encontró sugerente6, al considerar que les permitía poner fin al tradicional monopolio del poder detentado por los árabes sunníes. CONFESIÓN DE LOS MIEMBROS DEL BURÓ POLÍTICO DEL BAAZ (1945-1954) Confesión Musulmanes 1945 3 % 75 sunníes Musulmanes alawíes Cristianos 1 25 1952 5 % 71.4 1 14.3 1 14.3 1958 3 % 60 2 40 grecoortodoxos Fuente: Batatu, Hanna. 1999. Syria´s Peasentry, the Descendants of Its Lesser Rural Notables and Their Politics. Princeton Universtiy Press: Princeton, p. 140. En 1952, en pleno periodo de dictadura de Adib Shishakli, el Baaz se transformó en el Partido Socialista Árabe Baaz tras su fusión con el Partido Socialista Árabe de Akram al-Hawrani. Hawrani, natural de la ciudad de Hama, procedía de una 4 Moubayed, Sami. 2006. Steel and Silk. Men and Women Who Shaped Syria. 1900-2000. Cune Press: Seattle, p. 143. 5 Devlin, John F. 1991. “The Baath Party: Rise and Metamorphosis”. The American Historical Review, 96: 5, p. 1398. 6 Galvani, John. 1974. “Syria and the Baath Party”. Meria Reports. 25, p. 5. familia de terratenientes venida a menos. Socialista de convicción, era más partidario de la acción que de la reflexión y defendía una profunda reforma agraria para repartir entre el campesinado, que vivía en una situación de extrema pobreza, los vastos latifundios que estaban en manos de unos pocos terratenientes de Hama, entre ellos los Barazi, Azm y Kaylani, dueños de 91 de las 113 aldeas de dicha provincia. De hecho su lema fue “la tierra para el campesino”. Además del campesinado, su predicamento llegó a los oficiales de la Academia Militar de Homs, que jugarían un papel determinante en la vida política de los años posteriores a la independencia. El Comité Militar: el factor confesional Fue así como el Baaz también expandió su influencia en las Fuerzas Armadas sirias. Durante los años de unidad con Egipto (1958-1961), se formó un Comité Militar clandestino entre los simpatizantes del Partido Baaz. Dicha sociedad secreta estaba liderada por cinco militares sin apenas conexión con el liderazgo político del Baaz. Todos ellos pertenecían a minorías confesionales tradicionalmente excluidas del poder: los alawíes Muhamad Umran, Salah Yadid y Hafez al-Asad y los ismailíes Abd alKarim al-Yundi y Ahmad al-Mir. Con el transcurso del tiempo, todos ellos asumirían cargos relevantes dentro del aparato militar y también gubernamental. Este núcleo duro contaba con el respaldo de otra decena de oficiales, entre los cuales también estaban representadas otras minorías como la drusa. Otro nexo de unión entre todos era su extracción rural y su procedencia de lugares alejados de los centros de poder tradicionales: la planicie de Latakia, la Montaña drusa, el Hawran, el Éufrates y Dayr alZawr. El Comité Militar estaba distanciado de Aflaq, al que acusaban de haber dado un golpe mortal al partido al disolverlo en el Congreso de Beirut de 1959. Cuando la unión con Egipto se rompió criticaron con acidez el apoyo de Bitar al manifiesto del 2 de octubre de 1961, en el que se acusaba a Naser de “haber distorsionado la idea del nacionalismo árabe” y “estrangular la vida política y democrática”. Tras la disolución de la República Árabe Unida, el Comité Militar se vio obligado a operar en la clandestinidad. Tras su disolución formal, el Baaz atravesaba una delicada situación, ya que muchos de sus cuadros habían sido seducidos por el naserismo y parte de su electorado, especialmente el campesinado, le había dado la espalda. Su situación era tan desesperada que cuando en 1962 reanudó sus actividades apenas contaba con 500 miembros. El Vº Congreso Nacional del Baaz, celebrado en Beirut en mayo de 1962, abogó por la unión con Egipto pero esta vez sobre “unas nuevas bases para evitar cometer los errores del pasado”. En lugar de demandar la fusión de ambos países, se reclamó una federación que contase con una dirección colegiada. Dicho congreso también aprobó la creación de un Mando Regional provisional encaminado a renovar el Baaz sirio, doblemente golpeado por la huida de muchos de sus simpatizantes a las filas naseristas y por las purgas acometidas7. Con el transcurso del tiempo, este Mando Regional, controlado por el Comité Militar, fue ganando autonomía y operando de una manera cada vez más independiente del Mando Nacional dirigido por Michel Aflaq. El hecho de que la ideología baazista resultara “poco atractiva para el campesinado pobre y la clase trabajadora siria, a excepción de su mensaje nacionalista”8, dificultaba la conquista del poder por medio de unas elecciones. El mando militar del partido tampoco contaba con una red de apoyos relevante, ya que ninguno de sus integrantes pertenecía a las grandes familias que habían orquestado el juego político desde la independencia ni tampoco a las elites tradicionales que disponían de su propia clientela. Por último, su dispersa procedencia rural y su pertenencia a minorías confesionales les restaba apoyos tanto en las grandes urbes, que históricamente habían dirigido los destinos del país, como entre los árabes sunníes que representaban cerca del 65 % de la población. CONFESIÓN DE LOS MIEMBROS DEL COMITÉ MILITAR DEL BAAZ (1959-1965) Confesión 1959 % 1961 % Hasta % el golpe Suníes Alawíes Drusos Ismailíes 2 1 1 50 25 25 Después % del golpe 2 3 28.6 42.8 de 1963 1 2 20 40 2 28.6 2 40 de 1963 6 3 2 2 julio 1963- % diciembre 46.1 23.1 15.4 15.4 1964 7 3 2 2 50 21.4 14.3 14.3 Fuente: Batatu, op. cit., p. 150. La conquista del poder por el Baaz El 8 de marzo de 1963 tuvo lugar el nuevo golpe militar. Un Consejo Nacional del Mando Revolucionario, como el que había sido creado en Egipto en 1952, se hizo con las riendas del gobierno. El Baaz mantuvo una posición predominante con 12 7 Ben-Tzur, Avraham. 1968. “The Neo-Bath Party of Syria”. Journal of Contemporary History, 3: 3, p. 166. 8 Galvani, art. cit., p. 5. miembros en el nuevo consejo, mientras que otros ocho fueron a parar a los naseristas e independientes. A partir de entonces, el Baaz se convirtió en el partido único y el resto de las formaciones políticas fueron suprimidas por decreto. La formación del nuevo gobierno fue encomendada a Salah al-Din al-Bitar y la presidencia, tras un breve periodo en manos de Luai al-Atasi, fue a parar al coronel Amin al-Hafez, todos árabes sunníes. El nuevo presidente contó con el respaldo de Michel Aflaq, quien maniobraba desde la sombra para recuperar el terreno perdido en los últimos años y para que el Mando Nacional, y no el Comité Militar, marcase las directrices, algo cada vez más difícil dada la desigual repartición de fuerzas existente sobre el terreno y el desprestigio de Aflaq. En realidad, el fundador del Baaz y la junta militar se necesitaban mutuamente, ya que mientras Aflaq dependía de los militares, la junta también consideraba útil el mantenimiento de Aflaq como secretario general del Baaz, al interpretar que así conseguían una legitimidad panárabe e internacional9. En los siguientes tres años, Bitar dirigió tres gobiernos diferentes que nacionalizaron la empresa privada y la banca, emprendieron la reforma agraria y pusieron fin a la libertad de prensa. Los miembros del Comité Militar, demasiado jóvenes e inexpertos, decidieron mantenerse en un discreto segundo plano. El interés del Comité se cifraba esencialmente en el control del Ejército más que en los asuntos de estado, que fueron dejados a otros baazistas con un perfil más político10. El nuevo golpe militar fue presentado a la población como un paso en el camino de la restauración de la RAU, que además se reforzaría con la incorporación de Irak, donde también los baazistas y naseristas habían conseguido hacerse con el poder. De hecho, el 17 de abril las delegaciones siria, egipcia e iraquí alcanzaron un principio de acuerdo en torno a una Constitución unificada y acordaron someter a referéndum la creación de una federación. Pese a ello, el avance de las negociaciones se vio truncado por la ausencia de una auténtica determinación política, ya que las conversaciones fueron consideradas por los nuevos dirigentes como una maniobra de distracción para apaciguar la creciente presión popular en torno a la unidad árabe. Como se había demostrado en el pasado, el naserismo y el baazismo eran difícilmente conciliables por la mutua desconfianza que se profesaban. En este tumultuoso contexto surgió el neobaazismo. El Congreso Regional del 9 Moubayed, op. cit., p. 133. Galvani, art. cit., p. 6. 10 Baaz, celebrado en septiembre de 1966, puso de manifiesto el retroceso de Aflaq, figura a la que se tachó de ser un vestigio del “antiguo orden social y económico”, y de Bitar, cada vez más aislado ante el avance de los militares. El conclave evidenció también el alejamiento de la ortodoxia baazista y la consagración de pensadores marxistas como Hammud al-Shufi y Yasin al-Hafez, que plantearon una ideología de recambio basada en un programa de corte soviético. El documento ‘Algunas consideraciones teóricas’, aprobado durante el congreso, se cifraba como objetivo el establecimiento de una planificación socialista, granjas colectivas gestionadas por el campesinado y el control de los medios de producción por el proletariado. Shufi y Hafez consideraban que las Fuerzas Armadas deberían asumir el protagonismo para impulsar el proyecto socialista, habida cuenta de que la peculiar estructura socio-política siria, dominada por un ‘régimen parlamentario burgués’ dirigido por elementos reaccionarios feudales y burgueses, frenaba ‘la liberación de las masas’ y las posibilidades de cambio11. Para salir de este círculo vicioso, no sólo se requería un golpe, sino también una dictadura militar destinada a imponer la revolución verticalmente. Yasin al-Hafez era partidario de la implantación de una ‘democracia popular’ que garantizase las libertades de las clases trabajadoras, algo que sólo podría alcanzarse por medio de una ‘lucha popular’ con la ayuda tanto del partido como de los militares. En su pensamiento pesó el hecho de que el Baaz, a pesar de controlar el poder, contase con un respaldo social sumamente limitado debido a las suspicacias que despertaba su ideario socialista entre una población mayoritariamente musulmana. La única baza que tenía, pues, para alcanzar el gobierno y aplicar su programa eran precisamente los militares12. Ahora bien, Hafez también advirtió de los peligros de que una ‘burocracia militar’, una vez conquistado el gobierno, se perpetuase indefinidamente en el poder. El neobaazismo también interpretó que “la fusión orgánica de los sectores de la vanguardia militar y civil era un prerrequisito urgente para la reconstrucción socialista”. Tras el Congreso, el Baaz quedó como partido único a través del cual deberían organizar su actividad política trabajadores, campesinos, estudiantes, escritores, mujeres y jóvenes. COMUNIDADES RELIGIOSAS EN SIRIA EN 1964 11 Ben-Tzur, art. cit., p. 170. Perlmutter, Amos. 1969. “From Obscurity to Rule: The Syrian Army and the Bath Party”. The Western Political Quarterly, 22: 4, p. 837. 12 GRUPOS RELIGIOSOS FIELES % GRUPO % TOTAL SUNÍES ALAWÍES ISMAILÍES OTROS CHIÍES TOTAL MUSULMANES 3.950.000 600.000 56.000 25.000 4.631.000 85.3 13 1.2 0.5 100 72.2 11 1 0.3 84.7 GRECO-ORTODOXOS ARMENIOS-ORTODOXOS GRECO-CATÓLICOS SIRIO-ORTODOXOS SIRIO-CATÓLICOS MARONITAS ARMENIOS-CATÓLICOS NESTORIANOS PROTESTANTES CATÓLICO-ROMANOS TOTAL CRISTIANOS 246.000 140.000 80.000 72.000 30.000 25.000 24.000 15.000 12.000 10.000 654.000 37.6 21.4 12.2 11 4.6 3.8 3.7 2.3 1.8 1.5 100 4.5 2.5 1.5 1.3 0.6 0.5 0.4 0.3 0.2 0.2 12 DRUSOS YAZIDÍES JUDÍOS TOTAL OTROS 170.000 10.000 4.000 184.00 - 3 0.2 0.1 3.3 Una vez en la presidencia, Amin al-Hafez retomó las medidas para implantar un régimen socialista con un absoluto control sobre el mercado, nacionalizando la red eléctrica, el sistema bancario, la incipiente industria petrolífera y también las explotaciones algodoneras. Yusuf Zuayin, ministro de Reforma Agraria, fue el encargado de poner en práctica un radical programa de expropiaciones que afectó especialmente a los grandes terratenientes de Alepo, Hama, Homs, Latakia y Damasco, aunque sólo el 18 % de la tierra cultivada fue repartida entre el campesinado. La deriva marxista del Baaz despertó las reticencias de una significativa parte de la sociedad siria y, en particular, de los estamentos religiosos que lanzaron una campaña contra el liderazgo laico. En abril de 1964, los Hermanos Musulmanes sirios constituyeron el Movimiento de Liberación Islámica. Hama, ciudad tradicional de mayoría sunní que había sido especialmente golpeada por la reforma agraria, se convirtió en el epicentro de la revuelta islamista. Desde los alminares de las mezquitas se llamó a la población a emprender la yihad contra el gobierno ‘apóstata’. Los disturbios desencadenaron una violenta represión en la cual perdieron la vida medio centenar de islamistas. Una vez sofocada la revuelta, el régimen decidió tomar el control directo de todos los bienes religiosos y se reservó la potestad de designar a los predicadores de las mezquitas. CONFESIÓN DE LOS MIEMBROS DEL MANDO REGIONAL DEL BAAZ (1963-1966) Confesión Suníes Alawíes Drusos Ismailíes Cristianos greco-ortodoxos Nº de miembros 29 8 10 15 1 % 54.7 15.1 18.9 9.4 1.9 Fuente: Batatu, op. cit., p. 164. El contragolpe neobaazista El 23 de febrero de 1966 Amin al-Hafez fue desalojado de la presidencia. Una de las primeras decisiones del nuevo hombre fuerte de Siria, el general Salah Yadid, fue expulsar del país a los miembros del Mando Nacional del Baaz, incluidos los históricos dirigentes Michel Aflaq y Salah al-Din al-Bitar, que no volverían a pisar territorio sirio. El nuevo golpe fue recibido con indiferencia por la población y tan sólo se registraron algunas escaramuzas entre los diferentes clanes militares en Homs, Alepo y Latakia. Las luchas internas dentro del Comité Militar provocaron la caída de uno de sus fundadores, Muhamad Umran, quien tras desempeñar el puesto de ministro de Defensa también fue defenestrado por Yadid al considerarle una potencial amenaza. Nur al-Din al-Atasi, que había servido como médico de Houri Boumedianne en la guerra de independencia argelina, fue designado nuevo presidente de la república y asumió, al mismo tiempo, el cargo de secretario general del Mando Regional del Baaz. En su encumbramiento debió pesar la tradición de que el presidente de la república fuera un árabe sunní, en este caso un miembro de la prestigiosa familia de Homs que ya había dado varios dignatarios a la república, quien asumiera los destinos del país. Sin embargo fueron dos militares alawíes –Salah Yadid y Hafez al-Asadquienes controlaron los resortes del poder entre bambalinas. Mientras el primero asumió el puesto de vicesecretario general del Mando Regional del Baaz, el segundo quedó como ministro de Defensa y, por lo tanto, máximo responsable del aparato militar, que parceló adecuadamente para su mejor control “garantizándose su lealtad mediante la distribución de favores y la prestación de servicios, a la manera de un líder tribal”13. Varios oficiales drusos, que también habían tomado parte de manera indirecta en el Comité Militar, interpretaron que estaban perdiendo terreno frente a los alawíes al ser relegados a un segundo plano. Otros dos médicos que habían tomado parte en la guerra argelina, Yusuf Zuayin e Ibrahim Maknus, asumieron los puestos de primer ministro y de Asuntos Exteriores, respectivamente. Ambos estaban convencidos que Israel, al igual que Francia, podía ser 13 Seale, Patrick. 1988. Asad of Syria. The Struggle for the Middle East. University of California: Berkeley, p. 144. derrotada mediante una guerra de liberación popular. Abd al-Karim al-Yundi, uno de los fundadores del Comité Militar y miembro de la minoría ismailí, se encargó en un primer momento el ministerio de Reforma Agraria pasando después a responsabilizarse de la estratégica Seguridad Nacional. La gestión del nuevo gabinete fue bastante deficitaria debido, entre otras razones, a que sus miembros estaban más acostumbrados a las intrigas palaciegas que a la gestión de los asuntos de estado. A excepción del presidente Nur al-Din al-Atasi, el resto de los prohombres del régimen eran unos absolutos desconocidos para la población. En un país en el cual las redes de patronazgo eran esenciales en la vida pública, la conquista del poder por un reducido grupo de personas de extracción rural y confesión minoritaria supuso un abrupto cambio respecto a las dinámicas políticas previas. De hecho, los nuevos dirigentes persiguieron con dureza a toda aquella persona sospechosa de tener vínculos con el antiguo orden y con los grandes linajes, favoreciendo a los sectores tradicionalmente excluidos: el campesinado, el proletariado y las minorías, lo que trastocó la estructura social siria en los siguientes años. El golpe militar de Salah Yadid y, todavía más claramente, el ascenso de Hafez al-Asad al poder en 1970 mostraron un hecho sin precedentes en el mundo árabe: “Una minoría, si bien musulmana, dominó un Estado ampliamente sunní gracias a su control del Ejército”14. Conscientes de esta circunstancia, los alawíes decidieron aliarse con el resto de minorías confesionales, es decir con los drusos, los ismailíes y los cristianos, que constituyeron un cinturón defensivo frente a la recelosa mayoría sunní. Como los kurdos, los alawíes también habían gozado de una importante presencia en el seno de las Fuerzas Armadas, en buena parte debido a las políticas coloniales francesas destinadas a sobredimensionar a los elementos minoritarios dentro de las Tropas Especiales, ya que “alawíes y drusos podrían ser empleados en la lucha contra los árabes sunníes y movilizados contra las demandas nacionalistas de unificación y centralización”15. En los años 1925 y 1944, los alawíes representaban el 19,6 % y el 22,6 % de las Tropas Especiales, pese a que suponían poco más del 10 % de la población. En la incorporación de los alawíes al Ejército colonial debió también pesar su 14 Olson, Robert W. 1982. The Ba´th and Syria, 1947-1982. The Evolution of Ideology, Party and State. The Kingston Press: Princeton, p. 76. 15 Bou-Nacklie, Nacklie Elias. 1993. “Les Troupes Speciales: Religious and Ethnic Recruitment, 1916-1946”. International Journal of Middle East Studies, 25: 4, p. 652. precaria situación económica y su creencia, acertada como se vería en el futuro, de que podría convertirse en un medio para ascender en la escala social. Durante las décadas de los cincuenta y los sesenta, los alawíes no sólo mantuvieron sus porcentajes en las Fuerzas Armadas, sino que además vieron cómo su posición se reforzaba debido a las numerosas purgas registradas tras cada golpe de estado. Tras la disolución de la RAU, los oficiales alawíes agrupados en torno al Comité Militar consideraron que se deban las condiciones necesarias para conquistar el poder. Con la independencia de Siria salieron a escena diversos elementos que, hasta el momento, habían jugado un papel irrelevante. Tras la Segunda Guerra Mundial, “los pueblos rurales, especialmente las minorías religiosas de la periferia siria –los alawíes en los accidentados distritos montañosos del noroeste de Siria y los drusos en las inhóspitas colinas al sureste de Damasco- comienzan a incorporarse a la escena política nacional”16. Hasta aquel momento, dichos grupos habían permanecido divididos y aislados por variadas razones, entre ellas la compleja orografía del territorio sirio o la lealtad a la tribu, el clan o la secta antes que al gobierno o la ideología. El Congreso Constituyente del Partido Árabe Baaz de 1947 remarcó que el arabismo era el principal factor de cohesión nacional y regional y su Constitución consideró que “la nación constituye una entidad espiritual y cultural, y todas las divergencias entre sus hijos son contingentes y falsas, y desaparecerán al despertar la conciencia árabe”. Las minorías confesionales, históricamente marginadas por la mayoría sunní, sintieron atracción por este mensaje panarabista, socialista, secular, pero sobre todo igualitario. A partir de entonces, la defensa de lo árabe se convirtió en un aspecto tan importante como la salvaguarda de la ideología socialista. Si tenemos en cuenta que en el territorio sirio coexistían diferentes grupos confesionales, podemos comprender el énfasis que se puso en la identidad árabe, compartida por el 90 % de la población. La militarización de la vida política a partir del golpe baazista de 1966 supuso el ascenso definitivo de esta nueva jerarquía, de origen humilde y rural por lo general, es decir, ajena a las oligarquías urbanas de Alepo, Damasco o Hama, y la consagración de las Fuerzas Armadas como plataforma óptima, en combinación con la inevitable afiliación al Baaz, hacia los puestos de relevancia. Salah Yadid procedía de la aldea de 16 Khoury, Philip S. 1991. “Continuity and Change in Syrian Political Life: The Nineteenth and Twentieth Centuries”. The American Historical Review, 96: 5, p. 1375. Duwayr Baabda, en el litoral mediterráneo, y su familia pertenecía a la prestigiosa confederación tribal de los Haddadin. Por su parte, Hafez al-Asad, su ministro de Defensa y número dos del régimen, formaba parte del clan alawí de Kalbiya, afincado en la zona de Qardaha. La derrota siria en la guerra de los Seis Días de 1967 y la pérdida del Golán tuvo inmediatas consecuencias en la política interna. Como era previsible, la lucha por el poder dentro del régimen sirio se desató de manera inmediata. Tal y como ocurriera en 1948, unos y otros se acusaron de ser responsables directos de la derrota. Hafez al-Asad, ministro de Defensa, tuvo que hacer frente a fuertes presiones para que dimitiera. Probablemente le salvó el hecho de que el régimen cerró filas en torno a él para evitar su inmediato colapso. También la población se mostró extremadamente crítica con sus dirigentes, que durante años habían suprimido las libertades básicas e impuesto la ley marcial y el estado de emergencia con el pretexto de preparar la ‘batalla del destino’ contra Israel. A pesar del desgaste sufrido, Yadid no consideró necesario imprimir un giro radical a su política y reanudó, si cabe con más intensidad, su respaldo a los fedayín palestinos. Eso sí, la guerrilla palestina fue invitada a operar desde el territorio jordano, lo que permitió a Siria mantener el estado de guerra con Israel y, a un mismo tiempo, desestabilizar al régimen conservador jordano, situación que desencadenó años después el Septiembre Negro17. Al percibir que el choque con Yadid era inminente, Asad decidió dar una serie de pasos encaminados a debilitar al máximo a su rival. El ministro de Defensa fue apartando, uno a uno, a los hombres de confianza de Yadid de los puestos clave de las Fuerzas Armadas y de los Servicios de Inteligencia y situando a personas de su entera confianza. Ahmad al-Suwaydani, jefe del Estado Mayor, fue reemplazado por Mustafa Tlas, mano derecha de Asad. Poco después cayó Abd al-Karim al-Yundi, que había implantado un régimen de terror desde los Servicios de Inteligencia, quien apareció suicidado. Tras asegurarse esos dos resortes de poder, Asad controló también el Mando Regional del Baaz. La Siria de Hafez al-Asad El 16 de noviembre de 1970, Hafez al-Asad, el más joven de los integrantes del Comité Militar, llevó a cabo su Movimiento Rectificador. Frente al radicalismo de sus predecesores, Asad siguió una política pragmática aproximándose a los dos grandes 17 Olson, op. cit., p. 112. centros de gravedad árabes: Egipto y Arabia Saudí. La reconciliación con El Cairo era un paso imprescindible si Asad quería recuperar algún día los territorios ocupados por Israel, mientras que el acercamiento a Riad estaba justificado por su centralidad dentro del sistema árabe, especialmente tras la ‘petrodolarización’ experimentada como consecuencia de la subida de los precios del petróleo. Como en otros periodos, el acercamiento a estas dos potencias regionales implicó un distanciamiento de Irak y Jordania, con los que el régimen mantuvo una relación tensa. En la escena doméstica, Asad encaminó sus esfuerzos a ampliar el radio de acción del Baaz al conjunto de la sociedad siria, poniendo especial énfasis en ganarse a quienes más reservas tenían ante el proyecto baazista. Asad viajó por todo el país y recibió a centenares de delegaciones de cada una de sus catorce provincias para tratar de hacer más digerible el hecho de que la presidencia fuera ocupada por un miembro de una minoría confesional como la alawí. Una de sus primeras decisiones, de carácter populista, fue bajar los precios de los productos básicos un 15 % con el objeto de ganar apoyos entre las clases medias. Asimismo purgó la cúpula de los temidos servicios secretos y revocó algunas confiscaciones de tierras y propiedades realizadas por el gobierno de Yadid. También hizo varios gestos encaminados a atraerse la pequeña burguesía sunní, especialmente los empresarios, los artesanos y los comerciantes de Damasco, a los que intentó ganarse mediante la adopción de diversas medidas liberalizadoras que contrastaron con el colectivismo del periodo anterior. No por casualidad sus tres primeros ministros –Abd al-Rahman Julayfawi, Mahmud al-Ayubi y Muhamad Ali Halaba-, pertenecieron a importantes linajes sunníes de Damasco. Estas maniobras para ganarse el respaldo de la población sunní no implicaron un abandono de sus tradicionales aliados. De hecho, tuvo un especial cuidado en mejorar las condiciones de vida de la población rural mediante la redistribución de los grandes latifundios que habían sido nacionalizados, la llegada de la electricidad y el agua potable y la universalización de la educación18. En cierta medida, el Estado baazista de Asad fue “un animal híbrido: de Yadid heredó el modelo estatista soviético y el compromiso de promover a las clases más desfavorecidas”, aunque al mismo tiempo, con el objeto de extender su red de apoyos entre las clases desafectas, “promovió la liberalización económica y política”19. 18 19 Devlin, art. cit., p. 1406. Seale, Asad of Syria..., p. 169. Para evitar ser acusado de sectarismo, sus colaboradores más directos y los puestos clave del régimen baazista no fueron elegidos entre miembros de su comunidad. No fue alawí ninguno de sus primeros ministros, ni tampoco sus ministros de Defensa, Mustafa Tlas, y Asuntos Exteriores, Abd al-Halim Jaddam, dos de los sus hombres de confianza durante sus treinta años de gobierno. Tampoco el vicesecretario general del Mando Regional del Baaz, Abdullah al-Ahmar. Ello parece mostrar que la política de Asad estuvo basada en razones de estado más que en criterios estrictamente confesionales, a menudo sobredimensionados por sus detractores. El dominio reservado de los alawíes fue, sin duda, el aparato de seguridad que quedó en manos de Muhamad al-Juli, en un intento de blindar al régimen y garantizar su supervivencia. Cuando Muhamad Umran, uno de los miembros del Comité Militar y ex ministro de Defensa, manifestó su intención de retornar a Siria, fue fulminantemente asesinado en su casa de Trípoli. Los Servicios de Inteligencia, los temidos mujabarat, se multiplicaron y extendieron sus tentáculos por todos los rincones del país para extirpar de raíz cualquier potencial o imaginaria amenaza para el régimen. De hecho, en cada provincia hubo tres hombres fuertes: el gobernador, el secretario del partido y, por último, el responsable del aparato de seguridad, normalmente un oficial alawí. CONFESIÓN DE LOS MIEMBROS DEL MANDO REGIONAL DEL BAAZ (1963-1997) Confesión Suníes Alawíes Drusos Ismailíes 1963 50 12.5 37.5 1966 46.6 26.7 6.7 13.3 1970 78.9 21.1 1975 57.1 33.3 4.8 1980 66.7 19 4.8 1985 66.7 19 4.8 Fuente: Batatu, op. cit., pp. 246-247. Consciente de que las Fuerzas Armadas podían representar una potencial amenaza, Asad acumuló un poder inusitado en sus propias manos y desarrolló vínculos directos, de carácter clientelar, entre cada uno de los brazos del aparato militar y la presidencia. Desde la cúspide de la pirámide de poder ejercía un control directo sobre todas y cada una de las decisiones que afectaban a las Fuerzas Armadas, fomentando las disputas entre los diferentes grupos y personas para ejercer el papel de árbitro entre las distintas facciones. En definitiva, Asad instauró un “Estado ‘bonapartista’ o una monarquía de carácter presidencialista a través de su control de los pilares institucionales del régimen –el Baaz, el Ejército y la burocracia- adoptando una estrategia patrimonialista que situaba a la clientela alawí en puestos estratégicos en el aparato militar-securitario y estableciendo una alianza política con los oficiales sunníes y los políticos del partido”20. Las Fuerzas Armadas, bajo su absoluto control, ocuparon un lugar central. No sólo conservaron sus privilegios previos, sino que además Asad los amplió de manera considerable con la intención de garantizar su absoluta lealtad. A mediados de la década de los setenta, el Ejército sumaba 225.000 personas; diez años más tarde, alcanzaban ya los 400.000. Para evitar que los militares volvieran a desestabilizar el país, situó a dos hombres de su entera confianza, los sunníes Mustafa Tlas e Hikmat al-Shihabi, al frente del ministerio de Defensa y del Estado Mayor. Ambos conservaron sus cargos hasta la llegada al poder de Bashar al-Asad en el año 2000. Al mismo tiempo colocó a sus leales en los puestos más sensibles y en las unidades más próximas a Damasco. El Baaz quedó también bajo una estricta vigilancia. Tras encarcelar al presidente Atasi y a Yadid, emprendió una purga entre sus incondicionales dentro del aparato del partido. Además asumió el cargo de secretario general y designó un nuevo Mando Regional provisional de personas de su entera confianza. Para evitar que se reprodujeran conflictos pasados entre las diferentes tendencias del partido, Michel Aflaq y Amin alHafez, que se habían refugiado en Irak, fueron condenados a muerte en ausencia. A pesar de que el partido siguió manteniendo un importante papel como movilizador de la población (llegó a superar en los años venideros el millón de afiliados), su papel fue simbólico ya que Hafez al-Asad asumió un poder prácticamente absoluto. Además de ampliar sus respaldos sociales y reforzar su control del aparato militar, securitario y partidista, Asad también era consciente de que era necesario poner fin a la excepcionalidad política vivida desde la conquista del poder por el Baaz en 1963. Para ello decidió aprobar diversas medidas encaminadas a normalizar la vida política por medio del restablecimiento de la vida parlamentaria y la aceptación de un limitado pluralismo político. Pocas semanas después de llegar al poder, nombró a los 173 miembros de una nueva Asamblea Popular. En 1972 inspiró la creación de un Frente Progresista Nacional en el que se integraron, además del Baaz, la naserista Unión Socialista Árabe, el Partido Comunista de Siria, el Partido Socialista Árabe y el Movimiento de la Unión Socialista, aunque les impidió captar a militantes dentro de las filas del Ejército. Un año más tarde, tuvieron lugar las primeras elecciones legislativas celebradas desde 1962. Todos los partidos del Frente tuvieron representación 20 Hinnebusch, Raymond A. 1989. Peasant and Bureaucracy in Ba'thist Syria: the Political Economy of Rural Development. Westview Press: Boulder, p. 306. parlamentaria en la Asamblea del Pueblo e, incluso, varios partidos fueron recompensados con carteras ministeriales en las décadas de los setenta y los ochenta. También se impulsó la redacción de una nueva Constitución, que fue duramente contestada por los sectores islamistas ya que en un principio no especificaba, al contrario que en otras ocasiones, que el presidente de la república debería ser un musulmán. Antes de someterla a un referendo el 12 de marzo de 1973, decidió incorporar un nuevo artículo que recogiera dicha demanda con el objeto de evitar una revuelta similar a la registrada en 1964. El nudo gordiano de la cuestión era que los sectores islamistas radicales interpretaban que la heterodoxa secta alawí no formaba parte del Islam, ante lo cual Asad maniobró para que un influyente imán chiíta libanés, el clérigo Musa al-Sadr, emitiera una fatua que reconocía a los alawíes como parte de la comunidad musulmana chií. En cualquier caso, la religiosidad de Asad era bastante heterodoxa como demostró al afirmar que “el Islam es una religión de amor, de progreso, de justicia social, de plena igualdad; una religión que protege al pequeño del grande, al débil del poderoso, una religión en sintonía con el espíritu de cada época”. La consolidación del liderazgo del Asad en el ámbito interno dio a Siria una estabilidad sin precedentes en su historia contemporánea, plagada de intentonas golpistas y de bandazos políticos. Tras la guerra de Yom Kippur en 1973, Siria vivió un periodo de desarrollo económico provocado por la llegada de enormes inversiones procedentes de los países árabes del Golfo. Si antes de la guerra la ayuda externa, sobre todo procedente de los países árabes y del campo socialista apenas alcanzaba los 50 millones de dólares anuales, en 1974 la cifra llegó a los 600. También los pozos petrolíferos sirios aumentaron la extracción de crudo alcanzando las exportaciones petrolíferas los 700 millones en 1974, suma diez veces mayor que la del año anterior, y superando por primera vez los ingresos proporcionados por el algodón. Durante toda la década de los ochenta, la generosa ayuda soviética permitió “transformar una nación débil como Siria en una sólida potencia regional, cuyos intereses deberían ser tenidos en cuenta”21. No todos los sectores de la sociedad siria se beneficiaron por igual de la boyante situación económica, ya que sólo un pequeño círculo de personas que formaban parte del régimen o mantenían una estrecha relación con él, se enriquecieron y, en algunos casos, amasaron importantes fortunas. Los hombres de negocios, los políticos y los 21 Drysdale, Alasdair y Hinnebuch, Raymond. 1991. Syrian and the Middle East Peace Process. Council of Foreign Relations Press: Nueva York, p. 151. militares desarrollaron estrechos vínculos y urdieron complejas redes de patronazgo. Entre los más beneficiados se contaban el cuñado del presidente Hafez al-Asad, Muhamad Majluf, y su hermano Rifaat, responsable de las Compañías de Defensa. La familia Majluf controlaba el sector bancario público, el mercado libre de impuestos en los aeropuertos y aduanas y el sector de las telecomunicaciones (Leverett, 2005: 83-84). Por su parte, Rifaat al-Asad amasó una enorme fortuna mediando entre los inversores saudíes y los empresarios sirios y aprovechando su posición privilegiada para impulsar todo tipo de proyectos de desarrollo, construcción y comunicación. Abd al-Halim Jaddam, comisario político en Líbano, consiguió también grandes beneficios en el sector de la alimentación y la familia de Mustafa Tlas controló el sector de la informática. Eso por no hablar de las ganancias obtenidas por los altos oficiales encargados de supervisar la presencia militar siria en Líbano o los prohombres que controlan las aduanas y las transacciones internacionales. La rampante corrupción del régimen le hizo perder parte de los apoyos que había disfrutado tras su llegada al poder en 1970. Consciente de la situación, Hafez al-Asad puso en marcha un Comité para la Investigación de los Beneficios Ilegales en agosto de 1977, que dio algunos golpes mediáticos con la detención de empresarios y militares de graduación intermedia, pero que no llegó a cuestionar el enriquecimiento de los prohombres del régimen. En 1980, en plena revuelta islamista, el presidente designó a Abd al-Rauf al-Qasm, hijo de un importante dignatario religioso, como nuevo primer ministro. Qasm emprendió una ambiciosa campaña contra la corrupción que nuevamente volvió a fracasar al quedar impunes los intocables del régimen. El Estado de Asad fue endureciéndose a medida que sus problemas domésticos y externos se multiplicaron. Para desactivar cualquier oposición real o potencial, recurrió cada vez más a menudo a la represión y la violencia. El combate librado con los insurrectos islamistas entre 1979 y 1982, que a punto estuvo de saldarse con la caída del Asad, radicalizó al régimen, que se hizo aún más despótico y autoritario. Las Fuerzas Armadas y, sobre todo, los Servicios de Inteligencia o mujabarat adquirieron un poder prácticamente ilimitado. Para sofocar la revuelta, Asad ordenó una brutal represión al considerar que estaba librando una lucha por su propia supervivencia. Probablemente “lo que le inclinó hacia la autocracia fueron los peligrosos tiempos que vivió y la naturaleza de las políticas árabes, basada en brutales enfrentamientos entre diversos líderes que disponían de un poder absoluto en sus propios países”22. 22 Seale, Asad of Syria..., p. 178. Tras sufrir un intento de asesinato en 1980, Hafez al-Asad dejó de aparecer en público y vivió en un permanente confinamiento, que acentuó su tradicional distancia de la población. Al contrario que Naser, Asad no era un líder carismático que disfrutara arengando a masas de cientos de miles de personas. Para contrarrestarlo, el régimen alentó un desmesurado culto a su personalidad que hizo que cada aldea, pueblo o ciudad tuviera su propia estatua del presidente. Los edificios públicos se cubrieron con grandes retratos suyos y en todos los comercios del país se exhibieron sus fotografías. En caso de omisión, la policía, los militares o la inteligencia se encargaban de recordarlo. En noviembre de 1983, el presidente sirio se vio obligado a abandonar temporalmente las labores de gobierno para recuperarse de un ataque de corazón. La incertidumbre que creó su estado de salud se extendió por todo el aparato gubernamental, ya que la estructura piramidal que había erigido no podía sostenerse sin su permanente supervisión. Antes de abandonar Damasco, dejó al cargo de la situación a un comité integrado por seis prohombres del régimen, entre ellos Abd al-Halim Jaddam (ministro de Asuntos Exteriores), Mustafa Tlas (ministro de Defensa), Hikmat al-Shihabi (jefe del Estado Mayor), Abd al-Rauf al-Qasm (primer ministro) Abdullah al-Ahmar (vicesecretario general del Mando Nacional del Baaz) y Zuhayr Masharqa (vicesecretario general del Mando Regional). Sorprendentemente no contó con su propio hermano Rifaat, un pilar indiscutible del régimen. Rifaat había acompañado a Hafez desde el principio de su singladura política interviniendo en la captura de Amin al-Hafez en 1966 y en la caída de Abd alKarim al-Yundi en 1968. Además mantenía una estrecha relación con la casa Saud y, en particular, con el príncipe Abdallah, entonces comandante de la Guardia Nacional y hoy en día rey, casado con su cuñada. Como responsable de las Compañías de Defensa, un ejército de elite integrado por 55.000 efectivos que disponía de su propia artillería, marina y aviación, asumió un poder prácticamente ilimitado. Rifaat había salido reforzado de la revuelta islamista, que él mismo sofocó brutalmente en Hama (de hecho, fue llamado a partir de entonces el ‘carnicero de Hama’). Ante la incertidumbre generada por el estado de salud del presidente, varios altos mandos del Ejército pidieron a Rifaat que asumiera el mando para garantizar la supervivencia del régimen en un momento sumamente delicado en el que los peligros regionales se multiplicaban, especialmente en Líbano. Rifaat era partidario de una mayor liberalización económica y de estrechar los lazos con Arabia Saudí. La aplicación del dogma socialista, solía repetir, había empobrecido al país y dividido el mundo árabe; en consecuencia, defendía un replanteamiento de la política exterior siria con la intención de aproximarse a EEUU. Además se mostraba crítico con la falta de libertades: “Hablamos de libertad, pero sólo tenemos libertad para comer y casarnos”. Cuando comenzó a maniobrar para designar a un gobierno más aperturista, Hafez retomó su actividad política, lo que generó el enfrentamiento entre los hermanos. El respaldo de Ali Duba (responsable de la Inteligencia Militar), Muhamad alJuli (Inteligencia Aérea), Ali Haydar (Fuerzas Especiales) y Adnan Majluf (Seguridad Presidencial) fue determinante para que Hafez conservara la presidencia. Este grupo unió a sus fuerzas para frenar a los sectores favorables a Rifaat, que fue nombrado vicepresidente en una maniobra de distracción antes de caer definitivamente en desgracia. En mayo de 1984 se vio obligado a exiliarse, residiendo desde entonces en sus villas de Marbella y la Costa Azul, desde donde se convirtió en puntal de la oposición, sobre todo cuando en 1997 lanzó la ANN, su propio canal de televisión por satélite. Los Servicios de Inteligencia fueron incrementando su poder a medida que demostraron que eran indispensables para la supervivencia del régimen. Muhamad alJuli mantuvo el control de los aparatos de seguridad hasta que en 1987 fue sacrificado por el ‘escándalo Hindawi’. Durante sus años en el cargo, Juli manejó con mano de hierro los aparatos de seguridad y reprimió cualquier brote de disidencia interna y externa. A los Servicios de Inteligencia se atribuyen una cadena de asesinatos que pusieron fin a la vida de destacados opositores a principios de los ochenta: en Francia se asesinó al ex primer ministro Salah al-Din al-Bitar y en Alemania se atentó contra el dirigente islamista Isam al-Attar. Juli también dio luz verde al fallido atentado contra un avión de la línea israelí El Al que hacia el trayecto Londres-Tel Aviv y que se saldó con la detención de Nizar Hindawi, un palestino de origen jordano que viajaba con pasaporte diplomático sirio y que había introducido un explosivo en la maleta de su novia. Tras ser juzgado en octubre de 1986 por un tribunal británico fue considerado culpable y se le acusó de pertenecer a los servicios secretos sirios. Después del juicio, Reino Unido rompió sus relaciones con Damasco, mientras que EEUU, Canadá y Austria retiraron a sus embajadores. La Administración de Reagan también acusó al régimen de dar cobijo al disidente palestino Abu Nidal, lo que llevó a Siria a la lista de organizaciones terroristas de EEUU. MANDOS DE LAS FUERZAS ARMADAS Y SERVICIOS DE INTELIGENCIA (1970-1997) Por adscripción confesional Alawíes Sunníes Cristianos 19 11 1 61.3% 35.5% 3.2% Por clanes alawíes Kalbiya Haddadin Jayatin Matawira 8 4 4 3 42.1% 21.05% 21.05% 15.8% Fuente: Batatu, op. cit., pp. 218-224. La república hereditaria La larga presidencia de Hafez al-Asad, que se prolongó entre 1970 y 2000, no hubiera sido posible sin una cuidada planificación. Además de presidir la República, el Baaz y las Fuerzas Armadas, estableció una cadena de mando que empezaba y terminaba en su persona, esto es, que tanto los máximos responsables del Ejército como los diversos Servicios de Inteligencia o mujabarat dependían directamente de él. Sólo a él rendían cuentas y sólo de él recibían órdenes, sin mediar cadena de transmisión alguna. Esto evitaba una coordinación directa entre los subordinados y, por lo tanto, favorecía un clima de desconfianza en las altas esferas, al tiempo que reforzaba los vínculos de lealtad hacia el líder supremo. Esta estrategia fue fundamental para garantizar la perduración del régimen23. Tras su muerte hubo un consenso de todas las elites dirigentes en torno a la necesidad de mantener el statu quo. Quienes habían detentado la autoridad desde los años sesenta, cerraron filas en torno a la candidatura de su hijo Bashar al-Asad, al entender que era la mejor manera de preservar sus posiciones. El inequívoco compromiso de Bashar, que por entonces sólo contaba con 34 años, en torno a la perpetuación de los privilegios de las elites dirigentes favoreció su entronización al frente de la nueva república hereditaria o yumrukiya. Tras la muerte de Hafez, Bashar fue ascendido a general y designado jefe del Estado Mayor, así como secretario general del Baaz. El 10 de julio de 2000 fue elegido presidente en referéndum. Su meteórico ascenso no estuvo exento de dificultades, ya que determinados 23 Álvarez-Ossorio, Ignacio y Gutiérrez de Terán, Ignacio. 2009. “La república hereditaria siria: el fracaso de una transición”, en Izquierdo, Ferran (ed.). Poder y regímenes en el mundo árabe actual, Bellaterra: Barcelona. prohombres del régimen cuestionaron su idoneidad para asumir la presidencia. Todas aquellas personas que mostraron sus reticencias en público fueron apartadas del poder por Hafez que era consciente que representaban una amenaza para la sucesión. Ali Haydar, al mando de las Fuerzas Especiales, fue obligado a abandonar su cargo en 1994, poco después de conocerse la designación de Bashar como heredero. Adnan Majluf, jefe de la Guardia Presidencial, fue destituido en 1995, se supone por la misma razón. En 1998, el propio Bashar asumió el ataque contra la villa de recreo de su tío Rifaat, un acérrimo opositor de Hafez con el suficiente peso para aglutinar a los sectores hostiles. El ascenso al poder de Bashar desató todo tipo de cábalas en torno al fin del autoritarismo y la reforma del régimen sirio, la mayor parte de ellas sin sustento real. Pocas semanas después de hacerse con la presidencia, Bashar cambió a todos los gobernadores provinciales y al aparato provincial del Baaz: en sus dos primeros años como presidente sustituyó a dos de cada tres altos cargos políticos, administrativos y militares. El primer gabinete que designó prestó especial importancia a los asuntos económicos, la tecnología y la educación, carteras que fueron a parar a una serie de jóvenes tecnócratas formados, como el nuevo presidente, en el extranjero, en la mayor parte de las ocasiones sin credenciales baazistas. La modernización del aparato burocrático era perentoria, sobre todo si tenemos en cuenta que era “torpe, poco transparente, ineficiente y desdeñoso”, cuando no proclive “al soborno y la extorsión”24. En esta línea, el nuevo presidente respaldó el establecimiento de un Instituto Nacional de administración que siguiese el modelo y contara con la colaboración de la École Nationale d´Administration francesa. En 2003 se exigió, por primera vez, que todos los candidatos que concurriesen a las elecciones legislativas tuvieran estudios primarios y secundarios. Siguiendo esta línea reformista, Bashar reclamó durante la celebración del Xº Congreso del Baaz, en junio de 2005, una renovación generacional de sus cuadros, aunque sin cuestionar su condición de “líder de la sociedad”, recogida en el artículo 8 de la Constitución y considerada por muchos como el principal obstáculo para la aparición de un sistema multipartidista. En su discurso, Bashar hizo referencia, con inusual franqueza, a algunos de los principales retos internos que debería afrontar en su presidencia: “Afrontamos numerosas dificultades debido a la debilidad de nuestro estructura administrativa, a la falta de 24 Perthes, Volker. 2004. Syria under Bashar al-Asad: Modernisation and the Limits of Change. Routledge: Londres, pp. 23-24. personal cualificado y a la acumulación crónica de estos problemas”. La elección de Bashar generó un amplio consenso, debido a que todas las elites, ya fueran políticas, militares o económicas, convinieron en que la propia continuidad del régimen estaba en juego y, con ella, su propia supervivencia. Además, la perspectiva de que un joven e inexperto presidente ocupara el lugar de Hafez ofrecía infinitas oportunidades de ascender en la pirámide de poder para determinados actores bien situados en la jerarquía del Estado, dado que Bashar no poseía las cualidades de su padre ni tampoco sus dotes de liderazgo. Las Fuerzas Armadas, dirigidas por Mustafa Tlas, amigo de Hafez al-Asad desde su etapa en la Academia Militar de Homs, secundaron con firmeza la candidatura de Bashar. En el curso de las tres últimas décadas, habían acumulado un poder prácticamente ilimitado, que les había permitido destinar una parte significativa del presupuesto nacional a gastos armamentísticos con el supuesto propósito de alcanzar la ‘paridad militar’ con Israel. El sempiterno enfrentamiento con Israel fue empleado como pretexto para mantener vigente la ley marcial, lo que permitió la persecución sistemática de aquellos que cuestionaron la legitimidad del régimen y reclamaron una apertura democrática. También los Servicios de Inteligencia, vitales para garantizar la supervivencia del régimen, dieron su respaldo a Bashar. En sus últimos meses de vida, Hafez al-Asad encomendó a Asef Shawkat, responsable de la Inteligencia Militar y a la postre cuñado del nuevo presidente, la tarea de proteger a Bashar y librarle de cualquier peligro. La principal tarea de los mujabarat era frenar eventuales amenazas y extirpar cualquier brote de disidencia que amenazase el poder omnímodo del régimen. No cabe duda que los diversos Servicios de Inteligencia (Directorio de la Seguridad Política, Directorio de la Seguridad General, Inteligencia Militar e Inteligencia de las Fuerzas Aéreas) lograron su objetivo, porque Siria vivió tres décadas de relativa estabilidad política, en abierto contraste con las constantes fluctuaciones previas al Movimiento Rectificador cuando una quincena de golpes y contragolpes militares se sucedieron sin solución de continuidad. Esta relativa estabilidad tuvo un elevado coste, puesto que los derechos humanos fueron violados de manera sistemática y cualquier disidencia fue extirpada de raíz. Por último, Bashar también obtuvo el respaldo de la elite económica damascena, predominantemente sunní pero también cristiana, que mantenía unas buenas relaciones con el régimen, tal y como demostró durante los turbulentos años de la insurrección islamista. Una puntualización importante es que Hafez al-Asad, al contrario de lo que ocurrió en el Egipto de Naser, nunca estableció un Estado completamente socialista y dio “una gran laxitud al sector privado dominado por la elite económica y comercial urbana sunní”25. De hecho, el cuartelazo contra Salah Yadid, tenía entre sus principales objetivos poner coto al ‘radicalismo colectivista’ y apaciguar a la oligarquía financiera y terrateniente del país, sobre todo la damascena, que lo recibió calurosamente. El elemento fundamental de la relación entre el régimen de los Asad y ciertas elites económicas se basa en un acuerdo tácito por el cual el poder aporta cobertura legal y política a las oligarquías afines y éstas aseguran su respaldo financiero y empresarial. Hoy por hoy, esta alianza de intereses se ve reforzada por enlaces matrimoniales y proyectos empresariales conjuntos entablados por las nuevas generaciones de los Asad y el resto de familias políticas y militares poderosas y los herederos de algunas de las fortunas más relevantes del país. Bibliografía: Álvarez-Ossorio, Ignacio y Gutiérrez de Terán, Ignacio. 2009. “La república hereditaria siria: el fracaso de una transición”, en Izquierdo, Ferran (ed.). Poder y regímenes en el mundo árabe actual, Bellaterra: Barcelona. Ayubi, Nazih. 1998. Política y sociedad en Oriente Próximo. La hipertrofia del Estado árabe. Bellaterra: Barcelona. Batatu, Hanna. 1999. 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