RESEÑA – ECLASIOLOGIA- MAGIS III “LA ETICA DE CRISTO” – JOSÉ MA. CASTILLO – DESCLÉE María Elena Velilla de Pusineri- Paraguay En este libro el autor plasma ideas, conceptos y, posiblemente, experiencia de Cristo de manera clara, lúcida y motivante que invita a la lectura primero y, luego a la reflexión profunda acerca de nuestras propias creencias tanto de Dios, de Cristo y de la Iglesia. Nos va presentando en forma concatenada la problemática del mundo y sus cambios, la des-acreditación de todo lo religioso y la poca respuesta que tenemos como Iglesia a las nuevas realidades. Señala que, nuestras viejas respuestas a los nuevos problemas son porque no lo hacemos desde el Evangelio de Jesús. Nos presenta: • A Jesús que plantea una ética de la felicidad y el gozo desde la perspectiva del Dios hecho hombre, del Dios encarnado. Un Dios que opta hacerse hombre, por amor a los hombres y desde su condición de hombre acompañar y salvar a la humanidad. • A Jesús que empieza su misión con y desde los más desprestigiados de su época para buscar el cambio desde ellos. • A Jesús que se conmueve hasta las entrañas con el dolor y el sufrimiento de los demás; que no juzga ni condena. • A Jesús como una buena persona pero no porque lo dijera él, sino por la liberación y la felicidad que transmitía a los que lo conocieron y vivieron con él; a los que liberó de sus cargas (dolores, pecados, enfermedades, incluso de la muerte). A Jesús que se pasó haciendo el bien. Nos presenta también a una Iglesia jerárquica e institucional debilitada y frágil, incapaz de dar pasos ágiles para contener y responder a las nuevas necesidades de nuestra época. Que sólo quedó en los ritos (vacíos) como expresión de fe. Contrasta ésta realidad a la planteada por Jesús que antepone la vida a la religión. Jesús quería hacer feliz a la gente. Jesús no trae prohibiciones sino propuestas de felicidad compartida venciendo a las tentaciones del dinero y del poder que son los causantes principales de deshumanización. Jesús no se impone desde el poder sino desde la ejemplaridad. Este libro me trajo mucha claridad y sobre todo, mucho material para reflexionar acerca de la persona de Jesús, de sus propuestas y también de mi manera de ver y ser Iglesia. Hago extensiva la invitación de la lectura de este libro tan profundo, con tanto contenido esencial y, a la vez, tan ameno y didáctico que su lectura es un verdadero camino hacia el encuentro con Jesús - hombre - Dios. El libro consta de 12 capítulos, introducción y conclusión, que se recorren rápidamente por lo apasionante del tema presentado con sencillez en el lenguaje y profundidad en los planteamientos. INTRODUCCION El autor señala en la introducción que “la ética se convertido en el espacio privilegiado donde se descifra el nuevo espíritu de la época”, siendo un asunto más urgente que la dogmática, la mística y la espiritualidad. Lo preocupante son los problemas éticos planteados y sobre todo, las respuesta dadas a éstos problemas, pretendiendo dar soluciones que tienen poco o nada que ver, con lo que hizo o dijo Cristo. Se intentan buscar respuestas directas e inmediatas en los evangelios a problemas inexistentes en su época (como la bioética) así como también; los hombres de la política y de la economía, tienden a buscar legitimación en la ética, para justificar lo que hacen o dejan de hacer. El autor señala que la nueva problemática de la ética es que estamos viviendo en la “época del pos deber” en donde se estimulan los deseos inmediatos, la felicidad intimista y materialista, la pura diversión contraponiéndose al orden superior, al orden del deber y de la obligación. Lo que importa no es el deber sino el bienestar. Lo que el autor aporta es que con Cristo podemos superar la ética de deber y llegar a la ética de la felicidad, pero la felicidad para todos y no para unos cuantos privilegiados. CAP. 1 - UNA ETICA DESCONCERTANTE En éste capítulo se señala que los cambios visibles en la sociedad se dan porque las personas somos las que cambiamos, así como todo nuestro mundo de creencias, valores e identidades. Está emergiendo un nuevo modelo de persona. Jesús también introdujo una ética de cambio y por tanto de desconcierto, porque señalaba que las instituciones de su tiempo (religiosas, políticas, familiares) no respondían a la necesidad de felicidad de las personas; eran autoritarias, despóticas, injustas, represoras, moralistas. Era un modelo de amenaza; en cambio, Jesús propone un modelo de “acogida”, especialmente a los despreciables de esa sociedad, sanando heridas, devolviendo la dignidad perdida, la alegría y la esperanza. La ética de Jesús es la ética de la vida, del gozo, y quiso (y quiere) que todos vivamos y gocemos de la vida, gozo compartido, sin excluir a nadie. El autor señala que en nuestro tiempo las dos grandes instituciones (religión y familia) transmisoras de creencias y valores están sumergidas en una profunda crisis, manifestándose en que la relación institucional está siendo cambiada por la relación personal. Lo que da sentido a la vida de las personas no es la institución a la que están vinculadas, sino las personas con las que se relacionan. Por eso el matrimonio está en crisis y la pareja está en auge. Jesús fue muy crítico precisamente con las dos instituciones que hoy se hallan en crisis: familia y religión, y su mensaje sobre el Reino de Dios contrastaba con los lazos familiares, sociales y religiosos de su época. La ética de Jesús fue una ética crítica y de cambio con tantas cosas que funcionaban mal en su pueblo y en su tiempo. Jesús criticó lo criticable y en lugar de lo que criticaba ofrecía los grandes valores del Evangelio. CAP. 2 – LA HUMANIDAD DE DIOS La ética de Jesús fue una ética que se sustentaba en la fe en Dios y que se puede explicar a partir de esa creencia. Para comprender esta ética debemos repensar en la idea que tenemos de Dios y analizar profundamente si ese Dios nuestro coincide o no con el Dios que anunció Jesús. Nuestra cultura y nuestra incapacidad de abarcar a Dios ha desfigurado su imagen hasta convertirlo en juez y censor de todas las cosas que nos dan felicidad y, muchas veces, lo relacionamos con las desgracias que nos ocurren. En la Encarnación es cuando Dios se funde y confunde con lo humano y se nos da a conocer en la persona, en la vida y en las palabras de Jesús. Es por eso que el papel de Jesús es decirnos cómo es ese Dios en el que creemos y al que buscamos. “Quién me ve a mí está viendo al Padre” (Jn 14,9). Ver a Jesús es ver a Dios. Porque lo más profundo de Dios no es su divinidad (que no sabemos lo que es ni podemos saberlo), sino su humanidad. Dios, sin dejar de ser el Trascendente, es la realización más plena y más honda de la humanidad. Dios se hizo debilidad en el misterio de la encarnación para contrarrestar la tentación satánica, manifestada en el mito del paraíso, que consistió en seducir con el deseo de “ser como Dios” (Gn 3,5). Lo primero que Dios vio que tenía que hacer para traer salvación y esperanza al mundo, era humanizarse, hacerse hombre. “No se aferró a su categoría de Dios, sino que, al contrario, se despojó de su rango y tomó condición de esclavo, haciéndose uno de tantos” (Fil 2, 6-7) Una ética, construida desde el Dios humanizado y vivida de acuerdo con ese Dios, es la única ética que hoy se puede aceptar y que puede ayudar a humanizar este mundo tan deshumanizado. CAP- 3 – JESUS SE FUE A GALILEA “…Jesús se fue a Galilea” (Mc 1,14) es la primera decisión que tomó Jesús en cuanto empezó la misión que él creía que tenía que llevar a cabo en este mundo. Una decisión que fue clave en la vida de Jesús fue empezar a desarrollar su actividad en una región lejana, habitada por humildes campesinos y pescadores pobres, gente que además resultaba sospechosa; era una población que carecía de influencia, que no vivía en la abundancia y que además, tenía mala fama. Ser galileo tenía un apelativo de desprecio. Es evidente que Jesús no cuidó su imagen pública ni se afanó por ganarse a los notables o a las clases influyentes de la sociedad de su pueblo y de su tiempo. Es más, se va a una región gobernada por el tirano y corrupto Herodes que no estaba dispuesto a consentir denuncias proféticas de nadie, lo que hacía más peligrosa su estancia en Galilea. Un criterio para saber los principios éticos de Jesús, es el sitio donde quiso vivir y ejercer su misión, la gente con la que prefirió convivir y cómo se desenvolvió, ante los poderes públicos y fácticos de aquella sociedad. Jesús vio que para transmitir un proyecto de vida, que incluía la humildad, la sencillez, la humanidad con los más pobres y con los que sufren, se puede enseñar únicamente viviéndolo uno mismo. Demostró que no puede haber disociación ni menos contradicción entre lo que se dice y lo que se hace, de manera que sólo cuando lo que se dice es explicación de lo que se vive, la palabra es eficaz y convence. Jesús demuestra lo que sostiene la sociología: que lo cambios no vienen por decreto que dictan las autoridades, sino porque la gente evoluciona en su manera de pensar, en su valoración de las cosas y las personas, en sus convicciones o creencias. Los cambios verdaderos no vienen de arriba sino de abajo, es por eso, que vivió con gente pobre, de manera que sus amigos y compañeros fueron personas de ínfima condición, incluso individuos que no eran ejemplares. Sean cuales sean los líderes de cambio, ese cambio nunca se ha llevado a efecto si no ha habido una profunda y amplia implicancia popular. Otro criterio clave de la ética de Jesús es que, sólo desde abajo se ve la realidad dura y cruda del dolor del mundo. La ética de Cristo es fuerte y dura, nos habla con frecuencia de pobres, enfermos, pecadores, desamparados, miserables; es la especie de gente que llena el planeta. Gente sin esperanza que han bajado al fondo de la degradación y que sólo le queda la desgraciada aspiración de la supervivencia. Jesús empezó con el éxito del arrastre sobre las masas de los desgraciados, pero acabó en el desastre de la cruz. CAP. 4 – PASO HACIENDO EL BIEN Pedro, que conoció bien a Jesús, resume su vida en la fórmula: “pasó por la vida haciendo el bien”. Fue una persona para los demás y no para sí misma. La condición de validez de una acción personal consiste en: la aceptabilidad de los demás miembros de la comunidad de dicha acción. El espejo del comportamiento ético no es la propia conciencia, sino el rostro de los que viven conmigo. Todo esto quiere decir que son las víctimas de este mundo quienes, desde su propia experiencia, se constituyen en únicos jueces capacitados para distinguir, con autoridad creíble, lo “bueno” de lo “malo”. Por todo esto se comprende lo que dijo Pedro de Jesús: “pasó haciendo el bien”. Aquel hombre vio con sus propios ojos y oyó con sus propios oídos la alegría de los enfermos sanados por Jesús, el gozo de los pecadores acogidos y perdonados, el entusiasmo de la gente pobre que comió hasta saciarse. Jesús se pasó haciendo el bien porque los que se acercaron a él se sintieron bien. De Jesús se dijo que era una buena persona no porque lo proclamó él sino porque lo vieron y lo sintieron los demás. La ética de Jesús es una ética para la felicidad, para que nos sintamos dichosos de haber nacido. Jesús tuvo en cuenta las “normas” que Dios ha dictado a la humanidad pero a partir de la condición básica de que estas normas no traigan, como consecuencia de su cumplimiento, más desgracias, angustias y sufrimientos a la humanidad. Porque en la realización de lo humano es donde podemos encontrar al Dios que se humanizó en el hombre Jesús de Nazaret. CAP. 5 – NO TIENEN VINO Jesús hacía cosas que tenían un significado y a esas cosas se le llama signos. Signos que producen una profunda experiencia, que es la fe. Los signos (milagros) son actuaciones que confirman la presencia de un profeta enviado por Dios. El relato de la boda de Caná (Jn 2, 1-11) es el primer signo que hizo Jesús. El agua, que Jesús convirtió en vino, no era agua para usos domésticos (beber, guisar, lavarse), no era agua para la vida sino que se trataba de un agua para la religión. “Había seis tinajas de piedra de unos cien litros cada una, como lo pedían los ritos de purificación de los judíos” (Jn 2, 6). Se expresa así la enormidad y la pesadez de la religión que hacía más hincapié en la pureza que en la justicia. Jesús desde el primer momento de su actividad pública suprimió el agua de la religión y la convirtió en vino, signo de la abundancia, de la vida y del gozo de vivir, como lo habían anunciado los profetas. Lo que Jesús quiso decir en definitiva es, que el viejo orden religioso había terminado. Dios dejó de imponer y exigir rituales religiosos y purificaciones sagradas y se comunica en la vida, en la alegría y en el disfrute de vivir. La enseñanza de fondo de este relato es genial: “no pongas tu fe en la mágica eficacia que puedan tener los rituales religiosos, por más que sean rituales de pureza inmaculada; ni pongas tu fe en la presunta salvación que brota del puritanismo de los intachables;…. pon tu fe solamente en el amor, allí donde el gozo inefable del cariño compartido se palpa y se hace visible….” La ética de Jesús nos resulta tan difícil de asumir precisamente por su desconcertante humanidad. A todos nos ha llegado el mensaje de las religiones, que vienen predicando desde tiempos lejanos, la ética del deber y la renuncia, la moral del sacrificio y la mortificación, el vencimiento, el aguante y la paciencia, la privación de todo lo bueno y, sobre todo, la negación del disfrute que proporciona el amor entre los seres humanos. Y no nos han explicado que lo verdaderamente difícil es amar buscando siempre la felicidad de la otra persona, su éxito, su gozo, su alegría, su libertad, sin pretender jamás dominarla, ni hacerla a nuestra imagen y semejanza. Amar de esta manera, con tal limpieza de sentimientos, eso es pureza, eso es lo más difícil de la vida. El fondo del problema está en que la obligación religiosa, no sólo se ha disociado de la necesidad humana, sino que se han enfrentado hasta hacerlas incompatibles. CAP. 6 – LO PRIMERO ES LA VIDA NO LA RELIGIÓN Los tres evangelios sinópticos cuentan que Jesús curó a un manco precisamente el día (un sábado) en el que las leyes religiosas del judaísmo prohibían hacer ese tipo de curaciones (Mc 3, 1-6; Mt 12, 9-12; Lc 6, 6-11). Ahí acusan a Jesús de lo peor que se podía acusar a un judío, el pecado de blasfemia (Mc 2, 7). Un pecado, que además de ofensa a Dios, era un delito y que se castigaba nada menos, que con la pena de muerte. La curación del manco termina con el complot para dar muerte a Jesús. Para Jesús la meta suprema es el amor a los demás, no el cumplimiento del precepto religioso. Antepone lo humano (amar) a lo religioso (cumplir observancias sagradas). En el evangelio de Marcos quedan patentes cuatro cosas: 1- que los discípulos de Jesús no cumplían con determinados e importantes deberes de la religión; 2- que Jesús estaba de acuerdo con semejante conducta; 3- que además daban argumento para justificar aquella conducta; 4- que Jesús hacía y decía todo aquello porque estaba convencido de que lo central para Dios no es la religión (observancia del descanso del sábado), sino el ser humano, especialmente cuando está apremiado por el hambre, el desprecio, la enfermedad. Jesús dijo que quebrantaba el sábado por convicción y la siguiente infracción pondría en riesgo la vida de Jesús. Todo este episodio (curación del manco) nos da a entender lo que de verdad era central en la ética de Jesús, que lo que preguntaba con este hecho era: ¿qué es lo primero para la religión, el cumplimiento del deber (observancia de las normas) o la necesidad que tiene cualquier ser humano de gozar su vida en plenitud? Jesús manifestaba que para él era más importante satisfacer las necesidades de los otros que cumplir con sus propios deberes si éstos se contraponían a la vida, integridad y felicidad de las personas, sabiendo que con esto ponía en riesgo su propia vida. Su vida tenía un dinamismo centrífugo, donde él era “hombre-para-los-demás”. La verdad es que la ética de la necesidad del otro es mucho más exigente y dura de cumplir que la ética del propio deber. CAP. 7 – “SE ME CONMUEVEN LAS ENTRAÑAS AL VER A ESTA GENTE” (Mc 8,2) Cada persona es lo que es su sensibilidad. Y cada cual hace lo que le dicta su sensibilidad; hacemos aquello a lo que somos sensibles y dejamos de hacer cosas a lo que somos insensibles. Así de decisiva es la sensibilidad en nuestras vidas y en nuestro comportamiento. Jesús reaccionaba visceralmente ante la gente que sufría, no aguantaba el dolor de los otros, porque su sensibilidad no lo toleraba; ésta es la clave en la ética de Jesús. La parábola del rico y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) nos viene a decir que lo peor que hay en la vida es la violencia de los indiferentes. Es decir, la violencia de los insensibles ante el dolor ajeno. En la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37) lo más fuerte es que los observantes de la ley (sacerdote y levita) no tuvieron la sensibilidad ante el sufrimiento, mientras que el inobservante (samaritano) fue el que reaccionó ante el moribundo y se le conmovieron las entrañas. Las personas oficialmente más religiosas, piadosas y observantes son las que corren mayor peligro de satisfacer su sensibilidad, centrándose en sí mismas, en lugar de orientarse hacia los demás. En este caso, la religiosidad y la buena conducta se convierten en el más refinado egoísmo. Un egoísmo, además, del que el individuo jamás es consciente. En el relato del “juicio final” (Mt 25, 31-46), parábola en la que un pastor separa a las ovejas de las cabras, es donde se expresa el logro o el fracaso de cada ser humano. A juicio de Cristo el Señor, el criterio determinante, a la hora de valorar la conducta de cada uno, no es ante todo la violencia que causó sufrimientos a los demás, sino es la indiferencia ante el dolor, desamparo, sufrimiento de los demás. Según el Evangelio, lo decisivo no está en cumplir con los deberes que nos imponen los mandamientos, sino en satisfacer las necesidades humanas que experimenta cualquier persona, sea cual sea la causa por la que se vea metida en tales necesidades, incluso cuando se trate de presos que están pagando por delitos y culpas que ellos mismos cometieron. Si la sensibilidad humana ante el sufrimiento o la felicidad de las personas no es un criterio que se basa en un principio religioso, debemos asumir como criterio de conducta una ética laica, ya que cualquier realidad humana de dicha o desgracia queda al margen de todos los paradigmas religiosos. Lo verdaderamente importante en este momento, es que las modernas sociedades tienden cada día con más convencimiento a eliminar los chivos expiatorios, las teorías y las prácticas religiosas que, en lugar de humanizar a las personas, lo que hacen es desencadenar más sufrimientos y menos esperanza. Ya es hora que las religiones tomen en serio, como teoría y práctica de sus orientaciones éticas, una cosa fundamental: hacer feliz a la gente. CAP. 8 – “LOS ULTIMOS SERAN LOS PRIMEROS” (Mc 10,31) Los últimos suelen ser los que tienen más necesidades, son los que carecen de medios económicos, de derechos, de cultura, de protección social, de dignidad, de afecto, de cercanía humana. Jesús se manifiesta tajantemente ante esta problemática y presenta su proyecto en donde los últimos serán los primeros. Lo que en realidad desea es que los últimos dejen de ser los últimos. En todos los casos, Jesús cortó por lo sano y les dijo sin rodeos: “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el sirviente de todos” (Mc 9, 35) porque él sabía muy bien que quienes quieren escalar, subir, trepar, colocarse en los primeros lugares van haciéndolo a costa de los demás, tiranizando u oprimiendo al hermano; es la causa más determinante de violencia en el mundo En este tema Jesús fue intransigente hasta el extremo. La ética de Jesús es una ética de la solidaridad, una ética de los últimos, que se concreta en el elogio y ejemplaridad de los últimos hasta el extremo de presentarlos como proyecto. No pensaba ingenuamente que los últimos son los “buenos” a los que hay que imitar. Entre los últimos hay buenos y malos, como en todas partes. Lo que ocurre que los últimos carecen de poder y por eso son los más necesitados de este mundo. El proyecto ético de Jesús es que haya igualdad efectiva y real y el camino para llegar a eso es modificando las apetencias, que tenemos todos, de ser los primeros. El día que esas apetencias dejen de motivar a las personas ir escalando puestos a cualquier precio, alcanzando lugares de privilegios, ese día empezará de hecho la igualdad efectiva en derechos. CAP. 9 – ETICA DE OBLIGACIONES, ETICA DE LA FELICIDAD La misión de Moisés fue traer obligaciones y deberes, algunos de ellos muy pesados y que se convirtieron en la Ley para los judíos. Moisés fue un legislador además del libertador del pueblo judío de Egipto. Jesús en cambio, trajo la gracia y la verdad. La gran innovación consistió en anunciar a los hombres religiosos que estaban liberados de la Ley. “La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan (Bautista), desde entonces se anuncia el reino de Dios” (Lc.16, 16) Jesús con las bienaventuranzas presenta su programa ético de felicidad y dicha en contraposición al de Moisés, que es un programa de deberes y obligaciones. Jesús no anula los mandamientos sino propone metas a las que invita a llegar. Jesús no habla de prohibiciones sino hace propuestas. Se trata de sustituir los mandamientos que prohíben lo malo por ofertas que atraen hacia la felicidad. La felicidad que El propone no es un asunto privado, sino compartido, colectivo. Jesús comprendió que la felicidad no es un asunto individual, sino esencialmente social. La felicidad no se consigue aisladamente, sino comunitariamente; la felicidad del individuo está condicionada por la felicidad de los demás, con los que se convive. Para Jesús lo que importa es hacer feliz a la gente, hacer que los demás (y uno mismo), se sientan felices de haber nacido. Por eso las bienaventuranzas de refiere a la gente que sufre: los pobres, los que lloran, los perseguidos, los sometidos, los que reciben insultos, persecuciones y calumnias así como también hace referencia a los que prestan ayuda, a los que tienen un corazón limpio y bueno y a los que trabajan por la paz. Con esto Jesús describe un estilo de vida, una forma de ser y de vivir que se expresa en anhelos de bondad y no en prohibiciones. Jesús nos propone algo mucho más serio que cumplir preceptos, que poner nuestras esperanzas, fuerzas, ilusiones en el dinero, en el poder y en la fama (que lo que hacen es competir, dividir, enfrentar, violentar); nos invita a ser lo que fuimos llamados a ser: seres humanos que traten de lograr que en este mundo haya menos sufrimiento y haya más felicidad. CAP. 10 – JESUS Y EL DINERO En este capítulo el autor hace una serie de análisis acerca del dinero (mero instrumento de cambio), capital (valor de lo que rinden las rentas, intereses o frutos) y del capitalismo, que es causante de desigualdades y de todas las injusticias que llevan consigo, que cada día son más agresivas y brutales. El dinero y, más el capital, entrañan una misteriosa seducción, que bien se puede considerar como un fetiche, como algo casi religioso, que apasiona y ciega hasta el extremo de no ver la vida sino desde el punto de vista que suministra el afán de ganancia y acumulación. Jesús sabe que el dinero ejerce una fuerza totalizadora, y por tanto tiene un poder de seducción que termina compitiendo con Dios ya que los sentimientos que Dios despierta, tienen un cierto parecido psicológico con los sentimientos de paz y seguridad que suele aportar el dinero a quienes lo poseen. Por eso el dinero puede ser un rival de Dios. Jesús no rechazaba, por principio, a la gente con dinero; mantuvo muy buenas relaciones con personas que gozaban de buena situación económica. A los que cuestionaba (y cuestiona) era a aquellos que retenían sus bienes para sí solos, que se interesaban solamente por su propio bienestar, sin darle a su dinero ningún tipo de productividad y, negándose a compartir lo suyo con los que pasaban necesidades y sufrimientos a causa de sus carencias. Semejante persona no cree en Jesús ni acepta el Evangelio. Esto es lo que Jesús dice a los ricos. Lo que interesaba a Jesús es si una persona, tuviese lo que tuviese, estaba dispuesta a desprenderse de lo que tenía o, a dar productividad a sus bienes, al servicio de los demás; propone implantar el Reino de Dios en esta vida, compartiendo lo que se tiene, entregando lo que se es. Está en contra del modelo económico de la acumulación de mucho en manos de pocos, que someten y asfixian a los demás sometiéndolos a vivir una vida sin dignidad ni esperanza. CAP. 11 – JESUS Y EL PODER La tentación más grande que llevamos inscrito en nuestros genes vitales y humanos es el deseo de poder; y Jesús vio esto con toda claridad y se manifestó firme y tajantemente ante esta tentación. Los evangelios establecen un principio muy claro y muy firme: el que pretende ser más grande que los demás y, por tanto, estar por encima de los otros, tener más poder que los otros y someterlos a su propia voluntad, ése no puede entrar al Reino de Dios. Jesús no se relacionó con sus discípulos desde la superioridad sino desde la ejemplaridad; como amigo ejemplar que pide a sus amigos seguimiento y no obediencia. No le pide a nadie que renuncie a su libertad ni que ponga esa libertad en manos de otros. Jesús en el pasaje del lavatorio de los pies (Jn 13,1-16) enseña a sus apóstoles que no deben comprender, ni emprender la misión desde el poder que se impone sino desde la ejemplaridad que convence, que atrae y da sentido a la vida. Deben comportarse exactamente al revés de cómo se comportan los políticos, yéndose como sirvientes y esclavos (como personas sin derechos) de los demás anunciando el Reino de Dios. Esta es la ética de Cristo. CAP. 12 – JESUS Y EL PURITANISMO El puritanismo tiene su origen en la antigua Grecia (s. V a.C.) cuando difunden las ideas de que el alma (psikhé) y el cuerpo (soma) no sólo están separados sino son antagónicos. De ahí arrancan todas las doctrinas que marcan fuertemente a Occidente como el dualismo: “el alma ha caído en el cuerpo-cárcel”; por tanto, surge la superioridad (y confrontación) del alma sobre el cuerpo. Los estoicos tenían la preocupación fundamental del control de las “pasiones y el placer”: “Dios detesta el placer y el cuerpo”, decía Filón que ya tiene la herencia de los griegos y que se impregna al cristianismo desde sus inicios. Jesús vive en una sociedad puritana, enormemente patriarcal y machista, en la que cualquier conducta socialmente desviada con relación al sexo era motivo de escándalo, de juicio y de condena y; sin embargo, las primeras comunidades cristianas, que recogieron y escribieron los dichos y hechos de Jesús, no tuvieron nada que decir con respecto a la moral sexual. Jesús menciona, en determinados textos bíblicos que hacen referencia al sexo, para enseñar el peligro que entraña el deseo porque éste conduce a la violencia: “No desearás la casa de tu prójimo, la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que pertenezca a tu prójimo” (Ex 20,17). Notamos aquí que para Jesús el problema no son los deseos “impuros” sino el “deseo” de todo lo que le pertenece a otro, ya que el otro no se dejará arrebatar sin lucha y entonces, ya tenemos violencia. Otra cosa que llama la atención es la presencia y la importancia que tuvieron las mujeres en la vida de Jesús. El jamás tuvo problema alguno con ninguna mujer; siendo un hombre conflictivo, que por su forma de vivir y de hablar, tuvo enfrentamientos graves (que le llevaron a la muerte) con las autoridades políticas y religiosas de su tiempo. Se relacionó con prostitutas, endemoniadas, contaminadas por enfermedades impuras, adúlteras, algunas de ellas de origen y creencias ajenas a la religión judía y todas se sintieron acogidas, perdonadas, comprendidas, aliviadas en sus sufrimientos y hasta estimadas. Sus fieles amigas nunca le fallaron. Jesús no fue puritano porque lo decisivo en su vida fueron las relaciones de amor, que es amor y no otra cosa, ni otro interés, sino comunicación emocional, transparencia y libertad en la relación; sin tabúes, ni represiones y con el más exquisito respeto por los otros (sean como sean y piensen como piensen). CONCLUSIÓN - ETICA Y MISTICA En la conclusión el autor remacha la idea de que las normas y las obligaciones no van a cambiar el mundo y que “el cristianismo sin Evangelio”, es en gran medida el responsable del desprestigio de la Iglesia ya que la jerarquía asume conductas marcadas por el poder y no por la ejemplaridad de Cristo. Y que el “Evangelio íntegro” sólo puede ser vivido por los místicos anónimos que a nadie llaman la atención; gente normal, buenas personas incluso en las circunstancias más duras de la vida, en las estrecheces de un sueldo que no llega a fin de mes, en la inseguridad de un trabajo precario, en la soledad del que tiene que vivir una cultura diferente, en la pesadez de una convivencia en la que nadie te comprende, en la enfermedad sin esperanza de curación, en la vejez que se vive sin resentimientos, ni amargura, en el anonimato del que nunca es una persona importante ni hace nada que llame la atención….Cuando una persona, a pesar de todo esto, sigue siendo una buena persona y nunca se cansa de ser simplemente una buena persona, ahí tenemos un místico. Es el místico el que nunca está satisfecho consigo mismo y que jamás puede pensar que él es una buena persona. Es el místico el que sufre con los que sufren, es el que no soporta la desigualdad; es al que nadie lo verá como místico sino como a un tipo raro, quizá poco equilibrado, poco edificante. Todo eso lo pensaron y dijeron de Jesús el Señor.