"LA VIDA RELIGIOSA (DE LA A A LA Z). Autor: Padre George Schwaiger. Ssp. Presentación Durante muchos siglos, las naciones y los pueblos de Europa han recibido de monasterios y órdenes religiosas una aportación decisiva, fecunda y capaz de caracterizar la cultura; en múltiples regiones esto aconteció durante un milenio y medio. Al hablar de «vida religiosa», damos al vocablo su acepción más amplia, la habitual, cjiie se refiere a grupos de personas vinculadas por votos para optar por Cristo y servirlo en los hermanos. Hoy el debate ha introducido también otras expresiones: «consagración», «institutos de perfección». Con el reconocimiento de los institutos seculares los conceptos se han abierto, por lo que actualmente los términos, también a raíz del Sínodo sobre la vida consagrada, en contacto con las nuevas realidades, están adquiriendo una nueva definición. «Precisamente por eso también nosotros, envueltos como estamos en una gran nube de testigos, debemos liberarnos de todo aquello que es un peso para nosotros y del pecado, que fácilmente nos seduce, y correr con perseverancia en la prueba que se nos propone, fijando nuestra mirada en Jesús, el autor v consumador de la fe» (Heb 12,1-2). Una historia de la vida religiosa puede leerse en dos niveles. En el primero se considera el fenómeno, que es el de un grupo de creyentes que se organizan, hacen opciones de vida, eligen un lugar o un ámbito donde llevar a cabo una vida asociada. El otro nivel es el del «misterio», que oculta y únicamente permite intuir el sentido de una opción y la hondura de una entrega. Tarea del historiador es sondear las coordenadas históricas del hecho y proponerlo nuevamente con una clara indumentaria explicativa, para que pueda ayudar a nuestros contemporáneos a comprender el significado de esta forma de vida. conocer sus mecanismos y dinamismos, y desenvolverse en la selva de las diversas tipologías. Existe un Dizionario degli Istituti di Perfezione, ideado y lleva- do a termino por Guillermo Rocen, que es una de las mejores iniciativas enciclopédicas que jamás se hayan realizado. Constituye un seguro e indispensable punto de referencia para los especialistas; pero, además de no haber sido traducido al español, resulta demasiado voluminoso (l-VII/. Roma 1974/988). En nuestra lengua está el Diccionario teológico de la vida consagrada (Madrid 1989), dirigido por A. Aparicio y J. Canals, que afronta los problemas desde el punto de vista teológico, espiritual. sociocultural y psicopedagó- gico. también J. Alvarez Gómez ha publicado una interesante Historia de la vida religiosa, obra muy completa, en tres volúmenes (Madrid 1987, 1989, 1990). Pero era necesario un instrumento más rápido y flexible, adecuado a un público no especializado pero sí interesado y que necesita informaciones sintéticas y seguras, que fuera capaz de explicar las estructuras, articulaciones y tipologías de la vida religiosa. Por eso se ha adaptado al ambiente español esta obra coordinada por Georg Schwaiger, a la que han contribuido valiosos estudiosos alemanes. Manteniendo lo mejor de la edición alemana, que presenta amplios y originales artículos, y adoptando varias voces encomendadas a competentes historiadores para la edición italiana, se han adaptado y añadido elementos y datos que permiten ampliar el conocimiento de la realidad de la vida religiosa en nuestro país. José Antonio Pérez, SSP, además de haber realizado la traducción de la obra, se ha encargado de la elaboración de las voces que recogen nuevos términos específicos de España y América Latina. A él se debe también la tarea de actualización de los datos estadísticos, que se ha hecho siguiendo el Anuario Pontificio de 1997, que recoge la situación del 31 de diciembre de 1995. Por cuanto concierne al «segundo nivel», el del «misterio» de la vida religiosa, realmente no le corresponde tratarlo al historiador como tal. Sin embargo, al hablar de las novedades, al describir las épocas de florecimiento o las crisis de las diversas familias religiosas, a! introducir al lector en los fenómenos del seguimiento de Cristo. el historiador roza y rodea, en cierto modo, el misterio. Diciendo el «ya» es posible comprender el «todavía no» que, sin embargo, está presente embrionariamente en nuestra historia. Este Diccionario no se propone únicamente dar a conocer el desarrollo histórico de la vida religiosa, sino también y al mismo tiempo abrir un camino a la comprensión de esta realidad. de su auto- conocimiento, de sus instituciones, sus formas de vida y sus objetivos, y no en último lugar, de sus formas culturales. Se dirige, pues, a un público amplio, no sólo al curioso de conocer datos o noticias, sino también al deseoso de ahondar con la inteligencia del amor en el fenómeno de la vida religiosa. El. Editor Madrid, 2 de septiembre de 1998 La vida religiosa en la historia cristiana La historia de las religiones conoce múltiples formas de monacato, es decir, de vida ascética de orientación religiosa, por un determinado período o de por vida. Habitualmente esto va unido a un estilo de vida célibe, en pobreza y sobriedad de costumbres. Esta forma de vida ascética puede llevarse en solitario o en comunidad; en la historia de las religiones la han vivido generalmente los hombres y más raramente las mujeres. Numerosas religiones y culturas religiosas de la historia de la humanidad han estado fuertemente marcadas por el monacato; entre las grandes religiones, destaca de forma especialmente significativa el budismo. En la historia del cristianismo el monacato, sin estar necesariamente vinculado a los orígenes, se convirtió, a partir del siglo IV. en una forma particular de vida cristiana, que muy pronto gozó de gran estima. Desde entonces, con diversas formas de desarrollo y con caracteres diferentes, ha acompañado el camino de la Iglesia y de las Iglesias a través de todos los siglos, mediante iniciativas siempre nuevas, no raramente allanando el camino a recorrer e indicando la dirección justa. Comienzos en Oriente: Egipto El cristianismo vive, desde sus orígenes, en una polaridad cargada de tensión: superación del mundo (o fuga del mundo) y cristianización del mundo. Aunque el monacato cristiano de los primeros siglos estuviera totalmente caracterizado por la idea de la fuga del mundo, en la antigüedad tardía, y especialmente en la Edad media occidental, se desarrolló también en la dirección de la cristianización de este mundo. Precisamente de esta polaridad cargada de tensión se han derivado para todo el mundo occidental elevadísimos aportes de civilización. La patria del monacato cristiano es el Oriente; su suelo nativo el eremitismo cristiano, originado por la antigua ascesis cristiana. Siguiendo la pauta de Cristo y de los apóstoles, los cristianos sabían que no debían perderse en este mundo, conformándose a él. Con ello se recordaba el valor de las diversas formas de renuncia y abstinencia, con el fin de ganar la vida eterna. Representantes de una forma muy severa de ascesis cristiana, se apartaron de los vínculos familiares y de casi todo tipo de contactos humanos, «se alejaron» (en griego anakhorein) de las ciudades, más aún, de los lugares civilizados, y fueron a lugares incultos y salvajes, para encontrar allí a Dios, en medio de una vida de abstinencia, penitencia y oración. Son demostrables formas de vida anacorética ya a partir del siglo III, primero en Egipto y después en Asia Menor y en Siria. Los anacoretas más importantes de la época de los orígenes fueron, en Egipto. san Arrimonas (t antes del año 356), principal fundador del ana- coretismo en el desierto de Mitria, y san Antonio el Grande, modelo muy venerado por todos los ermitaños de la época siguiente, que vivió más de cien años y murió en torno al año 356. Fueron millares los que siguieron su ejemplo y poblaron desiertos y oasis como ermitaños, llegando incluso a fundar verdaderas colonias eremíticas. Así se fueron formando grupos de anacoretas y ermitaños. A partir del siglo IV, también en Occidente se constituyeron comunidades eremíticas según el modelo oriental. San Antonio no fue fundador de una orden y ni siquiera compiló regla monástica alguna. Sin embargo, influyó en la formación y posterior desarrollo de comunidades monásticas orientadas a la «vida común» o cenobíticas (del griego koi- nos bios). La forma de vida cenobítica congregaba en el mismo lugar a un mayor número de monjes, que vivían en una comunidad ascética, bajo un guía común. Así tuvieron su origen los primeros asentamientos monásticos. El primer organizador del cenobitismo fue el monje egipcio Pacomio (i 347). En sus escritos se encuentran ya todos los elementos esenciales del monacato cenobítico: vida común en los mismos locales, trabajo y tiempos comunes de oración; uniformidad de comportamientos ascéticos, de alimentación y modo de vestir: refuerzo de la comunidad a través de una regla escrita establecida. El fundamento de todo ello era la obediencia espiritual a esta regla y al propio superior. El obispo Basilio de Cesárea de Capado- cia (t 379), con su «regla monástica», se convirtió en el maestro teológico de esta vida conventual, monástica. Que luego fue transportada al Occidente latino del Imperio romano sobre todo por Juan Casiano (t alrededor del 430/435); aquí se introdujo a través de unas treinta reglas conventuales de los siglos IV-VII y, a partir de los siglos VI-VII, recibió su principal caracterización occidental con la regla de san Benito de Nursia. Palestina y Siria Si bien los elementos que constituían su esencia eran los mismos, el monacato se fue caracterizando con formas diversas, según las diferentes regiones, empezando por las del Imperio romano, que iba cristianizándose paulatinamente. Casi contemporáneamente al de Egipto, el monaquisino se desarrolló también en Palestina y en Siria, hasta Mesopotamia. Una forma característica de Palestina fue la laura (en griego: camino estrecho, sendero hundido). La laura representaba una especie de vínculo entre el modelo de vida de los anacoretas y el de los cenobitas: un grupo de ermitaños estaba bajo la guía de un abad y se reunía en circunstancias particulares, sobre todo para la celebración de la eucaristía dominical. Esta forma de vida monástica experimentó su máximo florecimiento en Palestina, los siglos V y VI. La laura más famosa fue la de san Sabas (t 532). Desde sus comienzos, el monacato siríaco se caracterizó por una ascesis especialmente dura y unas formas radicales de vida penitencial. Desde mediados del siglo IV esto fue apareciendo cada vez de manera más evidente. En Siria, sobre todo, estaban los célebres estilitas (en griego: los que están sobre columnas), que vivían su rigurosa vida sobre la reducida y limitada plataforma de una columna, expuestos, sin ningún tipo de protección, al viento y a las diversas condiciones atmosféricas. Durante cierto tiempo, también en Siria, se encuentran los dendritas (del griego den d ron, árbol), afines a los estilitas, que vivían sobre los árboles. No obstante su extravagante modo de vivir, estos santos varones permanecieron unidos al pueblo como predicadores, como operadores de paz y como reclamo bien concreto para no perderse en el mundo. A partir del siglo VIL a causa de la expansión islámica, las Iglesias cristianas del Medio Oriente y el monacato a ellas vinculado sufrieron gravísimas pérdidas, hasta su total aniquilación. Bizancio y Rusia Para el desarrollo del monacato en la zona oriental -bizantinadel Imperio romano, a la que pertenecieron las grandes regiones citadas hasta la conquista árabe, resultó decisivo el camino indicado por el obispo Basilio de Cesárea. Sus sabios escritos constituyen aún hoy el fundamento espiritual de la vida monástica dentro de la Ortodoxia. En Asia Menor-actualmente territorio turco- los asentamientos monásticos se encontraban a menudo y muy a gusto en las montañas. A partir del siglo IV surgieron en el Olimpo bitínico unos cuarenta monasterios. Uno de los centros del monacato bizantino fue precisamente la capital, Constantinopla. Aquí, el año 536, bajo el reinado del emperador Justiniano, se contaban 73 monasterios, el mayor de los cuales fue el «Studion», un monasterio fundado el año 463 por el entonces cónsul Studios. Bajo la guía del abad Teodoro Estudita (759-826), a partir del año 798, el monasterio se convirtió en centro de irradiación del monaquisino bizantino. Sus discursos desarrollan las ideas fundamentales del monacato cenobítico, según la tradición del obispo Basilio: rígida dirección espiritual por parte del abad, relación equilibrada entre oración y contemplación, trabajo manual y ascesis. Esta reforma fue adoptada por los numerosos monasterios del Monte Athos. Dentro y fuera del Imperio bizantino el monacato del Monte Athos (en la península calcídica) fue determinante para el futuro. Los numerosos monasterios del Monte Athos sobrevivieron incluso a la caída del Imperio bizantino y a la conquista turca de Constantinopla (1453). Ya la primera «constitución» de los monasterios del Athos (972) fue suscrita por responsables de los 58 monasterios. Cuando el Monte Athos cayó en 1430 bajo el dominio turco, los sultanes no intervinieron en la organización interna de los monasterios. A través de los siglos se mantuvo intacto incluso el carácter nacional de los monasterios del Athos. Lo habitaron griegos, georgianos, amalfitanos y, a partir del siglo XII. también rusos, serbios y búlgaros. A partir de la cristianización de los pueblos eslavos orientales, a finales del primer milenio, el monaquismo ruso, aunque insertado dentro de la ortodoxia, recorrió su propio camino. Fue decisivo el hecho de que el cristianismo llegase a Rusia a través de Bizancio, comenzando por Kíev. Aquí el «Monasterio de las Grutas» se convirtió en el modelo en el que se fijó el monacato de toda Rusia. Hacia mediados del siglo XIII se contaban ya setenta monasterios rusos. Los centros más importantes fueron Kíev y la rica ciudad comercial de Nóvgorod. Durante las invasiones mongoles la vida estatal y eclesial de Rusia se desplazó más al norte. Los numerosos monasterios rusos permanecieron como puntos de referencia de la cultura religiosa y espiritual del pueblo ruso hasta la irrupción devastadora del bolchevismo en el siglo XX. Desarrollos en la primera Edad media occidental En la zona occidental del Imperio romano, el monacato, en su forma anacorética y cenobítica, se conocía ya en el siglo IV. Quien lo dio a conocer fue el obispo Atanasio de Alejandría de Egipto (t 373), exiliado a Occidente durante las controversias arrianas sobre la divinidad de Cristo. Su presentación de la vida del padre del monaquis- mo, Antonio, ejerció un gran influjo tanto en Oriente como en Occidente e impulsó a muchos a imitarlo. Incluso los dos venerables e influyentes padres de la Iglesia occidental, el obispo Agustín de H i pona (t 430) y Jerónimo (t 420) estuvieron influenciados por Atanasio cuando, en latín, exaltaron el valor del ideal monástico. En las enseñanzas de san Agustín, el más grande teólogo de la Iglesia latina en la antigüedad tardía, se inspira la «regla de san Agustín», que nos ha llegado en una redacción extensa y en otra más concisa, que se remontan a finales del siglo IV. Dicha regla está pensada para la vida espiritual común, tanto de hombres como de mujeres, y es la regla más antigua de Occidente. Está totalmente empapada del espíritu fraterno de la comunidad cristiana de los orígenes, la cual, según el testimonio de los Hechos de los apóstoles, tenía «un solo corazón y una sola alma» (4,32). Sin embargo, el monacato oriental se abrió camino en Occidente con lentitud y no sin resistencias. Fue la Galia -y algo más tarde Irlanda- el terreno más fecundo para esta forma de vida ascética. Pero en Occidente no se llegaría sino algunos siglos más tarde a un desarrollo unitario, semejante al que había tenido lugar en Egipto. En un primer momento, obispos y autores espirituales, de forma aislada, impulsaron la vida común de clérigos y laicos, hombres y mujeres piadosos, siguiendo el modelo de los monjes. Por ejemplo Eusebio de Vercelli (t 371) y Ambrosio de Milán (t 397), Paulino de Ñola (t 431) y Martín de Tours (t 397). Impresionante fue el desarrollo del monacato en la Galia suroriental. Poco después del 400, Honorato fundó un asentamiento anacorético en la isla de Lérins, frente a Cannes. Los cien años siguientes atrajeron a los miembros de las clases más altas de la Galia a este monasterio insular, que muy pronto llegó a convertirse en punto de partida de numerosas fundaciones monásticas nuevas en muchas partes de la Galia, además de en vivero de obispos. Entre las fundaciones monásticas significativas de comienzos del siglo V se cuentan también los llamados «monasterios del Jura», al norte del lago de Ginebra, en el reino de Borgoña. Entre las innovaciones más importantes estaba la introducción de un dormitorio común (dormitorium) en lugar de la celda personal. Este paso de los restos del anacoretismo a una forma completa de vida común (vita communis) se verificó en la misma época en Roma y en Constantinopla. Entre los obispos procedentes del gran monasterio de Lérins destacan Honorato de Arles. Máximo y Fausto de Riez, Euquerio de Lyon y, sobre todo, Cesáreo de Arles (t 542). Cesáreo es el gran representante del monacato en la Galia, en la primera mitad del siglo VI. A él se deben una amplia regla para las monjas y otra, más breve, para los monjes. Para su redacción se basó en experiencias del monaquisino oriental, en Juan Casiano y en la regla de san Agustín, que conocía desde el año 525. A todo eso él añadió notables partes originales. De acuerdo con la costumbre de Lérins, acentuó, sobre todo, la forma solemne de la liturgia. Para los conventos de monjas regía una clausura estricta. En Aquitania occidental el monaquisino acentuó con vigor el ideal ascético. Lérins y el monacato del valle del Ródano transmitieron al Medievo occidental, sobre lodo, las formas de organización, entre ellas la importantísima stabilitas loe i -la vinculación a un lugar concreto-, que encontró después su desarrollo más fecundo en el monacato benedictino. Junto a Lérins, otro centro de vida monástica, en el Mediterráneo, fue Marsella. Aquí, en los comienzos del florecimiento monástico, vivió Juan Casiano (f 430/435), originario de Oriente, donde había estudiado teología. Se había hecho monje en Belén y luego había estado diez años con los monjes de Egipto. Enriquecido con tal experiencia, este monje y sacerdote cultísimo llegó a Marsella alrededor del año 415, pasando por Roma. En aquella ciudad fundó un monasterio masculino, del que más tarde procedería el célebre monasterio de San Víctor, y un monasterio femenino. Lo que dio importancia a Juan Casiano de cara a todo el monaquisino occidental de la época siguiente fue, sobre todo, su obra literaria. En sus libros De institu- íis eoenobiorum el de orto principalibus vitiis (Instituciones de los cenobitas y los ocho pecados capitales) describió las costumbres monásticas, tal como las había conocido en Palestina y Egipto y, además, los ocho pecados capitales. En la obra Collationes Patrian (Conferencias de los Padres) propone diálogos con venerables anacoretas egipcios, en forma literaria. De ese modo, Juan Casiano se convertía en mediador para Occidente de experiencias y puntos de vista orientales, propios tanto de los ermitaños como de los cenobitas. Al mismo tiempo él era en el Occidente latino el primero en trazar las líneas de una teoría del monacato y de una espiritualidad monástica que incluso san Benito recomendaría a sus monjes como lectura espiritual. La importancia de Juan Casiano está vinculada también al influjo que ejerció sobre la liturgia monástica de las horas. De sus experiencias en Egipto surgió la costumbre de los monjes de reunirse dos veces al día para la oración común, por la mañana temprano y por la tarde. Con ocasión de estos encuentros, se rezaban doce salmos cada vez. Al principio se hacía mediante un lector que recitaba el salmo. Los monjes escuchaban permaneciendo sentados en silencio. A cada salmo le seguía la oración contemplativa en silencio. El último salmo se cantaba en forma responsorial, y los monjes respondían a cada versículo con el canto del aleluya. Con Juan Casiano comenzaron a ampliarse estos dos momentos de oración, introduciendo algunas lecturas. El rezo común de las oraciones de la mañana y de la tarde, en forma de laudes (alabanzas matutinas) y vesper (vísperas, oración de la tarde al concluir la jornada), se convirtió en la estructura fundamental de la liturgia monástica de las horas. Motivada, entre otras cosas, por el aislamiento típico de las regiones de Europa noroccidental, la Irlanda celta, jamás conquistada por los romanos, fue el lugar donde, a partir del siglo V, maduró una forma de vida eclesial propia, que muy pronto se vio fuertemente marcada por el monacato. Cada clan (tribu, grupo de familias) erigía su propio monasterio, que debía responder a todas las necesidades religiosas. Esta orientación acentuadamente monástica y el hecho de haberse ceñido por más tiempo a costumbres eclesiales más antiguas, como por ejemplo la fecha de la Pascua, separaron a la Iglesia irlandesa del desarrollo de la Iglesia occidental. Esto motivó conflictos con la Iglesia de los vecinos anglosajones de Inglaterra, organizada según el modelo romano, pero también entre los monjes irlandeses y las estructuras eclesiales del continente. Desde finales del siglo VI, el cristianismo llegó, también en forma monástica, de Irlanda a Escocia, habitada asimismo por pueblos celtas. Para distinguirlo de la Scotia Maior (Irlanda) este territorio se denominaba Scotia Minar, y más adelante simplemente «Escocia». Los monasterios irlandeses, o «iro-escoceses», gozaron de gran prestigio y atrajeron a mucha gente. Este tipo de monacato se caracterizaba por una extraordinaria severidad de vida ascética y también por una búsqueda individual de ejercicios de penitencia, lo que, bajo muchos aspectos, trae a la memoria las experiencias más extremas de los anacoretas orientales. Los monjes se reunían seis veces para la oración común. Pero también se cultivaba con celo y se apreciaba el trabajo manual, la escritura, el estudio y la enseñanza. Como en otros muchos grandes monasterios del continente y, no obstante su severidad, en los monasterios irlandeses reinaba una intensa y dinámica vida espiritual, según el modelo de la tardía antigüedad cristiana. El ideal ascético de la ausencia de patria, de la peregrinación por amor a Cristo (peregrinatio pro Dei amore) impulsaba a muchos monjes irlandeses o iroescoceses a retirarse a remotas islas del mar del Norte, y más tarde a llegar a casi todas las partes de Europa, hasta Francia, Italia y España. El representante más significativo del monacato irlandés en el continente, a partir de finales del siglo VI, fue san Columbano el Joven, con sus fundaciones monásticas en Annegray, Luxeuil y Fontai- nes, al oeste de los Vosgos. Columbano había llegado al reino de los Francos y a Borgoña con doce monjes irlandeses y había establecido de inmediato fecundas relaciones de colaboración con los reyes merovingios y con la nobleza franca. Pronto afluyeron a sus monasterios jóvenes nobles de todo el territorio franco y burgundio. Para estos monasterios «iro-francos» redactó Columbano, alrededor del año 595, su Regula monachorum (Regla de los monjes). Es la más antigua regla monástica irlandesa que conocemos, además de la única regla de origen irlandés conservada en latín. Columbano la escribió contemporáneamente a la llamada Regula coenobialis o Regula Patrian (Regla monástica o Regla de los Padres), que, sin embargo, es principalmente una lista de castigos para casos de faltas en la conducta de los monjes. Ambas obras reflejan la gran severidad ascética del monacato irlandés. Alrededor del año 609/610 Columbano tuvo que abandonar su monasterio principal de Luxeuil. Después de una breve permanencia en los territorios franco-alemanes, junto al lago de Zurich y de Constanza, se refugió sus últimos años en Italia, en el reino de los Longobardos. Allí murió el año 615 como abad de Bo- bbio (junto a Piacenza), ocupado hasta el último momento en el gobierno de sus monasterios, pero también en la actividad misionera. Aunque sin pretenderlo intencionadamente, a través de su empeño monástico, Columbano había preparado el camino a los comienzos y más tarde, a partir de los siglos VIII y IX, a la consolidación del monacato benedictino. En las ciudades de Italia, e incluso en Roma, se encuentran las primeras noticias sobre la vida monástica de hombres y mujeres, a partir de finales del siglo IV. A comienzos del siglo VI, aproximadamente entre el año 500 y el 530, se encuentra en el entorno de Roma la llamada Regula Magistri. la «Regla del Maestro». En ella, a las preguntas de los discípulos sigue la respuesta del maestro, generalmente introducida por la frase: «El Señor ha respondido por medio del maestro». La amplia Regula Magistri trata de concretar las características de la vida monástica en todos sus detalles. Son sobre todo las referencias litúrgicas las que reclaman su proximidad con el entorno romano. Sin duda, la Regula Magistri tuvo origen antes que la regla de san Benito. La regla de san Benito se apropió de partes considerables de la Regula Magistri, pero en extensión, se limitaba a un tercio de la misma. En el siglo VI, en Italia, la Regula Magistri y la de san Benito fueron las reglas monásticas más importantes. San Benito unió la regla de san Agustín y la del Maestro. Lo mismo que en la Galia, junto a ellas existían otras reglas monásticas, como por ejemplo la Regla de Eugipio y la Regla de los santos Pablo y Esteban. La regla de san Benito había de convertirse en el conjunto normativo más importante del monacato occidental en la alta Edad media y más allá todavía. La vida y la personalidad de san Benito hay que descubrirla en los perfiles que nos han transmitido ambas fuentes: su regla, redactada por los años treinta o cuarenta del siglo VI, en el monasterio de Montecassino, y el segundo libro de los Diálogos, obra del papa Gregorio Magno (590-604). En la tradición más antigua la vida de san Benito se sitúa entre el año 480 y el 547. La investigación crítica de los últimos decenios indica como tiempo en el que hay que situar su nacimiento entre los años 480 y 490, y su muerte entre el 555 y el 560 aproximadamente. Tras haber realizado sus estudios en Roma, Benito entró a formar parte de una comunidad monástica y se trasladó al valle de Aniene, en Subiaco (al este de Roma). Las persecuciones de un sacerdote celoso lo impulsaron a abandonar el gobierno de la comunidad de Subiaco y a fundar, con algunos discípulos, una nueva comunidad monástica en Montecassino. Mandó sepultar en su tumba personal, en Montecassino, a su hermana Escolástica, que sería después el modelo de las abadesas. En el mismo lugar sería sepultado también él años más tarde. El papa Gregorio Magno ensalza así a Benito, padre del monaquisino: «En medio de muchos milagros, a través de los cuales el hombre de Dios resplandecía en el mundo, brilló especialmente por la palabra de su doctrina. En efecto, redactó una regla para los monjes, única en moderación, luminosa en su exposición. Quien desee conocer mejor su vida y su conducta, encontrará en los preceptos de esta regla todo lo que él, como maestro, vivió antes. Pues el santo no podía enseñar nada diverso de lo que vivía» (Diálogos, 2,36). Con esto se ha dicho ya lo esencial por lo que respecta a la posterior y generalizada consolidación de esta regla sabia, y fácilmente adaptable, en todo el Occidente, y también en cuanto a su incidencia a lo largo de los siglos sucesivos, hasta el presente. Un apoyo decisivo para esta afirmación llegó precisamente por las palabras elogiosas del muy venerado papa Gregorio. Y es que el estímulo no podía venir de Montecassino, reducido a ruinas desde el año 577, hasta el punto de que casi durante ciento cuarenta años, Benito pareció haber sido relegado al olvido. El monacato occidental, en su fase creativa inicial, que duró cerca de trescientos años (hasta el 700 aproximadamente) elaboró unas treinta reglas, totalmente diferentes por el contenido y por la forma. Fue sobre todo el movimiento monástico implantado por Columba- no en el reino de los Francos, y más tarde también en la Italia lon- gobarda, el que preparó el camino a la consolidación de la observancia benedictina. Gracias a sus estrechos vínculos con la casa real y con la nobleza, este movimiento, a partir de Luxeuil y de sus numerosas filiaciones, había llegado a ser una potencia que influía en todos los campos, aunque no sin conflictos. Aproximadamente a partir del año 628. a poco más de diez años de la muerte de Columba- no, en los monasterios irofrancos se introdujo la regla de san Benito. Aun cuando en estos monasterios prevalecía la regla de san Columbano, se llegó al período de la «regla mixta». Y poco a poco, la más benigna y adaptable regla de san Benito acabó por afirmarse también en esos monasterios. En efecto, respondía mejor a las necesidades de los hombres de esa época. El año 651, en el corazón del reino franco se erigió y dotó ricamente el monasterio de Fleury. Dos decenios más tarde algunos monjes de este monasterio acudieron a las ruinas de Montecassino para buscar los restos de san Benito, que después (en el año 673 o 674) transportaron a la cripta de su iglesia. En esta época también en la Iglesia de Inglaterra se afirmaron más fuertemente usos eclesiales romanos (sínodo de Whitby del 664). Todas estas circunstancias contribuyeron a la vasta difusión de la regla de san Benito; efectivamente, arropada por la autoridad del papa Gregorio Magno, estaba considerada por los pueblos nórdicos como la «regla romana». Misioneros benedictinos anglosajones en el continente, con Bonifacio (t 754) a la cabeza, orientaron hacia ella a los monasterios. Encontró todo el apoyo de los dominadores Carolingios en el reino franco, entre otras razones para reforzar la unidad del reino. Los sínodos francos de los años 743 y 744 impusieron la introducción de la regla de san Benito en los monasterios. En el año 787 Carlomagno (768-814) mandó llevar un ejemplar a Aquisgrán, como modelo. La época de las reglas mixtas tocaba su fin. No obstante, la consolidación de la observancia benedictina en todos los monasterios del reino franco sólo se consiguió con los sínodos imperiales de Aquisgrán, de los años 816 y 817. El promotor de todo esto fue, sobre todo, el abad Benito de Aniano, quien gozó del pleno apoyo del emperador Ludovico Pío (814-840). El capitular monástico del 23 de agosto del 816, nacido bajo el influjo de Benito de Aniano, fue publicado por el emperador, convirtiéndose así en norma obligatoria para todos los monjes del reino franco. A partir de esta época puede hablarse de monasterios benedictinos en sentido estricto. La dieta imperial de Aquisgrán, del año 816, aportó también la distinción clara entre monjes y canónigos. La confusión que había reinado en la época de la regla mixta no había sido útil ni para el clero secular ni para los monjes. Por eso, alrededor del año 755, el obispo Crodegango de Metz (742-766) había redactado una regla, pensada inicialmente para el clero de su iglesia catedral. Los clérigos debían comprometerse a una vida canónica común, en cuyo centro estaría, lo mismo que en el caso de los monjes, la oración coral (liturgia de las horas). Los canónigos llevarían mejores vestidos, de tela, en vez de toscos tejidos de lana. Además, a ellos no se les impondría la pobreza personal en su forma más rigurosa. La propiedad personal y, posteriormente la casa privada, se convirtieron después del año 816 en el elemento más importante para distinguir a los monjes de los canónigos. Teniendo en cuenta sus cometidos al servicio del obispo y de la diócesis, estos últimos necesitaban disponer de bienes propios. Todos los monasterios, incluidos los benedictinos, eran originariamente comunidades laicales. Por motivos casi siempre prácticos, y sobre todo para la celebración de la Eucaristía, algún que otro monje, por indicación del abad, recibía la ordenación sacerdotal. Un sacerdote no podía acceder a una comunidad monástica sin especiales reservas. Ni Benito de Nursia ni la mayor parte de los abades de la época de los orígenes eran sacerdotes. En este aspecto sobrevino un cambio que tuvo lugar en los monasterios del siglo IX. Y fue que comenzó a considerarse la consagración sacerdotal como plenitud de la vida espiritual. De ese modo, de comunidad laical, el monasterio se convirtió en comunidad clerical. Esto tuvo consecuencias notables en la configuración solemne de la liturgia. Al oficio conventual común se añadieron pronto las misas privadas de los monjes sacerdotes y con esta finalidad se dotó a las iglesias conventuales de altares laterales. También la creciente veneración de los santos y sus reliquias, lo mismo que la petición de misas individuales, especialmente de sufragio por los difuntos, favorecieron este desarrollo. El precepto de la lectura espiritual diaria (lectio divina) en la regla de san Benito y la influencia de un hombre culto como Casiodo- ro (fallecido alrededor del año 580 en su monasterio de Vivarium) asignaron a la formación cultural, al estudio, a la biblioteca, y pronto también a la enseñanza, un papel relevante, al menos en los monasterios más grandes. El monaquismo vinculado a Lérins, el irlandés de san Columbano y luego los monasterios benedictinos tuvieron en gran estima la formación cultural. Además, los reyes y emperadores carolin- gios, lo mismo que más tarde los de las dinastías de los Otones y los Salios, apoyaron el trabajo cultural de la Iglesia, que tenía sus centros en las iglesias catedrales, en las colegiatas y en los monasterios. En la zona oriental del reino de los Francos, numerosos monasterios benedictinos alcanzaron, ya en los siglos VIII y IX, un gran florecimiento cultural; así sucedió con los de Reichenau y Sankt Gallen, St. Emitiera m de Ratisbona, Fu Ida y Corvey, Niederaltaich y Tegernsee. Movimientos reformistas y nuevas órdenes desde la alta hasta la baja Edad media El vasto, aunque no generalizado, declive eclesial del siglo IX y principios del X -provocado por la caída de ordenamientos políticos difundidos en Occidente y por la irrupción de enemigos externos (sarracenos, normandos, húngaros)- y el avance, durante los siglos X y XI, de una mentalidad eclesial reformista, dieron paso a una transformación de grandes proporciones. Se trató de una encrucijada decisiva que, sin que los contemporáneos se dieran cuenta de ello, produjo profundos cambios en la Iglesia occidental latina. Un lugar fundamental en este proceso lo ocuparon los movimientos reformistas del monacato y de la vida canonical. Progresivamente fueron involucrándose también el papado y la curia romana, que entonces estaba formándose. Poco a poco el mismo papado asumió la dirección de este movimiento de reforma, que recibió de este modo su huella «gregoriana» (del nombre del papa Gregorio Vil. 1073-1085). A finales de la alta Edad media la observancia benedictina se había abierto camino en todo el Occidente, afianzándose de manera casi exclusiva. Con todo, ni siquiera en el siglo XI se daba plena unanimidad en la interpretación y en la aplicación concreta de la regla de san Benito. Casi en todas partes a la regla se le añadía la consue- tudo («costumbre») y, en último término, cada monasterio caminaba por su cuenta, bajo la dirección de su propio abad. En los siglos X y XI, algunos monasterios benedictinos de Lore- na (Gorze, Brogne. Verdún, San Maximino en Tréveris) y Borgoña (Cluny) se convirtieron respectivamente en centros de irradiación de la reforma lorenense y cluniacense. Además, la herencia espiritual de Benito de Aniano (t 821) volvió a vincularse a esos rasgos eremíticos que, por lo demás, habían acompañado desde el principio la vida ascética. Reforma monástica y movimiento eremítico en Italia y en Francia, y brotes reformistas en la misma Roma: estos son los fenómenos renovadores que hoy se han conocido con mayor claridad. La aspiración a una nueva y más profunda cristianización, a un distan- ciamiento de la fugacidad del mundo en función de una vida más abiertamente orientada a su dimensión celestial, envolvió de manera creciente todos los componentes de la cristiandad. No sólo los antiguos y nuevos monasterios, sino también el clero secular, los conventos de canónigos y canonesas, hombres de Iglesia y laicos, se vieron envueltos en una fuerte tensión hacia la renovación religiosa. La preocupación por la salvación eterna apareció, como nunca hasta entonces, en la conciencia más atenta, aunque temerosa, de los hombres de entonces. Lorena y Borgoña, Germania y parte de Italia fueron los primeros escenarios reconocibles de esa renovación religiosa que, en el siglo XI, llegó a involucrar a todos los reinos de la cristiandad. Como en esa cristiandad la autoridad espiritual y la autoridad temporal estaban estrechamente vinculadas, no se pudieron evitar tensiones y conflictos. Monasterios y órdenes se vieron envueltos en ellos bajo muchos aspectos. La reforma cluniacense fue el movimiento de renovación monástica más importante de la Edad media. Punto de partida y centro del mismo fue la abadía benedictina de Cluny, en Borgoña, fundada entre los años 908 y 910 por voluntad del duque Guillermo de Aquita- nia. A finales del siglo X y a lo largo del siguiente, la reforma benedictina alcanzó gran influencia en todo el Occidente, en Germania sobre todo a través de la reforma de Hirsau, en la época de la lucha de las investiduras y de los duros enfrentamientos entre autoridad real y pontificia, que tuvieron lugar entre finales del siglo XI y comienzos del XII. Hasta entonces en los monasterios reformados alemanes habían predominado las tendencias reformistas procedentes de Lorena (Gorze). Al principio Cluny estaba todavía vinculada a los criterios de moderación introducidos por Benito de Aniano, sobre todo en lo referente a la amplitud del oficio coral y la liturgia de las horas. Sin embargo, alrededor del año 970 los abades de Cluny comenzaron a mostrarse mucho más exigentes con sus monjes. La gran liturgia solemne, incluida la extensa oración coral, se convertía en el centro de la vida monástica, dominándola. Los Cluniacenses querían seguir íntegramente la regla de san Benito, pero también querían mantener el monasterio libre de todo influjo secular o episcopal. Por esta razón decidieron ponerse bajo la protección del papa, en dependencia directa de él. También era una innovación la constitución de una federación de monasterios, bajo la guía del abad mayor de Cluny. Al prestigio de esta congregación, que fue adquiriendo un creciente poder, contribuyeron tres abades que gobernaron sucesivamente, y todos por largo tiempo: Ma'íeul (954-993), Odilón (993-1048) y Hugo (1049-1109). El abad de Cluny podía designar a su propio sucesor. De ese modo se garantizaba la continuidad. Sólo en Francia se calculan 1.300 monasterios de la observancia cluniacense. El monasterio de Hirsau en la Selva Negra se unió a esta observancia ya desde 1073. El abad Guillermo de Hirsau (1069-1091) procedía del monasterio reformado de St. Emmeram en Ratisbona. Por medio de él, Hirsau llegó a ser punto de partida de una nueva ola reformista dentro del Imperio, severa pero también estrictamente filopapal. Pronto los monasterios pertenecientes a la reforma de Hirsau fueron más de cien. Durante la lucha de las investiduras, los monjes de Hirsau fueron los más decididos sostenedores del partido papal gregoriano contra los emperadores Enrique IV (10561106) y Enrique V (1106-1125). Y aunque no había sido este su primer objetivo, el movimiento reformista se había transformado en reforma eclesial general, hasta el punto de llegar a ser una de las grandes fuerzas políticas de aquel tiempo. Con la afirmación del monacato cenobítico benedictino en la alta Edad media, se habían descuidado, si no totalmente olvidado, las más antiguas formas de vida anacorética y eremítica. Las reformas monásticas de los siglos X-XI dieron nuevo impulso a esta forma de vida de severa ascesis. La nueva llamada a la «libertad de la Iglesia» (libertas Ecclesiae) podía entenderse no sólo como liberación del influjo secular, sino también como rechazo radical del mundo y de todos sus fastos. Una vez más, en esta extraordinaria época de transformaciones revolucionarias, ermitaños y grupos de ermitaños buscaron lugares para vivir en soledad: si no los desiertos de Oriente, al menos los valles más pobres y los terrenos montañosos. Entre estos hombres se encuentran figuras eminentes como Romualdo de Ravena (t 1027), Pedro Damiani (t 1072), Juan Gualberto (f 1073) y Bruno de Colonia (t 1101), fundador de la orden de los Cartujos. Emperadores, príncipes y papas prestaron atención a estos hombres divinamente inspirados. De los asentamientos eremíticos del siglo XI nacieron las órdenes de los Camaldulenses y los Vallombrosanos, comunidades severas, sometidas ambas a la regla de san Benito; después llegaron los Cartujos y, en el siglo XIII, los Carmelitas y los Ermitaños Agustinos, próximos a las órdenes mendicantes ya existentes. Un rasgo importante para las nuevas comunidades lo aportó el nacimiento de órdenes religiosas en sentido estricto. En muchos casos no se trataba sólo de la fundación de monasterios aislados, sino de organizaciones de vida monástica ampliamente ramificadas en diversos países. La primera orden así estructurada fue la de los Benedictinos cistercienses. Sus comienzos, en la soledad y con el rechazo del mundo, no han sido hasta el momento plenamente ilustrados desde el punto de vista histórico. La afirmación de la Orden, que muy pronto se extendió por toda Europa, se dio cuando en 1112 Bernardo de Claraval, exponente de la nobleza borgoñona, entró en el monasterio reformado de Citeaux, junto con otros treinta hombres atraídos por su ejemplo. Poco después, en 1115, Bernardo fundó el monasterio de Claraval, del que fue abad hasta su muerte, el año 1153. A Claraval, viviendo aún san Bernardo, se afiliaron nada menos que 68 fundaciones, de todas las partes de Europa. Los Cistercienses, constituidos como orden propia a partir de 1118, se proponían seguir la regla de san Benito, interpretándola rígidamente. Fue sobre todo el florecimiento de la Orden cisterciense lo que hizo disminuir sensiblemente el influjo de Cluny. También en los comienzos del movimiento de la reforma canonical hay que reconocer la presencia de un carácter eremítico, sostenido por la nostalgia de una vida apostólica en el seguimiento de Cristo, en pobreza absoluta y amor fraterno. La praxis moderada del obispo Crodegango de Metz y el estatuto de Aquisgrán del año 816 parecían aportar concesiones al espíritu de este mundo, sobre todo por lo que se refería a la posesión de bienes personales. Era necesario, en cambio, realizar la vida apostólica (vita apostólica, vita canónica) de forma austera y radical. Esto condujo a duros enfrentamientos en muchos lugares, hasta el punto de que fue necesaria, finalmente, la constitución de dos orientaciones fundamentales en las comunidades canonicales. Lo mismo que en la tradición más antigua, como fundamento de la vida común se pusieron las enseñanzas de la regla de san Agustín. La observancia más mitigada halló expresión en los cabildos o capítulos de las colegiatas y catedrales, formados por el clero secular, bajo la obediencia del obispo. De la orientación más severa nacieron los canónigos regulares: las órdenes de los Canónigos Agustinos y los Premostratenses. Entre los cometidos más importantes de los canónigos, junto al oficio coral, estaban la cura pastoral y la enseñanza. Por esta razón los conventos de canónigos pudieron gozar también del apoyo especial de los obispos. Entre las tareas de los monasterios habían estado siempre las obras de misericordia, según el modelo bíblico, y el cuidado de los pobres y enfermos. En los últimos siglos del Medievo surgieron en muchos lugares comunidades piadosas de hombres y mujeres que se dedicaban por completo al amor cristiano al prójimo. De estas comunidades laicales nacieron, a lo largo de toda la Edad media numerosas hermandades y órdenes. Entre ellas se encontraban también, desde el principio, las órdenes militares. Nacieron, a partir de la segunda mitad del siglo XI. de los movimientos reformistas de monjes y canónigos, en estrecha relación con las cruzadas para la reconquista de los santos lugares de Palestina. Partiendo de este contexto es como se logra comprender el carácter especial del vínculo que une la vida monástica y el ideal ecuestre. Los comienzos de estas órdenes se sitúan en Palestina. Cometidos originales eran el acompañamiento de los peregrinos cristianos a los santos lugares, su protección de los ataques de musulmanes y salteadores y también el cuidado de los peregrinos pobres y enfermos. Más tarde, a estas tareas se añadieron la obligación de defender los santos lugares, en tiempos de los estados cruzados de Oriente, la lucha contra los musulmanes y los paganos y, en general, la defensa de los estados cristianos. Las tres órdenes militares más importantes fueron la de San Juan de Jerusalén (llamada posteriormente de los Caballeros de Malta por el lugar donde tenían su sede principal), la de los Templarios y la Orden Teutónica. Entre los caballeros que componían las órdenes de Malta y de los Templarios prevalecía la nobleza francesa, borgoñona, normanda e inglesa. En la Orden Teutónica se reunía de forma predominante la caballería procedente de Germania. Las Ordenes militares estaban divididas en tres clases: caballeros nobles para la protección de los peregrinos y el servicio armado, capellanes para el servicio litúrgico y espiritual y hermanos servidores para el servicio armado y los trabajos manuales. Su constitución, acentuadamente centralista, ponía en el vértice de las respectivas órdenes a un Gran Maestre. Como guerreros, los caballeros, además de los tres votos monásticos usuales (obediencia, castidad y pobreza personal) se comprometían al servicio armado. Muy pronto las órdenes militares consiguieron extensas posesiones territoriales en el Próximo Oriente y en muchos países europeos. Aquí fue donde encontraron refugio cuando, a finales del siglo XIII, Palestina cayó definitivamente bajo el dominio musulmán. La Orden de los Templarios fue aniquilada a comienzos del siglo XIV por iniciativa del gobierno francés. Monacato y órdenes religiosas al final de la Edad media Es precisamente la historia de los monasterios, de las órdenes y comunidades religiosas en general la que demuestra que cada uno de los pasos que se dan en la vida cristiana tiene su origen en el Evangelio. La cristiandad medieval experimentó iniciativas de esta especie bajo formas siempre nuevas y diversas. Rechazo del mundo, búsqueda de Dios en la soledad, actividad en el mundo, tarea misionera, realización del amor al prójimo con un compromiso desinteresado: todas las posibilidades de la vida cristiana se encuentran condensadas en estas comunidades. Una experiencia posterior la proporciona el intenso florecimiento monástico que se constata desde el siglo X hasta el siglo XII. El impulso intenso y revolucionario de los comienzos suele durar en cada regla sólo unos cien años; después prevalece la consolidación tranquila, sobre rieles ya sólidamente establecidos, y no raramente incluso el estancamiento. Esto vale para Cluny. para las nuevas órdenes de los Cistercienses, Premostratenses y Canónigos Agustinos y para monjes y canónigos, lo mismo que para el nuevo modelo de orden religiosa propio de los Mendicantes (del verbo latino mendicare) del siglo XIII. Las órdenes mendicantes tienen su origen en el variopinto movimiento pauperista de los últimos siglos del Medievo. A diferencia de los grupos que se deslizaron hacia la herejía sobre todo los cataros, pero también los valdenses-, ellos, permaneciendo dentro de la Iglesia, trataban de realizar el ideal del seguimiento de Cristo a través de una vida sencilla de pobreza y penitencia, de predicación cristiana y amor activo al prójimo. Las figuras más luminosas son las de Francisco de Asís (t 1226) y Domingo de Guzmán (t 1221), fundadores de las grandes órdenes de los Hermanos Menores (Franciscanos) y la Orden de Predicadores (Dominicos). Junto a los conventos masculinos surgieron también, como segunda orden, las ramas religiosas femeninas. Franciscanos y Dominicos fueron reconocidos, apoyados y confirmados en sus comienzos por los papas Inocencio III (1198- 1216) y Honorio III (1216-1227). También en el siglo XIII se constituyeron como comunidades estables los Carmelitas y los Ermitaños Agustinos. Franciscanos, Dominicos, Carmelitas y Agustinos constituyen, hasta nuestros días, las órdenes mendicantes en sentido estricto. Con ellas nació un nuevo modelo de orden religiosa que se distinguía claramente de las más antiguas comunidades monásticas y canonicales: los miembros de las órdenes mendicantes estaban vinculados con sus votos a una orden religiosa, pero no a un convento determinado, durante toda su vida. Las abadías, los conventos y los monasterios de las comunidades religiosas existentes hasta entonces comprendían grandes propiedades, a menudo de notable extensión, aunque regularmente cada miembro hacía voto de pobreza. Sólo las comunidades de severos ermitaños y -de otra manera- los canónigos de las iglesias colegiatas podían constituir una excepción en este punto. Las órdenes mendicantes no exigían solamente, como era tradición, la pobreza personal de sus miembros, sino que renunciaban también a la propiedad por parte de la Orden y de sus conventos, como se puede constatar, en medida especialmente radical, en san Francisco de Asís, quien al principio rechazó con decisión incluso las residencias conventuales estables. La confrontación sobre la radica- lidad de los comienzos estalló con aspereza mientras Francisco estaba aún en vida, ocupó a los hermanos en los siglos siguientes y contribuyó de manera decisiva a la división en tres grandes órdenes (Franciscanos Conventuales, Menores y Capuchinos). También en sus constituciones se diferenciaban las órdenes mendicantes de las órdenes más antiguas. Ellos no tienen ni la autonomía de cada uno de los conventos ni la sumisión a una autoridad central, según el modelo de los Jesuítas del siglo XVI. Las órdenes están divididas en provincias, a las que pertenecen los conventos de la provincia. Todos los superiores son elegidos por un período limitado: los superiores de cada convento, los de las provincias y los ministros generales, con todos los demás responsables del gobierno de las órdenes. De ese modo, su constitución asume un carácter abiertamente representativo y democrático. Los miembros de las ramas masculinas se ganan el sustento con el trabajo, el estudio, la enseñanza, la cura pastoral, la actividad caritativa y también la limosna; esta última fue posteriormente muy restringida, aunque nunca abandonada del todo. Franciscanos y Dominicos desde el principio, y Carmelitas y Agustinos posteriormente, concentraron su actividad en las ciudades. Ahí asumieron la cura pastoral de todos los estratos sociales, a los que generalmente se prestaban libremente, sin exigir diezmos u otro tipo de limosnas. Los habitantes de las ciudades levantaron las grandes iglesias de los mendicantes; se trataba intencionadamente de sencillas y espaciosas iglesias en forma de salón o de iglesias con naves de la misma altura, de estilo gótico, sin torres, ya que había que evitar cualquier adorno inútil. La opción arquitectónica estaba estrechamente vinculada a la función que las iglesias tenían de reunir grandes masas de pueblo para la predicación. Precisamente la cura de almas, la predicación y la recogida de limosnas motivaron una continua intervención reguladora por parte de papas y obispos, ya que en estos ambientes se originaban comprensibles conflictos con la labor que en las parroquias realizaba el clero secular. Como había sucedido cien años antes con los Cistercienses y los Premostratenses, también las grandes órdenes de los Franciscanos y Dominicos reunieron en sus filas a la elite espiritual de Occidente. Lo atestiguan algunas figuras excepcionales de hombres de cultura, en la Iglesia y en las universidades de aquel tiempo, como Alberto Magno y Tomás de Aquino entre los Dominicos, Buenaventura y Duns Scoto entre los Franciscanos, y, en otro sentido, los elocuentes predicadores populares franciscanos Bertoldo de Ratisbona y David de Augusta. Con el gran incremento de las comunidades, las severas reivindicaciones de pobreza de los comienzos tuvieron que ser notablemente atenuadas, incluso por interés de las tareas eclesiales y caritativas que estas órdenes desarrollaban. Por otro lado, la ausencia de pretensiones por parte de los miembros de estas comunidades religiosas y sus constituciones, crearon las condiciones ideales para que se contara con Franciscanos y Dominicos para ejercer difíciles legaciones ante los jefes mongoles o anunciar la fe cristiana en países lejanos. Junto a la Primera Orden masculina, todas las órdenes mendicantes organizaron otra Segunda Orden femenina; por ejemplo, las Clarisas franciscanas, llamadas así por santa Clara de Asís, y las Dominicas. Nacieron, además, las nuevas formas de la Tercera Orden. Al principio se encuentran pías uniones de laicos, hombres y mujeres, que decidían unirse a conventos y órdenes ya existentes, sin pertenecer formalmente a esas comunidades, a causa del ejercicio de su profesión o el vínculo conyugal. A pesar de ello, se pretendía realizar el ideal de la Orden en las circunstancias concretas. Muchas órdenes organizaron este tipo de comunidades más libres. La más conocida y numerosa de ellas fue la Tercera Orden franciscana, que surgió en vida de san Francisco. Junto a estas asociaciones «seculares», que en muchos casos subsisten aún hoy, en la Edad media se formaron numerosas Terceras Ordenes masculinas y femeninas, de estilo conventual y en obediencia a una regla. Incluso muchas congregaciones de la era moderna han elegido la forma regulada de Tercera Orden para su vida y para sus actividades en comunidades religiosas. En la última fase de la Edad media, en los siglos XIV y XV, no faltaron en la Iglesia excelentes hombres y mujeres, tampoco en las órdenes, en los monasterios y conventos. Y sin embargo, muchas personalidades seriamente cristianas experimentaban que la situación de la Iglesia, con todos sus componentes, no era satisfactoria. La exigencia de una «reforma en la cabeza y en los miembros» no podía permanecer en el silencio y, a medida que pasaban los años, se hacía cada vez más insistente. Monasterios y órdenes se encontraban en una situación de estancamiento y, a menudo, hasta de decadencia. Sin duda, han de evitarse los juicios genéricos, pero los hechos son incontestables. Abadías benedictinas, que en un tiempo resplandecían desde el punto de vista espiritual y cultural, como Reichenau, Sankt Gallen, Fulda y Kempten. se habían reducido ahora a lugares donde acomodar a los hijos de los nobles; lo mismo sucedía en muchas instituciones canonicales, tanto masculinas como femeninas. Los monasterios de los Cistercienses y Premostratenses se habían hecho ricos pero, bajo muchos aspectos, su vida espiritual se había empobrecido. Después de duros enfrentamientos, las órdenes mendicantes se habían dividido, casi sin excepción, en una observancia mitigada y otra más severa. Aparte de algunas pequeñas comunidades nuevas, limitadas, además, a situaciones regionales, nacían muy pocas fundaciones que, en todo caso, se quedaban muy lejos del florecimiento monástico de los siglos precedentes. A partir del siglo XIV, sobre todo en Holanda y en las ciudades de Alemania septentrional, los «hermanos de vida común» o freares devoti (hermanos devotos) llevaron a cabo ciertas formas de renovación religiosa. Fueron los preconizadores de una «nueva devoción» (devotio moderna) que renunciaba a las especulaciones escolásticas y tendía a un seguimiento de Cristo en la devoción interior, próxima a la experiencia mística de Dios. Entre los fratres devoti, junto a la meditación de la Sagrada Escritura y la necesidad de sumergirse en la pasión de Cristo, se había puesto de relieve la asistencia cristiana en la educación, en el cuidado de los enfermos y la ayuda a los pobres. La devotio moderna, que sostenían sobre todo los fratres devoti y la congregación reformada de los Canónigos Agustinos de Win- desheim, recogió las mejores energías de la renovación religiosa y se ganó el predominio en todos los países. Su fruto más noble fue La imitación de Cristo (¡mitatio Christi), atribuida al canónigo agustino Tomás de Kempis, que sigue siendo aun hoy una de las mejores obras de edificación cristiana. Próxima a los fratres devoti en la contemplación de la vida y de la pasión de Cristo está la orden fundada por santa Brígida de Suecia (t 1373), gran espíritu místico y profético procedente de Europa septentrional, quien, lo mismo que santa Catalina de Siena (t 1380), llamó con fuerza a su deber espiritual a los papas de Aviñón. Todas las órdenes de la Iglesia se responsabilizaron, también en la tardía Edad media, de la renovación religiosa y de las reformas. Dentro del ambiente de los Benedictinos tuvieron gran difusión las reformas de observancia de Kastl, en el Alto Palatinado, de Melk en Austria y Bursfeld, en Gotinga. Pero detrás de toda esta floreciente devoción, que tuvo espléndidas expresiones en la riqueza religiosa del arte de esta época, estaba presente, en último término, el miedo: miedo del Dios vengador y castigador, miedo del purgatorio y del infierno, en el que con tanta facilidad se podía caer, al menos según las visiones de místicas arrebatadas en éxtasis y los temas recurrentes en la predicación de entonces. Por encima de toda la devoción, de la rebosante riqueza de esta época tardía, está la angustiosa pregunta que al final de este período formularía así un monje agustino: ¿cómo puede subsistir ante Dios el hombre pecador? Con palabras de Martín Lutero: ¿cómo puedo encontrar a un Dios benévolo? Crisis y renovación en la época de las guerras de religión La reforma que se extendiera a toda la Iglesia, deseada desde hacía tiempo y varias veces intentada, no se llevó a cabo al finalizar la Edad media. El siglo XVI trajo la revolución religiosa a la Iglesia. A finales del siglo XV y comienzos del XVI se acumulaban las quejas sobre situaciones eclesiales indignas, incluidos los graves escándalos existentes en muchos monasterios. Aunque las generalizaciones no estén justificadas, habrá que constatar que la Iglesia no estaba preparada para afrontar la grave crisis que estalló al final del año 1517, cuando tomó la ofensiva Martín Lutero (1483-1546), uno de sus monjes y sacerdotes. Los comienzos de la reforma luterana ejercieron una fascinación extraordinaria en hombres que suspiraban por alguna forma de liberación, al experimentar su situación actual como insatisfactoria, opri- mente y desdichada. Esto se daba también en buena parte de los religiosos. Da que pensar el hecho (Je que los primeros con cierto peso en apoyar a Martín Lutero, exceptuando sólo al joven Philipp Melanchthon. eran sacerdotes y religiosos. En general. las antiguas órdenes opusieron escasa fuerza interna al desafío del sector luterano y. en particular, concretamente al ataque que Lutero acarreó al monacato y a la vida religiosa de su tiempo. De ese modo, para muchos monasterios y órdenes religiosas, la reforma protestante no fue sólo una prueba de resistencia, sino una auténtica catástrofe. Al ataque del monacato y la defección de muchos religiosos se añadió también la codicia de los señores seculares, que pensaron que había llegado la ocasión oportuna para meter mano al rico patrimonio de iglesias y monasterios, reforzando su posición de poder. Esto sucedió en todos los reinos escandinavos, en los reinos de Inglaterra y Escocia y en una parte considerable de los principados alemanes. En los territorios reformados. donde los monasterios no fueron suprimidos de inmediato. las autoridades emanaron para iglesias y monasterios disposiciones transitorias, es decir, válidas hasta la extinción de los conventos aun existentes. En todos los países reformados, lo que quedaba de las instituciones monásticas y de los conventos o acabó en ruina o se destinó a otros fines, como instituciones educativas o escuelas. En Alemania los capítulos evangélicos siguieron manteniendo sus dotaciones, como es el caso de los cabildos catedralicios o de otras instituciones eclesiásticas dotadas de beneficios, generalmente con la única finalidad de proveer a los nobles. Sólo en algunos lugares -muy pocos-, que en un tiempo habían sido monasterios masculinos, junto a la labor pedagógica desarrollada por las escuelas monasteriales, continuó cierta forma de vida comunitaria. Es el caso de Loccum, Amelungsborn, Móllenbeck y el monasterio de San Miguel en Lüneburg. En la abadía de Loccum se han conservado hasta núes- tros días, aunque modificadas en línea evangélica, ciertas tradiciones monásticas de los Cistercienses. La reforma protestante provocó en la Iglesia católica una profunda crisis. Tras decenios de desánimo y turbación, poco a poco las fuerzas de la reforma católica consiguieron abrirse paso con el concilio de Trento (1545-1563). La renovación religiosa interna se vinculaba ahora a la clara voluntad de defender cuanto aún quedaba en pie y de recuperar, con la Contrarreforma, las posiciones perdidas. En la reforma católica una parte notable correspondió a nuevas órdenes religiosas especialmente eficaces, pero también a las antiguas órdenes que, poco a poco, iban regenerándose, a veces dando origen a fuertes ramas reformadas, y, además, a nuevas comunidades de clérigos regulares y congregaciones religiosas, nacidas para responder a las necesidades de aquel tiempo. En España esta reforma había alcanzado ya grandes dimensiones a finales del siglo XV. En Italia, desde comienzos del siglo XVI, se habían constituido algunos centros de renovación religiosa. Allí surgieron el Oratorio del Amor divino, las órdenes de los Barnabitas, los Somascos y los Teatinos, los Capuchinos, como nueva rama de la orden franciscana (1528), las Ursulinas, como orden femenina dedicada a la educación, y los Jesuitas. En Granada nació la Orden de los Hermanos de San Juan de Dios, la más importante dedicada al cuidado de los enfermos. Ya desde mediados del siglo XVI, a la vanguardia de las nuevas órdenes estuvo la Compañía de Jesús (Jesuitas) de san Ignacio de Loyola (1491-1556). Perteneciente a la aristocracia vasca, Ignacio había emprendido anteriormente la carrera militar. Una grave herida recibida durante el asedio de Pamplona lo obligó a una larga convalecencia, durante la cual descubrió la literatura religiosa. Tras una lucha interior que duró varios años, decidió dedicarse por completo a Dios y emprender, a sus treinta años, los estudios de filosofía y teología. El 15 de agosto de 1534, en París, con seis compañeros de estudio, hizo voto de vivir en pobreza y castidad, de realizar una peregrinación a Jerusalén y de trabajar por la salvación de las almas. Había nacido la Compañía de Jesús (Societas Jesu). Fundamento espiritual de la nueva comunidad fue la decisión, que Ignacio maduró durante su etapa de conversión, de servir a Dios en la Iglesia visible. Como la peregrinación a Tierra Santa no pudo realizarse. Ignacio, junto con sus compañeros, decidió ponerse directamente al servicio del papa. Siguiendo la pauta de una Formula Instituti (programa de fundación de la nueva orden), el 27 de septiembre de 1540 el papa Pablo 111 aprobó la Compañía de Jesús, encomendándole una tarea eclesial específica: la difusión de la fe mediante la predicación, los ejercicios espirituales, las obras de caridad, la dirección espiritual y la formación religiosa en las escuelas. Este programa encajaba perfectamente dentro del trabajo de reforma eclesial de aquella época. El 8 de abril de 1541 Ignacio fue elegido primer superior general de la nueva orden. El resto de su vida lo dedicó Ignacio a trabajar en la edificación y consolidación de la comunidad. Como punto de partida del estilo de vida de los Jesuitas quedó el proyecto escrito por Ignacio en 1539, reconocido por Pablo III como una especie de regla. Esta «regla» quedó integrada por las Constituciones, que se publicaron en su forma definitiva el año 1558. La organización de la Orden tiene una orientación estrictamente jerárquica y acentuadamente centralizada. Los Jesuítas constituyen una comunidad clerical regular, no vinculada a la oración coral en común, dado el cometido que desarrollan, y tampoco a un hábito religioso especial. Junto a los tres votos solemnes relacionados con los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia) los profesos prometen también, como cuarto voto, una estricta obediencia al papa. La Compañía de Jesús se difundió rápidamente por toda Europa, en todas las naciones que habían seguido siendo católicas. A partir del 1540 los Jesuítas comenzaron a desarrollar su actividad también en Alemania. Gracias a su cultura y a sus costumbres esmeradamente cuidadas, consiguieron el favor de príncipes seculares y eclesiásticos. Muy pronto su verdadero campo apostólico llegó a ser la enseñanza en niveles superiores y universitarios en los países católicos, la institución de colegios con internados, los centros de estudios medios y superiores, y pronto también la entrada en las facultades filosóficas y teológicas de las universidades católicas. Intencionadamente los Jesuítas se dedicaron a la educación de las clases más elevadas, con un espíritu severamente eclesial e ignaciano. A esto se añadió, a partir del siglo XVI, una vasta y ambiciosa actividad misionera en los nuevos países descubiertos gracias a la navegación: América central y meridional, India y China. La misión de los Jesuítas se caracterizó desde el principio por su capacidad de adaptación a las peculiaridades culturales de los pueblos. Esta adaptación fue reconocida durante un tiempo por los papas, pero fue atacada con dureza por otras órdenes. Retrospectivamente, los primeros cien años de los Jesuítas representan el apogeo de su obra generosa y gozosamente activa en la Iglesia y en el mundo. A través de la Compañía de Jesús también las antiguas órdenes de los Benedictinos, los Canónigos Agustinos, los Premostratenses y los Cistercienses experimentaron un considerable incremento. Efectivamente, a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, muchos jóvenes monjes y futuros canónigos recibieron su formación espiritual en los colegios de los Jesuítas. Precisamente siguiendo el modelo de los Jesuítas, el año 1609/ 1610, una enérgica e inteligente mujer, perteneciente a la nobleza, María Ward (1585-1645), junto con otras compañeras, procedentes también de Inglaterra y animadas por su mismo espíritu, fundó en las Fiandras una comunidad religiosa. En aquel tiempo los católicos de Inglaterra. Irlanda y Escocia estaban duramente perseguidos. El deseo de instituir una rama femenina de los Jesuítas se enfrentó, en la Iglesia católica, con una dura oposición. Durante varios decenios, María Ward luchó con tanta habilidad como tesón para obtener la aprobación pontificia de su instituto. El objetivo de esta mujer, tenazmente obstaculizada, encerrada algún tiempo en un monasterio por la Inquisición, era la participación activa en el testimonio de la fe en esa época perturbada por las luchas confesionales, sobre todo mediante la educación de las jóvenes. Con el apoyo de los obispos competentes y de los señores locales, María Ward consiguió abrir casas en Lieja, Colonia, Tréveris, Roma, Ñapóles, Perusa. Munich, Vie- na y Bratislava. A pesar de las declaraciones ocasionalmente benévolas de los papas, no se quería conceder a esta valerosa mujer inglesa la exención de la clausura y la sumisión directa al papa, como pedía María Ward en función de la capacidad operativa de su instituto. En Roma, los pontífices que se entrevistaron personalmente con esta desconcertante mujer quedaron impresionados, visiblemente sorprendidos, pero al mismo tiempo perplejos. De esta obra de María Ward, nacida entre tantas dificultades, proceden las «Damas inglesas», una de las más significativas comunidades femeninas de la Iglesia católica, dedicadas a la educación y formación. Decadencia y derrumbamiento en los procesos de secularización Al final de las ásperas luchas confesionales, tras las graves devastaciones de la guerra de los Treinta años, monasterios y órdenes recuperaron nuevas energías. Demuestran la vitalidad religiosa y cultural de la época barroca las magníficas construcciones eclesiásticas y monásticas de los siglos XVII y XVIII, especialmente impresionantes en Alemania meridional, Austria y Bohemia. Pero la línea política dominante y la sensibilidad cultural, cada vez más marcada por el avance de la Ilustración, se mostraron poco bien dispuestas hacia el monacato y, en general, hacia la vida religiosa. Sólo de forma muy esporádica surgían nuevas comunidades, que luego se encontraban, como es el caso de los Redentoristas de san Alfonso de Ligorio (1696-1787), con notables resistencias. Después de la paz de Westfalia (1648), en Alemania, o mejor dicho -es más exacto desde el punto de vista histórico e institucional-, en el Sacro Imperio Romano comenzó a abrirse camino el debate político y literario sobre la secularización de los principados eclesiásticos del Imperio, pero también sobre la supresión, completa o parcial, de todos los monasterios y capítulos dotados de beneficios. En el siglo XVIII estas reflexiones fueron adquiriendo fuerza creciente. En todos los países católicos, con permiso o sin permiso del papa, abadías y monasterios fueron suprimidos ya antes de la revolución francesa. Sometido a durísimas presiones por parte de las cortes de París, Madrid, Lisboa y Ñapóles, en 1773 el papa Clemente XIV se vio finalmente obligado a suprimir la Orden de los Jesuítas. Por secularización, en sentido propio, se entiende el proceso de expropiación de los bienes eclesiásticos y conventuales que tuvo lugar en torno al año 1800 en todos los países de Europa, y América Latina, que se puso en marcha en concomitancia con los comienzos de la revolución francesa (1789), y se prolongó durante un cuarto de siglo de acontecimientos revolucionarios, a través de las guerras napoleónicas y los trastornos que les siguieron, hasta el nuevo orden impuesto a Europa por el congreso de Viena (1815). En estos decenios, y en casi todos los países de Europa y América Latina, que precisamente entonces estaban separándose de España y Portugal, muchas sedes episcopales con sus respectivos capítulos catedralicios, conventos y monasterios fueron suprimidos por las autoridades gubernamentales, y sus bienes expropiados, confiscados totalmente; y numerosas iglesias y conventos fueron profanados, subastados o destruidos. Toda Francia y buena parte de Alemania llevan aún hoy, según los historiadores, las marcas de estas devastaciones tanto culturales como religiosas. La disolución y destrucción de la Iglesia imperial alemana con sus principados episcopales y capítulos imperiales se completó con la Reichsdeputationshauptschluss (Comisión diputada por la dieta imperial para la secularización de los principados eclesiásticos) del 25 de febrero de 1803. Todos los estados eclesiásticos del Imperio quedaron mediatizados, es decir, privados de su dependencia directa del Imperio, sometidos a otras autoridades estatales, y suprimidos. Sólo el Estado del príncipe elector y arzobispo canciller del Imperio, Cari Theodor von Dalberg, y las dos órdenes militares del Imperio (Orden de Malta y Orden Teutónica) consiguieron subsistir, aunque de forma limitada y por pocos años. Sobre todo por iniciativa del príncipe elector de Baviera, también los cabildos y monasterios no vinculados inmediatamente a la autoridad imperial, y por tanto de carácter local, fueron entregados a sus respectivos señores, antiguos y nuevos; de ello se derivó una forma de supresión «discrecional». En toda Alemania, con rarísimas excepciones, incluso estos monasterios e instituciones capitulares locales fueron suprimidos, destinados a otros fines. transformados en escuelas, cuarteles, manicomios, centros penitenciales o prisiones; y en muchos casos fueron destruidos total o parcialmente, mientras que su patrimonio cultural terminaba dispersándose de formas muy diversas. Unicamente en los territorios de los Habsburgo, a sólo dos decenios de la política de restricciones aplicada por el emperador José II. que afectó a las órdenes y monasterios, se renunció generalmente a una nueva supresión de cabildos y monasterios. En la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, por lo que se refiere a monasterios, órdenes y congregaciones, se dieron continuamente supresiones, expulsiones y embargos patrimoniales por parte del Estado. Es lo que sucedió en Suiza, Italia. España, Portugal. América Latina y, de forma especialmente dura, en Francia, tras las leyes de separación de 1905, y con toda brutalidad en las dictaduras comunistas y por obra del nacionalsocialismo del siglo XX. Nueva vida en los siglos XIX y XX A pesar de las graves devastaciones sufridas a comienzos del siglo XIX, en los siguientes decenios dio comienzo muy pronto una profunda renovación religiosa en la Iglesia católica. Esta se vio favorecida por el movimiento romántico, que en su aproximación al pasado transfiguraba idealmente incluso el mundo medieval; y, en el campo político, por la restauración. En 1814 fue restablecida casi en todas partes la Orden de los Jesuítas. Antiguos monasterios y órdenes retornaron a la vida. Surgieron nuevas congregaciones y comunidades. entre ellas los primeros núcleos de institutos seculares. El siglo XIX fue para la Iglesia católica un período de florecimiento de congregaciones. Sus orígenes, de forma análoga a los de las comunidades de clérigos regulares, se remontan al siglo XVI. Sus miembros, según el derecho canónico, emitían solamente «votos simples», a diferencia de los «votos solemnes», que se emitían en las órdenes en sentido estricto. Su hábito religioso y sus obligaciones estaban pensados en función de los cometidos que asumían. Generalmente sus vínculos eran menos severos. Las congregaciones masculinas y femeninas, muy numerosas, eran de derecho diocesano, cuando su institución se realizaba con el consentimiento del obispo únicamente, o de derecho pontificio, si habían obtenido la aprobación del papa. Entre las congregaciones más significativas del siglo XIX están las de los Salesianos y Salesianas de san Juan Bosco, los Padres Blancos y las Hermanas Blancas, los misioneros de la Sociedad del Verbo Divino, muchas asociaciones misioneras y numerosísimas comunidades de religiosas, dedicadas a la enseñanza, al cuidado de los enfermos, a la asistencia a los pobres, o al servicio de las misiones populares. Las medidas anticlericales con respecto a los religiosos que llevaron a cabo algunos gobiernos y los sistemas totalitarios ateos, golpearon con dureza conventos y comunidades religiosas, pero no consiguieron destruir su fuerza vital, ni siquiera en las más enconadas persecuciones comunistas durante el siglo XX. Una nueva forma de vida consagrada, que ha florecido en el siglo XX, es la de los institutos seculares. Se trata de sociedades de clérigos y laicos, hombres y mujeres, dentro de la Iglesia católica, que tienden a realizar el amor cristiano a través de una vida de consagración a Dios y tratan de dar su aportación a la salvación del mundo permaneciendo dentro de él. Sus miembros viven en sus ambientes seculares, profesionales y familiares, o en pequeñas comunidades, a partir de las cuales tratan de actuar conscientemente, desde dentro del mundo. Por su naturaleza los institutos seculares se caracterizan por el compromiso de sus miembros de vivir de acuerdo con los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, por el hecho de actuar y testimoniar la fe desde dentro del mundo, y por el vínculo recíproco con la comunidad a través de compromisos duraderos. Los comienzos de estos intentos hay que situarlos en las épocas especialmente críticas del siglo XVI y de la revolución francesa. Las Ursulinas y las «Damas Inglesas» pretendían realizar ya en su tiempo objetivos que hoy son propios de los institutos seculares. A lo largo del siglo XIX hubo intentos, por parte de algunos hombres y mujeres, de retomar estas aspiraciones. Pero el auténtico desarrollo de los institutos seculares no llegó en la Iglesia católica hasta el siglo XX. En 1947 el papa Pío XII dio a estas comunidades un primer fundamento jurídico con la constitución apostólica Próvida Mater Ecclesia. El actual código de derecho canónico, promulgado en 1983, describe su estatuto jurídico. Los institutos seculares son actualmente muy numerosos, significativos en su obra y están en continuo crecimiento. aunque predominan los grupos femeninos. Mención aparte merece la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, popularmente conocida como Opus Dei, fundada en 1928 por Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás (1902-1975), como asociación masculina, a la que en 1930 se le añadió una sección femenina. En 1943 surgió el Instituto sacerdotal de la Santa Cruz, aprobado en 1950 por Pío XII como instituto secular. En 1982, la Obra fue erigida por Juan Pablo 11 en Prelatura personal, integrada por el Prelado con su propio clero y laicos de toda clase y condición social. Intrínsecamente unida a ella está la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz, a la que pueden asociarse sacerdotes incardinados en sus propias diócesis y dependientes de sus propios ordinarios. Los objetivos del Opus Dei se centran en vivir la plenitud cristiana y extender la llamada universal a la santidad en el trabajo ordinario y en los propios deberes familiares y sociales. Su influencia es especialmente fuerte en España y en América Latina. Un hecho característico de la situación del cristianismo en el mundo contemporáneo es que dentro de la mayor parte de las Iglesias cristianas surgen comunidades muy semejantes entre sí. Las nuevas fraternidades y comunidades de la Iglesia anglicana y de las Iglesias evangélicas presentan grandes analogías con las más antiguas formas de comunidades católicas, y más aún con los institutos seculares. La vida en comunidades religiosas no ha llegado a desaparecer nunca. En la devoción del pietismo, en la hermandad de Herrnhut, y luego en las instituciones diaconales y en las casas de diaconisas del siglo XIX se pueden descubrir auténticas experiencias de espiritualidad religiosa, formas preparatorias de comunidades de vida religiosa en campo evangélico. En el siglo XIX, dentro de la Iglesia anglicana, se formaron comunidades benedictinas, franciscanas y algunas más, siguiendo el modelo de los antiguos monasterios. En los países escandinavos se dio un desarrollo análogo al que acontecía en Alemania, también aquí apoyado de forma notable por movimientos de despertar religioso. Un nuevo y significativo comienzo se dio con la reflexión puesta en acto dentro de las Iglesias reformadas después de la I Guerra mundial y, más aún, después de la Segunda. En muchos países protestantes se ha llegado de ese modo a la fundación de numerosas comunidades semejantes a órdenes religiosas y, por tanto, a auténticas comunidades conventuales en sentido estricto, que han tenido una difusión mundial. La más conocida es la comunidad de Tai- zé, en Francia, fundada y guiada por el prior Roger Schutz. Despertar religioso, devoción interior, celebración solemne de la liturgia de las horas y de la eucaristía, amor activo al prójimo: todos estos ideales se retoman del antiguo monacato, tratando de realizarlos hoy. Es característico, además, el hecho de que estas nuevas instituciones están empapadas claramente por el espíritu de pertenencia recíproca y de responsabilidad común de todos los cristianos. En la Iglesia católica, un lugar de reflexión sobre la tarea misionera del cristianismo en el mundo moderno ha sido sobre todo el Vaticano II (1962-1965). Con él dio comienzo también una nueva fase de reflexión dentro de las órdenes y de todas las comunidades religiosas; reflexión acompañada de profundas reformas y cambios y de polémicas casi inevitables, que no raramente han asumido proporciones acentuadamente críticas, como en situaciones semejantes de los siglos pasados. Este desarrollo ha encontrado su expresión jurídica en la revisión del Código de derecho canónico (1983), pero su conclusión queda todavía lejos. Los hombres de nuestro tiempo, sobre todo en los países de tradición cristiana, se sienten atraídos por la aspiración a la libertad democrática y a la autonomía individual; y, no obstante, también siguen extrañamente dispuestos a establecer nuevos vínculos. Aquí puede verse reflejada, aunque muchos jóvenes no sean conscientes de ello, la nostalgia de una seguridad última, como la que ofreció a lo largo de los siglos pasados una religión viva, y como la que todavía hoy puede comunicar, a quien la busca, un cristianismo vivo. ¿Por qué tantos hombres buscan las iglesias y los monasterios antiguos? ¿Se trata sólo de un fenómeno inevitable del actual turismo de masas, o detrás de todo eso se esconde una inconfesada y profunda nostalgia de otra vida, de un «paraíso perdido», que no puede ser de este mundo? Muchos monasterios e iglesias rodeadas de silencio pueden ser. también para un viajero cansado, lugar de reparo y refugio seguro, un lugar donde cuerpo y alma se sientan en su propia casa. Y aquí todavía puede brillar, para el hombre ansioso e inquieto de finales del siglo XX, un resplandor de aquella antigua sabiduría que se trasluce de las palabras que, hace doscientos años, el abad premostratense Mariano Mayr de Steingaden grabó con su anillo de diamante en la ventana de la sala de los prelados, junto a la iglesia de Wies, dedicada «al Salvador flagelado»: Hoc loco habitat fortuna. Hic quiescit cor Aquí habita la fortuna. Aquí encuentra la paz el corazón. La vida religiosa de la A a la Z A Abad. (Del arameo bíblico abba, en griego y en latín abbas, padre). Es la designación y el título del superior de una comunidad monástica. En el origen de esta palabra está la antigua idea oriental de la paternidad espiritual. El monacato cristiano de los orígenes fue desarrollando en formas jurídicas el contenido espiritual y carismático fundamental: el padre, en torno al cual se reúnen los discípulos, se convierte en portador de un cargo y de la autoridad dentro de una comunidad ordenada por medio de la regla. Esta forma de relación espiritual entre padres e hijos, maestros y discípulos, se manifestó en oriente desde el momento de la transición del ana- coretismo, carente aún de regla (^anacoretas), a la vida en comunidades monásticas (^cenobitas); en cambio, en occidente apareció sobre todo en los monasterios de la regla de san Benito (^Benedictinos): aquí el abad es «señor» espiritual y «padre» de la comunidad (dominas et abbas). a quien los monjes muestran respeto amoroso y obediencia. En el abad los monjes aman y veneran a Cristo mismo; y si para Benito el abad como persona no es nada, en su función representa a Cristo en el servicio a los hermanos y a los hijos. El título de abad se consagra en España con las reglas de san Fructuoso y san Isidoro, aunque ya anteriormente, en el siglo VI, se usa en el concilio de Lleida (546). El título, originalmente honorífico, terminó designando no sólo el cargo del superior de monjes que viven en un monasterio (abadía) como una auténtica familia espiritual, como es el caso de los Benedictinos y de las ramas religiosas benedictinas (Cister- cienses, Trapenses). sino también a los superiores de las colegiatas de f canónigos (vida canónica) y los de las distintas ramas de canónigos regulares (^Canónigos Regulares de Letrán y ^Premostra- tenses). Elección, consagración y derechos del abad están determinados respectivamente por la regla y por el derecho canónico, lo mismo que la extensión de la ^exención. Basándose en el concepto de «paternidad», el abad es elegido, por principio, de por vida; sin embargo, existen tambien reglas jurídicas para un cargo limitado en el tiempo (alrededor de diez años). Entre las insignias de la dignidad propia del abad está generalmente el uso de los /"pontificales (basado en el derecho consuetudinario, o por concesión del papa, en el occidente medieval y moderno): báculo, mitra, pectoral, anillo, etc. Las abadías reunidas en congregación tienen a la cabeza un archiabad, abad presidente o abad general; la confederación de los benedictinos, el abad primado, en Roma. El abad mtllius del derecho canónico católico goza de jurisdicción episcopal sobre el clero y el pueblo de las parroquias ligadas a la abadía; y le corresponden poderes especiales en la administración de los sacramentos (por ejemplo la confirmación y el orden); antiguamente eran muy numerosas, pero en los tiempos modernos su número se ha reducido notablemente (en España no hay ninguna). En las Iglesias orientales, donde los miembros de un monasterio viven según una regla propia, al abad de la Iglesia católica le corresponde el archimandrita o egúmeno. En las Iglesias evangélico-luteranas de Alemania los títulos de abad y abadesa (o domina) se han mantenido en las instituciones que se remontan a monasterios anteriores a la reforma (por ejemplo. Loccum). A la cabeza de una /"abadía imperial (Reichsabíei) estaba, hasta el final de la Iglesia imperial (1803) y del f Sacro Imperio Romano (1806), un abad imperial; a la cabeza de una abadía principesca (Fiirstabtei) estaba un abad príncipe. En la Edad media existían abades comendadores o laicos, o bien la administración -y sobre todo el usufructo de las prebendas y los ingresos monásticos- podía encomendarse a obispos y miembros del clero, pero también a laicos. De ello se habían derivado a menudo graves abusos, por lo que esa praxis fue prohibida por el concilio de Tiento (1545-1563); sin embargo, gracias a las dispensas papales, la costumbre continuó siendo posible posteriormente (casi siempre bajo la forma de «acumulación de prebendas» en una persona). Abadesa. Del latín abbatissa, término derivado de /''abad. Es la guía espiritual (temporal o de por vida) de una familia conventual femenina (/"Benedictinas con las ramas femeninas de la orden benedictina y también algunos monasterios de Clarisas [ /" Franciscanos], /"Canonesas, «capítulos de f Damas» y otras fundaciones monásticas femeninas). El término se remonta al nacimiento mismo de las órdenes religiosas femeninas, aunque en occidente no se empleó hasta mucho más tarde (todavía en el siglo IX, san Eulogio lo desconoce). En España, como en Inglaterra y Francia hubo abadesas que llegaron a tener poderes excepcionales, con autoridad sobre monasterios de hombres y mujeres. El cargo y las tareas de la abadesa encuentran significado en la maternidad espiritual con respecto a las religiosas a ella encomendadas. La elección y la consagración (bendición) por parte del obispo, lo mismo que sus competencias, están establecidas por el derecho propio de la orden. Habitualmente las insignias son la cruz pectoral y el báculo. De forma análoga a la situación de las abadías masculinas, en el /''Sacro Imperio Romano, hasta comienzos del siglo XIX, hubo /*abadías imperiales y principescas, a cuya cabeza estaban abadesas imperiales y principescas, casi siempre en forma de fundaciones de derecho propio, como colegiatas o capítulos de damas o cano- nesas. Abadía. Del latín abatid, /"abad. Es el lugar donde residen los monjes, canónigos regulares, religiosas o canonesas, gobernada por un abad o una /"abadesa, que posee un derecho patrimonial y administrativo propio y, por tanto, es autónoma. En el siglo VII el térnyno designaba el cargo de abad, superior de un monasterio o de una basílica; en la época ca- rolingia (siglos VIII y IX), las prebendas (el patrimonio de la abadía); a partir del siglo XI, un monasterio gobernado por un abad o una abadesa. Filiaciones monásticas más reducidas, nombradas generalmente en los orígenes de un monasterio o sometidas a una abadía, son preposituras, prioratos o celdas. Al principio las abadías eran, por regla, /* monasterios autónomos dotados de patrimonio y con personalidad jurídica. Los monasterios fundados en tierras que eran propiedad de la corona estaban bajo la protección particular del rey (o del emperador). Gracias a la concesión de inmunidad, los monasterios se convirtieron en /"abadías imperiales que, con el tiempo, estuvieron frecuentemente dotadas de rango principesco. Las abadías imperiales y principescas desaparecieron con el fin de la Iglesia imperial y del /''Sacro Imperio Romano (1803, 1806). Con el fin de la Edad media desaparecieron innumerables abadías y las que quedaron se encontraban en el siglo XV en situación lamentable. Un duro golpe para las abadías tuvo lugar en España en 1835, con la /"desamortización de Mendizábal, que suprimió las órdenes monásticas. A finales del siglo XIX empezó la restauración de algunas de ellas, y actualmente España cuenta con doce abadías en activo: una del Císter (Poblet), cuatro de la Trapa (Cóbreces, Cardeña, San Isidro de Dueñas y La Oliva) y siete benedictinas (Montserrat, Sainos, Silos, Leyre, Santa Cruz del Valle de los Caídos, Lazcano y Estíbaliz); estas últimas están unidas a la congregación francesa de Soles- mes o a la italiana de Subiaco. Las abadías benedictinas de todo el mundo están agrupadas en dieciséis congregaciones y todas estas forman una confederación, que tiene al frente un abad primado, elegido cada doce años por todos los abades. Abadía imperial. En el f Sacro Imperio Romano la abadía imperial (o abadía del Imperio) y el capítulo imperial (o capítulo del Imperio, en alemán Reichstift) eran, respectivamente, un monasterio o un capítulo colegial inmediatamente dependientes de la autoridad imperial y representados en los estados generales (clases, rangos) del Imperio y, por ello, dotados de facultad de voto (plural e individual) dentro de la dieta imperial. Abogacía. En el Medievo occidental los abogados eclesiásticos, o procuradores generales (en latín advoca ti), eran los representantes y defensores de las instituciones y las personalidades eclesiásticas en las cuestiones seculares, sobre todo judiciales. La naturaleza y el fundamento jurídico de la abogacía (en latín ad- vocatia) hunden sus raíces en el derecho romano-germánico de la antigüedad tardía. En la concepción germánica el eclesiástico no podía aparecer personalmente en el juicio, ya que le estaba prohibido llevar armas. Además, a las instituciones y personas eclesiásticas se las consideraba especialmente dignas (y necesitadas) de protección. Carlomagno (768- 814) ordenó que todas las sedes episcopales y las abadías estuvieran representadas por advocan. La misión del abogado consistía en representar a la institución eclesiástica que le estaba confiada cuando era llamada a juicio y protegerla en el exterior: por su parte, él ejercía derechos soberanos, entre ellos la jurisdicción inferior y en algún caso, a partir del siglo IX, también la jurisdicción superior. Desde el siglo IX en adelante, la abogacía se convirtió en hereditaria. Llegó a ser también un medio esencial para potenciar el señorío territorial, muy codiciado por parte de la nobleza, precisamente a causa de los derechos y rentas a él ligados. Para las sedes episcopales y los monasterios el ejercicio de los derechos de abogacía, relacionado con abusos e intereses personales, fue con frecuencia motivo de sufrimientos y opresión. Por esa razón, a partir de los siglos XI y XII. los monasterios intentaron progresivamente reconocer como abogados solamente al rey (o emperador) y al papa, liberándose de los precedentes vínculos de abogacía, pagando rescates o evitando vincu lar a los abogados las nuevas fundaciones. En el plano práctico, la evolución jurídica de la abogacía siguió pistas bastante diversas. El rey y emperador romano-germánico conservó de todos modos hasta el final del Sacro Imperio Romano (1806) el título de Advocatus Ecclesiae (protector y defensor de la Iglesia), especialmente como defensor de la Iglesia romana. Abstinencia. Con el término «abstinencia» (del latín abstinentia) se entiende, generalmente, la abstención o privación de cosas superfluas o de la vida sensual. En la Iglesia católica, sobre todo en los monasterios, con el término «abstinencia» se entiende la abstención, en determinados días, de la carne de animales de sangre caliente. Los días de abstinencia eran frecuentes en el pasado; hoy lo son aún los viernes, en memoria de la muerte de Cristo en la cruz (aunque este precepto de la Iglesia, antes muy rígido, ha sido notablemente atenuado, pudiéndose sustituir por otras prácticas, como la lectura de la Escritura, la limosna, obras de caridad...); en cambio, no ha disminuido la severidad el miércoles de ceniza y el viernes santo. En los monasterios y algunas comunidades religiosas los días de abstinencia eran y son mucho más frecuentes, llegando incluso hasta el J ayuno. También las Iglesias orientales conocen determinados días de abstinencia: todos los viernes del año (excepto ciertos períodos o días festivos) y los miércoles de cuaresma. Acemetas o admitas. (Del griego: «los que no duermen»). Se denominaban así los monjes de un célebre monasterio bizantino, fundado en la orilla asiática del Bosforo, que se remontaba al santo abad Alejandro (que vivió entre los años 350 y 430). El nombre procedía del uso de celebrar ininterrumpidamente la liturgia, con coros que se relevaban uno a otro. Estos monjes, austeros y rodeados de gran prestigio, eran frecuentemente llamados a fundar o regir otros monasterios. A partir de los siglos VIII y IX las noticias sobre ellos son cada vez más raras. En los siglos XII y XIII tenían su sede en Constantinopla. Adoratrices. Varias son las congregaciones femeninas conocidas comúnmente con este nombre. Entre ellas: las Adoratrices de la Sangre de Cristo (ASC) (/"Misioneros de la Preciosa Sangre) y las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad (A ASC), fundadas en 1857, en Madrid, por santa María Micaela Desmaisiéres y López de Dicastillo, para la adoración del Santísimo Sacramento y la reeducación de mujeres marginadas. Agustín, regla de san. La tradición nos ha dejado diversas redacciones de la regla de san Agustín. Filólogos e historiadores han discutido por largo tiempo cuál de ellas debería considerarse como la versión auténtica de un texto tan importante para la historia de la Iglesia. En efecto, se trata de la más antigua regla monástica de occidente. Por lo que se refiere a su autor, se ha sostenido que el texto de la regla es el resultado de la combinación de dos reglas monásticas atribuidas al santo padre de la Iglesia, Agustín (354-430). La primera de ellas, denominada Ordo monas te rii (o Regida secunda) describe de forma muy sintética un severo ideal ascético, en una vida caracterizada por la pobreza total y la penitencia rigurosa, con obligación del ayuno, del trabajo manual y el silencio. La segunda regla, más completa -el llamado Praeceptum (o Regula tenia)-, además de principios e ideales ascéticos moderados, contiene algunas pautas generales para la vida común, que el mismo Agustín, como obispo de Hipona (Hippo Regias, en Africa septentrional), conducía con su clero. El Praeceptum existe, además, en una segunda redacción, dirigida a mujeres (Regularis informado) y que, como consecuencia. ofrece una versión adaptada a las situaciones propias de las comunidades femeninas. Este último texto está precedido además por la carta CCXI de san Agustín, un escrito dirigido a religiosas; muy probablemente se ha conservado junto con esta versión del Praeceptum y por esta razón se ha considerado durante mucho tiempo como texto original de la regla. En cambio, tras las investigaciones más recientes, es el Praeceptum el que se considera como la regla «que Agustín entregó, en Hipona, a su primera fundación monástica masculina sin tareas pastorales, cuando la dejó, en torno al año 397» (Ver- heijen). Otras interpretaciones suponen un tiempo anterior de composición por parte de Agustín (388-393); además, a su pluma se deberían únicamente la primera y la última proposición del Ordo monasterii, mientras que el autor del resto se supone que fuera Alipio, discípulo de Agustín. La regla de san Agustín (o Praeceptum) está totalmente impregnada del espíritu del anima una -«un solo corazón y una sola alma»- del libro de los Hechos de los apóstoles (4,32). El texto, concebido para la vida comunitaria conventual (vita communis), según el modelo de la primitiva comunidad cristiana, subraya la tensión personal a la perfección, la atención recíproca y el amor fraterno como los únicos elementos que fundamentan el sentido y la orientación de toda comunidad: «Amar significa: poner lo común por encima de lo propio, no lo propio por encima de lo común. Avanzaréis en la medida que os preocupéis del bien común, y no de vuestro interés personal» (V,2). Gracias a los principios fundamentales y universalmente válidos en torno a la vida común fraterna, en la que puede realizarse la existencia cristiana que vive del amor de Cristo, la regla de san Agustín, con sus afirmaciones sobre pobreza, castidad y obediencia, sobre la alabanza divina y la oración común, resultó provechosamente utilizable por los grupos más diversos; además, se demostraría especialmente fecunda para el desarrollo de la vida comunitaria. La misma regla de san Benito (/Benedictinos) tomó de ella partes enteras. Muchas comunidades canonicales (/Canónigos) se han comprometido a conducir una vida según la regla de san Agustín («secundum beati Augustini regulam viven- íes»), con un estilo de vida canonical, mediante la profesión de los tres votos solemnes (/voto). Además de los /Canónigos Agustinos y los /Premostraten- ses -que son las órdenes canonicales regulares más importantes- la regla de san Agustín ha sido asumida también por otras muchas comunidades masculinas y femeninas como fundamento de su propia vida religiosa (/ Dominicos, Ermitaños / Agustinos, /Agustinos Descalzos). Agustinas. Término aplicado, en sentido amplio, a todas las /órdenes y /congregaciones femeninas que viven según la regla de san /Agustín. Sus orígenes se remontan a aquel convento de mujeres al que san Agustín (354- 430) dirigió una carta (CCXI) sobre la vida comunitaria. Es probable que ya en los siglos XI y XII hubiera monasterios femeninos que seguían esa regla. A las órdenes que llevan el nombre de agustinas pertenecen tanto religiosas con / votos solemnes, como las Canonesas / Agustinas y las Ermitañas agustinas (Ermitaños /Agustinos) y las congregaciones (casi todas de reciente fundación) con votos simples, que siguen la regla de san Agustín y que, por ejemplo, son agregadas como tercera orden (/ Terciarios) a los Ermitaños Agustinos. Como segunda orden de san Agustín, las Ermitañas agustinas pronuncian los tres votos solemnes y observan /clausura estricta. En la Edad media vivían en monasterios autónomos, difundidos por todas partes, y destacaron sobre todo en la asistencia a los enfermos. Las más antiguas comunidades conventuales hospitalarias son las de las Agustinas del Hótel-Dieu, en París, las Agustinas de Cambrai, de Arras y las Agustinas de la Misericordia de Jesús, difundidas en todos los continentes (fundadas en el siglo XIII en Dieppe). De la unificación de los diversos grupos eremíticos (1256) quedaron excluidas las Agustinas que usaban un hábito negro («religiosas negras»), cuyos conventos continuaron siendo autónomos entre sí. A comienzos del siglo XVII la orden contaba con más de trescientos conventos. Aproximadamente hasta el concilio de Tren- to (1545-1563), la mayor parte de las comunidades conventuales dependían del general de los Ermitaños Agustinos, luego del obispo local; sin embargo hubo también monasterios (como, por ejemplo, Niederviehbach) que siguieron dependiendo solamente del general de la orden hasta la secularización. En el año 1953 los monasterios italianos se reunieron en confederación; dos años más tarde, los españoles se unieron en tres grupos, entre ellos las Recoletas y las Agustinas descalzas, fundadas en 1597 (/* Agustinos Descalzos). Célebres agustinas son santa Clara de Montefalco en Umbría [(Clara de la Cruz (t 1308)], santa Rita de Roccaporena. en Casia, en Umbría (f 1457) y la estigmatizada Ana Catalina Emme- riek (f 1824. en el convento de Agnetenberg, en Diilmen). La mayor parte del centenar largo de conventos de monjas se encuentran hoy en Italia y en España. Entre las congregaciones modernas, están las Agustinas Hermanas del Amparo (OSA), fundadas en Palma de Mallorca por el canónigo Sebastián Gili Vives en 1859, y las Agustinas Misioneras (AM), en cuyo origen está un grupo de mujeres que conjugaban la contemplación con la actividad docente, y que fueron reconocidas como congregación en Madrid el 6 de mayo de 1890. Agustinas, Canonesas ^Canone- sas Regulares de san Agustín. Agustinianas/os. Son innumerables las instituciones que se inspiran en la llamada regla de san Agustín: además de los Ermitaños /* Agustinos, cerca de cuarenta órdenes y congregaciones, muy diversas entre sí (como los Redentoristas de san Alfonso María de Ligorio); hay un número equivalente de Canónigos Regulares; una quincena de Ordenes militares (Caballeros de Malta, Teutónicos, etc.); y finalmente, además de las Canonesas Regulares y las Ermitañas fAgustinas, numerosos institutos femeninos contemplativos, educativos, hospitalarios, misioneros, etc. Agustinos, Canónigos /'Canónigos Regulares de san Agustín. Agustinos de la Asunción f Asunción i stas. Agustinos Descalzos. A partir del siglo XV, de los Ermitaños /"Agustinos nacieron diversas congregaciones reformadas, que tendían a una separación del gobierno de la orden y pretendían observar una conducta más severa. Entre ellos, a finales del siglo XVI, están los Ermitaños Agustinos Descalzos o Agustinos Descalzos (Ordo Augustiniensium Discalceatorum, OAD). Dieron origen a cuatro congregaciones: los Agustinos Descalzos españoles o Agustinos Recoletos y los Agustinos Descalzos italianos, franceses y portugueses. En 1588, Felipe II, con una carta dirigida al general de los Agustinos, que entonces se encontraba precisamente visitando España, pidió que se instituyeran casas de «Recoletos» (del latín medio recollectio, recogimiento interior, renovación espiritual). Este deseo del rey había sido promovido por la monja agustina Madre María de Jesús, del convento de santa Ursula, de Toledo. Ese mismo año, un capítulo de la provincia de Castilla, bajo la guía del ministro general de la orden, aprobó la institución de varios conventos masculinos y femeninos de más estricta observancia. El año siguiente, un capítulo privado prescribió a los miembros de las casas de Recoletos un hábito negro, más austero y de tejido basto, y Ies prohibió el uso de calzado. En los años 1601 y 1602 el papa Clemente VIH erigió las comunidades de Recoletos de Castilla como «provincia S. Augustini Fratrum Recollectorum D i sea ice alonan», disponiendo que permanecieran en relación de directa dependencia del general de la orden. Posteriormente surgieron otros conventos en España y en Filipinas, donde el agustino fray Andrés de Urdaneta había fundado, ya en 1564, una misión en la isla de Cebú. En 1621 el papa Gregorio XV dividió los conventos de los Descalzos en tres provincias españolas (Castilla, Andalucía y Valencia) y otra de ultramar (Filipinas), y concedió a la congregación un vicario general propio, al que todos los miembros debían prestar obediencia. En 1629, Urbano VIII con el breve Universalis Ec- clesiae, incorpora a la congregación española la recolección americana. Desde 1912 la congregación constituye una orden autónoma, cuyo vicario general es el prior de los Agustinos Recoletos (Ordo Augustinianorum Re- coUectorum, OAR). Los Agustinos Descalzos españoles alcanzaron grandes méritos con su acción misionera. También los miembros de la congregación de Agustinos Descalzos portugueses, fundados en 1675, promovieron una severa /"ascesis: los monjes podían retirarse a las casas de recolección. a modo de refugios donde dedicarse, completamente aislados, a la contemplación silenciosa. Les está prohibida la cocción de alimentos, como también el consumo de alimentos fuera del pan, la fruta, el vino y el aceite. Su hábito religioso consiste en un austero sayo negro con una pequeña capucha y sandalias de cuerda trenzada. Los Agustinos Descalzos de Italia (a partir de 1593) -cuyo estilo de vida es un poco menos severo: las sandalias son de cuero y las capas más cortas- atribuyen su fundación al recoleto español Andrés Díaz, que llegó a Sicilia en 1592. Una vez aprobados por el papa sus estatutos, en 1610 y 1620, por el gran número de conventos se llegó en 1624 a la división en cuatro provincias (Roma, Nápoles, Génova y Sicilia). Dos años después se fundó el primer convento en Praga. Cinco años más tarde el emperador Fernando II entregó a los Agustinos Descalzos el convento de los Agustinos de Viena. Posteriormente se añadieron otras cinco provincias, entre ellas la austríaca, con catorce conventos. Uno de ellos se encontraba en Silesia (Strehlen) y otro en Ba- viera, en María Stern en Taxa, junto a Odelzhausen/Dachau, lugar de peregrinaciones y sede de un santuario que, con todos los terrenos anejos, fue cedido al nuevo convento de los Agustinos Descalzos el año 1654; aquí trabajó de 1670 a 1672 el entonces aún joven descalzo P. Abrahán de Santa Clara (Ulrich Megerle, 1644-1709). Este célebre escritor y predicador, con su grandiosa elocuencia barroca hizo célebre ese lugar de gracia que, en 1802, fue destrozado por la tormenta de la ^secularización. Hacia finales del siglo XVI también en Francia se dieron los primeros intentos de introducir una observancia más estricta. La reforma penetró a través de Italia. El número de conventos reformados, inicialmente en Villar- Benoit (Delfinado), Marsella y Aviñón (aquí, en 1617, tuvo lugar el primer capítulo general) creció notablemente. El rey Luis XIII y su esposa, Ana de Austria, cedieron a los Agustinos Descalzos otros conventos en París y en Tarascon-sur-Rhóne. En 1632, los estatutos de la congregación francesa (existente desde 1596) fueron aprobados por el general de la orden. Mientras tanto, también el número de los conventos franceses creció tanto que fue necesaria una división de la congregación en tres provincias (París, Delfinado y Provenza). Los Agustinos Descalzos franceses, cuya observancia es algo menos estricta, tienen el mismo hábito que los españoles y llevan barba. Situación de los Agustinos Descalzos en 1996: 25 conventos con 185 miembros, 78 de ellos sacerdotes. Agustinos Recoletos: 203 conventos con 1303 miembros, de los cuales 1016 son sacerdotes. Agustinos, ermitaños. La orden de Ermitaños Agustinos (Ordo Fratrum Eremitarum Sancti Au- gustini, OES A) se constituyó entre los años 1244 y 1256, reuniendo varias comunidades eremíticas italianas (/Ermitaños). Es una de las cuatro grandes órdenes /mendicantes (/"Franciscanos, /Dominicos, /Carmelitas). Estos monjes, con frecuencia denominados también «Agustinos», se comprometían a llevar una vida según la regla de san /Agustín y profesaban los tres /votos solemnes de obediencia, castidad y pobreza. Durante el capítulo general de Villanueva (Estados Unidos), en 1968, se decidió eliminar de la denominación de la orden la expresión «ermitaños», ya que aludía simplemente al movimiento eremítico de los siglos XII y XIII y no expresaba «ningún aspecto fundamental de la orden». Desde entonces el nombre oficial de la orden es simplemente el de Ordo Fratrum Sancti Angustia i (OSA). En Toscana había varios grupos eremíticos que estaban animados por el deseo de llevar una vida según la regla de san Agustín, en una orden jurídicamente autónoma. El cardenal Ricardo Annibaldi y el papa Inocencio IV, durante un capítulo de fundación que tuvo lugar en Roma en el año 1244, unificaron, pues, los eremitorios toscanos en la Ordo Eremitarum Sancti Augustini. Fue el comienzo de la unión (Magna Unió) de varias comunidades eremíticas independientes en una única orden, formalmente reconocida en 1256 con la bula Licet Ecclesiae catholicae del papa Alejandro IV. Un importante impulso para la unificación ha de verse en la voluntad del papa Alejandro IV de poner en práctica las decisiones del IV concilio de Letrán, en 1215, cuya XIII constitución prohibía la excesiva multiplicación (nimia diversitas) de las comunidades religiosas, que podía acarrear graves daños (gravis confusio) a la Iglesia. En efecto, entre las diversas /Congregaciones habían existido contrastes, sobre todo en cuestiones referentes al hábito, que podían superarse con la unificación en una única orden. El hábito de los Agustinos consiste hoy en un sayo (cogulla) hasta los pies, con cinturón de cuero y una esclavina dotada de capucha a punta, todo de color negro. La nueva orden adoptó la regla de san Agustín, transmitida en diversas redacciones, comprometiéndose a una vida inspirada en el padre de la Iglesia. Agustín (354-430): el obispo de Hipona (Hippo Regias. en Africa septentrional) se había preocupado por vivir con su clero una vida comunitaria de acuerdo con una regla, en comunión de amor y de bienes. Este estilo de vida fue asumido por los Agustinos como modelo y como norma de toda su actuación. y caracteriza aún hoy la espiritualidad de la orden, en la que se subraya la pobreza, la fraternidad espiritual, el servicio a la Iglesia (vita activa) y la contemplación (vita contemplativa). La noticia de que la fundación de la orden se remontaba al mismo Agustín se difundió en polémica con los Canónigos Agustinos y debe considerarse legendaria. En efecto, no es posible demostrar una relación directa con las comunidades monásticas funda- das por Agustín en el Africa septentrional. Además de la regla de san Agustín, los Agustinos siguen también unas constituciones propias. en las que se caracteriza la identidad de la orden. Fueron elaboradas ya en la época de la unión y aprobadas durante el capítulo general de Ratisbona del año 1290, con un texto que debía ser definitivo; en realidad, han tenido varias revisiones, incluso en nuestros días. La organización de la orden se estructuró según el modelo que presentaba la orden de los ^Dominicos. Los conventos (casas), cada uno de los cuales está presidido por un f prior con funciones de superior, están congregados en provincias. El provincial (prior provincialis) es el superior de la provincia y es elegido cada cuatro años durante el capítulo provincial. Cada seis años, durante el capítulo general, tiene lugar la elección del prior general, que es el superior general de toda la orden (prior gene ralis). La orden se difundió rápidamente. sobre todo en las ciudades (intensificación de la pastoral urbana), circunstancia que pudo contribuir a la ^exención de la jurisdicción de los obispos locales, concedida por los años 1244 y 1289. Hasta 1295 las provincias erigidas eran dieciséis: diez en Italia, y una en España, Alemania, Hungría, Francia, Inglaterra y Provenza respectivamente. En 1329 había ya 24: en 1492 había en Europa 26 provincias y seis congregaciones. En 1533 se estableció en México y en 1551 en Perú; desde esos países se dilataron por todo el continente americano. Cuarenta años después de la llegada a México, Agustinos portugueses llegaban a la India, donde se difundieron en un sector geográfico que va desde Macao hasta las costas orientales de África. En el momento de su máximo desarrollo, a mediados del siglo XVIII, la orden agustina contaba con 43 provincias y 13 congregaciones, con unos 1.500 con- ventos. A ello había que añadir también, como segunda orden, muchos conventos de Agustinas que, desde el siglo XIII, y hasta la segunda mitad del siglo XVI, permanecieron dependientes del general de los Ermitaños Agustinos. También una tercera orden (^Terciarios) aparece documentada a partir del siglo XIII, aunque su florecimiento se sitúa sobre todo en los siglos XVII y XVIII. Como reacción contra el relajamiento de la disciplina en muchos conventos, a lo largo del siglo XIV, junto con las grandes pérdidas de miembros de la orden en los años de la peste (1348-1351) y el gran cisma de occidente (1378-1417), a partir de 1387 surgieron dentro de la orden diversas congregaciones de observantes. Estos se esforzaban por «observar» (del latín observare), con renovado rigor, la fidelidad original a la regla. Entre las congregaciones de la reforma de los Ermitaños Agustinos se encuentran, a finales del siglo XVI, los Agustinos Descalzos, que posteriormente formaron cuatro congregaciones: los Agustinos Descalzos españoles o Recoletos, los italianos, los franceses y los portugueses. También en Alemania, a partir del siglo XV, se difundió el movimiento de los observantes, entre los que se puede recordar especialmente la congregación de Sajonia-Turingia. Bajo la guía de sus vicarios, Andrés Proles (f 1503) y Juan de Staupitz (t 1524), desarrolló una fecunda actividad reformadora. Pronto se incorporaron a ella más de treinta conventos, entre los que se cuenta el de Erfurt, al que perteneció, desde 1505, Martín Lutero (1483- 1546). A partir de 1517 se abrió la crisis más fuerte de la orden, que condujo a un fin prematuro de la congregación alemana. Muchos Agustinos, y sobre todo los alumnos de Lutero en la universidad de Wittenberg, fundada en 1502 (donde Staupitz había enseñado de 1502 a 1512), se alistaron, desde el comienzo de la reforma protestante, al lado de su maestro, propagando sus ideas. La iglesia conventual de Erfurt fue cedida a los predicadores de Lutero en 1523; en 1561 de allí, como de otros lugares, fueron expulsados por la fuerza los últimos Agustinos. De los 160 conventos agustinos de las provincias alemanas, durante la primera mitad del siglo XVI, se perdieron 69; también en Italia. Francia, Hungría, Inglaterra e Irlanda la orden fue duramente afectada por el avance de la reforma protestante. Después del concilio de Tiento (1545-1563), bajo el gobierno del prior general Jerónimo Seri- pando, la orden adquirió nuevo vigor, sobre todo en España y Portugal. A partir de ese momento dio comienzo también una intensa actividad misionera. Agustinos españoles trabajaron en América central y meridional (donde ya estaban presentes, en algunos países, desde 1533), en Filipinas (desde 1572), Japón (1602) y China (1680). En los siglos XVII y XVIII los Agustinos estuvieron activos en la pastoral ordinaria y extraordinaria, como predicadores (siempre se subrayó especialmente la preparación de los predicadores) y en la educación de los jóvenes que estudiaban en las numerosas escuelas fundadas por la orden. Aún hoy estas actividades, además de los estudios científicos y las misiones, constituyen las tareas más significativas de los Agustinos. La tremenda ola de supresiones conventuales que siguió a la Ilustración y a la Revolución francesa, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, afectó también a la orden de los Ermitaños Agustinos, conduciéndola al borde de la ruina. Si en los territorios habsburgianos la mayor parte de los conventos había sido ya suprimida durante el reinado de José II, en Francia, Bélgica, Italia septentrional y central, y posteriormente también en Portugal, España (con la ^desamortización de Mendizábal), México y resto de Italia, prácticamente todos los conventos se perdieron. En Alemania, durante la gran ^secularización de 1803, la orden fue aniquilada, con la única excepción de sus dependencias en Würzburg y Münners- tadt (en Bad Kissingen). A finales de siglo XIX tuvo lugar una general recuperación de la orden en Holanda, Bélgica y España (a partir del convento de Valladolid, respetado por la desamortización). En Austria y en Francia, en cambio, sólo lograron volver a constituirse las comunidades conventuales de Viena y París. En Alemania los estímulos para una reconstitución de la provincia de la orden llegaron del convento de Münnerstadt; la actual provincia alemana de la orden tiene su sede en Würzburg. Los Agustinos consideraban el estudio de la teología como la base de la orden. Con la unión del año 1256 dio comienzo también la organización del sistema de estudios que debía garantizar la formación religiosa y teológica de los miembros de la orden, en función de la pastoral y el apostolado. Centro de la actividad de estudio a nivel científico fue la universidad de París, donde el agustino Egidio Romano ejerció como magister a partir de 1285. Él llegó a ser el fundador de la escuela agustiniana, estrechamente ligada a las enseñanzas teológicas de san Agustín. Los Agustinos enseñaron también en otras universidades y la orden pudo, además, abrir muchas instituciones docentes para la enseñanza de la teología, los llamados «estudios generales» (muy pronto también en Erfurt y Estrasburgo). Entre los teólogos de la orden que más se distinguieron, además de Egidio Romano (t 1316), hay que recordar a Santiago de Viterbo (t 1307/1308), Agustín Trionfo de Ancona (t 1328), Bartolomé de Urbi- no (t 1350), Enrique de Friemar (t 1354), Guillermo de Cremona (t 1355), Tomás de Estrasburgo (t 1357), Gregorio de Rímini (f 1358) y Agustín Favaroni (f 1443). En el campo literario son dignos de mención Fray Luis de León (t 1591), Malón de Chaide (t 1589) y toda una generación de literatos, predicadores e historiadores españoles, como Enrique Flórez (t 1773) y sus continuadores de la «España sagrada». También hay que recordar a Manuel Blanco, autor de la monumental «Flora de Filipinas» y al biólogo Gregorio Mendel, que en 1865 descubrió las leyes de la herencia («leyes de Mendel sobre la herencia y la hibridación»); murió en 1884 como abad del convento agustino de Brtínn (hoy Brno). La orden ha aportado al santoral un respetable número de santos y beatos; entre los más conocidos están los españoles Juan de Sahagún (f 1479), Tomás de Vi- llanueva (t 1555), el escritor místico y clásico Benito Alonso de Orozco (t 1591), y el italiano Nicolás de Tolentino (t 1305). Situación en 1996: 480 casas, con 2.911 miembros, de los cuales 2.258 son sacerdotes. Agustinos Recoletos /^Agustinos Descalzos. Alejianos. Denominados así por san Alejo (Edessa, ¿siglo V?), cuya figura está rodeada de leyenda, los Alejianos de Aquisgrán (Congregatio Fratrum Celli- tarum sen Alexianorum, CFA) nacieron en el siglo XIV como comunidades religiosas de hermanos laicos (^Begardos), sobre todo para atender a los enfermos mentales y sepultar a los muertos. En la alta Edad media, comunidades de «hermanos pobres», a veces sospechosos de herejía, se encuentran, entre otros lugares, en las Fiandras, en la cuenca del bajo Rin, en Aquisgrán, Hambur- go. Braunschweig y Estrasburgo. El papa Sixto IV les concedió, en 1472. poder seguir la regla de san f Agustín; por eso también ellos se denominan Agustinos. Los Alejianos llevan un hábito negro con cinturón de cuero. Después de una grave decadencia en el siglo XVIII, a partir de 1826 dio comienzo la renovación en Alemania. En 1996 los Alejianos eran 113. distribuidos en 33 casas. Las correspondientes comunidades religiosas femeninas (a partir del siglo XIV; /*beguinas) se llaman Alejianas (también Agustinas). Estas dos reducidas comunidades religiosas están hoy comprometidas en la asistencia a los enfermos. Alniucia. (Al mu ti uní. término de origen persa, adoptado por el árabe). Era al principio un sombrero, alargado hacia abajo por detrás, que llevaban los canónigos en el coro (como se puede comprobar a partir del siglo XI), y más adelante una esclavina compuesta de alzacuello y capucha ('""capa), generalmente confeccionada o forrada de piel: es aun hoy un distintivo, ocasionalmente usado por los canónigos, que se lleva en el brazo izquierdo o se apoya en el sillón del coro. ^Muceta. Amigonianos ^Terciarios. Amigos de Dios. (En alemán Gottesfreunde). Se llamaban así. en el siglo XIV/XV, los seguidores de un movimiento que se proponía difundir los ideales de la vida mística. El apelativo se inspira en Jn 15,14ss: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos...». Este movimiento religioso fue sostenido por religiosos y seglares, pero sobre todo por los f Dominicos. En Alemania suroccidental y en Re- nania asumió un estilo acentuadamente intimista. Sus miembros constituían una asociación bastante libre y mantenían relaciones recíprocas muy estrechas, tanto personales como epistolares. En el plano cultural este último aspecto tuvo una importancia fundamental: se trata de la primera colección de cartas en alemán. El hecho de que estos grupos carecieran de verdaderas estructuras organizativas les hizo, más de una vez, sospechosos de herejía (como sucedió a los /"Begardos). Amor de Dios, Hermanas del. La idea fundacional de las Religiosas del Amor de Dios (RAD) se gestó en las Antillas, donde el fundador, P. Jerónimo Mariano Usera pasó los últimos cuarenta años de su existencia. El estado de ignorancia en que se encontraban las clases más pobres, lo impulsó a fundar una institución que encarnara el amor de Dios a través de la educación. Así nacía en Toro (Zamora), el 27 de abril de 1864, la congregación de las Religiosas del Amor de Dios, que se extiende hoy por varios países de Europa, Africa y América. En 1996 eran 967, distribuidas en 129 comunidades. Anacoretas. Representantes de una forma muy severa de ^asee- sis cristiana, los anacoretas «se retiran» (en griego anakhorein) a la soledad y exigen la separación de toda comunidad humana, para llevar una vida de abstinencia, oración y penitencia. Los anacoretas viven en parajes incultos y desolados (desiertos) y en absoluto aislamiento. Se conocen formas de vida anacorética a partir del siglo III, primero en Egipto y luego en Asia Menor y en Siria. El primer anacoreta cristiano fue san Pablo de Tebaida (Alto Egipto), quien se refugió en el desierto huyendo de la persecución de Decio (250), y murió allí ya centenario. Importantes anacoretas de los primeros tiempos fueron, en Egipto, san Amillonas (primer fundador del anacoretismo en el desierto de Ni- tria, f antes del año 356) y san Antonio el Grande (f alrededor del 356, con más de 105 años de edad). Sus seguidores, a millares, fueron poblando los desiertos, formando muy pronto incluso colonias eremíticas. También en occidente, siguiendo el modelo de Antonio, surgieron comunidades eremíticas (en Roma, Milán, Tréveris). Antonio no fue fundador de una orden y ni siquiera escribió una regla, pero influenció el proceso que condujo a la formación de las comunidades monásticas. En la Iglesia oriental el ana- coretismo fue considerado siempre como la forma más sublime de vida monástica, a la que sólo unos pocos son llamados. En occidente hubo un desarrollo diverso, hasta llegar a la formación de comunidades eremíticas (/'ermitaño). * Angel de la Guarda, Hermanas del (SAC). Congregación femenina fundada por el Beato P. Luis Ormiéres y M. San Pascual en Qui- llan (Francia), el 3 de diciembre de 1839, para la educación, las misiones y el cuidado de los enfermos. Angélicas /'Sagrado Corazón de Jesús, hermandades y congregaciones del. Angélicas de San Pablo /*Barnabitas. Antífona. (Griego y latín: «que suena como respuesta»). A partir del siglo IV, es el canto litúrgico de la Iglesia (en la recitación de salmos e himnos) con el que la comunidad de los fieles responde, en versos alternos, a un grupo de antifonarios (schola). Las antífonas se emplearon, sobre todo, en la celebración de la eucaristía y en la A liturgia de las horas (servicio /'coral) de monjes y canónigos. El libro litúrgico que en la Edad media recogía las antífonas y los responsorios de la misa y de la liturgia de las horas era el antifonario, que corresponde al actual antifonal litúrgico. La oración coral y el rezo del breviario se concluye con una de las «antífonas mañanas», indicadas con sus primeras palabras latinas: Alma Redempto- ris Maten Ave Regina caelorum, Regina caeli, Salve Regina. Eran, en la alta Edad media, auténticas antífonas de la oración coral. Antonianos. (Orden de san Antonio, Hospitalarios de san Antonio). Denominados así por el padre del monaquisino, Antonio el ermitaño (siglo IV), fueron fundados alrededor de 1095 en Francia meridional como hermandad para la asistencia de peregrinos y enfermos. Los Antonianos se dedicaron, con éxito, de manera especial a los enfermos de «fuego sagrado» («fuego de san Antonio» o herpes zoster). En 1247 Inocencio IV concedió a los hijos de san Antonio, que en aquel tiempo cuidaban a los enfermos de la curia pontificia, poder constituir una comunidad y vivir según la regla de san /"Agustín. Desde entonces fueron considerados como orden autónoma. En su época de florecimiento la orden contaba con más de trescientas filiaciones («preceptorías») en toda la cristiandad occidental. Entre sus privilegios estaba el de que los fieles criaban gratuitamente el «cerdito de san Antonio»; el animal podía moverse libremente en busca de alimento, hasta el punto que aún hoy en algunos lugares se mantiene el recuerdo en la expresión injuriosa «puerca andorrera» (en alemán Rennsau). A pesar de su esplendor exterior, su decadencia comenzó ya en el siglo XIV, llegando en 1776, tras numerosos intentos de reforma, a la incorporación de los Antonianos en la orden de Malta. Entre las numerosas órdenes y comunidades que en la Edad media tomaron nombre del ermitaño Antonio, sólo la Orden militar de san Antonio, fundada en 1382 por el duque Alberto I de Baja Baviera-Straubing, podría enumerarse verdaderamente entre las Ordenes militares, pero su desarrollo no fue más allá de los comienzos. Antonio el ermitaño, padre del monaquisino, no había fundado orden alguna ni redactado ninguna regla; sin embargo, diversas órdenes de las Iglesias orientales /"uniatas se denominaron «Ordenes de san Antonio»; tuvieron su origen en los siglos XVII-XIX y subsisten todavía hoy. Anunciatas (o Anunciatinas). Orden de la Anunciación de María (Annuntiatio Mariae), orden femenina rigurosamente contemplativa: Anunciatas lombardas (fundadas en 1408, que siguen la regla de san /"Agustín); Anunciatas francesas (fundadas en 1501 como severa orden penitencial); Anunciatas italianas (fundadas en 1604, llamadas también Anunciatas celestes o turquesas, por el color de su manto). Tras la revolución francesa, los conventos de Francia, Italia y Alemania fueron casi totalmente suprimidos. Actualmente existen sólo algunas comunidades monásticas. Apostolado de Jesús, Damas de la Paz. Fundadas en 1945, en Madrid, por María Josefa R. Galiana Rodrigo para la protección y cultura de la mujer. Apostólicas de Cristo Crucificado (HHAAdeC). Fundadas en 1939 en Santo Angel (Murcia), por María Seiquer y Amalia Martín, trabajan sobre todo entre las clases humildes del pueblo. Apostolinas. (Instituto Reina de los Apóstoles) ^ Familia Paulina. Archivo. Del griego arkheion: oficina administrativa; en latín: archivuni. Es la institución encargada de recoger los documentos jurídicos y políticos de todo género (actas, documentos, cartas, manuscritos, relaciones...), pero también el lugar donde se conservan dichos documentos. Los archivos existen desde que llegó a ser usual documentar por escrito importantes eventos jurídicos, políticos y económicos. Obispos y monasterios tomaron este uso jurídico de la antigua institución de los archivos. La institución de un archivo podía hacerse con éxito sólo cuando el destinatario tenía morada fija, cosa que para los reyes y demás altos dignatarios seculares de occidente no ocurrió hasta el siglo XIII, razón por la que estos archivos no tuvieron gran desarrollo. En el caso de los obispos y monasterios de la Edad media, el archivo estaba estrechamente vinculado con la biblioteca y con el tesoro de la iglesia, dado que los documentos de reyes y emperadores, los privilegios pontificios, las actas y los libros catastrales (^urbario) y las listas de donativos (libros de ^tradición) tenían la máxima importancia para el estado jurídico y para la administración patrimonial. Por esta razón, los documentos escritos más importantes se conservaban también en lugares especialmente protegidos (lugares seguros, torreones, sacristías, criptas, etc.), que tenían la función de «cámara del tesoro» (anuaria) de títulos jurídicos. Sólo en la época moderna, con la investigación y las ediciones críticas de documentos, ha surgido con mayor fuerza el interés históricocientí- fico por estas colecciones. Ascesis. El significado de la palabra ascesis (del griego áskesis, «ejercicio» corporal y espiritual, modo de vivir) no es hoy unívoco. En el lenguaje común designa, generalmente, todos los fenómenos que (casi técnicamente regulados) significan renuncia, abstinencia, mortificación personal. La teología católica entiende la ascesis como lucha ferviente y perseverante de la voluntad humana, sostenida por la gracia de Dios, para una conducta de vida cristiana; en pocas palabras: la tensión hacia la perfección cristiana. En este sentido, la asee- sis se ha cultivado siempre, en sus diversos aspectos, sobre todo en las formas de vida monástica cristiana o asimilables a ella; así, la vida religiosa era exaltada en la literatura más antigua como el «estado de más alta perfección» (frente a los laicos, y también frente a los sacerdotes seculares). La ascesis ha sido considerada en todos los tiempos como parte esencial de la vida religiosa y. tanto en el pasado como en el presente, ha seguido modelos diversos. que van desde el más severo rigorismo (consigo mismos y no raramente con los demás), hasta las formas benévolas de piadosa interioridad, ligadas a una más genuina humanidad. Asistentes Sociales Misioneras (AASSMM). Fundadas por el cardenal Ernesto Ruffini en Palermo (Italia), el 25 de marzo de 1954, se dedican al servicio social misionero. Asunción, Religiosas de la (RA). Fundadas en 1839, en París (Francia), por M;‘ Eugenia Mille- ret, se dedican a la educación en el sentido más amplio. Asuncionistas (Agustinos de la Asunción). Congregación fundada en 1845, en Nimes (Francia), por el P Manuel D'Alzon (1810- 1880). La extensión del reino de Dios, meta de toda la vida del fundador, es también el fin específico de la congregación. Un fin que impulsa a sus miembros a dedicarse totalmente a la proclamación de la verdad, a la evangelización y educación en la fe, a la pasión por la liturgia, especialmente la eucaristía, y al amor sin límites a la Iglesia y al papa. La dimensión trinitaria de su espiritualidad marca sus tareas con un espíritu doctrinal, social y ecuménico, que se expresa en múltiples actividades apostólicas. En 1871. el P. D’Alzon fundó también la congregación femenina de las Oblatas de la Asunción. Auxiliadoras, Hermanas (SA). Eugenia Smet (María de la Providencia) es la fundadora de esta congregación, nacida en 1856 en París (Francia), para el servicio de los marginados y el anuncio del evangelio. Auxiliares Diocesanas del Buen Pastor /*Buen Pastor. Religiosas del. Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote. Nacieron en 1927 en Irún (Guipúzcoa), por obra del Beato D. José Pio Gurruchaga Castuariense, para el apostolado parroquial. En 1996 eran 107 hermanas. distribuidas en 18 casas. Ayuno. En casi todas las religiones el ayuno se considera como una abstinencia temporal, parcial o completa, de tomar alimento, o también determinados alimentos y bebidas (abstinencia), entendida como purificación, sacrificio y expiación. Con frecuencia como preparación a celebraciones religiosas y tiempos festivos. También se ha tenido siempre en cuenta el aspecto positivo para la salud del cuerpo y del alma. Mediante el ayuno religioso, el hombre estimula con la Aiscesis su propia vida interior y espiritual, también en función de la contemplación y como premisa para la iluminación interior y la experiencia mística. Según la visión de la fe propia del Antiguo y del Nuevo Testamento, el ayuno combate el pecado, sostiene los propósitos de penitencia y protege del poder del mal. Jesús, que ayunó durante cuarenta días antes de comenzar su ministerio público, vio en el ayuno un arma en la lucha contra Satanás, pero pone en guardia del exhibicionismo de las «buenas obras». Según el consejo y el ejemplo de la Biblia, al ayuno se le reconoció. desde los primeros tiempos de la Iglesia, una gran importancia. frecuentemente relacionado con las vigilias, las mortificaciones, la oración y la limosna. Por eso, el ayuno se introdujo muy pronto en los ritos penitenciales de la Iglesia, precisamente por que se veía en él un arma contra el pecado y una defensa del poder del mal. Los primeros días de ayuno atestiguados son el miércoles (con referencia a la vida del Señor, del evangelio según Marcos 14,1) y el viernes (día de la crucifixión de Jesús), el viernes santo y el sábado santo, y luego toda la semana santa, los días de preparación a determinados acontecimientos (por ejemplo el bautismo) y a las fiestas del año litúrgico. En la Iglesia romana al miércoles y al viernes se le añadieron pronto, como días de ayuno, el sábado (día del «reposo» de Cristo en el sepulcro) que, a partir del año 400 acabó por suplantar al miércoles. La Iglesia ''latina desarrolló dos períodos de ayuno preparatorio: los cuarenta días de la Quadrcigesima (o cuaresma), antes de Pascua, y las cuatro semanas de Adviento, antes de Navidad. Las Iglesias orientales (Iglesia ^ortodoxa) tienen cuatro períodos de ayuno antes de las fiestas principales. Desde el punto de vista puramente numérico, en la Edad media occidental quedaban solamente 220-230 días al año en los que no estaban prescritas algunas restricciones relacionadas con el ayuno y la obligación de la abstinencia. Se distinguían los siguientes tipos de ayuno: abstinencia completa de alimento y bebida, comidas normales pero con abstinencia de carnes, una sola comida al día sin carnes. Los alimentos considerados adecuados para los tiempos de ayuno variaban según las regiones y los climas, pero, en general, consistían en harina de centeno y de trigo. frutos secos y diversas clases de pescado. «Carne» se consideraba sólo la de los animales de sangre caliente (por cuanto se refería al ayuno y la abstinencia, el término se ampliaba también a los productos derivados de estos animales, como leche, queso, grasas y huevos); pescados, crustáceos y moluscos estaban permitidos, por ser animales acuáticos. Esta última clase de animales, cuyas carnes se consideraban lícitas, se interpretaba con frecuencia, incluso en los monasterios, con cierta amplitud y se aplicaba a «animales acuáticos» de toda especie (cercetas, ocas, patos). Mitigaciones y excepciones eran frecuentemente necesarias y bastante solicitadas, y podían obtenerse gracias a especiales dispensas del ayuno por parte de los superiores eclesiásticos. Por su vinculación con la vida ascética, desde el principio los anacoretas, monjes y monasterios, le reconocieron al ayuno una gran importancia, al menos mientras se atenían rigurosamente a las costumbres y a la regla y no cedían a una praxis más moderada. En muchos puntos existieron (y existen) notables diferencias en la historia del monacato, de los monasterios y de las órdenes, dependiendo, sobre todo, de los cometidos desempeñados por cada comunidad, tanto en el pasado como en el presente. Entre las órdenes más austeras de la Iglesia católica se encuentran aún hoy los Cartujos y los Trapenses. Barnabitas. El fundador principal de la Congregación de los Clérigos Regulares de san Pablo, o Barnabitas (del nombre de su casa madre de San Bernabé, en Milán), fue san Antonio María Zacearía. Nacido en Cremona a finales del año 1502, de una familia noble y rica, estudió letras en su ciudad natal. Tras los estudios de medicina en la universidad de Padua, de vuelta a Cremona, se entregó a la «vida espiritual», enseñando el catecismo a los niños de la iglesia de San Vital. Ordenado sacerdote en 1528, se prodigó en la predicación de «Cristo crucificado» y en la «renovación del fervor cristiano». Fue reclamado en Guastalla por la condesa Ludovica Torelli para desempeñar el cargo de capellán. En 1530 tuvo ocasión de frecuentar la compañía de la Eterna Sabiduría en Milán, donde encontró a Bartolomé Ferrari (1499-1544) y a Santiago Morigia (1497-1546), patricios mila- neses. Junto con ellos, y bajo la dirección espiritual de fray Bautista de Crema, dio vida a la congregación. denominada también de los Hijos de san Pablo, que será aprobada oficialmente por el papa Clemente VII el 18 de febrero de 1533 y confirmada por Paulo III el 21 de julio de 1525. En el mismo período, Zaccaría fundó el instituto de las religiosas Angélicas de San Pablo, rama femenina de la orden, aprobada por el pontífice el 15 de enero de 1535. Las religiosas no estaban obligadas a la clausura, sino que colaboraban con los Barnabitas, como lo demuestran las misiones del Véneto, en la primera mitad del siglo XVI. Constituyó, además, los Casados de San Pablo, o Sociedad de Esposos, formada por hombres y mujeres también casados, que compartían con pleno derecho el espíritu y la actividad de los sacerdotes. La espiritualidad de la congregación se caracteriza desde el comienzo por una intensa vida de renovación interior, centrada en el crucifijo y en la eucaristía, y por un fuerte sentido comunitario y un compromiso especial por la reforma de las costumbres. Así expresaba el fundador el «verdadero fin»: «El puro honor de Cristo, la pura utilidad del prójimo, los puros oprobios y desprecios de sí mismos». A los Barnabitas se les debe la costumbre de repicar las campanas el viernes, en memoria de la muerte de Cristo, y de las Cuarenta horas. En el siglo XVII. la educación escolar de la juventud llegó a ser una de las actividades principales de la congregación, junto al trabajo en las parroquias, las casas de espiritualidad y las misiones extranjeras. Zaccaría murió en Cremona el 5 de julio de 1539 y fue canonizado por León XIII el 27 de mayo de 1897. La insignia de la orden es una cruz muy sencilla que se alza sobre tres montañas, siguiendo el espíritu y el modelo propuesto desde siempre a los Barnabitas: san Pablo. El Apóstol de las gentes es el patrono principal de la congregación. En 1996 los Barnabitas eran casi 400. las religiosas Angélicas 250, y los laicos de san Pablo alcanzaban el centenar. Basilios. En el Medievo latino se llamaban erróneamente Basilios todos los monjes de rito griego (Iglesia oriental). Se partía de la suposición equivocada de que todos los monjes ortodoxos vivían según la «regla» de san Basilio Magno (t 379), lo mismo que los monjes del occidente latino seguían la regla de san Benito. La «regla de san Basilio» no existe. Para el monacato oriental, los escritos y exhortaciones de san Basilio, dirigidos a la vida monástica, son una fuente de espiritualidad. pero no una norma de vida fijada por escrito, en el sentido de las reglas monásticas occidentales. Mas adecuada es la descripción de «Basilios» como monjes griegos que en la Edad media vivían en Italia y España y que fueron favorecidos sobre todo durante el período de la dominación normanda en Sicilia y en Italia meridional. Sólo a partir del papa Honorio III (1216- 1227) los papas consiguieron tener autoridad sobre el monacato griego de Italia meridional. Hoy el único monasterio de este tipo es la abadía de Grottaferrata. cerca de Roma. Los Basilios de rito latino fueron suprimidos en España con la Zdesamortización de 1855. En las Iglesias orientales unidas a Roma, comunidades más recientes, con el nombre de Basilios, unen a la vida contemplativa la actividad de la cura de almas. Beaterío de Jesús, María y José. Fue D. Diego A. De Viera y Márquez quien, en 1788, dio vida en Alcalá de los Gazules (Cádiz) al Beaterío de Jesús, María y José (JMJ), con el fin específico de la enseñanza y el cuidado de enfermos v ancianos. Begardos (llamados también Lolardos). Se encuentran, dentro de los movimientos mendicantes medievales, a comienzos del siglo XIII, en Holanda, y más tarde en Renánia y en otros lugares. Aunque inferiores en número e importancia, representan la versión masculina de las /Begui- nas. Las comunidades masculinas de Begardos se situaban, como las Beguinas, entre el estado religioso y el estado laical. Inicialmente sin verdaderos votos monásticos, pretendían llevar una vida sencilla, acorde con el evangelio; vivían generalmente de su trabajo manual (a menudo como tejedores) o se dedicaban especialmente al cuidado de los enfermos y a sepultar a los difuntos. Los Begardos cayeron pronto bajo la sospecha de herejía y también su conducta cayó en descrédito; en 1311, en el concilio de Viena, fueron condenados, aunque también tuvieron defensores. En el siglo XV las comunidades que sobrevivieron adoptaron la regla de san ^Agustín o se adhirieron a la tercera orden franciscana (/* Terciarios). Los Begardos desaparecieron ya hacia el final de la Edad media. De las comunidades de Begardos derivaron, ya antes del siglo XIV. las comunidades de los f Alejianos, existentes aún hoy. Beguinas. (Término de origen holandés). Son mujeres jóvenes, célibes o viudas, que, a partir de finales del siglo XII, se reunían en comunidades orientadas a la vida religiosa común y a las obras de amor cristiano al prójimo, y también para asegurarse cierto sistema de vida social. Comunidades de este tipo se formaron en Holanda, Francia y Alemania: instituciones parecidas a esta surgieron también en casi todos los países de la cristiandad occidental de la Edad media. Durante la época de la reforma protestante, en algunos lugares tuvieron un nuevo llore- cimiento. En Bélgica y en Holanda se han conservado hasta hoy algunas casas de Beguinas o be- guinajes. El nacimiento del beguinismo, en sus formas femenina y masculina (^Begardos), no puede relacionarse con determinadas personas o lugares. Tuvo origen a partir de la aspiración a una cristianización más profunda que, a partir de los siglos XI y XII, afectó a toda la cristiandad occidental. Expresión de esta nostalgia son, en esa época, las numerosas reformas dentro de la vida religiosa, el nacimiento de nuevas y más severas órdenes y la fuerte ola de nuevas fundaciones monásticas. Todas las clases sociales, clérigos y laicos, hombres y mujeres, se vieron involucradas por esta tensión hacia una vida acorde con el Evangelio. Esto es especialmente visible en el variegado movimiento mendicante del Medievo, contemporáneo a la aparición de las Beguinas. Es difícil encontrar fuentes que ilustren sus comienzos. El movimiento mendicante fue recuperado por la Iglesia sobre todo con las Ordenes f mendicantes, principalmente los Hermanos Menores de san Francisco de Asís y los Predicadores de santo Domingo, a comienzos del siglo XIII. En cambio, en aquel período se desligaron de la Iglesia grupos como los Cataros o los Valdenses, primero sospechosos de herejía y, finalmente, duramente perseguidos. En el beguinismo tomó forma, a partir de Europa del norte (Holanda, Renania septentrional), un movimiento religioso laical, mantenido por mujeres y hombres deseosos de llevar una vida evangélica al margen del estado clerical y religioso. Este movimiento encontró total apoyo por parte de algunos representantes de las autoridades seculares y espirituales, pero con frecuencia cayó en sospecha de herejía y fue también combatido a causa de las actividades económicas de sus secuaces. Las acusaciones de herejía condujeron a la condena de las comunidades de Beguinas y Be- gardos en el concilio de Viena, en 1311. Inmediatamente después, los «ortodoxos» consiguieron nuevamente la aprobación y la protección de la Iglesia. Mientras la rama masculina (los Begardos) desapareció en la alta Edad Media, la femenina (las Beguinas) experimentó una notable expansión, sobre todo en Holanda y Renania septentrional. No obstante cierta ambigüedad jurídica, las casas de las Beguinas ofrecieron alojamiento social y asistencia espiritual a miles de mujeres, a las que, por diversos motivos, no les era posible ingresar en una orden o en una comunidad monástica. Las más seguras eran las comunidades que, en forma jurídicamente bastante libre, se habían asociado a los conventos de las órdenes mendicantes, sobre todo los Franciscanos y Dominicos, pero también los Cis- tercienses y Premostratenses, y habían apoyado su vida espiritual en la obediencia a la Tercera Orden de san Francisco de Asís o a la regla de san Agustín. Las mujeres vivían juntas en «beguinajes», pequeños o grandes, bajo la guía de una «maestra» (magistral sin ningún tipo de clausura monástica. Sus ocupaciones consistían en la oración, el trabajo manual, la asistencia a los enfermos (incluso fuera de su ambiente), sepultar a los muertos y, con frecuencia, también enseñar a las adolescentes. Precisamente por el tipo de actividad desarrollado por las Beguinas, sus casas surgían en las ciudades, desde Holanda y Francia septentrional, a través de toda Alemania septentrional hasta Livonia, Alemania central, Silesia, Polonia y Bohemia, en las ciudades situadas a lo largo del Rin, y de forma aislada también en Alemania meridional, Francia meridional e Italia. En la segunda mitad del siglo XV había en Colonia 106 casas de Beguinas (cada una con una comunidad femenina), 85 en Estrasburgo, 28 en Maguncia y 22 en Basilea. En el siglo XVII sólo el beguinaje de Bruselas contaba con unas mil mujeres. Ante semejantes cifras, se puede advertir la dimensión totalmente positiva del fenómeno de las Beguinas en la historia del movimiento femenino. Hasta el siglo XIV las Beguinas provenían sobre todo del patri- ciado ciudadano, de la nobleza rural y de los sectores medios ciudadanos (burguesía, artesanos y comerciantes de cierto nivel); posteriormente prevaleció el número de mujeres provenientes de los sectores sociales más bajos. Benedictinas de la Providencia (HBP). Deben su nombre a la fundadora. Benita Cambiagio Frassinello. quien en 1838, entre estrecheces, penalidades y calumnias, dio vida, en Ronco Scrivia (Génova, Italia), a esta congregación, dedicada a la educación de la juventud, sobre todo la más necesitada. Benedictinos. /. Benito de Nur- sia. El año 593/594, unos treinta después de la muerte de Benito, el papa Gregorio Magno narró la vida del abad de Montecassino en el segundo libro de los Diálogos, la más antigua y excepcional fuente sobre él. Por otro lado, no se trata de una biografía en sentido moderno. Como Egipto y las Galias podían sentirse orgullosos de las Vidas de san Antonio y de san Martín, así Gregorio quería «narrar algunos milagros del venerable varón Benito, para alabanza del Redentor» (Dial. 1,12). Gregorio eligió a Benito, prefiriéndolo a todos los monjes, abades y obispos, y lo puso en el centro de sus Diálogos. Cuando en 1987 F. Clark sostuvo que Gregorio no era el autor de esta obra, no tuvo que esperar mucho tiempo la respuesta de algunos doctos monjes. «Según el estado actual de la investigación, el intento de Clark de presentar los Diálogos como una adulteración debe considerarse fracasado», afirmaba tajantemente P Engel- bert en 1989. A pesar de la carga legendaria que les caracteriza, en los Diálogos puede descubrirse, pues, un núcleo histórico cierto. Benito nació en una familia noble del territorio de Nursia, en Sabina. Las fechas tradicionales de su vida -nacimiento en torno al año 480, estancia en Roma en el 500, traslado a Montecassino en el 529. muerte alrededor del 547- son sólo hipótesis. Su nacimiento se sitúa hoy generalmente entre los años 480 y 490; su muerte está datada entre el 555 y el 560 (E. Manning llega hasta el 575). Benito f ue enviado a Roma a estudiar, pero sólo permaneció allí por breve tiempo. Disgustado por la conducta inmoral de la Ciudad Eterna, siguió su vocación a la vida espiritual. Al comienzo se retiró a Afilie, en la soledad de los montes Sabinos, trasladándose después al valle del Aniene, junto a Subiaco, a 75 kilómetros al este de Roma. Durante tres años permaneció oculto en una cueva. Cuando se hizo famoso, le fue confiado el gobierno de una comunidad de monjes que había en las proximidades. En este primer cargo como superior monástico no tuvo éxito y volvió a Subiaco. Su fama atrajo a numerosos ascetas, doce de los cuales fueron enviados a monasterios situados en las montañas, cada uno a la cabeza de una comunidad de doce monjes. Benito, en cambio, permaneció en el monasterio principal con algunos de sus discípulos. De la narración de Gregorio no puede deducirse que en Subiaco Benito pensara en una comunidad monástica al estilo de Paco- mio (t alrededor del año 347). Las asechanzas de un sacerdote envidioso que vivía por aquellos parajes, movieron a Benito a dejar Subiaco. Se dirigió hacia el sur y se estableció con algunos discípulos en el Montecassino, a unos 140 kilómetros de Roma. En el monte, en un templo dedicado a Apolo (o a Júpiter), se practicaba aún el culto pagano. Benito destruyó aquel lugar y consagró allí un oratorio dedicado a san Martín, anunciando a los habitantes de aquellas tierras la fe cristiana. En la cima del monte surgió un segundo oratorio en honor de san Juan Bautista. Los Diálogos mencionan solamente el paso de Subiaco a Montecassino, donde Benito fundó un monasterio autónomo, con el espíritu de su regla. Según parece, ya no volvió a dejar su monasterio. Después de haber enterrado a su hermana Escolástica, virgen consagrada a Dios, en su propia tumba, murió y fue sepultado también él en Montecassino. De la vida de Benito se traslucen constancia y perseverancia. Sólo una vez cambió el lugar donde ejercía como superior monástico, y fue contra su voluntad. Durante su vida, su obra fue limitada y sus milagros poco importantes. Mantuvo relaciones con personalidades relevantes que le confiaron a sus hijos para que los educase. A obispos respetables y monjas de abolengo les gustaba visitarlo con frecuencia. Sus novicios provenían de familias cultas. Si Benito hubiera sido sacerdote, seguramente el papa Gregorio lo habría mencionado. Gregorio sabe bien que Benito ha redactado una regla monástica. En efecto, escribe: «En medio de muchos milagros, a través de los cuales el hombre de Dios resplandeció en el mundo, él brilló especialmente por la palabra de su doctrina. Efectivamente, ha redactado una regla para los monjes, única en su moderación, llena de luz en la exposición. Quien quiera conocer mejor su vida y su conducta, hallará en los preceptos de esta regla todo lo que él, como maestro, ha vivido antes. En efecto, el santo no podía enseñar nada distinto de lo que vivía» (Dial. 2,36). Por lo que respecta a la localización histórica de Benito, existen dos puntos fijos: Gregorio cita al obispo Sabino (f alrededor del año 566) de Canusium (Canosa), en las Pullas, y al rey Totila (t 552). Sabino había estado con Benito cuando la caída de Roma, ocupada por Totila el 17 de diciembre del año 546. El papa narra también una visita de Totila a Montecassino (Dial. 2,14ss). 2. La regla de san Benito. San Benito redactó su regla monástica (Regula Benedicti = RB) el cuarto o quinto decenio del siglo VI, en Montecassino; en su redacción no tenía en cuenta sólo su propio monasterio, sino que pensaba también en otros monasterios, de diversa magnitud, situados en enclaves geográficos y climáticos diversos. La regla monástica está escrita en el latín vivo del siglo VI, hablado en Italia por las clases medias y altas. La RB permite una visión general de las formas de vida monástica. Comienza con un prólogo, según el estilo de los antiguos discursos de exhortación, y concluye con un epílogo. En la primera parte se presentan las estructuras fundamentales de la vida monástica: abad y comunidad de hermanos (cc. 2-3), la vida espiritual (cc. 4-7), ordenación del oficio divino (cc. 8-20), colaboradores del abad y castigos (cc. 21-30), administración del monasterio (cc. 3157). Las partes siguientes proceden de forma orgánica. La segunda tiene como objeto la aceptación de nuevos miembros (cc. 58-63), la tercera trata de la elección del abad y el nombramiento del prior (cc. 64- 65), la cuarta establece las reglas de la clausura y de la portería del monasterio (c. 60). Otras indicaciones se encuentran en los últimos capítulos (6772). Aparte de la Biblia, ninguna obra de la antigua literatura cristiana tiene una tradición manuscrita tan amplia como la RB. L. Traube ha intentado reconstruir la historia del manuscrito original de la RB (= Ü). El año 577, los monjes, ante el avance de los longobardos, abandonaron Montecassino y huyeron al monasterio de Letrán, en Roma, llevando consigo el manuscrito original. Este manuscrito llegó luego a la biblioteca pontificia de Letrán. Poco después del 717, el abad Petronace volvió a Montecassino. El monasterio fue reconstruido y, en torno al año 750, el papa Zacarías le envió el manuscrito de la RB. Aquí permaneció el precioso documento hasta el año 883. Cuando los sarracenos amenazaron a la abadía, el códice de la regla fue trasladado a Teano, donde, el año 886 fue destruido por un incendio. Después del año 787, por deseo de Carlomag- no, se había hecho una copia del texto de la regla y, junto con un escrito de acompañamiento del abad Theodemar, se había enviado a Aquisgrán. Este ejemplar normal de Aquisgrán (A) se conservó en la biblioteca de la corte y lo habría utilizado después el abad Benito de Aniano (f 821) como base para su reforma monástica en Francia. También este ejemplar de la RB (A) desapareció; pero se habían hecho copias e incluso los manuscritos ya existentes se habían corregido según él. En el monasterio reformado de Inda, en Aquisgrán, los monjes Grimaído y Tatto de Reiche- nau, por encargo de su bibliotecario Regimberto, hicieron una copia de A. Cuando, en el año 840. Gri maído llegó a ser abad de Sankt Gallen, pudo llevar consigo la transcripción de la copia A de la regla. Desde entonces esta se encuentra, registrada como Codex Sangallensis 914, en la biblioteca del monasterio de Sankt Gallen. Según R. Haslink, el códice es, en todo caso, una copia fiable del ejemplar que Grimaldo y Tatto transcribieron en Inda. El Codex Sangallensis 9/4 (A) del año 817 es un representante del denominado Textus puras. Sus características son: a) escrito en latín espurio (Obscul- ta al comienzo del prólogo, en vez de Ausculta); b) prólogo no abreviado (1-50); testimonios precedentes son los que se refieren al llamado Textus interpola- tus; el principal representante de este grupo es el llamado Codex Oxoniensis Hatton 48 (O), que fue escrito en Inglaterra, en torno al año 700. Con ligeras correcciones, añadiduras y omisiones, el texto interpolado tuvo origen seguramente en Roma en el siglo VII. Sus características son: a) asimilación de la lengua a la gramática clásica y, así, el comienzo del prólogo es Ausculta; b) falta de los versillos 4050 del prólogo. En el siglo IX se ha de dejar constancia de la progresiva contaminación de las dos tradiciones textuales del denominado Textus receptus. La división de los manuscritos según el esquema tradicional (Textus puras, interpo- latas, receptas) ya no es incontestada. R. Haslink, cuya edición crítica de la RB apareció en 1977 en segunda edición como LXXV volumen de la edición vienesa de los padres de la Iglesia (CSEL), ha ampliado el esquema a un cuarto grupo de manuscritos. El ha examinado y confrontado trescientos manuscritos, poniendo sesenta de ellos a la base de su edición crítica. Hasta 1933 se consideraba generalmente que la Regula Magis- tri (RM) era una compilación de RB. En esa época, por encargo de la congregación francesa de los Benedictinos, A. Genestout comenzó a estudiar la RB, con la finalidad de preparar una edición crítica. En 1935 incluyó la RM en sus investigaciones y llegó a la conclusión de que la RM había sido, en muchas de sus partes, el modelo literario y monástico más importante de la RB. Eso significaba un vuelco radical en la opinión más difundida entonces sobre las relaciones de dependencia entre los dos textos. Gracias a una comparación crítica de las secciones textuales comunes a ambas reglas, Genestout se inclinó por la hipótesis de que la RM, desde el punto de vista lingüístico y teológico, había que situarla en una época anterior a la RB. Resultó que no había sido el Magister quien había corregido el texto de Benito, sino Benito quien había corregido el del Magister. Investigaciones paleográficas confirmaron su revolucionaria tesis de la prioridad de la RM. Los primeros manuscritos de la RM son decididamente más antiguos que los más antiguos manuscritos de la RB. El Códice 12634 de la Biblioteca Nacional de París había sido escrito a fines del siglo VI en Italia meridional; el Códice 12205 de la misma biblioteca había tenido origen en el mismo contexto geográfico, alrededor del 600. Este hecho no prueba todavía la prioridad de la RM. Pero, además de las observaciones paleográficas, la tesis de Genestout se ve reforzada por investigaciones de crítica textual y de orden lingüístico. Suponiendo que la RM hubiera sido escrita durante el siglo VI, después de la RB, sería difícil comprender por qué el Magister no tuvo en cuenta los últimos capítulos de la RB (67- 73). En el contexto de la RM no se da ningún motivo que justifi- .que esta omisión. ¡Qué impresión debió producir este descubrimiento en muchos que hasta entonces habían venerado a Benito de Nursia como padre del occidente y patriarca del monacato occidental! Recibieron esta desconcertante tesis como un inoportuno desencantamiento y como una injustificada desmitización del autor de la RB. Pero el temor de desprestigio de san Benito era infundado. Gracias a los resultados de la investigación crítica de los últimos cincuenta años, y sacando a la luz la verdad histórica, la RB no ha perdido en absoluto su importancia. Los perfiles de la figura de Benito y la verdad de lo que hizo aparecen ahora con una luz más diáfana. Es un mérito del benedictino francés A. de Vogüé haber presentado de manera convincente la prioridad de la RM con su obra en tres volúmenes, La Regle clu Maitre, de 1964-1965. Él opina que la RM tuvo origen por los años 500 y 535, en los alrededores de Roma. En parte, Benito transcribe literalmente la RM. Al constatar este dato hay que observar que los antiguos no tenían la idea de plagio. Estas son las partes de la RB que están directamente vinculadas a la RM: prólogo 5-45, 50; capítulo 1,1- 11; 2, I - 18a, 18b-25, 30, 35-37; 4, 1-7, 9-59, 62-74; capítulos 5- 7. «Benito pasa por alto muchísimas cosas, pero también da bastantes por supuestas; con frecuencia abrevia, introduce elementos, resume capítulos de la RM en uno solo, y otras veces los divide. Mientras la RM enlaza lógicamente entre sí los distintos capítulos, Benito prefiere aislarlos, pero resume sus capítulos con mayor energía» (B. Steidle). Aceptada en general la prioridad de la RM. san Benito y la RB se han visto de una forma totalmente nueva. Con la investigación histórico-crítica de los últimos cincuenta años ha tenido lugar una valoración de la RB completamente diferente. 3. El camino para la plena afirmación de la RB. Premisa de la RB es el tesoro de la tradición monástica, tal como se vivía en los monasterios de Italia. El autor de la regla monástica conoce autores como Juan Casiano y Basilio de Cesárea, así como las biografías de los padres del monacato. Él recomienda esta espiritualidad a aquellos que «en la vida monástica se apresuran hacia la perfección» (c. 73). Con admirable sabiduría, Benito ha sabido valorar la tradición monástica, adaptándola a la vida de su propio monasterio. En medio del variegado y desbordante movimiento monástico de su tiempo, la RB se distingue por su orden y equilibrio. Benito no carga el itinerario hacia su forma de vida con dificultades inusitadas y gravosas. El camino que conduce a su monasterio debe estar abierto a toda persona que busque a Dios con sinceridad. A la cabeza de la comunidad monástica está el abad, elegido por todos, que lleva toda la responsabilidad del monasterio. Todos los monjes deben obediencia a su autoridad, ligada a la regla. En el gobierno del monasterio le ayudan el prior y el celdario, el maestro de novicios y otros. Con ocasión de algún acontecimiento importante, además del consejo de los más ancianos, debe escuchar la opinión de todos los monjes. La RB tiende a ordenar todo lo referente a la vida monástica como desean los que son más capaces, pero de tal modo que los mas débiles no sucumban. Está rigurosamente prohibida la posesión de bienes, y nadie puede usar libremente de ellos. Sin embargo, el monje puede pedir al abad todo lo que sea necesario. A modo de síntesis, se puede citar aquí el juicio del franciscano K. S. Frank sobre san Benito: «En su regla plasmó un conjunto de leyes totalmente posible de vivir, sencillo y práctico, comedido y adaptable en sus exigencias ascéticas». No es posible establecer con certeza si la RB se observó también en otros monasterios en vida de san Benito -como tal vez en su fundación de Terracina (Dial. 2,22)-. Desde el año 577, Montecassino permaneció en ruinas durante casi 140 años. Benito parecía olvidado y la difusión de su regla procedía muy lentamente. Durante todo el siglo VII, Benito permaneció en la oscuridad; no sabemos nada de la difusión de su regla monástica en Italia y en Roma. ¿Cuándo y dónde se comienza a encontrar la RB? Alrededor del año 620 se encuentra por primera vez en Francia meridional. Aproximadamente a partir del 628, los monjes de san Columbario vincularon su regla (regla de san ^Columbario) con la RB. como también con otros escritos legislativos monásticos. Para el perdo siguiente se habla, por lo tanto, de «período de las reglas mixtas» (/"regla mixta). La RB aparece al lado o, mejor, a la sombra de la regla de Columbario: en el año 632 en Solignac, en el 635 en Rebais, en el 640 en Nivel les, en el 649 en St. Wandrille y en el 651 en Fleu- ry. En el sur, sobre todo en Lé- rins, alrededor del 660, se puede constatar la observancia de la regla mixta. Tampoco en España, en el siglo Vil, el monaquismo debió estar caracterizado exclusivamente por la RB. Sin ninguna duda, el sínodo de Withby tiene una importancia decisiva para la afirmación de las costumbres romanas, y también de la RB, en Inglaterra (Wilfrido la introduce en los monasterios ingleses como la «regla romana»); pero todavía a finales del siglo Vil la Vida del abad Benito Biscop (f 691) nota que había estudiado la regla de diecisiete monasterios. Biscop, que gracias a sus numerosos viajes a la Galia y a Roma se había puesto en contacto con la cultura latina, creó en Inglaterra un nuevo tipo de monasterio como centro de arte y saber: Wear- mouth en el año 674, y Jarrow en el 681. Jarrow es el monasterio de Beda el Venerable, en quien las posteriores generaciones de monjes vieron un modelo de benedictino. En su Historia eccle- siastica gentis angla non, Beda podía afirmar de sí mismo: «He puesto todo cuidado en el estudio de las Escrituras y, además de la observancia de la disciplina regular y el cuidado diario del canto del oficio eclesial, siempre he experimentado gozo en aprender, enseñar y escribir» (V,24). El año 651 se fundó en el corazón de Francia la abadía de Fleury, dotada de grandes beneficios. También allí se ha de constatar, desde los comienzos, un gran interés espiritual por la regla. En el 672, una delegación enviada desde este monasterio a las ruinas de Montecassino se puso a la búsqueda de los restos de Benito. Y con éxito. El día 11 de julio del 673 ó 674, las reliquias pudieron ser depositadas en la cripta de la basílica de Santa María. Muy pronto, el día I 1 de julio se comenzó a celebrar la fiesta de la deposición de san Benito, y no sólo en Fleury: a partir del año 702 ó 704 está documentada también en Ripon, en Inglaterra. Fue Inglaterra el primer lugar donde la RB consiguió afianzarse como regla única. Desde Inglaterra alcanzó después los demás países europeos. Tras la refundación de Montecassino, el año 717, es fácil suponer una difusión de la RB a partir de Italia. Era la época del entusiasmo romano en el reino de los Francos, como lo testimonian las peregrinaciones a la tumba de san Pedro. Como el papa Gregorio había celebrado a Benito de manera totalmente extraordinaria, se le consideraba Abbas rom insis (Co- dex Veronensis, siglo VIII). Benito y Roma, a los ojos de los países nórdicos, eran exactamente lo mismo. Los sínodos francos del 743 y 744 prescribieron de manera vinculante la introducción de la RB. Fulda, la abadía más amada por san Bonifacio, que la había fundado el año 744. recibió en la persona de Sturmio un abad que había pasado todo un año en Montecassino. Respetando las pautas de san Bonifacio, no sólo se observó la RB, sino que incluso la mesa y el modo de vestir se regularon de acuerdo con los usos de Montecassino. 4. La Edad media. Cari omagno, preocupado de que en los monasterios del reino de los Francos hubiera una única observancia, ordenó llevar un ejemplar de la RB a Aquisgrán, el año 787: con este mismo hecho puso fin a la época de las reglas mixtas. Sin embargo, la total afirmación de la una consuetudo, es decir, de la observancia de la RB en todos los monasterios, no se consiguió hasta los sínodos de Aquisgrán de los años 816 y 817. En los años 816-819 el abad reformador de Inda, Benito de Aniano, o Benito II, como lo llaman fuentes contemporáneas, promovió, gracias al apoyo de Ludo vico Pío, la unificación de la observancia monástica. Explicó la RB a los participantes del sínodo de Aquisgrán del año 816, y defendió como bueno todo lo que concordaba con esta regla. El capitular monástico, publicado bajo su influjo el 23 de agosto del año 816, llegó a ser ley del imperio y norma vinculante para todos los monjes del reino de los Francos. A la oposición, ligada a la tradición de las reglas mixtas, Benito de Aniano le mostró con su Concordia recularían que la una consuetudo monástico, en el fondo, no estaba en contradicción con la tradición seguida hasta entonces. El abad del imperio trató de aproximarse todo lo posible al estilo de vida de Benito de Nursia y sus monjes del siglo VI. La oración coral habría de regularse en lo sucesivo de acuerdo con las indicaciones de la RB. A partir de Benito de Aniano es cuando podemos hablar de monasterios benedictinos en sentido estricto. Los anteriores conceptos de monje y monasterio deben sustituirse por los de benedictino y monasterio benedictino. La dieta imperial de Aquisgrán del año 816 quería llegar a una neta distinción entre ordo monásticas y ordo canónicas. El verdadero rasgo distintivo del monje con respecto al canónigo (^canónigos) consistía en la pobreza personal. El monje debía dejar la cura de almas y permanecer en el monasterio por toda la vida. La reforma de Benito de Aniano marcó en profundidad a los Benedictinos de los siglos IX y XII. El monasterio había alcanzado un puesto estable en la vida ecle- sial y en la del Estado, gracias a la celebración de la liturgia y a sus actividades culturales y económicas. El monasterio de la RB fue al principio una comunidad laical (/monacato laical), en la que había uno o varios sacerdotes para la celebración de la eucaristía: «Si el abad desea que sea ordenado un sacerdote o un diácono para su comunidad, elija a uno de sus monjes que sea digno de ejercer el sacerdocio» (RB 62,1). En los monasterios del siglo IX. en cambio, la ordenación sacerdotal se consideraba generalmente como coronación y plenitud de la vida espiritual. El monasterio se había convertido en una comunidad clerical, en la que casi ningún monje se quedaba privado de la ordenación hasta la muerte. Si durante los primeros siglos las plegarias monásticas -exceptuando la celebración de la misa- las formulaban los laicos, ahora todos los momentos importantes de oración los realizaban los sacerdotes. Es más, el monasterio había llegado a ser un «lugar de liturgia altamente oficial» (A. Angenendt). El número de altares aumentó notablemente, debido al auge del culto a las reliquias y la creciente necesidad de celebrar misas. Ya Benito de Aniano recomondaba el uso cultual del deambulatorio del ábside. Además de la celebración común del oficio coral, pronto cada monje celebró diariamente su misa privada. A la muerte de un monje cada sacerdote de su monasterio debía celebrar tres misas. En el monasterio de Sankt Gallen se ha conservado el plano ideal de un ^monasterio carolingio. Reserva un espacio propio para la sedes scriben- tium. Desde tiempos antiguos formaba parte del monasterio un scriptorium (escritorio) y una ^biblioteca. En la Epístola de litteris colendis Carlomagno había exhortado a los monjes a tomar parte en la renovación cultural. Los scriptoria de los monasterios acogieron con entusiasmo la invitación a conservar los textos antiguos. Los mayores catálogos de la era carolingia, como el de Reichenau, del año 822, catalogan un patrimonio que va desde 400 hasta más de 600 volúmenes. Los códices de estas bibliotecas estaban escritos en pergamino. Con el término pergamino se entiende una piel sin curtir de cabra, oveja o ternero de la que se eliminaba la carne, la materia grasa y los pelos, mediante inmersión en una solución de cal; después se procedía a encalarla y a pulirla. Tanto la parte interior (carne) como la exterior se prestan bien para la escritura. «La primera época carolingia perfeccionó la escritura minúscula que, no obstante la libertad de expresión de cada uno de los scriptoria, garantiza una clara legibilidad, armoniosas proporciones y natural fluidez en la forma de cada uno de los escritos» (B. Bischoff). En las bibliotecas monásticas predominaba la patrística latina, junto a autores clásicos antiguos. Italia era la fuente, es más, una verdadera mina, de libros antiguos. La época carolingia es también la gran época de las miniaturas. Los ^evangeliarios con sus ilustraciones canónicas y las imágenes de los evangelistas son los códices preferidos por los miniaturistas. De la época carolingia se conservan entre siete y ocho mil manuscritos. En la Admonitio generalis, del año 789, Carlomagno ordenó que en todos los monasterios se instituyeran escuelas. El sínodo de Maguncia del año 813 recomendaba a los creyentes que «mandaran a sus hijos a la escuela. ya estuviera en un monasterio o en el domicilio de un eclesiástico». Las escuelas monásticas acogían en casi todos los países a los hijos de los señores, de las familias nobles que mantenían el monasterio, del patrono o alcalde, como también de los bienhechores y amigos del monasterio. Sin embargo, en el año 817, Ludovico Pío, por influjo de Benito de Aniano, dispuso que «en adelante los monasterios deberán instituir una escuela interna sólo para sus propios oblatos (/ oblato)». Para suavizar estas severas prescripciones, muchos monasterios fundaron junto a la escuela interna, una escuela externa, reservada a los laicos. En el monasterio de Sankt Gallen existen espacios expresamente pensados para los dos tipos de escuela. El abad Sturmio introdujo en Fulda las clases anuales. Las disciplinas no siempre coincidían con las del antiguo trivio y cuatrivio. Las escuelas monásticas aportaron una atmósfera de elevada cultura entre los monjes, ya que implicaban el perfeccionamiento y permanente puesta al día de los maestros. Pero, ¿cómo reclutaban los monasterios a sus futuros miembros? El concilio de Toledo, del año 633, establecía: «Se llega a ser monje por la oblación hecha por parte del padre, o bien por la profesión personal». La oblación de los niños (RB 59) estaba muy difundida; muchos monjes anglosajones. como Willibrordo, Bonifacio, Lullo y Willibaldo eran pueri oblad. Bonifacio preguntó al papa Gregorio II (f 731) si estos niños, al alcanzar la mayoría de edad, podían dejar el monasterio. El papa confirmó el carácter irrevocable de la oblación hecha por los padres. Esta forma de reclutamiento de nuevos miembros para el monasterio tenía ventajas económicas y personales. Sin embargo, al hombre moderno le resulta muy difícil de entender. La presentación de los niños se entendía como una oferta a Dios, según el modelo vete- rotestamentario de Samuel (cf 1 Sam 1,21-28). Una decadencia generalizada de la vida monástica fue la consecuencia de la crisis económica, espiritual y religiosa que siguió a la disolución del imperio carolin- gio. Las incursiones de los sarracenos, normandos y húngaros, tuvieron también su parte en todo esto. Los monasterios fueron asignados por los señores seculares y eclesiásticos a sus vasallos que, como abades laicos, se preocupaban exclusivamente del patrimonio, no dejando a los monjes casi nada. En Francia y en Lorena, en la segunda mitad del siglo IX. se registran numerosos casos de estos codiciosos abades laicos. En Inglaterra, por ejemplo, el monaquismo desapareció casi por completo; por esta razón el siglo X se considera como el siglo oscuro de la historia del monacato benedictino. Y sin embargo, la renovación de la Iglesia llegó precisamente gracias a los monjes y, no en último término, a los benedictinos que ocuparon la sede de Pedro, desde Gregorio Vil hasta Gelasio II. La reforma partió de diversos monasterios, pero el centro más significativo, por su permanente influjo y por la amplitud de su incidencia, fue la abadía de Cluny. fundada el año 912. El patrimonio de este monasterio se sustrajo a toda clase de influjo extraño desde el momento de su fundación por obra del duque Guillermo de Aquitania. Gracias a la sumisión del monasterio a la protección de la Santa Sede, la abadía borgoñense llegó a estar exenta de la autoridad episcopal (^exención). «Para los abades de Cluny. la difusión de una observancia fue un instrumento para garantizar la reforma de los monasterios, gracias a su independencia de los obispos y de los señores feudales del lugar: se trataba casi siempre de monasterios que Cluny había obtenido como donación de sus fundadores o propietarios, que se le habían unido por voluntad de obispos y papas o cuya anexión habían solicitado ellos mismos» (J. Le- clerq). La difusión de la reforma /"cluniacense se llevó a cabo sin ninguna intención de dominio sobre los demás monasterios por parte de Cluny. Fue este un monasterio importantísimo, que ningún historiador de la Edad media puede olvidar. Desde el año 900/ 910 hasta la muerte de su último gran abad. Pedro el Venerable (1 155), la orden de los Clunia- censes marcó de forma decisiva la vida de la Iglesia de aquel tiempo. Se cree que el número de sus monasterios llegó a ser de unos 1.300 en Francia, y otros 150 en Bélgica, Badén y Suiza. A estos se añaden otros 40 en Inglaterra y Escocia, 24 en España y Portugal y 35 en Lombardía. Cluny significaba una determinada conducta de vida monástica, en la que la liturgia tenía un lugar eminente en el conjunto de sus costumbres. Las consuetudines (^costumbres) de Cluny fueron publicadas de manera excelente, a partir de 1983. por K. Hallinger en el Corpus Consuetudinum Monasticarum. Cluny poseía también la más rica biblioteca de Francia. Si se exceptúa Montecassino, del siglo X al XII, no hubo ningún monasterio que dispusiera de tan importante lista de autores y títulos. En Alemania era reducido el número de monasterios dependientes de Cluny. K. Hallinger ha sostenido haber descubierto en el monasterio lorenense de Gorze. fundado el año 749 y reconstituido en el 933, un centro de reforma que se diferenciaba notablemente del programa de renovación de Cluny, y que llegó a comprender cerca de 160 abadías del Imperio (reforma f lorenense). Este movimiento tuvo el apoyo de obispos y señores feudales y debió encontrar su unidad en una consuetudo, sin llegar a tener una organización centralista como Cluny. El hallazgo de Hallinger fue inicialmente contrastado. Otros centros de reforma en Alemania, como Siegburg, St. Blasien e /"Hirsau organizaban su vida según la orden clu- niacense, sin depender jurídicamente de Cluny y de los monasterios a él asociados. El diploma de Hirsau de 1075. hoy reconocido como auténtico, podría responder tanto a las ideas de reforma monástica como a los intereses de la familia de los condes de Calw, fundadores del monasterio. Un nuevo fundamento jurídico reemplazaría de este modo los antiguos conceptos de monasterio autónomo y de '"iglesia privada. Como compromiso se ha de ver la solución de la cuestión de la '"abogacía, gracias a la cual fue posible ampliar notablemente el campo de acción del monasterio de Hirsau. Cuando el abad Guillermo decidió adoptar las costumbres de Cluny, quiso que se adaptaran a la situación cultural y climática propia de la Selva Negra. A la comunidad monástica se le reconoció el derecho de elegir libremente a su propio abad, según las pautas de la regla de san Benito. El abad, en su plenitud de poderes, debía decidir, en nombre de Cristo, sobre lodos los asuntos que afectaban a su monasterio. Por la autoridad que le compete, el garante del ordenamiento jurídico monástico debía ser el papa. Guillermo, a pesar de ser él mismo un ¡mar obla- tus, abolió la '"oblación, como negación de la libertad personal. No permitió que los padres continuaran entregando al monasterio los hijos deformes o demasiado numerosos. Otra innovación fue la introducción en Hirsau de los hermanos laicos ('"conversos). Por su parte, los fratres barban eran personas que habían vivido la experiencia de una conversión a la vida monástica. Trabajaban en el establo, en el taller o en los campos. Los monjes necesitaban sus servicios para poder dedicarse por completo a la vida espiritual. Esta división de tareas se alejaba del aprecio que san Benito concedía al trabajo manual dentro de la vida monástica. Hirsau. como centro de reforma, influyó sobre otros monasterios de nueva fundación o ya existentes en Alsacia, Suebia, Franconia, Baviera, Bohemia, Carintia, Turingia, Sajonia y Suiza, aunque sin dar lugar a una congregación centralizada. Los primeros en apartarse del movimiento unitario del monacato medieval fueron los /"ermitaños, con Bruno de Colonia (f 1101, ^Cartujos). Con Romualdo (t 1027) dio comienzo en el yermo de Camaldoli la congregación de los '"Camaldulen- ses, con una estructura centralizada. Juan Gualberto (t 1073) abandonó Camaldoli y fundó el año 1039 un monasterio cenobítico en Vallombrosa (cerca de Florencia), del que derivó después la congregación de los Vallombrosanos. En 1098 se fundó el monasterio de Citeaux. del que tuvo origen la orden de los '"Cistercienses, con su característica vida sencilla, en soledad, apoyada en el propio trabajo. Pero todos estos movimientos tenían un punto de convergencia en su vinculación con la regla de san Benito. El monacato benedictino no perdió su posición predominante hasta la fundación de nuevas órdenes como los Canónigos '"Agustinos y los '"Premostra- tenses, que se remontaban a la tradición de Agustín, y también con la creciente difusión de conventos de las órdenes f mendicantes. La crisis del sistema feudal condujo a la decadencia económica de las antiguas abadías benedictinas. En el siglo XIV muchos monasterios benedictinos se redujeron a lugares donde se instalaban los hijos de los nobles. Las esperanzas de renovación se depositaron en la asociación de varios monasterios en congregaciones regionales, tal como se disponía en la denominada Benedictina, la bula Sununi magistri, promulgada por el papa Benedicto XII en 1336. Según ella, los monasterios benedictinos debían distribuirse en treinta provincias; cada uno de ellos sería visitado cada tres años y debería rendir cuentas a su propio capítulo provincial. Pero la reforma no se logró. Sólo el capítulo general de la provincia de Maguncia y Bamberg, reunido en 1417 en el monasterio de Peters- hausen por disposición del concilio de Constanza, llevó a una nueva reflexión, cuyo fruto fueron los movimientos de reforma de '"Kastl, '"Melk y '"Bursfeld. El conde palatino Ruprecht tomó la iniciativa de la reforma del monasterio de Kastl, en el Alto Palatinado. Las ideas de reforma, en las que intervino de forma decisiva la tradición del monasterio de Subiaco, llegaron a Kastl junto con los monjes bohemios. La reforma afectó a numerosos monasterios de Alemania meridional, pero no condujo a la formación de una congregación. Estimulado por el duque Alberto V de Austria, el rector de la universidad de Viena, Nicolás de Dinkelsbühl, trazó un programa de reforma para los monasterios austríacos. Para conseguir implantarla quería recurrir a monjes alemanes sensibles a los ideales de reforma, provenientes del monasterio de Subiaco. En 1418 el monje reformista Nicolás Seyringer fue nombrado abad de Melk. Gracias a su acción en Te- gernsee, Benediktbeuern y Wei- henstephan, el monje de Melk, Pedro de Rosenheim (t 1433), se convirtió en el mayor reformador del monacato bávaro. La unidad de prescripciones litúrgicas y costumbres monásticas dependía exclusivamente de la buena voluntad de abades y monjes, como también de la vigilancia de los visitadores; en efecto, también la reforma de Melk terminó con la formación de una congregación. El monje Johannes Dede- roth. de la abadía de Northeim, en la Baja Sajónia. había tomado parte en el capítulo provincial de Petershausen como representante de su abad, y se había entusiasmado por la causa de la reforma. Gracias a la mediación del duque Otón de Braunschweig fue enviado a Clus, que logró transformar en un verdadero modelo de monasterio reformado. El duque güelfo, que había seguido atentamente esta evolución, confió al abad la reforma del monasterio de Bursfeld. Otros monasterios, como Huysburg, Reinhausen y San Pedro de Erfurt, asumieron este estilo de vida y de fidelidad a la regla. En mayo de I 146 se reunió el primer capítulo general de la unión de Bursfeld. al que se asociaron casi todos los monasterios de Alemania septentrional. A estos se añadieron también abadías holandesas, danesas, belgas y alsacianas, de modo que. al final del siglo XV. la congregación de Bursfeld comprendía casi cien monasterios. Es probable que el abad Dede- roth. durante un viaje a Italia, conociera el movimiento de reforma originado en Santa Justina, en Padua, y conducido por Ludo- vico Barbo (t 1443). La congregación monástica de Santa Justina estaba gobernada por un capítulo general que se reunía cada año. Los superiores de los diversos monasterios se cambiaban anualmente; de esa forma se pretendía que desaparecieran los abades comendatarios (^encomienda). Desde el punto de vista espiritual, esta congregación, difundida muy pronto en toda Italia, sufrió el influjo de la devotio moderno . En 1446 se fundó en España la congregación de Valladolid. a la que se unieron, a partir de 1450, muchos monasterios españoles, y que tuvo un importante maestro de vida espiritual en García Jiménez de Cisneros (1456- 1510), abad de Montserrat. 5. Desde lo Reformo protestóme hasta lo secularización de 1803. A lo largo del siglo XV, de manera generalizada, se habían producido en el monacato benedictino intentos y experiencias reformistas: una reforma que precedió a la reforma protestante. Pero precisamente en ese momento estalló el protestantismo, extendiéndose con su fuerza destructora en Inglaterra, en los países escandinavos, en Holanda y en parte de Alemania. Sin contar prioratos y dependencias monásticas. bajo los ataques de la reforma protestante se perdió la mitad de las 1.550 abadías benedictinas existentes. El golpe más brutal fue el que afectó a los monjes ingleses. Después de la proclamación de Enrique VIII como jefe de la Iglesia de Inglaterra, la supresión de monasterios no fue más que «una gigantesca recompensa que serviría para vincular indisolublemente a la revolución religiosa las clases más influyentes de la sociedad inglesa. A la muerte del rey. dos tercios de estos bienes se habían distribuido entre cortesanos, parias del reino, nobles, corporaciones y ricos comerciantes; fueron muy pocos, entre la gente corriente, los que recibieron alguna pequeña brizna» (G. Costant). En 1540, se habían eliminado ya en Inglaterra 54 abadías, con mil trescientos monjes benedictinos, a los que hay que añadir ocho prioratos cluniacenses con 108 monjes. En Gales, los monjes huyeron y permanecieron unidos, escondidos entre las florestas; en Escocia, los monasterios fueron suprimidos en 1559. También en Irlanda, la campaña contra los monjes concluyó en 1540 con el fin de los monasterios. La supresión arrastró consigo la ruina de numerosas iglesias y bibliotecas. Según la concepción típica de la teología medieval, los votos monásticos (estabilidad, conversión de costumbres y obediencia, cf RB 58,17) eran un camino seguro de seguimiento de Cristo. Contra este modo de pensar se abalanzó Lutero en 1521 con su escrito De voíis monasticis indi- cium. Según él. los votos monásticos se fundaban en la justificación por las obras y no podían apoyarse en la Sagrada Escritura. Por eso. Lutero declaró que todos los monjes y monjas debían considerarse libres de sus /"votos. En realidad, los monjes habrían podido encontrar una respuesta teológica a ese desafío reflexionando sobre la teología monástica, pero eso no sucedió. El polémico escrito antiluterano de Nicolás Ellenbog, monje de Ottobeuren, aún no se ha publicado. En Alemania se perdieron 95 abadías benedictinas masculinas y 75 femeninas. La ruptura confesional tuvo sus más graves consecuencias en Alemania septentrional. Las ventajas financieras derivadas de la confiscación de los bienes de los monasterios animó a más de un príncipe a adherirse a la reforma protestante. El monasterio de san Egidio, en Brunswick pasó a la reforma protestante. promoviéndola en aquel territorio. En cambio, de los diecisiete monasterios de la congregación de Bursfeld presentes en la Baja Sajón i a, sólo uno, el de Oldenstadt. pasó libremente a la reforma protestante. En todas las demás abadías -incluida la de Bursfeld- fueron necesarias presiones externas, generalmente por parte de los señores locales. En la época de la reforma protestante la congregación perdió, en total, cincuenta abadías. De la guerra de los campesinos (1525) y de los movimientos hostiles a los monasterios por ser detentadores de diezmos, impuestos y servicios, se derivaron graves daños en Alemania meridional. Sin embargo, únicamente en Württemberg la reforma protestante condujo a la ruina general de la vida monástica. En Austria, en muchas srandes abadías fueron pocos los monjes que quedaron. La abadía de los escoceses, en Viena y St. Lambrecht permanecieron fieles a la Iglesia antigua. También los Benedictinos suizos siguieron fieles a sus votos, aunque con alguna excepción (Schaffhausen y St. Georgen en Stein am Rhein). Después de la introducción violenta del lute- ranismo en Suecia, en 1527, en ese país se perdieron seis monasterios, ocho en Dinamarca y tres en Noruega. En Holanda la mayor parte de los monasterios benedictinos desapareció en torno al 1580. Los Benedictinos franceses tuvieron que sufrir mucho después del concordato de 1516. que concedía al rey grandes derechos sobre sus monasterios, y también durante las guerras de religión (1562-1593). Aquí la renovación de la vida benedictina tuvo lugar con la fundación de la Congregación de St. Vanne en Verdun, por obra de Didier de la Cour (t 1623). La congregación de san Mauro, fundada en 1618, cuidó con especial atención la formación cultural y científica. Su centro fue sobre todo el monasterio de St. Germain-des-Prés en París. En sus 178 casas vivían unos tres mil monjes. J. d'Achéry montó en el monasterio de París una excelente biblioteca. J. Mabillon es considerado como fundador de la paleografía y diplomática sobre bases científicas. En Alemania todos los intentos de reunir a los Benedictinos en una única congregación fracasaron a causa de la resistencia de los obispos. Diversos monasterios suizos, bávaros y de la Alta y Baja Suebia estaban vinculados a los de las congregaciones aus- triacas y salzburguesa (^congregación) en una confederación orientada al mantenimiento de la universidad benedictina de Salz- burgo. fundada en 1617. En ningún otro país se dio un florecimiento cultural barroco comparable al que se verificó en los siglos XVII y XVIII en las fundaciones monásticas de Austria, Suiza y Alemania meridional, con sus majestuosas iglesias y ricas bibliotecas. Cada uno de los monasterios eran sede de estudios teológicos, lo que constituía un estímulo para la investigación científica. El abad príncipe Martín Gerberto de St. Bla- sien (1764-1793), gracias a la novedad de sus escritos teológicos y sus estudios históricos y litúrgicos, ejerció una influencia que superó con mucho los límites de su tiempo. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVIII las ideas ilustradas se abrieron camino también en muchos monasterios. Escritos difamatorios antimonásticos, publicados como anónimos, tuvieron como autores también a algunos miembros de las abadías benedictinas. En Francia, muchos monasterios habían sido ya suprimidos cuando, el 13 de febrero de 1790, la Asamblea Nacional declaró que no reconocía ningún valor a los votos monásticos y prohibió para siempre, en suelo francés, las órdenes que profesaban esos votos. En 1793 fueron expulsados todos los eclesiásticos que rechazaban el «juramento de fidelidad». Después de la anexión a Francia de los territorios de la margen izquierda del Rin, en el artículo 7 de la paz de Lunéville, del 9 de febrero de 1801, se prometieron a los príncipes seculares resarcimientos por las pérdidas territoriales. El 25 de febrero de 1803 la Comisión diputada de la dieta imperial para la secularización de los principados eclesiásticos. reunida en Ratisbona, dio su consentimiento a esa propuesta. Todos los príncipes tomaron parte en el despojo, confiscando los bienes eclesiásticos (/*secularización). A la Baviera católica, con sus 47 abadías benedictinas y sus 38 prioratos, le correspondió la parte del león. En Alemania fueron suprimidas 103 abadías y 38 prioratos y filiaciones: sólo sobrevivió el monasterio de los escoceses de Santiago, en Ratisbona, en consideración a los monjes extranjeros que había en Alemania. ó. Restauración benedictina. Por vez primera después de la secularización, el 29 de febrero de 1816 se pudo proceder a la elección de un abad en el reino de Baviera. En Salzburgo, que poco después pasó a Austria, también el monasterio benedictino de San Pedro había sobrevivido a la secularización: el nuevo abad se llamaba Josef Neumayr. Los monasterios benedictinos que hoy existen en Baviera no se remontan a una tradición igualmente ininterrumpida. En todo caso, los testimonios de fidelidad a la profesión monástica y al propio monasterio fueron numerosos. Especial atención se reservó a dos nuevas fundaciones, que llegaron a ser centro de congre- naciones monásticas reformadas: Solesmes, en 1832, y Beuron, en 1863. Dom Próspero Guéranger de Solesmes y el abad Mauro Wolter de Beuron cuidaron especialmente el canto ^gregoriano y la celebración solemne de la oración coral. Sus monasterios se convirtieron así en centros de renovación litúrgica para toda la Iglesia. A la congregación de Solesmes pertenecen los monasterios españoles de Silos, Na Sra. de Montserrat de Madrid. Leyre y Santa Cruz del Valle de los Caídos. Un tercer punto de partida para nuevas fundaciones benedictinas fue la abadía de Subia- co, bajo la guía del abad Casa- retto, a mediados del siglo XIX. La congregación sublacense se difundió en diversas provincias. Entre los más importantes monasterios de esta congregación se cuentan Subiaco, Finalpia. Pra- glia y Montevergine, en Italia. La Pierre-qui-vire en Francia y Montserrat, en España. A esta misma congregación pertenecen también los monasterios de El Mi ráele. Sanios, Monforte, Val valiera, Lazcao, El Paular y Estíbaliz. En los territorios españoles de América Latina, los Benedictinos no eran admitidos. Hasta el siglo XVI no se pudieron fundar monasterios en el Brasil portugués. De las doce fundaciones antiguas, sólo cuatro sobrevivieron a la legislación antimonástica del siglo XIX. Recibieron nueva vitalidad del apoyo recibido de la congregación benedictina de Beuron. Por lo que se refiere a América septentrional, el primer monasterio benedictino de Estados Unidos, el de St. Vincent, en Pennsylvania, fue fundado en 1847 por el P. Bonifacio Wimmer, monje de Metten. Otro gran monasterio surgió después en St. John's Collegeville. De estos monasterios de origen bávaro derivó la congregación americano- casinense, que lia llegado a ser actualmente la mayor de la orden benedictina. En St. Meinrad. en Indiana, algunos benedictinos suizos fundaron en Estados Unidos su primera filiación, que luego, junto con otras muchas, pasó a formar parte de la congregación suizo-americana. Esta última se hizo especialmente meritoria con su obra de exángel i/.ación entre los indios de América septentrional. El ejemplo de los monjes misioneros de la Edad media no animó solamente a los Benedictinos de los monasterios suizos y bávaros. También el monje de Beuron, Andreas Amrhein, se sintió llamado a la misión, y en 1884 comenzó a organizar su sociedad misionera benedictina en Reichenbach, en el Alto Palatinado. Posteriormente fue trasladada a St. Otti- lien, en la Alta Baviera. En 18% St. Ottilien, que había atraído a numerosos jóvenes, fue incorporada a la confederación benedictina. Junto con sus filiaciones monásticas de Münsterschwar- zach y Schweiklberg. St. Ottilien, convertida en archiabadía. abrió sedes misioneras en Africa Oriental y Suráfrica, en Corea y Man- churia (/"Otil ¡anos). A partir de 1602, los Benedictinos de la nueva congregación inglesa se preparaban en el continente para la actividad pastoral entre los católicos ingleses. Sus puntos de apoyo eran Douai y Lamspringe. No obstante, sólo a partir de 1816 lograron fundar en su patria el primer monasterio, que en 1889 se convirtió en abadía con un célebre college. Gracias a Ampleforth, Fort Augustus y otros monasterios, tres de ellos en Estados Unidos, a la congregación inglesa le corresponde un rol eminente en la más reciente historia de la Orden benedictina. También la abadía de Zevenker- ken/Sint Andries esta comprometida con las misiones en Africa. Pertenece a la congregación belga, presente con sus monasterios en diversos países: Trinidad, Portugal, Irlanda, Nigeria, Polonia, Alemania, Estados Unidos de América, República del Congo, India y Francia. Los recientes cambios políticos en Europa oriental han creado nuevas condiciones de desarrollo para los Benedictinos de Pannonhalma, en Hungría. Con la ayuda de la congregación austríaca, la vida del monasterio está renaciendo también en los monasterios bohemios de Brevnov, Raigern y Emaus. En 1847, benedictinos españoles fundaron en Australia el gran centro de Nueva Nursia. destinado a evangelizar a los aborígenes. Los monjes de Silos (restaurado a partir de 1880) propagaron el espíritu de Solesmes por España y América, siguiendo las huellas de Montserrat, que a fines del siglo XVI había fundado dos monasterios en México. En total, hay actualmente 21 congregaciones y algunas casas no pertenecientes a ninguna congregación. Con el breve Summum semper, del 12 de julio de 1893, el papa León XIII había creado la confederación de congregaciones benedictinas. Como primer abad primado de esta confederación, el papa había elegido al abad de la abadía belga de Maredsous, Hildebrand de Hemptinne. El abad primado de los Benedictinos es uno de los superiores mayores, pero no le corresponde la plenitud de poderes típica del general de una orden religiosa. El abad primado es elegido por cinco años por los abades y priores conventuales en servicio, y reside en el Colegio de San Anselmo, en el Aventino de Roma. En 1988 el Colegio celebró sus cien años de existencia. Durante todo este tiempo se ha distinguido no sólo por una serie de eminentes profesores, sino también como lugar único de liturgia clásica en Roma. C. Butler ha recordado otra ventaja de la que poco a poco han ido disfrutando los estudiantes benedictinos que han cursado allí sus estudios: «Sin embargo, el mayor beneficio consistía en el hecho de que estos jóvenes, procedentes de todas las congregaciones y de naciones diversas, vivían juntos, se conocían y aprendían a estimarse recíprocamente, estrechando amistades que se prolongaban más allá de los años de San Anselmo. Efectivamente, de ese modo caían las barreras del aislamiento nacional». Según los datos de 1996, los miembros de la confederación benedictina eran 8.601, de ellos 4.987 sacerdotes. Hasta 1960 se había dado un crecimiento en el número de miembros (12.000); desde entonces se ha asistido a una progresiva disminución. 7. Benedictinas. Según la narración de Gregorio (Dicíl. 2,3334), Benito tenía una hermana llamada Escolástica; era virgen consagrada a Dios, pero, de acuerdo con la costumbre del tiempo, no vivía en un monasterio. Las Benedictinas de todo el mundo consideran como patrona a santa Escolástica. El hecho de que unas mujeres consagradas a Dios siguieran una regla escrita para monjes no era un hecho insólito. Con algunos cambios, una regla de monjes podía vivirse también en monasterios femeninos. Con las reglas de Pacomio, Basilio y Columbano no había sucedido nada diferente. Sin embargo, la recepción de la RB en los monasterios femeninos fue más lenta que en los masculinos. Se discute si los monasterios ingleses del siglo VII pueden considerarse como abadías benedictinas. En todo caso, durante el sínodo de Whitby del 664, la célebre abadesa Ilda (t 680), se pronunció en favor de la unión con Roma. Ilda era superiora de un ^monasterio doble; es decir, estaba también al mando de una comunidad de monjes. En el siglo VIII, junto con los monjes misioneros, llegaron también a Europa monjas inglesas, como Lioba y Walburga. Durante el concilio del año 742, Bonifacio insistió en que todos los monasterios femeninos se comprometieran a asumir la RB, pero la realidad era bastante diferente. Los más antiguos monasterios femeninos alemanes, como el de Nonnberg, en Salzbur- go, y el de Frauenwürth, a orillas del Chiemsee, fueron durante mucho tiempo más capítulos o colegiatas de canonesas que auténticos monasterios benedictinos. De modo análogo a lo que sucedía en la vida de los canónigos, a partir del año 816, la ¡nstitutio sanctimonalium regulaba la vida de los monasterios femeninos. Esta y no la RB, fue la regla que estaba en uso cuando se fundaron los primeros monasterios femeninos en la Baja Sajonia (Bassum 860, Lamspringe 873, y el célebre monasterio de Gandersheim, en torno al año 850). Antes del siglo XII sólo Santa María de Gandersheim se debe considerar vinculada al ordo monásticas, y, en todo caso, en el siglo XIII se transformó en fundación de derecho secular. Hasta el siglo XII la institución de las colegiatas o capítulos de canonesas, típico de Sajonia. no ce- dio al espíritu de severa reforma monástica que exigían los obispos. Las colegiatas de canonesas que adoptaron la regla de san Benito llevaron, desde ese momento, una vita convmmis en clausura: dormitorio y ^refectorio comunes, renuncia a la propiedad personal, uniformidad de hábito y profesión de los votos religiosos. El oficio de abadesa desapareció en Lamspringe y en Zeven. pero no en Bassum. En lugar de la decana hubo una priora que. no obstante, debía limitarse al gobierno interno del monasterio; en cambio, la tutela de los intereses externos del mismo pasaba al prepósito. que era el verdadero superior del monasterio femenino. Tras una época de decadencia (propiedad personal, vida separada y descuido de la clausura), las reformas de Kastl, Melk y Burs- feld. abrieron también en los monasterios femeninos a una reflexión orientada a la recuperación de un estilo de vida acorde con la RB. La buena situación en que se encontraban generalmente los monasterios femeninos a comienzos del siglo XVI. se vio gravemente turbada por los desórdenes que siguieron a la reforma protestante. Durante la guerra de los campesinos muchos monasterios femeninos de Alemania meridional y central fueron saqueados o destruidos por completo. Existen en todo el mundo unas diez mil monjas que viven la regla de san Benito en monasterios de clausura, a las que se añaden más de diez mil que la viven en congregaciones sin clausura papal (Z clausura). Entre estas últimas se encuentran las Benedictinas Misioneras de Tutzing (HBM), fundadas por el P. Andreas Amrhein en Reichenbach (Alemania), el 24 de septiembre de 1885, que se dedican a las misiones y a la formación de la juventud, y eran, en 1996, 1.418 religiosas, distribuidas en 118 casas. Biblioteca. (Del griego, estante, armario para libros). Es un lugar donde se conservan los libros, con un orden sistemático. Las bibliotecas son lugares de mediación cultural y como tales se encuentran desde la antigüedad y en todas las civilizaciones evolucionadas. Siguiendo el modelo grecorromano, en las sedes episcopales y en los monasterios surgieron bien pronto las bibliotecas. A que la biblioteca tuviera asignado un lugar permanente en los monasterios contribuyeron, ante todo, la regla de san Benito, mediante la prescripción de la «lectura espiritual» diaria (lectio divina), y el docto Casiodoro (t en torno al 580), con su esfuerzo por unir la cultura romana y el cristianismo. Desde los comienzos del Medievo occidental la biblioteca, que pronto se asoció a la enseñanza monástica, era patrimonio estable de cualquier monasterio de cierta magnitud. Fueron sobre todo el monacato irlandés-columban¡ano, después el benedictino (en el siglo VIII. partiendo de Inglaterra, especialmente a través de san Bonifacio), y los esfuerzos de renovación cultural de la época carolingia y. más tarde, la de la época de los Otones y los Salios, los que sostuvieron y promovieron la cultura eclesial. con monasterios, iglesias catedrales y colegiatas como puntos de apoyo. Para proteger los preciosos patrimonios de archivos y libros del peligro de incendios y guerras, se tomaron especiales medidas de seguridad (por ejemplo, guardándolos en torreones, salas abovedadas, edificios sólidos y separados de los monásticos). El cuidado específico de la biblioteca y del /"archivo se encomendaba a un miembro de la comunidad conventual (archivero, bibliotecario). La importancia y la casi exclusividad de las bibliotecas monásticas y capitulares comenzó a disminuir únicamente cuando empezaron a constituirse colecciones más extensas de libros en las universidades, gracias a la colaboración de ciudades, príncipes y hombres de cultura. Un nuevo auge, con frecuencia bajo formas arquitectónicas grandiosas, se dio con las bibliotecas monásticas y capitulares de la época barroca y con el ansia de saber de la Ilustración (siglos XVII-X VIII). El ataque más grave a una tradición cultural secular llegó de la mano de la obra destructora de las /"supresiones monásticas (/"secularización), entre los siglos XVIII y XIX. En este período, en muchos países, innumerables bibliotecas eclesiásticas se dispersaron y destruyeron en su mayor parte. Puede tenerse una idea de lo que eran las antiguas bibliotecas, por su amplitud y por su significado espiritual y cultural, por ejemplo en la biblioteca capitular de Sankt Gallen o en las bibliotecas de los monasterios de órdenes prelaticias austríacas que no sufrieron la supresión. Bienaventurada Virgen María, Instituto de la. (Ínstiíutum Hca- tae Marine Virginis, IBVM). Congregación de derecho pontificio para la formación y educación de la juventud femenina. El nombre está vinculado a la fundadora, la inglesa, Beata María Ward (1585-1645). Esta extraordinaria y enérgica mujer provenía de la nobleza terrateniente de Yorkshi- re. En 1606 había ingresado en el monasterio de las Clarisas de Saint-Omeren las Fiandras (en Inglaterra los católicos eran duramente perseguidos). Aquí María Ward, junto con algunas compañeras procedentes también de Inglaterra, fundó entre el 1609 y el 1610 una asociación religiosa a imagen de la Compañía de Jesús (^Jesuítas). La adopción de las constituciones de la Compañía de Jesús y la aspiración a instituir una rama femenina de los Jesuítas («Jesuitinas») chocó con fuertes oposiciones en la Iglesia católica. El objetivo de esta mujer, duramente obstaculizada y recluida durante algún tiempo por la Inquisición en un monasterio, era la participación activa en el testimonio de la fe en aquel tiempo agitado por las luchas confesionales, sobre todo mediante la educación cristiana de las chicas. Con el apoyo de los obispos competentes y de los señores locales, María Ward logró abrir casas en Lieja, Colonia, Tréveris, Roma, Ñapóles. Perusa, Munich. Viena y Bratislava. En el año 1616 recibió la primera respuesta favorable de Roma, pero las gestiones, que llevó personalmente en 1622 y en 1629, ante la Sede Apostólica para obtener la aprobación pontificia de su fundación fracasaron como consecuencia de su solicitud de someterse directamente a la autoridad del pontífice y de liberarse de la /"clausura con el fin de hacer más eficaz su acción apostólica. Efectivamente, en aquel tiempo no se quería conceder a las religiosas este tipo de libertad. Con respecto al poco aprecio que se tenía por las mujeres, María Ward se había expresado así en 1617, cuando, al volver a Saint-Omer después de un breve viaje a Inglaterra, había encontrado a sus compañeras desanimadas: «Es verdad que a veces el celo se enfría. ¿Y cuál es la causa? ¿Acaso el hecho de que somos mujeres? No, en tal caso el hecho de que somos mujeres imperfectas. No existe esta clase de diferencias entre hombres y mujeres. Ventas Domini manet in aeternum (La fidelidad del Señor dura por siempre). No se dice ve- ritas hominis, la verdad de los hombres o de las mujeres, sino ve ritas Domini, y esta fidelidad pueden tenerla las mujeres igual que los hombres... Yo confío en Dios y espero que en el futuro llegue a haber mujeres que hagan cosas grandes... A las mujeres no les corresponde ni administrar los sacramentos ni predicar en las iglesias: pero a cierto punto, en todas las demás cosas, ¿somos inferiores a las demás criaturas, para que se pueda llegar a decir: “Son sólo mujeres"?... Dios quiera que todos los hombres comprendan esta verdad, que nosotras las mujeres somos capaces de hacer cosas grandes; no deben hacernos creer que porque somos mujeres no somos capaces de nada...». María Ward luchó para que se aceptaran y reconocieran en la Iglesia los servicios de la mujer consagrada: la enseñanza religiosa, la preparación a los sacramentos y el compromiso en el campo social. Durante muchos años, María Ward llevó personalmente las gestiones ante la Santa Sede, con inteligencia y constancia. En Roma encontró intercesores benévolos y también adversarios. Junto con sus compañeras, fue recibida personalmente por los papas Gregorio XV y Urbano VIII. Los pontífices que se encontraron personalmente con ella quedaron impresionados, admirados, pero al mismo tiempo perplejos ante la novedad de sus propuestas. Sin embargo, en 1622 la congregación para la propagación de la fe (Propaganda Fide), que había sido erigida hacía poco, se alineó contra esta fundación de nuevo corte. La fundadora fue convocada a Roma y, por iniciativa de la Inquisición, mantenida por un cierto tiempo en régimen de reclusión monástica, en Roma y en Munich, aunque encontró el apoyo del príncipe elector Maximiliano I de Baviera, en Munich, y del emperador Fernando II, en Viena. La acusación promovida contra ella por las autoridades romanas era de desprecio de la autoridad papal, rebelión y desobediencia a la Iglesia; la fundadora era, además sospechosa de herejía. María Ward rechazó con decisión estas acusaciones y rehusó con firmeza confesar «culpas» que no había cometido. Esta ilustre dama inglesa no fue comprendida por la curia romana, como tampoco ella comprendió a la Roma papal de aquel tiempo. Sin embargo, y precisamente en medio de las tribulaciones que siguieron a la brusca supresión del instituto en 1631, María Ward tuvo ocasión de experimentar también el apoyo de muchos; entre ellos estaban, sobre todo, el príncipe elector de Baviera y su mujer, en un Munich que estaba en el centro de las agitaciones de la guerra de los Treinta años. También el papa Urbano VIII le manifestó su aprecio. Evidentemente, ni siquiera él podía sustraerse a la sensación de sinceridad y rectitud que esta mujer era capaz de suscitar. En septiembre de 1637. María Ward, gravemente enferma, abandonó Roma. Dos de sus compañeras acudieron al papa para implorar su bendición para aquel viaje. En aquella ocasión, Urbano VIII declaró a propósito de María Ward: «Descubrimos en ella una mujer de gran prudencia, de gran espíritu y extraordinario valor, y, lo que es más, una santa servidora de Dios». Pasando por París, María Ward retornó a su patria, Inglaterra, donde murió en enero de 1645 en Heworth, cerca de York. Hasta el último momento estuvo convencida de que su instituto volvería a resurgir. Efectivamente, María Ward fue quien preparó el camino a las modernas congregaciones femeninas. Con la supresión pontificia del primer instituto, en 1631, no se había prohibido la actividad formadora y educadora. Urbano VIII, desde 1632, concedió a María Ward poder reunir en vida común a las compañeras que habían permanecido fieles. La actividad docente de las «Damas» se ganó el aprecio de muchos y logró proseguir también en otros lugares. Así tuvo comienzo el segundo instituto, que mantenía las reglas jesuíticas, aun con la renuncia a algunas aspiraciones de la fundadora. Las dificultades no cesaron. En torno al 1700, la superiora general, Ana Bárbara Babthorpe trasladó la sede del gobierno del instituto de Roma a Munich. El papa Clemente XI aprobó la regla, que en su parte esencial se remontaba a la época de María Ward. En 1749 Benedicto XIV reconoció el cargo de la superiora general, hasta entonces contestado, pero prohibió nombrar a María Ward como fundadora. Fue Pío X, en 1909, quien declaró que no había ningún obstáculo para reconocer a María Ward como fundadora. En 1929 la sede general fue traslada- da nuevamente de Munich a Roma. En 1953 se tuvo la reunión de los generalatos, hasta entonces separados. Ese mismo año, los dos grados existentes -madres que enseñaban y hermanas dedicadas a los trabajos domésticos- fueron unificadas en un único grado, con el nombre de Damas Inglesas. La congregación está hoy difundida en muchos países de Europa y de buena parte del mundo, y se la considera como uno de los más importantes institutos religiosos católicos de enseñanza. Situación en 1996: 226 casas, con 2.474 miembros; la Rama Irlandesa: I 17 casas con 1.069 miembros. Birrete o bonete. (Del latín decadente bireítum, gorro, boina). Es un cubrecabeza desarrollado a partir de la «baretta» del siglo XV-XVI, típico de los eclesiásticos católicos, seculares o religiosos, cuadrado por la parte superior, con tres o cuatro picos de forma arqueada, a veces con una borla en el centro. Normalmente el bonete es negro, rojo para los cardenales, morado para los obispos y prelados; algunas órdenes religiosas, como los ^Premostra- tenses, lo llevan blanco. Hasta 1960, aproximadamente, el bonete lo llevaban los sacerdotes en la misa, al comienzo (desde la sacristía al altar) y al final (de vuelta a la sacristía); con frecuencia también durante la predicación desde el pú 1 pito y con ocasión de funerales y otras celebraciones litúrgicas. Breviario. (Del latín breviariwn, de brevis, corto). Es el libro de la liturgia de las horas. En la Iglesia católica (latina) es el libro que sirve para la recitación diaria de la liturgia de las horas, a la que están obligados los clérigos seculares y los miembros de las órdenes religiosas masculinas y remeninas, según el derecho canónico o las normas de las respectivas constituciones. Cada una de las partes que constituían el oficio de las horas, que al principio estaban distribuidas en diversos libros litúrgicos, fueron recogidas en un «breviario» a partir del siglo XI. Con el fin de poner un poco de orden entre las diversas formas usadas, los papas emanaron en el siglo XVI varias disposiciones para la reforma del breviario, dirigidas al clero secular y a los religiosos; las más recientes son las que siguieron al Vaticano II (1962-1965), que introdujo entre otras cosas, el paso del latín a las lenguas vulgares. Hasta estos últimos cambios, el breviario latino estaba editado generalmente en cuatro partes, correspondiendo aproximadamente a las cuatro estaciones del año. A lo largo de la historia, muchas iglesias y comunidades religiosas han tenido breviarios propios (cosa que, en parte, se da todavía hoy). Liturgia de las horas. Brígidas. La orden Brígida del Santísimo Salvador (Ordo Sanc- tissimi Salvatoris, OSSalv) se remonta a la mística y visionaria Brígida de Suecia (1301/13031373). Brígida era una mujer sueca, perteneciente a la nobleza, esposa del canciller del reino Ulf Gudmarsson y madre de ocho hijos. El marido, al volver de una peregrinación a Santiago de Compostela, realizada con su mujer entre 1341 y 1343, se había retirado a la abadía cistercien- se de Alvastra. en Óstergótland. A su muerte, acaecida en 1344, Brígida concibió la idea de dar comienzo a una nueva orden monástica, a cuya fundación contribuyó el rey Magnus Eriksson donándole, en 1346, el castillo de Vadstena, junto al lago de Vat- ter. Esta fundación había de convertirse, como ^ monasterio doble. en núcleo y punto de partida de una nueva orden, tal como se le había aparecido en una visión y como lo había ideado en la Regula Salvatoris, escrita con la ayuda de su confesor, el prior Petrus Olavi de Alvastra (t 1390). El monasterio debía albergar dos comunidades monásticas: la primera femenina, que viviría en clausura, de tipo contemplativo, que comprendía sesenta sórores; la otra, también de clausura, encargada de la asistencia espiritual de la primera, y dotada de iguales derechos, que comprendía veinticinco fratres, es decir, trece sacerdotes, cuatro diáconos y ocho ^conversos o hermanos laicos. Esta familia monástica, en su conjunto, debía simbolizar la comunidad de los orígenes, con los trece apóstoles (incluido Pablo) y los setenta y dos discípulos. A la cabeza del monasterio debía estar (como domina) una abadesa. elegida por la asamblea de la congregatio (o comunidad monástica en su conjunto); sin embargo, los fratres debían estar en inmediata dependencia de un confesor general, elegido de en- tre ellos por la abadesa y propuesto al obispo local, a quien, como ordinario y visitador del monasterio, correspondía confirmarlo. Sin embargo, los fratres, vinculados a la orden mediante los f votos y a través de la Estábil i tas loe i, lo mismo que las sórores, debían vivir totalmente separados del monasterio femenino (o monasterium) en una casa propia (curia), dotada de acceso propio y directo a la iglesia conventual. Dentro de ella debían tener a disposición un coro, situado en la parte inferior («chorum inferiorem habebunt»): las monjas, en cambio, debían colocarse en un coro situado en la pafte superior («chorus veré soro- rum erit saperias sab ledo») y desde allí «asistir a los sacramentos» y escuchar la predicación y la liturgia de las horas. Los diáconos y los conversos debían estar al lado de los sacerdotes poniéndose a su servicio (proveer a su mantenimiento), de modo que ellos pudieran estar libres para dedicarse por completo al servicio de la cura de almas (administración de los sacramentos, confesiones, predicación) con las monjas y los peregrinos. Este proyecto de Brígida, influenciado desde el comienzo por el modelo cistereiense, presuponía y desarrollaba la organización propia de los monasterios femeninos cistercienses, donde la asistencia espiritual estaba confiada a sacerdotes pertenecientes a la misma Orden. Por una parte, en función de las tareas que les eran propias. Brígida reservaba a estos últimos mayor autonomía y libertad de acción con respecto a la praxis cistereiense; pero por otra parte asignaba a las monjas la posición más importante y central. Era la comunidad monástica femenina la que constituía el monasterium, la abadía: las monjas representaban a la Orden, que podía seguir subsistiendo perfectamente sin la comunidad masculina. pero no sin la comunidad femenina. Frente al elevado número de órdenes religiosas, característico del tardío Medievo, Brígida creía poder superar y llegar a hacer superfluas todas las órdenes precedentes con su idea de vida religiosa completa, vivida en el seguimiento de Cristo y de María, con total separación del mundo y en una contemplación que no admitía distracciones, en una comunidad que vivía de su propio trabajo y estaba al servicio de las almas. En 1349, impulsada también por sus «revelaciones», Brígida acudió a Roma, acompañada por sus dos confesores, el prior Pedro Olavi de Alvastra y el profesor de teología Pedro de Skánninge. En Italia transcurrió los últimos 24 años de su vida, entregada a una ascesis devota y a las obras de caridad, difundiendo sus «revelaciones» y exhortando a la conversión a laicos y eclesiásticos, empezando por el papa; era el tiempo de la «cautividad de Babilonia». En 1367, cuando con Urbano V (1362-1370) el papa entró en la Ciudad Eterna, tras sesenta años de ausencia, Brígida consiguió la aprobación pontificia para su fundación monástica en Vadstena, aunque de forma condicionada, ya que Urbano V. con la bula Hits quae di vi ni. del 5 de agosto de 1370, dirigida a tres obispos suecos, daba su consentimiento a la fundación de dos monasterios agustinos, uno para monjas y otro para frailes. En todo caso, la bula tenía en consideración algunas proposiciones de la Regula Salvatoris, aceptando que se estableciera cierta vinculación entre los dos monasterios independientes. Pero la fundación de Brígida quedaba frenada en los comienzos. En Vadstena no había aún ningún monasterio femenino. Entre 1369 y 1374, se proveyó a transformar el castillo de Vadstena en monasterio. Probablemente fue decisivo, para el éxito de la fundación el traslado a Vadstena de los restos de Brígida (fallecida en Roma el 23 de julio de 1373 después de un viaje a Tierra Santa), que tuvo lugar el invierno de 1373/1374, y a la que siguió la concesión, por parte del papa, de una indulgencia a quienes visitaran su tumba (1375). Parece que precisamente en esa época se constituyó en Vadstena una comunidad de mujeres piadosas, entre quienes la hija de Brígida, Catalina, ocupaba un lugar de guía. También parece que algunos sacerdotes estaban a su disposición para la asistencia espiritual. El I de octubre de 1377 -seguramente a petición de Catalina, que entonces se encontraba en Roma- le transmitieron, de parte del papa, al obispo Nicolás Hermán ni de Linkoping, amigo de Brígida, el encargo de tomar bajo su protección a esta comunidad de sórores. En la misma fecha. Gregorio XI, con la bula Du- dum pedía a Nicolás Hermanni y a otros dos obispos que recibieran la profesión de las hermanas y de los hermanos que, a la llegada de la carta, vivieran en Vadstena. Pedía, además, que eligieran entre ellos una abadesa para las monjas y un prior para los frailes y, posteriormente, dejaran que esos superiores se establecieran mediante elección, respectivamente por parte de las monjas y de los frailes. Finalmente, con la bula de Urbano VI Hiis quae pro divini, del 3 de diciembre de 1378, el instituto de Brígida en Vadstena -a petición de Catalina- quedaba reconocido como «canonice fundatum, coiistrucia ni et sufficienter dolarían», y sus «constituíiones» como «instas et rationabiles». En el texto de la bula, por constituciones se entiende la regla de san ^ Agustín integrada por una redacción reelaborada de la Regula Sal va taris. Más concretamente, la bula papal de 1378 creaba un nuevo ordenamiento jurídico para un monasterio de monjas y otro de monjes en Vadstena, como también para todas las fundaciones que en el futuro nacieran de Vadstena, y que habrían de ser «sometidas a uno de estos dos monasterios como los miembros a la cabeza». Sin embargo, de hecho, en Vadstena no hubo nunca un verdadero monasterio masculino, con personalidad jurídica eclesiástica, a la que perteneciera una iglesia conventual propia. Se desarrolló solamente un monasterio femenino y. junto a él, una comunidad de frailes, encargados de la asistencia espiritual de las monjas, con la iglesia conventual en común. Precisamente esta última institución -la iglesia conventual común- estaba prevista expresamente por la Regula Salvatoris, incluso en su forma reelaborada y aprobada por el papa, como normativamente válida. El monasterio de Vadstena -que por estas razones sólo se podía considerar «monasterio doble» en sentido muy limitadollegó a ser muy pronto «modelo» de otras fundaciones: en 1399 se fundó el monasterio del Paraíso, en Florencia, muy importante para los futuros desarrollos de la Orden: a comienzos del siglo XV siguieron las dos fundaciones regias de Syon, en Inglaterra, y Maribo, en Dinamarca, además de la de Marienwohlde en Lubec- ca, y Mariental en Reval. Marienkron en Stralsund, y Marien- brunn en Danzica. esta última a través de la transformación de un monasterio de penitentes en monasterio de Brígidas. A lo largo del siglo XV, gracias al apoyo de príncipes, nobles y ciudades, la Orden se difundió en toda Europa. En su conjunto, la Orden comprendía en la Edad media 27 monasterios. Ateniéndonos a lo que se lee en los informes del monasterio de Maihingen, en el capítulo general reunido en 1487 en Gnadenberg estaban representados treinta monasterios de la Orden de santa Brígida, por un número global de 929 monjas, 146 sacerdotes, 49 diáconos y 90 conversos (se trata de la única noticia estadística que se conserva). Si bien la Orden de santa Brígida no se podía comparar a las grandes órdenes medievales (y seguía siendo algo singular con su constitución de «monasterio doble»), sus filiaciones adquirieron gran importancia como centros pastorales y culturales, sobre todo en los países de Europa septentrional. El monasterio de Vadstena, por ejemplo, disponía de una biblioteca de unos 1.400 volúmenes, 450 de los cuales se conservan todavía (en su mayor parte en la biblioteca de la universidad de Upsala). En todo caso, ningún monasterio brígi- do, ni siquiera el de Vadstena, alcanzó el número de miembros que Brígida había considerado «ideal». Durante el siglo XVI, la mayor parte de las filiaciones monásticas de la Orden fue víctima de la reforma protestante. Vadstena. santuario nacional de santa Brígida (canonizada en 1391), pudo resistir hasta 1595, siendo el último monasterio sueco, aunque en situación desastrosa. Gnaden- berg fue suprimido en 1563, su edificio conventual y su iglesia fueron incendiados y destruidos por los suecos; Maihingen fue devastado durante la guerra de los campesinos y en torno a 1580 dejó de existir como monasterio brígido. De todas las filiaciones monásticas que existían en Alemania meridional sobrevivió únicamente el monasterio de Altomünster, en el ducado de Baviera, gracias a la decidida política religiosa llevada a cabo por los duques bávaros. El monasterio -del que, desde abril de 1520 hasta enero de 1522, había formado parte el monje Juan Ockolampad o Escompaladio(1482-1531), posteriormente reformador de Basi- lea- comprendía en 1503 veintiocho monjas y no más de trece monjes, entre ellos cinco sacerdotes. Con ocasión de la visita báva- ra de 1560, el personal que lo componía estaba compuesto por dieciocho monjas (con la abadesa) y diez monjes (siete sacerdotes con el prior, un diácono y dos conversos). Poco a poco el monasterio volvió a consolidarse. Tuvo lugar una intensa actividad constructora (reedificación del monasterio femenino 1589-1593, construcción del Herrenkonvent barroco 17231729), coronado por la construcción de la iglesia barroca tardía, comenzada en 1763 y consagrada en 1773. Esta obra, que -como todo el complejo monástico- aparece profundamente impregnada del espíritu de la Regula Salvatoris de santa Brígida, fue la última realización de Miguel Juan Fischer. Como «monasterio doble», Altomünster dejó de existir con la ^secularización de 1802-1803. Sin embargo, aunque formalmente había sido suprimida también la comunidad monástica femenina (37 monjas incluida la abadesa) y el monasterio estuviera destinado a la extinción, no llegó a desaparecer. Aconteció que, gracias a las incesantes oraciones de las últimas monjas brígidas que aún vivían, fue abierto de nuevo por el rey Luis 1 y transformado en priorato. Existe aún hoy y es el único monasterio brígido de Alemania. Además de Altomünster, sobrevivieron y pudieron volver a constituirse: Syon en Inglaterra, Uden y Wert en Holanda, cinco monasterios en España -donde, gracias a la influencia de la monja brígida y mística Marina de Escobar (1554-1633), se llegó a constituir una rama reformada- y un monasterio en México. La orden tuvo nueva vida gracias a la Congregación monástica feme- nina del Santísimo Salvador, fundada en 1911 por la convertida sueca Santa Isabel Hesselblad (18701957) y reconocida en 1942 por Pío XII como «rama viva de la antigua Orden fundada por santa Brígida». Esta congregación -que en 1931 se hizo con la casa de Brígida de Suecia en la plaza Farnese de Roma, donde posee también otros dos monasterios- consiguió instituir en 1935 una filiación en Vadstena, en el lugar donde había tenido origen la Orden de santa Brígida. Esta filiación fue acogida en 1963 como priorato de la abadía de Uden (María Refugio), un monasterio de la antigua observancia, cuya tradición se remonta directamente a Vadstena. En 1991 fue elevada a la categoría de abadía autónoma, con todos los derechos y privilegios (elección de la abadesa Karin Adolfsson el 14 de junio de 1991). Actualmente la Orden de santa Brígida cuenta en el mundo con doce casas exclusivamente femeninas, con 151 miembros. El hábito religioso de las monjas es gris con velo negro, y una «corona de lino» (formada por tres bandas blancas de lino) con cinco puntos rojos que simbolizan las cinco llagas de Cristo. Buen Pastor, Religiosas del. Con esta denominación se conoce actualmente una congregación religiosa, de derecho pontificio desde 1959, fundada en Turín por la Beata Julia Vitturnia Colbert (17851863), esposa del marqués Tancredo Falletti de Barolo. Constituye la gradual fusión de tres institutos homónimos, fundados en diversos años por la misma persona. La primera congregación, de vida claustral, había tenido origen en 1833, en Turín, con el nombre de Hijas de Santa María Magdalena. Desde 1846 las «magdalenas», con la aprobación de Carlos Alberto y de Gregorio XVI, se dedicaban a la recuperación de chicas abandonadas. La misma marquesa fundó otros institutos en varias ciudades, donde fueron llamadas Religiosas del Buen Pastor, a semejanza de otros dos institutos franceses, homónimos y dedicados al mismo campo de apostolado. La delicada transición se efectuó en cincuenta años, en torno al 1923. El primer instituto fuera de Turín fue el de Cremona, abierto en 1834, bajo la guía de Alfonsa Graglia (1831-1892), considerada cofun- dadora. Durante su gobierno se abrieron otras casas, en Piacenza, en 1869, y en Crema, en 1871. Estas se fueron independizando y se constituyeron en institutos autónomos de derecho diocesano. En 1962 el instituto de las Religiosas del Buen Pastor de Crema fue reconocido como de derecho pontificio. Dado el reducido número de miembros, en 1963 se llevó a cabo la fusión de las Religiosas del Buen Pastor de Cremona con las de Piacenza, de aprobación pontificia desde 1947, denominadas Hijas de Jesús fínen Pastor; las Penitentes de Santa María Magdalena de Vercelli se fusionaron en 1971 y las homónimas de Turín en 1973. En el capítulo especial de 1968 se había tomado la decisión de renovar las reglas y constituciones a la luz del Vaticano II, y de ampliar el horizonte pastoral también en el extranjero. La finalidad apostólica se amplió en torno al 1930, incluyendo obras caritativas y asistenciales, no exclusivamente orientadas a la recuperación. Se pretende manifestar la bondad misericordiosa de Dios, revelada en Jesús Buen Pastor, a través de la asistencia a la infancia, la educación de la juventud. la acogida y recuperación de las ex-toxicodependien- tes, cursos profesionales y la colaboración pastoral. La denominación de Religiosas del Buen Pastor de Milán se refiere, en cambio, a una congregación, de derecho pontificio desde 1912, fundada en Milán en 1843 por la marquesa Carolina del Carretto-Suardo (1798-1874) y por el sacerdote Luis Speroni (1804-1833). Las treinta componentes del instituto, distribuidas en tres casas (en 1991), se ocupan de la reeducación de menores de familias desadaptadas. Bajo el nombre del Buen Pastor existen otras congregaciones femeninas, como: las Hermanas de Jesús fínen Pastor (/''Familia Paulina) y las Auxiliares Diocesanas del fínen Pastor, fundadas en 1942 en Pamplona, por Isabel Garbayo Ayala, para la evangeli- zación de mujeres marginadas. Buen Salvador de Caen, Hijas del. Fueron fundadas en 1730. en Caen-Normandía (Francia) para manifestar el amor salvador de Jesús. Su fundadora es la M. Ana Leroy. Bursfeld, Congregación de. La abadía benedictina de Bursfeld (en Gotinga) fue renovada en 1434 por el abad Juan Dederoth (con la ayuda de los monjes procedentes de St. Matthias, en Tré- veris). Bajo su sucesor, el abad Juan Hagen (1439-1469), se fundó la congregación de Bursfeld. donde se reunieron algunos monasterios benedictinos, defensores de la reforma, que en la vida común y en la celebración del oficio litúrgico seguían principios comunes. Esta congregación reformada comprendía 36 monasterios en 1469. y 94 abadías en 1530. En el siglo XVI la abadía de Bursfeld se pasó a la reforma; no obstante, la congregación continuó floreciente (hasta 1780 comprendía 111 abadías, sin contar los monasterios femeninos) y duró hasta la supresión monástica general de comienzos del siglo XIX. * Caballería, órdenes de /"Ordenes militares. * Caballeros de Malta /"Ordenes militares. Caballeros del Santo Sepulcro /" Santo Sepulcro, Orden militar del. Cabildo /"Capítulo. Colegio de sacerdotes instituido para hacer más solemne el culto divino en la catedral. Canialdilienses. Constituyen una austera rama colateral de /"Benedictinos, que une la vida eremítica y la cenobítica. Sus miembros llevan hábito blanco. La orden fue fundada a comienzos del siglo XI por san Romualdo de Ravena (t 1027), con el apoyo del obispo Tedaldo de Arezzo. Su nombre procede del yermo de Camaldoli, en la provincia de Arezzo (Italia), al que, desde el principio, se asoció el cenobio de Fontebuono. Gracias al apoyo de los obispos de Arezzo , del emperador Enrique III y de otras personalidades, la congregación eremítica de Camaldoli floreció en toda Italia central. En 1072 el papa Alejandro II la tomó bajo su protección, junto con todas sus dependencias. El prestigio de Camaldoli fue creciendo y la congregación logró difundirse con rapidez durante el siglo XII. Sin embargo, el carácter heterogéneo de este desarrollo y los diferentes modos de entender y aplicar las constituciones de la Orden (a partir de 1080-1085) dieron origen también a ásperas polémicas dentro de los monasterios masculinos y femeninos o. más exactamente, dentro de los mismos eremitorios que componían la congregación. A pesar de ello, logró extenderse por muchos países de Europa y tuvo mucho que ver en la cristianización de Polonia y Hungría. Fueron los Camaldulenses quienes introdujeron la institución de los /" hermanos laicos en el monacato benedictino. Los eremitorios estaban compuestos por un grupo de casitas separadas (cada una con su huertecito); el conjunto de las instalaciones estaba rodeado de un muro. Había además, algunos lugares comunes (iglesia, sala capitular, hospedería...). Las diferencias de planteamiento a propósito de la relación entre vida eremítica y cenobítica condujeron, con el tiempo, a la formación de diversas congregaciones. La Orden ha dado a la Iglesia muchos santos. En los siglos XV y XVI experimentó una cierta apertura al humanismo. Hoy la Orden camaldu- lense, con sus ramas masculina y femenina, subsiste con un restringido número de monasterios. En 19% la rama masculina contaba con doce monasterios y 120 monjes, entre ellos 62 sacerdotes. Camilos. Los Camilos o Ministros de los enfermos (Ordo Clericorum Regularium Ministran- tinm Infmnis, MI u OSC) son los miembros de una Orden dedicada a la caridad, fundada en 1582 por san Camilo de Lelis, con el fin principal de asistir a los enfermos. Fue aprobada por el papa de forma provisional en 1586, y definitivamente en 1591. La Orden fue una de las expresiones del movimiento de renovación católica originado por el concilio de Trento, y se extendió rápidamente por Italia y España, difundiéndose posteriormente, en el siglo XVIII, en Portugal y en América Latina. Tras su desaparición a finales del siglo XVIII, la Orden renació en 1842, en Vero- na. difundiéndose por casi todos los países de Europa, América septentrional y meridional y, además, en muchos países de misión. Fieles a la antigua tradición de la Orden, los Camilos desempeñan actualmente su acción pastoral sobre todo en hospitales, clínicas y residencias de ancianos. Además, asisten, aún hoy, a los enfermos en hospitales gestionados por la misma Orden. La provincia alemana ofrece un importante contributo al tratamiento y recuperación de toxicodependientes. La situación de la Orden en 1996 era de 140 casas, con 1.015 miembros, entre ellos 649 sacerdotes. En muchos países de Europa y en tierras de misión trabajan diversas comunidades femeninas de Camilas (fundadas en los siglos XIX-XX), que se inspiran en los ideales de san Camilo de Lelis; entre ellas están las Hijas de San Camilo, fundadas en Roma, en 1892, por el camilo P. Luis Tezza y Josefina Vannini. Existen también comunidades organizadas como f institutos seculares. Canonesas. El término canónica, como adjetivo, se encuentra en las fuentes griegas a partir del siglo IV, para designar a una mujer piadosa, cuyo nombre está registrado en una lista (en griego canon). Después pasó a designar, en sentido genérico, a mujeres que vivían la vida religiosa. Por lo que respecta a la Iglesia occidental, en las disposiciones de los concilios carolingios y a partir del siglo VIII, se encuentra el término canonicae (correspondiente al latino sanctimoniales, consagradas a Dios) como equivalente a canónicas (^Canónigos). Con este concepto se entendía a las religiosas que vivían en comunidad según las leyes de la Iglesia (cánones), con propiedad o sin ella, pero que, en todo caso, quedaban fuera de la forma de vida monástica, no estaban vinculadas por votos y, por tanto, no eran móntales. Sin embargo, por su estilo de vida, ordenado según las leyes de la Iglesia, se distinguían también de las comunidades femeninas formadas a partir del siglo XII, y que vivían también sin votos religiosos (/* Beguinas). Su estado jurídico quedó definido de forma general durante el sínodo de Aquisgrán del año SI6, con las Institutio- nes Aquisgranenses, dirigidas a canónigos y canonicae. La Cons- titutio sanctitnonaliuni canonice degentium (o De institutione sanctimonulium) describía a las canonesas -aunque la definición de canonissa es posterior, pues se remonta a la tardía Edad media- como una comunidad que vivía de acuerdo con normas severas, inspirada en el espíritu de la regla de san Benito, a cuya cabeza estaba una abadesa (abba- tissa canónica). Esta podía tomar parte en los sínodos provinciales y diocesanos; y era quien, oído el capítulo canonical, distribuía todos los cargos. Era obligatoria la participación a la misa, la /"liturgia de las horas y los trabajos manuales, entendidos como ejercicio ascético; estaba mandada la permanencia frecuente en el refectorio y en el dormitorio; y estaba prohibido hablar con los hombres. No obstante, en estas disposiciones, parecidas a las previstas para los canónigos en la Regula cano- nicorwn, se daban también amplias concesiones: las canonesas podían tener bienes propios, gozar de su usufructo y tener vivienda privada, con criadas a su servicio. Resulta difícil distinguir a las canonesas que vivían en común, según los cánones, de las monjas vinculadas a la regla de san Benito, sobre todo en el período que va desde el siglo IX al siglo XI. A menudo se encuentran definiciones comunes a ambos estados u órdenes (sanctimoniales, sórores o ancillae Dei). Además, muchos monasterios albergaban tanto monjas como canonesas. A partir del siglo XI/XII tuvo lugar también la formación de comunidades de ^conversas (con- versae sórores), que se asociaban a monasterios masculinos (/"monasterio doble) y que. como claustrum para canonesas regulares en las abadías de los canónigos regulares, formaban el tercer campo de una congregación canonical. Además de eso, surgieron también abadías femeninas. Las decisiones del sínodo de Letrán de 1059 y las invectivas de Hildebrando -el futuro papa Gregorio Vil- sobre «el vicio de la posesión personal» de los /'canónigos afectaron también a las canonesas. En línea con la reforma canonical, parte integrante de la más amplia «reforma gregoriana» del siglo XI/XII. algunas colegiatas de canonesas se adhirieron a la regla de san /"Agustín. Desde entonces estas canonesas se denominan Canonesas Regulares o Canonesas Regulares de san Agustín (Canonesas /"Agustinas). Sin embargo, con frecuencia las canonesas mantuvieron su estilo de vida anterior. En este caso, la vida común y la observancia de la clausura fueron cada ve/, menos practicadas, dando lugar a una creciente mundanización. Las colegiatas de canonesas (denominadas también «capítulos de /"damas» a partir del tardío Medievo) se fueron convirtiendo progresivamente en lugares donde se situaban las jovencitas de familias nobles. Las llamadas Canonesas Seculares no estaban atadas por ningún tipo de vínculo, podían habitar libremente fuera de la casa o capítulo de pertenencia y si así lo deseaban, abandonarlo y casarse. Sólo las abadesas u otras canonesas dotadas de especiales cargos pronunciaban /"votos. Las damas de origen aristocrático tenían a su disposición ingresos procedentes de un número establecido de beneficios (prebendas), poseían bienes propios y no estaban vinculadas por votos. En ese sentido representaban la réplica femenina de los canonicatos seculares masculinos (/'Canónigos). Muchas de estas abadías consiguieron poder depender directamente de la autoridad imperial, mientras que a sus abadesas se les reconoció dignidad principesca dentro del Imperio. La mayor parte de los capítulos de damas fueron suprimidos en los tumultos que siguieron a la reforma protestante (o bien fueron transformados en «capítulos de damas» protestantes); otros, en cambio, desaparecieron con la secularización, a comienzos del siglo XIX o después de las dos guerras mundiales, después que, en Austria, numerosos capítulos de damas habían sido reconstituidos a lo largo del siglo XVIII. Canonesas Regulares de san Agustín (Cononissae Regulares S. Augustini, CSA) o Canonesas Agustinas, son las /"canonesas que en los siglos XI y XII encarnaron la regla de san /"Agustín y, mediante la profesión de los tres /"votos solemnes, se entregaban a una vida en comunidad. Se consideran Agustinas en sentido estricto. Anteriormente vivían con frecuencia como /"conversas en las fundaciones de Canónigos Regulares (/"conventos «asociados» o conventos dobles) o tuvieron origen a partir de instituciones eremíticas. Su vida canonical común está marcada por la observancia de una estricta f clausura, por la celebración de la liturgia, la renuncia a la posesión de bienes, la hospitalidad y la actividad docente. Apoyadas por obispos, Canónigos /"Agustinos y Dominicos, surgieron diversas congregaciones como las Canonesas de Letrán, las Cano- nesas del Santo Sepulcro, las Canonesas de /" Windesheim, las Canonesas Regulares de san Agustín de la congregación de Notre-Dame, con casas autónomas en Essen, Hagen. Offenburg y Paderborn, y las fPremostra- tenses. Generalmente estaban vinculadas a las correspondientes órdenes o congregaciones de canónigos regulares; sin embargo existían también muchas fundaciones autónomas. Muchas ramas subsisten todavía hoy. Canónigos. Se entiende por canónigos los clérigos miembros del cabildo o capítulo de una catedral, de una fundación monástica, de una colegiata u otras iglesias; celebran juntos la liturgia y viven de acuerdo con una regla determinada (en latín capitulum canonicum, canonicorum o cathe- drcile). El /"cabildo o capítulo estaba constituido por la comunidad de eclesiásticos (presbyte- rium) activos en una iglesia catedral, que estaban junto al obispo durante la celebración de la liturgia y a los que correspondían diversas tareas, pastorales o no. En cambio, recibían todo lo necesario para vivir de los bienes eclesiásticos administrados por el obispo. El vocablo «capítulo» (en latín capitulum, pequeña cabeza, y en sentido traslaticio, sección de un texto o de una ley) recuerda que la regla a la que estaba sometida la vida común de estos clérigos se leía siempre por partes o capítulos. También dentro del clero secular (es decir, entre los eclesiásticos que no eran monjes) se encuentra bien pronto la tendencia a vivir en comunidad, la vita communis (vita canónica. vita apostólica) según el modelo monástico. entre otras cosas para hacer más fecundo su ministerio. En la raíz de todo esto estaba la concepción ideal de la vida apostólica, representada por la vida común de Jesús con sus discípulos, y por la comunidad de bienes y corazones de la Iglesia apostólica, tal como aparece en el libro de los Hechos de los apóstoles: «Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseían, sino que tenían en común todas las cosas» (He 4,32). El primer obispo occidental que puso en práctica esta idea fue san Eusebio de Vercelli (entre los años 283-371), que introdujo en el clero de su ciudad la vida común, reuniéndolo en una especie de comunidad conventual (capítulo claustral). Quien más contribuyó a promover la vida comunitaria del clero secular fue seguramente san Agustín (354-430), padre de la Iglesia y uno de los teólogos más influyentes de la Iglesia latina. Personalmente proclive a la vida monástica, estaba convencido de que del empobrecimiento cultural y espiritual se derivaban graves peligros para la obra sacerdotal, y que la existencia cristiana inspirada por el amor de Cristo podía realizarse solamente en comunidad. Por eso, como obispo de Hipona, en Africa septentrional, cultivó la vita communis de acuerdo con una regla (regla de san Agustín), viviendo con sus clérigos en comunión de espíritu y compartiendo con ellos la casa y la mesa. Además de la observancia de la castidad y de una moderada práctica ascética, quien pertenecía a esta comunidad se comprometía a no poseer bien alguno personal. Sus miembros, que trabajaban en la pastoral, debían tener todo en común (He 2,44). De ese modo tomaba consistencia el ideal de la vita communis como vita canónica, es decir, como vida según los cánones, imitada posteriormente también en la corte del papa Gregorio Magno (590-604). Durante los siglos siguientes la vida comunitaria pudo desarrollarse posteriormente, entre otras cosas, gracias al reclamo de la experiencia de Agustín y de la comunidad episcopal que se reunía en torno a él. y que llegó a ser un auténtico centro cultural y «vivero» de sacerdotes y obispos. En los siglos VI y VII quienes impulsaron la actualización del estilo de vida canónico fueron especialmente los factores económicos. Los clerici canonici, que vivían en comunidad de acuerdo con una regla, trabajaban sobre todo en las ciudades que eran también sedes episcopales. Sus cometidos consistían en la celebración común del servicio litúrgico, en la liturgia de las horas y algunas tareas de carácter pastoral. A cambio, recibían todo lo necesario para el sustento del patrimonio común de la Iglesia. En todo caso, dada la contemporánea difusión de las iglesias privadas, constituían una minoría entre el clero. Para los eclesiásticos que se encontraban en iglesias de pueblo, la vida comunitaria resultaba prácticamente imposible, de modo que, ante sus necesidades concretas, la realización de este ideal pasaba a menudo a segundo plano. Además, hasta mediados del siglo VIII, continuó aumentando el número de reglas mixtas y, con ellas, la confusión. En efecto, estas se referían con frecuencia tanto al estilo de vida mo- nástico-conventual (ordo monásticos) como al propio estilo de los canónigos (ordo canónicos), haciendo difícil -y a veces imposible- establecer a qué ordo pertenecía una determinada institución eclesial. Los primeros esfuerzos por llegar a una agrupación del clero, que hiciera posible precisar los perfiles de la nueva forma de vida, distinta del ordo monásticos y a mitad de camino entre la de los monjes y la del clero secular, se dieron en la época carolingia, cuando la confusión entre las ordines -entre monjes y conónigos- había llegado a ser ya un grave obstáculo para la reforma de la Iglesia que, precisamente entonces, se había acometido. Esta exigencia encontró su expresión en una regla compuesta expresamente para el ordo canónicos. I. La regla de Crodegango de Metz. Esta regla fue elaborada por Crodegango, obispo de Metz entre los años 742 y 766. Lo que lo impulsó a redactar el texto fue el deseo de contribuir a la elevación del clero secular. Para ello adaptó las instituciones monásticas, con el fin de educar a su clero a un estilo y a unas condiciones de vida marcados por la dignidad y la conciencia de su tarea, además de la piedad religiosa y la aspiración a la perfección. Por esta razón, quiso, ante todo, que los eclesiásticos que trabajaban en su iglesia catedral se comprometieran a una vida «canónica» en comunidad. En el centro debía estar, como para los monjes, la oración coral. Para regular más concretamente la vida común, ordenada según los tiempos litúrgicos del día y del año, Crodegango se inspiró, en casi todas sus directrices, en la regla de san Benito (/*Benedictinos). Su regla, compuesta alrededor del año 755, contiene en sus 34 capítulos muchas enseñanzas y preceptos tomados de la regla de san Benito. Por ejemplo, los edificios en que residían los canónigos -y donde se atendía a la formación de los jóvenes destinados al sacerdocio, en el mismo ambiente del obispo- debían estar cerrados lo más posible a los laicos. Sin consentimiento del obispo, del archidiácono o del primicerio, quien no era miembro de la comunidad no podía acceder a la clausura; a las mujeres, además, les estaba totalmente prohibida la entrada (c. 3). Todos los canónigos, que, a diferencia de los monjes, llevaban hábitos de un tejido mejor, debían cuidar la vida comunitaria, tanto en los tiempos de descanso como durante el trabajo y las comidas (cc. 3, 9.21). El estatuto de Crodegango respetaba la división jerárquica del clero, según los grados del orden y las diversas obligaciones del trabajo, sobre todo pastorales, propias de los clérigos, que, con frecuencia, los obligaban a estar ausentes del ^capítulo. Las exigencias del ministerio eclesiástico -servicio litúrgico y tareas pastoralesexigieron también una atenuación del precepto de la pobreza, exigido por el seguimiento de Cristo y al que siempre se habían atenido, aunque esto contrastara abiertamente con la vita communis. Es verdad que quien entraba en el canonicato debía donar sus bienes inmuebles a la iglesia de la que se hacía canónigo, pero podía mantener el usufructo durante toda su vida (c. 31). Para la edificación común se consideraba indispensable la observancia puntual de los tiempos de la liturgia de las horas, a la que se obligaban los miembros del capítulo. A partir de la hora de Completas, que tenía lugar al comenzar la noche, ya no se podía comer ni beber ni hablar. Para las transgresiones se preveían medidas disciplinares progresivas (cc. 4-6). Con ocasión de los domingos y festividades, los canónigos recibían la sagrada comunión: estaban obligados también a confesarse al menos dos veces al año (c. 14). Después de la hora de Prima, que se cantaba por la mañana hacia las seis, tenía lugar el capítulo. Se leían párrafos de la Sagrada Escritura, de la regla de Crodegango y, en días determinados, de otros libros edificantes, incluidas las obras de los padres de la Iglesia. Al final de la lectura se daban las disposiciones necesarias y se intripartían las advertencias públicas (c. 8); luego se dedicaban a los trabajos manuales (c. 9) o realizaban sus propias tareas pastorales. Aun con toda su atención puesta en la elevación del clero, seguramente Crodegango. con su estatuto, no tenía intención de crear ninguna institución eclesiástica de valor universal. Su regla estaba pensada más bien para los eclesiásticos de su iglesia catedral de San Esteban y para las iglesias que pertenecían a ella. Sin embargo, su regla y su canonjía de Metz se convirtieron en el «instituto modelo de la Iglesia franca» (Hauck). Este modelo de vida canónico, o canonical, consiguió una mayor importancia gracias al fuerte apoyo que le prestaron primero el rey Pipi no -al menos en parte- y después, sobre todo, Carlomagno, quienes la introdujeron también en otras partes. La regla del obispo de Metz había establecido la vita communis de los canónigos capitulares y, por su carácter, específicamente pensado para los canónigos, había permitido poner en evidencia los elementos característicos del ordo canónicos respecio del monacato. En este sentido se puede hablar realmente de una «reforma clerical de Crode- gango» (Marchal). 2. La /nstitutio Ac/uisgranen- sis. Con la regla de Crodegango se había comenzado ya, en el ámbito local de la diócesis de Metz, lo que en el sínodo de Aquisgrán del año 816 y en la /nstitutio canonicorum (Institu- tiones Aquisgranenses) allí promulgada, llegó a ser ley vinculante de todo el reino franco: la vida común de los canónigos y la clara distinción entre el monacato vinculado a la regla de san Benito y la vita monástica, por una parte, y la vita canónica de los canónigos y f canonesas, para quienes la /nstitutio se convirtió en norma vinculante, por otra. En aquella ocasión, el emperador Ludovico Pío (814-840) pronunció personalmente un discurso, insistiendo en la urgencia de una «reforma» y en la necesidad de introducir la vida canónica de los clérigos. Con este fin expresaba el deseo de que se proveyera a recoger los textos de los antiguos cánones y de los escritos de los Padres que contenían indicaciones sobre la vida de los eclesiásticos. No todos los obispos presentes en el sínodo estaban convencidos de la urgencia de tal asamblea; además, sabían que se iban a encontrar con el reproche de no haber cuidado la vida común junto con su clero, tal como estaba previsto en los cánones. No obstante, se elaboró y luego se aprobó un documento que respondía a los deseos del emperador. Estas disposiciones fueron posteriormente promulgadas, con una forma y un contenido parecidos, para las canonesas. La mayor parte de los estatutos de Aquisgrán (cc. 1-114) estaba dedicada a principios de carácter general con respecto a la gestión del sagrado ministerio. Los capítulos sobre la vida común (cc. 1 15-145) retoman las ideas ya formuladas, siete decenios antes, en la regla de Crodegango (aunque sin citarla directamente). Por ejemplo, la celebración común de la misa y de la oración coral (servicio f coral) debía ser el fundamento de una forma de vida vinculada a la vita conununis, armonizada con los ritmos y los tiempos de la jornada y del año. A los canónigos se les permitía comer carne y poseer bienes (c. 1 15); en todo caso, la regla de Aquisgrán contiene también un texto de Agustín que prohíbe la posesión privada de bienes (c. 1 I2ss). Por lo demás, se dan disposiciones sobre los castigos (c. 134) y se establecen las diversas competencias propias de quien ocupaba determinados cargos. En el vértice está el obispo o. en el caso de las iglesias colegiatas, el prepósito (praepositus), o f preboste; luego quien proveía y administraba el abastecimiento (cellerarius), el portero (portarais) y el encargado de los huéspedes (hospitalarias). Se daban, además, indicaciones sobre la hospitalidad que había que prestar a pobres y forasteros. Las disposiciones de la Institiitio son seguramente genéricas y más bien extensas, pero tenían en cuenta todos los canonicatos o canonjías. El ideal de vida monástica y de la pobreza aparece con más fuerza que en la regla de Crodegango: «Toda la institución de la vida canónica aparece como una concesión a la debilidad humana» (Hauck). 3. La reforma canonical de los siglos XI y XII: introducción de la vida regular en los capítulos canonicales (origen de los canónigos regulares). No en todas las fundaciones canonicales, especialmente durante el siglo IX, fue posible realizar la vida común de los canónigos, tal como estaba prevista en las leyes; es más, bien pronto cayó de nuevo en el olvido. Sin embargo la regla de Aquisgrán contribuyó a reforzar desde dentro la vida común de los clérigos, sobre todo cuando, los siglos XI y XII, comenzó a abrirse camino la idea de la reforma, con la renovación eclesial y monástica que se derivó de ello (Cluny, Brogne, Gorze. Verdún). Partiendo de numerosos centros eclesiales y sedes episcopales. importantes y económicamente prósperos, se dio un llorecimiento de la vida canonical, con oración coral en común, en Alemania. Lorena, Francia y en diversas partes de Italia. Es significativo que, precisamente donde se daban situaciones consolidadas, había, aparentemente, menos motivos para apartarse de las disposiciones de la /nstitutio; por otra parte, la «miserable condición» de muchas comunidades canonicales de Francia meridional y de Italia era ya motivo, no secundario, para emprender una reforma de la vida canonical. Efectivamente, fue en esos países donde tuvieron lugar las primeras experiencias y los comienzos de una reforma radical de la institución canonical. Tras la decadencia eclesial del siglo IX y comienzos del X. muy difundida pero, en todo caso, no generalizada, debida al desplome de los ordenamientos políticos de Occidente y al ataque de enemigos externos (sarracenos, normandos, húngaros), monasterios, clero secular, colegiatas de canónigos y canonesas, eclesiásticos y laicos, experimentaron «una nueva nostalgia de un cristianismo más profundo, de un distanciamiento del pasado y de una orientación de la vida a su fin celestial» (Schwaiger). Este movimiento reformista originó también un nuevo modo de entender los sacramentos, a los que se vinculaba la exigencia de un ministerio sacerdotal vivido de modo irreprensible. En esto tuvo mucho que ver el papado reformista del siglo XI y comienzos del XII. A través de la reivindicación de la «libertad de la Iglesia», entendida como liberación de intromisiones procedentes del exterior, y gracias a la contemporánea insistencia en una mayor unión con Roma, se pretendía llegar a una nueva y más profunda religiosidad. Un importante instrumento para conseguir esta finalidad y para afirmar la reforma general de la Iglesia, se descubría precisamente en la renovación de la vida apostólica canonical. según el modelo monás- tico-conventual; para ello, era necesario, ante todo, reforzar la vida comunitaria de los clérigos, «según la regla de los Padres». En todo caso, no es posible explicar las razones de la reforma eclesial y canonical del siglo XI. reduciéndolas a una única causa. Las reformas son el resultado de dinamismos diversos, que se remontan mucho más atrás en el tiempo; ciertamente pueden atribuirse también -aunque no exclusivamente- a las transformaciones sociales, que exigían nuevas formas de presencia pastoral. Una lectura atenta de la historia de la Iglesia demuestra claramente que todo auténtico movimiento innovador tiene su punto de partida en el evangelio. De manera especial, los canónigos regulares (canonici regulares) nacidos después de la reforma de la institución canonical, estaban totalmente empapados del ideal apostólico de la pobreza y del amor fraterno, según el modelo de los orígenes cristianos. Efectivamente, se consideraba que el seguimiento de Cristo era posible sólo para los pobres. Al creciente aprecio por la asee- sis y por una nueva religiosidad, vivida más interiormente, se unía también una nueva devotio, que se apoyaba en el concepto de humildad, de renuncia de sí mismos. Se reconocía que sólo en la cruz está el camino de la salvación y de la vida, la protección contra las tentaciones y la verdadera alegría, que nunca puede subsistir sin la cruz. Se consideraba que en cargar con la propia cruz, siguiendo a Cristo («espiritualidad cristocéntrica») radica la única posibilidad de alcanzar la vida eterna. La vita apostólica se vivía en el ideal del seguimiento de Cristo, que mantenía viva la nostalgia de la vida ere- mítica ermitaño). El carácter eremítico de los comienzos de la reforma canonical aparece con claridad en las primeras fundaciones: San Rufo en Aviñón (1039), Ravengiersburg (1074) y, en parte, también Rottenbuch (1073). Con la «reforma gregoriana», así denominada por el nombre del papa Gregorio VII (1073- 1083), aumentaron las críticas a los estatutos de la regla de Aquisgrán, considerados demasiado liberales. Ya antes, el sínodo de Letrán de 1059 había recordado y subrayado enérgicamente la obligación de los clérigos de vivir en comunidad: los eclesiásticos, «en las iglesias a las que son destinados, como conviene a clérigos devotos», debían «comer juntos, dormir juntos y poner en común todos sus ingresos», tendiendo con to- das sus tuer/as «a realizar el estilo de vida apostólico, es decir, comunitario» (can. 4). En las iglesias catedrales y las colegiatas había que vigilar para que esta obligación se mantuviera y, con ese fin. se debían hacer más rígidas las disposiciones legislativas. El sínodo de Letrán de 1059-1061, presidido por el papa Nicolás II, que tanto iba a influir en el futuro, había contado con la participación y la intervención decisiva de Hildebrando, entonces archidiácono de la Iglesia romana y futuro papa Gregorio Vil. Él pronunció un discurso cargado de ataques a la vida lujuriosa de los canónigos, que «eran esclavos del vicio de la propiedad personal y se hacían servir ciclópeas cantidades de alimento» (Führmann). Sin embargo no se ha de olvidar que, precisamente en aquel tiempo, se recurría con gusto a formas enfá ticas, para poner en evidencia ciertas formas de laxismo, probablemente existentes realmente, para subrayar así, muy drásticamente, la urgencia de adecuadas medidas de reforma. Hildebrando pidió la abrogación de las disposiciones de la regla de Aquisgrán, que él consideraba especialmente escandalosas, porque permitían a los canónigos poseer bienes y viviendas personales. Precisamente en esto identificaba él la raíz de todos los males de muchas comunidades canonicales, cuyos miembros denominaba él despectivamente «detentores de prebendas». La Institutio de Aquisgrán no fue abrogada, entre otras cosas porque la actitud de rechazo afectaba sólo a algunas prescripciones aisladas. Sin embargo se hizo una interpretación rigurosamente ascética de sus normas, en función de la reforma canonical, y especialmente de la vida común de los canónigos, de acuerdo con el modelo monástico; y por tanto con jornadas distribuidas regularmente, con liturgia de las horas, trabajo manual, obligación de la abstinencia y silencio. Junto a Hildebrando, entre quienes con más decisión y en primer lugar lucharon para afirmar la reforma estuvo san Pedro Damiani (1007-1072), monje y cardenal obispo de Ostia, con un polémico escrito dirigido a los clérigos poseedores de bienes que dedicó al papa reformista, Alejandro II (1061-1073). Cuatro años más tarde, durante un sínodo romano celebrado bajo el pontificado de este último, fueron ratificadas las decisiones de 1059. En la segunda mitad del siglo XI, fueron también enérgicos promotores de la reforma canónica los santos obispos Anselmo de Lucca e Ivo de Chartres, que dio comienzo a la renovación de la vida canónica en Francia. En Alemania, el primero en retomar las demandas de Roma para la reforma del clero diocesano fue el obispo Altmann de Passau (1065-1091), quien aplicó con coherencia y rigor el programa reformista. Los centros de reforma por él fundados fueron principalmente San Nicolás de Passau. San Florián de Linz y St. Pól- ten. El año 1073, en Rottenbuch, fuera de los límites de su diócesis, fundó el «punto de apoyo» más importante para la reforma canonical -v eclesial- del norte de los Alpes. Pero cuando intentó introducir la reforma en el cabildo de su propia catedral se encontró con un duro fracaso. Otros obispos reformistas, que tuvieron parte importante en la renovación de la vida canónica, fueron Conrado I de Salzburgo, Rainardo de Halberstadt (1107-1123) y Esteban de Tournai (1135-1203). Entre ellos, el arzobispo Conrado I de Salzburgo (1105-1147) aparece realmente como el «tipo de obispo reformador del canonicato» (Weinfurter); él promovió de manera racional la reforma canonical dentro del cabildo de su catedral. de modo que, posteriormente se difundió por toda la diócesis. Relaciones con Salzburgo, como centro de reforma, tuvo también Reichersberg, cuan- do llegó a ser preboste Gerhoh de Reichersberg (f 1169), influyente escritor del siglo XII y radical propulsor de la reforma canonical. El consiguió garantizar el éxito de la reforma confiriendo en muchos casos la dignidad ar- chidiaconal -que entonces gozaba de gran prestigio y además tenía gran importancia para el gobierno de las diócesis- a los prebostes de las colegiatas de canónigos regulares en los territorios que dependían de él (por ejemplo, Herrenchiemsee). También la clase dirigente aristocrática se situó entre los más importantes promotores del movimiento reformista. El número de colegiatas y de cabildos reformados siguió aumentando hasta finales de siglo XI y continuó a comienzos del XII. Hacia mediados del mismo se contaban ya más de ciento cincuenta fundaciones canonicales reformadas. Entre los centros de reforma se distinguieron, en Francia, San Rufo en Aviñón, San Víctor en París, Arrouaise en Aureil y San Quintín en Beauvais; en Italia. Santa María in Porto en Ravena; en Alemania el primer centro de reforma fue Rottenbuch; luego vinieron Marbaeh en Alsacia (1089), donde actuó como preboste Manegold de Lautenbach. célebre exponente de la primera escolástica, Springiersbach en la archidiócesis de Tréveris (1 107), Hamersleben. Steinfeld en Eifel, Klosterrath en Aquisgrán y Salz- burgo. Por otra parte, muchas colegiatas, situadas sobre todo en los territorios de la margen izquierda del Rin, no se adhirieron a la reforma. El estilo de vida de los canónigos. que hasta entonces habían vivido simplemente «según los cánones» (canonice), se fue haciendo cada vez más semejante al de los monjes, que vivían según una regla. Una ola de entusiasmo reformista llevó a los canónigos regulares a una nueva conciencia de su propia identidad. Vivir en comunidad, siguiendo el modelo de los monjes, y realizar al mismo tiempo la tarea encomendada por el Señor, a través de la predicación de la palabra, era lo que se entendía como forma de vida ideal, es decir, apostólico. Por esta razón los obispos reformadores asignaron a los canónigos regulares -los milites Christi («soldados de Cristo»)tareas pastorales. Los canónigos regulares, que se denominaban también pauperes Christi («pobres de Cristo»), fueron madurando progresivamente en la conciencia de que lo más importante era precisamente la solicitud sacerdotal por la salvación de las almas de gentes con frecuencia inseguras y llenas de dudas, especialmente en una época que se percibía como el fin de los tiempos. Los papas reformistas advirtieron inmediatamente la importancia que el movimiento de reforma canonical tenía para la renovación del alto clero y para la pastoral; y, por ese motivo, lo apoyaron. El papa Urbano II (1088-1099), cuya personalidad estaba profundamente marcada por los ideales cluniacenses y gregorianos, subrayó con fuerza los deberes pastorales de los canónigos regulares. En un privilegio concedido en 1092 a Rottenbuch, afirmó que la forma de vida monástica y la canonical, por tanto la vida en el monasterio con el principio de la fuga del mundo y la práctica de la cura de almas, eran conciliables, iguales en dignidad, y podían remitirse directamente a la Iglesia de los orígenes. Sobre todo, es mérito de Urbano II haber determinado la posición de los canónigos regulares entre el monacato y el clero disperso «por el mundo», favoreciendo así su «autoconciencia». Mediante la concesión de privilegios a las colegiatas de los canónigos regu- lares. Urbano II trazó una línea clara de separación con respecto a los simples eclesiásticos, llamados «canónigos seculares», que no se habían adherido al programa de reforma canonical. En el citado privilegio de Ro- ttenbuch, con el que se permitía la posesión de bienes y la libre elección del preboste, el papa prohibía también a los canónigos regulares pasarse al ordo monásticos o a los clérigos no regulares, cosa que no raramente había sucedido hasta entonces. La difusión de la reforma canonical acaeció de formas muy diversas: mediante la aceptación de la reforma por parte de un capítulo ya existente, con la fundación de casas propias por parte de algunos grupos de clérigos, la introducción de una regla en el capítulo colegial (/"colegiata) o, finalmente, mediante fundaciones eremíticas y hospitalarias. Estas últimas nacieron frecuentemente de comunidades laicales, transformadas posteriormente en canonjías regulares, que ofrecían a los transeúntes hospitalidad y ayuda en zonas y caminos aislados, sobre todo a lo largo de los caminos que conducían a metas de peregrinación. Se puede considerar como la más importante de estas hospederías el monasterio que se encuentra en el Gran San Bernardo (/"Canónigos Regulares de san Agustín). El «siglo bernardino», así llamado por el gran abad cisterciense Bernardo de Claraval (^Cis- tercienses), estuvo marcado también, y de manera estable, por la reforma canonical, especialmente en los decenios desde 1110 al 1150. El movimiento afectó también a las mujeres que. como /"canonesas regulares, se llenaron de entusiasmo por el ideal de la vida apostólica. La evolución interna de los canónigos regulares no aconteció de manera unívoca, dado que el patrimonio de tradiciones a las que referirse era muy rico y diferenciado. Además de la regla de Aquisgrán, del año 816. los canónigos regulares se atuvieron también a decretos conciliares v textos patrísticos, entre los que se encontraban también los escritos de san Agustín. De ellos se había derivado muy pronto una regla, la llamada «regla de san /"Agustín». Así, desde los años 50 y 60 del siglo XI. muchas comunidades canonicales se reconocieron en ella, proponiéndose vivir de acuerdo con la regla de san Agustín (secundum beati Augustini regulam vívenles), o bien según un estilo de vida inspirado en el modelo del obispo de Hipona y de su comunidad de clérigos. A partir del siglo XII los cabildos se adhirieron a esa regla, de la que, por otro lado, existían diversas tradiciones, reconociendo en ella una especie de escrito confesional y comprometiéndose al estilo de vida recomendado por el santo padre de la Iglesia, a través de los tres f votos solemnes. La Regula tenia o Praeceptum, más amplia, está totalmente inspirada en el espíritu de los Hechos de los apóstoles y contiene enseñanzas y preceptos ascéticos moderados, mientras el Orelo manasterii (o Regula secunda) presenta un severo ideal ascético, en una vida caracterizada por una pobreza total y una rigurosa penitencia, con la obligación del ayuno y del silencio, de la oración coral, las vigilias y el trabajo manual. Objeto de controversias fueron (y lo son aun hoy) las diversas opiniones sobre la validez de los respectivos textos de la regla. Cuando, en I 107, se fundó el cabildo reformado de Springiersbach, se aceptó y declaró vinculante el conjunto de ambos textos, el Praeceptum y el Ordo monasterii. La reforma se desarrolló desde entonces en dos direcciones: la orientación más severa de los canónigos regulares (Ordo novas) siguió los preceptos del Ordo monasterii. al que no se adhirió, en cambio, el grupo más moderado (Ordo anti- c/uus), que prefería acogerse a las disposiciones más comedidas del Praeceptum. Del grupo de reformadores más radicales se derivaron los f Premostratenses, que. junto con los Canónigos Regulares de san Agustín, constituyen la más importante orden de canónigos regulares. En la segunda mitad del siglo XII se desarrollaron diversas consuetudines (^costumbres, del latín consuetudo), reglas y estatutos, en los que, entre otras cosas, se exponían deberes y tareas de los miembros de la colegiata de canónigos, la ordenación de las jornadas y algunas pautas sobre la elección del preboste (que en Francia se llamó generalmente «abad»). Entre las reglas y estatutos más importantes, en uso en los capítulos de los canónigos regulares, estaban: las Consuetudines Sancti Ruji, sobre todo en Francia meridional, España, Portugal e Italia septentrional: la Regula Portuensis (Santa María in Porto, en Ravena), sobre todo en Italia: las Constitutiones Marbacenses (Marbach, en Alsa- cia) que ejercieron su influjo sobre todo en Alemania (diócesis de Constanza, Basilea y Estrasburgo) y, además, las consuetudines de Arrouaise, San Víctor en París, San Quintín en Beauvais y Aureil. Ver también /"Canónigos Regulares de san Agustín. La ^secularización de 1802- 1803 marcó también el fin de muchos cabildos de catedrales y colegiatas. Entre las que se salvaron están las dos antiguas colé- matas de Ratisbona, la de la Alte Kapelle y la de St. Johann. Canónigos Regulares de san Agustín (Sacer el Apostólicas Ordo Canonicorum Regularium S. Augustini, CRSA). o Canónigos Agustinos, son los /^canónigos regulares que, tras la reforma canonical de los siglos XI y XII, hicieron propia la regla de san ^Agustín, profesando los tres J votos solemnes de obediencia, castidad y pobreza. Los Canónigos Agustinos reciben su nombre del padre de la Iglesia san Agustín (354-430) y se comprometen a un estilo de vida inspirado en él: como obispo de Hipona (Hippo Regius), en Africa septentrional, Agustín hacía vida común (vita communis) con su clero, según una regla. Junto a la importancia concedida al servicio sacerdotal. como también a la observancia de la castidad y a una comedida ascesis, nadie en esta comunidad debía poseer bienes. Con todo, Agustín estaba bien lejos de la intención de fundar una «orden». Los Canónigos Agustinos, a diferencia de las otras tres grandes órdenes prelaticias de los f Benedictinos, /"Cistercienses y Premostratenses, no pueden remitirse a un fundador; su orden puede considerarse, en cambio, como el punto culminante de un largo proceso histórico (^Canónigos). En la segunda mitad del siglo XI muchas comunidades de canónigos regulares quisieron asumir, en sentido general, un estilo de vida inspirado en la regla de san Agustín («secundum beati Augusiini regulam viventes»), es decir, una vida que tomaba como modelo su persona y sus principios. Los canónigos regulares más estrechamente vinculados a la regla de san Agustín, transmitida en diversas redacciones, y que pronunciaban votos, se difundieron a partir de 1 120-1 130. De ese modo, para las órdenes canonicales dio comienzo un período de recuperación. Por su vida conventual regulada, la cuidada celebración solemne de la eucaristía y su actividad de estudio, se distinguían poco de órdenes monásticas como la de los Benedictinos. Sin embargo sabían unir de manera peculiar la vida conventual en comunidad con el servicio sacerdotal. La solicitud por la salvación de las almas fue su tarea y obligación. Por su nueva e intensa actividad pastoral confirieron al siglo XII el carácter de «época de los canónigos». Muchos obispos reformistas apoyaron a los Canónigos Agustinos, con el fin de ganárselos como energías para la pastoral. El arzobispo Conrado I de Sal/burgo (11051147). durante la obra de reforma llevada a cabo en su diócesis -de las mayores del imperio-, confirmando a los Canónigos Agustinos ya presentes, introdujo nuevas fundaciones canonicales y concedió a sus prebostes la dignidad de archidiáconos, una dignidad de alto rango en aquellos tiempos e importante para la administración de la diócesis; como ejemplos se pueden citar Baumburg, Gars y Herrenchiemsee. Antes aún. Conrado I había introducido ya en el cabildo de su catedral la reforma canonical y la regla de san Agustín. La mayor parte de las fundaciones monásticas canonicales, sobre todo las de Alemania meridional, permanecieron autónomas desde el punto de vista jurídico y sometidas al respectivo obispo local. A la cabeza de la comunidad conventual de los Canónigos Agustinos (en latín canonia) estaba un superior, el prepósito o /* preboste, en algunos casos llamado también ^abad; a su lado había un decano o /"prior. El preboste asignaba las tareas de la comunidad canonical (ecónomo, cocinero, ^cillerero, etc.), nombraba al maestro de novicios y al bibliotecario. Un puesto especial dentro de la comunidad canonical competía al miembro más anciano del capítulo. El hábito de los Canónigos Agustinos consistía originalmente en una sotana blanca, sobre la que llevaban el alba, acortado más tarde a modo de sobrepelliz; posteriormente en la /* muceta, de piel en invierno y de algodón en verano, sobre el roquete. En el siglo XVIII se fue adoptando en todas partes el hábito talar negro; el roquete, sobre todo en Bavie- ra, Austria y Suiza, se redujo a una faja de lino, larga y estrecha, llamada sarroquín (roquete de peregrino). Para estrechar lazos más fuertes, diversas fundaciones canonicales se reunieron en ^congregaciones, reuniéndose regularmente en capítulos generales. Entre las congregaciones más significativas estaban inicialmente la de Letrán, o de los Canónigos Lateranenses de san Agustín, a quienes estaba confiada la cura pastoral de la basílica de Letrán, en Roma, la de San Rufo, en Aviñón, la de Santa María in Porto, en Ravena; y además, los Canónigos del Santo Sepulcro, en Jerusalén, la Congregación de San Mauricio (St. Mo- ritz, Suiza), Marbach en Alsacia. Arrouaise en la diócesis de Arras, San Víctor en París, la Congregación de la Santa Cruz en Coimbra (Portugal), los Gilbertinos en Inglaterra, los Hospitalarios del Espíritu Santo en Montpellier, los /"Cruciferos, los Canónigos Regulares de san Antonio el ermitaño (S Antonianos), la Congregación de /" Windesheim, la Congregación de santa Genoveva en París y la de san Bernardo de Mentón (los Canónigos de san Bernardo son célebres por el Hospital fundado sobre el Gran San Bernardo en Suiza y por sus célebres perros, con los que salvaron en los montes la vida de numerosas personas). La orden de los Canónigos Agustinos, como tantos otros movimientos, no logró mantener por mucho tiempo su primera, entusiasta y revolucionaria fuerza de choque. En muchas fundaciones monásticas tuvieron que constatarse los primeros fenómenos de decadencia a través del debilitamiento de los lazos internos de las congregaciones y las provincias, como también, en general, de la disciplina de la Orden. El papa Benedicto XII, en 1339, con la constitución Ad decoran Ecclesiae, impuso a toda la Orden la división en provincias, la convocación anual del capítulo y la actuación regular de las visitas. De esa forma intentaba poner freno a la decadencia de las fundaciones canonicales y abrir el camino a la renovación de la Orden. En Alemania la reforma conventual recibió un fuerte impulso sobre todo gracias a la Congregación de Windesheim. Se había desarrollado desde 1395 a partir de la abadía de Canónigos Agustinos de Windesheim, en Holanda, fundada en 1387 por Florencio Radewijns, discípulo del fundador de la de- votio moderna, Gerhard Groote. La congregación respiraba profundamente el espíritu de este movimiento de reforma místico y ascético, que ejerció gran influjo también en ambientes laicales. Los cuatro libros de la Imitación de Cristo {De imitatione Christi), atribuidos al canónigo agustino Tomás de Kempis (t 1471), se pueden considerar como expresión perfecta de esta espiritualidad y son, sin duda, uno de los testimonios literarios más hermosos de la devoción consolante e íntimamente vinculada a Cristo, típica del siglo XV. Los estatutos de la Congregación de Windesheim se preocupaban también de la promoción y consolidación del capítulo general. que debía reunirse regularmente. Después, sobre todo en las fundaciones canonicales de Alemania septentrional, se subrayó con fuerza la vida contemplativa; también se desarrolló una fecunda actividad literaria y científica. Para Alemania meridional, especialmente para Baviera y Moravia, fue determinante la reforma que tuvo comienzo en el monasterio de Raudnitz, en Bohemia, fundado en 1333 («Reforma de Raudnitz»). A pesar de los esfuerzos, no se llegó aquí a la constitución de congregaciones, pero sí a «hermandades de oración» (confederaciones) y, con el fuerte apoyo de las autoridades seculares, a una genuina renovación de las fundaciones canonicales (como Indersdorf en Da- chau, Ranshofen en Braunau, a orillas del Inn, y Rottenbuch). En Bohemia, Moravia y Austria se fundaron muchos nuevos monasterios canonicales. Independientemente de estas experiencias, en Italia se fundó la Congregación de Letrán (Congrega tio Canonicorum Regularium Sanctissimi Salvatoris Late- ranensis, CRL). con una nueva estructura jurídica, que experimentó su máximo florecimiento en el siglo XVI. A lo largo del siglo XV, a causa de los ataques de los husitas en Bohemia y Moravia, y de las agresiones de los turcos en Hungría, muchos monasterios acabaron en la ruina; pero la verdadera catástrofe llegó con las guerras de religión de la primera mitad del siglo XVI (en aquella época se contaban en Europa unas 1.600 fundaciones canonicales). En los países en los que se impuso la reforma protestante, sobre todo en Holanda, Alemania septentrional, Inglaterra y Escan- dinavia. todas las fundaciones monásticas canonicales fueron prácticamente eliminadas. También sufrieron daños muchos monasterios que se oponían a la supresión violenta y que pudieron salvarse sólo gracias a la intervención de los príncipes que habían seguido siendo católicos. Donde la contrarreforma consiguió imponerse, se llegó también, con la reforma católica, a un nuevo florecimiento «barroco». En Lorena el camino para la revita- lización de la Orden se vio allanado por la Congregación del Santísimo Salvador, fundada por Pedro Fourier (1565-1640). En los siglos XVII y XVIII se llegó a una fuerte recuperación de las normales actividades pastorales y de estudio en muchas fundaciones canonicales, como Santa Genoveva en Francia, Kloster- neuburg y St. Florian en Austria y el Hospital del Gran San Bernardo en Suiza. Contemporáneamente surgieron magníficos edificios monásticos. El número de Canónigos Agustinos aumentó de forma notable. Afínales del siglo XVIII y co- mienzos del XIX, una tremenda ola de supresiones monásticas envistió también la orden de los Canónigos Agustinos, provocando su desaparición casi total. En Alemania, después de la Au- fklarung y de la Revolución francesa, durante la gran secularización de 1803, fueron suprimidas todas las fundaciones monásticas de Canónigos Agustinos. Tampoco en Francia (en algún caso hubo supresiones antes, incluso, del comienzo de la gran revolución), ni en España y Portugal sobrevivió ningún convento. En Italia las guerras napoleónicas provocaron gravísimas pérdidas, y también en Suiza sufrió daños la Orden. En el transcurso del siglo XIX, a partir de Francia, hubo una recuperación de la Orden. En 1865 don Adrián Gréa fundó la Congregación de la Inmaculada Concepción (Congregatio Cano- nicorum Regularinm Immacula- tae Conceptionis, CRIC). Precedentemente la nueva Congregación de Letrán había fundado monasterios en Francia, España, Bélgica, Holanda, Inglaterra y Sudamérica. En 1907 las seis fundaciones canonicales de Klosterneuburg, en Viena, St. Florian (en estos dos monasterios se encuentran también las mayores bibliotecas privadas de Austria), Herogen- burg. Reichersberg, Vorau y Neu- stift en Bressanone se reunieron en la Congregación austríaca, a cuya cabeza está un abad general, elegido cada cinco años; cada uno de los monasterios mantienen su autonomía jurídica dentro de la congregación. En 1959, novecientos años después del sínodo de Letrán de 1059, que tanta importancia tuvo para el movimiento y la reforma canonical (^ canónigos), todas las congregaciones (autónomas) de Canónigos Agustinos establecieron lazos recíprocos, uniéndose en «confederación», bajo la guía de un abad primado. Además de la ya citada Congregación austríaca (cuyas tareas consisten en la pastoral parroquial, la formación sacerdotal, la catcquesis de adultos, la educación de los jóvenes y actividades de estudio), existen otras cinco Congregaciones: la Congregación de Letrán (en Italia, Francia, Holanda, Bélgica, Inglaterra, Polonia, Argentina, Brasil. Uruguay y Congo, con tareas de pastoral. enseñanza y actividad misionera); la Congregación del Gran san Bernardo (el preboste de los canónigos, que trabajan en la pastoral, en la enseñanza y en misiones en Taivvan, reside en Martigny, en el cantón Vallés); la Congregación de san Mauricio, en Suiza (cuyo centro, St. Mauri- ce, en el Vallés, es el monasterio más antiguo que ha subsistido en Europa sin interrupciones; su abad es también obispo); la Congregación de ^Windesheim, restablecida en 1961 (a la que pertenecen una abadía en Francia y otra en Italia; y, además, algunas casas dependientes, entre ellas la fundación de los Canónigos Agustinos de Paring en Ratisbo- na); y finalmente los Canónigos de la Inmaculada Concepción, que trabajan en la pastoral en Italia. Francia, Inglaterra, Canadá y Perú. De la orden de los Canónigos Agustinos proceden muchos santos, papas, entre ellos Adriano IV (*¡ 1 159) y Eugenio IV (t 1447), cardenales y obispos, importantes personalidades de la ciencia, el arte y la literatura. Entre ellos se pueden recordar: el santo obispo, gran teólogo, Ivo de Chartres (t 1116), Gerhoh de Reichersberg (t I 169). uno de los escritores más significativos del siglo XII, Santiago de Vitry (t 1240 siendo cardenal obispo de Tús- culo), el místico Jan van Ruys- brock (t 1381), el historiador Andrés de Ratisbona, a quien Aventino consideró como «Livius Bavaricus», Tomás de Kem- pis (f 1471), el humanista Desiderio Erasmo de Rotterdam (t 1536), el reformador de la Orden Pedro Fourier (f 1640), Eusebio Amort de Polling (t 1775), importante teólogo, autor de 66 obras y fundador de la docta sociedad «Parnassus Boicus». También en los siglos XIX y XX muchos Canónigos Agustinos se han distinguido como historiadores, poetas, científicos, matemáticos, astrónomos, meteorólogos, escritores, compositores y musicólogos. Datos estadísticos, en 1996, de las seis congregaciones de Canónigos Agustinos reunidas en 1959: 96 monasterios, con 828 miembros, de los que 663 son sacerdotes. Canosianas (Hijas de la Caridad). Congregación religiosa de derecho pontificio fundada en Verona en 1808 por santa Magdalena de Canossa. La fundadora, de familia noble (descendiente de la condesa Matilde), vivió una infancia marcada por el sufrimiento. a causa de la prematura muerte de su padre y el posterior abandono de su madre. Fue confiada. junto con sus hermanos, a una tutora que no la supo comprender y fue para ella motivo de grandes sufrimientos. En la maduración de su vocación fue fundamental una grave enfermedad que la afectó a la edad de quince años: de ella salió decidida a consagrarse a Dios por completo. Tuvo algunas breves experiencias monásticas, que demostraron su espíritu contemplativo, pero que, al mismo tiempo, la dejaron insatisfecha, porque «así no podría evitar pecados, ni cooperar a la salvación de las almas». Finalmente la santa encontró un iluminado guía espiritual en don Libera, sacerdote diocesano muy apreciado, que la acompañó durante nueve años, ayudándola a superar el rigorismo y los escrúpulos que caracterizaban su religiosidad, y a clarificar su llamada a una misión caritativa. Comenzó hacia 1799. colaborando con don Leonardi en una hermandad dedicada a la asistencia de los enfermos; pero ya durante su permanencia en Venecia (17961797) había tenido una visión de la que nacería la idea del futuro instituto. Intervino también el obispo de Verona, mons. Avogadro, pidiéndole que dejara los hospitales para dedicarse a las «escuelas de caridad», que debían ofrecer educación gratuita en los barrios más pobres de la ciudad. Con esta finalidad abrió una casa que confió, desde el principio, a algunas mujeres que se prestaron a ello, al no poder trasladarse personalmente por tener que dedicarse a su propia familia. Hasta 1808, Canossa no pudo realizar su sueño de entregar su vida por las chicas abandonadas a su suerte, dando al naciente instituto el impulso de su santidad, del dinamismo y los conocimientos que poseía en alto grado. En 1810 fue invitada por los hermanos Cavanis a frecuentar en Venecia las escuelas de caridad que ellos habían abierto: pocos años después abrió otra casa en Milán, con la ayuda de la condesa Durini, a la que la unía una profunda amistad. En estos años, el número de mujeres, que se adherían a sus ideales emitiendo votos simples, fue creciendo hasta hacer necesaria la redacción de las Reglas de las Hijas de la Caridad. que Magdalena no sacó de otros textos ni de confrontaciones con otras personas, sino de sus experiencias místicas: la contemplación de Cristo crucificado era su fuente. Su instituto debería vivir su propio apostolado en la conte m p I ac i ón - i m i tac i ó n - test i mon i o del amor de Cristo a Dios y a los hombres. Los campos privilegiados de acción encomendados a la congregación fueron: las escuelas de caridad, la enseñanza de la doctrina cristiana y las visitas a los hospitales. En 1816 llegó el decreto de alabanza de Pío VII y en 1819 la aprobación del gobierno austríaco, al que siguió inmediatamente la erección canónica. Dándose cuenta de que la acción de su instituto corría el riesgo de limitarse a los grandes centros urbanos, Canossa dio comienzo en 1812 a la formación de las maestras campesinas, jóvenes moralmente irreprensibles, que deberían enseñar en las escuelas de caridad rurales. Para no dejar a medias esta obra educativa, puso más adelante a su lado la obra de las terciarias, con el intento de promover la vida cristiana también entre los campesinos. Un problema que se presentó diez años después de la muerte de la fundadora fue el de la relación entre las diversas casas, que no estaba definida con claridad: a partir de 1848 el instituto, aun permaneciendo unido espiritualmente y adoptando la misma regla, se dividió desde el punto de vista disciplinar y organizativo en casas primarias, que, a su vez, dieron vida a otras fundaciones. Tras el fracaso de varios intentos de reunificación, la cosa concluyó en 1926, cuando una asamblea general de las Canosianas aceptó que todas las casas estuvieran unidas bajo la dirección de una única superiora. La acción del instituto se desarrolló notablemente en los sectores catequístico, docente y asis- tencial, extendiéndose a partir de 1860 al campo misionero, con la fundación de una casa en Hong Kong. a la que siguieron muy pronto otras en diversos continentes. En 1967-1968 tuvo lugar un capítulo especial que revisó a fondo las constituciones, estableciendo: un estilo de vida menos claustral: la atención a la pastoral de conjunto; la prioridad de las necesidades más urgentes. El capítulo general de 1990 lanzó una llamada «Ad gentes» que ha dado vida ya a 32 nuevas casas, distribuidas sobre todo en Asia y África. El de 1996 se orientó a reforzar la vida fraterna, que hace que el testimonio de comunión sea más auténtico y creíble. En 1996 el instituto contaba con 3.593 religiosas, divididas en 380 casas esparcidas por los cinco continentes. Capa, capucha. El término capa (del latín tardío cappa, esclavina, hábito eclesiástico) designaba en la Edad media una esclavina o un manto de amplias mangas, dotado de capucha, usado diariamente tanto por hombres como por mujeres, pero que las clases más altas usaban sólo en los viajes. El término capucha (del latín tardío caputium. apertura en un manto, por donde se puede meter la cabeza) designaba una especie de gorro que llega hasta el cuello, casi siempre unido a una vestidura (túnica o manto); desde entonces y hasta nuestros días, forma parte integrante de muchos hábitos religiosos (^hábito religioso). Capítulo. (Del latín caput, cabeza; capitulum, sección, capítulo). Indica una parte o sección de texto (de la Biblia o de las lecturas contenidas en la liturgia de las horas); en las abadías y monasterios, especialmente, indica un paso de la regla monástica o de las constituciones, que introducía una asamblea de religiosos o de clérigos seculares que vivían en común. Es probable que de aquí provenga la denominación de la asamblea (capítulo) y del lugar donde se reunía (sala capitular). El capítulo, regulado por las leyes eclesiásticas y las propias de cada instituto religioso (como reunión de miembros autorizados para ello), sirve para la reflexión y para la disciplina interna, tal como se establece en los estatutos (como es el caso del «capítulo de culpas», para la confesión y remoción de infracciones disciplinares fuera del sacramento de la penitencia); pero sobre todo, constituye la autoridad suprema en el cuidado de los intereses de una orden o congregación. Según su articulación, los capítulos suelen distinguirse en conventuales, provinciales y generales. Capítulo de damas Adamas, capítulo de. Capítulo imperial f abadía imperial. Capuchinos (Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, OFMCap) ^Franciscanos. Caracciolinos. Suelen denominarse así los Clérigos Regulares Menores (Clerici Regulares Minores, CCRRMM), fundados en 1588 en Ñapóles por el noble napolitano y sacerdote Francisco Caracciolo. junto con otros dos compañeros. La comunidad se dedicaba especialmente a la asistencia pastoral de los pobres, los presos y los condenados a muerte; su regla obtuvo la aprobación pontificia en 1588 y en 1605. Se difundió sobre todo en el reino de Ñapóles, en España y Portugal, promoviendo por todas partes la adoración perpetua (del santísimo Sacramento). Sin embargo. actualmente cuenta sólo con catorce conventos; en 1996 eran cuarenta y un miembros, entre ellos treinta sacerdotes. Caridad bajo los auspicios de san Vicente de Paul (de santa Juana Antida Thouret), Hermanas de la. Juana Antida Thouret nació en Sancey el 27 de noviembre de 1765. A los dieciséis años, tras la muerte de su madre, tuvo que asumir la responsabilidad de la casa. Durante este tiempo Juana Antida advirtió la llamada de Dios a pertenecerle por completo. En el Carmelo de Besancon sintió con increíble intensidad la llamada al servicio de los pobres y enfermos. Ingresó en las /"Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl en 1787. A causa de la revolución francesa. Juana Antida volvió a su pueblo natal y se comprometió con todas sus fuerzas a vivir la caridad. Luego pasó de nuevo a Suiza para unirse al grupo de los «Solitarios», religiosos fundados por el P. Receveur de Fontanelles, siguiéndoles hasta Austria, donde se refugiaron huyendo de la avanzada de las tropas revolucionarias. Al cabo de un año se cuestionó la oportunidad de su presencia entre los Solitarios y, tras intensas y doIorosas peripecias, se sintió inspirada a abandonarlos y a volver a Suiza. En la aldea de Le Landeron. Dios le comunicó su voluntad: «Cuando Dios llama y se le escucha, él da todo lo necesario». A través de dos vicarios generales, recibió su mandato: «Ir a Be- san^on para instruirá la juventud indigente y cuidar a los enfermos pobres, para restablecer la fe y las buenas costumbres». Juana Antida acogió la propuesta, y el II de abril de 1799 dio comienzo a su instituto. Las fundaciones se multiplicaron; desde Francia se propagaron hasta Saboya y en 1810, a petición del rey Joaquín Murat, al Reino de Ñapóles. Juana Antida murió en Ñapóles el 24 de agosto de 1826. Fue beatificada el 23 de mayo de 1926 y canonizada el 14 de enero se 1934. Desde hace casi doscientos años, las Hermanas de la Caridad de santa Juana Antida no han cesado de poner todas sus fuerzas, sus talentos y sus corazones al servicio de los pobres. Sus actividades se han ido modificando, de acuerdo con la evolución cultural y social, pero la primera inspiración sigue siendo siempre actual: ponerse al servicio de los pobres, ayudarles a encontrar su lugar en la sociedad, llevarles la buena noticia de Cristo Salvador. Caridad de las santas María Bartolomé Capitanio y Vicenta Cerosa, Hermanas de la (Religiosas de la Virgen Niña). Es una congregación religiosa de derecho pontificio desde 1840, nacida en Lovere (Bérgamo) el 21 de diciembre de 1832, por iniciativa de santa María Bartolomé Capitanio (1807-1833) y santa Vicenta Gerosa (1784-1847), bajo la guía de don Angel Bosio. El fin del instituto es la práctica de la caridad a través de las obras de misericorda, a imitación de Cristo Redentor. Las fundadoras se inspiraron en el espíritu de san Vicente de Paul y abrieron varias obras en favor de las chicas, y también estuvieron presentes en el campo de la asistencia a los enfermos. Con el tiempo esta faceta se expresó en hospitales, clínicas y dispensarios. Insertada activamente en la vida eclesial, Capitanio acogió los retos de la educación femenina e involucró a Gerosa: así comenzaron la vida común, dedicándose al cuidado de los enfermos, a acoger niñas huérfanas y a la enseñanza. Capitanio murió poco después de la fundación, dejando a su compañera la tarea de continuar y desarrollar la obra. De acuerdo con la normativa eclesial vigente, el instituto tuvo que renunciar al reconocimiento jurídico de las reglas escritas por Capitanio y adoptar las constituciones de un instituto semejante ya reconocido. Tomó las de santa Juana Amida Thouret y las religiosas se llamaron Hijas de la Caridad, hasta 1841. A partir de 1840 el instituto consiguió la plena autonomía del de Thouret y al año siguiente la erección canónica. En Milán, después de 1884. las religiosas se llamaron Hermanas de la Virgen Niña, a raíz de una milagrosa manifestación de una imagen de María Niña, regalada al instituto en 1842. El hecho constituyó una ocasión para recuperar y difundir el culto de la Virgen Niña en un campo cada vez más extenso. La denominación actual del instituto se remonta a 1050, año de la canonización de las dos fundadoras. Se demostró muy provechosa la colaboración prestada durante treinta años por don Bosio, quien salvaguardó la uni dad del instituto frente al intento del cardenal Gaetano Geisruk de independizar y hacer diocesana la rama milanesa, mientras la bula de 1840 había declarado ya la aprobación de la Santa Sede. El instituto se organizó de manera centralizada y, a partir de 1860, comenzó su actividad misionera. La evolución de las constituciones ha seguido las orientaciones eclesiales, promoviendo la adaptación a las exigencias de los tiempos. En 1996 el instituto contaba con 6.153 miembros distribuidos en 470 casas en Italia, España, Gran Bretaña, Rumania, Argentina, Brasil, Estados Unidos de América, Perú, Bangla Desh. Japón. India, Israel. Myan- mar. Thailandia, Zambia y Zim- babwe. Caridad, Hermanas de la. Son muchas las congregaciones religiosas femeninas, cuyo título oficial incluye la palabra «caridad». Además de las Hermanas de la SCaridad bajo los auspicios de san Vicente de Paúl (de santa Juana Antida Thouret), las Hermanas de la SCaridad de las santas María Bartolomé Capita- nioy Vicenta Cerosa (Religiosas de la Virgen Niña), las Hijas de la Caridad (^Canosianas) y las S Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl, están las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación de M. Poussepin, Francia 1696): las Hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana de Nevers (Francia), del benedictino P. De Laveyne, para el servicio a los más necesitados; las Hermanas de la Caridad de Nanuir (SDLC), fundadas en 1733, en Namur (Bélgica), por Marie Martine Bourtonbourt, para el cuidado de los pobres y enfermos; las Hermanas de la Caridad de san Vicente de Paúl (HHC), fundadas por el canónigo Antonio Roig y Rexach en Fela- nix (Mallorca), el 29 de septiembre de 1798, dedicadas a las obras de caridad; la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor (BP), fundada en 1835 por santa María Eufrasia Pelletier (1796-1868) en Angers (Francia), con el Fin de ser presencia de Jesús Buen Pastor dondequiera que está herida o en peligro la dignidad humana; la Congregación de la Caridad del Cardenal Sancha (HCCS), fundada en Santiago de Cuba por el burgalés Beato Cardenal Ciríaco Maria Sancha Hervás, en 1869. para el servicio a los necesitados, con una espiritualidad benedictina; las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, fundadas en Madrid el 2 de febrero de 1877 por Isabel Larrañaga, para extender el reino del Corazón de Jesús; las Josefinas de la Caridad. instituto fundado en Vic (Barcelona), el 29 de junio de 1877, gracias a la inquietud caritativa de la M. Caterina Coromina Agustí, dedicado al servicio de Cristo en los enfermos; las Mercería rías de la Caridad (Z Mercedarios), y las Hermanas de la Caridad de Santa Ana (HCSA), fundadas el año 1904 por la Beata M. María Rafols Bruna, en Zaragoza, para el ejercicio de la caridad con los pobres. Caridad, Hijas de la Caridad Canosianas; Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl. Carmelitas. /. Primera Orden. La orden de los Carmelitas (Ordo Fratrnm Beatae Marine Virginis de Monte Carmelo, OC u Ocarín) es una de las cuatro grandes órdenes Z mendicantes de la Iglesia católica (junto con los Franciscanos, los Dominicos y los Agustinos). El nombre proviene del Monte Carmelo, en Tierra Santa. Allí había vivido en el siglo IX a.C., junto con sus discípulos, el célebre profeta Elias. Ya los primeros cristianos consideraron como sagrado el Monte Carmelo. En sus laderas se establecieron después muchos Zermitaños. Los comienzos de la Orden, que continúan siendo más bien oscuros, se pueden remontar a un grupo eremítico que vivía en el Monte Carmelo. A finales del siglo XII. tras la conquista de Palestina por parte de los cruzados, este grupo, bajo la guía del cruzado francés Bertoldo, se había organizado de acuerdo con un ideal ascético ( z ascesis) de separación del mundo y seguimiento de Cristo en pobreza total. Una primera «regla» (formula vitae) obtuvo la confirmación del patriarca de Jerusalén Alberto y del papa Honorio III (1226). Esta regla subrayaba vigorosamente el carácter anacorético (Z anacoretas) y de huida del mundo de este modelo de vida monástica: los monjes debían vivir en celdas separadas, bajo la guía de un prior, en obediencia, castidad y pobreza, en el silencio. en la oración y el ayuno. Para mantener la unidad debían bastar la eucaristía diaria y el capítulo de culpas semanal (Zcapítulo). Este planteamiento se ha mantenido en los rasgos fundamentales de la espiritualidad de la Orden. En el siglo XIII muchos monjes tuvieron que huir a Chipre, a Sicilia, a Francia meridional y a Inglaterra, a causa de los crecientes peligros vinculados al avance de los musulmanes. Al principio continuaron viviendo en esas tierras de acuerdo con su ideal eremítico. Sin embargo, muy pronto, bajo la guía de Simón Stock (t 1265), se formó una corriente que pretendía una adaptación a la realidad occidental, siguiendo el modelo de las órdenes mendicantes. En 1247 el papa Inocencio IV aprobó este cambio en el estilo de vida. La nueva regla insertó a los Carmelitas en la lista de las órdenes mendicantes ya existentes, con los Franciscanos y los Dominicos, haciendo posible la apertura de conventos en las ciudades y el comienzo de actividades pastorales. Contemplaba un /"refectorio común y atenuaba tanto la abstinencia absoluta de carnes cuanto la obligación del silencio. Gracias a su gran devoción mariana, los Carmelitas encontraron el favor del pueblo. El origen de la leyenda según la cual el profeta Elias habría sido el fundador de la Orden, hay que buscarlo en el hecho de que carecía de una verdadera figura de fundador. De este modo los Carmelitas se convertían en «la más antigua» de todas las órdenes. Durante el II concilio de Lyon (1274) la Orden logró resistir a la supresión, solicitada por parte del clero secular, pero también por muchos Franciscanos y Dominicos. En 1286 el papa Honorio IV aprobó definitivamente la orden de los Carmelitas. En 1326 en papa Juan XXII les concedió los mismos privilegios que a los Franciscanos y Dominicos. Desde entonces aumentaron los puntos de contacto de los Carmelitas con las otras tres órdenes mendicantes. A finales del siglo XIV se manifestaron claros signos de decadencia, más graves aún a causa de la peste y la confusión provocada por el Gran Cisma de Occidente (13781417). Las constituciones elaboradas al final de la Edad media y las posteriores mitigaciones de la regla concedidas por el papa Eugenio IV (1434-1435) constataron estos desarrollos, pero también reforzaron las voces que solicitaban una reforma, o el retorno a la /"observancia más antigua y más severa. Las tendencias reformistas del siglo XV surgieron sobre todo bajo el prior general Juan Soreth (1451-1471), a quien se remontan las Carmelitas (como Segunda Orden de los Carmelitas) y los comienzos de la Tercera Orden (/"Terciarios), instituidos con el espíritu del Carmelo. El año 1452, por vez primera, el capítulo general de Colonia acogió en la Orden a una comunidad de ^Beguinas, a la que siguieron, con el consentimiento de la Santa Sede, otras comunidades femeninas de la Baja Renania y Holanda. Las tendencias reformistas que surgieron desde comienzos del siglo XV condujeron hacia 1500 a la institución de numerosas congregaciones de reforma, hasta la ruptura de la Orden, acaecida a finales del siglo XVI. La rama masculina de finales del siglo XV y comienzos del XVI contaba aún con numerosos obispos. Pero la reforma protestante provocó daños gravísimos. Bajo el gobierno de hábiles generales como Nicolás Audet (1524-1562) y Juan Bautista de Rossi (1564- 1578) pudo consolidarse la renovación de la Orden, especialmente en España. Aquí los protagonistas de la reforma del Carmelo fueron principalmente santa Teresa de Jesús (1515-1582) y san Juan de la Cruz (1542-1591), dos de los más espléndidos ejemplos de mística cristiana (^mística). Para su modelo de observancia se apoyaron directamente en la regla de 1247, rechazando las posteriores atenuaciones. Los conventos que defendían esta observancia tuvieron que padecer muchas tribulaciones. El pueblo llamó a sus miembros Carmelitas «descalzos» (Discalceati). De todas formas, los conventos reformados obtuvieron la aprobación pontificia en 1562 y 1568. El largo conflicto concluyó en 1593 con la separación de la Orden de los Carmelitas Descalzos (Ordo Carme lita ruin Discalceatorum) de la antigua Orden de los Carmelitas Calzados (Calceati). En España el rey Felipe II apoyó la difusión de los conventos «descalzos», tanto masculinos como femeninos. En el siglo XVII en muchos países católicos de Europa y América Latina se fundaron varios conventos de esta observancia más severa. Desde entonces los Carmelitas emprendieron también actividades misioneras (Persia, Malabar, Siria, China). En este nuevo período de florecimiento fueron muchos los hombres y mujeres pertenecientes a la Orden que supieron distinguirse por la contemplación mística y por sus grandes aportaciones a la teología y. más en general, a la literatura espiritual, pero también a las demás ciencias. La Revolución francesa y las ^supresiones monásticas de principios del siglo XIX condujeron a la práctica desaparición de las dos ramas de la Orden de Carmelitas. Sin embargo, durante el siglo XIX recuperó su vitalidad, añadiendo a la dimensión espiritual y contemplativa los más diversos servicios caritativos, pastorales y misioneros, de acuerdo con su tradición. Las dos ramas de la Orden carmelitana tienen la misma regla (los Carmelitas Descalzos sin las mitigaciones de 1434-1435) y, además, constituciones propias. Los Carmelitas visten hábito marrón con escapulario y capucha y, en ocasiones solemnes, capa blanca con capucha también blanca. Situación en 1996: Carmelitas Calzados (Calceati), 361 conventos con 2.197 miembros, de los cuales 1.434 son sacerdotes. Carmelitas Descalzos (Discalceati): 525 conventos con 3.809 miembros, de los cuales 2.422 son sacerdotes. 2. Segunda Orden. La Segunda Orden carmelitana hunde sus raíces en los siglos XIII y XIV. unida al fenómeno religioso de las oblatas y las beatas, mujeres que, en un proceso de acercamiento a la espiritualidad del Monte Carmelo, tuvieron acceso a la Orden a través de la oblación, acompañada frecuentemente de un acta notarial. Constituían dos grupos: conversas profesas, es decir, religiosas de votos solemnes, y conversas no profesas, que no emitían votos o los profesaban simples. En este caso, según el derecho eclesiástico vigente, no pertenecían al estado de vida religiosa. Los vínculos y las formas de adhesión a la Orden variaban según los lugares. Sólo de forma gradual las «mantellate» de la Virgen María consiguieron organizarse en vida común: en 1450, en Florencia, en la iglesia del Carmen, tuvo lugar una oblación colectiva de cuatro mujeres. Entre ellas, la fundadora del monasterio de Santa María de los Angeles. No faltaron dificultades para su aprobación. La carta de fundación quiere remontarse a la bula Cum milla, del 7 de octubre de 1452, que reconoce como válida la existencia de «mantellate, beatas y beguinas, de mujeres religiosas vírgenes y viudas, tanto viviendo aisladamente como en conventos»; se requiere que profesen la continencia y sean guiadas por el superior de los Carmelitas. No se alude a mujeres casadas que, sin embargo existían. Al comienzo las comunidades vivieron en el estado jurídico de conversas del convento de los religiosos. Puede decirse que, desde 1481, la vida claustral se determinó en su forma de oración y en 1515 las monjas emitieron la profesión solemne, como coristas. Soreth. superior de los Carmelitas, siguió atentamente su desarrollo en Bélgica, Italia, España y, de manera incipiente, en Francia. En España, la profesión solemne se coronaba con la velación, que indicaba el ingreso en el estado de coristas, con respecto a las beatas, oblatas conversas. Cuando Teresa ingresó en Avila, en el monasterio no existía clausura y se conservaban costumbres propias de las beatas, con respecto a la vida común. La experiencia mística la hizo decidirse a dejar el monasterio de la Encarnación, para abrazar la observancia no mitigada de su propia regla, junto con otras monjas que compartían su mismo ideal. La clausura estricta, la oración profunda, entendida como relación privilegiada de amistad con el Señor y la mortificación habían de caracterizar la nueva fundación. El 7 de febrero de 1562, Teresa obtuvo autorización para la erección del monasterio de San José, que se abrió el 24 de agosto de 1562, con la observancia de la regla que ella creía «primitiva», identificada con la regla aprobada por Inocencio IV en 1247. En el mes de diciembre, Teresa, con otras cuatro monjas, recibió de la Penitenciaría la gracia de vivir en pobreza absoluta y en comunidades no demasiado numerosas. En el Camino destaca la dimensión eclesial como horizonte de la oración constante vivida en un clima de alegría y amor fraterno entre las monjas. Según el pensamiento de la fundadora. deben ser capaces de vivir en soledad y estar abiertas a la intimidad con Cristo, buscado en la oración y en la mortificación, como participación activa en su pasión redentora. Estas características, enriquecidas por la experiencia de Teresa, fundadora de varios monasterios (Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes y otros), se transmitieron también a la reforma masculina, promovida por ella misma, y empaparon las Constituciones. Estas fueron redactadas primero por la santa y aprobadas por el general G. B. De Rossi en 1568, y rehechas posteriormente, teniendo en cuenta las observaciones recogidas entre las monjas y reelaboradas por Teresa, antes de entregarlas al P. Gradan, que probablemente fue quien redactó el nuevo texto, sometido al primer capítulo de los Descalzos de Alcalá, en 1581, y finalmente impreso. Permaneció como punto de referencia fundamental también en los años sucesivos, cuando la acción del P. Doria endureció ciertos aspectos del gobierno de las religiosas, especialmente en el campo de las confesiones, a pesar de las reacciones de Ana de Jesús (de Lobera. 1545-1621), una de las más fieles intérpretes del espíritu tere- siano y del P. Gradan. A pesar de las diferencias que, por esta causa. se produjeron entre los monasterios, estos aumentaron en número: a los dieciséis fundados por santa Teresa se añadieron otros quince hasta el año 1593, que fue cuando las Carmelitas Descalzas se separaron por completo del antiguo tronco. Eran más de seiscientas las monjas reformadas, distribuidas en un vasto territorio. Las comunidades eran autónomas, unidas por estrechos vínculos de caridad y, jurídicamente, por un vínculo que unía las casas de una región bajo la dirección de la correspondiente provincia masculina. Las monjas españolas difundieron gradualmente a los demás territorios europeos el espíritu te- resiano, luchando, a veces enérgicamente, contra los influjos externos que pretendían introducir novedades. Es imposible mencionar nombres propios, pero hay que reconocer el gran impulso que dieron a la vida espiritual todas esas monjas, autoras de escritos con frecuencia autobiográficos, que hicieron de los monasterios auténticos centros de irradiación de espiritualidad cristiana. Las Carmelitas han superado la devastadora ola anticlerical que en diversos momentos ha investido los países europeos y siguen estando aún hoy entre las órdenes monásticas más vivas, con la fisonomía específica diseñada por santa Teresa. Destacan, entre las más recientes, algunas figuras contemporáneas: santa Teresa del Niño Jesús, del Carmelo de Lisieux (1873-1897) y la beata Edith Stein (1891-1942), judía convertida, filósofa, luego carmelita en Colonia y deportada a Auschwitz, donde murió en 1942. Situación actual (1996): antigua observancia (Calzudas), 64 conventos con 823 miembros; observancia «descalza» (Descalzas) 877 conventos con 12.278 miembros. 3. Congregaciones, Existen, además, numerosas congregaciones femeninas carmelitas (de las cuales unas treinta son de derecho pontificio). Entre ellas, las Carmelitas de la Caridad (HH- CaCh), para la educación cristiana y el servicio a los enfermos, congregación fundada por santa Joaquina de Vedruna en Vic (Barcelona), el 26 de febrero de 1826: las Carmelitas Misioneras Teresianas (CMT), que nacieron en 1860 en las Islas Baleares, por obra de Francisco de J. M. y J. Palau, para atender a las necesidades de la Iglesia; las Carmelitas Misioneras (CM), fundadas en 1860, en Ciudadela (Menorca), para la tarea educativa y la asistencia a enfermos y desvalidos, por el P. Francisco Palau y Quer, que fundó también la congregación de los Carmelitas Terciarios Misioneros; las Carmelitas Teresas de San José (CTSJ), congregación que nació en Barcelona el 22 de febrero de 1878, por iniciativa de Teresa Toda y su hija Teresa Guasch, para la protección y educación de la infancia y juventud marginada y desamparada; las Hermanas de la Virgen María del Monte Carmelo, fundadas por la M. Elísea Oliver Molina (1869-1931) en Caudete (Albacete), el 6 de marzo de 1891, para la formación y asistencia de niños y enfermos; las Carmelitas de San José (HCSJ), fundadas en Barcelona el año 1900, por José Margades y M. Rosa Ojeda, que procuran vivir la unión con Dios en el apostolado activo; y las Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús, para el servicio de los pobres, fundadas en Málaga el 13 de mayo de 1924, por la M. Asunción Soler Gimeno. Cartujos (Ordo Cartusiensis). Son una orden eremítica de carácter estrictamente contemplativo, en cuyos monasterios (cartujas) se dan íntimamente compenetradas las formas de vida eremítica y cenobítica. Los Cartujos se remiten a san Bruno de Colonia. El fue primero canónigo de Colonia, después superior de la escuela de la catedral de Reims, donde tuvo entre sus discípulos al que luego sería papa Urbano II. En 1082 Bruno acudió, junto con otros dos compañeros, al abad Roberto de Molesmes y comenzó a vivir como ermitaño en los terrenos propiedad del monasterio, situados en Séche-Fon- taine (al norte de Molesmes). Un año después dejó esta localidad y. con nuevos compañeros, acudió al obispo Hugo de Grenoble. En junio de 1084, con el apoyo del obispo y de otros bienhechores, Bruno, junto con otros seis compañeros, comenzó una severa vida eremítica en el solitario valle de la Chartreuse (en latín Cartusia, de donde proviene «cartuja»), en Grenoble. aunque sin intención de fundar una orden. Bruno y sus compañeros levantaron allí dos casas, una para los clérigos y otra para los laicos. A diferencia de muchos ermitaños de su tiempo, él no renunció jamás al estudio de la Sagrada Escritura. Animado por el ejemplo de los «padres del desierto» y por el de los santos Jerónimo, Agustín y Benito, dividió la jornada entre oración y trabajo, entendiendo con este término tanto el trabajo manual como el intelectual. Los Cartujos emprendieron con gran interés especialmente el estudio y la transcripción de la Sagrada Escritura. Invitado por el papa Urbano II (1088-1099), Bruno acudió a Roma en compañía de algunos compañeros, dejando a Landuino a la cabeza de la comunidad eremítica de la Gran Cartuja. Sin embargo, la carencia de un guía seguro y reconocido condujo bien pronto a ciertos desórdenes y a la ruina de la comunidad. Bruno confió entonces el control de la Gran Cartuja a la abadía de La Chaise-Dieu. Cuando Landuino, junto con algunos compañeros, pudo volver a la Gran Cartuja, Urbano II hizo oficialmente ejecutiva la restitución del monasterio a la comunidad eremítica, sancionándola solemnemente el año 1090. En cuanto a Bruno, en Roma no encontró el clima de recogimiento al que aspiraba. En junio de 1090. en plena lucha de las investiduras, y frente a las amenazas del emperador Enrique IV, se vio obligado a huir, junto con el papa, primero a Capua y después a Salerno. Posteriormente a Bruno se le propuso como arzobispo de Reggio Calabria, pero él rehusó. Entonces acudió a Calabria -que en aquel tiempo era meta de numerosos ermitaños- y (probablemente en 1092) se estableció en Serra (hoy Serra San Bruno), en la diócesis de Squillace, en el lugar de La Torre. Aquí fundó el conjunto eremítico de Santa María del Yermo. Más importante llegó a ser su segunda fundación monástica, San Esteban del Bosque. La única aspiración de Bruno era entonces la de llevar una vida santa, en la paz y en la tranquilidad de sus «cartujas». Su personalidad fue, sin duda, rica y sorprendente. Bruno murió el 6 de octubre de 1101 en el yermo de Santa María, como abad de su fundación. Fue sepultado en San Esteban, pero en 1122 sus restos mortales fueron trasladados a Santa María. La veneración de san Bruno fue inicialmente un fenómeno local, mientras la orden de los Cartujos se limitó durante muchos siglos a llamarlo «magister Bruno»; a raíz de una decisión del capítulo general de la Orden, su oficio fue integrado primero en los libros litúrgicos de los Cartujos, hasta que en 1622 recibió la aprobación oficial y fue introducido en el calendario de los santos del Misal Romano. Las dos comunidades eremíticas fundadas por Bruno, la de los Alpes franceses y la de los montes de Calabria, sobrevivieron a su muerte. Los monjes que vivían en la Gran Cartuja (Citartreuse) mantuvieron viva la herencia espiritual de Bruno. A raíz de la destrucción de una de las dos casas (1 132), el monasterio principal de los cartujos se construyó en el lugar donde se encuentra aún hoy. Punto de referencia de la observancia cartuja son las Consuetudines (^costumbres), redactadas alrededor del 1 125 por Guigo, prior de la Gran Cartuja, para tres prioratos independientes. En 1141 el prior Antelmo reunió a los priores de los yermos que seguían las Consuetud ines y les añadió unas prescripciones litúrgicas (confirmadas en I 143 por el papa Inocencio III). En 1155 Basilio, prior de la Gran Cartuja convocó el capítulo general de los Cartujos y en 1170 promulgó unos amplios estatutos como complemento de las Consuetudines de Guigo. A finales de la Edad media se dieron aún ciertas polémicas con respecto a la observancia. En 1509 la legislación medieval fue completada con la Tertia Compilatio Statutorum (en tres volúmenes, impresa en Basilea en 1510). La última renovación de los estatutos tuvo lugar en 1971. Mientras tanto, la Orden había experimentado una gran difusión. sobre todo en Francia. En 1200 las cartujas eran ya treinta y siete, entre ellas dos femeninas. Los siglos XIV y XV fueron épocas de florecimiento. Las cartujas se abrieron a la mística medieval tardía de la Devotio moderno y al influjo del humanismo. En Alemania esto aconteció sobre todo en las grandes cartujas de Colonia, Maguncia. Estrasburgo. Wür/burg y Nuremberg. Entre los escritores de la Orden destacan, por su gran erudición, Ludolfo de Sajonia (t 1378), de la cartuja de Estrasburgo, y Dionisio el Cartujo (t 1471). de la cartuja de Roermond. En vísperas de la reforma protestante (1510) había en toda Europa 197 cartujas, agrupadas en diecisiete provincias. Las incursiones de los husitas en el siglo XV. las guerras turcas, la reforma protestante y las guerras confesionales de los siglos XVI/ XVII acarrearon graves daños a la Orden. Especialmente cruel fue la suerte de los cartujos ingleses, condenados a muerte por oponerse a la política eclesiástica de Enrique VIII. La Orden volvió a florecer en el siglo XVII en Francia. Sin embargo, el avance de las ideas ilustradas del siglo XVIII, la incomprensión hacia un estilo de vida rigurosamente contemplativo y apartado del mundo, la revolución, la ^secularización y las guerras napoleónicas, provocaron la aniquilación casi total de los Cartujos. El nuevo comienzo partió de la Gran Cartuja, adonde los monjes pudieron volver en 1816. Durante el siglo XIX los Cartujos pudieron recuperar diez cartujas en Francia, nueve en Italia y una en Suiza. A ellas se añadieron las nuevas fundaciones: tres cartujas en España y una, respectivamente, en Alemania, Inglaterra y Austria- Hungría, algunas de las cuales fueron, después, suprimidas de nuevo por las legislaciones anticlericales; en 1901 las once cartujas francesas fueron clausuradas y hasta 1940 no pudo la Gran Cartuja volver de nuevo a los Cartujos. Mediante la introducción del capítulo general anual (a partir de 1155) y la exención de la autoridad episcopal, pudo mantenerse la unidad de la Orden y la uniformidad en la observancia. Las Consuetudines de Guigo permanecieron siempre como norma fundamental de los estatutos (a partir del 1 143, y varias veces confirmados por los papas desde 1 176), hasta el punto de que la orden de los Cartujos no fue jamás reformada: Cartusia nimquam reformata quia num- quam deformata («la orden de los Cartujos no ha sido nunca reformada porque nunca se ha deformado»). La organización y la situación de los monasterios cartujos muestra la convivencia, en el mismo enclave, del modelo de vida eremítico y cenobítico, no sólo cuando surgían en valles solitarios y rodeados de bosques, como sucedió al principio, sino también en las cartujas urbanas, instituidas más tarde. El yermo-monasterio está constituido fundamentalmente por la iglesia y el «claustro pequeño», unido a ella, junto con los edificios comunes (la sala capitular, el refectorio para las comidas comunes los domingos y con ocasión de ciertas festividades, y la biblioteca). A estos «edificios principales» se añade el «claustro grande», en torno al cual se levantan las celdas, es decir, pequeñas casitas, cuyas puertas de entrada dan al gran claustro, y cada una de las cuales está reservada a un monje. Estas casitas pueden ser de uno o dos pisos. Cada una de ellas está compuesta por pequeños espacios: el cuartito donde el monje descansa o trabaja, el oratorio, la cocina, el taller con la leñera y, además, un pequeño huerto o jardin- cito cultivado por el mismo monje, rodeado de un muro. Junto a la única puerta, que da al «claustro grande», en la pared hay un pequeño torno para pasar los alimentos, el agua, etc. Todo con gran sencillez. A este propósito, no deben llevar a engaño ciertas cartujas espléndidas y grandiosas cartujas edificadas por príncipes (con frecuencia para poner paz en sus conciencias), como la célebre cartuja de Pavía (Italia) o las de Granada y Miradores (Burgos). Los hermanos laicos (/"'conversos) tienen una habitación común. Todo el complejo monástico está rodeado de un muro. En torno a él se extienden los terrenos del monasterio, cuando los posee. En la clausura de su celda, el cartujo transcurre su tiempo en la oración, el canto de los salmos, la contemplación, la /* meditación, la lectura, la escritura y el trabajo manual. IX* ese modo el corazón se acostumbra a la escucha silenciosa de la voz de Dios. Los monjes se reúnen en la iglesia para el canto común de la liturgia de las horas (diariamente alrededor de ocho horas de canto coral y prácticas espirituales, comenzando por el oficio nocturno, que dura unas tres horas, desde las 22 o las 23 hasta las 2), para la celebración diaria de la misa conventual, para las comidas en común los domingos y solemnidades, y para las reuniones en la sala capitular, tal como está previsto en la regla. Otros momentos de encuentro son la hora del recreo los domingos y solemnidades y el paseo común, de varias horas de duración, una vez a la semana. Sólo estos momentos de recreo interrumpen la observancia escrupulosa del precepto del silencio, fuera del servicio /"'coral. Además de la /"liturgia de las horas, cada monje reza diariamente el oficio mariano y el de difuntos (este último a excepción del sábado, el domingo y los días solemnes con sus respectivas vigilias). La prohibición de comer carne es absoluta. Además, los viernes no se permite el consumo de lacticinios (leche, queso, etc). Exceptuando los domingos y solemnidades, el cartujo come solo en su celda. Desde Pascua hasta la fiesta de la Exaltación de la Cruz (14 de septiembre) hace dos comidas al día. excepto el día de ayuno semanal a pan y agua. En el semestre invernal (desde el 14 de septiembre hasta Pascua) hay sólo una comida al día. Por la noche se permite únicamente un pequeño piscolabis (pan y una bebida, generalmente una tisana de hierbas). Dos veces al mes, como signo de humildad, los monjes se rapan por completo la cabeza. Enfermos y moribundos son asistidos amorosamente por todos los hermanos. Cuando un cartujo llega al final de su peregrinación terrena, su cuerpo es sepultado en el cementerio del monasterio, no en un ataúd, sino envuelto en una sábana y colocado sobre una tabla. La sencilla cruz de madera que se coloca sobre su tumba no lleva ninguna inscripción, pues su nombre esta escrito en el libro de la vida. El hábito de los cartujos consiste en una túnica blanca con un cinturón de cuero de color blanco y un ^escapulario blanco con capucha. Según las estadísticas, en 19% la rama masculina de la Orden comprendía dieciocho cartujas con 365 monjes, ISO de ellos sacerdotes. La rama femenina de las Cartujas (que existen desde 1 145) tenía en la misma fecha cuatro monasterios con 59 monjas. Sobre las funciones de los Cartujos en nuestro tiempo se lee en los estatutos renovados de 1971 (Statuta Re novata, 4.31.1): «Sólo quien lo ha experimentado sabe cuánta ganancia y gozo divino dispensan la soledad y el silencio del desierto para quien es amigo de ellos. Sin embargo, esta mejor parte los cartujos no la han elegido solamente para su utilidad. Es más, con la elección de la vida oculta no abandonan a la familia humana. Existiendo exclusivamente para Dios, realizan en la Iglesia más bien una tarea en la que lo visible está ordenado a lo invisible, la actividad a la contemplación». Castidad. (Del latín castitas). En la tradición cristiana, es la actitud correcta y éticamente ordenada ante los bienes de la sexualidad dentro de la totalidad de la persona humana, sostenida por el amor a Dios y al hombre. Por lo que respecta a los religiosos de ambos sexos, es uno de los compromisos espirituales del estado de vida, canónicamente concretados en los consejos evangélicos, en virtud de los f votos de pobreza, castidad y ^obediencia por medio de la profesión religiosa. Toda la existencia se ha de transformar, de ese modo, en una ofrenda estable y duradera a Dios, en el seguimiento de Cristo. El voto de castidad implica la obligación del ^celibato. En situaciones especiales, el '"derecho canónico y la legislación propia de cada orden religiosa regulan la posibilidad de dispensas. CEDIS / Federaciones de los Institutos de vida consagrada y de Sociedades de vida apostólica. Celadoras. Es el nombre con que se conoce a los miembros de algunas congregaciones femeninas: las Celadoras del Culto Eucarístico (CCE) fundadas en 1902 por D. Miguel Maura Mon- taner. en Palma de Mallorca, y las Celadoras del Reinado del Corazón de Jesús (CRCJ), fundadas por Amadora Gómez Alonso en 1947. Celda. La palabra latina celia significaba antiguamente «habitación», «local» de una vivienda, en las termas, en los teatros y. sobre todo, el lugar más interno del templo, donde se custodiaba la efigie de la divinidad: posteriormente pasó a designar también las construcciones sepulcrales. El cristianismo adoptó este término primero en su sentido profano, pero pronto también para indicar el aposento donde moraba o se retiraba el monje, tanto /anacoreta como ^cenobita; finalmente, la palabra celda llegó a significar el mismo edificio monástico. En español significa, sobre todo, la habitación del monje o, a veces, una pequeña construcción monástica. Celibato. En la Iglesia católica de rito latino, el celibato (del latín caelebs, no casado) es el compromiso de quienes asumen el estado de vida eclesiástico de no casarse y vivir en /castidad. Desde sus orígenes, el monacato (/anacoretas, /cenobitas) está estrechamente vinculado a una vida casta y celibataria. Más allá de las exigencias generales de una conducta de vida cristiana, los miembros de las /órdenes religiosas masculinas y femeninas siempre se han comprometido, según las normas del derecho canónico y sus propias constituciones. a la observancia de los tres consejos evangélicos: /obediencia, /castidad (con la renuncia al matrimonio) y /pobreza. Las modalidades de este compromiso (/votos, /profesión) y las posibilidades de dispensa (/privilegio) están establecidas por el derecho canónico y la legislación de cada una de las órdenes. Fuertemente influenciada por los ideales del monacato, la Iglesia /latina, a diferencia de las orientales (Iglesia /ortodoxa), en la antigüedad tardía y en la Edad media fue ampliando progresivamente la exigencia del celibato. convirtiéndola en ley eclesiástica para los miembros del clero secular ordenado (subdiácono. diácono, presbítero y obispo; /orden clerical). El actual derecho canónico (de rito latino) establece la obligación del celibato para los diáconos, los presbíteros y los obispos. Desde 1967 está establecida la posibilidad del diaconado permanente sin obligación del celibato. Puesto que la obligación del celibato para los clérigos de la Iglesia católica es de derecho eclesiástico, existe la posibilidad de dispensa o de cambios jurídicos. En las Iglesias orientales, aparte los monjes y monjas, sólo los obispos están obligados al estado de vida celibatario; por esta razón, generalmente se eligen entre los monjes. Cenobitas. (Del griego koinos bios, vida común, después latinizado como coenobium, monasterio; caen obita, cenobita, aquel que vive en el monasterio). Son monjes que viven juntos. El término «cenobitismo» indica una forma de vida monástica que reúne a cierto número de monjes en un lugar para vivir ascéticamente y en comunidad, bajo un único guía. Esta forma de vida ascético-monástica se desarrolló en Oriente a partir de asociaciones libres de anacoretas y ^ermitaños. El primer organizador del cenobitismo fue el padre del monaquisino, Pacomio (t 347). En su obra se encuentran ya todos los elementos esenciales del monacato cenobítico: a) vida común en lugares comunes, con es- pac ios para el trabajo y la oración: b) uniformidad en el modo de vestir, en la alimentación y en la actitud ascética fundamental; c) consolidación de la comunidad mediante una regla escrita, sobre la base de la obediencia espiritual a la regla y al propio superior. Basilio de Cesárea en Ca- padocia (t 379), con sus «reglas monásticas», fue el maestro teológico de esta forma de vida, trasvasada al Occidente latino sobre todo por obra de Juan Casiano (t entre el 430 y el 435). Son alrededor de treinta las reglas monásticas que atestiguan el éxito de la forma de vida cenobítica en Occidente entre los siglos IV y VII; pero es sobre todo con la regla de san Benito de Nursia (S Benedictinos) cuando el cenobitismo asumió su forma más típica en la cultura occidental (a partir de los siglos VI y VII). El monacato de los primeros siglos medievales y de la alta Edad media -pero también con las órdenes J mendicantes del siglo XIII- permaneció fundamentalmente fiel a la forma de vida cenobítica, aunque junto a ella aparecieron, cada vez con mayor fuerza, fenómenos de carácter eremítico (como es el caso de los ^Camaldulenses, los ^Cartujos y los ^reclusos). Censura. En el derecho canónico católico el antiguo término técnico «censura» indica las penas medicinales impuestas a un miembro de la Iglesia manchado con determinadas culpas. En la antigua Roma la palabra latina censura (magistratura del censor) adquirió un significado punitivo a causa de las funciones desempeñadas por los censores, que, además de ocuparse de la valoración del estado patrimonial de los ciudadanos, velaban también por su conducta, pública y privada. Posteriormente el término censura llegó a significar simplemente «castigo», y con esa acepción pasó al derecho canónico y al derecho propio de las órdenes e institutos religiosos. La censura eclesiástica tiene como fin la penitencia, la corrección y el mejoramiento del sujeto a quien se inflige, con vistas a la salvación eterna. Históricamente, el término «censura» indica también un instrumento de control sobre las publicaciones de carácter ecle- sial. Normalmente los miembros de las órdenes religiosas están obligados, a norma del derecho canónico, a solicitar el ni/iil obstat de su superior para los escritos que quieran publicar. Ceremonia. La caerimonia es un antiguo concepto de la religión romana e indica una forma cultual esmerada, una acción ritual de carácter sagrado. En campo cristiano, la palabra mantiene el mismo significado. En sentido estricto, con el término «ceremonia» se entienden las formas exteriores de la ^ liturgia y todas las acciones (actitudes del cuerpo, movimientos, uso de objetos litúrgicos, etc.) que contribuyen a solemnizar el ejercicio del culto. El desarrollo pormenorizado de las ceremonias cultuales (ritos) se encuentra fijado en los libros litúrgicos. En la Iglesia católica existe un ceremonial para la celebración solemne de la liturgia, de manera especial cuando está presidida por los obispos o prelados mitrados. Cillerero. En la vida monástica el cillerero (del latín cellerarius, cellarius, cantinero y cocinero mayor) es el ecónomo o «cantinero» del monasterio (Regla de san Benito, c. 31). En las órdenes más recientes son varios los nombres para designar al miembro que, en la comunidad, atiende a la economía: ecónomo, procurador. ministro, etc.; en los monasterios femeninos las denominaciones son análogas. Cíngulo. (Del latín cingulum, cinturón con que se ciñe la cintura). Es el cinturón de uso litúrgico (un sencillo cordón o una cinta adornada), derivado de una antigua pieza de vestir profana, que sirve para sujetar o atar el alba: generalmente es blanco, pero puede tener también los colores de los ornamentos litúrgicos (a excepción del negro). También se llama cíngulo la faja talar Je los clérigos seculares y religiosos (generalmente negra, morada para los obispos y prelados, roja para los cardenales y blanca para el papa; algunas órdenes en vez de la faja de tela llevan un cordón o un cinturón de cuero) y el cinturón bendecido, de formas diversas, que llevan muchas ^cofradías como signo distintivo o devocional. Cistercienses /. Monjes Cistercienses (Sacer Ordo Cisterciensis, OCist). Así denominados por su primer monasterio de Cíteaux en Borgoña, constituyen una Orden fruto de una reforma. En su origen está un nuevo concepto religioso de pobreza: es decir, la idea de la vita evangélica et apostólica, que en la tardía Edad media afectó a no pocas comunidades monásticas o de tipo monástico e indujo constantemente a los monjes, individualmente o en grupos, a retirarse a la soledad al «yermo»- para vivir como pa upe res Christi en estricta pobreza, con el trabajo de sus manos. La generación de los fundadores cistercienses, fuertemente marcada por este carácter eremítico. consideraba que para realizar este nuevo ideal de pobreza y, así llevar a cabo la renovación de la vita religiosa, era necesario volver a la pureza original de la regla de san Benito (^Benedictinos); su opción suponía, pues, un acentuado distanciamiento del monacato cluniacense, entonces ya rico y poderoso, que obligaba a la pobreza personal de los monjes, pero no de la comunidad monástica en cuanto tal. La primera fase de la evolución de la orden -sobre todo el origen de su estructura organizativa- sigue estando aún, en buena parte, bastante oscura. El descubrimiento de nuevas e importantes fuentes ha suscitado también nuevas dudas sobre las hipótesis que hasta ahora se consideraban como ciertas y ha puesto de nuevo en movimiento la investigación historiográfica. Los orígenes, de momento, sólo se pueden reconstruir con reservas. El abad Roberto (hacia 1027- lili), retoño de una familia noble de la Champagne, había fundado el monasterio reformado de Molesmes (1075), en Borgoña. Pero bien pronto también este monasterio se había convertido en una rica abadía (con más de treinta prioratos dependientes de ella). Roberto reunió entonces a algunos miembros de su comunidad decididos a poner en práctica una «estricta observancia»; en el año 1098, después de haberse asegurado la aprobación del legado pontificio y la protección del duque de Borgoña. se retiró con sus compañeros a los alrededores de Dijon, decidido a comenzar allí una nueva vida monástica. Del vizconde Renard de Beaune, Roberto y sus compañeros recibieron como regalo unas tierras donde se levantaba también una iglesia. Como signo de su decisión, los monjes que lo habían acompañado renovaron los f votos en sus manos y prometieron expresamente la Ssta- bilitas en el Novum Manaste- ritan, como llamaron desde el principio la nueva fundación, con un claro distanciamiento de Molesmes. El verano de 1099. cuando Roberto, por orden del papa, tuvo que volver a Molesmes, los monjes eligieron como nuevo abad a Alberico. que hasta entonces había sido prior y había participado en la fundación de la comunidad. Este consiguió de Pascual II la aprobación pontificia para Cíteaux y -al principio sobre todo para protegerse de la hostilidad de Molesmes y tutelar la nueva observancia- la garantía de la libertad de intromisiones eclesiásticas y seculares (Privilegian! Romanum, del 19 de octubre del año 1 100), con lo que, al menos en embrión, quedaban puestos los cimientos de la futura exención. A Alberico le sucedió como abad Esteban Harding (1059-1134), de origen inglés. Este se había formado en Lismore (Irlanda), París y Roma; después había conocido los monasterios de Cluny, Camaldoli y Vallombrosa, y había ingresado en Molesmes, uniéndose finalmente al grupo reformista que había ido a Cíteaux. En 1 IOS, cuando fue elegido abad, el Noviun Monasteñum halló en él un organizador excelente y capaz. Bajo su guía no sólo mejoró la difícil situación económica (gracias a numerosas donaciones), sino que la misma vida monástica del Císter comenzó a prosperar. Efectivamente, hasta entonces el crecimiento de Cíteaux había sido laborioso, entre otras cosas por la severidad de vida de esta comunidad. Una contribución decisiva para el cambio tuvo lugar con el ingreso en la comunidad de Bernardo de Fontaines (1090-1153), el futuro abad de Claraval. seguido de treinta compañeros, en la primavera de 1 1 12. Fue la señal de comienzo de un creciente aflujo de personas deseosas de formar parte de la comunidad. Fue necesaria la fundación de las primeras filiaciones monásticas. La primera surgió en 1113 en La Ferté: el año siguiente tocó el turno a Pontigny. En 1115, Bernardo, con otros doce monjes, fue enviado a Clairvaux (Claraval) y nombrado primer abad de aquella comunidad (entre otras cosas, tal vez para hacer posible el trabajo común, con idéntica finalidad, a dos personas de carácter tan fuerte y tan distinto como el de Bernardo y Esteban Harding). Ese mismo año tuvo lugar también la fundación de la cuarta filiación monástica, la de Morimond. El único cargo que tuvo Bernardo durante toda su vida, fue el de abad de Claraval. Sin embargo, gracias a la enorme incidencia de su actividad de política eclesiástica, Bernardo consiguió abrir toda Europa a la Orden del Císter, contribuyendo de manera decisiva, con su propia autoridad, a la consolidación organizativa. Tras una fase inicial, que comprende 26 nuevas fundaciones, algunas de ellas ya fuera de Bor- goña y de Francia (1 120-1 131: Tiglieto, en Liguria; 1123: Kamp. en la Baja Renania; 1124: Loce- dio, en Piamonte), entre 1 124 y 1151 la Orden creció de manera verdaderamente espectacular. Sólo a Bernardo de Claraval hay que atribuirle unas setenta nuevas fundaciones, de las que se derivaron otras, o a las que se unieron monasterios más antiguos que decidían unirse a la reforma cisterciense. Hasta tal punto que. cuando él murió, estaban bajo su autoridad más de 160 monasterios cistercienses, desde España, pasando por Francia, hasta Italia. Suiza. Alemania, las islas Británicas y Suecia. A pesar de algunas medidas restrictivas promulgadas por el capítulo general, esta expansión continuó incluso después de 1 152, aunque de forma más moderada. El siglo siguiente, hasta 1250, fue, en todo caso, una fase de estabilización interna y externa. Seguidamente la fuerza propulsora de los Cistercienses comenzó a agotarse. El papel de guía en el monacato occidental pasó entonces a sus «rivales», las órdenes f mendicantes, que no sólo tenían un concepto más radical de la pobreza, sino que -a diferencia del monacato antiguo- querían establecerse en las ciudades y, renunciado a la stabilitas loci, conseguían para sus miembros ilimitadas posibilidades de movimiento y de presencia pastoral: de ese modo tomaba forma un nuevo modelo de vida religiosa, más adecuado a los tiempos. De todos modos, incluso en el período sucesivo, hasta la época moderna, siguió habiendo nuevas fundaciones cistercienses. En los territorios de cultura alemana, al final de la Edad media, la Orden poseía más de 141 filiaciones, la mayor parte de ellas vinculadas a Morimond. La difusión más amplia de los Cistercienses se dio, obviamente, en Francia y, sobre todo en Borgoña, donde se encontraban los más activos monasterios originales. Sin embargo también en Alemania o, más concretamente, en el Sacro Imperio Romano, al menos tres monasterios cistercienses, con funciones de casa madre, alcanzaron gran importancia: Kamp (Altenkamp) con sus catorce filiaciones, de las que dependían otros cincuenta monasterios (a los que se han de añadir 24 monasterios femenos); Ebrach. en Franconia. fundado en 1127, con las filiaciones de Rein. Heilsbronn. Langheim, Nepomuk, Aldersbach. Bildhausen, Wilhering y Eytheren (al que se añadían los monasterios femeninos de Schónau, Birken- feld, Himmelspforten y Maidbronn); finalmente Heiligen- kreuz, en Viena, fundado en 1133, con las filiaciones de Zwettl, Baumgartenberg, Ciká- dor, Marienberg. Lilienfeld, Gol- denkron y Neuberg. Los fundamentos de la estructura organizativa del monacato cisterciense se hallan expuestos en la Charla Caritatis, que se remonta al abad Esteban Harding y que dio a la Orden su carácter específico. Aún hoy se conocen tres redacciones de este documento: la Cliaría Caritatis prior, la Suninui Charta Caritatis y la Charía Caritatis posterior Ninguna de ellas puede ser fechada con certeza. Sin embargo, la Citaría Caritatis posterior puede considerarse como preeminente, al menos en el contenido, por la autoridad que le otorga la aprobación obtenida con la bula Sacrosancta del papa Alejandro III (1165). Se sabe también con certeza que. hasta aquel momento, la Charta Caritatis había sido modificada y ampliada varias veces. Por otro lado, entre los años 1 152 y I 165. la constitución de la Orden tuvo no menos de cinco aprobaciones por parte de la autoridad pontificia. Dado que cada una de las bulas de aprobación contenía nuevas añadiduras y puntualizaciones, es posible reconstruir, en sus líneas fundamentales, la evolución de la constitución cisterciense en este espacio de tiempo. Por lo que respecta al equilibrio de poderes dentro de la Orden, se puede constatar una evolución en favor del capítulo general y de los «abades padres», los abades de las cuatro primeras filiaciones (La Ferié, Pontigny, Clairvaux y Morimond), a quienes correspondía la posición particular de «abades primados». En el caso del capítulo general (asamblea de todos los abades) ha de notarse también que el fortalecimiento de esta institución se dio sobre todo a costa de la autoridad del abad de Cíteaux. Además, mientras en la Charla Caritais prior y en la Sanima Charta Caritatis se considera aún el derecho de los obispos de vigilar y corregir, en la Charta Caritatis posterior el tema ni se toca: los Cistercienses reclamaban ya la plena exención de la autoridad episcopal. Algunos puntos concretos de la constitución de la Orden fueron modificados también posteriormente. Sin embargo, la Charta Caritatis no fue objeto de reelaboraciones. Los cambios que se consideraba necesario aportar a las constituciones, tenían expresión adecuada en los decretos del capítulo general fInstituía gene ralis cap i- tul i). La Cha ría Caritatis obligaba a los monasterios cistercienses a amoldarse a los usos, a las Acostumbres y a la interpretación de la regla propios del monasterio de Citeaux, considerado como el monasterio «normativo». Esta uniformidad (una caritate, una regula sitnilibusque vivamus morí hits) encajaba dentro de la ley de la filiación, por la que el monasterio afiliado debía ponerse en relación de dependencia con respecto a la abadía madre (comparable a la relación de vasallaje típica de la cultura medieval). Expresión de esta dependencia era el derecho y el deber que el abad de la abadía madre tenía de realizar una visita anual al monasterio afiliado que. de por sí. era en todo caso autónomo. Por otra parte, la autoridad del visitador estaba limitada por la plena responsabilidad del abad elegido por el monasterio afiliado. Además, cada monasterio podía adquirir el rango de abadía madre por medio de la fundación de monasterios afiliados a él. con respecto a los cuales venía a tener los mismos derechos que Citeaux tenía con respecto a sus inmediatas filiaciones monásticas. Y, puesto que cada monasterio podía ejercer derechos de vigilancia solamente con sus filiaciones directas, las posibilidades de un ejercicio centralista del poder eran más bien limitadas. La autoridad superior de la Orden residía, efectivamente, en el capítulo general, o asamblea general de todos los abades de la Orden, que se reunía anualmente bajo la presidencia del abad de Citeaux. Las decisiones que se tomaban tenían, sin ninguna excepción, carácter vinculante, incluso para el abad de Citeaux y para los abades primados. Con la Clwrta Caritatis los Cistercienses intentaron ponerse a mitad de camino entre el sistema cluniacense de la centralización (que por otro lado, implicaba también diversos grados) y la antigua tradición benedictina de la absoluta autonomía de cada monasterio y su abad. El sistema organizativo cisterciense estaba pensado para salvaguardar tanto la autonomía de cada abadía como la unidad de la Orden y sus costumbres. Con el principio de la filiación, el método de las visitas y la institución del capítulo general, los Cistercienses se ponían conscientemente en la línea de las formas organizativas y jurídicas de la vida monástica de antigua y probada tradición. Su mérito estriba, no obstante, en haber sabido hacer de ellas un uso más coherente y más «constructivo» (en la línea, de la denominada «reforma gregoriana»). Introduciendo la visita regular anual y el capítulo general anual, los Cistercienses crearon un óptimo sistema de control, desconocido hasta entonces, para defender la uniformidad de la observancia. En el caso del capítulo general, la novedad consistía en que estaba constituido por abades autónomos y dotados de iguales derechos, y que de su autoridad, en cuanto última instancia, dependía también el abad de la abadía madre de Cíteaux. Gracias a su eficiencia, la constitución cisterciense influyó posteriormente en las constituciones de numerosas órdenes religiosas, como los J Premostratenses, los '"Cartujos, los Guillermitas (Ermitaños /'"Agustinos). En 1231 el papa Gregorio XI llegó, incluso, a imponer a los Cluniacenses la institución del capítulo general, según las costumbres de los Cistercienses. Por cuanto se refiere a la observancia. los Cistercienses, al abrirse a la espiritualidad eremítica y a los ideales de los movimientos pauperistas del tardío Medievo, trataron de poner en práctica su forma de vida a través del retorno a la observancia fiel de la regla benedictina, en relación estrecha con la tradición monástica, pero rechazando costumbres, difundidas sobre todo entre los Cluniacenses, en las que ellos veían una deformado de la vida monástica. Para garantizar la «pureza de la regla», según los preceptos de la Chuno Caritotis, los Cistercienses fundaban sus monasterios en lugares aislados y solitarios (in eretno, in sol i indine) y defendían su libertad de toda forma de intromisión por parte de poderes externos, incluso de '"iglesias privadas, dependientes de los señores locales. Con la bula del papa Lucio III, del 21 de noviembre de 1 184, quedaron garantizadas las libertades confirmadas en la Chana Cari tai is. La orden quedaba libre de la '"jurisdicción episcopal precisamente en la medida en que, con la Chano Caritotis se creaba un auténtico ordenamiento jurídico interno, aunque eso. en todo caso, no coincidiera con la exención absoluta. Sobre la «vía maestra de la Santa Regla», los Cistercienses cuidaron el equilibrio entre opus Dei («servicio» u «oficio» divino), lectio divino (lectura espiritual) y labor monuion (trabajo manual). Abandonadas las largas, pomposas y solemnes liturgias de Cluny. el opus Dei fue revivificado con el retorno a la brevedad, a la sencillez y a la interioridad propia de la tradición benedictina. El abad Esteban Har- ding. que condujo la reforma litúrgica interna, fue quien puso las bases de esta acción renovadora, empeñándose constantemente en la búsqueda de melodías y textos fiables y auténticos. La búsqueda de la sencillez imprimió un carácter especialmente severo incluso a la arquitectura cisterciense, que, en un primer tiempo, se desarrolló en contraposición con el concepto arquitectónico propio de los Clunia- censes, influyendo también en las primitivas formas de la arquitectura gótica. Bernardo de Cla- raval había indicado cuáles debían ser los criterios de la arquitectura cisterciense. Sus rasgos característicos son: «Estilo pobre y esencial de las líneas arquitectónicas del edificio externo y del espacio interno, a través de la sobriedad de los elementos decorativos y la reducción de las estructuras arquitectónicas complicadas y elaboradas» (Wolfgang Bickel). La Orden, no obstante, no promulgó normas arquitectónicas oficiales -aparte la prohibición de levantar torres de piedra (que, después, en muchas iglesias cistercienses fueron sustituidas con unas «linternas», tórrelas que se elevaban en la parte más alta del techo)- pero, cuando fue necesario, intervino para hacer correcciones. Con su revisión de la Vulgata, Esteban Harding procuró hacer también más fecunda la lectio divina (la lectura y meditación de la Sagrada Escritura y el estudio de la interpretación que de ella habían dado los antiguos padres de la Iglesia y del monacato, con el fin de profundizar el ideal monástico). La lectio divina estimuló también la devoción personal que, precisamente hacia el final de la Edad media, tuvo múltiples manifestaciones, gracias, entre otras cosas, a la afirmación de la Devotio moderna. En no menor medida favoreció también el estudio de la filosofía, la teología y la historia. Gracias al labor maninnn, en fin, los Cistercienses debían procurarse lo necesario para vivir. También en este aspecto quisieron diferenciarse de los C1 un i acenses, renunciando (por lo menos al principio) a los ingresos y beneficios derivados de '"iglesias privadas, diezmos y otros derechos impuestos a pueblos y sirvientes. El mandato del trabajo manual era un elemento importante de la reforma cisterciense, aunque de por sí la regla benedictina no exige necesariamente que los monjes cultiven la tierra con sus propias manos. De hecho, sin embargo, las cosas fueron por otros derroteros. Los Cistercienses se consideraban obligados al ideal de la pobreza radical por amor a Cristo y procuraron realizar esta aspiración en la Jornia vi tac monástica. No obstante, como comunidad cenobítica consagrada al opus De i y a la lectio divina, no podían existir sin unas bases materiales, es decir, sin la posesión de tierras cultivables (con estructuras y edificios conexos), pues sólo eso les permitía proveer al sustento con su propio trabajo, asegurándose así la libertad necesaria para llevar a cabo la forma de vida que habían elegido. Por esta razón, en la Orden no se cuestionó nunca la posesión de tierras y dinero. Los estatutos del capítulo general de 1134 permitían expresamente la posesión y adquisición de tierras, corrientes de agua, bosques, viñas, pastos y ganado, para proveer al mantenimiento y a la autonomía económica de la propia comunidad monástica. Por otra parte, advirtieron muy pronto que el opus Dei y la lee ti o divina -condiciones esenciales para la formación a un monacato auténtico y completo, incluso desde el punto de vista cultural- ocupaban a los monjes hasta el punto de reconocer que sus fuerzas y su tiempo no bastaban para cultivar las tierras del monasterio. Así, los Cistercienses aceptaron muy pronto (seguramente antes de 1119) la institución de los conver si o hermanos laicos, que había sido introducida ya por los Cluniacen- ses y otras órdenes reformadas, pero atribuyéndoles un status jurídico totalmente distinto del de los monjes. Los conversos cistercienses procedían sobre todo de los estratos más bajos de la población y se les reconocía enseguida porque llevaban barba (conversi barbati). Participaban de los bienes espirituales y temporales de la Orden, pero no eran monjes, a pesar de estar vinculados de por vida al monasterio a través de los votos. Sin embargo, por razones prácticas y funcionales, los conversos cistercienses hacían voto de stabilitas, aunque, según la llamada interpretación casuística de la regla benedictina, sólo se comprometían a la «perseverancia». Además, y a diferencia de los conversos cluniacenses, no podían ni siquiera ascender al status de monjes, sino que permanecían sometidos a los monjes, vivían en un ala del monasterio reservada para ellos, separada de la comunidad monástica y se mantenían alejados de las actividades de los monjes mediante severísimas reglas (prohibición de leer y poseer libros), para no distraerse de su tarea: el trabajo manual. El empleo de los conversos como mano de obra no remunerada no sólo aligeró las tareas de los monjes, sino que permitió a la Orden organizar un sistema económico propio, montando empresas agrícolas modelo, las llamadas «granjas». Gracias a la eficiencia de este sistema, en los siglos XII y XIII los cistercienses fueron considerados como óptimos pioneros, a quienes se debía reconocer el mérito de grandes mejoras e iniciativas (en el cultivo de árboles frutales y vides, en la crianza de peces y caballos, e incluso en la industria minera y en la elaboración y comercialización de la lana). Por estas razones eran buscados desde los más lejanos confines del occidente cristiano y sus monasterios se inundaban de donaciones. Las granjas eran óptimamente organizadas y por ello producían mucho más de lo que el monasterio necesitaba: la diferencia se ponía en el mercado y se vendía a cambio de dinero. La riqueza así amasada, fruto de una eficiente organización económica, no se empleaba en objetos preciosos -porque hasta las iglesias de los Cistercienses eran intencionadamente sencillas-, sino que se invertía en nuevas tierras que, a su vez, aumentaban después la productividad de los monasterios. Algunas abadías cistercienses, como la de Wettingen en Argovia (fundada en 1227), llevaron una decidida política de concentración, para «completar» y reunir sus tierras desparramadas. Otros monasterios llegaron a poseer pueblos enteros y, tras expulsar a los campesinos, los transformaban en granjas, como sucedió, por ejemplo, con la abadía de Salem junto al lago de Constanza, fundada en 1 134/ 1 138 en terrenos de un pequeño asentamiento con una iglesia en ruinas. En contra de lo que se ha sostenido, los monjes cistercienses no siempre surgían en lugares desiertos, sino en terrenos ya cultivados anteriormente. Efectivamente, la fundación de una nueva filiación se confiaba a un bienhechor seglar, a quien correspondía también la elección del lugar. Eran los monjes quienes, a continuación, les daban (o intentaban darles) un carácter solitario, pero a medida que adquirían las tierras circundantes y los derechos a ellas conexos. Con estas transacciones patrimoniales, mediante donaciones, hipotecas y operaciones de compraventa, los Cistercienses llegaban a encontrarse frecuentemente en una posición análoga a la de la odiosa nobleza terrateniente. Cuando el cultivo y el cuidado de las granjas y su expansión económica superaba incluso la capacidad de los conversos, los monasterios tomaban trabajadores a sueldo (mercenarii). Medidas que permitían este tipo de solución se habían promulgado ya en el capítulo general de 1 134. Algunos monasterios disponían incluso de siervos de la gleba, a pesar de que las constituciones de la Orden lo prohibían expresamente. Aunque más tarde los capítulos generales de 1134 y 1157 habían prohibido severamente la participación en actividades comerciales, el desarrollo económico de las granjas fue tan fuerte que empujó a los monasterios a estar presentes en los mercados. Los monasterios comenzaron de ese modo a abrir filiales en ciudades situadas en enclaves estratégicos, donde depositaban y vendían sus productos, pero que. algunas veces, funcionaban como auténticos centros administrativos. De esta evolución se derivaron también algunos abusos, prevaleció el ansia de ganancia, los monasterios llegaron algunas veces a exponerse desde el punto de vista financiero y a endeudarse. El capítulo general se vio obligado a extender la vigilancia de los abades padres a la administración patrimonial de las filiaciones monásticas y a emprender iniciativas de apoyo económico para los monasterios con dificultades. Con el tiempo, llegaron a estallar violentamente incluso los contrastes sociales entre conversos y monjes. A partir de la segunda mitad del siglo XII (aunque no sólo en los monasterios cistercienses) hubo continuas revueltas de conversos descontentos e insatisfechos que, en todo caso, no lograron mejorar su posición jurídica. El decreto del capítulo general de 1181 sobre la exclusión de los conversos en la elección del abad puede que fuera una reacción a su rebeldía. Por otra parte, la prosperidad económica de los Cistercienses, que comenzó muy pronto, permitió a las comunidades monásticas concentrarse en las actividades espirituales. Esto llevó a un intenso trabajo literario dentro de la Orden. La obra más eminente es ciertamente la de Bernardo de Claraval; figura dotada de gran carisma, místico y hombre de Iglesia, en la que se puede descubrir al verdadero fundador de la Orden o, cuando menos, su más eficaz propagador (no sin razón en la tardía Edad media a los Cistercienses se les llamaba con frecuencia «Bernardos»). Su obra, aunque profundamente vinculada a la tradición, por su profundidad teológica y por el influjo que ejerció en su tiempo y en la posteridad, supera con creces a la de todos los demás cistercienses. El docto monje maurino Jean Mabillon (1632- 1707), a quien se debe la primera edición crítica de la Opera omnia de san Bernardo, lo definió eficazmente como «ultimas ínter Futres, sed primis certe non impar»: último entre los padres de la Iglesia, pero seguramente no inferior a ellos. No obstante, junto a Bernardo de Claraval -por citar sólo algún nombre- hay importantes escritores cistercienses como Guillermo de St. Thierry (f 1148/1149) y el abad Aelredo de Rievaulx (t 1167), con sus obras teológicas empapadas de mística, o el historiador Otón de Frisinga (en torno al 1112-1158). Este fue monje por breve tiempo (1132-1138) y abad (1 138) de Morimond, pues un año después de su elección como abad fue llamado a ocupar la sede episcopal de Frisinga (sin renunciar por ello al hábito cisterciense). Sus dos obras, Chroñica si ve historia de duahus civi- tatihus y Gesta Frederici sea rec- ti lis Crónica, representan la cumbre de la historiografía medieval. También está en buena parte inspirada por el espíritu cisterciense la obra teológico-escatológica de Joaquín de Fiore (alrededor de 1135-1202), monje y (a partir del 1117) abad del monasterio cisterciense de Corazzo, cuyo influjo llega hasta nuestros días. A través del tiempo, los Cistercienses fundaron también colegios, importantes centros de estudio, sobre todo de filosofía y teología, pero también de formación de las nuevas levas de la Orden. Entre los centros bernardos más importantes se pueden recordar el de París y, en Alemania, los de Lip- sia, Frankfurt. Rostock, Heidel- berg y Viena. Como testimonio de la capacidad y prestigio de los monjes de la orden del Císter está el gran número de cistercienses elevados a altos cargos eclesiásticos. Cerca de 580 cistercienses han sido obispos, 44 han recibido la púrpura cardenalicia y dos subieron al solio pontificio: el abad Bernardo Pignatelli de San Anastasio en Roma, con el nombre de Eugenio III (1 145-1 153) y Santiago Fournier, abad de Fontfroi- de (1310), obispo de Pamiers (1317) y Mirepoix (1326), cardenal (1327) y papa en Aviñón con el nombre de Benedicto XII (1334-1342). Para Eugenio III, su discípulo Bernardo de Claraval escribió su De consideratione (1 148-1 152), donde lo invitaba -a él y al papado mundanizadoa reflexionar sobre el hecho de que no había sido elegido sucesor del emperador Constantino, sino del apóstol Pedro, y que tenía el deber de centrarse en sus tareas pastorales. Con el paso del tiempo, los Cistercienses no lograron mantener el nivel espiritual de los orígenes. Sus actividades económicas estaban cada vez más alejadas de la regla de la Orden y su estilo de vida era cada vez más parecido al de los Cluniacenses, que en otro tiempo ellos mismos habían censurado. A esto se añadieron las rivalidades entre el abad de Citeaux y los cuatro abades primarios. Los conflictos que de ello se derivaron afectaron a la estructura misma de la Orden, que entró en una fase de crisis constitucional. Los papas intentaron intervenir varias veces, pero sin conseguir eliminar los contrastes, hasta que Clemente IV, con el fin de superar la crisis, con la bula Parvas fons, del 9 de junio de 1265, reforzó la autoridad del capítulo general a costa de los derechos de los abades primarios y del mismo sistema de las filiaciones. Si en este caso el problema era la composición de los contrastes jurisdiccionales, con la bula Fulgens sicut stella matutina, del 12 de julio de 1335, el papa Benedicto XII trató de restaurar la disciplina monástica dentro de la Orden. El documento contenía normas precisas sobre la administración de los bienes temporales y su eficaz control (en casos especiales mediante la intervención directa del papa), sobre los estudios, sobre la admisión de los novicios y sobre la vida monástica como tal: se recrudeció el mandato de la pobreza personal para los monjes y la obligación de la abstinencia de carnes; se les prohibió toda forma de propiedad personal, y vivir en celdas individuales. Sin embargo, estas disposiciones autoritativas del papa no consiguieron reconducir a la Orden a la primitiva observancia, como tampoco lo lograron los decretos reformistas del capítulo general de 1390. El deterioro de las costumbres de la Orden estaba ya demasiado avanzado. Se puede deducir entre otras cosas, por el hecho de que el capítulo general anual, al que los papas habían otorgado nuevas y más amplias competencias, ejercía de hecho una autoridad muy limitada, puesto que la mayor parte de los abades no podían participar en ellos regularmente a causa de las grandes distancias geográficas. Con frecuencia ni siquiera estaban en grado de visitar regularmente las filiaciones monásticas que de ellos dependían, a pesar de estar prescrito en los estatutos. La organización de la Orden estaba ya casi totalmente en la ruina. Algunos abades, celosos reformadores, tomando quizás como modelo la organización de las órdenes mendicantes, intentaron entonces una vía de salida con la formación de congregaciones de carácter regional o, concretamente, nacional. La primera de ellas fue la Congregación castellana, aprobada en 1425 por el papa Martín V. Este proceso era entonces común a todos los ambientes benedictinos que sentían la urgencia de introducir reformas y estuvo alentado tanto por los papas como por las autoridades seculares (estas últimas por razones jurisdiccionales, ya que los nacientes estados nacionales tendían a ejercer un control sobre la Iglesia). Nuevo órgano de control y gobierno de las congregaciones era el capítulo provincial. Los cargos de los superiores monásticos llegaron a ser temporales y se renovó por completo también el sistema de las visitas. Las congregaciones mantenían ciertos vínculos con Cíteaux y con el capítulo general, pero, de hecho, su misma existencia significaba el fin de la unidad de la Orden. Al final de la Edad media la Orden cisterciense padeció además graves pérdidas a causa de factores externos, como la guerra de los Cien años entre Francia e Inglaterra y las guerras husitas en Bohemia. En el siglo XVI la reforma protestante condujo a la supresión de todos los monasterios en Inglaterra, Escocia, Escandinavia, Holanda y Hungría, y de una parte notable de ellos en Suiza y en los territorios del /"Sacro Imperio Romano. En Francia, España e Italia el fenómeno de las /"encomiendas acarreó graves daños a la Orden. Siguiendo las pautas de la reforma tridentina y de los impulsos centralistas por parte de Roma, la tendencia a constituir congregaciones, común a los demás Benedictinos, se reforzó posteriormente por las presiones de los papas en ese sentido. Hasta entonces no había tenido lugar la formación de congregaciones en los países no romanescos. En 1580 se constituyó la congregación polaca, en 1618 la de Alemania meridional y en 1626 la irlandesa. Los comienzos de la alemana meridional se remontaban a la reunión de abades que había tenido lugar en el monasterio de Fürstenberg, en el año 1595, bajo la guía del abad general del Císter. Pero las negociaciones llevadas a cabo en este encuentro habían avanzado con dificultad, hasta el punto de que el papa Pablo IV, en 1606, decidió que interviniera el nuncio de Lucerna. En 1609, después que también este último hubiera fracasado, Pablo IV llegó a proponer la fusión de los Cistercienses suizos (los que oponían mayor resistencia) con la congregación benedictina suiza, hasta que en 1618 el acuerdo se materializó con el reconocimiento explícito del capítulo general y del abad general como instancia superior, y la aceptación de las consuetu- dini del Císter. La congregación comprendía 26 monasterios masculinos y 36 monasterios femeninos. En su vértice estaba el abad presidente, elegido al principio por el capítulo provincial, pero a partir de 1654 nombrado por el capítulo general o, más exactamente, por el abad general. Sus competencias eran la visita a los monasterios, la participación en la elección de los abades, la bendición del abad electo, y las admisiones a la congregación. Su monasterio, a su vez, era inspeccionado anualmente por tres visitadores nombrados por el capítulo provincial. En 1624 la congregación de Alemania meridional se dividió en cuatro provincias: la de Suabia, la de Franconia, la de Baviera y la «suizo-alsaciano- brisgoviana». A la cabeza de cada una de ellas fue nombrado un vicarius provincialis dotado de plenos poderes de visita. Fracasaron, en cambio, los intentos de erigir una provincia suiza autónoma. El primer abad presidente de la congregación de Alemania meridional fue el hábil abad de Salem Tomás Wunn (1580- 1647), al que correspondió la difícil tarea de gobernar los monasterios alemanes durante la guerra de los Treinta años. Lo hizo con prudencia y circunspección hasta su muerte, y gracias a su empeño los monasterios de su congregación experimentaron un nuevo florecimiento, cuya manifestación exterior puede verse en la intensa actividad constructora del periodo barroco y, después, en la prudente apertura a las exigencias de la ilustración católica. En cambio, la época de la ilustración en cuanto tal se demostró totalmente incapaz de comprender los ideales de la vida monástica. Por cuanto se refiere a Francia, durante el siglo XVII las polémicas sobre la observancia, acentuadas por algunos movimientos reformistas de carácter local, habían dado ya a la autoridad regia el pretexto para intervenir en los asuntos de la Orden. Al reavivarse en el siglo XVIII el conflicto de competencias entre Cíteaux y los cuatro abades primarios, ofreció la ocasión para un pleno control del gobierno de la Orden por parte del Estado. De todos modos, en Francia los Cistercienses no se vieron afectados por las primeras supresiones monásticas de 1766. El comienzo de estas medidas lo marcó la política eclesiástica de José II, que, entre 1782 y 1789 condujo a la supresión de catorce monasterios masculinos y tres femeninos. En 1790 la revolución francesa barrió todos los monasterios de Francia. Los Cistercienses perdieron más de doscientas abadías, incluida su abadía madre. Siguió la supresión de los monasterios belgas (1797) y luego, con la secularización de 1802/1803, la de los monasterios de la congregación de Alemania meridional, con la excepción de los suizos, que a duras penas resistieron hasta 1841/ 1848. Después de los acontecimientos que perturbaron Europa entre los siglos XVIII y XIX. la Orden, que anteriormente poseía nada menos que 742 abadías, se había reducido a unas pocas en Italia, Austria-Hungría y Bélgica. Hasta finales del siglo XIX no comenzó un progresivo renacimiento de la Orden, después que, en 1892 los Cistercienses de estricta observancia se separaron y constituyeron una orden independiente (f Trapenses). En 1933 los Cistercienses se dotaron de nuevas constituciones (aprobadas por el papa en 1934) más adecuadas al nuevo contexto histórico, de lo que se derivó un mayor compromiso en tareas de pastoral y enseñanza. Hoy la Orden, cuyo abad general reside en Roma, está dividida en doce congregaciones, difundidas por todo el mundo. El hábito de la Orden consiste en la amplia ^ cogulla blanca (al principio era gris); fuera del coro, el hábito blanco con ^escapulario negro y /"cíngulo. Situación en 1996: 83 monasterios con 1.294 monjes, 762 de los cuales son sacerdotes. 2. Monjas Cistercienses. También las monjas Cistercienses nacieron del movimiento pauperis- ta religioso de la tardía Edad media, que afectó igualmente a hombres y a mujeres. La mayor parte de las comunidades de mujeres piadosas que se formaban entonces necesitaban asistencia espiritual y formas estables de organización. Fueron esos mismos círculos, que aspiraban a una vida de contemplación y unión mística, los que se pusieron bajo la tutela de monasterios masculinos con una espiritualidad afín a la suya. De ese modo respondían también a las iniciativas oficialmente emprendidas por la Iglesia para «domesticar» y disciplinar el naciente «movimiento femenino», canalizándolo hacia formas tradicionales de vida monástica. Efectivamente, representaba un potencial peligroso de inquietudes y desórdenes que, más de una vez, se hizo sospechoso de herejía. En el siglo XII los papas encomendaron el gobierno de las comunidades femeninas, cada vez más numerosas, sobre todo a las nuevas órdenes ^mendicantes. Los Cistercienses, que muy pronto tuvieron que enfrentarse con el problema de la asistencia espiritual de las monjas, convencidos de su necesidad, se habían dedicado a esta tarea desde la primera fase de su fundación. En efecto, el monasterio de Tart. en Cíteaux, que fue la primera comunidad monástica femenina cisterciense, surgió precisamente gracias al interés decisivo del abad Esteban Harding, si no por directa iniciativa suya. Tart fue fundado en 1 120 por un grupo de monjas que poco antes habían dejado el monasterio de Jully, un priorato clu- niacense que estaba bajo la jurisdicción de Molesmes. Esteban Harding puso a la cabeza del monasterio a una abadesa, ayudada por una priora. La vida interna de la comunidad monástica se amoldó a las instituciones cistercienses, es decir, a la regla de san Benito integrada con la Cixurta Caritatis. Las mismas costumbres fueron observadas después pollas filiaciones monásticas de Tart. lo que deja entrever que todas esas comunidades fueron concebidas desde el principio según los ideales cistercienses. Seguramente es cierto que estas fundaciones fueron al comienzo obra personal de algunos abades, antes que las competencias en ese campo pasaran al capítulo general, entonces aún en formación como órgano central de gobierno de la Orden. No obstante, no cabe duda de que, desde los primeros decenios del siglo XII, los Cistercienses erigieron espontáneamente monasterios femeninos de su observancia o que, cuando menos, participaron en su fundación, garantizando también su asistencia espiritual, mucho antes de que la unión jurídica de los monasterios femeninos a las órdenes masculinas fuera objeto de la política oficial de la Iglesia en este sector. Por cuanto se refiere al vínculo jurídico de la orden del Císter con los monasterios cistercienses femeninos, un documento del tiempo del abad Guido II de CTteaux (1194-1200) define el monasterio de Tart como propria filia cisterciensis. El documento pone de relieve también el pleno poder jurisdiccional («corregir y ordenar») del abad de CTteaux sobre esta comunidad femenina y su abadesa, y confirma que también los dieciocho monasterios afiliados a Tart y los que en adelante llegaran a serlo, dependerían de la cura ct ordinaíio de CTteaux. De un documento de 1233 se sabe, además, que la abadesa de Tart visitaba los monasterios afiliados. De ello puede deducirse que la abadesa de Tart ejercía las funciones de «abadesa madre» con respecto a los monasterios afiliados. Por otro lado, los Cistercienses reconocían la paternidad del abad de CTteaux, con todos los derechos y deberes que ello implicaba, como válida para todos los monasterios asociados a Tart, lo que limitaba objetivamente la posición de la abadesa con respecto a la del abad padre. Un ordenamiento jurídico semejante se otorgó también al monasterio de monjas Cistercienses de Las Huelgas, en Burgos, fundado en 1 IS7. Con todo, existieron también formas menos comprometidas de asociación monástica, por ejemplo por parte de Clarava!, hasta que. a comienzos del siglo XIII. el capítulo general introdujo la forma de la incorporación. Tal incorporación estaba reservada al mismo capítulo general y, dado el creciente número de comunidades femeninas que pedían asociarse, ponía condiciones bien concretas. como la observancia de la clausura estricta (^clausura) y una dote patrimonial que garantizara el sustento de las monjas (en base a ella debían regularse para el numero máximo de miembros de una comunidad). Sin embargo, muy pronto las comunidades femeninas asociadas a la Orden superaron en número a los monasterios masculinos, de modo que estos tuvieron que poner en práctica medidas selectivas para no ser totalmente absorbidos por la cura monalium. Sólo en Alemania el número de comunidades monásticas femeninas incorporadas, o que vivían según las constituciones de los Cistercienses, ascendió de quince en el siglo XII a 220 en torno al 1250, mientras que en toda Europa eran ya más de mil. No obstante, sólo las comunidades monásticas incorporadas formaban parte de la unirás Ordinis y constituían un corpus con los monasterios cistercienses. Por lo demás, los monasterios femeninos cistercienses compartieron en la historia la suerte de los monasterios masculinos. Los monasterios femeninos que aún existen llevan vida contemplativa, en estricta clausura y reservan gran espacio al trabajo manual. En algunas comunidades las monjas gestionan también escuelas y se dedican a la educación de la juventud. Estadística de las monjas Cistercienses en 1996: 92 monasterios con 1.574 monjas. Claretianos. La congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Cordis Mariac Filii, CMF) fue fundada en 1849 en Vic (Barcelona) por san Antonio María Claret i Ciará. El fundador nació en Sallent (Barcelona) el 23 de diciembre de 1807. Después de reproducir, en cierto modo, en su juventud los avalares de su tiempo, ingresó en el seminario de Vic, donde fue ordenado sacerdote el 13 de junio de 1835. Desde ese momento, se dedicó al anuncio de la Palabra, algo no muy habitual en la época. Después de un viaje a Roma para ponerse a disposición de Propaganda Pide, predicó durante nueve años en Cataluña y Canarias. En 1849 fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba. El nombramiento de confesor de la reina Isabel II le acarreó erandes disgustos e incomprensiones, pero él nunca dejó de su incansable labor de predicación con la palabra directa y a través de la prensa. Participó en el concilio Vaticano I y murió en el monasterio cisterciense de Font- froide (Francia) el 24 de octubre de 1870. Fue canonizado por Pío XII el 7 de mayo de 1950. Su profundo sentido eclesial y su celo misionero lo impulsaron a fundar la congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, con la finalidad de subsanar la grave necesidad de evangelización a través de las misiones internas y extranjeras; en 1870 la congregación fue aprobada definitivamente por el papa Pío IX y hoy está difundida por todo el mundo. Al principio, su ministerio apostólico revistió especialmente dos formas: misiones populares y ejercicios espirituales. Hasta 1880 no se aceptó el campo de la enseñanza. Con el paso del tiempo, según las necesidades pastorales, se han ido incorporando otros medios: misiones, parroquias, dirección de seminarios, editoriales, etc. La congregación de Misioneras Claretianas i Religiosas de María Inmaculada, RIM), fundada el 25 de agosto de 1855, en Cuba, por san Antonio María Claret. en colaboración con la M. Antonia París, se dedica a la enseñanza y educación de chicas. Otras dos instituciones se remiten hoy al carisma de san Antonio María Claret: el instituto secular Filiación Cordimariana (1973) y el movimiento laical Seglares Claretianos (1979). La rama masculina de los Claretianos tenía en 1996, 465 casas con 2.926 miembros, de ellos 1.996 sacerdotes. La rama femenina contaba en 1996 con 74 casas y 557 religiosas. Clarisas (Orden de santa Clara, OSC1) /* Franciscanos. Claustro. (En latín ámbitos, lit. vuelta o claustrum, recinto, lugar cerrado). Es un patio porticado de forma cuadrada, que puede incluir un jardín, situado junto a una iglesia catedral, colegiata o monasterio, generalmente en la parte meridional. Los arcos del porticado están abiertos hacia la parte interior del patio; por razones climáticas, en los países de Europa septentrional están con frecuencia cerrados con cristaleras. La estructura arquitectónica del claustro puede remontarse al antiguo peristilo. El claustro servía para la comunicación entre los miembros del /"monasterio y permitía el acceso a los ambientes más importantes de la comunidad monástica (o canonical): iglesia, sala capitular, celdas, refectorio, dormitorio. A menudo estaba dotado también de una fuente, que los monjes podían usar para lavarse. Algunos grandes complejos monásticos poseían dos o más claustros. El claustro servía también como lugar para la sepultura de los miembros de la comunidad conventual y para los bienhechores del monasterio, sobre todo en el arte románico. gótico y barroco. Clausura (del latín claudere, cerrar; latín tardío clausura). En sentido general es el espacio que, dentro de un monasterio, se reserva a los religiosos (por lo tanto, un espacio cerrado). La vida religiosa, por su propia naturaleza, implica cierta separación del mundo y, por tanto, también un cierto aislamiento. Diversas formas de clausura se practicaron ya desde los comienzos del monacato y muy pronto fueron determinadas por las reglas monásticas y la legislación eclesiástica. En todos los tiempos se han dado normas, más o menos rígidas, para regular la clausura, pero también para conceder dispensas, basadas en motivos y circunstancias fundadas. De por sí, la clausura monástica es una institución eclesiástica que sirve para proteger a los religiosos de distracciones e influjos negativos del mundo externo. Desde el punto de vista formal. la clausura implica, para los religiosos, la prohibición de abandonar sin permiso su ámbito claustral; para los externos, la de entrar en él sin permiso. Desde el punto de vista material, la clausu ra es el lugar del monasterio sometido a esta «clausura». Según el grado de severidad, se distin- guen la clausura papal o estricta, para las órdenes con votos solemnes (Svotos religiosos), y la simple o episcopal, para congregaciones o institutos de votos simples. El código de derecho canónico actualmente vigente (desde 1983) ha mitigado las normas relativas a la clausura, antes mucho mas severas. Además de por el derecho general, la clausura está regulada también por las constituciones y estatutos propios de cada orden, congregación o instituto. Clérigos de San Viator (CSV). Nacieron en los alrededores de Lyon (Francia) en 1831. Su Fundador, Beato Padre Luis Querbes (1793-1859) fue párroco en Vourles durante 37 años; allí constató el abandono cultural y religioso del medio rural, lo que le movió a preparar hombres que realizaran el ideal de «anunciar a Jesucristo y su evangelio, y suscitar comunidades en las que se viva, se ahonde y se celebre la fe», tomando como plataformas la escuela y la parroquia. De ahí su nombre original de Clérigos Parroquiales o Catequistas de San Viator. La congregación se extiende hoy por numerosos países de todo el mundo. En 1996 eran 823 miembros. de ellos 347 sacerdotes, distribuidos en 119 comunidades. Clérigos regulares. Se denominan clérigos regulares (clerici regulares) los miembros de comunidades religiosas nacidas en los siglos XVI y XVII, dentro de la reforma católica. Sus tareas fundamentales eran (y son) la cura de almas, la predicación, las misiones populares, las actividades caritativas y culturales. Se trataba de sociedades clericales, más libres que las tradicionales formas de vida religiosa, cuyos miembros hacían vida comunitaria y pronunciaban f votos solemnes. Exceptuando a los Bar- nabitas, no celebraban solemnemente la oración coral (/'"liturgia de las horas) y, debido a su misión, no estaban siquiera vinculados a un lugar concreto (fstabilitas loci). La más importante de estas comunidades es la Compañía de Jesús (S Jesuítas), pero también hay que destacar a los '"Teatinos, los ^Barna- bitas. los /^Somascos, los '"Camilos, los '"Caracciolinos y los ? Escolapios. En sentido muy amplio se llama «clérigos regulares» también a los sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas, para distinguirlos de los sacerdotes (o clérigos) seculares. Cluniacense, reforma. La reforma cluniacense fue el movimiento de renovación monástica más significativo de la Edad media. Su centro y punto de origen fue la abadía benedictina de Cluny en Borgoña, fundada entre los años 908 y 910 por el duque Guillermo de Aquitania. A finales del siglo X y a lo largo de todo el siglo XI, esta reforma ejerció una enorme influencia en toda la cristiandad occidental; en Alemania sobre todo, a través de la reforma de Hirsau. Sus rasgos distintivos son: una rígida observancia de la regla de san Benito según la tradición de Benito de Aniano (/* Benedictinos); una vida monástica independiente de influjos seculares y episcopales (sumisión a la protección papal); constitución de una federación de monasterios bajo la guía de Cluny. Aun sin pretenderlo inicialmente, el movimiento de renovación monástica creció de tal modo que (junto con la reforma lorenense, la reforma canonical y las corrientes eremíticas), contribuyó de manera decisiva a la reforma general de la Iglesia y a la cristianización más profunda del sistema feudal en los siglos XI/ XII. CMIS ^Federaciones de los Institutos de vida consagrada y de Sociedades de vida apostólica. Cofradía Hermandad. Cogulla. Del latín tardío cuculla, capucha. Es una parte del hábito monástico de algunas órdenes religiosas. Originalmente era una pequeña esclavina con capucha (^capa); hoy es una sobrerropa, a pliegues, y parecida a una capa, con mangas amplias, usada sólo en ocasiones especiales (por ejemplo, para la oración coral). El corte es diverso, según las órdenes o congregaciones; la de los Benedictinos es negra; la de los Cistercienses y Trapenses, blanca. Colecta ^Cuestación. Colegiata. Colegiata o capítulo colegiado es una corporación espiritual de /"canónigos, a la que se le confía la celebración solemne del oficio divino (^liturgia de las horas y Anisa conventual) en la iglesia colegiata (distinta de la iglesia catedral). Estas corporaciones nacieron a partir de la vida común de los clérigos seculares en las iglesias más importantes. Las primeras reglas fueron redactadas en el reino de los Francos por el obispo Crodegango de Metz, alrededor del año 755, y en el sínodo de Aquisgrán del año 816. Después de una época de decadencia, esta institución renació gracias al movimiento de reforma canonical de los siglos XI y XII. A partir del siglo XII se registran los términos iglesia colegiata y capítulo colegial. En esa misma época el colegio presbiteral o comunidad canonical de las iglesias catedrales se transformó en cabildo o capítulo catedralicio, cuya tarea principal era la elección del obispo. También los capítulos colegiales participaron en la evolución histórica y jurídica que afectó a los cabildos catedralicios, superiores a ellos en rango. Los capítulos canonicales permanecieron vinculados sobre todo a sus tareas pastorales o a las actividades docentes. A diferencia de los monjes, los canónigos capitulares poseían bienes propios y llevaban una vida autónoma. Vivían en casas privadas (canonicatos, viviendas prebendarías), situadas en los alrededores de la iglesia colegiata. La vida común se limitaba de ordinario a la recitación del oficio divino (/"coro, servicio ^coral) en la iglesia colegiata, y a reuniones capitulares que tenían lugar periódicamente y que. entre otras cosas, servían también para la administración del patrimonio. Los ingresos del capítulo se repartían con criterios jerárquicos en prebendas individuales, distribuidas a los canónigos capitulares como provisión. El número de canonjías estaba fijado por los límites estatutarios. A la cabeza estaban el preboste y/o el decano. Análogamente a los miembros del cabildo catedralicio, los canónigos, en el coro o en circunstancias especialmente solemnes, además del hábito prescrito por los estatutos, llevaban como especial signo distintivo del capítulo una banda colo cada sobre los hombros con una cruz o una medalla. Por lo que se refiere a cometidos y organización. las diferencias entre los numerosos capítulos colegiados de la época antigua eran notables, aunque la estructura fundamental fuera idéntica o, al menos, bastante parecida. En el /"Sacro Imperio Romano muchos cabildos importantes consiguieron depender directamente de la autoridad imperial (/"capítulo imperial). Con todo, la mayor parte de ellos siguió dependiendo de la autoridad del señor local y de la jurisdicción del obispo. En los territorios alemanes que se adhirieron a la reforma protestante, algunos capítulos se mantuvieron por largo tiempo, sobre todo para el mantenimiento de la nobleza. En los países católicos la ola de /"secularización que siguió a la Revolución francesa condujo al fin de casi todos los cabildos colegiales. Sobre todo en las ciudades que eran sedes de diócesis, hasta el final de la Iglesia imperial (1803), los canónigos de los capítulos colegiados habían desempeñado tareas importantísimas en la administración de las mismas diócesis. Ricamente dotados -en relación con la elección y coronación del rey de Germania y emperador del Sacro Imperio Romano-, eran los capítul os de Santa María, en Aquisgrán y de San Bartolomé en Frankfurt. Entre los pocos capítulos colegiales alemanes actuales están el de Nuestra Señora de la Antigua Capilla y el de los santos Juan Bautista y Juan Evangelista en Ratisbona, ambos supervivientes de las supresiones. Columbano, regla de san. Columbano el Joven, nació en torno al año 543 en Irlanda, y murió el 615 como abad del monasterio de Bobbio, en Piacenza. fundado por él. Es el más importante representante del monacato irlandés que actuó como misionero en el continente europeo. Con doce compañeros abandonó el gran monasterio de su ciudad natal de Bangor. en Irlanda del Norte, donde había enseñado durante varios decenios. Pasando por Bretaña, llegó al reino de los Francos, donde estrechó fecundas relaciones de colaboración con los reyes merovingios y con la nobleza franca. Con el apoyo del rey y de la nobleza, pudo fundar, en torno al 591/592, los monasterios de Annegray. Luxeuil y Fontaines, en la parte occidental de la región de los Vosgos. En ellos, gracias a la gran afluencia de jóvenes nobles francos, llegaron a reunirse bien pronto más de doscientos monjes. El monasterio principal era el de Luxeuil. Para estos monasterios «iro-francos» escribió Columbano, en torno al 595, la Regula monachorum (Regla de los monjes). Se trata de la más antigua regla monástica irlandesa que ha llegado hasta nosotros, además de ser también la única de origen irlandés que se conserva en latín. En diez capítulos expone los fundamentos de la vida monástica, en la forma severamente ascética típica de la tradición celta irlandesa, y algunas pautas sobre la vida espiritual de los monjes, afrontando también algunas cuestiones organizativas de la vida cenobítica (las comidas, el ordenamiento de la oración, etc). En esa misma época Columbano escribió también la llamada Regula coe- nobalis o Regula Patrian (Regla cenobítica o Regla de los Padres), que, sin embargo, no es una verdadera regla, sino un elenco de penas para las faltas de los monjes. En ella, Columbano exige, además, prácticas penitenciales extraordinariamente severas; aun los más pequeños errores de los monjes se penalizan con castigos corporales. Ambas obras reflejan la gran severidad del monacato irlandés, que Columbano había experimentado en Bangor, bajo el abad Comgall. Extraordinarias fueron las dotes de Columbano, lo mismo que su cultura. Durante toda su vida defendió sin titubeos sus principios, incluso en contra de los obispos francos y borgoñones, de los reyes y del mismo papa. En el año 609/610 tuvo que abandonar el monasterio de Luxeuil. Después de una pausa -aprovechada con fines misioneros- en tierras franco-alemanas del este (junto a los lagos de Zurich y Constanza), encontró un refugio para sus últimos años en el reino de los Longobardos (Bobbio), preocupado hasta el final por sus monasterios y por la actividad misionera. Con la fundación del gran monasterio borgoñón de Luxeuil. y sus numerosas filiaciones, desde el comienzo vinculadas estrictamente a los reyes y a la nobleza franco-borgoñona, el monje irlandés Columbano dio origen a un grandioso movimiento monástico que afectó a todo el reino de los francos, y hasta lo superó. Este movimiento, estimulado por Columbano y sus compañeros irlandeses. gracias, sobre todo, a la adhesión de numerosos jóvenes nobles francos y a la estrecha vinculación con la monarquía -por otra parte no totalmente exenta de conflictos—, llegó a ser una gran potencia capaz de ejercer su influjo en todos los campos. Con la aceptación de la regla de san Benito (^Benedictinos) en los monasterios «iro-francos» (a partir, aproximadamente, del año 628), dio comienzo la época de la f «regla mixta». Aunque al principio la regla predominante continuó siendo la de san Columbano, poco a poco la de san Benito, menos rígida y más susceptible de adaptación, se abrió camino en los diversos monasterios, hasta aventajarla. San Bonifacio (t 754) y las disposiciones de Carlomagno y su hijo Ludovico Pío (sínodos de Aquisgrán de los años 816 y 817) llevaron la observancia benedictina a su victoria definitiva. Con su compromiso monástico. Columbano, sin ser consciente de ello, había preparado el camino a la difusión y a la definitiva afirmación del monacato benedictino en la primera Edad media. Combonianas f Misioneras Combonianas, Religiosas; ^Misioneras Seculares Combonianas. Combonianos f Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. Compañía. Es la denominación de varias instituciones, sobre todo femeninas. Entre ellas: la Onlen de Ia Compañía de María Nuestra Señora (ODN), fundada en Burdeos (Francia) el 7 de abril de 1607 por santa Juana de Lestonnac, para atender a la educación integral femenina; las Hermanas de la Compañía de la Cruz (HC), de Santa Angela de la Cruz Guerrero, para imitar a Cristo en el trabajo y la pobreza, fundada en Sevi- 1 la el 2 de agosto de 1875; la Compañía de Santa Teresa de Jesús (STJ), dedicada a la educación cristiana de la juventud, nacida el 23 de junio de 1876 en Tarragona por iniciativa de San Enrique de Ossó y Cervelló; la Compañía de Cristo Rey, fundada en 1939 en el Puerto de Santa María (Cádiz) por Juana Amalia Cubero Catevilla, para extender el reinado de Jesucristo; la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, que nació en Madrid por obra de Pilar Navarro Gañido, el 11 de febrero de 1942, con el empeño misionero de la evangelización de los pueblos; y la Compañía del Salvador (CS), fundada en 1952 en Barcelona por el Dr. Modrego Casaus, con el fin específico de la enseñanza. Compañía de Jesús f Jesuítas. Compasión, Hermanas de Nuestra Señora de la. Fundadas por Mauricio Mateo Garrigou y Juana María Desclaux, en 1817, en Toulouse (Francia), para prolongar en el mundo de hoy la compasión de Jesús. Completas (en latín completa, completorium, de complete, completar, terminar). Es la oración que concluye la jornada en la ^ liturgia de las horas de la Iglesia católica. Comunidad de Betania. Es una congregación femenina que tiene como fin la evangelización y el ecumenismo. Nació en Blomendaal (Holanda) el 21 de junio de 1919. Su fundador es el jesuíta Beato Jacques van Ginneken (1877- 1944). Comunidades evangélicas. Del latín communitas. Se denominan así los grupos o hermandades de hombres y mujeres que han surgido en el ámbito de las Iglesias evangélicas durante el siglo XX. Se trata de «comunidades de carácter espiritual en las que el seguimiento de Cristo se vive de acuerdo con unas reglas» (I. Rei- mer). Bajo muchos aspectos pueden equipararse a las ^órdenes y ^ congregaciones de la Iglesia católica, especialmente a formas de vida religiosa más reciente, como los / institutos seculares, que en Alemania reciben, a veces, el mismo nombre (Kommnni- tdten). En los países afectados por la reforma protestante, las instituciones monásticas terminaron por sucumbir ante los ataques de los reformadores, con pocas excepciones que, en todo caso, sufrieron significativos cambios (por ejemplo la abadía cisterciense de Loccum. en la Baja Sajonia). En Alemania, donde siguieron subsistiendo los capítulos evangélicos (capítulos catedralicios u otros), fue sobre todo para proveer a la nobleza, aprovechando su antigua dotación económica. Nuevos estímulos para una recuperación de la vida común llegaron del pietismo, movimiento religioso protestante que se desarrolló entre finales del siglo XVII y el XVIII, y que subrayaba la dimensión individual de la piedad religiosa, la santificación personal y la interioridad. Todo esto halló expresión especial en la Hermandad de ^Herrnhut. En el siglo XIX, el desarrollo de las nuevas instituciones diaconales y de las casas de dia- conisas (/"diácono) preparó el camino a las comunidades. En Inglaterra, en la Iglesia anglicana, a partir de mediados del siglo XIX, y siguiendo las huellas del movimiento de Oxford, se formaron comunidades benedictinas, franciscanas y de otras órdenes religiosas. En los países escandinavos hubo un desarrollo semejante al de la Iglesia evangélica alemana. Después de la I Guerra mundial, la reflexión religiosa que se originó en las Iglesias evangélicas fue creando las premisas para el nacimiento de hermandades como la de San Miguel (Mi- chaelsbruderschaft), que surgió después de los congresos de renovación religiosa reunidos en Gut Berneuchen, en Brandeburgo oriental (Neumerk), a partir de 1923. Fue en estos ambientes donde se concentró la resistencia contra el nacionalsocialismo en la Alemania evangélica, más allá de los límites confesionales. Después de 1945, en muchos países protestantes se fundaron numerosas comunidades de tipo religioso. Estas comunidades se han difundido por todas las Iglesias de la Reforma y. lo mismo que ocurría con los institutos seculares católicos, se han nutrido del despertar religioso, del amor activo al prójimo y de la nueva valoración del antiguo monacato, de la liturgia solemne y de la celebración comunitaria de la ^liturgia de las horas. Y es significativo que estas nuevas instituciones en la mayor parte de las Iglesias cristianas de hoy estén abiertamente marcadas por el espíritu ecuménico. En ellas, lo mismo que en la tardía antigüedad cristiana, se expresa la nostalgia religiosa de muchas personas, como reacción frente a los excesos autodestructivos de nuestra civilización y los aspectos más violentos de nuestro mundo. Indudablemente en todo esto ha tenido mucho que ver la creciente aspiración a una «vida alternativa», característica, sobre todo, de la cultura occidental. Estas nostalgias, miedos y esperanzas, a veces excesivas, permiten comprender por qué muchas de estas comunidades acaban sumidas en crisis incluso después de unos comienzos prometedores. Hoy existen numerosas comunidades evangélicas. Parte de ellas viven según los /"consejos evangélicos: pobreza, entendida como propiedad común de algunos bienes, modestos en importancia, en función de las tareas realizadas en comunidad; vida de castidad, celibataria o conyugal; y obediencia con respecto al guía espiritual de la comunidad. Algunas están organizadas también como auténticas hermandades o fraternidades, aunque sin implicar una total ruptura con la profesión y la familia. A diferencia de lo que acontece con los institutos de vida religiosa en la Iglesia católica, las comunidades evangélicas no poseen un especial status dentro de las propias Iglesias (salvo pocas excepciones. como la abadía de Loccum); sí se da, en cambio, una total colaboración, efectuada en parte por medio de acuerdos y convenciones. En Alemania estas comunidades son instituciones de derecho propio, generalmente bajo la forma jurídica de Ein- getragener Verein (asociación registrada). La base financiera depende sobre todo de las actividades profesionales y laborales de los miembros, a las que se añaden las ofertas de amigos y simpatizantes. Las relaciones recíprocas entre comunidades no están reguladas jurídicamente, aunque sí existen muchas formas de contacto. En el estado actual se pueden distinguir tres grupos: comunidades de hermanos y hermanas de vida común, entre las cuales la más conocida es la comunidad de Taizé; fraternidades, masculinas y femeninas, sin ruptura completa de relaciones familiares y profesionales, por ejemplo la Michaelsbruderschaft (Fraternidad de san Miguel); y las nuevas comunidades de la diaconía evangélica. En Alemania, había en 1987 cerca de veinticinco fraternidades evangélicas (masculinas y femeninas), con más de cinco mil miembros (predominantemente masculinos, entre ellos muchos pastores) y alrededor de veinte comunidades con unos 750 miembros, que viven el celibato (cuatro quintos de mujeres). Las comunidades y fraternidades evangélicas tienen sus propias circulares, actas, boletines de información y revistas. La importancia de las comunidades y fraternidades evangélicas en nuestro tiempo reside, sobre todo, «en su irradiación espiritual. en sus servicios pastorales y diaconales y en su compromiso en favor de la unidad de la Iglesia. Con sus propuestas de lugares para el retiro y la meditación, con su trabajo para preparar jornadas, congresos y otras manifestaciones eclesiales, constituyen un importante factor en la vida espiritual de las Iglesias. En un tiempo que aparece marcado por las tendencias individualistas y por una mentalidad liberal, representan alternativas en las que se salvaguardan los valores tradicionales, pero en las que también se pretende experimentar nue vas formas de vida común» (I. Reimer). Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza (RCM). Congregación dedicada especialmente a la educación de la juventud, que fue fundada en Burgos, el 7 de diciembre de 1892, por Santa Carmen Salles y Barangueras (1848- 1911). CONFER. Es la Conferencia española de religiosos y religiosas ^Federaciones de los Institutos de vida consagrada y de Sociedades de vida apostólica. Congregación. El término «congregación» (del latín congregatio. congregación, asociación, del verbo congregare, reunir el grex, el rebaño) tiene varios significados: 1. Congregación es la asociación de diversos monasterios de las antiguas órdenes monásticas y canonicales, bajo la guía de un superior, en una única observancia en la interpretación de la regla (por ejemplo, las congregaciones de los Benedictinos, de Windesheim, de los ^Canónigos Regulares de san Agustín). 2. A partir de finales del siglo XVI el término congregación designa también los institutos religiosos cuyos miembros, por las tareas específicas que desempeñan, se limitan a pronunciar votos «simples», a diferencia de las antiguas órdenes, en las que se pronuncian votos «solemnes» ( / voto). Congregaciones son, por ejemplo, los ^Redentoristas y otras muchas comunidades religiosas nacidas en los siglos XIX y XX; los Jesuítas, en cambio, tienen un estado jurídico particular. Las congregaciones no fueron reconocidas plenamente como «estados de perfección», de forma análoga a las antiguas órdenes, hasta el Código de ? Derecho canónico de 1917- 1918. A partir del Vaticano II y del Código de Derecho canónico de 1983, órdenes y congregaciones se denominan genéricamente como instituía religiosa (institutos religiosos). Entre las instituciones de vida consagrada, además de los instituía religiosa, el código enumera también los institutos seculares. 3. Las congregaciones romanas o congregaciones cardenalicias de la curia romana son una especie de ministerio o dicasterio eclesiástico para el gobierno de la Iglesia católica, bajo la guía del papa. Se remontan a la reforma de la curia llevada a cabo por el papa Sixto V en 1588. con la institución de quince congregaciones cardenalicias. Entre ellas existe una Congregación para los Institutos de vida consagrada y para las Sociedades de vida apostólica; además, con una posición semejante a la de una congregación, están también los Consejos pontificios para los laicos y para la familia. 4. Con una acepción más amplia, en la Iglesia católica se denominan congregaciones algunas asociaciones piadosas de fieles, orientadas a la vida espiritual, como, por ejemplo, las congregaciones mañanas y otras. Congregación Apostólica «Marta y María» (CONG-AMMA). Fundada en Jalapa (Guatemala) el 6 de enero de 1979, por mons. Miguel Angel García Arauz, se dedica sobre todo a la evangeliza- ción, la catcquesis y las obras sociales. Consagración. Del latín consecrado, de consecrare, consagrar, hacer sagrado. Es, en general, una acción religiosa (cultual), a través de la cual un objeto o una persona se ponen de manera especial al servicio de Dios. Son sobre todo las personas las que se consagran, mientras que las cosas y los lugares más bien se «dedican». A veces es más propio hablar de «bendición». Entre estas acciones, en la Iglesia católica y /"ortodoxa, están, entre otras, la consagración del /"abad y de los /"monjes, la /"consagración de vírgenes, de iglesias, campanas, cementerios y del agua (en determinados días y solemnidades). Tanto en la Iglesia católica como en la ortodoxa, ha de distinguirse claramente de estas consagraciones y bendiciones (/"sacramentales), el sacramento del orden sagrado (sacraméntala ordinis) en sus tres grados: diaco- nado, presbiterado y episcopado (ordenación diaconal, presbiteral y episcopal). Unicamente puede ser ministro del orden sagrado un obispo lícitamente ordenado en la sucesión apostólica, que actúe mediante la oración consecratoria y la imposición de manos. Consagración de vírgenes (en latín consecratio et benedictio virginum). Está documentada a partir del siglo IV. La celebración litúrgica consistía originalmente en una plegaria de consagración, a cuya conclusión se entregaba el velo, probablemente sin imposición de manos; fue en el reino de los Francos donde se organizó de forma solemne. El rito está reservado ordinariamente al obispo. Al principio, esta /"consagración se concedía también a las vírge- nes que vivían en el mundo, pero esta praxis se abandonó a partir del siglo X. Al final de la Edad media fue desapareciendo incluso en las órdenes religiosas femeninas, de manera análoga a cuanto sucedía en la consagración monástica de las órdenes masculinas. En el siglo XIX fue recuperada y renovada. A partir del Vaticano II y, posteriormente, con el apoyo del derecho canónico (Código de 1983, can. 604), ha vuelto a ponerse en práctica en todas partes. Lo mismo que la consagración del abad, en la Iglesia católica la consagración de vírgenes se considera un ^sacramental, no un sacramento. Por lo que se refiere al rito, ver: Ritual para la profesión de religiosas, promulgado por la Congregación para el culto divino el 2 de febrero de 1970. Consagración monástica. En los primeros tiempos del monaquisino la consagración monástica coincidía con la recepción del hábito monástico, como signo del abandono del mundo y de la propia entrega total a Dios. Tanto en Oriente como en Occidente estaba acompañada por una solemne celebración litúrgica. En la Edad media la cultivaron de manera especial los Benedictinos y, sobre todo, los monasterios de la reforma /" cluniacense y los /"Cistercienses. Semejante a la consagración monástica era la consagración de vírgenes. Con un reclamo a la simbología bautismal, en la época barroca se la situó en el marco de la /"profesión. como muerte simbólica para el mundo (el candidato postrado por tierra era cubierto con un sudario negro, mientras las campanas doblaban a muerto; esta costumbre se conservó en algunos monasterios incluso hasta el siglo XX). En la era moderna, tanto la consagración monástica como la de las vírgenes se han ido sustituyendo progresivamente con las ceremonias (jurídicamente establecidas) de la /"ves- tición. la entrada al /"noviciado y la /"profesión. Consejos evangélicos. En la Iglesia católica se denominan «consejos evangélicos» (a partir de la Edad media) las palabras del evangelio que no se refieren a preceptos de vida cristiana, sino a opciones «aconsejadas» que, si se siguen, son expresión de esa libertad que es don de la gracia de Dios: la decisión de no contraer matrimonio y vivir en /"castidad (o virginidad), /"pobreza y /*obediencia. Estos tres «consejos evangélicos» no pretenden fundar ningún tipo de moral dividida en dos grados, sino que siguen estando subordinados al precepto fundamental del amor a Dios y al prójimo. Los «consejos» son solamente la indicación de un peculiar camino de perfección cristiana. Desde finales de la Edad media las opciones de vida antes citadas se entendieron como consejos evangélicos tout court y se identificaron con los tres f votos monásticos. Consolación, Nuestra Señora de la. En 1858, en Tortosa (Tarragona), santa María Rosa Molas y Vallvé fundó este instituto con fines misioneros, benéficosanita- rios y docentes, «atendiendo a que las obras en que de ordinario se ejercitan las Hermanas de su instituto se dirijan todas a consolar a sus prójimos». Constituciones. Del latín constituí io, derivado de constituí*re, «constituir». Son los códigos fundamentales que regulan la vida de cada instituto religioso. Según el Código de Derecho canónico, contienen «las normas fundamentales sobre el gobierno del instituto y la disciplina de sus miembros, la incorporación y formación de estos, así como el objeto propio de los vínculos sagrados» (can. 587). Además, ex- plicitan el carisma, la espiritualidad y el fin del instituto, su naturaleza e índole, según la mentalidad de los fundadores, así como las sanas tradiciones del instituto mismo. Contemplación (del latín con- templatio, examen, contemplación). Es una forma de plegaria interior, que consiste en una mirada sencilla y amorosa a Dios y a las cosas de Dios. En el lenguaje hoy usual entre los católicos, se distingue de la meditación, que es una atenta consideración de las verdades y exigencias de la fe, caracterizada de forma más marcadamente racional por la voluntad y el método. Contemplación y meditación, de manera más o menos acentuada según el propio carisma, forman parte esencial de la vida espiritual de todas las órdenes y congregaciones religiosas. Pueden ser un grado preliminar y un elemento constitutivo de la unión íntima a través de la cual el alma se sumerge en Dios (^mística). Junta estas antiquísimas expresiones existen hoy formas de meditación caracterizadas por ejercicios, practicas y técnicas, originarias de contextos no cristianos, utilizados por cristianos y hasta en algún monasterio (por ejemplo, las técnicas de contemplación típicas del budismo-zen). Convento. En sentido propio, la palabra «convento» (del latín conventus, reunión, asamblea) designa la agrupación de los miembros de la comunidad que tienen derecho al voto (/"capítulo). Con este nombre se indica tanto la comunidad de los miembros de un monasterio o de una casa religiosa (comunidad conventual), como el edificio mismo. Conventuales (Orden de los Hermanos Menores Conventuales) /" Franciscanos. Conversos. Del latín conversus, convertidos. Se denominaron así, en los siglos IV y V, aquellos cristianos que se orientaban a un ideal de vida ascética, «convirtiéndose» a la vida monástica. En el siglo Vil, cuando la organización monástica asumió formas más definidas, el término «conversos» (fmires conversi) pasó a designar las personas que habían entrado a formar parte de la comunidad monástica en edad adulta y que, a causa de los donativos que llevaban consigo, se llamaban donati, a diferencia de los que habían sido ofrecidos al monasterio en edad infantil (pueri oblíiti, /"oblato). A este respecto hay que recordar que los monjes de la época antigua pertenecían en su mayoría al estado laical. Sólo a partir de los siglos IX y X aumentó en los monasterios occidentales el número de monjes sacerdotes, hasta llegar a ser predominante. Estos últimos se dedicaban al ministerio pastoral, y también al estudio y a la enseñanza en las escuelas monásticas. En el siglo XI se dio en los monasterios una mayor distinción entre los monjes sacerdotes, entregados al servicio coral, y los hermanos laicos, a quienes se dejaban las tareas más pesadas y las relaciones con el mundo. Junto a la antigua institución de los conversos, surgió así una nueva forma de /"monacato laical: estos religiosos pertenecían al monasterio como hermanos laicos, a los que se confiaba la realización de los trabajos necesarios para la comunidad y a los que, por esta razón, se Ies exigía un menor empeño ascético. La organización de este nuevo modo de entender la institución de los conversos se debe sobre todo a los /"Cluniacenses y a la reforma de /"Hirsau, pero también, un poco más tarde, a los /^Cistercienses y a otras nuevas órdenes. A los conversos (hermanos laicos) de las órdenes masculinas les correspondía en los monasterios femeninos una distinción análoga entre las monjas profesas, dedicadas al servicio coral (o canonesas) y hermanas conversas o laicas. De hecho, a lo largo de los siglos se fue formando en casi todas las órdenes y congregaciones una especie de distinción entre religiosos de primera y de segunda clase, incluso con situaciones jurídicas distintas. En los últimos decenios, en casi todas las órdenes y monasterios ha habido un esfuerzo por superar esta división. tratando de poner a los hermanos laicos y a las hermanas conversas en un plano lo más semejante posible al de los religiosos clérigos o, en su caso, al de las monjas profesas. Cónyuges religiosos. Desde los orígenes de la Iglesia, el matrimonio y la consagración a Dios en la virginidad no sólo fueron tenidos en gran consideración, sino que llegaron a ser objeto de una lenta y progresiva reflexión a partir del nuevo dato del mensaje evangélico. El Evangelio sirvió no sólo como regla de vida, sino que fue la base para comprender plenamente tanto la consagración en la virginidad como la antigua «institución» del matrimonio, en una doble dirección: cristocéntrica y eclesiológica. En particular, el matrimonio llegaba a ser el sacramento-signo del amor de Cristo a la Iglesia. Eran estos dos elementos intrínsecos a la unión matrimonial los que hacían que esta unión no fuera ya únicamente un hecho puramente natural, sino que entrara en el orden de la gracia para aquellos que habían aceptado el cristianismo. Y sin embargo, durante un largo período -no sin excepciones- toda una corriente dentro de la Iglesia dio preferencia al camino de la virginidad. No sólo se la consideró como una forma de vida peculiar. sino incluso como un camino que superaba en perfección a los demás. Las vírgenes y los vírgenes, que por el reino de los cielos no se casaban, ocupaban un «puesto» especial en la Iglesia por su dedicación total. No obstante, jamás hubo una devaluación del matrimonio si no en sectores extremistas, como sucedió en el montañismo. Sí se dieron, durante los primeros siglos de la Iglesia, formas un tanto peculiares de matrimonio: casados que vivieron una especie de consagración que comprendía como parte esencial la continencia y la ascesis. Si para algunos era una opción de vida, para otros, en cambio, la continencia en el matrimonio, era un compromiso que había que asumir explícitamente. Se trataba de los ministros de la comunidad, obispos, presbíteros y diáconos. Hasta el momento en que la Iglesia llegó a exigir explícitamente el celibato para sus ministros, ellos, una vez asumida la tarea de guiar a la co- munidad, se comprometían, con el consentimiento de su mujer, a vivir la continencia en el matrimonio. Refiriéndose al texto de Pablo «uniiis uxoris vir» tanto para el obispo (ITim 3.2) como para el presbítero (Til 1,6) y el diácono (ITim 3,12). en relación con 2Cor 1 1,2, toda una exége- sis vio en esta fórmula un fundamento de la continencia conyugal para los ministros y en ella se basaba la lev canónica del siglo IV al hablar de la continencia y del celibato como una praxis enseñada por los apóstoles y mantenida desde la antigüedad (cf Concilio de Cartago, en CCL 149.13). Las esposas de los ministros estaban especialmente asociadas al ministerio de sus maridos, hasta el punto que en la Iglesia gálica se llamaban «epis- copia», «presbitera» o «diaconi- sa», según el grado de ministerio de su esposo, y vivían entre ellos como hermanos y hermanas, tal como la misma Iglesia recomendaba. Aparte esta forma de vida matrimonial propia de los ministros de la Iglesia, con la llegada del monacato, no sólo las personas individualmente lo dejaron todo para vivir el cristianismo como una forma de martirio incruento, sino también parejas de casados, especialmente después de experiencias particularmente doloro- sas, se decidieron a abrazar la vida monástica, dando origen a un movimiento de espiritualidad matrimonial en la continencia y la ascesis. Con todo, no se trata de una forma reconocida jurídicamente y prevista por la Iglesia, sino de experiencias de parejas aisladas que, respirando un clima de especial fervor y ascesis, decidían transformar su unión en una nueva forma de vida que los comprometía a una continua renuncia a la unión sexual. Encontramos, por ejemplo, en los primerísimos años del siglo IV la pareja de Pi- niano y Melania, que, tras la muerte de sus dos hijos, se trasladaron a Sicilia, llegando hasta el norte de Africa para establecerse allí llevando vida monástica. Contemporáneamente Paulino y su mujer Terasia hicieron la misma experiencia. La muerte de su hijo único no sólo aceleró el proceso de conversión, sino que provocó también su decisión de dedicarse totalmente a la ascesis, dando vida, junto a la tumba del mártir Félix en Ñola, en Campa- nia, a una comunidad monástica masculina y otra femenina respectivamente. Son casos que se verificaron dentro de la corriente monástica, donde era fuerte la atracción hacia la vida ascética, hasta el punto de que hubo parejas que la practicaban en su propia casa, sin acudir a lugares especiales (cf Atanasio, Curta a Draconio). Tertuliano nos informa, en cambio, de que muchos laicos vivían la continencia «pro cu piel i tute regni coele stis» dentro del matrimonio (Ad uxorem, 1,6). En este apunte de Tertuliano se percibe claramente toda aquella dimensión escatológica que caracterizó la Iglesia de los primeros siglos. En los umbrales de la Edad media, el deseo de parejas de casados de vivir una vida monástica estaba muy lejos de haber pasado de moda, cuando con el can. 340 el II concilio de Nicea (787) aprobaba que los casados pudieran dedicarse a la vida monástica en monasterios masculinos y femeninos «porque Dios se complacerá ciertamente en ello». Hay que notar la preocupación de diferenciar las comunidades femeninas de las masculinas, aun en el caso de que se tratara de cónyuges, lo que hace suponer que la opción monástica se consideraba como definitiva también para quienes ya habían contraído matrimonio. Posteriormente encontramos casos de viudas y viudos que dejan el mundo para entregarse a la vida contemplativa o, en la época moderna, también activa, en el mundo. En todo caso, fue haciéndose más rara una consagración posterior a la del matrimonio, fuera del caso de cónyuges que vivían una determinada espiritualidad, o por propia opción, como acontece aún hoy con los miembros de terceras órdenes (^terciarios) o de los movimientos. Cooperadoras de Betania (CdB). Fruto del corazón bondadoso de su fundador, el sacerdote diocesano D. Pedro García Cerdán (1887-1972), nacieron en Valencia, el 10 de mayo de 1925, para ser. como Marta y María con Jesús, en Betania, cooperadoras de la vida y ministerio de los sacerdotes. Cooperadores parroquiales. Fundador de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey (CPCR) es el P. Francisco de Paula Vallet (1883-1947). Primero jesuíta, abandonó la Compañía de Jesús para dar comienzo a una nueva congregación de sacerdotes y hermanos, dedicada, según sus propias constituciones, a «la evangelización de los hombres (varones) adultos con el fin que motiva el nombre- de cooperar a la animación espiritual de la parroquia, célula primera de la Iglesia». De acuerdo con su espiritua- lidad ignaciana, concede gran importancia a los ejercicios espirituales. Con el mismo espíritu y finalidad, el fundador dio vida, en 1943, a las Cooperatrices Parroquiales de Cristo Rey. Coral (en latín cantus choralis, canto coral). Se denomina así en la tardía Edad media al canto monódico, / gregoriano. El tér- mino proviene del coro de los monjes en el lugar del presbiterio a ellos reservado (coro). Coral, libro. Es un libro de eran tamaño, escrito a mano en la Edad media, y más adelante también impreso, que contenía textos y anotaciones musicales, y se colocaba sobre un atril o facistol para permitir a los cantores el canto común durante las celebraciones litúrgicas. Libros corales para el canto coral monódico (/gregoriano) estuvieron en uso desde el siglo XIII al siglo XVIII, y para la música polifónica desde el siglo XV al XVII. Coral, servicio. Servicio del coro o servicio coral es la celebración (diaria) común del oficio divino, al que están obligados los miembros de un monasterio, de un capítulo (por ejemplo, el cabildo de la catedral o de la colegiata) o de una orden religiosa (en los conventos y monasterios masculinos y femeninos). El servicio coral comprende por regla la celebración común de la eucaristía (oficio conventual, misa conventual) y la oración coral común (/liturgia de las horas). Cora/onistas /Sagrado Corazón de Jesús, hermandades y congregaciones del: /Sagrados Corazones, Padres de los. Coro (del griego khorós, en latín chorus). En la antigua Grecia esta palabra indicaba originalmente el espacio reservado a las danzas cultuales; de este uso, pasó a designar más adelante las personas involucradas y el texto del canto que se recitaba. En la arquitectura eclesiástica se convierte en «coro» el lugar de la iglesia reservado a los cantores. Posteriormente el término pasó a designar el lugar en que los monjes y los miembros de los cabildos catedralicios o de las colegiatas se reunían para la oración coral (servicio /coral). En la antigüedad cristiana y en la Edad media este espacio se encontraba ordinariamente delante del altar mayor; posteriormente, también a los lados o detrás del altar mayor, sobre una galería superior o matroneo (en la época barroca, regularmente para los cantores y la orquesta, pero con frecuencia usado también para el servicio coral en las iglesias monásticas barrocas). En sentido estricto, se entiende por coro de una iglesia el espacio delimitado enfrente del altar mayor, a cuyos lados se colocan los escaños o asientos del coro, con frecuencia artísticamente labrados, donde el clero regular o los cañó- nigos recitan las horas litúrgicas. Las iglesias góticas, sobre todo en España, sitúan el coro en la nave mayor, donde aparece cerrado por una verja ante el crucero y rodeado en los otros tres lados por el muro del trascoro. Por respeto a la clausura, el espacio coral de los monasterios femeninos está regularmente situado en una galería superior o matroneo (coro de monjas), dotado de ventana enrejada. Según las funciones o la estructura y posición arquitectónica, en las grandes iglesias medievales se distinguen también el coro oriental y el coro occidental, el coro elevado o coro alto (sobre una cripta) y las capillas corales, limítrofes con el coro propiamente dicho. En algunas iglesias monásticas, utilizadas por monjes y monjas, existían coros rigurosamente separados para la oración litúrgica. Un importante ejemplo de doble coro se conserva en la iglesia del monasterio brígido (Brígidas) de Altomünster (Alta Baviera). Los grandes monasterios, sobre todo en la época barroca, además del coro invernal, poseían también un coro estivo para la liturgia de las horas. En el lenguaje musical con el término coro se entiende el grupo de cantores que ejecutan juntos algunas composiciones (coro masculino, femenino, mixto, de voces blancas). Costumbres (en latín consuetudi- nes, costumbres). Son los decretos de aplicación de las reglas monásticas, adaptadas al tiempo y a las circunstancias concretas. Se hicieron necesarias cuando los Benedictinos se difundieron por todo el Occidente. Colecciones de estas consuetudines, adaptadas a las situaciones particulares, se encuentran en los más importantes centros de vida monástica, a partir de los siglos VUI-IX; posteriormente se encuentran en los diversos tipos de orden religiosa (como observancias, estatutos, constituciones y otros, además de las específicas reglas monásticas). Sin embargo, progresivamente fueron cristalizando en formas más bien rígidas. Costumbres estables siguen existiendo también en muchas corporaciones religiosas actuales. Cruciferos. Se denominan así diversas órdenes y congregaciones de la Iglesia católica, cuyos miembros tienen como símbolo una cruz (en latín cruciferi, cru- cigeri, cruciati, de crux, cruz). En sentido estricto se llaman cruciferos los miembros de las Ordenes hospitalarias y militares, nacidas independientemente las unas de las otras durante los siglos XII y XIII. Tienen en común la devoción a la santa cruz y los orígenes, generalmente oscuros, en la época de las cruzadas. Los más importantes son: /. Los Canónigos Regulares de la Orden de la Santa Cruz (Ordo Sanctae Cruéis), nacidos a mediados del siglo XIII en la diócesis de Lieja, cuyas constituciones fueron aprobadas en 1248 por el obispo de Lieja, por encargo del papa Inocencio IV. Se difundieron sobre todo en los Países Bajos, en Francia, Inglaterra y Alemania occidental y tuvieron su momento de máximo florecimiento en el siglo XV. Hoy están aún presentes en los Países Bajos, Africa y América meridional. 2. La Orden de los Cruciferos con cruz y estrella roja, o sencillamente Cruciferos de la estrella roja (Canónigos Regulares), que se remontan al Hospital de san Francisco de Praga (fundado en torno al 1231). En el siglo XV la primitiva hermandad hospitalaria fue transformada en congregación de clérigos regulares. Se difundieron sobre todo en Bohemia, Silesia y Polonia. Esta reducida orden militar está presente en Alemania y, desde hace poco, en la República Checa y Eslovaquia. 3. Los Cruciferos portugueses u Orden de Canónigos Regulares de la Santa Cruz de Coim- bra, fundada en I 132 en la catedral de Coimbra. En 1135 obtuvieron del papa Inocencio II el privilegio de la exención, adquiriendo después gran importancia en Portugal y España. La orden fue suprimida en 1833. 4. Los Cruciferos italianos u Orden de Cruciferos de Bolonia, nacidos de una pequeña hermandad hospitalaria, reunida en torno al cruzado Cleto de Bolonia, y aprobados por el papa Alejandro III en 1169. La decadencia de la comunidad comenzó muy pronto; en 1591 la Orden consiguió los privilegios de las órdenes ^mendicantes, pero en 1656 fue suprimida por Alejandro VIL 5. Los Cruciferos polacos u Orden de Cruciferos del Corazón Rojo, de la Penitencia de los Santos Mártires, nació alrededor de 1250 y fue aprobada en 1256 por el papa Inocencio IV con la regla de san Agustín, aunque pronto fue contada entre las órdenes mendicantes. Su sede más importante fue Cracovia. La época más significativa de la Orden fue el comienzo del siglo XVI (difusión en Polonia, Lituania y Bohemia). Sobrevivió en Lituania hasta el siglo XIX. Cuestación. /. Premisa. Por cuestación se entiende la recogida de limosnas de puerta en puerta, realizada por un representante de una orden religiosa de forma sistemática y habitual. La palabra proviene del latín quaestus, una contracción de quaesitus, de quite re re, «buscar». Popularmente esta práctica se denominó también «rebusca». En este sentido queda excluida cualquier otra forma de «recogida de bienes, ofertas o alimentos», que puede llevarse a cabo dentro de la comunidad cristiana, como puede ser la «colecta litúrgica», la solicitud de subvenciones a través de boletines o cartas dirigidas a amigos y bienhechores, o bien las colectas ocasionales, debidas a especiales exigencias, situaciones y necesidades. Esta práctica tradicional tiene como finalidad propia no la respuesta a una necesidad o iniciativa específica, como puede ser la realización de una obra, o la ayuda para determinados desastres, sino para el sustento de la orden. La razón y los valores que mantuvieron esta práctica a lo largo de los siglos fueron muy diversos: el testimonio del seguimiento radical de Cristo; la exigencia de vivir y testimoniar la pobreza, la humildad y el espíritu de sacrificio; el valor penitencial del gesto; el deseo de abandonarse a la Providencia y testimoniar la libertad de los bienes y valores efímeros; el sustento de la orden misma, de una casa o comunidad; la exigencia apostólica, tanto en el sentido de un contacto personal vivo como en el de sostener diversas iniciativas apostólicas; el deseo de socorrer a las necesidades de los pobres y necesitados. 2. Historia. Su historia está relacionada con los aspectos más generales de la vida religiosa, como la pobreza, la posesión personal y comunitaria de bienes, el trabajo, la dote, la itineran- cia... Para los monjes itinerantes y ermitaños aislados, la cuestación fue algo casi natural; pero asumió nuevas dimensiones y perspectivas cuando su práctica fue adoptada por comunidades enteras y, como consecuencia, tuvo que «institucionalizarse» como medio de sustento previsto por las reglas. Como toda obra humana, también la cuestación se sitúa bajo el signo de la ambigüedad, por lo que junto a espléndidas y fúlgidas figuras de cuestores, ha habido figuras menos heroicas y santas. Además, los abusos de esta práctica han provocado no sólo el interés y el deseo de reglamentación por parte del derecho canónico y civil, sino, por parte de este último, en determinadas épocas (la Reforma protestante, las supresiones del siglo XIX), el intento de suprimirlas por medio de la legislación. declarando la cuestación y la misma vida religiosa como dañosas para la sociedad y contrarias a la naturaleza y a los derechos de la persona. Especiales situaciones de dificultad económica, y a veces los prejuicios, hicieron que las desviaciones en el uso de esta práctica provocaran la hostilidad por parte de la población, manifestada en la burla y la sátira áspera, dura y a veces hasta vulgar. En la antigüedad la cuestación era un gesto espontáneo y casi natural por parte de personas que tenían necesidades especiales. En las primeras comunidades cristianas era una práctica normal recurrir a recogidas, o colectas, para ayudar a personas o comunidades necesitadas. Se recurría a la práctica de poner los bienes en común (He 4,32s) para distribuirlos según las necesidades de cada uno, aunque se recomendaba a todos que trabajaran para el sustento. El monacato de los comienzos practicó la pobreza evangélica y el trabajo en favor de los pobres, mientras recurría a los bienhechores o a la limosna sólo ocasionalmente. La solicitud de algunos monjes por vivir sólo de la limosna fue rechazada como «peligrosa tentación». En la Edad media la difusión de los movimientos paupe- ristas, la movilidad de las personas, el nacimiento y difusión de las órdenes mendicantes llevó, a partir del siglo XIII. a la institucional ización de la cuestación. A diferencia de las tradicionales órdenes monásticas, fundadas en la propiedad común de bienes y, por tanto, dotadas de posesiones para trabajar de acuerdo con las prescripciones de las reglas, los ermitaños de Grandmont (en la diócesis de Limoges, en el siglo XIII) fueron de los primeros en introducir la cuestación como medio de sustento, a consecuencia de su rechazo de la posesión de bienes comunes. La cuestación. en este caso, era el medio necesario y concreto de sustento para una orden dedicada a la contemplación y a la pobreza personal y comunitaria. Esta práctica, adoptada también por otras órdenes, no planteó especiales problemas jurídico-institu- cionales a los canonistas del siglo XII; pero con el nacimiento de los diversos movimientos pauperistas ortodoxos y heterodoxos, como los valdenses y posteriormente las órdenes ^mendicantes, el problema apareció con toda su urgencia. Para los ^Dominicos la cuestación tenía una finalidad apostólica, ya que permitía al religioso poder mantenerse durante su predicación itinerante hasta los límites de la cristiandad, o durante los grandes viajes misioneros. El derecho canónico la justificaba como un caso particular de una persona que se ponía al servicio de los demás, y que, por tanto, tenía derecho a su recompensa. Los Franciscanos, en cambio, recurrieron inicialmente a la cuestación cuando el trabajo manual no era suficiente para garantizarles lo necesario (cf Regula bul lata, c. V-VI, en Fuentes Franciscanas, nn. 88-90). La gran difusión de los Mendicantes y su pastoral al servicio de las necesidades de la Iglesia creó naturalmente la necesidad de tener lugares de estudio, bibliotecas bien provistas y personal dedicado al estudio y a la formación de otros hermanos, por lo que la práctica de la cuestación se fue difundiendo cada vez más y, junto con ella, también los primeros conflictos con el clero regular y de unas órdenes con otras. Frente a las acusaciones contra los religiosos, santo Tomás intervino subrayando el servicio que ellos prestaban a toda la Iglesia (Sum. Th. II-II, q. 187, a. 4-5). De ese modo se llegó a la reglamentación y a la necesidad de autorización para ejercer la cuestación. Un caso especial de cuestación fue la que ejercieron algunos Hermanos Menores encargados del sustento de las Clarisas (/*Franciscanos) que, aunque era una orden contemplativa, y por lo tanto obligada a la clausura, había rehusado el planteamiento típicamente benedictino, para atenerse a la más estricta observancia de la pobreza de san Francisco (Fuentes Franciscanas, n. 2817). Esta práctica la asumieron también otras comunidades femeninas no franciscanas, aunque poco a poco a algunos «laicos religiosos de la rama masculina» los sustituyeron, al menos en parte, las «sórores extra mo- nasterium servientes». Con el franciscanismo la cuestación asumió un valor eclesial, en el sentido de que se vivió cada vez más como acto de humildad, de abandono a la Providencia y de caridad (se pide para dar a los pobres). Este tipo de cuestación no debe confundirse con otras formas de limosna, como la que se realiza para recoger fondos para las cruzadas, para la construcción de iglesias, hospitales, etc., a las que, con frecuencia, se vinculaba la concesión de indulgencias y beneficios espirituales, y cuyos encargados tomaron el nombre de quaestores. La cuestación, tanto la que practicaban las órdenes como la que practicaban los quaestores, a pesar de estar reglamentada y prevista su autorización, fue objeto de diversos abusos, por lo que los papas y los concilios tuvieron que intervenir varias veces. Aquí recordaremos únicamente que para eliminar los abusos, el concilio de Trento (Ses. XXV. De Regularibus et monialibus, c. III) impuso a todos los religiosos «la posesión común», con la excepción de los Hermanos Menores y los Capuchinos, pensando resolver así el problema del sustento necesario sin tener que recurrir a la limosna. Sin embargo hubo quien quiso interpretar la prescripción conciliar en sentido rígido, afirmando que tampoco los Mendicantes tenían ya derecho a la cuestación, por lo que surgió una nueva polémica. Pío V aclaró la situación con la bula Etsi Mendicantiutn del 16 de mayo de 1567, con la que declaraba que a los Mendicantes, que por regla debían observar la pobreza personal y comunitaria y vivir de limosna, no se les podía negar su ejercicio. A lo largo de la historia, los casos más conflictivos fueron: el derecho a la cuestación de los Mendicantes sin necesidad de pedir autorización al obispo en cuya diócesis estaba el convento; la petición de autorización al Ordinario si la cuestación se hacia fuera de la diócesis; y la obligación de respetar los «limites y las precedencias» entre las diversas órdenes existentes en la misma diócesis. Los papas prescribieron que los religiosos hicieran la cuestación personalmente, sin delegar en otros, y en tiempos más recientes han procurado evitar la formación de nuevos institutos que fundaran su subsistencia en la cuestación, especialmente en el caso de fundaciones femeninas. Los Franciscanos tenían un permiso especial para la cuestación en favor de Tierra Santa. El código de derecho canónico de 1917 afrontó el problema en los cánones 621 624; 691; 1503; 2327. El Vaticano II no trató la cuestión de forma específica, y la carta apostólica de Pablo VI, Ecclesiae sánetele del 6 de agosto de 1966 reafirmó el derecho de los Mendicantes a la cuestación, subordinando su ejercicio a la reglamentación de las conferencias episcopales de cada nación. El código actual habla de ello solamente en el n. 1265 § 1-2, donde, además de dejar a salvo el derecho de los Mendicantes, prohíbe a cualquier persona física o jurídica recoger dinero para cualquier fin o institución sin permiso escrito del propio Ordinario, o del Ordinario del lugar. Además se afirma que las conferencias episcopales pueden establecer normas para la cuestación, que han de ser respetadas por los Mendicantes. 3. Conclusiones. La cuestación ha sufrido el influjo de las condiciones del tiempo, de la mentalidad y de su evolución; por eso, si en el contexto de una sociedad típicamente agrícola era más fácil de entender, actualmente, en una sociedad acentuadamente industrializada, su aceptación resulta mucho más difícil. No es casualidad que en muchos edificios de las grandes ciudades aparezcan letreros que desaconsejan o prohíben esta práctica tan poco grata. Sus frutos, además de los inmediatamente económicos, han sido pastorales y ascéticos; entre ellos un mayor arraigo y difusión del catolicismo, la atención pastoral de familias o viviendas difícilmente accesibles para la acción pastoral ordinaria, la aproximación a personas consideradas «alejadas de la fe y de la Iglesia», el reclutamiento vocacional, el establecimiento de relaciones humanas y amistosas entre el cuestor y las familias visitadas, y, finalmente, la santidad de muchos cuestores de todas las épocas y ambientes. Entre muchos recordemos a Félix de Cantalicio (t 1587) en Roma, Ignacio de Laco- ni (t 1781) en Cagliari, Francisco María de Camporosso (t 1866) en Génova. La figura del cuestor en determinadas órdenes, como los Menores y, sobre todo, los Capuchinos, ha llegado a ser una de las figuras más típicas y representativas, casi un símbolo de la misma orden, alcanzando un notable grado de popularidad, manifestada frecuentemente en expresiones poético-artísticas. Baste recordar aquí la figura de fray Galdino y la definición de cuestor que él mismo da en el capítulo III de Los novios, de Alejandro Manzoni: «Nosotros somos como el mar, que recibe agua de todas partes, y vuelve a distribuirla a todos los ríos». Para terminar, recordemos que la «sociedad civil», muchas organizaciones laicas de diversa naturaleza y finalidad, y distintos grupos religiosos, incluso no católicos, recurren hoy a varias formas de «recogida» pública o privada para responder a las más diversas necesidades. Damas, capítulo de. «Capítulo de damas» (en alemán Damestift) es el título que, a partir de la tardía Edad media, designa las antiguas colegiatas nobiliarias reservadas a las ^eanonesas, que habían abandonado la vida monástica en sentido estricto. Generalmente sólo la superiora (abadesa, decana, priora) estaba vinculada por votos; las otras damas vivían en una comunidad conventual bastante mitigada, con pocas obligaciones de participación al coro; podían incluso trasladarse, aunque en ese caso perdían sus prebendas. En el Sacro Imperio Romano había un número considerable de libres capítulos de damas (dependientes directamente del Imperio); por ejemplo, Buchau, Essen. Lindau. Obermünster y Niedermünster en Ratisbona. En época moderna, junto a estas, fueron instituidas como capítulos de damas algunas comunidades nobiliarias (para proveer a las mujeres no casadas de familia noble); por ejemplo en Briinn (Bino) en 1654, en Praga en 1701 y 1755, en Innsbruck en 1765, en Viena en 1769. en Munich en 1783 (Santa Ana). En la Alemania evangélica, diversos mo-nasterios femeninos siguieron subsistiendo incluso después de la reforma protestante como capítulos de damas (para mujeres no casadas de familia noble); por ejemplo Gandersheim, Herford y Quedlinburg. Damas de la Asunción de Nuestra Señora. María Bartolomé y Errazu fundó en Burgos esta congregación, dedicada a la educación cristiana de la juventud, el 27 de agosto de 1927. Damas Inglesas /"Bienaventurada Virgen María, Instituto de la. Dehonianos /"Sagrado Corazón de Jesús, hermandades y congregaciones del. Derecho canónico, derecho eclesiástico. En general, el término de derecho eclesiástico (o derecho de la Iglesia) indica el conjunto de normas emanadas por una Iglesia para regular la vida de su comunidad eclesial. La expresión «derecho eclesiástico» es ambigua, ya que indica tanto el derecho de una Iglesia (derecho canónico) como el conjunto de normas emanadas por el Estado en materia eclesiástica. Ateniéndose a la anterior definición hay que distinguir un derecho eclesiástico (canónico) católico-romano (latino), ortodoxo, evangélico, anglicano, etc. En las Iglesias cristianas, aunque de diferentes modos en cuanto a forma y amplitud, se distingue generalmente entre derecho divino (dado por Dios en la revelación) y derecho humano. En el ámbito de este volumen importa sobre todo el derecho eclesiástico católico-romano («derecho canónico» en sentido propio). Dada la existencia de dos grandes ámbitos jurídicos de pertenencia dentro de la Iglesia católica, hay que distinguir, además, el derecho de la Iglesia /"latina y el derecho de las Iglesias orientales unidas con la Iglesia católica (Iglesias ^uniatas). Para el monacato y para los religiosos valen, generalmente, las normas del derecho canónico y las reglas, constituciones, etc., de cada orden o congregación. El primer milenio de la historia de la Iglesia se caracterizó por un gran número de colecciones de fuentes jurídicas, tanto en Oriente como en Occidente. En la Iglesia latina (católica), fuente primaria del derecho de la Iglesia a lo largo del segundo milenio ha sido el Corpus juris canonicé, válido hasta Pentecostés de 1918. Sus componentes esenciales (en parte colecciones oficiales, en parte no oficiales) son: 1) El decreto de Graciano (colección de fuentes jurídicas realizada en torno al año 1 140 por el monje y ntagister Graciano de Bolonia); 2) las decretales de Gregorio IX (recogidas por Raimundo de Peñafort y promulgadas en 1234, denominadas también Líber Extra); 3) el Líber Sextas de Bonifacio VIII (promulgado en 1298); 4) las elementólas (Clementinae Consti- tutiones, promulgadas en 1314 por Clemente V, revisadas por Juan XXII en 1317); 5) las dos colecciones de Extravagantes, es decir las Extravagantes de Juan XXII y las Extravagantes commu- nes (decretales pontificias desde Bonifacio VIII hasta Sixto IV). Además de esto, existieron y existen fuentes jurídicas conciliares (colecciones de cánones o decisiones conciliares), fuentes pontificias de naturaleza diversa, concordatos (tratados entre la Santa Sede y un Estado o monarquía) y fuentes particulares de derecho canónico. Fuente principal del derecho de la Iglesia católica en el siglo XX es el Codex juris canonici, promulgado en 1917, que entró en vigor el 19 de mayo de 1918, fiesta de Pentecostés; ha sido sustituido por el Codex juris ca- nonici promulgado el 25 de enero de 1983 y vigente a partir del 27 de noviembre de 1983 (primer domingo de adviento). Derecho de los religiosos (derecho propio). En la Iglesia católica el derecho de los religiosos es, en sentido amplio, el conjunto de normas que regulan la vida de una comunidad religiosa, tal como se desprenden de la regla, de las constituciones y de la tradición de cada instituto. En este sentido, el desarrollo del derecho de los religiosos, como también los diversos modos de definir las sociedades de vida consagrada, sigue de cerca la historia del estado de vida religiosa, en todas las formas que ha ido asumiendo en el pasado y que asume aún hoy. Como partes fundamentales del derecho propio de los religiosos se pueden citar: el derecho general, como ámbito legislativo de referencia (Codex juris canonici 1917: can. 487-681; Codex juris canonici 1983: can. 573-746), los textos normativos de cada orden (regla, decretos ejecutivos en la observancia, estatutos, constituciones, costumbres, etc.), y los decretos pontificios particulares (por ejemplo exenciones y privilegios). El actual Código de derecho canónico (1983) establece el ámbito de referencia general en la III parte, dedicada a las «agrupaciones de la Iglesia»: los institutos de vida consagrada según los consejos evangélicos (normas comunes, institutos religiosos e institutos seculares), las sociedades con particulares fines apostólicos (sociedades de vida apostólica), y las prelaturas personales (como el O pus De i). Desamortización. En concomitancia con el proceso de secularización que tuvo lugar en torno al año 1800, y que se prolongó durante un cuarto de siglo cargado de acontecimientos revolucionarios, en casi todos los países de Europa y América Latina muchas sedes episcopales, con sus respectivos cabildos catedralicios, y la mayoría de los conventos y monasterios fueron suprimidos por las autoridades gubernamentales, y sus bienes expropiados y confiscados; numerosas iglesias y conventos fueron profanados, subastados o destruidos. En la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, por lo que se refiere a monasterios, órdenes y congregaciones, se dieron continuamente supresiones, expulsiones y embargos patrimoniales por parte del Estado. En España, aunque forma parte de ese fenómeno mucho más complejo, se conoce por desamortización la serie de disposiciones promulgadas entre 1835 y 1837, que suelen ir asociadas al nombre de Juan Alvarez Mendizábal, para la venta de los bienes de la Iglesia, con la supresión de las órdenes religiosas. La situación terminó con dos acuerdos (1851 y 1859) con la Santa Sede, que aceptaban el hecho consumado de la desamortización, a cambio de una dotación para el clero y la devolución de los bienes no vendidos. Toda Francia y buena parte de Alemania y de otros países llevan aún hoy, según los historiadores, las marcas de estas devastaciones tanto culturales como religiosas. f Supresiones, f Secularización. Descalzos. Del latín discalceati, «descalzos». Es el nombre con que se conoce a los miembros de órdenes que llevan sólo sandalias o van completamente descalzos, en señal de pobreza o penitencia. Además de algunas órdenes o congregaciones reformadas, como los Capuchinos, también otros, como los Carmelitas, los Serví tas, los Pasionistas, etc., consideraron como un deber andar siempre descalzos. Más tarde, con la revisión de las Constituciones, estas disposiciones fueron, con frecuencia, derogadas. Entre las descalzas figuran también algunas órdenes femeninas, como las Clarisas, las Capuchinas, las Carmelitas y las Agustinas. Devotio moderna. El final de la era medieval conoció el desmoronamiento lento e imparable de aquellos principios que la habían mantenido durante tanto tiempo. Aquel ordo universcdis en que se fundaba la única cultura y el único poder, espiritual y político al mismo tiempo, iba declinando. El tiempo de la teocracia papal e imperial iba dejando lugar a los estados independientes que se iban consolidando lentamente contra todo intento de intromisión. En el campo más propiamente cultural, la universal objetividad del saber expresado por las Summae cedía su puesto a otro método de investigación científica. La filosofía y la teología andaban a la búsqueda de una nueva vía para el estudio y pro- fundización de las cuestiones particulares, que anteriormente quedaban casi como absorbidas en síntesis omnicomprensivas. Es el siglo XIV el que registra todos estos cambios. De la teocracia universal al poder particular, de la síntesis universal del saber a la discusión de cada una de sus partes. Es la via moderna que se va afirmando contra la via antiqua, que había tenido en los pensadores del siglo XIII sus grandes artífices y maestros. La via moderna del nominalismo se asentará como novedad no sólo metodológica, sino también de contenido: ya no será lo universal lo que interese a la especulación filosófica y teológica, sino lo particular, lo concreto; Ockham es el primer maestro de esta nueva corriente. De lo universal a lo particular, pues. En esta línea se sitúa esa corriente de espiritualidad, que comenzó en el siglo XIV en los Países Bajos y se mantendrá durante todo el siglo XV hasta la reforma protestante, que se denomina devotio moderna. Una espiritualidad moderna, nueva, que pondrá en el centro no ya la mística, como alta expresión de espiritualidad, sino la práctica de la vida espiritual. La atención se centra en el concepto de la vida cristiana con una clara tendencia prácticoafectiva: el punto de referencia constante será la imitación del Cristo histórico. La lectura de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia servirá al devoto para que consiga reproducir en su propia vida cuanto Jesús realizó durante su existencia terrena. Rechazará cualquier forma de especulación, como la que podía existir en la mística alemana del maestro Eckhart, se centrará solamente en el corazón del acontecimiento histórico de Cristo para poder reproducirlo en la propia vida. La carga afectiva sustituirá a la especulativa y mística. Ya no será necesario el conocimiento intelectual y mucho menos las expresiones religiosas puramente exteriores, sino la vida concreta. El libro más difundido después de la Sagrada Escritura, la Imitación de Cristo, de autor desconocido, aunque es casi seguro que perteneció al círculo de escritores de esta corriente espiritual, es la máxima expresión de la espiritualidad y el método seguido por la devotio moderna. Padre y fundador de esta corriente espiritual, que caracterizó a los Países Bajos y a la Alemania de los siglos XIV y XV, fue Gerard Groote (1340-1384). Convertido profundamente al cristianismo, después de un período de estudios en diversas ciudades europeas, gracias a un encuentro con el prior del monasterio cartujo de Monnikhuizen, en Arnheim, Groote puso los cimientos de la nueva espiritualidad: entregarse a Dios en una vida activa. Ordenado diácono para poder predicar, sin llegar jamás a ser sacerdote por considerarse indigno, Groote hizo de su existencia una continua predicación que llevaba el sello de los grandes predicadores de su tiempo: guerra contra una devoción puramente exterior, contra la simonía y el concubinato del clero y contra la inobservancia de los votos religiosos. Todo esto no podía no tener consecuencias. La hostilidad del clero, acusado públicamente, y la oposición de los religiosos no observantes, le acarrearon la prohibición de predicar por parte de su obispo, hasta su muerte, acaecida el 20 de agosto de 1384, a causa de la peste. Su herencia espiritual continuó viviéndose en tres comunidades diferentes por él fundadas. Se trata de los /"Hermanos y Hermañas de la vida común y los Canónigos Regulares de f Windes- heim, en Zwolle, más monástica esta última, que posteriormente se organizará como una verdadera congregación. Fieles al espíritu del iniciador de este movimiento, y bajo la guía del discípulo de Groote, Florencio Ra- dewijns, los Hermanos y Hermanas de la vida común llevaban una vida en la que se alternaba la contemplación y la acción. Trabajo y oración se dividían la jornada. Su relación con el exterior de la casa donde vivían y en la que, a diferencia de los Begardos y las Beguinas de su tiempo, tenían todo en común, favorecía un contacto, sobre todo, con la juventud, que hizo que se desarrollara una interesante pedagogía, que podemos conocer a través de los cuatro tratados de Di re de Herxen: Tractatus de iaven i- bus trahendis cid Christum; De innocentia sérvemela: Libellus ele parvulis trahendis ad Christum; Libellus de laudabili studio eo- rum frahentium. La conducción del nuevo estilo de vida consagrada, entre la intimidad de la casa y la acción externa, provocó una auténtica reacción no sólo por cuestiones frívolas, como la traducción de los evangelios a la lengua vulgar, la asistencia espiritual de los Hermanos a las Hermanas, o el trabajo artesanal que podía hacer competencia a los artesanos del tiempo, sino una reacción mucho más profunda que llega a tocar el nervio central. El dominico Mateo Grabow sostuvo en el concilio de Constanza que no podía existir verdadera consagración fuera de las órdenes reconocidas por la Iglesia. Esto demuestra claramente la dificultad para comprender la novedad de este movimiento espiritual que no se identificaba en absoluto, ni en el estilo de vida ni en el contenido del carisma, con otros movimientos y órdenes religiosas oficialmente reconocidos. En todo caso, la devotio moderna marcó una etapa fundamental en la espiritualidad de los siglos XIV y XV. Algunos de sus elementos -la lectura de la Sagrada Escritura, la intimidad, la huida de la especulación filosófica y teológica, la condena de una religión puramente exterior como el culto a las reliquias, la falta de una clara eclesiología- si en algunos aspectos sirvieron para la reforma de la Iglesia, en otros se identificarán, sin pretenderlo, con la Reforma protestante. Esta es la razón por la que. en los Países Bajos, mientras algunos devotos fueron ajusticiados, otros no tuvieron problema en pasarse a la Reforma. Diácono, diaconisa, diaconado, diaconía. En la Iglesia antigua, el diácono (en griego diakonos, sirviente) ayudaba al obispo y al presbítero en el gobierno de la comunidad, ayudaba al obispo en la liturgia, en la asistencia a los pobres y en la administración de los bienes de la Iglesia. En la Iglesia antigua las diaconisas eran mujeres que, después de recibir una especial bendición del obispo («ordenación»), lo asistían en cometidos y servicios dentro y fuera de la Iglesia. En la Iglesia occidental (Iglesia /"latina), el diaconado permanente desapareció durante el primer milenio, al prevalecer el orden del presbiterado, hasta el punto de que el diaconado se redujo a un grado transitorio (primer grado) del sacramento del orden, que en la doctrina católica comprende tres grados (diaconado, presbiterado y episcopado; borden sagrado). A lo largo de la Edad media las tareas sociales del diácono las fueron asumiendo las órdenes religiosas y las hermandades laicales (hermandad). Con el Vaticano II el diaconado ha comenzado a renacer en la Iglesia católica, como momento de práctica pastoral en preparación al presbiterado y también como «diaconado permanente» (a partir de 1967, en parte sin la obligación del ^celibato). con tareas de predicación, administración de sacramentos, asistencia litúrgica y también guía de comunidades. En las Iglesias f ortodoxas el diaconado es, como en la Iglesia católica, el primer grado del orden sagrado; pero las tareas del diácono son casi exclusivamente de tipo litúrgico. En las Iglesias evangélicas el diaconado se ha mantenido, en parte, como cargo con funciones de servicio (en la Iglesia reformada de Calvino el diaconado es uno de los cuatro oficios: predicador o pastor, doctor, anciano y diácono); en parte ha resucitado en el siglo XIX gracias a los teólogos Theodor Fliedner (1800- 1864) y Johann Heinrich Wichern (1808-1881) en la institución de la Diakonie o «diaconía» (del griego diakonia, servicio, servicio fraterno): el diácono y su correspondiente femenino, la diaconisa, con su servicio (profesional) de amor generoso y gratuito dentro de la comunidad cristiana, sobre todo en la asistencia a enfermos, desadaptados o víctimas de todo tipo de sufrimiento. corporal o espiritual. La formación de los hermanos, diáconos y diaconisas, para sus servicios específicos, tiene lugar en instituciones destinadas a ese fin. La diaconía evangélica experimentó una notable expansión en los años que siguieron a la II Guerra mundial; en 1957 la Hil- fswerk (Obra asistencial) de la Iglesia evangélica alemana y la Innerc Mission (Misión interna) se asociaron en el DiakoniscJies Werk (Obra diaconal) de la Evangelische K i relie in Deuts- chliind (Iglesia Evangélica en Alemania). Dieta del Imperio. En el ?Sacro Imperio Romano, la dieta era la reunión de los estados (los príncipes, los señores territoriales, los prelados y las ciudades imperiales) del Imperio ante el emperador, convocados periódicamente por él durante siglos y, desde 1663, reunida de manera permanente en Ratisbona como «dieta permanente». A partir de 1489 la dieta del Imperio se distinguía en tres curias o colegios: el colegio de los príncipes electores, la dieta de los príncipes del Imperio (con las sedes comital y prelaticia) y el colegio de las libres ciudades imperiales. La dieta del Imperio fue disuelta el 1 de agosto de 1806. Diezmos. Es una de las más antiguas formas de tributo, que originalmente consistía en la décima parte (en latín décima pars) de la renta o de la recolección. A partir del siglo IV, la Iglesia instituyó unos diezmos eclesiásticos, siguiendo el modelo del Antiguo Testamento, pero sólo como oferta individual y voluntaria. En la Iglesia occidental de la Edad media los diezmos eran tributos en bienes reservados a la iglesia parroquial, obligatorios a partir de la época carolingia. La obligación de los diezmos contribuyó a la determinación de los límites territoriales de las parroquias. En el caso de las /"iglesias privadas, el señor se reservaba dos tercios del diezmo, mientras que el otro tercio iba destinado al párroco. En las demás iglesias, el diezmo debía dividirse en cuatro partes: un cuarto para el párroco y otro para el obispo; otro cuarto para los pobres y extranjeros, y otro para el mantenimiento de los edificios eclesiásticos. Como línea de principio, todos los fieles de la parroquia, tanto los seglares como los eclesiásticos, por tanto también los monasterios, estaban vinculados a la obligación de los diezmos. No obstante, muy pronto los monasterios intentaron, a menudo con éxito, liberarse de esta obligación. La Orden cister- ciense fue dispensada de los diezmos en el siglo XIII. Muchos cambios tuvieron lugar en la alta Edad media, a través de compras, intercambios y embargos. Numerosos derechos de diezmos acabaron siendo controlados por los laicos, abuso que la Iglesia trató de impedir. La supresión del antiguo derecho de los diezmos fue uno de los efectos de la revolución francesa. En algunas localidades de Alemania se han conservado hasta nuestros días huellas de aquel antiguo derecho, con tributos en género (cereales, lúpulo y lino, o sumas equivalentes en dinero) pagados a las iglesias. Director espiritual. En los seminarios católicos y en muchos monasterios y órdenes religiosas, el director espiritual (del latín tardío director o magister spiritos o spiritualis) es un sacerdote encargado del acompañamiento y la formación espiritual de los candidatos al sacerdocio o, en su caso, de los novicios y religiosos; su competencia se limita estrictamente al foro interno (ámbito interior y espiritual). Discípulas de Jesús (DJ). Desde una vida eucarística y contemplativa, realizan un apostolado litúrgico y vocacional, siguiendo las pautas que les dio su fundador, Beato D. Pedro Ruiz de los Paños y Angel (1881-1936), de los Sacerdotes Operarios. La congregación nació en Valladolid, el 15 de diciembre de 1942. Doctrina Cristiana, Hermanas de la (HDC). Tambien llamadas Doctrineras. El día 26 de noviembre de 1880, la fundadora, Micaela Grau, establecía en Molins de Rei (Barcelona) la primera comunidad de Hermanas consagradas a la enseñanza de la doctrina cristiana a personas de cualquier clase y condición, aunque con preferencia para con los niños y pobres. Dominicos, Dominicas. /. El fundador v su obra. En la obra de la Orden de Predicadores (Ordo Fratrum Predicatorion, OP) han confluido en igual medida su origen y las experiencias de su fundador. Domingo, nacido poco después de 1 170 en Caleruega (Burgos), encarna la tradición y la herencia de su tierra y de su tiempo, en sus múltiples facetas: el celo religioso de la Reconquista, la reforma monástica de la Iglesia, las comunidades de canónigos, modeladas por la regla de san ^Agustín, y la sed de saber y de estudio. El nombre de Domingo se le impuso en honor del santo abad de la cercana abadía de Silos, que había tenido un influjo importante en la historia de España. Tras haber realizado sus estudios en Palen- cia, Domingo entró a formar parte del cabildo de la catedral de Osma, donde en 1201 aparece documentado como subprior. Esta forma de vida dejaría una huella profunda en su existencia, caracterizando de forma decisiva la organización de la orden fundada por él. El ideal de la ortodoxia eclesial, reforzado en las luchas contra los moros, y el clima de seguridad propio de las comunidades canonicales hallaron un terreno en el que medirse cuando Domingo tuvo la oportunidad de conocer la herejía cátara, mientras pasaba por Francia meridional, en el transcurso de los dos viajes que hizo a Europa septentrional por encargo del rey y de su obispo Diego. Fue en aquella ocasión cuando Domingo conoció también a los Valdenses, quienes, comprometidos en el seguimiento del Señor pobre, difundían el Evangelio a través de la predicación itinerante, sirviéndose para ello de traducciones de los textos sagrados a la lengua vulgar. También su modo equivocado de interpretar las Sagradas Escrituras los había conducido a la herejía. De nada habían servido los intentos de convertir a estos grupos mediante el uso de la fuerza, intentos que se habían llevado a cabo con la ayuda de los cistercienses en Francia meridional. Y es que estos últimos eran representantes de un viejo sistema, poco avezado a persuadir con el ejemplo y los razonamientos a quienes pensaban de forma diferente. Había que encontrar métodos más adecuados. Haberse dado cuenta de esto es, sin duda, uno de los méritos de los dos clérigos españoles. Ciertamente ni Domingo ni su obispo sentían simpatía por estos herejes, pero su estilo de vida y de apostolado les había hecho reflexionar, disponiéndoles incluso a aprender algo de ellos. El estilo de vida apostólico y la predicación podían y debían realizarse de forma reconocida por la Iglesia, y esta habría de ser la respuesta al reto de los tiempos. Una respuesta que iba mucho más allá de la situación que se había creado en Francia meridional, precisamente porque abordaban la problemática suscitada en aquel siglo por el surgir de nuevas clases sociales en las ciudades de Europa occidental. Precisamente esta era la idea que Domingo se proponía llevar a cabo con un reducido grupo de compañeros. El año 1215 el obispo de Folco de Toulouse dio forma y reconocimiento jurídico a esta comunidad de predicadores. Centro de su actividad de predicación fue la casa situada junto a la capilla de san Román. El 22 de diciembre de 1216 el papa Honorio III (1216-1227) tomó bajo la protección de la Sede Apostólica a esta comunidad de predicadores. La bula, aunque redactada con el habitual estilo cancilleresco, tenía la ventaja de ser un reconocimiento por parte del papado, que, de ese modo, ponía bajo su propia tutela a la comunidad de canónigos de Toulouse, denominada precisamente ordo canonicus. A ella le siguió, el 21 de enero de 1217, otro documento, dirigido «al prior y a los frailes predicadores de San Román en el territorio de Toulouse», que ponía posteriormente en evidencia el carácter extraordinario de la fundación. Efectivamente, con ella la predicación, que hasta entonces había sido tarea específica del obispo y de quienes eran delegados para ello, ahora se encomendaba también a una «orden de predicadores». Esto significaba que la comunidad iba desprendiéndose de su vinculación con la diócesis, pasando a la obediencia directa del papa. Se anunciaba así un cambio significativo en las estructuras pastorales tradicionales, que, por el momento, carecía aún de un fundamento teológico y jurídico. De él se ocuparía más adelante la Orden de santo Domingo. Probablemente aquellos treinta frailes no habrían llegado jamás a ser una orden religiosa universal, si en 1217 Domingo no les hubiera enviado en misión por Europa, con un programa que realmente parecía poco razonable. Los destinos son significativos y programáticos: París y Bolonia, además de otras ciudades de España. La elección de las dos primeras, que entonces eran centros culturales y universitarios de primer orden, seguramente formaba parte de un plan bien preparado. Predicación y teología debían pertenecerse recíprocamente. Domingo mismo acudió a Roma y consiguió una bula, fechada el 21 de febrero de 1218, que recomendaba a los «frailes de la orden de predicadores» a los obispos de toda la tierra, ya que se dedicaban a la predicación y seguían al Señor en pobreza. Era necesaria una clara y enérgica acción legislativa si se quería garantizar el futuro a una comunidad que había asumido unas tareas que iban más allá de los modelos y la praxis tradicionales. Aunque ya no sea posible identificar con todo detalle los elementos más antiguos de la estructura organizativa dominicana, puede tenerse por cierto que debía tratarse de comunidades conventuales inspiradas en el mismo estilo de vida canonical, pero que últimamente representaban alguna novedad. Como, por ejemplo, donde se dice: «Sólo puede abrirse un convento si se compone al menos de doce hermanos, un prior y un maestro de teología (doctor)». A esto se añadía la /"liturgia de las horas, que Domingo había cuidado desde su juventud en Osma. El hecho de que en el convento se estudiara no era de por sí una novedad: también los monasterios conocían la lectio. El cambio se encuentra más bien en el método y en la «profesionalidad» con que ahora se ponía en práctica. Todos los hermanos debían dedicarse al estudio, ya que sin él no podía haber predicación. Eso sí: al superior se le dejaba amplia facultad de dispensa, para garantizar un trabajo libre y adecuado a las diversas situaciones. La regla de san Agustín demuestra tener bastante capacidad de adaptación. En cierto sentido, es como el techo bajo el que se vive y se actúa. Todas las demás leyes son de competencia del capítulo general y deben adaptarse a las diversas situaciones. El 6 de agosto de 1221. cuando Domingo murió en Bolonia, su Orden de predicadores había logrado tener su propia fisonomía jurídica y espiritual, capaz de suscitar grandes entusiasmos. Queda reseñar algo que tendría gran importancia para el futuro. Domingo había demostrado más de una vez gran comprensión hacia las mujeres y su religiosidad. No sólo lo demuestran los testimonios y declaraciones del proceso de canonización; mas importante -incluso como anticipo de lo que llegaría más tarde- es que, aun antes de proceder a la fundación de su comunidad de predicadores, Domingo había instituido una comunidad femenina en Prouille, dentro de un territorio amenazado entonces por la herejía. Fue el primer convento de Dominicas. También en Bolonia, Roma y Madrid, Domingo se tomó a pecho la solicitud y la atención hacia las mujeres, hasta el punto de que el papa le pidió que se hiciera cargo de la reforma de los monasterios de Roma. Uno de los motivos por los que posteriormente tantas mujeres se orientaron hacia su Orden hay que buscarlo precisamente en este aprecio por ellas, que en aquellos tiempos se encontraban en desventaja desde el punto de vista espiritual y cultural. Las constituciones que la Orden se dio durante el capítulo general de 1228, que tuvo lugar en el convento parisino de Santiago, demuestran de forma ejemplar la capacidad organizadora del fundador. En sus rasgos esenciales están aún vigentes. El capítulo general de la Orden se reúne periódicamente (anualmente en el siglo XIII). La Orden está gobernada por un maestro general, que es elegido durante el capítulo general por los provinciales y por dos delegados de cada provincia (en 1228 existían doce). El capítulo tiene la facultad de pedir cuentas al maestro general de su propia actuación y. si fuera necesario, de deponerlo. El capítulo general se compone alternativamente de los priores provinciales y de los definidores (elegidos por los capítulos provinciales), para permitir que también los súbditos tomen parte del gobierno de la Orden y de la función legislativa. Una decisión capitular adquiere valor de ley sólo cuando ha sido aprobada por tres capítulos generales consecutivos. Al comienzo estos se reunían en París o en Bolonia el lunes de Pentecostés; a partir de 1243, el lugar se fija cada vez. Las provincias, que deben comprender al menos tres conventos, están presididas por un prior provincial, cuyo cargo, de cuatro años de duración, es confirmado por el maestro general. El prior, elegido por tres años, debe ser aprobado por el provincial. Sistema electoral y autoridad monárquica se funden así de manera totalmente particular. Siguiendo el modelo de las corporaciones medievales, cada superior es elegido por un tiempo determinado y debe dar cuenta de su mandato. Entre las primeras tareas que las constituciones asignan al provincial está la de cuidar la formación de los nuevos doctores y maestros, en centros adecuados para ello (sobre todo Santiago, en París). Visto cuanto se ha dicho, se entiende que el estudio se orientaba a la pastoral y a la predicación. El rango espiritual que se le asignaba puede comprenderse a partir de una disposición que se sitúa en el marco de las pautas litúrgicas: «Todas las horas deben recitarse de manera breve y sucinta, de forma que los hermanos no pierdan su devoción y el estudio no tenga que verse obstaculizado por ello». En el convento deben ponerse a disposición de los estudiantes espacios para las disputas escolásticas. y cuando demuestran tener dotes suficientes, se les han de asignar celdas individuales donde puedan realizar sus deberes religiosos y de estudio. Pueden aceptarse iglesias, conventos y bienes de modesta entidad. Son instrumentos indispensables para la teología y la predicación. En cambio, contrasta con la pobreza la posesión de propiedades inmobiliarias y las rentas regulares, porque liberarían a los frailes de la necesidad de procurarse el sustento con sus actividades pastorales. Por lo demás, las constituciones evitan entrar en normas de carácter particular, que son competencia del capítulo general. Son ellas las que deben conducir el proceso de adaptación a las diversas circunstancias históricas. Un modelo de esta capacidad de adaptación lo tenemos en la nueva redacción de las constituciones (1241), bajo el generalato de Raimundo de Peñafort. La facultad concedida a los superiores de dispensar de algunas leyes, en el caso de que sean un obstáculo a la consecución del fin primario de la Orden, es uno de los elementos jurídicos que han contribuido no poco a hacer realidad esta capacidad de adaptación y flexibilidad. Otro aspecto igualmente importante en este sentido es el tipo de obligatoriedad de las constituciones. Las leyes de la Orden no son vinculantes bajo pena de pecado, sino de castigo, cosa que entonces se consideró como una innovación inaudita. Además, se concedía a los súbditos un derecho de queja que debía protegerlos del arbitrio y de los posibles abusos derivados del voto de obediencia. Puede sorprender que en el año 1228 se prohibiera aceptar la cura pastoral de las monjas. La contradicción con respecto a Domingo es manifiesta, tanto más que los testimonios de los años precedentes son totalmente opuestos. Piénsese, por ejemplo, en la hermosa relación del maestro general Giordano de Sajonia. primer sucesor del fundador, con Diana D'Andalo en Bolonia, como se puede constatar por la correspondencia que se ha conservado. ¿Cuál fue la razón de este cambio? Se trató probablemente de una medida cautelar, puesto que la Orden temía tener que aceptar vínculos que habrían podido constituir un obstáculo para su independencia y libertad de vínculos territoriales. Además, se quería evitar el verse involucrados en problemas económicos, que eran típicos de los monasterios. El hecho de que la Orden, pocos años después de la muerte de su fundador se hubiera dotado de una constitución tan equilibrada, no es en absoluto signo de cristalización jurídica de los ideales de la primitiva comunidad de predicadores, sino una demostración de su solidez interna y de su deseo de existir en un nuevo y más amplio contexto. Los acontecimientos sucesivos y, sobre todo, el hecho de que la Orden se viera libre de terribles perturbaciones y de pruebas y divisiones internas, demuestra claramente lo que podía lograrse con una constitución sabia y equilibrada. La Orden se difundió rápidamente -como lo demuestra el número de provincias documentadas en 1228-, prefiriendo las grandes ciudades, que ofrecían auditorio y recursos materiales. Además, era importante que se tratase de lugares que favoreciesen las actividades intelectuales y garantizasen el reclutamiento de nuevos miembros. Un ejemplo lo ofrece la provincia inglesa: los frailes predicadores llegaron primero a Oxford (1221) y después a Londres (1224). Se ha calculado que en torno al año 1277 los prioratos eran unos 404, que en 1303 habían ascendido a 590. Tan admirable éxito se explica también por el hecho de que la Orden respondía a la gran necesidad del momento: la predicación. Para llevarla a cabo, se había dotado de un marco institucional, imponiendo a los superiores que se hicieran cargo de la opción y de la formación de los frailes. Las constituciones de 1228 contemplaban que sólo los candidatos con probada capacidad pudieran presentarse a las autoridades, como lo exigía el alto ministerio (a propósito del cual se usaba la expresión «gracia de la predicación»). Debían haber estudiado teología al menos durante un año. Podían incluso pedir ser liberados de todos los demás deberes conventuales. Obviamente no era suficiente la aprobación por parte de la Orden. A pesar de que Domingo había conseguido poner su comunidad bajo la protección de la Sede Apostólica, que no había dudado en aplicarle el título de «orden de predicadores», cometido hasta entonces reservado a los obispos, todas las partes interesadas eran plenamente conscientes de que estaban en juego cuestiones nada despreciables. El permiso de predicar concedido a cada uno de los frailes de la Orden suponía la aprobación del obispo diocesano competente. Cuando esta se negaba, los frailes tenían que presentar cartas papales que había que considerar jurídicamente superiores. Pero al mismo tiempo, no debían provocar conflictos, sino buscar el acuerdo. Los hechos demostrarían pronto que esta solución no era, ni mucho menos, aceptada por todas las partes. Está claro, en cambio, que la Orden, basándose en un mandato eclesial universal, podía contar con el sólido apoyo del mismo papado al que, a su vez. se proponía defender con todas sus fuerzas. 2. Consolidación teológica de la Orden. Entre los motivos por los que la Orden pudo poner en poco tiempo cimientos duraderos y jamás cuestionados, está, sin duda, el haber tenido a lo largo del siglo XIII maestros generales dotados de extraordinaria personalidad, como predicadores y como legisladores y administradores. Así lograron atraer a jóvenes capaces, situándolos en una posición que les permitía integrar en la filosofía y en la teología la tarea de la predicación, originalmente orientada a la praxis eclesial, hasta el punto de hacer de él un nuevo campo de apostolado, que no estaba en absoluto en contraste con el ideal primitivo de la Orden. Se llegó así a un progresivo cambio de orientación, que comenzó en la Universidad de París. La afirmación que las actas del proceso de canonización atribuyen a santo Domingo de que los siete frailes debían acudir a la ciudad del Sena, «para estudiar, predicar y fundar un convento», tuvo consecuencias imprevisibles. Allí tuvieron como maestro a Juan de San Albano, probablemente de origen inglés. El hospicio de Santiago, que obtuvieron como don, tendría gran importancia para el destino de la Orden. En 1219, cuando Domingo llegó a París, el convento tenía ya cerca de treinta frailes. La Orden se ganó la adhesión de muchos estudiantes, entre ellos Giordano de Sajonia y Reginaldo de Orleans. Con Juan de St. Giles y Rolando de Cremona, que primero pertenecieron al clero secular, la Orden contó con sus primeros magistri en la universidad. Desde 1245, está entre ellos Alberto Magno. Por encima de acontecimientos y nombres, eso significaba que la Orden afrontaba el desafío intelectual del siglo, que sólo inadecuadamente se puede pensar que consistiera en el problema de la «recepción de Aristóteles». El hecho decisivo es que, bajo la guía de algunos de sus miembros, la teología fue concebida como ciencia. Debía servir para la defensa y profundización de la fe eclesial, pero también para la reflexión sobre la misión de la Orden. De ese modo los frailes predicadores asumían un cometido que en el futuro superaría incluso la misma predicación. En 1256, cuando Tomás de Aquino llegó a París, las órdenes de los Franciscanos y los Dominicos estaban en una situación muy peligrosa, ya que se cuestionaba su mismo derecho a existir. Varios representantes del clero secular les reprochaban que las comunidades dotadas de exención pontificia, y que por ello tenían el derecho de predicar en todas partes, estaban en contraste con el monacato tradicional. Efectivamente, entre sus fines no había tenido el de la predicación, reservada a obispos y párrocos. Objeto del ataque era, en realidad, la enseñanza académica de los mendicantes que, según ellos, debían considerarse como parte de la Iglesia discente, lo mismo que los simples fieles. Lo que a primera vista puede parecer un conflicto más bien mezquino, escondía en realidad algo mucho más serio: el problema era un determinado modo de concebir la Iglesia, que el papa había cambiado profundamente al aprobar las órdenes ^mendicantes, concediéndoles la exención de la jurisdicción territorial. Lo que en la bula de recomendación de Honorio III parecía sonar más bien como una ingenuidad, lo había visto ya como dificultad el gobierno de la Orden dominica en 1228. En efecto, faltaba todavía una justificación teológica convincente. Tomás de Aquino la proporcionó con tal claridad que no sólo fue suficiente para dejar en la barrera a los adversarios, sino que sirvió para hacer madurar dentro de la Orden una nueva conciencia de su identidad, casi tan decisiva como en el plano jurídico lo habían sido las constituciones de 1228. El hecho de que los religiosos, que han recibido la herencia del movimiento evangélico, puedan enseñar, es algo que tiene su justificación en su asiduo encuentro con la Sagrada Escritura y en el seguimiento radical del Señor. Entre el magisterio académico y quienes, en virtud de su estado de vida, deben dedicarse a la contemplación, existen relaciones estrechísimas. Además, la situación actual, marcada por una grave falta de formación teológica del clero, exige que profesores competentes se hagan cargo del asunto, con mayor razón cuando la enseñanza debe estar a la misma altura que una obra de misericordia, que no se puede negar a quienes tienen necesidad de la palabra de Dios. La predicación sigue estando reservada a los obispos, sin duda ninguna, pero cuando el papa lo ordena, ellos deben contar con ayudantes que la anuncien por encargo suyo (del papa y de los mismos obispos). El pontífice, como cabeza de la Iglesia universal, tiene una responsabilidad con respecto a la realidad eclesial en su conjunto, con una perspectiva de totalidad, que supera y comprende la de las Iglesias locales. Tomás ve a las órdenes mendicantes enraizadas a esta misión universal del primado, sin olvidar por ello la referencia a los obispos. Chocaba, finalmente, la base económica de las órdenes mendicantes: la mendicidad; o, como se debería decir más propiamente, el procurarse lo necesario para vivir, gracias a la actividad pastoral y científica, ambas desempeñadas como servicio a los fieles. En cambio van a menos el trabajo manual y la posesión de bienes territoriales, fuentes clásicas de subsistencia del monacato tradicional. Una sociedad fundada en la división y organización del trabajo, como es la que empieza a desarrollarse en el siglo XIII, es capaz de financiar a quienes trabajan por el bien general. Estos son, a grandes rasgos, los fundamentos de la defensa que llevó a cabo Tomás. Una defensa acertada, ya que él supo aportar argumentos convincentes en el plano racional y teológico. Ciertamente, problemas de este tipo continuaron surgiendo también posteriormente; pero el hecho de que, fundamentalmente, se volviesen a tomar como referencia las soluciones halladas entonces, confirma que el fundamento era sólido. Unos años más tarde (después del 1269), en polémica con algunos círculos radicales, Tomás presentó una síntesis de todos los problemas relacionados con la situación y el estado de la Orden, que condensaba en una célebre fórmula los cometidos y el fin de los frailes predicadores: «Contemplar y transmitir a otros lo que se ha conocido en la contemplación». Teología, pastoral y predicación quedan ensambladas en una unidad que traduce los ideales del fundador al lenguaje erudito de un período posterior para hacerlos capaces de durar. Los capítulos generales de 1309 y 1313 declararon vinculante para las escuelas de la Orden la doctrina de Santo Tomás. Con esta decisión se pretendía también poner en evidencia que este había dado a su Orden un programa teológicoespiritual capaz de recordar lo esencial de la primera comunidad de Frailes Predicadores. Si se tiene en cuenta la evolución de otras órdenes, paralelas a la dominicana, puede observarse que las constituciones y la teología han contribuido decisivamente a preservarla de las divisiones internas. A pesar del papel dominante que desde entonces tuvo santo Tomás, siempre ha habido defensores de otras líneas de pensamiento. En el siglo XIV hay que recordar a Die- trich von Freiberg; Bertoldo de Moosburg y Ulrico de Estrasburgo, que, desgraciadamente, acabaron marginados y olvidados muy pronto, hasta su descubrimiento, ya en tiempos recientes. También otros dominicos se han hecho beneméritos. Hugo de Saint-Cher (t 1263) escribió un gran comentario bíblico y una meritoria concordancia bíblica. Moneta de Cremona (t 1250) escribió una presentación y confutación de la herejía catara. Los intensísimos estudios aristotélicos no habrían sido posibles sin las traducciones de Guillermo de Moerbeeke (t antes de 1286). Gran difusión consiguió la enciclopedia histórica, teológica y científica de Vicente de Beauvais (t alrededor de 1264), Sólo es posible aludir al puesto que ocupó Alberto Magno (f 1280) en la recepción de Aristóteles y en la mediación del saber antiguo. Raimundo de Peñafort (i 1275) reunió las decretales de Gregorio IX. Martín de Troppau (t 1278) es autor de una crónica que llega hasta 1277 y que en la tardía Edad media se citaba con frecuencia. La oposición de algunos teólogos franciscanos (^Franciscanos) a opiniones fundamentales de santo Tomás de Aquino, suscitó toda una serie de escritos polémicos, que contribuyeron a la formación de dos grandes corrientes escolásticas. Las controversias surgidas en este contexto con respecto a la pobreza de la Orden son un componente importante de la «cuestión de la pobreza» que, desde que surgió, durante el pontificado de Juan XXII (1316-1334), perturbó a la Iglesia de aquel tiempo. La canonización de Tomás de Aquino, proclamada por este papa en 1323. supuso para el tomismo un importante reconocimiento, denso de consecuencias para el futuro. Durante las luchas entre Felipe el Hermoso de Francia y Bonifacio VIII, Juan Quidort de París (f 1306) escribió un tratado de gran importancia para el desarrollo de la teoría del estado «sobre el poder del rey y del papa», donde se defendían algunas tesis en favor de la sumisión del papa al concilio. Aunque esto no entraba en los propósitos de la Orden, no se pudo evitar que los dominicos fueran elegidos muy pronto como obispos y cardenales. Con Inocencio V (1270) y Benedicto XI (1303-1304) se tuvieron también los primeros pontífices procedentes de la Orden dominica. Su proximidad al papado y la sólida formación, necesaria para los procesos complicados, son las razones por las que la Inquisición se encomendó principalmente a los Dominicos. El hecho de que después la Orden se identificara frecuentemente con ella, resultó perjudicial para su fama, al menos desde el punto de vista de cierta lectura de los hechos históricos. De las prudentes declaraciones con respecto a la cura pastoral de las monjas se ha hablado ya anteriormente. La disposición de Inocencio IV de que la Orden debía introducir sus constituciones también en los monasterios femeninos, chocó con la fuerte resistencia del maestro general Juan Teutónico, dado que de ello se derivarían obligaciones que iban a obstaculizar la actividad de la predicación. Al principio la Orden logró oponerse con cierto éxito, pero al final tuvo que ceder a las presiones de la curia. El capítulo general del 1257 aceptó garantizar la asistencia pastoral a todos los monasterios dependientes de la Orden. Esto valdría también para el futuro, con la condición de que tres capítulos generales aprobaran esa decisión o que el papa diera explícitamente disposiciones al respecto. En 1259 Humberto de Romans concedió a las monjas unas constituciones que retomaban las de los frailes. La Orden se preocupó de consolidar la situación financiera de los monasterios, medida que tendría una importancia considerable en el futuro. Es posible forjarse una idea de la importancia de los problemas conexos a esta reorganización institucional considerando algunos datos estadísticos: por ejemplo, las dos provincias alemanas, Alemania meridional (Tentón¡a) y Sajonia, poseían en 1303 no menos de 81 monasterios de monjas, mientras que los que estaban bajo la tutela de la Orden eran en total 141. Los frailes predicadores, una vez que aceptaron la asistencia a los monasterios femeninos, se dedicaron a ella con entrega, poniendo a disposición personas capaces. En 1303, por ejemplo, Meister Eckhart, al concluir su actividad docente en París, asumió la dirección de los monasterios femeninos de Alemania meridional, con sede en Estrasburgo. Gracias a esta asistencia. la literatura mística alemana recibió impulsos decisivos. Influenciados por Eckhart están Enrique Suso (f 1366) y Juan Taulero (t 1503). cuyos sermones y libros -como el Librito de la eterna sabiduría- estuvieron entre los más difundidos de la Edad media. En el marco de las controversias sobre la pobreza, que surgieron en ámbitos franciscanos, los Dominicos intervinieron con importantes tratados -como los de Erveo de Nédellec (Hervaeus Natalis) y Durando de San Por- ziano- que influyeron sobre el papa Juan XXII, hasta el punto de inducirlo a rechazar como herética la tesis de la absoluta pobreza de Jesús y sus discípulos. Se comprende que acontecimientos de este tipo propiciaran viejas rivalidades que tuvieron posteriores secuelas en un aspecto importante de la devoción medieval. Nos referimos a la doctrina de la Inmaculada concepción de María, defendida desde el tiempo de Duns Scoto (t 1308) y apoyada a nivel popular con una apasionada obra de predicación. Los Dominicos, en cambio, remitiéndose a santo Tomás, la rechazaron con decisión. Los encendidos debates llegaron a su cumbre durante el concilio de Basilea, cuando en 1439 la reunión sinodal, no reconocida ya como ecuménica, definió la «nueva opinión». En 1476. el papa franciscano Sixto IV dispuso la celebración de la fiesta de la Inmaculada en toda la Iglesia; para la teología de la Orden supuso un duro golpe, aunque las controversias cesaron. Aun cuando se trataba de un tema secundario de teología dé la historia medieval, aquellas discusiones representan una profunda cesura en la historia de la Orden, pues son señal de que la posición de los Dominicos, tan sólida hasta entonces, estaba flaqueando. Por lo demás, incluso interiormente se percibían los signos de la crisis. Como puede deducirse por las opiniones elaboradas con ocasión de la controversia sobre el modo de entender la pobreza, la tesis sobre la licitud de cierta forma de posesión común de bienes por parte de los conventos, para sostener las necesidades del estudio y la pastoral, se había deslizado progresivamente desde los principios rigurosos formulados por santo Tomás de Aqúino hacia una interpretación más pragmática. Cada vez se toleraban más ingresos regulares de considerable valor, en otros tiempos totalmente inconciliables con el carácter mendicante de la Orden. La obligación de procurarse lo necesario para el sustento a través de la actividad pastoral iba aflojándose cada vez más. El cambio no es simple cuestión de laxismo; hay que situarlo más bien dentro del contexto de la nueva situación socioeconómica en que se encuentran los conventos de los mendicantes, a los que la burguesía atribuye ahora nuevos cometidos. La construcción de iglesias y el estudio se habían convertido en asuntos costosos. Teología y predicación, en un tiempo íntimamente unidas, ahora procedían con frecuencia por caminos separados. Prior y doctor comenzaron a ser figuras recíprocamente extrañas. Los responsables de la Orden advirtieron perfectamente estos problemas, pero no encontraron instrumentos adecuados para resolverlos. A pesar de que los signos de decadencia general iban aumentando, no faltaron numerosos ejemplos de vida espiritual intensa y admirable. No siempre se ha concedido a los místicos italianos la atención merecida, en comparación con los alemanes. Su gran importancia es hoy incontestable. Por ejemplo, Domingo Cavalca (f 1342), cuyas obras en lengua v ulgar alcanzaron gran difusión, como manuscritos y a través de las primeras ediciones impresas. O Jacopo Passavanti (t 1357), que escribió un Espejo de verdadera penitencia y dejó una rica colección de sermones en latín. Fray Venturi- no de Bérgamo, célebre como predicador insigne, mantuvo una rica correspondencia con los Dominicos alemanes. En su personalidad se encuentran las tradiciones espirituales alemana e italiana. Juan Dominici (f 1419), autor de numerosas obras en latín e italiano, fue uno de los más celosos reformadores de la Orden en el espíritu de la pobreza evangélica. En este contexto se sitúan también Catalina de Siena (t 1380) y su director espiritual Raimundo de Capua (t 1399). No es necesario recordar aquí el importante puesto que corresponde a santa Catalina, como miembro de la Tercera Orden (^terciarios), en la renovación de la Iglesia y del papado. La riqueza y el influjo de estas grandes personalidades de la Orden dominica en Italia y de su producción literaria se dejaron sentir hasta comienzos del siglo XVI, alimentando los más auténticos impulsos reformistas. No hay que ceder, pues, a fáciles generalizaciones cuando se habla de la decadencia de la Orden, aunque sigue siendo cierto que el destierro de los papas en Aviñón, la peste de 1348 y el cisma de Occidente condujeron a un debilitamiento de la disciplina y a la crisis de la teología. Algunas figuras vinculadas al período en que se celebró el concilio de Basilea confirman el eco que habían encontrado los impulsos reformistas. Hay que recordar a Juan Montenegro (t 1445/1446), provincial de Lombardía, que luchó por la libertad de los mendicantes. Tuvo también el primer gran discurso contra el intento de imponer a la Iglesia universal la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Actuó contra los husitas Enrique Kalteisen (t 1465). Una de las figuras dominantes fue Juan de Torquemada (t 1468), representante del rey de Castilla en Basilea y autor de un amplio tratado contra la Inmaculada Concepción, en el que sostenía que la proclamación de este dogma iba a suponer una ruptura con la tradición patrística y escolástica. Entre sus obras, la que más influyó en los debates teológicos posteriores es la Suin- tna de Ecclesia. Torquemada es considerado como uno de los teóricos del primado pontificio. Sobre este tema la Orden siguió desde el principio una línea coherente y unitaria, aunque no faltaron voces aisladas que iban en otra dirección. Así ocurrió también en Basilea, donde Juan de Ragusa (i 1443) publicó un tratado inspirado en la teología del conciliarismo. Digno de mención y significativo para el futuro es el hecho de que en Basilea, en los años siguientes, se dio un renacimiento tomista que, a finales de siglo, condujo en Colonia a una innovación cargada de consecuencias. Efectivamente, en las escuelas teológicas se comenzó a comentar la Summa Theologiae de santo Tomás, que poco a poco ocupó el puesto de las Sententiae de Pedro Lombardo, que hasta ese momento habían sido el manual más usado en la enseñanza académica. En este período se sitúa también el comentario a las Sententiae de Juan Capreolo (f 1444), el último de esta serie, citado frecuentemente en la escolástica. 3. La Orden en la era moderna. La renovación de la Orden experimentó algunos éxitos -sobre todo en Italia y España-, pero no llegaron a formarse centros espirituales de mayor alcance. Así, en la segunda mitad del siglo XV no hay personalidades que destaquen, exceptuando a Savonarola y el convento de San Marcos de Florencia. No obstante, la situación iba a cambiar pronto. Aún hoy llama la atención el hecho de que el cambio se produjera en el ambiente académico y a través de una reflexión sobre la herencia intelectual de la Orden. El punto de partida fueron los trabajos de un hombre de ciencia, al que bien pronto se le confiaron tareas de gobierno. Nos referimos a Tomás de Vio (t 1534), llamado Gaeta- no o Cayetano, cuya obra fundamental, el comentario a la Summa de santo Tomás de Aquino, elaborado entre 1507 y 1522, muestra cuáles son las fuentes a las que acude. Como maestro general (15081518), logró introducir reformas orientadas a restablecer la vida común, la observancia (^observante) y una buena formación de los miembros de la Orden. En esta época se sitúa también la redacción de un célebre tratado sobre la autoridad pontificia y su participación en el V concilio de Letrán. La controversia con Lutero, que tuvo lugar en 1518, en Augusta, no logró cambiar el curso de las cosas, pero dejó en él la convicción de que, detrás de lo que se agitaba en Alemania, había hondas motivaciones religiosas. Las conclusiones a las que llegó pueden deducirse de que, en los últimos años de su vida, Tomás de Vio se dedicara casi exclusivamente a los estudios bíblicos. Otro dominico, Silvestre Prierias, se vio también involucrado en la «cuestión luterana». Presa de un viejo anticonciliarismo, no supo estar a la altura del Reformador, comprendiendo sus razones. También en Alemania hubo dominicos que, con sus escritos, se opusieron a la reforma protestante. Se pueden citar aquí dos autores que trabajaron en Colonia, Jakob Hoogstraeten (t 1527) y Konrad Kóllin (t 1536), cuyo comentario a la Summa es un testimonio de que se estaba abriendo paso un giro en la teología; un giro que, sin embargo, no pudo desarrollarse hasta sus últimas consecuencias, porque no corrían tiempos favorables. También han de mencionarse Michael Vehe (í 1539), autor del primer cantoral católico, y Johannes Dietenberger (t 1537), con su traducción de la Biblia. La reforma protestante trastocó las provincias dominicanas de Europa septentrional, dañándolas gravemente o aniquilándolas del todo. Algunas de ellas no lograron reconstituir o consolidar conventos hasta los siglos siguientes. En los decenios de la Reforma. prescindiendo de algunos elementos esperanzadores en Italia, la Orden ofrecía una imagen desoladora. Una excepción impresionante era España. Aquí, ya antes de la reforma emprendida por el cardenal Cisneros, el obispo Alonso de Burgos había fundado en 1496 el colegio de San Gregorio, que había de convertirse en fecundísimo centro de formación para los Dominicos especialmente dotados. El más célebre docente fue Francisco de Vitoria (t 1546). Había estudiado en París, donde había establecido contacto con las corrientes religiosas, humanistas y políticas de Europa central. En 1526 llegó a ser profesor en la universidad de Salamanca, donde tuvo lecciones y disputas que alcanzaron amplia resonancia. Vitoria abrió nuevas perspectivas sobre la doctrina del estado y el modo de entender las relaciones del mismo con la Iglesia; trazó también un proyecto de propuesta de paz que debía poner fin a la rivalidad entre Francia y el imperio de Carlos V. Lo que hizo que su fama fuera inmortal fue su tratado sobre los derechos de los pueblos recientemente descubiertos. Las noticias de las infamias cometidas por los descubridores en tierras de América, denunciadas por vez primera por el dominico Antonio de Montesinos, lo alarmaron. Contra la resistencia de la corona -el emperador Carlos V había intervenido con una carta dirigida al prior-, Francisco de Vitoria defendió la adopción de normas jurídicas, fundadas en el derecho de los pueblos, para acabar con la arbitrariedad y el saqueo sistemático. Para dotar de un fundamento teorético a la reforma de la Iglesia, muy sentida entonces en España, Vitoria se pronunció a favor de una especie de compromiso entre las teorías conciliaristas y el centralismo eclesiástico, afirmando que el próximo concilio debería tener amplios poderes. Vitoria tuvo numerosos alumnos que desarrollaron sus ideas en diversos campos de la teología. Uno de ellos fue Melchor Cano (t 1560), autor de un manual que llegaría a ser clásico, Loci Theologici, donde se confrontaban la teología escolástica y la teología positiva. Domingo de Soto (f 1560) tuvo parte importante en la redacción del decreto tridentino sobre la justificación y se le considera como uno de los más grandes teóricos del derecho de aquel tiempo. Al círculo de sus discípulos, en sentido amplio, pertenece también Bartolomé Carranza (t 1576), autor de un catecismo español de gran éxito, que le puso en conflicto con la Inquisición, por haber intentado divulgar la teología escolástica. Bartolomé de las Casas (f 1566) fue uno de los grandes defensores de los derechos de los indios, y su fama está viva aún hoy. Con el apoyo del maestro general Cayetano, dio comienzo en 1509 a la misión de los dominicos en América Latina. En 1530 surgió la primera provincia, que comprendía todas las tierras descubiertas desde hacía poco. A ella le siguió, en 1530, la de México. El primer centro de estudios generales fue erigido en 1538 en Santo Domingo. En 1533 se fundó la universidad de Lima. Tres santos -Rosa de Lima (t 1617), Martín de Porres (t 1639) y Juan Macías (t 1645)- atestiguan la intensa actividad pastoral que acompañó la conquista del continente. No hay que olvidar que los dos últimos santos citados fueron hermanos laicos, que trataron de remediar la necesidad y la miseria. Como escritor espiritual y predicador. cuya obra tuvo numerosas ediciones en la Europa católica, destaca Luis de Granada (t 1558), que trabajó en España y Portugal y es considerado un clásico de la literatura española. Finalmente se ha de mencionar a Domingo Báñez, prestigioso teólogo, que protegió a Teresa de Jesús frente a la Inquisición, poniendo a salvo de ese modo la reforma del Carmelo (/"Carmelitas). Importante es el influjo de los teólogos dominicos en el concilio de Trento y la teología postridentina. En muchos lugares - como, por ejemplo, en Colonia- apoyaron la reconstrucción de las provincias destruidas por la reforma protestante y animaron los estudios. Menos gloriosos para la Orden fueron los siglos XVII y XVIII, en los que no supo estar a la altura de los tiempos. Efectivamente, se dejó envolver en las controversias, a menudo estériles, sobre el galicanismo, el jansenismo y el josefismo. Pero incluso en este período no faltaron espíritus ilustres. En París, Jacques Quétif (f 1698) y Jacques Echard (t 1724) publicaron un índice, en dos volúmenes, de los escritores de la Orden. Se trata de una obra maestra de erudición crítica, que aún hoy merece la pena consultar. Muy apreciado fue el historiador de la Iglesia Natalis Alexander (í 1724) que, proclive a las ideas galicanas, fue protagonista de encendidas polémicas con ciertos ambientes romanos. A Jacques Goar (f 1653) se le considera como uno de los padres de los modernos estudios bizantinos. En el convento romano de Santa María in Minerva, en torno a la rica Biblioteca Casana- tense, se formó un centro de erudición. En este período no hay obras originales de teología sistemática, aunque algunos autores -como Vicente Gotti (f 1742) y Charles R. Billuart (f 1757)- fueron personalidades conocidas por su magisterio académico. La Revolución francesa, la ^secularización y las supresiones monásticas en los países latinos y en América meridional donde aún hoy iglesias y conventos son testimonio del antiguo esplendor- condujeron a la Orden casi a una ruina total. En España fue suprimida por las leyes de la desamortización (18351837), aunque ya antes habían sido suprimidos muchos de sus conventos, iniciándose su restauración en 1860. Después del congreso de Viena, la Orden volvió a arraigar en Italia. En Francia, la reconstrucción se debió a Henri-Dominique Lacordaire (t 1861), predicador y escritor extraordinariamente dotado. Sin embargo, el intento de Lacordaire de remitirse a la gran tradición intelectual y misionera del siglo XIII no tuvo éxito. La reconstrucción de acuerdo con principios modernos se vio impedida por la oposición de la dirección de la Orden, que prefería las formas de observancia monástica. En el año 1803 se llegó a la fundación de una provincia en los Estados Unidos de América; en cambio, muchas antiguas provincias europeas no pudieron reconstituirse sino después de la superación de numerosas resistencias políticas. Con igual lentitud procedió la reorganización de los estudios que, en todo caso, se vio positivamente afectada por los estímulos derivados de la promoción del tomismo bajo el pontificado de León XIII. Mérito suyo es también el haber promovido la edición crítica de las obras de santo Tomás. En 1909 se fundó en Roma un centro internacional de estudios, denominado Colle- gium Angelicum (desde 1963 Universidad Santo Tomás de Aquino). En el 1890 la facultad de teología de la universidad de Friburgo, en Suiza, se encomendó a los dominicos. Gran importancia adquirió la Ecole Biblique de Jerusalén. fundada en 1890 por iniciativa del P. Lagrange (f 1938), a quien se debe reconocer como padre y maestro de la moderna exégesis católica. Gracias a su inteligencia y perseverancia se ha logrado imponer el estudio crítico de la Sagrada Escritura, sobre todo en los países latinos. En Heinrich Suso Denifle (t 1905) y en Pierre Mandonnet (t 1936) tuvo la Orden dos excelentes estudiosos de la Edad media, de la historia de la universalidad y de la mística. Los institutos de estudio de algunas provincias comenzaron a florecer. Mención especial merece Le Saulchoir, centro de estudios de la provincia francesa, primero en el exilio en Bélgica y luego en las cercanías de París. Gracias a profundos esfuerzos de investigación sobre la escolástica, se abrieron nuevas perspectivas para el tomismo. Entre los estudiosos que allí trabajaron con mayor fruto hay que recordar, por su gran cultura y por los estímulos que ofreció, con efectos positivos también para afrontar la cuestión social en Francia, a M.-D. Chenu (t 1990). Él, junto con Y. Congar (t 1995), se cuenta entre los propulsores del Vaticano II. En 1930 se fundó en Roma (Santa Sabina) el Instituto Histórico, dedicado al estudio de la historia de la Orden. T. Kappeli, su director durante muchos años, publicó el monumental catálogo de autores dominicos, en el que se encuentran reflejadas todas las actividades literarias hasta 1500. No se puede dejar de mencionar la universidad Santo Tomás de Manila, fundada en 1611 por los dominicos españoles, y considerada aún hoy como una de las más prestigiosas instituciones académicas de Asia. De la Orden dependen también un Instituto de Estudios Orientales, con sede en El Cairo, que se ocupa del diálogo con el Islam y publica su propia revista, y el centro de estudios Istina en París, para el encuentro con la Iglesia ortodoxa. Finalmente hay que citar la Eclitio Leonina, en Grottaferrata (cerca de Roma), con secciones en los Estados Unidos de América y Canadá. Tan numerosas y distintas actividades no habrían sido posibles sin un crecimiento constante del número de miembros, que de unos 3.600 en el año 1876, habían llegado a ser casi diez mil en 1966, aunque desde entonces han descendido a cerca de siete mil. La Orden comprende hoy 42 provincias, dos viceprovincias y cuatro vicariatos generales, a cuya cabeza está el maestro general Timothy Radcliffe. El maestro general, que reside en Roma, en el convento de Santa Sabina. permanece en el cargo nueve años (hasta 1804 era vitalicio). La organización jurídica de la Orden, que en su núcleo fundamental es idéntica a la de 1228. se va adaptando e integrando en los capítulos generales. Al maestro general lo acompañan nueve asistentes. A lo largo de los siglos, la Orden ha asumido la asistencia espiritual de las monjas. Durante mucho tiempo se trató solamente de monasterios femeninos de clausura, pertenecientes a la llamada Segunda Orden (Dominicas), cuyo número asciende hoy a más de doscientos miembros. No todos están directamente sometidos a la autoridad del maestro general. Las constituciones de la Segunda Orden están vigentes desde 1987 en una versión revisada. Destacan la contemplación y la oración por la Iglesia y las actividades misioneras de la Orden. Datos estadísticos en 1996: Dominicos: 628 conventos con 6.618 miembros, de los cuales 4.913 sacerdotes. Dominicas (Segunda Orden): 227 conventos con 3.928 religiosas. Desde los comienzos han existido grupos de mujeres vinculadas a la Orden: de ellos, sobre todo a partir del siglo XIX, se han derivado diversas congregaciones de religiosas dominicas (unas 140), que trabajan en todo el mundo en el campo de la evangelización y la enseñanza. con escuelas e instituciones caritativas. Pueden mencionarse: la Congregación Romano de Santo Domingo (CRSD), fruto de la fusión (en 1956) de otras cinco congregaciones; las Dominicas de la Enseñanza de la Inmaculada Concepción (DEIC), que tienen su origen en Pamplona, el año 1400, procedentes del Beaterío de Santa Catalina de Siena; las Dominicas del Santísimo Sacramento (DSS), fundadas en Jerez de la Frontera (Cádiz), en 1799, por María Antonia de Jesús Tirado; las Dominicas de Santa Catalina de Siena de Albi, fundadas por M. Margarita Gerine Fabre en Albi (Francia) el 2 de septiembre de 1852; las Dominicas de la Anunciata (DA), que nacieron el 15 de agosto de 1856. en Vic (Barcelona), por iniciativa de San Francisco Coll; las Dominicas Docentes de la Inmaculada Concepción, fundadas en 1886 en Toulouse (Francia) por María Eduvigis Portalet; las Dominicas Misioneras de la Sagrada Familia (DMSF), nacidas el 12 de junio de 1895 en Las Palmas de Gran Canaria, por obra del P. José Cueto y Diez de la Maza; y las Dominicas Hijas de Nuestra Señora de Nazaret (DN). que nacieron en Bogotá (Colombia) para la formación integral de los marginados, por iniciativa de María Sara Alvarado Pontón, el 25 de marzo de 1938; las Dominicas Oblatas de Jesús (OP), fundadas en Madrid, el 14 de mayo de 1953, por el dominico P. Silvestre Sancho Morales; y las Dominicas Siervos el el Cenáculo (DSC), que nacieron en 1958, en Sonseca (Toledo), fundadas por D. Joaquín González de la Casa, para orar y colaborar con los sacerdotes. Desde el punto de vista jurídico dependen de la Sede Apostólica o de los obispos diocesanos. Junto a ellas existen también comunidades laicales dominicas (/* terciarios), vinculadas espiritualmente a la Orden. Dormitorio (del latín dormito- rium, lugar donde se duerme). Son los locales o el edificio de un monasterio destinados al descanso nocturno de la comunidad (sobre todo en la antigüedad tardía y en la Edad media); posteriormente el término ha pasado a designar también la parte de un edificio monástico en el que se encuentran las celdas de los monjes o monjas. Doroteas, Hermanas. La congregación de Hermanas Maestras de Santa Dorotea, Hijas de los Sagrados Corazones, fue fundada en Vicenza (Italia) el 13 de noviembre de 1836. por Beato Monseñor Giovanni Antonio Fariña, con el Fin específico de la enseñanza y la asistencia a pobres y abandonados. También se conocen como Doroteas a las Hermanas de Santa Dorotea de Frassinetti, fundadas el 12 de agosto de 1834, en Quinto-Génova (Italia), por santa Paula de Frassinetti (1809-1882), con una espiritualidad inspirada en san Ignacio de Loyola. y una actividad orientada a evangelizar a través de la educación. Economato. A partir de la tardía Edad media, el economato es el departamento que se ocupa de los balances y de la administración patrimonial de un ente eclesiástico (monasterio, cabildo, etc). Quien lo gestiona se denomina «ecónomo». Las grandes abadías y los cabildos, sobre todo imperiales, estaban dotados de auténticas «oficinas de contabilidad», como sucede aún hoy en algunos monasterios austríacos que poseen un consistente patrimon io inmobiliario. Enclaustraciones forzadas. Es un fenómeno relativo al intento de instrumentalizar la institución monástica. Ya en el siglo V los emperadores bizantinos comenzaron a encerrar a sus adversarios en un monasterio para liberarse definitivamente de ellos. En Occidente se multiplicaron los casos durante la Edad media, especialmente entre los Merovingios y Carolingios. También en este caso parece que entre las razones de semejante abuso prevalecían los motivos políticos, puesto que la enclaustración de un enemigo (a veces con toda su familia) equivalía a la aniquilación irreversible de su reconocimiento público. Carlomagno la usó en varias ocasiones como cosa lícita. En el caso de Taxilo III (788), duque de Baviera. la enclaustración le fue impuesta como atenuación de la pena de muerte y significaba en todo caso su total desautorización política. Así, el canon 17 del VI concilio de Toledo (638) sancionaba que un tonsurado no podía ser elegido rey, ni siquiera en caso de fuga o salida del monasterio. Se puede deducir que las enclaustraciones forzadas constituían el equivalente a las mutilaciones de otras culturas: una humillación y una reducción irrevocables. En el desarrollo del fenómeno son también importantes los motivos sociales: hasta el final del anden régime estaba en vigor la institución jurídica medieval del mayorazgo. La revolución francesa, a pesar de algunos intentos reaccionarios en tiempos de la restauración, barrió esta férrea ley por la que los hijos no primogénitos no podían heredar más que en pequeña medida, para evitar la división del patrimonio familiar. Esto obligaba a los hombres a dedicarse a la caballería o. en todo caso, a las armas, o bien a entrar en un monasterio; a las mujeres, excepto a una o dos, a renunciar al matrimonio, para no tener que soportar el peso económico de la dote o conformarse con un esposo de rango inferior. El monasterio era la solución, ya que la dote que allí se exigía no era demasiado onerosa. Hacia el final de la Edad media no eran pocos los monasterios destinados sólo a los nobles, donde se tendía a adaptar las condiciones de vida a las exigencias sociales de los miembros, evitando una convivencia que se percibía como humillante. No es necesario recordar que la persistencia de esta mentalidad provocó con el tiempo notables abusos dentro de los monasterios y prolongó el ejercicio de una durísima coacción por parte de las familias, especialmente con respecto a las jóvenes. A menudo ingresaban en el convento jovencísimas, para recibir instrucción y educación, y ya no volvían a salir. Algo distinta era la situación de los oblatos y oblatas, ofrecidos a los monasterios por motivos religiosos o por dificultades económicas de las familias, que después de los años de la adolescencia podían volver a casa, aunque esto no sucediera con mucha frecuencia. Papas y obispos intentaron vencer la coerción, pero sin conseguirlo hasta que no se eliminaron radicalmente las causas del fenómeno. El concilio de Trento había dispuesto que se garantizase la libertad de las candidatas a los votos, mediante un serio examen por parte del obispo o su delegado. La excomunión era la pena para quien ejerciese la violencia. Las visitas a los monasterios en el siglo XVII atestiguaron la necesidad de una reforma. En conjunto, sin embargo, hay que decir que, a pesar de que muchas vocaciones fueran forzadas, se evitaron, en cambio, los abusos morales. Encomienda (del latín commen- dare, encomendar, confiar). Es un beneficio eclesiástico (benefi- cium) cuyas rentas se asignan en usufructo a un titular que, no obstante, no está vinculado a las obligaciones de servicio que se derivan de él. Al principio se trataba solamente de concesiones temporales, como en el caso de plaza vacante o de impedimento del titular legítimo; pero ya en tiempos de los mayordomos caro- lingios, en el reino de los francos se pasó a las asignaciones en usufructo vitalicio. Fueron sobre todo las abadías las que se asignaron como encomiendas a obispos, laicos y, posteriormente, cardenales. Los «abades comendatarios» ejercían también sobre el monasterio una jurisdicción limi tada, que finalmente fue prohibida por la Santa Sede. A partir del pontificado de León X la asignación quedó reservada a la Santa Sede (1514). La institución de los abades comendatarios condujo frecuentemente a la decadencia de la disciplina monástica y a la ruina del patrimonio de los monasterios. En la Edad media y en la época moderna el fenómeno de las encomiendas se difundió sobre todo en Francia, España y los Estados italianos, donde los señores ejercían de diversos modos el derecho de investidura. La encomienda y otras prácticas similares de usufructo estaban en la Edad media y en la época moderna estrechamente vinculadas al fenómeno de la acumulación de beneficios en un solo sujeto (cumulatio beneficiorum) y, como tales, podían extenderse a beneficios eclesiásticos de todo tipo. Las encomiendas se mencionan aún en el código de derecho canónico de 1917 (cán. 1412, 1435, 1439), pero no así ya en el de 1983. En las órdenes militares, se llama «encomienda» la entidad administrativa mínima dotada de autonomía: cada uno de los conventos, casas o filiaciones autónomas; en el vértice de esta institución está el «comendador». Eremita Ermitaño. Ermitaño (del griego eremos, solitario, solo). Es «quien vive solo»: un cristiano que se ha apartado de los vínculos sociales para retirarse a la soledad, con el fin de llevar una vida de penitencia y ^ascesis, entregada a la perfecta unión con Dios. La forma original de este tipo de monacato se encuentra a partir del siglo III entre los anacoretas orientales que, aunque con ciertas reservas, tuvieron imitadores también en el monacato occidental. En la primera Edad media el eremitismo consistió sobre todo en la renuncia ascética a una patria, unida a la peregrinatio pro Christo -la condición de itinerantes por amor a Cristo-, como era típico del monacato irlandés. Hubo nuevos impulsos a partir de las severas reformas monásticas de los siglos X y XI, y también de la lucha por la libertad de la Iglesia durante la reforma gregoriana. Los monjes volvieron de nuevo al «desierto» y a la soledad, solos o en pequeños grupos. De los asentamientos eremíticos del siglo XI se formaron las órdenes de los /'Camaldulenses y los Cartujos; y en el siglo XIII los Ermitaños f Agustinos, que, no obstante, se identificaron con las órdenes mendicantes. De ese modo nació una nueva forma de vida de monacato occidental: con la unión del anacoretismo y el cenobitismo (/*cenobitas) en una orden centralizada. Además de las diversas formas de eremitismo organizado, en la Edad media había «inclusos» (o ^reclusos), hombres y mujeres que temporalmente o de por vida se recluían en una celda, haciéndola incluso tapiar, y que, por el heroísmo de su estilo de vida, gozaban de gran prestigio. Mientras esta forma perdió rápidamente importancia en el siglo XV, hasta llegar a desaparecer por completo en el siglo XVII, el eremi- tismo, en cambio, siguió existiendo. En los siglos XVII y XVIII hubo incluso una institución de escuelas eremíticas, en lugares apartados. En 1S43, a comienzos del siglo XIX, después de la /"secularización, en Alemania (diócesis de Ratisbona) surgió una nueva fraternidad eremítica, cuyos miembros, como '"terciarios de san Francisco de Asís, viven en yermos de Alemania, Austria y Suiza. También en otros países existen aún ermitaños. Ermitaños Agustinos ^Agustinos, ermitaños. Escapulario (del latín tardío scapulcire, vestidura que se pone sobre las espaldas, escapulario; del latín scapula, espalda). Forma parte del hábito de muchos institutos religiosos católicos, y consiste en una larga franja de paño, formada por dos piezas, que cuelga desde los hombros y llega hasta los pies, y se viste sobre el verdadero hábito (sayal, túnica, talar) cubriéndolo por delante, sobre el pecho, y por detrás, sobre la espalda. En la regla de san Benito el escapulario se presentaba originalmente como «delantal de trabajo» de los monjes. Posteriormente fue adoptado por diversas comunidades religiosas ( /" Benedictinos, /" Dominicos, '"Carmelitas, /"Servitas, /"Teati- nos, etc.) y, con acabados y colores diversos, pasó a formar parte de su hábito religioso. Un escapulario reducido, que consiste en dos trozos rectangulares de paño que se apoyan en los hombros por medio de dos cintas, lo utilizan varias /"hermandades, los /"oblatos y los /"terciarios; el de las hermandades se llama «escapulario pequeño» y el de los terciarios «escapulario grande»; en ambos casos proceden de las respectivas órdenes religiosas. Una importancia especial en la historia de la devoción tiene el escapulario de la Virgen del Carmen, tradicionalmente vinculado a los comienzos de la Orden carmelita y a las visiones marianas de san Simón Stock de Cambridge (1251). Esclavas. Son muchas las congregaciones femeninas que adoptan el calificativo de «Esclavas». Se cuentan entre ellas, además de las Esclavas del Amor Misericordioso, fundadas por la religiosa española, Beata Madre Esperanza Alhama: las Esclavas del Corazón de Jesús (ECJ). fundadas en Córdoba (Argentina), el 29 de septiembre de 1872, por la Beata M. Catalina de M. Rodríguez, con fines educativos, catequéticos y misionales; las Esclavas ele María Inmaculada al Servicio de las Jóvenes Obreras (EDM), congregación fundada el 19 de marzo de 1883 en Valencia, por la Beata Juana María Condesa Lluch; y las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús (ACJ), fundadas en Madrid por santa Rafaela María del Sagrado Corazón, el 14 de abril de 1877, con el fin específico de la reparación al Corazón de Jesús con el culto eucarístico; las Esclavas del Divino Corazón (ADC), fundadas por el Beato Cardenal Marcelo Spínola y la Sierva de Dios, Madre Celia Méndez en Coria (Cáceres), el 26 de julio de 1885. para anunciar a los hombres el amor personal de Cristo, fundamentalmente por la educación de la juventud; las Esclavas de la Inmaculada Niña (EIN), nacidas el 23 de febrero de 1901. en México, por iniciativa de Federico Salvador y A. Rosario. para la extensión del reino de Dios por medio de la educación y la evangelización; las Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios (ESSE), para la adoración eucarística y la enseñanza. que nacieron en Granada el 1 1 de abril de 1925 por obra de Beata Trinidad del Purísimo Corazón de María; las Esclavas de Cristo Rey (ECR), fundadas el 15 de junio de 1928 en Tíldela (Navarra) por Beato D. Pedro Legaría Armendáriz, para extender el reino de Cristo a través de los ejercicios espirituales y la enseñanza; las Esclavas de la Virgen Doloroso (AVP), de D. Manuel Herranz Establés, que nacieron en Madrid, en 1940, para atender a madres solteras y jóvenes deficientes; y las Esclavas del Corazón Inmaculado de María (ECM), fundadas el 4 de diciembre de 1954 en Oviedo por María del Pilar Martínez, para reparación y desagravio de almas consagradas. Esclavas del Amor Misericordioso. La fundadora, Beata M. Esperanza de Jesús Alhama Valera, nacida en Santomera (Murcia) en 1893, ingresó en la Congregación de las Hijas del Calvario, anexionadas después a las Misioneras Claretia- nas. En 1930 fundó en Madrid la congregación de las Esclavas del Amor Misericordioso (EAM), con el propósito de dar a conocer el amor y la misericordia de Dios manifestados en Jesucristo. En agosto de 1951, la M. Esperanza de Jesús fundó también en Collevalenza (Perusa, Italia) la congregación de los Hijos del Amor Misericordioso, para colaborar y trabajar con y en favor de los sacerdotes del clero secular en toda clase de actividades pastorales. Esta congregación está formada por religiosos sacerdotes, sacerdotes diocesanos con votos religiosos y religiosos no sacerdotes. Esclavos de María y de los Pobres (EdMp). La Pía Unión de la Santa Esclavitud de María y de los Pobres fue fundada por don Leocadio Galán Barrena el 2 de febrero de 1954, en Alcuéscar (Cáceres), con el fin específico de la redención en el mundo obrero, rural y campesino, y la atención a inválidos y desvalidos. Escoceses, monasterios. La verdadera historia de los monasterios escoceses (también scotti o scoti) en el continente europeo comienza alrededor del año 1070, en pleno movimiento de reforma de la Iglesia occidental. Sin embargo, esta nueva ola monástica procedente de Irlanda (Scotia, Irlanda; Scotia Minar, Escocia) debe considerarse dentro del marco más amplio de las aportaciones de la Iglesia irlandesa al continente europeo entre los siglos VI y XVI. Una primera fase dio comienzo con la obra de Columbano el Joven, fallecido el año 615 como abad de Bobbio (en el reino de los Longobardos), después de una vida ajetreada. Característico de esta primera fase del monacato irlandés era el ideal ascético de la peregrinatio, de la ausencia de patria en este mundo. La regla de san ? Columbano, extremadamente severa, se sobrepuso muy pronto a la de san Benito (^ Benedictinos), más discreta, en su forma de f «regla mixta» (regula mixta). Surgieron monasterios, yermos y hospicios. Numerosos monjes irlandeses se entregaron a una intensa obra misionera, a menudo como obispos itinerantes, como Chiban (o Chiliano) en la Fran- conia oriental (t en torno al 689) y Virgilio en Salzburgo (f hacia el 783). Puntos de referencia esenciales fueron los monasterios de Luxeuil (alrededor del 591), la llamada celda de Sankt Gallen, al sur del lago de Constanza (en torno al 610/61 1) y, poco después. la fundación de Bobbio. en los territorios longobardos de Italia septentrional (monacato ^irlandés). Las devastadoras incursiones normandas en Irlanda estuvieron en el origen de una segunda ola migratoria, que trajo al continente europeo la presencia cultural y religiosa de los monjes irlandeses. Esta vez no se trataba ya de «peregrinos sin patria» (pe re- grini), sino de «desterrados» (exules). Como tampoco fue el ideal ascético el que caracterizó sobre todo la presencia de los irlandeses, sino la actividad de doctas personalidades laicas en la corte carolingia y en las sedes episcopales. Distinta fue la tercera ola, que dio comienzo hacia mediados del siglo X, cuando en Irlanda, libre ya de la dominación normanda, se iba abriendo camino un nuevo período de prosperidad espiritual y cultural, en estrecha relación con la Europa continental. Una vez más se vio en tierras europeas a los peregrini irlandeses, pero ahora, a diferencia de lo que había ocurrido durante la primera fase, el encuentro del mundo irlandés con el continental tuvo todas las características de un intenso intercambio religioso y cultural, recíprocamente fecundo. Los irlandeses mantuvieron su relación con la madre patria, donde, mientras tanto iba creciendo progresivamente el influjo del continente en el campo eclesial y, más específicamente, en el monástico. En el continente, en cambio, los frutos de esta tercera ola se dieron primero en Francia septentrional y en las regiones que circundan el Mosela y el Rin. Con los movimientos reformistas benedictinos de Gor- ze. en Lorena, y Cluny, en Bor- goña, los irlandeses mantuvieron relaciones estrechas, aunque no exentas de tensiones. A finales del siglo XI el baricentro de la presencia irlandesa se desvió hacia Baviera y. en particular, a Ra- tisbona. En aquella época la antigua ciudad comercial y residencia episcopal había adquirido un rango realmente europeo. Los mercaderes de Ratisbona mantenían relaciones comerciales que se extendían hasta Kíev, Bizando y el Oriente Próximo. A esta ola monástica pueden remitirse los comienzos de los «monasterios escoceses» de Weih-St. Peter y St. Jakob. Aunque es difícil establecer con precisión cuándo adoptaron estos monasterios la regla de san Benito. La abadía escocesa de Santiago (St. Jakob) en Ratisbona, junto con el pequeño monasterio de San Pedro (St. Peter), se convirtieron en punto de partida para otras muchas fundaciones en diversas ciudades alemanas (Würzburg, Nuremberg, Eichstatt, Viena, Memmimgen, Erfurt, Constanza, Kelheim). En esta época los monjes irlandeses estuvieron en el centro de la vida cultural, religiosa y espiritual, apreciados como eruditos y directores de almas. Sus monasterios, que tenían como cabeza a Santiago de Ratisbona, fueron distinguidos con numerosos privilegios pontificios, especialmente por obra de Lucio III (1185) e Inocencio III (1215). A diferencia de todos los demás monasterios benedictinos europeos, los escoceses pudieron contar con una representación unitaria en el IV concilio de Le- trán. a nivel nacional y no territorial; a la cabeza de esta peculiar asociación matricular estaba la abadía de Santiago (como eccle- sia nuitrix, «iglesia madre»). De ese modo, gracias a la investidura pontificia, el abad de Santiago adquirió una posición autorizada con respecto a todos los monasterios escoceses de Alemania. Hasta comienzos del siglo XVI los dos monasterios escoceses de Ratisbona (el priorato de St. Peter fue destruido en 1552 durante una acción de guerra), como todos los monasterios escoceses alemanes, estaban habitados por monjes procedentes exclusivamente de Irlanda. Tras un comienzo glorioso, la historia de estos monasterios tuvo que enfrentarse con crecientes dificultades. Con el paso del tiempo se dejó sentir cada vez más la falta de nuevos refuerzos monásticos procedentes de la madre patria. Por otra parte los monjes benedictinos alemanes veían como invasores a estos monjes de origen extranjero. A finales de la Edad media muchos monasterios escoceses alemanes pasaron (o tuvieron que ser cedidos) a los Benedictinos locales. Posteriormente, la reforma protestante tuvo efectos catastróficos en la presencia de los escoceses. En Ratisbona siguió existiendo la abadía de Santiago, que pasó a monjes procedentes de Escocia propiamente dicha, pues en Roma no se comprendía ya el sentido de la antigua denominación (scoti, irlandeses). En el período siguiente a la reforma protestante, algunos intrépidos abades escoceses de Santiago, a cuya jurisdicción pertenecía también la pequeña casa de Erfurt, organizaron en sus monasterios auténticos centros misioneros católicos en función de su madre patria, Escocia, que ya se había pasado al calvinismo. A comienzos del siglo XIX la abadía de Santiago de Ratisbona se salvó de la secularización gracias a una intervención del gobierno británico. Sin embargo, esta antigua y gloriosa abadía -último vestigio de los monasterios escoceses en Alemania-, reducida ya a sólo dos monjes ancianos, fue suprimida por la Santa Sede en 1862. Escolapios. Los Escolapios o, más precisamente, los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías (Ordo Clericorum Regularium Precutperum Matris Dei Scholarum Piarum, SP o SchP) son una orden de clérigos regulares que tienen como finalidad la formación y educación de la juventud. Su fundador, san José de Calasanz, nació en Peralta de la Sal (Huesca). Ordenado sacerdote, después de algún tiempo fue a Roma, donde el contacto con la pobreza y la ignorancia le cambió el corazón y lo impulsó a ponerse por completo al servicio de los niños y jóvenes más necesitados. Así nació la obra de las «Escuelas Pías», que comenzó en 1597, en el barrio romano de Trastevere. En 1648, a los noventa años de edad, murió en Roma, José de Calasanz, dejando su obra extendida ya por Italia, Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Austria, Hungría, Rumania y Suiza. Erigida al comienzo como congregación de votos simples, sus primeros decenios de existencia estuvieron marcados por enormes dificultades, hasta su definitiva aprobación pontificia, como Orden, en 1669. Desde ese momento la difusión de las Escuelas Pías fue rápida, tanto en Italia como en otros países católicos. La Orden supo distinguirse por un gran número de miembros cultos y preparados, y también por las simpatías de que gozó entre excelentes hombres de ciencia. Actualmente sigue promoviendo los ideales de los comienzos en muchos países. Situación en 1996: 230 casas con 1.458 miembros, 1.134 de ellos sacerdotes. Se conocen como Escolapias a los miembros de una congregación femenina cuyo título oficial es el de Hijas de María, Religiosas de las Escuelas Pías (SchP), que fue fundada en 1829 por la M. Santa Paula Montal, en Figueras (Girona) para la educación de la niñez y la juventud, y especialmente para la promoción integral de la mujer. Kscolasticado (del latín sellóla, escuela). Denominado también clericado o estudiantado, es, en la mayor parte de las órdenes y congregaciones clericales, el seminario donde los candidatos al sacerdocio reciben su formación filosófico-teológica. Los estudios comienzan, generalmente, después de la primera profesión, duran seis años y pueden realizarse en facultades teológicas universitarias o en centros de la propia Orden. A ello se añade la dirección y la formación espiritual dentro del propio instituto. La formación de los Jesuitas considera además un tercer año de noviciado, durante el escolastica- do. Escolástico (o clérigo estudiante) es el religioso que está en el escolasticado (o estudiantado). Actualmente, en el lenguaje común, se usa el término más amplio de ^«juniorado». Escudo. Es la señal distintiva, el emblema o insignia de una persona, familia, corporación o institución. compuesto de dibujos y colores, según las reglas de la heráldica (ciencia que estudia las insignias y los escudos nobiliarios, del alemán Herialt, mensajero, oficial público). El uso de escudos y blasones se afirmó en el siglo XII, en el mundo de la caballería, en Europa central y occidental, para distinguir a los jefes y sus familias (el primer escudo conocido es el del conde Godfredo V de Anjou, en 1127). En el siglo XIII, cuando ya el escudo se había afirmado como señal distintiva de familias y territorios, también los exponentes del alto clero (obispos, abades y prebostes) comenzaron a usarlos en Asellos, monumentos, iglesias y en otros objetos. Los mo nasterios y las órdenes religiosas asumieron también esta costumbre. Pero en este caso hay que distinguir el escudo institucional de cabildos y monasterios del escudo propio de los respectivos superiores (prebostes y abades). Los prelados mitrados (S mitra) adornaban sus escudos con mitra y báculo; los miembros eclesiásticos pertenecientes a las clases del Imperio, dotados de poder jurisdiccional civil, añadían también la espada. Las reglas para el uso correcto de los escudos -que con frecuencia no se tienen suficientemente en cuenta- están contenidas en la heráldica eclesiástica. Estigmatinas, Hermanas. Las Pobres Hijas de los Estigmas de San Francisco constituyen una congregación religiosa entregada a toda clase de obras sociales, que fue fundada en Florencia (Italia) el 18 de mayo de 1850. por Santa Ana Lapini, y su confesor, San Gaspar Bertoni, para ser presencia discreta, levadura en la masa para remover desde dentro las situaciones de marginación. Estilitas (del griego stylos, columna). Eran anacoretas que vivían sobre una columna, según un modelo especialmente severo y original de /"ascesis cristiana. La plataforma, colocada sobre una columna, estaba protegida por una balaustrada sobre la que los estilitas podían apoyarse para breves momentos de descanso. Sin embargo, rechazaban todo tipo de protección del sol, el frío y la lluvia. Jóvenes discípulos se preocupaban de llevarles el alimento e incluso la eucaristía, por medio de escaleras móviles apoyadas en las columnas. El modo de vivir de los estilitas llevaba hasta las últimas consecuencias los principios de la permanencia en un lugar, de carecer de habitación y del stasis (estar siempre de pie). Se considera el primero y más célebre de los estilitas a san Simeón el Viejo (389/390-459), que comenzó su vida eremítica alrededor del año 412, decidiendo, diez años después, vivir en una columna que, desde los tres metros del principio, llegó a elevarse al final hasta veinte metros. Aquí vivió hasta su muerte, expuesto a toda forma de intemperie. Su fama de santidad atraía ejércitos de peregrinos, a quienes él predicaba dos veces al día. Fue consejero muy buscado, artífice de paz y misionero; sus contemporáneos lo describen como bondadoso y afable. Simeón Estilita el Joven (521 -592), sirio como el anterior, subió a los seis años a su primera columna, y a los doce a la segunda. Para huir de la multitud de peregrinos vivió diez años sobre una roca escarpada, transcurriendo después otros cuarenta y cinco años en una tercera columna, expuesto a la intemperie. Aún vivo, numerosos peregrinos lo veneraban como santo. Esta extravagante forma de vida monástica se difundió por todas las Iglesias orientales y por todo el Imperio Bizantino. Se dieron también casos aislados de dendritas (del griego denclron, árbol) que vivían su ideal monástico en árboles altos. A partir del siglo VI algunos estilitas recibieron la ordenación sacerdotal permaneciendo en sus columnas, mientras que otros no se subieron hasta después de la ordenación. Entre los que acudían a los estilitas, además de ejércitos de gente sencilla, hubo también personas de alto rango. Algunos estilitas fueron ordenados obispos, pero en este caso tuvieron que abandonar su plataforma. El intento de algunas mujeres devotas de imitar la experiencia ascética de los estilitas no consiguió la aprobación de los obispos orientales. Casos de monjes estilitas se dieron también en el siglo XIX. En el Occidente latino esta forma de vida ascética fue, en cambio, ignorada casi por completo. El único caso de estilita conocido en Occidente es el del anacoreta Wulflaich, que en el siglo VI erigió una columna en las Ardenas; pero el obispo Magneri- co de Tréveris le prohibió esta forma de vida y ordenó que su columna fuera destruida. Wulflaich, entonces, ingresó en una comunidad monástica y este fue el camino que lo condujo a la santidad. Estola, derechos de (stolaria, de stolu, parte de las vestiduras litúrgicas). En la Iglesia católica son los emolumentos debidos al clero por determinadas prestaciones o servicios litúrgicos (por ejemplo, bautizos, bodas o entierros). Sirven para el mantenimiento del clero, de los ministros de la Iglesia y de las instituciones eclesiásticas. Tasas y contribuciones semejantes son frecuentes en todas las confesiones cristianas. Estudiantado E Escolasticado. Evangeliario (del latín tardío evangeliarium, a su vez de origen griego). El término designaba al principio el libro litúrgico que contenía el texto completo de los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan); posteriormente pasó a designar también el volumen que contiene los pasajes evangélicos utilizados en la liturgia («libro de las períco- pas»; Eleccionario). Se conservan numerosos evangeliarios de la tardía Edad media, de gran valor artístico. Exclaustración (del latín exclaústrenlo, separación del convento). Es la separación temporal de un religioso de la vida comunitaria de una casa de su orden. Generalmente la exclaustración se concede a petición del religioso, por un privilegio pontificio (indulto). Sin embargo, la exclaustración puede ser también impuesta. En el caso de institutos de derecho diocesano, la autoridad competente es el obispo diocesano. El religioso exclaustrado mantiene algunos derechos y está sometido a determinadas obligaciones. La exclaustración definitiva y total de las obligaciones de la vida religiosa es la ^secularización. Exención. En el derecho eclesiástico católico, la exención (del latín exemplio, sustracción, separación) es la exoneración de una persona física o jurídica de la jurisdicción del superior u ordinario competente y su sumisión a otra autoridad de grado más alto. Para los monasterios y órdenes religiosas, desde la Edad media, fue importante sobre todo la exención total o parcial de la potestad de gobierno del obispo, concedida generalmente con privilegios pontificios, pero también con frecuencia objeto de polémicas. El concilio de Trento (15451563) trató de reforzar la potestad de gobierno de los obispos dentro de sus diócesis en relación con las órdenes y monasterios exentos. En la misma línea se movió el Vaticano II (1962- 1965). La exención debería tener en cuenta las tareas específicas, la posición y la dignidad de los territorios y personas «exentas». A pesar de que la institución jurídica de la exención ya no aparece en el código de derecho canónico actualmente en vigor (Codex juris canonici de 1983), órdenes y congregaciones han mantenido su autonomía jurídica (insta autonomía, can. 586 § 1). Exequias. Todas las reglas y constituciones contienen normas específicas con respecto a la asistencia a los enfermos y moribundos. recordando el deber del cuidado amoroso y el acompañamiento cristiano. Además, tienen también disposiciones precisas sobre el modo de celebrar las exequias de los miembros. En las antiguas órdenes, cuando un monje muere, su cadáver generalmente se coloca en un nicho del claustro o en una capilla adyacente; el túmulo se traslada después a la iglesia para los funerales, después de los cuales tiene lugar la sepultura, en la cripta o en el cementerio del monasterio. En todo esto se ha de evitar toda forma de ostentación. Por este motivo, en muchas órdenes religiosas no se erigen monumentos sepulcrales permanentes, conformándose con una simple cruz de madera. Algunas órdenes especialmente austeras, como los /"Cartujos, entierran los cadáveres de sus miembros envueltos simplemente en sudarios fúnebres, sin ataúd; en la cruz de madera que se coloca sobre la tumba no se pone ninguna inscripción, porque su nombre está escrito en el libro de la vida. Familia Paulina. /. El fundador. Nacido el 4 de abril de 1884 en San Lorenzo de Fossano (Cuneo), el Beato Padre Santiago Alberione (1884-1971), recibió su primera formación eclesiástica en el seminario de Bra (1896-1900), y luego en el de Alba (desde octubre de 1900 en adelante); fue ordenado sacerdote el 28 de junio de 1907. Consiguió el doctorado en teología en la Facultad teológica de Santo Tomás de Aquino, en Genova (1908), y durante un brevísimo tiempo (marzo-octubre de 1908) fue coadjutor en la parroquia de San Bernardo, de Nar- zole. Después fue convocado por su obispo, mons. José Francisco Re (t 1933), para asumir el cargo de director espiritual en el seminario diocesano, cargo que mantuvo hasta mediados de 1920, cuando consiguió de mons. Re la facultad de dedicarse por completo al instituto que había comenzado en 1914 para el apostolado de la buena prensa. El resto de su vida se funde con la historia de sus institutos. Murió en Roma el 26 de noviembre de 1971, fue beatificado en 2001. Está en curso su proceso de canonización. II. Visión general de las fundaciones de la Familia Paulina. En la vida del P. Alberione pueden distinguirse tres grandes períodos. I. Primer período (desde su nacimiento hasta el año 1914). Nacimiento en el seno de una familia numerosa, primeros estudios en el seminario de Bra y luego en el de Alba, ordenación sacerdotal en Alba, relaciones con su director espiritual, el canónigo Francisco Chiesa (Figura eminente del clero albense), son, al menos en parte, elementos comunes en la vida de cualquier aspirante al sacerdocio. El marco de referencia ideal para Alberione lo constituye, en esta etapa, la pastoral parroquial, no sólo por haber sido formado como sacerdote diocesano o por haber sido nombrado director espiritual de los seminaristas, es decir, de futuros sacerdotes orientados a la parroquia, sino, sobre todo, porque sus dos principales libros de aquel tiempo -Apuntes de teología pastoral (primera edición italiana, Turín 1912) y La mujer asociada al celo sacerdotal (primera edición italiana, Alba 1915)- tenían como objetivo una pastoral directa, parroquial. Cuando comenzó a preocuparse más de cerca por la prensa, asumiendo la dirección del semanario diocesano Gazzeta d'Alba (septiembre de 1913), el P. Alberione permaneció siempre fiel a sus ideales «pastorales» (en el sentido de llegar al pueblo cristiano), aunque ahora había que realizarlos no ya en contacto directo con la gente, sino más bien con la predicación a través de los instrumentos de comunicación social. Cambiaba, pues, no sólo la modalidad pastoral, sino también el lugar, que ya no era la parroquia o la diócesis, sino Italia y el mundo entero. 2. Segundo período (desde 1914 hasta 1960, aproximadamente). Así comenzaba, en 1914, la etapa fundacional, que. sin embargo, no es una etapa unitaria, ya que las ideas que movieron al P. Alberione como fundador no fueron siempre las mismas. a) La primera fase del movimiento fundacional va de 1914 a 1936, aproximadamente. Estos años y las fundaciones de este período (Sociedad de San Pablo, Hijas de San Pablo y Pías Discípulas del Divino Maestro) estaban totalmente orientados a la prensa: la tipografía es una iglesia, las mesas de composición el pulpito, como le gustaba repetir al P. Alberione. El pensaba en una organización de religiosos escritores (Sociedad de San Pablo) y religiosas escritoras (Hijas de San Pablo), ayudados por las Pías Discípulas, que constituían casi como una bisagra entre las otras dos ramas y les permitían -y hacían fecunda con la plegaria de adoración- una total entrega a la prensa. Todos juntos constituirían un único instituto, dependiente de un único superior general. b) La segunda fase fundacional va aproximadamente de 1936 a 1947, y comienza con la fundación (1936) de las Pastorcitas. que el P. Alberione pensaba orientar a la parroquia y, al menos en parte, a la prensa. Las Pastorcitas podrían llegar a los pueblos, revitalizando la parroquia, gracias a la utilización de los nuevos medios, teniendo en cuenta que las Hijas de San Pablo parecían limitarse ya a las librerías de las grandes ciudades. Los tres grupos femeninos (es decir. Hijas de San Pablo, Pías Discípulas y Pastorcitas), que el P. Alberione pensaba poder mantener unidos en un solo instituto, tenían en todo caso actividades demasiado diversas como para permanecer por mucho tiempo bajo la guía de tres vicesuperio- ras dependientes de una única superiora general, que en aquel momento era la Beata Madre Tecla Merlo (1894-1964). A madurar un nuevo marco, que preveía la autonomía de cada uno de los institutos femenimos, contribuyeron las mismas religiosas de los tres institutos. Así, en 1947 las Pías Discípulas fueron apartadas del apostolado de la prensa y de la dependencia de la superíora general de las Hijas de San Pablo, y orientadas decididamente a la liturgia. Y las Pastorcitas, para quienes el P. Alberione había hablado de autonomía ya en 1943, fueron orientadas cada vez más al apostolado directo («cura de almas», como sintetizó el mismo fundador). c) La tercera fase fundacional va de 1955 a 1960 y se distingue por el hecho de que las nuevas fundaciones (las Hermanas Apostolinas. que se pusieron en marcha en 1957, y los institutos agregados -Jesús Sacerdote, Virgen de la Anunciación y San Gabriel Arcángel- que nacieron poco después) fueron ideadas y organizadas a partir de sugerencias que le llegaron al P. Santiago Alberione desde fuera, especialmente del claretiano P. Arcadio Larraona (futuro cardenal). 3. Tercer período de la vida del P. Alberione (1960-1971). Constituye una larga reflexión del P. Alberione sobre su vida y sus obras. El ve ahora con gratitud no sólo la multiplicidad de sus fundaciones, sino también que no todas están orientadas a la prensa y a los medios de comunicación social. Juntas, constituyen la «Familia Paulina». ///. Los diversos institutos de la Familia Paulina. Considerando el marco fundacional en que se sitúan los institutos de la Familia Paulina, es más fácil comprender la historia de cada uno de ellos. 1. La Sociedad de San Pablo (SSP). Fundada en Alba (Cuneo) el 20 de agosto de 1914, obtuvo la aprobación diocesana como congregación religiosa el 12 de marzo de 1927, el decreto de alabanza el 10 de mayo de 1941. y la aprobación definitiva el 27 de junio de 1949. La idea fundamental del P. Alberione era que la predicación realizada mediante la prensa (y después con los demás medios de comunicación social) es verdadera predicación; y sobre esa idea (por tanto sobre una base teológica) estructuró su instituto, confiando la redacción a los sacerdotes (los únicos autorizados a predicar), y a los hermanos laicos (llamados Discípulos del Divino Maestro) la tarea de ayudar a los sacerdotes en lo que globalmente se denominaba «técnica» (es decir, impresión y difusión). La espiritualidad del instituto se fue centrando progresivamente en san Pablo apóstol (la referencia a san Ignacio de Loyola, presente en la solicitud de aprobación diocesana, desapareció muy pronto) y en la devoción a Cristo, venerado como Maestro, camino, verdad y vida. En palabras del P Alberione. esta espiritualidad (que llegará a ser después común a todos los institutos de la Familia Paulina) se sintetizaría así: «La Familia Paulina aspira a vivir integralmente el Evangelio de Jesucristo, camino, verdad y vida, con el espíritu de san Pablo apóstol, bajo la mirada de la Reina de los Apóstoles» (Las abundantes riquezas..., 93). El desarrollo del instituto fue notable tanto en Italia (caracterizado por una acentuada autarquía, por la que el fundador intentó hacerlo todo en casa, incluida la producción de papel, tintas, tipos, etc.) como fuera de Italia. La primera filial en Italia se abrió en Roma (1926), mientras que en el extranjero la primera fue Brasil (1931), llegando pronto a otras naciones: Argentina (1931), Estados Unidos (1932), Francia (1932), España (1933), Japón (1934), etc. La tipología de las fundaciones presentaba dos modelos: el vocacionario y la librería. Cada uno de los voca- cionarios se estructuraba como una editorial, con su propia imprenta, mientras que las librerías, presentes en las ciudades más importantes, se preocupaban de difundir todo lo que los vocacio- narios producían. Después de la II Guerra mundial, la tipología del vocacionario se fue modificando íiradualmente. En efecto, el mismo P. Alberione se dio cuenta de que ya no era posible tener una multitud de editoriales en la misma nación. La primera nación en encaminarse hacia la creación de un único centro editorial fue Italia, primero con el sector de libros (ya en los años 50), y después, de forma gradual, con todas las otras expresiones del apostolado paulino (revistas y audiovisuales). El mismo proceso de unificación se fue realizando en las otras naciones, sobre todo las que están unidas por la lengua (especialmente el mundo hispánico), mientras que después de 1980 se vio la necesidad de llegar a una coordinación internacional (actualmente aún no elaborada definitivamente) de las distintas obras apostólicas. En 1996 el instituto contaba con 108 casas y 1.170 miembros, de los cuales 579 son sacerdotes. 2. Hijas de San Pablo (FSP). Fueron fundadas en Alba en junio de 1915, consiguieron la aprobación como congregación diocesana por el ordinario de Alba el 15 de marzo de 1929, el decreto de alabanza y la primera aprobación de las constituciones el 13 de diciembre de 1943, y la aprobación definitiva de las constituciones el 15 de marzo de 1953. La aprobación del instituto fue, al principio, bastante laboriosa, ya que el P Alberione pensaba que podía comprender dos grupos distintos (incluso en el hábito): el primero dedicado al apostolado de la prensa (las Hijas de San Pablo), y el segundo a la adoración y al servicio doméstico (las Pías Discípulas del Divino Maestro). La sagrada Congregación de Religiosos no consideró adecuada esta estructura, y en 1929 se llegó a la aprobación diocesana sin la distinción de los dos grupos, siendo todas las religiosas Hijas de San Pablo. El instituto experimentó una difusión análoga a la de la Sociedad de San Pablo (con la tipología arriba indicada de vocacionario y librería), con predominio de las librerías (en pocos años se fundaron en Italia más de treinta). Contemporáneamente, las Hijas de San Pablo organizaban las Fiestas del Evangelio y las Semanas de la Prensa y dieron comienzo a la publicación de la revista Familia Cristiana, que en varios países pasó posteriormente a la Sociedad de San Pablo. Fuera de Italia, las fundaciones estuvieron, al principio, unidas a las de la Sociedad de San Pablo (Argentina y Brasil en 1931; Estados Unidos en 1932, etc). Las fundaciones de vocacionarios y de librerías autónomas, es decir, incluso en naciones donde los Paulinos no estaban aún presentes, no comenzarían prácticamente hasta después de la 11 Guerra mundial, llegando a los cinco continentes: 194S: Chile, Colombia y México; 1950: Portugal; etc. En 1947 tuvo lugar la separación de las Pías Discípulas del grupo de las Hijas de San Pablo (v. infra); y en 1978 un grupo de más de treinta Hijas de San Pablo (que prestaban su servicio en la clínica de la Reina de los Apóstoles, fundada en 1949 en Albano Lazial por el P. Alberione) se separaron del instituto, constituyendo una nueva congregación religiosa denominada «Siervas de la Visitación», aprobada en 1981 en Roma por el cardenal Hugo Poletti. A partir de 1980, también las Hijas de San Pablo se orientaron hacia una reorganización de los centros apóstol icos, de manera análoga a como se estaba realizando en la Sociedad de San Pablo; y después de 1990 decidieron dar comienzo a una serie de nuevas fundaciones en los países del Este europeo (Rusia, Rumania, etc). En 1996 el instituto de las Hijas de San Pablo contaba con 265 comunidades y 2.696 religiosas. 3. Pías Discípulas del Divino Maestro (PDDM). Tras haber elegido (1923) a dos Hijas de San Pablo, Úrsula Rivata y Matilde Gerlotto, el 10 de febrero de 1924, el P Alberione dio comienzo en Alba a un nuevo grupo, al que dio el nombre de Pías Discípulas del Divino Maestro y al que presentó en 1927 (es decir, cuando pidió la aprobación de las Hijas de San Pablo) como una segunda rama que «se dedica a adorar al Divino Maestro y al servicio gratuito en las cosas necesarias a la Pía Sociedad de San Pablo y a las Hijas de San Pablo». Esta situación, no carente de dificultades, se prolongó hasta 1945, cuando el P. Alberione decidió solicitar la aprobación de las Pías Discípulas como instituto autónomo de las Hijas de San Pablo. Después de una primera negativa (1946), la sagrada Congregación de religiosos aceptó que las Pías Discípulas constituyesen una congregación autónoma, primero diocesana (aprobada en 1947), y luego pontificia (decreto de alabanza: 1948: aprobación definitiva de las constituciones: 1960). Sobre estas bases -que preveían el apostolado (tradicional en el instituto) de la adoración y del servicio al sacerdote, y además el de la liturgia- el instituto tuvo un notable desarrollo, tanto en Italia (con apertura de casas en Módena, 1948; Bari, 1950; Bolonia, 1951, etc.) como en el extranjero (Portugal, Argentina y Estados Unidos en 1947; Canadá en 1948; Japón en 1950; México en 1952; etc). En 1996 el instituto contaba con 175 casas y 1.469 religiosas. 4. Hermanas de Jesús Buen Pastor (HJBP). Fundadas en Roma en 1936, comenzaron oficialmente su andadura en 1938, consiguieron la aprobación como congregación diocesana el 23 de junio de 1953 por parte del ordinario de Albano Lazial (Roma) y el decreto de alabanza pontificio el 29 de junio de 1959. En el momento de la fundación, el instituto representaba una novedad en el panorama de la vida religiosa, ya que eran raras las religiosas directamente implicadas en la pastoral parroquial (o diocesana). Superados los años críticos de la II Guerra mundial, el instituto abrió numerosas casas en Italia y fuera de Italia: Brasil (1946); Australia (1955); Colombia (1964); Argentina (1964); Filipinas (1965), etc. Experimentó un especial movimiento de renovación en los años de preparación al segundo capítulo general de 1975. En 1996 el instituto contaba con 124 casas y 580 religiosas. 5. Hermanas Apostolinas (AP), o Instituto «Reina de los Apóstoles para las Vocaciones». Tuvieron comienzo en 1957, como respuesta a una indicación de la Santa Sede, que pedía iniciativas en favor de las vocaciones. Se establecieron en Castel- gandolfo en 1959 (año que se considera como el de su fundación) y consiguieron la aprobación como instituto religioso de derecho diocesano el 26 de noviembre de 1993, del ordinario de Albano. Su primer campo de apostolado fueron las muestras vocacionales, a las que se añadieron la publicación de la revista Se vuoi... (Si quieres...), fundada en 1960, cursos de retiros y otras iniciativas encaminadas a la orientación vocacional. En 1996 el instituto contaba con cuatro casas y unos treinta miembros. 6. Institutos agregados. Aludiendo a la posibilidad de dar vida a nuevos institutos (después de 1955), el P. Alberione habló de dos institutos «seculares» (esta es la terminología que usó al comienzo), uno masculino (San Gabriel) y otro femenino (Virgen de la Anunciación), con posibilidad de vida común, como estaba previsto entonces para los miembros de los institutos seculares. El instituto sacerdotal (Jesús Sacerdote) se añadió después, a poca distancia de tiempo, como tercer instituto, separando a los sacerdotes que, en el primer proyecto, se consideraban parte del instituto San Gabriel. Una serie de circunstancias hizo que se llegase a la aprobación conjunta (1960) de los tres institutos como «obra propia» de la Sociedad de San Pablo y. por lo tanto, agregados a esta congregación. teniendo como superior directo al superior general de la Sociedad de San Pablo. Varias veces, con el transcurso de los años, ha surgido la cuestión sobre la conveniencia de reconocer a estos institutos agregados como institutos seculares, con su propia autonomía y su propia jerarquía. El capítulo general de la Sociedad de San Pablo de 1975 decidió conservar el estatuto de obra propia. Los últimos estatutos para los tres institutos agregados fueron aprobados el 30 de marzo de 1990 por la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. (Para el instituto Santa Familia, v. infra). a) Jesús Sacerdote. El grupo Jesús Sacerdote se ha desarrollado notablemente, sobre todo en Italia, y se ha considerado como «nodriza» del instituto Santa Familia. lo mismo que la Sociedad de San Pablo fue considerada por el P. Alberione como «nodriza» de las diversas instituciones paulinas. Actualmente cuenta con unos 450 miembros (con unos treinta obispos), la mayoría en Italia. (Al instituto Jesús Sacerdote está agregada, aunque sin ningún vínculo canónico, la asociación de las Ancillae Dontini, que se proponen ayudar a los sacerdotes especialmente en las parroquias). b) San Gabriel Arcángel. Siempre se ha mantenido en dimensiones más bien modestas, y actualmente cuenta con unos cuarenta miembros. c) Virgen de la Anunciación. Ha tenido un rápido desarrollo, aunque las dificultades internas relativas a su forma jurídica (es decir, como obra propia de la Sociedad de San Pablo o instituto secular) condujeron a los miembros de Brasil a abandonar en bloque el instituto (en 1991) y a constituir uno nuevo, para cuya aprobación como instituto secular, la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica concedió su aprobación en marzo de 1996. Actualmente el instituto Virgen de la Anunciación cuenta con unos cuatrocientos miembros. d) Santa Familia. En el estatuto aprobado en 1960 para los institutos agregados estaba previsto, según las normas entonces vigentes para los institutos seculares, que, como miembros en sentido amplio de la asociación, pudieran figurar los casados, con un reglamento apropiado que el superior general de la Sociedad de San Pablo mandaría elaborar. En la práctica, no se preparó ningún reglamento y no parece que haya habido parejas de esposos agregadas a la Sociedad de San Pablo mientras vivía el Fundador. Más tarde, después de la muerte del P. Alberione, en el estatuto aprobado en 1977 para los institutos agregados, no se mencionó a los casados, que para entonces habían alcanzado ya un desarrollo nada indiferente, habían adquirido su autonomía, e incluso habían redactado un estatuto propio a partir de 1972. En 19S2 el nuevo estatuto del instituto Santa Familia fue aprobado por la Congregación para los religiosos y los institutos seculares, precisando al mismo tiempo que el instituto estaba agregado a la Sociedad de San Pablo y había sido fundado en 1963. En 1993 el estatuto obtuvo la aprobación definitiva. Actualmente el instituto Santa Familia cuenta con unos dos mil miembros, la mayoría de ellos en Italia, y el resto distribuidos en varias naciones (Argentina, Venezuela, Colombia, Estados Unidos, España, etc). IV. La «Familia Paulina». En el sentido de una multiplicidad de institutos autónomos, la expresión «Familia Paulina» aparece, en los textos paulinos sólo a partir de 1943, lo que significa, consiguientemente, que el P. Alberione no tuvo, desde el comienzo la visión clara de todos los institutos que después iba a fundar. Teniendo en cuenta sus diversas orientaciones apostólicas, el Fundador se preguntó qué tenían en común los institutos paulinos, y -reconociendo que la unión de todos ellos en una única institución sólo provocaría desorganización y continuos sufrimientos- respondió que la base común a todos ellos era el mismo espíritu paulino (con referencia al apóstol Pablo) y la misma devoción a Jesús Divino Maestro, camino, verdad y vida, dando un rol especial -el de «nodriza» (es decir, ayuda, guía, apoyo espiritual y moral, aunque sin ningún vínculo jurídico)- a la Sociedad de San Pablo, con respecto a todos los institutos de la Familia Paulina («Existe separación en el gobierno y la administración, pero la Pía Sociedad de San Pablo es nodriza...»: Las abundantes riquezas..., n. 35). Federaciones de los Iastitutos de vida consagrada y de Sociedades de vida apostólica. Respondiendo a la invitación del primer Congreso general de los Estados de perfección, reunido en diciembre de 1950, en casi todas las naciones se constituyeron las Conferencias o Consejos de Superiores Mayores. Estas conferencias tienen sus propios estatutos, aprobados por la Santa Sede, que es quien las erige. Son, por lo tanto, organismos de derecho pontificio integrados por los superiores y superioras mayores de los institutos establecidos canónicamente en un país. Su finalidad es la promoción y animación de la vida religiosa, respetando el espíritu, la autonomía y las formas propias de cada instituto. En España (CONFER) comprende los institutos religiosos, de derecho pontificio y diocesano, a excepción de los monasterios autónomos de religiosas contemplativas y algunos de religiosos. El órgano directivo supremo es la Asamblea general, en la que participan todos los miembros; el órgano directivo ordinario es la Junta directiva constituida por el presidente, el vicepresidente y diez vocales elegidos por la Asamblea. Existen delegaciones territoriales y diocesanas. Sus estatutos fueron aprobados el 8 de diciembre de 1953 y el 18 de noviembre de 1994. Se dan también asociaciones sectoriales, como la Federación Española de Religiosos de Enseñanza (FERE), erigida el 10 de abril de 1957, y la Federación Española de Religiosas y Religiosos Sanitarios (FERS), erigida el 18 de noviembre de 1988. Existen también Uniones mundiales (de Superiores y Superioras Generales) y Continentales (en América Latina y Europa). El 23 de mayo de 1974 la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica atribuyó personalidad jurídica a la Conferencia Mundial de Institutos seculares (CMIS). en España Conferencia Española de Institutos Seculares (CEDIS). FFRF ^Federaciones de los Institutos de vida consagrada y de Sociedades de vida apostólica. FERS ^Federaciones de los Institutos de vida consagrada y de Sociedades de vida apostólica. Filipenses. Se conocen con este calificativo al menos dos congregaciones femeninas: las Filipen- ses Misioneras de la Enseñanza (RF). que fueron fundadas en Mataró (Barcelona) el II de julio de 1858, por los hermanos Marcos y Gertrudis Castañer, y que están comprometidas con varias formas de actividad en la renovación cristiana de la sociedad; y las Filipenses Hijas de María Doloroso (FMD), que tuvieron origen gracias al celo apostólico del P. Francisco García Tejero, quien, con la colaboración de Dolores Márquez Romero, dio comienzo en Sevilla, el 22 de julio de 1859, a la fundación del instituto, dedicado a la reeducación de la juventud. Fossores de la Misericordia (Hermanos). Instituto laical nacido en Guadix (Granada), en 1953, por inspiración del ermitaño Fray José María de Jesús Crucificado Fossores Garcia. Prestan su servicio en los cementerios, practicando la obra de misericordia de enterrar a los muertos, cultivando la fe y la esperanza cristiana en la resurrección. Franciscanas. Además de la Segunda Orden franciscana (Clarisas ^Franciscanos), ha ido surgiendo, sobre todo en los últimos siglos, una serie innumerable de congregaciones inspiradas en el espíritu de san Francisco de Asís, con diversas actividades educativas, asistenciales y misioneras. Entre ellas están: las Franciscanas Hospitalarias de Jesús Nazareno (/"Hospitalarios); las Franciscanas de Dillingen (Alemania), congregación que tuvo origen en 1241, a partir de un grupo de jóvenes; las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor (FDPM), fundadas en 1850, en Ripoll (Girona) por la Beata María Ana Mogas Fontcuberta; también en 1850 y en Ripoll (Girona) nacieron por iniciativa del franciscano, Beato P. José Tous Soler, las Capuchinas de la Madre del Divino Pastor (CDPM). dedicadas a la evangelización de niños y jóvenes; las Franciscanas de la Sagrada Familia de Mallersdorf (1855); las Franciscanas Hijas de la Misericordia (FHM), fundadas en Mallorca (Baleares), el 14 de septiembre de 1856, por Gabriel y Concepción Ribas; las Franciscanas de la Inmaculada Concepción, que nacieron por iniciativa de la M. Marie de la Croix en Macornay-Jura (Francia) en octubre de 1857; las Franciscanas Misioneras de la Inmaculada Concepción, fundadas por María Ana Rave Barrera, el 30 de octubre de 1859, en La Garriga (Barcelona); las Franciscanas del Espíritu Santo (de Monlpellier), cuya fundadora fue la M. Francisca del Espíritu Santo (SaintChinian, Francia, 19 de marzo de 1861); las Franciscanas de Seillón, congregación fundada en 1867, en una antigua cartuja de Seillón, cerca de Bourg-en-Bresse (Francia), por Juan María Griffon; las Franciscanas Hospitalarias de la Inmaculada Concepción (CONFHIC), del P. Raimundo Dos Alijos Bei- ráo y la Beata M. María Clara del Niño Jesús (Lisboa, 3 de mayo de 1871); las Franciscanas de la Inmaculada Concepción (HFIC), fundadas en México el 13 de agosto de 1874, por fray José del Refugio Morales; las Franciscanas Alcantarillas (FA), que nacieron en Napóles (Italia) también en 1874, por obra de D. Vicente Garguilo; las Franciscanas de la Inmaculada, fundación de Beata Francisca de la Cruz Pascual en Valencia (27 de febrero de 1876), a partir de un beaterío existente ya antes del siglo XIII; las Franciscanas Misioneras de María (FMM), fundadas por Beata Madre María de la Pasión Chappotin de Neuville, en Cotacamund (India), el 6 de enero de 1877; las Franciscanas de la Furísima Concepción (RRFFPC), de Beata Francisca de Paula Gil Cano en Murcia (5 de noviembre de 1879); las Franciscanas Misioneras de la Natividad de Nuestra Señora (FMN), conocidas también como Darde- ras, por su inspirador Francisco Darder, que fueron reconocidas como congregación gracias a la acción de la M. Isabel Ventosa en 1882; las Franciscanas de los Sagrados Corazones fundadas en Antequera (Málaga) el 8 de marzo de 1884. por la Beata M. Carmen González Ramos; las Franciscanas de Nuestra Señora del Fuen Consejo (FBC), fundación de la M. María Teresa de Jesús Rodón en Astorga (León) en 1896; y las Clarisas Franciscanas Misioneras del Santísimo Sacramento (CFMSS), que nacieron el I de mayo de 1898 en Bertinoro-Forli (Italia), por iniciativa de la Beata Madre M. Clara Serafina Farolfi. Franciscanos. Las tres familias autónomas de que se compone la rama masculina de la Orden franciscana son; la Orden de los Hermanos Menores (Ordo Fra- trum Minorum, OFM), la Orden de los Hermanos Menores Conventuales (Ordo Fratrum Minorum Conventualium, OFMConv), y la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos (Ordo Fratrum Minorum Cappuccinorum, OFM- Cap). La rama femenina (o Segunda Orden Franciscana) toma el nombre de santa Clara de Asís; Orden de Santa Clara (Ordo Sanctae Cíarae, OSC). Todas estas órdenes se remiten a san Francisco y viven según su regla o, en el caso de las Clarisas, según la regla de santa Clara. Signo de esta común pertenencia es el ^cíngulo blanco que llevan sobre el hábito, que es bastante diverso entre una familia y otra. A la Orden franciscana pertenecen también las congregaciones autónomas, masculinas y femeninas de la Tercera Orden Regular de san Francisco (Terciarios). /. Francisco de Asís y su fraternidad. Los orígenes de la Orden están estrechamente vinculados a las vicisitudes biográficas de san Francisco de Asís (1181/1182-1226). En torno al año 1205 el hijo del comerciante vivió una experiencia de conversión que lo condujo a retirarse a la soledad para vivir mejor los ideales evangélicos de pobreza y penitencia, y lo llevó a descubrir como nueva tarea suya la reconstrucción de una pequeña iglesia en ruinas y la asistencia a los leprosos. Fue una conversión sensacional, que puso a Francisco en situación de enfrentamiento con su familia. En el año 1206, tras un proceso que tuvo lugar ante el obispo de Asís, Francisco se liberó de los vínculos de la familia. Dos años más tarde, el 24 de febrero de 1208, la lectura evangélica de aquellos días (Mt 10,7-14) lo iluminó sobre el camino a recorrer. Mientras tanto, se le unieron los primeros compañeros. Las palabras de Mi 19,21; Le 9,3 y Mt 16,24 le ofrecieron posteriores orientaciones acerca de esa «vida según el Evangelio» que pretendía llevar junto con sus compañeros. Probablemente en la primavera de 1209 acudió a Roma para presentar al papa Inocencio III su «forma de vita», «y el señor Papa la confirmó» (Testamento, 15). Esta primera regla no se ha conservado, pero es la que caracterizó la vida de la primitiva comunidad, que los años siguientes creció rápidamente en número. Francisco ensalzó el evangelis- mo pauperista, subrayó la penitencia («penitentes de Asís») y optó por las personas social mente marginadas («hermanos menores») viviendo todo ello como iluminación de Dios («y el mismo Altísimo me reveló...», Testamento\ 14). Esta forma de vida debe encuadrarse en los movimientos religiosos del tiempo, que tuvieron en Francisco y su fraternidad el más abierto representante y su expresión más germina. Sin embargo, a este estilo de vida, Francisco añadió la plena y confiada fidelidad a la Iglesia. a cuya autoridad se abandonaba con corazón de niño. A ella confió su comunidad apenas comenzó a crecer. El año 1214 o 1215 el cardenal Ugolino se convirtió en protector de la fraternidad. Después del 1215 se vio la necesidad de reelaborar con mayor claridad aquella forma de vida. El trabajo se prolongó por largo tiempo, hasta que, en 1219 se consiguió finalmente el texto de una segunda regla (la denominada Regla no bulada). El largo texto (23 capítulos), lleno de citas bíblicas y de estímulos ascéticos y espirituales, refleja muy bien la personalidad de Francisco y de sus intenciones. En los años siguientes fue nuevamente reelaborado y notablemente acortado, hasta llegar a la tercera regla (Regla bu luda), que comprendía sólo doce capítulos. En esta nueva forma, el texto fue aprobado por el papa Honorio III el 27 de noviembre de 1223 como regla definitiva. A partir de 1220/1221, Francisco se fue apartando cada ve/ más del gobierno de su comunidad, confiándola a «vicarios». El primero fue Pedro Cattani; luego, a partir de 1221, Elias de Asís (o de Cortona). A pesar de ello, Francisco permaneció fiel a su vocación y a su misión y quiso que estas se realizaran en su Orden. Su Testamento, escrito poco antes de morir, es el conmovedor testimonio de esta fidelidad y, al mismo tiempo, una llamada de atención a su comunidad para que permaneciese fiel al camino que él le había marcado: «Como el Señor me ha concedido decir y escribir la Regla y estas palabras con sencillez y pureza, así, simplemente y sin comentario, debéis comprenderlas y santamente observarlas hasta el fin» (Testamento, 39). La devoción a Cristo, de rasgos acentuadamente ascéticos y contemplativos, tuvo plena expresión cuando Francisco recibió los estigmas en el monte Alver- nia, en septiembre de 1224. El 3 de octubre de 1226, Francisco murió en la Porciúncula, cerca de Asís. Dos años más tarde, el 16 de abril de 1228, fue canonizado por el papa Gregorio IX. Por esa misma época comenzaron los trabajos para la construcción de la gran basílica de Asís, erigida sobre su tumba. 2. De la fraternidad a la Orden mendicante. Gracias a su personalidad carismática, Francisco había constituido su fraternidad de acuerdo con su modo personal de entender el seguimiento de Cristo: «Advierto y exhorto a todos los hermanos...» (Regla bulada, 2.18). «Ordeno firmemente a todos los hermanos...» (Regla bulada, 4,1). «Mando firmemente a todos los hermanos...» (Regla bulada. 11,1). La misma ausencia de compromisos se encuentra cuando él confía a sus hermanos a la guía y tutela de la Iglesia (Regla bulada, 12,3; Testamento, 33). Esos primeros años, cuando la fraternidad vivía en contacto directo con Francisco, eran suficientes los vínculos personales. La comunidad aceptaba laicos y clérigos sin distinción. Los hermanos trabajaban manualmente, cuando podían hacerlo, ofrecían diversos servicios, prefiriendo la asistencia a los leprosos, y anunciaban de manera sencilla la palabra de Dios. El trabajo debía proporcionarles el sustento necesario y sólo se les permitía mendigar en caso de necesidad, cuando el trabajo realizado no era suficiente. No existía forma alguna de propiedad, ni personal ni comunitaria. y les estaba estrictamente prohibido aceptar dinero {Regla no bulada, 8; Regla bulada, 4). Al principio la fraternidad permaneció circunscrita a la región de Umbría, pero después se difundió a las regiones de alrededor. sobre todo a la Marca Anco- nitana, y ya alrededor de 1216 los Hermanos Menores estaban extendidos por toda Italia. Un año más tarde en el mapa franciscano aparecieron también Francia. España, Alemania y Palestina. La difusión exigía medidas organizativas y estructurales. El primer paso fue la división regional de la Orden en ^provincias, por lo que las fundaciones conventuales existentes en un determinado territorio formaron una unidad territorial (en 1217 las provincias italianas eran ya seis). Los hermanos de cada provincia constituida de ese modo debían reunirse todos los años para un capítulo provincial (Regla no bulada, 16). El superior de una provincia se llamaba «ministro» (ministro provincial), y todos ellos tenían que reunirse anualmente, por Pentecostés, en la Porciúneula para el capítulo general. Durante los primeros veinte años, algunas provincias más grandes se dividieron posteriormente en «custodias», a cuya cabeza se ponía un «custodio». Cada una de las fundaciones o casas se llamaron «conventos», y su superior se llamaba ^«guardián». La división territorial implicaba una estructura jerárquica: guardián, custodio, ministro provincial. capítulo provincial, ministro general y capítulo general. A los superiores no se les dio ninguno de los títulos usados en aquel tiempo: «Y a nadie se le llame prior, sino que todos se llamen simplemente hermanos menores. Y cada uno lave los pies al otro» (Regla no bulada, 6,3). Los superiores eran elegidos por un tiempo determinado y, como servidores de sus hermanos (ministros), cargaban con su responsabilidad espiritual y material. Este proceso de organización cristalizó en la elaboración de la regla y fue mantenido enérgicamente por la curia pontificia con la bula papal Cum secundara consi lium, 1220. A la difusión de la Orden le siguió, desde el comienzo, su eleriealización y el ingreso en el mundo académico. A la simple amonestación o exhortación a la penitencia se añadió la predicación, que debía hacerse según «la forma y las instituciones de la Santa Iglesia» y para la que se requería el permiso de los ministros (Regla no bulada, 17). Los hombres de cultura y los clérigos fueron ganando prestigio y autoridad en la comunidad. tanto más que Francisco declaró que tenía gran confianza en aquellos (Testamento, 14; Carta a san Antonio, «que enseñan la teología a los hermanos», del 1123/1224). Una etapa importantísima de este desarrollo fue la llegada de los Hermanos Menores a París, en 1219. La consecuencia de esta evolución fue que el trabajo manual quedó relegado a un segundo puesto y limitado a los laicos, mientras que los clérigos se dedicaron al trabajo intelectual y espiritual. La mendicidad se convirtió entonces en instrumento esencial para garantizar a la Orden los medios necesarios de subsistencia. Los Franciscanos se convirtieron así en una nueva Orden, con grandes analogías con la de los Dominicos. Efectivamente, constituyen las llamadas órdenes ^mendicantes, que se distinguían notablemente de las órdenes más antiguas por su opción de no poseer bienes, por sus actividades públicas, su organización como fraternidad no vinculada a lugares especiales, y su dirección centralista, aunque con elementos democráticos. 3. Posterior difusión y controversia sobre la pobreza. A la muerte del fundador (1226), los Hermanos Menores estaban presentes en casi todos los países europeos. Al resto de los países, como Irlanda, Escocia, Escandi- navia, Polonia y Europa balcánica llegaron en los decenios siguientes. Antes de terminar el siglo XII, también en estos países se instituyeron nuevas provincias de la Orden, mientras que donde la presencia franciscana era más antigua, se organizaron aún mejor. Casi todos los conventos estaban en las ciudades; y es que la rápida difusión de la Orden era paralela al proceso de urbanización que se estaba llevando a cabo en la Europa medieval, y el Fin de este proceso marcó también el fin de la gran expansión de los Franciscanos. La existencia de los Franciscanos (lo mismo que la de los Dominicos) -debido a la clerical ización de la Orden y porque sus actividades se centraban cada vez más en la pastoral-, dependía ya de la población de las ciudades. Precisamente el hecho de no poseer bienes y vivir como mendicantes los impulsó hacia las ciudades, donde se les ofrecía medios de subsistencia; por su parte, las ciudades acogían de buena gana las nuevas órdenes, ya que los conventos de los mendicantes eran puntos de referencia para los centros urbanos en expansión. La opción de pobreza de la Orden permitía que los conventos estuvieran al servicio de la vida pública: en ellos tenían lugar reuniones, juntas de concejales y debates judiciales; en ellos se podía acoger a los huéspedes de la ciudad. También las iglesias, construidas en las formas góticas propias de cada región, estaban a disposición de la ciudad, a diferencia de las iglesias parroquiales que, con frecuencia, pertenecían a prelados forasteros. La población se dirigía así a los conventos franciscanos, que realizaban una acción pastoral de orientación personal y, mientras les garantizaba el sustento económico, recibía a cambio oraciones de intercesión. También para sus sepulturas, las familias de la ciudad preferían las iglesias y cementerios pertenecientes a los conventos de los mendicantes. La ciudad medieval vio realizado en ellos, según sus obligaciones y necesidades, el antiguo ideal monástico. Cuando los Franciscanos llegaban a las ciudades universitarias, establecían rápidamente vínculos con los centros de estudio que allí hubiera: esto se dio sobre todo en Italia, Francia e Inglaterra. A su vez, el ambiente académico influyó en la Orden; junto con los Dominicos, también los Franciscanos se convirtieron en una de las ordines studentes. La preparación para la actividad pastoral se realizaba mediante una formación de carácter metódico y científico, y para ello la Orden erigió casas propias o «centros de estudios». En Alemania los centros franciscanos de Colonia y Erfurt pueden considerarse como el embrión de las universidades de estas ciudades. La difusión y el desarrollo de la Orden se vieron apoyados por el interés y la benevolencia de los papas. Contra la voluntad del fundador (Testamento, 30-32), los Hermanos Menores consiguieron de los papas algunas cartas de protección, que atestiguaban su ortodoxia y que desescombraron el terreno de posibles obstáculos para su difusión. Este tipo de colaboración facilitó la expansión franciscana, pero suscitó las resistencias del clero y los obispos. Fue sobre todo el papa Gregorio IX quien, como protector de los Hermanos Menores, trató de zanjar. con su autoridad, las dificultades e incertidumbres que comenzaron a sentirse dentro de la Orden. Con la bula Quo eíonga- ti, del 28 de septiembre de 1230, negó el carácter vinculante del Testamento de san Francisco y estableció que todas las casas de la Orden y lo que los hermanos necesitaban para vivir y trabajar fueran propiedad de la Santa Sede. A los hermanos se les concedía el «simple uso» (usus simples). De ese modo quedaba a salvo la pobreza de la Orden, querida por Francisco, y al mismo tiempo se sancionaba una situación de hecho. Un año después, con la bula Ni mis iniqua, del 21 de agosto de 1231, el papa sometió directamente a la Santa Sede a los Franciscanos; sólo la fundación de nuevos conventos y la predicación pública siguieron dependiendo del consentimiento de los obispos. Estas primeras declaraciones de los papas a propósito de la regla se proponían conciliar la fidelidad a los orígenes con la evolución de la Orden, la voluntad del fundador con las necesidades que nacían de los compromisos asumidos en el plano social y pastoral; por lo demás, la Orden misma asumió estos retos. En 1239 un capítulo general elaboró una explicación de la Regla (Constituciones) que, dejándola inalterada en el texto, se propuso como su interpretación vinculante. La colaboración con ciudades, universidades y curias, y la nueva imagen que, a causa de ella, la Orden iba adquiriendo, no tuvieron dentro de la misma Orden un consenso unánime. Sobre todo en Italia se dejó oír bien pronto la protesta de quienes pedían el retorno a la voluntad original del fundador y a la vida según la regla, interpretada literalmente y «sin explicaciones». Punto de partida de la protesta fueron los pequeños conventos de la Marca Anconitana. Contra estos «celosos», la dirección de la Orden tomó las primeras medidas ya antes de 1250. Los miembros de este grupo se denominaron «Espirituales», porque pedían «observar espiritualmente la regla» (Regla bulado, 10). A mediados de siglo comenzaron a relacionar su modo de entender la experiencia franciscana con las ¡deas de Joaquín de Fiore (1130- 1202), defendiendo que en Francisco y en su vida de fidelidad a la regla se habían realizado algunas profecías de aquel autor. Pero de esta forma pusieron en peligro sus ideales de reforma. San Buenaventura, general de la Orden desde 1257 hasta 1264, trató de hacer justicia a esta evolución. En su biografía de Francisco (Legenda maior) de 1260, determinó la imagen oficial de la Orden franciscana. En sus escritos, san Buenaventura se remitió a las explicaciones que los papas habían dado a la regla, tratando de armonizar la evolución de la Orden con las intenciones del fundador. Defendió la actividad pastoral y el estudio, no sólo de los ataques que procedían de dentro, sino también de los que procedían del clero secular. En las Constituciones de Narbona (1260) recogió las deliberaciones de organización y las medidas disciplinares emanadas hasta entonces. Con respecto a los Espirituales y su doctrina se mostró inexorable; no obstante, no consiguió ganarlos para su exigente pragmatismo. Hacia finales de siglo, ellos retomaron la iniciativa con renovado vigor a través de la obra de Pedro Juan Olivi (t 1298), Ubertino da Cásale (t 1329) y Angel Clareno (f 1337). Rechazaron decididamente la praxis de san Buenaventura, que en 1279 había sido convalidada por el papa Nicolás III con la bula Exiit qui seminat, y pretendieron ampliar a toda la Iglesia la exigencia de pobreza de la Orden, queriendo obligarla a vivir la misma pobreza de Jesús y los apóstoles. La controversia de la pobreza afectó entonces a toda la Iglesia. Ni siquiera las decisiones de los pontífices, como es el caso de la bula Ex ivi de jm- radiso, de Clemente V, en 1312, lograron aplacar la polémica. Juan XXII (1316-1334) condenó a los Espirituales en 1317 y en 1323, y declaró herética su tesis, según la cual Cristo y los apóstoles habían vivido en pobreza absoluta. Las consecuencias de la controversia afectaron a toda la historia de la Iglesia. La Orden salió de la polémica fuertemente dañada, los Espirituales se sometieron. y muchos vivieron en la incertidumbre, aunque la mayoría de los Franciscanos se mantuvieron firmes, apoyándose en la forma defendida por san Buenaventura y en la más antigua explicación (o glossa) papal de la regla («Comunidad»). A pesar de las divisiones internas y los enfrentamientos externos de este período, la Orden continuó difundiéndose y llevando adelante sus numerosas actividades. Se calcula que, al final del siglo XIII. los Hermanos Menores eran unos cuarenta mil. Su tarea principal era la pastoral ciudadana y la fama de algunos predicadores franciscanos superó las fronteras de las regiones donde vivían; en Alemania, por ejemplo, Bertoldo de Ratisbona, Conrado de Sajonia y David de Augsburgo. La actividad pastoral estaba acompañada del compromiso caritativo y asistencial. La actividad de enseñanza en las universidades, que en París comenzó con Alejandro de Hales, condujo a la formación de una corriente teológica franciscana, cuyo mayor representante fue san Buenaventura. Esta escuela se apropió de la tradición platóni- co-agustiniana, asociándola a la piedad franciscana. De los maestros de este período se ha solido hablar, en historia de la teología, como de «antigua escuela franciscana», a la que sucedió después la «escuela media franciscana». La «nueva escuela franciscana» tuvo su máximo exponente en el maestro inglés Juan Duns Scoto, fallecido en 1308 en Colonia. Los papas se sirvieron con frecuencia de los Franciscanos para algunas misiones específicas, como la predicación de las cruzadas, la lucha contra la herejía y la inquisición. En su regla, Francisco había aludido a «aquellos que quieren ir a los sarracenos y los demás infieles» (Regla bulada, 12). La Orden tuvo sus primeros mártires en Marruecos, ya en 1220. Los Franciscanos sintieron siempre como cometido especial suyo la misión entre los musulmanes de Oriente Medio y Africa septentrional. Un interés especial lo han dedicado los Franciscanos a Tierra Santa, adonde el mismo Francisco había acudido en 1219 y donde, desde entonces, han trabajado. Algunos llegaron hasta el Extremo Oriente como legados pontificios: Juan de Pian Carpí no, en 1246: y en 1307 el franciscano Juan de Montecorvino fue nombrado arzobispo de Pekín. 4. Conventuales y Observantes. La eliminación de los Espirituales y el reconocimiento de la Comunidad, a comienzos del siglo XIV, no borraron el recuerdo de la intención original del fundador. Pequeños grupos se atuvieron a una observancia más estricta de la regla (strictioris re- gulae observantia), apartándose de la explicación que los papas habían dado de ella. Descubrieron de nuevo el valor de la vida eremítica y abandonaron las ciudades, apoyándose en que Francisco, entre 1217/1218 y 1221, había escrito una regla para «los hermanos de los yermos». En Italia, grupos de estos aparecieron hacia el año 1350; poco después tocó el turno a España y. a finales de siglo, a Francia. Desde el punto de vista de la historia de la Orden se les denominó «movimiento de la Observancia», con una terminología que recogía una tendencia presente entonces también en otras muchas órdenes. De ese modo nacía en la Orden un grupo propio, que reivindicaba una mayor fidelidad a los orígenes. Los «Observantes» eran una minoría, mientras que la mayoría se mantenía dentro del camino recorrido hasta entonces, que llevó a la Comunidad al conventualismo. Acontecimientos decisivos, como la guerra de los Cien años (1339-1453), el cisma de Occidente (1378- 1418) y la peste (1348-1350) golpearon duramente a esta parte de la Orden. El debilitamiento de este grupo, acompañado de la desaparición de algunas de las razones de su presencia en las ciudades, se tornó en ventaja del movimiento de Observancia. En el siglo XV confluyeron en él personalidades significativas como Bernardino de Siena (1402), Juan de Capistrano (1414), Alberto de Sarteano (1415) y Santiago de la Marca (1416) . Hábilmente reivindicaron para sí el papel de herederos fieles de san Francisco, acusando a la Comunidad de laxismo y traición de los ideales originales; además, retomaron la predicación itinerante en uso en los primeros tiempos del franciscanismo. En sus intervenciones desde el pulpito fustigaron los abusos sociales de su tiempo, y para salir al paso de las necesidades de los más pobres, fundaron los «montes de piedad» (montes pietatis), para la concesión de préstamos contra prendas, que se difundieron sobre todo en Italia. Para apoyar a los pequeños agricultores instituyeron los «graneros públicos» (montes frumentarii). Los Observantes consiguieron pronto el apoyo de prelados y nobles, y con su retorno a la pobreza franciscana, a una devoción próxima a la sensibilidad del tiempo, su fervor pastoral y su compromiso social, aparecieron a la opinión pública como los mejores franciscanos, ganándose así el aprecio y el apoyo de muchos. En el siglo XV, en todas las órdenes religiosas surgieron movimientos reformistas, que los Observantes asumieron. A la Comunidad, que por otro lado no estaba cerrada a las reformas, se le negó este reconocimiento. Los Observantes consiguieron un primer éxito significativo en el concilio de Constanza, en 1415, donde los Observantes franceses consiguieron el permiso de elegir un superior propio (commissahits). Este seguía sujeto a la autoridad del ministro general de toda la Orden, pero de hecho había nacido una Orden dentro de la Orden, más aún si se tiene en cuenta que también en los demás países a los Observantes se les concedió la autonomía. De ese modo la unidad de la Orden quedó fuertemente comprometida y las relaciones entre Conventuales y Observantes llegaron a ser generalmente hostiles. Algunos intentos de reconstruir la unidad de organización no tuvieron éxito. La fallida reforma de los Conventuales, capaz de satisfacer las exigencias de los Observantes, condujeron a estos últimos a fundar nuevos conventos en las ciudades, lo que provocó choques entre los dos grupos franciscanos. Otra solución fue la concesión de conventos de los Conventuales a los Observantes, cosa que no raramente aconteció con la ayuda de poderes seculares. como por ejemplo en Ulm, en 1484, y en Friburgo, en Brisgovia, en 1515. Gracias a la superioridad numérica y al reconocimiento de que gozaba, la Observancia llegó a asumir la guía ca- rismática del franciscanismo, mientras los Conventuales perdían terreno por doquier. El 29 de mayo de 1517, el papa León X, con la bula Ite vos in vineam meam decidió la separación definitiva de los dos grupos; la herencia franciscana se dividía en dos órdenes autónomas: los Observantes (Ordo fratnon mino- non o regularis observantiae) y los Conventuales (Ordo frat rom minarían Conventualium). En tal decisión fue evidente la preferencia por los Observantes. Incluso desde el punto de vista estadístico eran la mayoría: 30.000- 32.(KK) los Observantes y 2().(XX)25.(XX) los Conventuales. La bula papal se denominó «bula de unión», a pesar de que con ella se ratificaba la división entre los dos grupos, porque algunos pequeños grupos reformistas, que se remontaban al siglo XV, se incorporaron a la nueva Orden de los Observantes. 5. Nuevos retos desde fuero y desde dentro. A partir de 1517, la historia de los Franciscanos debe escribirse teniendo en cuenta las dos Órdenes. En efecto, en las dos permaneció como determinante el vínculo con san Francisco de Asís y los orígenes franciscanos; para ambas quedó como inquietante «aguijón» la cuestión de la fidelidad a la regla. Las historias de las dos Órdenes están igualmente marcadas por impulsos reformistas, por reformas logradas y fallidas: ordo semper rejo míandus. Inmediatamente después de la separación, las dos Órdenes se encontraron ante un nuevo desafío que llegaba de fuera: precisamente el año 1517. tan importante para la historia de los Franciscanos, el ermitaño agustino Martín Lutero dio comienzo a su reforma de la Iglesia. Esta aportó cambios decisivos al mapa religioso europeo, borrando la presencia franciscana en los países donde se impuso el protestantismo. Martín Lutero había tomado posición explícita con respecto a la forma de vida franciscana durante una disputa mantenida en 1519, en Witten- berg, en la que demostró no comprender en absoluto la verdadera naturaleza del evangelismo franciscano. En los países donde se difundió la Reforma, los acontecimientos sucesivos pusieron a dura prueba tanto a Conventuales como a Observantes. La línea oficial seguida por las Órdenes fue la de rechazo del protestantismo; sin embargo, en los diversos países, las decisiones y comportamientos de los individuos, con frecuencia dependían realmente de las circunstancias inmediatas, de la opción de principios o del paso de una ciudad de una confesión a otra. Los Franciscanos, tanto Conventuales como Observantes, fueron a menudo expulsados de las ciudades que se pasaban a la Reforma, ya que en ellas no cabían conventos ni monasterios. De ambas Órdenes surgieron decididos y autorizados opositores de Lutero: el conventual estrasburgués Tilomas Murner, los observantes Augustín von Alveldt. Nikolaus vori Herborn. Gaspar Schatzgeyer y otros; pero también entusiastas defensores de Lutero. Durante las luchas político-religiosas que laceraron Suiza, Francia, Holanda, Inglaterra, Escocia, Irlanda y Escandinavia, numerosos franciscanos murieron mártires, y ambas Órdenes padecieron graves pérdidas territoriales y personales, pero ambas se pusieron también al servicio de la reforma eclesial. colaborando en el esfuerzo de reconstrucción solicitado por el concilio de Tiento. Durante el siglo XVI. un movimiento reformista iniciado entre los Conventuales desembocó en el nacimiento de los Conventuales Reformados, que en muchos aspectos estaban próximos a los Observantes y eran sensibles a una reunificación de la Orden. En la península Ibérica se llegó concretamente a la unión de Conventuales Reformados y Observantes en 1566/1567. En Italia tuvieron el apoyo del papa Sixto V (1585-1590), que también era conventual, pero durante el siglo XVII algunos grupos reformistas de Conventuales fueron reprimidos en la península italiana. Hasta Urbano VIII (1623-1644) no se logró un definitivo esclarecimiento de la esencia del conventualismo. Nuevas constituciones, que llevaron el nombre de este papa, las Consti- tutiones Urbanae, de 1628, marcaron a los Conventuales el camino para llevar a cabo el ideal franciscano. Los Observantes, privilegiados por la decisión pontificia de 1517, se vieron afectados, sin embargo, por nuevos movimientos reformistas, por lo que la regularis observantici, oficialmente apoyada y reconocida, se puso nuevamente en cuestión. La respuesta a estas demandas fue amplia y variada dentro de la Orden. Ya en el siglo XV se dividió en una familia cismontana (Italia, Austria-Hungría y Polonia) y otra ultramontana (España, Francia, Alemania, países de la Europa septentrional y América). Esta bipartición de tipo territorial, y más aún política, condicionó la historia de los Observantes en la era moderna. Los movimientos reformistas quedaron circunscritos a cada una de las familias y, por lo tanto, relegados a los límites de cada nación y vinculados a intereses particulares. Se llegó así a la introducción de los denominados comisarios nacionales o comisarios generales, que en 1526 eran uno para España, otro para Francia y otro para Alemania junto con Flandes. Estas concesiones en el campo de la organización constituyeron una grave y constante amenaza para la unidad de la Orden. Con todo, fue capaz de acoger los impulsos de la reforma católica y sus comunidades se nutrieron de ella, pudiendo, a su vez, ejercer un influjo positivo en toda la Iglesia. En España nació en el siglo XV un nuevo movimiento eremítico que dio origen, después de 1517, a una rama reformada autónoma de la Orden: los Discalceati (Descalzos), llamados también Alcantarinos, por san Pedro de Alcántara (1499- 1562), uno de los consejeros espirituales de santa Teresa de Jesús. Fue él, efectivamente, quien dio una impronta concreta a la reforma, difundiéndola por toda la península Ibérica. Los Alcantarinos dependían del general de la Orden, pero tenían un vicario general propio, constituciones propias e incluso una espiritualidad propia, profundamente vinculada a la espiritualidad española del siglo XVI. Esta rama autónoma de los Observantes se difundió en España y también en América y en Extremo Oriente. El mismo tipo de desarrollo se dio también en Italia: pues también allí había fuerzas reformistas, que impulsaban a la autonomía. El movimiento que tuvo más éxito fue el que condujo a la formación de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos (v. infra). Todos los demás grupos reformistas se unieron, en cambio, a la rama de los Reformados, que consiguieron el mismo grado de autonomía ya concedido a los Alcan- tarinos, aunque permanecieron circunscritos a la familia cismontana y a su territorio. En las provincias no españolas de la familia ultramontana, la reforma no se organizó hasta finales del siglo XVI; en ellas los Observantes reformados se llamaron /"Recoletos. A esta reforma pertenecieron también las provincias alemanas, a excepción de la bávara, que se había unido a los Reformados italianos. Junto a la regular Observancia, se habían formado así tres grandes grupos, dotados de amplia autonomía, que defendían celosamente sus características peculiares, entre ellas la diversa forma del hábito religioso. 6. Múltiples actividades. Las diferencias afectaban sobre todo al estilo de vida dentro de los conventos, mientras que las actividades externas que llevaban a cabo las diversas familias de Observantes y Conventuales eran más bien semejantes entre sí. Las formas devocionales de la época barroca, con sus específicos caracteres nacionales, fueron apoyadas y difundidas por los Franciscanos. Entre ellas, la piedad cristocéntrica, expresada a través del pesebre y la cruz (Via crucis); la adoración eucarística; la devoción al Sagrado Corazón; la devoción mariana (la Inmaculada Concepción, el /"rosario franciscano de los siete gozos de María). De los Jesuítas asumieron la práctica de los ejercicios; por lo demás, los Franciscanos trabajaron junto a ellos en las misiones para el pueblo. En los países y territorios de la Reforma protestante se abrió un nuevo campo de trabajo; por eso en Inglaterra y Alemania los Franciscanos se implicaron activamente en la obra del retorno al catolicismo, donde las circunstancias lo permitieron. Todas las ramas franciscanas se vieron especialmente involucradas en la misión de ultramar. La libertad de iniciativa era en todo caso bastante limitada ya que, por una parte, las misiones eran entonces cometido de la autoridad central de la Iglesia (en 1622 fue instituida la Congregación de Propaganda Pide) y, por oirá, era un asunto nacional, ya que el derecho de patronato de las coronas portuguesa y española comprendía también el derecho de enviar misioneros. Los reyes de Portugal tenían competencia en las costas africanas, India y Extremo Oriente; los de España, en América. Los reyes enviaron al principio Franciscanos procedentes de sus territorios, a los que después pudieron unirse también Franciscanos de otras provincias. Los misioneros trabajaban como comparsa de los conquistadores. Por ese motivo su libertad de acción, respecto a una evangelización atenta a los derechos del hombre y a la defensa de su dignidad, fue más bien limitada. Los comienzos de la presencia eclesial en América central y meridional están, en todo caso, ligados a la actividad misionera de los Franciscanos. Desde 1532 se nombró un vicecomisario general, con sede en Sevilla, encargado de vigilar el paso de ida y vuelta de los Franciscanos. de ayudarles en sus tramitaciones ante las autoridades, etc. Para atender mejor al gobierno de provincias tan distantes, el general de la Orden, a propuesta de Felipe II, dispuso la creación de un comisario general para Indias, con sede en Madrid (1572). Algunos de sus conventos e iglesias, construidos en estilo colonial. se conservan aún hoy en California. A San Junípero Serra (f 1784), que llevó a cabo la última empresa evangelizadora, se le considera fundador de San Francisco. La misión en Africa negra estaba bajo el patronato portugués. En los siglos XVI y XVII los Franciscanos fundaron misiones en la costa africana, concretamente en Guinea, Sierra Leona, Benin, Angola y Congo. Bajo el mismo patronato se encontraba India, que en el año 1500 vio llegar a los primeros Franciscanos a Goa. Estaba, en cambio, bajo patronato español, Japón, donde los Franciscanos llegaron en 1593 y consiguieron emprender iniciativas misioneras al sur del país; pero a este feliz comienzo le siguió, tres años más tarde, una sangrienta persecución. El trabajo misionero pudo reemprenderse en 1602, pero a los diez años se desató una nueva persecución, que puso fin a toda la actividad misionera en Japón. Durante ambas persecuciones sufrieron el martirio numerosos franciscanos. En el siglo XVI, procedentes de Filipinas, los Franciscanos llegaron, aunque por breve tiempo. hasta China, donde no pudieron tornar hasta 1639, para abrir misiones junto con los Jesuítas y los Dominicos. La llamada controversia de los ritos y la persecución por parte del Estado pusieron fin, cien años más tarde, a esta actividad misionera. En condiciones sumamente difíciles, los Franciscanos lograron mantener su antigua presencia en Oriente Medio. Trabajaron incluso en territorios de la Iglesia /"ortodoxa, especialmente en Grecia, en los Balcanes y en Rusia. El mapamundi de entonces muestra a los Franciscanos presentes en todas partes; con esta intensa actividad, demostraban su vocación apostólica, por lo que la evolución medieval hacia la comunidad clerical no volvió a cuestionarse seriamente. Según cálculos aproximados, en la era moderna debían ser sacerdotes unos dos tercios de los Franciscanos. En todo caso, aproximadamente la mitad de ellos -con oscilaciones en las distintas familias religiosas y en las diversas provincias- estaban dedicados a la pastoral pública. Como consecuencia, se cuidó mucho la formación sacerdotal y los estudios; la tarea se delegó a las provincias, que. a través de la institución de los estudiantados teológicos. situados en conventos destinados a este fin, formaban a los «lectores». Las autoridades de la Orden recordaron constantemente la obligación de cultivar el saber, y las reformas de los estudios estaban generalmente en la línea de las de las otras órdenes y de toda la Iglesia. En la enseñanza no se olvidaba la tradición específica de la Orden; Buenaventura y, sobre todo. Duns Scoto fueron los maestros más seguidos. Los estudios y las ciencias tuvieron siempre un puesto en la Orden franciscana. Como era típico en aquel tiempo, también los Franciscanos escribieron tratados sistemáticos (sunwuie, cursus) de filosofía y teología, compartieron la predilección por el derecho y la moral, reunieron material documental sobre la Orden y estudiaron su historia. La intensa actividad misionera impulsó a algunos misioneros a estudios de tipo histórico, etnológico y filológico sobre los países en los que tenían su sede las misiones. Entre los miembros de la Orden hubo también escritores, poetas, músicos, pintores, escultores y arquitectos, cuyas creaciones artísticas reflejaban el clima cultural y espiritual del barroco. Pollo que se refiere a las artes figurativas, los temas de sus obras eran predominantemente franciscanos; la figura de san Francisco era. naturalmente, un tema especialmente preferido, incluso fuera de la Orden. En cambio, en la época barroca no hubo un tipo especial de iglesia franciscana; en algunos casos, las antiguas iglesias medievales fueron barro- quizadas; en otros se amoldaron a las formas barrocas predominantes en las diversas regiones, aunque no raramente se prefirió el tipo de iglesia en forma de aula con preciosas decoraciones barrocas. 7. Una vez más: ruina y vuelta a empezar. Alrededor de 1750 la Orden franciscana alcanzó su máximo numérico, con unos 77.000 hermanos. Por lo que respecta a la vida interior y las múltiples actividades desarrolladas, se caracterizaban por los rasgos propios de aquella época barroca, que la misma Orden había contribuido a plasmar. La desaparición de esta época histórica produjo una profunda cesura en la historia de los Franciscanos. Sin duda esto puede aplicarse a la historia de todas las demás órdenes. En los últimos decenios del siglo XVII hizo acto de presencia un clima adverso para las órdenes religiosas, apoyado por fuerzas internas y externas a la Iglesia, y los Franciscanos no resultaron inmunes. Al contrario, se vieron especialmente afectados, entre otras cosas porque su presencia, que a veces resultaba molesta, no podía pasar inadvertida. No es necesario reconstruir aquí de forma pormenorizada los acontecimientos. Las restricciones amenazantes, impuestas por las «comisiones de reforma» estatales a partir de 1765, la Revolución francesa e, inmediatamente después. la secularización, cambiaron por completo el mapa del franciscanismo. En Francia, por ejemplo. Franciscanos, Conventuales y Capuchinos desaparecieron por completo; lo mismo sucedió en España con las leyes de exclaustración (1837), y en Portugal y Brasil, que entonces dependía de Portugal, mientras que en otros países quedaba una presencia que se iba consumiendo fatigosamente. La Orden, en todas sus ramas, experimentaba la urgencia de recomenzar de nuevo, lo que tuvo lugar durante el siglo XIX, en paralelo con la restauración de la Iglesia en los distintos países. Desde el punto de vista territorial, la reconstrucción recuperó, fundamentalmente, la antigua división. Hacia mitad de siglo la Orden logró entrar también de nuevo en Inglaterra, mientras que América septentrional se abrió a los Franciscanos como consecuencia del intenso movimiento migratorio procedente de Europa. Cuando, a raíz del Kulturkampf fueron suprimidos varios conventos prusianos, la Orden buscó refugio en Estados Unidos, donde constituyó nuevas provincias. También en América meridional, gracias a las ayudas procedentes de Europa, se pudo encaminar, aunque lentamente, la reconstrucción de la Orden. Mientras tanto, la intensa política colonial de los gobiernos europeos devolvió a los Franciscanos a los antiguos territorios de misión (a China en 1839) y abrió otros nuevos. En su actividad apostólica, los Franciscanos utilizaron los instrumentos pastorales propios de su tiempo: misiones populares, ejercicios, peregrinaciones, prensa religiosa y, en medida creciente, la pastoral parroquial. La industrialización y las transformaciones que se estaban verificando en la sociedad exigían un empeño caritativo y social más intenso. Con este fin surgieron nuevas comunidades religiosas con la regla de la Tercera Orden franciscana, con frecuencia fundadas por sacerdotes pertenecientes a las órdenes franciscanas y comprometidos en el plano social. Como congregaciones de «hermanos franciscanos» y, en medida mucho mayor, de «hermanas franciscanas», estos institutos retomaron el apostolado del franciscanismo de los orígenes en medio de los pobres y necesitados, poniendo como objetivo primario el servicio social y caritativo, y la tarea educativa. Gracias a estas comunidades tuvo lugar un aumento de la presencia franciscana en todo el mundo que, en el caso de las comunidades de religiosas, contribuyó a llevar a cabo en la Iglesia un impresionante «catolicismo en femenino». Con respecto al período pre- rrevolucionario, en el siglo XIX las órdenes franciscanas tuvieron que cuidar de manera especial la elección y formación de los nuevos candidatos. Esta preocupación halló en los «colegios seráficos» su forma institucional. Se trataba de internados, con clases de enseñanza media, instituidos a nivel provincial. En ese mismo nivel se volvieron a organizar los estudios superiores; dentro de lo posible, cada provincia instituía sus propios estudiantados filosó- ficoteológicos, mientras la formación de los lectores se debía realizar preferentemente en los colegios internacionales de Roma. Los Conventuales fundaron en 1885 su propio instituto de estudios con reconocimiento pontificio; les siguieron los Observantes, en 1890, y los Capuchinos en 1908. En todo caso, los lectores consiguieron su capacitación para la enseñanza también en universidades eclesiásticas y civiles. A lo largo de esta dinámica fase de reconstrucción, los Observantes estaban aún divididos en diferentes familias (Observantes, Reformados, Descalzos, Recoletos). Hasta León XIII (1878- 1903) no se llegó a su unificación. Por sugerencia de la curia romana, el Capítulo general de 1895 comenzó los preparativos para la unión, elaborando unas constituciones unitarias. El 15 de mayo de 1897 fueron aprobadas estas nuevas constituciones, y el 4 de octubre de 1897 el papa León XIII dispuso la reunión de las cuatro familias en la Orden de los Hermanos Menores (Ordo Fratrum Minorum, OFM), nombrando como primer ministro general al alemán Aloysius Lauer, fallecido en 1901. A él le tocó llevar a cabo la unión, a pesar de las no pocas resistencias de los Reformados italianos y los Descalzos españoles. Con la unión se dio también un nuevo interés científico y existencial para la historia de la Orden y para su tradición teológica y filosófica. A un renovado conocimiento de la figura del fundador contribuyó de manera decisiva la célebre Vida de san Francisco de Asís, de Paul Sabatier, publicada en París en 1894. que impulsó a la Orden a un estudio más intenso y a una mayor valoración de las fuentes relativas a la vida de san Francisco de Asís (la denominada «cuestión franciscana»). En Quaracchi. en los alrededores de Florencia, los Franciscanos instituyeron un centro de estudios, con la tarea de ahondar en los orígenes y la historia de la Orden. Entre sus méritos está la publicación de fuentes importantes y. sobre todo, el de haber preparado la edición crítica de las obras de san Buenaventura y de otros importantes autores franciscanos de la Edad media. Los Capuchinos. Poco después de la bula líe vos, de León X, que sancionaba la separación de Conventuales y Observantes, un nuevo movimiento reformista tuvo origen en la Marca Anconitana. Se pedía la observancia fiel y literal de la regla, que se concediera mayor importancia a la dimensión eremítica y más espacio a la predicación itinerante, además de la «vuelta al hábito original» de san Francisco (capucha a pico, unida al hábito). Ma- tteo da Bascio, hermano de la Observancia, pidió y obtuvo del papa Clemente Vil la aprobación de esta peculiar reforma. Ya antes había sabido ganarse la benevolencia de Catalina Cybo, duquesa de Camerino y sobrina del papa, que tal vez tuvo mucho que ver en la concesión de la aprobación, con su mediación ante el papa. Ese mismo año los dos hermanos Ludovico y Rafael de Fossombrone expresaron idénticas exigencias. Ante las resistencias de su superior, se sustrajeron a la obediencia, buscando refugio en los Conventuales y, más tarde, en los Camaldulenses. También ellos lograron contar con la protección de la duquesa de Camerino, pues ella fue quien obtuvo de Clemente VII la aprobación pontificia de los grupos reformistas con la bula Religionis zelus, del 3 de julio de 1528. «La vida eremítica según la regla de san Francisco» se ponía así al resguardo de los ataques de los propios hermanos de la Observancia; había nacido la orden de los Capuchinos. Formalmente la nueva comunidad dependía de los Conventuales, pero en la práctica era independiente. El primer capítulo general promulgó las constituciones en 1529. Ludovico de Fossombrone, como vicario, se preocupó de consolidar la joven comunidad y de organizar su difusión. Los Observantes reaccionaron con dureza ante la nueva división e intentaron por todos los medios recomponerla, pero la joven Orden ya no podía detenerse; en torno a 1535 contaba ya con unos setecientos miembros y, además, había encontrado bienhechores poderosos e influyentes, entre ellos Victoria Colonna, marquesa de Pescara, y otros representantes de la alta nobleza romana. El 25 de agosto de 1536, con la bula £.vpon i vobis, el papa Pablo 111 reforzó posteriormente la estabilidad de la Orden. Mientras tanto Matteo da Bascio había abandonado la Orden, y Ludovico de Fossombrone fue depuesto y apartado en 1536. El capítulo general de ese mismo año elaboró las nuevas constituciones, en las que se afirmaba que los Capuchinos querían observar la regla de san Francisco literalmente y sin interpretaciones que la mitigaran, de acuerdo con el Testamento del fundador y su misma vida. La pobreza debía significar realmente el rechazo de toda forma de posesión, la renuncia a las reservas y seguridades, y la limitación a lo estrictamente necesario para la vida diaria. Imponía también la solidaridad con los pobres y los enfermos y, por lo tanto, la necesidad de atenderlos realmente. El apostolado debía realizarse ante todo a través de la predicación, y para prepararse a ella debían promoverse estudios «santos y devotos», mientras en los pequeños conventos debía reinar un clima de oración, penitencia y contemplación. La fraternidad, ya consolidada y rodeada de un prestigio general, se encontró de nuevo ante un serio peligro cuando Bernardino Ochino, vicario general, abandonó la Orden y la fe católica, y acabó muriendo en Moravia en el año 1564, después de varios años de inquieta peregrinación. El escándalo fue tan grande, que provocó que solicitara la supresión de la joven Orden. Pero también esta crisis fue superada y la Orden recuperó su estabilidad bajo los nuevos vicarios generales, Francisco da Jesi (1543- 1546) y Bernardino d’Asti (1546-1552), que había sido ya vicario general antes de Bernardino Ochino. En 1550 la Orden, aunque se reducía sólo a Italia, contaba ya con dos mil quinientos miembros, quince provincias y 105 conventos. Hasta 1574 no se concedió a los Capuchinos la posibilidad de fundar conventos fuera de Italia. Uno de los países más receptivos fue Francia, desde donde los Capuchinos llegaron a Bélgica, mientras que en España, la difusión de la Orden encontró al principio muchas dificultades, pero se introdujo pronto; el primer convento se fundó en 1578, en Sarria (Barcelona); de Cataluña pasaron los Capuchinos a Valencia (1577). Aragón (1597) y Castilla (1610). En 1581 llegaron a Suiza, donde fueron llamados por san Carlos Borromeo. En 1593 llegaron a Tirol y en el 1600 a Baviera. Partiendo de Suiza, se fundaron después conventos capuchinos en Alemania sur occidental y Alsacia; en 1599, en Friburgo de Brisgovia. mientras que en 1611 los Capuchinos belfas fundaron el con- vento de Colonia. Su rápida difusión en toda Europa (en 1625 se habían instituido ya 42 provincias con 1.260 conventos y cerca de 17.000 miembros) atestigua la simpatía de que estaban rodeados. Consiguieron el apoyo de las autoridades eclesiásticas y políticas, pudiendo trabajar y sostener sin problemas la fuerte competencia de las demás órdenes religiosas. Su estilo de vida, sencillo y pobre, se distinguía netamente del de las otras órdenes, incluidas las de los Observantes y Conventuales. Gracias a su predicación y a su disponibilidad en casos de epidemias y catástrofes, los capuchinos se convirtieron en pastores de almas muy apreciados y buscados. Mientras tanto, el apostolado y la pastoral habían pasado a primer plano también entre los Capuchinos; las misiones populares, los ejercicios, la predicación, itinerante y estable, en las cortes, en las ciudades y en los pueblos, se habían convertido en su terreno predilecto. Sus conventos, generalmente a las afueras de las ciudades, aun caracterizándose por su austeridad, seguían el estilo y la organización de vida típicos de los monasterios occidentales (/"monasterio). Con diferencias de tipo regional, expresaron esa «pobreza constructiva» que, en la historia de las órdenes religiosas, representó el último estilo arquitectónico unitario en la construcción de iglesias y conventos de una determinada orden. La amplitud de actividades desempeñadas por los Capuchinos podría documentarse a partir de la vida de muchos de ellos, por ejemplo; san Félix de Cantalicio (t 1587), hermano limosnero que se convirtió en «apóstol de Roma»; el general de la Orden san Lorenzo de Brindis (t 1619), docto teólogo, apasionado predicador, diplomático y constructor de paz; san Fidel de Sigmaringa (t 1622), protomártir de Propaganda Fide. Como misioneros, los Capuchinos se pusieron al servicio de la congregación pontificia para la propagación de la fe, y trabajaron en el Próximo Oriente, en Africa septentrional islámica, y también en el interior de África (en Congo en 1618). Otros territorios de misión fueron la India, Asia, América central y meridional, donde, no obstante, su obra se vio obstaculizada con frecuencia por el patronato de España y Portugal. En los territorios puestos bajo el influjo francés (Canadá, Luisia- na, Antillas) las cosas fueron mejor. Pionero en este campo fue el célebre José de París (Fran^ois Le Clerc du Tremblay, 15771638). El movilizó a sus hermanos en la obra de convencimiento y recuperación de los Hugonotes y la vuelta al catolicismo de vastos territorios de Francia. Como orden típica de la reforma católica, los Capuchinos trabajaron también en los demás países europeos, sobre todo en la tarea de retorno al catolicismo. En el campo de la espiritualidad y la devoción, los Capuchinos, como las otras órdenes franciscanas, fueron hijos de su tiempo. En Benito de Canfield (1562-1610) tuvieron un influyente maestro de vida espiritual. Su tícela de perfección, traducida a las principales lenguas europeas, e incluso al árabe, se difundió ampliamente, aunque en 1689 fue introducida en el Indice. En 1761 los Capuchinos alcanzaron su número más alto, con 34.000 miembros. 1.730 conventos y 64 provincias. Veinte años más tarde, el número se redujo a 28.500 miembros. En los años siguientes, las conocidas medidas anticlericales golpearon duramente también a los Capuchinos, que, entre todas las órdenes mendicantes, cada vez más negativamente valoradas, se convirtieron en los peor soportados. Como sucedió con las demás órdenes, la recuperación llegó en el siglo XIX y se centró en la reconstrucción de la Orden en los países europeos y el refuerzo en los otros continentes. El capítulo general de 1884 elaboró un enérgico programa de renovación y eligió como ministro general al suizo Bernhard Christen von An- dermatt, quien gobernó la Orden durante 24 años y logró llevar adelante la obra de renovación. La historia más reciente de los Capuchinos corre paralela con la de las otras órdenes franciscanas, aunque ellos han sabido encontrar su propio modo de vivir el seguimiento de san Francisco, incluso en un mundo tan diverso. 9. Clarisas. La orden de las Clarisas venera como fundadora a santa Clara de Asís (1193-1253). Clara de Favarone, siguiendo el ejemplo de san Francisco, se convirtió al seguimiento de Cristo pobre y crucificado. La noche del domingo de Ramos (18/19 de marzo de 1212) quiso que Francisco le cortara los cabellos en la capilla de la Porciúncula, recibiendo de él el hábito religioso. Por algún tiempo, la convertida permaneció en dos monasterios benedictinos, pasando luego a la capilla de San Damián, en las afueras de Asís, donde se estableció. Mientras tanto, su hermana menor, Inés, eligió el mismo camino, y con ella otras mujeres. Su fama, con el nombre de «monjas de San Damián», «hermanas pobres», o «mujeres pobres de San Damián», creció con rapidez. No se denominaron Clarisas hasta después de la muerte de santa Clara. En 1215, Clara se convirtió en abadesa de la joven comunidad, para la que Francisco escribió una breve regla, la Formula vitae, caracterizada por una austera soledad contemplativa, la perfecta pobreza y la carencia de propiedades y rentas. Lo mismo que Francisco, Clara pretendía ser fiel hasta el extremo al precepto evangélico de la pobreza, y precisamente en este punto la «plantita» del santo se sentía estrechamente unida a él. El ejemplo de las «mujeres pobres de San Damián» fue imitado inmediatamente y condujo a la fundación de nuevos monasterios del mismo estilo. El cardenal Ugolino tomó bajo su protección estos monasterios y vio en ellos un modelo para la reforma de los demás monasterios femeninos. Escribió su propia regla, inspirada en la regla benedictina (/'"Benedictinos), que introducía a las «mujeres pobres» en la corriente de la tradición monástica occidental. Después de 1218 esta regla se introdujo en la mayor parte de los monasterios que se habían fundado inspirándose en el modelo de San Damián. Sin embargo, Clara, junto con otros pocos monasterios, entre ellos el que fundó la beata Inés de Bohemia en la ciudad de Praga, permaneció fiel a la Formula vitae, por considerar que la regla de Ugolino faltaba a la pobreza franciscana y ponía en peligro la vinculación directa con los Hermanos Menores. En 1228 Ugolino, convertido en papa con el nombre de Gregorio IX, rindiendo homenaje al valor de Clara, le concedió el «privilegio de la pobreza», o privilegian! paupertatis. En 1247, Inocencio IV dio a las hermanas una nueva regla, que se atenía a la de 1223, escrita por san Francisco, y las ponía en relación de dependencia directa de los Franciscanos, de acuerdo con un planteamiento que respetaba el espíritu de santa Clara. Pero la santa protestó nuevamente, porque Inocencio IV concedía a los monasterios rentas estables y propiedades comunes, haciendo caer, de ese modo, el privilegium paupertatis. Por otra parte, también los Franciscanos reaccionaron negativamente ante esta regla, porque veían en la asistencia y la dirección espiritual a las «hermanas pobres» un peso excesivo para ellos. Por estas razones la regla papal fue retirada tres años más tarde. Entonces, Clara emprendio personalmente la elaboración de una regla, presentando en su Testamento, de manera análoga al de Francisco, su camino de conversión al seguimiento de Cristo pobre y crucificado. La regla de Clara fue aprobada por el papa Inocencio IV el 9 de agosto de 1253, dos días antes de la muerte de Clara, acaecida el 11 de agosto. Esta regla, de todos modos, valía solamente para el monasterio de San Damián. En los demás monasterios femeninos franciscanos continuaron las incertidumbres y diferencias. Con el fin de garantizar cierta unidad, el papa Urbano IV publicó en 1283 una nueva regla que, retomando ampliamente la de Inocencio IV, concedía a los monasterios la propiedad común de bienes y rentas estables para garantizar su subsistencia. De todos modos, no fue posible llevar a cabo la uniformidad propuesta, pues los monasterios se dividieron en dos grupos, de los cuales unos siguieron la regla de Clara y otros la de Urbano IV, cuyos miembros se llamaron «Urbanistas». A pesar de esta incertidumbre interna, la Orden se difundió rápidamente, hasta el punto de que, a la muerte de Clara, existían ya 111 monasterios: 68 en Italia, 21 en España, 14 en Francia y 8 en Alemania, mientras que al final del siglo XIV, los monasterios eran en Europa ya más de cuatrocientos. Tan rápida difusión se vio alimentada también por el dinámico movimiento femenino del tiempo. Prácticamente por todas partes había mujeres que se unían en comunidades religiosas que, para asegurarse mejor su asistencia espiritual y eclesial. debían tratar de unirse a una orden reconocida. Los Franciscanos estuvieron disponibles para acogerlas en su propia comunidad, aunque de vez en cuando se oían voces contrarias a la asistencia de los monasterios femeninos. Por otra parte, en 1263 san Buenaventura había recomendado a la Orden la asistencia espiritual de las monjas, presentando la cura monialium como un servicio de amor. La historia posterior de las Clarisas procedió en paralelo con la de los Franciscanos. El deseo de Clara de fundar una pequeña comunidad claustral de religiosas que vivieran la pobreza y la contemplación no cayó en el olvido, aunque en la mayor parte de los monasterios no se logró realizar. Por esta razón, también entre las Clarisas surgieron muy pronto movimientos reformistas. Colette Boylet, nacida en 1381 en Corbie y fallecida en 1447 en Gent, se hizo clarisa en Niza, en 1406, según la regla de santa Clara, y muy pronto comenzó a reformar la orden en Francia y en Holanda. A su muerte, 18 monasterios habían aceptado la regla de santa Clara y las constituciones que ella misma redactó. Las Clarisas Colettanas mantuvieron estricta vinculación con la Orden franciscana y dependencia de la familia de los Conventuales. El movimiento de Observancia que surgió entre los Franciscanos durante el siglo XV involucró también a las Clarisas. En todo caso, la reforma no tocó la concesión de la propiedad común y de las rentas estables, sino que consistió sobre todo en una renovación de la vida espiritual y en el paso de los monasterios a la dependencia de la familia de los Observantes. No raramente los Observantes impusieron la reforma con todos los medios, en parte incluso contra la voluntad de las mismas monjas y con la ayuda del brazo secular, como sucedió, por ejemplo, en 1484 en el célebre monasterio de Clarisas de Ulm-Sófl ingen. Cuando en 1517 se llegó a la separación de las dos familias franciscanas, todos los monasterios reformados de las Clarisas, incluidos los de las Colettanas, pasaron a la dependencia de los Observantes. Los no reformados permanecieron, en cambio, vinculados a los Conventuales. La dependencia de los monasterios de las autoridades civiles de las ciudades o de la nobleza territorial los condujo a su desaparición, apenas las clases dominantes se pasaron a la reforma protestante. Caritas Pirckheimer, abadesa del monasterio de Clarisas de Nüremberg (t 1552), resistió con todas sus fuerzas a la supresión de su monasterio por parte de la autoridad civil y logró permanecer en él hasta su muerte. También el ejemplo de los Capuchinos, con su estilo de vivir la regla franciscana, fue seguido por algunas mujeres. La noble María Lorenzo Longo (t 1542), fundó en Ñapóles un hospital para enfermos incurables, a los que ella misma atendía, junto con un grupo de terciarias franciscanas. Esta comunidad femenina recibió la asistencia espiritual de los Capuchinos a partir de 1530. Por influjo de san Cayetano de Thiene, fundador de los ^Teatinos, las religiosas se dedicaron a una vida contemplativa en estricta /"clausura. Posteriormente adoptaron la regla de santa Clara y se pusieron bajo la jurisdicción de los Capuchinos. El papa Pablo III aprobó el primer convento de Clarisas Capuchinas el 10 de diciembre de 1538. Siguiendo el ejemplo de este convento, surgieron después otros monasterios en Italia, en España y en otros países europeos. En España fueron introducidas por la venerable Angela Margarita Serafina, de Manresa; el primer convento se fundó en Barcelona en 1602. Desde España, las Clarisas Capuchinas llegaron en el siglo XVIII hasta México, Lima, Guatemala y Santiago de Chile. Una posterior difusión de las Clarisas se vio bloqueada por las supresiones monásticas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. En 1782 el emperador José II suprimió de sus territorios todos los monasterios; diez años más tarde llegó el turno a Francia, y después a los demás países europeos. La recuperación de las Clarisas comenzó en Francia, donde las Colettanas experimentaron una nueva expansión. Desde Bélgica llegaron luego a Miinster, en 1857, y a Dusseldorf en 1859; a partir de estos dos monasterios tuvo lugar la reconstrucción de la Orden en Alemania, donde sólo el monasterio de las Urbanistas de Ratisbona había sobrevivido a la ^secularización. En París, de una comunidad de terciarias franciscanas, asistida espiritualmente por los Capuchinos, nacieron las Clarisas Capuchinas de la Adoración Perpetua. Junto con las ramas masculinas de la Orden franciscana, también las Clarisas llegaron a tierras de misión, donde poco a poco han ido surgiendo monasterios indígenas. Cada monasterio de Clarisas es autónomo y está bajo la guía de una abadesa, elegida por un tiempo determinado. La mayor parte de los monasterios están sometidos a la jurisdicción del obispo local, pero mantienen también vínculos con la rama masculina de la Orden: las Clarisas Urbanistas con los Conventuales, las que siguen la regla de santa Clara y las Colettanas, con los Hermanos Menores, y las Clarisas Capuchinas con los Capuchinos. Los monasterios femeninos tienden a establecer vínculos recíprocos, para promover sus intereses, prestarse ayuda mutua y favorecer el intercambio de experiencias espirituales. La constitución Sponsa Christi de 1950 representó un estímulo para esta tendencia, ya que recomendaba la formación de las llamadas «federaciones» monásticas; efectivamente, en los años posteriores se fundaron estas federaciones en la mayor parte de los países. Después del Vaticano II se han preparado nuevas constituciones. generalmente realizadas a nivel nacional, o dentro de las federaciones, que se proponen salvaguardar la herencia de santa Clara, manteniéndola viva para el presente. En los monasterios residen casi siempre comunidades reducidas, que renuncian a toda actividad externa y viven del trabajo manual y de ayudas que reciben de sus bienhechores. Con su estilo de vida sencillo y esencial, realizan el mandato de santa Clara, presente en la Carta tercera a la beata Inés de Bohemia: «Considérate colaboradora del mismo Dios (cf ICor 3,9) y apoyo de los miembros débiles y vacilantes de su inefable Cuerpo». Actualmente (1996) las Clarisas de la primera regla son 8.315; las Colettanas, 846: las Urbanistas, 1.230; y las Clarisas Capuchinas, 2.331. 10. El presente. La restauración (Je las familias franciscanas concluyó en el período comprendido entre las dos guerras mundiales. Su nueva vitalidad duró hasta los años 60 del siglo XX. En este período las tres ramas masculinas alcanzaron también su máximo nivel numérico: los Hermanos Menores: 27.000; los Conventuales: 4.200; y los Capuchinos: 15.800. El apostolado ha seguido generalmente las formas típicas del siglo XIX, pero también ha sabido adaptarse a las actividades pastorales que poco a poco han ido requiriendo los tiempos. El empeño misionero no ha tenido interrupciones y, a medida que los países del tercer mundo se fueron independizando políticamente, también se aflojó el vínculo de las provincias de misión con Europa y América septentrional: de ese modo tuvieron origen nuevas provincias religiosas, cada vez más apoyadas por fuerzas locales. Exceptuando la grave pérdida de los territorios de misión en China, la presencia franciscana en el tercer mundo salió reforzada. Los estudios y las actividades de investigación se cultivaron intensamente; casi cada provincia de la Orden tenía su propio estudiantado filosófico-teológico y, por lo tanto, gran número de religiosos dedicados al estudio. La investigación y las publicaciones de carácter científico abarcaban, ante todo, la tradición de la Orden y su historia; pero también iban mucho más allá. Esta etapa se esfumó rápidamente a finales de los años 60; en este período las órdenes franciscanas compartieron el destino de las demás órdenes religiosas y participaron de la crisis que envolvió a toda la Iglesia a propósito de la relación entre tradición y renovación. La accomodata renovatio, o «adecuada renovación», solicitada por la Perfectae caritatis (n. 2) fue acogida por todas las órdenes, y se reflejó después en el trabajo de preparación de las nuevas constituciones. Los rápidos e intensos cambios han conducido a una reflexión dinámica sobre la herencia franciscana, comprendida de nuevo a partir de la experiencia del presente y expresada a través de la recuperación del valor de la fraternidad, las comunidades pequeñas, la valoración de la vida eremítica y contemplativa, la decidida opción por los pobres y marginados, la teología de la liberación suramericana, etc. La desaparición de los tradicionales campos de actividad, impulsa a las órdenes franciscanas a una mayor colaboración pastoral con las diócesis. En su servicio al mundo contemporáneo, los Franciscanos han asumido diversos estímulos procedentes de los movimientos que se proponen luchar por «la paz, la justicia y la conservación de la creación», reinterpretando sus valores a la luz de su propia tradición. Las tres familias franciscanas siguen siendo actualmente órdenes religiosas independientes; pero las rivalidades y polémicas del pasado han desaparecido; contribuye a unirlas la herencia y la misión franciscana común. Estadísticas: Menores. La revista oficial de la orden es Acta Ordinis Fratrum Minarían. El 1 de enero de 1996 los miembros de la orden eran 17.981 (12.062 sacerdotes), extendidos por todos los continentes. Las últimas constituciones fueron aprobadas en 1985, mientras el último capítulo general se celebró en 1991. Conventuales. La revista oficial de la orden es Commentarium Ordinis Fratrum Minarían Conventualium. El 1 de enero de 1996 los Conventuales eran en todo el mundo 4.510 (2.715 sacerdotes). Las últimas constituciones fueron aprobadas en 1985. El último capítulo general fue en 1995. Capuchinos. La revista oficial de la orden es Analecta Ordinis Fratrum Minarían Capuccino- rum. El 1 de enero de 1996 los Capuchinos eran 1 1.405 (7.489 sacerdotes), difundidos por todo el mundo. El último capítulo general tuvo lugar en 1994. Franciscanos de la Cruz Blanca, Hermanos (FCB). Congregación fundada en 1975 en Tánger (Marruecos) por Isidoro Lezcano Guerra, y erigida canónicamente por mons. Carlos Amigo. Los hermanos se consagran, con un cuarto voto, al cuidado de los más pobres y necesitados, extendiendo su acción caritativa por España y en tierras de misión. Franciscanos de la T.O.R. (Provincia española de la Inmaculada Concepción de la Tercera Orden Regular de Penitencia de San Francisco de Asís, TOR). Restauración de la antigua Congregación de la T.O.R. española, desaparecida con la ^exclaustración de Mendizábal, promovida por el mallorquín P. Antonio Ri- poll. El 13 de mayo de 1906 se unió a la T.O.R. de Penitencia de San Francisco de Asís, orden de derecho pontificio y votos solemnes, al obtener la aprobación de dicha unión por parte de la Santa Sede el 7 de mayo de ese mismo año. Actualmente se extienden por España, Estados Unidos, México, Perú y Brasil. Son 842 miembros, entre ellos 565 sacerdotes. Generalato (de las órdenes religiosas). Es el gobierno supremo de un instituto religioso organizado de forma centralista. En el vértice está el moderador supremo o superior general (abreviado como «general»), cuya denominación exacta cambia según las órdenes religiosas: maestro general, prior general, ministro general, abad general o primado. El superior general es elegido por el capítulo general, de acuerdo con las modalidades establecidas en las constituciones, y es asistido por el consejo general. Los capítulos generales de órdenes e institutos religiosos se celebran periódicamente o en determinadas ocasiones. Al moderador supremo o superior general de las órdenes masculinas corresponde la moderadora suprema o superiora general de las órdenes e institutos femeninos organizados de forma centralista. Los derechos de los superiores generales están determinados por el derecho común y en las constituciones de cada orden o congregación (derecho propio). Las casas generales de la mayor parte de los institutos religiosos católicos están en Roma. Gradual. Líber gradualis es, en la Iglesia latina, el volumen que recoge los cantos de la misa (canto ^gregoriano). En su forma abreviada cuenta con la aprobación de la Iglesia y se denomina también Líber usualis. El vocablo «gradual» indica también el segundo canto de la liturgia latina de la misa, ejecutado, después del ¡ntroitus, entre las lecturas (entre la epístola y el evangelio), por un solista o por el coro, en forma responsorial. Al principio se cantaba todo el salmo; posteriormente se redujo a dos versos (con la última reforma litúrgica se ha recuperado el salmo, denominado precisamente «salmo responsorial», para cuya ejecución musical se usa el llamado «Libro del salmista»). El nombre (del latín gradas, grada) de este canto gradualis (siglo IX) se refiere probablemente al hecho de que se ejecutaba «sobre las gradas» que conducían al ambón y no sobre este último, como sucedía con el evangelio. Hasta el siglo XII este canto lo realizaba predominantemente un solista. En la Edad media se llamaba también «gradual» el libro de los cantos de la misa que el cantor ejecutaba solo desde las gradas del ambón; para los otros cantos se usaba el antifonario (^antífona). Gran maestre. En el lenguaje jurídico de las órdenes religiosas, es el superior general de una borden militar. Gregoriano, canto (o, simplemente, «canto»). Recibe este nombre del papa Gregorio I Magno (590-604), y es el canto litúrgico monódico en latín, reconocido por la Iglesia católica latina como su canto oficial (Iglesia ^latina). En su parte esencial, el canto gregoriano se remite a la ordenación de la liturgia solemne que llevó a cabo el papa Gregorio 1, aunque, según la opinión de muchos investigadores, debe atribuirse de forma predominante al papa Vitaliano (657-672). Al desarrollarse posteriormente, a partir del siglo VII tomó en Occidente algunas formas propias de las liturgias francogalicana, am- brosiana (Milán) y mozárabe (España). Durante toda la Edad media el canto gregoriano fue la única forma musical de Occidente, ya que incluso los textos profanos tomaron de ella sus características fundamentales y su sistema rítmico: monodicidad, diatonía (escala de siete sonidos, carente de semitonos, al contrario de la escala cromática moderna de doce sonidos, con semitonos) y tonos eclesiásticos (imitando las teorías musicales propias de la antigua Grecia, y a través de la mediación bizantina, los tonos eclesiásticos se encuentran por primera vez en el siglo VIII, en Alcuino. teólogo de corte del reino de los Francos). A partir del siglo IX, para precisar el valor tonal y melódico, en el texto se insertaron los neumas, primero sin líneas y luego, a partir del siglo XII, con desarrollo gradual de cuatro líneas (tetragrama). El espíritu humanista y la tendencia de la curia romana a la unificación de la liturgia condujeron en los siglos XVI/XVII a una reforma del canto coral. Desde la primera Edad media el canto gregoriano fue objeto de atención especial en las iglesias catedrales y monasterios. La restauración y recuperación del canto gregoriano en los siglos XIX y XX se debe, sobre todo, a los monjes benedictinos de Solesmes (abadía próxima a Le Mans), a la que se debe también la edición de los manuscritos medievales, aunque no siempre se atiene a la redacción más antigua de los documentos editados. Una gran contribución a la restauración del canto gregoriano en la celebración de la liturgia lo dio el papa Pío X (1903-1914), a través de la publicación de la Editio Vaticana, que contenía la edición «típica» de los textos gregorianos y considerada obligatoria por la Iglesia católica: entre otros volúmenes están el Kyríale (1905), el SGradúale (1908), el Antiphonarium (1912). El cuidado y el uso de una tradición de música sagrada propia se permitió solamente a las órdenes de los ^Cistercienses, los JPremostratenses y los ^Dominicos, además de la tradición ambrosiana propia de la Iglesia de Milán. El Vaticano II confirmó en 1963 el canto gregoriano como canto litúrgico oficial de la Iglesia católica romana (latina), pero, de hecho, dio lugar a su replanteamiento, en la medida que permitió también otras formas de música sagrada que se remontan a la Edad media (polifónicas e instrumentales) y, sobre todo, con la introducción de las lenguas vulgares en la Liturgia. Guanelianos. Los Guanelianos o Siervos de la Caridad (SdC) nacieron en 1886, en Como (Italia), por obra de San Luis Guanella (1842-1915). Una fuerte experiencia de la paternidad de Dios lo llevó a abrirse a los pobres y necesitados, ofreciéndoles su persona y sus casas. Tras varias pruebas y fracasos logró poner en marcha la congregación de las Hijas de Santa María de la Providencia y más tarde la de los Siervos de la Caridad, que hoy realizan su misión de caridad sobre todo en Italia, pero también en España, Suiza, Estados Unidos, Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, México, Colombia. Israel, India... Guardián (del latín medieval guarda, guardia ñus, derivado, a su vez, de la expresión germana Wardein, custodio, guardia, guardián). La palabra designa, en las órdenes franciscanas, al superior de una comunidad conventual. En la Edad media, por algún tiempo fue elegido por la propia comunidad. Posteriormente pasó a ser normalmente nombrado por el provincial (con la colaboración de los definidores provinciales y de acuerdo con las modalidades establecidas por el derecho común y por las constituciones de la Orden) por un período de tres años. Hábito religioso. Es el vestido típico de los miembros de una comunidad religiosa, a norma del derecho propio (regla, constitu- ción, costumbre). Desde los comienzos del monacato consistía en unas partes fijas: túnica larga, cinturón (de piel o de cuerda), capucha (^capa), a veces escapulario (sobrerropa formada por una franja de tela rectangular puesta sobre los hombros, que cae sobre el pecho y la espalda), y a veces sandalias. De este tipo de vestidura, que al principio era semejante al de los trabajadores y la gente sencilla, derivó más adelante el verdadero hábito religioso, realizado según las normas establecidas por las reglas y pronto llegó a ser incluso un distintivo social. El modo de vestir prescrito en el capítulo 55 de la regla de san Benito (f Benedictinos) pasó luego, con más o menos cambios, a las otras órdenes medievales. Las ramas femeninas se comportaron, generalmente, de forma análoga a las masculinas. Las órdenes y congregaciones de la época moderna, incluidas las sociedades masculinas de los siglos XIX y XX, adoptaron, en general, el modo de vestir propio del clero secular. En los últimos decenios se ha simplificado mucho el hábito religioso de los institutos femeninos. La entrega solemne del hábito religioso en la ceremonia de la vestición, a norma de las constituciones de cada instituto, es un elemento esencial de la admisión en la comunidad. Hagiografía (del griego: escrito santo). Es, en general, la presentación literaria de la vida de los santos; en sentido específico es (en la época moderna) el trabajo científico sobre la historia, las tradiciones y el culto a los santos. La hagiografía supone el culto a los Asantos y se propone presentar la acción de la gracia divina en las personas santas, con el fin de edificar y estimular a su imitación. En ella se entrelazan narración histórica e intenciones particulares. La hagiografía comenzó con las actas y las vidas de los mártires de la Iglesia primitiva, con las vidas de los anacoretas y de los padres del monacato, pero se extendió después a la vida de casi todos los santos de la Iglesia. Se cultivó sobre todo en los monasterios medievales y, posteriormente, en la época barroca. En la baja Edad media tuvo gran difusión la Leyenda áurea del dominico Jacopo de Varazze o Vorágine (í 1298 siendo arzobispo de Genova). En la hagiografía de carácter científico, a partir del siglo XVII. han representado un papel preponderante los Bolan- distas (/" Jesuitas) con la edición crítica de las Acta Sancionan (la mejor edición desde 1643, aun sin concluir). Hermana (o «sor», del latín sóror). Es título y apelativo (/"nombre religioso) de los miembros de diversos institutos religiosos femeninos de la Iglesia católica. En un tiempo el término sórores indicaba a las religiosas con votos simples, para distinguirlas de las de votos solemnes, llamadas moniales (S monja). Hermandad. Hoy, en la Iglesia católica, el término hermandad (en latín confraternitas) indica una asociación libre, aprobada por la Iglesia, de creyentes (generalmente laicos) que se unen para llevar a cabo actividades voluntarias de piedad cristiana, penitencia y amor al prójimo. Sus comienzos se remontan a las uniones de fieles del siglo IV que, en Oriente, se dedicaban a sepultar a los muertos y asistir a los enfermos, y también a las /"hermandades de oración de la Edad media occidental (a partir del siglo VI). Las hermandades medievales eran semejantes a los gremios, o corporaciones de artes y oficios, pero perseguían fines eminentemente religiosos. Con frecuencia tomaban nombre de un misterio de la fe. de un santo o de un cometido determinado (por ejemplo, hermandad del Santísimo Sacramento, de la Virgen María, del Santo Rosario o de Cristo Maestro), con frecuencia relacionado también con una orden religiosa (por ejemplo, la Hermandad del Cíngulo, vinculada a los Franciscanos, la del Rosario, vinculada a los Dominicos, la del Escapulario, vinculada a los Carmelitas). En la época barroca las hermandades vivieron un nuevo momento de prosperidad; fueron después fuertemente reprimidas durante la Ilustración. A partir del siglo XIX las Conferencias de san Vicente y las de santa Isabel asumieron tareas religiosas y caritativas semejantes a las de las antiguas hermandades. Dentro de las Iglesias nacidas de la reforma protestante, comunidades (fraternidades masculinas y femeninas) comparables a las asociaciones católicas (órdenes, congregaciones, institutos seculares) habían desaparecido, si se exceptúan algunos restos y raros intentos de dar vida a algo nuevo (Hermanos de Herrnhut). A lo largo del siglo XIX surgieron nuevas comunidades dentro de la Iglesia anglicana, y en el siglo XX también en las Iglesias evangélico-Iuteranas y reformadas. La más conocida es la fraternidad de Taizé (Communauté de Taizé), que presenta rasgos semejantes a los de una orden religiosa. La dirige su fundador, Roger Schutz (nacido en 1915), que se estableció en Taizé, cerca de Cluny (Borgoña), el año 1940. En 1949 los primeros hermanos de la comunidad se comprometieron a llevar una vida en comunión de bienes, en castidad y obediencia incondicionada, bajo su dirección como prior. Mientras tanto, miembros de otras confesiones han ingresado también en la comunidad de Taizé, que tiene vocación ecuménica, es decir, se caracteriza por la tensión hacia la unidad de la Iglesia (Una Iglesia). Desde entonces han surgido diversas comunidades evangélicas, por ejemplo en Alemania: unas con vida común (parecidas a los conventos católicos), otras sin separación definitiva de la familia y la profesión (como la fraternidad evangélica de san Miguel, que nació a partir de las reuniones dedicadas a la renovación religiosa que tuvieron lugar en Gut Berneuchen, Neumark, a partir de 1923), y nuevas formas de diaconía (diácono). Hermandades de oración. Con este término, ampliamente difundido a partir del siglo VIII, se entendía al principio una forma de asociación entre diversos monasterios; luego también entre monasterios y sacerdotes o laicos, para sufragio de los miembros o bienhechores difuntos de los monasterios. Los miembros de la hermandad prometen ayudarse recíprocamente mediante la oración, las celebraciones litúrgicas (santa Misa) y las buenas obras. Este propósito se fundamenta en la caridad cristiana y en la fe en la comunión de los santos. Este tipo de hermandad ha sido cultivada por los monasterios y, posteriormente, asumida por las formas más modernas de hermandades. Hermanitas. Este nombre forma parte del título oficial de varias instituciones religiosas, como: las Hermanitas de los Pobres, dedicadas al cuidado de los ancianos, que fueron fundadas el 15 de octubre de 1839. en Saint Servan (Francia), por Juana Jugan; las Hermanitas de San José de Mont-gay, fundadas en 1844, en Quillins (Francia) por José Rey, que se dedican sobre todo a los niños pobres; las Hermanitas de la Asunción (HA), que nacieron en París (Francia), en 1865, fundadas por el P. Esteban Pernet para la promoción del mundo obrero; las Hermanitas de los Ancianos Desamparados (HAD), fundadas en Barbastro (Huesca) el 27 de enero de 1873, por iniciativa del Beato D. Saturnino López Novoa y la caridad de la fundadora, santa Teresa Jornet Ibars, con el fin específico de atender a los ancianos pobres y desvalidos; las Hermánitas de los Pobres de Maiquetia (HPM), que nacieron en Maiquetia (Venezuela) el 25 de septiembre de 1889, fruto de la colaboración del Venerable Padre Santiago Machado Oyarzábal y Beata Emilia Chapellín lstúriz, con el fin de ejercitar la más exquisita caridad con los pobres y necesitados; las Hermanitas del Sagrado Corazón de Carlos de Foucauld, fundadas en Montpellier (Francia) en 1933, que, imitando a Jesús, se proponen llevar una vida escondida; las Hermanitas de Jesús, fundadas por la Venerable Magdeleine de Jesús Hutin en Touggourt (Sahara) el 8 de septiembre de 1939, y cuya característica es la vida contemplativa en medio del mundo; y las Hermanitas de la Anunciación (EAD), nacidas en Medellín (Colombia) el 14 de mayo de 1943, por obra de la M. María Berenice Correa, para la evangelización y la promoción social de la niñez y la juventud. Hermano (en latín fruten pl.fra- tres). El término se utiliza en las más antiguas reglas monásticas para designar a los monjes en general; es también el apelativo con el que los monjes o los miembros de una orden mendicante se llaman entre ellos. Desde el final de la Edad media, al aumentar el número de monjes sacerdotes y con el nacimiento de la institución de los /^conversos, surgió la distinción entre sacerdotes o padres (monjes y canónigos) y hermanos laicos (aún hoy denominados simplemente «frailes» o «hermanos»). En algunas órdenes, como signo de humildad, los monjes sacerdotes siguen conservando el antiguo apelativo «fraile» (abreviado fray, y antepuesto al nombre religioso); es el caso de los /''Dominicos, los /* Franciscanos y los /"Carmelitas; en vez del apelativo /* «padre», usado por los Premostratenses. En sentido más estricto, se llama «hermanos» a los miembros de una orden clerical que se encuentran aún en fase canónica de preparación (/^noviciado) o en los estudios teológicos; pero también a los miembros de las congregaciones laicales, por ejemplo las que se dedican a la enseñanza y educación de la juventud. En algunas abadías de órdenes monásticas se ha recuperado recientemente la institución de los «hermanos corales» que, en cuanto tales, se sitúan entre los monjes sacerdotes y los hermanos laicos. Hermanos de Belén. Conocidos también como Belemitas, su título oficial es el de Orden de los Hermanos Hospitalarios de Belén. La Orden fue fundada en Guatemala, en 1653, por San Pedro de San José Betancur. Erigida como Orden en 1710, fue disuelta por las Cortes de Cádiz en 1820, y restaurada por la Santa Sede el 16 de enero de 1984. Sus miembros se dedican a la asistencia de enfermos y a la educación de niños pobres. Hermanos de Jesús (P. Foucauld). Tienen su origen en el espíritu de San Carlos de Foucauld (1858-1916), aunque la primera fraternidad empezó con el P. René Voillaume, en 1933, en El- Abiodh (Argelia). Su fin específico es la vida contemplativa en medio del mundo, siguiendo las huellas de Jesús de Nazaret. Están presentes en más de cuarenta países. Hermanos de la Espada (Fratres militiae Christi de Livonia, Hermanos de la Milicia de Cristo de Livonia). Conocidos también como Orden de los Portaespada, eran una borden militar de Livonia, fundada en 1202 por el monje cisterciense Teodorico de Treyden siguiendo el modelo de la Orden de los Templarios, para apoyar militarmente la cristianización de Livonia. El nombre proviene de la espada roja colocada en el costado izquierdo de la blanca capa ecuestre. Los Hermanos de la Espada debían obediencia al obispo Alberto I de Riga, pero entre 1207 y 1210 lograron imponerle la cesión de un tercio de Livonia y la plena soberanía (confirmada en 1212 por el emperador Otón IV). Después de una dura derrota sufrida por obra de los Lituanos en 1236, lo que quedaba de los Hermanos de la Espada quedó incorporado a la f Orden teutónica (con la aprobación del papa Gregorio IX, en 1237). Hermanos de la Inmaculada Concepción. La congregación de Hermanos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María (FIC) fue fundada por el sacerdote Beato Ludovicus Humbertus Rutten (1809-1891) en Maastricht (Holanda) para la educación y la enseñanza, para las obras pastorales y sociales, especialmente en situaciones de emergencia. Hermanos de la Sagrada Familia de Belley (FSF) fue fundado por San Gabriel Tabórin (1799-1864) en la diócesis de Belley (Francia). Su espíritu, inspirado en la Familia de Nazaret, se plasma en un estilo de vida humilde, sencillo y activo, y en su obra apostólica, entregada especialmente a la acción educativa, en el sentido más amplio de la palabra, y a las tareas parroquiales. Los Hermanos están presentes en varios países, sobre todo de Europa. Africa y América. Hermanos de las Escuelas Cristianas (Institutum Fratrum Scholarum Christianarum, FSC). Constituyen la mayor congregación laical católica dedicada a la educación y a la enseñanza. Fundador del instituto fue el sacerdote francés, San Juan Bautista de la Salle (1651-1719), a quien se debe la institución de escuelas populares en Reims (1681) y París (1684). A pesar de las resistencias suscitadas frente a sus «innovaciones» y sus nuevos métodos de enseñanza, la obra obtuvo en 1724 la aprobación real y, un año después, la pontificia. A España llegó en 1878. Tras un rápido crecimiento en tierra francesa, la Revolución llevó al instituto casi a su desaparición a finales del siglo XVIII. A lo largo del siglo XIX, los Hermanos de las Escuelas Cristianas se recuperaron y se extendieron por casi todos los países de Europa y América. En Alemania el Instituto padeció graves daños durante el Kulturkampf (después de 1870) y en los años de la dictadura nacionalsocialista. Actualmente los Hermanos de las escuelas cristianas enseñan a unos 700.000 estudiantes, en todas las partes del mundo. Situación en 1996: 1.062 casas con 7.400 miembros. Hermanos de Nuestra Señora de la Misericordia. En medio del clima de miseria e ignorancia en que las guerras de independencia y religión habían sumido a los Países Bajos, mons. Víctor Scheppers (1802-1872), fundó en Malinas (Bélgica) la congregación de los Hermanos de Nuestra Señora de la Misericordia (FDM), con una finalidad educativa y asisten- cial, que se plasma sobre todo en la asistencia en las cárceles, casas de reeducación, escuelas populares... Su espíritu universal les ha llevado a muchos países de Europa, África y América, donde tratan de ser testimonio y símbolo de la misericordia de Dios. Hermanos de Nuestra Señora de Lourdes (Lourdistas). Fundados en Ronse (Bélgica) por Esteban Modesto Glorieux, el 25 de noviembre de 1830. se dedican a la enseñanza en general y a la hospitalaria y psiquiátrica. Hermanos del Evangelio. Constituyen uno de los frutos de la espiritualidad de San Carlos de Foucauld. Fundados en Francia, en 1956, por el P. Rene Voillaume, intentan ser signos del amor de Dios, dando testimonio del evangelio y compartiendo con los pobres su vida, sus penas y sus esperanzas. Hermanos y Hermanas de la vida común. Los Hermanos de la vida común o Frciterherren (en latín fratres devoti, hermanos devotos), aun sin ser una verdadera fundación, nacieron por obra del holandés, Beato Abate Gerardo Groote (13401384), convertido en torno al 1374 a una vida penitente y devota. Estimulado por él. El Beato Padre Florencio Radewijns (1350-1400), amigo suyo y canónigo de Utrecht, fundó la hermandad en 1383. Partiendo de Holanda, las comunidades de Hermanos de la vida común y su rama femenina, las Hermanas de la vida común, se difundieron en Alemania septentrional. Los Fratres devoti vivían juntos, siguiendo un modelo de vida conventual, pero sin pronunciar formalmente votos monásticos. Ganaban lo necesario para su modesto sustento con el trabajo de sus manos, sobre todo trascribiendo libros litúrgicos y edificantes, predicando misiones populares, y a través de la educación de jóvenes y clérigos. Aun sin desempeñar una verdadera actividad de estudio a nivel científico, con sus comunidades y sus escuelas promovieron un auténtico humanismo. Cuando los Fratres devoti comenzaron a sufrir oposición, sobre todo por parte de las órdenes /"mendicantes, algunas casas adoptaron la regla de san Agustín, comenzando por el nuevo convento de Windesheim, en Zwolle (1387); de esta comunidad provino después la Congregación reformada de /"Windesheim de los /"Canónigos Regulares de san Agustín . Bajo el influjo de los místicos, Beato Juan de Eckhart (1327/1328) y San Juan Ruysbroeck (t 1381), Gerardo Groote y sus amigos y discípulos cultivaron una forma de devoción espiritual, la llamada ^ de vatio moderna (nueva devoción), un movimiento de renovación religiosa que renunciaba a la especulación escolástica y aspiraba al seguimiento de Cristo vivido a través de una devoción íntima y personal. En el centro de esta espiritualidad, además de la lectura meditativa de la Biblia y del ahondamiento místico de la pasión de Cristo, exigía la presencia en el mundo a través de las obras cristianas (asistencia a los enfermos, ayuda a los pobres, educación, etc). En el siglo XV numerosos monasterios de la Baja Sajónia y de Turingia fueron reformados dentro del espíritu de la devotio moderna, por el canónigo agustino Juan Busch (hacia 1480). Los Hermanos de la vida común (llamados también Kappenherren, «hermanos de la capucha» por su cubrecabeza negro) gozaron de gran prestigio y fueron llamados también a otras partes de Alemania (Wiirttenberg). La devotio moderna, apoyada sobre todo por los Hermanos de la vida común y por la congregación de los Canónigos Agustinos de Windesheim, se difundió por toda Europa. El movimiento de reforma religiosa reunió en tomo a sí las mejores energías reformistas de la Iglesia del final de la Edad media. La devotio moderna encontró su mejor expresión en la Imitación de Cristo (Imitatio Christi), que, aun con ciertas dudas, se ha atribuido al canónigo agustino, Beato Tomás de Kempis (f 1471), del monasterio de St. Agnetenberg, (en Zwolle). A Tomás (Hemerken) de Kempis se le considera el mayor representante de la devotio moderna. Gracias, sobre todo, a la Imitación de Cristo, uno de los libros edificantes más difundidos, la devotio moderna ha ejercido su influjo en todas las iglesias de la época moderna. hasta nuestros días. Herrnhut, Hermanos de. La comunidad de los Hermanos de Herrnhut (o Hernutianos) es un fenómeno eclesial que tuvo origen a partir del pietismo y que, a través de la vida comunitaria, se propone renovar la fraternidad cristiana de los comienzos. Su fundador es el conde Nicolás Ludovico de Zinzendorf (1700- 1760). Algunos Hermanos bohemios y moravos, de orientación moderada, se habían establecido en las posesiones de Zinzendorf, en la Alta Lusacia (Sajorna), donde habían fundado el poblado de Herrnhut. El lugar se convirtió en refugio de pietistas, separatistas y entusiastas de diversa procedencia. Gracias a su capacidad para encender los ánimos, Zinzendorf logró juntar a todos estos grupos dispares, reuniéndolos en 1727 en una «unidad fraterna renovada». Después de algunas dificultades iniciales, en 1748, a través de una clara aceptación de la Confessio Angnstana de 1530 (evangélico-luterana), Zinzendorf consiguió el reconocimiento del Estado de Sajonia. En poco tiempo surgieron varias fi- 4 daciones tanto en el viejo como en el nuevo mundo. Ya desde 1732 se había emprendido la misión entre los paganos en las Indias Occidentales y en Groenlandia (esquimales). Zinzendorf y los Hermanos de Herrnhut pretendían estar dentro de la comunidad luterana, pero, de hecho, llegaron a constituir una comunidad eclesial autónoma. Como base de la fe de los Hermanos de Herrnhut está la Biblia (leída diariamente y explicada a través de «consignas»), las tres antiguas profesiones de fe, los escritos confesionales de la reforma luterana y la aceptación de dos sacramentos (bautismo y cena). Partiendo del principio del «amor fraterno», para la vida religiosa son muy importantes las «asambleas» (predicación, cena y servicio divino a los niños). También se le ha dado gran importancia al canto eclesial. Con el paso del tiempo, el entusiasmo religioso de los comienzos fue tomando el carácter, más moderado, de la «devoción de Herrnhut», marcada por el optimismo cristiano: confianza en que es Dios quien guía, acción de gracias por la reconciliación (realizada mediante la muerte de Cristo en la cruz), celebración común de la liturgia, asambleas comunitarias, educación de los jóvenes y misión. La actividad de la comunidad se extiende actualmente por muchas partes del mundo. Hesiquiasmo (o hesicasmo). Es un sistema espiritual característico de la ascética oriental, que conduce a la paz y a la tranquilidad del cuerpo y del espíritu (en griego hesykhía) como medio para conseguir la comunión íntima con Dios en la contemplación. Este ideal, con elementos comunes al estoicismo y al platonismo, implicaba tres características fundamentales: la soledad como huida del mundo; el silencio. misterio que revela el mundo futuro y ultraterreno, como opuesto a la lengua, que es un órgano del mundo presente; y la quietud, que supone el control de los pensamientos, la sobriedad, la ausencia de preocupaciones terrenas y la lucha contra los malos pensamientos. Los hesiquias- tas fueron predominantemente monjes que perseguían la perfección en la unión con Dios por medio de la oración continua. Autores clásicos de esta tendencia fueron, sobre todo, los padres de la escuela sinaítica, san Juan Clímaco, Hesiquio y Filoteo Sinaíta (siglos VI-VII). El hesiquiasmo se difundió por los monasterios de Constantinopla, donde el principal representante fue Simeón el Nuevo Teólogo (t 1022), autor de diversas obras sobre la inteligencia del corazón y la iluminación divina. En el siglo XIV, Gregorio el Sinaíta difundió el hesiquiasmo en los monasterios del monte Athos y Nicéforo, monje athonita de origen calabrés, inventó un «método físico» para abreviar el esfuerzo necesario para la contemplación y lo propuso en el librito Sobre la sobriedad y la guarda del corazón; con este método se intentaba llegar a la luz maravillosa de Dios, portadora de gozo celestial, que haría al hesiquias- ta invulnerable a los asaltos del mal. Es fundamental la oración de Jesús («Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador»), que el hesi- quiasta debía repetir interiormente, armonizándola con la respiración. Gregorio Palamás (12961359), primero monje athonita y después arzobispo de Salónica, llevó el hesiquiasmo a su cumbre. Con su reflexión teológica, Palamás intentó resolver el problema de la síntesis entre la absoluta trascendencia de Dios y su inmanencia, experimentada por los místicos y contemplativos. El admitía en Dios la distinción real entre su esencia trascendente y sus atributos o energía inmanentes, accesibles a la experiencia mística. Entre las principales energías, según los seguidores de Palamás, están la gracia y la luz tabórica, aquella misma luz que vieron los tres discípulos predilectos de Jesús en el monte de la transfiguración. El principal opositor del palamismo fue el monje calabrés Barlaam, que acusó a los hesiquiastas palami- tas de diversos errores, sobre todo por distinguir en Dios naturaleza y energías. Así comenzó la controversia palamita, que concluyó con el sínodo de 1351, donde los palamitas prevalecieron y sus acusadores fueron excomulgados. El palamismo triunfó, a pesar de que la doctrina sobre la luz tabórica y la distinción de esencia y energías en Dios fueron abandonadas. El hesiquiasmo se difundió posteriormente en los países eslavos y especialmente en Rusia; tuvo posterior difusión en el siglo XVIII con la publicación de la Filocalia, antología de textos de los padres y de los autores hesiquiastas, preparada por Nicode- mo Agiorita en 1782. En Occidente, la oración de Jesús de los hesiquiastas se conoció gracias a la difusión de los Relatos del peregrino ruso. La espiritualidad hesiquiasta continúa influyendo aún hoy en la teología ortodoxa, sobre todo con la propuesta de la mística del corazón. Hijas. Son multitud las congregaciones femeninas que llevan en su título oficial el apelativo «Hijas». Entre ellas están: las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl (1633); las Hijas de la Sabiduría (1703) | f Monfortanos); las Hijas del Buen Salvador de Caen (1730) I^Buen Salvador de Caen, Hijas del]: las Hijas del Corazón de María, congregación fundada en 1784, en Bauge (Francia), por Ana de la Girouardiére, con el apoyo del P. Renato Bérault, para la adoración y la actividad hospitalaria; las Hijas del Corazón de María (HCM), fundadas en 1790 en París (Francia), por el P. J. Picot y Adelaida Champion de Cice para servir a la Iglesia en sus necesidades; las Hijas de /a Cruz, llamadas también Hermanas de San Andrés, que nacieron en 1807, gracias a la colaboración de san Andrés Huberto Fournet y santa Juana Isabel Bichier, en Saint Pierre de Maillé, diócesis de Poitiers (Francia), para la evangelización de los pobres; las Hijas de la Caridad (1808) [/*Canosianas]; las Hijas de María Inmaculada de Agen (1816) | ^Marianistas); las Hijas de Santa María de la Providencia | /*Guanelianos|, y otra congregación con el mismo nombre, fundada en Saintes (Francia) el 29 de septiembre de 1817, que intenta encarnar el amor suscitando esperanza; las Hijas de María, Religiosas de las Escuelas Pías (1829) | Escolapios]; las Hijas de la Divina Providencia (HDP), fundadas por la Beata Madre María Elena Bettini en Roma, el 8 de septiembre de 1832, para la educación de los niños más pobres; las Hijas de María Santísima del Huerto, fundación de san Antonio María Gianelli en Chiavari (Italia) el 12 de enero de 1829. para la santificación a través de la práctica de la caridad; las Hijas de Jesús (FI), fundadas por la Beata M. Cándida María de Jesús en Salamanca, el 8 de diciembre de 1871. con el compromiso de la educación católica de los pueblos por medio de la enseñanza; las Hijas de María Auxiliadora (1872) | ^Salesianas de san Juan Bosco]; las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, nacidas el 30 de agosto de 1874 en Issoudun para promover el culto al Corazón de Jesús en unión con María, que fueron fundadas por los santos Julio Chevalier y Luisa Hartzer; las Hijas de Cristo Rey (HHCR), que se proponen instaurar en la sociedad el reino de Cristo, y nacieron en Granada el 26 de mayo de 1876, por iniciativa de D. José Gras y Granollers; las Hijas de San José (FSJ), conocidas también como Josefinas, que nacieron el 13 de febrero de 1875 en Calella de la Costa (Barcelona) de la colaboración de Francisco Javier Butiñá e Isabel de Maranges, con el Fin de evangelizar santificando el trabajo; las Hijas de María Madre de la Iglesia, fundadas por la Beata Matilde Téllez Robles en Béjar (Salamanca) el 19 de marzo de 1875. para promover el culto eucarístico; las Hijas del Divino Celo (1887) 1 f Rogacionistas del Corazón de Jesús]; las Hijas de San Camilo (1892) | Camilos]; las Hijas de la Pasión de Jesucristo v de María Dolorosa (CFP), conocidas también como Hermanas Pasio-nistas, que se proponen la configuración con Cristo crucificado, y nacieron en México, el 2 de febrero de 1896 por iniciativa de Dolores Medina Zepeda; las Hijas de la Inmaculada Concepción de Buenos Aires (HIC), fundadas el 14 de septiembre de 1904 en Buenos Aires por la M. Eufrasia Jaconis para las obras sociales; las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María (HHSSCC), para la evangeliza- ción de enfermos y pobres, obra del salesiano Beato P. Luis Variara, nacidas en Agua de Dios (Colombia), el 7 de mayo de 1905; las Hijas de San Pablo (1915) | Familia Paulina); las Hijas del Patrocinio de Maria (HPM), cuyos fundadores (Córdoba, 19 de marzo de 1919), los PP. Cosme Muñoz y Luis Pérez, les encomendaron el apostolado de la enseñanza; las Hijas de la Virgen de los Dolores (RRHHVD) fundadas con fines vocacionales por Antonia María Hernández y Juan Tena Fernández, en Trujillo (Cáceres), también en el año 1919: las Hijas de la Caridad de María Inmaculada, fundadas por Inés María Gasea Solórzano en México el 27 de agosto de 1930; las Hijas de la Iglesia (EF), de María Oliva Bonaldo, que nacieron en Roma, el 24 de junio de 1938. para la evangelización, viviendo el misterio de la Iglesia; las Hijas de Nuestra Señora de Nazaret, Dominicas (1938) | J Dominicos!; las Hijas de Santa María de Lenca, que nacieron como pía unión, también en 1938. en la diócesis de Ugento (Italia), para la reeducación y asistencia de niños abandonados, por obra de la M. Elisa Martínez; las Hijas de la Virgen María para la Formación Cristiana (FC), de M. José de la E. Galán Cáceres, fundadas en Alcuéscar (Cáceres) el 2 de octubre de 1941; las Hijas de la Parroquia Auxiliares del Buen Pastor, que se dedican al apostolado parroquial y fueron fundadas en 1948 en Pamplona, por D. Antonio Ona de Echave: y las Hijas del Cenáculo, fundación de Joaquín M. González de la Llana en Sonseca (Toledo), el 5 de mayo de 1944, para el apostolado sacerdotal. Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl. En 1617 san Vicente De Paul (1581-1660), párroco en ChatiIIon-IesDombes fundaba la Fraternidad de la Caridad para el servicio a domicilio de pobres y enfermos. Sus miembros se difundieron en numerosas parroquias rurales y urbanas, sobre todo en París, donde tomaron el nombre de Damas de la Caridad. A partir de esta experiencia, san Vicente maduró la convicción de que, a pesar del bien realizado, era necesario el compromiso a tiempo pleno de personas deseosas de ser pobres con los pobres. Con la colaboración de santa Luisa de Marillac (1591-1660), en noviembre de 1633 dio vida a la Compañía de las Hijas de la Caridad (HC): fue precisamente en su casa donde se reunieron las cuatro primeras jóvenes. El 25 de marzo de 1642, Luisa y sus primeras compañeras pronunciaron los votos privados de pobreza, castidad, obediencia y servicio a los pobres. La obra se difundió y en 1646 obtuvo del arzobispo de París una primera aprobación como «Fraternidad». En 1665 el cardenal de Retz aprobaba la compañía, poniéndola «en perpetuo» bajo la dirección del superior general de la Congregación de la Misión (^Paúles). Esta forma de vida consagrada fue una novedad original en la historia de la Iglesia y servirá de modelo para otras muchas instituciones en los siglos sucesivos. En 1668 el cardenal Vendóme, como legado de Clemente IX, concedía a la compañía la aprobación pontificia. Las obras que caracterizaron a las Hijas de la Caridad fueron, además del servicio a domicilio a pobres y enfermos, la asistencia a los incluseros y a los ancianos de los hospicios, compromisos en los hospitales, escuelas, casas para enfermos mentales, y atención a soldados inválidos y chicas con problemas. Las reglas, fruto de un camino de varios años y varias veces revisadas, fijaban la organización y el estilo de vida de las religiosas. San Vicente y santa Luisa, con el fin de evitar las restricciones de la legislación eclesiástica de su tiempo, habían querido una compañía secular y no una nueva orden religiosa, entonces imposible. Entre 1633 y 1790, la comunidad se difundió por toda Francia, y también en Polonia. Cuando llegó la Revolución francesa había 430 casas en Francia y veinte en Polonia. En 1792 la Compañía fue disuelta y tuvo varias mártires, entre ellas las de Arras y Angers. que han sido beatificadas. Restaurada en 1800 por Napoleón, tuvo una rápida expansión. Después de llegar a España en 1790, abrieron casas en Suiza (1810). Italia (1833). Alemania. Bélgica, Grecia e Irlanda. El celo misionero las llevó después a Turquía. Egipto, Siria, China (1847), Etiopía. Mudugascar, Indochina, y poco a poco a todo el mundo. En 1954 tuvo lugar una revisión de las reglas, a la que siguió la realizada después del Vaticano II, entre 1968 y 1980, año en que fueron aprobadas por la Santa Sede. Entre las religiosas más conocidas se encuentran Rosalía Rendu, santa Catalina Labouré, sor Josefina N icol i, las mártires de China y las de la Guerra civil española. En 1996 las Hijas de la Caridad eran 26.640, en 2.887 comunidades esparcidas por los cinco continentes. Hijas de Santa Ana de Piacenza. Congregación de derecho pontificio desde 1879, fundada en Piacenza (Italia) el 8 de diciembre de 1866, por la Beata Ana Rosa Gattorno (1831- 1900) con la colaboración del cofundador, el Beato P. Juan Bautista Tornatore (1821-1895), de los Sacerdotes de la Misión. Joven viuda, madre de tres hijos, Rosa Gattorno se abrió a una vocación más amplia, aun garantizando el cuidado de sus hijos. Animada explícitamente por Pío IX, fundó el instituto con el fin primario de la asistencia a domicilio a los pobres enfermos, y a la prevención y asistencia de chicas con problemas. Rosa se encontró bien pronto con dificultades que afrontó con el coraje madurado en una intensa experiencia mística y una sincera adhesión a la Iglesia. Superada la prueba, pudo abrir casas en toda Italia, con una media de diez fundaciones por año, hasta la muerte de la fundadora. En los últimos treinta años del siglo XIX el instituto abrió casas en Bolivia, Brasil, Perú y Chile, en Eritrea en 1886, seguidas pronto por Francia y España. A la muerte de la fundadora, la congregación contaba con casi cuatro mil religiosas y 368 casas. Inspirándose en santa Ana, la actividad de las religiosas se expresa en el campo de la sanidad y la asistencia (enfermos, menores, huérfanos, marginados); en la educación y formación de la juventud; en la colaboración pastoral en las parroquias, en la evan- gelización y promoción humana. En 1996, los miembros del instituto eran 1.846, distribuidos en 273 casas. La familia religiosa de las Hijas de santa Ana se ha enriquecido con un instituto secular, una rama contemplativa y otras formas de presencia, incluso con un posible instituto masculino. Hijos de la Caridad. Sacerdotes del mundo obrero (HC). Su fundador es el Beato Padre Juan Emilio Anizan (1853-1928). Nacieron en París el 25 de diciembre de 1918 con el fin específico de evangelizar el mundo obrero y popular a través del ministerio pastoral y apostólico en comunidades y barrios obreros. Hijos de la Sagrada Familia. Los Hijos de la Sagrada Familia Jesús, María y José (SF) fueron fundados por el sacerdote español, San José Manyanet y Vives. Todo el pensamiento, el estilo de vida y la actividad del P. Manyanet arranca del ejemplo de la Familia de Nazaret. En ella descubrió el designio de Dios sobre la familia humana, y todo su esfuerzo estuvo orientado a hacer familias como la de Jesús, María y José. Esa fue también la finalidad de la nueva familia religiosa, que comenzó su andadura canónica en 2 de febrero de 1870 en Tremp (Lleida), pasando por serias dificultades, como la pérdida de su personalidad jurídica al ser anexionada a la Orden de Clérigos Regulares Teatinos, o los gravísimos daños sufridos durante la Guerra civil española. Para conseguir su fin. los religiosos viven en comunidad, tratando de reproducir la vida de la Sagrada Familia, y desarrollan su actividad en colegios, escuelas, parroquias, misiones y movimientos apostólicos, siempre centrando su atención de manera especial en las familias. Con la misma espiritualidad e idéntico fin, el P. Manyanet, con la colaboración de la M. Encarnación Colomina, fundó, el 28 de junio de 1874, en Talarn (Lleida) la congregación femenina de las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia, que desarrollan su actividad en colegios, parroquias, misiones y movimientos apostólicos, dando a todas sus obras el sello del espíritu de familia. Hirsau, reforma de. La reforma benedictina de Hirsau (/Benedictinos) dio comienzo en la abadía de Hirsau (Calw, en la Selva Negra), dentro del amplio movimiento de reforma monástica y canonical que afectó a la Iglesia occidental los siglos X- XI. Hirsau fue fundada el año 830, y renovada a mediados del siglo XI. El abad Guillermo (1069-1091), procedente de St. Emmeram en Ratisbona, condujo a Hirsau a un gran florecimiento, convirtiéndolo en un influyente centro de reforma. Siguiendo inicialmente las costumbres de St. Emmeram (y, por tanto, la reforma /lorenense), el abad Guillermo se unió a la reforma clunia- cense y redactó, con Ulrico de Zell las Consuetudines Hirsau- gienses. Logró que los monasterios de la observancia de Hirsau se liberasen de los vínculos de dependencias externas, poniéndolos directamente bajo la autoridad del papa (carta de protección del papa Gregorio VIL 1075). Guillermo perfeccionó la institución de los hermanos /laicos y, mediante su predicación, difundió el pensamiento reformista a nivel popular. Los monasterios pertenecientes a la observancia de Hirsau eran más de cien (fundaciones nuevas y monasterios que se habían asociado libremente). Gracias a Hirsau la reforma cluniacense influyó de veras en Alemania. Aquí fue donde, durante la lucha de las investiduras, los monasterios vinculados a Hirsau fueron los más decididos defensores del partido papal contra los emperadores Enrique IV (1056-1106) y Enrique V (1106-1125). Fueron importantes las escuelas de escritura y el noble estilo románico de los monasterios pertenecientes a la reforma de Hirsau, hasta su decadencia, que comenzó alrededor del 1150. Al final de la Edad media, Hirsau pareció recuperar su antiguo esplendor, pero la reforma protestante del siglo XVI puso fin a este nuevo florecimiento. Los edificios de la abadía fueron destruidos en 1692 por las tropas francesas, pero sus potentes ruinas logran comunicar, aún hoy, una idea de su pasada grandeza. Hospitalarios. Se llamaban así, en tiempos de las cruzadas, todas las órdenes cuya actividad se orientaba al servicio de los peregrinos y los enfermos. Al principio, el término hospitalcirius indicaba al religioso o clérigo dedicado a la enfermería o al hospicio de los pobres en los monasterios y colegiatas. En la alta Edad media surgieron numerosas órdenes hospitalarias, casi siempre en estrecha relación con las cruzadas; así, por ejemplo, las órdenes hospitalarias militares (entre ellas la Orden teutónica, la Orden de Malta, la Orden de Santiago y los Hospitalarios de san Lázaro), los hospitalarios de las ciudades (entre ellos los Antonianos y los Hermanos del Espíritu Santo) y otras comunidades masculinas y femeninas dedicadas al cuidado y la asistencia de pobres y enfermos. En sentido más amplio pueden denominarse también «hospitalarios» numerosos institutos de vida religiosa, especialmente femeninos, nacidos en la era moderna (sobre todo en el siglo XX) para la asistencia de pobres y enfermos. Entre ellos están: las Hermanas Franciscanas, Hospitalarias de Jesús Nazareno (HJN), fundadas en Córdoba (España) por el P. Cristóbal de Santa Catalina Hernández, el 25 de julio de 1638; las Hermanas Hospitalarias de la Santa Cruz (HSC), fundadas en Barcelona por Teresa Cortés Baró, el 9 de julio de 1792; y las Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús (HSC), fundadas en 1881. en Ciempozuelos (Madrid), por san Benito Menni Figini. Humillados (del latín humilis, humilde, pequeño). Tuvieron origen en los movimientos paupe- ristas de los contrastes sociales que surgieron en la Lombardía del siglo XII. Al principio se trató de una pía ^ hermandad de artesanos (laneros y tejedores) que se reunían por motivos económicos y religiosos. No tuvieron en cuenta la prohibición papal de la predicación de los laicos (promulgada en 1179 por el papa Alejandro III), ni aceptaron someterse a la tutela de las autoridades eclesiásticas y, como consecuencia, fueron excomulgados como herejes por el papa Lucio III en 1184, junto con los Valden- ses (Francia meridional), próximos a ellos en sensibilidad religiosa. Parte de ellos se reconciliaron después con la Iglesia, hasta el punto que, ya a comienzos del pontificado de Inocencio III, algunos grupos de Humillados pudieron constituirse como orden religiosa (1198-1199), hasta la plena aprobación del papa (1201). Así los Humillados aparecen como una orden religiosa tripartita: 1) canónigos regulares (sacerdotes) y eanonesas; 2) hermanos y hermanas reunidos en comunidades conventuales; 3) religiosos que vivían con sus familias (tercera orden, primera forma del fenómeno de los terciarios), como prolongación de las antiguas ^fraternidades. Inocencio III salió con todas las formas al encuentro de las expectativas de los Humillados. Así pudieron difundirse rápidamente en toda Lombardía y en parte de los territorios limítrofes de Umbría y Toscana. Proporcionaban a la población más pobre telas y lana. Gracias a su fiabilidad, a los Humillados se les encomendaron también tareas en las administraciones comunales. En la Edad media tardía, al variar las condiciones sociales y económicas. desapareció la tercera orden. Las otras dos ramas de la Orden decayeron rápidamente y fueron suprimidas por Pío V, en 1571. En Italia sobrevivieron, al menos por cierto tiempo, algunos monasterios de la Segunda Orden (Humilladas). Icono. Los iconos (del griego antiguo eikón, imagen) son imágenes sagradas estrictamente vinculadas a la espiritualidad y el culto típicos de las Iglesias ^ortodoxas (y de las Iglesias /unia- tas), objeto de profunda veneración incluso privada. Se trata generalmente de imágenes pintadas de Dios, de la Trinidad, de los misterios de la salvación y de los santos, realizadas en madera o en tela, a veces en esmalte, repujado o mosaico; otros, en fin, son incrustaciones o bajorrelieves en piedra o madera. Su existencia está documentada a partir del siglo IV. En su interpretación teológica (a raíz del conflicto iconoclasta de los siglos VIII/IX), el icono se considera como una fiel representación de la Imagen original, histórica y celestial, de la que obtiene su santa energía. En eso, el icono puede compararse, en cierto modo, a las imágenes sagradas veneradas en los santuarios, meta de peregrinaciones, de la Iglesia católica. La realización de los iconos debe someterse a prescripciones religiosas extremadamente rigurosas. Al final, el icono debe ser consagrado. En tiempos más antiguos los iconos eran utilizados por los monjes en la celebración de la liturgia, pero también como objeto de veneración personal. Con la función litúrgica de los iconos se relaciona el iconostasio, pared divisoria, adornada con iconos, entre el presbiterio y las naves de las iglesias de rito oriental. IEME. Es el Instituto Español de San Francisco Javier para Misiones Extranjeras, fundado en 1899, y aprobado el 30 de abril de 1919, para la evangelización. Tiene 88 centros y 185 miembros, de ellos 174 sacerdotes (datos de 1996). Iglesia de los laicos. Edificio eclesiástico menor (con funciones incluso parroquiales) que se construía junto a la iglesia conventual, reservado a los laicos, para no estorbar la celebración de la /liturgia de las horas, sin tener que renunciar por ello a desempeñar tareas parroquiales de cura de almas (por ejemplo: fundido en muchos cultos antiguos y religiones orientales. La mezcla olorosa se enriquecía además con otros ingredientes perfumados. Del Antiguo Testamento y de los usos rituales paganos del tiempo, el uso del incienso pasó también a las celebraciones litúrgicas cristianas. En la Iglesia católica y en la ^ ortodoxa, el incienso, colocado sobre los carbones encendidos en el hornillo del incensario, se utiliza en muchas celebraciones solemnes (también en las consagraciones, bendiciones y funerales). Incorporación (en latín incorpo- ratio). En el derecho eclesiástico católico se contempla la anexión de un beneficio (generalmente una parroquia) a otra persona jurídica (sede episcopal, monasterio. cabildo catedralicio o colegial). La institución de la incorporación se remonta al siglo XI. como evolución, desde el punto de vista del derecho patrimonial, de las donaciones de iglesias (con beneficios) a colegiatas o monasterios: por una parte era necesario garantizar la cura pastoral de una iglesia, y por otra garantizar al monasterio cierta ventaja económica. Esta institución se difundió rápidamente a partir de la Edad media. La doctrina moderna hizo una distinción entre incorporación sólo en lo temporal (incorporación parcial) e incorporación pleno jure (patrimonio y ministerio parroquial). El sacerdote, secular o religioso, que ocupaba una parroquia incorporada, se denominaba vicario parroquial y generalmente se le investía de aquella responsabilidad de cura de almas tras presentación patronal (^patronato, derecho de presentación). La mayor parte de las antiguas relaciones de incorporación desaparecieron con la ^secularización en torno al año 1800; sin embargo pudieron seguir existiendo en Austria y, al menos parcialmente, en Baviera. El código de derecho canónico de 1917 admitía la incorporación de una parroquia a una casa religiosa masculina, a un cabildo catedralicio o colegial, o también a otras personas jurídicas (a excepción de las casas religiosas femeninas). El nuevo código de derecho canónico (1983) prohíbe toda incorporación pleno jure (las relaciones anteriores deben ser anuladas); la incorporación parcial no está expresamente prohibida, pero no tiene ya ningún fundamento jurídico. Hoy el obispo puede confiar una parroquia a una orden religiosa clerical o a una sociedad clerical de vida apostólica, pero no ya mediante el trámite de la incorporación, sino con un simple acto de «confianza» (convención). En estos casos, el sacerdote perteneciente a esa comunidad queda investido en el oficio de la parroquia con todos los derechos de un párroco canónico. Inmaculada Concepción de Castres (IC). Es una congregación femenina, fundada en Castres (Francia) por Santa Emilia Villeneuve, el 8 de diciembre de 1836. para la evangelización y la atención a los necesitados, sobre todo a través de las obras educativas, sanitarias, sociales y parroquiales. Institución de Cristo Abandonado. Fue fundada por el jesuíta P. Bernabé Copado, en Málaga, el 7 de febrero de 1947, para la formación de jóvenes desamparadas. Institución Javeriana. Las Hermanas de San Francisco Javier (Institución Javeriana, IJ) fueron fundadas en Madrid, el 12 de enero de 1941, por el jesuíta P. Manuel Marín Triana, para el apostolado con la juventud femenina trabajadora. Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora (ICHDP). Nacido en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), fruto de la entrega de San Faustino Miguez Gonzalez, el 2 de enero de 1885. el instituto se dedica a la educación de niños y jóvenes, con humildad y sencillez. Está presente en varios países hispánicos. Instituto Catequista Dolores Sopeña. Sus miembros, conocidos también como Damas Catequistas, se dedican especialmente a la evangelización de los adultos obreros. La Beata Maria Dolores Rodríguez Sopeña fundó el Instituto en Loyola (Guipúzcoa), el 24 de septiembre de 1901. Instituto Pontificio de Misiones Extranjeras. El Seminario Lombardo para las Misiones Extranjeras nació en Milán en 1850, fundada por el Beato Angel Ramazzotti, como expresión de la notable recuperación de la acción misionera de la Iglesia del siglo XIX. En 1847. Pío IX envió a Milán a un sacerdote de las Misiones Extranjeras de París para expresarle al obispo de la principal diócesis lombarda, Carlos Borromeo Romilli, su deseo de abrir en Italia un seminario para las misiones extranjeras. El deseo del papa fue acogido por el arzobispo ambrosiano y asumido por el superior de la casa de los Oblatos de Rho, el P. Ángel Ramazzotti, quien a comienzos del año 1850 elaboró un proyecto para el instituto, poniendo a disposición, como primera sede del Seminario, una casa de su propiedad en Saronno. Se le considera el fundador de este instituto, cuya acta de fundación fue suscrita por los Estados de la vocación particular de sacerdotes del clero secular y de laicos que se dedican de forma total y definitiva a la actividad misionera, en la forma concreta de una comunidad apostólica, donde el instituto cumple la función de mediador y garante de los fines generales con vistas a un mejor servicio a la evangelización. Ya en 1852, el Seminario Lombardo para las Misiones Extranjeras envió a sus misioneros a las islas del Océano Pacífico, a Melanesia y Micronesia. Posteriormente se le encomendaron al instituto otros territorios de misión en Asia: India. Bengala, Birmania oriental, Hong Kong y China. El instituto abrió misiones propias en Africa en 1936 y en América Latina en 1946. El PIME se desarrolló en Italia y en los territorios de misión de manera proporcional, aun permaneciendo el continente asiático como objetivo primario en la actividad del instituto. Actualmente el PIME desempeña su actividad en unos veinte países. En 1996 los miembros del instituto eran 667, de ellos 528 sacerdotes. Instituto Religiosas María Teresa, Siervas de Jesucristo. Fundado en 1815 por el P. Bruno Lespiaut y María Sofía Brochet en Burdeos (Francia), se dedica a diversas actividades encaminadas a la salvación de las almas. Institutos religiosos. Constituyen en su conjunto el estado religioso, un estado público y completo de vida consagrada, en el que a los preceptos comunes para todos los fieles, se añaden los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, vinculantes por voto. Estos votos pueden ser temporales o perpetuos, pero siempre públicos, es decir, aceptados por la Iglesia. Este estado de vida comporta la vida fraterna en comunidad y una cierta separación del mundo, acorde con la índole y finalidad de cada instituto en particular. Se denominan Ordenes los institutos cuyos miembros emiten votos solemnes (y sus miembros se llaman Regulares, en las órdenes masculinas, y Monjas en las femeninas). Los demás institutos se llaman Congregaciones y sus miembros Religiosos de votos simples. Históricamente son anteriores las Órdenes. Son Institutos clericales los que, según el proyecto del fundador o por legítima tradición asumen el orden sagrado, son gobernados por clérigos y son reconocidos por la Iglesia como tales. En caso contrario, son Institutos laicales. No obstante la disciplina común que les regula, subsisten aún varias categorías de Institutos religiosos: Canónigos Regulares. Monjes, Órdenes Mendicantes, Clérigos Regulares, Congregaciones Religiosas Clericales y Congregaciones Religiosas laicales, con sus correspondientes ramas femeninas. Institutos seculares. En la Iglesia católica se denominan institutos seculares las asociaciones de fieles (clérigos y laicos) que, a través de la vida consagrada, tienden a la perfección de la vida cristiana en el mundo y se empeñan en contribuir a la santificación del mundo, actuando dentro de él. Los miembros de estos institutos continúan viviendo dentro de sus propias condiciones seculares, profesionales y familiares, o bien optan por vivir en pequeñas comunidades, como puntos de partida y referencia para su presencia en el mundo. En la esencia de los institutos seculares están comprendidos estos elementos: 1) la consagración (compromiso de vivir de acuerdo con los consejos evangélicos); 2) la secularidad (presencia en el mundo); 3) el apostolado (testimonio misionero en el mundo); 4) vínculo con la comunidad (estable o con una referencia periódica). Los orígenes de estas aspiraciones se remontan a épocas especialmente dramáticas de la historia de la Iglesia, como son los siglos XVI y XVII (ver intenciones originales de las /^Ursulinas y las f Damas Inglesas) y la revolución francesa. Estos intentos fueron retomados en el siglo XIX. pero ha sido en el siglo XX cuando los institutos seculares han alcanzado notable importancia. Con la Constitución apostólica Próvida Mater Ecclesia, de 1947, el papa Pío XII dio un primer fundamento jurídico a estos grupos, creando los presupuestos para su pleno reconocimiento. El estado jurídico de los institutos seculares está ampliamente descrito en el actual código de derecho canónico, promulgado en 1983 (cán. 710-730). Los institutos seculares pueden ser clericales o laicales, masculinos o femeninos. Actualmente son muy numerosos, su presencia es sumamente significativa y están en fase de crecimiento, con un claro predominio de los grupos femeninos. Los institutos seculares integrantes del /"CEDIS. nacidos en España, son estos: Acies Christi, Activas del Apostolado Social, Alianza en Jesús por María, Auxiliares de Jesús Maestro Divino, Catequistas de la Virgen del Pino, Cruzada Evangélica, Cruzadas de Santa María, Filiación Cordimariana, Hijas de la Natividad de María, Hogar de Nazaret, ígnis Ardens, Instituto Isidoriano. Lumen Christi, Misioneras Apostólicas de la Caridad, Instituto Misioneras Seculares, Obreras de la Cruz, Operarías Parroquiales, Sierras Seglares de Jesucristo Sacerdote, y Vita et Pax in Christo Jesu. Institutos establecidos en España son: Caritas Christi (nacido en Francia), Cooperadoras de ¡a Familia (Portugal), Instituto Secular Sagrada Familia (Francia), Instituto San Bonifacio (Alemania), Instituto Secular de Schdnstatt Hermanas de María (Alemania), Instituto Secular Padres de Schdnstatt (Alemania), Instituto Secular Servita (Inglaterra), Misioneras Seculares Combonianas (Italia), Pequeña Familia Franciscana (Italia), Pro Ecclesia (Marruecos), Siervos de la Iglesia (Italia) y Voluntarias de Don Hosco (Italia). Otros institutos o asociaciones semejantes, son Acies Christi, Cooperadoras de Jesús, Instituto Femenino del Prado, Legión de Cristo Sacerdote, Mater Christi, Misioneras Seculares de Jesús Obrero, Misioneras Seculares de la Iglesia, Misioneras Reparadoras, Misioneras de la Unidad, Ora et Labora, y Sacerdotes del Prado. Por su estilo de vida y actividades, se asemejan a los institutos seculares católicos diversos grupos de la Iglesia evangélica. Institución Teresiana (I.T). Es una congregación o instituto secular de educadores catolicos, fundada en 1911, por el sacerdote, educador y martir español, San Pedro Poveda Castroverde (1874-1936), y la Beata Josefa Segovia Moron (1891-1957), quien a la muerte del Padre Poveda, en 1936, doña Josefa Segovia, asumió el mando del instituto. La Institución Teresiana tiene colegios y universidades en todo el mundo. Instrucción Caritativa del Santo Niño Jesús. Conocido también con el nombre de Damas Negras, fue fundado en Sotteville (Francia) en 1662. por el Beato P. Nicolás Barre, con el fin de hacer conocer y amar a Jesucristo. Irlandés, monacato. Irlanda (en latín Hibernia, Scotia) nunca había sido ocupada por los Romanos y ni siquiera se vio afectada por las migraciones de los pueblos bárbaros (las llamadas «invasiones bárbaras»). En el siglo V la isla fue cristianizada y dotada por san Patricio de una organización diocesana. La posición marginal de esta isla con respecto al resto de Europa propició el nacimiento de un modelo de Iglesia muy marcada por la experiencia monástica. Ya a partir del siglo VI surgieron numerosos monasterios. Cada clan (tribu, grupo de familias) construía su monasterio, que atendía a todas las necesidades religiosas. Los abades de estos monasterios ejercían la jurisdicción eclesiástica. El abad o uno de sus monjes era consagrado obispo y proveía después a las ordenaciones reservadas al obispo. De ese modo, la organización diocesana debida a san Patricio -que tenía como centro la sede episcopal de Ar- magh- acabó pasando a segundo plano. Y así, la estructura de la Iglesia irlandesa se distanció de la evolución de la Iglesia universal, especialmente la del Occidente romano-latino. Otro elemento de diferenciación fue el frecuencia estas pequeñas comunidades se convirtieron en centros de vida cristiana y contribuyeron a la evangelización de los territorios circunstantes. El representante más significativo del monacato irlandés en el continente fue. a partir de tíñales del siglo VI, san Columbano el Joven (f 615), con sus fundaciones monásticas en Annegray. Luxeuil y Fontaines, al oeste de los Vosgos. Con su movimiento monástico, que pronto se difundió por todo el reino de los Francos, Columbano abrió el camino a los comienzos -y después, a partir de los siglos VIII y IX, a la afirmación- del monacato benedictino (regla de san ^Columba- no). A través del período de la f «regla mixta» (siglos VII y VIII) -en el que coexistieron y se mezclaron la antigua observancia gálica, la de san Columbano y la benedictina- la sabiduría y capacidad de adaptación de la regla de san Benito (^Benedictinos) hizo que esta observancia se afirmara sobre todas las demás. En los siglos centrales de la Edad media las formas continentales del monacato llegaron también a Irlanda. A pesar de las destrucciones y devastaciones (primero por los vikingos, luego por las luchas entre facciones irlandesas y, por fin. por los ingleses, sobre todo en los siglos XVI y XVII), existen aun hoy soberbias ruinas, torres circulares, cruces de piedra y otros monumentos, testigos del tiempo en que el antiguo monacato irlandés fue más floreciente. La tradición monástica «iroescocesa» perduró en los monasterios ^escoceses, con sus últimas ramificaciones, incluso después de la adopción de la regla de san Benito, hasta el siglo XIX. Jesuitas (Compañia de Jesús). Fue fundado en 1535, por San Ignacio de Loyola (1491-1556), sacerdote español, nacido en Guipuzcoa, Navarra, quien antes era un joven militar, fue herido en Pamplona, y ya curado, íñigo decidió irse como penitente a Jerusalén. A finales de febrero de 1522, abandonó el castillo paterno y acudió al monasterio y santuario benedictino de Montserrat. Aquí hizo una confesión general y, después de velar en oración la noche del 24 al 25 de marzo de 1522, ante la imagen de la madre de Dios, comenzó su nueva vida como caballero de Cristo. Luego pasó a Manresa, donde permaneció hasta febrero de 1523. Aquí llevó una severa vida de penitencia y se le concedió vivir ricas experiencias interiores. A una época de consuelos íntimos siguieron momentos de angustia y desesperación, marcados por terribles escrúpulos, hasta el punto de hacerle pensar en el suicidio. Sin embargo, recibió la gracia inesperada de profundas iluminaciones íntimas. La más fuerte la tuvo a orillas del Cardoner. donde, según sus palabras, se le concedió comprender muchas realidades referentes tanto a la vida espiritual como a las verdades de la fe. También se le concedió una nueva comprensión de la persona de Cristo; en lugar del Señor sufriente, él veía ahora sobre todo al rey, que buscaba colaboración para la misión, que el Padre le confiaba, de ganar para sí al mundo entero. Los contenidos fundamentales de la experiencia de Manresa, los expuso Iñigo en el Libro de los ejercicios espirituales, que, no obstante, no redactaría en su forma definitiva hasta unos año* más tarde, en París y en Roma. Después de permanecer durante casi un año en Manresa, en 1523 Iñigo comenzó la proyectada peregrinación a Tierra Santa. Con gran desilusión por su parte no pudo permanecer allí, por lo que tuvo que volver a España. A los 33 años, tomó la decisión de estudiar para llegar a ser sacerdote y poder así «ayudar a las almas». Primero estudió latín en Barcelona, y luego filosofía en Alcalá y Salamanca. En este período Iñigo predicaba también sus Ejercicios espirituales, provocando las sospechas de las autoridades eclesiásticas, que creyeron ver en él un alumbrado (seguidores de una corriente mística, que se creían unívocamente «iluminados» por el Espíritu Santo), lo que le costó hasta veintidós días de cárcel, pero sobre todo la prohibición de predicar. Con el fin de realizar mejor sus estudios, se fue a París, que era entonces el centro de estudios teológicos más importante. Allí permaneció desde 1528 a 1535, año en que concluyó los estudios, consiguiendo el grado de magister. 2. Del grupo de amigos a la fundación de la Compañía de Jesús. En París, tras algunos intentos que acabaron en nada, Ignacio consiguió reunir un grupo de amigos que permanecieron con él de manera estable. Después de predicarles los Ejercicios, el 15 de agosto de 1534 Ignacio se retiró a la capilla de los mártires en Montmartre, en los alrededores de París, junto con sus compañeros: Pedro Fabro, Francisco Javier. Simón Rodríguez, Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Nicolás de Bobadilla. Allí hicieron /'voto de vivir en pobreza y castidad y prometieron emprender una peregrinación a Tierra Santa. Pero si en el plazo de un año no les era posible realizar ese viaje, irían a Roma para que el papa, vicario de Cristo, que veía mejor que nadie las necesidades de la Iglesia universal, decidiera dónde debían comprometerse. En aquel tiempo no pensaban aún en la fundación de una nueva orden. Simplemente se consideraban «amigos en el Señor». El viaje a Tierra Santa resultó imposible a causa de los peligros de la guerra, por lo que entró en vigencia la cláusula del voto de Montmartre. que los comprometía a ir a ver al papa. El 24 de junio de 1537 se ordenaron sacerdotes en Venecia. A partir de entonces comenzaron a denominarse Compañía de Jesús, porque veían a Jesús como su verdadero jefe. Luego se pusieron en viaje hacia Roma. En noviembre de 1537, poco antes de llegar a la ciudad, en la capilla de la Storta tuvo Ignacio una visión, en la que vio que Dios Padre lo ponía como compañero de viaje a Cristo cargado con la cruz. En esta visión, Ignacio reconoció la confirmación divina del viaje hasta entonces realizado. En noviembre de 1528 el papa Pablo III aceptó el ofrecimiento de los compañeros y les confió diversas tareas pastorales en Roma. Pero cuando, en 1538, el papa decidió enviar a algunos de ellos a otra ciudad italiana, surgió la cuestión de si debían disolver su comunidad o permanecer juntos y fundar una orden religiosa. Optaron por esta última posibilidad. En septiembre de 1539 presentaron al papa su programa de vida. Pero aún quedaban muchas resistencias que superar. Algunos cardenales encontraban la nueva orden demasiado «moderna»: su forma de vida respondía demasiado poco a la vida religiosa tradicional; la ausencia de obras penitenciales prescritas y de otras formas de observancia sonaba como una concesión a los protestantes; también el voto especial de obediencia al papa era superfluo, puesto que todos los cristianos deben obedecer al papa; y además de todo eso. había ya demasiadas órdenes religiosas. No obstante, el 27 de septiembre de 1540 Pablo III aprobó la Compañía de Jesús con la bula Regimini militantis Ecclesiae. En 1541 Ignacio fue elegido general de la nueva orden. Aceptó el cargo sólo después de muchas resistencias. Además estaba comprometido en otras muchas actividades pastorales, a través de los ejercicios, la enseñanza catequística y la predicación; y también, dio vida a numerosas obras sociales y caritativas. Sin embargo, la actividad más importante de sus últimos dieciséis años de vida consistió en el gobierno de la Orden. Sobre todo era necesario elaborar las constituciones de la Compañía de Jesús, obra para la que Ignacio pudo contar, a partir de 1547, con la gran ayuda de su secretario, Juan de Polanco. Los últimos años de Ignacio vieron el rápido crecimiento de su fundación. Los diez compañeros de 1540 se habían convertido, en 1556, en cerca de mil, y estaban divididos en doce provincias. Con una densa correspondencia (se conservan casi siete mil cartas), Ignacio procuró mantener unidos a los miembros de su Orden, ya difundida por todo el mundo. Afrontó este cúmulo de trabajo con un físico ya extenuado por frecuentes enfermedades. Sufría una grave y dolorosa enfermedad biliar que no se le diagnosticó correctamente para poder curarla a tiempo. El 31 de julio de 1556 Ignacio de Loyola murió en Roma. Su canonización tuvo lugar en 1622. No es fácil caracterizar en poco espacio la figura de san Ignacio. El reunía en sí una serie de elementos contrastantes, que producían en su persona unas condiciones de gran tensión. Fue un hombre ascético y, al mismo tiempo, un místico profundo. Unió la contemplación y el compromiso en el mundo, la atracción por las cosas grandes con el amor a los detalles, la confianza en la providencia con el empeño personal. Exigía obediencia, pero presuponía, al mismo tiempo, la discretio y la iniciativa personal. Ignacio no puede ser reducido a una fórmula expeditiva. 3. Espiritualidad y carisma. No obstante algunos acentos propios, la espiritualidad de Ignacio y de la Compañía de Jesús está estrechamente vinculada con la tradición. Muchos de sus modos de vivir, muchos aspectos de su espiritualidad, los debía Ignacio a las lecturas espirituales en Loyola, Montserrat y Manresa. Otros influjos sobre él y su fundación lo ejercieron las antiguas órdenes, sobre todo los /* Franciscanos, los /'Dominicos, los fBenedictinos y los /'Cartujos. Muchos eran, además, los puntos de contacto con órdenes y congregaciones nacidas en aquel período, como los /'Teatinos o los /'Clérigos regulares. Los textos más significativos para la espiritualidad y el carisma de la Compañía de Jesús son, sobre todo, la Formula Instituti y las Constituciones, con el Examen General. En sentido amplio, también los Ejercicios son expresión de la experiencia espiritual ignaciana. El punto central de los Ejercicios consiste en acoger, en la contemplación de la vida de Jesús, la llamada de la Gracia al seguimiento del Señor, que se ha hecho pobre por nosotros, y pronunciar, en la «opción», el sí personal, para asemejarse cada vez más a Jesús, en la vocación de servicio en la Iglesia. El auténtico documento de fundación de la Compañía de Jesús es la bula del papa Pablo III Regimini militan- tis Ecclesiae, del 27 de septiembre de 1540, llamada también Formula Instituí i. En ella se describen las características esenciales de la nueva Orden, incluido su nombre, «Compañía de Jesús». La bula presenta los cometidos de la Compañía de Jesús (servicio a Dios y a la Iglesia, en dependencia del papa, vicario de Cristo), los tres votos generales de pobreza, castidad y obediencia, a los que se añade el voto de especial obediencia al papa con respecto a las misiones apostólicas, y, finalmente, los diversos servicios apostólicos. La segunda bula Exposcit debitum, de 1550, contiene algunas puntualizaciones y correcciones. La Formula corresponde en cierto modo a la regla de las órdenes más antiguas, como por ejemplo la Regla bulada (1223) de Francisco de Asís. En las Constituciones, Ignacio explica con mayor precisión las ideas fundamentales de la Formula ¡nstituti. El tema se desarrolla en diez partes, en orden no temático, sino «evolutivo», es decir, siguiendo las diversas etapas de la vida de un jesuíta, desde el momento que es acogido en la Orden hasta su envío apostólico. Las Constituciones no son un árido y rígido código legislativo, sino que a los aspectos jurídicos añaden elementos espirituales, institucionales y ascéticos, y pueden comprenderse únicamente a partir del espíritu de los Ejercicios. Son, además, el resultado de un discernimiento espiritual de muchos años y de la reflexión sobre la experiencia vivida por Ignacio y sus compañeros. El elemento más importante de la espiritualidad ignaciana está contenido en el nombre mismo de la Orden: Compañía de Jesús. Jesús aparece como el verdadero jefe de la Orden. Sus miembros se caracterizan a partir de su pertenencia a Jesús, como compañeros de Jesús y, por consiguiente, los unos de los otros. Con ello, la ley de su vida consiste en asemejarse a Jesús, en el sentido propuesto por los Ejercicios, y eso implica la pobreza (¡que para Ignacio está antes que la obediencia!), la humildad, la capacidad de soportar humillaciones y ofensas, cruces y persecuciones. Ignacio y sus primeros compañeros no usaron el nombre de «jesuíta». Si nos atenemos al relato de Pedro Canisio, este apelativo se aplicó a los miembros de la Orden primero en sentido injurioso, pero muy pronto, por su brevedad, se impuso también con una acepción neutral. Además, el hecho de que Ignacio y sus compañeros usaran el término Compañía para designar su comunidad no implicaba ninguna connotación militar; este tipo de denominación se usaba mucho en aquel tiempo para designar a los grupos eclesiales. Otro rasgo esencial de la espiritualidad ignaciana es la misión apostólica. Ignacio siente que su Orden participa radicalmente de la misión que Jesús ha recibido del Padre y transmitido a los apóstoles, a la Iglesia y al papa. Concretamente el servicio a Dios y a la Iglesia se describe en la Formula ¡nstituti con estos términos: difusión y defensa de la fe (sin embargo, el término «defensa» aparece en la segunda bula de 1550; la Compañía de Jesús no había sido fundada en principio contra la reforma protestante), progreso de las almas en la vida y la doctrina cristiana, a través de la predicación, la enseñanza, cualquier forma de servicio a la palabra de Dios, los ejercicios espirituales, la catequesis de niños y de la gente sencilla, la escucha de confesiones, la recomposición de pleitos y la reconciliación de las partes en litigio, el servicio y la asistencia a los enfermos y prisioneros. Este tipo de trabajo correspondía plenamente a las necesidades de la Iglesia de entonces. El nuevo modelo de orden religiosa del siglo XVI -al que pertenecía también la Compañía de Jesús- era el de los /"Clérigos regulares. Se caracterizaba por la unión de vida religiosa («regular») y compromiso pastoral («clérigos»). Es típica para Ignacio la universalidad del apostolado por cuanto se refiere al territorio (sin limitarse a una diócesis concreta), a las tareas y a los medios. En todo caso, el fin preferencial sigue siendo la ayuda a los más necesitados, para quienes no basta la normal asistencia pastoral de obispos y párrocos. El tercer elemento esencial es la obediencia al papa por cuanto concierne a la misión apostólica. Desde el punto de vista histórico hay que entenderla a la luz del voto de Montmartre, pero también posteriormente ha seguido siendo «nuestro principio y principal fundamento» (Ignacio), hasta el punto de hallar su plena expresión en el «cuarto voto», añadido a los tres votos religiosos tradicionales. Toda la estructura de la Orden está organizada a partir de su fin apostólico. Ignacio quiso que los Jesuítas fueran, no monjes, sino clérigos y apóstoles; y esta opción suya explica las innovaciones que introdujo con respecto a las órdenes tradicionales: renuncia a la vida monástica tradicional, con oración coral y solemne misa conventual; en su lugar, «buscar a Dios en todo» (donde seguían ocupando el primer lugar el rezo del breviario, la meditación y el examen de conciencia); renuncia a un /"hábito religioso específico, a ejercicios penitenciales y prácticas conventuales (observancias); en su lugar quedan «el estilo de vida normal» de los «sacerdotes dignos y respetables» del territorio donde los jesuítas habitaban; renuncia a la /"clausura y a la Estabilitas, y en su lugar «todo el mundo se convierte en nuestra casa» (Nadal). Otro rasgo de la espiritualidad ignaciana puede descubrirse en esas actitudes que constituyen la premisa para la misión apostólica del enviado: disponibilidad, movilidad, indiferencia (o libertad interior), prontitud para la obediencia, que, por lo demás, no puede ser «ciega», sino que exige una gran dosis de capacidad de discernimiento e iniciativa personal. La especial estructura institucional de la Orden se explica precisamente a partir de los fines que se propone y de sus exigencias de apostolado universal. En ella se mantiene coherentemente la idea de orden religiosa como asociación, o sociedad, sin vínculos territoriales, que ya se había desarrollado a partir de las /"órdenes militares y f mendicantes. Sus características principales son el centralismo y la forma monárquica de gobierno, que atribuyen gran poder de decisión a los superiores provinciales y al general de la Orden. La congregación general de la Orden sigue siendo, en todo caso, la máxima autoridad legislativa dentro de la Compañía de Jesús, y posee un carácter democrático. Se reúne para la elección del prepósito general, pero también para afrontar cuestiones de actualidad. El prepósito general es elegido de por vida. Los demás superiores no son elegidos, sino nombrados, normalmente por un período de seis años. Son típicos los diversos grados de pertenencia a la Orden: los escolásticos (estudiantes), al concluir el segundo año de noviciado, con votos perpetuos, pero simples; los profesos. cuya preparación específica es ya completa y que se consideran aptos para la misión apostólica (emiten la profesión definitiva, pronunciando, además de los tres votos tradicionales, el de especial obediencia al papa); los coadjutores, que no emiten el cuarto voto y son destinados a otras tarcas: más en concreto, los coadjutores espirituales, como sacerdotes, y los coadjutores temporales, como hermanos laicos. Al principio, en la perspectiva ignaciana, los profesos debían ser «apóstoles itinerantes», mientras que a los coadjutores se les encomendaban todos los demás trabajos que requerían stabilitas. En todo caso, hoy la diferencia entre profesos y coadjutores ha llegado a ser muy relativa, al menos en la práctica. En resumen, puede decirse que el elemento típicamente ignaciano no consiste tanto en la novedad de cada una de las disposiciones (con respecto a las órdenes más antiguas), cuanto en el hecho de que todas las disposiciones están ordenadas de manera consecuente al servicio que la Orden asume en la Iglesia, acogiendo el mandato apostólico de parte del papa. El carisma ignaciano es un principio dinámico que requiere disponibilidad y movilidad, con una continua adecuación a los tiempos, lugares, personas y circunstancias. Como la concepción ignaeia- na de orden religiosa respondía de manera especial a las exigencias de la Iglesia de entonces, hubo posteriormente otras órdenes que se inspiraron también en las constituciones de los Jesuítas; por ejemplo el Institutum Beatae Marine Virgin i s, de Mary Ward Damas Inglesas). Sin embargo, Ignacio rehusó siempre constituir una rama femenina de la Compañía de Jesús. También en otras órdenes masculinas pueden encontrarse influjos ignacianos. Además, puede constatarse un influjo general de las constituciones ignacianas sobre las órdenes religiosas en lo referente a la formulación de los aspectos legislativos generales de la vida religiosa. 4. El primer siglo (1540- 1640). El primer siglo fue también el más rico en resultados de toda la historia de la Compañía de Jesús. No obstante, la evolución de la Orden sólo puede entenderse correctamente en el marco de la historia general. Era la época que seguía al Humanismo y al Renacimiento, a los que se debía una fuerte acentuación de los valores humanos y culturales, cosas que la Orden acogió en su propio proyecto formativo y pedagógico. Antes aún, en el fondo, estaba aquel gran deseo de reforma que, desde finales del siglo XV, invadía a la Iglesia católica, tomando cada vez más fuerza. La Compañía de Jesús asimiló los estímulos que se desprendían de todo ello. Además, estaba en acto la Reforma protestante, y la Orden se vio obligada a confrontarse con ella, con cometidos defensivos, para los que no había sido fundada, pero que pronto tuvo que asumir. Primero algunos datos: a la muerte de Ignacio, en 1556, los Jesuítas eran cerca de mil. En aquel tiempo se habían fundado ya en Europa 48 colegios. En 1580 el número de miembros de la Compañía había ascendido ya a más de cinco mil, divididos en 21 provincias, con diez casas de 'profesos y 144 colegios. En 1640, a un siglo de la fundación, la Compañía de Jesús contaba con unos 16.000 miembros, divididos en 35 provincias, con 521 colegios, 49 seminarios y unas 280 casas pequeñas. Algún detalle más puede deducirse de un vistazo, aunque rápido, a las actividades más importantes de la Compañía. Lo que más destaca es el sorprendente desarrollo de los colegios. Al principio debían servir sólo para la formación y preparación de los candidatos de la Orden. Pero muy pronto se abrieron también a los estudiantes externos. Nuncios, obispos, príncipes y ciudades solicitaban, frecuentemente con insistencia, que se fundaran nuevos colegios jesuítas y la Orden vio en ello un «signo de los tiempos». En los colegios se impartía a la juventud una formación inspirada en los ideales humanistas del tiempo. Igual importancia tenía la formación personal y religiosa de los jóvenes. Gracias a la actividad de predicación y a las solemnes celebraciones eucarísticas que tenían lugar en sus iglesias, los colegios de los Jesuitas llegaron a ser también importantes centros pastorales para los ambientes y lugares circundantes. Gran importancia para la conservación y renovación de la fe católica, tuvieron las congregaciones marianas, fundadas por Juan Leunis en el colegio romano, pero que pronto se difundieron por todos los colegios de los Jesuitas. Su finalidad era la armonización del estudio, la santificación personal y el apostolado (con servicios de caridad). Se ponían bajo la protección de María y se esforzaban por imitar su ejemplo. Pronto las congregaciones se ampliaron también a otros grupos profesionales o sociales. El teatro escolar («teatro jesuítico») resultó ser un medio excelente tanto para la formación como para el apostolado. Los Jesuitas consideraron, además, como cometido específico la predicación de los ejercicios espirituales, sobre todo como ejercicios personalizados, lo que explica su gran influjo. Los conceptos fundamentales de los Ejercicios, sobre todo la «primera semana», con la conversión y la confesión, se extendieron a amplios estratos sociales, gracias a las misiones populares. Territorios enteros fueron catequizados de este modo. Durante mucho tiempo, en los países de lengua alemana la enseñanza catequética de la doctrina católica tuvo como texto básico el catecismo redactado por Pedro Canisio. Gran importancia tuvo también la actividad de consejeros desarrollada por los Jesuitas, por ejemplo, en el concilio de Trento-, como acompañantes de nuncios o durante las dietas imperiales y las conversaciones de religión. Por las ventajas que podía tener para el bien común, los Jesuítas aceptaron con frecuencia el cargo de confesores de cortes y príncipes, aunque esto supuso enfrentarse con fuertes oposiciones. En todas las cortes más importantes del tiempo hubo confesores jesuítas, aunque fuera por breve tiempo: Viena, Munich, París, Madrid y Lisboa. Esta actividad resultó incómoda para la Orden en el período de la Contrarreforma, a causa de la mezcla de problemas de conciencia y política religiosa. Uno de los sectores más importantes donde los Jesuitas desarrollaron su actividad fue el de las misiones. El primero de sus misioneros es también el más conocido: Francisco Javier, que a partir de 1542 trabajó en India, Malaca y Japón, y murió en 1552, mientras estaba de viaje hacia China. Una de las características fundamentales del método misionero de los Jesuitas era la llamada «adaptación»: en vez de imponer usos y modos de ser europeos, se intentaba adaptar lo más posible el mensaje cristiano a la cultura y a la mentalidad del lugar, en la medida en que estas no estuvieran en contradicción con la fe. En China, el Beato Mateo Ricci (t 1610) y, posteriormente. Adán Schall de Bell (t 1666), con su empeño de científicos, astrónomos y matemáticos, trataron de abrir al cristianismo a los chinos cultos y a la casa imperial. En India, Roberto de Nobili (t 1656) vivió como penitente hindú, para ganar de ese modo a los brahmanes. En 1609 dio comienzo en Paraguay el experimento de las «reducciones», asentamientos misioneros habitados por los indios Guaraníes, donde estos -protegidos del influjo, frecuentemente negativo, de los europeos-, podían llevar libremente su propia vida religiosa, social y económica. Fue también muy intenso el empeño de los Jesuitas en el campo científico. El más importante teólogo jesuíta fue Francisco Suárez (t 1619); la teología polemista tuvo en el cardenal Roberto Belarmino (t 1621) su exponente más significativo. Célebres exégetas fueron Juan de Maldonado (t 1583) y Cornelio Lapide (t 1637). El colegio de los Bolandistas comenzó una historia de todos los santos del calendario, realizada con criterios científicos. En moral, el interés por la praxis condujo a la formación de la casuística, es decir, al tratado de los «casos de moral». El autor más famoso de teatro jesuítico fue Jakob Bidermann (f 1639); entre los poetas líricos del tiempo merece consideración especial Friedrich von Spee (t 1635), quien, en su Cantío criminalis fue de los primeros en oponerse a los procesos contra las brujas. El desarrollo interno de la Orden puede advertirse fácilmente por la sucesión de cada uno de los generalatos. A causa de las complicaciones políticas entre el papa Pablo IV y el rey Felipe II de España, la primera congregación general de la Orden no pudo reunirse hasta 1558, dos años después de la muerte de Ignacio. Aprobó las constituciones igna- cianas y eligió a Diego Laínez (1558-1565) como prepósito general. Laínez sostuvo la fundación de los colegios y tuvo gran actividad en el concilio de Tren- to. Sucesor suyo fue Francisco de Borja (1565-1572), que trabajó sobre todo por consolidar la Orden desde dentro (organización de los noviciados, hora matutina de meditación). Con ocasión de la elección de Everardo Mercurian (1573-1580) emergieron las tensiones existentes dentro de la Compañía entre Jesuítas españoles y no españoles. Mercurian tomó también postura contra ciertas corrientes místicas presentes en la Orden. De 1581 a 1615 gobernó Claudio Acquaviva, con quien puede decirse que concluyó la fase organizativa de la Compañía de Jesús, tanto hacia dentro como hacia fuera. En 1599 publicó un «directorio» oficial para la predicación de los Ejercicios y una Ratio Studiorum que, durante mucho tiempo, dio a los colegios una forma unitaria. Acquaviva supo guiar a la Compañía con gran prudencia a través de algunas crisis, como cuando el papa Sixto V pretendió que se cambiaran algunas disposiciones de las constituciones o cuando dentro de la Orden se formó una corriente de oposición (sobre todo española) que quería reducir los poderes del prepósito general. Durante su gobierno se zanjó también la llamada «controversia sobre la gracia» entre teólogos dominicos y jesuítas, sobre la relación entre la gracia divina y la libertad humana. A Acquaviva le sucedió Muzio Vitelleschi (16151645), quien trabajó en favor de la paz y del espíritu religioso de la Orden, mientras el empuje exterior parecía haber superado su cota más alta. En este período coincidió el centenario de la Compañía de Jesús, celebrado con gratitud, aunque también con excesos barrocos (cf el criti- cadísimo documento conmemorativo de aquel jubileo: ¡mago primi se culi SJ). 5. El segundo siglo (1641- 1773). Mientras el primer siglo se caracterizó por el rápido crecimiento y los éxitos de la Compañía de Jesús, durante el segundo siglo aparecieron síntomas de cierto entumecimiento. Continuaba el trabajo en tierra de misión. en las misiones populares y en los colegios, pero en Europa se tuvo con frecuencia la impresión de que la Compañía de Jesús tendía demasiado a reforzar sus propias posiciones. Al mismo tiempo, hubo nuevas discusiones y polémicas. La controversia sobre la gracia con los Dominicos seguía produciendo sus efectos; la polémica con los jansenistas sobre ciertos problemas morales dañó a los Jesuítas, sobre todo a través de las Carias provinciales de Blaise Pascal. A todo ello se añadía el hecho de que ahora había muchos que actuaban en sectores en los que anteriormente los Jesuítas habían desempeñado el papel de guías. Especialmente trágico fue el fracaso de los más importantes intentos de «adaptación» en las misiones. En 1704, por vez primera, y en 1742, de forma definitiva, el papa prohibió los «ritos chinos», es decir, la veneración de Confucio y de los antepasados. A causa de una variación territorial entre España y Portugal sobre la línea divisoria entre Brasil, Argentina y Paraguay de hoy, en 1750 los habitantes de siete reducciones se vieron obligados a irse a otra parte. Se llegó así a una revuelta de los indios, de la que fueron considerados responsables los Jesuítas. Pero era sobre todo la Ilustración quien veía como enemigos a los Jesuítas, por tener como fin la defensa de la Iglesia y del papado. La caída de la Orden fue obra de las cortes borbónicas, impregnadas de ideales ilustrados y jurisdiccionalistas (Iglesia de estado). La represión violenta continuó a marchas forzadas: primero los Jesuítas fueron expulsados de Portugal (1759), y después de Francia (1764), España (en la Península entre el 31 de marzo y el 2 de abril, y en las Indias en junio-julio de 1767), Ñapóles (1767) y Parma (1768). Por fin, el papa Clemente XIV, tras muchos titubeos, cedió a las presiones de las cortes borbónicas y suprimió la Orden con la bula Dominas et Redemptor, de 1773. A mediados del siglo XVIII la Compañía de Jesús contaba con unos 22.500 miembros, 669 colegios, 176 seminarios y colegios mayores, 335 casas menores y 273 misiones. Para las misiones y para las escuelas católicas esta decisión fue un duro golpe. En Prusia, Federico II vetó hasta 1776 la publicación del breve de suspensión, porque apreciaba la labor desarrollada por los Jesuítas en sus escuelas de Silesia, ocupada hacía poco tiempo. Posteriormente los ex Jesuitas pudieron continuar trabajando en aquellos territorios con el nombre de «Instituto escolar del reino de Prusia». También Catalina II de Rusia se negó a permitir la publicación del breve de supresión, por consideración del trabajo realizado por los co legios de Jesuítas en territorios polacos sometidos a ella. Parece que, a través del obispo competente, le había llegado un consentimiento oral del papa, cosa que, sin embargo, no consta en absoluto. De ese modo, los Jesuítas pudieron obedecer a la emperatriz con recta conciencia, continuando su trabajo hasta la restauración de la Orden. Las transformaciones políticas que siguieron a la Revolución francesa, los cambios de orientación de la curia bajo Pío VI y Pío VII, las numerosas peticiones de restauración de la Orden y las abundantes solicitudes de ingreso, hicieron posible una progresiva restauración de la Compañía de Jesús. En 1801 la Orden fue reconocida oficialmente en Rusia con el breve Catholicae fidei; en 1804 los Jesuítas fueron reconocidos también en Napóles y en Sicilia. La solemne restauración de la Orden fue llevada a cabo por el papa Pío Vil con la bula Sollicitudo omnium Ecclesiarum, del 7 de agosto de 1814. ó. La Compañia de Jesús después de la restauración (desde el 1514 hasta hoy). La reconstitución de la Compañía de Jesús en 1814 aconteció bajo el signo de la restauración. Esto caracterizó de forma decisiva la historia de la Orden en el siglo XIX. Al comienzo los Jesuítas eran solamente unos seiscientos. En los primeros años se preocuparon por retomar sus antiguas actividades, sobre todo los colegios, si bien las fuerzas para esta tarea no eran suficientes. También dentro de la Orden intentaron recuperar hasta en los mínimos detalles las disposiciones propias de la antigua Orden. Especial importancia para la reconstrucción de la Compañía de Jesús tuvo el generalato del holandés Johann Philipp Roothaan (1829-1853), hombre piadoso, culto y perspicaz. Bajo su gobierno el número de miembros de la Orden ascendió a * 5.200. El se apercibió también de los riesgos de una expansión acelerada y se esforzó por mantener alto el nivel de edificación ascética interior, sobre todo por medio de los Ejercicios espirituales de san Ignacio. Con vistas a los colegios, mandó publicar un ordenamiento de estudio adecuado a los tiempos. También las actividades misioneras de la Orden fueron recuperadas con vigor. En la historia de la Compañía de Jesús, a lo largo del siglo XIX. llama la atención el gran número de expulsiones de varios estados. Se comenzó en 1820 con su expulsión de Rusia. Siguieron las expulsiones de España, Ñapóles, Francia y Portugal. En 1847. después de la guerra de Sonderbund, los Jesuítas fueron expulsados también de Suiza, donde el artículo de la constitución federal que prohibía la existencia oficial de los Jesuítas en ese país, no fue suprimido hasta 1873, a raíz de una consulta popular. De Alemania fueron expulsados en 1872, durante el Kulturkampf A los Jesuítas se les consideraba como los adalides del ultramon- tanismo. Defendieron el Sillabo del papa Pío IX (1864), que condenaba toda una serie de «errores modernos», y durante el Vaticano I se alinearon a favor de la definición de la infalibilidad del papa. La ley sobre los Jesuítas del 4 de julio de 1872 vetaba la presencia de la Orden en el territorio del Imperio Germánico. Hasta 1917 no fue suprimida de manera definitiva esta ley. En su compromiso apostólico los Jesuítas retomaron también sus actividades anteriores: colegios, ejercicios y misiones populares, congregaciones maria- nas, misiones, trabajo científico, publicística. Pero mientras tanto los tiempos habían cambiado. El apoyo de príncipes y gobiernos, que en el pasado había hecho posibles obras grandiosas, había desaparecido casi en todas partes. Las numerosas expulsiones comprometían la estabilidad del trabajo realizado por la Compañía. Las transformaciones en el clima cultural hacían que gran parte del trabajo científico desarrollado por los Jesuítas se situara en una línea defensiva de la fe cristiana de los ataques externos. Entre los numerosos hombres de cultura de la Compañía de Jesús se pueden nombrar los teólogos de la llamada «escuela romana»: Giovanni Perrone, Josef Kleutgen. Clemens Schrader, Johannes Franzelin; y también los exégetas Rudolf Cornely, Joseph Knabenbauer y Franz Hummelauer; el astrónomo Angelo Secchi; el biólogo Erich Wasmenn. Centros de estudio a nivel científico eran la universidad Gregoriana en Roma, la universidad de Innsbruck (desde 1857), la casa de estudio de los Jesuítas alemanes en Valkenburg, en Holanda (1893-1942), el Instituto Bíblico (desde 1909) y el Instituto Oriental (desde 1917), ambos con sede en Roma. Importantes revistas, cuyas publicaciones comenzaron a mediados del siglo XIX y perduran aun hoy, son Etildes de París, la Civil- ¡¿i Cattolica. en Roma, Stimmen mis María Laach, luego Sii/timen derZeit, en Munich. En el siglo XX la Compañía de Jesús ha experimentado un gran crecimiento numérico. Bajo el general Wlodimir Ledóchowski (1915-1942) la Orden llegó a tener 26.000 miembros; bajo Johannes Janssens (1946-1964) se alcanzó la cifra más elevada: 36.000 miembros. Sin embargo, también en este siglo la Orden ha sufrido persecuciones: en México (1927: ejecución del Beato P. Miguel Agustín Pro), en España (19311938), en Alemania, durante el nacionalsocialismo, cuando numerosos Jesuítas acabaron en los campos de concentración (entre otros el beato padre Rupert Mayer y el padre Al- fred Delp. que fue ajusticiado a causa de su participación en el circulo de Kreisau); y por fin en los países comunistas. En el siglo XX la Compañía de Jesús ha superado la perspectiva predominantemente restauradora del siglo anterior. Nombres como los de Erich Przywara, Pierre Teil- hard de Chardin, Henri de Lubac, Karl Rahner, Augustin Bea, Oswald von NellBreining, demuestran que la Orden ha sabido ponerse activamente a la altura de su tiempo. Desde 1965 hasta 1983 fue prepósito general de la Orden el P. Pedro Arrupe. Los años de su generalato coincidieron con la época llena de promesas, pero también de elementos de crisis, que siguió al Vaticano II; un tiempo en el que la renovación estuvo acompañada por la deses- tabilización del sistema preexistente, mientras en la Iglesia y en el mundo se sucedían con ritmo apremiante cambios de gran importancia. Como consecuencia de todo ello, el número de miembros de la Compañía de Jesús sufrió una grave inflexión: de los 36.000 de 1964 a los aproximadamente 24.000 de 1991, con un descenso de un tercio, correspondiente al que tuvo lugar en la mayor parte de las órdenes activas. En esos años en la Compañía de Jesús creció la conciencia del estrecho vínculo que existe entre el anuncio de la fe y el compromiso por la justicia, lo que tiene especial expresión en los decretos de la XXXII congregación general (1974/1975). La interpretación y la puesta en práctica concreta de estos principios dieron lugar a fuertes tensiones. En 1981 el P. Arrupe fue víctima de un grave ataque de apoplejía (murió en 1991). Y el papa Juan Pablo II intervino nombrando al P Paolo Dezza como delegado pontificio en lugar del vicario general electo. Hasta 1983, en la XXXIII congregación general, no pudo ser elegido como nuevo prepósito general el P. Peter- Hans Kolvenbach. 7. Tareas actuales. En el año 1996 la Compañía de Jesús contaba con 22.580 miembros, 15.837 de ellos sacerdotes. La Orden está presente en todo el mundo con once «asistencias», divididas en 82 «provincias». Una mirada a los desarrollos más recientes muestra un lento desplazamiento de la presencia y de la orientación apostólica de la Orden de norte a sur y de oeste a este. Los ambientes y los sectores en los que actualmente la Orden está más comprometida son las universidades, la investigación científica, las escuelas superiores, el mundo juvenil (tanto de manera personal como mediante asociaciones), las comunidades de vida cristiana (como se llaman las antiguas congregaciones mañanas a partir de 1967), los ejercicios, la formación sacerdotal, la asistencia espiritual a los estudiantes, las parroquias, las misiones, el apostolado social, la catcquesis de adultos, los medios de comunicación social, la asistencia espiritual a enfermos y presos. En los últimos años han surgido diversas y nuevas formas de compromiso, como el Jesuit Re- fugee Service, que se preocupa de los prófugos, o los Jesuit Eu- ropean Volonteers, que ofrecen a los jóvenes la posibilidad de vivir juntos durante un año en pequeñas comunidades, con un estilo de vida sencillo, trabajando codo a codo con franjas sociales marginadas de nuestra sociedad. El trabajo de los Jesuítas en los últimos decenios se ha orientado en nuevas direcciones. Durante la XXXI congregación general. el papa Pablo VI encomendó a la Compañía de Jesús la tarea de luchar contra el ateísmo en sus diversas formas, teóricas y prácticas. Como frecuentemente a la raíz del ateísmo está la experiencia de la injusticia, que constituye el principal impedimento para la fe. se dieron cuenta enseguida de que para luchar contra el ateísmo era necesario luchar contra la injusticia en todas sus formas. La XXXII congregación general (1974/1975) afirmó, a este propósito, que «el compromiso por la fe y la justicia es lo que constituye al Jesuíta de nuestro tiempo». Además, al aproximar a la fe otros pueblos y otros contextos religiosos se ha dado cada vez más importancia al intento de encarnar en las diversas culturas el anuncio del mensaje de Cristo. Este proceso de arraigo de la fe y la vida se denomina «inculturación». De este modo la Compañía de Jesús intenta demostrar. también en nuestro tiempo, su antigua fuerza de adaptación en la fidelidad a su objetivo original: servir a los hombres en la Iglesia. Jesús-María. La congregación de Jesús-María (RJM), para la educación cristiana de los jóvenes, como medio ideal para defender los verdaderos valores en la sociedad, nació en Lyon (Francia) el 6 de octubre de 1818. Su fundadora es Santa Claudina Thévenet (1774-1837), por inspiracion de su confesor, Beato Padre Andres Coindre, fundador de los Misioneros del Sagrado Corazon. Jesús Redentor (JR). Congregación fundada en Roma en mayo de 1883 con finalidad reparadora y reconciliadora. Sus religiosas trabajan con la infancia y la juventud marginada. Su fundadora es la Beata Madre Victorina Le Dieu. Josefinas de la Santísima Trinidad. El instituto de las Josefinas de la Santísima Trinidad (JST) surgió como fruto de la espiritualidad de Eladio Mozas Santamera, el 18 de febrero de 1886, en Plaseneia (Cáceres). Su finalidad es la gloria de Dios Uno y Trino, viviendo y difundiendo el estilo de la Familia de Nazaret. Lo realizan a través de la educación, la catcquesis, los grupos de profun- dización de la fe, en el campo sanitario y de la tercera edad y en las misiones. Josefinos de Murialdo. La Congregación de san José (CSI) fue fundada en Turín por san Leonardo Murialdo el 19 de marzo de 1873. Su finalidad era, en parte, semejante a la de otras familias religiosas nacidas en el siglo XIX: «La santificación de los miembros mediante las obras de educación de jóvenes pobres o rebeldes» (cf Reglamento de 1873, art. 1). El campo de acción se refería sobre todo a los colegios que ofrecían asistencia y formación al trabajo a chicos huérfanos y abandonados, a los reformatorios, colonias agrícolas, oratorios para chicos de la calle, escuelas para hijos del pueblo, patronatos, es decir, el acompañamiento de los jóvenes obreros en sus primeros pasos de inserción en el mundo del trabajo (cf ib, art 10). Aunque sin pertenecer al «corazón» del cansina, no quedaban fuera otros sectores, como la prensa popular y el apostolado entre los obreros adultos (el «Resumen» del Reglamento, 1875, art. 60, habla de una acción ampliada a las asociaciones católicas de artesanos, o sea, las que en la segunda mitad del siglo pasado eran las sociedades de asistencia mutua para los obreros). Estos campos, más propiamente sociales, son reflejo y prolongación de algunos intereses muy vivos en el ánimo del fundador. San Leonardo Murialdo nació en Turín el 26 de octubre de 1828, de una familia perteneciente a la rica burguesía de la ciudad. Después de una dolorosa crisis de adolescencia, decidió hacerse sacerdote. Su primer campo de apostolado fueron los oratorios turineses. Seguidamente (1866), Murialdo aceptó el cargo de rector del Colegio «Los Artesanitos» de Turín. Se trataba de un instituto orientado a la asistencia, a la educación cristiana y a la formación profesional de chicos pobres y abandonados. Con el tiempo, Murialdo amplió su radio de acción. En 1878 dio comienzo, en Rivoli Torinese, a una colonia agrícola que pronto llegó a ser modelo para otras escuelas de agricultura de Italia. El mismo año fundó en Turín la casa-familia para jóvenes obreros, el primero de Italia. Sin embargo, la acción de y con problemas familiares a través de centros de acogida, casas- familia, promoción de la seguridad familiar, centros de apoyo escolar y asistencial diurno; parroquias; misiones y formación profesional. En el centro del carisma espiritual de los José finos de Murialdo está la experiencia personal e íntima que el fundador tuvo del amor de Dios: él nos ama primero, personalmente, en todo momento. Su amor es infinito, tierno y misericordioso. El trabajo apostólico de los religiosos de la Congregación de san José intenta presentarse como una respuesta a este amor. La Regla les exige ser buenos y sagaces educadores, junto a los jóvenes, custodios y guías, con humildad y caridad, como san José fue educador y custodio de Jesús. Jubileo (del latín tardío jubilare, cantar de gozo, alegrarse: /'//hilas, iubilum, grito de júbilo, de alegría; por influencia del hebreo jobel: «año jubilar», «año de perdón y liberación» de los judíos; según el libro del Levíti- co (25.8-54), después de siete años sabáticos, el año cincuenta debía festejarse como año del jubileo; con esa ocasión se debía perdonar las deudas, liberar a los esclavos israelitas y restituir las propiedades adquiridas). El vocablo indica una celebración solemne en ocasiones o circunstancias particulares. En las órdenes religiosas se celebran como jubileos los aniversarios de profesión religiosa (el vigésimo quinto y el quincuagésimo, «bodas de plata» y «bodas de oro») de forma análoga a los aniversarios de ordenación sacerdotal o de consagración de abades y abadesas. En el siglo XVIII, en la Alemania católica (/Sacro Imperio Romano) se celebraron muchos jubileos de monasterios, en los que se recordaba el milésimo aniversario de fundación, real o presunto. Entonces, lo mismo que hoy, tales celebraciones fueron pretexto para la construcción o restauración de iglesias y monasterios. A partir de 1300 en la Iglesia católica se celebran «años jubilares» (años santos) periódicamente o en ocasiones particulares, siempre vinculados a la concesión de especiales indulgencias (indulgencia plenaria jubilar). Juniorado / Escolasticado. Jurisdicción (del latín iurisdic- tio, administración de justicia, sentencia). En la Iglesia católica el término equivale, en sentido estricto, a «potestad de gobierno» (en latín potestas regiminis) en sus funciones legislativa, ejecutiva (administrativa) y judicial. En un sentido más amplio, el vocablo indica todas las funciones de autoridad soberana dentro de la Iglesia; esta es la «jurisdicción voluntaria», que se refiere a actos de naturaleza administrativa en virtud de solicitud o petición, como la concesión de ^privilegios, dispensas, indultos, documentación y administración patrimonial. La potestad de gobierno sobre los institutos religiosos está regulada por el derecho común y por la legislación de cada una de las órdenes e institutos. Kastl, reforma de. La reforma de Kastl, que partió de la abadía benedictina de Kastl (diócesis de Eichstatt, Alto Palatinado) en el siglo XIV, fue la primera reforma benedictina de la tardía Edad media en Alemania meridional. En el siglo XV llegó a involucrar a más de veinte monasterios, pero posteriormente fue superada por los más fuertes movimientos reformistas que hacían referencia a la Congregación de f Bursfeld y a la reforma de ^Melk Benedictinos). Laico (hermano laico, hermana laica). Hermano laico y hermana laica (el término «laico» viene del griego Utos, pueblo) son expresiones de uso popular para denominar a quienes, en las órdenes y congregaciones, no son clérigos (o, en las órdenes femeninas, ca- nonesas). Sus cometidos se relacionan sobre todo con los aspectos más prácticos de la vida comunitaria. Actualmente, en todos los institutos católicos de vida religiosa se tiende a superar este tipo de diferencia de carácter histórico (f conversos, ^ hermano). Latina, Iglesia. Iglesia latina -para diferenciarla de las Iglesias orientales ^«uniatas»- se denomina a esa parte de la cristiandad católica que en la liturgia usa el latín. El Vaticano II (1962-1965) concedió el uso de las lenguas vernáculas junto con el latín, que es la lengua oficial de la Iglesia de Occidente. De hecho, esto ha conducido a una notable pérdida de importancia del latín como lengua de la Iglesia. En la historia la expresión «latinos» se encuentra frecuentemente como atributo de la Iglesia occidental, vinculada al romano pontífice, en oposición a los «griegos», denominación genérica de las Iglesias ^ortodoxas de Oriente. Laudes (del latín laudes). Constituyen la oración de alabanza de la mañana, en el '"breviario y en la ^liturgia de las horas. Leccionario. El término «leccio- nario» indicó, primero, el atril donde se colocaban los libros litúrgicos; luego, tanto en las Iglesias orientales como en la Iglesia católica, pasó a indicar el libro que contiene las perícopas de la Sagrada Escritura para el uso litúrgico (misa y liturgia de las horas). En las Iglesias evangélicas el leccionario es el libro que contiene las lecturas del año litúrgico. Lectura durante las comidas. En los monasterios regulares las comidas se hacen en silencio. Además de la lectura de fragmentos de la Sagrada Escritura, de la propia regla religiosa, de la memoria de los '"santos patronos y de los difuntos, ordinariamente se leen pasos de autores espirituales u obras de contenido incluso profano, adecuadas a la situación. El lector normalmente es uno de los hermanos más jóvenes. Los días de fiesta o en ocasiones especiales (por ejemplo, visitas) el superior, con el toque de una campanilla, da permiso para hablar. Recientemente, se ha atenuado en muchos casos la antigua costumbre del silencio. Legionarios de Cristo. Los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen de los Dolores, más conocidos como Legionarios de Cristo (LC), constituyen una congregación clerical de derecho pontificio, fundada en 1941 por el sacerdote mexicano Marcial Maciel, en la Ciudad de México. A los dieciséis años, en medio de un clima de persecución religiosa, el joven Marcial concibió la idea de dar vida a un instituto que trabajase para establecer el reino de Dios en el mundo, según las exigencias de la justicia y la caridad cristiana, mediante la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, entendida como amor salvífico de Dios a los hombres. Los primeros años, hasta la ordenación del fundador, guiaron el reducido grupo de jovencitos el salesiano Daniel Santana y luego un sacerdote de la archidiócesis de México. Mientras esperaban la aprobación de la Santa Sede, en 1946 un buen grupo de Legionarios se trasladó a Comillas para completar sus estudios. En 1948 llegó la deseada aprobación para la erección del grupo como congregación religiosa, que tuvo lugar el 13 de junio de 1948. En 1954 se inauguró el primer centro apostólico de los Legionarios de Cristo dedicado a la educación de la juventud, y en 1964 se fundaba en la Ciudad de México la Universidad Anáhuac para diez mil estudiantes. En 1958 se inauguró en Roma la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe y la nueva sede del noviciadojuniorado en Salamanca (España). Otros centros fueron surgiendo en otros lugares de México, España. Irlanda, Estados Unidos e Italia. En 1996 eran 1.460 miembros, de ellos 344 sacerdotes. Libro de horas (en francés Livre d'heures). Era un tipo de libro de oración para laicos, en latín o en lengua vulgar, muy apreciado en la tardía Edad media, y difundido sobre todo en Francia y Bor- goña. El libro de horas, con frecuencia escrito artísticamente y adornado con gran riqueza de imágenes, contiene habitualmente, como parte esencial, los textos del oficio cotidiano de la Virgen María (Home Beatae Virginis Marine), al que se añaden otros textos tomados de los li bros y oraciones oficiales. Un apasionado coleccionista de libros de horas fue el cardenal Federico Borromeo (15641631); sus códices, espléndidamente miniados, se conservan en la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Libro del salmista ^Gradual. Libros de tradición /"Tradición, libros de. Liturgia (del griego leitourghía, obra pública, fundación para el bien público; luego en sentido predominantemente cultual). El término indica, muy en general, el culto que las iglesias cristianas rinden a Dios, de forma comunitaria y de acuerdo con determinadas reglas. Los ejemplos más antiguos de textos litúrgicos se encuentran ya en el Nuevo Testamento, por ejemplo en las cartas paulinas (ICor 16,20-24; Ef 5,14; Flp 2.61 I). Después de una primera fase de libre improvisación aunque según una forma fundamentalmente unitaria-, a partir de los siglos III y IV se encuentran costumbres eclesiásticas ya consolidadas y normalizadas; pronto se da también la formación de «familias litúrgicas» en torno a las grandes sedes patriarcales (Antioquía en Siria, Alejandría en Egipto. Roma, Je- rusalén). Será más tarde cuando se den los impulsos unitarios más fuertes, en Occidente por parte de Roma y en Oriente por parte de Constantinopla. La Iglesia romana no llegó a establecer fórmulas vinculantes para sus sacerdotes hasta el año 600 aproximadamente, con la aparición de los auténticos sacramentarios. La existencia de liturgias orientales diversas entre sí y de las liturgias occidentales -aun dentro de una estructura unitaria común- está atestiguada, en cambio, a partir del siglo IV. Se pueden considerar como tipos fundamentales de liturgias orientales: 1. La liturgia griega de Alejandría; 2. La liturgia copta (Egipto); 3. La liturgia etíope (muy parecida a la copta); 4. La liturgia griega de Antioquía (Siria); 5. La liturgia siria occidental; 6. La liturgia siria oriental; 7. La liturgia bizantina (la más difundida de todas las orientales); 8. La liturgia armenia. El desarrollo de la liturgia en el Occidente latino se caracterizó por la coexistencia de un tipo occidental (romano y africano) y un tipo «galicano», fuertemente influenciado por el Oriente. Mientras la liturgia romano-africana era más esencial y contenida, la galicana se caracterizaba por una mayor inspiración poética. En Occidente se formaron los siguientes tipos fundamentales: 1. La liturgia romana, que a partir del siglo XI se impuso en todo Occidente y en la que se inspiraron los libros litúrgicos unitarios para la liturgia latina en color rosa, lo que fue imitado después por muchas iglesias parroquiales y conventuales; actualmente se puede usar también el color rosa en esos mismos días. Las reformas litúrgicas de los últimos decenios han llevado a una mayor libertad en el uso de los colores y vestiduras litúrgicas, entre otras cosas por consideración al diverso valor simbólico de los colores en los pueblos no europeos. Liturgia de las horas. En la Iglesia católica, la liturgia de las horas (oficio divino, breviario) es «una oración pública, elevada en nombre de la Iglesia por algunos de sus miembros, a quienes se les encomienda esta tarea de manera especial» (Ludwig Eisenhofer). Las partes que la constituyen, distribuidas en un primer momento en varios libros (por ejemplo el salterio y el leccionario), a partir del siglo XI fueron reunidas en el breviario. El origen y la evolución de la liturgia de las horas no están claras del todo. La liturgia de las horas (oración y canto) procede de la oración de la comunidad cristiana de los orígenes. Influenciados por el modo greco- romano de dividir la jornada y por la espiritualidad judía, los primeros cristianos oraban a la hora de tercia, de sexta y de nona (aproximadamente a las 9.00, a las 12.00 y a las 15.00 de hoy). Ascetas y monjes incluyeron estos tres tiempos de plegaria (Tercia, Sexta y Nona) en la ordenación regular de la jornada, relacionando de ese modo las horas del día con la historia de la salvación: la hora Tercia recordaba la venida del Espíritu Santo en Pentecostés; Sexta era la oración de mediodía; Nona recordaba la muerte de Jesús en la cruz y también la propia muerte. De la vigilia pascual derivó la oración de la Vigilia (turno nocturno de vigilancia), que concluía a la salida del sol con el canto de alabanza a Dios (Maitines y, más adelante. Laudes). Además, el obispo (o el presbítero), junto con el clero (y la comunidad) rezaban oraciones en las primeras horas de la mañana y de la noche (Laudes y Vísperas). La exigencia de los tiempos de oración por la mañana y por la tarde llevó al desarrollo de la hora Prima (prima hora) y de las completas (completorium, cumplimiento, oración conclusiva). Desde la tardía antigüedad cristiana el oficio divino del clero secular sufrió una notable reelaboración en el ambiente monástico. Este es el tipo de oración que Benito de Nursia encontró en Roma (siglo VI) y que él adoptó y reelaboró en su regla (cc. 8-18). Desde ese momento, el influjo de los Benedictinos marcó de forma decisiva la liturgia de las horas, ya fuera recitada o cantada. Madre. «(Reverenda) madre» (del latín mater) es el título con que se trata a las religiosas (o ca- nonesas) de diversas órdenes y congregaciones femeninas de la Iglesia católica, como, por ejemplo, las /"Damas Inglesas. Madres de Desamparados y San José de la Montaña (MD). Congregación que nació el 24 de diciembre de 1881 en Málaga, para la acogida de ancianos y la educación de niños y jóvenes. Su fundadora es la Beata Madre Petra de San José Pérez Florido (1845-1906). Maestras Pias Venerini. Con esta denominación se conocen dos institutos religiosos femeninos: el primero, en orden cronológico, de derecho diocesano, y el otro de derecho pontificio desde 1760. Ambos se dedican a la educación de la juventud femenina, y tienen en común sus fundadores, Lucía Filippini y el cardenal M. Barbarigo. Los orígenes de los dos institutos son comunes con los de las /* Maestras Pías Venerini. El 20 de julio de 1923 se transformaron de sociedad de vida común en congregación religiosa. En 1926 se aprobaron las nuevas constituciones. En 1996 este instituto de oblatas, dedicadas a la enseñanza, a la educación de la juventud en la escuela católica y a la catcquesis, contaba con 920 religiosas distribuidas en 123 casas repartidas en varias regiones italianas, en Suiza, Inglaterra, Estados Unidos de América, Brasil, Etiopía e India. Es una congregación religiosa, fundada en Viterbo (Italia) en 1685 por Santa Rosa Venerini (1656-1728). «Educar para salvar» es la síntesis del carisma, nacido en un ambiente todavía reacio a aceptar la necesidad de la cultura para las chicas menos pudientes. Rosa abrió la primera escuela, poniéndola bajo la protección de san Ignacio de Loyola. En ella combinaba la enseñanza teórica con las actividades relativas a las tareas domésticas. A las chicas las enseñaba a leer, no a escribir (;se consideraba peligroso para la virtud!). La escuela, gratuita, duraba todo el día. alternándose el estudio con actividades prácticas y oraciones. Actualmente los miembros del instituto se ocupan del apostolado de la enseñanza, la catcquesis parroquial, la promoción humana y la evangeliza- ción en tierras de misión. En 1996 estaban presentes no sólo en Italia, sino también en Estados Unidos, Brasil, India, y en algunas misiones de Africa. El número de religiosas era de 423, en 58 casas. Maitines. El oficio de lecturas o maitines (del latín hora matutina, hora litúrgica del amanecer) era la hora litúrgica que, en el breviario romano y monástico, precedía a las Aaudes (^liturgia de las horas). Después de las reformas introducidas a raíz del Vaticano II, los antiguos maitines se han transformado en lectura espiritual (hora lectionis u «oficio de lecturas»), cuya colocación dentro de la jornada litúrgica es libre. El carácter originario de oración nocturna o de las primerísi- mas horas de la mañana se ha conservado en los «maitines» y las vigilias durante la semana santa (Jueves santo. Viernes santo y Sábado santo). Mallersdorf, Religiosas de. Las Religiosas de Mallersdorf (llamadas así por su casa madre, en el ex-monasterio benedictino de Mallersdorf, en la Baja Baviera), constituyen la Congregación religiosa de las Franciscanas de la Sagrada Familia de Mallersdorf. Fue fundada en Pirmasens en 1855 por el párroco, Beato Padre Paul Josef Nardini; en 1869 la casa madre se trasladó a Mallersdorf. Desde el principio la congregación se implicó en el campo caritativo (cuidado de la infancia, organización de los asilos infantiles, escuelas de corte y confección para chicas, asistencia en hospitales y casas de reposo; colaboración en grupos juveniles y seminarios). Desde finales del siglo XIX las religiosas de Mallersdorf se convirtieron en una de las congregaciones femeninas más activas de Alemania (con algunas casas en otros países). Malta, orden de. Es el nombre con que se conoce a la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén (en latín Ordo militiae Sancti Joannis Baptistae hospitalis Hierosolimitani). Es una de las tres grandes Andenes militares, que tuvo origen en un hospital, dedicado a san Juan Bautista, que algunos mercaderes de Amalfi habían erigido en Jerusalén, en torno al año 1050, para asistir a los peregrinos que acudían a Palestina. El hospital estaba unido a un monasterio benedictino. Sus comienzos siguen siendo, en todo caso, bastante oscuros. Las tareas del hospital aumentaron después de la primera cruzada, cuando Jerusalén fue conquistada por los occidentales (1099) y se convirtió en sede de un reino cruzado que, junto con otros, duraría cerca de doscientos años. Bajo los maestres Gerardo (t en torno al 1120) y Raimundo de Puy (1 120-1160) el hospital recibió una nueva organización: surgió una orden religiosa con la obligación de dar hospitalidad a los peregrinos y asistir a los enfermos. Se fundaron nuevos hospitales y nuevas comunidades en Oriente Próximo y en Occidente, sobre todo en las ciudades portuarias de Francia e Italia y en los lugares que eran meta de peregrinaciones. Estas instituciones fueron en aquel tiempo auténticos modelos de asistencia sanitaria. En la segunda mitad del siglo XII, el hospital central de Jerusalén llegó a acoger hasta dos mil enfermos de ambos sexos; estaba dividido en diversos sectores especializados, entre ellos uno de maternidad, para asistencia de madres con dificultades. En él trabajaban cuatro médicos y cuatro cirujanos, a los que se añadían nueve enfermeros por sector y sacerdotes encargados de la asistencia espiritual. Los miembros de la Orden veían a sus asistidos como «santos pobres» y se consideraban ellos mismos como «servidores de Cristo pobre». El hospital fue reconocido, a partir de 1113. por el papa Pascual II como institución autónoma; en 1130 hubo una primera regla; en 1154 la joven Orden consiguió la aprobación papal. La regla de la Orden fue redactada aproximadamente entre el 1155 y el 1160. haciendo referencia a la regla de san /''Agustín, integrada con la regla de los /''Templarios. Hacia mediados del siglo XII. probablemente por influjo de los Templarios, pero también por el cambio de origen social de los miembros de la Orden, instituyeron una rama militar. El primer noble que entró a formar parte de la Orden se encuentra atestiguado en 1141. La decisión de asumir tareas militares, además de las de asistencia a peregrinos y enfermos, había llegado a ser necesaria debido a la situación del reino de Jerusalén. A partir del I 136 se les asignaron algunas ciudades cruzadas de gran importancia estratégica, por estar situadas en lugares especialmente expuestos al riesgo de ataques enemigos. De ese modo se encaminaba definitivamente la transformación de la Orden en orden militar. A pesar de la reprobación del papa, la rama militar de la Orden se vio potenciada en detrimento del servicio hospitalario, hasta el punto de que, después del 1160, se vio ahogada en deudas, por los enormes costos financieros de su refuerzo militar. En los estatutos de un capítulo general que tuvo lugar probablemente en el año 1206, la Orden aparece como auténtica orden militar, mientras que la actividad hospitalaria ha pasado ya abiertamente a segundo plano. Se llegó también así a la separación entre «caballeros», a quienes se reservaba el uso de las armas y el rango más alto dentro de la Orden (a partir de 1262 incluso el cargo de Maestre), y los «hermanos servidores», que trabajaban en los hospitales o al servicio de los caballeros; a ellos se añadía el grupo de sacerdotes, con la función de capellanes de la Orden. Existía también una rama femenina, pero no se dedicaba a la asistencia de los enfermos, sino que vivía en ^clausura, bajo la regla de san ^ Agustín (^canonesas). Como hábito religioso, los miembros de la Orden de San Juan de Jerusalén llevaban una capa negra con una cruz blanca de ocho puntas; durante las batallas, vestían un uniforme rojo, con la cruz blanca. Favorecida por papas y soberanos, la Orden consiguió gran poder y llegó a disponer de grandes propiedades, tanto en Oriente Próximo como en todo el Occidente. A la cabeza de la Orden estaba el gran maestre y como autoridad máxima e instancia superior, el capítulo general. La Orden estaba dividida en ocho regiones lingüísticas o «lenguas» (Provenza, Auvernia, Francia, Italia, Aragón, Alemania, Castilla -incluidos León y Portugal- e Inglaterra), y estas, a su vez, en grandes prioratos, bailiajes y encomiendas (^órdenes militares). Todos los caballeros, además de los tres votos solemnes, prometían también el «servicio a los pobres y la defensa de la fe». Tras la pérdida de su último bastión en Palestina, tras la caída de Accon, en 1291, la sede general de la Orden se trasladó provisionalmente a Chipre. En 1309 la Orden conquistó Rodas -por lo que se la conoce también con el nombre de «Caballeros de Rodas»- convirtiéndola en base de su potencia. Efectivamente, a partir de aquí, la Orden consiguió reorganizar sus propias fuerzas, llegando a ser una gran potencia naval en el Mediterráneo oriental y extendiéndose también hasta las costas de Asia Menor. Aun hoy, como testimonio de esta pasada grandeza, se pueden admirar las ruinas de las majestuosas fortalezas levantadas precisamente en esa época. Con el fin del Imperio bizantino y la conquista de Constantinopla por los turcos (1453), la situación de la Orden se fue haciendo cada vez más difícil. En 1522 tuvo que ceder a los turcos la isla de Rodas. En 1530 el emperador Carlos V le concedió la isla de Malta como sede de la Orden; desde entonces se denominó «Orden Soberana Militar de Malta», y a sus miembros «Caballeros de Malta». El gran mérito de los caballeros de Malta está en haber contribuido durante varios siglos a detener la agresión de los turcos a Europa. Hasta el siglo XVIII la Orden continuó esa importante acción de contención; en el siglo XVIII. al desaparecer la amenaza y acabar las guerras turcas, perdió también su sentido como orden militar. Anteriormente (en el siglo XVI) la Orden había perdido ya sus posesiones en los territorios que habían pasado a la reforma protestante. La soberanía de la Orden (con sede en Malta) fue reconocida por los emperadores Rodolfo II, en 1607, y Fernando II, en 1620, con la elevación del gran maestre al status de príncipe del Sagrado Imperio Romano. Con la Revolución francesa, la Orden se vio privada, primero, de sus posesiones en Francia, luego hasta de la misma isla de Malta (ocupada por Napoleón en 1798), y por fin. de todas sus posesiones dentro del Sacro Imperio Romano (1809), con la ^secularización. Entretanto, en 1802. una rama española, la Orden de san Juan Bautista, había sido puesta bajo la soberanía de los reyes de España. Después de algunos difíciles decenios de transición, en 1834 la sede de la Orden pasó a Roma: en 1879 León XIII restauró el cargo de gran maestre de la Orden otorgándole la dignidad cardenalicia y el título de eminencia. En los siglos XIX y XX la soberanía de la Orden ha sido y es reconocida por muchos Estados, incluso hasta el intercambio de embajadores y la institución de recíprocas representaciones diplomáticas (aún hoy). En 1859 surgió la hermandad (católica) rcnano-westfálica de los Caballeros de Malta, y en 1867 una asociación de Caballeros de Malta de Silesia. En 1953 el status eclesial de la Orden fue reorganizado por el papa Pío XII. que volvió a aprobarla como orden religiosa y soberana, pero poniéndola en dependencia directa de la Santa Sede. Como orden religiosa en sentido estricto, la Orden contaba en 1990 con cinco casas y sesenta miembros (vinculados por votos religiosos). A ello hay que añadir las numerosas asociaciones de la Orden, difundidas por casi todo el mundo. En tiempos recientes la Orden de Malta ha recuperado vigorosamente su compromiso -en realidad jamás abandonado- de asistencia a los enfermos, extendiéndolo a nivel internacional y modernizándolo en sus estructuras y funciones (asistencia a enfermos y ancianos; ayuda a heridos, a las víctimas de la guerra, a los prófugos; organización de numerosos servicios de urgencias o de protección civil). En 1953 las asociaciones alemanas de la Orden, junto con Cáritas alemana, instituyeron la Malteser-Hilfsdienst («auxilio maltes») que, con varios miles de voluntarios y voluntarias, ha llegado a ser, junto con la Cruz Roja, una de las organizaciones humanitarias más importantes de Alemania, con una presencia eficaz en el campo sanitario, en protección civil, en intervenciones de emergencia y en la asistencia a enfermos y ancianos. En el reino de Prusia el rey Federico Guillermo III suprimió en 1810 el bailiaje protestante de Brandeburgo, que se remontaba al siglo XVI, y fundó, en 1812, una «Real Orden prusiana de san Juan», reorganizada después, en 1852, por el rey Federico Guillermo IV, con tareas de asistencia a los enfermos. A pesar de las graves pérdidas sufridas como consecuencia de las guerras de los siglos XIX y XX, del fin de la institución monárquica en muchos países, del comunismo y el nacionalsocialismo, las ramas protestantes de la Orden continuaron estando presentes en muchos países, como Alemania, Holanda, Suecia y Gran Bretaña. Se trata de asociaciones de carácter religioso, que trabajan en campo social y caritativo, para lo que gestionan casas propias. Vinculadas a la rama protestante de la Orden existen varias asociaciones humanitarias y de urgencias sanitarias, masculinas y femeninas (Jo- hanniterschwestvverschaft, Johanniterunfallhilfe y Johanniter- hilfsgemeinschaft). María Inmaculada, Religiosas de. La congregación de María Inmaculada (RMI) fue fundada por santa Vicenta María López y Vicuña. Nacida en Cascante (Navarra) en 1847, el 11 de junio de 1876 dio comienzo al nuevo instituto, que perpetuará el ideal de toda su vida: acoger y educar a las jóvenes, especialmente a las trabajadoras que se encuentran lejos de su hogar. María Niña, Religiosas de Caridad de las santas María Bartolomé Capitanio y Vicenta Gerosa, quienes la fundaron en 1876, para el cuidado de los huerfanos. Hermanas de María Reparadora, Congregación de. En Estrasburgo (Francia), el 1 de mayo de 1857, una mujer belga, Beata Emilia d'Oultremont, fundaba la Congregación de María Reparadora (MR). El instituto tiene una finalidad evangelizados, de reparación o reconciliación, con María, realizada en un estilo de vida que se inspira en las reglas de san Ignacio de Loyola. Marianistas. Su nombre oficial es el de Compañía de María (Societas Marine, SM). Es una congregación de sacerdotes y laicos con idénticos derechos, fundada en 1815, por el Beato Abate Guillermo José Chaminade (17611850) era un sacerdote activamente comprometido en la pastoral de la época de la revolución francesa. A su retorno del exilio, fundó en Burdeos las «congregaciones marianas», de las que se derivaron después dos institutos religiosos para la educación religiosa y la enseñanza: las Hijas de María (1816) y los Marianistas, o Hermanos de María. Estos últimos fueron reconocidos por el papa en 1865, mientras su regla fue aprobada en 1891. Actualmente los Marianistas están presentes en muchos países europeos, en Estados Unidos, en América del Sur y en Africa. Su actividad se orienta, sobre todo, a la educación de la juventud, a través de la enseñanza en escuelas de todo tipo y grado, aunque en ellas se cuida especialmente la formación de las futuras clases dirigentes. Los miembros de la «Compañía de María» renuevan diariamente su consagración a María. Los sacerdotes visten como el clero diocesano y los laicos llevan traje negro. Situación en 1996: 220 casas con 1.722 miembros, 537 de ellos sacerdotes. También se conocen con el nombre de Marianistas a las Hijas de María Inmaculada de Agen (FMI), fundadas por Adela de Batz Tenquelleon y Guillermo José Chaminade, el 25 de mayo de 1816, en Agen (Francia). Mariannhill, Misioneros de. El origen de los Misioneros de Mariannhill (Religiosos Misioneros de Mariannhill, desde 1936: Congregatio Missionariorum de Mariannhill, CMM) se remonta a la fundación del monasterio de Mariannhill (1882) en Natal (Suráfrica), por obra del trapense, Beato Franz Pfanner (1825-1909). En el año 1885 el monasterio fue erigido como abadía y, los años siguientes, Mariannhill, con sus numerosas fundaciones, se convirtió en el más importante y eficiente centro misionero de Suráfrica, sobre todo gracias a sus instituciones docentes para la población indígena y a las actividades económicas, sociales y culturales desempeñadas por sus monjes. En consideración al trabajo misionero desarrollado, en 1909 la abadía fue separada de la orden de los ^Trapenses con decreto pontificio y transformada en congregación misionera autónoma. A la congregación pertenecen también diversas comunidades de Alemania, Austria y Suiza. Situación en 1996: 37 casas, con 380 miembros, de los cuales 209 son sacerdotes. Maristas (Societas Marie, SM). Fueron fundados en 1824 por el sacerdote francés, Beato Jean-Claude Marie Colin (1790-1875) en Belley (su reconocimiento pontificio es de 1836, mientras la aprobación definitiva de la regla es del año 1873). Los miembros de la congregación -sacerdotes y hermanos laicos- están comprometidos especialmente en la educación de la juventud, en la pastoral social, y la educacion catolicas. Maristas de la Enseñanza, Hermanos (CHM). Es una congregación religiosa, fundada en Lyon, Francia, en 1817, por San Marcelino Champagnat (1789-1840), destinada a la educación catolica de niños y jovenes. Mendicantes, órdenes (del latín mendicare, pedir limosna). Son las órdenes que tuvieron origen en el siglo XIII a partir del varié- gado movimiento pauperista. Al contrario de los grupos que cayeron en la herejía (sobre todo Cataros y Valdenses), trataban de realizar dentro de la Iglesia el ideal evangélico del seguimiento de Cristo, mediante una vida sencilla de pobreza, penitencia y predicación cristiana. Su origen ha de entenderse partiendo también del contexto histórico de aquel tiempo, caracterizado por transformaciones económicas y sociales, y no en último lugar, por el rápido crecimiento de las ciudades. Ordenes mendicantes en sentido estricto se consideran las cuatro nuevas órdenes religiosas del siglo XIII: /Franciscanos (aprobación pontificia provisional en 1209/1210 y definitiva en 1233), / Dominicos (confirmados en 1216), /Carmelitas y Ermitaños /Agustinos. Las más importantes son las dos primeras. Con las órdenes mendicantes comenzó un nuevo tipo de orden religiosa que se distinguía netamente de las más antiguas comunidades monásticas y canonicales: sus miembros, en efecto, por medio de los votos, se vinculan a la orden, pero no a un determinado convento de por vida. No sólo se exige la pobreza individual, según la tradición, sino que se rechaza en gran medida incluso la posesión de bienes por parte de la orden y de sus conventos (de manera especialmente radical en el caso de los Franciscanos en los comienzos). Las órdenes mendicantes no gozan de la autonomía de cada uno de los monasterios ni están sometidos a una autoridad «de gobierno» central. Las órdenes están divididas en provincias, que reúnen varios conventos. Todos los superiores (a la cabeza de la comunidad conventual, de la provincia y de toda la orden) son elegidos por un determinado período de tiempo; de ese modo su estructura organizativa se caracteriza por un matiz abiertamente «democrático» y «representativo». Los miembros de las ramas masculinas de estas órdenes se ganan el sustento con su trabajo, su estudio (muy pronto también con la enseñanza), su actividad de cura de almas, las obras caritativas y la colecta de limosnas (posteriormente muy limitada, pero jamás abandonada del todo). La ampliación de la actividad de cura de almas por parte de las órdenes mendicantes condujo no raramente a conflictos con la pastoral parroquial. La colecta de limosnas, vinculada a tareas de predicación, era el principal cometido de los «cuestores», que iban a un determinado territorio (terminas) para la cuestación (a veces también llamada termina), o bien para predicar y pedir limosna (cuestar). Fueron precisamente la cura de almas, la predicación y la ^cuestación las que hicieron necesaria una intervención reguladora de la legislación eclesiástica. Las órdenes mendicantes se concentraban en las ciudades, donde generalmente sus miembros eran bien acogidos como pastores de almas por las gentes de todos los estratos sociales. Aquí surgieron las grandes iglesias de las órdenes mendicantes, amplias, diáfanas o con naves de la misma altura, cuya estructura arquitectónica (generalmente gótica) se prestaba para reunir grandes masas de pueblo con vistas a la predicación. Las órdenes mendicantes fueron apoyadas por los papas, que. a través de ellas, pensaban reforzar su posición universal, mediante la exención y otros ^privilegios; esto suscitó muy pronto las resistencias de obispos y del clero secular. Los severísi- mos propósitos de pobreza de los comienzos tuvieron que ser notablemente atenuados ante el crecimiento de las comunidades y también en función de las actividades desempeñadas al servicio de la Iglesia. Las constituciones de estas órdenes y la disponibilidad de sus miembros crearon las condiciones ideales para que se les incluyera frecuentemente en la actividad misionera en todo el mundo. A lo largo de los siglos, numerosas comunidades religiosas, masculinas y femeninas, generalmente bastante reducidas, se han alistado entre las órdenes mendicantes, de modo que su número asciende actualmente a más de veinte. Menesianos. Los Hermanos Menesianos o, más exactamente, el Instituto de Hermanos de la Instrucción Cristiana de Ploermel (HIC) fue fundado por Juan María de la Mennais (1780-1860) en Francia, el año 1819. Constituyen una congregación laical de derecho pontificio, que elige la enseñanza como medio privilegiado, aunque no exclusivo, para su actividad apostólica, siendo sus destinatarios, sobre todo, los jóvenes, y especialmente los humildes y los pobres. Su presencia misionera está consolidada en los cinco continentes. El P. Juan María de la Mennais completó su obra con la fundación de una congregación femenina, las Hijas de la Providencia, implantada especialmente en Francia y Canadá. Mequitaristas (Ordo Mechiturista rum). Son una orden de monjes armenios, uniatas (por estar unidos a la Iglesia católica) y sometidos a la regla de san Benito ( f Benedictinos), fundada en 1701 en Constantinopla por el abad Mekhithar (Pedro Manuk) de Sebaste (t 1749). La casa madre fue trasladada en 1717 al islote de San Lázaro, en Venecia. Preocupación del fundador y de sus discípulos era, sobre todo, la formación de los creyentes armenios, a través de la publicación de libros y el cultivo de la lengua armenia. En 1749 la Orden se dividió en dos congregaciones, cada una con su propio abad general; uno de los grupos se estableció primero en Trieste (1773) y después en Viena (1810). Las dos órdenes comprenden un número reducido de miembros. Tanto los Mequitaristas de Venecia como los de Viena tienen como fines específicos el trabajo intelectual, la formación de los jóvenes y el cuidado pastoral de las comunidades armenias. Ambos monasterios principales poseen ricas bibliotecas y colecciones de preciosos manuscritos armenios. Los Mequitaristas llevan un hábito religioso de color negro con cinturón de cuero y rosario. La lengua oficial de la Orden es la armenia, lo mismo que la liturgia. Situación en 1996: congregación de Venecia, diez casas con 31 monjes, 29 de ellos sacerdotes; congregación de Viena, cinco casas con quince monjes, catorce de ellos sacerdotes. Mercedarios (del latín tardío tuerces, merced, gracia, misericordia). Ordo Beatae Marie Virginis de Mercede redemptionis captivorum, Orden de la Santísima Virgen de la Merced para la redención de los esclavos cristianos (OdeM). Fueron fundados en 1218, en Barcelona, por Pedro Nolasco y Raimundo de Peñafort, como orden militar de laicos y clérigos, con el fin de liberar (redimir) a los cristianos prisioneros de los musulmanes. La Orden fue enérgicamente apoyada por el rey Jaime I de Aragón, y en 1235 obtuvo la aprobación del papa Gregorio IX (con la regla de san ^Agustín); a los tres votos monásticos tradicionales se añadía un cuarto voto: el compromiso por la liberación de los cautivos. En el siglo XIV la Orden perdió su carácter militar y se asemejó a las órdenes /'mendicantes. Con el cumplimiento de su cuarto voto, los Mercedarios alcanzaron grandes méritos asis- tiendo a los galeotes, a los cristianos de los estados bereberes de Africa septentrional y en las misiones de los territorios españoles de América central y meridional. Con las supresiones monásticas, entre los siglos XVIII y XIX, la Orden desapareció casi por completo, pero posteriormente se recuperó, dedicándose, desde entonces, a la educación de los jóvenes y a las actividades misioneras y caritativas en algunos países europeos y americanos. Entre sus miembros han destacado grandes personalidades, como Tirso de Molina y Remón en letras, Jerónimo Pérez y Zumel en teología, y santos como Pedro Nolasco, Ramón Nonato, Pedro Armengol, Pedro Pascual... Situación en 1996: 160 casas con 739 miembros, 525 de ellos sacerdotes. Existe también una reducida comunidad de Mercedarios Descalzos (MD), fundada en Madrid, en 1603, por Juan Bautista del Santísimo Sacramento. La Reforma Mercedaria, que se inscribe dentro del movimiento reformista tridentino, fue aprobada en 1606. La Orden llegó a contar con 1.200 religiosos en el siglo XVIII. pero posteriormente, sobre todo a causa de las medidas políticas, que supusieron en ocasiones una auténtica persecución práctica, se vio reducida de manera alarmante. El proceso desintegrador culminó con el decreto de exclaustración, de Mendizábal. en 1836. La restauración llegaría cincuenta años más tarde, en 1886. Actualmente está extendida por España, Santo Domingo, Venezuela y Estados Unidos, y cuenta con doce casas y 71 religiosos, 51 de ellos sacerdotes (situación en 1996). En 1265 se fundó en Barcelona una rama femenina de Mereedarias, de la que se considera iniciadora a santa María de Cervellón. Cuenta también con destacadas personalidades, entre las que hay que recordar a la beata Mariana de Jesús. Desde entonces han surgido en la Iglesia diversos institutos femeninos con el nombre de Religiosas Mercedarias, comprometidas en actividades misioneras, en la enseñanza y la asistencia a los enfermos. Entre estas congregaciones están las Religiosas de Nuestra Señora de la Merced de Barcelona, llamadas también Mercedarios Misioneras (RMM), que nacieron precisamente en Barcelona el 21 de noviembre de 1860 para la promoción y educación cristiana, por obra de Lutgarda Mas i Mateu, ayudada por el merceda- rio P. Pedro Nolasco Tenas; las Mercedarios de la Caridad (MC), cuyo fundador (Málaga, 16 de marzo de 1878) es el Beato Padre Juan Nepomuceno Zegrí y Moreno, que les encomendó el carisma del «servicio omnímodo de caridad en orden a la plena liberación de los hombres»; la Congregación de Nuestra Señora de la Merced del Divino Maestro, dedicada a la enseñanza, que fue fundada en Buenos Aires (Argentina) el 1 de agosto de 1889, por M. Antonio Rasore y M. Sofía Bunge; las Mercedarios del Santísimo Sacramento (HHMMSS), fundadas en México, el 25 de marzo de 1910, por la Beata Madre María del Refugio Aguilar, para la educación de la infancia y la juventud; y las Mercedarias Misioneras de Bérriz (MMB), pura cooperar a la misión evangelizadora de la Iglesia, fundadas en Bérriz (Vizcaya), el 23 de mayo de 1930. por la Beata Sor Margarita María López de Maturana. Existen también las «Fraternidades mercedarias» de seglares, colaboradores en la misión caris- mática mercedaria. Mínimos. La Orden de los Mínimos fue fundada por san Francisco de Paula (1416-1507) a mediados del siglo XV en Paula, pero se la conoció con diversos nombres, según las regiones o naciones: en Calabria tomó el nombre de Ermitaños del hermano Francisco de Asís en Paula; en Francia el de Buenos Hombres, del apelativo Bonhomme que el rey aplicaba al santo; en España el de Padres de la Victoria, para recordar la predicción de Francisco de la victoria del rey Fernando sobre los árabes; finalmente en Alemania se les llamó sencillamente Paulanos. Sin embargo, el fundador prefería Firmar y ser llamado como «el pobre ermitaño Francisco de Paula». Con la bula del 26 de febrero de 1493, Meritis religiosae vi toe, Alejandro VI decidió llamarlos Ermitaños de la Orden de los Mínimos, que posteriormente fue simplificado por Julio II como Orden de los Mínimos, con la constitución Inter cáete ros, del 28 de julio de 1506. Los comienzos de los Mínimos fueron típicamente eremíti- coanacoréticos, pero al pasar de la fase «eremítica» a la «mendicante» se transformaron, asumiendo un carácter penitencial y reformista. El texto de las nuevas constituciones (1986) presenta los fines de la Orden en estos términos: «La Orden se propone dar especial y cotidiano testimonio de la penitencia evangélica con la vida cuaresmal, como total conversión a Dios, íntima participación en la expiación de Cristo y llamada a los valores evangélicos del desprendimiento del mundo, de la primacía del espíritu sobre la materia y de la urgencia de la penitencia que implica la práctica de la caridad, el amor a la oración y la ascesis física» (art. 3). Además, los artículos 33- 39 de las constituciones clarifican el significado del voto especial de vida cuaresmal, característico de la Orden, entendido como poenitentiam agite. La Orden está actualmente comprometida pastoral mente en las parroquias, en la enseñanza y la predicación. La fase inicial de la Orden se caracterizaba por la vida eremítica y la consideración del ermitaño como modelo ideal de vida artísticas, a veces muy elaboradas, especialmente en la Edad media. Misericordia, Hermanas de la. Congregación religiosa de derecho pontificio, fundada en Verona por el Beato Padre Carlos Steeb y la Venerable Luisa Poloni en 1840. Carlos Steeb, era originario de Tubinga, en Alemania, y había crecido en una familia de convencida fe luterana. Al llegar a Verona en 1792. a raíz de la revolución desencadenada en París, donde había acudido para completar sus estudios, se convirtió al catolicismo, decidiendo hacerse sacerdote. Desde los primeros años de su ministerio se distinguió por su entrega a los enfermos y dolientes, adhiriéndose a la «Evangélica Hermandad de los Sacerdotes y Laicos Hospitalarios», fundada por San Juan Leonardi en 1796 para la asistencia espiritual y material de los enfermos, convirtiéndose pronto en uno de sus mayores promotores. Era la época de las campañas militares napoleónicas y de las revueltas políticas y sociales, fruto de la revolución francesa, que pretendía, entre otras cosas, sustraer a la Iglesia el empeño caritativo asistencial. La ¡dea de una fundación que respondiera a las necesidades de los enfermos que imploraban «no manos mercenarias, sino corazones maternos», y al mismo tiempo permitiera a la Iglesia recuperar, de manera estable y a la altura de los tiempos, un espacio de testimonio, era compartida en el primer decenio del siglo XIX también por Ca- nossa y Leonardi, que, no obstante, se dedicaron a la educación de los jóvenes. Steeb. en cambio, cultivó la idea con perseverancia, y esperó con paciencia la hora de Dios, que maduró en 1840, cuando Luisa Poloni, mujer de temple fuerte y generoso, asumió esos ideales y se ofreció para ser co- fundadora. Ella, con otras tres compañeras, asumió la dirección y la asistencia de las enfermas en las enfermerías femeninas, aun en medio de la desconfianza inicial del inspector y de las demás enfermeras, que veían su opción como una «fiebre». Pero pronto se ganaron el aprecio de todos e incluso comenzaron a llegar nuevas postulantes. El ideal que, desde el comienzo, había inspirado a Carlos era el de san Vicente de Paúl, y el nombre que dio a sus religiosas fue el de Provisionales Hijas de la Caridad. Para obtener la aprobación canónica de la «familia», que iba creciendo rápidamente. era necesario conseguir la autorización gubernativa, que el gobierno austríaco, de talante jurisdiccionalista, era muy reacio a conceder. Por eso Steeb siguió el consejo de Schlór, sacerdote vie- nés, que por aquellos años estaba en Verona, de adoptar las reglas de las hermanas de la Misericordia. Sus miembros se dedicaban al principio a la asistencia a los enfermos y a los jóvenes encarcelados en el momento de su inserción en la sociedad; los Hermanos de la Misericordia de María Auxiliadora, congregación fundada en 1850 (regla de san Agustín); desde hace cerca de cien años atienden a jóvenes marcados por graves problemas educativos; la Congregación de los Hermanos de la Misericordia de Montabaur (diócesis de Limburg), congregación de hermanos laicos fundada en 1856. También a los Alejianos, los Franciscanos, los f Hospitalarios de san Juan de Dios y a otros religiosos se les llama Hermanos de la Misericordia. Misericordia, Religiosas de la. Religiosas de la Misericordia se denominan numerosas congregaciones femeninas de la Iglesia católica, dedicadas al cuidado de los pobres y enfermos; en sentido propio, el vocablo indica las religiosas pertenecientes a congregaciones en cuyo nombre aparecen las palabras misericordia, amor o caridad. Entre ellas, tienen importancia especial el instituto de las Religiosas de la Misericordia. fundado en torno a 1830 en Dublín (Irlanda) por Catalina McAuley. Lo constituían casas autónomas que se desarrollaron rápidamente, sobre todo en los países de lengua inglesa (Irlanda, Gran Bretaña. Estados Unidos, Canadá y Australia). Sus miembros se dedicaban a la educación de niñas y jóvenes y a la asistencia a los enfermos. Otros institutos con la misma denominación y fines semejantes son: las Hermanas de la Misericordia de Louviers (Francia) fundado hacia 1700 por cinco jóvenes; de Burdeos, fundado en 1801 por Marie-CharlotteThérése de Lamourous: de Moissac (Francia), fundado en 1807 por la M. María de Jesús Gouges; de Billom (Francia), fundado en 1806: de Caen (Francia), fundado por el sacerdote Jean Joseph Beausire (1766-1843); de Móntatei (Francia), fundado en 1811 por Clotilde de Lavolvéne; de Rouen (Francia), fundado en 1818 por Jean Baptiste Lefebvre y sus hermanas Celeste y Eufrasia Harel: de Lieja (Bélgica) fundado en 1819 por el sacerdote Martin Joseph Paschal Monon: de Sées- Orne (Francia), fundado el 21 de marzo de 1823 por el sacerdote Jean Jacques Bazin; de Montreal. iniciado en 1845, por obra de mons. Ignace Bourget y Rosalie Jetté; de Renaix (Bélgica), fundado en 1845 por el sacerdote Etienne Modeste Glorieux y Antoinette Depoorter; del Maipo (Chile), fundado en 1889 por el sacerdote, Beato Padre Clemente Díaz Rodríguez. También están las Hermanas de la Misericordia del Sagrado Corazón de Jesús, fundadas en 1837 en Isigny (Francia), del Corazón de María, conocidas también como las Misioneras de la Inmaculada Concepción (RMIC), para la evangelización por la acción transformadora del mundo mediante la educación y la asistencia, nacieron en Mataró (Barcelona), el 4 de agosto de 1850, por iniciativa de la M. Alfonsa Cavin y Millot; las Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón de María (MCMA), fundadas en Lleida el 19 de junio de 1862, por la M. Esperanza de Jesús González (1823-1885), con la finalidad de vivir la caridad ejerciendo la misión educativa y de protección y reeducación de menores: las Misioneras de Nuestra Señora de Africa o Hermanas Blancas (1869) /"Padres Blancos; las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret (1874) /"Hijos de la Sagrada Familia; las Misioneras de la Doctrina Cristiana, fundadas, con fines de evangelización y catcquesis, el 24 de septiembre de 1878, en Sevilla, por Mercedes Trullas y Soler, con el apoyo del P. Francisco García Tejero; las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús (MSCJ), de santa Francisca Javiera Cabrini, para la educación de la juventud y los emigrantes (Codogno, Italia, 14 de noviembre de 1880); las Misioneras Hijas del Calvario (CMFC), fruto de la colaboración de dos hermanas, María Ernestina y María Enriqueta Larrainzar, que, el 19 de enero de 1885, fundaron en México esta congregación, que realiza diversas actividades apostólicas, inspiradas por el misterio de la redención; las Misioneras de Santo Domingo, a las que con fines misioneros dieron vida, en 1887, los PP Dominicos de Ocaña (Toledo): las Misioneras Cordimarianas (MC), nacidas en Cervera (Lleida), por obra de la M. María Güell y Puig, el 14 de septiembre de 1889, para el ejercicio apostólico de la caridad; las Misioneras Siervas del Espíritu Santo (1889) /* Verbo Divino, Misioneros del; las Misioneras de los Sagrados Corazones de Jesús y María (HHMMS- SC), nacidas el 17 de abril de 1891 en Campos del Puerto (Mallorca), gracias a la clarividencia de la fundadora, Santa María Rafaela del Sagrado Corazón, para extender el reino de Cristo mediante diversas actividades; las Misioneras de San Pedro Claver (SPC), a quienes la Beata María Teresa Ledochówska (1863-1922), al fundarlas el 29 de abril de 1894. en SalzburgoKaseran (Austria), les dio el fin específico de consolidar el reino de Jesús en territorios de misión; las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, que nacieron el 25 de marzo de 1896 en Granada, por obra de la M. Emilia Riquelme y Zayas, y se dedican a la adoración perpetua, a la enseñanza y a las misiones; las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús (MSC), de Humberto Linckens, para testimoniar el amor misericordioso (Hiltrup, Alemania, 25 de marzo de 1900); las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena (MMI), conocidas también como Misioneras de la Madre Laura, por su fundadora, Santa Laura Montoya Upegui, que les dio origen el 14 de mayo de 1914, en Antio- quia (Colombia), con el fin de anunciar y dar testimonio de la salvación traída por Jesús; las Misioneras Catequistas de los Sagrados Corazones (MC), fundadas en México el 1 2 de mayo de 1918, por la M. Sofía Garduño Nava, para la evangeli- zación y catcquesis con la familia; las Misioneras Dominicas del Rosario (ROSMICAS), de mons. Ramón Zubieta, que tienen como fin específico la evangelización de los pobres y nacieron en Lima (Perú) el 5 de octubre de 1918; las Misioneras Mañanas (MM), del P. D. Luis Martín Hernández, que nacieron en Querétaro (México), para el servicio a los pobres, el 17 de febrero de 1920; las Misioneras Eucarísticas de Nazaret (MEN), nacidas el 3 de mayo de 1921, y cuyo fundador, San Manuel González García (1877-1940), ayudado de su hermana María Antonia como cofun- dadora, les imprimió una profunda espiritualidad eucarística, que expresan en múltiples actividades apostólicas; la institución tiene otra rama secular con estatutos propios, denominada de las Marías Auxiliares Nazarenas; las Misioneras Hermanas de Betania (MHB), que nacieron el 8 de septiembre de 1922, en Santiago de Chile (Chile), fundadas por Domitila Huneeus Gana (1874- 1955), especialmente para la cristianización de la sociedad obrera; las Misioneras Cruzadas de la Iglesia (MCI), que nacieron, para el anuncio del reino de Dios, en Oruro (Bolivia), el año 1925, gracias al coraje de su fundadora, la Beata M. Nazaria Ignacia March y Mesa; las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y de María (MSC), fundadas el 1 de abril de 1926, en San Sebastián (Guipúzcoa), por María Teresa Dupouy Bordes (1873-1953), con la finalidad de promover las vocaciones sacerdotales y misioneras; las Misioneras de Nuestra Señora del Pilar (MdP), fundadas el 28 de octubre de 1939 en Lanaja (Huesca) por María Esperanza Vitales Otin, para testimoniar el amor de Dios en la vida; las Misioneras de María Janua Coeli, fundadas en Madrid, por María del Pilar Arechavaleta, para el apostolado con las jóvenes necesitadas, el 2 de julio de 1940; las Misioneras de la Caridad y la Providencia, nacidas en Madrid, el 8 de junio de 1941, por impulso de la M. María Luisa Zancajo de la Mata, para «ser premio Nobel de la paz. A finales de 1996. su Congregación contaba ya con 559 casas y 4.050 religiosas. Misioneras de la Consolata. El fundador, Beato José Allamano (1851-1926). acogiendo el deseo del papa Pío X. dio vida el 29 de enero de 1910 al instituto de religiosas de las Misioneras de la Consolata (MC), como colateral del instituto misionero masculino que había fundado nueve años antes. Un primer grupo de religiosas de la nueva fundación turinesa partió para Africa en 1913. Incluso después de la muerte del fundador, acaecida en Turín en 1926, la formación y la actividad apostólica de las Religiosas de la Consolata estuvieron siempre marcadas por el fin específicamente misionero del instituto. Una característica de la actividad de las Religiosas de la Consolata en Africa es la colaboración y la disponibilidad prestadas en el proceso de erección de nuevas congregaciones femeninas autóctonas. La presencia de las Misioneras de la Consolata y de sus obras ha ido ampliándose desde Africa hasta América Latina, manteniendo siempre vivo el fin del instituto acerca del primer anuncio del evangelio a los no cristianos y prestando especial atención a los problemas relativos a la promoción de la mujer, desempeñando su apostolado a través de escuelas, hospitales, orfanatos y otras obras asistenciales. En 1996, las Misioneras de la Consolata eran 991, distribuidas en 155 casas. Misioneras de la Inmaculada, Religiosas. El Instituto de las Religiosas Misioneras de la Inmaculada reconoce como su fundador al '"Instituto Pontificio de Misiones Extranjeras (PIME). El 8 de diciembre de 1936 se fundó en Milán la rama femenina deseada por el capítulo general del PIME que, durante su reunión en Hong Kong, en 1934, había firmado una moción en ese sentido. Esta decisión había sido promovida por el Beato P. Pablo Manna, que ya antes había lanzado la idea de una fundación femenina paralela al instituto misionero del PIME, al que pertenecía. Otro punto de referencia inicial para las Misioneras de la Inmaculada fue la madre Josefina Dones, de las religiosas Reparadoras, primera superiora general de la congregación, que había colaborado con el P. Manna en la animación misionera de la Iglesia italiana a través de la prensa, ya desde 1917. La congregación de las Misioneras de la Inmaculada se caracteriza por su fin exclusivamente misionero. Las religiosas se dedican al anuncio evangélico directo a todas las gentes, expresado en el servicio de la caridad y en la evangelización de los no cristianos, así como el ofrecimiento de colaboración para la consolidación de Iglesias que, tras haber acogido la fe cristiana, requieren un posterior esfuerzo misionero. Actualmente (19%) las Misioneras de la Inmaculada son 762, distribuidas en 90 casas, y ejercen su misión en Italia, Gran Bretaña, Brasil, Bangladesh, India, Papua Nueva Guinea, Hong Kong, Camerún y Guinea Bissau. Misioneras Seculares Combonianas. El Instituto secular de las Misioneras Combonianas fue fundado por el Padre Egidio Ramponi, Religioso Comboniano, en 1950, en Gozzano (Novara, Italia). Jurídicamente depende del obispo de Rímini. Nació de la necesidad de sensibilizar a la Iglesia italiana sobre su responsabilidad en la evangelización de los pueblos, a través de la animación misionera. Posteriormente el instituto, denominado de las «Celadoras de la Inmaculada», al extenderse por varias diócesis italianas tomó el nombre de «Auxiliares Combonianas». El obispo de Rímini concedió la aprobación provisional del instituto en 1959. En 1966 fueron nuevamente elaborados los reglamentos de acuerdo con las indicaciones del Vaticano II, y el 8 de diciembre de 1968 la Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares aprobó canónicamente el Instituto. En 1969 alcanzó su configuración jurídica definitiva. Las Misioneras Seculares Combonianas, junto con el esfuerzo de la animación de la Iglesia local al deber de la evangelización ad gentes, han adoptado también el servicio directo en la actividad misionera de la Iglesia en algunos territorios de evangelización de América Latina. Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús (MCCI). El instituto tiene como base el Plan para la regeneración de Africa propuesto por San Daniel Comboni (1831-1881), del Instituto Mazza de Verona. La iniciativa de Daniel Comboni se inserta dentro de la fuerte recuperación de la acción misionera de la Iglesia en el siglo XIX, especialmente en Africa. El Instituto Mazza, al que pertenecía Comboni, se había integrado en la labor de evangelización desarrollada en los territorios del Vicariato de África Central, que comprendía los territorios de los actuales estados de Sudán, Chad, Níger, República Centro- africana, Uganda, Kenia, Tanzania, Ruanda, Burundi y parte de la República Democrática del Congo, Nigeria y Camerún. Mons. Daniel Comboni (1831-1881) zarpó en 1857 para Africa Central, donde llegó en 1858. A a las dos congregaciones a buscar el camino de la unidad. El 2 de septiembre de 1975 los dos capítulos generales, convocados conjuntamente en Alemania, en Ellwangen/Jagst, decidieron, con ordenamiento jurídico especial, la reunificación de las dos congregaciones (Hijos del Sagrado Corazón de Jesús y Misioneros Hijos del Sagrado Corazón de Jesús) en un único Instituto. La decisión fue ratificada por una gran mayoría de los respectivos miembros, a través de un referéndum. Con decreto de la sagrada Congregación de Propaganda Fide, el 22 de junio de 1979 fue sancionada oficialmente la unión de las dos congregaciones que se inspiraban en Daniel Comboni como fundador. Actualmente (1996) son 2.298 miembros, 1.316 de ellos sacerdotes, distribuidos en 355 casas. Misioneros de Enfermos Pobres (Hermanos). Fundados por Antonio Jácome Pumar el 10 de junio de 1946, en Barcelona, para la asistencia gratuita de enfermos pobres, tanto en sus domicilios como en régimen de internado, talleres y escuelas para adolescentes discapacitados, etc. Misioneros de la Consolata. El fundador del Instituto de Misioneros de la Consolata (Institutum Missionum a Consolata, IMC) fue José Allamano, nacido el 21 de enero de 1851 en Castelnuovo de Asti, actualmente Castelnuovo Don Bosco. que vio nacer también a san José Cafasso y a san Juan Bosco. José Allamano entró en 1862, en Valdocco, en el oratorio de Don Bosco para los estudios de bachillerato, y luego, en noviembre de 1866, en el seminario de Turín. El 23 de septiembre de 1873 fue ordenado sacerdote y destinado al seminario, primero como asistente y después como director espiritual. En 1880 llegó a ser rector del santuario de la Consolata de Turín, donde desempeñó su actividad hasta su muerte, haciendo del santuario un centro de espiritualidad mariana y de renovación de la vida cristiana para la ciudad de Turín y para toda la región. Allamano tenía una salud débil, lo que le impidió seguir la llamada a evangelizar personalmente a los pueblos paganos. No obstante, en 1885 elaboró un proyecto para la preparación de sacerdotes al trabajo en las misiones. El proyecto fue aprobado por el cardenal arzobispo de Turín y por los obispos piamonteses en 1900. Finalidad del Instituto era la evangelización de los pueblos de Africa ecuatorial. Los miembros del nuevo Instituto estaban vinculados a él con un juramento de observancia de los votos religiosos y se comprometían a realizar un servicio de cinco años en tierras de misión antes de entrar a formar parte de la nueva fundación de manera definitiva. La primera expedición misionera del nuevo Instituto partió en 1902 con destino a Kenia, cuyos territorios fueron separados del vicariato apostólico de Zanzíbar, erigidos como misión autónoma y encomendados a los miembros del nuevo instituto turinés. El Instituto se convirtió en congregación religiosa en 1909 con la aprobación de las primeras constituciones. Obtuvo el decreto pontificio de alabanza el 28 de diciembre de 1909. El primer capítulo general, presidido por el fundador, tuvo lugar en 1922. En él se adecuaron canónicamente las constituciones, que fueron aprobadas por diez años por la Sagrada Congregación de Propaganda Fide en 1923, y más adelante de forma definitiva, el mismo año. El fundador había sido elegido superior general de la Congregación desde el primer capítulo general. Originalmente el Instituto asumió como fin primario la conversión de los pueblos de África ecuatorial, configurándose después como congregación religiosa misionera con el fin específico de la evangelización de los no cristianos, junto con la disponibilidad para ayudar a Iglesias ya fundadas pero que requieran un nuevo servicio en el campo de la evangelización. Actualmente los misioneros de la Consolata trabajan en 24 países de Africa, América, Europa y Asia. En 1996 los miembros de la congregación eran 1.015 (754 sacerdotes), distribuidos en 236 casas. José Allamano fue beatificado el 7 de octubre de 1990 por el papa Juan Pablo II. Misioneros de la Inmaculada Concepción de Lourdes (MIC). Finalidad de la congregación, fundada en Garaison (Francia) en 1848, por Jean-Louis Peydessus, es la animación de santuarios marianos, así como el apostolado en colegios y parroquias, con preferencia hacia los más pobres. Misioneros de la Preciosa Sangre. Del culto a la preciosísima sangre de Cristo nacieron a lo largo del siglo XIX varios institutos religiosos masculinos y femeninos, todos ellos dedicados a la actividad misionera y caritativa. Entre ellos hay que recordar a los Misioneros de la Preciosísima Sangre (CPPS), fundados en 1815 en San Felice di Giano (Pe- rusa, Italia) por san Gaspar Baltasar Melchor del Búfalo, presentes hoy en Europa y América, y activos, como misioneros, sobre todo en Chile y Brasil. Entre los institutos femeninos se pueden mencionar las Adorarices de la Sangre de Cristo, fundadas en 1834 por María de Mattias, y las Religiosas Misioneras de la Preciosa Sangre, fundadas en 1885 por el abad Franz Pfanner en Mariannhill (Misioneros de /"Mariannhill), presentes sobre todo en Suráfrica. Misioneros de la Sagrada Familia (MSF). Congregación religiosa fundada en Grave (Holanda) por el P. Juan Berthier, sacerdote francés perteneciente a los Misioneros de La Salette. Misionero infatigable, quiso salir al paso de los jóvenes que encontraban dificultades para realizar sus ideales por su edad avanzada o la falta de recursos económicos. Así surgió la congregación, aprobada por León XIII, que tomó a la Sagrada Familia como modelo de unión profunda de corazones, de obediencia a los planes de Dios y de entrega generosa del Hijo de Dios a todos los hombres, con un estilo de sencillez y laboriosidad. Realiza su misión especialmente con la actividad misionera, la pastoral vocacional y la pastoral familiar. Está extendida por 18 países del mundo, y cuenta con casi 1.200 miembros. Misioneros de los Sagrados Corazones. La congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María (MMS- SCC) fue fundada por el P. Joaquín Roselló Ferra, el 17 de agosto de 1890, en la ermita de Sant Honorat, Randa (Palma de Mallorca). para el ministerio apostólico, especialmente por la predicación. Misioneros de Nuestra Señora de La Salette. Más conocidos con el título abreviado de Misioneros de La Salette (MS) o Saletinos, tienen su origen en las apariciones de la Virgen, en 1846, a dos pastores, Beatos Maximino Giraud y Melania Calvat, en la parroquia de La Saleta (Isére, Francia). Después de cinco años de silencio sobre el asunto, en 1842 Filiberto de Bruillard, obispo de Grenoble, aprobó la aparición, ordenando la construcción de una iglesia en el lugar de la misma, y estableciendo un grupo de misioneros diocesanos para cuidar el santuario y atender a los peregrinos con la predicación de la Palabra, la celebración de la eucaristía y, sobre todo, el ejercicio de la reconciliación, a la luz de la aparición de la Virgen en La Salette. Estos sacerdotes serán los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette, aprobados definitivamente como congregación de derecho pontificio el 7 de junio de 1879. A principios del siglo XX, a raíz de la persecución religiosa en Francia, los Misioneros se extendieron por el mundo entero, atendiendo santuarios en la mayoría de los países. Actualmente están divididos en once provincias, tres regiones y un distrito (España), y son unos novecientos en todo el mundo. Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos). Congregación de derecho pontificio, fundada por el Beato Monseñor Juan Bautista Scalabrini, obispo de Piacenza, el 28 de noviembre de 1887. El fin de la Congregación es, según Scalabrini. «mantener viva en el corazón de nuestros emigrantes la fe católica y procurar, dentro de lo posible, su bienestar moral, civil y económico». Este fin se consigue «enviando misioneros y maestros por todas partes donde la necesidad lo requiera; erigiendo iglesias y oratorios en los diversos centros..., y fundando casas de misioneros; abriendo escuelas para los hijos de los italianos...». En 1969 la Congregación amplió su finalidad de asistencia religiosa también a los demás grupos étnicos. La institución de mons. Scalabrini fue aprobada por León XIII con el breve Libenter agnovi- mus, del 15 de noviembre de 1887. El 19 de octubre de 1888 la sagrada Congregación de Propaganda Fide, de la que dependía, aprobó ad experimentan] el reglamento. A comienzos de 1895, la nueva Regla de los Misioneros de San Carlos para los Italianos emigrados fue aprobada definitivamente, introduciéndose en el instituto los votos religiosos perpetuos. Los primeros destinos de los Scalabrinos fueron Nueva York, en Estados Unidos, y los estados de Paraná y de Espirito Santo, en Brasil (1888). En diciembre de 1888 León XIII envió a los obispos de América una carta apostólica, Quam aerumnosa, para presentar a los misioneros Scalabrinos. Dos años más tarde, las misiones de Estados Unidos constituyeron una provincia, dedicada a san Carlos Borromeo. En 1896 los Scalabrinianos llegaron a Rio Grande do Sul y, al año siguiente, también las misiones de Brasil llegaron a constituir la «provincia de San Pablo». En 1901, cuando mons. Sacalabrini visitó América del Norte, sus misioneros estaban ya en los estados de Nueva York. Nueva Jersey, Ma- ryland, Connecticut, Massachusetts. Rhode Island, Ohio, Michigan, Minnesota y Missouri. En 1904, año de la visita del fundador a las misiones de Brasil, estas, que habían crecido en número, estaban ya divididas en dos provincias: la de «San Pablo», correspondiente a los territorios del estado homónimo y de Paraná, y la de «San Pedro», en Rio Grande do Sul. Desde 1905 hasta 1919, por dos sesenios consecutivos, dirigió la Sociedad el veronés P Domenico Vicentini. Su superiorato coincidió con los años más difíciles, por la guerra de 19151918. que dispersó a los pocos estudiantes de teología, pero también por la revisión interna realizada en 1909 con la sustitución de los votos religiosos por un juramento de perseverancia. El cardenal Rafael Carlos Rossi, que llegó a ser secretario de la Sagrada Congregación Consistorial en 1930. tomó a pecho la suerte de la Congregación, hasta el punto de querer devolverle los rasgos jurídicos que había querido el fundador, mediante la reintegración de los votos religiosos, cosa que tuvo lugar el 8 de abril de 1934. En 1968 la Congregación experimentó su máxima expansión, con 794 religiosos y 220 residencias. En 1996 los miembros habían descendido a 749 (623 sacerdotes), mientras las casas aumentaron ligeramente (241). Junto a los misioneros scalabrinos trabajan entre los emigrantes las Religiosas Misioneras de San Carlos Borromeo (Scalabrinianas), fundada por Monseñor Scalabrini y la Beata Madre Maria Asunta Marchetti. Misioneros del Espíritu Santo (MspS). Fundados en México por el Beato P. Félix de Jesús Rougier, y la Beata Concepción Cabrera de Armida, en 1914, tienen como fin específico la dirección espiritual en general y las obras sacerdotales para la santidad del pueblo de Dios. Misioneros Espirítanos. Los Beatos Padres Claudio Poullart des Places (1679-1709). abogado de familia acomodada, y Francisco Libermann (18021852), hijo de un rabino judío, hicieron realidad el carisma de la actual Congregación del Espíritu Santo y del Inmaculado Corazón de María. El primero dio comienzo en 1703 a la Congregación del Espíritu Santo, para preparar sacerdotes «disponibles para todo: evangelizar a los pobres, e incluso a los infieles; aceptar, mejor aún, amar de todo corazón y preferir sobre todo los trabajos más humildes y penosos para los cuales difícilmente se encuentran obreros». El segundo comenzó en 1839 el primer noviciado de los Misioneros del Corazón de María: y en 1848 fusionó su instituto con la ya centenaria Congregación del Espíritu Santo, siendo elegido primer superior general después de la fusión. Desde su consagración en comunidad, los Misioneros Espirítanos (CSSp) realizan su misión evangelizados de múltiples formas, dando preferencia a los marginados y más desfavorecidos individual o colectivamente. En 1996 eran 3.157 miembros (2.499 sacerdotes), distribuidos en 725 casas. Sociedad de san Francisco Javier para las Misiones Extranjeras (SX) fue fundada en 1895, en Parma, por San Guido María Conforti (1865-1931), obispo de Ravena (1902-1907) y Parma (1907-1931). El fundador se situó en el camino de renacimiento del espíritu misionero de la Iglesia, que tuvo lugar entre mediados del siglo XIX y mediados del XX, como expresión de este camino, pero también como protagonista del mismo. Además de la fundación del Instituto de los Misioneros Javerianos, se comprometió en la difusión de las Obras Misionales Pontificias, colaboró con el Beato P. Pablo Manna, en la fundación de la Unión Misionera del Clero, llegando a ser su primer presidente. Con respecto al Instituto misionero del que fue fundador, cuidó de manera especial sus constituciones, desde 1896 hasta 1931. Quería que su congregación se caracterizara por su finalidad exclusivamente misionera; y en ese sentido estableció para los miembros de su instituto «el voto de misión», con el que se sancionaba el compromiso total por la conversión de los infieles, añadido a la profesión de los tres votos religiosos tradicionales, queriendo perfeccionar así la entrega total e irrevocable de todo javeriano a la causa de la evan- gelización de los no cristianos. Los comienzos del Instituto, estuvieron llenos de dificultades; pero esto no impidió el envío de los dos primeros misioneros javerianos a China, ya en 1899. La nueva fundación recibió el decreto pontificio de alabanza en 1906, mientras que la aprobación definitiva de las constituciones llegó en 1921. Ese mismo año mons. Guido M. Conforti fue nombrado por el papa Benedicto XV superior general de por vida del Instituto, que dependía de Propaganda Pide. Mientras tanto, la congregación fue consolidándose en las estructuras que soportaban la actividad misionera de sus miembros. También la misión en China se desarrolló, ampliándose al encomendarse al Instituto nuevos territorios para evangelizar. El proceso de expansión quedó interrumpido por la expulsión de todos los Misioneros Javerianos que se encontraban en territorio chino, al pasar bajo el sistema de gobierno inspirado en la línea comunista de Mao Tse-Tung. Los Misioneros Javerianos expulsados de China se dedicaron a la evangelización de nuevos pueblos: en 1949 fundaron sus propias misiones en Japón. En los años inmediatos se abrieron misiones de los Padres Javerianos en Sierra Leona, Indonesia, Bangladesh y Brasil. Zaire y Burundi fueron alcanzadas por las misiones javerianas en 1958 y 1973 respectivamente, mientras y, una vez garantizada la predicación de las misiones populares. Misioneros Oblatos de Maria Inmaculada (OMI). Fue fundado en 1815, por San Eugenio de Mazenod (1782-1861), prelado frances y Obispo de Marsella. Esta congregación esta destinada a las misiones populares. La actividad de los Oblatos se difundió con gran rapidez por Europa y otros continentes. En 1841 aceptó enviar misioneros al extremo norte del continente americano, donde escribieron sus más bellas páginas de apostolado fecundo. En 1847 envió también misioneros a la isla de Ceilán y en 1851 a Suráfrica. y posteriormente abrió misiones en Australia, Indochina, Filipinas, Congo, Camerún, Japón. América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Paraguay. Uruguay). Otro fin de la Congregación es la dirección de seminarios y la enseñanza de la juventud; Mazenod no dudó en adoptar la moral de san Alfonso contra el rigorismo semijansenista dominante en las escuelas teológicas francesas. En 1848 los Oblatos de María Inmaculada abrieron la Universidad de Ottawa, en Canadá, y constituyeron prestigiosas escuelas superiores en la isla de Ceilán y en Suráfrica. Eugenio de Maze- nod llegó a ser obispo de Marsella en 1832. Antes de morir el 21 de mayo de 1861 pudo alegrarse del gran desarrollo misionero de su Congregación. Actualmente (1996) forman parte de esta Congregación 5.061 miembros, entre religiosos y novicios (de los cuales 3.720 son sacerdotes) y están distribuidos en 1.300 casas. Mons. Carlos José Eugenio de Mazenod fue canonizado por el papa Juan Pablo II el 3 de diciembre de 1995. Mística. En el lenguaje específico de las ciencias religiosas, el término «mística» (del griego myein. iniciar, consagrar) indica una experiencia de la realidad divina trascendente que va más allá del conocimiento racional y de la conciencia común. En todos los pueblos y en todas las religiones existen testimonios de experiencias de este tipo. La mística cristiana aparece mencionada varias veces en la Sagrada Escritura, por ejemplo en el apóstol Pablo, y, a lo largo de la historia, ha ido tomando rasgos y matices diversos en todas las Iglesias cristianas, sobre todo en la experiencia de hombres y mujeres de fe profunda y vida santa, con frecuencia precisamente en los monasterios. La mística cristiana está estrechamente vinculada a la meditación y a la ^contemplación, aunque las supera por ser «experiencia directa» de Dios. Numerosas y variadas han sido las formas (y las vías) de la experiencia mística en cada una de las Iglesias, monasterios, órdenes, países y épocas históricas, tanto en Oriente como en Occidente, e incluso en las Iglesias protestantes. Se trata de un campo difícil y complejo, en el que no es fácil orientarse y distinguir las experiencias auténticas de ciertos caminos engañosos, y hasta de fenómenos pseudorreli- giosos. Antiguamente se acostumbraba a distinguir los siguientes grados de iniciación y de experiencia mística: 1) vía purgativa («vía de la purificación»), en la que se alcanza la propia libertad a través del f ayuno, la ^ascesis y el abandono confiado en Dios; 2) vía iluminativa («vía de la iluminación»), por obra de la gracia de Dios; 3) vía unitiva («vía de la unificación»), experiencia directa en la «visión» y en la «unión mística» con Dios. A diferencia de las formas no cristianas, como sucede por ejemplo en el budismo, en la mística cristiana nunca se suprime la personalidad individual, ni siquiera en el éxtasis (del griego ekstasis, rapto, arrobamiento), sino que queda siempre a salvo. Mitra. Mitra (vocablo latino de origen griego mitra, banda para la cabeza, diadema) o ínfula (del latín infula, banda, como adorno para la cabeza) es un sombrero especial, con funciones de insignia litúrgica, propia de los obispos y prelados «mitrados». Propiamente no se puede hablar de un influjo de la antigüedad grecorromana en la evolución de la mitra. En los primeros siglos de la Edad media, por influjo del Antiguo y del Nuevo Testamento, se introdujo en la Iglesia latina una especie de sombrero, especialmente usado por los obispos, que pronto se llamó exclusivamente «mitra». El testimonio más antiguo de la entrega de una mitra a un obispo por parte del papa se remonta al año 1049 (al arzobispo Eberardo de Tréveris). El primer abad que recibió la mitra fue Egelsino de Cantorbery en 1069. Como insignia litúrgica de la dignidad episcopal la mitra se impuso en todo el Occidente a lo largo de los siglos XI y XII; su uso se amplió bien pronto también a los abades, prebostes y otros altos prelados. Los abades y demás superiores monásticos de alto rango, además de los altos prelados, la recibían del papa; incluso el concilio de Basilea (1431-1448) dio disposiciones para su asignación. La forma inicialmente rica y complicada de la mitra episcopal se sustituyó pronto con las dos cornua («puntas», «cúspides», especie de alas que salen en punta hacia arriba desde el cubrecabezas curvado hacia dentro, en su propio centro). Las dos cornua se interpretaban alegóricamente como símbolo del Antiguo y del Nuevo Testamento. Generalmente la mitra estaba ricamente embellecida y adornada con dos finas bandas (ínfulas) que descendían por los lados, de modo que eran uno de los elementos característicos de las vestiduras pontificales. Según su función y su valor artístico se distinguen diversos tipos y formas de mitra. De la mitra se derivó la tiara, como insignia extralitúrgica de la autoridad pontificia. El papa Pablo VI la abandonó el 13 de noviembre de 1964. con un gesto de valor testimonial. La mitra se utiliza también en muchas iglesias de la reforma protestante que quisieron conservar las costumbres de la Iglesia medieval, como la Iglesia anglicana de Inglaterra y la evangélico-luterana de Suecia. Monacato o monaquisino. Es la forma de vida del f monje. Se trata de un fenómeno ampliamente difundido en la historia de las religiones, por el que unos hombres o, más raramente, mujeres eligen vivir sin casarse, renunciando a la posesión de bienes, durante toda su vida o por un tiempo determinado, con una finalidad exclusivamente religiosa. Esta forma de vida religiosa puede llevarse dentro de una comunidad monástica, como ermitaños o como ascetas itinerantes. El monacato cristiano hunde sus raíces en el mensaje evangélico. En su verdad más profunda, que en la historia se ha explicitado de formas diversas y siempre nuevas, el monacato encarna la aspiración ideal a una pertenencia total a Dios en el seguimiento de Cristo, a través de los ^ consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Esta aspiración no se entiende sólo como una búsqueda de la propia santificación personal, sino que se vincula a la presencia cristiana y caritativa en el mundo. Para los desarrollos históricos del monaquismo, véase el ensayo inicial de esta obra, La vida religiosa en la historia cristiana. Monacato laical. Tanto en Orien-te como en Occidente el monacato cristiano fue. desde sus orígenes, un fenómeno esencialmente laical, aunque muy pronto se aceptó a los sacerdotes y algunos monjes recibieron la ordenación sacerdotal (en número creciente a partir del siglo IV). Esta evolución tenía entre otras razones la de la celebración de la liturgia dentro de los monasterios, dado que la celebración de la eucaristía fue siempre una prerrogativa de los sacerdotes. La regla de san Benito ('"Benedictinos) está pensada ante todo para monjes laicos; no obstante, el capítulo 60 prevé que también quien es sacerdote puede ser acogido en la comunidad (aunque sin gozar de especiales privilegios). El capítulo 62 afirma después que el abad puede solicitar que se ordene sacerdote o diácono a un monje que él considere idóneo para desempeñar este cargo. Las cosas estaban fundamental mente lo mismo en las demás comunidades monásticas en el paso de la tardía antigüedad a la primera Edad media. A partir del siglo IX los sínodos comenzaron a exigir que el abad de los monasterios (benedictinos) recibiera la ordenación sacerdotal. También los comienzos de las nuevas órdenes, a través de las cuales se afirmó la reforma de la Iglesia de los siglos X-XIII. se caracterizaron de forma predominante por el monaquisino laical. Fue el concilio de Viena, en 131 1, el que transformó la Orden benedictina en borden clerical, «para una celebración más rica del servicio divino». A partir de la alta Edad media, en casi todas las órdenes y congregaciones, junto a los monjes sacerdotes y a los canónigos hubo «hermanos /"laicos» o conversos; algo semejante sucedió también en los monasterios femeninos, con la distinción entre canonesas y «hermanas laicas» o conversas. En la Iglesia católica, en los últimos decenios, ha habido un esfuerzo por superar la distinción histórica de dos grados o rangos diversos dentro de las órdenes religiosas, eliminando así las diferencias, frecuentemente de orinen social. En los monasterios de las Iglesias orientales aun hoy la mayor parte de los monjes son laicos y gozan de los mismos derechos que sus hermanos sacerdotes. Monasterio. La palabra monasterio (en latín monasterium, pero también claustrum, expresión latina tardía, derivada del verbo claudere, cerrar; y además coeno- bium; abbatia; celia) indica el lugar donde vive la comunidad de religiosos, es decir, de las personas que consagran su vida a la práctica de los /"consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia). A lo largo de la Edad media el término monasterio y sus correspondientes no se emplearon de manera unívoca en latín y en las diversas lenguas vulgares. Esta polivalencia de significado y de uso del término permanece aún hoy. Con él se puede entender el conjunto de edificios monásticos, el edificio o fábrica de una iglesia, y también una comunidad monástica o conventual (/"convento). En los primeros siglos cristianos -los testimonios más antiguos se remontan al siglo III- algunos ascetas que aspiraban a la perfección se retiraron a la soledad. apartándose del mundo, para vivir como /"anacoretas o '"ermitaños. Muy pronto estos ascetas se reunieron en lauras (cabañas o cavernas), rodeadas por un muro o empalizada, que comprendían también una iglesia para la misa común dominical. Este modelo de vida comunitaria de los primeros monjes egipcios y sirios sirvió de estímulo para el nacimiento y desarrollo del cenobitismo (^cenobitas) y, posteriormente, para el surgir de los monasterios. En Oriente el primero en reunir a sus discípulos en un único lugar común fue san Pacomio (t 347). En Occidente el monacato se desarrolló desde el principio bajo la forma de cenobitismo y, por tanto, en los monasterios. Fue en los siglos XI y XII. con el movimiento eremítico, cuando hubo monjes que volvieron a vivir en cabañas solitarias o en cuevas aisladas. Sin embargo, en los primeros siglos de la Edad media normalmente los monjes occidentales llevaron una vida comunitaria, en los monasterios y sometidos a las respectivas reglas monásticas ( f regla). A partir del siglo VI y hasta el XI, el modelo monástico dominante fue el que se inspiraba en la regla de san Benito (^Benedictinos); esto fue decisivo no sólo para las órdenes monásticas sino también para las fundaciones de los canónigos. Efectivamente, en la regla de sar\ Benito aparecen ya todos los elementos esenciales de un monasterio: oratorium («oratorio» o lugar reservado a la oración. iglesia), refectorium (comedor), dormitoñum (dormitorio), coquina (cocina), bibliotheca (lugar reservado para la conservación de los libros y la lectura), hortus (huerto o jardín), celia hospitum (lugar reservado a los visitantes u hospedería), celia novitiorum (espacio reservado a los «novicios» o noviciado), celia ostiarii (portería), y celia infirmo ruin (enfermería). Muy pronto la tradición benedictina añadió a estas partes del monasterio la sala capitular (/* capítulo), el parlatorium (locutorio o lugar destinado a las visitas), el calefactorium (lugar caliente donde los monjes podían entrar en calor y secar los hábitos y otras prendas mojadas cuando llovía; en la estación fría este lugar se usaba también para escribir y para otros menesteres) y la casa del abad. Benito había establecido (c. 66 de la regla) que el monasterio debía construirse de modo que todo lo indispensable para vivir (agua, molino, jardín, talleres) se encontrara dentro de su recinto, de modo que los monjes no tuvieran necesidad de salir del monasterio y tener que andar dando vueltas, cosa que para el alma es más dañoso que útil. Estas disposiciones de la regla tuvieron carácter normativo durante los siglos siguientes y hallaron plena realización en el monasterio de Saint Gallen, cuyo proyecto, de época carolingia, representa el tipo ideal de los grandes conjuntos monásticos de comienzos del siglo IX. Sin embargo, dentro de este amplio conjunto monástico, la vida religiosa de los monjes se concentraba en un espacio más reducido: iglesia, claustro (con la fuente para lavarse y afeitarse), refectorio, dormitorio y capítulo. Estos ambientes estaban estrictamente reservados a los religiosos y protegidos del mundo exterior mediante la clausura. A las mujeres se les prohibía la entrada. En torno a este centro se extendían los ambientes y lugares más utilizados: jardines, huertos, cuadras, establos, cobertizos, bodega, molino, talleres, habitaciones de los criados, hospedería, locutorios, habitaciones y la casa (o apartamento) del abad. Monasterios de esta magnitud podían comprender muchas hectáreas de terreno, poseer numerosas iglesias (para el servicio f coral de los monjes y para las necesidades de los laicos: coro e f «iglesia de los laicos») y dar trabajo y refugio a cientos de personas. Todo el conjunto monástico estaba rodeado por un muro, dotado de puertas y a menudo protegido incluso con torres. De ese modo el monasterio era al mismo tiempo santuario, colonia rural y fortaleza; en caso de guerra se convertía. además, en lugar de refugio para la población (y para sus bienes muebles) de los alrededores. Además de las tierras que se encontraban en las proximidades del monasterio, y que él se encargaba de cultivar y administrar, los grandes monasterios de los primeros siglos de la Edad media poseían también amplias extensiones de tierras, a menudo incluso a gran distancia, con granjas y establos (apriscos para los animales de pastoreo), bosques, aguas abundantes en pesca, etc. En el caso de algunos monasterios estas posesiones llegaron a abarcar muchos miles de hectáreas y acabaron por atraer las miradas de muchos que codiciaban su posesión, como intendentes, procuradores civiles o «abogados» (/"Abogacía), pero también señores, seglares y eclesiásticos, de aquellas regiones. En épocas de incertidumbre o de guerra, los monasterios con sus riquezas, reales o presuntas, estaban siempre expuestas al peligro de los saqueos. Todas las personas que directa o indirectamente pertenecían al monasterio, constituían la familia del monasterio, numerosa y estructurada jerárquicamente. Cada «familia» tenía el nombre de un santo (por ejemplo, la familia Sancli Quirini, del monasterio de Tegernsee). El ingreso en el monasterio podía tener lugar a cualquier edad, desde la primera infancia (/'"oblato, oblación) hasta la ancianidad (para encontrar la paz del alma, pero también para asegurarse una asistencia). Para ingresar en algunos monasterios masculinos y femeninos se requería tener origen noble y, como consecuencia, aportar una dote. Durante los primeros siglos de la Edad media y hasta bien entrado el siglo XI, los grandes monasterios, con sus escuelas, sus escritorios (escuelas de amanuenses y miniaturistas), /"bibliotecas y talleres de arte, fueron los centros culturales más importantes de todo Occidente. También el arte médico se cultivó casi exclusivamente en ellos, al menos hasta la fundación de las universidades (después de 1200). Con este fin se cultivaban las hierbas curativas y, posteriormente, se instituyeron las farmacias de los monasterios, para curar a hombres y animales. Los monasterios más importantes se encontraban en el campo, en las proximidades de las ciudades, y únicamente en algunos casos dentro de las mismas ciudades. Cuando esto sucedía, los monasterios eran más pequeños. Con mayor frecuencia, en cambio, tenían su sede en las ciudades los monasterios femeninos, ya que en ellos los miembros podían contar con mayor protección. Numerosos monasterios benedictinos alemanes ejercieron un gran influjo no sólo espiritual y cultural, sino también político (al servicio de los reyes y, posteriormente, también de los papas), adquiriendo gran importancia incluso como centros misioneros y coloniales, como es el caso de Reichenau, Sankt Gallen, Fulda. Corvey. Nie- deraltaich, Tegernsee. St. Emme- ran de Ratisbona y Kremsmüns- ter. En Alemania se conserva, aún hoy, la estructura de un gran monasterio medieval en el antiguo monasterio cisterciense de Maulbronn (Wüiltemberg). A partir del siglo XI, con el renacimiento de las ciudades y con los grandes cambios sociales de la alta Edad media, los monasterios perdieron el rol dominante que habían ocupado anteriormente. Siguiendo las huellas de los movimientos reformistas de los siglos XI y XII, cambiaron también las estructuras internas de los antiguos monasterios, que hasta entonces habían conservado un carácter unitario. De este modo, dio comienzo un gran proceso de di versificación, incluso dentro de los mismos monasterios benedictinos. Aún más marcadamente diferenciada fue la estructura de los monasterios pertenecientes a las nuevas órdenes y, especialmente, a las órdenes mendicantes del siglo XIII. Los monasterios, o al menos gran parte de ellos, perdieron su autonomía y fueron agrupados en asociaciones y /^congregaciones. En el caso de las nuevas órdenes, desde el comienzo fueron sometidos al gobierno de la autoridad central de la Orden. Los últimos siglos de la Edad media no fueron, en general, muy propicios para el desarrollo de los monasterios. En los siglos XVI y XVII. la reforma protestante significó para media Europa el fin de los monasterios y, en muchos casos, incluso la destrucción de los mismos complejos monásticos existentes. Lo demás lo hicieron las guerras, sobre todo la de los Treinta años (1618-1648). Sin embargo, la vida monástica volvió a florecer en los países católicos durante la época barroca (siglos XVII y XVIII), en una fase de extraordinaria vitalidad cultural y religiosa. Expresión visible de ello fueron, sobre todo, los nuevos y grandiosos edificios monásticos (iglesias, monasterios, edificios rurales y para usos laborales), de forma especialmente impresionante en los territorios de los Habsburgo y en toda la Alemania meridional. No obstante, también estas grandiosas residencias permanecieron fundamentalmente fieles al modelo de los conjuntos monásticos de la primera Edad media; por ejemplo, KIosterneuburg, Melk, Gótt- weig, St. Florian y Kremsmünster, en la actual Austria, pero también las antiguas abadías bávaras y las espléndidas Aibadías imperiales de Suabia, como Kempten, Ottobeuren, Och sen ha usen, Zwiefalten, Weingarten y Salem. En Europa y América Latina, la Revolución francesa, con todas sus consecuencias, y en primer lugar la secularización, condujo en casi todos los países a la supresión de la mayor parte de los monasterios y, con mucha frecuencia, incluso a su destrucción, lo que significó un daño incalculable, aunque sea sólo por lo que respecta al patrimonio arquitectónico. En Europa central, tras las leyes sobre la reducción de los monasterios, promulgadas por el emperador José II, entre 1780 y 1790, sólo las abadías y los monasterios de los territorios de los Habsburgo lograron mantener una tradición ininterrumpida hasta los siglos XIX y XX. Las órdenes católicas de la era moderna, comenzando por los Jesuítas, habían construido un nuevo tipo de casa religiosa, pensado en función de las tareas específicas de cada orden. Un ejemplo de esta concepción eran precisamente los colegios de los Jesuítas. Las congregaciones y los institutos religiosos que nacieron o renacieron en el siglo XIX ocuparon sólo parcialmente los antiguos monasterios; los demás crearon casas nuevas, generalmente de estilo más bien sencillo, ideadas y construidas en función de los cometidos que debían desempeñar. Esto se ha mantenido fundamentalmente hasta el presente, a pesar de la desolación que las guerras y las dictaduras del siglo XX han dejado tras de sí. En los monasterios actuales, a pesar de una fundamental conformidad con los principios de la regla, las jornadas se organizan de diferentes maneras, con horarios que pueden variar incluso dentro de una misma orden, según las tareas que desarrollan los miembros de cada comunidad. Como ejemplo citamos la abadía benedictina de Schaftlarn (en el valle del Isar, en Munich). El monasterio lo gobierna un abad mitrado. La comunidad monástica la componen (situación en 1991) además del abad, que había dimitido en 1973, catorce padres (monjes sacerdotes), cuatro hermanos y un clérigo. La abadía gestiona un colegio de enseñanza media y un colegio mayor. Organización de la jornada en el monasterio: 5,10 horas: levantarse; 5,30: laudes; 5,50: misa conventual (oficio monástico); sigue la asistencia pastoral a las religiosas y en las parroquias cercanas, la docencia en el colegio y otros trabajos; 12.15: hora intermedia; 12,30: comida; siguen la adoración eucarística, el tiempo dedicado al trabajo, en el que a cada monje se le asignan tareas especiales, y la asistencia a los alumnos del colegio; 18,00: vísperas; 18,25: cena y recreo; 19,10: vigilia (anticipada)-com- pletas; 20,00: silencio (siten- ti uní) y descanso. Monasterio doble. Está compuesto por una comunidad de monjes y otra de monjas que siguen la misma regla y viven en un mismo lugar, aunque rígidamente separadas la una de la otra. Esta institución se remonta al siglo IV -primero en las Iglesias orientales- y está vinculada a motivos pastorales, además de a preocupaciones de orden social (ayuda mutua en el trabajo, mayor protección de las comunidades monásticas femeninas en tiempo de guerra). Los peligros con que se enfrentaba esta experiencia y algunos abusos que se derivaron de ella supusieron una serie de prohibiciones, como las que establecieron el emperador Justinia- no (529) y el segundo concilio de Nicea (787). En la Iglesia oriental los monasterios dobles desaparecieron durante la Edad media. También en Occidente, a partir de la primera Edad media, hubo monasterios dobles, aunque en la mayor parte de los casos se trata de monasterios femeninos, presididos por una abadesa; el grupo de monjes asociado a estas comunidades disminuyó rápidamente en número, para dejar lugar a sacerdotes seculares y canónigos, encargados de la cura pastoral de las monjas. En estos casos sólo puede hablarse de monasterio doble dentro de ciertos límites, según el modelo de las instituciones orientales análogas. Cierta recuperación puede constatarse en el siglo XII, cuando algunas monjas conversas contaron con frecuencia tumbas y sepulcros, generalmente monumentales, en honor de fundadores y bienhechores. La costumbre de las sepulturas en las iglesias conventuales sobrevivió no raramente incluso a la reforma protestante y a la ^secularización; y en algunos lugares continúa todavía hoy. Monfortanos. El fundador de los Monfortanos, o Misioneros de la Compañía Monfortana de María (Societas Marine Montfortana, SMM), fue San Luis María Grignon de Montfort (1673-1716). Ordenado sacerdote el año 1700, en el 1705, dio comienzo en Poitiers a la Compañía, invitando a seguirlo al joven Beato Maturino Rangeard, que tomará el nombre de hermano Maturino. De ese modo pretendía dar vida a una compañía de misioneros que se dedicaran a la evangelización de las poblaciones dispersas por los campos. Muy pronto se le unieron varios sacerdotes y hermanos coadjutores, que llevaron adelante la obra después de su muerte, acaecida el 28 de abril de 1716. En esa fecha las dos Congregaciones a las que Grignon había dado vida y reglas eran aún muy reducidas: la «Compañía de María» (rama masculina, llamada anteriormente «Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo») estaba compuesta por dos sacerdotes y siete hermanos coadjutores, mientras que las «Hijas de la Sabiduría» (rama femenina), bajo la guía de la Venerable M. María Luisa de Jesús Trichet (t 28 de abril de 1759), contaban con cuatro religiosas y algunas postulantes. Montfort fue uno de los grandes apóstoles de la devoción mariana. La única obra que publicó en su vida fue Lettre aux antis de la Croix. Otras obras suyas fueron postumas: L 'Amonrde la Sagesse étemelle (1929), que representa el marco cristocéntrico de lo que Grignon dirá posteriormente de la Virgen en su obra más conocida. Traite de la vraie dévotion ¿i la Sainte Vierge (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, 1843). En 1722 se unieron al primer grupo otros sacerdotes, y en St-Laurent- sur-Sévre pusieron los cimientos de la reconstituida Compañía de María, que sería aprobada, primero oralmente, por el papa Benedicto XIV, el 27 de septiembre de 1748, y definitivamente el 25 de noviembre de 1775, siendo confirmada después con un breve del 16 de diciembre del mismo año. El Instituto se caracteriza por la obra de santificación, propia y de los demás, según la idea de la «santa esclavitud de amor», es decir, de la consagración a María y a Jesús-Dios por medio de María, de quien Montfort se hizo apóstol para establecer el reino de Jesús. En Francia este instituto se vio combatido con fuerza por los jansenistas. En 1816 sólo contaba con dieciséis sacerdotes y cuatro hermanos laicos, pero más tarde el Instituto volvió a florecer con el nacimiento de las escuelas apostólicas, queridas personalmente por el papa Pío IX, superando así la voluntad de Montfort, que había pretendido aceptar únicamente clero ya formado. El Instituto cuenta con tres provincias: Francia, Holanda y Canadá, y cuatro viceprovincias: Inglaterra, Estados Unidos, Italia y Colombia. Tiene misiones en Nysaland. Madagascar, Is- landia, Congo Belga, Dinamarca, Mozambique, Haití. Indonesia y en otras partes del mundo. La rama masculina estuvo formada en sus primeros años por sacerdotes y hermanos laicos, denominados Hermanos del Espíritu Santo. En 1853 estos hermanos se convirtieron en congregación autónoma, con el nombre de Instituto de la Instrucción Cristiana de Hermanos de San Gabriel, más conocidos como Hermanos de San Gabriel (SG), por haber sido el Beato P. Gabriel Deshayes quien más impulso dio a la congregación. El fin específico de este Instituto se mueve en el campo de la educación cristiana en centros escolares. Actualmente la congregación trabaja en todas partes del mundo, compartiendo en muchos casos tareas comunes con la Compañía de María y con las Hijas de la Sabiduría. Actualmente (1996), la Compañía de María cuenta con 1.095 miembros, de ellos 812 sacerdotes, en 196 casas; los Hermanos de la Instrucción Cristiana de San Gabriel son 1.240 (33 sacerdotes), distribuidos en 238 casas; mientras que las Hijas de la Sabiduría son 2.634, con 358 casas. Monja. El vocablo «monja», correspondiente del masculino «monje» (del griego monakós, el que vive solo, latinizado como monaclms), indica, en sentido estricto, a las vírgenes consagradas, pertenecientes a una comunidad monástica contemplativa o a una orden monástica de ^clausura. En sentido amplio, el término se usa a veces también para designar a las religiosas consagradas, pertenecientes a una orden religiosa. Indica las religiosas con votos solemnes (moniales) con respecto a las que tienen votos simples (sórores), f Consagración de vírgenes; f religioso, religiosa; f monje. Monje (del griego monakós, el que vive solo, latinizado como monaclms). En sentido estricto, quien es miembro de una orden monástica con ?stabilitas loci, donde la vida interna del monasterio (litúrgica, conventual) tiene preeminencia sobre las actividades externas. Entre las órdenes monásticas católicas pueden recordarse: los /"Benedictinos, los /"Camaldulenses, los /"Vallombrosanos, los ^Silvestrinos, los ^ 01 i vétanos, los /"Cistercien- ses, los /"Trapenses y los ^Cartujos. En sentido más amplio pueden denominarse monjes también los miembros de las órdenes /"mendicantes, pues mantienen la oración coral, aunque entre ellos prevalecen las actividades externas. Igualmente pueden llamarse monjes los miembros de todas las antiguas órdenes medievales, exceptuando los canónigos y las órdenes canonicales (/''canónigos) y. en general, los miembros de las /"órdenes militares. El monje vive normalmente en una comunidad monástica, aunque a veces también como /"ermitaño. El término femenino correspondiente es «monja». Los miembros de las comunidades religiosas que han nacido en la era moderna, a partir de los /"Jesuítas, no son monjes, sino, generalmente, /"clérigos regulares, a los que se les llama comúnmente religiosos (con el apelativo /"«padre»). /"Monacato. Muceta (del italiano mozzare). Es una especie de esclavina, de paño o a veces de seda, que cubre la espalda y llega hasta los codos y está provista de botones por delante, y una pequeña capucha (/"capa) por detrás. El nombre procede precisamente del hecho de ser una especie de capa «recortada» (mozzata). La muceta es una insignia que visten, sobre el roquete o la sobrepelliz, los clérigos y prelados de alto rango (papa, cardenales, obispos, canónigos de los cabildos catedralicios, canónigos de los capítulos colegiales y otros). La muceta forma parte también del hábito religioso de algunas órdenes masculinas, y es del mismo color que el hábito. Nazaret, Religiosas de. Constituyen una congregación de origen francés (Monttnirail, 3 de mayo de 1822), que debe su fundación a Madame de Doudeauville, esposa y madre de familia, al jesuíta, Venerable P. Pierre Roger. apóstol de la renovación cristiana en Lyon, y a la Beata Elisabeth Rollat, la primera religiosa. Por medio de la enseñanza y las misiones, se proponen vivir y comunicar el misterio de Jesús en la pobreza y sencillez de su casa de Nazaret. Necrologios (del griego, latinizado como necrología) u obituarios. Son volúmenes que contienen. en forma de calendario, los nombres de los religiosos, de los fundadores y bienhechores difuntos de una comunidad religiosa (monasterio, capítulo, provincia religiosa). A lo largo del año toda la comunidad, reunida para la oración en común, los va recordando el día del aniversario de su muerte. Los orígenes de esta costumbre se remontan a la tardía antigüedad cristiana y a los comienzos de la Edad media. A partir del siglo VIII los necrologios se compilaron según el día del aniversario de la muerte («calendario de los difuntos»), generalmente sin indicar el año, o según el año de la muerte («anales de los difuntos»). Los necrologios son importantes fuentes históricas, sobre todo para los estudiosos de la lengua y las genealogías. Por este motivo se han publicado en gran número a partir del siglo XIX. Niederbronn, Religiosas de. Se denominan Religiosas de Niederbronn, en los países de lengua alemana, a las Religiosas del Santísimo Salvador. Fueron fundadas en 1849 por la Beata Elisabeth Eppinger (1814-1867) en Niederbronn (Alsacia) como Hijas del Divino Redentor, y obtuvieron la aprobación pontificia en 1866. Dedicadas al principio a asistir a domicilio a los enfermos y a atender a los pobres, las Religiosas de Niederbronn trabajan actualmente, en Alemania y países limítrofes, sobre todo en hospitales, residencias de ancianos, orfanatos y guarderías, en escuelas profesionales femeninas y asistiendo a jóvenes con dificultades. Niño Jesús, Hermanas del. Se conocen con este nombre varios institutos femeninos; entre ellos los fundados en Rouen, Francia, con fines educativos y asistenciales, por el P. Mínimo frances, Beato Padre Nicolás Barré (m. 1666) y el Beato Abate Joseph Roussel (m. 1835), respectivamente. Y también otra congregación, fundada por la Beata Madre Clara Fey, en Aquisgrán (Alemania) el 2 de febrero de 1844, denominada Hermanas del Niño Jesús Pobre (PIJ). Y en Reims, estan las Hermanas del Niño Jesus de Reims, fundado en 1620 por el Beato Padre Nicolás Roland. Nombre religioso. En la historia de las religiones el nombre está estrechamente relacionado con la esencia de lo que se nombra. Por este motivo, en la mayor parte de las religiones y civilizaciones, incluida la Biblia, la elección del nombre es un acto que exige gran esmero. El nombre acompaña la vida de quien lo lleva, indica su destino y lo comparte. Precisamente por estas razones, también el cambio de nombre tiene su sentido: un nuevo estado de vida puede exigir un nombre nuevo. La Iglesia cristiana no exigía el cambio de nombre en el momento del bautismo. Unicamente en casos particulares se hicieron excepciones a esta praxis de la Iglesia antigua, introduciendo un nombre cristiano junto al nombre originario. Sólo cuando comenzó a difundirse la costumbre de bautizar a los niños, se empezó a relacionar el bautismo con la imposición de un nombre, generalmente de un mártir u otro santo (culto de los ^santos). En estrecha relación con el auge del culto a los santos, nació el «nombre de bautismo»: a los bauti- zandos se les imponían los nombres de los santos (incluidos los personajes de la Biblia) que. como santos patronos (/'patrono), debían acompañar y proteger al cristiano durante toda su vida, y a los que el cristiano debía recordar con gratitud en su día onomástico. Posteriormente por analogía con el bautismo, se dieron cambios de nombre también en otras circunstancias, como, por ejemplo, la confirmación, la ordenación presbiteral o episcopal o la elección de pontífice. El primer papa que cambió de nombre (exceptuando a Pedro, a quien Cristo mismo le dio este nombre -Cefas- en lugar de Simón) fue Juan II el año 533, ya que su nombre anterior. Mercurio, parecía poco conveniente por pertenecer a una divinidad pagana. No obstante, hasta Sergio IV (1009-1012) no comenzó la serie ininterrumpida de papas que cambiaron el nombre. Sólo Julio II, Adriano VI y Marcelo II conservaron su nombre anterior. Juan Pablo I y Juan Pablo II han sido los primeros en llevar un nombre compuesto. A partir del siglo VI se convirtió en praxis generalizada el abandono del nombre laical y la imposición de otro nombre religioso con ocasión del ingreso en la vida religiosa. Tras esta costumbre estaba la concepción teológica según la cual el rechazo del «mundo» y el ingreso en el estado de vida monástico podía, en cierto modo, compararse con el bautismo (/consagración monástica; /consagración de vírgenes; /profesión). 1.a costumbre del cambio de nombre en el momento de la profesión religiosa se prolongó en el tiempo, aunque sin llegar a imponerse en todas partes. En los últimos tiempos, además de las órdenes monásticas y las mendicantes, sólo las congregaciones femeninas imponían a sus candidatas nombres nuevos en el momento de su ingreso definitivo (el hecho de que los nombres de muchas religiosas de los siglos XIX y XX sonaran bastante extraños se debía a la necesidad de evitar la repetición del mismo nombre dentro de una provincia o comunidad). Las órdenes y las sociedades religiosas masculinas modernas (/"clérigos regulares) han renunciado generalmente al cambio del nombre de bautismo. Incluso, en muchos institutos religiosos se ha dado en los últimos decenios la posibilidad de abandonar un nombre religioso por el que se sentía poca predilección, para volver al propio nombre de bautismo. Las /Carmelitas Descalzas, los /Trinitarios, los /Escolapios y los Agustinos Descalzos añaden a su propio nombre alguna expresión peculiar (por ejemplo: Juan de Dios, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Abrahán de santa Clara). Los Capuchinos añaden al nombre religioso la indicación de su lugar de origen (por ejemplo: Fidel de Sigmaringa, Pío de Pietralcina, Lorenzo de Brindis), lo que no debe confundirse con un predicado nobiliario. La mayor parte de las comunidades monásticas femeninas, aunque también muchos /Dominicos y /Servitas hacen preceder (o seguir) su nombre con una «M.» (María). Son usuales también añadiduras como «P» (/padre), «fray» o «hermano» (/hermano), «M.» (/madre), «sor» o «hermana» (/hermana). También se acostumbra a añadir al nombre la sigla oficial latina de la propia orden religiosa (por ejemplo: OSB, Ordo Sancti Benedicti, para los Benedictinos; OFM, Ordo Fra- trum Minornm para los Franciscanos; OP. Ordo Praedicatorum para los Dominicos; SJ, Societas Jesu para los Jesuitas; CM, Con- gregatio Missionis para los Paúles), etc. Nona (en latín nona hora, hora nona, hacia las 15:00 horas). Es la última de las «horas menores» (hora intermedia) de la ^liturgia de las horas breviario). Noviciado. En la Iglesia católica el noviciado (del latín tardío no~ vicius, novicio) es el período de tiempo exigido por el derecho canónico para la preparación y verificación de la vida religiosa, bajo la guía del maestro de novicios (o maestra de novicias), antes de la Sprofesión de los votos. El noviciado debe hacerse en la casa de noviciado y, para que sea válido, debe durar al menos doce meses. Sobre la admisión al noviciado y la profesión religiosa con que se concluye, quienes deciden son los superiores de la orden o congregación, ayudados por su consejo o capítulo, según las normas establecidas por las propias constituciones. Desde el punto de vista del derecho eclesiástico se atribuye gran importancia a la comprobación de la libertad de decisión con que los candidatos acceden a la vida religiosa. Durante el noviciado, a los novicios no se les debe imponer cargas de estudios u otras ocupaciones no directamente pertinentes al período de prueba. El novicio puede abandonar el noviciado libremente en cualquier momento. Al concluir el período canónico, si se le considera idóneo, es admitido a la profesión religiosa; en caso contrario, se le despide. Si subsisten dudas acerca de la idoneidad del candidato, el noviciado puede prolongarse, pero no por más de seis meses. Nuestra Señora de Sión, Religiosas de. Las Religiosas de Nuestra Señora de Sión (DDS) fueron fundadas por Alfonso Ratisbonne yTeodoro Ratisbonne, en París (Francia), en 1843, para recordar el vínculo de la Iglesia con el pueblo judío. Nuestra Señora del Pilar y Santiago Apóstol. Es un instituto fundado por José Codina Canals en Zaragoza, el 2 de enero de 1958, para el cuidado de enfermos y niños, para las misiones y para atender a los peregrinos, era parte administrativa del Imperio romano; en las tierras de misión que se encontraban fuera del Imperio, se adaptó constantemente a las situaciones y exigencias locales. A lo largo de los siglos, los obispos de sedes eminentes consiguieron derechos de soberanía sobre territorios más vastos y sobre sus obispos; este es el caso de patriarcas y arzobispos. En el Occidente medieval, la Iglesia se dividió casi en todas partes en provincias eclesiásticas, que consistían en el conjunto de diversas diócesis con sus respectivos obispos, que tenían a la cabeza al arzobispo o al metropolita quien, como tal, presidía su propia diócesis y la provincia eclesiástica; después, progresivamente, los arzobispos fueron perdiendo parte de sus privilegios. Las diócesis, a su vez, están divididas en parroquias, que son las demarcaciones territoriales más importantes y esenciales en que se estructura la pastoral diocesana, y que, para facilitar la labor pastoral, pueden unirse en grupos peculiares, como son los arciprestaz- gos. Por la misma razón, las diócesis más grandes pueden dividirse en zonas llamadas vicarías, coordinadas por un «vicario», siempre dependiente del obispo. Junto a los obispos diocesanos en servicio, se han formado también otras figuras institucionales, como ayuda o simplemente como título; por ejemplo, los obispos auxiliares, llamados a colaborar con el obispo diocesano, y los obispos titulares. Según la posición que ocupan los obispos dentro del entramado estatal, han aparecido también las figuras de los obispos y arzobispos príncipes. A lo largo de los siglos, y a diferencia de la ordenación sacerdotal, en el caso de la ordenación episcopal la Iglesia latina ha seguido vinculando la figura del obispo a una sede determinada. Por esta razón, aún hoy los obispos no diocesanos son ordenados en referencia a una sede episcopal existente en el pasado o desaparecida; antes se acostumbraba a añadir también al título la sigla ipi, que significa in partí bus infidel i mu, en tierras de infieles. Entre las insignias más importantes del obispo están el anillo, el báculo (bastón encorvado) y la Smitra (insignias ^pontificales), a las que se ha de añadir la sede o trono episcopal (cathe- dra) en la iglesia catedral (iglesia del obispo). A causa de diversos privilegios de las órdenes religiosas, sobre todo a la /^exención, con frecuencia se han dado contrastes entre obispos y religiosos. Oblatas de Santa Francisca Romana. Las Oblatas del Monasterio de Tor de* Specchi (Congregatio Oblatarum Turris Speculoruni) fueron instituidas como pía asociación por santa Francisca Romana (1384-1440). Las Oblatas, que con Francisca habían emitido la promesa de dedicarse al servicio de Dios y de los hermanos, vivieron con sus familias hasta el 25 de marzo de 1433. En esa fecha se trasladaron todas ellas a la casita de Tor de' Spec- chi, al pie del Capitolio (de la que después tomaron el nombre), que la familia Chiarelli había donado a la santa y donde todavía reside la congregación. Fueron aprobadas con bula pontificia por el papa Eugenio IV el 14 de julio de 1433. El 15 de agosto de 1525 fueron reconocidas como Oblatas de la Congregación benedictina del Monte Olívete, junto a la iglesia de Santa María Nova, en el Foro Romano, entonces y todavía atendida por los monjes ol¡vétanos, que posteriormente se dedicó a santa Francisca Romana, el año de su canonización (1608). En 1958 el instituto fue elevado a congregación de derecho pontificio con una «especial» dependencia de la Santa Sede. Los fines específicos de este instituto están totalmente orientados a la oración, a la mortificación oblativa y a responder a las iniciativas en favor de la diócesis de Roma y de su obispo, el papa. Este especial interés espiritual y práctico por el romano pontífice y su diócesis tiene origen en el contexto histórico en que fue fundada la congregación y en las experiencias de Iglesia que, a lo largo de su dramática existencia, vivió santa Francisca Romana. En efecto, la santa experimentó en sí misma el grave mal que afectaba a la Iglesia de su tiempo: el cisma de Occidente (1378- 1449). Nacida cuatro años después de la muerte de santa Catalina de Siena, sintió su influjo espiritual, entre otras cosas, a raíz de la gran veneración que rodeaba en Roma a la mística sienen- se. En definitiva, se podría poner en evidencia cómo Francisca Romana, con sus Oblatas, quiso continuar, en un nivel religioso- institucional. la obra espiritual por la que santa Catalina vivió y se consumó: el retorno del papa a Roma, primero, y la solución del cisma de la Iglesia católica, después. Sobre este antecedente histórico se fundamenta el caris- ma propio del instituto de las Oblatas. Se comprende así que la historia de esta congregación esté entretejida sobre la trama de las vicisitudes de la Urbe romana. Desde el principio esta institución se inspiró en la Regla benedictina Benedictinos). Centrada en la obediencia, une la vida común y la estabilidad en el monasterio al movimiento de los oblatos de inspiración benedictina. Las constituciones fueron aprobadas oficialmente por el papa Juan XXIII el 21 de diciembre de 1958. Precisamente ese año las Oblatas consolidaban una vez más su pertenencia a la Iglesia con el vínculo «jurídico» de los votos solemnes. Con ello, las hijas de santa Francisca querían realizar completamente el ideal de la madre fundadora que la normativa canónica del siglo XV impedía. Efectivamente, en aquel tiempo no se admitía la posibilidad de que las fieles que querían dedicarse a Dios con los votos públicos pudieran desempeñar un servicio de caridad extema a la clausura. Así santa Francisca, para armonizar contemplación y apostolado, se encontró en la situación de tener que renunciar al voto «jurídico», cosa que hizo sin titubear con tal de encaminar la fundación de su obra. La congregación se confederó a la Orden benedictina el 25 de enero de 1982. La acogida de las universitarias, los retiros espirituales, la asistencia religiosa y moral, la catcquesis en parroquias, la restauración de libros y pinturas antiguas, son las actividades con que las Oblatas caracterizan su presencia en la diócesis de Roma. En 1996 la congregación contaba con diecinueve profesas. Oblato, oblación (en latín oblatas, presentado, ofrecido, de offc- rre, presentar, ofrecer, sacrificar). En la Iglesia antigua y en la Edad media el término designaba a los niños que eran «ofrecidos» a Dios (o sea, al monasterio) por sus padres o tutores, y que estaban destinados a la vida monástica. La costumbre se remitía al ejemplo del Antiguo Testamento y se practicaba ya en el monacato antiguo, aunque nunca faltaron las oposiciones. En la Iglesia católica esta práctica se abandonó definitiva y oficialmente con el concilio de Tiento (1563) que, para la validez de la profesión, exigió que los candidatos hubieran cumplido, al menos, los dieciséis años (Sessio XXV). La práctica de la oblación estaba difundida sobre todo en los monasterios benedictinos y valía tanto para los niños como para las niñas. La formación de los oblatos era muy esmerada, puesto que eran educados en el monasterio, y por lo tanto podían frecuentar las escuelas monásticas en toda su amplitud. Además de esto, a partir del siglo Vil hubo también oblatos (llamados también donados. entregados como don, como regalo) que, por motivos religiosos, entraban en el monasterio entregándose a él con una promesa que, sin embargo, el superior del monasterio o el mismo oblato podían anular en cualquier momento. Esta institución de los oblatos existe aún hoy en muchos monasterios masculinos y femeninos, en formas diversas (hermanos oblatos, hermanas oblatas, oblatos de coro...). A partir del siglo XIII, en algunas ordenes, como las Oblatas del Santísimo Redentor (OSSR), fundadas en 1964 en Ciempozuelos (Madrid) por mons. José María Benito Serra y Antonia María de Oviedo, para continuar la obra redentora de Cristo y la promoción de la mujer. Más recientemente, en 1950, nacieron en Madrid, fundadas por el Beato Monseñor José María García Lahiguera, las Oblatas de Cristo Sacerdote (OCS), congregación eminentemente contemplativa, cuyos miembros, siguiendo el espíritu de la «oración sacerdotal» de Cristo, entregan su vida por la santificación de los sacerdotes; y las Oblatas de la Iglesia o Misioneras Ecuménicas (ME), que trabajan por la unidad de los cristianos, y nacieron en Roma el 2 de julio de 1959, fundadas por el Beato Padre Giulio Maria Penitenti. Obra Misionera de Jesús y María. El instituto femenino de la Obra Misionera de Jesús y María (OMJM), conocido también como de las Pilarinas, nació el 30 de mayo de 1948, en Logroño. Su fundadora es la Beata M. María Pilar Izquierdo Albero, cuya vida estuvo sembrada de sufrimiento, soportado con admirable entereza y alegría. Su fin específico es el de atender a los pobres y enfermos a domicilio, infundiéndoles fe, esperanza y alegría. Obreras de Jesús. Las Obreras de Jesús (OJ) nacieron en 1956, en León, v se dedican a la enseñanza en medio de la clase obrera. Su fundadora es la Beata M. Teresa Fernández Rubio. Obreras del Corazón de Jesús (OCJ). Forman un instituto fundado por María Jesús Herruzo Marios y Pedro Castro, en Villa- nueva de Córdoba, el 15 de noviembre de 1940, con el fin específico de la cristianización de los pobres. Observantes, observancia (del latín observare, observar, ser fieles). Son los pertenecientes a un movimiento reformista franciscano del siglo XIV (en Italia, Francia y España), cuyo objetivo era la observancia fiel de la regla de san Francisco de Asís, contra la interpretación que de ella daban los conventuales (^Franciscanos). En Italia, los observantes llegaron a tener tanta fuerza que el papa León X decidió separarlos de los conventuales (1517). En el siglo XV la observancia llegó a Alemania y, desde allí a los países eslavos católicos. En la Iglesia católica el término «observancia» designa, en sentido amplio, el modo de vivir de cierto grupo (costumbre) que, en el caso de las órdenes monásticas, va unido a una interpretación más severa de la propia regla. Como ejercicio práctico, en la historia ha adquirido valor de costumbre jurídica, aunque esto borden sagrado. La ordenación presbiteral puede ser administrada solamente por un obispo legítimamente consagrado y es condición indispensable para la celebración de la eucaristía (y misa), el sacramento de la penitencia y de la unción de los enfermos (en un tiempo llamada «extremaunción»). Orden de San Jerónimo. Se la conoce también como Orden Jerónima (OSH). El padre de este linaje espiritual es precisamente san Jerónimo, uno de los mayores genios y una de las personalidades más enérgicas que ha tenido la Iglesia. Gran enamorado de Cristo, puso todo su empeño en conocerlo e imitarlo. Esto le llevó a vivir retirado en el desierto de Caléis y, después en Belén, donde fundó un monasterio y se dedicó a escudriñar (y traducir) la palabra de Dios, llevando una vida de austera penitencia. Murió el año 419 ó 420. Sin embargo, su espíritu persistió en el tiempo, por su fama de santidad y sus escritos. En medio de la decadencia de la vida religiosa y eclesial del siglo XIV, surgieron en España y en Italia varios grupos de hombres deseosos de perfección que, inspirándose en el santo, trataron de vivir su carisma bajo distintos aspectos, dando origen a otros tantos institutos de vida consagrada. Entre estos ermitaños destacan Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez de Figueroa, quienes consideraron conveniente atarse con los vínculos de alguna regla aprobada y pasar de la vida eremítica a la cenobítica, estableciéndose en el monasterio de San Bartolomé de Lupiana (Guadalajara). Fue Gregorio XI quien aprobó su opción el 18 de octubre de 1373, otorgándoles la regla de san Agustín y permitiéndoles elaborar sus propias constituciones, tomando el nombre de Hermanos o Ermitaños de San Jerónimo. En 1413. fecha de la unión de la Orden, contaba ya con veinticinco monasterios, que siguieron creciendo, especialmente durante el sislo XVI. Por obra de María García de Toledo, surgió en el año 1375 una rama femenina de Jerónimas, difundida especialmente en España y México. Con la revolución liberal del siglo XIX y las leyes desamortizadoras, desaparecieron 46 comunidades jerónimas con un millar de monjes. Sus monasterios acabaron en ruinas o quedaron convertidos en cualquier otra cosa; algunos fueron rescatados por la Iglesia o entregados a otras órdenes religiosas. El año 1925, gracias a las monjas jerónimas, a las que no había afectado la exclaustración, la Santa Sede muestra su influencia en los hombres entregados a obras de caridad. Desde 1605 hasta mediados del siglo XIX, se vivió una época agitada en la que la Orden se dividió en dos ramas. Actualmente la orden realiza su carisma dirigiendo hospitales y clínicas donde se infunde a los agentes y a los enfermos el sentido cristiano de la vida y del sufrimiento. Situación en 1996: 238 casas, 1.493 miembros, entre ellos 143 sacerdotes. Orden Sagrado. Son uno de los sacramentos de la Iglesia católica los grados del orden sagrado (sacrtimentum or- dinis) son tres: diaconado, presbiterado y episcopado (ordenación diaconal, presbiteral y episcopal). Esta consagración sacramental (ordenación) puede administrarla solamente un obispo lícitamente ordenado dentro de la sucesión apostólica (serie ininterrumpida de las ordenaciones, desde los apóstoles), mediante la oración consecratoria y la imposición de las manos. Hasta llegar a la clara reestructuración de esta triple división gradual, llevada a cabo por el Vaticano II y la reforma litúrgica que le siguió, en la Iglesia católica de rito latino ha existido una serie bastante amplia de grados de ordenación, correspondientes a diversos ministerios de la Iglesia antigua. Carácter preparatorio tenía la tonsura, que no representaba forma alguna de consagración, sino solamente el ingreso en el estado clerical. Las órdenes menores (ordines minores) eran: os- tiariado, lectorado, acolitado y exorcistado; las órdenes mayores (ordines menores) eran: subdiaco- nado (nacido en el siglo III como ministerio subordinado al diaconado y derivado de él; desde el tiempo de Inocencio II, 1 198- 1216. considerado como una de las órdenes mayores y, por tanto, sujeto a la obligación del ^celibato y del rezo diario del ^breviario), el diaconado y el presbiterado. La ordenación episcopal es la plenitud y el grado más alto del sacramento del orden sagra- do. Incluso el romano pontífice, por lo que respecta a la ordenación, es obispo. Ordenes militares. Las órdenes militares nacieron de la unión del monacato con los ideales caballerescos. Tuvieron origen a partir de la segunda mitad del siglo XI de los movimientos de reforma monástica y canonical, en estrecha relación con el movimiento de las cruzadas, orientado a la reconquista de los santos lugares de Palestina. Es precisamente en Tierra Santa donde han nacido la mayor parte de las órdenes militares. Cometidos originales eran el acompañamiento de los peregrinos cristianos a los santos lugares, su protección de los ataques de musulmanes y salteadores y también la asistencia a los peregrinos pobres y enfermos. Posteriormente, en la época de los estados cruzados en Oriente, a estas tareas se añadieron la obligación de defender los santos lugares, la lucha contra los musulmanes y paganos y, en general, la defensa de los estados cristianos. Las tres órdenes militares más importantes fueron la Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén. llamada después de los Caballeros de /"Malta por el lugar donde tenían su sede principal, los /"Templarios y la Orden /*teutónica. A comienzos del siglo XIII, se fundó en Livonia la orden de los /" Hermanos de la Espada o Portaespada, que sobrevivieron por algunos decenios y luego se incorporaron a la Orden teutónica (1237). Para los Porta- espada y para los Templarios los cometidos militares estuvieron desde el principio en primer plano; en cambio, no sucedió lo mismo con la orden de los Caballeros de Malta y la Orden teutónica, donde, en todo caso, esas tareas fueron adquiriendo cada vez mayor importancia en los años posteriores a su fundación. Las reglas de estas órdenes surgieron en relación con las reglas monásticas de su tiempo y a imitación suya, teniendo como modelo especialmente las de los /"Cistercienses y los ^Canónigos regulares. Su constitución, acentuadamente centralista, ponía en el vértice de cada orden a un gran maestre. Las órdenes militares estaban ordinariamente divididas en tres clases: caballeros nobles para la protección de los peregrinos y el servicio armado, capellanes para el servicio litúrgico y espiritual, y hermanos sirv ientes para el serv icio armado y los trabajos manuales. Entre los Caballeros de Malta y los Templarios predominaba la nobleza francesa, borgoñona, normanda e inglesa. En la Orden teutónica se reunía sobre todo la caballería procedente de Alemania. En cuanto clase formada por guerreros, los caballeros, además de los tres /"votos monásticos habituales (obediencia, castidad y pobreza personal), se comprometían también al servicio armado. Muy pronto las órdenes militares consiguieron extensas posesiones territoriales en Oriente Próximo y en los países europeos con los que mantenían vínculos más fuertes. Estaban divididos en provincias (llamadas naciones o lenguas), regidas por un superior, con frecuencia llamado bailío (del latín baiulus, portador; en latín medieval ballivus, administrador, abogado). La provincia o bailiaje estaba dividida en prioratos, gobernados por un prior (en latín prior, el primero, el que preside), con las respectivas encomiendas (del latín medieval commenda, usufructo de un beneficio; commendator, el que goza de un beneficio). La situación cambió cuando Palestina, tras la caída de la fortaleza de Accon (1291), pasó definitivamente al dominio de los musulmanes. Los Caballeros de Malta trasladaron su sede primero a Chipre, después a Rodas (1308) y, finalmente, a Malta (1530). De esta última sede procede el nombre de Caballeros de Malta o Soberana Orden Militar de Malta. La Orden teutónica se buscó una nueva ocupación, primero en la guerra defensiva que se combatió en Transilvania (reino de Hungría); luego, a partir del 1230, en la lucha contra los paganos prusianos de la Masovia polaca. Los Templarios, en cambio, fueron suprimidos en 1312 por el papa Clemente V, como consecuencia de las fuertes presiones que ejerció sobre él el rey de Francia, Felipe el Hermoso. La orden de los Caballeros de Malta y la Orden teutónica subsisten aún hoy, aunque adaptadas a las nuevas circunstancias históricas, como órdenes exclusivamente religiosas. Además de las tres mayores órdenes militares, en los últimos siglos de la Edad media nacieron otras muchas órdenes de este tipo, de menores dimensiones y con frecuencia de carácter regional. en ocasiones también con ramas femeninas. Entre ellas están las españolas de Calatrava (1 158), Alcántara (1156/1166) y Santiago (1171). La mayor parte de ellas desapareció en la época de las ^secularizaciones y como consecuencia de las transformaciones acaecidas en Europa. Algunas siguen existiendo, con una orientación exclusivamente religiosa, o también como órdenes honoríficas, de derecho pontificio o vinculadas a particulares ordenamientos estatales o monárquicos. Una de las más prestigiosas órdenes de este tipo, que aún existe, es la Orden del Toisón de Oro, fundada en 1429 por el duque Felipe el Bueno de Borgoña, en honor del apóstol Andrés, para la defensa de la fe cristiana y de la Iglesia católica. Tras el matrimonio de la princesa heredera, María de Borgoña. con el futuro emperador Maximiliano I de Habsburgo (1477) el cargo de gran maestre de la Orden pasó a la casa de Habsburgo: a raíz de la guerra de sucesión española. a comienzos del siglo XVIII, surgieron dos órdenes distintas, una en Austria y otra en España. Ordenes mixtas. Se denominan así las comunidades religiosas que, además de vivir la vida monástica, están comprometidas en actividades externas. Ordenes prelaticias. A veces se denominan así las órdenes religiosas cuyos superiores son abades o prebostes y, como tales, tienen derecho a la f mitra y a las insignias /"pontificales. En Alemania y en Austria se conocen generalmente con este nombre las órdenes de los Canónigos /"Agustinos y los /"Premostra- tenses, los /"Benedictinos y los /"Cistercienses. Orionistas. La Pequeña Obra de la Divina Providencia, o Hijos de la Divina Providencia (FDP) es una congregación clerical de derecho pontificio cuyo primer germen puede remontarse hasta 1893, mientras que la aprobación diocesana es del 1903. Su fundador es San Luis Orione quien, en la escuela de Don Bosco, había reforzado su deseo de trabajar por el bien de los niños pobres y abandonados, y había bebido en la cercana Pequeña Casa de la Divina Providencia de san José Benito Cottolengo, en Turín, la compasión y la solidaridad con los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, jóvenes y ancianos. Luis Orione había nacido en Pontecurone (Alessandria, Italia) el 23 de junio de 1872, en una familia pobre. Hizo los estudios secundarios en el Oratorio sale- siano de Turín y entró seguidamente en el seminario de Tortona (Alessandria). Siendo toda vía seminarista, comenzó en 1892 un oratorio festivo, y el año siguiente abrió en la ciudad un pequeño colegio para alumnos pobres pero deseosos de ser sacerdotes, aunque no pudiesen pagar la pensión del seminario. En abril de 1895 fue ordenado sacerdote. Desde entonces se dedicó por completo a la acogida de niños huérfanos y pobres, respondiendo a las necesidades de los tiempos, en los que la todavía alta mortalidad y las duras exigencias del trabajo privaban a menudo a los muchachos del apoyo de sus padres. A estas causas «endémicas» de abandono de los menores, se añadieron el terremoto de Mesina (1908), el de Mársica (1915) y la I Guerra mundial. Los dos acontecimientos telúricos vieron a don Orione como protagonista de una valerosa presencia en los lugares del desastre, para colaborar en la organización de las ayudas y, sobre todo, para crear estructuras de acogida en favor de la multitud de niños que se quedaron sin padres. Se preocupó por los graves problemas de las trabajadoras de los arrozales de la Lomellina, tierra no lejana de Tortona, y amplió el horizonte de sus fundaciones hasta Brasil (1913), y posteriormente hasta otros estados de Sudamérica. con instituciones en favor de los emigrantes italianos, de los huérfanos y de los pobres. Otras muchas naciones de Europa y de fuera de ella vieron, mientras aún vivía él, la llegada de sus hijos, quienes, bajo el impulso del fundador, se abrían a otro apostolado típico, el de los «Pequeños Cottolengos», casas de acogida para ancianos, enfermos y discapacitados, ayudados en todo ello por las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad (PHMC), fundadas por él en Tortona (Italia), en 1915. Don Luis Orione murió en San Remo, donde se encontraba a causa de su enfermedad, angina de pecho, el 12 de marzo de 1940. Fue proclamado beato el 26 de octubre de 1980, y canonizado en 2014. Una carta del fundador (1 1 de febrero de 1903) delinea, compendiándolos, los fines de su instituto: la educación de la juventud, la evangelización de los humildes, la asistencia a los aquejados de males físicos y morales, el trabajo por el «retorno» de los hermanos separados a la Iglesia católica. Otro escrito, de 1938, afirma que la Pequeña Obra, «planta sus tiendas en los centros obreros, preferentemente en los barrios o suburbios más miserables, que están en los márgenes de las grandes ciudades industriales, y vive, pequeña y pobre, entre los pequeños y los pobres, fraternizando con los humildes trabajadores, con el objetivo principal de aproximarlos a Cristo y a la Iglesia». Actualmente los Orionistas son más de un millar y trabajan en 26 naciones. Ortodoxa, Iglesia (del griego, que profesa la recta opinión o fe). Se denominaron así. al principio, las Iglesias que habían aceptado las decisiones de los concilios de Nicea (325), Éfeso (431) y Calcedonia (451), y que pretendían afirmar de esa forma su «recta fe» con respecto a los grupos que se habían desviado (herejes). Actualmente se denominan Iglesias ortodoxas todas las Iglesias orientales, que han tenido origen de la Iglesia bizantina y que se han separado de la Iglesia occidental (Iglesia ^latina) a raíz del cisma de Oriente (ruptura de la comunión eclesial entre Roma y Constantinopla, a partir de 1054); sólo una pequeña parte de ellas ha vuelto a la comunión con Roma como Iglesias Amia- tas. Ha habido diversos intentos para volver a la plena comunión entre las Iglesias ortodoxas y la Iglesia católica romana, pero hasta hoy, jamás se ha conseguido alcanzar esa meta. Actualmente la cristiandad ortodoxa está compuesta por toda una serie de Iglesias autocéfalas (autónomas), que se sienten unidas a partir de su uniformidad litúrgica, teológica y jerárquica. El patriarcado ecuménico de Constantinopla goza de una forma de preeminencia honorífica (primado de honor). Monjes y monjas de la Iglesia ortodoxa viven generalmente según las «reglas» de san Basilio (i* 379), reunidos en monasterios, poblados monásticos (masculinos o femeninos) y eremitorios. Debido a que en el clero ortodoxo la obligación del celibato existe sólo para los obispos, generalmente estos se eligen entre los monjes. Otilianos. Se denominan así, de forma breve, los miembros de la congregación misionera benedictina de St. Ottilien (Congregatio Ottiliensis Ordinis Sane ti Benedicti. Congregación Benedictina de San Otilio). El monje benedictino, Beato P. Andrés Amrhein (nacido en 1844 en Gunzwill, en el cantón de Lucerna, monje benedictino en Beuron en 1870, sacerdote en 1872 y fallecido en 1927 en St. Ottilien) aspiraba a renovar el antiguo ideal misionero benedictino en su tiempo. En 1884, en medio de grandes dificultades, logró fundar una casa misionera en Reichenbach, a orillas del Regen (diócesis de Ratis- bona), en un antiguo monasterio benedictino, obteniendo el mismo año el reconocimiento pontificio. Amrhein había buscado a propósito un monasterio benedictino. Posteriormente, como el monasterio de Reichenbach no podía acoger convenientemente el desarrollo de su fundación, Amrhein logró adquirir el castillo de Emming, al norte del lago de Ammer (diócesis de Augsburgo). En 1887 la joven comunidad pudo trasladarse a su nueva sede. Puesto que la capilla que allí había estaba dedicada a santa Otilia, el centro misionero se denominó con este nombre. En 1896 la Congregación misionera benedictina de St. Ottilien consiguió la aprobación pontificia; en 1902 St. Ottilien se convirtió en abadía y casa madre de la floreciente congregación misionera. Posteriormente St. Ottilien llegaría a ser uno de los mayores monasterios de la Orden benedictina. La congregación recibió el encargo de amplios territorios misioneros de Africa meridional y oriental, de Corea, China (Man- churia), sufriendo después pérdidas gravísimas por parte de los regímenes comunistas. A la congregación, puesta bajo el gobierno del archiabad de St. Ottilien, pertenecen la archiabadía de St. Ottilien, las abadías de Müns- terschwarzach, a orillas del Meno, Schweiklberg en Visho- fen, a orillas del Danubio, Kónigsmünster en Meschede, en la Sauerland (Westfalia meridional), Otmarsberg, en Uznach (Suiza), St. Paufs Abbey en Newton, Nueva Jersey (Estados Unidos), San José en Caracas (Venezuela) y, desde 1967, también la antigua abadía de Georgenberg- Fiecht en Schwaz, en Tirol, a las que hay que añadir las abadías y conventos. Padre (en latín pater). Es título y apelativo (antes del nombre religioso) aplicado a los sacerdotes pertenecientes a órdenes e institutos religiosos. Padres Blancos (en francés Peres Blancs: oficialmente Paires Albi). Se denominan así los miembros de una congregación misionera fundada para la evangelización de Africa (Sociedad de Misioneros de Africa). La iniciativa de su fundación se debe al arzobispo francés, Beato Cardenal Charles Martial Allemand Lavigerie de Argel, en 1868. Un año después fueron fundadas las Hermanas Blancas (Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de África, HHBB), como colaboradoras de la obra misionera entre los musulmanes. Su nombre proviene del color del hábito, parecido al vestido de los Cabilas. Desde 1870 la casa madre y el noviciado de los Padres Blancos tuvieron su sede en Maison-Carrée, en Argel. A partir de 1872 la casa general se trasladó a Roma. Después de cierta indecisión inicial sobre el tipo de compromiso que asumir y sobre las relaciones entre sacerdotes y hermanos laicos, el primer capítulo general de 1874 optó por el compromiso misionero y por la forma de instituto clerical, formado por clérigos y laicos. La Sociedad obtuvo el decreto de alabanza de la Santa Sede en 1879. En 1885 fue aprobada provisionalmente, y en 1908 definitivamente. La congregación creció con rapidez y se aplicó con diligencia a la formación de sus miembros, introduciéndoles en la cultura, las costumbres y usos de los territorios de misión. A los Padres Blancos se les debe también la fundación de importantes institutos lingüísticos africanos. Su objetivo era. sobre todo, el de promover las fuerzas eclesiales locales, especialmente al clero local, de modo que el cristianismo pudiera enraizarse verdaderamente en aquellas tierras, sin limitarse a reproducir las formas europeas. Los Padres Blancos y las Hermanas Blancas tienen actualmente casas en muchos países europeos y en América, además de casi veinte países africanos. A pesar de algunas graves pérdidas, vinculadas sobre todo al fin del dominio colonial europeo, los Padres Blancos siguen comprometidos especialmente en la actividad misionera de Africa, donde garantizan asistencia pastoral a más de seis millones de cristianos, y en la difícil acción misionera y caritativa entre los musulmanes. Situación en 1996: 420 casas con 2.304 miembros, de los cuales 1.940 sacerdotes; Hermanas Blancas: 177 casas, con 1.311 religiosas. Palotinos (Sacietas Apostolatus Catholici, Sociedad del Apostolado Católico, SAC). Son una congregación clerical exenta, sin /" votos, pero con promesa temporal o perpetua de vida común según los /"consejos evangélicos. Fueron fundados en 1834/1835 por el sacerdote, San Vicente Pallotti (1795-1850) en Roma; reconocidos en 1835 por el papa Gregorio XVI y aprobados definitivamente en 1904. Desde sus comienzos, la comunidad tiene como fin el apostolado católico en la cura de almas y en las misiones. Los Palotinos se encuentran entre los precursores de la Acción Católica, con su esfuerzo por estimular la acción y la presencia de los laicos en la Iglesia católica. Hoy la presencia de los Palotinos, activos en todo el mundo, se extiende a todos los ámbitos pastorales y misioneros. De modo análogo, la rama femenina de las Palotinas, fundadas por Vicente Pallotti en 1843, se dedica a tareas caritativas, educativas (escuelas) y misioneras. La especial devoción mariana de la comunidad ha dado origen al «Movimiento de Schónstatt» (también «Obra de Schónstatt»), fundado después de la I Guerra mundial por los Palotinos alemanes en Vallendar-Schónstatt (en Coblenza) y posteriormente difundido por todo el mundo, que ha dado lugar a algunos institutos seculares (Hermanas de María, Instituto Secular de Schóns- tatt e Instituto Secular Padres de Schónstatt). El movimiento se propone ahondar en la vida religiosa personal y en la presencia cristiana de los laicos en el mundo, con una intensa acentuación de la devoción mariana. La Obra de Schónstatt obtuvo en 1953 su propio estatuto general y en 1964 se hizo autónoma de los Palotinos. Situación en 1996: Palotinos, 377 casas con 2.283 miembros, de ellos 1.537 sacerdotes. Palotinas, dos congregaciones: Religiosas del Apostolado Católico. 76 casas y 527 miembros; Religiosas Misioneras del Apostolado Católico, 78 casas y 724 miembros. Parroquia. En la Iglesia católica la parroquia (término de origen greco-latino parochia, vecindario, fracción, parroquia; o tal vez francés. Paules o Religiosos de la Congregacion de la Mision de San Vicente de Paul. Fue fundado en 1626, por San Vicente de Paul. Dio comienzo un largo conflicto sobre el reconocimiento del carácter francés de la congregación. Entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, los paúles Appiani, Pedrini y Miillener llegaron a China como misioneros de Propaganda Fide, alineándose contra los Jesuítas en la cuestión de los ritos. Desde Italia, se fundaron casas en España (1704) y Portugal (1713). En 1760 los Paúles abrieron un seminario en Viena. Con la supresión de los Jesuítas, los misioneros franceses y portugueses los sustituyeron en Pekín, en Alemania y en el Este. Los Paúles preferían la misión catequística más que penitencial; no eran partidarios de concesiones a la religión popular (cantos populares, predicación teatral). En la formación del clero cuidaban sobre todo la formación pastoral de los futuros sacerdotes. Durante la Revolución francesa los Paúles tuvieron que sufrir mucho en Francia; restaurados por Napoleón, fueron suprimidos de nuevo en 1809. La restauración no significó una inmediata recuperación, pues hasta 1827 los misioneros permanecieron divididos en dos obediencias (París y Roma). Después de la re- unificación bajo un solo superior general (1827), tuvo lugar el generalato de Juan Bautista Etienne (1843-1874), durante el cual la Congregación se duplicó tanto en casas como en miembros. Dos fueron las líneas principales de este desarrollo: las misiones ad gentes y los seminarios. La congregación tiene una fisonomía original. El fundador no quiso que sus miembros fueran «religiosos», sino que pertenecieran al clero secular. No hay noviciado, sino seminario; no hay votos públicos, sino privados. Por mucho tiempo el distintivo de los misioneros fue un cuellecito blanco doblado hacia fuera sobre la sotana. Se les llamaba «messieurs» en Francia, «signori» en Italia y «señores» en España. Actualmente (1996) la congregación tiene 4.005 miembros, entre ellos un patriarca y 29 obispos, 3.224 sacerdotes, 673 estudiantes con vistas al sacerdocio, 253 hermanos y aspirantes a hermanos, y once diáconos permanentes. Al mismo san Vicente de Paúl se debe el instituto femenino de la Unión Cristiana de San Chatimond (UCSC), para la enseñanza y la pastoral juvenil, fundado en París (Francia) el año 1652. Paulinos (Ordo Fratrum Sancti Paitli Primi Eremitae, Orden de los Hermanos de san Pablo, primer ermitaño; con referencia al ermitaño egipcio Pablo de Tebas, que vivió noventa años como anacoreta y murió alrededor del año 341, a la edad de 113 años). La orden fue fundada como congregación eremítica (/"ermitaño). en tomo al año 1250, en Hungría. En la tardía Edad media, desde Hungría se extendieron a Austria, Alemania meridional, Polonia, Suecia e Italia. A finales del siglo XVI la Orden experimentó un nuevo florecimiento, pero en 1786 fueron suprimidos en todos los territorios de los Habsburgo por el emperador José II. Se han mantenido los monasterios polacos de Cracovia y Czestochowa (meta de peregrinaciones). Actualmente (1996) la Orden cuenta con 42 monasterios y 427 miembros, 248 de ellos sacerdotes. También se conocen como Paulinos los miembros de la Sociedad de San Pablo ^Familia Paulina. Pavonianos. La congregación religiosa de derecho pontificio de los Hijos de María Inmaculada (FMI) nació en 1847. Su fundador es San Ludovico Pavoni, que nació en Brescia en 1784. Desde sus tiempos de seminarista se había dedicado a la enseñanza de los niños y después, como joven sacerdote, había ahondado en su opción en favor de la juventud abandonada, especialmente en los oratorios. En una época de grandes revoluciones (piénsese en el huracán napoleónico, la restauración y los primeros movimientos de insurrección), Pavoni se dio cuenta de la necesidad de nuevas instituciones educativas que se preocuparan no sólo de la asistencia, sino también de la formación escolar, moral y religiosa y de la formación profesional de la juventud abandonada. Así surgió en Brescia, entre los años 1818 y 1821, primero de manera embrional y luego, poco a poco, de forma más organizada, el Instituto de San Bernabé, una verdadera «escuela de oficios», «donde al menos los abandonados y los más olvidados de sus propios padres pudieran encontrar alojamiento gratuito y crecer con tranquilidad, educados incluso en las profesiones honradas». Se trataba de una de las primeras experiencias de colegio u orfanato masculino con talleres profesionales. La fórmula escuela-taller, ya presente en algún otro caso, experimentaría un significativo auge en la segunda mitad del siglo XIX. Primero se introdujo en el orfanato de la Pequeña Casa de la Divina Providencia (Cottolengo), también en Turín, pero allí los talleres, más que para el adiestramiento en el trabajo, servían para las necesidades internas de la casa. En 1853 don Bosco abrió en Valdocco sus dos primeros talleres; en 1856 también el Colegio «Los Artesanitos» de Turín (fundado por don Cocchi y dirigido por Murialdo desde 1866) tuvo sus primeros talleres internos. Llegaron pronto a once las especialízaciones en las que se instruía a los jóvenes «artesanitos» de Pavoni; entre ellas sobresalía, sin duda, la de las artes tipográficas. Fue precisamente en San Bernabé donde nació, en 1821, la primera escuela gráfica de Italia. Esto ofreció al sacerdote bres- ciano la oportunidad de introducir en su obra otra iniciativa: la actividad editorial para la difusión de libros de orientación cristiana, que sería el primer germen de la futura editorial Ancora (1939). Junto a los huérfanos, Pavoni acogió también a los pequeños sordomudos (1842), y extendió su acción y la de sus colaboradores a la formación de los hijos de los campesinos (colonia agrícola de Saiano, Brescia). Mientras tanto, se había ido abriendo camino (1825) en la mente de Pavoni la idea de fundar una congregación religiosa, constituida por consagrados que fueran «obreros entre los obreros»: así nacieron los Hijos de María Inmaculada. Pavoni y sus primeros compañeros se entregaron a Dios por vez primera en la vida religiosa el 8 de diciembre de 1847, dedicándose al mismo tiempo a la educación de la juventud abandonada. La joven congregación, que muy pronto quedó huérfana de su fundador. pues murió el 1 de abril de 1849, anticipaba algunos rasgos que sólo posteriormente madurarían en otras familias religiosas. como la igualdad de pertenencia religiosa de sacerdotes y laicos: también estos, llamados «hermanos coadjutores», están directamente implicados en la única misión, que tradicionalmente se ha caracterizado como ministerio de la educación a través de la formación al trabajo. De estas intuiciones y de estas experiencias nacería más tarde en Brescia un Instituto de Artesanitos y una nueva familia religiosa con características parecidas, la Congregación de la Sagrada Familia de Nazaret, del Padre San Juan Piamarta. La espiritualidad pavoniana está estrictamente relacionada con la misión. Subraya especialmente la paternidad divina, considerada como Providencia, y la humanidad de Cristo, que prefiere a los pequeños y a los pobres; descubre en María «la celestial inspiradora y la especial protectora de la Congregación»; se fundamenta en la sencillez y la humildad, que se convierten en servicio, ternura y paternidad para con los últimos; valoriza, finalmente la «laicidad» y el trabajo, presentado como medio de perfección. Actualmente (1996) los Pavonianos son unos 233, de ellos 122 sacerdotes, y están presentes en Italia. Brasil, España, Alemania, Eritrea y Colombia, donde desempeñan una actividad predominantemente educativa, que incluye también intervenciones en diversos paises, Píxide. En la Iglesia católica, desde la Edad media, se denomina «copón» o «píxide» (en latín pyxis, pyxidis, del griego pyksis, «boj» y luego «vasito de boj») un vaso sagrado en forma de cáliz y cerrado con una tapa, que sirve para colocar y conservar en el sagrario las hostias consagradas durante la celebración eucarística (^misa). La píxide suele estar cubierta con un velo de seda finamente bordado, y de esta forma se expone algunas veces al culto durante la adoración eucarística, tanto en el sagrario con las puertas abiertas, como sobre el altar; con ella puede el sacerdote impartir la bendición a la comunidad al acabar la adoración. Esta exposición, con la bendición que le sigue, es una forma más sencilla de adoración eucarística, que hay que distinguir de la celebración eucarística. En las solemnidades más importantes, y sobre todo durante la procesión del Corpus, la hostia consagrada se expone al culto y a la adoración del pueblo en la custodia u ostensorio (en latín ostensorium, de os tendere, mostrar, exponer), con la que se imparte también la bendición eucarística solemne. Esta forma de culto a la hostia consagrada es típico de la Iglesia occidental a partir de la tardía Edad media. Pobres Siervos de la Divina Providencia. Congregación religiosa clerical de derecho pontificio, fundada por San Juan Calabria, sacerdote diocesano veronés, beatificado el 17 de abril de 1988, y canonizado en 1997. Al fundador le gustaba denominar a su familia religiosa como «la Obra» para subrayar su naturaleza de «obra de Dios»; efectivamente, el criterio del sabio Gamaliel (He 5,38-39) parece ser la única clave de lectura adecuada para explicar el nacimiento del instituto y, antes aún, la figura sacerdotal de don Calabria. La llegada al sacerdocio del beato recuerda mucho la aventura del santo cura de Ars por su pobreza, la repetida interrupción de su formación, y el consiguiente escaso provecho en los estudios; sólo la iluminada decisión de su obispo, mons. Bacilieri («Después de tantos seminaristas doctos, admitamos a uno piadoso»), le permitió el acceso al sub- diaconado y la coronación de su sueño con el sacerdocio (1 I de agosto de 1901), al que desde siempre se había sentido llamado. También la Obra nace más de un corazón inflamado de amor a Dios y a los pobres que del cálculo de los medios disponibles y las capacidades: a don Calabria le gustaba denominarse como «cero y miseria», y eso debió parecer durante mucho tiempo a la mayoría. El primer germen del instituto podemos descubrirlo en la pequeña «Casa de los Niños Buenos» para la juventud abandonada, abierta el 26 de noviembre de 1907, en uno de los barrios más pobres de Verona. En pocos años la casa se amplió, confiando siempre y de forma exclusiva en los dones generosos de la Providencia, para responder a la situación de grave abandono y pobreza en que estaba inmersa buena parte de la juventud masculina. Pronto se pidió que se abrieran otras casas en Costozza (1919), Este (1920) y en tierras veronesas. Desde el comienzo. se reunieron junto al beato personas que compartieron sus ideales, y de lo que nació una original experiencia de colaboración entre laicos y sacerdotes que posteriormente encontraría no pocas dificultades para dar con una configuración jurídica. El problema se planteó en 1932 cuando se intentó conseguir para la Obra la aprobación canónica: el código entonces vigente no ofrecía ninguna fórmula satisfactoria, obligando a la alternativa entre congregación clerical, donde los hermanos laicos estaban excluidos de cualquier careo de gobierno, v la congrega- ción mixta, que ponía muchos límites al rol de los sacerdotes. El obispo se decidió por la aprobación como congregación religiosa clerical; sin embargo esto abrió un período de sinsabores y disensiones dentro de la misma Obra, hasta el punto de provocar la intervención de Roma con la visita apostólica del padre benedictino Manuel Caronte. El actuó con profunda intuición espiritual y con gran decisión, devolviendo su autoridad al fundador y consiguiendo que Roma reconociera la igualdad jurídica, aun confirmando la forma clerical (derogando el c. 588 del código de derecho canónico): el decreto de alabanza llegó el 25 de abril de 1949 y la aprobación pontificia definitiva el 15 de diciembre de 1956. «El fin especial de la Congregación es el de reavivar en el mundo la fe y la confianza en Dios, Padre de todos los hombres, mediante el abandono total a su Divina Providencia» (Constituciones. n. 1). Para conseguir este objetivo se prohíbe «exigir pensiones a los alumnos..., hacer cualquier forma de publicidad..., promover cuestaciones..., buscar protecciones humanas» (Const., n. 7). Los desvelos y preocupaciones de don Calabria se orientaron en múltiples direcciones, por lo que la congregación está comprometida en varios campos: 1) asistencia material, moral v cultural a chicos necesitados: 2) promoción de vocaciones religiosas y sacerdotales no sólo para la Obra, sino para toda la Iglesia; 3) asistencia a ancianos y enfermos (gestiona directamente un gran centro hospitalario); 4) apostolado en parroquias, preferiblemente en las zonas más abandonadas; 5) casas y parroquias en tierras de misión. En su esfuerzo por abrirse a las nuevas situaciones de necesidad, la congregación va desarrollando actualmente iniciativas en favor de los discapacitados, los encarcelados y los tóxicodependientes. Viviendo aún el fundador, la Obra se había difundido por Italia en Roma, Milán y Ferrara, cultivando el sueño de poder responder a las insistentes solicitudes que llegaban de tierras de misión. La muerte de don Calabria, el 4 de diciembre de 1954, tras varios años de enormes sufrimientos, pareció dar nuevo vigor a la congregación. Se abrieron casas en Uruguay, Brasil, Argentina, Colombia. Paraguay, Angola y, en los últimos años, en Filipinas, Rusia, India y Chile. En 1996 la Obra contaba con 76 comunidades y 254 miembros, entre ellos 127 sacerdotes. Pobreza. Para el desarrollo histórico de la idea cristiana de pobreza han sido decisivos dos conceptos: la pobreza como experiencia constante («a los pobres los tendréis siempre con vosotros», Mt 26,1 I) y la caridad como correctivo cristiano «cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis», Mt 25,40). En el Nuevo Testamento, frente a la necesidad material está la riqueza espiritual de los pobres. La idea de la pobreza como estado de vida se encuentra ya en el siglo II: la actitud de un asceta es incompatible con la posesión de la riqueza terrena. Remitiéndose a este pensamiento, los /^ermitaños, como señal de rechazo del mundo, renunciaban a todos sus bienes. Cuando en el sido IV se impuso la vida ascética en comunidades monásticas (/^cenobitas), la pobreza personal fue posible en la medida en que la comunidad (monasterio) podía poseer bienes y proveía a las necesidades de sustento. Esta forma caracterizó totalmente el desarrollo de los monasterios y comunidades religiosas de la época siguiente, con considerables diferencias en la historia de estas mismas órdenes y según modalidades diversas dentro del gran número de órdenes y congregaciones posteriores. Llama la atención el hecho de que, en el proceso ascético de santificación personal o en relación con la práctica cristiana del amor al prójimo. se han intentado siempre formas nuevas de pobreza radical en el seguimiento de Cristo. Tales experiencias e intentos renovados se encuentran, por ejemplo. en la regla de san Benito, en los comienzos de los Cluniacenses, los Camaldulenses y los Cistercienses; y de manera especialmente resuelta en Francisco de Asís (t 1226) y en las órdenes mendicantes del siglo XIII. La pobreza, convertida en ideal ético con el cisterciense Bernardo de Claraval (t I 153), con Francisco de Asís, y con las órdenes mendicantes y ^hospitalarias, suscitó en la alta y tardía Edad media una actividad caritativa intensa y de primer orden: según la Historia Anglorum, de Mateo de París (escrita en torno al 1244), las órdenes hospitalarias poseían cerca de 19.000 casas y refugios para leprosos. En la tardía Edad media surgieron. incluso en las ciudades más pequeñas y barrios, hospitales dotados de asistencia espiritual para el cuidado de pobres y enfermos. Cada convento o monasterio, cada comunidad religiosa estaba (y está) obligada a la asistencia a los pobres. De los consejos evangélicos maduró la obligatoriedad de la pobreza, la castidad y la obediencia, generalmente en forma de f votos simples o solemnes, según las propias constituciones, para los monjes y otros miembros de comunidades religiosas. Dentro de la orden de los Franciscanos surgieron, va en el siglo XIII, duros contrastes sobre los límites de la obligación de la pobreza (cuestión de la pobreza). Fuera de las comunidades franciscanas, el contraste se convirtió, en realidad, en una confrontación sobre la pobreza y la cura pastoral, sobre la actividad de enseñanza de las órdenes mendicantes en la universidad de París, sobre la relación entre pobreza y perfección cristiana (entre ^Franciscanos y ^Dominicos). Durante este siglo, las cuestiones referentes a la pobreza y la ayuda a los pobres han movilizado y estimulado a las comunidades cristianas, sobre todo en América Latina (en este marco se sitúa también la discusión sobre la «teología de la liberación» y la constitución de «comunidades de base»). Pontificales, insignias. En la Iglesia católica las insignias pontificales (llamadas también «episcopales») son las que corresponden a los obispos (y a los prelados que tienen derecho a ellas), especialmente la f mitra y el báculo, pero también el anillo, la cruz, pectoral y otras. A par- tir de la tardía Edad media, el privilegio de llevar la mitra y el báculo lo concedieron los papas y concilios a muchos abades y prebostes de órdenes canonicales y también a otros altos prelados, incluidos los dignatarios (canónigos) de cabildos catedralicios y colegiales. El derecho de usar las insignias pontificales se limitó mucho en 1968. Hoy, además de los obispos diocesanos y titulares, los ordinarios con funciones de vicarios episcopales y los legados pontificios, tienen derecho a las insignias pontificales sólo los abades y prebostes de los monasterios de canónigos. También se llaman pontificales las celebraciones en las que, según las normas litúrgicas, debe usarse la mitra y el báculo; por ejemplo, la misa pontifical o las vísperas pontificales. Postulantado. En el derecho de los religiosos el postulantado (del latín postulatio, petición) es un período de prueba que precede al f noviciado, y tiene la finalidad de conocer la vida dentro de un determinado instituto religioso. El actual código de derecho canónico no ofrece ninguna indicación explícita acerca del postulantado. Con ello, se deja a cada instituto la facultad de instituir o no el postulantado, según los propios textos legislativos. De hecho, no obstante, existe en numerosas órdenes y comunidades religiosas. Antes de 1983 el derecho canónico exigía un tiempo de postulantado para los institutos femeninos con votos perpetuos y para los hermanos laicos (con una duración mínima de seis meses y máxima de doce). Prácticas espirituales y penitenciales. Con esta denominación se entienden diversas prácticas y acciones mantenidas por motivos espirituales, a través de las cuales los hombres han expresado su religiosidad, la voluntad de actuar activamente en relación con el Absoluto. Las prácticas se han diferenciado en el tiempo, bajo el influjo de las diversas corrientes filosóficas y los contextos culturales en que se han ido encarnando. El monacato, que se desarrolló ya desde los primeros siglos del cristianismo, ha favorecido las prácticas ascéticas y su di versificación, así como su difusión en el pueblo cristiano, dando una finalidad y un contenido diverso incluso a prácticas que ya existían en la tradición filosófica. La lectura, la meditación, el examen de conciencia, la idea de la muerte, la mortificación del cuerpo, asumen motivaciones bíblicas y mueven al reconocimiento de la necesidad de la ayuda de Dios, es decir, de su gracia. Por eso la humildad se convierte en fundamento de las demás virtudes; la caridad, en el alma de cualquier gesto del creyente; la oración, en el ámbito vital que da sentido a todo. Para dar una idea articulada de las prácticas espirituales y penitenciales habría que presentar su tradición en los diversos institutos monásticos y religiosos, y en los Canónigos Agustinos), comparable al abad benedictino. A los prebostes de estos capítulos o fundaciones canonicales se les consideraba (y se les considera) prelados en sentido amplio y normalmente tienen derecho a llevar la /'mitra. El título de preboste se usa también para designar al sacerdote titular de una parroquia importante. En las iglesias evan- gélicoluteranas de Alemania y de los países escandinavos, preboste (Propst) -y muy recientemente también «prebosta» (Prdpstin)es el apelativo reservado a los titulares de altos cargos eclesiásticos. Prelado. En la Iglesia católica, el prelado (del latín praelatus, persona «superior a los demás» en dignidad) es, en sentido estricto, quien posee jurisdicción ordinaria en el foro externo (el obispo diocesano u otro clérigo, incluso regular, investido de un oficio eclesiástico de igual rango). En sentido amplio se llaman prelados los clérigos investidos de altos cargos eclesiásticos. Son también prelados quienes son investidos de tareas honoríficas, pero sin jurisdicción; también se les denomina, como apelativo y de forma abreviada, monseñores; por su rango, se dividen en tres grupos: protonotarios apostólicos, prelados de honor del Santo Padre (llamados hasta 1968 «prelados domésticos») y capellanes pontificios (llamados hasta 1968 prelados clérigos de la Cámara Apostólica o Camareros Secretos de Su Santidad). En Austria y Baviera se denominan «prelados» también los abades y prebostes de los monasterios pertenecientes a las llamadas «órdenes prelaticias». En algunas circunscripciones territoriales de la Iglesia evangélico-luterana de Alemania se llama «prelados» a los miembros eclesiásticos (investidos de un cargo eclesiástico) de determinados órganos administrativos eclesiásticos (como contraposición a los miembros «laicos»). Premostratenses (Candidas el Canónicas Ordo Praemostratensis. OPraem). Junto con la orden de los Canónigos /* Agustinos, es la más importante de todas las órdenes canonicales (/'canónigos regulares), es decir, de aquellas órdenes que nacieron en los siglos XI y XII dentro del programa de reforma (reforma canonical) elaborado durante la «reforma gregoriana», que habían adoptado la regla de san /'Agustín y pronunciaban los tres ^votos solemnes. Los Premostratenses son una de las cuatro /'órdenes prelaticias y tienen como regla la Ordo monasterii, la regla agustiniana más severa. Esta re- gla prescribe una vida de pobreza total y penitencia rigurosa, jalonada de ayuno y silencio, oración coral y trabajo manual. Por otra parte, subraya también con extremo vigor la importancia de la actividad de la cura de almas. Precisamente, por la unión de esta con el estilo de vida común típico de los monasterios, la Orden. junto con la de los Canónigos Agustinos, constituyó una novedad en la historia de las órdenes religiosas. Se trata de la segunda orden religiosa fundada por un alemán, después de la de los Cartujos. Por el nombre de su fundador, Norberto de Xanten, se les conoce también como Nor- bertinos. /. Norberto de Xanten y el nacimiento de la Orden premostrátense. Norberto, perteneciente a la noble familia de los señores de Gennep. en la Baja Renania, nació entre 1080 y 1085. Destinado por la familia desde muy temprano al estado eclesiástico, llegó a ser canónigo del rico capítulo de San Víctor en Xanten. donde se llevaba vida común según los estatutos de la regla de Aquisgrán del año 816 (^canónigos regulares). El año 1115, en un momento de grave crisis en su vida, este joven canónigo, acomodado e inclinado a las cosas del mundo, se decidió a emprender una radical transformación interior, consagrándose a Dios en una vida penitente. Se retiró al monasterio de Siegburg, que en aquel tiempo era un floreciente centro de reforma de Renania, donde tuvo ocasión de encontrarse con hombres devotos y celosos reformadores. Su modelo de vida fue el asceta ermitaño Liudolfo de Lonnig, quien llevaba una vida totalmente consagrada a Dios, en el ayuno, la oración y la penitencia. En Klosterrath, cerca de Aquisgrán, Norberto conoció una comunidad de canónigos que seguían la forma más severa de la regla de san Agustín {Ordo manasterii), renunciando a toda forma de propiedad personal. a vestidos lujosos y al consumo de carnes, viviendo del trabajo de sus manos y, sobre todo, dedicándose también a actividades pastorales. Esta forma de vida común de los clérigos, según el espíritu de san Agustín, suscitó el entusiasmo de Norberto. Creció en él el deseo de unir la santificación monástica de su propia vida con el celo pastoral, la voluntad de despertar a los hombres de su tiempo, conduciéndolos, por la predicación, al ideal de la Iglesia primitiva, a una devoción renovada. Ese mismo año (1115) Norberto fue ordenado sacerdote. Después de luchar en vano contra el relajado estilo de vida del cabildo de Xanten, Norberto se puso en camino, recorriendo, como predicador itinerante, primero Alemania y después Francia. A modo de Juan Bautista, por todas partes trataba de llamar a los hombres a la conversión, obligatorios al este del Elba. Al mismo tiempo los Premostratenses se convirtieron en «pioneros del germanismo en Europa oriental». Partiendo de Magdeburgo se instituyeron también como capítulos premostratenses los cabildos catedralicios de Brandeburgo, Riga. Ratzenburg y Havelberg. Para los capítulos reformistas de Magdeburgo, Norberto llegó a ser una autoridad indiscutida, hasta el punto de que sus canónigos se consideraban como los auténticos «Norbertinos». Como arzobispo de Magdeburgo, Norberto tuvo que hacerse cargo además de nuevas tareas a cuenta del Imperio. Con Lotario III de Supplingenburg (emperador a partir de 1133) recorrió varias veces los territorios del Imperio, acompañándolo también en su viaje a Roma el año 1132/1133. De aquí volvió gravemente enfermo a Magdeburgo, donde murió el 6 de junio de 1134. Su canonización tuvo lugar en 1582 de manos de Gregorio XIII. En 1627 sus restos mortales fueron trasladados de la colegiata de Nuestra Señora de Magdeburgo a la abadía de Strahov, en Praga, donde se veneran desde entonces. 2. La difusión de la Orden tras la muerte de Norberto. El nombramiento de Norberto como arzobispo de Magdeburgo provocó una crisis en la dirección y las orientaciones de la comunidad de Prémontré. No existían estatutos y normas unívocas capaces de mantener unida a la comunidad. Era urgente que los antiguos «Norbertinos» se dotaran de una estructura organizativa que garantizara su desarrollo. Bajo la guía del abad de Prémontré, Hugo de Fosses (1126/ 1 128-1161) -uno de los primeros compañeros de Norberto- los Premostratenses comenzaron a orean izarse como orden autónoma, interdiocesana y centralista, siguiendo el modelo de los Cister- cienses. Las fundaciones premostratenses tuvieron abades o prebostes, convirtiéndose, de ese modo, en comunidades monásticas autónomas. Los verdaderos comienzos de la Orden de los Premostratenses pueden descubrirse en torno al año 1130, cuando se redactaron las Consuetudines (Acostumbres), a partir de las cuales se llegaría después a unificar el hábito religioso, los usos, las instituciones y el estilo de vida. Al mismo tiempo se introdujo también la figura del abad padre. De acuerdo con el principio de filiación (del latín filiae, de filia, hija), las abadías de reciente fundación reconocían a la abadía madre derechos de vigilancia y tutela. Esta última, a su vez. estaba sometida a su propia abadía madre. A la cabeza de esta asociación «familiar» de abadías madres. hijas y hermanas, estaba Prémontré, donde una vez al año se encontraban los superiores de todos los monasterios para dirimir cuestiones diversas y «estimularse recíprocamente a la caridad». Por último los Premostratenses tomaron de los Cistercienses el modelo de organización del capítulo general, que se reunía todos los años en Prémontré, el 9 de octubre (la última vez fue en 1736). Con el reconocimiento pontificio de la autoridad de control o corrección por parte de su capítulo general, los Premostratenses consiguieron una gran autonomía de la jurisdicción de los obispos diocesanos; esta circunstancia favoreció muchas fundaciones nobiliarias de aquella época. Hacia mediados del siglo XII (entre 1 143 y 1161 se redactaron también las primeras biografías de Norberto) fueron reelaboradas las consuetudines, con el fin de consolidar mejor la estructura organizativa de la Orden. Se pensó en dividir la Orden en «circarias», o sea. auténticas provincias religiosas autónomas. Las abadías situadas en cada una de estas circarias debían ser visitadas todos los años por dos circatores. Pero el sistema de las circarias no logró afirmarse hasta el año 1200 aproximadamente, permitiendo a la Orden una organización interna más coherente, gracias, entre otras cosas, a un privilegio concedido en 1 177 por el papa Alejandro III. y por el que se confirmaba la estructura jerárquica y centralista de la Orden. Anteriormente ya se había hecho obligatoria la celebración del capítulo general y Prémontré, que conservó su carácter ascétieo- contemplativo, logró afirmarse en su papel de centro y guía de la Orden. El abad de Prémontré permaneció a la cabeza de la Orden como abad general hasta 1790 (el último abad de Prémontré murió en París en 1834 como canónigo); desde 1937 el abad general reside en Roma. Hasta mediados del siglo XIII. la Orden se difundió con gran rapidez por toda Europa. La presencia premostratense se extendía por España, Italia, Hungría. Polonia, Escandinavia e Islas Británicas, pero sobre todo en Francia, Lorena y Alemania. En torno al 1350 había ya 1.600 abadías; en el momento de su máximo florecimiento la Orden premostratense llegó a contar con unas tres mil abadías. Siguiendo el modelo de la comunidad cristiana primitiva y de los discípulos de Jesús, se unieron también a la Orden muchos hermanos laicos (/* conversos). Además, al comienzo muchas abadías eran «monasterios dobles» (o «asociados», ^monasterios dobles), es decir, formados por dos comunidades monásticas independientes, una masculina y otra femenina, que vivían por separado, pero junto a la misma iglesia conventual (Canonesas f Premostratenses). Como puede verse a partir de una atenta lectura de la historia de la Iglesia, toda nueva experiencia religiosa en la misma Iglesia ha partido siempre del Evangelio. Sin embargo, esa misma historia permite constatar que todos esos nuevos movimientos han sido capaces de mantenerse fieles al ideal originario y a su empuje espiritual sólo por algunos decenios. Los Premostraten- ses no fueron excepción. De ese modo, a la fase inicial siguió otra de relativa calma, que coincidió con la expansión de las órdenes mendicantes, fundadas por Francisco de Asís y Domingo de Guz- mán (/*Franciscanos, ^Dominicos). Sin embanzo, la solicitud por la salvación de las almas no decayó nunca. Aunque los más antiguos estatutos de la Orden no preveían hacerse cargo de parroquias, no fue raro, ya desde los comienzos, que las abadías se fundaran en parroquias ya existentes. En 1 188 el papa Clemente III autorizó expresamente la aceptación de parroquias. A partir de los siglos XIV y XV la cura pastoral de las parroquias llegó a generalizarse, hasta llegar a constituir (incluso en nuestros días) el principal campo de apostolado de muchos monasterios, sobre todo en Alemania, Francia, Bélgica y Bohemia. Los Canónigos Regulares de la Orden premostratense gozan del privilegio (confirmado de nuevo en 1750), no concedido a ninguna otra orden religiosa, de poder aceptar parroquias y otras formas de apostolado parroquial sin especial dispensa de la Santa Sede. En el siglo XV, durante las incursiones de los Husitas y las guerras turcas, y en el siglo XVI, a raíz de la reforma protestante, los Premostratenses corrieron la misma suerte que los Canónigos f Agustinos. En Alemania septentrional y oriental, Holanda. Dinamarca, Suecia, Noruega, Inglaterra y Escocia, la mitad de sus monasterios se perdieron. A lo largo de los siglos XVII y XVIII se dio una recuperación, sobre todo en las airearías de España, Bélgica. Alemania occidental y meridional. Bohemia y Austria. Por lo que respecta a estas últimas airearías, las espléndidas iglesias barrocas y rococó que existen en toda Europa central representan un evidente testimonio de este nuevo período de florecimiento de la Orden premostratense (por ejemplo, la iglesia de Wies, en Steingaden, o las iglesias conventuales de Marchtal y Steinhausen, en Schussenried, por citar solamente algunas). Las supresiones monásticas de Finales del siglo XVIII y comienzos del XIX llevaron a la Orden al borde de la ruina: en los territorios de los Habsburgo, a raíz de las disposiciones emanadas por el emperador José II (sólo sobrevivieron nueve abadías), en Francia a raíz de la Revolución, en Alemania con la secularización de 1803. donde se perdieron casi todas las trescientas casas de la Orden. En 1819 fueron suprimidas las abadías que había en Polonia, entre 1821 y 1835 las de España. La reconstrucción de la Orden a lo largo del siglo XIX procedió lentamente. Primero fueron reconstruidas cinco abadías en Bélgica (1835-1845). A partir de ahí y de las abadías que quedaron en Austria. la Orden se encaminó a la reconstrucción de su presencia en Holanda y Francia y a su difusión, durante el siglo XX, en América septentrional y meridional. en Australia y en India. También la situación política que siguió a la II Guerra mundial acarreó graves daños a la Orden: en 1946 los Premostratenses alemanes fueron expulsados de su abadía de Tepl, en Egerland (actualmente residen en Obermed- Iingen. a orillas del Danubio). En 1950 fueron suprimidos los monasterios situados en Checoslovaquia y Hungría: en estos dos países la vida de la Orden se recuperó a partir de los años 1989 y 1990. También se ha comenzado la reconstitución del monasterio de Tepl. Hasta el siglo XX los Premostratenses no lograron volver a Alemania, tras un siglo de exilio forzado: en 1921 fue reconstituida la antigua abadía de Speishart. en el Alto Palatinado y, dos años más tarde, la de Windberg, en Straubing. Desde Windberg comenzó en 1982 la reconstitución de la antigua y veneranda abadía de Roggenburg, en Ulm. En 1989 la abadía de Geras en Waldviertel, perteneciente a la circaria austríaca, junto con Wil- ten, en Innsbruck, y Schlágl. en Mühlviertel. fundó una filiación propia en Fritzlar. Anteriormente, en 1959. la abadía de Hamborn. en Duisburg, había vuelto ya a los Premostratenses; en 1974 se le encomendó a esta comunidad la cura pastoral de la parroquia de Cappenberg, uno de los lugares originarios de los Premostra- tenses alemanes. A partir de 1991 Hamborn se comprometió a restaurar la presencia premostraten- se también en Magdeburgo, donde el santo obispo Norberto había trabajado con tanta eficacia desde 1126 hasta 1334. Los capítulos generales de 1968 y 1970. en Innsbruck-Wil- ten, fijaron los principios fundamentales de la vida común, la celebración de la eucaristía y la actividad pastoral, dejando a cada casa la libertad de ponerlos en práctica según las situaciones y exigencias locales. Desde entonces, cada monasterio tiene su carácter especial y se distingue de los demás por el modo de vestir. el estilo de vida, la ordenación de la jornada, la praxis litúrgica y las tareas desempeñadas por los miembros. Estos emiten los votos con referencia al monasterio al que pertenecen y no a la Orden en su conjunto. En este tipo de comunidad monástica los Premostratenses realizan todav ía hoy la feliz fusión entre comunidad sacerdotal, vida común, actividades pastorales diversas y enseñanza. A la Orden premostratense pertenece también la Segunda Orden de monjas f Premostratenses (Canonesas). Siguiendo el ejemplo de la tercera orden franciscana, surgió también en el siglo XVIII la Tercera Orden de san Norberto para seglares ( ^Terciarios). Se remite a una tradición, según la cual Norberto habría entregado el escapulario blanco y la regla de su orden al conde Teobaldo de la Champagne. Muchos seglares quisieron imitarlo, deseando vivir según los ideales de la comunidad de Prémontré: el escapulario blanco, colocado bajo las vestiduras, se convirtió en el signo de su pertenencia a la orden. Después de la II Guerra mundial, Werenfried van Straaten, premostratense belga, se hizo famoso como «Padrelardo» por haber provisto al bienestar espiritual y material de muchos alemanes en las dramáticas condiciones de la posguerra. A él se debe también la fundación de la obra «Ayuda a la Iglesia que sufre», uno de los testimonios del incansable empeño derrochado por los Premostratenses hasta nuestros días. Situación en 1996: 75 monasterios con 1.333 miembros, 968 de ellos sacerdotes. Premostratenses, Canonesas. Los orígenes de la rama femenina de la Orden premostratense hay que remontarlos a las canonesas regulares, que los siglos XI y XII adoptaron la regla de san Agustín, pronunciando los votos solemnes. Se remiten a san Norberto (por eso se denominan también «monjas norbertinas») y, junto a él veneran como fundadora a la Beata Ricuera de Clastre. De acuerdo con los deseos de Norberto, Canónigos y Canonesas vivían en una única abadía (estas últimas, al principio, como ^conversas), separados por un muro. La mayor parte de los monasterios estaba bajo la dirección de un abad («abad padre») o de un preboste como vicario suyo: en los monasterios la magistra (maestra), cuyas competencias eran bastante limitadas, fue sustituida después por la priora o subpriora. Después de que, a partir de 1 140. se decidiera la separación de las abadías, las Canonesas Premostratenses se establecieron generalmente en las cercanías de las abadías masculinas. Gracias a la adquisición de bienes, muchas abadías femeninas llegaron a ser independientes, asumiendo, al mismo tiempo, el papel de instituciones donde se acomodaban las mujeres pertenecientes a la nobleza. Esto llevó a nuevas fundaciones femeninas, a pesar de la prohibición emanada por un capítulo general de finales del siglo XIII. Con su severa observancia y su orientación marcadamente contemplativa, la orden de Cano- nesas Premostratenses tuvo gran auge en la Edad media: a mediados del siglo XIV se contaban cuatrocientas abadías en Alemania (en cuya parte occidental los monasterios femeninos eran más numerosos que los masculinos), Frisia, Austria, Francia, España, Hungría y Polonia. Conventos de terciarias regulares (^Terciarios) se fundaron en 1618 en Veurne, en Flandes, y en 1765 en Berg Sion, en Suiza. La rama femenina, que ha permanecido siempre fiel a su orientación contemplativa y a su originaria austeridad de vida, compartió el destino de la masculina: la reforma protestante y la secularización condujeron a la desaparición de casi todas las abadías (/"Premostratenses). En 1996 quedaban sólo 122 Canonesas Premostratenses de la Segunda Orden, que llevan una vida de oración y trabajo en sus seis monasterios de Francia, Polonia, Bélgica y España, además de las comunidades norbertinas de Alemania (Rot an der Rot), Austria (Etsdorf) y Suiza (Uetliburg). El hábito de las Canonesas Premostratenses consiste en la túnica y el escapulario de lana blanca, con cinturón blanco y velo negro. Presentación, Religiosas de la. Al menos dos congregaciones femeninas tienen esta referencia: las Religiosas de la Presentación de María, fundadas el 21 de noviembre de 1796 en Thueyts (Francia), por la Beata María Rivier. que se dedican a actividades de educación en la fe, y las Religiosas de la Presentación de la Virgen María (PVM), que nacieron en Granada el I 2 de octubre de 1880, gracias a la colaboración del canónigo Maximiano Fernández del Rincón y Soto-Dávila y la M. Teresa de la Asunción Martínez y Galindo, y viven entregadas al apostolado en medio de todas las clases sociales. Presentacionistas Parroquiales Adoradoras (HPPA). Fundadas por D. Alejandro M. Moreno García, en Valencia, el 1 1 de mayo de 1943, se dedican al apostolado parroquial. Prima (en latín prima hora, primera hora litúrgica). En la liturgia monástica de las horas era la oración de la mañana, que precedía a la distribución de los trabajos de la jornada, y que entró en el /breviario como oración de la mañana. A partir de la reforma litúrgica de 1964 la hora «prima» fue abolida. Prior. En los institutos religiosos católicos el término «prior» (del latín prior, el primero, el superior) es: 1) la segunda autoridad de una abadía (después del /abad, con respecto al cual tiene función vicaria); 2) el superior de un monasterio autónomo perteneciente a una orden monástica, que no es abadía (priorato); el superior de un monasterio, convento, filiación monástica o casa de diversos institutos religiosos, por ejemplo los /Cartujos, los /Dominicos, los /Carmelitas, los / Agustinos y los /Hospitalarios de san Juan de Dios. En las comunidades femeninas al título de prior corresponde el de «priora». En las /órdenes militares, para los dignatarios de alto rango se encuentra el título de «gran prior». Privilegio. El término «privilegio» (en latín privilegian!, ley singular, favor, concesión) indica, en general, una gracia en favor de determinadas personas, físicas y jurídicas, que dispensa de determinadas obligaciones (por ejemplo: ayuno, permanencia en la casa religiosa, hábito religioso) o permite prácticas generalmente no autorizadas (por ejemplo el uso de las insignias /pontificales por parte de los abades en el medievo y en la era moderna). El privilegio puede concederlo la autoridad superior, legislativa o ejecutiva, si posee esa facultad; en el caso de los religiosos normalmente se trata de la autoridad eclesiástica (sumo pontífice). En el campo del derecho eclesiástico católico, semejante o comparable al privilegio es el indulto (del latín incluí ge re, condescender; en latín medieval inclultum, favor, gracia), favor concedido por un tiempo determinado, como derogación del derecho común (dispensa, del latín tardío dispensare, dispensar, permitir). Profesión. En el derecho canónico la profesión (en latín professio, declaración, de profiteri, declarar abiertamente) es el acto con el que. pública y oficialmente. uno se obliga a la observancia de los /votos, comprometiéndose a vivir de acuerdo con los /consejos evangélicos de /pobreza, /castidad y /obediencia, dentro de una orden o instituto religioso aprobado por la autoridad eclesiástica. La profesión es un acto religioso, a través del cual quien profesa consagra toda su vida al servicio de Dios y del hombre y queda legítimamente incorporado a una orden (monasterio) o a un instituto religioso, respectivamente. Para acceder a la profesión, se requiere haber concluido válidamente el período de ^ noviciado, como introducción y verificación de la vida religiosa. Debe garantizarse la plena libertad de decisión. La admisión al noviciado y a la profesión religiosa es competencia de los superiores religiosos, a norma del derecho y según las constituciones de cada instituto. La «profesión temporal» puede emitirse a los dieciocho años cumplidos, por un período mínimo de tres años y hasta un máximo de nueve. Para que la «profesión perpetua» sea válida, el religioso debe haber cumplido veintiún años de edad y haber transcurrido un período previo de profesión temporal de al menos tres años. Otras disposiciones referentes, por ejemplo, a dispensas matrimoniales y derechos patrimoniales, están establecidas en el derecho canónico y la legislación de cada instituto religioso. La antigua distinción entre «profesión solemne» (en las Órdenes religiosas) y «profesión simple» (en las sociedades y congregaciones) ya no aparece de forma explícita en el actual código de derecho canónico, aunque todavía existen algunas referencias (por ejemplo en el derecho patrimonial). Providencia, Hermanas de la. Nacida en Vefey (Francia) el 14 de enero de 1762, gracias a la intuición del Beato Padre Juan Martín Moye, la congregación de Hermanas de la Providencia constituye un fuerte tronco con cinco ramas que se extienden hoy por todo el mundo. Sus miembros se dedican a la educación de niños, al cuidado de los enfermos y a las misiones extranjeras. Provincia, provincial. El término «provincia» (del latín provincia) designa, siguiendo el modelo de la división administrativa del antiguo Imperio romano, una determinada circunscripción o territorio. En la transición de la antigüedad tardía a la primera Edad media, en la mayor parte de las Iglesias cristianas se formaron provincias eclesiásticas, que comprendían varias diócesis, reunidas con criterios regionales, con un metropolita o arzobispo a la cabeza. Este sistema administrativo se convirtió en regla para la Iglesia occidental (Iglesia ^latina); la excepción la constituyen las iglesias exentas y los ordenamientos especiales de tierras de misión. El metropolita, cuya posición jurídica se ha atenuado con el tiempo, tiene la facultad de convocar los sínodos o concilios provinciales. Desde finales de la Edad media la mayor parte de las nuevas órdenes religiosas (por ejemplo las órdenes ^ mendicantes) y la mayoría de las congregaciones. se organizan con criterios regionales, constituyendo provincias dotadas de gobierno autónomo (superior provincial, provincial) y con su propio campo de competencias, jurídicamente establecidas. Pureza de María Santísima, Religiosas de la (RP). Fueron fundadas el 19 de marzo de 1874, por la M. Cayetana A. Giménez Adrover, en Palma de Mallorca, para la educación de la juventud. Recoletos. Son tambien "grupos de recolección» de la Observancia franciscana en España, Francia, Flandes y Renania. Apreciados por su amor a la pobreza y por su austera vida de penitencia, activos en Francia como capellanes militares, fueron casi eliminados por la Revolución francesa. Con la unión de 1897, las provincias de los Recoletos pasaron a formar parte de la Orden de los Hermanos Menores Franciscanos. También se llaman Recoletas las religiosas de algunas ramas reformadas de órdenes religiosas femeninas, como son las monjas Agustinas y Cistercienses en España. Existen todavía hoy en las órdenes franciscanas algunas «casas de recolección», procedentes de eremitorios italianos y españoles. Redentoristas. La Congregación del Santísimo Redentor (Congregado Sanctissimi Redemptoris, CSSR) es un instituto clerical. fundado en 1732 en el reino de Napóles por san Alfonso María de Ligorio (1696-1787), sacerdote y obispo, de origen noble. Primero actuó como socio de una hermandad sacerdotal para las misiones populares, dedicándose sobre todo a las clases sociales más pobres y marginadas de Nápoles. Guiado por mons. Tomás Falcoja. obispo de Castellaminare, emprendió después la difícil tarea de fundar una nueva congregación religiosa. En Seala, cerca de Amalfi (Italia), junto con algunos compañeros, instituyó una sociedad misionera, cuya finalidad principal era la educación religiosa de las clases sociales más olvidadas en la pastoral de entonces, primero en el reino de Nápoles. y luego también en el Estado de la Iülesia (desde 1750). Esta obra de evangelización debía llevarse a cabo no a través de la pastoral parroquial tradicional, sino con misiones populares, ejercicios espirituales y otros medios que invitasen a la penitencia y a la conversión, propuestos con una sensibilidad y una vivacidad típicamente meridionales. El año 1740. en manos del obispo Falcoja, Alfonso María de Ligorio y ocho compañeros suyos hicieron voto de perseverancia, que después se introduciría en los estatutos de la congregación. Los Redentoristas obtuvieron la aprobación pontificia en 1749, como congregación de votos simples perpetuos. Desde sus comienzos, la congregación tuvo que afrontar graves dificultades, en gran parte relacionadas con la política legalista y anticlerical de la mayor parte de los gobiernos del siglo de las Luces. Pero otro obstáculo lo constituyó también la teatralidad, a menudo extrema. de las misiones populares que realizaban los Redentoristas, recuba en la Edad media, muy en general, el «retorno a la forma original» y se refería sobre todo a las instituciones eclesiásticas. En todos los tiempos han existido tendencias reformistas dentro de las órdenes y comunidades religiosas. Algunas épocas están especialmente marcadas por estas tendencias; por ejemplo, los siglos XI y XII en la Iglesia occidental. Generalmente, el objeto de estas tendencias es sobre todo la fiel observancia de la regla, contra verdaderas o presuntas formas de laxismo. No raramente, a lo largo de la historia, las reformas se han demostrado ambiguas: contra un modelo de vida religiosa que procura adaptar las exigencias de la regla a las necesidades y situaciones de la Iglesia local (por ejemplo en la enseñanza y la pastoral, e incluso en el alimento y el modo de vestir), y que por eso «atenúa» algunos elementos, los ascetas más rigurosos exigen la observancia de la regla con toda su severidad original. Esto lleva con frecuencia a dramáticas crisis dentro de los monasterios, órdenes o institutos religiosos afectados, y a menudo incluso a rupturas. A lo largo de la historia, y también actualmente, la palabra «reforma» evoca la esperanza de un mejoramiento, aunque en muchos casos, de hecho, produce sólo unos cambios que pronto se manifiestan dudosos. El Vaticano II (Perfectae caritatis) invitó a los religiosos a hacer una relectura de sus propios orígenes para volver a la originalidad del earisma y encarnarlo de forma creativa en los diversos contextos culturales actuales. Regla. En las órdenes e institutos religiosos la regla (del latín tardío regula, forma, regla) es el texto reconocido por la Iglesia o formalmente aprobado, que generalmente se remonta al fundador, y contiene el proyecto de vida de la comunidad y las normas que regulan su existencia. Por eso las grandes reglas monásticas están vinculadas al nombre de los padres del monacato y a la historia de las órdenes religiosas. En sentido amplio, al vocablo «regla» se le pueden asociar todos los decretos ejecutivos y las disposiciones de carácter normativo que comentan o completan la auténtica regla -como ^constituciones, ^costumbres, declaraciones-, a los que se puede añadir también el derecho consuetudinario no escrito. Para los religiosos la regla propia y las constituciones tienen carácter vinculante. Regla mixta. La regla de san Benito (/Benedictinos) supone la tradición monástica existente en los monasterios italianos del siglo VI y, en especial, la llamada Regula Magistri («regla del maestro»). El monasterio benedictino de Montecassino fue destruido el año 577 y permaneció en ruinas cerca de ciento cuarenta años. Posteriormente, alrededor del año 620, la regla de san Benito apareció nuevamente en Francia meridional. Hacia el 628, unos monjes de san Columbano del reino de los Francos (monacato / irlandés, regla de san /Columbano) asociaron a su regla la de san Benito y otros preceptos de vida monástica. Por esta razón, en la investigación historiográfica de los últimos decenios se habla de la época de la «regla mixta» (siglos V1I-IX). Al principio, en todo caso, siguió prevaleciendo la regla de san Columbano, pero poco a poco la de san Benito, menos rígida y más adaptable, se abrió camino en los monasterios iro-francos (Luxeuil con sus numerosas filiaciones). basta el punto de convertirse en la más importante. San Bonifacio (f 754) y las disposiciones de Carlomagno y su hijo Ludovico Pío, condujeron la observancia benedictina a su victoria definitiva, sobre todo con las decisiones de los sínodos de Aquisgrán de los años 816 y 817. Acababa así la época de la«regla mixta». Con su compromiso monástico, y aun sin ser consciente de ello, Columbano había preparado el camino a la difusión y a la definitiva afirmación de la observancia benedictina, la única considerada auténticamente «romana». Religiosas Escolásticas (Pobres Religiosas Escolásticas de Nuestra Señora). A veces se denominan así las religiosas que se ocupan especialmente de la educación y formación de los jóvenes. Institutos típicamente dedicados a esta tarea son las /Ursulinas y las /Damas Inglesas. En sentido estricto, se llaman así, en Alemania y Austria, las Pobres Religiosas Escolásticas de Nuestra Señora (en alemán Arme Schulschwester von Unserer Lieben Frau), fundadas por la beata Teresa de Jesús Gerhardinger (1797-1879), de Ratisbona. Favorecida por sacerdotes y obispos y apoyada por el rey Ludovico I de Baviera, la congregación experimentó un rápido florecimiento a partir del 1833, año en que se fundó la primera casa en Neunburg vorm Wald, en el Alto Palatinado. En 1834 el instituto obtuvo el reconocimiento de las autoridades civiles locales, y en 1854 fue aprobado por la Santa Sede. La nueva comunidad, que no introdujo la distinción entre monjas corales y hermanas laicas (/ conversos), adoptó la regla de san Agustín. El rey Ludovico I concedió a las Pobres Religiosas Escolásticas el monasterio de Anger, en Munich, que se convirtió en casa madre y sede general del instituto (fue destruido en 1944 durante los bombardeos de la ciudad y posteriormente reconstruido: en 1957 la casa general fue trasladada a Roma). Desde el principio, las Pobres Religiosas Escolásticas se dedicaron, sobre todo, a la educación y formación de las chicas, con escuelas de todo tipo y grado, incluidos los institutos profesionales. Ya antes de la muerte de la fundadora se abrieron casas en todas las diócesis bávaras, en el Imperio austro-húngaro y en Estados Unidos (1847), y muy pronto también en la mayor parte de los países europeos y de ultramar. El instituto padeció graves pérdidas a causa del nacionalsocialismo y el comunismo (supresiones y prohibición de enseñar). En Alemania están difundidas también las Religiosas de las Escuelas Cristianas de la Misericordia (Schwester der Christlichen Schulen von der Barmherzigkeit), que en Heiligenstadt (Eichsfeld) se denominan también «Religiosas Escolásticas de Heiligenstadt». Su instituto dio comienzo en Francia (1807/ 1832) y trabaja en Alemania desde 1862. Religioso, religiosa. Es el apelativo que se aplica a los miembros de los institutos religiosos. Reliquias, culto a las. En la Iglesia católica y en la Iglesia ortodoxa, las reliquias (del latín reli- quiae) son los restos mortales de los santos y beatos; y, en sentido amplio, todos los objetos utilizados por ellos o que estuvieron en contacto con sus cuerpos. En la Iglesia antigua la veneración de las reliquias estuvo inicialmente vinculada a la veneración que rodeaba a las tumbas de los mártires. A partir del siglo IV comenzaron a edificarse altares e iglesias sobre estas tumbas. Pronto fueron introduciéndose idénticas formas de culto también para otras personas que se habían distinguido por la santidad de su vida (culto de los santos). Las iglesias, las sedes episcopales o los monasterios, alcanzaban gran prestigio por el hecho de poseer la tumba de un mártir y. más aún, si se trataba de un apóstol. Los santuarios surgidos junto a estas tumbas se convirtieron en meta de ^ peregrinaciones, lo que. en la Edad media, acrecentó la demanda de reliquias, llegando en algunos casos a un auténtico tráfico de reliquias e incluso a verdaderos fraudes. Las reliquias se custodiaban en cofrecitos, joyeros u otros pequeños contenedores especiales dedicados a la vida retirada. Retiro. El mismo san Francisco escribió una regla propia para los eremitorios y dejó algunas disposiciones para organizar Santa María de los Ángeles, en Asís, como lugar especial de silencio, oración y retiro. Fueron precisamente la regla para los ermitaños y el Testamento de Francisco los que se convirtieron en fuentes a las que todos los movimientos de renovación franciscanos se remitieron para reafirmar la «estricta observancia», expresión que determinaría el estilo de las casas donde se pretendía vivir una mayor fidelidad a la regla. Los orígenes de la recolección hay que buscarlos en España con Juan de Puebla y Juan de Guadalupe; aunque el impulso decisivo llegó del general Francisco de los Angeles de Quiñones (1523-1527), quien, apenas elegido, se dedicó intensamente a un programa de reforma, expresado en las nuevas constituciones publicadas el 27 de julio de 1523. En Italia este mismo movimiento se desarrolló con Esteban de Molina y Bernardino de Asti. Tras la reunificación leonina de 1897, las constituciones de cada una de las familias franciscanas preveían la erección de especiales casas de retiro, a las que se destinarían de forma permanente hermanos voluntarios y de virtud probada. Figura importante para la espiritualidad del desierto fue san Pedro de Alcántara, creador de los conventos llamados «santos desiertos», en los que los religiosos podían transcurrir largos períodos de completo aislamiento. En la experiencia carmelitana esta tensión brota del origen propiamente eremítico de la orden y de la doble inspiración espiritual que representan las figuras de Elias y María. Los carmelitas se transformaron en el siglo XIII en Orden mendicante; por eso en ella todos los intentos de reforma y renovación ascético-espiritual procuraron recuperar el origen contemplativo y eremítico, creando conventos de retiro estricto, o bien espacios de especial silencio, a modo de yermos o desiertos, dentro de conventos normales. En el origen del movimiento reformista carmelitano estuvo Nicolás Audet, quien, presidiendo el capítulo general de 1524 como vicario general, se ocupó de la reforma y ordenó que se dedicaran algunas casas de cada provincia para poder llevar una vida más retirada y más acorde con los orígenes. Sin embargo la figura más relevante de la familia carmelitana fue santa Teresa de Jesús, que se inspiró en Pedro de Alcántara al construir su pequeño yermo en el huerto del convento de San José. Entre los Agustinos recordamos la figura de fray Luis de León, a quien se atribuye la paternidad de las constituciones recoletas aprobadas en el capítulo general de 1575, mientras que entre las agustinas hay que recordar a la M. Mariana de San José. El mismo movimiento existía entre los trinitarios con san Juan Bautista de la Concepción, mientras entre los mercedarios destaca el P. Juan Bautista del Santísimo Sacramento. En el mundo femenino se llegó incluso a nuevas fundaciones como las Bernardinas recoletas. las Concepción islas descalzas o recoletas, las Brígidas recoletas, etc. Aun sin querer hablar de los ermitaños, no se puede dejar de mencionar, al menos, la reforma camaldulense de Monte Corona, promovida por Vicente Pablo Giustiniani, que en la época de la Reforma católica contribuyó notablemente a la espiritualidad del desierto. Aun dentro de lo específico de cada orden, este movimiento se puede resumir con algunas características comunes. I) El retorno a la regla primitiva y a su observancia literal, o estricta observancia, continuando así la tradición de los Observantes. Su radicalismo les hacía estar insatisfechos de sus comunidades, por lo que volvían su mirada a los «primeros tiempos» de sus respectivos institutos para imitar su estilo de vida. Sin embargo, frecuentemente este retorno a los orígenes podía hacer crecer en ellos el sentido de la desproporción entre el ideal primitivo y la realidad concreta. 2) La pobreza individual y común, consecuencia de la observancia literal de la regla, implicaba la lucha y la abolición de cualquier privilegio, exención y posesión. En general, todas las recolecciones se mostraban inflexibles con prácticas y actitudes, como los privilegios, que pudieran violar la pobreza. Exenciones y títulos fueron abolidos, y para recuperar el verdadero espíritu de igualdad todos debían estar dispuestos a cualquier tipo de servicio y a la posesión común de todo, incluidos los vestidos. 3) La austeridad y la penitencia como expresión de la pobreza, no consideradas ya sólo como prohibición a la posesión privada o común, o bien como sumisión del uso de las cosas a la voluntad del superior, sino entendidas como búsqueda de privaciones y renuncias con el fin de participaren los sufrimientos, humillaciones y privaciones de Cristo y compartir las del pobre. El calzado, los vestidos y las casas debían ser bastos; el ayuno y la abstinencia, regulados de forma variada, pero, en todo caso, por largos períodos (generalmente desde mediados de septiembre hasta Navidad y desde el domingo de Septuagésima hasta Pascua). La disciplina se practicaba tres veces a la semana (lunes, miércoles y viernes) durante el año, y era más intensa en los tiempos fuertes. Entre las penitencias practicadas personalmente, con permiso del superior, estaba la de mezclar ceniza con los alimentos, besar los pies a los hermanos, o postrarse ante la puerta del coro o del refectorio al entrar la comunidad. La penitencia ejercida e impuesta por el superior se veía como un instrumento para fortalecer a los subditos en la paciencia y en la humildad. 4) El espíritu de oración y recogimiento se convirtió en el elemento característico y distintivo del movimiento recoleto. Las casas religiosas se transformaron en casas de oración y recogimiento. actividades primarias a las que los frailes y las monjas se entregaron por completo. Preocupación constante de las diversas legislaciones era la creación de las condiciones más propicias para el clima de oración, a través de disposiciones detalladas sobre horarios, silencio, retiro en las celdas, lectura espiritual y diversos momentos de oración. Todas las recolecciones prestaron gran atención a la oración mental, que ocupaba el centro de la jornada, y de la que dependían el silencio, la clausura, la lectura espiritual y el mismo oficio divino. Por término medio, se practicaba durante dos horas diarias, pero se recomendaba que cada uno le añadiera tiempo personal. Al principio, los lugares donde practicarla eran libres (coro, iglesia. oratorio o claustro), pero poco a poco fue imponiéndose como práctica comunitaria. Señal de esta atmósfera espiritual fue la gran producción de obras sobre la plegaria y la oración. 5) Los estudios y el apostolado se ponían en segundo plano. La cultura ocupaba un puesto marginal, porque se pensaba que favorecía más la erudición que la devoción y el recogimiento; y además, fue acusada de favorecer, o de ser la fuente de permisos, privilegios y exenciones. Por eso, al comienzo no se organizaron los estudios, es más, se llegó a prohibir la consecución de grados académicos y el acudir a las universidades. En la práctica, se cultivaba el mínimo de cultura necesaria para la liturgia, la lectura espiritual, la oración y la predicación, especialmente la literatura místico- ascética y el estudio de la historia y las tradiciones de cada orden o congregación. 6) Una última característica era la preferencia por las comunidades pequeñas, ya que estas permitían una mejor observancia de la pobreza, una mayor caridad y relaciones más personales. También para esta característica cada legislación concretaba con todo detalle el número de miembros de cada comunidad y la relación entre sacerdotes y laicos. Sin embargo, pasados los momentos iniciales, la tendencia a las comunida des pequeñas fue dejando lugar a otras mas numerosas. 2. Pequeñas reformas franciscanas. A lo largo de toda su historia, el movimiento franciscano ha estado surcado por una tensión o inquietud espiritual, que se manifiesta con diversos y sucesivos intentos de reforma o renovación espiritual. El término «pequeñas reformas» indica precisamente algunos de estos intentos, y se adoptó para distinguirlos de la «reforma franciscana» por antonomasia, es decir, la de los Reformados del siglo XVI, promovida por Esteban de Molina. Las pequeñas reformas eran parecidas a las experiencias de la recolección, pero se distinguieron de ellas por su mayor autonomía. Es curioso notar que en las pequeñas reformas, aun estando abiertas a todas las familias de los Hermanos Menores, entraban sobre todo los hermanos procedentes de los Reformados, mientras que los Observantes preferían participar generalmente de las recolecciones, como expresando una continuidad y una sintonía de espíritu. Baste citar dos experiencias, la de Castelgandolfo, comenzada el 5 de abril de 1641 y promovida por el orientalista P. Antonio delfAquila (t 1679), y la de san Buenaventura en el Palatino, promovida por el beato Buenaventura Gran de Barcelona, cuyos estatutos fueron aprobados por Alejandro VII, en 1662, con el breve Ecclesiae catholicae. Aunque conocía a los Capuchinos, Pablo de la Cruz no tomó de sus constituciones elementos para su estilo de vida ni para sus casas de retiro. En 1717 recibió la inspiración de «retirarse a la soledad», pero la madurez de su vocación y de su nuevo estilo de vida llegó en 1720, cuando puso en relación y unió entre sí las exigencias «del retiro, de la vida apostólica y de la promoción de la memoria de la pasión de Cristo» (cf Cartas, IV. 217-218), considerando que la soledad y el retiro podían garantizar mejor los objetivos de su congregación. En la primera redacción de la regla, el fundador llamó a sus residencias «casa de retiro de penitencia», o simplemente «retiro de penitencia», mientras que el texto de la regla aprobada por primera vez en 1741 habla sencillamente de «casa de retiro», que en 1746 se convirtió en «domas re ligios i re- cessus». La idea del «retiro» tenía para Pablo de la Cruz una raíz profundamente bíblica; efectivamente quería referirse a la experiencia de Jesús, que se retiraba a la soledad a orar para formar a sus discípulos. Para el fundador se trataba, pues, de remitirse a una vida auténticamente apostólica, según la cual el pa- sionista, viviendo apostólicamente, debía promover en los fieles la memoria del amor infinito de Dios, manifestado en la pasión de Jesús. Según la regla, la casa debía transformarse en lugar de experiencia de Dios, de su encuentro con él, a través del silencio, que «es el alma de una comunidad bien ordenada». Para ello, la práctica de la clausura debía ser rigurosa y no limitada sólo a las mujeres, sino también a los hombres, que no podían acceder sin motivos especiales y sin permiso del superior, para evitar las distracciones y favorecer la búsqueda de Dios. Como la experiencia espiritual tenía también una fuerte dimensión penitencial, además de ser un lugar de retiro y contemplación del Dios crucificado, la casa se convertía en instrumento para participar de sus sufrimientos, y ya que Cristo ha reparado nuestros pecados, el pasiónista debía participar de esta reparación, a través de una rigurosa penitencia corporal, con el uso práctico de la disciplina, ejercitada cuatro veces a la semana y todos los días durante el adviento y la cuaresma. Además, el ayuno estaba rígidamente regulado, mientras que la abstinencia de carnes fue poco menos que total hasta el 1755. Los religiosos transcurrían más de dos horas en la oración litúrgica diaria y tres en la meditación-contemplación. Precisamente por este compromiso vital, el «retiro» debía permanecer cerrado a los simples curiosos, o a las visitas de cortesía, y abrirse únicamente a personas que querían sumergirse en este clima espiritual y ascético. Desde mediados del siglo XIX, la expansión de la congregación fuera de Italia, las nuevas exigencias pastorales, las supresiones y las nuevas condiciones socioeulturales. llevaron a una mitigación del estilo de vida, precisamente porque el reclamo a la «vida apostólica» fue re interpretado a la luz de la nueva situación y la nueva sensibilidad. De la vida apostólica entendida como imitación de la vida de los apóstoles, expresada en un equilibrio entre oración y anuncio de la palabra, se pasó a interpretarla como compromiso en las obras de misericordia. Así se llegó a introducir la idea del retiro relativo, y la revisión de la regla de 1959 estableció que el término «retiro» debía aplicarse a una casa declarada como tal por el superior mayor, y en la que se mantenía un especial compromiso de oración, penitencia y retiro. El capítulo general de 1982 confirmó la decisión de que cada provincia o grupo de provincias pudiera construir una o más casas en las que la dimensión contemplativa de la vocación pasionis- ta pudiera cultivarse mejor. Rito. El vocablo «rito» (del latín ritus, uso religioso, costumbre) designa, en principio, el desarrollo de la liturgia catolica. Rogacionistas del Corazón de Jesús. Fue fundado por el sacerdote italiano, San Anibal Maria Di Francia, en 1881, y después de haber buscado en vano religiosas dispuestas a asumir esa obra; en 1883 dio comienzo al de niños. Por el mismo motivo maduró la idea de fundar una rama masculina, los Rogacionistas (1897), que se ocupó del orfanato masculino y de la orientación de aquellos chicos al trabajo. Los dos institutos adquirieron su fisonomía y nombre definitivo en 1901, con la aprobación del arzobispo de Mesina. Las casas de Mesina fueron duramente probadas por el terremoto de 1908, por lo que las obras fueron trasladadas a Puglia. No fueron pocas las dificultades que desde el principio encontró el fundador, quien se dedicó sin tregua a llevar a cabo su apostolado. Tanto los Rogaciónistas como las Hijas del Divino Celo emiten un cuarto voto, de obediencia al mandato del Royate. Por él se comprometen a la oración y a la promoción de las vocaciones, como también a la actividad en favor de los pobres y los huérfanos. Los orfanatos han conservado la denominación de «Antonianos» para recordar la protección de este santo frente a las numerosas necesidades económicas. Las estructuras, actualmente muy variadas, reflejan el carisma por el que, junto a centros de espiritualidad y orientación vocacional, se encuentran institutos educativo-asistenciales, centros de formación profesional, grupos y asociaciones diversas. Un campo específico de actividad pastoral lo constituye la prensa: libros, periódicos, revistas que difunden la sensibilidad por el tema vocacional. En torno al santuario de Na. Sra. de Loreto, en Tarragona, nació en 1977 una asociación, «los Amigos de Loreto», que reúne a quienes desean colaborar en la obra rogacionista, que lleva el «Teléfono de la Amistad», abierto las 24 horas del día. A pesar de las dificultades surgidas con ocasión de las dos guerras mundiales, el instituto de los Rogacionistas se ha extendido de forma discreta: en 1996 contaba con 355 miembros, de ellos 199 sacerdotes, en 52 casas pertenecientes a dos provincias italianas y una latinoamericana, y a varias delegaciones. Las Hijas del Divino Celo, que Monseñor Di Francia fundara junto a la Beata Luisa Picarretta, eran 600, dispersas en 62 casas de varias naciones. Rosario (en latín rosarium, interpretado simbólicamente como corona de rosas espirituales). En la Iglesia católica es una oración contemplativa no litúrgica, rezada privadamente o en comunidad. incluso como forma de culto eclesial. Su contenido consiste en la ^ contemplación de los misterios de la salvación en el marco de la devoción mariana, desde la anunciación y la encarnación de Cristo hasta la asunción de María a la gloria del cielo. La leyenda reproducida con frecuencia en los cuadros de los altares dedicados al rosario- atribuye a santo Domingo (Dominicos) la invención y difusión de la oración del rosario. Históricamente el rosario se remonta a la tradición medieval de las jaculatorias (o invocaciones) ma- rianas. A comienzos del siglo XV el rosario recibió la forma que ha conservado hasta hoy y que, generalmente está así estructurada: toda la oración del rosario se divide en tres partes, según los «misterios» que la componen: «gozosos», «dolorosos» y «gloriosos». Cada una de estas partes comienza con el credo apostólico, seguido de un padrenuestro y tres avemarias, como recuerdo de las tres «virtudes teologales» (fe, esperanza y caridad). Sigue la doxología o alabanza a la Santísima Trinidad (Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo...), y seguidamente comienza el rezo de las «decenas» (diez avemarias), cada una de ellas precedida por el padrenuestro y seguida de la doxología (a veces también de una oración por los difuntos). Antes de cada una de las decenas se enuncia brevemente el misterio que será objeto de meditación (por ejemplo: «En el primer misterio gozoso se contempla el anuncio del ángel a María...», u otras fórmulas semejantes). La secuencia de cinco decenas forma cada una de las tres partes, de modo que el rosario entero (con las respectivas oraciones introductorias) consta de 150 avemarias: por esta razón, por analogía con los 150 salmos, se le llama también «salterio mariano» o «salterio de los pobres». Al final de cada parte se ha introducido la tradición de rezar un padrenuestro, tres avemarias y un gloria según las intenciones del papa. La oración del rosario se concluye con el rezo (o el canto) de la Salve. La difusión del rosario es obra, sobre todo, de los religiosos. incluso mediante la institución de numerosas f hermandades del santo rosario, ya que en esta oración se veía una especie de ^liturgia de las horas para el pueblo. Las oraciones se recitan siguiendo las cuentas (generalmente de madera o nácar), unidas por un hilo o cadena, al final del cual hay una cruz. También a esto, muchas veces realizado artísticamente, se le llama «rosario» (propiamente «corona del rosario»). antiguas oraciones rituales que usaba el obispo y el sacerdote en la celebración eucarística (canon de la misa) y en la administración de los E sacramentos (bautismo, ordenaciones, etc). Los obispos de Roma ejercieron hasta el siglo VI el derecho de cambiar los textos litúrgicos; los sacerdotes debían tomar como modelo las fórmulas elaboradas por ellos. El sacramentado, junto con los otros libros litúrgicos (Eleccionario, para las lecturas, y antifonario, para himnos y salmos), dio lugar, en la tardía Edad media, al misal. La reforma litúrgica que siguió al Vaticano II (1962-1965) ha vuelto a distinguir varios libros litúrgicos. Sacramentinos. Los Sacramentinos, o Congregación del Santísimo Sacramento (Sacerdotes Sanctissimi Sacramenti, SSS) fueron fundados en París, en 1856. por san Pedro Julián Eymard (1811- 1868). Ordenado sacerdote el 20 de julio de 1834. Pedro Julián se distinguió por su profundo amor a la eucaristía. En 1856 fundó el instituto del Santísimo Sacramento. que en 1863 fue reconocido como congregación de derecho pontificio, cuyas tareas específicas eran la glorificación de la Santísima Eucaristía (Sacramento del Altar) a través de la adoración personal, la oración coral ante el Santísimo (exposición), y también la difusión de la devoción eucarística y de la comunión frecuente, a través de la palabra y los escritos. El capítulo general de 1981 la formulaba así: «Vivir, celebrar, dar a conocer una Eucaristía que sea: anuncio de la muerte y resurrección de Cristo; fuerza y exigencia de liberación de cualquier forma de mal; fuerza y exigencia de comunión entre nosotros y nuestros hermanos, para la Iglesia y para la sociedad». Situación en 1996 (rama masculina): 136 casas con 1.006 miembros, de ellos 695 sacerdotes. La rama femenina de la Congregación fue fundada en 1858, por el Padre Eymard, con el nombre de Siervas del Santísimo Sacramento. Sacramento (en latín sacramentum, acto de consagrar, obligación, prenda; en el latín tardío y medio, misterio religioso). Es. en la tradición cristiana, un signo sensible y eficaz, instituido por Jesucristo, que comunica a los hombres la gracia de Dios a través de la acción redentora de Jesucristo. A lo largo de la historia, la re- flexión teológica sobre la naturaleza del sacramento ha experimentado una constante evolución. En los siglos XII y XIII. partiendo del Nuevo Testamento y de la enseñanza de los padres de la Iglesia (sobre todo Agustín), la teología occidental (de manera análoga a las Iglesias orientales) fijó en siete el número de los sacramentos: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, unción de los enfermos (extremaunción), orden y matrimonio. En la Iglesia católica los dogmas relativos a estos siete sacramentos fueron establecidos por el papa Eugenio IV (1431-1447) y, de forma definitiva, por el concilio de Trento (1545-1563), con estas características: signo externo (sensible), gracia interior e institución por Jesucristo. La teología de las Iglesias orientales está muy próxima a la católica; entiende los sacramentos como signos misteriosos de la presencia de la gloria divina en el mundo, a través de los cuales la persona creyente se introduce cada vez más profundamente en la salvación que Dios le ofrece. Por lo que se refiere a las Iglesias nacidas de la reforma protestante (Lulero, Zwinglio, Calvino y la Iglesia anglicana mantienen opiniones muy diversas al respecto), sigue siendo fundamental la reducción que hizo Martín Lutero (1483-1546) de los sacramentos a dos: el bautismo y la cena (parcialmente también la penitencia), los únicos que él consideraba instituidos por Cristo, basándose en el testimonio de la Escritura (Nuevo Testamento). Sacristía (del latín medieval sacristía, derivado a su vez del adjetivo sacer, sagrado). Es un local anexo a la iglesia, generalmente cercano al coro, en el que los ministros sagrados (junto con los acólitos y monaguillos) se preparan y se visten para las funciones eclesiales; la sacristía sirve también para conservar objetos sagrados y /"vestiduras, encomendados a los cuidados del sacristán. En los monasterios, este puesto lo ocupa generalmente un hermano laico (^ conversos), que atiende también al mantenimiento ordinario del edificio eclesiástico (decorar el altar y la iglesia, tocar las campanas, encender y apagar las velas, etc). Sacro Imperio Romano (en latín Sacrum Romanum Imperium). Era la denominación oficial aplicada al ámbito de poder del emperador romano de Occidente y a los territorios imperiales sujetos a su señorío, a partir de la Edad media y hasta 1806. Este imperio surgió como continuidad ideal del antiguo Imperio Romano de Occidente y en concurrencia con el Imperio Bizantino, en Oriente, que sobrevivió hasta la toma de Constantinopla por parte de los Turcos, en 1453. El Imperio Romano de Occidente fue renovado gracias a la coronación imperial del rey de los Francos, Carlo- magno. que tuvo lugar en Roma, de manos del papa, la noche de Navidad del año 800. Al desintegrarse el reino franco, la dignidad imperial pasó a los reyes alemanes, comenzando por Otón I el Grande, coronado emperador en Roma, el año 962. A partir de 1033, este imperio abarcaba los tres reinos de Alemania, Italia y Borgoña. Como respuesta a la desacralización del Imperio y de la misma idea imperial, durante la lucha de las investiduras, a finales del siglo XI y comienzos del XII, al título imperial se le antepuso el calificativo sacrum (por primera vez por parte de Federico I Barbarroja, el año 1157). A partir de 1254 se encuentra de forma definitiva el título de Sacrum Romanum Imperium, al que. en la versión alemana de la tardía Edad media (con el emperador Carlos IV), por influjo de las comentes humanistas nacionales de los siglos XV y XVI, se le añadió una nueva calificación: Sacro Imperio Romano Germánico. Efectivamente, fue al finalizar la Edad media cuando, a causa del creciente poder de muchos grandes señores feudales y de la autonomía que habían adquirido a costa de la autoridad del emperador, el Imperio se vio reducido a Alemania y a algunos restos de los otros dos antiguos reinos. Desde sus comienzos y hasta su fin, el Imperio estuvo estrechamente vinculado a la «Iglesia imperial». A pesar de los conflictos y los momentos de fuerte tensión, incluso -y precisamente- después de las importantes pérdidas sufridas a raíz de la reforma protestante y la paz de Westfalia (1648), la Iglesia imperial -con los estados generales del Imperio, los tres príncipes electores eclesiásticos (los arzobispos de Maguncia, Colonia y Tréve- ris). los obispos príncipes y los abades del Imperio- permaneció fiel a la idea imperial hasta la caída de esta institución a raíz de la revolución francesa, constituyendo. junto con las ciudades imperiales, el elemento más fiel para «el emperador y para el reino». Sagrada Familia. Son muchas las instituciones masculinas, y sobre todo femeninas, que se remiten a la Sagrada Familia de Nazaret. Entre ellas: La Congregación de la Sagrada Familia de Villejranche (SF) tuvo su cuna precisamente en Villefranche de Rouergue (Francia) el 3 de mayo de 1816, cuya fundadora fue Santa Emilia de Rodal, quien le inspiró un fuerte espíritu contemplativo, inspirado en la Familia de Nazaret, al encomendarle la misión evangelizados a través de la enseñanza; la Congregación de la Sagrada Familia de Burdeos (SFB), nacida el 28 de mayo de 1820, en Burdeos (Francia), para difundir y fortalecer la fe, cuyo fundador es el Beato D. Pedro Bienvenido Noailles, que descubrió en la Familia de Jesús, María y José la primera comunidad cristiana, ampliada a todos los que tienen fe en Jesús resucitado: las Hermanas de la Sagrada Familia de Urge! (SF), instituto fundado en Seo de Urgel (Lleida) por la Beata Madre Ana María Janer Anglarill, el 29 de junio de 1859, con el fin específico del servicio de la caridad a través de la enseñanza y la asistencia sanitaria, inspirándose en el ejemplo y bajo la protección de la Sagrada Familia. Y la congregación masculina de la Sagrada Familia de Nazaret, iniciada por San Juan Piamarta en 1900, que se dedica actualmente a la pastoral y a la animación juvenil, escolar y profesional. sobre todo entre los jóvenes de las clases populares, siguiendo el modelo de la Familia de Nazaret; el Padre Piamarta colaboró también con la Beata Madre Elisa Baldo (1862- 1926) en la fundación de la congregación femenina de las Humildes Siervas del Señor. Sagrado Corazón de Jesús, Hermandades y Congregaciones del. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús tuvo origen en una especial corriente mística, centrada en la persona de Jesús y su muerte en la cruz, que veía en el corazón el centro vital y la expresión de la oblación amorosa de Cristo. Su difusión se remonta ya a la Edad media (apogeo en la mística alemana de los siglos XIII y XIV: /"mística), y en la era moderna se ha ido traduciendo poco a poco en celebración litúrgica pública y oficial (a partir del siglo XVIII). En cuanto a las fraternidades especialmente vinculadas a esta devoción, hubo un primer comienzo en el siglo XVIII, con la hermandad sacerdotal de Marsella (Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús de Marsella), entregada al cuidado y educación de los jóvenes (1729). En los siglos XIX y XX han surgido una infinidad de hermandades y congregaciones, masculinas y femeninas, dedicadas al Sagrado Corazón de Jesús, que trabajan sobre todo en el campo misionero o educativo y escolar. Entre ellas destacan los Hermanos del Sagrado Corazón (SC), llamados también Corazonistas, fundados en Lyon (Francia), por el Beato Padre Andrés Coindre en 1821, como respuesta a las necesidades de una juventud abandonada y descristianizada, la Congregacion de los Padres del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram (SCJ), fundados en 1835 por san Miguel Garicoits, en Betharram (Francia); o la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús (SCJ) fundada en 1852, en Marsella (Francia), por el Beati P. José María Timón David, para la educación de niños y jóvenes de clase obrera y humilde, y más conocida con el nombre de Padres de Timón David; los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús (MSC), fundada por el Beato Padre Julio Chevalier en Issoudun (Francia) en 1854; los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús (SCJ), Dehonianos o Reparadores, cuya fundación se debe a San León Dehon (San Quintín, Francia, 1878). Entre las congregaciones femeninas están: las Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús. fundadas en Burdeos (Francia), en 1799, por la Beata M. Eulalia Angélica Fatin Chantellot, y entregadas sobre todo a hacer presente el amor de Cristo entre los jóvenes y los pobres; las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús (1877), de la Beata Madre Catalina de Maria Rodriguez de Zavalia; las Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús (SSCJ), fundadas por la Beata M. Piedad de la Cruz Orliz, en Alcantarilla (Murcia), el 8 de septiembre de 1890, para extender el amor providente y misericordioso del Corazón de Jesús; la Mínima Congregación de Siervas del Sagrado Corazón de Jesús (SCJ), fundada el 2 de febrero de 1891, en Vic (Barcelona), por el Venerable Juan Collell Cuatrecasas, para la asistencia a jóvenes obreras; las religiosas del Apostolado del Sagrado Corazón de Jesús (RA), fundadas también en 1891, en La Habana, por el jesuíta P. Valentín Salinero, para ser expresión del amor de Dios a los hombres; las Reparadoras del Sagrado Corazón (RSC), que nacieron en Lima (Perú), fundadas por la M. Teresa del Sagrado Corazón, el 9 de junio de 1895, y que se dedican a reparar el amor del Corazón de Cristo con actividades educativas, asistenciales y misioneras; las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús (1900); las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles (Angélicas), nacidas del celo de Santa Genoveva Torres Morales, el 2 de febrero de 191 1. en Valencia, para acoger y atender a señoras solas; las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesús, fundadas el 24 de mayo de 1924 por la Beata Luz Rodríguez Casanova, cuya acción apostólica se orienta sobre todo a los niños y a los pobres; la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, fundada en Madrid por la Beata Pilar Navarro Garrido, el 1 1 de febrero de 1942, con el empeño misionero de la evangelización de los pueblos; la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús (IBSC), fundada en Bilbao, el 31 de julio de 1947, por Andrés Arístegui y Rosario Vilallonga. para la acogida de necesitados y enfermos; y las Operarías Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús (1949). A ellas hay que añadir numerosas asociaciones que se proponen cuidar y difundir formas particulares de devoción, como la práctica del primer viernes de mes, la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, las horas de adoración, la «vigilia en honor del Sagrado Corazón», las letanías del Sagrado Corazón, varias formas penitenciales y otras muchas expresiones de piedad. Sagrado Corazón de Jesús, Sociedad Misionera del (RSCJ). Es una congregación religiosa femenina de derecho pontificio desde 1826. Fue fundada el año 1800. en Amiens. por Santa Magdalena Sofía Barat (1779-1865) para la educación de la juventud. La fundadora se propuso desde el principio trabajar por la gloria del Corazón de Jesús, manifestando el amor de Dios hecho hombre, a través del servicio de la educación, especialmente mediante la enseñanza. Después de la primera escuela, abierta en Amiens, el instituto se difundió por otras ciudades de Francia, a pesar de la pausa forzada entre los años 1808-1815. Inmediatamente después, las fundaciones se abrieron al extranjero (Estados Unidos e Italia, a las que siguieron otras en Africa y en diversos países europeos, entre ellos España). A la muerte de Barat se contaban 3.500 religiosas, distribuidas en 89 casas. Las leyes anticlericales de comienzos del siglo XX en Francia constituyeron un estímulo para una mayor internacionalización del instituto. Las primeras constituciones, escritas por el P. Druilhet, SJ, en sintonía con las intuiciones de Barat, fueron aprobadas definitivamente por la Santa Sede el 22 de diciembre de 1826. Han sufrido varias actualizaciones, especialmente tras la promulgación del código de derecho canónico de 1917 y el Vaticano II. Los cambios más llamativos afectan al sistema de gobierno y a la abolición de la clausura. Desde 1826 las religiosas emitían, además de los tres votos tradicionales, el de dedicarse a la educación de la juventud. y de estabilidad, y expli- citaban la renuncia total a los bienes patrimoniales, sustituyendo los votos solemnes que no se les permitían al carecer el instituto de estricta clausura. A partir de 1964 fueron abolidos la clausura y el voto de estabilidad, así como la distinción entre religiosas enseñantes y coadjutoras. Continúa el voto de la educación de la juventud. Desde las primeras constituciones, redactadas en 1815, de inspiración ignaciana, se subraya la centralidad del culto al Sagrado Corazón, como unión vital a Cristo y conformidad a su voluntad salvífica universal. Las religiosas del Sagrado Corazón están también consagradas al Corazón Inmaculado de María, imagen perfecta del corazón de su Hijo. A través de varios capítulos generales, el instituto ha llevado a cabo una reflexión sobre su identidad, elaborando un nuevo texto de las constituciones, que fueron aprobadas el 1 de enero de 1987. Destaca la estrecha vinculación entre contemplación y apostolado, desempeñado con los jóvenes de todas las naciones y de toda condición social. Ya desde el comienzo, junto a instituciones para chicas de familias acomodadas, se abrieron escuelas elementales gratuitas para niñas pobres. Con el tiempo se han desarrollado las instituciones escolares de todos los grados y obras educativas de todo tipo para cubrir las necesidades actuales. Las religiosas del Sagrado Corazón colaboran en la catcquesis y en diversos organismos eclesiales y civiles. Organizan también retiros y ejercicios espirituales. Las ex-alumnas forman una asociación, como miembros de la Union Mondiale des Organisations Feminines Catholiques (UMOFC), que las representa ante la ONU. Con el paso del tiempo, varios institutos religiosos femeninos se han unido a la Sociedad del Sagrado Corazón. En 1996 el instituto contaba con 3.873 miembros, distribuidos en 515 casas, por muchos países, incluso fuera de Europa. Sagrado Corazón de María, Hermandades del. En la era moderna, y sobre todo en el siglo XIX. en paralelo con las fraternidades del Sagrado Corazón de Jesús, han surgido diversas fraternidades y asociaciones dedicadas al Inmaculado Corazón de María, como los Claretianos, los Misioneros de Scheut y muchas congregaciones de religiosas, comprometidas sobre todo en la catcquesis. en la educación, en la formación y en obras de caridad. Sagrados Corazones, Padres de los. Conocidos como Padres de los Sagrados Corazones, el nombre oficial de la institución masculina es el de Congregación de los Sagrados Corazones y de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento del Altar (SSCC). El Beato P. José María Coudrin fundó esta congregación el 25 de diciembre de 1800. en Poitiers (Francia), con el fin de propagar la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María mediante la enseñanza y el apostolado entre fieles e infieles. Obtuvo la aprobación el 10 de enero de 1817. El mismo Coudrin, con la colaboración de la Beata Enriqueta Aymer fundó también, en 1800, la congregación femenina de los Sagrados Corazones de Jesús y de María (SSCC), dedicada a las necesidades urgentes de la Iglesia y de la sociedad. Situación en 1996, rama masculina: 268 casas con 1.254 miembros, 920 de ellos sacerdotes; rama femenina: 132 casas. con 899 miembros. Salesas. Las Salesas u Orden religiosa de la Visitación de Santa María (Ordo de Visitatione Beutae Mariae Virginis) son una orden femenina, fundada en 1610 en Annecy por el obispo san Francisco de Sales y santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, y aprobada por el papa en 1618. La Orden, que une vida contemplativa y activa (con tareas sobre todo educativas), creció y se desarrolló primero en Saboya y en Francia, donde cuidó la difusión de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, al modo y según las intenciones de Santa Margarita María Alacoque, monja y mística de la Orden de la Visitación. Después de la Revolución francesa -durante la cual tuvo que sufrir gravísimas pérdidas- la Orden experimentó un nuevo llorecimiento que la llevó a establecer su presencia en muchos países del mundo. Los monasterios de la Orden son autónomos, pero desde 1951 están unidos en federación. Situación en 1996: 154 monasterios con 2.913 monjas. Salesianas de San Juan Bosco. Las Hijas de María Auxiliadora, llamadas también Salesianas de san Juan Bosco, son un instituto religioso de derecho pontificio, fundado por san Juan Bosco (1815-1888) y santa María Dominica Mazzarello (1837-1881) en Mornese, diócesis de Acqui, en 1872. para la formación y educación de las jóvenes de procedencia popular. Fue fundado con el fin de aplicar a las chicas lo que don Bosco estaba realizando ya entre los chicos, frecuentemente perdidos en la incipiente sociedad industrial. El lo ideó como un «monumento viviente de gratitud hacia la Auxiliadora», e identificó el núcleo de la primera comunidad en el grupo de las Hijas de María Inmaculada, una pía unión laical, descartando otras posibilidades cultural y económicamente más ventajosas. Don Bosco había ido por primera vez a Mornese en 1864: allí conoció a María Dominica Mazzarello, miembro activo de las Hijas de María Inmaculada. Estaban asociadas en Mornese aproximadamente desde 1851, por iniciativa de la Sierva de Dios, Sor Angela Maccagno, apoyada por el Venerable Don Domingo Pestarino. El esbozo de su regla había sido revisado por el Beato Padre Jose Frassinetti de Genova, que se ocupó de varios grupos inspirados en las Ursulinas. Ejerció un notable influjo espiritual en el de Mornese, a través de escritos y varios encuentros. Pero con el tiempo se habían ido distinguiendo dos grupos: uno fiel a la identidad original, más próximo al modelo de la «monja en casa», entregada a diversas actividades caritativas según las necesidades, y otro, dirigido por Mazzarello, que desde 1863 se dedicaba exclusivamente a la educación de las chicas, mediante un taller de costura, la catequesis, un pequeño orfanato y actividades recreativas. Y para conseguir una disponibilidad mas plena para el apostolado, se organizó una forma embrionaria de vida común, bajo la guía de don Pestarino, que mientras tanto había conocido a don Bosco. Este se interesó por la experiencia y, después de varias aproximaciones indirectas, propuso la fundación de un instituto religioso femenino, semejante al de los Salesianos, enviando un esbozo de reglas en enero de 1872. El primer grupo emitió los votos el 5 de agosto de 1872 en presencia del obispo de Acqui, mons. Sciandra, y de don Bosco; consiguió la aprobación diocesana en 1876, junto con la del texto de las Constituciones, aún manuscritas. En el aspecto jurídico, el instituto se presentaba como agregado a la Sociedad salesiana. El fundador era consciente de las dificultades que surgirían en las Congregaciones romanas debido a la nueva reflexión sobre los institutos femeninos, y por la situación tensa entre la Iglesia y el Estado en Italia; por eso no pidió jamás el decreto de aprobación pontificia, a pesar de que el mismo Beato Papa Pío IX había animado y estimulado la segunda fundación. La primera comunidad de Mornese amplió su campo de acción en el espacioso colegio: taller, escuela elemental, colegio, catequesis y oratorio dieron vida a la experiencia de los orígenes, denominada «espíritu de Mornese». En profunda sintonía con don Bosco, la madre interiorizó el espíritu salesiano. mediado por el director, traduciéndolo en categorías femeninas y adaptándolo al ambiente. Se desarrolló así una relación de guía y colaboración, gracias a las dotes de gobierno y de agudo discernimiento de Mazzarello. Por breve tiempo don Bosco envió también a dos religiosas de Santa Ana de la Providencia, para iniciar a las neopro- fesas a una vida religiosa más regular. El origen del Instituto está marcado por una gran pobreza y frecuentes fallecimientos de jóvenes profesas, pero también por una gran alegría, celo y audacia apostólica, y espíritu de familia entre educadoras y alumnas. A pesar de la escasa cultura de las primerísimas Hijas de María Auxiliadora, se comenzó enseguida a estudiar para conseguir títulos de magisterio y poder enseñar en las escuelas elementales. Después del traslado de la casa madre a Nizza Monferrato, en 1879, se emprendió gradualmente la institución de una «escuela normal», donde formar maestras y educadoras para la sociedad: en 1900 el instituto consiguió su equiparación con las escuelas públicas. Desde 1898 las Hijas de María Auxiliadora frecuentaron regularmente la escuela de Magisterio en Roma y, desde 1905, la Universidad de Pavía para las materias científicas. Con el nacimiento de la universidad Católica de Milán, en 1922, estuvieron desde el comienzo entre sus alumnas. Son datos muy significativos si se comparan con la situación de la formación femenina y con la mentalidad de los ambientes eclesiásticos de entonces. En tiempos de anticlericalismo y masonería, gracias a estas valientes opciones, las Hijas de María Auxiliadora abrieron numerosas escuelas elementales y asilos, y consiguieron la equiparación de varias escuelas normales, convertidas más adelante en institutos de magisterio, según la legislación del Estado. La expansión del Instituto fue rápida y constante. Desde 1874 hubo una sucesión de nuevas fundaciones, primero en Piamonte y muy pronto en América, coincidiendo con la segunda expedición misionera de los Salesianos. Desde 1877 las misioneras llegaron a Patagón i a y a las tierras de Magallanes, trabajando tanto con los emigrantes italia- nos como en la evangelización de los indígenas. Aprendían las lenguas mientras exportaban, con el genuino espíritu del Instituto, usos y tradiciones italianas. Era muy vivo su sentido de pertenencia al Instituto, que, a comienzos de siglo, con la separación jurídica de los Salesianos, experimentó un momento de crisis. La temida confusión fue superada. Se encontró la identidad en torno al lema: Da mihi animas, caetera tolle (dame almas, quítame lo demás), con el empeño de educar todas las dimensiones de la personalidad de las jóvenes, sintetizado por don Bosco en el intento de formar «buenos cristianos y honestos ciudadanos». Eso significaba para las Hijas de María Auxiliadora dedicarse a la formación de jóvenes cristianas, futuras madres de familia, hábiles educadoras, maestras, o expertas en los diversos campos de trabajo. Las obras se multiplicaban, ampliándose a colegios mayores, talleres y pensionados. Las Hijas de María Auxiliadora se santificarían educando a las jóvenes. Su estilo de vida no era monacal: no se advertía dicotomía espiritual entre vida de oración y actividad apostólica, entre búsqueda de santidad personal y entrega educativa. Para la redacción de las primeras Constituciones don Bosco había pedido en 1871 la colaboración de la Beata Madre Enriqueta Dominici, superiora de las Religiosas de Santa Ana de Turín. otro instituto educativo. Luego él mismo había aportado modificaciones, para lograr que las Hijas de María Auxiliadora continuaran siendo verdaderas ciudadanas frente al estado. El texto sufrió varias correcciones hasta su redacción de 1885, la última antes de morir el fundador, incluyendo las observaciones de otros Salesianos y de las religiosas reunidas en capítulo en 1884. El Instituto tenía una estructura y organización interna autónoma, pero estaba ayudado por el director salesiano, encargado por el rector mayor, de la guía espiritual y administrativa, para las cuestiones más relevantes. La separación de los dos institutos fue solicitada a la Santa Sede como aplicación de las Nórmete secundum ¿fitas de 1901, que regulaban la vida de los institutos religiosos femeninos de votos simples, establecidos con la Conditae a Christo de 1900. Con el capítulo general del 1906 hubo que adecuar las Constituciones a las Nórmete, transformándolas en sentido muy jurídico y bastante árido. El texto distinguía, como se pedía, el fin primario del instituto (la santidad) del secundario (la misión). Un nuevo manual intentaba transmitir la herencia espiritual de los orígenes. No obstante las peticiones en contra, quedó sancionada la plena autonomía del instituto, reconocido como de derecho pontificio en 191 1. Para conservar también jurídicamente un vínculo con los Salesianos, se obtuvo, a partir de 1917. que el rector mayor fuese delegado apostólico ante el instituto. Tras la promulgación del código de derecho canónico de 1917 se requirió una nueva modificación, con el resultado de un texto constitucional más próximo al carisma, en 1922. Así permaneció hasta 1969. año del capítulo general especial y de la primera redacción de las Constituciones renovadas, propuestas de nuevo con algunos cambios, ¿id experimenlum, en 1975, y aprobadas definitivamente en 1982. En ellas parece haberse hallado nuevamente la gracia de la unidad vocacional: las Hijas de María Auxiliadora profesan la voluntad de vivir por la gloria de Dios en un servicio de evangeli- zación a las jóvenes, caminando con ellas por la vía de la santidad. Su estilo propio es el preventivo. entendido como método pedagógico y espiritual. Razón, religión y cariño constituyen el trinomio clásico, apoyado en la confianza en los recursos interiores de la persona y en la vida sacramental, para que la joven llegue a una madura opción vocacional. Las educadoras trabajan en comunidad, ofreciendo un ambiente comunicativo y alegre, caracterizado por la relación interpersonal y por la presencia educativa de la asistente, que comparte las preocupaciones juveniles y trata de insertarlas en un proyecto de vida cristiana. La dimensión mariana está presente de manera acentuada desde los orígenes. Estos son los quicios sobre los que las Hijas de María Auxiliadora han educado en todo el mundo, desarrollando gradualmente la inculturación en los diversos contextos. La procedencia generalmente popular de las jóvenes las ha impulsado a no dejar a un lado lo que podía serles útil para su cua- lificación: títulos de estudio reconocidos por el estado, participación en asociaciones eclesia- les. esmerada preparación catequística. En 1908 nació la asociación de exalumnas, para continuar cultivando los valores cristianos y salesianos en la familia y en los ambientes de trabajo. Con el tiempo se ha convertido en una Confederación mundial. Muchas asociaciones juveniles han sido promocionadas y difundidas en el Oratorio. Después del Vaticano II se han transformado, dejando mayor espacio a la participación activa en las parroquias. En los años 50 nació en Italia la revista Primavera, para adolescentes y preadolescentes, ideada cuando aún la gran prensa ignoraba a esta clase de público. En 1970 se erigió en Turín la Facultad Pontificia de ciencias de la educación «Auxilium», posteriormente trasladada a Roma, que se propone desarrollar una cultura de la vida y favorecer la investigación en el campo de las ciencias de la educación, con una atención especial a los problemas de las mujeres. También funciona un Instituto superior de ciencias religiosas y un Curso de espiritualidad orientado a profundizar y asimilar el patrimonio carismático. El Instituto ha mantenido una estructura de gobierno centralizada, ejercida según el principio de subsidiaridad. Hay una superiora general, asistida por el consejo superior, formado por visitadoras y responsables de campos específicos (formación, pastoral, misiones, comunicaciones sociales); la inspectora (provincial) con su consejo (desde 1908): y la directora (animadora de la comunidad local) con su consejo. Las circulares mensuales de la madre general, las visitas de las superioras y los intercambios promovidos con innumerables medios, el acuerdo en las líneas básicas, con respeto a los diversos contextos culturales, favorecen el vínculo de la unidad. Entre los instrumentos de unión están también el Noticiario FMA, mensual, y el Da mihi animas, revista de formación. Tras la muerte de la cofundadora, correspondió a la M. Catalina Daghero gobernar el Instituto durante 43 años y orientar su consolidación y desarrollo. El movimiento de expansión ha sido ininterrumpido: después de las fundaciones en América, Europa y Asia, siguieron las de Oceanía y África. En 1989 resur gieron las actividades de las Hijas de María Auxiliadora que trabajaban también en la «Iglesia del silencio». El Instituto ha multiplicado su presencia en la Europa del Este y mira con confianza al Extremo Oriente. En línea con las orientaciones del Concilio, las Hijas de María Auxiliadora han replanteado sus proyectos de formación y pastoral. Revisando los elementos peculiares del carisma, con el intento de discernir entre tradición y tradiciones, han emprendido el camino de la animación dentro de toda la comunidad educativa, que valora la aportación de los laicos y comparte con ellos el proyecto educativo; han acentuado su disponibilidad al diálogo con el ambiente donde trabajan, con un esfuerzo por colaborar con todos los que se preocupan por la educación y la inserción de los jóvenes en la sociedad; han descubierto la peculiaridad de la dimensión eclesial, poniéndose al servicio en todos los campos, con especial referencia a la catcquesis y a los organismos que se ocupan de los jóvenes. El Instituto ha sido enriquecido con numerosos miembros muy significativos: Santa María Mazzarello, la Beata Laura Vicuña, adolescente de trece años de Junín de los Andes, educada por las primeras misioneras, la Beata Magdalena Morano, la Venerable Teresa Valsé Pantellini y varias siervas de Dios, entre ellas dos mártires de la persecución española de 1936. Desde los años 70 se ha dado un progresivo descenso vocacional en Europa occidental, con el consiguiente aumento de la edad media de los miembros, mientras se constata un incremento en otras muchas partes del mundo. En 1996 las Hijas de María Auxiliadora eran 16.450, presentes en ochenta países, con 1.583 casas. Estaban distribuidas en 79 provincias. Salesianos de San Juan Bosco. /.Fundación, finalidad y evolución hasta la muerte del fundador. La denominación original y todavía hoy oficial de esta comunidad religiosa. Sociedad de San Francisco de Sales, fue modificada en 1947 como Salesianos de Don Bosco (SDB), para facilitar su identificación. Evoca tanto al patrono, san Francisco de Sales (t 1622) como al fundador, San Juan Bosco (1815-1888), nacido el 16 de agosto de 1815 en la aldea de Becchi, a 30 km. al este de Turín, entonces capital del reino de Cerdeña. Juan era el segundo hijo de una pobre familia de labradores. Su padre falleció cuando él tenía solamente un año y medio. Su madre, Margarita, tuvo que arreglarse sola para sustentar a toda la familia. A raíz de un sueño, Juan se sintió llamado al sacerdocio y al servicio de la juventud pobre y abandonada. No obstante, hasta la edad de dieciséis años, y en medio de mil sacrificios, no pudo comenzar sus estudios. El 6 de julio de 1841 fue ordenado sacerdote. Durante los tres años siguientes don Bosco frecuentó el Colegio eclesiástico de Turín para perfeccionar su formación teológica. Gracias a su amistad con José Cafasso se puso en contacto con la dramática situación de muchos jóvenes encerrados en las cárceles juveniles. Esto lo impulsó a dar comienzo a su obra en favor de los jóvenes, el 8 de diciembre de 1841, enseñando el catecismo a un joven aprendiz de albañil en la sacristía de la iglesia de San Francisco. La rápida industrialización de Turín atraía entonces a muchos jóvenes campesinos hacia la ciudad. donde vivían con frecuencia sin trabajo y sin vivienda, abandonados a su suerte y muchas veces víctimas de malas compañías. Don Bosco invitó a su joven discípulo a llevar a otros compañeros y así, en poco tiempo, sus muchachos llegaron a ser doscientos. El los acogía en un local contiguo a la iglesia, les enseñaba y luego se quedaba a jugar con ellos. Al terminar el tiempo de formación en el Colegio eclesiástico, don Bosco comenzó a trabajar, con un grupo de sacerdotes, en la Obra Pía de la marquesa Barolo y, más concretamente, en el «Refugio», un centro de acogida para chicas extraviadas, querido por la propia marquesa, donde pusieron a su disposición algunos locales. Sin embargo tuvo que irse de allí, lo mismo que de otros lugares de la ciudad, donde repetidamente había buscado un lugar para su Oratorio, viéndose incom- prendido y frecuentemente objeto de acusaciones difamatorias por el hecho de que sus chicos eran juzgados como demasiado ruidosos y suscitaban sospechas y prejuicios. Finalmente, en 1846, el Oratorio pudo trasladarse al cobertizo de un campo de la periferia oriental de la ciudad, donde don Bosco pudo realizar su primer centro juvenil estable. El número de chicos aumentaba continuamente, hasta el punto de inducir a don Bosco a abrir otras casas donde acoger y asistir a los sin techo. Por ese mismo motivo quiso que viniera su madre, que se ocupó de la cocina y la colada, hasta su muerte, acaecida en 1857. La decisión de ponerle a sus centros juveniles el nombre de Oratorios («casa de oración») indica su plena conciencia del papel esencial que la dimensión religiosa debe tener en la formación de los jóvenes. Desde los comienzos, hay que constatar que don Bosco y su obra pueden comprenderse en su verdadero valor sólo si se le considera al mismo tiempo educador y padre de almas. Quería la felicidad de toda la persona y, por tanto, también su salvación eterna. Los principios fundamentales de su pedagogía eran la racionalidad, la religiosidad (temor de Dios) y la caridad benevolente. Calificaba su método educativo como «sistema preventivo»: una especie de pedagogía de la prevención contra todas esas realidades que influyen negativamente en el crecimiento de la personalidad. Esta sabia integración del clima protector con momentos de verificación personal debía ayudar a los jóvenes a madurar su propia personalidad, haciéndolos capaces de dar buena prueba de sí mismos, como ciudadanos ejemplares y buenos cristianos. Para tener consigo muchos jóvenes y asegurarles trabajo y pan, don Bosco erigió talleres para aprendices, una escuela nocturna y un gimnasio, de los que esperaba sacar vocaciones sacerdotales. Una eficiente tipografía le garantizó buenos servicios para sus numerosas publicaciones (135 textos). Los límites de espacio no permiten exponer aquí la cantidad y variedad de actividades de don Bosco ni siquiera todas las dificultades -acusaciones, sospechas, fracasos y atentados contra su vida- con que tuvo que enfrentarse. Siempre se encomendó a la divina Providencia y a la intercesión de la Madre de Dios, en cuyo honor hizo construir en 1867 la basílica de María Auxiliadora, cerca del Oratorio, y que llegaría a ser después un importante santuario donde, entre otras cosas, reposan sus restos mortales. Don Bosco no era el único que se preocupaba de la juventud abandonada. En 1847 surgió en Porta Nuova el Oratorio de san Luis y dos años más tarde el Oratorio del Angel de la Guarda, por obra de don Jose Cocchi, ambos encomendados a la dirección espiritual de don Bosco por el entonces arzobispo de Turín, mons. Luis Fransoni. Don Bosco, a su vez. había dedicado su Oratorio a san Francisco de Sales porque quería que el santo obispo fuera para él y para sus colaboradores un modelo de alegre amor a Dios y al prójimo. En su honor erigió en 1852 la primera iglesia de su comunidad. Para todas sus iniciativas encontró siempre don Bosco amigos y bienhechores, sobre todo maestros y artesanos, pero también jóvenes bien dispuestos. Poco a poco el padre de huérfanos tuvo que comenzar a pensar en la continuación de su obra. Al principio no pensaba en una comunidad religiosa con votos, sino que consideraba que sus colaboradores y sucesores continuarían unidos en el amor fraterno para proseguir su obra. Para resolver el problema de la estructura que había de dar religiosos. Pero a partir de entonces surgieron nuevos problemas. Como la fundación de una nueva familia religiosa era también una cuestión de derecho eclesiástico, don Bosco tuvo que intentar conseguir para su congregación, como él la había llamado, tanto el reconocimiento de la curia arzobispal de Turín como la de la congregación para los religiosos de Roma. Fue un camino lleno de espinas. Primero envió una súplica firmada por 26 salesianos al arzobispo Fransoni (1832-1862), entonces exiliado en Lyon. Mons. Fransoni transmitió una copia del anexo proyecto de constituciones a un célebre canonista para contar con su opinión. Tras la muerte del arzobispo. don Bosco se dirigió a José Zappata. vicario capitular de la sede episcopal vacante de Turín, quien prometió la aprobación por parte de la diócesis. A raíz de esto, don Bosco envió a Roma el documento con las cartas de recomendación de cinco obispos diocesanos y el texto de la regla. Cinco meses más tarde, el 23 de julio de 1864, obtuvo para su sociedad el llamado Deeretuní Untáis, primer paso para el reconocimiento pleno, pero no la deseada autorización para entregar las cartas dimisorias, es decir, la autorización para la ordenación de los candidatos al sacerdocio preparados por la comunidad. Al mismo tiempo se le hacía notar que antes debía obtener el consentimiento pleno de la curia de Turín. Pero la cosa no era nada fácil. El nuevo arzobispo de Turín, mons. Riccardi de Netro (en el cargo desde 1867 hasta 1870). intentando poner orden en los diversos asuntos tras el prolongado período de sede vacante, al abrir de nuevo el seminario diocesano pretendió que ningún candidato al sacerdocio se dedicara a nada que no fuera el estudio y que no se ordenara ninguno que no hubiera transcurrido al menos el último año de formación sacerdotal en el seminario. Además, escribió a Roma diciendo que don Bosco había recibido el encargo de ocuparse de la educación de los jóvenes, pero no de la formación de los sacerdotes. Añadió que el Oratorio de Turín había tenido hasta entonces un ambiente caótico, donde aprendices, estudiantes, laicos, seminaristas y sacerdotes hacían vida común. Don Bosco se vio afectado; Roma tuvo que poner freno. El arzobispo murió durante el concilio Vaticano I; como sucesor fue nombrado el obispo de Saluzzo, Mons. Lorenzo Gastaldi (que permaneció en el cargo desde 1871 hasta 1883). Este, que anteriormente había sido entusiasta admirador de don Bosco, desde ese momento se convirtió en su más fiero opositor. Las críticas que presentaba a Roma se referían a estos puntos: necesitar a sus proyectos y superar numerosas dificultades. Ahora, finalmente, don Bosco podía trabajar en su obra, y lo hizo, como siempre, de manera incansable. En 1872 fundó con María Dominica Mazzarello la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora (FMA), llamada también de «Religiosas de San Juan Bosco» o «ASalesia- nas». En 1876 fundó la tercera familia salesiana: los Cooperadores salesianos que. luego desempeñó muchas veces la tarea de preparación para las nuevas fundaciones salesianas, apoyándolas material y espiritualmente. En 1877 ideó para ellos el Boletín Salesiana, que pronto se publicó también en otras lenguas. En 1875 envió a sus primeros misioneros a la Patagonia y. poco después, a otras cinco repúblicas suramericanas. En 1877 dirigió el primer capítulo general de la Sociedad salesiana. En 1884 los Salesianos consiguieron la exención. pasando así a la obediencia directa de Roma. El 31 de enero de 1888. al final de una larga y dolorosa enfermedad, don Bosco dejó este mundo. En el momento de su muerte la Sociedad salesiana contaba con 768 profesos perpetuos y 95 temporales, además de 276 novicios y 56 casas, casi todas en Italia, pero también en Francia, España, Inglaterra, Bélgica y América meridional. Pero la obra de don Bosco comenzó a difundirse por todo el mundo especialmente a partir de su canonización, en 1934. 2. Evolución de la Sociedad salesiana hasta nuestros días. Los Salesianos en todo el mundo. Los sucesores de don Bosco tenían ahora la tarea de mantener viva en su espíritu la herencia del fundador, procurando su posterior difusión. La meta fijada siguió teniendo gran actualidad en todo el mundo y llevó a una serie ininterrumpida de nuevas fundaciones, a petición de los obispos, de los Cooperadores salesianos y hasta de las autoridades civiles. No podemos aquí reseñar todos los países que han pisado los Salesianos. La estructura organizativa comprende tres niveles distintos: las casas, guiadas por los «directores» junto con el consejo directivo de cada casa; las provincias, bajo la guía de un «inspector» o «provincial», asistido por el Consejo provincial; y el superior general, que guía a la Sociedad en su conjunto, ayudado por el Consejo general. El poder legislativo para toda la Congregación lo ejerce el capítulo general (cada seis años), y para las provincias el capítulo provincial (cada tres). Las constituciones están sujetas a la autorización de la congregación romana para los religiosos; los estatutos generales (decretos ejecutivos) dependen, en cambio, de las decisiones del capítulo general. En 1965 se constituyeron siete regiones lingüísticas que reúnen diversas provincias y garantizan la relación entre el centro de la Congregación y cada una de las provincias. Las actividades de los Salesianos abarcan casi todas las obras e iniciativas en favor de la juventud más pobre: oratorios, colegios, centros de formación profesional, escuelas agrarias, las llamadas «puertas abiertas», las obras de formación profesional para discapacitados de todo tipo, la presencia entre los jóvenes en todas sus formas, e incluso la pastoral en las parroquias. En tiempo de don Bosco eran siete: hoy son más de mil. Entre los Salesianos. hay actualmente en el mundo setenta obispos diocesanos y cinco cardenales, tres de ellos en la curia romana. Las misiones se han implantado sobre todo en América meridional, Oriente Medio y Extremo Oriente. La India es hoy una provincia. Desde hace años, Africa es una de las tierras de misión predilectas por los Salesianos. presentes en treinta Estados, con un trabajo misionero mantenido por 29 provincias. Especial atención se ha dedicado siempre a la formación de las vocaciones. Hoy existen en los diversos países 57 casas de noviciado y 42 centros de estudios filosófico-teológicos. El pontificio Ateneo salesiano, fundado en Turín en 1941. fue trasladado a Roma en 1960, y en 1973 fue reconocido por Pablo VI como Universidad pontificia. En 1996 los Salesianos contaban con 1.763 casas y un total de 17.566 miembros, 1 1.150 de ellos sacerdotes. Capítulos generales y provinciales han procurado siempre mantener la obra de san Juan Bosco a la altura de los tiempos. La «Familia salesiana» comprende los Salesianos, fundados por el mismo don Bosco, las religiosas de san Juan Bosco y los Cooperadores salesianos; a estas tres ramas hay que añadir las numerosas comunidades religiosas femeninas fundadas por Salesianos, que se proponen vivir el espíritu del fundador y su espiritualidad del amor pastoral. El tercer sucesor de don Bosco, Beato Don Felipe Rinaldi, fundó en 1917 las llamadas Voluntarias de don Bosco (VDB), comunidades femeninas que, siguiendo el modelo de los institutos seculares, profesan los tres votos y trabajan en el mundo según el espíritu de san Juan Bosco. Salmos (del griego psalmos, «tensar las cuerdas del arpa», «canto acompañado con el sonido de un instrumento de cuerda»). Son una colección de 150 composiciones poéticas del Antiguo Testamentos, compuestos por David, rey y profeta, junto a su cuerpo de musicos, liderados por Asaf, el jefe de los cantores del templo. San José, Congregación de. Además de los Josefinos de Murialdo, son numerosas las congregaciones puestas bajo el patrocinio de san José. Entre ellas: la Congregación de San José de Cluny (SJC), fundada el 12 de mayo de 1807, por la Beata Madre Ana María Javouhey, en Cha- lon-sur-Saone (Francia), con el fin específico de dar culto a la Voluntad de Dios, y que cuenta en la actualidad (1996) con 3.239 religiosas distribuidas en 407 casas; las Siervas de San José (1874); el instituto de Religiosas de San José de Gerona (RSJ) nacido gracias a la gran bondad y sensibilidad ante el sufrimiento. de una mujer generosa, Beata María Gay Tibau (1813-1884), que el 28 de junio de 1870 con su compañera Carmen Estevez, daba cauce a su labor apostólica en favor de los enfermos, fundando el nuevo instituto; las Carmelitas Teresas de San José (1878); y las Carmelitas de San José (1900). San Pedro ad Vincula, Congregación de. Se denomina así por estar inspirada en el relato del libro de los Hechos de los apóstoles en que se cuenta la liberación de san Pedro de la cárcel Mamertina por manos de un ángel. Su fundador, el Beato P. Carlos J. María Fissiaux (1806-1867) ofreció a los suyos la regla de san Agustín, indicándoles que debían ser ángeles liberadores «bondadosos pero firmes» en su misión con la juventud necesitada. La congregación fue fundada en Marsella (Francia) el 1 de agosto de 1839 y está extendida hoy por Francia, España, Brasil y Argentina. San Pedro Claver, Hermanas de los Pobres de (HPSPC). Congregación fundada el 14 de febrero de 1912 en Barranquilla (Colombia), por la Beata M. Marcelina de San José, y que se dedica a la asistencia y promoción de los más pobres. Santa Ana de Turín, Religiosas de. Es una congregación religiosa de derecho pontificio, nacida en Turín en 1834 por iniciativa de los cónyuges marqueses y Beatos Tancredo Falletti de Barolo y Julia Colbert de Barolo. El origen de la institución está vinculado a la denominación «Hermanas de la Providencia», posteriormente cambiado por los fundadores para no confundirlo con otras instituciones homónimas, pero con finalidades distintas. Así se llamó «Religiosas de Santa Ana de la Providencia», luego, abreviado Religiosas Barolianas, entrega al servicio de todos los necesitados. Se encuentran actualmente en Francia. Italia, Inglaterra. Brasil, Irlanda y España. Santo Angel Custodio, Hermanas del (HAC). Congregación dedicada principalmente al cuidado de los enfermos, que nació el 23 de julio de 1887, en Puigcerdá (Girona), por iniciativa del Siervo de Dios, Padre Salvador Casañas y Pages. Santo Domingo, Religiosas de. Congregación fundada en 1007, en Granada, por la Beata M. Teresa Titos Garzón, para la educación cristiana de la juventud. Santo Sepulcro, Orden Militar del. La Orden de Caballeros del Santo Sepulcro en Jerusalén se remonta a la época de las cruzadas y. más exactamente, a la lucha por la liberación del Santo Sepulcro de Jerusalén, que impulsó a los nobles de todo el Occidente a viajar a Tierra Santa. En la península Ibérica la orden empezó a tener importancia a raíz del testamento de Alfonso I el Batallador, por el que dejaba su reino a dicha orden, junto a la del Hospital y la del Temple. Tras un acuerdo con Ramón Berenguer IV. la orden del Santo Sepulcro renunció a todos sus derechos. recibiendo a cambio un territorio en Calatayud, donde se fundó la casa matriz. Sus caballeros participaron en numerosas acciones de la reconquista, por lo que recibieron muchos privilegios y donaciones. En 1489, Inocencio VIII incorporó la orden a la de san Juan de Jerusalén ( f Malta, orden de), pero en España conservó su autonomía. A partir del siglo XVI. dejó de estar reservada sólo a los nobles, y, gracias a un privilegio pontificio. el derecho de armar caballeros se encomendó al guardián de los Franciscanos del Monte Sión. en Jerusalén. En 1848 ese privilegio pasó al patriarcado latino de Jerusalén, restaurado hacía poco, y en 1868 fue reformado por el papa Pío IX, con la institución de tres categorías, como las de otras órdenes militares, y con la posibilidad de conferir la dignidad ecuestre también a las mujeres. Los estatutos de 1932 fueron sustituidos en 1949 por los que promulgó el papa Pío XII. La sede central de la Orden está en Roma. A la cabeza de la orden está el cardenal gran maestre, nombrado por el papa. Junto a los doce grandes caballeros de la cruz con collar están los demás miembros, divididos en cuatro rangos: caballeros, comendadores, grandes oficiales y grandes cruces. En algunos países existen gobernatoratos (con gobernador, gran prior y consejo), divididos en provincias, que a su vez comprenden encomiendas (bailesvregionales). La condecoración de la Orden es la cruz de Jerusalén, de oro esmaltado en rojo, sobre banda de seda negra, que se remonta al estandarte del reino latino de Jerusalén en la época de las cruzadas, que los caballeros y damas llevan sobre la capa blanca de la Orden en especiales circunstancias solemnes. Tarea fundamental de los caballeros del Santo Sepulcro era (y es) ayudar a los cristianos de Tierra Santa, sobre todo en lo referente a la asistencia religiosa y al mantenimiento de escuelas e instituciones humanitarias. Santo Tomás de Yillanueva, Congregación de. El 2 de marzo de 1661, en Lamballe (Francia), el Beato P. Angel Le Proust, fundaba la congregación femenina de Santo Tomás de Villanueva (STV), con el fin específico de vivir y testimoniar el amor a Dios y al prójimo. Santos Angeles Custodios, Religiosas de los. La congregación de Religiosas de los Santos Ángeles Custodios (RRAACC) fue fundada por la Beata Rafaela Ybarra de Vilallonga, en un modesto piso de Bilbao, el 8 de diciembre de 1894. Su título indica el estilo de su misión, orientada a la preservación de niñas y jóvenes y a su adecuada inserción en la sociedad. Sus constituciones se inspiran en la espiritualidad ignaciana. Santos, culto de los. El culto de los santos por parte de las Iglesias cristianas comenzó con la veneración de los primeros mártires. A partir de los siglos II y III, se celebraba la eucaristía junto a las tumbas de los testigos de la fe. En esas ocasiones los cristianos anunciaban «con gozo exultante» la gloria de sus mártires. Posteriormente, sobre las tumbas de los mártires se levantaron iglesias y altares, se invocó su intercesión y se hicieron ofertas en su honor. El culto involucró muy pronto también a María, a los apóstoles y a sus discípulos, a Juan Bautista y a otras figuras bíblicas, y, cuando cesaron las persecuciones, a muchos f anacoretas y ascetas del monacato de los orígenes, sobre todo obispos cualificados y respetados, padres de la Iglesia, hombres y mujeres cuya vida gozaba de fama de santidad. Al principio, el culto de los santos lo promovía generalmente el pueblo por iniciativa espontánea. Posteriormente adoptó rasgos litúrgicos oficiales, primero mediante la elevatio (acción de quitar, elevar, levantar) de la tumba y la translatio (traslado) a la iglesia y a los altares, por parte de los obispos locales, y finalmente por parte de la Santa Sede. La primera canonización (proclamación de santidad) testimoniada por fuentes ciertas es la del obispo Ulrico de Estrasburgo. realizada por el papa Juan XV el 31 de enero del año 993. No obstante, en los siglos sucesivos hubo todavía obispos, sínodos y a veces asambleas populares (como en la Islandia medieval) que continuaron proclamando la santidad de hombres y mujeres que eran objeto de veneración a nivel local. A partir del siglo V los atributos sanctus y beatus se refirieron al culto de los santos; en la misma época se distinguió entre «mártires» y «santos» (confesores, no mártires). Obispos y papas siempre trataron de evitar los peligros a que podía dar lugar la confusión entre cultos privados y públicos; en este sentido intervinieron ya el papa Alejandro 111 (1159-1181), Inocencio 111 (1198-1216) y sobre todo Urbano VIII (1623- 1644). En poco tiempo, después de las decisiones de Alejandro III, los procesos de canonización quedaron reservados exclusivamente al papa (1234). Así se llegó a la forma del «proceso de canonización». regulado por el derecho canónico, para proclamar a los nuevos beatos y santos. En las artes figurativas se reservaba a los santos la aureola (círculo luminoso alrededor de la cabeza), mientras a los beatos se les caracterizaba sólo con unos «rayos de luz alrededor de la cabeza». La mayor parte de los edificios eclesiásticos se denominan con los nombres de los santos a los que están dedicados (santos titulares o patronos). En cuanto a la forma correcta del culto de los santos, de sus imágenes y '"reliquias, y de sus fiestas (casi siempre en el aniversario de su muerte), el derecho canónico contiene normas rigurosas que, por otro lado, no han impedido nunca al pueblo invocar la ayuda de los santos, como protectores y patronos, en cualquier situación y según la sensibilidad de cada uno. El culto de los santos de la Iglesia católica y de la Iglesia ortodoxa, en su forma correcta, tiene su centro en Dios, el único a quien corresponde la adoración. El culto de los santos y la /"hagiografía conexa con él, se proponen presentar la acción salví- fica y gratuita de Dios en sus santos, y edificar y hacer crecer la fe, suscitando el deseo de emulación. Secularización (del latín tardío saeculum, época, siglo, mundo, realidad terrena). Es un concepto polivalente. En sentido amplio el vocablo entiende toda forma de «retorno al siglo» (al mundo) de personas o cosas consagradas, incluso el alejamiento del estado religioso o del estado clerical, y también la profanación de iglesias y objetos sagrados. En sentido estricto, con el término «secularización» se entiende la enajenación, sin consentimiento de la Iglesia, del patrimonio y de las instituciones eclesiásticas (diócesis, capítulos colegiales, monasterios, beneficios) y su uso con fines profanos. El término «secularización», para indicar la enajenación de los bienes eclesiásticos. lo usaron por primera vez los representantes de Francia, durante las negociaciones que condujeron a la paz de Westfalia (1648). La expropiación o enajenación de bienes eclesiásticos y su uso con fines profanos mediante transferencia forzada a nuevos propietarios laicos (seculares) había acontecido ya más veces, desde el tiempo de la Iglesia antigua en el Imperio romano. Un ejemplo lo tenemos en el mayordomo franco Carlos Martel, que se incautó de los bienes eclesiásticos, sobre todo monásticos, para financiar la defensa del avance árabe (batalla de Tours y Poitiers, 732) o también en el duque Arnolfo de Baviera. a comienzos del siglo X, para hacer frente a los ataques de los húngaros. En los siglos XVI y XVII la reforma protestante condujo a la secularización a gran escala en todos los países que se separaron de la Iglesia católica y del papado. Después de la paz de Westfalia (1648). comenzó a abrirse camino el debate político y literario sobre la secularización de los principados eclesiásticos del Imperio, pero también sobre la supresión, completa o parcial, de los monasterios y capítulos colegiales. En el siglo XVIII estas reflexiones continuaron con intensidad creciente. En todos los países católicos colegiatas, abadías y monasterios fueron suprimidos ya antes de la revolución francesa (1789), con permiso del papa o sin él, a veces en medida considerable (Francia, España, Portugal, territorios de los Habsburgo durante el reinado de José II). Se conoce como «Gran secularización», en sentido propio, el proceso de expropiación de los bienes de la Iglesia católica, que tuvo origen en torno al 1800. contemporáneamente con los comienzos de la revolución francesa (1789), prosiguió a lo largo de un cuarto de siglo de acontecimientos revolucionarios, a través de las guerras napoleónicas y las transformaciones que les siguieron. hasta el nuevo orden que impuso a Europa el congreso de Viena (1815). En este período en casi todos los países de Europa (y de América Latina) muchas sedes episcopales con sus respectivos cabildos catedralicios, colegiatas y monasterios fueron suprimidos por las autoridades gubernamentales. y sus bienes expropiados y confiscados; numerosas iglesias, monasterios y conventos fueron profanados, subastados y destruidos. Toda Francia, por ejemplo, según los historiadores, lleva aún hoy el signo de estas devastaciones. La disolución y destrucción de la Iglesia imperial alemana, con sus principados eclesiásticos y capítulos imperiales, se llevó a cabo en su fase terminal a través de tres duros ataques: el asalto militar por parte de Federico II de Prusia (1740-1786) contra el Imperio y el emperador; los peligrosos proyectos del emperador José II (1765-1790) dirigidos, sobre todo, contra la Iglesia imperial, a menudo violando los mismos principios del derecho; y finalmente el estallido de la Revolución francesa y la afirmación de la Francia revolucionaria bajo el mando de Napoleón y de sus irresistibles ejércitos. La secularización en su segundo sentido -como mediatización de los estados eclesiásticos y supresión general de capítulos y monasterios- había sido ya preparada en el siglo XVIII. La cuestión podía afectar únicamente a la cantidad de estas confiscaciones. En la última fase de esta evolución el infeliz triunfo de las guerras de coalición contra la Francia revolucionaria ofreció a las bases seculares el pretexto para resarcirse con satisfacciones a cargo «del seno mismo del Imperio». En la paz de Lunéville (1801) todo el territorio imperial de la margen izquierda del Rin pasó a Francia. A este punto, el final de los estados eclesiásticos era ya un hecho. Para establecer las «reparaciones» se nombró una comisión especial en Ratis- bona (sede de la dieta imperial). Tras largas negociaciones, el resultado se presentó en la Reic/isdeputationshuuptschluss (decreto de la comisión diputada por la dieta imperial para la secularización de los principados eclesiásticos) del 25 de febrero de 1803, que posteriormente fue definida formalmente como ley del Imperio. En sus partes fundamentales no era más que un diktat por parte francesa. Esta decisión produjo la mayor revolución territorial que Alemania había padecido hasta entonces. Establecía detalladamente la distribución del patrimonio de los estados eclesiásticos secularizados y confiscados. Incluso la mayor parte de los estados seculares menores, con poquísimas excepciones, se vio involucrada en este proceso. La secularización afectó a todos los estados eclesiásticos con sus patrimonios anejos (capítulos, abadías y monasterios de derecho imperial), exceptuando, ya por pocos años, el estado del príncipe elector y arzobispo canciller del Imperio, Cari Theodor von Dalberg, de la Orden teutónica y de la Orden de Malta. Sin embargo, también los capítulos y los monasterios no dependientes inmediatamente de la autoridad imperial, y por tanto de carácter local, fueron entregados a sus respectivos señores, viejos y nuevos; de todo ello se derivó una especie de supresión «discrecional». Esta ampliación radical de la secularización fue obra, sobre todo, del príncipe elector de Baviera. En Alemania, con poquísimas excepciones, también las instituciones capitulares locales y los monasterios fueron suprimidos, destinados a otros fines, transformados en escuelas, cuarteles, manicomios, cárceles y centros penitenciarios; en muchos casos fueron destruidos total o parcialmente, mientras su patrimonio cultural acabó dispersándose de maneras muy diversas. La secularización se llevó a cabo de modo especialmente salvaje en Württemberg, seguida inmediatamente después por Baviera. Unicamente en los territorios de los Habsburgo, a sólo dos decenios de la política de reducción de órdenes y monasterios aplicada por el emperador José II, se renunció, en general, a una nueva supresión de capítulos y monasterios. La secularización despojó a la Iglesia católica de casi todos sus bienes, causando incluso la destrucción de sus ricas instituciones culturales y la desolación espiritual y social de las provincias. La Iglesia, en general, pudo mantener sólo el patrimonio de las iglesias locales dedicadas a la cura pastoral de las parroquias. Aunque la decisión de febrero de 1803 se hizo pasar por «ley del Imperio», la secularización que le siguió sigue siendo una «monstruosa violación del derecho» (Heinrich von Treitschke), además de un acto de barbarie cultural que jamás podrá ser borrado. A la Iglesia imperial le siguió, inmediatamente después, la Iglesia, también formal, del Sacro Imperio Romano (en 1806). Por lo que se refiere a órdenes, congregaciones y monasterios restaurados mientras tanto, en la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, hubo con- tinuas supresiones, expulsiones y confiscaciones patrimoniales por parte del estado, como sucedió en Suiza, Italia, España, América Latina y Portugal o, de manera especialmente dura, en Francia, tras las leyes de separación de 1905. y con toda brutalidad en las dictaduras comunistas y por obra del nacionalsocialismo en el siglo XX. Ver también ^Supresiones. Sello (del latín signum, signo, señal; diminutivo sigillum, pequeño signo, pequeña imagen, marca que deja el anillo). Es, en general. la huella que deja un anillo en el que está montada una «matriz» (de piedra o metal tallado), o la que deja un lampón (marca) sobre una masa blanda, que después se endurece, en señal de reconocimiento o convalidación, o también como cierre de escritos, recipientes, relicarios, a modo de protección del contenido y como garantía contra las falsificaciones. Siguiendo el ejemplo de reyes y soberanos, a partir de los siglos IX y X también los obispos y abades hicieron uso de los sellos, a los que siguieron posteriormente, a partir de los siglos XI y XII, los príncipes y señores seculares. Como material para los sellos se utilizaba la cera, incolora o coloreada, metales blandos (plomo) y, a partir del siglo XVI. el lacre. Del tipo de material usado dependía el modo como se ponía el sello: adherente o colgante (a partir del siglo XII prevalecieron los sellos colgantes). Por lo que se refiere al aspecto exterior predominan los sellos de forma circular, pero existen también sellos ojivales, ovalados, sobre todo entre los eclesiásticos. La figura reproducida en el sello (que generalmente lleva una inscripción) representa a aquel a quien pertenece. Entre las figuras (estilizadas) reproducidas en los sellos -junto con las imágenes (estilizadas) de los manuscritos- se encuentran las más antiguas representaciones de los superiores monásticos, puesto que en la alta Edad media eran bastante raros los retratos de los abades, que se difundieron sobre todo hacia el final de esa misma era. Para sellar pequeñas ^reliquias, las autoridades eclesiásticas utilizan generalmente pequeños sellos en cuya matriz están grabadas las iniciales del nombre y el escudo. Servidoras de Jesús. Las Hermanas Servidoras de Jesús del Cottolengo del P. Alegre (CPA), son una congregación fundada en Barcelona el 23 de octubre de 1939. El carisma que le infundieron sus fundadores, el jesuíta, Venerable P. Jacinto Alegre Pujáis y la Beata M. Dolores Permanyer, está inspirado en el espíritu de san José Benito Cottolengo, y consiste fundamentalmente en entregar la vida a Dios en los enfermos más pobres, sin gratificación alguna, con toda la confianza depositada en Dios. Servitas (Ordo Servorum Maride. Orden de los Siervos de María, OSM). Son una orden, nacida en el siglo XIII de una hermandad. El año 1233 siete ricos comerciantes de Florencia (los siete santos fundadores) decidieron abandonarlo todo para vivir en común. Así nació la orden de los Siervos de María, que adoptó la regla de san Agustín, asumiendo la estructura y las actividades de las órdenes mendicantes. Después de algunas dificultades iniciales, fue aprobada definitivamente por el papa Benedicto XI, el 11 de febrero de 1304, y se difundió por toda Europa. Sufrió graves daños a causa de la reforma protestante (pérdida de treinta conventos alemanes) y de la secularización, pero a lo largo del siglo XIX consiguió recuperarse. Los Servitas constituyen actualmente una pequeña orden (en 1996 tenían 174 casas con 1.006 miembros, de ellos 761 sacerdotes), que trabaja en la cura de almas y en la catequesis popular en Europa y en América. La provincia española está formada por unos treinta religiosos distribuidos en cinco comunidades. A mediados del siglo XIII, surgieron varios monasterios femeninos de clausura (Segunda Orden), organizados según el modelo de las órdenes mendicantes. Posteriormente nacieron también dos comunidades de religiosas de la Tercera Orden de los Servitas (^terciarios), denominadas también «Mantellate», que trabajan en diversos países en la educación de jóvenes y en tareas caritativas. A ellas hay que añadir un instituto secular (Instituto Secular Servita) y numerosos miembros seglares de la Tercera Orden. Sexta (en latín hora sexta). Es la tercera de las cuatro horas menores (prima, tercia, sexta y nona), que en la / liturgia de las horas tiene lugar hacia el mediodía. Siervas. Muchas congregaciones femeninas incluyen en su título oficial el término «siervas». Entre ellas: las Siervas de María de Anglet, fundadas el 6 de enero de 1842 por el Beato Padre Luis Eduardo Cestac, en Anglet-Bayona (Francia), para la reeducación y asistencia de niños huérfanos; las Siervas de María, Ministras de los Enfermos (SDM), de Santa María Soledad Torres Acosta (18261887), que las fundó en Madrid, el 15 de agosto de 1851, para la asistencia de los enfermos en sus domicilios; las Siervas del Corazón de Jesús (SCJ), fundadas el 21 de octubre de 1867 en Estrasburgo (Francia), por la M. María del Sagrado Corazón, para promover las obras sociales; las Siervas de Jesús de la Caridad (SDJ), congregación fundada en Bilbao, el 25 de julio de 1871, por Santa María Josefa del Corazón de Jesús Sancho Guerra, con el lema «Amor y sacrificio», que realizan mediante la práctica de la asistencia a los enfermos a domicilio, en hospitales y clínicas, residencias de ancianos y guarderías, y están presentes en varios países de Europa y América; las Siervas de San José (SSJ), una congregación que es fruto de la colaboración del Beato Padre Francisco Butiñá y Hospital (1837-1905) y Santa Bonifacia Rodríguez Castro (1834- 1899). que la fundaron en Salamanca el 7 de enero de 1874 para responder a una necesidad de la época: la evangelización y promoción del mundo del trabajo; las Siervos de Jesús Sacramentado (SJS). congregación de adoratrices, fundada por la Beata Madre María Benita Arias, el 21 de noviembre de 1876, en Buenos Aires (Argentina): las Siervas de la Pasión (SP), fundadas en Vic (Barcelona), en 1886, por la Beata M. María Teresa Gallifa Palmarola, con el compromiso de procurar que los niños nazcan a la vida natural y sobrenatural; las Siervas de los Pobres, Hijas de los Sagrados Corazones (SP), nacidas el 15 de junio de 1944, en Almería, precisamente para el servicio a los pobres, por iniciativa de la M. María Aznar Jurado; las Siervas del Evangelio (SE), dedicadas a las actividades parroquiales y catequísticas, que nacieron el 30 de noviembre de 1944. en Granada, por iniciativa de mons. Manuel Hurtado y García; las Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote, fundadas el 26 de julio de 1961 en Tulpetlac (México), por la M. María Jesús Guizar Barragán, con el fin específico de servir a Cristo en los sacerdotes ancianos; y las Siervas de la Iglesia (SI), que nacieron en Almería el 2 de octubre de 1969, por obra de la M. María Aznar Jurado, para llevar el evangelio a la clase humilde. Silencio. En muchas culturas ha sido reconocido como algo importante en la vida humana. A lo largo del tiempo se ha ido profundizando su significado, que ha asumido connotaciones específicas en consonancia con los diversos ambientes. Ya los latinos distinguían el verbo tacere de silere, indicando con el primero la simple ausencia de palabras, mientras que el segundo implica una actitud interior más profunda, de concentración y atención. Gradualmente se ha ido refiriendo a un ámbito más específicamente religioso, para identificarse con una actitud fundamental del creyente frente a Dios. Las diversas religiones acentúan distintos matices de sentido, según el modo de concebir el ser humano en relación con Dios. En el campo cristiano la oración se configura como diálogo teándrico: Dios habla, y para poder encontrarlo y escucharlo es necesario hacer silencio, recogerse. Toda experiencia de oración comporta la exigencia del silencio, como expresión de madurez y como medio para alcanzarla. Así, puede descubrirse en el silencio una dimensión ascética y otra mística. La Biblia no contiene muchas referencias explícitas al silencio, pero en la secuencia de sus libros emerge la idea de una elaboración progresiva, en la línea de la interiorización, a partir de la condena de las charlas inútiles. Ni siquiera Jesús habla mucho del silencio, pero en varios contextos se habla de su silencio, de la oración vivida en soledad, como, por ejemplo, ante la Pasión. La Iglesia antigua, en contacto con las corrientes filosóficas que subrayaban la validez del silencio, comenzó a reflexionar sobre su valor; pero en realidad fue asumido sobre todo en la experiencia del monacato. Generalmente se le atribuye un valor funcional, orientado a la consecución de la verdadera comunicación con Dios y con el prójimo, fruto de la escucha del Espíritu. El silencio está considerado como una exigencia peculiar del eremitismo, ordenado en lodo caso a la escucha y a la meditación de la palabra de Dios, que configura al creyente con Cristo. San Gregorio Magno se detiene más en el silencio interior que en la praxis del callar. En las costumbres monásticas se insiste en el uso moderado de la palabra, sin aplicar al silencio un valor absoluto. Estas líneas de interpretación siguen siendo fundamentales tanto para las órdenes medievales como para los institutos más recientes, incluso de vida activa. En las constituciones o en los reglamentos de las congregaciones nacidas en el siglo XIX se distingue, según los casos, un silencio riguroso, o «sagrado», que afecta a algunas horas de la noche y de la mañana (generalmente hasta la celebración euca- rística), de un silencio más «moderado», que subraya la parquedad y el discernimiento en el uso de la palabra. Además, los diversos institutos han ampliado o restringido la disciplina del silencio exterior, adoptando a veces incluso signos de comunicación que sustituyen a la palabra (estos medios pertenecen más específicamente a la tradición monástica). El Vaticano II prefirió insistir sobre todo en la necesidad del silencio interior de los consagrados, teniendo en cuenta la nueva realidad que se ha dibujado con la difusión de los medios de comunicación social. También su uso puede condicionar o caracterizar la forma actual de crearse espacios de higiene mental y de interioridad. Silvestrinos. Constituyen una congregación de la Orden benedictina (Congregatio Silvestrinci Ordinis Sancti Benedicti). Su fundación se relaciona con el abad, San Silvestre Guzzolini, quien, en 1231. construyó un monasterio en el Monte Fano (Italia central). El número de sus discípulos creció rápidamente y él decidió adoptar en sus monasterios la regla de san Benito (Benedictinos). La congregación obtuvo la aprobación pontificia en 1247. Hoy cuenta con 22 monasterios en Italia, Estados Unidos y Sri Lanka (Ceilán). En 1996 los monjes pertenecientes a ella eran 196, de ellos 128 sacerdotes. En 1233 fue fundada también una rama femenina de la Orden (Silvestrinas), que duró hasta 1882, año en que fue incorporada a otras órdenes femeninas. Siniultaneum (del latín simul, contemporáneo). En la era moderna, es el derecho, de diversas confesiones religiosas, a usar las mismas estructuras eclesiásticas (edificios eclesiásticos, cementerios, órganos, etc). Este derecho está establecido por tratados, leyes y costumbres. A partir de la reforma protestante y de la paz de Westfalia (1648), en muchos territorios y ciudades de Alemania, donde convivían diversas confesiones, había iglesias destinadas a cultos diversos en diferentes horarios; en otros lugares, en cambio, los edificios eclesiásticos, entre ellos algunas iglesias conventuales, se dividían (a veces por medio de un muro) de modo que, por ejemplo, el coro quedara reservado a la Iglesia católica y a los monjes, y la nave a los protestantes. A partir del siglo XIX en la mayor parte de los casos la utilización simultánea de los edificios eclesiásticos se ha resuelto pacíficamente con acuerdos entre las diversas autoridades eclesiásticas; en todo caso, existe todavía hoy. Sociedad de Misiones Africanas. Fruto de la consagración total a las misiones de Melchor Marión de Bresillac, la Sociedad de Misiones Africanas (SMA) nació en Lyon (Francia) el 8 de diciembre de 1856. Desde los primeros pasos la labor evangelizadora de la Sociedad fue difícil, pero el sublime ideal y la firmeza de sus miembros ha hecho que actualmente estén presentes en varios países de Europa y América, con misiones en muchos países de África. En 1996 eran 1.037 miembros, de ellos 922 sacerdotes, en 76 casas. Sociedad Fe y Justicia. El año 1985, Francisco Loidi fundó en Bilbao la Sociedad de Vida Apostólica «Fe y Justicia», para trabajar por el reino de Dios en el seguimiento de Jesucristo, con la fuerza del Espíritu, y con una entrega total a la extensión de la fe y la transformación del mundo. Sociedad Misionera de María. El P. Santiago Spagnolo. de los Misioneros Javerianos, y Celestina Bottego (t 1980) fundaron en Parma, en 1945, la Sociedad Misionera de María (MM). El obispo, San Guido María Conforti, que había fundado en 1895 la Pía Sociedad de San Francisco Javier para las Misiones Extranjeras no logró nunca concretar el nacimiento de la rama femenina de la familia religiosa fundada por él. El deseaba dar vida a una congregación de religiosas que completara la obra de su instituto en tierras de misión. Aunque no conocía el deseo de Conforti, el P. Spagnolo fue inspirador de una congregación religiosa femenina javeriana. Celestina Bottego, adhiriéndose al proyecto elaborado por el P. Spagnolo, dio comienzo a la nueva congregación religiosa; en 1950 cuatro religiosas, entre ellas la M. Bottego, emitieron la profesión religiosa en el nuevo instituto, que fue reconocido por el capítulo general de los Javerianos de 1951 como colateral con el instituto masculino. Las primeras misioneras partieron para Brasil en 1957. Dos años más tarde las Javerianas llegaron a Japón. Mientras tanto el Instituto se iba consolidando: en 1964 llegó el decreto pontificio de alabanza de la Sagrada Congregación de Propaganda Pide. También las fundaciones misioneras se ampliaron cuando las javerianas llegaron al Congo en 1960. Desde allí las religiosas se trasladaron a Burundi, que constituyó el punto de partida para su retorno al Congo en 1962. Las constituciones de la congregación fueron aprobadas por Propaganda Pide en 1985. Actualmente las religiosas de la Sociedad Misionera de María concretan su finalidad misionera en la evangelización de los no cristianos, promoviendo el crecimiento integral de la persona humana, especialmente de la mujer, también a través de obras educativas, sociales y sanitarias en algunos países africanos, en Japón y en Brasil. En 1996 las misioneras javerianas eran 229, distribuidas en 39 comunidades de nueve países. Sociedades de vida apostólica. Según el nuevo Código de derecho canónico (1983). son Sociedades «cuyos miembros, sin votos religiosos, persiguen el fin apostólico de la propia Sociedad y, llevando vida fraterna en común de acuerdo con un estilo propio, tienden a la perfección de degradación moral y disciplinar, podemos añadir también motivos de tipo económico y político. Desde el siglo XIII al XVIII las resoluciones de la Iglesia en este campo fueron iniciativa exclusiva de la Sede Apostólica, o de común acuerdo con el poder secular. Tras la separación de la Iglesia y el Estado, las supresiones pontificias han sido poco numerosas y se han situado en un nivel simplemente disciplinar. Fue en la época medieval cuando se verificaron las primeras supresiones eclesiásticas. Fueron dispuestas por el II concilio de Lyon (1274); los padres conciliares pretendieron con ello poner orden en una situación en la que el excesivo número de órdenes religiosas, especialmente mendicantes, era, cada ve/ más, causa de abusos. La falta de disciplina, el vagabundeo generalizado, la cuestación practicada de forma indiscriminada -a veces salvaje- y la incapacidad de los superiores religiosos para poner remedio obligó a los participantes al II concilio de Lyon a intervenir de manera drástica aboliendo todas las órdenes que se habían constituido después del IV concilio de Letrán (1215) que no hubieran sido explícita y formalmente reconocidas por la sede Apostólica. De la supresión quedaron preservados sólo los Dominicos y los Franciscanos por su manifiesta utilidad. También el concilio de Vienne (1311 1312) se pronunció de forma tajante sobre el tema de las supresiones. Se trata del caso de los /"Templarios, de los /"Begardos y de las /"Beguinas. La supresión de los Templarios, monjes- caballeros que constituían la Orden del Templo de Jerusalén, fue voluntad del rey de Francia, Felipe el Hermoso quien, apoyándose en la complaciente debilidad del papa Clemente V, logró abolir esta Orden acusándola de herejía, pero con el fin oculto -y en esto actualmente todos los historiadores están de acuerdo- de poder confiscar legítimamente su patrimonio para poner remedio al endeudamiento de la corona. Al mismo concilio se expresó también con respecto al movimiento religioso-ascético de los Begardos y las Beguinas, suprimiendo, por hacer referencia a la herejía de los Hermanos del Libre Espíritu, todos aquellos grupos que con este nombre no hubieran aceptado la guía de la Iglesia y no se pusieran bajo la tutela espiritual de alguna orden canónicamente aprobada. En la segunda mitad del siglo XVI, con la aplicación del concilio de Tiento para la reforma de la vida del clero regular, Pío V ordenó suprimir todas las comunidades que, no encajando dentro de los parámetros conciliares de la disciplina común, no aceptaron los votos solemnes y la clausura. Los criterios que se asumieron en esta especial coyuntura histórica, y que, en cuanto tales, inspiraron la actuación de los decretos tridentinos, se inspiraron principalmente en el derecho canónico: todo lo que no se puede reformar o no responde concretamente a las definiciones decretadas por el concilio con respecto a los religiosos, debe ser removido. Tal vez el caso más significativo de esta época nos lo ofrece la supresión de los Humillados, que se opusieron firmemente a la reforma de su orden. En el siglo XVII se acentuaron los criterios jurídicos con menoscabo de los espirituales y pastorales. Si por una parte se puso fin a la decadencia de las órdenes, por otra emergió también otra característica de las supresiones pontificias de esta época: el aspecto económico. Es el caso de la abolición de algunas órdenes, cuyo ejemplo más célebre en este período es el de los ^Jesua- tos: sus bienes fueron entregados, por voluntad de la Santa Sede, a la República de Venecia para financiar la guerra contra los turcos. En el siglo XVIII el despotismo jurisdiccionalista de los estados católicos causó no pocos problemas, incluso graves, a la Iglesia. Es emblemática la supresión de los Jesuítas, planificada y emprendida en los reinos de los Borbones (1759-1768), solicitada en la curia romana, mediante amenazas, para que se extendiera a toda la cristiandad. Calumniosamente acusados de sedición y traición, difamados a escala europea por medio de una hábil campaña libelista organizada por los jansenistas, que provocó la aversión de los reyes borbones y del pueblo, fueron suprimidos definitivamente en julio de 1773 por el papa Clemente XIV, que se plegó ante el chantaje y la amenaza de males mayores (cisma). En la época contemporánea se registran pocas intervenciones de la Santa Sede: simplemente tienen un alcance disciplinar con respecto a institutos sin ninguna posibilidad de recuperación. Recordemos entre ellos a los Hermanos de la Caridad, o Hermanos Grises, fundados el siglo pasado por el franciscano italiano, Beato Ludovico de Casoria y suprimidos por extinción en 1971. 2. Supresiones estatales. Las supresiones estatales, es decir, las llevadas a cabo por el poder secular, se sitúan en un plano de motivaciones bien diferentes de las realizadas por la Iglesia. El problema de fondo, más o menos patente en los diversos momentos históricos, gira en torno al derecho que el Estado se atribuye a sí mismo de acuerdo con las distintas concepciones jurídicas, de intervenir en cosas que de por sí siempre han sido competencia exclusiva de la Santa Sede. Presentaremos aquí un cuadro sintético. Si en la tardía época antigua las supresiones estatales de comunidades religiosas había que atribuirlas exclusivamente a diversas posturas teológicas -el emperador arriano Valente (t 378) perseguía a los monjes fieles a la ortodoxia y el emperador iconoclasta Constantino V (t 775) se oponía a los monjes que defendían el culto a las imágenes-, en la época medieval, en cambio, las diversas intromisiones de los soberanos en la vida de los monjes estuvieron motivadas frecuentemente por una recta conciencia, informada casi siempre por auténticos valores eclesiales, que intentaban conseguir que la vida religiosa se desarrollara y estuviera protegida. Esta actitud reflejaba una distinción aún no suficientemente madura entre el poder del Estado y el de la Iglesia. Con el progresivo deterioro de la autoridad imperial franco- germana y la correspondiente concepción que la suscitaba (el emperador, además de ser soberano secular, era el protector de toda la Cristiandad, y por tanto, incluso en nombre de ese cargo, se sentía legitimado para intervenir en cuestiones de carácter religioso o de disciplina eclesiástica), y la contemporánea ascensión de los nacionalismos regios, las supresiones estuvieron cada vez más motivadas por razones económico-políticas. Arquetipo de ello es la abolición de la Orden templaría, como se ha dicho anteriormente. También la Reforma luterana y protestante condujo a la supresión de numerosas comunidades. Apoyándose en el axioma de que la religión del príncipe debía determinar también la del pueblo (cuius regio eius religio), en el plazo de apenas treinta años, en todo el norte de la Europa protestante, la presencia de los religiosos había desaparecido o estaba reducida al mínimo. A la introducción de la Reforma en los dominios del príncipe, le seguía una serie de leyes que sancionaban la progresiva confiscación de bienes de las comunidades religiosas. Los primeros en cerrar fueron los conventos urbanos; luego, en un segundo tiempo, los monasterios situados en el campo, en este caso por falta de vocaciones. En la época del absolutismo real (desde el siglo XVI hasta finales del XVIII) las supresiones se distinguieron por una especial e injusta intromisión política en la vida de la Iglesia. No hay que olvidar que en esta época tuvo gran influjo el movimiento jansenista que, además de manifestar una abierta hostilidad hacia la Compañía de Jesús (Jesuítas), proponía una reducción generalizada de todos los regulares. El antijesuitismo jansenista lo compartían todos los ilustrados, incluidos los católicos. La misma supresión de la Compañía lo confirmó. Con su absolutismo ilustrado, los católicos gobiernos borbones (siglo XVIII) no se limitaron a conseguir de la Santa Sede la supresión formal de los Jesuítas (1773), que por otro lado ya habían sido expulsados masivamente desde hacía tiempo de aquellos estados, sino que tendía a una general humillación de la vida consagrada con la clausura de cientos de conventos y la inmediata confiscación de sus bienes. El ejemplo de los borbones fue seguido también por otros estados católicos. Pero la cumbre llegó con la Revolución francesa, que llevó al extremo el proceso de las supresiones ya comenzado varios decenios atrás. La vida consagrada, cada vez más despreciada, fue desterrada en toda Francia: en 1790 se emanó la ley de supresión de todos los monasterios de vida contemplativa, considerados inútiles para la sociedad, y en 1792 fueron disueltas todas las demás congregaciones religiosas de vida activa. En el período napoleónico las supresiones se extendieron a todos los estados vasallos del imperio. Sólo las religiosas, dedicadas a los cuidados hospitalarios de los enfermos, fueron reconocidas y legitimadas por decreto imperial. Con la caída de Napoleón y el desvanecimiento del radicalismo revolucionario jacobino, humillado por los vientos de restauración política del Congreso de Viena, se dio. durante el siglo XIX, un nuevo florecimiento de la vida religiosa. La restauración de la Compañía de Jesús en 1814 fue su preludio. Las antiguas órdenes pudieron recuperarse y la Iglesia se enriqueció con la presencia de nuevas fundaciones de institutos religiosos, especialmente femeninos. Si bien desde este punto de vista el balance de este siglo puede considerarse positivo, no han de olvidarse las numerosas dificultades que surgieron, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, a causa de las tendencias nacionalistas de los liberal-masones, que pretendían eliminar todo influjo del papado sobre los estados. En el reino de Cerdeña, y después en el reino de Italia, por ejemplo, los decretos de abolición golpearon primero a la Compañía de Jesús (1848); pero en 1855 la supresión se extendió a todas las órdenes que no se dedicaran a la cura de almas; y finalmente el golpe de gracia llegó en 1866, cuando, privados del reconocimiento jurídico, todos los institutos religiosos fueron disueltos y sus bienes requisados por el estado y cedidos al patrimonio nacional. Pero casos análogos se dieron en todos los estados europeos y en los, desde hacía poco independientes, de América del Sur. La única posibilidad de continuar una vida de observancia regular que quedaba a los religiosos expulsados, era la de emigrar a los Estados Unidos, donde la constitución, muy liberal en materia de religión, garantizaba su agregación y, por tanto, su supervivencia. El siglo XX se ha visto afligido por la persecución de la Iglesia en los regímenes comunistas. A raíz de la Revolución de Octubre, con la transformación de la Rusia de los zares en Unión Soviética, en el intento de eliminar del país toda expresión de credo religioso, fueron abolidas o extremadamente limitadas todas las formas de vida consagrada. Con la caída del muro de Berlín y el naufragio de todo el sistema político soviético, la Iglesia ha recuperado con vigor su acción apostólica y pastoral en estos países, y el gran número de vocaciones religiosas y sacerdotales lo confirma. Sin embargo los daños acarreados a la Iglesia y a las órdenes religiosas han sido notables, sobre todo a causa de las expropiaciones de inmuebles, conventos, monasterios y propiedades en general y hasta de los lugares de culto, que. durante el régimen comunista, fueron transformados y destinados a otros fines. Stabilitas loci. La estabilidad (del latín tardío stabilitas, estabilidad, solidez, constancia; stabilitas loci, permanecer en un lugar) es una de las condiciones básicas de la espiritualidad cristiana. Como promesa de permanencia estable en una comunidad monástica, constituye la primera parte de la fórmula de profesión benedictina (regla de san Benito, c. 58). Con ella se entiende: fidelidad a la enseñanza y a la guía de Cristo, fidelidad y permanencia en el monasterio, perseverancia en la profesión religiosa y la observancia de la regla de una determinada familia monástica, a pesar de la dureza y los sinsabores que se encuentran en el camino hacia Dios. La expresión literal stabilitas loci aparece en la fórmula de profesión de los ^Premostratenses, aunque en su sentido más profundo está ya implícita en la regla de san Benito (e. I. contra los monjes errantes, sin morada fija). Sulpicianos (Societas Presbyterorum a Soneto Sulpitio, Societas Sulpitiensis). Constituyen una sociedad de sacerdotes seculares sin votos. Fueron fundados en 1642 por el Beato Padre Jean-Jacques Olier, párroco de San Sulpicio de París. Olier y sus discípulos, gracias a su piedad interior y a su gran cultura. lograron promover la renovación espiritual del clero, interviniendo sobre todo en el campo de la formación sacerdotal. Espiritualmente próximos a los Oratorianos, los Sulpicianos tuvieron su campo de acción sobre todo en Francia, pero su presencia alcanzó también otros países. Situación en 1994: 402 sacerdotes en 36 casas. Templarios. Fraternidad monadtica que se habia transformado en una auténtica orden militar y ecuestre, lo mismo que la Orden /Teutónica. Mientras que, al organizar su estructura militar, la Orden de Malta y la Orden Teutónica se habían inspirado predominantemente en la Orden de los Caballeros del Temple, estos últimos, siguiendo el ejemplo de las otras dos, habían organizado a su vez una sección hospitalaria, dentro del campo de los servicios que desarrollaban, de carácter predominantemente militar. A la Orden se unieron también comunidades femeninas. El año 1188 el papa Clemente III confirmó los nuevos estatutos de la Orden. A la cabeza estaba el gran maestre, elegido de entre la primera clase (caballeros nobles), cuya autoridad estaba sometida, en todo caso, al capítulo general. En todas partes se admiraba y temía el valor y el coraje extremo de los Templarios, hasta el punto de que, en tiempos de las más duras batallas contra los musulmanes, los Caballeros que caían presos generalmente eran ajusticiados inmediatamente. De todos modos, la causa cristiana tuvo que sufrir graves daños por los intereses ambiciosos y la rivalidad entre los miembros de la Orden de Malta y los Templarios. Dotados de abundantes privilegios por parte de los papas (/exención) y apoyados por muchos príncipes, la Orden de los Caballeros del Temple consiguió abrir numerosas casas en toda Europa, sobre todo en las regiones occidentales y suroccidentales del continente. Tras la pérdida de Tierra Santa, que siguió a la caída de la fortaleza de Accon, en 1291, los Templarios buscaron al principio un nuevo campo de acción en la isla de Chipre. Pero pronto la Orden tuvo que hacer frente a graves persecuciones y a la total aniquilación. La principal responsabilidad de este drama recayó en Felipe IV el Hermoso, rey de Francia desde 1285 hasta 1314, y sus consejeros, entre ellos, y sobre todo, el canciller Guillermo de Nogaret. Los motivos que movieron al rey no están del todo claros. En todo caso, él estaba indudablemente celoso de la autonomía y el poder de la Orden, entre otras cosas porque la parte más consistente de sus bienes estaba en Francia. Los tesoreros de la casa templaría de París eran también administradores de las cajas del estado. El pretexto para proceder contra la Orden se lo ofreció al rey en 1305 la traición de uno de sus miembros, Esquiu de Floran, personaje de baja extracción social, originario de Francia meridional. Este afirmó que, con ocasión de su ingreso en la Orden, se le había exigido renegar de Cristo y participar en ceremonias inmorales. Según estas calumnias, sería costumbre de la Orden escupir y pisar la cruz, renegar de Cristo, venerar un ídolo y obligarse a la homosexualidad y a otros actos inmorales. Además, los consejeros del rey transformaron la cuestión de los Templarios en asunto de estado para Francia. El papa era entonces Clemente V (1305-1314), francés y de personalidad débil, sobre quien el rey de Francia ejerció tortísimas presiones. Para obtener su consentimiento, el rey lo amenazó con abrir un proceso de herejía contra el papa Bonifacio VIII (1294-1303) que anteriormente se le había opuesto enérgicamente. Clemente V autorizó una investigación de la Orden, pero el 13 de octubre de 1307 el rey. por propia iniciativa, mandó encarcelar a todos los Templarios que había en Francia (unos 2.000), incluido el gran maestre Santiago de Molay, incautándose de sus bienes. Así se doblegaba por completo a la Orden en Francia, haciéndola incapaz de cualquier reacción. Al principio Clemente V protestó contra estas violaciones del derecho, pidiendo la liberación de los prisioneros y la restitución de sus bienes; pero posteriormente acabó prestando fe a las acusaciones promovidas contra los Templarios. Así pues, dispuso una inspección general. exhortó a todos los príncipes cristianos a arrestar a los Templarios y a confiscar sus bienes. ordenando incluso el uso de la tortura. Sin embargo, estas directrices no se pusieron en práctica en todas partes. En Francia, si algún miembro de la Orden de los Templarios recusaba la confesión que se le había arrancado con la tortura, era condenado inmediatamente a la hoguera como «hereje reincidente», cosa que sucedió en París, el 12 de mayo de 1310 a 54 Templarios que fueron quemados en la hoguera. Muchos murieron en la cárcel o bajo torturas. Precisamente las torturas estuvieron en el centro de los procesos contra los Templarios. Se emplearon ampliamente en Francia y en los países en los que Francia ejercía su influjo; aquí se dieron las «confesiones». En otras partes (España, Italia septentrional, Alemania e Inglaterra) no se empleó la tortura o se hizo con mucho retraso y no pocas perplejidades: aquí los templarios no «confesaron». Los cuatro representantes de la Orden. que el 7 de abril de 1310 pronunciaron su defensa ante la comisión de investigación ordenada por el papa, habían sacado claramente a la luz esta circunstancia, cosa que, por lo demás, habían hecho también otros contemporáneos, entre ellos el arzobispo de Ravena: «Fuera del reino de Francia no se ha encontrado en todo el mundo ningún miembro de la Orden del Temple que declare o haya declarado tales falsedades; de ello puede de- el gran maestre Santiago de Molay y el gran preceptor de Normandía se retractaron de sus confesiones anteriormente conseguidas con la tortura y declararon públicamente la inocencia de la Orden. El gran maestre se declaró dispuesto, incluso, a aceptar la muerte como castigo por sus debilidades. El tribunal cardenalicio quería que la sesión continuara al día siguiente, pero el rey, sin importarle lo más mínimo la autoridad del papa, ordenó que ambos fueran quemados en la hoguera la tarde de ese mismo día. Su dignidad ante la muerte suscitó «admiración y asombro» entre los presentes. Los otros dos dignatarios de la Orden habían guardado silencio y desaparecieron en la cárcel. Otros muchos Templarios que se retractaron de sus confesiones, acabaron también en la hoguera. A la pregunta planteada muchas veces y desde diversas partes, sobre la culpabilidad de la Orden de los Templarios, se puede responder con certeza que la Orden en su conjunto contaba con algunos miles de miembros- era inocente. Las graves acusaciones contra ellos no están apoyadas por pruebas. Las confesiones de los Templarios no pueden considerarse válidas, por estar arrancadas a base de torturas. Ciertamente la Orden tuvo abusos. pero no eran mayores que los de otras instituciones análogas de aquel tiempo. Investigaciones llevadas a cabo en todos los países que permanecieron al margen del influjo francés (España, Inglaterra, Alemania, Italia septentrional y Chipre) no han conducido a ninguna conclusión particularmente negativa contra los Templarios. Seguramente hubo Templarios de conducta reprobable; igualmente es cierto que la Orden se había ganado fuertes antipatías por su estilo autoritario, e incluso por haber atentado contra autonomías y privilegios. En Occidente, además, no estaba muy clara su situación real en Oriente medio y en la cuenca oriental del Mediterráneo, por ejemplo con respecto a que lo