ALUMNO: PABLO RUBIO GALLARDO “LAS PARÁBOLAS DE OXFORD” DE J. L. VELÁZQUEZ (COMENTARIO) I. INTRODUCCIÓN A principios de los años cincuenta tiene lugar en la Universidad de Oxford uno de los debates más interesantes e influyentes para la naciente filosofía de la religión contemporánea. Se trata de analizar el lenguaje religioso mediante la aplicación del análisis filosófico a las cuestiones teológico-religiosas, y ello por dos razones: 1ª) Los problemas que suscita el lenguaje religioso, y en concreto las proposiciones teológicas, nacen de la ausencia de claridad en las expresiones que incluyen o hablan de Dios. 2ª) La religión sirve para justificar una forma de vida en buena parte porque se aceptan las declaraciones teológicas que le sirven de base. Para entender el trasfondo de la discusión que protagonizan A. Flew, R. M. Hare y B. Mitchell, merece la pena asomarse, antes que nada, a los antecedentes existentes en el momento en que se origina el debate: tras el impacto que supuso el Tractatus LogicoPhilosophicus de Wittgenstein, las principales aportaciones de la filosofía analítica vienen de la mano de los positivistas lógicos encuadrados en el Círculo de Viena, sobre todo R. Carnap y A. J. Ayer. II. EL POSITIVISMO LÓGICO Y EL LENGUAJE RELIGIOSO Básicamente, el positivismo lógico tiene cuatro características: Una concepción unificada de la ciencia. El rechazo de la metafísica. Una visión de la filosofía reducida al análisis lógico del lenguaje. El principio de verificación para distinguir las expresiones con significado. Sobre la base del principio de verificación, las únicas proposiciones dotadas de significado cognitivo son las proposiciones de las ciencias naturales (verdaderas o falsas), ya que son las únicas cuyo significado puede exponerse a la comprobación o verificación experimental. 1 Por el contrario, las proposiciones de la lógica (tautologías o contradicciones) o de las matemáticas son verdaderas o falsas en virtud de su forma. Y los contenidos de las proposiciones de la filosofía, la metafísica o la teología son imposibles de someter a las pruebas de la experiencia. Por tanto, ni unas ni otras tienen sentido. Para Carnap, hay que rechazar la metafísica porque sus enunciados carecen de significado y por tanto sólo cabe calificarlos de pseudoproposiciones. En cuanto a los enunciados teológicos o religiosos, o bien contienen términos que carecen de significado empírico (“Dios”, “el Absoluto”…) o bien cometen errores lógicosintácticos en su construcción (“Dios existe”…). Por tanto también son psuedoproposiciones: las expresiones de la metafísica y de la religión sólo “sirven para la expresión de una actitud emotiva ante la vida”. Ayer será quien sintetice el criterio de verificación. Para él, ha de rechazarse la significatividad de las expresiones en las que aparece el término “dios”, ya que no existe entidad real alguna que responda a características empíricas, a pesar de que la existencia del nombre despierte en algunos la existencia de la entidad o ser correspondiente. El creyente que profiere enunciados sobre Dios ha de reconocer que se está refiriendo a algo que escapa de la experiencia, algo trascendente. Por tanto, según Ayer, emplea –como la metafísica– un pseudolenguaje o un lenguaje sinsentido. Pero también las afirmaciones de los agnósticos y los ateos, según Ayer, carecen de sentido. Tanto si se sostiene que la existencia de Dios es una posibilidad en la que no hay razón suficiente ni para creer ni para no creer como si se defiende la probabilidad de la no existencia de Dios, se está admitiendo desde el principio que las aserciones religiosas tienen sentido, pues sería absurdo dudar o negar algo sin significado. Al criterio de verificación que defendían los positivistas del Círculo de Viena se le hicieron numerosas objeciones y, en una fase posterior, fue sustituido por el criterio de falsabilidad propuesto por Karl Popper. Mientras los positivistas lógicos establecieron el criterio de verificabilidad para distinguir las proposiciones con significado cognoscitivo de las que carecían de él, Popper emplearía la falsabilidad para separar dos tipos de enunciados perfectamente dotados de significado: los científicos, que son falsables (expuestos a la refutabilidad empírica); y los no científicos (no falsables). Se trata, pues, de un criterio de demarcación de la ciencia, no de una condición necesaria para que una proposición sea significativa. III. EL DESAFÍO DE ANTHONY FLEW Su tesis central es la siguiente: una afirmación teológica o religiosa se la puede considerar en sentido estricto una afirmación siempre y cuando quien la profiere sea capaz de especificar un hecho o un conjunto de hechos posibles incompatibles con lo que afirma. Así, cuando el creyente hace una afirmación y pasa por alto la posibilidad 2 de que se dé un hecho que vaya en contra de lo que dice hay que hacerle ver que en realidad no está diciendo nada. Sus afirmaciones y explicaciones están en realidad vacías de significado. Según Flew, la “parábola del jardinero” demostraría que el creyente es víctima de una trampa que se tiende a sí mismo. Cuando en su afán por cualificar la afirmación original le responde al escéptico que el jardinero es invisible, intangible, etc., ocurre que es incapaz de decir en qué se diferencia ese jardinero de uno imaginario o inexistente: en la medida en que el creyente no admite prueba alguna en contra de su afirmación, esto es, ningún estado de cosas incompatible con la existencia de Dios, no está diciendo nada. Sin embargo, desde el punto de vista del creyente, el hecho de que las creencias religiosas no soporten la prueba del falsacionismo, no significa que sean absurdas: no formarían parte de ninguna concepción cosmológica, pero tienen una dimensión regulativa en su conducta; son un ingrediente importante de una forma de vida determinada. IV. R. M. HARE Y LA PARÁBOLA DEL LUNÁTICO Hare fue uno de los primeros autores en responder al desafío de Flew. Admite que la naturaleza de las creencias religiosas es diferente a la de aserciones verdaderas o falsas, pero se separa de la falsabilidad como criterio de significado. Para él, las creencias religiosas expresan un blik (término inventado por el propio Hare), es decir, una “interpretación inverificable e imposible de falsar de la experiencia de alguien”. Para apoyar su argumento escoge la “parábola del lunático”. Si le aplicamos la prueba de Flew, el lunático, en la medida en que no acepta la conducta de los profesores como prueba contra su postura, no está diciendo nada. Para Hare, simplemente tiene un blik, una creencia que mantiene sin exponerla ni a la confirmación ni a la refutación. Pero nosotros también tendríamos un blik sobre el mismo asunto. La diferencia estaría no en la verificabilidad o en la falsabilidad de las hipótesis, sino en que el del lunático sería un blik enfermo y el nuestro uno sano. Por tanto, las actitudes religiosas no son afirmaciones o explicaciones tal como lo entienden los científicos, sino expresiones de bliks correctos. A esta teoría de Hare se le han hecho básicamente dos objeciones: Si las creencias religiosas son la expresión de un determinado blik inverificable e incontrastable, no se puede hablar de bliks correctos o incorrectos. En este sentido, no pueden aparecer las creencias religiosas en forma de afirmaciones cosmológicas como ocurre en el cristianismo. Si las actitudes religiosas no se propusieran como afirmaciones, entonces expresiones como “yo debo… porque es voluntad de Dios” no estarían 3 avaladas por la razón y se convertirían en una “sustitución fraudulenta” o en “un mero juego de palabras”. V. BASIL MITCHELL Y LA PARÁBOLA DEL EXTRANJERO Mitchell trata de responder al desafío de Flew señalando una prueba contra el amor de Dios hacia los hombres. Esta prueba es el dolor, un hecho que juega en contra de la existencia y la bondad de Dios tal y como lo predica la doctrina del cristianismo. Utiliza la parábola del extranjero, en la que se puede ver la similitud entre el partisano y el hombre religioso. El partisano no admite que exista algo decisivo en contra de la afirmación “el extranjero está de nuestro lado”. Y el hombre religioso cuando dice “Dios ama a los hombres” no concede que existan hechos que vayan decisiva y definitivamente contra sus artículos de fe. A las dos expresiones se las puede considerar afirmaciones, ya que existen hechos que las pueden falsar aunque no de manera definitiva. Es decir, tendrían significado a pesar de esta deficiencia. A este planteamiento de Mitchell se le han hecho dos objeciones importantes: No es lo mismo “hechos que van en contra de una creencia” y “hechos que cuentan decisiva y definitivamente en contra de una creencia”. En este segundo caso la afirmación de la creencia resulta más problemática. Resulta difícil conciliar los atributos de omnipotencia, omnisciencia y bondad de Dios con la imposibilidad de ayudarnos, evitar el mal y la imperfección del universo. VI. CONCLUSIÓN Estos debates de Oxford demuestran la importancia que adquieren las consecuencias de aplicar el examen filosófico al lenguaje religioso. Y si bien son pocos los que admiten hoy día el planteamiento del positivismo en cualquiera de sus versiones, no se puede olvidar que al creyente hay que exigirle la máxima claridad en sus expresiones y en la relación que establece entre las creencias y la forma de vida de la que participa. Según José Luis Velázquez, “el hombre religioso tiene que ser capaz de mostrarnos los motivos para respetarle a pesar de nuestro escepticismo”. 4