Rodolfo Fogwill escribió la novela durante el desarrollo de los hechos que narra, en tan solo tres días, y la terminó antes que concluyera la guerra, en el año 1982. La novela, como dice la sinopsis, trata sobre la guerra de Malvinas ocurrida en el contexto de la dictadura militar argentina. Un grupo de soldados, unos veinticinco, abren una cueva subterránea para ocultarse de la guerra y el título de la novela hace alusión al pichi, mamífero que construye galerías subterráneas, habita bajo tierra y es ciego. El autor dice en una entrevista: “Escuché “pichiciegos” por primera vez en 1980 en una celda de la Cámara Federal de la calle Viamonte, donde nos hacinábamos más de 20 presos a la espera de turno para comparecer ante los jueces. A las nueve de la noche se cortaba la luz y entonces de a poco las conversaciones se iban apagando y se hablaba cada vez en voz más baja para no enojar a los malhumorados guardias. Entre delincuentes de todo tipo, había dos menores, catamarqueños, que habían llegado a Buenos Aires y los confundieron con unos ladrones conocidos. Los chicos estaban desesperados. A veces lloraban” —El pichi es un bicho que vive abajo de la tierra. Hace cuevas. Tiene cáscara dura —una caparazón— y no ve. Anda de noche. Vos lo agarras, lo das vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba. ¡Es rico, más rico que la vizcacha! Durante la historia, el autor apela a la comparación entre las costumbres del pichi y los humanos, incluso narrando ciertas acciones como si se tratase de la observación de un etólogo. También la forma en que describe el entorno nos sumerge en un ambiente hostil y triste: nieve amarilla y pegajosa, un “mar aguachento”. No hay belleza sino supervivencia. …varios muchachos se habían desbarrancado por culpa de la nieve jabonosa y marrón. Y no había flores ni árboles ni música. Nada más viento y frío tenían afuera. El desafío será sobrevivir bajo tierra, aguantar la sed, conseguir comida. Acciones que uno lleva adelante con rutina, sin pensar, ahora se tornan el centro de la vida: dónde se defeca, dónde se ponen los muertos, qué se hace con la oscuridad, cómo se higieniza el cuerpo sin agua, qué se hace con el silencio, qué se hace con quienes sobran. Aparecen normas, se ordena, afloran líderes, saberes previos, se acuñan términos (“pichicera”, “helados”); un grupo humano que comienza a funcionar como una sociedad en sí misma, jerárquica y ordenada y hasta desordenada. …afuera, andando siempre de noche y en el frío, la luz duele en los ojos. Alguien alumbraba la cara y los ojos se llenaban de lágrimas, dolían atrás, y enceguecían. Después las lágrimas bajaban y hacían arder los pómulos quemados por el sol de la trinchera. Escaldaban. Viene de estar tanto callado que cuando se halla en el calor empieza a hablar. Los pichis no están al margen de la guerra ni son espectadores. Están en la guerra, son partícipes de la guerra: intercambian información de la ubicación de las minas por comida, vitorean la caída de un misil, abren la cueva para algunos y la cierran para otros. No se puede estar en una guerra y estar al margen. La supuesta “neutralidad” es ya un posicionamiento y en general se tuerce para el lado del más fuerte. Para los pichis los militares son de la misma especie ya sean ingleses o argentinos. Ellos son pichis, adquieren otra identidad en la guerra. No tiene peso moral fumarse un cigarrillo inglés o escuchar un tango. No hay significación nacionalista porque los pichis son pichis, establecen un límite entre los demás y ellos, aspecto que lleva a reforzar los procesos identitarios. Me gustó la forma de narrar recuperando el habla argentina y coloquial ya que me permitió meterme en la vida de esos jóvenes, en su padecimiento, en sus enojos y en sus diálogos, no desde afuera y a la distancia, sino como uno más. Quizás sea difícil para quien no es argentino comprender los guiños y ciertas alusiones a hechos y personajes históricos. Incluso va más allá y reproduce el habla de la época desde distintas clases sociales y regionalismos, la siempre vigente separación entre los porteños y los del interior del país. La lectura es rápida, amena y no nos detiene. Según el mismo autor la obra podría leerse como “una alegoría sobre el sistema cultural argentino”. En el transcurso de la historia, van apareciendo los motivos de estar allí en medio de una guerra, la sinrazón de quien está por cuestiones del azar: porque nació en determinado año, porque se había quedado sin trabajo, porque le pagan. No es personal. Nada es personal. No es por vos ni por mí. Se lucha por una guerra cuyo único objetivo es ganar pero sin saber el para quién y ni siquiera por una tierra donde se vivirá, ni por personas que se conocen. La muerte de cada uno es tan inútil como estúpida, ejemplo de un rapto del cuerpo donde es obligado a estar ahí, a matar y a pervivir. Ninguno quería estar ahí. Y hasta también podríamos agregar que se mata por divertimento: ¿qué sentido tiene disparar contra quienes ya se han rendido y cuando la guerra ya se ha ganado? —Es notable —dijo García—, los tipos mueren, pero los relojes siguen andando… Cruzar el campo a pie da miedo, porque se sabe que allí pegan los cohetes y se arrastran por el suelo —todo quemado— como buscando algo. Los que andan por ahí están siempre temiendo y se les notan los ojitos vigilando a los lados. Muchos se vuelven locos. Un cohete explotó a un jeep: cuentan que cada uno de esos cohetes británicos les cuesta a ellos treinta veces más caro que los mejores jeeps británicos. Hay varios pasajes que me aportaron una manera interesante de contar, con una descripción pegada a la experiencia de quien mira pero desconoce el nombre exacto de las cosas. También podría interpretarse como el desconocimiento del lenguaje técnico, bélico, de quien observa. Así describe la caída de un paracaidista usando términos como “un fierrito”, “un globito”. También la forma en que describe cuadro a cuadro, las imágenes estáticas que se vuelven dinámicas por su proximidad, como cuando narra la muerte de una oveja al pisar una mina. Me he amigado con Fogwill. Anteriormente había hablado de “Una pálida historia de amor”, texto que no me convenció. Es una lectura dura pero imprescindible para adentrarnos no en una guerra particular sino en la guerra. Todas las guerras, según mi punto de vista, se parecen. Cuando se habla de guerra se habla de muertos, siempre humanos, pero en la guerra se pierde mucho más que vidas “homínidas”. Luego de la guerra queda un hueco de destrucción inhabitable, un espacio agujereado y negro, un lugar de no-vida por el que se van todas las especies. Somos responsables de esto, del desarrollo de un poderío que vacía de vida. Uno de los términos que podría describir lo anterior es “ecocidio”. La guerra nunca se termina con la paz. http://loscuerposconducenalmar.blogspot.com.ar/2014/04/los-pichiciegos-de-r-fogwill.html