Subido por José Rus

LEYENDAS INDIGENAS VENEZOLANAS

Anuncio
LEYENDAS INDIGENAS VENEZOLANAS
Leyendas Venezolanas
Las Cinco Águilas Blancas: Según la tradición de los Mirripuyes (tribu de los
Andes venezolanos), fue Caribay la primera mujer. Era hija hija del ardiente
Zuhé (el Sol) y la pálida Chía (la Luna). Era considerada como el genio de los
bosques aromáticos. Imitaba el canto de los pájaros y jugaba con las flores y
los árboles.
Una vez Caribay vio volar por el cielo cinco águilas blancas y se enamoró de
sus hermosas plumas. Fue entonces tras ellas, atravesando valles y
montañas, siguiendo siempre las sombras que las aves dibujaban en el suelo.
Llegó al fin a la cima de un risco desde el cual vio como las águilas se perdían
en las alturas. Caribay se entristeció e invocó a Chía y al poco tiempo pudo
ver otra vez a las cinco hermosas águilas. Mientras las águilas descendíasn a
las sierras, Caribay cantaba dulcemente.
Cada una de estas aves descendieron sobre un risco y se quedaron inmóviles.
Caribay quería adornarse con esas plumas tan raras y espléndidas y corrió
hacia ellas para arrancarselas, pero un frío glacial entumeció sus manos, las
águilas estaban congeladas, convertidas en cinco masas enormes de hielo.
Entonces Caribay huyó aterrorizada. Poco después la Luna se oscureció y las
cinco águilas despertaron furiosas y sacudieron sus alas y la montaña toda se
engalanó con su plumaje blanco.
Éste es el origen de las sierras nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas
simbolizan los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve. Las grandes y
tempestuosas nevadas son el furiosos despertar de las águiilas, y el silbido
del viento es el cano triste y dulce de Caribay.
El Mito de las Cuevas: En todo el territorio venezolano, los indígenas de las
diferentes tribus compartían la creencia de que eran las cuevas los pasadizos
hacia el más allá. Cuando alguien de la tribu moría, se hacía una especie de
ceremonia a la entrada de la caverna. Si no se escuchaba ningún ruido
durante el rito, se daba por entendido que el alma del difunto había pasado
sin problemas al otro mundo. En cambio, si se escuchaban ruidos se suponía
que el espíritu del familiar o amigo muerto estaba siendo enjuiciado y
castigado por sus faltas cometidas en esta vida. Muchas veces se escuchaban
esos ruidos, debido a los animales que habitan en las cuevas. Es por ésto que
los murciélagos y demás animales nocturnos alados eran considerados como
los transportadores de las almas.
Guaraira Repano: La ciudad de Caracas está enclavada en un hermoso valle.
El Avila es el nombre con que se conoce a la montaña que bordea el Norte de
la metrópoli. En tiempos precolombinos recibía el nombre de Guaraira
Repano, que significa algo así como: "la ola que vino de lejos" o "la mar
hecha tierra". Según los mitos de los indígenas venezolanos, en tiempos
antiguos no existía la montaña. Todo era plano, se podía ver hasta el mar.
Pero un día las tribus ofendieron a la gran Diosa del mar y ésta quizo acabar
con toda el pueblo. Entonces se levantó una gran ola, la más alta que se
había visto y toda la gente se arrodilló o e imploró perdón de todo corazón a
la Diosa y justo cuando iba a descender la ola sobre ellos, se convirtió en la
gran montaña que hoy existe. La Diosa se había apiadado y había perdonado
a la tribu.
El dueño del Fuego: Cerca de donde nace el Orinoco vivía el Rey de los
caimanes llamado Babá. Su esposa era una rana grandota y juntos, tenían un
gran secreto ignorado por los demás animales y los hombres. Estaba
guardado en la garganta del caimán Babá. La pareja se metía en una cueva y
amenazaban con la pérdida de la vida a quien osara entrar, pues decían que
dentro había un dios que todo lo devora y sólo ellos, reyes del agua, podían
pasar.
Un día la perdiz, apurada en hacer su nido, entró distraída en la cueva.
Buscando pajuelas encontró hojas y orugas chamuscadas, como si el fuego
del cielo hubiera estado por ahí. Probó las orugas tostadas y le supieron
mejor que cuando las comía crudas. Se fue aleteando a ras del suelo para
contarle todo a Tucusito, el colibrí de plumas rojas. Al rato llegó el Pájaro
Bobo y entre los tres urdieron un plan para averiguar cómo hacían la rana y el
caimán para cocer tan ricas orugas. Bobo se escondió dentro de la caverna
aprovechando su obscuro plumaje. La rana soltó las orugas que traía en la
boca al tiempo que Babá abría la suya, que era tremenda, dejando salir unas
lenguas rojas y brillantes. La pareja comía las orugas sin percatarse de Bobo,
tras lo cual, se durmieron satisfechos. Entonces, Bobo salió corriendo para
contarles a sus amigos lo que había visto.
Al día siguiente se pusieron a maquinar cómo arrebatarle el fuego al caimán
sin quemarse ni ser la comida de los reyes del agua. Tendría que ser cuando
éste abriera la tarasca para reír. En la tarde, cuando todos los animales
estaban bebiendo y charlando junto al río, Bobo y la perdiz colorada hicieron
piruetas haciendo reír a todos, menos a Babá. Bobo tomó una pelota de
barro y la aventó dentro de la boca de la rana, que de la risa pasó al atoro. En
el momento que el caimán vio los apuros que pasaba la rana, soltó la
carcajada. Tucusito, que observaba desde el aire, se lanzó en picada, robando
el fuego con la punta de las alas. Elevándose, rozó las ramas secas de un
enorme árbol que ardió de inmediato. El Rey caimán exclamó que si bien se
habían robado el fuego, otros lo aprovecharían y los otros animales arderían,
pero Babá y la rana vivirían como inmortales donde nace el gran río. Dicho
esto, se sumergieron en el agua y desaparecieron para siempre.
Las tres aves celebraron el robo del fuego, pero ningún animal supo
aprovecharlo. Los hombres que vivían junto al Orinoco se apoderaron de las
brasas que ardieron durante muchos días en la sequedad del bosque,
aprendieron a cocinar los alimentos y a conversar durante las noches
alrededor de las fogatas. Tucusito, el pájaro Bobo y la perdiz colorada se
convirtieron en sus animales protectores por haberles regalado el don del
fuego.
Dueño de la Luz: En un principio, la gente vivía en la obscuridad y sólo se
alumbraba con la candela de los maderos. No existía el día ni la noche. Había
un hombre warao con sus dos hijas que se enteró de la existencia de un joven
dueño de la luz. Así, llamó a su hija mayor y le ordenó ir hasta donde estaba
el dueño de la luz para que se la trajera. Ella tomó su mapire y partió. Pero
eran muchos los caminos y el que eligió la llevó a la casa del venado. Lo
conoció y se entretuvo jugando con él. Cuando regresó a casa de su padre, no
traía la luz; entonces el padre resolvió enviar a la hija menor.
La muchacha tomó el buen camino y tras mucho caminar llegó a la casa del
dueño de la luz. Le dijo al joven que ella venía a conocerlo, a estar con él y a
obtener la luz para su padre. El dueño de la luz le contestó que le esperaba y
ahora que había llegado, vivirían juntos. Con mucho cuidado abrió su
torotoro y la luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos y el pelo y los ojos
negros de la muchacha. Así, ella descubrió la luz y su dueño, después de
mostrársela, la guardó.
Todos los días el dueño de la luz la sacaba de su caja para jugar con la
muchacha. Pero ella recordó que debía llevarle la luz a su padre y entonces
su amigo se la regaló. Le llevó el torotoro al padre, quien lo guindó en uno de
los troncos del palafito. Los brillantes rayos iluminaron las aguas, las plantas y
el paisaje.
Cuando se supo entre los pueblos del delta del Orinoco que una familia tenía
la luz, los warao comenzaron a venir en sus curiaras a conocerla. Tantas y
tantas curiaras con más y más gente llegaron, que el palafito ya no podía
soportar el peso de tanta gente maravillada con la luz; nadie se marchaba
porque la vida era más agradable en la claridad. Y fue que el padre no pudo
soportar tanta gente dentro y fuera de su casa que de un fuerte manotazo
rompió la caja y la lanzó al cielo. El cuerpo de la luz voló hacia el Este y el
torotoro hacia el Oeste. De la luz se hizo el sol y de la caja que la guardaba
surgió la luna. De un lado quedó el sol y del otro la luna, pero marchaban
muy rápido porque todavía llevaban el impulso que los había lanzado al cielo,
los días y las noches eran muy cortos. Entonces el padre le pidió a su hija
menor un morrocoy pequeño y cuando el sol estuvo sobre su cabeza se lo
lanzó diciéndole que era un regalo y que lo esperara. Desde ese momento, el
sol se puso a esperar al morrocoy. Así, al amanecer, el sol iba poco a poco, al
mismo paso del morrocoy.
Leyendas Indígenas Venezolanas – Wazaká El Árbol del Mundo
leyendas-indigenas-venezolanas-wasaka-el-arbol-del-mundo
Johel Franceschi noviembre 29, 2016 0
Más allá del Gran Valle del Karoní, Más allá del Auyan-Tepuy. En los límites mismos con la
espesura de la selva, se hallaba el gran Wazacá o Árbol del Mundo, que daba toda clase de frutos
con los cuales e alimentaban los hijos de Kuay Mare.
Leyendas Indígenas Venezolanas
Wazaká El Árbol del Mundo
leyendas-indigenas-venezolanas-wasaka-el-arbol-del-mundo
Un día el orgulloso Ma´Nápe quiso derribarlo para así no tener que subir más hasta lo alto de
sus ramas en busca de los apetecidos frutos. Pese a las advertencias de su mujer, como pudo,
logró derribar al gran árbol y éste, en su caída, destrozó buena parte de la tierra y levantó el
inmenso cerro del Roraima y a todos los tepuyes, hasta donde huyeron unos pocos güaraos, y
desvió las aguas del gran río que se tragaba al mar y estás comenzaron a inundarlo todo.
Los hombres y las mujeres y los niños y los ancianos murieron ahogados. Sólo lograron salvarse
los pocos que subieron hasta los tepuyes.
Desde entonces, como castigo del gran dios que habita en el Mar de Arriba, el gran árbol del
mundo se perdió y los hombres y mujeres comenzaron a padecer un hambre infinita. Y por ello
deben trabajar para alimentarse.
Leyendas Indígenas Venezolanas – Maria Lionza
Johel Franceschi noviembre 5, 2016 0
Hace muchos años, antes de la conquista española, un jefe de los indios Caquetios de la región
Nirgua (Estado Yaracuy), tuvo una hija, una bella muchacha de ojos claros. Según las tradiciones
indígenas una niña de ojos claros traería mala suerte a la tribu. Pero debido a su gran belleza, el
cacique no tuvo el coraje de matarla sino que la escondió en su bohío.
Leyendas Indígenas Venezolanas – Maria Lionza
Ya una vez transformada en mujer, un día salió la joven de la casa a plena luz del sol y se acercó a
una laguna donde por primera vez vio el reflejo de su rostro sobre el agua. Pero la vio también el
dueño de la laguna, una serpiente Anaconda, y se enamoró de la virgen. Rapto de esta manera a la
muchacha, pero la fiera fue castigada por este acto criminal: se hinchó más y más hasta que llegó a
abarcar toda la laguna, el agua salió inundando todo el territorio de la tribu. Los indios
desaparecieron, la serpiente luego de mucho rato reventó, de esta forma la bella muchacha se
convirtió en la dueña del agua, protectora de los peces y más tarde extendió sus poderes sobre la
naturaleza, la flora y la fauna silvestre.
Leyendas Indígenas Venezolanas – El Dueño de la Luz
leyendas-indigenas-venezolanas-el-dueno-de-la-luz
Johel Franceschi octubre 29, 2016 0
En un principio, la gente vivía en la obscuridad y sólo se alumbraba con la candela de los
maderos. No existía el día ni la noche. Había un hombre warao con sus dos hijas que se enteró de
la existencia de un joven dueño de la luz. Así, llamó a su hija mayor y le ordenó ir hasta donde
estaba el dueño de la luz para que se la trajera. Ella tomó su mapire y partió. Pero eran muchos los
caminos y el que eligió la llevó a la casa del venado. Lo conoció y se entretuvo jugando con él.
Cuando regresó a casa de su padre, no traía la luz; entonces el padre resolvió enviar a la hija
menor.
Leyendas Indígenas Venezolanas – El Dueño de la Luz
La muchacha tomó el buen camino y tras mucho caminar llegó a la casa del dueño de la luz. Le
dijo al joven que ella venía a conocerlo, a estar con él y a obtener la luz para su padre. El dueño de
la luz le contestó que le esperaba y ahora que había llegado, vivirían juntos. Con mucho cuidado
abrió su torotoro y la luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos y el pelo y los ojos negros de la
muchacha. Así, ella descubrió la luz y su dueño, después de mostrársela, la guardó.
Todos los días el dueño de la luz la sacaba de su caja para jugar con la muchacha. Pero ella recordó
que debía llevarle la luz a su padre y entonces su amigo se la regaló. Le llevó el torotoro al padre,
quien lo guindó en uno de los troncos del palafito. Los brillantes rayos iluminaron las aguas, las
plantas y el paisaje.
Cuando se supo entre los pueblos del delta del Orinoco que una familia tenía la luz, los warao
comenzaron a venir en sus curiaras a conocerla. Tantas y tantas curiaras con más y más gente
llegaron, que el palafito ya no podía soportar el peso de tanta gente maravillada con la luz; nadie
se marchaba porque la vida era más agradable en la claridad. Y fue que el padre no pudo soportar
tanta gente dentro y fuera de su casa que de un fuerte manotazo rompió la caja y la lanzó al cielo.
El cuerpo de la luz voló hacia el Este y el torotoro hacia el Oeste. De la luz se hizo el sol y de la caja
que la guardaba surgió la luna. De un lado quedó el sol y del otro la luna, pero marchaban muy
rápido porque todavía llevaban el impulso que los había lanzado al cielo, los días y las noches eran
muy cortos. Entonces el padre le pidió a su hija menor un morrocoy pequeño y cuando el sol
estuvo sobre su cabeza se lo lanzó diciéndole que era un regalo y que lo esperara. Desde ese
momento, el sol se puso a esperar al morrocoy. Así, al amanecer, el sol iba poco a poco, al mismo
paso del morrocoy.
Leyendas Indígenas Venezolanas – Guaraira Repano
leyendas-indigenas-venezolanas-guaraira-repano
Johel Franceschi octubre 29, 2016 0
La ciudad de Caracas está enclavada en un hermoso valle. El Avila es el nombre con que se
conoce a la montaña que bordea el Norte de la metrópoli. En tiempos precolombinos recibía el
nombre de Guaraira Repano, que significa algo así como: “la ola que vino de lejos” o “la mar hecha
tierra”.
Leyendas Indígenas Venezolanas – Guaraira Repano
Según los mitos de los indígenas venezolanos, en tiempos antiguos no existía la montaña. Todo
era plano, se podía ver hasta el mar. Pero un día las tribus ofendieron a la gran Diosa del mar y
ésta quizo acabar con toda el pueblo. Entonces se levantó una gran ola, la más alta que se había
visto y toda la gente se arrodilló o e imploró perdón de todo corazón a la Diosa y justo cuando iba
a descender la ola sobre ellos, se convirtió en la gran montaña que hoy existe. La Diosa se había
apiadado y había perdonado a la tribu.
Comenta desde Facebook
Leyendas Indígenas Venezolanas – El Dueño del Fuego
leyenda-indigena-venezola-del-dueno-del-fuego
Johel Franceschi octubre 22, 2016 2
Cerca de donde nace el Orinoco vivía el Rey de los caimanes llamado Babá. Su esposa era una
rana grandota y juntos, tenían un gran secreto ignorado por los demás animales y los hombres.
Estaba guardado en la garganta del caimán Babá. La pareja se metía en una cueva y amenazaban
con la pérdida de la vida a quien osara entrar, pues decían que dentro había un dios que todo lo
devora y sólo ellos, reyes del agua, podían pasar.
Leyendas Indígenas Venezolanas – El Dueño del Fuego
leyendas-indigenas-venezolanas-el-dueno-del-fuego
Un día la perdiz, apurada en hacer su nido, entró distraída en la cueva. Buscando pajuelas
encontró hojas y orugas chamuscadas, como si el fuego del cielo hubiera estado por ahí. Probó las
orugas tostadas y le supieron mejor que cuando las comía crudas. Se fue aleteando a ras del suelo
para contarle todo a Tucusito, el colibrí de plumas rojas. Al rato llegó el Pájaro Bobo y entre los
tres urdieron un plan para averiguar cómo hacían la rana y el caimán para cocer tan ricas orugas.
Bobo se escondió dentro de la caverna aprovechando su obscuro plumaje. La rana soltó las orugas
que traía en la boca al tiempo que Babá abría la suya, que era tremenda, dejando salir unas
lenguas rojas y brillantes. La pareja comía las orugas sin percatarse de Bobo, tras lo cual, se
durmieron satisfechos. Entonces, Bobo salió corriendo para contarles a sus amigos lo que había
visto.
Al día siguiente se pusieron a maquinar cómo arrebatarle el fuego al caimán sin quemarse ni ser la
comida de los reyes del agua. Tendría que ser cuando éste abriera la tarasca para reír. En la tarde,
cuando todos los animales estaleyenda-indigena-venezola-del-dueno-del-fuegoban bebiendo y
charlando junto al río, Bobo y la perdiz colorada hicieron piruetas haciendo reír a todos, menos a
Babá. Bobo tomó una pelota de barro y la aventó dentro de la boca de la rana, que de la risa pasó
al atoro. En el momento que el caimán vio los apuros que pasaba la rana, soltó la carcajada.
Tucusito, que observaba desde el aire, se lanzó en picada, robando el fuego con la punta de las
alas. Elevándose, rozó las ramas secas de un enorme árbol que ardió de inmediato. El Rey caimán
exclamó que si bien se habían robado el fuego, otros lo aprovecharían y los otros animales
arderían, pero Babá y la rana vivirían como inmortales donde nace el gran río. Dicho esto, se
sumergieron en el agua y desaparecieron para siempre.
Las tres aves celebraron el robo del fuego, pero ningún animal supo aprovecharlo. Los hombres
que vivían junto al Orinoco se apoderaron de las brasas que ardieron durante muchos días en la
sequedad del bosque, aprendieron a cocinar los alimentos y a conversar durante las noches
alrededor de las fogatas. Tucusito, el pájaro Bobo y la perdiz colorada se convirtieron en sus
animales protectores por haberles regalado el don del fuego.
Leyendas Indígenas Venezolanas – Las Cinco Águilas Blancas
leyenda-indigena-venezolana-de-las-cinco-aguilas-blancas
Johel Franceschi octubre 22, 2016 0
Según la tradición de los Mirripuyes (tribu de los Andes venezolanos), fue Caribay la primera
mujer. Era hija hija del ardiente Zuhé (el Sol) y la pálida Chía (la Luna). Era considerada como el
genio de los bosques aromáticos. Imitaba el canto de los pájaros y jugaba con las flores y los
árboles.
Leyendas Indígenas Venezolanas – Las Cinco Águilas Blancas
leyendas-indigenas-venezolanas-las-cinco-aguilas-blancas
Una vez Caribay vio volar por el cielo cinco águilas blancas y se enamoró de sus hermosas
plumas. Fue entonces tras ellas, atravesando valles y montañas, siguiendo siempre las sombras
que las aves dibujaban en el suelo. Llegó al fin a la cima de un risco desde el cual vio como las
águilas se perdían en las alturas. Caribay se entristeció e invocó a Chía y al poco tiempo pudo ver
otra vez a las cinco hermosas águilas. Mientras las águilas descendíasn a las sierras, Caribay
cantaba dulcemente.
Cada una de estas aves descendieron sobre un risco y se quedaron inmóviles. Caribay quería
adornarse con esas plumas tan raras y espléndidas y corrió hacia ellas para arrancarselas, pero un
frío glacial entumeció sus manos, las águilas estaban congeladas, convertidas en cinco masas
enormes de hielo. Entonces Caribay huyó aterrorizada. Poco después la Luna se oscureció y las
cinco águilas despertaron furiosas y sacudieron sus alas y la montaña toda se engalanó con su
plumaje blanco.
Éste es el origen de las sierras nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas simbolizan los cinco
elevados riscos siempre cubiertos de nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furiosos
despertar de las águiilas, y el silbido del viento es el cano triste y dulce de Caribay.
(Mitos y leyendas) venezolanos
antoni16z16
8 de Abril de 2011
El tirano aguirre
El Tirano Aguirre desembarco en Margarita con su tripulacion por el puerto de Paraguachy... Bajo
el pretexto de haberse perdido, pidio proteccion, la cual le fue concedida por el propio
gobernador... Se le dio de todo lo que en el pueblo habia, y le curaron todos sus enfermos. Cuando
Aguirre y sus secuazes recuperaron fuerzas, arremetio contra todo aquel que le dio ayuda
asesinando y violando sin compasion alguna, quemando las casas e iglesias y robando todo lo que
a su paso encontraron... Finalmente, luego de varios dias de inmisericorde masacre, el Tirano se
suicido... luego de violar y decapitar a su propia hija...
A su fantasma, aun se le escucha pasar en su caballo relinchon, arrastrando cadenas y cueros
secos, acompanhado de gritos de ultratumba y la algaravia de sus vazallos...
El hachador perdido
"Si por la noche se oye cabalgar algún lamento en San Casimiro se pinta la sombra de tu recuerdo,
si es que te encuentras penando en las montanas del tiempo, con gusto hachador perdido, yo te
rezare tu Credo... Así comienza el "corrio" del Hachador Perdido, canto popular que nos habla de
un ser alto, calvo, con ojos "como dos brasas que queman el alma", de dientes filosos, pecho
cubierto de lana y manos planchadas como las de una rana. Que lleva siempre si hacha en mano
para arremeter contra todo aquel que va a las montanas a cazar, no por hambre, sino por
ambición... Cuentan que en vida era un leñador que quería hacer su propia urna, pero un Viernes
Santos salió al monte a realizar su tarea, cuando Dios lo castigo... Fulminándolo, en el instante en
que levantaba el hacha para asestarla en un tronco, convertido en un anima en pena, su espectro
vaga por los campos y bosques donde eternamente ha de ejercer su cometido... Oyéndose el
lúgubre retumbar de secos y Prolongados golpes de hacha"...
La loca Luz Caraballo
Muchos habrán oído la historia de la loca Luz Caraballo en voces de niños andinos, la proeza está
en entender lo que sus veloces lenguas pronuncian. Cuentan de una mujer enloquecida por perder
a sus cinco hijos. Se dice que dos de ellos partieron a la guerra junto a Simón Bolívar, los que,
según la leyenda, “se fueron detras de un hombre a caballo”
Desde entonces, esta mujer enloquecida permanece penando por todo el páramo, de Chachopo a
Apartaderos, buscando a los hijos que perdió.
La llorona
El desgarrador llanto de esta aparición perturba las sabanas venezolanas. Está condenada a pasar
todas las noches penando por sus hijos, a los que mató por error.
Esta mujer supo que su esposo la engañaba con su propia madre. En venganza, la encerró en la
casa y le prendió fuego, sin darse cuenta de que sus hijos también estaban dentro. Desde entonces
vaga persiguiendo hombres. Para quien la encuentra, ella se convierte en presagio de un destino
terrible.
La mujer mula
Por el año 1815, la gente de la época presenció cómo una mujer se convirtió en mula de la cintura
para arriba después de que le negara un plato de comida a su madre. El fenómeno ocurrió en su
pequeño restaurant, donde llegó la anciana a pedir. Después de que su propia hija la botara, ella
se encontró a un señor que le dio una moneda con una cruz de San Andrés sobre el sello. El
hombre le dijo que volviera al restaurant, comprara una comida con esta moneda y, al darle su hija
el vuelto le dijera: “quédate con eso pa’ que compres malojo”.
Después de seguir las instrucciones del desconocido, la hija de la señora sufrió la transformación
delante de los que allí se encontraban, comenzo a lanzar coces y a relinchar, hasta que se fue del
lugar. Después de ese día, la mujer mula aparece rezando en la iglesia de Las Mercedes, cubriendo
su castigo con un gran manto blanco.
El doctor “Kanoche”
Su verdadero nombre era Gottfried Knoche y se le adjudica la creación de un líquido con el que
momificaba cadáveres, inyectándolo en la vena yugular. Fue un médico alemán que vivió entre
momias, en una hacienda en las laderas del Ávila, custodiada por cadáveres de la Guerra Federal.
Al lado de la que fuera su casa, se encuentra un mausoleo donde descansaron los cuerpos
embalsamados de Knoche, su esposa, sus hijas y sus asistentes.
Los vecinos de Galipán aseguran que aún se escuchan los pasos del galeno alemán, y que continúa
entre ellos la presencia de las momias que custodiaban su hacienda. De ellas, la más famosa fue
“el muerto que se negaba a morir”. Se dice que uno de los cadáveres que Knoche subió a lomo de
caballo se zafó de las ataduras y rodó montaña abajo, desapareciendo por completo.
EL RELOJ DE GUIGUE (GÜIGÜE)
En la Plaza Ávila de la población de Güigüe, perteneciente al municipio Carlos Arvelo en el Estado
Carabobo se encuentra un antiguo reloj, genuino y auténtico monumento, como los relojes
públicos de Caracas, traídos durante los gobiernos del General Antonio Guzmán Blanco y Joaquín
Crespo.
Este reloj de Güigüe era utilizado para medir el tiempo a las personas que recogían café de la
producción sureña de Copetón, Santa Efigenia, Altamira y las Palmas. Muchos lugares aseguran
que este reloj fue testigo de las vivencias de Don Antonio Pimentel y el General Juan Vicente
Gómez, durante sus estadía en la Hacienda el Trompillo, una de sus tantas propiedades; al morir el
General Gómez, el reloj fue trasladado a la plaza Ávila de Güigüe totalmente descompuesto, allí
fue reparado y marcaba las horas parroquiales del pueblo; hay quienes dicen que la persona que
lo reparó murió a los pocos días, luego un hombre de origen italiano de nombre Salvador Consoli,
fue operario de dicho reloj y cuando abandonó este oficio y se marchó para su tierra natal, a los
pocos días dejó de existir, después un señor de nombre Andrés Mijares, a quien llamaban “Chipia”
murió luego de reparar el reloj. El casó más reciente de los operarios del reloj fue el conocido
maestro de esa localidad, Juan Lorenzo, quien se atrevió a poner a funcionar el reloj y al poco
tiempo murió en Valencia.
Desde entonces se corrió la leyenda en toda la región central de Venezuela, de que quien repare
“El Reloj de Güigüe”, que prepare el testamento porque le quedan pocas horas de vida.
María Lionza
Diosa de la montaña de Sorte, en Yaracuy. Es conocida también como “La Reina”. Hay muchas
versiones de su origen pero la más aceptada es que era de la etnia caquetía, hija mestiza de un
cacique. Como nació con ojos claros, lo cual se consideraba mal presagio, su padre la escondió en
una cueva de la montaña. La visitaba a diario para alimentarla y un día vio una danta (tapir) que le
llevaba frutos silvestres a la niña y la llevaba en su lomo.
La niña creció con el nombre de María y la gente la visitaba buscando curación para sus
enfermedades porque conocía los poderes de las plantas. Se le veía por la selva cabalgando sobre
la danta y esta imagen creció en la fe popular, convirtiéndose en una deidad protectora de los
bosques y sanadora de las personas. Se le llamó María La Onza porque también la acompañaba
una onza o puma.
Actualmente es objeto de culto en la montaña de Sorte, Estado Yaracuy, convertido en santuario
por los adeptos.
Florentino, el que cantó con el diablo.
Florentino era el mejor jinete y coplero de los llanos. Una noche, cabalgando solo por la llanura
para asistir a un joropo en un pueblo cercano, notó que de lejos lo seguía otro hombre todo
vestido de negro que parecía ir a la misma fiesta.
Cuando comenzó el joropo y Florentino se preparó a cantar, el extraño invitado lo desafió a
contrapuntear con él. Florentino aceptó y a medida que se cruzaban las coplas, se dio cuenta de
que su adversario el Diablo y que si perdía en el contrapunteo, perdería su alma. Pero su habilidad
como improvisador y su fé mantuvieron al Diablo ocupado cantando toda la noche sin que
Florentino se rindiera ni equivocara una rima. Al salir el sol, el Diablo tuvo que desaparecer
completamente derrotado. Alberto Arvelo Torrealba escribió un poema monumental narrando el
contrapunteo entre Florentino y el Diablo.
El Silbón
Se cuenta en los llanos que hace tiempo un joven asesinó a sus padres. Por este crimen atroz está
condenado por siempre a cargar un saco con los huesos de sus progenitores y a asustar a la gente
silbando una serie de notas características y haciendo sonar los huesos. Nunca se sabe dónde está
porque, si su silbido se oye lejos es porque El Silbón está muy cerca y si se oye cerca, el fantasma
ya está lejos. Algunos dicen que aquél que escucha el silbido, está oyendo el anuncio de su propia
muerte.
Guaraira Repano
La ciudad de Caracas está enclavada en un hermoso valle al pie de la montaña de El Ávila. En
tiempos precolombinos recibía el nombre de Guaraira Repano, que significa algo así como: "la ola
que vino de lejos". Los indígenas de la zona contaron que en tiempos antiguos no existía la
montaña y que desde el valle se podía ver el mar. Pero un día las tribus ofendieron a la gran diosa
del mar y ésta quiso acabar con todo el pueblo. Entonces levantó una gran ola, la más alta que se
había visto; toda la gente se arrodilló e imploró perdón a la diosa y, justo cuando la ola iba a caer
sobre ellos, la diosa se compadeció y convirtió la ola en la gran montaña que hoy existe.
Amalivaca y la Creación del Mundo
En la mitología indígena, Amalivaca fue el creador de la humanidad, del río Orinoco y del viento.
En principio hizo a los hombres inmortales pero en castigo a su faltas, los volvió mortales. Se dice
que hace muchos años atrás hubo una gran inundación. Amalivaca salió entonces en una canoa a
recorrer el mundo y junto con su hermano Vochi fueron reparando los daños del diluvio, después
del cual solo había quedado una pareja de humanos vivos. Ellos se fueron a una gran montaña
llevando semillas de palma moriche y desde allí las dispersaron lanzándolas hacia el mundo. De
estas semillas nacieron los hombres y las mujeres que pueblan el planeta.
WALEKER LA ARAÑA TEJEDORA (LEYENDA WAYÚU) Y MITO DE LA CREACIÓN
TAPICES DE LUIS MONTIEL
Irunúu era un cazador Wayúu y siempre le gustaba andar por el medio de la selva. Un día se
encontró una niña abandonada y sucia en la selva. Él se la llevó a su casa y le dijo a sus tres
hermanas que la asearán y enseñarán las tareas y trabajos que realizan cotidianamente las
mujeres guajiras. Las hermanas se confabularon para maltratar a Waleker, incluso no le daban
comida. Pero no pasaba hambre, pues Irunúu muy placenteramente compartía su alimento con
ella todas las noches cuando llegaba.
Irunúu tenía gran curiosidad por descubrir quien era el autor o autora de las maravillas que día
tras día se conseguía en su casa. Habían tejido un hermoso chinchorro, una manta que parecía de
seda, y tejidos de formas variadas. Desconociendo la procedencia de tales maravillas, un día ya de
noche llegó más temprano que de costumbre, y cuidadosamente entró a su choza. Atraído por una
desconocida fuerza y sorprendido por la hermosura de la doncella se percató que de su boca
salían hilos que ella misma tejía y prontamente convertía en coloridos tejidos. Él fue acercándose
mientras sentía una gran necesidad de abrazarla, cuando lo hizo la doncella desapareció y quedó
convertida en la muchachita que él había encontrado en la selva. Ella le rogó no decir el secreto a
nadie. Aunque ella se reservó una parte del secreto…
Waleker significa en español araña, y es la leyenda sobre origen del tejido Wayúu,
basada en una obra de un escritor desconocido de esa comunidad indígena.
Irunúu sólo deseaba casarse con Waleker y los espíritus malignos se aprovecharon de él y le
convencieron de revelar de dónde salían las bellas mantas. Irunúu les reveló el secreto. Y
empeñado en casarse con Waleker al tratar nuevamente de abrazarla se convirtió en araña. Y en
sus manos sólo quedó un ovillo de hilos…
Waleker la tejedora se perdió entre los árboles…por ser hija de una araña.
MITO WAYÚU SOBRE LA CREACIÓN
Los wayúu son un pueblo amerindio, aborigen nómada de la península de la Guajira, sobre el mar
Caribe, que habita territorios tanto de Colombia como de Venezuela, sin tener en cuenta las
fronteras entre estos dos países latinoamericanos, siendo la etnia indígena más numerosa en
ambos estados.
Según el mito de la Creación, al principio sólo vivía Maleiwa (o Mareiwa), allí arriba muy lejos,
cerquita de Caí (sol) y al lado de Kachi (luna), también vivía con ellos Juya (lluvia) y aquí abajo
estaba Mma (tierra) muy sola.
El sol Kai tenía una hija llamada Warattui (claridad) y la luna (Kachi) dos hijas llamadas Pluushi
(oscuridad) y Shulliwala (estrellas).
Un día Juya empezó a caminar y se encontró a Mma y brotó con Mma, se enamoró de ella y en su
alegre canto; y su canto fue un Juka pula juka (rayo) que penetró en Mma y brotó de ella un ama
Kasutai (caballo blanco) que se convirtió en Ali Juna y fue padre de todos los Ali Juna blanco.
Mma quería más hijos y entonces Juya siguió cantando y muchos rayos cayeron y Mma parió a
Wunu Lia (plantas) que brotaban en su vientre; tenían muchas formas y tamaños, pero todas eran
quietas y no se movían.
Maleiwa no quería ver triste a Mma por eso vino a Wotkasairu, aquí en la alta guajira y tomó
Pootchi:Mma seguía triste porque ella quería hijos que caminaran, se movieran y fueran de un
lugar a otro.
— Ustedes serán los wayúu (hombres), hablarán y caminarán por todas partes, esta tierra será
suya.
Siguió haciendo figuras, pero a ellas les dijo:
— A ustedes no las dejo hablar, ustedes serán Muru-Ulu (animales).
Los hizo de diferentes tamaños y formas, unos grandes y otros pequeños, unos con cuatro patas y
otros con dos; a unos les dio brazos para volar, a otros los dejó aquí caminando.
Maleiwa es el Julaulashi (jefe o autoridad superior). Les ordenó a los Wayuu que no podían
pelearse, tenían que vivir en paz y respetarse.
— No puedes matar a ningún wayuu porque será vengado y pagará toda tu familia, no derrames
sangre porque en ella está la vida, por eso, cuando la derrames cóbrala. No cojas lo ajeno. No es
tuyo, si lo haces tendrán que pagar tres veces más el daño hecho.
Esas son las órdenes de Maleiwa y nosotros las respetaremos y las cumplimos, todos lo han hecho,
nuestros antepasados y nosotros ahora.
Yóii, el padre de los frutos y los peces
Así como se comportan los pichones cuando tienen hambre, del mismo modo hacían unos hijos
con su padre, un viejo llamado Yóii. Tanto pían los pájaros que el padre sale desesperado a
buscarles gusanos aunque esté lloviendo fuerte; así también le pedían comida los chiquitos al
viejo Yóii… pero no había alimentos, todo se había acabado en la tierra.
Entonces el viejo llamó al mayor de los pequeños y le dijo:
- Ustedes deben matarme para que puedan comer todos.
Los hijos no querían hacerlo, pero él les explicó:
- Ustedes me matan. Luego deben asarme hasta que esté bien seco. Después me pilan con un palo
fino. Al estar bien pilado, me arrojan sobre la tierra, como cuando se siembra. También deben
echarme en los ríos, en los lagos y en las lagunas.
Los hijos hicieron lo que el padre dijo. Cuando estuvo bien pilado, buscaron una caña hueca. Se
metieron en la boca un poco de harina de padre y lo soplaron sobre la tierra. Aquí nació una mata
de piña, allá una mata de huama, a un lado unas matas de ajíes, al otro maíz, más adelante
auyamas, yames, caimarones, plátanos, y todas las plantas que comen los indios.
Los hijos fueron a las lagunos, los lagos y los ríos. De igual manera echaron la harina de padre, y
nacieron las sardinas y los peces.
Entonces se escucho la voz del viejo Yóii:
- Aquí tienen comida para toda la vida
Y los hijos vivieron contentos.
El dueño de la luz
En un principio, la gente vivía en la oscuridad. Los warao buscaban yuruma en tinieblas y sólo se
alumbraban con candela que sacaban de la madera. En ese entonces, no existía el día ni la noche.
Un hombre que tenía dos hijas supo un día que había un joven dueño de la luz. Llamó entonces a
su hija mayor y le dijo:
- Ve donde está el joven dueño de la luz y me la traes.
Ella tomó su mapire (canasto) y partió. Pero encontró muchos caminos por donde iba, y tomó el
que la llevó a la casa del venado. Allí conoció al venado y se entretuvo jugando con él. Luego
regresó donde su padre, pero no traía la luz. Entonces el padre resolvió enviar a la hija menor.
- Ve donde está el joven dueño de la luz y me la traes.
La muchacha tomó el buen camino y después de mucho andar, llegó a la casa del dueño de la luz.
- Vengo a conocerte - le dijo - a estar contigo y a obtener la luz para mi padre.
Y el dueño de la luz le contestó:
- Te esperaba. Ahora que llegaste, vivirás conmigo.
El joven tomó una caja, el torotoro, que tenía a su lado, y con mucho cuidado, la abrió. La luz
iluminó sus brazos y sus dientes blancos. Y también el pelo y los ojos negros de la muchacha.
Así, ella descubrió la luz, y el joven, después de mostrársela, la guardó.
Todos los días, el dueño de la luz la sacaba de su caja y hacía la claridad para divertirse con la
muchacha.
Así pasó el tiempo. Jugaban con la luz y se divertían. Por fin, la muchacha recordó que tenía que
volver con su padre y llevarle la luz que había venido a buscar.
El dueño de la luz, que ya era su amigo, se la regaló:
- Toma la luz. Así podrás verlo todo.
La muchacha regresó donde su padre y le entregó la luz encerrada en el torotoro. El padre tomó la
caja, la abrió y la guindó en uno de los troncos que sostenían el palafito. Los rayos de luz
iluminaron el agua del río, las hojas de los mangles y los frutos del merey.
Al saberse en los distintos pueblos del Delta del Orinoco que existía una familia que tenía la luz,
comenzaron a venir los warao a conocerla. Llegaron en sus canoas desde el caño Araguabisi, del
caño Mánamo y del caño Amacuro. Canoas y más canoas llenas de gente y más gente.
Llegó un momento en que el palafito no podía ya soportar el peso de tanta gente maravillada con
la luz. Y nadie se marchaba porque no querían seguir viviendo a oscuras, porque con la claridad la
vida era más agradable.
Por fin, el padre de las muchachas no pudo soportar más a tanta gente dentro y fuera de su casa.
- Voy a acabar con esto -dijo- Si todos quieren la luz, allá va.
Y de un fuerte manotazo, rompió la caja y lanzó la luz al cielo. El cuerpo de la luz voló hacia el Este
y la caja hacia el Oeste. Del cuerpo de la luz se hizo el sol. Y de la caja en que la guardaba, del
torotoro, surgió la luna.
De un lado quedó el sol y del otro, la luna.
Pero como todavía llevaban la fuerza del brazo que los había lanzado, el sol y la luna marchaban
muy rápido. El día y la noche eran muy cortos, y amanecía y oscurecía a cada rato.
Entonces el padre le dijo a su hija menor:
-Tráeme una tortuga morrocoy pequeña.
Y cuando tuvo en sus manos el morrocoy, esperó a que el sol estuviera sobre su cabeza y se lo
lanzó, diciéndole:
- Toma este morrocoy. Es tuyo, te lo regalo. Espéralo.
Desde ese momento, el sol se puso a esperar al morrocoycito. Y al otro día, cuando amaneció, el
sol iba poco a poco, como el morrocoy, como anda hoy en día, alumbrando hasta que llega la
noche.
Las cinco águilas blancas
Según la tradición de los Mirripuyes de los Andes venezolanos, fue Caribay la primera mujer. Era
hija del ardiente Zuhé (el Sol) y la pálida Chía (la Luna). Vivía en armonía con la naturaleza,
considerada la protectora del bosque. Imitaba el canto de los pájaros y jugaba con las flores y los
árboles.
Una vez Caribay vio volar por el cielo cinco águilas blancas y se enamoró de sus hermosas plumas.
Fue entonces tras ellas, atravesando valles y montañas, siguiendo siempre las sombras que las
aves dibujaban en el suelo. Llegó al fin a la cima de un risco desde el cual vio como las águilas se
perdían en las alturas. Caribay se entristeció e invocó a Chía y al poco tiempo pudo ver otra vez a
las cinco hermosas águilas. Mientras las águilas descendían a las sierras, Caribay cantaba
dulcemente.
Cada una de estas aves descendió sobre un risco, y se quedaron las cinco inmóviles. Caribay quería
adornarse con esas plumas tan raras y espléndidas y corrió hacia ellas para arrancárselas, pero un
frío glacial entumeció sus manos, las águilas estaban congeladas, convertidas en cinco masas
enormes de hielo. Entonces Caribay huyó aterrorizada. Poco después la Luna se oscureció y las
cinco águilas despertaron furiosas y sacudieron sus alas y la montaña toda se engalanó con su
plumaje blanco.
Éste es el origen de las sierras nevadas de Mérida, los cinco elevados riscos siempre cubiertos de
nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas, y el silbido del
viento es todo lo que quedó del canto triste y dulce de la joven Caribay.
Descargar