¿Qué plantea Unamuno sobre la inmortalidad del alma? Unamuno hace un magnífico ensayo respecto de la inmortalidad de las almas humanas y discurre sobre lo que para muchos intelectuales significa una muestra de locura, como afirma el mismísimo Platón, quien dice que sobre este tema lo más sensato es crear leyendas. Deja en claro la perturbación que puede emanar de indagarse sobre el cese del alma y por consecuente, de la vida misma. Trata o aborda las sensaciones que surgen cuando las personas consideran que eventualmente dejarán de existir. Considera que el universo puede resultar para los más ávidos pensadores y filósofos una “jaula” en la que sus almas transitan sin mayor gloria, sin la certeza de poder perpetuar indefinidamente su estancia en el mismo. Subyace en el pensamiento de Unamuno el deseo de fundirse con el “todo” y ser parte de la conformación de otros seres que hacen vida en el universo, hasta llegar a <<prolongarse en lo inacabable del tiempo>>, porque no siendo justamente ese “todo” y por siempre, la cuestión de la existencia equivale a algo así como no ser o no haber existido realmente. De manera que para sí atesora el radical anhelo de ser parte de “todo”, ya que eso es a lo único a lo que él podría aspirar. Piensa que algo distinto a ello es definitivamente una pérdida de tiempo, no trascender o ser algo mínimo y perecedero en el espacio y tiempo. A ese planteamiento se suma la idea de que el amor no es más que ese anhelo de eternidad que todo ser lleva dentro de sí, porque <<quien a otro ama es porque quiere eternizarse en él>>. El amor parece aquello que “rellena y eterniza la vida”, es aquel estímulo o aliciente que logra trascender lo que existe alrededor, y que confiere un impulso real a la vida, algo que le da significado y que le permite adquirir un verdadero estado de libertad respecto del destino banal en el que inicialmente puede encontrarse la misma. El cuestionamiento filosófico de Unamuno discurre o trata sobre el sentido exacto de la vida. En este mismo cuestionamiento se fundamenta la congoja que siente el corazón al indagar sobre el sentido de la existencia. Para el español, el peor infierno no es el que señala el catolicismo sino el cese completo de la existencia, del ser. El anhelo de Unamuno es de vida, vida eterna, anhelo que es inquietante en sí mismo y que pone en gran ansiedad a cualquier alma. Reivindica la valía de la preocupación por la vida propia, rescatando el egoísmo, que tanto es criticado, porque lo propio, lo individual, es lo más colectivo que puede haber. En su propia visión, es gracias a que el mundo es capaz de entregarse por un solo ser humano que la vida tiene sentido. Eso mismo no podría ser si hubiera que sacrificar a uno por todos. En tanto, el egoísmo vendría a ser pilar de la salud mental. Por otra parte, mientras no se sea eterno, ni la fuerza particular de cada quien ni la materia de la que se componga su cuerpo llegan a pertenecerle realmente, y resulta insuficientemente satisfactorio aquel discurso que declara que las cosas nunca mueren, sino que se transforman. Unamuno también declara su deseo de hacerse el propio dios en el que cree y deposita su fe, aquel dios al cual él rinde su devoción, pero a la vez, conservando su propia identidad, sin dejar de ser quien es, porque perder su singularidad personal se constituiría en un franco sinsentido. Lo conveniente sería adquirir un poder mayor al humano, pero conservando la consciencia antigua que se ha forjado en aquel mortal que aspira a tal deseo. Para él, su persona lo es todo en la vida y querer ser inmortal es totalmente válido. A su vez, observa una gran intolerancia entre el común de los intelectuales en cuanto a reconocer la posibilidad del hecho de la eternidad. Se acuerda del apóstol Pablo, quien buscando disuadir a los intelectuales atenienses de este asunto encontró pésimas reacciones de ellos, cuales desechaban por tierra todo lo que no fuera concreto, tangible y palpable. Y aquello se muestra como un pensamiento muy extendido entre los intelectuales. Ellos propugnan que no hay que entretenerse en lo metafísico, que tales ideas corresponden al campo de los idealismos. Y para Unamuno, esto es caer en la cobardía, debido a que abandonan fácilmente toda esperanza de optar a lo que realmente anhelan en sus corazones. Se abandonan sin reparo al pensamiento estrictamente materialista. Para ellos y su visión, la humanidad debería someterse a la absoluta razón y no conmoverse por lo irremediable, aunque para algunos eso signifique tornar triste la vida. Unamuno, en cambio, insiste en la promoción de la fe y del poder que esta tiene. Hay quienes buscan tranquilizar sus espíritus ante el misterio que supone la perennidad del alma, concibiendo la vida como un escenario donde la humanidad es protagonista, por lo que debe abocarse a brindar un gran espectáculo, apareciendo de esta manera el <<arte>>. El arte entonces es un medio para expresar aquello que es la vida misma, lo que en ella existe, debido a que la vida en sí es un gran espectáculo que retratar. Pero también surge otro uso para el arte cuando este se vuelve una forma de perpetuar la fama de los mortales. Por medio del arte se puede recordar la existencia de las personas que llegaron a dominarlo majestuosamente y que dejaron constancia de sus grandes exponentes de esta área del hacer humano. De manera que esta disciplina se empapa de cierta vanidad, y pasa a ser una forma en la que el humano trasciende los límites del tiempo. Quienes son artistas, lo son para los demás, no tanto para sí mismos. Esto es así porque buscan gloria a través de sus obras y a su vez, inmortalizarse en la memoria de quienes disfrutan y contemplan sus creaciones. En cuanto no pueden perpetuarse carnalmente, tienen la opción dejar vestigios de sí a través del arte. Unamuno también señala que el ser humano ha demostrado siempre un culto central a los muertos o a la inmortalidad. El humano se diferencia de otros animales porque resguarda a sus seres fallecidos y no los deja a su suerte, como sí lo hacen otros seres de menor inteligencia como los animales. Estos siempre han buscado resguardar a sus muertos y para ello, han construido lugares específicos que cumplan con estas funciones. Aquella tradición y toda la demostración de atención que ejecuta el hombre hacia el conflicto de la muerte denotan su interés por la preservación del alma y constituyen el germen básico de la religión.