Ensayo textos Lynch, Anderson, Entin. Carlos Herrera Llegaba el siglo XVIII y, junto con él, tiempos de cambios. Se vislumbraban vientos reformistas en la América hispánica. Como bien expresa Lynch (1989), con el arribo de la Dinastía Borbón al trono de España, América hispánica se convertirá en un laboratorio de experimentación de proyectos y reformas administrativas, económicas, comerciales y militares de una monarquía que tenía un objetivo claro; restaurar la unidad y la grandeza económica que alguna vez habían tenido las “colonias”. De alguna u otra forma, la nueva dinastía, se presentaba como la que pondría orden a la “casa” y levantaría la decadencia que había dejado el paso de los Habsburgo por la corona española. A finales del siglo XVII América se había emancipado de su dependencia inicial de España. Como bien expresa Lynch, el “primitivo imperialismo” del siglo XVI no podía durar. La riqueza mineral iba cada vez más en descenso y, consecuentemente, engendraba otras actividades. Las sociedades americanas fueron desarrollando más fuentes de riqueza, de tal forma, reinvirtieron en la producción lo que llevó a mejorar su economía de subsistencia de alimentos, no obstante, los abusos, la injusticia y los elevados precios del sistema de monopolio español se hicieron cada vez más evidentes, por tanto, las colonias ampliaron las relaciones económicas entre sí, y el comercio intercolonial comenzó a desarrollarse vigorosamente y, lo más transcendental, es que lo hizo independiente a la red transatlántica (Hispanoamérica tuvo un repunte económico). Ahora bien, este crecimiento económico del cual nos habla Lynch, vino acompañado de un tremendo cambio social que gestó una nobleza criolla que llegó a controlar la administración colonial, los títulos de encomienda, las instituciones eclesiásticas. Se constituían en grupos familiares que se extendieron en linaje con inteligentes alianzas matrimoniales y con endogamia profesional, así, tejían finas redes de contactos, influencia y nepotismo. Eran el sostén del poder colonial y sus intereses como élite local no coincidían con los de la metrópoli. Esta nobleza criolla era artífice de un nuevo equilibrio de poder que se reflejó en la disminución del tesoro enviado a España, así, las colonias comenzaron a tomar conciencia de sí mismas, por lo tanto se apropiaron en una mayor proporción su propio producto y empleaban su capital en administración, defensa y economía. En definitiva, Hispanoamérica daba el paso a la “adultez”; se hizo celosa de sus recursos y cada vez daba menos a España. Se terminaba así un largo proceso de enajenación y, la región, se daba cuenta de su propia identidad, tomó conciencia de su cultura y se hizo celosa de sus recursos a tal punto que el explorador prusiano, Alexander Von Humboldt, advertía: “los criollos prefieren que se les llame americanos” En el trascurso del siglo XVIII, según la tesis que expone Lynch, Hispanoamérica estaba sujeta a un nuevo imperialismo, a una suerte de segunda conquista, así, su administración había sido reformada, su defensa reorganizada y su comercio reavivado. La nueva política Borbón implicaba un estricto control y supervisión que tenía una misión clara y precisa; frenar al poder local, frenar a la élite criolla. Un hecho muy interesante que se advierte, que no deja de ser paradójico y, en el cual coinciden las tesis de los tres autores en estudio, es que la reforma imperial borbona traería consigo el efecto contrario a lo que ellos esperaban, ya que dicha reforma no hacía más que plantar las semillas de su propia destrucción, puesto que este nuevo imperialismo realizaba un ataque directo a los intereses locales y, por añadidura, a la nobleza criolla que era el sostén del poder colonial, así, se perturbaba el frágil equilibrio de la sociedad de aquella época. Si bien es cierto que el programa de reformas de los borbones fue visto como una “modernización defensiva” que quería rescatar el comercio transatlántico del control extranjero, Lynch, nos da a entender que sin importar lo que se dijera sobre los propósitos del programa reformista, el fin principal era controlar a la nobleza criolla que era muy pragmática y poco ideologizada, pero que gradualmente estaba tomando conciencia de su identidad americana (además, poco a poco comenzaba a gestarse un sentido de nacionalismo hispanoamericano) y de lo que eran capaz como poder local, por lo tanto no lo pensarían dos veces si tenían que ir en contra de la metrópoli en reacción al estricto control y supervisión que implicaba este nuevo imperialismo borbón. En definitiva, el malestar local comenzaba a crecer como bola de nieve. La creación de dos nuevos virreinatos, el de Nueva Granada y el de la Plata, dieron mayor importancia a esas regiones como, por ejemplo a Buenos Aires, que fue centro de exportación de la plata de Potosí, sin embargo, este hecho causó el malestar de Lima ya que perdió su influencia en América del sur. Por otra parte, el nombramiento de las audiencias volvió a favorecer a los españoles quienes recuperaron el poder frente a los criollos locales. Además, hubo un alza en ciertos impuestos que azotaban a los americanos. En 1767, el reforzamiento de la autoridad imperial llegaba al extremo expulsando a los jesuitas de todos los territorios de América. Esto golpeó directamente a los americanos ya que la mayoría de los expulsados eran de familias locales. Finalmente, la guinda de la torta se puso en 1780, cuando la metrópoli, haciendo efectivo su control y supervisión, creó un nuevo funcionario, el intendente, el cual arribó para quitar poder a los cabildos y su élite. La presencia de los peninsulares en América aumentó notablemente, atraídos por los nuevos cargos administrativos, así, esta segunda conquista de la cual nos habla Lynch era cada vez más evidente al igual que el malestar local. En definitiva, comenzaba a ponerse en acción el poder del sentido de la identidad y del nacionalismo hispanoamericano que se constituirían en dos vías para un eventual proceso de emancipación Ahora bien, con respecto al origen de este nacionalismo hispanoamericano, resulta muy interesante la tesis que expone Anderson (1993), ya que evidentemente, este fenómeno se dio de manera muy peculiar en la región, puesto que este tipo de nacionalismo no puede explicarse en términos de lenguaje (ya que se expresaban en la misma lengua que la metrópoli). Además, tampoco puede explicarse en términos de clase media, ya que no había clase media autóctona en Hispanoamérica; cabe conceder que el liderazgo de los procesos independentista estuvo a cargo de latifundistas y no intelectuales, por lo tanto su objetivo no era integrar a las clases bajas a la política, sino, justamente, lo contrario. Por otra parte, según Anderson, uno de los puntos que más indignaba a los latifundistas y dueños de esclavos y, que los llevó a apoyar el movimiento independentista, fue el carácter más humano que tenía con los esclavos las nuevas leyes ilustradas de Carlos III. Esta reacción pro esclavista es parte de los factores, que según Anderson, explicarían como sin lengua nacional propia y sin clase media autóctona, las comunidades criollas crearon, mucho antes que la mayoría de los países europeos, una idea y un sentimiento nacional que los llevaría a un eventual proceso de emancipación. Dentro de este proceso de formación de una identidad propia y un sentimiento nacional criollo, el peregrinaje administrativo de los funcionarios hispanoamericanos se constituye en un factor clave, ya que al desplazarse por el territorio e ir encontrándose con personas que comparten con ellos el idioma y códigos administrativos, van formándose una idea de “intercambiabilidad” dentro del país, lo cual, resulta ser fundamental como condición necesaria para el surgimiento de toda conciencia de comunidad. Además, de dichos peregrinajes administrativos de los funcionarios criollos, la asimetría de derechos en la movilidad generó un silogismo que como tinta indeleble se quedó en la mente criolla: “si por nacimiento no podemos ser verdaderos españoles, por nacimiento los españoles no pueden ser verdaderos americanos”. Este silogismo se constituyó en el cimiento en donde se apoyaría un fuerte sentimiento de diferencia y, a la vez, también resulta clave para que Anderson demuestre su tesis, ya que para él, en las colonias, el nacionalismo tenía orígenes criollos y no era simplemente el producto del carácter indígena. La ideología nacionalista de las colonias a veces defendía (como casi siempre en Europa) que la nación siempre había estado allí antes de la intrusión colonial. Pero Anderson mostró que estaba formada por la interacción entre indígenas y migrantes, tanto los forzosos como los voluntarios, y entre miembros de la administración y gente corriente. La explicación de Anderson sobre los orígenes criollos ponía en cuestión la noción de que el nacionalismo creció en Occidente y fue exportado. En definitiva, Anderson nos manifiesta que no se puede medir el origen del nacionalismo hispanoamericano bajo los mismos estatutos de los territorios europeos, pues ni la diferencia de lengua, ni el impulso de las clases bajas propiciado por las clases medias son factores existentes en el continente americano. Lo que queda muy claro es que a punta de abusos, injusticias, exclusiones y discriminaciones, el factor criollo se convirtió en una identidad propia, alejada del americano puro, pero también separada de su origen europeo. Por tanto, no extraña que las revoluciones de independencia fueran perpetradas e impulsadas por los criollos, no por los indígenas. Ahora bien, cabe preguntarnos por qué resulta tan fundamental estudiar sobre que dimensiones se constituye la identidad americana. Pues bien, Entin (2013), nos intenta demostrar con su tesis que la formación del sentido de identidad es clave para que comunidades como las criollas hayan emprendido un camino a hacia la emancipación puesto que la gestación de una identidad implica la construcción social, histórica y lingüística de grupos en los cuales un individuo puede reconocerse y diferenciarse de otros. En un mundo donde criollos y peninsulares compartían una extraordinaria homogeneidad humana y cultural, la identidad americana se fundamentaría en el sentimiento vital del lugar de nacimiento, así, América designaría la “patria singular” y junto con la cultural se construiría una identidad política americana muy particular sin gobierno e instituciones propias, pero con un fuerte sentido de diferencia frente a los peninsulares. Al igual que la tesis de Anderson, Entin, enfatiza que la gestación del sentido de identidad y nacionalismo en Hispanoamérica se da como un caso muy peculiar debido a la coexistencia de múltiples identidades culturales en la región: desde la local de la ciudad hasta la más general de la Monarquía. Entendida como posesión de características culturales específicas. Ahora bien, una de estas identidades es la americana, consolidada según la tesis de Anderson y Entin , en reacción a las reformas borbónicas y a las teorías de la Ilustración sobre la inferioridad de los americanos. Otro aspecto clave de dilucidar de la tesis de Entin, dice relación con la renovación burocrática que las reformas borbonas aplicaron en América, ya que la corona privilegiaría a los españoles europeos durante las reformas de las corporaciones. Uno de los argumentos para la legitimación de esta medida se fundaba en la idea de imparcialidad, o sea, un funcionario sería más imparcial cuando no fuese originario de la comunidad a gobernar, si interpretamos a fondo este argumento nos percataremos que desde la metrópoli ya temían a un posible sentido de pertenencia criollo o patriotismo americano. Al analizar la despótica exclusión de los criollos de los cargos relevantes de América, cabe preguntarnos: ¿Por qué un criollo tendría más derechos que un español para gobernar en América en nombre del rey? , pues bien, por la potente razón de que el que nace en una ciudad se hace ciudadano para gozar de todos los honores que pudiera brindarle la urbe. En definitiva, los oficios en América debían ser por derecho para los ciudadanos de la patria, los americanos, los que poco a poco irían, gradualmente, desarrollando un sentido de identidad y pertenencia estrechamente unido a un patriotismo criollo.