Crítica de la razón pura de Immanuel Kant, en la traducción de José del Perojo (1883) Ibon Uribarri Zenekorta La Crítica de la razón pura (Kritik der reinen Vernunft) de Immanuel Kant (Königsberg/Kaliningrado, 1724-1804) es una de las obras más importantes del pensamiento occidental. Supuso un cambio radical en la filosofía europea y fue determinante en el rumbo que tomó la filosofía desde entonces. Kant trabajó durante mucho tiempo dentro del paradigma dominante de la filosofía racionalista, pero siempre estuvo abierto a las aportaciones de la ciencia y los retos del nuevo empirismo británico. Escribió ya muchas obras en su fase precrítica, hasta que en 1769 estableció las bases de una nueva filosofía crítica, cuyas primeras ideas presentó en 1770 en latín en su memoria de cátedra. En cartas de esa época hace referencia a que publicará un libro que recoja su nueva filosofía en pocos meses, pero la verdad es que Kant no publicó nada durante diez años, que dedicó a la preparación de la Crítica de la razón pura. La redacción final del voluminoso libro la realizó en unos pocos meses y la obra se publicó finalmente en Riga en 1781. Kant realizó una segunda edición en 1787 en la que introdujo numerosos cambios (se habla de edición A y edición B). En vida de Kant se hizo una tercera edición en 1790, esta vez casi idéntica a la edición anterior. En cuanto a la estructura de la extensa obra, hay que decir que tiene un prefacio (el de la edición B es muy famoso), una introducción y dos partes principales, la doctrina trascendental de los elementos y la doctrina trascendental del método. La primera ocupa el 80% de la obra. La doctrina trascendental de los elementos se compone de una estética trascendental y de una lógica trascendental, que a su vez se divide en una analítica trascendental y una dialéctica trascendental. Se trata de una obra extensa, de lectura exigente (se ha dicho que Kant escribe en alemán con sintaxis latina) y con ideas muy innovadoras. La recepción de la obra no fue muy calurosa al inicio, se criticó su terminología (demasiado) innovadora, y hubo inicialmente interpretaciones erróneas que vinculaban la filosofía crítica con el idealismo de Berkeley. Cuando su obra empezó a ser conocida y su filosofía empezó a tener influencia, hubo resistencias ante la novedad, y la obra fue prohibida en varias universidades alemanas. Kant sufrió también censura en Prusia a raíz del libro La religión dentro de los límites de la mera razón (1792) y el káiser Federico Guillermo II le prohibió en el momento álgido de su fama escribir sobre religión. Poco después la Crítica de la razón 1 pura vio sus primeras traducciones al latín y al italiano, y esta incipiente difusión internacional llevó al Vaticano a incluir la obra en su Índice de libros prohibidos el 11 de junio de 1827 (y allí siguió hasta que la Iglesia Católica eliminó el Índice en 1966). Kant dedicó los últimos veinte años de su vida a aclarar y desarrollar su filosofía crítica. Las otras dos críticas, la Crítica de la razón práctica (1788) y la Crítica del Juicio (1790) son dos de sus obras más importantes. Al final de su vida trabajó en otra obra importante que quedó inacabada, los manuscritos que se conocen como Opus postumum. La Crítica de Kant sigue siendo hoy una de las obras filosóficas más citadas y traducidas. Expondremos a continuación la «prehistoria» de la recepción de Kant en España. En 1799 Wilhelm von Humboldt viajó desde París a España, donde estuvo durante varios meses, entre otras cosas estudiando la lengua vasca. En una carta del 28 de noviembre de 1799 escribe una carta a Goethe donde le menciona que al menos el nombre de Kant ha llegado hasta Madrid (Humboldt 1952: 200). Un siglo después Wincenty Lutoslawski, un joven diplomático y filósofo polaco, relacionado con España por su matrimonio con Sofía Pérez Casanova, publicó el artículo «Kant in Spanien» en el primer número de la revista Kant-Studien. Tras hablar con varios intelectuales españoles su conclusión es claramente negativa: Kant es completamente desconocido en España (Lutoslawski 1896-1897: 218). Esta parece que es una opinión bastante extendida, pero no por eso cierta. Hubo cierta presencia de Kant en el siglo XIX, a pesar de que la recepción de su filosofía encontró muchas dificultades (Uribarri 2011). Por un lado, a principios de siglo la Inquisición sigue viva y la Crítica está en el Índice. Por otro lado, la escolástica católica domina como filosofía hegemónica y también se forja una ideología contraria a la traducción con el objetivo de fomentar ideologías supuestamente autóctonas y bloquear importaciones novedosas. 1 Una denuncia típica de la filosofía con el objetivo de mantener la primacía de la teología sobre ella se encuentra en El preservativo contra la irreligión o Los planes de la filosofía contra la religión y el Estado (1812) de fray Rafael de Vélez, que luego llegó a ser arzobispo de Santiago de Compostela. En ese ambiente cultural hostil, la filosofía moderna europea tiene muy poca penetración hasta mitades del siglo XIX. Los débiles intentos de desarrollar una filosofía moderna siguen a fuentes francesas (Destutt de Tracy es el autor más traducido). Los intercambios intelectuales directos con Alemania son muy escasos en ese momento y no se dan tampoco unas condiciones sociales adecuadas para una recepción productiva de la pujante filosofía alemana. Tras rastrear la presencia de Kant a lo largo del siglo hemos descubierto que su nombre aparece ya en textos españoles en los primeros años del siglo XIX como Manuel Kant. Bernardino Fernández Velasco menciona su nombre en su poema «Oda a Pestalozzi» en 1807. Un poco más tarde se encuentran las primeras referencias a su obra. Así, hallamos la primera exposición de su pensamiento en los artículos escritos «Traductores, enemigos implacables de nuestra lengua» (Anónimo 1787: 528); «las obras traducidas (excepto una, u otra) son de ningún mérito» (Anónimo 1787: 529). 1 2 por Ramón de la Sagra (1819) en la revista Crónica Científica y Literaria. Posteriormente hay otros intelectuales que promueven la figura de Kant, como Toribio Núñez, Patricio Azcárate, Matías Nieto Serrano y Nicolás Salmerón. Son todos ellos intelectuales liberales que pagaron con sus puestos en el sistema educativo o el exilio su vinculación con un pensamiento reformista. Por otro lado, también citan con frecuencia a Kant muchos autores tradicionalistas, entre los que destacamos a Jaume Balmes, Zeferino González y Menéndez Pelayo. Aunque reconocen la importancia de la filosofía de Kant, también piensan que es una filosofía anticristiana y fuente de todos los problemas contemporáneos: «Casi todos los grandes errores de nuestros días, o deben su origen directo al criticismo de Kant, o se hallan incubados por su doctrina, a la cual se debe también en gran parte la atmósfera especialmente racionalista y anticristiana que respiramos» (González 1878-1879: III, 487). Otro argumento antikantiano usado por Navarro Villoslada y Menéndez Pelayo es que la filosofía de Kant no era nada original, ya que los autores españoles del siglo XVI ya habían adelantado sus ideas. Los púlpitos, las cátedras, las conferencias en el Ateneo de Madrid y muchas publicaciones defendían estos planteamientos. La aparición del krausismo fue muy importante en este contexto. Por un lado, se trata de la primera experiencia directa con la filosofía alemana en España (Sanz del Río estudia en Heidelberg enviado por el gobierno para estudiar e importar el modelo intelectual alemán), y se trata además de un movimiento reformista muy importante. Sin embargo, hay que mencionar que la obra principal de Sanz del Río, El ideal de la humanidad para la vida, es en realidad una traducción de obras de Krause (Ureña, Fernández & Seidel 1997). Por tanto, el mayor movimiento cultural modernizador español del siglo XIX se basa en unas traducciones de un filósofo alemán de segunda fila. Por otro lado, la predilección por Christian F. Krause dejó a Kant en un segundo plano. La razón es muy sencilla: el panenteísmo krausista permitía vincular reforma social con religiosidad, mientras que el agnosticismo kantiano no se prestaba tan bien a un reformismo religioso. Sin embargo, el krausismo sufrió una gran presión y fracasó. La obra principal de Sanz del Río fue puesta en el Índice inmediatamente. Pío IX promulga la encíclica Quanta cura en 1864, con una lista de ochenta proposiciones (Syllabus complectens praecipuos nostrae aetatis errores) donde se condenaba, entre otras cosas, el liberalismo. La campaña antikrausista se aceleró en 1865 y culminó en 1867, cuando el ministro Orovio destituye a Sanz del Río, Castelar, Salmerón y Giner de los Ríos de sus cátedras. La revolución de 1868 les repone en sus cargos, pero los tímidos intentos reformistas de la primera República son rápidamente abortados por las fuerzas tradicionalistas. Orovio vuelve al cargo en 1875 y restringe la libertad de cátedra. Como consecuencia dejan la universidad docenas de profesores, Salmerón (que había sido presidente de la República durante unos meses y luego presidente del Congreso), Azcárate, Giner de los Ríos, etc. Algunos acaban en la cárcel y otros en el destierro. El krausismo intenta seguir su labor fuera de la universidad a partir de 1876 con la Institución Libre de Enseñanza, dedicada a la enseñanza primaria y secundaria. 3 Sin embargo, tras la restauración monárquica se produce una desbandada del krausismo, y muchos se acercan al neokantismo y al positivismo, igual que el Romanticismo deja pie al Naturalismo en literatura. En 1875, Canalejas describe así el proceso: Entre los discípulos del ilustre don Julián Sanz del Río se han declarado tendencias diversas y encontradas. No hay ya escuela. Van unos a un teísmo racional y cristiano, propenden otros a un positivismo comedido y circunspecto; retroceden algunos, aguijoneados por la duda, a la Crítica de la Razón pura de Kant, tomando puerto y sagrado en ella, y esta diversidad de direcciones es muy propia del solícito afán con que el doctor Sanz del Río procuraba despertar en toda inteligencia el sello característico, original e individualísimo, que acompaña al hombre. (Canalejas 1875: 361) Al mismo tiempo que se expande el neokantismo, aparecen también las primeras traducciones de Kant al español. Un primer acercamiento lo encontramos en la obra Teoría transcendental de las cantidades imaginarias de José Rey y Heredia (Córdoba, 1818-1861), que se publicó póstuma en 1865. Rey y Heredia toma a Kant como referencia intelectual («de esta filosofía transcendental y crítica es de donde únicamente puede venir la luz», 1865: 2), produce una filosofía de la matemática bastante original y, al final de la obra (297-305), como anexo, recoge lo que son seguramente los primeros pasajes de Kant en español: «Crítica de la razón pura por E. Kant. Fragmento de la lógica trascendental». El fragmento comprende el primer libro de la Analítica trascendental (B90/A65 hasta B108/A82) y tras un salto retoma el parágrafo 11 de la segunda edición, B109-113. Se trata, seguramente, de una traducción indirecta a través del francés, dado que en el trabajo cita sobre todo fuentes francesas y alguna británica. Tras este primer acercamiento parcial a Kant, la primera obra completa la traduce Gonzalo Lizárraga en 1873 y lo hace indirectamente desde el francés, como es norma aún en esta época. Hay que resaltar que cuando se empieza a traducir a Kant en España, su obra ya estaba vertida casi completa al inglés, al francés y al italiano. Destaca como traductor en esta época Antonio Zozaya, fundador de la Biblioteca Económica Filosófica, donde publicó sus propias traducciones de Kant, Descartes, Maquiavelo, etc. y editó otras muchas traducciones filosóficas. La primera traducción directa, pero incompleta (la mitad), es la traducción que hace Perojo de la Crítica en 1883. No se produce en el siglo XIX ninguna traducción directa y completa, hay que esperar hasta 1913 para eso. Tampoco se escribe ninguna monografía sobre Kant en el siglo XIX. Perojo era un español nacido en Cuba, educado en París y doctorado en Derecho y Filosofía en Heidelberg, donde estudió con Kuno Fischer. Al instalarse en Madrid escribe obras para difundir las ideas neokantianas: Ensayos sobre el movimiento intelectual en Alemania (1875, en la que dedica las primeras diecisiete páginas a Kant), obra incluida en el índice de libros prohibidos de la Iglesia, y La ciencia española bajo la Inquisición (1877). En la Revista Contemporánea, que impulsó junto con Manuel de 4 la Revilla, se publicaron numerosos artículos sobre Kant y la filosofía alemana. Su traducción de la Crítica apareció en una colección de traducciones filosóficas (Descartes, Spinoza, Voltaire, Darwin, Spencer) que promovió el propio Perojo. Perojo ya había realizado la traducción parcial en 1875, pero la guardó en un cajón y no la publicó debido al clima intelectual poco propicio, como reconoce en la introducción. Ya hemos visto que sus obras estaban en el Índice, al igual que la Crítica misma. Además, tanto Manuel de la Revilla como Perojo tuvieron fuertes polémicas con Menéndez Pelayo en esos años en el marco de la discusión más general sobre la ciencia española. Perojo expuso que la intolerancia religiosa y el despotismo eran las raíces del subdesarrollo científico español (García Camarero 1970: 307); por su lado, Menéndez Pelayo se muestra orgulloso de la tradición española, inseparablemente unida a la religión católica, de tal manera que las nuevas ideas extranjeras no eran necesarias, las traducciones se debían evitar y la Inquisición debía ser bendecida (García Camarero 1970: 241). De hecho, Menéndez Pelayo veía con muy malos ojos las traducciones filosóficas que fomentó Perojo, quien «comenzó a inundar a España con todos los frutos de la impiedad moderna y antigua, sin distinción de escuelas ni sistemas, desde Benito Espinosa y Voltaire, hasta Herbert Spencer, Darwin, Draper, Bagehot y otros de toda laya» (Menéndez Pelayo 1881: III, 809). Sin embargo, olvida que el pensamiento tradicionalista que ensalza, Fernando de Zeballos y su Falsa filosofía (1775-1776), por ejemplo, no son más que adaptaciones del pensador reaccionario francés Nonnotte, de tal manera que «nada hay, pues, de tradicional ni de español en los grandes maestros de la tradición española» (Herrero 1971: 24). El resultado del debate es claro: Perojo tardó ocho años en publicar la traducción parcial de la Crítica, que nunca completó. Y su traducción no se volvió a editar en España en cien años. Además, en 1907 tuvo que vender su revista a un político conservador y, finalmente, abandonó sus esfuerzos para promover la filosofía moderna en España. Aunque conocía la traducción de Perojo, Lutoslawski no llegó a hablar nunca con el máximo exponente del neokantismo español a la hora de redactar su artículo sobre Kant en España (sí lo hizo con los tradicionalistas Menéndez Pelayo y Ortí Lara, por un lado, y con el krausista Salmerón por otro). Perojo presenta su traducción con una «Advertencia» previa, donde subraya que la obra está escrita «en un lenguaje que no es el nuestro, y en unos términos técnicos que corresponden a otro época» (Perojo 1883: VII). Las quejas sobre la incomprensibilidad de la filosofía alemana (traducida) son constantes desde los primeros intentos de Sanz del Río, y abren el debate sobre el conflicto entre adecuación y aceptabilidad (Uribarri 2007a). Perojo es consciente del problema que tiene entre manos, y por eso habla de sus esfuerzos para suavizar esas durezas terminológicas y esas asperezas del estilo, con el objetivo de que la obra tuviera una recepción fructífera. En cuanto a las asperezas del estilo, hay que decir que la escritura de Kant ha sido calificada de barbárica por Hegel, ya que mantiene complejas estructuras sintácticas latinas. Sin embargo, ese origen latino de las estructuras hace que la traducción al español sea menos problemática que la traducción al inglés, por ejemplo. En las traducciones al inglés se tiende a simplificar mucho la estructura sintáctica del original. 5 Perojo, sin embargo, mantiene los largos periodos, pero siendo cuidadoso con no dejarse arrastrar hasta extremos de incomprensibilidad y normalmente suele adaptar ligeramente la sintaxis para favorecer la lectura del texto. En cuanto a las durezas terminológicas, hay un problema estructural en la traducción de la terminología filosófica alemana a las lenguas latinas. Kant traduce la terminología latina al alemán, pero además incorpora terminología germánica y usa esa complejidad para introducir matices en su pensamiento. Por ejemplo, la tríada Gemüt, Seele, Geist es muy importante en su pensamiento, pero Perojo, al igual que los traductores al francés, se limita a la dicotomía alma/espíritu. En ese contexto, la traducción de Gemüt por espíritu resulta bastante problemática (posteriormente otros traductores han probado con «ánimo», «psiquismo» y «mente», que también presentan sus problemas). Por otro lado, la importante distinción entre Gegenstand y Objekt tampoco se recoge en la traducción de Perojo, ya que ambas son «objeto» (en algunas traducciones posteriores se ha probado con el uso de minúsculas y mayúsculas). Este problema terminológico tiene consecuencias filosóficas, ya que se pierden en las traducciones algunas distinciones básicas de la filosofía kantiana. La actividad de continuada de traductores como Zozaya y la influencia indirecta del neokantismo2 trajo una segunda fase de traducciones filosóficas coincidiendo con la Edad de Plata, entre 1910 y 1936. Ahora se traducen nuevas obras de Kant, y se hace ya en muchos casos directamente del alemán, con lo que la traducción directa se empieza a imponer como norma gracias al trabajo de muchos traductores. Destacan Julián Besteiro, José Gaos y, sobre todo, Manuel García Morente por su labor traductora. Se produce también una considerable renovación del lenguaje filosófico gracias a las traducciones, por ejemplo, las numerosísimas traducciones de obras alemanas que hace la Revista de Occidente. Junto a esta gran labor traductora aparecen también los primeros comentarios a la filosofía de Kant: Ortega y Gasset (Kant. Reflexiones del centenario, 1924, y Filosofía pura. Anejo a mi folleto «Kant», 1929), Julián Besteiro (Los juicios sintéticos a priori desde el punto de vista lógico, 1927), Manuel García Morente (La filosofía de Kant, 1917). También se encuentran referencias a Kant en autores como Unamuno, Baroja, Maeztu, Antonio Machado, etc. En este momento ya se puede hablar de un verdadero trabajo de recepción productiva, un esfuerzo colectivo que se articula en varias revistas, nuevas editoriales y colecciones filosóficas (Uribarri 2013). El discurso filosófico laico y reformista adquiere rápidamente un gran capital simbólico y así se logra subvertir la hegemonía cultural vigente (católica y monárquica) en la Segunda República, que derroca a la monarquía y expulsa a la Iglesia Católica del sistema educativo. En palabras de Lefevere, «translation is a channel opened, often not without a certain reluctance, through which foreign influences can penetrate the native culture, challenge it and even contribute to subverting it» (Lefevere 1992: 2). «Es evidente, en cualquier caso, que a comienzos del siglo XX se había iniciado una irreversible reacción contra la centuria decimonónica que va a encontrar su catalizador privilegiado en el neokantismo. En fuentes neokantianas va a inspirarse no sólo Ortega y Gasset, lo que es suficientemente conocido, sino personajes tan influyentes como Julián Besteiro, Fernando de los Ríos, Manuel García Morente o María de Maeztu» (Abellán 1998: 13). 2 6 En cuanto a la Crítica de la razón pura, tenemos dos versiones nuevas en esta época, la de Manuel García Morente (1928) y la de Manuel Fernández Núñez (1934). García Morente editó un volumen que contenía la mitad de la obra y nunca completó la traducción. Como sabemos ahora, en realidad sí había traducido gran parte de la obra, pero tras morir su mujer en la Guerra Civil se ordenó sacerdote, no prosiguió con su labor traductora y el manuscrito con el resto de la traducción de la Crítica quedó olvidado. Su traducción no se volvió a publicar durante muchos años y en 2002 se ha editado una versión ampliada de esta traducción. Por otro lado, coincidiendo con la segunda República Fernández Núñez realizó por fin la primera edición completa de la Crítica de la razón pura en español, con un retraso de 153 años respecto a la obra original. Como sabemos, las fuerzas conservadoras recuperaron la hegemonía por la fuerza e hicieron tabula rasa con la cultura filosófica que se había desarrollado en las décadas previas (Claret Miranda 2006). A su llegada a Getafe las fuerzas nacionales quemaron una gran cantidad de libros en la casa del editor Bergua, entre ellos la edición de la Crítica de la razón pura de 1934. «¡Mueran los intelectuales!», grita Millán Astray, futuro responsable del aparato censor, ante Unamuno el 12 de octubre de 1936 en Salamanca. Las consecuencias con claras: se purgan bibliotecas y queman libros, se asesina a maestros, miles de intelectuales se exilian y se impone un «tiempo de 3 silencio» (Bueno 1996) bajo el signo de la cruz. Entre los destacados traductores de la época, Julián Besteiro, presidente del Parlamento, murió en una cárcel; José Gaos y Antonio Zozaya fallecieron en el exilio; Eugenio Ímaz se suicidó en el exilio. Con todo ello se crea un entorno cultural que impide la recepción de ideas «extrañas», mediante su ausencia en el sistema educativo, incluida la universidad, en los medios de difusión, en las bibliotecas, etc. Como la censura actúa como cancerbero, se puede hablar de un bloqueo cultural (Wolf 2002). Se trata de una censura preventiva estructural que estaba actuando a través de la hegemonía simbólica impuesta por el discurso dominante nacional-católico, interesado en excluir y silenciar ideas seculares modernas y extranjeras de la esfera pública. Recordemos que, según Bourdieu, «Among the most effective and best concealed censorships are all those which consist in excluding certain agents from communication by excluding them from the groups which speak or the places which allow on to speak with authority» (1991: 138). En el caso de Kant la censura sistémica funcionó básicamente a nivel de norma preliminar (Toury 1995: 58), por omisión de autores y textos clave. 4 Y lo que llega tampoco encuentra un entorno que pueda 5 permitir que esos textos tengan un impacto social y cultural relevante. Recordemos en este sentido las palabras de Tymoczko y Gentzler: «Silences, whether the silence of zero translation or the silencing of the remainder, are often critical in understanding the workings of power in translation and in culture» (1992: XXI). 4 «Esa cultura oficial, por su parte, rompía toda comunicación con la cultura europea de raíz liberal, así como con muy amplios sectores de la filosofía y la ciencia que en aquellos años se hacía en Europa. La obsesión era entonces la defensa de la ortodoxia (religiosa y política)» (Díaz 1978: 25). 5 «En buena medida, la base material de la actividad filosófica profesional durante el apogeo del nacionalcatolicismo procedía fundamentalmente de la Iglesia. Las instituciones docentes, las sociedades, 3 7 Hay que tener en cuenta también que en los primeros años del franquismo las relaciones culturales con Alemania son muy buenas y se mantiene por tanto la alta estima por ciertas filosofías de origen alemán en círculos falangistas. Así se explica la edición sin apenas problemas de varias obras de Nietzsche entre 1938 y 1942. Sin embargo, tras el fin de la segunda Guerra Mundial Alemania cae en desgracia y España se reorienta hacia el mundo anglosajón. La mayoría de los intelectuales relevantes en los años 40, 50 y comienzos de los 60 no tienen ninguna vinculación con Alemania (Oltra 1976: 116-117). Hay que esperar hasta la segunda parte de los 60 para certificar un renovado interés por la filosofía alemana. En cuanto a la censura española, hemos identificado cuarenta y cinco expedientes en el Archivo General de la Administración. Y la verdad es que las escasas obras de Kant que pasan por ella tuvieron pocos problemas. Solamente se encuentras dos prohibiciones directas. La primera La paz perpetua (1943), en traducción de Rivera Pastor. Es curioso que el primer libro de Kant editado en francés e inglés se tope con la censura en España. El expediente dice: «En los artículos definitivos de la paz entre los Estados según Kant y que se citan en este pequeño conjunto hacemos constar la página 22 […] “sobre que la constitución debe de ser en todo Estado, republicana”. Influencia filosófica de la revolución francesa». En 1955 Aguilar quiso importar Por qué no es inútil una nueva crítica de la razón pura, pero se suspendió la importación y el expediente no incluye ninguna explicación. El uso de la palabra «crítica» puede tener algo que ver. Apenas hubo trabajo nuevo con Kant en España, sino que se reeditaron traducciones previamente realizadas y se importaron traducciones en cantidades controladas desde América, 6 donde sí hubo una gran actividad fomentada por lo exiliados. «Así ocurrió que todo un grupo de filósofos y sociólogos que mediante sus traducciones de los grandes clásicos y modernos del pensamiento europeo vinieron a continuar en América la labor de difusión y modernización emprendida por Ortega en España» (Llorens 1978: 20). Si se comparan las ediciones de obras de Kant en Francia, Inglaterra o Italia vemos claramente que multiplican al menos por cinco a las que se hacen en España. Y apenas se produce tampoco bibliografía secundaria; se encuentran referencias en pensadores neoescolásticos como Zubiri (Sobre la esencia, 1962), y otros, pero siempre para rechazar con mayor o menor vehemencia sus aportaciones. En los expedientes de censura analizados aparecen varios argumentos en contra de la divulgación de las obras de Kant: su origen protestante, su tibieza religiosa, su carácter anticristiano o su inclusión en el Índice; y otros argumentos a favor: baja tirada (sólo se editan pocos ejemplares que algunos especialistas o lectores cultivados pueden leer y entender), alto precio, adecuadas introducciones orientativas. En cuanto a la Crítica de la razón pura, en 1945 Oteyza pide autorización para importar doscientos ejemplares, publicados por Losada en Buenos Aires, y la obtiene. las editoriales o las publicaciones periódicas que sustentaban la circulación del discurso filosófico eran mayoritariamente de propiedad o dirección eclesiástica» (Vázquez García 2009: 49-50). 6 La Biblioteca Nacional de México recoge quince entradas de obras de Kant entre 1939 y 1970, la Biblioteca Nacional de Madrid solo nueve. 8 También Oteyza en 1957 importa cincuenta ejemplares de la edición que ha hecho Losada. En este caso hay un breve informe del 2 de octubre: «Conocida obra filosófica incluida en el Índice de libros prohibidos. Se puede permitir la importación de algunos ejemplares para uso de las personas estudiosas que tienen facultad para leer libros prohibidos». En esta época se hacen varias ediciones en México y Argentina, que tienen la particularidad de completar las ediciones parciales de Perojo o García Morente con la de Núñez o traducciones nuevas. La censura cambia de actitud con Kant en 1969 con ocasión de la publicación de La religión dentro de los límites de la razón pura en una edición de 10.000 ejemplares. La obra es traducida por Felipe Martínez Marzoa con un retraso de 170 años. En este caso hay dos informes, uno similar a los anteriores avisando del peligro de una edición tan grande pero aceptando finalmente la publicación, y otro muy novedoso en su argumentación: en lugar de subrayar la peligrosidad de Kant, argumenta positivamente que ofrece una nueva forma de fundamentar de manera racional la religión. Hemos pasado de controlar y minimizar el impacto de Kant a intentar desactivar su potencial crítico mediante una lectura religiosa del autor. Algo similar sucede en la misma época con otros autores como Fichte, Hegel e incluso Marx. Tras ese cambio en 1969 vemos cómo el editor Bergua, recién regresado de su exilio francés, y que ya publicó la edición de la Crítica de 1934, vuelve a presentar una nueva edición en 1970, pero esta vez viene firmada por él mismo como traductor. En nuestras investigaciones sobre las traducciones de la Crítica hemos alineado siete fragmentos del original (35.000 palabras) con cinco de las principales traducciones utilizando Wordsmith Tools primero y TRACEAligner después. Y una de nuestras primeras conclusiones fue que esta edición de 1970 no se puede considerar como una nueva traducción, sino como una adaptación de la traducción de 1934. Luego, con el final del franquismo Pedro Ribas publicó en 1978 su nueva traducción directa y completa, que se ha reeditado muchas veces. En 1985 se reeditó por primera vez en España la traducción de José Perojo. 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