HIPNOSIS SEGUN ERICKSON Francois Paul-Cavallier GAIA Ediciones Janet, febrero 2004 INTRODUCCIÓN Lo que realmente llama la atención en la vida de Milton H. Erickson es la adecuada utilización del sufrimiento. Puede darse por supuesto que Erickson no procuró intencionadamente tal sufrimiento, pero sí supo extraer del mismo la experiencia humana que le permitió situarse más cerca de sus clientes. Milton H. Erickson nace con el siglo, en 1901, y muere, a la edad de setenta y ocho años, el 27 de marzo de 1980. Siendo médico psiquiatra, resulta importante recordar, sin embargo, que es autodidacta en cuanto a psicoterapia. No son, por cierto, los estudios de medicina ni su especialidad en psiquiatría lo que puede mostrarnos el sentido de su relación con la enfermedad: este sentido fue adquirido por Erickson básicamente por la vía de la práctica, pero también mediante un sentido profundo de la acogida y la observación. Su conocimiento del sufrimiento humano y de las dificultades emocionales o de relación en las que pueden quedar bloqueados los pacientes no le eran ajenos en absoluto. Sus padres eran granjeros que se habían iniciado en la vida sin bienes propios, habiendo adquirido todo lo que llegaron a poseer gracias a su trabajo. El padre de Milton H. Erickson comienza a trabajar a los dieciséis años como empleado en una granja, donde encuentra a la que habría de convertirse en madre de Milton. Hacia esta época, la vida en el Medio Oeste estadounidense es todavía la propia de los pioneros: los desplazamientos por la región se efectúan en carretas cubiertas, y resulta normal que una familia parta hacia la aventura sin saber con qué se encontrará en su destino. La primera vivienda de la familia de Erickson es una cabana con tres paredes de madera, siendo la cuarta la correspondiente a la roca de la montaña. El piso es de tierra batida, que debe ser mantenida húmeda para evitar la adherencia del polvo de la zona. En este contexto de supervivencia tan conectado con la naturaleza es necesario desarrollar mucha creatividad. Milton aprende a utilizar todos los recursos disponibles de su personalidad para cambiar y curarse. Por primera vez a los diecisiete años, y más tarde a los cincuenta y uno, es afectado por ataques de poliomielitis que le imponen largos períodos de inmovilidad, a los que hay que sumar los de rehabilitación. En el transcurso del primer ataque estuvo a punto de morir, pudiendo describir más tarde el modo en que tuvo que movilizar sus fuerzas vitales para superar aquella situación. Las visualizaciones y los ejercicios que concibió espontáneamente con el propósito de sobreponerse a aquella dolencia conformaron a uno de los padres fundadores de la visualización-simbolización, teoría que más tarde sería de gran peso respecto a la considerable cantidad de modelos que le siguieron. Para proceder a su reeducación motriz optó por observar minuciosamente los primeros movimientos de su hermana menor —que por entonces aprendía a caminar— con el fin de encontrar y modelar una determinada forma de andar, de la que le quedaría la secuela de una leve cojera. Es de admirar el ingenio que desarrolló para superar esta situación con lo que tenía a su alcance: se trata aquí de su facultad de elegir una vía simple y eficaz, como la de observar atentamente los movimientos de su hermana pequeña, siendo este hecho muestra de un espíritu resueltamente volcado hacia la vida y la solución de los problemas que en ella se plantean. Pero también era disléxico, daltónico y sordo ante determinados sonidos; estos trastornos suelen dificultar el aprendizaje, pero él supo apoyarse en estos defectos para transformarlos e integrarlos al servicio de su curación. Este conocimiento, en el sentido de «nacer con» el cliente, es el hilo conductor de la carrera de Milton H. Erickson. LA HERENCIA DE ERICKSON La trayectoria de Milton H. Erickson se halla en el origen —o al menos forma parte de ellos— de los enfoques llamados nuevas terapias, como la PNL (Programación NeuroLingüística), la visualización-simbolización y lo que se conoce como terapias estratégicas. Pero la herencia es más amplia aún, ya que mucho más que proceder a aportaciones teóricas, Milton H. Erickson pone en evidencia el arte y la cualidad de la relación terapéutica que hasta entonces estaba relegada a un segundo plano en las terapias analíticas. Para el sentido acuñado por Milton H. Erickson, el terapeuta es un «médico» de la personalidad. Ya no se trataría de administrar un «tratamiento» tal como se receta sistemáticamente un medicamento para un síntoma clasificado, sino que se pasaría a una relación de «curación» aplicada a una persona para que ésta deje de «ser algo» para la enfermedad, la cual representa la somatización de su sufrimiento. Milton H. Erickson no sólo da acceso a la empatía — inexistente en la situación del analizado tumbado en un diván que no ve a su terapeuta—, sino que desarrolla la compasión, lo que significa instalarse con pasión junto a aquel que sufre. Su estrategia terapéutica se basa en el respeto por el cliente. También aquí las palabras poseen un sentido: respetar proviene de respectare, que significa mirar por segunda vez, tener perspectiva para recuperar aquello que se recibe en un contexto; el lenguaje verbal es utilizado como medio y no como un fin en sí mismo. La enfermedad desempeña un papel relacional; al terapeuta le corresponde cambiar su propio modo de acción para obtener la mutación que desea su cliente. Milton H. Erickson entiende que el inconsciente no es un armario en el que se amontonan todos los acontecimientos que deseamos inhibir, sino un lugar de equilibrio constituido por todo lo que no es «el aquí y ahora». CAPITULO 1 ¿QUÉ ES LA HIPNOSIS? De todos los procesos de comunicación, proba¬blemente sea éste el que ha permitido enunciar la mayor cantidad de tonterías. Su denominación es totalmente errónea: significa sueño. El sueño puede ser inducido bajo hipnosis, pero no es en absoluto necesario en el estado hipnótico. Se trata más bien de un estado modificado de la conciencia en el que ciertas funciones de la personalidad quedan marginadas o en vigilia pasiva con consentimiento del sujeto. La noción de influencia de un individuo sobre otro es lo que durante mucho tiempo ha intimidado y preocupado del proceso hipnótico, quedando abierta así una puerta muy grande para el ingreso de los fantasmas todopoderosos de los hipnotizadores, que podrían hacer lo que deseasen con las personas entregadas a su influencia; pero ocurriría lo propio por parte de los enfermos que podrían acudir a procurar la curación, a su pesar, de los males que ellos mismos han contribuido a desarrollar. Podemos observar aquí una caricatura de la relación terapéutica médicopaciente: por un lado, un científico todopoderoso, y, por el otro, un individuo impotente a la espera. Todavía hoy subsisten vestigios de lo que pudo haberse denominado «la vieja hipnosis» en la sofrología, aun cuando ésta se cuide de referirse a la hipnosis de la cual proviene. La hipnosis ha existido en todas las épocas, evolucionando con las culturas de modo rector y dominante; y progresivamente ha ido tomando una forma inscrita por entero dentro de lo que se considera una relación normal entre dos individuos, al punto de que, a veces, el hipnotizado y el hipnotizador se hallan implicados conjuntamente en el proceso sin ser totalmente conscientes del mismo. El campo en el que Milton H. Erickson la practicaba era el de la medicina y el de la relación de asistencia. Y ésta es la que nosotros vamos a estudiar. La posición del individuo que solicita cuidados le sitúa directamente en una relación en la que entiende al terapeuta como una persona capaz de prodigarle aquello que necesita. Podemos identificar aquí un marco de transferencia en el que el asistido se halla en situación de requerimiento respecto del terapeuta. En la relación que los reúne, todo lo que provenga del terapeuta será percibido por el solicitante de cuidados como un elemento que forma parte del tratamiento y que apunta a su mayor bienestar. EL PROCESO HIPNÓTICO Denominamos así a la dinámica que anima la relación terapeuta-paciente en un proceso de sugestión hipnótica. Milton H. Erickson poseía la cualidad del terapeuta de situarse en todo momento en el marco de este proceso, en el sentido de que se mantenía en sintonía con la relación verdadera existente entre él y su cliente. Y ponía todo el poder de sugestión de que disponía al servicio de su cliente. Para que el proceso hipnótico tenga curso, basta con que se conjuguen tres ingredientes en el espacio relacional. Una comparación con la ecuación necesaria para la existencia del fuego, ayudará a entender la interconexión entre los diferentes parámetros del proceso hipnótico. Para que un fuego pueda existir es indispensable que se reúnan, en proporción adecuada, un combustible, oxígeno y una temperatura suficiente. Si falta uno de estos tres elementos el fuego no puede encenderse o, simplemente, cesa. Echar agua al fuego no tiene otra finalidad que hacer bajar la temperatura; la nieve carbónica aísla el combustible del oxígeno, etc. En el caso que nos interesa, será indispensable conjugar el consentimiento, la fijación y la sugestión para tener una relación hipnótica. Algunos de estos parámetros se refuerzan recíprocamente, lo que amplifica de inmediato el efecto sugerente de la relación, procurando lograr que el inconsciente acepte un nuevo mensaje que a partir de entonces regirá la vida del cliente. El término «transe» significa un estado en el que la persona deja de controlar la realidad del entorno que le rodea. Con todo, nosotros lo emplearemos en el sentido exclusivo que tiene en el contexto hipnótico. Deberíamos hablar más acertadamente de «estado modificado» de la conciencia para definir el estado de permeabilidad que permite que el inconsciente acepte una sugestión. Las experiencias negativas de nuestro pasado influyen en la toma de decisiones que efectuamos en el presente y que comprometen el futuro. Es éste un fenómeno sumamente benéfico que nos permite evitar que repitamos de continuo los mismos errores o que nos expongamos reiteradamente a peligros que podrían ser destructores. Ocurre a veces que tal fenómeno obstaculiza nuestro crecimiento, instaurando temores o sistemas de defensa exagerados; resulta entonces necesario modificar el recuerdo que tenemos de la experiencia para procurar apoyo en algo vivido de forma diferente. En rigor de verdad, no podemos cambiar los hechos que hemos vivido, pero podemos modificar su recuerdo y, mediante esta actuación, el impacto que ejercen sobre nuestra vida. El consentimiento es el primer eslabón del proceso hipnótico y hace las veces de puerta de entrada a los estados modificados de la conciencia. El diccionario Robert lo define como «asentimiento otorgado a un aserto». El consentimiento puede ser implícito, como en el caso de un cliente que acude a la consulta, pero puede asumir otras formas o no haber sido suficientemente conferido. Cuanto mayor sea el nivel emocional, más amplio será el consentimiento. Lo mismo ocurrirá con el sufrimiento, que multiplicará la espera para ser aliviado. Cada aceptación de un consentimiento da acceso a un consentimiento mayor. Es evidente que un facultativo que trabaje en la relación se mostrará atento ante toda molestia en el transcurso de sus interrogantes; y puede ocurrir asimismo que la relación se vea interrumpida si el cliente se siente avasallado, o si da falsas informaciones para evitar encontrar aquello que le preocupa. Cuando el consentimiento ha sido dado, permite avanzar en la confianza y da acceso a consentimientos más importantes. La fijación apunta a reducir el campo de la conciencia. Consiste en fijar el espíritu en una única percepción; atestigua un consentimiento (así, la invitación a sentir que una mano es pesada focaliza la atención en esta zona del cuerpo); el hecho de que se perciba la pesadez supone un consentimiento para ingresar en la relación así ofrecida, tal como la aceptación de programar la curación es una declaración de intenciones de mejorar. Las fijaciones mejor aceptadas son internas, es decir, pertenecen al campo de la conciencia directamente controlado por la persona. La sugestión es el tercer elemento indispensable de la ecuación que gobierna el proceso hipnótico. Consiste esencialmente en un mensaje. El contenido importa menos que la forma que se le dé; ella es la que tiene incidencia en la realización. Podemos enumerar a título de ejemplo diferentes tipos de sugestión: en primera persona del singular (yo), en la segunda (tú, usted), en tercera persona (él). Resulta posible elegir el empleo de las sugestiones: directas, indirectas, metafóricas, abiertas, cerradas, específicas, generales, paradójicas, bloqueantes, de sujeción. El simbolismo de la sugestión, su ritmo, su dirección darán la medida del arte del operador para entrar en el marco de referencia del cliente. Los ingredientes del proceso hipnótico, consentimiento, fijación, sugestión, frecuentemente se hallan reunidos, lo que produce múltiples ocasiones cotidianas de verse implicado en un proceso hipnótico más o menos intenso. Las más de las veces no somos conscientes de ello, y puede ocurrir que induzcamos la hipnosis sin saberlo. Recuérdese que al igual que no podemos no comunicar, tampoco podemos no influir. Milton H. Erickson comprendió esto muy pronto, y lo convirtió en una práctica continua en su vida relacional. De hecho, parece ahora evidente que todo aprendizaje se efectúa mediante una forma de proceso hipnótico. Obsérvese en la vida de cada cual los momentos en los que estos tres parámetros están conjugados: la sala de clase, la relación amorosa, un oficio religioso, ver publicidad, recibir una llamada telefónica, ver la televisión, etc. La interacción de estos tres elementos es autorreforzante, se produce un efecto acumulativo en cada paso por uno de los polos que profundiza en el estado modificado de la conciencia. Así pues, «Instálese confortablemente (si lo hace, se trata de un consentimiento)... céntrese en su respiración (fijación)... y permítase sentir tranquilidad (sugestión)... su cuerpo está tumbado en el suelo, descansado (fijación y sugestión; el hecho de percibir la sensación consiste en consentir)». HIPNOSIS ES SUGESTIÓN El término «sugestión» proviene del latín suggestio, formado por la preposición sub, que significa «debajo», y el sustantivo gestio, derivado éste del verbo genere, que significa «llevar». Así pues, etimológicamente «sugestión, sugerir» quieren decir «acción de llevar abajo», y de ahí procurar, inspirar, sugerir. Otra etimología más simbólica tomaría como raíz sub y la sumaría a stare, uno de cuyos sentidos es «hacer emerger» y, por extensión, «mantener de pie». «Sugerir» evocaría la idea de extraer de las profundidades, conducir hacia la luz, inducir a incorporarse, hacer surgir, despertar algo que está latente. Es también posible imaginar que el término proviene del verbo gestare: portar un niño, estar embarazada, lo que invita a «desembocar en, al término de un proceso de maduración». De todos estos sentidos, que se entremezclan, retengamos la idea de «hacer surgir de», de «despertar» en el otro algo que ya se encontraba allí. El principio mismo de la relación significa que estamos vinculados, es decir, conectados unos con otros por lazos que influyen en nuestra vida más allá de nuestra conciencia. No decir nada es un modo de comunicación, ya que mucho decimos con nuestro silencio: «El silencio es elocuente», «Desconfía más del silencio que del ruido». Toda relación supone una dosis más o menos importante de transferencia acorde al grado de implicación que nos compromete en la misma. La noción de transferencia no siempre resulta clara, dependiendo de que el término sea considerado en sentido amplio o exclusivamente en el marco del tratamiento psicoanalítico. Aquí, nosotros consideramos que la transferencia es lo vivido anteriormente por una persona conferido en el presente a otro individuo. Si, por ejemplo, uno se dirige a un hombre de mayor edad que la propia, la actitud y la relación personales estarán «cargadas» por el conjunto de las experiencias vividas en la propia historia con hombres mayores, comenzando por el primero que inevitablemente se ha «conocido»: el padre. De buen grado empleamos los términos «inevitablemente» y «conocido», pues incluso si no se ha tenido la posibilidad de conocer al propio padre, como algunas personas nacidas en instituciones benéficas, sí se ha concebido de él una «imagen», y, debido a su ausencia, ocupa un sitio en la vida que condiciona todas las relaciones que se puedan mantener con los hombres «mayores» que uno. Sigmund Freud define la sugestión como «la influencia ejercida sobre un sujeto mediante fenómenos de transferencia» (1912). Es decir, que la hipnosis depende directamente de la cualidad de la relación existente entre el operador y su cliente. El lugar de la hipnosis en el seno de las artes de la medicina tiene sus defensores y sus detractores; ni unos ni otros pueden impedir que el proceso hipnótico sea inherente a toda relación humana. El verdadero proceso se sitúa en un nivel más ideológico y mercantil, el de la ciencia libre y progresista contra la ciencia patentada y conservadora, es decir, entre una medicina que se cree útil para los enfermos y una medicina que considera que los enfermos están hechos para ella. UN POCO DE HISTORIA Es ya clásico referir la historia científica de la hipnosis a Messmer, hacia 1878. Pero en realidad la hipnosis existe desde la más remota antigüedad, habiendo sido empleada en Egipto y en Grecia. En 1972 se encontró la trascripción de una sesión de hipnosis en una estela del reinado de Ramsés II, de la dinastía XX; hace de esto unos tres mil años. Desde esta «hipnosis primitiva», que probablemente sé aproximaba a la tarea relacional de los psicoterapeutas modernos, la hipnosis siguió otros derroteros a partir de la influencia de Messmer, que amalgamó el magnetismo, un fluido circulante, con el proceso relacional de la sugestión. Durante mucho tiempo habría de persistir la creencia de que el hipnotizador trasladaba un fluido al sujeto situado bajo su influencia. En 1776, a la edad de treinta y dos años, Antoine Messmer defiende su tesis de doctorado en medicina. Esta tesis estudia la influencia de los planetas sobre el cuerpo humano, queriendo demostrar que todo lo que vive y forma parte del cosmos se halla inmerso en un fluido sutil. Messmer denomina «magnetismo animal» a este fluido — tomado del término «magneto» (imán) — con el propósito de dejar sentadas analogías con el fenómeno físico. Este principio es acertado: nadie duda hoy de la influencia de los astros o de la meteorología sobre el metabolismo humano. Pero para desarrollar sus investigaciones, Messmer da curso a interacciones relacionales cuyos efectos no analiza en su totalidad; sin embargo, cura a personalidades y polemiza con personas importantes, y, de este modo, «carga» su reputación de «poderes». Durante cierto tiempo efectúa asistencias aplicando imanes; luego los considera superfluos, confiando en la imposición de las manos como factor suficiente para transmitir su poder de curación. Después de algunos escándalos, tiene que abandonar Viena, instalándose en París, en la plaza Vendóme, y su éxito es tal que tiene que encontrar los medios para tratar a una mayor cantidad de enfermos, pasando de la terapia individual a la de grupo, e inventando la famosa cubeta magnética. Se producen entonces fenómenos grupales con crisis catárticas, crisis de histeria individual y colectiva. Cuando en un sitio en el que se reúnen varias personas un individuo vive una experiencia emocional intensa, influye en todos los otros, que se ven arrastrados por un efecto multiplicador. La personalidad manipuladora de Messmer no permite discernir si era consciente de que los efectos terapéuticos que obtenía estribaban en la carga emocional que los enfermos depositaban en su persona y no en el efecto de un supuesto magnetismo. En todo caso, a partir de entonces el hipnotizador es sospechoso injustamente de poseer un cierto poder sobre el enfermo. Este poder corresponde a la medida de lo que el enfermo consienta prestarle. «El poder está en el cliente», ha escrito C. Rogers. En 1784, el marqués de Puységur, discípulo de Messmer, emplea la cubeta y luego la reemplaza por un árbol de cuyas ramas hace pender unas cuerdas: los enfermos, sentados debajo del árbol, sostienen sus extremos en sus manos, recibiendo así el «movimiento vital». Puységur introduce la noción de relación en su tratamiento, prescindiendo de poner en escena la terapia tal como la entendía Messmer; en consecuencia, tiene que atender muchas menos «crisis»; además, cuando éstas se hacen presentes, señala que «no hay que abandonar al enfermo hasta que no haya encontrado su estado de tranquilidad». En mayo de 1784 hipnotiza a un joven campesino llamado Víctor. Al cabo de unos minutos lo ve dormirse con un sueño diferente del sueño común: acababa de descubrir el sonambulismo y el efecto de la sugestión para desencadenarlo. En tal estado, Víctor puede no sólo visualizar los órganos afectados por una dolencia, sino que comprende asimismo sus causas y puede indicar los medios que aplicar para la curación. En ese estado, Víctor tiene facultades de «clarividencia» con las que diagnostica los males de otros enfermos. Se trata de las primicias de la hipnosis inscritas en la relación «operador-sujeto». El oráculo no es ya el magnetizador que utiliza su poder, sino el magnetizado en trance. Millón H. Erickson no habría de dudar en reconocer aquí el nacimiento del «espíritu subconsciente». En 1845, James Esdaile, cirujano inglés practicante en India, donde efectuaría más de dos mil intervenciones con «magnetismo», descubre y pone en práctica la anestesia. En esa época los cirujanos se lavaban las manos más bien después de la operación que antes de ella. La mortalidad posoperatoria como consecuencia de infección era de un 50 por 100. Una vez que Esdaile practica sus intervenciones con «magnetismo», comprueba que las complicaciones infecciosas descienden al 5 por 100. A partir de entonces entendemos que el sistema inmunitario se halla situado bajo el gobierno del inconsciente, que — además del tratamiento médico apropiado— moviliza las fuerzas vitales disponibles para organizar la curación. Hacia 1820, el abate De Faria practica un hipnotismo bastante cercano al de los sofrólogos contemporáneos. Instala al sujeto confortablemente en un asiento y le pide que cierre los ojos y no piense sino en el sueño; al cabo de cierto tiempo, De Faria ordena brutalmente: «¡Duérmase!» Y los sujetos suficientemente permeables se sumen en un ligero trance. Cuando esto no resulta suficiente, practica la «fijación» solicitando al sujeto que se concentre en su mano; la concentración y la fijación terminan por inducir el trance. Por último, si ambos métodos fracasan, recurre a contactos corporales a la altura de las sienes, la base de la nariz, el diafragma y los pies. Están ya conjugados los principales elementos de la hipnosis, pudiendo afirmarse que el abate De Faria fue el primero en aplicar el proceso sugestivo de la hipnosis aun cuando hubiesen de ser necesarios muchos años para describirlo y analizarlo en toda su amplitud. James Braid, cirujano inglés, consigue en 1843 el trance haciendo fijar un objeto durante cierto tiempo, lo que ocasiona fatiga en los párpados. Y concluye en que «la fijeza sostenida de la mirada, al paralizar los centros nerviosos de los ojos y destruir el equilibrio del sistema nervioso, produce el fenómeno hipnótico». Piensa en un principio que el fenómeno es esencialmente mecánico; luego, progresivamente, entiende que la concentración en un único punto al modo de un «ojo mental» sugerido corresponde más al psiquismo que a lo físico. Observa que los sujetos en experimentación se vuelven capaces de ser afectados totalmente por la imaginación. Liébault, en la década de 1850, aplica en su práctica lo que ha comprendido de la hipnosis y el magnetismo; es un médico rural que ha efectuado estudios sólidos, dispuesto a retomar los trabajos de Braid. Para él ya no es indispensable la fijación en un punto brillante; él mismo está presente en la relación con el sujeto: en lo que respecta a la fijación, anuncia sensaciones o síntomas que habrán de producirse, como la pesadez en los párpados, el entumecimiento del cuerpo o el aislamiento en relación con el mundo exterior. Bernheim, profesor de clínica médica en Nancy, se interesa en el trabajo de Liébault y le da a conocer en el mundo médico, habla de él con un respeto desconocido en esta profesión en cuanto a un colega de éxito: «Duerme mediante la palabra, cura a través de la palabra, introduce en el cerebro la imagen psíquica del sueño, procura situar allí la imagen psíquica de la curación.» Bernheim funda, con Liébault, lo que más tarde se conocería como «la escuela de Nancy», desprendiéndose ambos de las antiguas teorías del magnetismo. El proceso de sugestión no es función de un cierto fluido magnético (Messmer) ni de un estado hipnótico (Braid), ni tampoco de un sueño provocado (Liébault). Es únicamente función de la condición de sugestión del sujeto, es decir, de un consentimiento que da curso a «la aptitud para transformar una idea en acto». El consentimiento puede ser que entre en acción a partir de un estado de vigilia. La escuela de Nancy actúa sobre el psiquismo para llegar al fenómeno físico. En 1880, con gran escándalo, Charcot se apropia de la hipnosis para convertirla en instrumento de su carrera haciendo caso omiso de las restricciones deontológicas que serían de esperar de parte de un médico. Y selecciona a pacientes histéricos sobre los que efectúa demostraciones públicas a médicos y no médicos. El fue quien contribuyó al descrédito de la hipnosis en el mundo médico francés. Sigmund Freud, con veintinueve años, pasa seis meses en París en la consulta de Charcot y queda muy impresionado por la realidad del fenómeno hipnótico. Es de imaginar que a partir de aquí descubriría la noción de inconsciente. Durante el verano de 1889, Freud acude a Nancy para formarse más seriamente en la hipnosis, comentando: «Vi al anciano y conmovedor Liébault manos a la obra entre los pobres y los niños de la población proletaria. Fui testigo de las asombrosas experiencias de Bernheim con sus enfermos del hospital, siendo allí donde recibí las más fuertes impresiones relativas a las posibilidades abiertas por los poderosos procesos psíquicos que, con todo, permanecían ocultos a la conciencia del hombre.» Freud abandonó la hipnosis porque probablemente fuera mal hipnotizador, pero sobre todo porque temía a unos fenómenos de transferencia que no podía dominar. De esta experiencia le quedó la convicción de que el enfermo posee todos los elementos de su curación, siendo importante lograr que se exprese libremente para ayudarle a liberar su inconsciente. Si se sigue el encauzamiento histórico del proceso de sugestión, se observará que se diseña claramente una reapropiación del poder de curación por parte del médico, restituido luego, progresivamente, al enfermo. Esta puede ser la razón del escarnio de que la hipnosis sigue siendo objeto hoy en el ámbito del cuerpo médico. CAPITULO 2 LA PRÁCTICA DE MILTON H. ERICKSON Las herramientas a que Milton H. Erickson apela en su práctica están vinculadas por un proceso común: el centrado en la relación que se establece con el cliente, y la necesidad, para el terapeuta, de volver a ingresar por entero en el marco de referencia de la persona a la que procura ayudar. Con este fin, Milton H. Erickson especifica un cierto número de parámetros retomados más tarde por otros teóricos de la psicoterapia. Antes de citarlos como reglas de funcionamiento terapéuticas es necesario situar el marco en el cual funcionaban. El marco, por sí solo, da la dirección de su trayectoria. Milton H. Erickson toma como base su experiencia personal de la vida; considera que la hipnosis no es otra cosa que una herramienta de aprendizaje que da paso hacia la vida a nuevos comportamientos apropiados a la situación nueva a la que el sujeto se enfrenta. E integra esta noción de aprendizaje después de la gran crisis de poliomielitis que lo inmoviliza en el lecho a la edad de diecisiete años. Para volver a encontrar el gusto y la motivación de vivir, concibe ejercicios mentales que no son simples trabajos de imaginación, sino ejercicios de activación y de reactivación de los recuerdos sensoriales de la época en que gozaba de buena salud. Conserva de esta manera un conjunto de «imágenes» sensoriomotoras con el propósito de mantener despierta la coordinación de sus movimientos y las redes neurológicas necesarias para su curación. En este momento reconoce, mediante una práctica vivida en sí, los principios de la ideomotricidad descubiertos por Bernheim en la generación anterior, fraguándose su convicción de que el ejercicio del pensamiento y la práctica de la idea de movimiento conducen a la verdadera experiencia del movimiento espontáneo del cuerpo. Esta idea ha sido retomada actualmente para la reeducación de las personas inmovilizadas —con escayola — con la denominación de «movimiento anacinético». De este período de su vida, Milton H. Erickson extrae su fantástico sentido de la observación, imponiéndosele esta aptitud para emprender su reeducación. Asimismo, la observación de la naturaleza, de los animales, y el desglose en secuencias repetitivas son los que permiten que Milton H. Erickson se adiestre en esa herramienta incomparable que es la observación. Esto le facilita asimismo gran soltura en la relación, pues puede adelantarse a las reacciones posibles de su interlocutor con suficiente anticipación como para nunca ser pillado por sorpresa. SU ESTRATEGIA El sufrimiento con que se enfrente una persona construye progresivamente sus defensas. A nadie le gusta sufrir, por lo que progresivamente elaboramos un «sistema de protección» que nos protege y nos limita a la vez. Milton H. Erickson «inventa» realmente una nueva teoría y un nuevo enfoque para cada individuo con el que se encuentra. El objetivo procurado es siempre soslayar las resistencias del cliente para que el cambio se efectúe con la mayor soltura posible. La concienciación carece de sentido para Milton H. Erickson, contando únicamente con la facultad de aprender un nuevo funcionamiento. Aplica toda su estrategia a partir de esta perspectiva. Las respuestas de comportamiento internas y externas de la persona siempre están, para él, vinculadas a aprendizajes del pasado. Con el fin de obtener un cambio duradero bastará con borrar un aprendizaje inapropiado para reemplazarlo por un nuevo aprendizaje adecuado. Con una creatividad extraordinaria, o simplemente observando la relación con su cliente, encuentra la brecha ofrecida para deslizar una sugestión que progresivamente induce el cambio deseado por el propio cliente, que las más de las veces lo ignora. Se encuentra en Milton H. Erickson una noción de la memoria que lleva a pensar en un fichero alfabético. Cada ficha domina un comportamiento y abarca un campo de la vida del individuo. Es posible crear y quitar nuevas fichas; cada operación necesita, por parte del inconsciente, la reorganización del fichero completo. La incapacidad de cambio no es percibida como una «resistencia», sino simplemente como una dificultad del lugar estructurador que es el inconsciente para manejar el nuevo orden de las fichas. Milton H. Erickson propone elegir siempre el camino más fácil con el fin de encontrar el mínimo de resistencia. Presentaremos a continuación las principales herramientas que Erickson utilizaba. Jamás habría que plantearse aplicarlas como una receta, sino siempre vinculadas directamente con lo que se presenta en la relación con y para beneficio del cliente. Milton H. Erickson es un antiteórico. No desarrolla conceptos al modo de otras «escuelas» de psicología y de psicoterapia; su único objetivo es el cliente; en éste concentra toda su atención y su energía. Muestra un gran respeto por la persona que acude a solicitarle ayuda, estableciendo una alianza con ella para, «juntos», desbaratar las resistencias del inconsciente y «aprender» a entrar en el trance hipnótico que permitirá «aprender» un nuevo comportamiento. Vemos aquí que, más que de «aprender a aprender», se trata de un contenido específico que el cliente debería integrar en sí, siendo más importante el proceso de aprendizaje que los conocimientos. Todo ocurre en medio de gran calma y con sumo respeto. Si tenemos defensas, ello se debe a que en un momento dado de nuestra vida nos fueron indispensables para sobrevivir. Así pues, ellas son la señal de una adaptación apropiada a una situación dada. El hecho de que resulten obsoletas exige un reajuste a una situación que ha evolucionado, pero no cuestiona a la persona en su «ser». LAS HERRAMIENTAS COMUNICACIÓN RELACIONALES DE LA La voz Sabemos hoy que el 93 por 100 de la comunicación es no verbal, en el sentido de que no está ligada al contenido sino en una porción menor aunque indispensable. Puede parecer paradójico que se hable de la voz en el registro no verbal; sin embargo, el tono, el ritmo forman parte en mayor grado del comportamiento que del contenido anecdótico que es transmitido. Milton H. Erickson relata cómo, cuando trabajaba en el hospital psiquiátrico, había establecido un contacto suficiente como para iniciar la terapia de un hombre que manifestaba propósitos incoherentes con una especie de jerigonza particular. Comenzó por imitar su ritmo y su voz, dirigiéndose a él en dicha manera hasta el día en que el enfermo le pidió: «Doctor, ¡podría usted hablarme normalmente!» La acogida y la relación Se trata del proceso más importante de la comunicación entre individuos. Establecer la relación es establecer con otro un vínculo de armonía, de escucha y de comprensión. El proceso relacional que liga a los individuos suele ser más importante que el contenido de lo que se digan. La relación forma parte de este proceso, es su eje central. Milton H. Erickson se centra en lo que ocurre entre la petición de su cliente y los recursos que posee y a los cuales todavía no tiene acceso. Comprende el lugar que le es atribuido mediante la transferencia para resolver el problema que se le presenta. Milton H. Erickson tiene la costumbre de sincronizarse con la gestualización, el ritmo, la voz y la respiración de su cliente. Es ésta una manera de entrar en el marco de referencia de la persona, que así se siente comprendida, como si el terapeuta hablase la misma lengua que ella. Para el terapeuta esto «da acceso» a sensaciones empáticas con respecto a la persona que se encuentra delante de él. En todo momento de la vida nos hallamos en el seno de una emoción que se traduce mediante manifestaciones fisiológicas y de comportamiento, siendo el cambio de ritmo respiratorio lo que resulta más evidente. El hecho de ajustarse a la respiración de un interlocutor acerca a lo que él experimenta. ¡Cuidado con la apnea! La convicción En todos los fenómenos de sugestión —y por consiguiente de manera especial en la hipnosis— las barreras filtrantes del razonamiento consciente son puestas entre paréntesis; existe entonces una especie de porosidad entre el inconsciente del cliente y el del terapeuta, y de ahí la necesidad de congruencia entre los objetivos de esta «pareja» terapéutica. Para Milton H. Erickson, el cambio terapéutico no puede realizarse a no ser que el terapeuta tenga la convicción de que los recursos necesarios para la resolución del problema residen en la historia y la vida del cliente. Ante cada problema que se plantea, las soluciones se encuentran en el propio interior. A partir de aquí, otros investigadores trabajaron en la ley de «realización automática de las predicciones», que afirma que cuando se efectúa una predicción, uno se comporta de manera compatible con su realización. Lo que equivale a afirmar que se filtra todo lo que podría acudir al encuentro de su realización. La convicción común en el seno de la relación mantiene un vínculo con el «efecto Pigmalión» demostrado por Rosenthal. La expectación positiva del profesor acerca de las competencias de su alumno influye directamente en los resultados escolares de este último. «En el dominio médico, un pronóstico pesimista adquiere, por el desaliento que entraña de parte del médico, la familia, los sanitarios y el enfermo, un potencial de verificación automática que lo hace temible.» Milton H. Erickson comprende muy pronto que las personas implicadas en una relación se encuentran «en el mismo asunto», y que es necesario, para un buen funcionamiento, que se acabe estableciendo cierta congruencia. La observación es la manifestación de una presencia ante el otro en la que adquiere sentido hasta el más pequeño detalle. Una persona se expresa con todo su ser psicosomático. El cuerpo visible del exterior es pues, en cada instante, la manifestación de lo que ocurre en el interior en los niveles psíquico y emocional. Todo lo percibido tiene que encontrar un lugar para participar de esta manifestación y convertirse en un incentivo terapéutico capaz de ocasionar un beneficio al cliente. En cuanto a la escucha, no se trata de oír una palabra que tendría como función terapéutica, simplemente, ser dicha y caer en un pozo. Es necesario recibir lo dicho por una persona que sufre a una persona que tiene la competencia necesaria para aportar una solución de cambio. La palabra se inscribe en la relación, el terapeuta la deja resonar en sí para hacerle eco. Ella es el soporte de la relación, ella es la que aporta las metáforas, las «historias» que a Milton H. Erickson le gusta emplear para conmover como por casualidad a sus clientes, relatándoles anécdotas referentes a otros «clientes», a veces quizá totalmente imaginarias. Se trata de un estilo muy diferente de lo que es posible encontrar habitualmente; el terapeuta permanece en el lugar que le es atribuido por el marco de la relación terapéutica, pero lejos de escudarse en la arrogancia y la pretensión de aquel «que sabe», se mantiene cerca de la humanidad de su cliente. Y puede permitirse poner en práctica el humor y efectuar bromas que ayudan al proceso terapéutico. Estas tres últimas herramientas pueden ser agrupadas bajo una misma señal de implicación que da cuerpo a la relación entre el terapeuta y su cliente. Las sugestiones con fin abierto Para Milton H. Erickson, es evidente que el mejor terapeuta no pretende dar la sugestión apropiada al paciente sino la más cercana, habida cuenta la comprensión que el terapeuta pueda tener del problema de su cliente. Así pues, es indispensable dejar una parte importante del poder terapéutico a este último, para que ajuste él mismo el mensaje que necesita. Para ello habrá de tener oportunidad de decir abstracciones más que de ser directo y conciso, ya que el encuentro frontal choca inmediatamente con las resistencias. Si, por ejemplo, se quiere dar curso al siguiente mensaje: «Su marido tiene que hacer terapia», no habrá que emplear las palabras «marido» ni «terapia», sino que se dirá algo como: «En los grupos, o sistemas de vida en conjunto, es importante que los recursos del conjunto del grupo se reúnan para resolver el problema». Semejante sugestión deja abierta la vía a otras soluciones que también pueden ser resolutorias, sin comprometer al terapeuta a que se haga cargo del problema de manera directiva. La implicación del paciente Dirigirse a una persona afirmándole el resultado que quiere obtener la implica en la trayectoria a lograr. Cuando se nos hace una predicción, nos comportamos de modo compatible con la realización de tal predicción. Presuponer el éxito es lo opuesto de lo que hacemos cuando empleamos el verbo «intentarlo», que induce al fracaso. «Dado que ha optado usted por terminar su bachillerato en junio» supone mayor implicación que: «Tiene que procurar terminar su bachillerato en junio». Los recursos motrices residen exclusivamente en la historia del cliente; la movilización de estos recursos no puede provenir sino de él mismo. La amalgama Enunciar dos informaciones evidentes y absolutas amalgamadas a una información aleatoria tiende a asociarlas como si las tres fueran absolutas o evidentes. «Está usted ahora en mi despacho... confortablemente instalado en ese sillón... y acaba de encontrar una solución aceptable para ese problema.» La amalgama también es denominada sugestión contingente o compuesta; las primeras proposiciones enuncian una evidencia, y la tercera introduce una sugestión de lo que se espera. Es ésta, todavía, la utilización del «proceso» con respecto al «contenido». El impulso del proceso de las dos primeras afirmaciones induce a la facilidad y la evidencia; con esta actitud es con lo que trata acto seguido el tercer mensaje. Decir la evidencia En una relación de ayuda, ocurre que el cliente y el profesional navegan en consideraciones intelectuales que hacen perder todo sentido a dicha relación, hallándose cada cual encerrado en un funcionamiento esencialmente intelectual y sumamente alejado de la relación entre personas, que es donde se encuentra la energía reparadora. Decir la evidencia devuelve los pies a la tierra y pone en común algo indiscutible que reunifica la relación alrededor de un mismo elemento: «Todos los niños han experimentado un día el nacimiento», «cada familia elabora sus propias reglas para funcionar», o incluso «usted está aquí, ahora, para buscar una solución». Se trata de una forma de poner las cosas en claro que da seguridad, ya que lo que se está enunciando no puede ser puesto en duda. Afirmaciones destinadas a reforzar la evocación en el aquí y ahora Hemos visto, en el proceso hipnótico, que era indispensable producir un consentimiento más una fijación más una sugestión, siendo posible a veces afirmar un mensaje que abarca los tres elementos indispensables para la hipnosis como, por ejemplo: «Me pregunto si siente usted que está listo para comenzar.» Pero también es posible inducir asociaciones y de este modo focalizar la atención de la persona en un tema congruente con lo que ocurre en la terapia: «Imagino lo que un padre puede pensar al descubrir que su hijo ha resuelto el atolladero en que se encontraba.» El padre entra en escena y el cliente piensa en él mientras que el terapeuta no ha planteado ninguna pregunta sobre aquél y nada ha dicho a su respecto. Sucede simplemente que la atención ha sido desplazada, y no ha sido necesario pedirle al cliente que fuese él quien lo hiciera. Mediante un trabajo de zapa paulatino es posible abarcar un terreno bastante amplio como para reunir en el presente una multitud de personajes o de ideas en una interacción fecunda para el proceso terapéutico. Sugestiones en forma de negación La frase siguiente: «Usted no ve la tarea en forma de elefante rosa en el techo...» obliga a concebir «la idea» de una tarea en el techo, luego un elefante y, por último, el color rosa. Así, esto focaliza al cliente en estas imágenes incluso en el caso de que se le proponga no verlas. En un cliente ansioso o rebelde esto elude el sistema de defensas. El terapeuta puede utilizar la negación por sí misma, lo que al paciente le da la impresión de que el caso no le concierne: «No sé si podrá usted imaginar el momento de su éxito... hasta cuando alcance su objetivo... No sé si esto es importante o si no le aporta más que cierto sentimiento de confianza... No sé si...» La negación permite que un sujeto consienta diciendo «no». El doble vínculo consciente/inconsciente En esta operación, dos mensajes se hallan encadenados conjuntamente a uno de los dos niveles. La versión más simple consiste en asociar dos experiencias diferentes, como «encontrar placer en amañar un juguete» y «ver el placer del niño que juega con ese juguete». Pero es también posible encadenar dos mensajes disociados entre un nivel «social» aparente que denominaremos «consciente» y un nivel «oculto» llamado «inconsciente». «Usted puede conscientemente tener ganas de ver la televisión, mientras que inconscientemente siente la energía suficiente como para poner manos a la obra.» El cuestionamiento Plantear una pregunta cuya respuesta es evidente o importa poco equivale a efectuar una afirmación. «Quizá usted se pregunte cómo cambiar su costumbre de...» De este modo, al plantear un interrogante se introduce una sugestión en tanto que no se espera ninguna respuesta; esto permite dirigir la atención del paciente hacia sus preocupaciones internas. Es importante formular cada pregunta de manera que facilite el progreso del proceso terapéutico. Sugestiones que abarcan todas las posibilidades de respuesta Cualquier respuesta será recibida como válida en las sugestiones abiertas. Serán enunciadas todas las respuestas posibles, lo que tiene por objeto restringir las iniciativas y canalizar las respuestas del cliente en un sentido determinado, asegurándose de que él no puede fracasar. Esta sugestión incluye evidentemente la posibilidad de la no respuesta. «Pronto su mano derecha, o quizá su mano izquierda, se va a levantar o a ponerse pesada, o a permanecer inmóvil, pero nosotros vamos a esperar para ver lo que ocurre. Quizá el pulgar sea el primer dedo en reaccionar, o quizá acabe usted identificando una sensación en el meñique; lo importante no es que su mano sea liviana o pesada, o que permanezca inmóvil, sino que usted pueda apreciar su capacidad para percibir sensaciones en su mano.» Con semejantes mensajes, el cliente está de alguna manera condenado a tener éxito. El signo señal Esta herramienta se parece al anclaje en PNL; consiste en asociar un «signo», un gesto, a un efecto que va a producirse automáticamente. Es una sugestión a menudo poshipnótica, que tiene que realizarse en el futuro. «Su mano se levanta... cuando toque su frente, caerá usted en un estado profundo de tranquilidad y de relajación...», o incluso puede servir para «escanear» en el inconsciente hasta encontrar una respuesta: «Apenas su inconsciente haya encontrado una respuesta, su mano podrá moverse libremente...» Resulta posible utilizarla en la relación terapéutica, siendo las más de las veces el terapeuta quien lleva a cabo el gesto desencadenante; y puede también ser dada al sujeto para que éste la use en el momento que le convenga. Para entrenamiento de oradores, o preparación de estudiantes en momento de exámenes y oposiciones, proponemos asociar bajo hipnosis «calma, concentración y memoria» con la sensación de contacto entre el pulgar, el índice y el dedo corazón de la mano no rectora. Este simple gesto puede ser efectuado discretamente sin que el entorno lo advierta. En la vida corriente existen numerosos «signos» o gestos que tienen un efecto reflejo sin que siquiera tengamos conciencia de ellos y que, de alguna manera, hacen las veces de «signo señal». Resulta posible desactivarlos para otorgarles una nueva carga refleja. Los gestos y el lenguaje corporal Tal como hemos visto en el caso de la voz, la comunicación no verbal prima sobre el contenido verbal; así pues, todos nuestros gestos participan de lo que decimos, sean congruentes o no. Saludar a una persona con un «Me alegra verle» cruzando los brazos, crea una ruptura en la congruencia de la relación. El mensaje contradictorio entre el nivel verbal y corporal dejará una huella en el inconsciente. Decir «sí» meneando la cabeza de izquierda a derecha significa, a nivel social, que se está diciendo «sí» mientras el inconsciente retiene un «no». Milton H. Erickson utiliza constantemente los gestos y la pantomima para ofrecer sugestiones mediante gestos al inconsciente del sujeto en tanto su consciente se halla ocupado a nivel social. Encadenamiento de alternativas comparables He aquí una manera sutil de dar una instrucción, causando la sensación de que se puede elegir, que facilita el cambio al sujeto salvando las apariencias: «¿Quiere usted hacerlo de esta manera o prefiere realizarlo de esta otra?» Lo que no se cuestiona en esta pregunta es el objetivo. Se presupone que «hacerlo», por representar la tarea a efectuar, será efectivo aunque el nivel consciente sea invitado a elegir entre dos maneras posibles de ejecutar la acción. Los niños son sensibles a esta forma: «¿Prefieres ponerte el pijama y ordenar tu cuarto o poner en orden tu cuarto y prepararte para acostarte después?» Sembrar ideas Tal como los esnobs practican el name dropping, es decir, salpican sus conversaciones con nombres de personajes célebres dejando que se cierna la idea de que esas celebridades les son familiares, el terapeuta puede entreverar en su conversación inducciones que se asocian unas con otras y progresivamente, formando un conjunto que, por asociación o metáfora, adquiera un sentido muy exacto. Inserción de opuestos Se trata de ajustar aspectos negativos aportados por el cliente para darles un sentido positivo. Al igual que en el yudo, en el que no se pierde ninguna energía sino que toda es recuperada, el cliente que efectúa un impulso hacia adelante se verá arrastrado por la fuerza que él mismo ha puesto en funcionamiento. «Cuanto más dude de los beneficios que puede extraer de esta tarea, más significativos y personales serán sus conocimientos cuando los descubra.» Detrás de este proceso se perfila una verdadera filosofía de la vida, en la que el error es considerado como un medio de crecer y aprender. Todo sufrimiento es funcional si la persona lo integra en una dinámica de crecimiento. Los vínculos ilógicos El salto de un tema a otro yuxtapone dos informaciones que no pueden seguirse de modo lógico, creando cierta confusión. La idea consiste en proponer la elección entre un objetivo y la reformulación del mismo objetivo. En realidad, se está proponiendo una elección que no es tal, porque se da a elegir entre dos cosas idénticas: «¿Desea usted experimentar el trance hipnótico, o simplemente modificar su estado de conciencia para sentirse más concentrado en su espacio interior?» La negación Cuando una persona se resiste, suele ser más eficaz sumarse a su posición que luchar contra ella: «No está usted obligado a moverse, o a mantener los ojos abiertos...» Milton H. Erickson utiliza con gran destreza la energía del rebelde o del pasivo, no incitándole a hacer cosas sino reafirmándole en su comportamiento. Aquí se puede llegar incluso a prescribir «más de lo mismo», lo cual provoca al rebelde, a quien se le agradece su resistencia y que, en consecuencia, se ve privado de su rebelión. La metáfora Permite ésta pasar de lo concreto a lo abstracto, y a la inversa; es la herramienta predilecta de Milton H. Erickson, que constantemente desplaza el contenido de la conversación hablando de otro tema animado por un proceso similar. La metáfora ofrece la posibilidad de hablar de una cosa describiendo otra, es decir, manteniendo lo esencial del proceso revistiéndolo a su vez con un contenido superficial que le es secundario. La historia del viejo Joe es un ejemplo conmovedor de la eficacia de la metáfora. Llaman a Milton H. Erickson para aliviar al viejo Joe, afectado por un cáncer en fase terminal e inmune a los analgésicos de la época. No sabe casi nada de Joe, a excepción de que no quiere ni oír hablar de psiquiatras ni de hipnosis y que es de profesión horticultor. Milton H. Erickson se fija como objetivo relajarle con el fin de reducir el dolor en trance hipnótico; y asocia a esto una preparación para la muerte tal como la practicamos, como una actitud de acompañamiento al término de una vida. Este enfoque lo realiza en base a la metáfora de un tomate, que a partir de la semilla hasta la planta adulta ofrece su fruto, cumpliendo así su misión vegetal y terminando su vida con la gratificación del justo camino recorrido. La simbolización El símbolo es la imagen de un concepto. Al decir imagen somos conscientes de que esta palabra es impropia, ya que puede abarcar «sensaciones sensoriales» además de visuales, como las «imágenes» auditivas, kinestésicas, olfativas o gustativas. Los símbolos forman parte del lenguaje del inconsciente: crear un símbolo en relación con el problema a resolver abre una puerta directa al inconsciente. Resulta entonces posible intervenir directamente sobre el símbolo para modificar los elementos inconscientes que él representa, más que afrontar directamente el problema a resolver. Una persona enfrentada a la dificultad de entrar en relación con otros dice: «Un muro me separa de aquellos con los que querría encontrarme.» «Vea ese muro, y eventualmente dibújelo...; luego, encuentre un medio que se adecue a usted para ver lo que ocurre al otro lado..., piense qué necesitaría para franquearlo... escalera, puerta, árbol, cuerda, etc. Y cuando haya encontrado el accesorio que necesita, dibújelo sobre su dibujo original» *. La simbolización ha sido retomada como técnica específica por, entre otros, terapeutas como Marge Reddington y C. y S. Simonton para el tratamiento de enfermedades psicosomáticas. CAPITULO 3 EL USO DEL INCONSCIENTE POR PARTE DE MILTON H. ERICKSON La concepción ericksoniana del inconsciente es sensiblemente diferente a la de Freud. A todas luces, es absurdo separar las nociones de consciente e inconsciente. Cada una de estas entidades influye en un continuum una sobre otra, abasteciendo lo consciente al inconsciente, permanentemente, de informaciones perceptivas sobre la experiencia de la vida en su desarrollo. El inconsciente archiva y almacena las informaciones clasificándolas por modelos y asociaciones, tal como se agruparían datos por familias. Las familias de que se trata no son idénticas para todos los individuos, sino únicas para cada uno de ellos. Tomemos la palabra «casa», que puede constituir un título de capítulo en el banco de datos que es el inconsciente. Habría quienes la asocien con el aspecto arquitectónico de la construcción: puerta, ventana, escalera, techo, etc., o incluso con los sinónimos referidos a su propia casa, taller, establecimiento, edificio, familia; otros empalmarían sus ideas con una de esas palabras, como la última, «familia»: ajuar, raza, prole, sangre, tronco, descendencia, etc. Siempre en relación con las mismas palabras, las asociaciones pueden desencadenar arborescencias en los niveles de las emociones o de las personas vinculadas a esa memoria fantástica que es el inconsciente. Milton H. Erickson considera que es posible dirigirse tanto al inconsciente como a lo consciente del sujeto que acaba de consultarle: a una ____________ * Véase Francois Paul-Cavallier, Visualisation des images par des actes, Inter Éditions. (NT) asistenta le habla de esta parte oculta como de un supermercado, a un maestro se la describe como una cantera de aprendizaje, a un terapeuta le presenta este depósito de recuerdos emergiendo a lo consciente. No cabe duda de que para Milton H. Erickson el inconsciente es el interlocutor privilegiado en el que el cliente encuentra todos los recursos que puede necesitar para resolver el problema al que se enfrenta; las soluciones están aquí, en el inconsciente, ocultas por aprendizajes conscientes que las mantienen fuera de alcance. Bastará, pues, con cruzar la frontera entre lo consciente y el inconsciente para acceder a ellas. De hecho, el inconsciente freudiano no es muy diferente de aquel de que habla Milton H. Erickson, pero sí lo es la manera de utilizarlo. La imagen que de él se da en la hipnosis ericksoniana es resueltamente positiva, no se trata de pasos que dar hacia un acto en un sentido perjudicial; por el contrario, el inconsciente protege a la persona, siempre elige la mejor solución posible para el sujeto habida cuenta su estadio de desarrollo, sin que esto le resulte siempre comprensible. Existe una relación de vaivén, semejante a la de los vasos comunicantes, entre ambas partes de nuestro ser. Si bien podemos ir en busca de elementos inconscientes haciendo que se muestren a la conciencia, podemos también depositar mensajes en forma de símbolos en nuestro inconsciente y dejarlos «en infusión», como una bolsa de té en una tetera. Para Milton H. Erickson no es necesaria la toma de conciencia del material inconsciente; es suficiente el camino progresivo de la sugestión para que el inconsciente elabore y reorganice los datos que posee, posibilitándose así el cambio. Milton H. Erickson se desplaza por el inconsciente como si las nociones de espacio y tiempo ya no existieran, lo que permite provocar, cuando ello es necesario, amnesias, regresiones en edad o distorsiones del tiempo, toda vez que estos fenómenos son considerados aprendizajes normales empleados con el exclusivo propósito de hacer progresar el estado del cliente. El inconsciente presente es accesible en todo momento desde que la permeabilidad de la frontera resulta posible debido a la modificación del estado de conciencia en medio del trance. Para lograrlo, nadie necesita trances espectaculares o sonambulismo. Se alcanza este umbral cada vez que se reúnen los tres parámetros (fijación, consentimiento y sugestión). El sueño dormido o despierto da acceso a este estado, al igual que el trance ligero durante el cual el sujeto puede intercambiar palabras con su terapeuta. LOS ENFOQUES INDIRECTOS Y LOS COMPONENTES DEL TRANCE Puede haber un efecto redundante al describir los enfoques indirectos que utilizaba Milton H. Erickson porque solemos hallarnos en una dinámica consistente en eludir las resistencias. Algunos enfoques directos producen el mismo efecto, pero Milton H. Erickson siente placer en afinar su arte, y, cual un maestro del billar, apunta a la banda con aparente desenvoltura y da en el blanco sobre puntos de impacto situados en direcciones opuestas, obteniendo un efecto de sorpresa que participa en la inducción terapéutica. En la reseña histórica de la hipnosis pudimos constatar que, en el transcurso de los años, esta trayectoria evolucionaba progresando desde una práctica mágica —en la que el sujeto era totalmente desposeído de su libre albedrío experimentando un fluido exterior— hacia una forma de hipercomunicación relacional en la que el terapeuta no hace sino permitirle al cliente asociar sus propios recursos. La descripción que hemos dado del proceso hipnótico al inicio de este libro es la apropiada, pero resulta demasiado global para definir la sutileza del dictamen ericksoniano. Todo ocurre en el proceso cuando el contenido sirve casi de distracción. No se trata de «atiborrar» de sugestión la cabeza del cliente, sino de que «aprenda a aprender» aquello que necesita para funcionar de manera apropiada. El hecho mismo de aprender a entrar en trance hipnótico y de poder hacerlo cada vez que sea necesario constituye un aprendizaje terapéutico. La dinámica del trance es el encadenamiento de etapas mentales. Nosotros lo denominamos «movimiento mental»; está formado por un conjunto de parámetros que es posible encontrar según la profundidad que el sujeto llegue a alcanzar. Para obtener un estado modificado de conciencia suficientemente profundo y establecer la permeabilidad entre lo consciente y el subconsciente habrá que reunir las etapas de este movimiento mental en un determinado espacio-tiempo. Esquemáticamente, ya hemos ofrecido tres: fijación, consentimiento, sugestión. El trabajo de Milton H. Erickson nos ofrece ahora la posibilidad de acendrar cinco: — — — — — La fijación de la atención. Desconectar el razonamiento lógico. La iniciación de una búsqueda inconsciente. La emergencia inconsciente. La respuesta hipnótica. La fijación de la atención es una única percepción o idea tiene por objetivo reducir el campo de conciencia y, como ocurre en el campo de la fotografía, focalizar la energía mental en un punto. Pero aquí no se trata ya de mirar un punto brillante e intermitente, ni de mantener el brazo extendido delante de sí; una simple pregunta puede captar la atención del sujeto. Una evocación que exija una ligera concentración: «Había flores en un jarrón sobre la mesa; sienta ese perfume a flores.» Una invitación a estar en contacto con lo que ocurre en el aquí y ahora: «Está bien, siga sintiendo como lo hace ahora..., sí, continúe... Está bien eso de sentir así...» A Milton H. Erickson le gustaba contar historias; al comenzar su narración inducía la fijación, y luego encadenaba al mismo nivel las etapas siguientes. En cuanto queda desconectada la conciencia en el estado de vigilia resulta posible pasar a la etapa siguiente. Desconectar el razonamiento lógico para entrar en un mundo imaginario en el que todo es posible, y sobre todo aceptar que el otro se hace cargo de la progresión del pensamiento, es un verdadero alejamiento de la voluntad. La iniciación de una búsqueda inconsciente consiste en invitar al sujeto a inventariar los recursos existentes en el banco de datos de su inconsciente; se trata de un momento importante, durante el cual el sujeto es particularmente sensible a las evocaciones y a las asociaciones que le son propuestas. Una vez dada la sugestión, el inconsciente va realmente a «escanear» el conjunto de informaciones que posee para asociar la nueva información recibida. Se trata de una verdadera reestructuración del material archivado para darle un sentido nuevo. Podríamos hablar de una búsqueda de sentido. Milton H. Erickson tenía costumbre de dirigirse directamente al inconsciente de sus clientes como si se tratase de una entidad separada de la persona. La emergencia inconsciente se manifiesta mediante la asociación con un recurso pasado que le estaba velado al sujeto. No se trata de una visión de la causa del trastorno, sino de una respuesta o solución para salir de la dificultad actual. A partir de aquí se plantea una reorganización del marco de referencia del sujeto. Cuando Milton H. Erickson afirma que es necesario «creer al cliente», supone que todo lo que emerge del inconsciente del sujeto tiene sentido en su vida, y que resulta absolutamente necesario tomarlo en cuenta, incluso si esto pareciese totalmente extravagante. ALGUNOS MEDIOS ERICKSONIANOS DESCONECTAR LA CONCIENCIA DE El objetivo es crear una ruptura de la vigilancia ante la realidad exterior para devolver al sujeto hacia una búsqueda interior que lo va a sustentar y volver más profundo. La confusión es probablemente el medio más común: el terapeuta hace o dice algo inhabitual o no congruente, lo que desconcierta al cliente y permite una reorientación de la dinámica relacional. Pueden aplicarse aquí juegos de palabras imprevisibles, portadores de múltiples mensajes. La interrupción pura y simple de la palabra del cliente o del terapeuta en un momento no previsible: la sorpresa crea una ruptura del curso del pensamiento para tomar en cuenta el elemento nuevo que se presenta. La evocación es una maniobra de reactivación de lo vivido por el cliente, puesto que no se puede evocar sino lo que existe ya en el sujeto. Permite situar el presente en paralelo con imágenes del pasado, lo que ofrece la posibilidad de reorientarlas, o, por asociación, cambiarles el sentido. La sugestión directa presenta el inconveniente de entrar en el marco de referencia del cliente de manera rígida, lo que amenaza con provocar reacciones hostiles y resistencias. Milton H. Erickson la utiliza específicamente una vez que entiende el marco de referencia de su sujeto. Pero este tipo de sugestión muestra tendencia a reforzar la pasividad del cliente ante el terapeuta «todopoderoso», contribuyendo a desarrollar la creencia de que el hipnotizador le dice al paciente lo que tiene que hacer, cuando la hipnoterapia tiene como objetivo explorar los recursos del cliente y facilitarle la aplicación de cambios a partir de lo que le pertenece, sin esfuerzos conscientes. La sugestión indirecta es utilizada casi sistemáticamente por Milton H. Erickson; se parece a la evocación, pero otorga más posibilidades de interpretación al sujeto, que puede acudir a extraer de su subconsciente lo que tenga sentido en el momento oportuno. Una sugestión de modo directo sería: «Usted escucha el canto de las aves», y otra de modo indirecto: «Permítase escuchar los sonidos de este lugar.» Apertura y permisividad completan el arsenal que permite evitar las resistencias. Milton H. Erickson asocia a menudo evocación, sugestiones indirectas y permisividad. Suele incluso jugar con la complejidad, asociando en una misma frase modos diversos y a veces contradictorios. En realidad, el terapeuta no tiene suma necesidad de conocer los detalles del contenido de las imágenes mentales de su cliente, importándole más si es reacio al proceso hipnótico. Cuanta más apertura y permisividad aporte, menos resistencia opondrá el sujeto. En este sentido puede comentar algo como: «Me pregunto, al verle sentado en ese sillón, si puede usted transportarse a un lugar real o imaginario. Allí quizá se viese sorprendido, o encontraría la sensación agradable de sus párpados que se cierran como cuando se hunde en un profundo sueño.» Poco importa que el sujeto elija un lugar junto al mar, en la montaña o en el campo, que se sienta sorprendido o que encuentre agradable la sensación; el terapeuta puede advertir si entra en trance para proponerle otras sugestiones. El empleo de la agitación y de gestos repetitivos puede también ser aprovechado como puerta de entrada para focalizar la atención en este comportamiento. Rossi cita una situación por la que pasó Milton H. Erickson: un cliente muy agitado acude a verle a su consulta; va y viene constantemente por el despacho, de un extremo a otro, explicando que no soportaría sentarse para hablar de sus dificultades. Especifica que los otros psiquiatras que había consultado renunciaron a tratarle, considerándole poco cooperativo. Milton H. Erickson le interrumpe: «¿Está usted dispuesto a cooperar conmigo en tanto vaya y venga por el despacho, tal como lo está haciendo ahora?» Todo puede ser tomado como pretexto para una inducción; a una persona que es hostil a la relajación y se pone tiesa llorando en el consultorio del dentista, Milton H. Erickson le dice: «No ha conseguido usted entrar en trance. Estaba tieso de miedo, y lloraba. Habría bastado con ponerse tieso sin llorar...» Luego, Milton H. Erickson encadena: «Tiene ante todo que ponerse tieso. Es lo primero que debe hacer, y hágalo ahora...» Habiéndose obtenido la fijación, no queda sino proseguirla. Cada vez que una persona manifiesta una necesidad o una exigencia, es posible orientar la respuesta hacia una inducción para arrastrarla al proceso hipnótico. El silencio forma parte de las cosas más difíciles de manejar por parte de un terapeuta. ¿Qué hacer ante un paciente mudo que permanece totalmente silencioso? Milton H. Erickson no se dirige directamente a él, sino a su inconsciente, que no puede dejar de estar allí: «Mientras usted permanece silencioso ahí, delante de mí, yo me dirijo a su inconsciente, que sí me escucha y puede contestar. Su inconsciente comienza a pensar y a encontrar soluciones, empieza a trabajar en secreto sin que su consciente lo sepa... Todo el tiempo que usted pasa aquí, mientras su consciente se mantiene en silencio, es utilizado por su espíritu inconsciente para aprender a entrar en un estado de tranquilidad más profundo...» PRINCIPIOS DE TRATAMIENTO SEGÚN MILTON H. ERICKSON Los principios de tratamiento de Milton H. Erickson agrupan la conceptualización de su práctica. Cada uno de ellos merece ser examinado por separado para diferenciar aspectos que a veces están amalgamados. Milton H. Erickson nunca dudó en apoyarse en descubrimientos efectuados en su alrededor ni en adaptarlos a las necesidades específicas de su práctica terapéutica. 1. Los individuos funcionan a partir de sus mapas internos y no a partir de su experiencia sensorial. Este aserto está tomado directamente de Korzybski, el diseñador de la semántica general. Cada individuo percibe el mundo a partir de un marco de referencia, elaborado a través de las experiencias de su historia. Esto es tanto como decir que la capacidad de visión es a veces muy estrecha. Milton H. Erickson nos invita a identificar a partir de qué marco funciona el cliente. Y constata que solemos mostrar tendencia a traducir el lenguaje del otro a nuestro propio lenguaje, como si el terapeuta le exigiese al cliente que emplease su mapa del mundo (el del terapeuta) en lugar de funcionar a partir del correspondiente al cliente. Cada uno de nosotros entra en la habitación, en donde nos encontramos con percepciones internas que nos son propias, independientes del contexto que nos reúne. Las bromas dan buen ejemplo de ello: ante un mismo chiste algunos se muestran prestos a, literalmente, morir de risa, mientras que otros esbozarán una sonrisa de circunstancias, y otros más considerarán la broma de un gusto dudoso o francamente fuera de lugar en función de sus vivencias personales. Se trata de una invitación a labrar una práctica a medida para ofrecer intervenciones que habrán de ensanchar el mapa del cliente. Sin esta precaución, intervenciones terapéuticas ingeniosas corren el riesgo de ser rechazadas por el cliente y acabar perdiéndose. 2. Los individuos efectúan en todo momento la mejor elección posible en función del contexto. El instinto de supervivencia nos incita a tomar la mejor decisión posible en función de nuestro estadio de desarrollo y de la lectura que efectuamos del contexto que nos rodea. De nada sirve censurar comportamientos inapropiados o perjudiciales cuando ellos son, las más de las veces, la única respuesta disponible para la persona en el momento de su elección. Milton H. Erickson invita a enseñarle al cliente los mecanismos asociativos apropiados con el fin de que pueda efectuar una elección entre un número mayor de opciones. Ocurre aquí lo mismo que lo denominado comúnmente «resistencias»; si el cliente se resiste, ocurre que no sabe cómo actuar de otro modo, y que lo que opone es algo que conoce por oposición a algo que ignora. 3. Las explicaciones, las teorías o las metáforas empleadas para describir hechos que atañen a una persona no son la persona. También aquí encontramos la influencia de Korzybski a través de la noción de que «el mapa no es el territorio». La nosología y las etiquetas de diagnóstico que utilizamos para reconocernos en conceptos con frecuencia abstractos definen comportamientos y no a personas. Si olvidamos esto encerramos al cliente en su comportamiento y ya no podemos entender a la persona que es. Es grande la tentación de sintetizar una larga historia terapéutica para hacerla entrar en un esquema conceptual que, acto seguido, nos permitiría aplicar estrategias «teóricas» acordes con lo que hemos aprendido en los bancos de la universidad. En este caso nos preocuparíamos más por la enfermedad que por el cliente. Con mayor sutileza, podríamos vernos llevados a elaborar una explicación del síntoma y adscribírsela al cliente. La explicación no es la persona; la explicación impulsa a menudo al cliente a centrarse en cómo se halla arrinconado en su problema más que en considerar cómo salir de él. Es más acertado utilizar la memoria para impulsar recursos más que explicaciones. 4. Respétense todos los mensajes provenientes del cliente (créase al cliente). Se trata de todos los mensajes lanzados simultáneamente por el cliente en su comunicación verbal y no verbal. Existen diversos niveles de comunicación en el nivel social, al igual que en los icebergs, en los que una pequeña parte es visible aunque la parte sumergida sea considerablemente más importante. Hay siempre un mensaje a nivel psicológico además del mensaje a nivel social. Esto exige estar situado en la misma longitud de onda que el cliente, para poder observar hasta los elementos más sutiles que surjan en la comunicación; se tratará a menudo de modificaciones de la tensión muscular, de la coloración de la piel, del tono de la voz, de los gestos o de posturas inconscientes, o incluso de modificaciones respiratorias. La mayoría de los mensajes no verbales están cargados de informaciones indecibles con claridad por parte del emisor; así pues, es importante aportar aquí un gran respeto y ofrecer respuestas metafóricas que preserven la parte molesta del mensaje. 5. Enseñe la elección; jamás intente suprimir la elección. El hecho de considerar al cliente como persona competente para sí misma, y probablemente la única realmente competente para modificar el curso de su vida, prohíbe colocar a la persona ante una situación que implique nada más que una única salida. La fórmula «No hay más que una solución...» reduce al cliente a la impotencia total, es una especie de alienación y de denegación del principio 2, según el cual una persona elige siempre la mejor solución posible habida cuenta su evolución. Nos encontramos a veces con clientes que nos solicitan que se les erradiquen determinados componentes de su personalidad que les plantean problemas. Esta expectativa no sólo es totalmente ilusa, sino que corresponde a la proyección de un poder que atribuyen al terapeuta en detrimento de su propio poder para modificar el curso de su existencia. Convencidos de que siempre hacemos la mejor elección posible, es con mucho preferible dedicar energías a enseñar al cliente a encontrar nuevas posibilidades entre las cuales elegir, y, sobre todo, asociar a partir de sus experiencias pasadas para elegir los recursos disponibles que allí residen. 6. Los recursos que el cliente necesita radican en su historia personal. Al igual que en el caso de la pieza necesaria para ir completando un rompecabezas, lo que puede encontrar el lugar acertado está siempre en relación con los elementos constitutivos que se han venido preparando en la historia de la persona. Milton H. Erickson repetía incansablemente a sus clientes y a sus discípulos: «Vuestro inconsciente es un enorme depósito que contiene los aprendizajes, los recuerdos y los recursos que necesitáis.» Este principio recuerda inevitablemente la experiencia que Milton H. Erickson tuvo al volver a aprender a incorporarse y a caminar después de su poliomielitis, contemplando cómo aprendía a andar su hermana menor. El aprendizaje rural de Milton H. Erickson también desarrolló en él la noción de valor positivo del error. De todo mal es posible extraer un bien. Con este propósito, utilizaba el ajuste para positivar lo que podía aparecer como un defecto, convirtiéndolo en una cualidad eficaz. 7. Encuentre a los clientes en su modelo de mundo. Este punto es consecuencia lógica del punto 1. Una vez que se ha comprendido que cada individuo tiene una representación diferente del mundo, no sólo es indispensable no solicitarle que se adapte a nuestra visión del mismo, sino que resulta necesario incorporarse a la suya. En un primer momento, la relación empalica permite validar sistemáticamente todo lo que el cliente aporta como información además de ir a su encuentro en lo que vive: su confusión, su sufrimiento, etc. Milton H. Erickson cita un ejemplo de encuentro en un hospital psiquiátrico en el que aprendió la jerigonza de un paciente para entrar suficientemente en relación con él como para comenzar la terapia. Este comportamiento no es en rigor verdaderamente nuevo. Se halla en la Biblia: «Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros» (Romanos 12, 15-16). 8. La persona que posee la mayor flexibilidad será la que controle el sistema. Pensamos a menudo, sin razón, que aquel que detenta más poder es quien ejerce más control o rige con mayor fuerza. En las artes marciales, por ejemplo el yudo, comprobamos que quien es capaz de emplear mejor la energía de su adversario es quien se lleva la palma. Milton H. Erickson preconiza que se entre totalmente en el marco de referencia del cliente, que se valore su dinámica del momento con el fin de establecer una relación que ofrezca el mínimo de resistencia. A partir de aquí es posible, respetando sus valores, sugerirle aprendizajes que influirán en el curso de su vida. En terapia sistémica sabemos asimismo que el miembro que tenga más flexibilidad de comportamiento es aquel que controlará el conjunto del sistema, incluso si esto significa estar enfermo al punto de poner su propia vida en peligro. Ejerciendo gran flexibilidad, el terapeuta puede dar con un gran número de clientes entre los que cada cual posea una imagen del mundo que sea única. La flexibilidad otorga también gran apertura para considerar opciones creativas de cambio. 9. Una persona no puede no dar respuesta. Esto remite a la constatación de Paul Watzlawick: «No se puede no comunicar.» El cliente, aunque sea mudo, bombardea a su terapeuta con informaciones; en primer lugar mediante su silencio, porque al no decir nada se está diciendo algo. Sin contar con todo el lenguaje no verbal expresado por el cuerpo; el terapeuta tiene que poder guiarse a partir de esta fuente inagotable de informaciones. 10. Si resulta demasiado duro, redúzcase el esfuerzo. La broma infantil «¿Cómo se come un elefante?» ilustra adecuadamente este principio ericksoniano. La respuesta — no siempre hallada— es: «bocado a bocado». Todas las tareas más importantes de la humanidad se han realizado mediante la fragmentación del esfuerzo en multitud de pequeñas tareas. El proceso es siempre más importante que el contenido; el hecho de conseguir un pequeño cambio da confianza para acometer otro mayor; este principio se aplica tanto al aprendizaje como al tratamiento terapéutico. Conseguir es más importante que aquello que se consigue. La necesidad de reducir el objetivo para alcanzar el umbral de consecución posible es una exigencia pedagógica. Las tareas más complejas podrán de este modo ser realizadas a través de segmentos simples y progresivos. «¡No leáis este libro como un único bocado, sino palabra a palabra!» 11. Los resultados quedan fijados a nivel psicológico. Eric Berne, el fundador del análisis transaccional, enuncia este principio como la tercera regla de la comunicación: «Cuando una transacción es de doble fondo, el resultado de esta transacción quedará determinado por el mensaje psicológico más que por el mensaje social.» Imagínese a un apuesto cowboy que sostuviese ostensiblemente a una jovencita por la cintura y que diera, de cuando en cuando, manifiestas señales de interés a otra en el transcurso de un paseo campestre. Una granja aislada está cerca de ellos: «¿Te gustan las granjas?», dice él (mensaje social que oculta un mensaje psicológico). «¡Oh, sí!», contesta su acompañante excitada por la propuesta subentendida que no se refiere por cierto a un estudio de la arquitectura de las granjas. De hecho, en una relación se entablan simultáneamente varios niveles de comunicación. El mensaje social formulado en palabras dice una cosa, mientras que el mensaje psicológico reflejado por el tono de la voz, los gestos, el énfasis, dice otra fuera del campo de la conciencia. La respuesta y el resultado del intercambio se producirán siempre a partir de los elementos del nivel psicológico. Esto explica el frecuente empleo de la metáfora por parte de Milton H. Erickson, que induce un mensaje psicológico indirecto fuera del campo de conciencia del cliente. De este modo, el cambio deseado por el cliente se produce cuando no es claramente consciente de los componentes de su problema, ni de lo que ocurre en el momento de su resolución. Milton H. Erickson afirma que la hipnosis en sí no provoca la curación, sino que la curación se produce por sí misma cuando el cliente puede volver a asociar los diferentes elementos y los recursos de sus experiencias vitales. Las tomas de conciencia del pasado pueden tener interés histórico, pero de ninguna manera pueden cambiar el pasado. Nosotros no podemos cambiar los hechos de nuestra historia, pero sí podemos cambiar su sentido. LA TERAPIA ESTRATÉGICA La noción de terapia estratégica se fue desarrollando alrededor del trabajo de Milton H. Erickson; consiste principalmente en la flexibilidad del terapeuta para comprender y entrar en el marco de referencia del cliente con el fin de producir un cambio a medida acorde con la petición del cliente. El cliente se halla en el centro del proceso y la táctica puestos en práctica; se le considera poseedor en sí de las competencias y los medios de curación, siendo el terapeuta un acompañante en el aprendizaje de nuevos funcionamientos. La flexibilidad del terapeuta tiene que permitirle disponer cada una de sus intervenciones en función de las reacciones observadas en el cliente. Se trata de una interacción permanente que exige cualidades técnicas a las que se puede acceder espontáneamente, para permitir un reajuste constante de los medios en relación con los objetivos. La terapia estratégica supone un plan terapéutico, pero es constantemente cuestionada y afinada por la observación de las reacciones aportadas por el cliente, siendo estas últimas las que priman sobre el plan terapéutico, que en cualquier momento puede ser modificado o abandonado en función de una resistencia imprevista que se encuentre en el camino. El terapeuta que practica la hipnosis ericksoniana y la terapia estratégica «no sabe» nada por anticipado, pero tiene confianza. La hipnosis ericksoniana no es espectacular porque se trata de una hipnosis sin hipnosis; todo ocurre en la relación. El cliente no tiene que conocer las herramientas de este enfoque: entra simplemente en esta relación —en el juego —, a veces sin saberlo, porque es el terapeuta quien «conoce» todas las facetas de la comunicación: es éste un políglota de la comunicación que hablará la lengua del cliente no para manipularlo, sino para maniobrar en una jungla desconocida de donde la pareja terapéutica clienteterapeuta tiene que salir gananciosa. Estos enfoques exigen que el facultativo reúna a la vez un saber, un saber hacer y un saber estar, lo que no es muy frecuente en un recién llegado. Y resulta insuficiente la posesión exclusiva de una de estas cualidades; un saber exclusivo y libresco puede revelarse como un gran peligro en la práctica terapéutica, ocurriendo lo mismo con las otras dos. Al igual que en todas las prácticas psicoterapéuticas, el ser del psicoterapeuta ocupa un lugar preponderante. Es indispensable que haya completado un desarrollo terapéutico personal intenso y profundo para no ver los problemas con que se encuentre en sus clientes a través de sus propias defensas. LA INFLUENCIA DE MILTON H. ERICKSON Podemos afirmar que la mayoría de los enfoques del movimiento del potencial humano han experimentado la influencia —o han sido directamente inspirados en su pensamiento— de Milton H. Erickson. Desde luego, las ideas se hallan en el aire al mismo tiempo, por lo cual lo que se pretende para la comunicación de inconsciente a inconsciente tiene que ser considerado a nivel de las ideas para el conjunto de la especie humana. El conocimiento del sufrimiento auténtico es tal vez el camino por el cual Milton H. Erickson pudo acceder a la comprensión profunda de lo que se juega en la relación terapéutica, más allá de los estereotipos casi fosilizados en los que el psicoanálisis se ha hundido a veces a fuerza de creer, como un niño egocéntrico, que era la única vía hacia el inconsciente. El concepto de inconsciente de que habla Milton H. Erickson se halla más cerca de Donald Winnicott que de Sigmund Freud. Se trata de una entidad incierta en constante emergencia con la cual es posible dialogar, negociar. No es una entidad que esté expuesta en un museo lapidario y que, cual un fantasma, haga incursiones en lo cotidiano, pero permaneciendo inasequible para modificar el curso de la vida. Los recursos están en la historia del paciente y no en la ciencia del terapeuta que acude desde el exterior a aportar la curación. Entre los nuevos hipnotizadores, los sofrólogos, hay algunos que han recibido las aportaciones de Milton H. Erickson, sin practicar no obstante, hablando con propiedad, la sofrología, sino más bien la hipnosis ericksoniana; otros han permanecido puros y duros en una hipnosis en la que la relación se ejerce con todo el poder del sofrólogo sobre su cliente. Lo que Milton H. Erickson ha descubierto, verificado y enseñado no puede aprenderse en unos pocos fines de semana de formación, se sea médico o técnico sanitario. Para iniciarse en este arte de la relación se necesita tiempo, observación en el terreno, un cuestionamiento permanente que lime las certidumbres en provecho de la escucha del cliente. Una humildad que nos recuerda que estamos hechos de aluviones, de humus. El mundo ha existido antes de nosotros y nos sobrevivirá; y en el espacio intermedio que conocemos como el presente estamos condenados a hacer cuanto podamos ante aquello con lo que nos encontremos. Nada podemos cambiar en los otros, pero podemos acompañarles, estar junto a ellos para proponerles un camino que les permita salir de su sufrimiento, u otorgarles un sentido que haga las veces de cimientos sobre los cuales apoyarse para construir la vida. En la trayectoria de Milton H. Erickson, la relación es lo que cura. La PNL El trabajo de Milton H. Erickson vuelve a encontrarse casi por entero en la programación neurolingüística, que lo considera su base. Por supuesto, la PNL no se compone únicamente de él. La PNL ha recolectado un poco en todas partes de los procesos que funcionaban adecuadamente, para formalizarlos en conceptos utilizables en la comunicación, y en especial en el campo de la empresa. Se trata de un enfoque poderoso para modificar los comportamientos mediante nuevos aprendizajes. Hay quienes pretenden considerarla una terapia; y otros afirman que amenaza con grandes peligros. Ambas visiones se revelan acertadas. Empleada adecuadamente por un psicoterapeuta habilitado, la PNL es una herramienta para desbloquear situaciones que necesitan la intervención exterior del terapeuta. Puesta en manos de presuntos terapeutas que no han elaborado una psicoterapia profunda en sí mismos, ni adquirido una formación psicológica y psicopatológica suficiente, la PNL se convierte en un gran peligro tanto para quien la ejerce como para quien la experimenta. La visualización – simbolización. En un principio, este enfoque fue elaborado por C. y S. Simonton para el tratamiento psicológico de los enfermos cancerosos paralelamente al tratamiento médico convencional de su enfermedad. Consiste en asociar al tratamiento imágenes mentales de curación, implicando así al enfermo en la trayectoria terapéutica que le atañe. Los recursos que residen en el paciente habrán de permitir resolver las trabas que se hallan en el origen del desencadenamiento de la enfermedad. Se trata aquí de técnicas terapéuticas muy poderosas que se insertan en el marco de una psicoterapia strícto sensu. La eficacia de esta aplicación ha llevado a que se desborde su utilización más allá del marco terapéutico, siendo empleada hoy en el entrenamiento de deportistas de alto nivel, la preparación para concursos o el desarrollo personal. También en este caso su puesta en práctica exige las mismas precauciones que en todos los enfoques de formación rigurosa. Marge Reddington ha elaborado específicamente el enfoque de la simbolización, que utiliza con fines terapéuticos y espirituales. La hipnosis clínica Ha tenido sus detractores, que ven en su práctica un desarrollo excesivo del poder del facultativo sobre su cliente. El trance amplifica el fenómeno transferencial, resultando real el riesgo de pasar de una influencia benéfica a un verdadero dominio. Una vez más, no es la intención del facultativo lo que se pone en tela de juicio. Una gran mayoría de curanderos utilizan, sin a veces ser conscientes de ello, el proceso hipnótico, situando a su clientela en una actitud de falta de responsabilidad ante su propia vida. El curandero, el astrólogo, el vidente, el hipnotizador se hallan en posesión del poder de curar, pero de ese modo privan a la persona que acude a consultarles de la posibilidad de cambiar los aspectos de su vida que se hallan en el origen de sus trastornos. Algunos médicos practican todavía la hipnosis clínica bajo la denominación velada de sofrología. Y cada vez son más los facultativos que, utilizando el fantástico potencial del proceso hipnótico, lo practican en forma de hipnosis ericksoniana sugiriendo a sus clientes que los recursos necesarios para su curación residen en ellos y no en un supuesto poder del médico o del hipnotizador. Tal como lo afirmábamos al comienzo de este breve libro, no se puede no influir, pero se puede influir con integridad.