Germán Doig Klinge El desafío de la tecnología. Más allá de Ícaro y Dédalo Dios en la era tecnológica. Desafíos de la era tecnológica para la persona y la familia. La tecnología, ¿el nuevo Golem? Si se sucumbe a la tentación del «seréis como dioses» se querrá actuar como un pequeño dios. Aparecerá entonces la pretensión de "crear", sobre todo vida. De la misma manera como Dios creó alhombre a su imagen y semejanza, el ser humano -que ha cedido a la tentación del poder de la tecnología- se planteará tarde o temprano la pretensión de "crear" un ser a su imagen y semejanza. No es ésta tampoco una tentación exclusiva de nuestro tiempo tecnologizado. Ya desde antaño se ha hablado de intentos semejantes. Quizás el relato más revelador de la antigüedad que se conoce sea la leyenda judía del llamado Golem. La leyenda del Golem se remontaría hasta algunos siglos atrás en la historia judía. Se suele poner como su fuente remota el texto Sefer Yerizah, conocido también como el Libro de la creación y que algunos quieren datar por lo menos del siglo IV. Aunque en el Sefer Yerizah no se hable de la "creación" de un antropoide artificial, de ahí se tomarán muchos de los elementos -sobre todo la combinación de letras y números- que pasarán a formar parte de lo que en algunas leyendas eran las técnicas para la "creación” de la vida. Pero será recién hacia el siglo XIII cuando se conozca y se difunda en Europa(1). Cuenta dicha leyenda que el profeta Jeremías y su hijo consiguieron, mediante la correcta combinación de letras y números, darle vida a una estatua que habían fabricado con barro. Habrían realizado sus combinaciones de acuerdo a una fórmula basados sobre todo en la palabra emeth -verdad-. El producto de su creación fue llamado Golem -que significa en hebreo sustancia embrionaria o incompleta, o masa informe-. En la frente de esta creatura pusieron una inscripción que contenía las letras con las que habían logrado descifrar el secreto de la creación: "Yahveh es la verdad". Pero el Golem consiguió arrancarse una de las letras -la primera del alfabeto, aleph- y la inscripción cambió totalmente de sentido, quedando de la siguiente manera: "Dios está muerto"(2). Jeremías y su hijo preguntaron entonces al Golem por lo que hacía. La respuesta, que resultó reveladora, fue la siguiente: "Si ustedes pueden hacer al hombre, entonces Dios está muerto. Mi vida es la muerte de Dios. Si el hombre tiene todo el poder, Dios no tiene ninguno". El tema central de esta leyenda fue reapareciendo a lo largo del tiempo. En el siglo XVI se difundió una nueva versión teniendo como personaje central al Rabino de Praga, León ben Bezabel, quien habría "creado" este Golem para defender al gueto judío de su ciudad. Se aprecia en este relato una lección para el tiempo actual, sobre todo en función del inmenso poder de la ciencia y la tecnología. El núcleo de su enseñanza está en la osadía de pretender el dominio total sobre la creación. Con un ser humano "todopoderoso", según estas premisas, Dios simplemente sobraría. Entonces el hombre y su obra se convierten en los nuevos dioses. Muy en la perspectiva de Bacon, su ciencia es poder: puede desarmar el mundo por sí mismo y volverlo a armar a su antojo, con lo que éste queda reducido a un ensamblaje de funciones y mecanismos que él utiliza y cuyos servicios fuerza. Sólo en el hombre y en sus instrumentos hay remedio para los problemas del hombre, pues en el fondo sólo en el hombre está el verdadero poder sobre el mundo. Y si el poder está sólo en el ser humano, ya no hay necesidad de Dios, pues un Dios sin poder simplemente no es Dios. Y si Dios desaparece, entonces, como hace decir Fiodor Dostoyevski a uno de los personajes de Los hermanos Karamasov, «todo es lícito, todo se puede hacer»(3), y «todo está permitido»(4). Sin embargo, como señalaba el Cardenal Henri de Lubac, «no es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, en fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano»(5). La leyenda del Golem ilumina la relación con la tecnología desde dos perspectivas. En primer lugar, el uso del poder y la rebelión contra Dios y el orden natural, como en el mito de Prometeo(6). Lo que está detrás es una confianza ilimitada en la tecnología, hasta el punto de creer que la vida humana misma puede ser producida o "creada" por ella. Entonces el ser humano se cree Dios. Lo segundo es la pérdida de control sobre la obra misma del hombre. En la leyenda el Golem se termina liberando de la sumisión a su "creador" mediante el cambio de las letras. Ése es uno de los graves riesgos de la obra del ser humano: que se escape de sus manos y se vuelva contra él. Hoy en día, con las investigaciones en campos como la genética y la nanotecnología, este peligro ha tomado dimensiones alarmantes. La pretensión de dar vida a una materia inanimada se remonta muy atrás en la historia. Existen numerosas leyendas y mitos que relatan el intento de los hombres de "crear" un ser humano. Ni siquiera las insalvables dificultades que se han encontrado en los intentos de fabricar un homúnculo o un autómata han sido suficiente argumento para desanimar a los que han querido transitar por este peculiar y peligroso sendero. Ya en los tiempos de los griegos se descubren vestigios de esta pretensión. Homero relata en su Ilíada la historia de Hefesto, dios del fuego y herrero divino, quien fabricó unos pequeños autómatas para que lo ayudasen a caminar y lo asistieran en sus labores. En esta búsqueda de "crear" vida destacan los alquimistas. Quizá el más conocido sea Paracelso(7),médico, químico y alquimista suizo, quien habría tratado de "crear" lo que llamó un homúnculo. Como se ha dicho, durante el llamado Renacimiento se difundirá el interés por la magia y la alquimia. Más tarde, durante el tiempo de la Ilustración, se ahondará en este tipo de exploraciones, añadiéndose un contenido ideológico que llevará a que adquieran notoriedad las especulaciones sobre los paralelos entre el ser humano y la máquina. También la literatura ha recogido las fantasías y ocurrencias de esta singular exploración sobre el origen de la vida. Wolfgang Goethe, por ejemplo, la incluye en su libro Fausto(8) . Allí se menciona el intento de "crear" un ser humano. En su obra se muestra la rendición del científico-mago, el Dr. Fausto, al poder y al conocimiento. Sin embargo, Goethe no ha sido el único en escribir al respecto. Hay una gran variedad de relatos e historias sobre la figura de este personaje que habría desafiado a Dios y vendido su alma al demonio(9). A partir de estas historias Oswald Spengler calificó al espíritu occidental de la época de la modernidad como de «fáustico»(10). Sin duda la obra más célebre sobre esta pretensión es Frankenstein o el Prometeo moderno de la escritora inglesa Mary Shelley(11), publicada en 1818(12). El tema central de la novela es la relación del ser humano con la creación tecnológica y el uso del poder. Se trata ciertamente de una llamada de atención sobre la responsabilidad frente a la obra producida, y el riesgo de que ésta se salga de control y termine volviéndose contra su "creador". En un momento de la novela la creatura le dice a Frankenstein: «Tú eres mi creador, pero yo soy tu amo». La advertencia implícita en la obra de la Shelley -que el producto del hombre se salga de control y se vuelva contra él- se ha repetido conforme ha avanzado el desarrollo tecnológico. La computadora Hal de la película y obra 2001, odisea del espacio de Arthur Clarke(13) pone de manifiesto esta preocupación en términos más en consonancia con estos tiempos. Asociados a estos intentos de "crear" un ser humano están los llamados autómatas, que más tarde se conocerán como robots. El término robot fue acuñado por el dramaturgo checo Karel Capek(14)en su pieza teatral R. U. R. siglas de Los robots universales de Rossum-, publicada en 1921. Antiguamente a los robots se les conocía como autómatas(15). Se ha especulado mucho sobre su presencia en la vida cotidiana de los seres humanos del futuro. La cienciaficción y la utopía negativa o anti-utopía han imaginado todo tipo de escenarios, desde unas inocentes y torpes máquinas al servicio de actividades domésticas, hasta los robots humanizados que hacen "mejor" las cosas que los hombres. Incluso presentan algunos que han "evolucionado" hasta desarrollar poderes mentales liberándose del yugo humano y, en algunos casos, se han convertido en sus guardianes o tutores, en una suerte de nuevos dioses del Olimpo, como sucede en las novelas del excéntrico escritor Isaac Asimov(16). Hoy en día ya no se pensaría en un robot de tipo mecánico, sino más bien en un ser producto de las combinaciones genéticas y bio-químicas, quizá fabricado en una probeta a partir de compuestos orgánicos. Un ejemplo son los llamados cyborgs(17) . Sea como fuere, las especulaciones -cada vez más frecuentes- sobre el propósito de darle vida a un producto tecnológico -como podría parecer posible a partir de la biotecnología- son en el fondo reflejo del «seréis como dioses» con que la serpiente tentó a Adán y Eva en el relato bíblico del Génesis. La leyenda del Golem es una expresión de esta tentación. De ahí que no resulte extraño que algunos pensadores se hayan planteado un paralelo entre esta leyenda y la tecnología actual. Tal fue el caso de Norbert Wiener, quien afirmó: «La máquina es la contrapartida moderna del Golem del Rabí de Praga»(18). El tema ha venido apareciendo en diversos autores contemporáneos que están reflexionando sobre la tecnología. El italiano Giuseppe O. Longo, por ejemplo, ha puesto como título de un trabajo: El nuevo Golem. Cómo la computadora cambia nuestra cultura(19) . Es claro que las perspectivas no siempre son coincidentes. No todos los pensadores que tratan el asunto consideran que la pretensión de "crear" un Golem pueda terminar en una revuelta contra su "creador", el ser humano. Pero si acaso cabe algún paralelo entre la tecnología y el Golem, cabe también la advertencia sobre la posibilidad de que la obra del hombre se escape de su control y se vuelva contra él, con lo que Mary Shelley con su Frankenstein y Arthur Clarke con su 2001, Odisea del espacio deberían convertirse en lectura obligada para los tecno-utópicos de hoy. Por otro lado, la "creación" que emprende el ser humano es a "su" imagen y semejanza. Esto lo conduce a un fatal y destructivo narcisismo. Sólo se ve a sí mismo; la realidad y la naturaleza deben ser recreadas según su "yo" -llámese esto luego "racionalidad" o lo que sea-. Como señalaba Sergio Cotta, se ha difundido un nuevo mito ligado al desarrollo tecnológico. Este mito «nace del hombre y vuelve al hombre sin solución de continuidad; mete al hombre dentro de un círculo cerrado, narcisista, en el que, como en una galería de espejos, él ve reflejarse desde todos los ángulos su propia imagen, tal vez engrandecida y sublimada, pero siempre solamente la propia imagen»(20). Se trata, como dice, de «una prisión encantada»(21). Y este hombre narcisista, fascinado por su propia obra, parecería que no puede dejar de aspirar a que ésta tenga vida. En cierto sentido ello recuerda el mito de Pigmalión(22). Marshall McLuhan advierte también contra el riesgo del narcisismo, pero opina que eso finalmente es un tipo de idolatría. Comentando el Salmo 115, señala: «El concepto de "ídolo" para el salmista hebreo se parece mucho a aquel de Narciso de los autores de los mitos griegos»(23). Conclusión: La consideración del peligro de una tecno-idolatría pone en evidencia que el problema de la sociedad actual no debe buscarse primariamente en el desarrollo de la tecnología, sino en el desorden del ser humano que tiene su explicación última en el pecado. Como afirma Augusto del Noce, «pese a las apariencias contrarias, las raíces de la mentalidad tecnológica no están en el desarrollo técnico, sino en una desviación religiosa. Y nunca, a mi juicio, se insistirá bastante sobre el punto del carácter, sobre todo religioso, de la crisis de nuestro siglo»(24). Lo que subyace a la mentalidad tecnologista y a quienes aspiran a crear una utopía tecnológica es un asunto religioso y espiritual. Esta desviación religiosa, como la llama Augusto del Noce, imprime su sello en toda la cultura, puesto que lo más nuclear de una cultura -y lo que le da sustento y fundamento- es la actitud que el ser humano tiene hacia Dios y la manera de relacionarse con Él -ya sea aceptándolo, ya sea rechazándolo-. De este modo la desviación religiosa lo impregna todo, incluyendo la tecnología y la manera como el ser humano se relaciona con ella. Así pues, detrás de los problemas que se han presentado con respecto a la tecnología y la pretensión de imponer la racionalidad tecnológica como paradigma de aproximación a toda la realidad hay una implicancia religiosa -o si se quiere, en sentido propio, a-religiosa-, que lleva a una nueva fe: el secularismo tecnologista. Se trata de una cierta desnaturalización de la fe en Dios y de Dios mismo. A la pregunta que nos hacíamos de si hay lugar para Dios en la era tecnológica, hemos de responder que sí lo hay. Pero se debe tener cuidado de no sustituirlo con sucedáneos ni sucumbir a la antigua tentación del «seréis como dioses». Esto es muy importante, puesto que, si Dios no existe, «todo está permitido». Y si esto llega a tener alguna vigencia en la sociedad, el ser humano quedará totalmente desguarnecido, ya que sin Dios sólo se puede organizar la tierra contra el hombre mismo. Notas 1. Ver Moshe Idel, Gólem. Jewish Magical and Mystical Traditions on the Artificial Anthropoid, State University of New York Press, Nueva York 1990. Una de las obras que contribuyó a popularizar esta leyenda fue la del escritor austriaco Gustav Meyrink, titulada precisamente El Golem (Tusquets Editores, Barcelona 1995). Fue escrita en 1915 y se ambienta en el gueto judío de Praga. 2. Otras versiones de la leyenda afirman que el Golem tenía escrita en la frente la palabra emeth -verdad- y que se quitó la primera letra -e-, quedando la palabra transformada en meth -muerte-. 3. Fiodor M. Dostoyevski, Los hermanos Karamasov, Aguilar, Madrid 1960, p. 879. 4. Allí mismo, p. 964. 5. Cardenal Henri de Lubac, El drama del humanismo ateo, Encuentro, Madrid 2 1990, p. 11. 6. Hay una evidente relación entre la leyenda del Golem y el mito de Prometeo. Como se sabe, según la mitología griega el titán Prometeo fue el creador del primer ser humano. 7. 1493-1541. 8. Ver Wolfgang Goethe, Fausto, Biblioteca EDAF, Madrid 1964, pp. 225-230. 9. Estos relatos están basados en un personaje real de nombre Johannes Faust, que vivió a fines del siglo XV en las comarcas de Alemania, Polonia y Holanda. Fue conocido como un gran embaucador, experto en magia. Su historia fue relatada por primera vez en una obra anónima publicada en Frankfurten 1587. A partir de entonces diversos literatos y dramaturgos retomarán la figura del Dr. Fausto dando como resultado distintas historias con el mismo motivo de fondo. En Inglaterra, por ejemplo, fue tomada por el poeta y escritor inglés Christopher Marlowe (1564-1593), quien escribió una obra con el título La trágica historia del Doctor Faustus. Marlowe refleja el espíritu renacentista, dándole al Dr. Fausto las características de la exaltación de la razón frente a la fe y a todo límite. Lessing y Müller retomarán la figura. Pero será sobre todo Goethe (1749-1832) quien la inmortalice. Se podría mencionar asimismo la novela del premio nobel de literatura Thomas Mann (1875-1955) que lleva el mismo título: Doctor Faustus. 10. Ver Oswald Spengler, La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal (1917), Espasa Calpe, Madrid 1958, t. II, pp. 578ss. 11. 1797-1851. 12. La mayoría de las películas hechas a partir de este libro no reflejan fielmente la temática central que se expresa en el subtítulo: el Prometeo moderno. 13. Se trató originalmente de un guion cinematográfico para la película del mismo nombre dirigida por Stanley Kubrick y filmada en 1968. Después Clarkela convirtió en una novela y escribió él mismo otros relatos que desarrollan el argumento: 2010, 2061 y 3001 La odisea final. 14. 1890-1938. 15. Ya en los árabes se sabe de un intento de fabricar un autómata que llamaron la zairjaa y que es descrito como una "máquina pensante". Raymundo Lullio (1235-1315), un terciario franciscano catalán, habría tratado de replicar este intento árabe de mecanización lanzándose a construir una "máquina lógica", como la describe en su Ars magna y que debe ser colocada como el antepasado más remoto conocido de la computadora. 16. Esto se aprecia especialmente en la serie que empezó con I-robot -que incluía varios relatos publicados entre 1941 y 1950-. El dominio final de los robots -unos seres buenos, muy discretos, incluso escasos en número, pero muy eficaces y dueños de un enorme poder- es relatado por Asimov en las novelas en las que une sus dos líneas principales de historias de ciencia ficción: la serie I-robot y el ciclo de Trantor. Al final los robots terminan siéndolos que dirigen los hilos de la historia humana porque los hombres son incapaces de hacerlo. Asimov introduce en estas novelas otros temas como el de Gaia y la simbiosis entre el ser humano y la máquina. 17. Los cyborgs vendrían a ser una especie de híbrido entre lo humano y lo artificial -tanto como producto de la biotecnología como de la implantación de elementos de la computadora-. El concepto cyborg fue acuñado por Clynes a partir de las palabras cybernetic y organism. 18. Norbert Wiener, ob. cit. , p. 100. 19. Ver Giuseppe O. Longo, Il nuovo Golem. Come il computer cambia la nostra cultura, Laterza, Roma 20. Bari 1998. 21. Sergio Cotta, El desafío tecnológico, Eudeba, Buenos Aires 1970, p. 102. 22. Lug. cit. 23. Pigmalión era conocido por sus enormes habilidades de artesano, entre las que destacaba su destreza como escultor. Cuenta el mito que esculpió una estatua de una mujer tan hermosa que parecía viva. Pigmalión se enamoró perdidamente de su obra. La diosa Afrodita, conmovida por el amor del escultor, le dio vida a la estatua, la que tomó el nombre de Galatea. George Bernard Shaw escribió una conocida obra de teatro basada en el mito de Pigmalión. Con el nombre de My Fair Lady se hizo muy popular una de las películas basadas en la obra de Shaw. Pero debe decirse que Shaw -y las versiones que hicieron para el cine a partir de su obra- no refleja el mito de manera exacta. 24. Marshall McLuhan, Understanding Media. The Extensions of Man (1964), MIT Press, Cambridge 1994, p. 45. 25. Augusto del Noce, Agonía de la sociedad opulenta, Eunsa, Madrid 1979, p. 152. Dios en la era tecnológica. ¿Es la tecnología la que genera la tecno-idolatría? Todo lo dicho conduce a que muchos se planteen una interrogante de fondo: ¿Es la tecnología la que genera esta tecno-idolatría? Conviene recordar que la idolatría no es algo nuevo en la historia de la humanidad, y que por ello no se puede decir que la mentalidad tecnologista tenga el monopolio al respecto. Desde los lejanos tiempos del becerro de oro(1) hemos visto cómo el ser humano ha fabricado y levantado ídolos de toda clase. En el Antiguo Testamento se descubre a menudo la preocupación por esta tentación. Son claras, por ejemplo, advertencias como la del libro de la Sabiduría que pone a la idolatría como el origen de todos los males(2). En el mismo libro de la Sagrada Escritura se lee que el hombre modela diversas piezas dela arcilla: unas son destinadas a usos nobles, pero de la misma arcilla el alfarero también puede modelar «una vana divinidad»(3). Como dice el texto, «es el alfarero quien decide»(4). La tecnología se convierte en ídolo porque el ser humano -que, como hemos dicho, es teologal por naturaleza-, cuando quiere huir del único Dios verdadero, termina buscando sucedáneos para reemplazarlo. Siempre ha sido así. La historia de la humanidad está llena de ejemplos. Hoy esta proclividad se ha manifestado en un nuevo becerro, el becerro tecnológico. Sin embargo, es bueno precisar que este fenómeno no es algo que sea de suyo inherente al desarrollo tecnológico. Hay que dirigir la mirada al ser humano mismo y buscar en él lo que lo ha llevado a lo largo de los siglos a ponerse de hinojos ante infinidad de ídolos-aunque luego se haya demostrado que no tienen sino pies de barro-. La tecnología no tiene, pues, cómo generar una idolatría. Puede ser utilizada como instrumento para difundir una mentalidad tecnologista de corte idolátrico, pero no porque ella en sí misma sea de suyo camino para la idolatría. La tecno-idolatría que se está difundiendo hoy en día tiene su origen en el ser humano y en su obrar, y en las creencias y valores que se hacen preponderantes en su cultura. Viene al caso un pasaje de la Carta a Diogneto que se puede aplicar analógicamente a la tecnología. Se dice allí que el problema no es la ciencia sino la desobediencia. «No es la ciencia la que mata, sino la desobediencia mata. En efecto, no sin misterio está escrito que Dios plantó en el principio el árbol de la vida en medio del paraíso, dándonos a entender la vida por medio de la ciencia; más, por no haber usado de ella de manera pura los primeros hombres, quedaron desnudos por seducción de la serpiente. Porque no hay vida sin ciencia, ni ciencia segura sin vida verdadera; de ahí que los dos árboles fueron plantados uno cerca del otro»(5). Es la desobediencia a la verdad la que lleva a la distorsión del sentido de la ciencia y de la tecnología. Esa desobediencia o prescindencia de sus contenidos no es fruto de la ciencia en sí -ni de la tecnología-, sino que es obra del ser humano. Jugando a ser Dios La tecno-idolatría, sin embargo, no agota el problema que estamos analizando. Detrás de este nuevo tipo de actitud idolátrica se esconde la tentación del «seréis como dioses»(6), se disfraza la pretensión del ser humano de convertirse él mismo en Dios(7). Al fin y al cabo es él quien ha "creado" este poderoso instrumento que es la tecnología. Si ha sido capaz de "crear" esto -piensan algunos-, ¿qué límite puede haber para su acción "creadora"? De esta manera, el enorme poder que la tecnología ha puesto en manos de los hombres lleva a que algunos crean gozar de atributos divinos. Tal es el poder que se obtiene, que el paralelo con la omnipotencia divina les resulta subjetivamente natural, ya que para ellos tanto poder no puede sino identificarse con la acción de Dios o lo que conciban como tal. La fascinación del propio poder lleva a que se rindan culto a sí mismos, se embriaguen y quieran jugar a ser Dios. La ciencia de Dios es reclamada por el ser humano, y con esa ciencia también la omnipotencia divina. Se asume entonces como proyecto "fabricar" una nueva tierra, a imitación de Dios, pero sin Dios, o quizás con un nuevo dios: el hombre. El "querer ser como Dios" es una tentación tan antigua como el ser humano, pero hoy reaparece en una particular modalidad, alentada por el poder que ofrece la tecnología. Son muchos los que han denunciado estos peligros. Algunos se han detenido especialmente en aquellos que tienen un mayor contacto con la tecnología. Joseph Weizenbaum, por ejemplo, hablaba de este riesgo en 1974 con relación a los programadores de software: «El programador de computadoras es un creador de universos para los cuales él es el único legislador»(8). Paul Virilio hace algunas anotaciones provocadoras a partir de la realidad virtual: «Es verdad que hay algo divino en esta nueva tecnología. La investigación en el ciberespacio es una búsqueda de Dios. De ser Dios. De estar aquí y allí. Soy cristiano, y aunque sé que estamos hablando de metafísica y no de religión, debo decir que el ciberespacio está actuando como Dios y trabaja con la idea de Dios que es, ve y oye todo»(9). Cada vez se difunde más esta idea de que se puede "actuar" como Dios, e incluso se les inculca a los niños. Dentro de los juegos de computadora, por ejemplo, sobre todo los elaborados a base de la llamada realidad virtual, existen algunos en los que se puede efectivamente tener el papel de Dios. Tuvo cierta difusión en el mercado el programa Populus II en el que se jugaba literalmente a ser un dios, en este caso un hijo de Zeus. En este juego el mundo se presenta como un escenario donde se puede manipular todo, desde el ambiente natural hasta la vida de las personas. Se siembra así subliminalmente la idea de que la tecnología lo puede todo, y de que el ser humano puede a través de ella acomodar el universo a sus requerimientos y a sus caprichos. Se podría igualmente mencionar en esta perspectiva otro tipo de "juego" con reminiscencias divinas: la guerra. Un caso ampliamente conocido puede servir de ilustración. El proyecto de desarrollo de la bomba atómica en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial recibió el nombre de Trinity, en alusión de visos sacrílegos a la Santísima Trinidad. Robert Oppenheimer, quien sugirió el nombre, nunca ocultó las evidentes implicancias divinas de su elección. Según su intencionalidad, ¿qué otro nombre podía escoger ante lo que en aquel entonces parecía el prometeico robo de un nuevo fuego a la divinidad? En el fondo este jugar a ser Dios manifiesta la rebelión del ser humano contra el Creador. Es algo de lo que expresa el mito de Prometeo, pero el Prometeo tecnológico de nuestros días ya no sólo quiere hurtar el fuego, sino que pretende sustituir a Dios mismo. No le basta el fuego, lo quiere todo. Y una vez sentado en el trono de la divinidad trata de llevar a cabo su plan de "crear" un nuevo orden que sustituya el "deficiente" y "peligroso" orden de la naturaleza. Ya no sólo se rechaza el concepto de creación, sino que tampoco agrada el de naturaleza que difundió la Ilustración. Lo que se quiere es una "nueva creación" donde el creador sea el hombre mismo. Aparece entonces, para quienes se ubican dentro de este tipo de planteamientos, la pretensión de querer impulsar una nueva etapa de la evolución con el firme convencimiento no sólo de que existe una evolución de tipo darwiniana, sino también de que el ser humano es capaz de dirigir dicha evolución que ahora, como hemos visto, sería una tecno-evolución. J. Doyne Farmer, uno de los más representativos promotores de las investigaciones sobre vida artificial, afirma: «En el plazo de cincuenta a cien años, es probable que surja una nueva clase de organismos. Estos organismos serán artificiales en el sentido de que serán originalmente diseñados por seres humanos. Sin embargo, se reproducirán y estarán "vivos" bajo una definición razonable de esta palabra». Y llama a esta pretensión «la búsqueda de una nueva creación». A partir de este ejemplo se comprende mejor por qué el progreso tecnológico se convierte en la verdad y el paradigma de todo, puesto que todo está por "crearse" para que el ser humano edifique un universo a la medida de su racionalidad; un universo no humano, más bien en el que lo humano sea trascendido y dejado atrás. Esta "nueva creación" es la utopía tecnológica. Como toda utopía, es racionalmente perfecta, con la perfección que ofrece la tecnología. En ella el "nuevo hombre" viviría "feliz", como dueño y señor de todo, e incluso como el "creador" de un nuevo tipo de vida. En la utopía tecnológica lo artificial tomará las riendas y se producirá finalmente una simbiosis -tecno-genética- entre el ser humano actual y la máquina. Con el enorme poder de la tecnología -y con lo que se podría alcanzar en el futuro de seguir la tendencia actual- crece la tentación de arrebatar a Dios -o a la naturaleza- tanto la iniciativa creadora como la dirección de la misma. Entonces se resolverían "todos" los problemas de la humanidad, también los de la adaptación del ser humano al medio tecnológico, ya que el hombre se habrá “convertido" en una supermáquina -biológica por cierto- se daría el reinado del hombre-máquina. La antigua fantasía de La Mettrie y los delirios de Kevin Kelly se harían realidad. Y si esta insania fuera posible habría que añadir, según la anécdota recogida por Naisbitt, que esta supermáquina sería el nuevo dios, con lo que adquirirían vigencia afirmaciones tan grotescas como la que propone Bruce Sterling: «En otros mil años seremos máquinas, o dioses»(10). Si se ha llegado a erigir a la tecnología en un ídolo, ¿a quién hay que mirar para preguntar por el sentido de las cosas? ¿Acaso a la tecnología misma? Sabemos que ella no tiene más respuestas que sus procedimientos para conseguir determinadas cosas útiles. Pero ello no parece preocupar a quienes creen que ése es el destino del ser humano: ser como dioses y construir la utopía tecnológica. Por lo menos así lo aparentan quienes sostienen una frase que se ha hecho popular en los ambientes tecno-utópicos: «Estamos jugando a ser Dios y parece que nos va bien. . . »(11). Incluso ya algunos se aventuran a opinar cómo debe ser la relación entre los nuevos dioses y su creatura. Kevin Kelly, por ejemplo, propone: «El otro asunto que los hombres-cosa deberían saber es que sus modelos tampoco serán perfectos. Ni tampoco estarán estas creaciones imperfectas bajo control divino. Para tener algún éxito en crear una naturaleza creativa, los creadores tienen que entregar el control a lo creado, así como Yahveh les entregó el control a ellos. Para ser un dios, al menos uno creativo, uno debe renunciar al control y acoger la incertidumbre. El control absoluto es absolutamente aburrido. Para dar a luz lo nuevo, lo inusitado, lo realmente novedoso -esto es, para estar genuinamente sorprendido- uno debe rendir la sede del poder a la turba de abajo. La gran ironía de los juegos de dios es que la única manerade ganar es soltando»(12). Al decir de Kelly, los nuevos "creadores" deben dejar que su creatura se libere de su control, deben dejarla seguir su camino fuera y separada de ellos. Propuestas excéntricas como la de Kelly deben llevar por lo menos a considerar con muy seria responsabilidad las consecuencias de estas acciones. ¿Tiene control real el ser humano sobre las fuerzas que está despertando? No vaya a sucederle como al "aprendiz de brujo", que no fue capaz de controlar lo que había echado a andar con la magia(13). Algo de esto parece asomarse en campos como la biología y particularmente la genética. Por ello hay una fundada preocupación de que en el fondo la humanidad esté empezando a desempeñar el papel de aprendiz ya no de brujo, sino de Dios. Y ése es un asunto muy grave. En ese contexto, cabe plantear la pregunta que se hacía J. Weizenbaum: «Ahora que nosotros y ya no Dios estamos jugando a los dados con el universo, ¿cómo evitamos convertirnos en excremento o en un juego de dados?»(14). Podría entonces empezar a difundirse la actitud que denunciaba el Arzobispo Charles Chaput: «Ya que vamos a ser dioses, bien podríamos empezar a actuar como tales»(15). A lo que añadía a manera de comentario: «Sugiero que ponderemos cuidadosamente estas palabras. y las consecuencias para todos nosotros si alguna vez se convierten en el credo de nuestra investigación genética y biológica»(16). Notas 1. Ver Éx 32,1ss. 2. Ver Sab 14,27. 3. Sab 15,8. 4. Sab 15,7. 5. Carta a Diogneto, XII, 2-7. 6. Gén 3,5. 7. No se trata ciertamente del proceso que sigue el camino de la fe. De lo que se trata es de una vía que el ser humano se plantea como reemplazo de ese otro camino que se origina en el Plan divino, excluyéndolo por oposición o prescindencia. 8. Joseph Weizenbaum, ob. cit. , p. 115. 9. Paul Virilio, Cyberwar, God and Television, ob. cit. 10. Bruce Sterling, Swarn, en Cristal Express, p. 15, citado por Mark Dery, ob. cit. , p. 292. 11. Se trata de las palabras con las que abría su presentación uno de los primeros grupos que pusieron una computer-communication network en 1978 en la ciudad de San Francisco. 12. Kevin Kelly, ob. cit. , p. 257. 13. La expresión "aprendiz de brujo" viene a partir de un poema escrito por Wolfgang Goethe basado en una antigua leyenda. Fue publicado en 1797 con el título Der Zauberlehrling . En 1897 el músico francés Paul Dukas compuso un hermoso scherzo titulado L'Apprenti Sorcier (El aprendiz de brujo) inspirado en este poema. Fue uno de los temas más populares de la película Fantasía de Walt Disney. Es una sugerente figura que se utiliza para expresar el hecho de despertar unas fuerzas que luego no se pueden controlar. 14. «Now that we and no longer God are playing dice with the universe, how do we keep from coming up craps?». Juego de palabras, ya que craps significa en inglés tanto excremento como juego de dados (Joseph Weizenbaum, ob. cit. , p. 257). 15. Mons. Charles J. Chaput, O. F. M. Cap. , Deus ex Machina: How to Think About Technology, en revista «Crisis», octubre 1998, I. 16. Lug. cit. Tecnología, Utopía y Cultura Un tema central El tema de la tecnología ha venido adquiriendo un lugar central en la reflexión de nuestros días. El cada vez mayor desarrollo en campos tan importantes como las comunicaciones, la medicina, la industria o la misma educación, ha llevado a un amplio debate sobre las ventajas y los posibles riesgos de una sociedad marcadamente tecnologizada. Es claro, por un lado, que la tecnología está trayendo enormes beneficios a la humanidad. Pero, por otro, no se puede negar que están surgiendo problemas nuevos ligados al desarrollo tecnológico. Han aparecido así los defensores de la tecnología -que algunos han llamado tecnófilos- quienes han tomado posición contra los detractores de este desarrollo -calificados como tecnófobos. (1) Lo cierto es que el desarrollo tecnológico es en muchos sentidos ambiguo. Tiene sus luces y sus sombras. Ello torna difícil hacerse una idea orgánica del asunto y hace bastante complicado un diagnóstico adecuado de la situación actual que muestra el crecimiento de sociedades cada vez más tecnologizadas. Conforme la tecnología ha ido adquiriendo mayor presencia e importancia en la vida de las personas el tema ha venido despertando mayor interés y preocupación. Los últimos lustros -sobre todo desde mediados de los años 60- han visto multiplicarse los ensayos y los artículos sobre el tema. Tal es el volumen de material que ha aparecido que casi se podría hablar de un alud de libros y artículos. Sea como fuere, la revolución tecnológica ha llegado. Y no parece ciertamente que exista la posibilidad de una vuelta atrás. Hoy en día, por lo demás, son muy pocos los que realmente creen en las fantasías iluministas de pensadores como Rousseau y su pretensión de un paraíso pre-tecnológico aquí en la tierra. Más bien la atención se dirige hacia un nuevo horizonte que alguno podría calificar como la utopía tecnológica, en un rescate del concepto que acuñó Tomás Moro, pero sobre todo retomando a Francis Bacon y su Nueva Atlántida. Lo cual tiene un cierto sabor a pensamiento ilustrado y a mito del progreso, sólo que ahora se trata de un progreso marcadamente tecnológico. Pero ni el paraíso pre-tecnológico de Rousseau, ni la utopía tecnológica parecen maneras adecuadas de aproximarse al desarrollo tecnológico actual y a su impacto sobre el ser humano. Los dos enfoques pecan de un excesivo tecnocentrismo y al hacerlo extravían el rumbo. Todo ello evidencia la importancia de realizar una reflexión que aborde seriamente el fenómeno tecnológico y sus consecuencias en la humanidad. Hay que procurar plantear las preguntas correctas para encontrar algunas respuestas que ayuden a que este desarrollo sea realmente para provecho del ser humano y no se desnaturalice y se vuelva contra el hombre mismo. Tal sería el marco para que dicho desarrollo se despliegue de acuerdo al orden de la naturaleza y del ser humano según el designio divino, y forme así realmente parte de un desarrollo integral de la persona. Notas 1. Obviamente los calificativos son sólo eso y parecen ubicarse en los polos no designando la amplia variedad de matices intermedios de quienes por ejemplo valoran los desarrollos tecnológicos, pero mantienen reservas críticas. Entrevista a Germán Doig Klinge por Fiorella Vargas D. Publicado en la revista Oiga, Perú, (4 de agosto de 2000) El desafío de la tecnología Más allá de Ícaro y Dédalo. Según narra un antiguo mito griego, Dédalo era un notable inventor, además de herrero, arquitecto y escultor. Por diversos problemas que había tenido, se refugió en la isla de Creta bajo la protección del rey Minos. Muy pronto fue llamado a ejercer sus reconocidas capacidades técnicas. Entre las muchas cosas que fabricó se encontraban un artefacto que permitió la concepción del Minotauro -un ser que tenía cuerpo de hombre y cabeza de toro-, el laberinto donde escondieron a este monstruo que comía carne humana, y el sistema mediante un hilo para no perderse en él. A pesar de sus servicios técnicos, Dédalo cayó en desgracia y fue encerrado, junto con su hijo Ícaro, en el laberinto. No pudiendo escapar de la isla ni por tierra ni por mar, porque el rey mantenía una estrecha vigilancia, decidió aventurarse por los cielos. Se le ocurrió entonces diseñar unas alas con plumas de ave adheridas con cera para escapar volando. Cuando finalmente fabricó las alas, instruyó a Ícaro sobre cómo volar y le advirtió de los peligros que afrontarían: “Ícaro, hijo mío, te ruego que te mantengas a una altura moderada. Puesto que si vuelas muy bajo la humedad de la brisa marina te impedirá volar, y si vuelas muy alto el calor del sol derretirá la cera y se desprenderán las plumas. Mantente junto a mí y estarás a salvo”. Las alas funcionaron muy bien, pudiendo remontar las alturas y alejarse del laberinto y de Creta. Pero cuando Ícaro se sintió seguro, empezó a separarse de su padre. Fascinado por la experiencia de volar, quiso elevarse en el cielo en dirección al sol, desoyendo los consejos paternos. Conforme se acercó, el calor de los rayos solares fue derritiendo la cera que mantenía juntas las plumas. Una a una se desprendieron hasta que no se pudo sostener más y cayó en picada al mar. Su vida terminó de esta manera ante el horror y la congoja de su padre. Dédalo logró rescatar el cadáver de su hijo y le dio sepultura. Después continuó vuelo llegando sano y salvo a su destino. Germán Doig Klinge, coordinador general del Movimiento de Vida Cristiana (MVC) y miembro del Pontificio Consejo para los Laicos, es autor de numerosas obras, entre ellas “Derechos humanos y enseñanza social de la Iglesia”, y el “Diccionario de Río, Medellín, Puebla, Santo Domingo”. Su nuevo libro “El desafío de la tecnología. Más allá de Ícaro y Dédalo”, que se presentó ayer jueves en el auditorio principal del Museo de la Nación y que a continuación explicamos en amplia entrevista, resume un análisis sobre los efectos que ocasionan los distintos usos que se da a la tecnología en este mundo globalizado. ¿Cree usted que la tecnología mediatice el pensamiento y el conocimiento del ser humano, al punto que le distorsione la realidad en que vive, como en el caso de Ícaro, el hijo de Dédalo? La tecnología no tendría por qué convertirse en una mediación que distorsione la realidad. Es conocida la frase de Marshall McLuhan: “el medio es el mensaje”. Efectivamente, mucha gente cree que eso es así. Es correcto que el medio influencia en el mensaje, a veces de manera importante, pero no debemos caer en una posición extrema y pensar que irremediablemente el medio condiciona el mensaje. El medio no es más importante que el mensaje. Creo que la influencia de la tecnología depende mucho, en primer lugar, del entorno cultural, es decir, del peso que se le da en una cultura concreta a esta determinada tecnología, a esta expresión tecnológica, como puede ser por ejemplo el caso de la televisión o Internet. Y lo segundo es que la persona misma es en última instancia quien decide. Muchos opinan que la tecnología se va metiendo en el ambiente y el hombre termina por no darse cuenta de qué es lo que sucede. ¿Quiere decir que tanto crecimiento tecnológico nos coge desprovistos? Efectivamente. En ese sentido Marshall McLuhan recoge un ejemplo muy interesante: uno no es totalmente consciente del influjo de la cultura porque vive en un contexto cultural y va absorbiendo sus elementos casi sin darse cuenta. Pero, como el búho de Minerva, “solamente levanta vuelo cuando caen las sombras”. De esta manera se expresa que en la oscuridad, cuando uno no se da cuenta, es cuando aparece esta influencia de la tecnología. En su libro hace mención a los avances tecnológicos como la televisión o Internet, en los que si bien es cierto aprendemos, también encontramos mucha distorsión, como las páginas electrónicas de sexo, que pueden afectar los códigos morales. Entonces, ¿cómo ve el avance de la tecnología en el entorno cultural que vivimos, en particular la globalización? En primer lugar, el proceso de globalización en buena medida es posible porque está apoyado en la tecnología, sobre todo en la tecnología de las telecomunicaciones. Ese proceso tiene aspectos muy buenos e interesantes, como también asuntos problemáticos que despiertan una seria preocupación. En ese contexto hay que tener mucho cuidado de no satanizar a la tecnología ni tampoco convertirla en la panacea que resuelve todos los problemas de la humanidad. La tecnología es, más bien, ambigua. ¿Qué significa esto? Que puede ser diseñada o aplicada para bien o para mal, de manera que existe la posibilidad de que el ser humano diseñe tecnología para bien o para mal, o que incluso utilice la “buena” tecnología para mal. Hay muchos casos en la historia de tecnologías que fueron hechas para un propósito y luego terminaron siendo usadas para otro. El tema de la ambigüedad está presente en el diseño y el uso de la tecnología, pero quizá es más notorio en el diseño. Ahora bien, en el caso de Internet se puede apreciar lo mismo: muchos están preocupados en cuanto a la niñez y la adolescencia, por ejemplo, por la cantidad de cosas que se pueden sacar de ahí. Un caso es el de las perversiones de tipo sexual, pero también podríamos hablar de técnicas fáciles, seguras y rápidas para el suicidio, de cómo fabricar una bomba casera, o de los delitos informáticos. Todo ello, además, en páginas web de fácil acceso. Ciertamente se abre una ventana que antes no existía, y alguien puede caer en la tentación de utilizar ello. En el caso de Internet pienso que se da claramente el tema de la ambigüedad. Tiene aspectos ciertamente muy útiles, pero también abre posibilidades que pueden hacer daño, como lo que mencionábamos. ¿De qué manera la ambición de los que manejan el poder lleva a la distorsión y al mal uso de la tecnología? La tecnología en el fondo conduce al tema del uso del poder porque, evidentemente, pone en manos de los seres humanos instrumentos que dan una gran capacidad para realizar muchas cosas. Lo que hace la tecnología es ofrecer una posibilidad de conseguir lo que se llama “bienes útiles”, es decir instrumentos para otros objetivos. Entonces, si se tiene muchos de esos instrumentos, se tiene mucho poder, y hoy en día se obtiene información, de manera que efectivamente se tiene acceso a un enorme caudal de poder. El punto está en cómo es que se usa ese poder. Por eso es que muchos opinan que el tema central de la tecnología es ése: el del uso del poder. Usted señala que la tecnología está hecha por el hombre y, por consiguiente, debería estar a su servicio. Entonces, ¿por qué cree que a veces se da lo contrario? La tecnología es un instrumento que el hombre desarrolla, necesita y usa prácticamente en todo lo que realiza, incluso en el ámbito del conocimiento, no solamente para aspectos de tipo práctico. En consecuencia, debería estar siempre a su servicio. ¿Por qué el hombre termina no dándole el lugar que le corresponde? Quizás la principal razón esté en que relativizan algunos aspectos de fondo, como la dimensión ética. ¿Y qué significa la dimensión ética? Que el hombre no solamente debe desarrollar la tecnología porque puede desarrollarla, sino que debe preguntarse si es que ese desarrollo está de acuerdo a su naturaleza y, en consecuencia, de acuerdo a un bien, no solamente algo útil en el sentido estricto, sino que signifique un verdadero progreso humano integral. El caso del Proyecto Genoma Humano es sumamente elocuente en ese sentido. Sería obtuso negar los beneficios que se abren para el ser humano; pensemos sólo en algunas enfermedades que aparentemente podrán ser curadas o prevenidas. Pero sería ingenuo no considerar los graves riesgos y problemas que al mismo tiempo aparecen. Algunos temen que reaparezca el problema de la eugenesia. En ese sentido, definitivamente existe diferencia entre lo que es desarrollo tecnológico y desarrollo del ser humano. Yo creo que sí, porque el ser humano es más que el aspecto técnico, el cual, en términos integrales de la persona no es lo más importante de la persona. Si caracterizamos las dimensiones de la actividad humana, podría hablarse de tres tipos: en primer lugar está el conocimiento de la verdad; luego la praxis, aquello que perfecciona al ser humano en cuanto ser humano y donde entran la libertad, el amor, las virtudes, la solidaridad; y en tercer lugar la tecnología, que se conoce como la dimensión de la póiesis en términos filosóficos, y se refiere a la perfección del objeto externo, es decir, ya no se fija tanto en su propia perfección sino que se preocupa por la perfección de un objeto externo a él -como por ejemplo un artefacto-. Si el hombre se subordina a este tercer aspecto, que no es el más importante, deja de lado la pregunta por la verdad y el bien de la persona y termina cayendo en una lógica que, aplicada a la tecnología, está bien, pero que no puede ser absolutizada. Por ejemplo, una licuadora tiene un proceso eficaz para conseguir un bien útil: licuar; y no interesa en este proceso la pregunta por la verdad y el bien, sino que funcione; el día que no funcione bien, se bota y se consigue una nueva. Pero esta misma lógica no puede ser aplicada a todas las realidades de la vida del hombre. ¿Qué medidas tomar para que el ser humano deje de ser el medio y el fin y solamente se busque el bien? Ése es un problema de educación y de conciencia. Pienso que debemos crear una cultura que ponga a la persona en primer lugar. Por ejemplo, en el ámbito económico, no basta con que se aplique una política para desarrollar la producción, sino que es necesario asimismo tener en cuenta que el centro de esa política tiene que ser la persona. Por otro lado, considero que es necesario que los legisladores miren con mucha atención las posibles amenazas a la dignidad humana que están apareciendo y pueden aparecer. El tema del genoma humano, entre otros, todavía está pendiente de una adecuada atención en el campo legislativo. Creo que los legisladores tendrían que preparar una legislación para el desarrollo tecnológico en estos campos, porque más tarde se va a querer experimentar, por ejemplo, con la clonación humana. La tecnología trae beneficios, pero también consecuencias dañinas para la humanidad. Por ejemplo, en el caso del genoma, la clonación, como la de la oveja “Dolly”, trajo como resultado un envejecimiento acelerado. Quién sabe lo que sucederá más adelante, cuando empiecen a clonar personas -si se da el caso-. ¿Cómo podemos contrarrestar nosotros este fenómeno? Nuevamente es un tema que parte de una educación que tiene que ser desarrollada a todo nivel. No se trata de decir simplemente que la tecnología es mala, porque no depende de ella sino de las personas. En ese sentido, soy partidario de que se incorpore el tema de la tecnología en el currículum escolar, porque es importante hacer ingresar a los niños y a los jóvenes en este campo del desarrollo tecnológico y de la comprensión de lo que es la tecnología, para a partir de allí irles enseñando una relación correcta con ella. Sobre todo en el diseño y uso de la tecnología se les debe ayudar a que tengan claramente una conciencia ética y a que no crean que ella les soluciona todos los problemas, ni que tampoco es un monstruo. Hay que tener cuidado, además, porque el poder que da la tecnología puede hacerlos pensar que son omnipotentes; algunos por eso creen que la tecnología es como el aprendiz de brujo que echa a andar unas fuerzas que luego no tiene cómo controlar. Y en ese sentido nace lo que usted denomina la tecno-idolatría. Efectivamente, pienso que hay mucha gente que pareciera convertir a la tecnología en una especie de dios. Bien sabemos que no es así. Mucha gente confiaba a partir del desarrollo de la ciencia moderna, de la época de la Ilustración y sobre todo con el gran avance que comenzó a verse en el siglo XIX, que el desarrollo de instrumentos racionales, por el hecho de ser desarrollados por la razón, iba a conducir a consecuencias racionales beneficiosas para el ser humano. Pero qué sucedió: que en realidad la mayor racionalidad tecnológica nos puede conducir no a la racionalidad en favor del ser humano, sino a la irracionalidad, como por ejemplo las “fábricas de muerte” que fueron los campos de concentración, o las bombas atómicas que explotaron sobre Hiroshima y Nagasaki, muestras de la máxima irracionalidad en su expresión y en las consecuencias trágicas contra el ser humano. De manera que mucha gente frente a ello opina que el ser humano no puede ser indiferente, porque la racionalidad de la tecnología no lleva necesariamente a objetivos racionales. En el fondo de lo que se trata es de darle a la tecnología su lugar correcto en la vida del ser humano, afirmando claramente su dimensión ética.