GATICO QUE CANTA COMO UN RUISEÑOR O UNA CALANDRIA Gonzalo Fernández de Oviedo Yo he tenido por costumbre en estas mis historias, de dar los testigos en aquellas cosas que no he visto y de que otros me han informado; y al propósito de lo que apunté del grifo, ha venido a mi noticia otra cosa que no me es menos maravillosa que los grifos. La cual cuentan que, en la tierra austral del Perú, se ha visto un gatico monino, de estos de las colas largas, el cual, desde la mitad del cuerpo, con los brazos y cabeza, era todo aquello cubierto de pluma de color parda, y otras mixturas de color; e la mitad de este gato para atrás, todo él, y las piernas e cola, era cubierto de pelo rasito y llano de color bermejo, como leonado claro. Este gato era muy mansito y doméstico, y poco mayor que un palmo. El cual tenía una india cacica, mujer principal, hermana del inca Amaro, hermano del gran príncipe Atahualpa, y con esta su hermana, después que ella vino a poder de los cristianos, se casó un mancebo español, diestro en ambas sillas (de la jineta e de la guisa), hijo de Baptista Armero, y muy conocido en la corte del emperador nuestro señor. Dije todas estas señas, porque es hombre conocido este mancebo, el cual rogó a su mujer que le diese este gato, para traerle el capitán Per Ansúrez a la emperatriz nuestra señora, de gloriosa memoria, e así se le dio. Y este capitán que he dicho, le traía, y por descuido de ciertos criados suyos que un día estaban burlando, y no lo queriendo hacer, uno de ellos pisó el gato y lo mató. Cuento este desastre, a infelicidad de los ojos humanos que no alcanzaron a ver tal animal, para dar gracias a Dios que le crió tan diferente de cuantos por el mundo hay. Y en esta ciudad de Santo Domingo han venido hombres dignos de crédito que dicen que vieron y tuvieron en las manos este gato, y que era tal cual tengo dicho, y que tenía dientes; y lo que es no de menos maravillar que lo que está dicho, es que el gatico, puesto en el hombro del capitán que he dicho, o donde le tenían atado, cuando él quería, cantaba como un ruiseñor o una calandria, comenzando pasito a gorjear, y poco a poco, alzando las voces, mucho más que lo suelen hacer las aves que he dicho, y con tantas o más diferencias en su canto, que era oírle una muy dulce melodía e cosa de mucho placer e suavidad escucharle; y esto le duraba mucho espacio de tiempo, y a veces, como lo suelen hacer los que cantan. Un caballero llamado Diego de Mercado, natural de la villa de Madrigal, y otro hidalgo que se dice Tomás de Ortega, que venían en compañía del dicho capitán (los cuales, después que aquí llegaron ricos, se casaron en esta ciudad, y son nuestros vecinos e personas que en eso y más pueden y deben ser creídos), cuentan, lo que es dicho, de vista, porque muchas veces vieron este gato y le oyeron cantar. Algunos quieren decir que este animal debía nacer de adulterio o ayuntamiento de alguna ave con algún gato o gata, como pudiese engendrarse esta otra especie que participase de ambos géneros. Y yo soy de contrario parecer; y tengo opinión (consideradas algunas cosas que se deben pensar de la desconveniencia del sexo e instrumentos generativos que hay de las aves a tales gatos), que tal animal no nació de tal adulterio, sino que es especie sobre sí e natural, como lo son por sí los grifos; pues que el maestro de la Natura ha hecho otras mayores obras e maravillas, el cual sea loado e alabado para siempre jamás. Me ha pesado mucho en no haber llegado vivo aquel gatico a esta ciudad, ni muerto tampoco. Que en verdad, si yo le viera muerto donde pudiera hacerlo, yo diera mi capa por un poco de sal para salarle e conservarle así, para que otros muchos le vieran, para loar a Dios de sus maravillas; y así creo que en España se tuviera en mucho tal vista, e do quiera que hubiera hombres de buen entendimiento. En esta nuestra ciudad, hay al presente cuatro hombres que le vieron vivo a este gato; y yo quisiera más verle, que cuantas esmeraldas he visto muy ricas que han venido de aquellas partes; e antes veré otras tantas, que se vea otro animal semejante, excepto si, como he dicho que es mi opinión, adelante se hallan, con el tiempo, otros de su ralea. Lo cual no dudo, porque los secretos de este gran mundo de nuestras Indias siempre enseñarán cosas nuevas a los presentes y a los que después de nos han de venir a esta contemplación y hermosa lectura de las obras de Dios, a quien ninguna cosa es imposible de todo cuanto le place hacer y mostrarnos. Y por tanto, el católico lector acuérdese de lo que dice Hilario: "Más puede Dios hacer que el entendimiento del hombre entender". (Oviedo, I, 223–224)