1. El ensayo realizado por Richard Hoggart centra su análisis en la influencia de los productos de la industria cultural en la sociedad obrera del norte de Inglaterra durante los años ‘30-’50, años en los cuales el escritor recopiló vivencias propias y ajenas para estudiar las aspiraciones de una clase social en vías de aparente extinción según sus apreciaciones y cómo los años comprendidos dentro del período antes mencionados (incluyendo el período de posguerra) se encaminaban al surgimiento de nuevas divisiones de clases originadas por el crecimiento y la ambición corporativa en su afán de crear una cultura de masas a través de productos como televisión, radio, revistas, diarios y música. Todos estos aspectos del posmodernismo, generaban en Hoggart preocupación por la desaparición del entramado cultural de la clase trabajadora y cómo ésta se vería afectada por la expansión del “esnobismo”. 2. Se habla de una “nación igualitaria en apariencia” basándose en la (ficticia quizá) sensación de igualdad que genera el acceso a la salud pública y educación subsidiada en una sociedad donde la clase trabajadora no tiene realmente ni el mismo acceso a la cultura (principalmente a la educación superior), ni las mismas aspiraciones y, según analiza Hoggart, maneja hasta un dialecto que difiere de clases sociales “superiores”. 3. El empobrecimiento cultural al que hace mención el autor, se encuentra directamente ligado a los medios empleados por el capitalismo para masificar tanto la información como el pensamiento y conducta de la sociedad. Esta “cultura de masas” de la que se habla, acaba con la diversidad apropiándose de la misma y convirtiéndola en un componente frívolo que no es verdaderamente diversificar sino unificar. Según explica el autor, “sólo el conocimiento de uno mismo otorga la capacidad de resistirse a la oferta de las personas que pretenden saber qué es lo mejor para uno.”, es decir, depende del conocimiento que tenga cada individuo sobre sí mismo y su lugar en la sociedad el poder mantener su propia individualidad y tomar decisiones en consecuencia a fin de poder “escapar” del consumismo desmedido de productos (entre otras cosas) diseñados para entretener, distraer y alienar. La hegemonía es eso (según Gramsci), la imposición de un proyecto ideológico que incorpora intereses de sectores sociales amplios con el fin de instaurar un dominio político e ideológico. Se trata de un monopolio intelectual donde el sector más “influyente” de la sociedad toma el mando de aspectos culturales, morales y pedagógicos manipulando la información brindada al resto de la sociedad. Es con la “necesidad” que nace de ejercer la propia hegemonía que aparecen los intelectuales orgánicos. La clase trabajadora se convierte en foco del ataque, en principio, por la avasallante influencia que impone la cultura de masas. Una cultura idiotizante que sistemáticamente les roba la identidad (según el novelista y biógrafo D. J. Taylor). En este sentido, según expone Hoggart, es el acceso a la educación la base para todo individuo de poder aprender a incorporar su propia identidad (visto desde el punto de vista de clase); lo que le permite acceso a la individualidad que los aleja de alguna forma de la necesidad de parecerse al resto; característica común en la clase trabajadora debido a su incesante búsqueda de comodidad y disfrute inmediato. La dominación cultural es menos visible que la dominación económica, y para los sectores dominantes de la sociedad atraer a la clase obrera a una cultura masiva sin clase ni rostro diluyendo el enfrentamiento de clases es más fácil. 4. Hoggart describe a la clase obrera como una clase en esencia conformista (dependiendo la apreciación). Una clase que no tiene mayores aspiraciones que la seguridad de un sueldo / trabajo estables proporcionados por el jefe de la familia, donde las amas de casa se sienten, de alguna forma, cómodas con su realidad y donde la educación de los hijos se convierte en una realidad más cercana que aspirar a la adquisición de una casa propia. “Nosotros”. La clase trabajadora, aquellos que carecen del prestigio, tradición y capital material con el que cuentan “ellos”. “Ellos”. Los cultos, los que por prestigio (respeto o posición de estatus) y tradición pertenecen al ámbito nacional, público, doméstico y local y voces que serán escuchadas. “Ellos” quienes también pueden comprar su prestigio con capital material y no necesitan definir su estatus porque todos estos factores los definen. El prestigio se encuentra en ambos casos teniendo en cuenta que se trata principalmente del respeto con el que una persona es considerada por otros. De esta forma, en la clase trabajadora podría verse (de acuerdo con lo explicado por Hoggart) en el caso de aquella imagen de jefe de familia y proveedor. En el caso de “ellos”, el prestigio es más variable y menos limitado si tenemos en cuenta factores como el capital material del cual la clase trabajadora carece. En el caso de la tradición, toda clase social cuenta con una tradición la cual se encuentra muy arraigada a lo que hablamos como clase obrera, siendo que hablamos de una clase que fue erigida sobre tradiciones aún en su uso del lenguaje. En el caso de “ellos” estas tradiciones están ligadas directamente a su estatus social dado que hablamos de factores no solo culturales sino conductuales, interaccionales y lingüísticos. 5. Quienes emiten la voz sin clase, según el autor, son aquellos que producen productos culturales populares como revistas, diarios sensacionalistas, radio, televisión y toda nueva forma de “esnobismo” que apuntara a unificar convenientemente las clases sociales y así expandir su alcance llegando a la porción más amplia de la sociedad: la obrera. En otras palabras, productores de “entretenimiento” que lucran vendiendo a la clase obrera una falsa sensación de pertenencia a un mundo que no pueden costear con artículos y una cultura decadente que sólo busca acallarlos y convertirlos en seres consumistas sin capacidad de decisión a costa de su libertad intelectual y desarrollo cultural. Todas estas cuestiones tienen una influencia directa en la cultura y el vocabulario de momento que se empieza a instaurar la jerga televisiva, letras de canciones y “(…) frases huevas que leen en las tapas de las revistas.” Esto, según relata el autor, tuvo un claro ejemplo con programas de la BBC con contenidos (y públicos) claramente diferenciados cuando hicieron un canal cultural con contenido artístico y de carácter investigativo (ej.: documentales) y otro, orientado quizá a un público más joven, donde podían verse programas dedicados al periodismo social y “comedias burdas”. Lo cual habla de una diferencia clara en la calidad del contenido y un mensaje discriminatorio encubierto fuertemente cuestionado por el autor.