El que quiera… Soy yo Kenneth Copeland Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.» (Marcos 8:34-35) Jesús expresó esas palabras una y otra vez en el Nuevo Testamento: «Porque todo el que quiera…». Él nos enseña que cuando se trata de tomar decisiones difíciles, depende de nosotros marcar la diferencia. No importa cuánto luche nuestra mente contra nosotros, ni cuánto nuestro cuerpo quiera rebelarse; si mantenemos nuestra voluntad firme, podremos tomar las decisiones correctas, y obedecer al SEÑOR. Nuestra voluntad determina todo lo que realizamos, incluso nuestro éxito o nuestros fracasos. De nuestra voluntad, depende si le abrimos o le cerramos la puerta al poder y a la gracia de Dios en nuestra vida. Nuestra voluntad determina todo lo que hemos sido, y todo lo que seremos en el futuro. Es decir, seremos lo que deseamos ser. Como creyentes nacidos de nuevo, si rendimos nuestra voluntad a una vida de amor; podremos lograrlo. Por esa razón, Dios hizo del amor un mandamiento, no una recomendación. En una ocasión, le pregunté al SEÑOR: «¿Cuál es Tu definición de un mandamiento?» Y Él me respondió: Un mandamiento es una orden que doy, en la cual no hay vuelta atrás ni otra opción. Por esa razón, necesitamos recibir un mandamiento que afecte nuestra voluntad lo suficiente, a fin de vencer nuestras emociones. Entonces, una vez que recibamos a plenitud ese mandamiento de amor y nos dispongamos a cumplirlo, ni el mismo infierno podrá detenernos. Siempre que pienso en el poder de la voluntad humana, me recuerdo de cuando era niño y mi padre me prometía llevarme a pescar. Pasaba toda la noche preparando mi caja con todos los accesorios de pesca, e incluso, antes de que él se levantara a la mañana siguiente; yo me levantaba, me vestía y me recostaba sobre la cama para estar listo cuando él me llamara. Cuando me llamaba, yo saltaba de la cama aunque fueran las cuatro de la mañana; tomaba mi equipo de pesca, y nos íbamos. Por otro lado, si mi padre me decía: “Mañana te levantaré muy temprano para trabajar en el patio”, la historia era diferente. Él debía llamarme, por lo menos tres veces para levantarme. Aun así, me sentía tan cansado que apenas podía moverme. Mi mente se confundía y mi cuerpo se sentía cansado. ¿Por qué? Porque yo tenía la disposición de ir a pescar, pero no tenía la disposición para trabajar en el patio. Recuerde lo siguiente, su mente y su cuerpo responderán a su voluntad. Realizarán cualquier cosa que ésta les indique. Por tanto, dispóngase a vivir conforme al amor de Dios, pues ése es el mandamiento de Dios para su vida. Atrévase a decirle a Jesús: ¡El que quiera… Soy yo!”.