La recurrente manía del igualitarismo

Anuncio
La recurrente manía del igualitarismo Por Alberto Benegas Lynch (h) Para LA NACIONLunes 06
de enero de 2014 Publicado en edición impresa
Diferencias
Más allá de las buenas intenciones, en las sociedades abiertas redistribuir ingresos es
contraproducente, incluso para los más necesitados, dice el autor. Lo importante es maximizar
los incentivos
Con la mejor de las intenciones, seguramente, se machaca sobre la necesidad de contar con
sociedades más igualitarias desde el punto de vista de ingresos y patrimonios. Pero esta visión,
tan generalizada, es en verdad del todo contraproducente, y de modo especial para los más
débiles y necesitados.
La manía del igualitarismo lleva a los aparatos estatales a ocuparse de "redistribuir ingresos".
Robert Nozick ha escrito que le resulta difícil comprender cómo es que la gente vota
diariamente en el supermercado sobre la base de sus preferencias sobre los bienes y servicios
que más le agradan y, luego, los políticos se empeñan en redistribuir aquellas votaciones, lo
cual significa contradecir las previas decisiones de los consumidores. Esto, a su vez, se traduce
en un desperdicio de los siempre escasos factores productivos y, por consiguiente, en una
reducción de salarios e ingresos en términos reales.
En una sociedad abierta es absolutamente irrelevante el delta o el diferencial entre los
patrimonios de los diversos actores económicos, puesto que, como queda dicho, las
diferencias corresponden a las preferencias de la gente puestas de manifiesto en el plebiscito
diario con sus compras y abstenciones de comprar. Lo importante es maximizar los incentivos
para que todos mejoren, y la forma de hacerlo es, precisamente, respetando los derechos de
propiedad de cada cual.
Como los bienes y servicios no crecen en los árboles y son escasos, en el proceso de mercado
(que es lo mismo que decir en el contexto de los arreglos contractuales entre millones de
personas) la propiedad se va asignando y reasignando según sea la calidad de lo que se ofrece:
los comerciantes que aciertan en los gustos del prójimo obtienen ganancias y los que yerran
incurren en quebrantos. Es obvio que esto no ocurre si los operadores están blindados con
privilegios de diversa naturaleza, ya que, de ese modo, se convierten en explotadores de los
demás y succionan el fruto de sus trabajos. Estamos hablando de mercados abiertos y
competitivos, lo que desafortunadamente es muy poco usual en nuestros días.
La riqueza no es un proceso estático de suma cero, en el sentido que lo que uno gana lo pierde
otro. Es un proceso dinámico de creación de valor, puesto que en las transacciones libres
ambas partes ganan, lo que explica el motivo de la transacción. La denominada justicia social
sólo puede tener dos significados: o se trata de una grosera redundancia, puesto que la justicia
no es vegetal, mineral o animal, o significa quitarles a unos lo que les pertenece para
entregarlo a quienes no les pertenece, lo cual contradice abiertamente la definición clásica de
"dar a cada uno lo suyo". Es lo que el decimonónico Frédéric Bastiat, ajustadamente, llama
"robo legal".
Para combatir la pobreza se requieren marcos institucionales civilizados que aseguren respeto
recíproco en las vidas, libertades y propiedades. Ésa es la diferencia entre Angola y Canadá. Si
un pintor de brocha gorda se muda de Bolivia a Alemania, multiplicará varias veces su salario.
No es que el alemán sea más generoso que el boliviano, sino que Alemania tiene tasas de
capitalización más elevadas, es decir, mayores y mejores equipos, herramientas y
conocimientos pertinentes que hacen de apoyo al trabajo para elevar su rendimiento. Y
tampoco es que el alemán sea más trabajador y realice esfuerzos mayores que sus congéneres.
Al contrario, los esfuerzos son mucho menores y en jornadas más reducidas respecto de
colegas de un país pobre, que llevan a cabo faenas agotadoras en jornadas más largas.
Si no somos racistas y si nos damos cuenta de que nada tiene que ver el clima ni los recursos
naturales (África es el continente más rico en ellos y Japón es una isla cuyo territorio es
habitable sólo en el 20%), debemos percatarnos de la trascendencia de las antedichas tasas de
inversión, si es que en verdad nos preocupan las personas que con más peso sufren la pobreza.
Sobre la base de la antedicha "redistribución de ingresos" se agudiza el desmoronamiento del
esqueleto jurídico, puesto que la igualdad ante la ley se convierte en la igualdad mediante la
ley, con lo que el eje central de la sociedad abierta queda gravemente dañado. Thomas Sowell
sugiere que los economistas dejemos de hablar de distribuir y redistribuir ingresos, "puesto
que los ingresos no se distribuyen, se ganan", para lo cual es menester abolir todos los
privilegios de los seudoempresarios que se apoderan de recursos, cosa que nada tiene que ver
con la adecuada atención a las necesidades del prójimo.
Anthony de Jasay apunta que la metáfora, tomada del deporte, que dice que todos deberían
partir de la misma línea de largada en la carrera por la vida, sin ventajas de herencia, es
autodestructiva. Esto es así porque el que se esforzó por llegar primero y ganar la carrera
percibirá que en la próxima largada habrá que nivelar nuevamente, con lo que el esfuerzo
realizado resultó inútil.
Del mismo modo, John Rawls, Ronald Dworkin y Lester Thurow, al insistir en principios de
compensación a los menos dotados en cuanto a los talentos naturales, están, en definitiva,
perjudicando a los que menos tienen. En primer lugar, los talentos adquiridos son
consecuencia de los naturales en la formación de la personalidad, con lo que no resulta posible
escindirlos. En segundo término, nadie sabe -ni siquiera el propio titular- cuál es su stock de
talentos mientras no se presente la oportunidad de revelarlos, y esas oportunidades serán
menores en la medida en que los gobiernos "compensen", con lo que inexorablemente
distorsionan los precios relativos. Por último, cada uno tendrá habilidades diferentes para usar
la compensación otorgada por los aparatos estatales; en consecuencia, habría que compensar
la compensación y así sucesivamente.
Todos los seres humanos somos únicos e irrepetibles desde el punto de vista anatómico,
bioquímico y, sobre todo, psicológico. El igualitarismo tiende a que se desmorone la división
del trabajo y, por ende, la cooperación social. Son indispensables las diferentes tareas. Por otra
parte, el tedio sería insoportable en una sociedad igualitaria; la misma conversación con otro
sería similar a hablar con el espejo. También es importante destacar que la guillotina
horizontal exige un gobierno totalitario, ya que no bien alguien se sale de la marca impuesta
hay que recurrir a la fuerza para igualar.
En estos contextos, es de interés subrayar la inconveniencia de la cantinela del impuesto
progresivo. Como es sabido, hay básicamente dos tipos de impuestos: el proporcional, en el
que, como su nombre lo indica, la alícuota es proporcional al objeto imponible, y el progresivo,
en el que la tasa crece cuando aumenta el objeto imponible. El último gravamen constituye un
privilegio para los más ricos, ya que su instalación en el vértice de la pirámide patrimonial
antes del establecimiento de la progresividad les otorga una gran ventaja respecto a los que
dificultosamente vienen ascendiendo en la pirámide, lo cual bloquea la movilidad social.
Además, el tributo progresivo altera las posiciones patrimoniales relativas, a diferencia del
impuesto proporcional, que las mantiene intactas; es decir, no desfigura los resultados de las
mencionadas votaciones de la gente. Además, la progresividad se transforma en regresividad,
ya que los contribuyentes de jure con mayores posibilidades de inversión al dejar de invertir
afectan los salarios de los de menor poder adquisitivo. Tengamos en cuenta que el 20% de los
puntos del célebre decálogo de Marx y Engels se refieren a la conveniencia de la progresividad
y que, entre nosotros, Alberdi y, en Estados Unidos, los Padres Fundadores, se oponían
férreamente al impuesto progresivo por los motivos antes apuntados.
En estos contextos, se recurre a la expresión desafortunada de "darwinismo social", mediante
la que se lleva a cabo una ilegítima extrapolación del campo biológico al campo de las
relaciones sociales. En este último terreno, los más fuertes económicamente, como una
consecuencia no buscada, trasmiten su fortaleza a los relativamente más débiles, vía las
referidas tasas de capitalización y, en este caso, no se seleccionan especies sino normas.
Darwin tomó la idea del evolucionismo de Mandeville, pero con un sentido sustancialmente
distinto.
Descargar