6TO_SEC_Lect 1 B La base de la economia son las personas

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La base de la economía son las personas,
no el dinero
Arcadi Oliveres Boadella
Cuando en un lejano 1963 pisé por primera vez la Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona, recibí la única
definición que me quedó grabada a lo largo de la carrera: «La economía es
aquella ciencia que estudia el aprovechamiento de los recursos escasos que
nos suministra la naturaleza, para transformarlos y obtener con ellos bienes
y servicios que sean útiles para cubrir las necesidades humanas (según
algunos, ilimitadas)».
Nunca hemos estado tan cerca y a la vez tan lejos de conseguir este
objetivo. En efecto, por primera vez en la historia de la humanidad la
producción de alimentos supera a las necesidades de la población mundial,
podría haber un acceso universal al agua potable, a los medicamentos, a la
vivienda y a la educación. Disponemos de amplísimos medios de
información, de sistemas de alerta temprana en caso de catástrofes
naturales, de rapidez en el transporte y de progreso técnico de la más
diversa índole.
Sin embargo, jamás como ahora tanta gente ha muerto diariamente de
hambre, las diferencias entre ricos y pobres, tanto a nivel mundial como
dentro de los estados ha sido tan grande, y tampoco el destrozo de la
naturaleza y el agotamiento de los recursos había llegado a las actuales
dimensiones.
¿Por qué hemos llegado hasta aquí?
La respuesta la podemos hallar en algunas razones, todas ellas
relacionadas con el afán de lucro, con el dominio de las finanzas, con la
exuberante voluntad de acaparamiento y que podrían resumirse en una
notable falta de ética en la vida económica. Algunos mecanismos perversos
dominan las relaciones de producción, de distribución y de consumo y
parece que tanto las escuelas de pensamiento económico vigentes como los
medios de comunicación avalan sin ningún escrúpulo estos tipos de
comportamiento.
Cambiar el actual funcionamiento de la economía debería implicar,
sin ninguna duda, la desaparición del capitalismo neoliberal y el surgimiento
de un sistema socio-económico que cumpliera con los requisitos de la
definición inicial. Ciertamente no tenemos en reserva este nuevo sistema
pero si algunos de sus elementos. El primero de los mismos debería ser
capaz de eliminar el hambre, la más vergonzante de las lacras sociales.
Alcanzar la soberanía alimentaria es posible mediante un buen reparto de
tierras, la opción de producciones para el consumo y no para la exportación,
el aprovechamiento no abusivo de la pesca, la eliminación de los
transgénicos y la priorización de algunas imprescindibles inversiones
(formación profesional agraria, regadíos, maquinaria, granjas etc.).
En este nuevo enfoque de la economía, el control de las compañías
transnacionales resulta igualmente necesario, tanto por lo que se refiere a
sus formas de contratación y de subcontratación como a sus
comportamientos comerciales, tecnológicos, fiscales y ambientales.
El ámbito financiero requiere una transformación radical en la que
desaparezcan las actuaciones y los mercados especulativos, que se dote de
una fuerte banca pública, que exima de privilegios a los bancos, y que sea
capaz de promover, amén de monedas locales, una banca ética en la que no
existan intereses usurarios, en la que las inversiones sean dirigidas a la
utilidad de los ciudadanos y en la que el dinero se entienda como
intermediario – no lucrativo – que meramente catalice las operaciones
económicas. Por descontado, también una estructura de funcionamiento
en la que las pensiones sean siempre y exclusivamente públicas, y en la que
los agentes de las finanzas respondan ante la ley como cualquier ciudadano.
Tampoco se puede olvidar en este apartado la necesidad de un sistema
tributario progresivo, la desaparición de los paraísos fiscales y la aplicación
de un sistema de renta básico universal.
En las relaciones económicas internacionales deberían fijarse
igualmente determinados objetivos de equidad tales como el
establecimiento de modalidades de comercio justo, las transferencias de
tecnología sin costo alguno, junto a la estricta limitación de los derechos de
patente, la rápida abolición de la deuda externa de los países del Sur, el
incremento más que notable de la cooperación al desarrollo y la radical
desaparición de los gastos militares. Y en este capítulo debería convenirse
igualmente la retirada de cualquier impedimento a las migraciones: el
Planeta es de todos y nada ni nadie debería tener capacidad para establecer
fronteras ni controles a los flujos de población: se trata de un principio ético
fundamental.
Desde la óptica social, los elevados niveles de desocupación que se
vienen dando en un gran número de países, exigen replantearse con rapidez
la reducción de la jornada laboral (con disminución de horas, con aumento
de días de vacaciones o con anticipación de la jubilación) y la potenciación
de trabajos a media jornada o a media dedicación. No se puede pretender
mantener jornadas de ocho horas cuando afortunadamente el progreso
técnico las hace innecesarias. Pero las estructuras empresariales deben
también cambiarse para irse dirigiendo hacia formas de estructura
cooperativa en las que la poco recomendable separación entre el capital y
el trabajo vaya desapareciendo. Este debería ser uno de los elementos
básicos en la gestación de un nuevo e imprescindible sistema económico.
Nuevo sistema económico que debería asumir en cualquier caso el
reto de dar un verdadero sentido a las ahora más que débiles democracias.
Por un lado, el establecimiento de formas de gobernabilidad que den mayor
poder a las instituciones más cercanas a los ciudadanos, es decir, aplicando
el principio de subsidiariedad, y por el otro la eliminación del poder político
de las estructuras sin representación popular alguna, como las empresas
transnacionales, los grandes establecimientos financieros, los medios de
comunicación más potentes y los grupos de presión que defienden
estrictamente intereses corporativos (G-8, Foro Económico de Davos,
Club Bilderberg, etc.).
Naturalmente todas estas propuestas deberían encuadrarse en la
preocupación sobre el futuro del Planeta. Un Planeta en el que mil millones
de personas, abocadas al consumo irracional, obligan a los otros seis mil
millones a mantenerse en insoslayables niveles de pobreza y, lo que quizás
sea aún peor, condenan a las futuras generaciones a conflictos por recursos
y a una innecesaria disputa por una supervivencia que podría quedar
garantizada si los bien-estantes de la Tierra optáramos de una vez por todas
por el decrecimiento y avanzáramos con ello hacia una economía al servicio
de las personas.
Arcadi Oliveres Boadella
Barcelona, España
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