15 de junio de 2014 SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD Texto: Juan 3, 16-18 “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito” (3, 16) 1. INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO ¡Oh Espíritu Creador! Ven, visita nuestras mentes, llena de gracia las almas de quienes Tú mismo has creado; ilumina nuestros sentidos, infunde tu amor en nuestros corazones y fortalece nuestra frágil carne con tu perpetuo auxilio, Amén. 2. LECTURA (¿Qué dice el texto?) A. Proclamación y silencio - Es importante proclamar el texto en forma clara, dando importancia a lo que se lee y con pausas entre cada acción relatada. - Dejar tiempo para que cada uno lo lea nuevamente en silencio. B. Reconstrucción del texto Si es posible, alguna persona puede relatar el texto de memoria. Para profundizar y entender mejor, se pueden utilizar las siguientes preguntas: - ¿Cuál es la prueba de que Dios ama al mundo? - ¿Para qué Dios mandó a su Hijo al mundo? ¿Para condenarlo? - ¿Por qué es tan importante creer en Jesús? C. Ubicación del texto ¿Qué dicen los versículos anteriores y posteriores de nuestro texto? ¿En cuántas partes se divide? Jesús se encuentra en Jerusalén para participar en la fiesta de Pascua, se le acerca un fariseo llamado Nicodemo para dialogar con Él acerca del tema del Bautismo y, en la respuesta final, Jesús expone su envío por amor del Padre al mundo. D. Algunos elementos para comprender el texto: - Paralelos: Leer: 1Jn 4,9; Mt 21,37; Rm 8,32; Jn1,1; 2Co 5,19; Hch 4,12. Comentar. - Ideas fundamentales: El Evangelio según San Juan afirma que Dios nos amó tanto que hasta entregó a su Hijo único por nosotros, para que tengamos Vida eterna. El Hijo (Ujios) de Dios se hizo hombre para la salvación del hombre. Dios no abandona al hombre en la infinidad del universo. Dios habría podido quedarse en su lejanía, pero, por amor a los hombres, les sale al encuentro en Jesucristo. En él los adoptó como sus hijos, así que no solamente se comportó como un padre; se hizo Padre (Patros) y no se quedó en promesas. Se hizo, en Jesucristo, uno de los hombres. Puede ser que el universo sea sordo y no sienta nada de las esperanzas y sufrimientos. Dios da una respuesta en su Palabra hecha hombre. Asumió los sufrimientos de los hombres y los llevó a la cruz, para transformarlos en nueva vida. Jesucristo ha venido para salvar, para dar la vida divina. Ante Él se puede tomar dos actitudes: creer (pisteuo), o no creer en Él. Dios no se impone a la fuerza, no obliga a nadie a responder a su amor con amor. Toma en serio la libertad humana y respeta la decisión personal. Espera una respuesta libre: la fe (Pistis). Quienes aceptan a Cristo como Salvador, ya desde ahora viven participando del amor y de la alegría de Dios que se prolongarán para siempre. Quienes no lo aceptan, no pueden decir: “Dios me condenó”. Ellos mismos se condenan al elegir una vida que termina en la destrucción, y así quedarán para siempre. Una vida de odio, será siempre un infierno. Inmediatamente antes de este texto que meditamos, se habló del “Hijo del Hombre” (Ujios tou antropou). En el pasaje clásico del Antiguo Testamento, que habla del Hijo del Hombre (Dn 7), este Hijo del hombre aparece triunfalmente con motivo del juicio final. Según la mentalidad judía, el juicio se realizará al fin de los tiempos, el “último día”. Esta idea se encuentra también en los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), y sigue siendo válida. El Evangelio según San Juan pone particularmente el acento en que el juicio ya ha comenzado. El juicio, salvación o desgracia, se está realizando aquí y ahora, por la actitud frente a Jesús. Dios envió a su Hijo al mundo para que el hombre pueda salvarse. Dios hizo la oferta de la vida, oferta que sigue abierta y debe ser aceptada en la fe. Jesucristo es el único Salvador. Él es la única fuente de vida y felicidad. Por eso, el que lo rechaza a Él, se excomulga a sí mismo del Amor de Dios y se auto excluye de la vida y de la felicidad. Lo que hace Dios es respetar hasta las últimas consecuencias la libertad humana. Pone su firma debajo de la libre decisión. Dios no condena, es el hombre mismo que se condena. Del amor del Padre y el Hijo, nace el Espíritu Santo (Pneuma jaguios), con la misión de santificar a todos los hombres y llevarlos a la salvación integral. 3. MEDITACIÓN (¿Qué me dice el texto?) La solemnidad de la Santísima Trinidad nos invita a creer en Dios como una comunidad de amor: el Padre ama al Hijo; el Hijo ama al Padre, y de ese amor, nace el Espíritu Santo. Y ese amor trinitario ha llegado a nosotros como un don. - ¿Qué es para mí la Santísima Trinidad? - ¿Cómo expreso mi fidelidad a Dios, uno y trino? - ¿Soy consciente de mi llamado a creer en Él y que debo ser su testigo? - ¿En qué se manifiesta el amor de Dios en mi vida? ¿Comparto ese amor con los demás? 4. ORACIÓN (¿Qué me hace decir el texto?) Pedir a Dios, trino, el don de la fe para creer en Él y amarlo con todo el corazón, y al prójimo como a sí mismo. Rezar el Credo, meditando en “Creo en Dios Padre, Creo en el Hijo y Creo en el Espíritu Santo”. 5. CONTEMPLACIÓN (¿A qué me compromete el texto?) Reconocer que Dios Trino sigue viviendo con nosotros, como una prueba del amor que nos tiene y aumentando nuestra fe, para que cada día creamos más en Él y manifestemos ese amor en el prójimo. ¿A qué me compromete este texto, a nivel personal, familiar y en mi parroquia? Todo esto vivido en un ambiente de renovación como nos invita el Plan Diocesano de Pastoral (PQ). CANTO: NO HAY DIOS (MPC N° 316)