LEYENDAS AMERICANAS MITOS INDÍGENAS DE VENEZUELA (YARURO) La belleza de nuestras indígenas también es mito, leyenda y realidad LA INDIA ROSA, CREADORA DE ESPÍRITUS La India Rosa es buena. Al espíritu de Duriridurí en el principio lo creó la India Rosa. El espíritu de Tuguyo, el de Cristofue, el Chucuto sin cola, el espíritu Boca Torcida: son numerosos los espíritus. Todos tienen nombre de los antiguos. Ahora el indígena ni siquiera se pone un nombre como esos, como los nombres que oyó a través del canto. Es verdad, cuando canta el sabio el espíritu dice su nombre. Las hijas de los espíritus que piensan bien, dan su nombre a las terrenales. Así son los nombres iguales que los de aquí. Conforme el jefe les da nombre, así se llaman los espíritus. Así también todos los árboles tienen nombre, en todos los lugares lejanos. Aquí a Poaná se le llama con el mismo nombre. El dueño le puso nombre. KUMAÑÍ, LA DIOSA DEL PULGAR PREÑADO Y EL PARTO En el principio del mundo la Kumañí estaba en cinta de Hachava el que oímos. Hijo de ella no tenía en el vientre, son en el dedo pulgar. Tiempo después de dar a luz a Hachava, ella soñaba con que no había sol. Había pura tiniebla, no existía sol. “He soñado una cosa así”, le decía a la otra (diosa) que vive en el Este. “Tal vez he soñado algo malo. Me parecía que salía el sol por el Este”. “En mi sueño se veía salir el sol”, le contaba a la otra. “No comprendemos: vivimos inocentes en el principio de la creación”, le dijo. Un día después que ella soñaba así, salía el sol con colores resplandecientes. “Está saliendo el sol que yo soñaba”, dijo la Kumañí. Recién había dado luz a Hachava. Ella estuvo encinta en el dedo pulgar, no en el vientre. En el comienzo era tal vez para burlarse. Así soñó Kumañí con el sol: “No existe sol y he soñado que he visto salir el sol” “¿Qué habré soñado estando recién parida?” decía. No sabemos. Así fue que salió el sol por primera vez: “amarivá”, el sol mismo, como le decimos. Después que tuvo el sueño, la Creadora vio el sol cuando salía. “Tienes que ensartarte la lengua”, le dijo la Creadora del Este. Para que las hijas terrenales siguieran el ejemplo, ella se ensartó la lengua con una puya de raya y soplaba para todos lados. Ahora las mujeres del mundo, después de dar a luz, tienen que soplar como hizo ella en el principio. EL ÁRBOL DE LOS FRUTOS En el comienzo el danto era un yaruro. En el mundo vivían los yaruros. Lejos, cerca del Paraíso había un bosque grande. El ratón también era persona indígena, pequeñita, redondita. Él tenía su mujer. Siempre en la mañana solía ir el danto. Llegando a un lugar, se encontró el árbol de los frutos, que estaba desparramado de gran manera. Una rama del árbol estaba enredada en el cielo. Allá tenía mango, topocho maduro, todas esas frutas comestibles. Abajo del árbol también había de todo. Estaba agradablemente oloroso. Iba comiendo y probando. Fue el ratón trotandito. Una vez que llegó al lugar: “viniste nietecito. Coma”. Le dijo el danto. Emocionado el quiso comer de una sola especie. “No, nieto, no es así. Vaya probando uno por uno”. Entonces le llevó a la mujer un solo cambur. “Te traje esto. Este abuelo me llevó a un lugar donde hay gran cantidad”, le dijo. Después decidieron cantar los indígenas. Mezclaron un yopo bueno. “¿Qué será lo que sale a comer el abuelo?”, decían, lo criticaban. Le prepararemos yopo para que absorba. Entonces le dijeron: “Abuelito, venga a absorber yopo para que se le quite el cansancio”. Ajá, espere un momento. Déjeme gargarear. Él pensó vomitar lo que se había comido. Si él no hubiera vomitado, no se habría dado cuenta. Entonces absorbió. Después de haber absorbido le dieron un jayo. Masticó el jayo, después concha de palo, hoja de guachamacá. Probablemente se le revolvió el estómago con el jayo y con el yopo. Entonces se puso a vomitar de todo: pedazos de mango, pedazos de lechosa, lo que había comido. “Vean, eso es lo que come”, decían los indígenas. “Mañana le seguiremos los pasos”. Saliendo echaron a correr al jefe de los ratones para que fuera rápido. “Tiene gran cantidad donde él va a comer. Hemos encontrado el árbol de los frutos”, le dijo a los demás, que fueron: el guineo, el carpintero, toda clase de pájaros. Llevaron consigo hachas. El árbol era enorme. Comenzaron a hacharlo haciendo algarabía. Entonces mandaron el danto lejos donde había una casa en la inmensidad. “Llévemele una carta a la creadora; a ella misma se la entrega”. Así lo comisionaron diciéndole que ella misma lo llevara para el lugar. Le rezaron oraciones para que la tierra misma se alejara. Lejos al monte, del Más Allá lo mandaron con el canto de oraciones para que no volviera al lugar donde estaba el árbol. Entonces hachaban y se iban. Al día siguiente amanecía intacto cuando ellos llegaban al lugar. Después dijeron: “Nos traeremos los chinchorros porque nunca vamos a derribarlo”. Prendieron un fogón, lo hacharon toda la noche. Entonces lograron derribarlo, pero por la rama que estaba enredada en el cielo no terminó de caerse y quedó inclinado. Luego el carpintero dijo: “¡Qué broma. Yo iré a cortar esa rama!” Logró cortarlo todo. La rama saltó y convirtiéndose en Pájaro fue a caer en un totumo de la tierra creadora. “Era Aniceto transformado en pájaro”, dijo la Creadora. Al carpintero le dijo la Creadora que fuera pájaro para siempre. Con almidón del mismo yopo le untó la espalda: por eso es negro hasta el cuello. Tiene la cabeza roja porque se amarró el pañuelo. Por eso si no fuera por él no hubiera comestibles como la yuca, el topocho, todo lo sembrado. Por esa razón hay cantidades hacia el Oeste, porque la rama del árbol, cayó allá en el principio de la creación del mundo. Para que ahora pudieran alimentarse los hijos del mundo. El árbol de los frutos era el que contenía todo. Las mujeres transportaron de todo en un mapire, amontonaban toda clase de frutos, los cuales eran interminables de recolectar. “Todos los vamos a recoger, para que no se pierdan”. Dijeron. Los que tenían hijos recogían de todo para llevar. Hicieron carato. El que era sabio hacía carato con oraciones. Después de esto se quedó dormido. Les dijo: “Canten ceremonia. Luego hagan lo que yo hice”, les decía. Hacían algarabía en el sitio donde estaba el árbol: por eso ahora en este mundo no se volverá a encontrar un árbol que tenga de todo, como en el principio de la creación, que contenía toda clase de alimentos. Nota: Los tres mitos indígenas de esta entrada se transcribieron de: La diosa del pulgar preñado. Narrativas yaruras de Hugo Obregón Muñoz y Jorge Díaz Pozo. Publicado en Caracas por Monte Ávila Editores Latinoamericana (1993). http://letrasllaneras.blogspot.com/2014/02/mitos-indigenas-de-venezuela-11yaruro.html LEYENDAS Y CUENTOS CORTOS VENEZOLANOS Imagen en el archivo de Fernando Parra EL FIN-FIN (Mercedes Franco) En la noche de Amparo, junto a la impenetrable agua de Arauca, vaga por los campos el “Fin-Fin”, poblando de espanto los sueños campesinos. Cuentan que los silbidos con que llaman a su caballo se escucha desde lejos, y al oírlo, los perros aúllan de pavor, las vacas mugen en sus establos y las gallinas cloquean enloquecidas. Según la leyenda, es el alma atormentada de un joven que mató a su padre para robarlo. Ahora recorre incansable aquellos lugares, en un caballo cerrero, por toda la eternidad. Muchos campesinos de El Amparo tienen sus propias técnica para defenderse del “FinFin”, y una de las más comunes construir los tranqueros i cercas formando una cruz. Los portones las casas también se fabrican d esta manera. Y algunos dejan fuera de la casa una totuma llena de ajíes, lo cual se supone que basta para ahuyentarlos, nadie sabe por qué. Dicen que una noche, un llanero llamado Carlitos Núñez caminaba hacia la casa de su amada, la bella Jacinta. La noche era oscura y joven silbaba para darse ánimo. De pronto, a su espalda, resonó otro silbido leve, como el rechiflar de alguien que llama con insistencia. Pero nada se veía, por la oscuridad. El rucio de Carlitos frenó de golpe el trote suave que llevaba Dio unos pasos hacia atrás, resopló y sacudió las crines, nervios Se negaba avanzar. Desconcertado, el llanero sintió de pronto un golpe en el rostro, con tanta fuerza que lo derribó del caballo lo golpeaban, en el mentó, en los pómulos, pero no se ve nada. Rodó por la hierba húmeda de la sabana, mientras aquel ser invisible lo golpeaba sin tregua. A tientas hurgó el bolsillo de su pantalón. Encontró la cruz de palma bendita que le metía todas las noches su novia. -¡Espíritu Santo, sácame de este trance! – bramó con el poco de aíre que le quedaba en los pulmones, blandiendo la cruz de palma bendita. Cesaron los golpes. Sólo el silencio galopaba por las sabanas abiertas. Carlitos se vio solo de cara al alba. A su lado, el rucio mordisqueaba unos matojos, ya calmados. Ensangrentado el rostro y arrastrándose por las dolorosas, magulladuras de los golpes, logró montar de nuevo a la bestia, que resolló con tranquilidad. A paso lento tomó de nuevo la senda que llevaba. FLORENTINO (Mercedes Franco) Florentino (Quitapesares). Personaje de Don Rómulo Gallegos en su novela cantaclaro. El catire Florentino tuvo un famoso contrapunteo con el diablo donde logró vencer este llanero singular, invocando a los santos y a la Santísima Trinidad. LA DIENTONA (Leyenda anónima) Aunque hay quienes la confunden con los célebres espectros de la Sayona y la Llorona, el fantasma de la Dientona constituye un caso aparte y muy singular. La leyenda, oriunda de El Tocuyo, estado Lara, versa sobre una mala mujer tocuyana, cuyo espíritu errante sale de noche para aterrorizar a los borrachos y parranderos. A tal fin suele adoptar la forma de una mujer blanca y hermosa, de cuerpo escultural y el rostro siempre oculto bajo su larga cabellera. Dicen que se presenta de repente, caminando a solas cerca de sus víctimas. De este modo atrae sus miradas, dirigiéndose a ellos con voz dulce y sin mostrar el rostro. Siempre pide ser acompañada hasta su casa y quienes aceptan hacerlo, terminan siendo conducidos por un largo e intrincado camino que lleva a un solitario cementerio, donde ella finalmente se descubre el rostro y muestra amenazante sus filosos dientes de sable. LA LEYENDA DE LA SAYONA (Álvaro Parra Pinto) La noche del campo tiñe de negro. A lo lejos se oye el correr de un caudaloso río. De pronto, un profundo llanto irrumpe en la distancia. Quienes lo escuchan saben que proviene de un legendario espectro condenado a llorar eternamente junto a las aguas... Cuenta la leyenda que todo comenzó con la llegada de los españoles a suelo venezolano. Una virgen indígena quedó impactada por los extranjeros, a quienes veía como dioses con sus relucientes armaduras metálicas y sus feroces armas capaces de invocar al mismísimo “Dios del Trueno”. Se dice que el líder de los conquistadores, un apuesto capitán español, de inmediato cautivó a la joven, quien comenzó a seguirla a todas partes, llamando su atención de mil maneras. Él, por su parte, pronto notó el entusiasmo de la bella muchacha, con quien no tardó en iniciar un ardiente romance. Al ver lo sucedido, todos en la tribu comentaron que nada bueno saldría de aquel inusitado enlace entre la virgen indígena y el jefe invasor. Sin embargo, a pesar de las críticas y comentarios de su gente, la nativa siguió con la relación hasta entregarle su virginidad al conquistador. Poco menos de un año después de esta unión, como fruto de la mezcla de razas, la joven parió un hermoso mestizo, quien se convirtió en su máximo tesoro. Desde entonces la felicidad inundó su corazón, pero solo hasta que el impredecible destino se interpuso en su camino... La noticia llegó en luna llena. La tribu entera comentaba la llegada de una hermosa y acaudalada española, quien decía ser la legítima esposa del capitán. La joven nativa, al enterarse del suceso, sintió estallar su corazón. De inmediato salió en busca de su amado y comprobó que era cierto lo que tanto se decía. Fue entonces cuando, enloquecida por el desprecio, corrió hasta el lecho del río y con furia lanzo a su hijo recién nacido a las aguas. Dicen que esa misma noche la atormentada joven se quitó la vida y que el cielo la condenó a vagar eternamente en el campo, por siempre buscando los restos de su crío entre las espumosas aguas de los ríos. Desde entonces su espíritu errante suele ser visto de noche, vagando junto a las corrientes de agua dulce mientras lanza sus dolorosos gemidos y llantos, escuchados a gran distancia. En estos casos, los campesinos siempre recomiendan evitar su encuentro, ya que es bien sabido que solo muy pocos son capaces de sobrevivir ante la presencia de este temible espectro popularmente conocido como La Llorona... NOTICIERO (Enrique Mujica) Protestaban los estudiantes. Llegó la policía. Lacrimógenas, tiros, detenidos. Un periodista entrevisto un estudiante después de los disturbios: “Sí, vino la policía, echando tiros. Nosotros estábamos aquí, tranquilos y tirando botellas”. NADA Y AVE (Ramón Lameda) Anoche, las palabras del odio estuvieron zumbando por encima del sueño. La oscuridad estaba poblada de bichos. Hasta que llegó la muerte con la cabellera vuelta un incendio. Por la boca, me metió un animal que me fue andando entre el pellejo y la carne, como buscándome el corazón. Pero cuando me andaba sobre el pecho lo apreté bien duro hasta romperle las alas y las patas. Yo no tenía miedo y pensaba que los músculos de Dios estaban en mi parte. Entonces, la muerte se me tiró encima tratando de taponearme la boca y la nariz para asfixiarme con un beso. Logré zafarme de su brazo y la dejé enredada entre la colgadura del chinchorro. _Tú no tienes derecho a vivir _ me gritó, llena de odio. _ ¿Por qué?_ le pregunté. _Tú no tienes ombligo. Levántate la camisa. Era verdad, yo no tenía ombligo. Entonces me dijo que tampoco tenía madre. Yo no comprendía un carrizo. _Tú te llamas Nada, invertido. Realmente no sabía que contestarle. Pero ella se tranquilizó, me dio un beso en la frente y se fue. Tres días después, te encontré bajo aquel famoso árbol, comiendo una manzana. SALOMÓN (Enrique Plata Ramírez) Y he aquí que vio Salomón a una hermosa mujer cuya piel era totalmente de ébano. Admirado, se le acercó y le dijo: Mujer tu belleza crea espantos en mí. Necesito amarte para salir de ellos. Halagada, pero respetuosa, la joven morena le respondió: Mi Señor, si por mi piel suspiras solo me deseas. Si me miras como mujer y me buscas desde tu corazón, podrás entonces amarme en verdad. Y amó Salomón a aquella sabia mujer y sus hijos se expandieron por todo el mundo. COLECCIONISTA (Gabriel Jiménez Emán) Más que leer libros, me gusta coleccionarlos, tenerlos, poseerlos, sentir que son míos. Les estampó mi firma, me apropió de ellos, me siento dueño de los autores y de las obras. Van a dar todos a la biblioteca grande, de donde casi nunca los saco para leerlos. Mi placer consiste en saber que están allí, a mi servicio, a merced de mis manos; los tomo, los abro, los huelo, los palpo, leo un párrafo, dos a lo sumo, algunos finales o algunos comienzos y los vuelvo a colocar en su sitio. Hay algunos, unos pocos, que si leo, pero esos están en otra biblioteca más pequeña, compuestas por libros que se presentan en ferias o cócteles, libros de autores fugaces, ediciones baratas, limitadas o artesanales, libros obsequiados por amigos, otros por autores anónimos o desconocidos. Entre ambas bibliotecas se libran a diario encarnizadas batallas que ganan casi siempre los libros pobres, mediocres o solitarios de mis amigos o enemigos. FALSA PIEL (Lidia Rebris) Dorys fronteras, Venezuela está lejos y tan cerca, no te olvides el paquete de comida, no mamá, sí mamá, Dorys cruza la frontera en el autobús destartalado, enseña documentos, sube y baja en las paradas, tantas veces, tantas veces, Dorys mi niña se quedó atrás con la abuela, se quedó llorando, consolándose con su muñeca y una chupeta de fresa, Dorys madre apretando los dientes, arreglándose el cabello, jurando volver, llevando como un tesoro una carta releída hasta el cansancio, hasta borrarle ya las letras, esas letras que juntas repetían aquel amor, Dorys Venezuela, Nuevo Circo, El Silencio, Dorys deslumbrada, con sueño, de pensión en pensión, de lugar en lugar, de doméstica a vendedora, a mesonera, mordiéndose la rabia por dentro, Dorys niña que juega con las primas, que te nombra, pero no te preocupes, apenas fue una fiebre de gripe, ya pasó, ya pasó, a Dorys madre no le pasa la tristeza delos domingos por la tarde, un hacer el amor desolado, y no creas, todos por aquí estamos bien, un poco apretados de plata, de dinero, de real, ¿cuánto cuesta?, vale esto, esto vale, esto cuesta, esto duele mamá, pero yo sé que pronto voy a estar con ustedes, y le dices a la niña que le compraré su muñeca, ya le pesan las piernas y las manos se le arruinaron de tanto estrujar a ropa, de lavar y planchar, de tenderla mesa, sí señora, ya lo hago, sí señora a lo hice, las señoras de la casa la miran indiferentes, los señores con lujuria, una paisana le hablo de aquel trabajo, Dorys se puso esa ropa, y ahora, mamá, bailo todas las noches, y ellos me ponen el dinero en la cintura, algunos rasguñan a propósito, otros sin querer, Dorys baila, baila la danza del vientre, la de los siete velos, danza y se mueve, y el suave líquido de la música árabe le resbala sobre el cuerpo centelleante de sudor, se le vuelve gota en el ombligo, se resuelve en suave pátina en las axilas, y ella baila, bailarina, toma del vacío del sonido, lo desenvuelve, lo monta sobre la estrechez de la cadera, lo vuelve címbalo con el movimiento de los dedos, Dorys buscando la mirada aprobadora del dueño que la mira y sonríe, y se le olvida, se le olvidan los ojos codiciosos de los clientes, triunfante sobre el humo del local, Dorys serpenteaba entre las mesas y las sillas, siente se levanta sobre la ciudad, sobre su pueblo, convirtiendo el espacio en un lugar inquietante, donde henchida de placeres mentirosos, se aleja, se acerca, no existe, mañana mamá, mañana Dorys, hasta mañana señor, sí, no me olvido, o señor, y Dorys sueña que su niña es una niña de colegio de monjas y uniformes, mientras se pega sobre la frente una miríada de lentejuelas de todos los colores, mientras se coloca los finos tules que le compró a la bailarina anterior, esa que se casó con el dueño. AL FINAL SOMOS SOLO RECUERDOS (Héctor González) Por mera intuición, se encontró caminando hacia el lugar al que siempre convergía, extrañado de ver en las afueras del estadio municipal un cuantioso número de vehículos parqueados, decidió entrar de igual forma, solo deseaba tener contacto breve con el sublime espacio donde compartió muchos instantes de su vida, y que con solo pisarlo le recreaba un álbum en la memoria de grandes batallas, de alegrías y nostalgias, de sonrisas y lágrimas. Una vez cruzó la puerta principal, divisó muchas personas dispuestas alrededor del diamante, formando una especie de U en derredor de un sarcófago posado sobre un pedestal detrás del home play, en sus patas yacían coronas de flores, bates, guantes, balones, micrófonos, audífonos, cámaras fotográficas y de video, libretas de anotaciones, libros y franelas color vinotinto. Curiosamente, el vinotinto dominaba entre la multitud apostada en el lugar, otros más jóvenes vestían uniforme de pelotero con camiseta roja y letras blancas, lo mismo que la gorra y mono gris, algunos caballeros lucían opulentos flux negros bien mezclados con lentes oscuros que impedían hallar cualquier ademán en su mirada. Entre las mujeres dominaba el atuendo deportivo, la mayoría exhibían colas de caballo y sus rostros estaban saturados de parquedad. De a poco fue arrimándose hasta hallarse mezclado entre la gente, nadie profería palabra ni movía un musculo, el silencio era propio del funeral en que estaba; de pronto, una voz de mujer tronó en medio de la U frente al ataúd, distinguió una trigueña de talante circunspecto, magnos ojos y huesos sólidos como su figura de atleta, sin embargo, y a pesar de su compacto semblante, un dejo de nostalgia se colaba entre sus palabras: “Hay poco para decir, ustedes se encargaron ya de reseñar su obra, su pensamiento, su legado, donde quiera que esté, si es que hay algo más allá de esta realidad lacerante y hostil, debe estar contento porque su voluntad última se cumplió, porque al final somos solo recuerdos”, finalizó su breve discurso abrazando firmemente a un hombre que permaneció a su lado mientras habló, era alto y de silueta firme, piel tersa y mirada atrayente. Una vez finalizó el abrazo, aclaró su garganta y se dirigió a la multitud: “Agradezco a todos por tan nobles gestos de aprecio, sepan que una idea jamás muere, que quien obra con pasión difícilmente pueda ser olvidado, que lo escrito queda allí con su mensaje, perenne e inmortal, él afirmaba que sus mejores años los vivió aquí, por eso lo acompañamos hoy, porque al final somos solo recuerdos”. Cuando el titán hubo culminado su discurso, las personas armaron una fila india para darle un último saludo al difunto, sin saber qué hacer resolvió imitarlos y entró al final de la hilera, solo unos instantes transcurrieron hasta llegar frente al finado, quedó atónito al verse a sí mismo dentro de la caja, allí estaba con faz jubilosa, las arrugas de su rostro eran testimonio de una vida intensa y apasionada, al desconcierto inicial le sucedió una paz olímpica, suspiró profundamente y observó una pequeña frase sobre el vidrio escrita en fina caligrafía: “Al final somos solo recuerdos, te amamos, tus hijos”. “LEYENDA DEL DELTA” Kirimbatá era el hijo del cacique de una tribu de indios Timbúes. Sus mayores, preocupados en defender las tierras de los continuos ataques de otras tribus, no pudieron ocuparse de su educación guerrera y el pequeño creció libre como las aves del monte. Cerca de la toldería corría el río Paraná; Kirimbatá se sentía atraído por sus aguas y todas las tardes salía a recorrer la ribera. Una vez caminó más de lo acostumbrado y descubrió un frondoso ceibo que crecía cerca de la orilla. El muchacho, sin saber por qué, se acercó y comenzó a hablarle; estaba convencido de que aquel árbol era diferente a los demás y que podía entender sus palabras. Desde entonces pasaba largas horas contándole su vida. Una tarde descubrió que el ceibo no sólo lo escuchaba sino que podía hablar. Así nació entre ambos una profunda amistad y Kirimbatá le confió su sueño más querido: conseguir nuevas tierras para que su gente viviera en paz. El tiempo fue pasando y Kirimbatá se convirtió en un joven sensible y soñador. También las luchas terminaron, entonces el cacique pensó que algún día su hijo ocuparía su lugar y quiso enseñarle todos los secretos de la guerra. Pero el muchacho tenía planes muy diferentes para su vida y se negó a convertirse en guerrero. El cacique no podía aceptar la desobediencia de su hijo y discutieron una y otra vez. Hasta que una noche, Kirimbatá harto de las peleas con su padre decidió alejarse de la tribu. Esperó que todo estuviera en silencio y tomando sus cosas fue a despedirse del ceibo. – Lamento que no puedas venir conmigo – le dijo el muchacho – te voy a extrañar mucho pero tengo que irme de aquí, adiós. – Hasta pronto, ya nos volveremos a ver contestó el ceibo. Después subió a su pequeña embarcación y sin saber a dónde ir, se dejó llevar por la corriente. La luna iluminaba su camino mientras el río le murmuraba en los oídos palabras de aliento. Navegó toda la noche y al amanecer la canoa se detuvo en el centro del río, junto a un montículo de tierra. Kirimbatá bajó y con unos pocos pasos recorrió el lugar… ¡era tan pequeño! Entonces se le ocurrió agrandarlo y metiendo una y otra vez las manos en el agua, trató de detener el limo que llevaban las aguas pero nada conseguía, y el río fue otra vez en su ayuda; besó la punta de sus dedos y el muchacho descubrió asombrado que donde enterraba las manos nacían pequeñas plantas. Eran los juncos que fijaban la tierra y detenían el limo. El sol lo vio trabajar sin descanso día tras día, agrandando el lugar; mientras tanto los juncos crecían y crecían. Una tarde se dio cuenta de que ahí sólo faltaba un poco de sombra y murmuró: – Amigo ceibo, si pudieras venir, a esta isla no le faltaría nada. Y ocurrió que el viento lo escuchó y tomando sus palabras las llevó hasta el ceibo y las dejó entre sus ramas. Cuando a la mañana siguiente Kirimbatá despertó, una agradable sombra cubría el lugar: el ceibo estaba otra vez a su lado. El muchacho, sorprendido y sin poder entender cómo había llegado hasta ahí, acarició su tronco. Sólo entonces descubrió que era capaz de concretar el más deseado de sus sueños. Así fue como Kirimbatá volvió al trabajo con renovadas fuerzas y ayudado por los juncos, formó otra isla. Después el ceibo le dio sus semillas para que las plantara y así fueron formando isla tras isla. Pasó mucho tiempo y una tarde la tribu se enteró de que en el centro del río habían nacido nuevas tierras. El cacique, con la secreta, esperanza de encontrar a su hijo en ese lugar, ordenó a su gente que lo acompañara en su busca. El abrazo del reencuentro entre padre e hijo fue tan grande que la emoción nubló los ojos de estos dos hombres. Toda la tribu agradeció a Kirimbatá las nuevas tierras conseguidas y desde ese día trabajaron juntos hasta formar todas las islas del Delta del Paraná. No podía faltar la leyenda de nuestro delta en estas páginas, nos deja un mensaje de paz y a su vez de conservación. hoy los indios Tambúes fueron exterminados y dieron lugar a una plaga de empresas que están terminando con los recursos de nuestro delta, empresas extranjeras como Bema Agri que arraso las islas frente a Villa Constitución sembrando soja y secando lagunas, frigoríficos exportadores de pescado que están vaciando el rio y los peces que no entran en medida los hacen harina, Políticos cómplices de todo este saqueo como los de victoria que con testaferros tapizan las islas con ganado sin ningun tipo de control, es fácil identificarlos… son los que hacen todo lo posible para evitar que este humedal se proteja para no perder sus negociados. Cuanto tendrían que aprender de Kirimbatá. https://losaliados.wordpress.com/2011/07/26/leyenda-del-delta/