Subido por Eli Romano

LEVADURA EN LA MASA

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Prólogo
La presencia de sus Asesores ha sido para la Acción Católica
un regalo de gracia y santidad que el Señor no escatimó en
momento alguno. “Cuántos vientos de novedad e intolerancia
sacuden a la Institución, se deben a que el sacerdote no hace
llegar la palabra que se espera, la luz que se necesita…”
Por el contrario, si la Asociación ha sabido pasar a través de
ráfagas frías que congelan o de las calientes que arrastran. Ha
sido porque el Asesor ha tenido la capacidad, la inteligencia, la
humildad, la valentía de recordar constantemente la sana
doctrina y la recta jerarquía de los valores, tal y como el
Evangelio la indica” (Pablo VI, 27/7/75)
Si bien muchos son los nombres de estos asesores, la figura
de Monseñor Moledo los resume y los retrata. Quizá nadie como
él supo delinear el perfil espiritual del militante de la Acción
Católica. Varias generaciones lo reconocen como maestro del
Evangelio y le brindan el sentido afecto que se supo ganar como
Padre.
Reditar este texto es rendir homenaje a su entrega
generosa junto con la posibilidad de encontrarnos con la palabra
clara y profunda de un auténtico sacerdote.
Que María Santísima haga fructificar en cada uno de
nosotros el mensaje siempre vigente de Manuel Moledo.
JUNTA CENTRAL
DE LA
ACCIÓN CATÓLICA ARGENTINA
1
“Y yo, por amor a ellos, me santifico a mí mismo, con el fin de que ellos sean
santificados en la verdad” Jn. 17,19
2
Monseñor Manuel Moledo
LEVADURA EN LA
MASA
3
LEVADURA EN LA MASA
Tú has querido hacer donación de tu vida al apostolado de
Cristo. Estas páginas quieren ayudarte a encontrar en la entrega
de ti mismo el ideal que has querido abrazar para llegar hasta el
Señor.
Es Jesús quien te ha llamado a tan hermosa vida y es su voz
la que has escuchado. Estos renglones desean transmitirte su
pensamiento, tomado lo más fielmente posible de las
enseñanzas de su vida y de su muerte. Ojalá sea tu vida una
perfecta imitación de la suya.
Conoce al Cristo que abrió su corazón a todos los seres que
jamás puso límites a su celo y a su amor fraternal.
CONSAGRACIÓN DE TU VIDA
Reflexiona en lo que exige de ti este propósito de caminar
en pos de Cristo, el Hermano de todos, ensanchando tu corazón
hasta alcanzar las dimensiones del mundo entero, para consagrar
tu oración y tu trabajo a la salvación eterna de todos los hombres
sin exclusión de ninguno.
Para responder al inmenso y universal amor del Corazón de
Cristo, es necesario que estés dispuesto a llegar a lo más
extremo de tus ambientes de vida, a los que llevarás su Amor,
pregonando su Evangelio no sólo con tus palabras sino, sobre
todo, con tu vida.
Para ser Salvador con Jesús y gritar su Evangelio tienes que
desasirte de ti mismo y llegar a vivir inflamado de amor en medio
de los que quieres salvar.
Prepárate para esta misión con largos y penosos esfuerzos,
a fin de conocer a fondo el Evangelio y los problemas, a veces
muy complejos, de tus hermanos: horas de estudio y de reflexión
empeñosas.
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No retrocedas ante los sacrificios y los esfuerzos duros de la
misión. Prefiere los puestos donde el sacrificio y la tarea sean
más arduos. Busca en tu ambiente de vida, y con preferencia,
aquellos seres en los que nadie piensa y hazlo, porque, si tú no
vas hacia ellos quizás nadie llegue a decirles que Jesús los ama y
que ha sufrido y muerto por ellos.
Y no escuches a los que te digan que será tiempo perdido ir
en pos de estas ovejas descarriadas cuando hay otras mejor
dispuestas, porque tú sabes que Jesús murió por ellas y que su
precio es la Sangre de Jesús.
Nada llenará de más puro e intenso goce tu corazón que el
traer a alguna de estas ovejas, abandonadas y sin pastor, de las
“sombras de la muerte” a la Luz de Cristo.
Ten en cuenta que este trabajo significará más de una vez
para ti humillaciones y sufrimientos, sobre todo espirituales.
Muchas serán las veces que sembrarás y no recogerás; hasta
podrá ocurrir que jamás llegues a conocer uno solo de los
frutos de tu desvelo. Sé más fuerte que todo fracaso y no
desfallezcas ante las decepciones inevitables en toda vida de
apóstol.
TU HORIZONTE ES EL UNIVERSO
Trabaja por tu ambiente, pero sin que esta consagración
particular ponga límite alguno a la universalidad de tu celo:
anhela la salvación de todos los ambientes y de todas las clases
sociales sin excluir a ninguna de tu oración y de tu colaboración,
a ejemplo de Jesús, Salvador Universal, cuyo corazón amó a
todos los hombres. Pero que esta universalidad no te impida
amar con particular predilección a tu ambiente, porque también
Jesús, Corazón sin restricciones, vivió y trabajó en un pueblo
escogido y, no obstante, redimió a todos los hombres.
Procura poseer una fe llena de esperanza en la redención
de tus hermanos, la misma Fe y el mismo Amor de los primeros
Apóstoles y de los primeros Mártires del Cristianismo, un amor
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capaz de hacerte ofrecer tu vida y tu trabajo con plena alegría y
en unión ferviente al Sacrificio de Cristo en el altar.
Ambiciona sin reservas en la plegaria y en el ofrecimiento
de ti mismo la Redención del mundo entero.
OBEDIENCIA SIN RESERVAS A TU OBISPO Y A LOS QUE
REPRESENTAN A CRISTO Y A SU IGLESIA
Este es uno de los puntos más graves y a la vez más
delicados de tu apostolado. El trabajo apostólico te pone en las
manos del Señor en un estado de total dependencia en lo que
refiere a tu apostolado.
La obediencia es la expresión más perfecta de confianza y
amor que se puede ofrecer a Jesucristo. “El que a vosotros oye a
mi me oye”, dijo Jesús a sus representantes en la tierra.
Puede ser que más de una vez esta obediencia sea para ti
una de las más duras exigencias del amor.
Será en el pleno uso de tu libertad, que te es tan querida, y
a la que nunca renunciarás, que habrás de poner en las manos de
una criatura humana, quizás ni muy santa ni muy capaz, todo tu
trabajo y tu sacrificios, porque ella será la encargada de
transmitirte la voluntad del Señor, cada vez que ejerza su
autoridad dentro de los límites fijados por la Iglesia.
Para que tu obediencia sea verdaderamente un acto de
amor, obedece con toda tu inteligencia y todo tu corazón,
sabiendo ver mas allá de las palabras y el pensamiento de
aquellos que son para ti una presencia de la voluntad del Señor,
una presencia indudable que te proporciona el medio infalible
para conocer y cumplir la voluntad y los deseos del Buen Pastor.
En una época de independencia de juicio y de discusiones
que turban las almas, tú, permaneciendo sin embargo en la
vanguardia de la vida, ten para con la Iglesia una docilidad de
niño.
Ama al Papa y a toda la jerarquía de la Iglesia con una
devoción sin límites y un filial amor.
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Aunque en torno a ti llegaran a discutirse directivas de la
Iglesia, tú recíbelas humildemente y sométete con leal amor,
porque tú crees en estas palabras del Señor:
“El que a vosotros escucha, me escucha”
“El que os recibe, me recibe”
“El que os desprecia, me desprecia”
Tan sólo en esta línea de obediencia filial podrás vivir tu
apostolado en el amor.
Cuando más se está unido a la Jerarquía, más se está unido
a la Iglesia y al Espíritu Santo que la anima y consiguientemente a
Aquel de quien la Iglesia es el Cuerpo Místico, Cristo Señor
Nuestro.
Sin esta obediencia tus deseos más altos de amor y
santidad, a la vez que tus trabajos mejores, estén
indefectiblemente condenados a la esterilidad, porque todos
ellos no trascienden el plan humano de la propia voluntad,
“¿para que me llamáis Señor, Señor, si no hacéis lo que yo digo?”
(Lc.6, 46).
Con la obediencia alcanzarás la voluntad de Nuestro Señor
Jesucristo y permanecerás en su amor y amistad: “vosotros
seréis mis amigos si hacéis lo que yo os pido” (Jn.15, 14).”El que
me ama, guarda mi Palabra” (Jn.14, 23).
Esfuérzate por conformar tu voluntad con la del Padre
Celestial. Si le amas verdaderamente, procura con toda la fuerza
de tu amor que tu voluntad sea conforme a aquello: “Padre, que
se haga tu voluntad y no la mía”.
AUSTERO Y HUMILDE
Reflexiona que para ser un verdadero mensajero de Cristo
Jesús, has de esforzarte por ser un transmisor leal de sus
pensamientos, lo que requiere que te empeñes en ser a la vez un
testimonio viviente de ese pensamiento, vale decir: despegado
de los bienes materiales y seriamente humilde.
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Esto será para ti un problema de lealtad, no sólo para con
Jesús, sino también para con la verdad que pregonas. No tienes
derecho a honrarte con el título de apóstol suyo, si no vives
dentro de tu condición con el desapego y la humildad y la
humildad que caracteriza la doctrina y la vida de Nuestro Señor
Jesucristo.
Carecer del espíritu de desapego y humildad es traicionar
su pensamiento.
Por lo tanto tienes que despojar tu corazón del amor a las
cosas materiales por medio de la pobreza interior, no usando de
las cosas materiales sino en la medida en que lo consienta un
verdadero amor a Dios y lo requieran las reales exigencias de tu
estado. Sin caer, ni mucho menos, en actitudes escrupulosas.
Prefiere en esto lo menos, no lo más, gozando en privarte por
amor a Dios y al prójimo aún de aquellas cosas lícitas que no
fueren necesarias para un correcto desempeño de tus deberes y
exigencias del propio estado. No te rijas en esto por ninguna
regla prestablecida ni norma concreta, sino por lo que te pida tu
amor al amor al Espíritu del Evangelio y el prudente y necesario
consejo de tu confesor. Te asemejarás así dentro de tu condición
de laico, a Aquel que no tenía dónde reclinar su cabeza y que
pedía se diera la túnica sobrante al que tuviera necesidad de ella.
Esto es amar el último lugar y vivir en la humildad. Sólo una
vida así te proporciona el gozo de los humildes.
Trabaja en las tareas de tu condición profesional u operaria
(sea cual fuere tu situación económica y social), dándole a tu
trabajo todo su valor y como un verdadero pobre (aun cuando
no lo fueras), firmemente convencido de que no tienes derecho
a lo que te brindan tus medios económicos o los de tu familia, si
no lo ganas con una aplicación altamente responsable a tu labor
(estudio, ejercicio de una profesión, trabajo manual, tareas
domésticas o lo que fuere). Imitarás así a Jesús que vivió como
un pobre de su trabajo.
Profesa como Jesús, un amor de predilección a los pobres y
a los humildes, porque es a Cristo a quien alcanza todo gesto de
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amor y de bondad hecho en favor de cualquiera de los pequeños
entre los hombres. Debes recibirlos con respeto y amor, con las
atenciones más delicadas, como quiera que son los miembros
doloridos del cuerpo de Cristo.
En el seno de nuestras organizaciones de apostolado y en el
seno de la comunidad cristiana ama al último lugar. Sé humilde y
sencillo tanto ante los grandes como ante los pequeños, ante los
éxitos y ante los fracasos, ante las alabanzas y ante las
reconvenciones y juicios desfavorables.
Actúa siempre con dulzura aun en los casos en que sea
indispensable la energía.
Recuerda siempre la serena actitud de Jesús ante sus
jueces.
Sé siempre dulce, tolerante y equilibradamente
indulgente con los que te rodean. No te desanime que sean
muchos los que no comprendan este modo de vivir. Son los que
todavía no captaron, o no captaron totalmente la luz de Cristo de
la encarnación y de la pasión, en quien el despego y la humildad
nacen del amor. Ten tus ojos siempre fijos en el modelo único,
Jesús, que nació, vivió y murió en la humildad; en Jesús,
escándalo para los judíos y locura para los gentiles.
LEVADURA EN LA MASA
Piensa bien lo que significa para un apóstol ser la levadura
en la masa.
Tú tienes un modelo único: es Jesús. No busques otro.
Como Jesús lo hizo durante su vida temporal hazte para
todos: pobre con los pobres; enfermo con los enfermos;
pequeño con los pequeños; pero sobre todo y ante todo humano
en medio de los humanos. No te creas obligado para
salvaguardar tu dignidad de católico y tu intimidad con Dios
contra los peligros exteriores, a erigir barreras entre tu vida y la
de los demás. No te coloques al margen de la vida de los que
constituyen tu ambiente. No es esto lo que la fuga de las
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ocasiones de pecado. No te expongas presuntuosamente al
peligro de los que viven en peligro, pero trata de acercarte sin
exponer tu alma a los que aman el peligro o no lo conocen. No te
expongas al pecado, pero trata de ayudar, en la medida de tus
fuerzas, a los que viven en el pecado.
Vive, como Jesús, entre los hombres, forma parte de la
masa humana. Penetra profundamente y santifica tu medio
ambiente por la conformidad de tu vivir con el Evangelio, por la
amistad, por el amor, por una vida totalmente consagrada, como
fue la de Jesús al servicio de todos, por una vida tan
completamente identificada con la de todos los demás, que tú
no seas, sino uno de ellos, como levadura que se pierde en la
masa para hacerla crecer.
ERES HUMANO Y CRISTIANO
Y me atrevo a decirte aún más: Antes que miembro de
Acción Católica o de cualquier movimiento eres humano y
cristiano, con toda la fuerza y belleza del término. Eres humano
para mejor glorificar al Padre Celestial en su criatura y ser un fiel
testimonio de la humanidad santa de nuestro bien amado
Hermano y Señor Jesús. Cuanto más perfecta y totalmente
humano seas, serás más perfecta y totalmente apóstol, porque
una sólida base natural asegurará el normal y equilibrado
desenvolvimiento y expansión de tu perfección sobrenatural.
Y si te afirmo esto con tanta seguridad es porque es por su
conformidad con el Evangelio y con la tradición de los santos de
la Iglesia, según las palabras de San Pablo en su Epístola a los
Corintios: “En verdad que estando libre de todo, de todos me he
hecho siervo, para ganar muchos más. Y así para los judíos me he
hecho como judío, para ganar a los judíos. Para los sujetos a la
Ley, me hice como si yo estuviese sujeto a la Ley- con no estar
sujeto a ella- sólo por ganar a los que en la Ley vivían sujetos.
Para los que no estaban sujetos a la Ley, me he hecho como si yo
tampoco estuviese – aunque tenía yo una Ley con respecto a
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Dios, teniendo la de Jesucristo- a trueque de ganar a los que
vivían sin Ley. Híceme débil con los débiles, para ganar a los
débiles. Híceme todo para todos, para salvarlos a todos. Todo lo
cual hago por amor al Evangelio, a fin de participar de él”. (I Cor.
9, 19-23)
Y si te lo subrayo con tanta fuerza, es sobre todo porque
tengo ante los ojos al Modelo Único, Jesús, Dios hecho hombre
que en medio de todos los humanos, fue simplemente uno de
ellos, viviendo con amor su vida humana, y siendo sus delicias
vivir en medio de los hijos de los hombres; Jesús que no tuvo a
menos ocultar su dignidad divina bajo la dignidad humana, que Él
exaltó revistiéndose de nuestra humanidad.
¡Qué abismo, sin embargo, entre Dios y el hombre!...y si
Dios se encarnó a pesar de este abismo, ¿no fue acaso para
servirnos de modelo? ¿Osaremos afirmar que procederemos
mejor, actuando de manera diferente a la de nuestro Modelo
Divino, Jesús – Jesús el hijo de María, el hijo adoptivo del
carpintero José – Jesús de Belén – Jesús de Nazareth – Jesús de
las rutas de Palestina – Jesús de la vida oculta y de la vida pública
– Jesús de la Pasión, que acepta por amor morir en el Calvario,
elevado en medio de una muchedumbre humana que lo cubre
de oprobios?...
¡He aquí un ideal magnífico!
Tu reglamento primero será, por lo tanto, el Evangelio y
pondrás por encima de todos los deberes, la Caridad, porque ella
es la ley suprema, el más grande y universal de los
mandamientos de Jesús…
Tu vida en la parroquia y sus instituciones, que te
mantendrá mas íntimamente unido a Jesús, tiene por obligación
hacer que crezcas en su Amor y no separarte de los hombres, tus
hermanos y sus hermanos y – para no correr el riesgo de faltar al
Amor – no olvides que sus reglamentos y exigencias están
siempre subordinados a los deberes más grandes del apostolado
y de la caridad. Sé capaz de renunciar, siempre que sea necesario
o conveniente, a la grata convivencia en la Parroquia con tus
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hermanos de apostolado, para recibir a Jesús en toda criatura
que venga a llamar a la puerta de tu corazón, por muy
inoportuna o desagradable que sea.
No vivas al margen del mundo, so pretexto de defensa
religiosa. Imita a Jesús, el Ejemplar perfecto de toda vida
humana. Como Él, siéntate a la mesa de los hombres, tus
hermanos, regocíjate en ellos. Acepta sencillamente su
hospitalidad, viviendo fraternamente en medio de ellos tu vida
de cristiano y de apóstol, para revelarles toda su grandeza y
esplendor.
Más de una vez te ocurrirá, bien puede ser, que como
Cristo te encuentres a la mesa con publicanos y pecadores…
Trátalos como Él los trató y no los alejes con tu inmisericordia de
la Misericordia de Jesús.
“El discípulo no está por encima de su Maestro, será
perfecto si es semejante a su Maestro” (Lc. 6,40)
“Yo os he dado el ejemplo, a fin de que así como Yo lo hice,
hagáis también vosotros”. (Jn. 13,15).
No te consagres exclusivamente al cultivo de las virtudes
religiosas, porque éstas serán anormales y a veces se deforman y
resultan no naturales cuando no están injertadas en las virtudes
humanas, que hay que cultivar hasta su mayor perfección para
honor y gloria de Cristo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
Cultiva y fortalece las virtudes humanas de audacia,
intrepidez, virilidad y destruye los defectos humanos de
pusilanimidad y timidez.
Esfuérzate igualmente por destruir en ti con toda la
energía, si eres mujer, los defectos femeninos con todas sus
mezquindades, pero guárdate mucho del peligro de anular al
mismo tiempo las cualidades femeninas de delicadeza y don de ti
misma, que tú consagrarás al servicio de los demás con un
completo olvido de ti misma.
Tu formación religiosa deberá tener siempre en cuenta y
seriamente los dictados del buen sentido, del juicio, de la
prudencia y de la recta justicia humana, cuyas exigencias estarán
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siempre por encima de las ilusiones de una falsa caridad, por el
contrario, tu formación religiosa, precisamente por ser religiosa,
te dará una clara conciencia de las exigencias del derecho
natural, como son el sentido de responsabilidad, el deber de
estado, la conciencia profesional, etc.
Tu deseo de humildad y pequeñez espiritual sería mal
entendido por ti, si te impidiera honrar a Cristo con la grandeza
de tu alma y la amplitud de tu espíritu. Cuídate mucho de toda
mezquindad, no te escandalices de nada. Sobre todo odia el
formalismo y fariseísmo en todas sus formas y con todas sus
estrecheces de espíritu, que hacen trizas al verdadero amor.
No eludas los caminos en que hay tentaciones. Dificultades
y peligros. Los habrá siempre en las rutas del apostolado.
Cuídate muchísimo del peligro sutil de una resignación
demasiado pasiva, de la ilusión de un abandono excesivamente
fácil en la Providencia, porque sería traicionar la misión de la
voluntad humana. Ejercita, por el contrario, tu voluntad al
máximo para que ella rinda toda su fuerza y su potencia, siempre
que esté en pleno acuerdo con la Voluntad Divina y cuente con la
Omnipotencia de Jesús, dueño de lo Imposible.
Cree con toda la audacia de una Fe capaz de trasladar las
montañas, cree que con Él podrás superar los más insuperables
obstáculos. Por todo lo cual carecerán de sentido para ti las
palabras: imposible, inquietud, temor, peligro… una de las cosas
que pedirás constantemente a Nuestro Señor es jamás tener
miedo de nada.
Practica también la paciencia y la perseverancia
repitiéndote en los momentos de descorazonamiento y laxitud:
“Cuando se parte para hacer una cosa, no se puede regresar sin
haberla hecho”.
La modestia cristiana no te impedirá tener los ojos bien
abiertos para ver a lo largo de tu vida todas las miserias y
bellezas de la vida humana como también las del universo
entero. Desafiarás los talantes austeros y distantes, por el mismo
motivo que las susceptibilidades y rozamientos, y te esforzarás
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por mostrarte siempre sonriente y amable, lleno de buen
humor y animación, para testimoniar con tu alegría exterior la
presencia de Aquel que es Autor de toda la alegría, la fuente de
toda felicidad, por amor al que estarás siempre dispuesto a
ocultar, tras el velo de una sonrisa, las fatigas y contrariedades.
Distínguete por un ardiente amor a los de tu familia y
cultiva con empeño la belleza de la amistad humana, cuidando
que tus trabajos apostólicos no destruyan por abandono, en
cuanto de ti depende, los vínculos que te unen a tus amigos.
Recuerda que el cuarto mandamiento es tanto de derecho
natural como de derecho divino. Serán, pues tus hermanos, tus
amigos y, sobre todo, tus padres, después de Jesús, el más tierno
objeto de afecto.
La amistad humana cuando es pura y recta, es demasiado
bella para ser destruida o menoscabada; muy al contrario hay
que hacerla crecer en el amor de Cristo, que encarnó en sí el más
alto ideal de la amistad. En su Nombre alentarás en ti un gran
deseo de amistad para con todos los hombres, marchando hacia
ellos simplemente porque quieres testimoniarles gratuitamente
tu amistad, es decir: sin esperar reconocimiento ni resultado
alguno, ni siquiera apostólico…
Bajo pretexto de vivir en la humanidad no se te pedirá que
destruyas tu criterio, que ahogues tu personalidad, que niegues,
disimules u ocultes tus talentos. La humildad es la verdad, y es
un talento, un don que Dios te ha dado para que lo hagas
fructificar. Los talentos no son tuyos. ¿Cómo podrás envanecerte
de ellos? No infieras, pues, a Dios la injuria de no apreciar
entusiastamente uno de sus dones, hazlo más bien fructificar
todo lo posible por amor y para gloria de Jesús que simplemente
te lo ha confiado. Cultiva tu criterio y somételo totalmente pero
también inteligentemente a la autoridad de la Iglesia. Desarrolla
sin descanso y hasta el más alto nivel tu personalidad, pero en
primer lugar para ponerla al servicio de Cristo.
Todos tenemos que ser diferentes, porque el Señor nos dio
a todos distintas luces, vocaciones y gracias. Huye de entrar en
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un molde común y cultiva tu vocación personal para desarrollarla
en el cuadro de la vocación común del apostolado laico.
Esta vocación al apostolado laico, lejos de hacer de ti un ser
de excepción, un separado, te consagra a todos los miembros del
Cuerpo de Cristo, a todos los hombres, tus hermanos y Sus
hermanos. Tú vida apostólica jamás, por ningún pretexto, será
un obstáculo al amor fraternal.
Tu deber de obediencia no aminorará jamás tu sentido de
la responsabilidad ni te eximirá de cultivar la iniciativa personal.
No te refugies en la inerte y fácil seguridad de una obediencia
pasiva. La obediencia tiene por objeto librarte de las trabas del
apego a tu propia voluntad y de tu egoísmo, para enriquecerte
con una disponibilidad total al servicio del Amor; pero de
ninguna manera se propone maniatarte tus energías y
posibilidades.
Tu pureza o castidad, dentro del propio estado, no hará
que te repliegues mezquinamente sobre ti mismo en una
búsqueda estrecha de tu perfección personal. Ella no te exige
que restrinjas ni mutiles tu corazón, sino que, por el contrario, te
permite abrirlo más ampliamente, para amar a todos los
hombres, tus hermanos, con un amor inmenso que crecerá en la
medida de tu amor a Cristo Jesús, tu hermano y Señor.
Tu espíritu de pobreza no trabará jamás tu amor a los
demás. Las privaciones no serán sino para ti. La liberación de
toda excesiva preocupación personal te permitirá una más
amplia ayuda a todos los que el Señor ponga en tu camino.
Si quieres entregar realmente tu vida, basta que hagas lo
que hizo tu Único Modelo, Jesús, según lo atestigua el Evangelio:
Jesús no quiso ser esencialmente sino uno más entre los
hombres, perdido en medio de ellos, verdadero fermento divino
en la masa humana.
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TU FORMACIÓN
Esta vida no es fácil; está, como toda vida en el mundo,
llena de dificultades, tentaciones y peligros. Es un camino, cuyas
curvas carecen con frecuencia de parapetos que defiendan del
precipicio y den seguridad.
Será necesario que remplaces estas defensas con una sólida
formación de la inteligencia, del criterio de la voluntad y del
corazón.
Te será indispensable, sobre todo, un inmenso amor al
Señor.
Será tu mejor defensa una vida de intensa unión con tu
Modelo Único, Jesús. Jesús el ejemplar perfecto de lo humano y
lo divino.
EN PLENO MUNDO, EN MEDIO DE LOS HOMBRES,
DEBERÁS VIVIR UNA PROFUNDA VIDA INTERIOR
Ten presente que, en medio de los intensos trabajos de tu
vida, por ser ella una vida de apóstol, tendrá que ser
esencialmente interior. La vida interior será en ti tanto más
profunda y radiante, cuanto que por tu vocación debe desbordar
en la acción y la fecundidad, como conviene al que tiene que ser
levadura en la masa.
Para que la levadura no pierda su fuerza al contacto con la
masa, y para que pueda elevarla, es necesario que el fermento
esté bien preparado. Para que tú puedas sin imprudencia
mezclarte íntimamente con los hombres de tu ambiente de vida
y sobre todo para que puedas transformarlos, será necesario
que te llenes de Cristo hasta desbordar. Es Él quien,
resplandeciendo a través de ti, será el fermento divino.
Para que nuestra comunidad pueda ser sin peligro y sobre
todo fructuosamente abierta y acogedora, ha de ser al mismo
tiempo un hogar ardiente de plegaria, de paz y de gozo. Esto no
se conseguirá si cada uno de nosotros no vive en presencia de
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Jesús, como en la santa mansión de Nazareth, en el recogimiento
y el amor, el corazón y el espíritu lleno de Jesús, que se derrame
forzosamente al exterior.
De esta manera, los trabajos nacidos de tu celo y de tu
amor por las almas, por muchos e intensos que sean, jamás
traerán consigo la dispersión y agotamiento de las fuerzas en el
recogimiento y el amor. Para que puedas pasar impunemente
por todos los peligros que entraña la convivencia con el medio
ambiente, será necesario desarrollar en la más profunda medida
tu vida interior en la unión con Jesús.
LA ACCIÓN SOLA, NO BASTA
Si tú dieras únicamente la acción, arrojándote
enloquecidamente a un apostolado activo sin esta vida interior
en Cristo, te puedo asegurar que ese tu apostolado nada tendría
que ver con el que Jesús encomendó a la Iglesia. Privado de la
vida divina, estaría indefectiblemente destinado a no sobrepujar
la acción de una campana que repicara vanamente en el vacío.
Sigue también en esto el ejemplo de Jesús, el hombre de
oración por excelencia, que vivió unido al Padre Celestial durante
su vida oculta en Nazareth, en las rutas de su vida pública, en los
cuarenta días de retiro en el desierto, en las largas vigilias de
oración, para poder vivir simplemente su vida entera en medio
de los suyos que estaban en este mundo. Cierto es que Él era
Dios, pero se encarnó para señalarnos el camino.
Que estas palabras –vida interior- no te impresionen como
si se tratase de una vocación excepcional, de una cosa de tal
manera elevada que tú no la puedas alcanzar. No se trata más
que de vivir en una actitud toda ella simple, confiada y amante,
de trato filial con Dios, de conversación íntima con Jesús, en la
que tu alma se expansione con la ternura de un hijo con su padre
y la intimidad de un amigo con su amigo.
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TU ORACIÓN
Tu oración no tiene que ser más que un entretenimiento
familiar con el Dios que amas, míralo y dile que lo amas y que
gozas con estar cerca de Él. Adórale y permanece a sus pies en
palabras de adoración y amor, dile y repítele en todas las formas
que Él es infinitamente amado… Dile, aunque no encuentres
palabras para una tan dulce declaración, que Él es bueno y que
tú le amas…
Esto es esencialmente la plegaria.
Así, pues, en el trabajo y en todos los momentos de tu vida
en medio de los hombres, procura sencillamente elevar tu alma
hacia Jesús y entrar en conversación con Él como con el Ser que
más quieres en el mundo…
Que Jesús sea el Rey de tus pensamientos, de tus deseos y
de tus actos.
De esta suerte no podrá dispersarte el bullicio del mundo,
porque cuando se ama no se puede perder jamás de vista lo que
se ama. Orar es amar a Jesús. Cuanto más le ames, mejor orarás.
LA EUCARISTÍA Y EL EVANGELIO
Centra tu vida de oración en Jesús viviente en la Eucaristía y
en el Evangelio. Vive una vida eucarística, esforzándote por hacer
de tus jornadas una acción de gracias perpetua, multiplicando,
sin otro límite que el de tu amor, las comuniones espirituales.
La Eucaristía será antes que nada para ti, una plena
participación en el Sacrificio del Salvador. Ella tiene que ser la
fuente de tu fuerza y fervor, si es posible, cotidiana y encontrarás
en el santo Sacrificio de la Misa el medio y el momento de unir tu
jornada con todo lo que ella contenga de oración, de trabajo, de
sufrimientos, alegrías, etc., con la Pasión Redentora del Salvador.
Irás al Sacramento de la Reconciliación, como si fueras a
Cristo con todas tus debilidades y miserias, sabiendo por la Fe,
que recibirás por la aplicación de la Sangre de Jesús, no
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solamente el perdón de tus pecados, sino además la fuerza
purificadora y vivificante de la Redención.
Tu tesoro, el Evangelio. Él es el Libro de la vida que
contiene la ciencia del Amor. De Él impregnarás tu inteligencia y
tu corazón, para poder convertirte en una predicación viviente
del Evangelio, un Evangelio en acción.
Tú harás de tu Centro o Círculo un Nazareth eucarístico,
cuyo centro será el Sagrario. Tu gozo más dulce será visitarlo tan
frecuentemente como puedas, para pulsar la Caridad de Jesús, la
vida de Jesús, a fin de tener el corazón y el alma tan llenos de Él,
que a través de ti se desborde en los demás.
De esta manera nuestros Centros y Círculos serán un
pequeño hogar de amor en el que arderá el Corazón de Jesús en
el fuego que Él vino a traer a la Tierra, nuestra comunidad será
tan fiel reflejo de las virtudes familiares de Jesús, que todos los
que lleguen a conocerla no podrán menos que sentirse atraídos
al amor de Cristo.
JESÚS, TU ÚNICO MODELO
La entrega por la redención del mundo –el desasimiento de
todas las cosas- la vida en medio de los hombres como levadura
en la masa –la vida interior en medio del mundo- todos éstos son
los medios para realizar tu vocación de apóstol laico.
Pero, para asegurar a esta vocación todo su sentido y su
unidad será necesario que vivas intensamente a Jesús-Caridad.
Él iluminará y simplificará toda tu vida.
Jesús será tu camino único, tu solo jefe, tu solo Maestro.
Una sola cosa es necesaria, amar a Jesús.
Marcha poniendo tus pies en sus huellas, tus manos en sus
manos, reproduciendo amorosamente en tu vida los rasgos de la
suya. Penetra su espíritu y piensa sus pensamientos, pronuncia
sus palabras, realiza sus acciones. Desaparece tú, para que Él
actúe en ti.
19
Practica las virtudes en función de Jesús, para asemejarte
cada vez más a Él.
Vive en la obediencia para ser: uno con Jesús, así como Él es
por la obediencia, uno con su Padre Celestial: “Mi Padre y Yo
somos una sola cosa”. “Yo hago siempre lo que place al Padre
Celestial”.
Sé dulce como el Cordero Divino, dando un lugar de
preferencia en tu alma a los pensamientos caritativos,
indulgentes y comprensivos de Jesús. No vivas pendiente de tus
derechos; recuerda la conducta de Jesús ante sus jueces y
detractores.
Sé pobre y humilde con Jesús convirtiéndote en el servidor
de todos. “El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino
para servir y dar su vida por la salvación de muchos”. (Mt. 20,28).
Sé casto, para que, liberadas todas tus potencias, puedan
expandirse en un amor universal sin frenos ni ataduras.
Conságrate a una fraternal y universal Caridad, cultivando
en tu vivir tan solo aquellos pensamientos, palabras y acciones
que pudieren ser admitidos en el hogar y compañía de Jesús de
Nazareth, y así se pueda reconocer en ti a un verdadero discípulo
de Cristo: “En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os
amáis los unos a los otros”. (Jn. 13,35).
Alienta una caridad inmensa para con todos y, como Jesús,
reparte con el pobre hasta tu último pedazo de pan.
Ayuda a tu Parroquia para que pueda ser la Casa de Jesús,
el techo del Buen Pastor, donde todos: enfermos y sanos, ricos y
pobres, felices y desdichados, sean fraternalmente recibidos,
atendidos y deseados, como si fuera cada uno de ellos el mismo
Jesús, como seres sagrados en los que vive el mismo Jesucristo.
Que sea tu celo el Celo de Jesús, para marchar como Él a la
búsqueda de las ovejas extraviadas, poniendo toda tu alegría en
ser de alguna manera útil en el servicio de los demás y, si fuera
necesario y contando con su Gracia, dar la vida por ellos. Tendrás
una Fe invencible en el poder de Jesús, Señor de lo Imposible,
una Fe invencible en el triunfo de Jesús por la acción de su Amor
20
y de su Presencia, pues es su Sangre la que conquistó su victoria
sobre el mundo.
Pon tu Alegría espiritual en la certeza de la Gloria y la
Bienaventuranza eterna de Jesús. Él es bienaventurado, tú lo
amas, ¿qué te puede faltar?
En una generosa inmolación oculta y silenciosa entrégale a
Jesús, gota a gota, toda tu vida sobre el altar del deber cotidiano.
Jesús-Caridad será el secreto de tu santidad, la explicación
de la fecundidad de tus trabajos. Él será la fuerza de tu
personalidad.
JESÚS, LA PASIÓN DE TU VIDA
Tu propósito será contemplar a Jesús, imitarlo y finalmente
seguirlo.
Sigue a este Maestro Único, que es Amor y Dulzura, Luz,
Fuerza, Paz y Alegría.
El día que tengas tu casa, si no la tienes aún, haz de ella un
Nazareth, donde Jesús sea el centro, el Amigo íntimo, el
hermano y al mismo tiempo el Señor. La plegaria se hará a sus
pies, el trabajo en su compañía, el reposo se gozará a su amparo.
Tu camino espiritual será el Amor encarnado en la Persona
de Jesús.
Tu misión: hacer que reinen Jesús y la Caridad en tu
corazón y en torno a ti. La cumplirás en Él, con Él y por Él.
Tus jornadas transcurrirán entre la primera y la última
plegaria de Jesús a su Padre Celestial: “Heme aquí, Padre mío, yo
vengo a hacer Tu Voluntad”, la primera, “Padre mío, en tus
manos encomiendo mi espíritu”, la última.
Tu caridad será la que nazca de tu unión con Cristo. Tu
apostolado será la irradiación de su Amor y de su Presencia
bebidos en la Eucaristía y en el Santo Evangelio.
Tu método será el de Jesús: la Bondad, la Amistad, el Amor.
21
Jesús será la pasión de tu vida: Él en ti, tú en Él, para que
puedas decir con el apóstol Pablo: “ya no soy yo quien vive, es
Jesús quien vive en mí”.
Y podrás decir también: “¿Quién, pues, podrá separarme
del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿O la angustia? ¿O el
hambre? ¿O la desnudez? ¿O el riesgo? ¿O la persecución? ¿O el
cuchillo?... Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni virtudes, ni lo presente, ni lo venidero,
ni la fuerza, ni lo más alto, ni lo más profundo, ni otra criatura
podrá jamás separarme del amor de Dios que se funda en Cristo
Jesús, Señor Nuestro” (Rm 8).
CON UN CORAZÓN DE NIÑO RECIBE A JESÚS DE MANOS
DE LA VIRGEN, SU MADRE.
Has contemplado hasta aquí largamente la Cruz y has
podido admirar el heroísmo de Jesús en su humillación y
sacrificio. Lo viste en el taller de carpintero y admiraste la belleza
de su esfuerzo en el trabajo para ganarse el pan cotidiano. Lo
viste a lo largo de las rutas de su vida pública bendiciendo y
obrando prodigios y sentiste deseos de llevar tu esfuerzo
apostólico hasta los confines del mundo, esfuerzo con frecuencia
recompensando con la alegría de ciertas miradas de gratitud o
lágrimas de arrepentimiento.
Pero ahora llegó el momento de contemplar e imitar a
Jesús en las pajas del pesebre, en el que no fue más que un niño
pequeño como todos los demás niños, en el que nada se veía de
extraordinario, un pequeño niño reducido por amor a los
hombres a un estado de total impotencia.
Él quiere ser conocido así no sólo por los niños, sino sobre
todo por los adultos, pues, para eso fue que requirió la adoración
de los pastores y la de los Reyes Magos, llevados a su presencia
por una estrella, a fin de que vieran a Dios en este Pequeño sin
grandeza ni majestad.
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Aquí lo tienes a Jesús dictándote la lección de la infancia
espiritual, que no es sólo para ciertas personas
excepcionalmente elegidas, sino un deber para todos, desde le
momento aquél en que Jesús, tomando de la mano a un niño, lo
colocó en medio de los adultos que se disputaban los primeros
lugares del Reino, diciéndoles: “Si vosotros no os hacéis como
este niño, no entraréis en el Reino de los Cielos”.
Jesús Niño desde su cuna te grita: “¡Confianza,
Familiaridad! ¡No tengas temor de Mí! ¡Ven a Mí!....
¡Tú no serás tímido ante este Infante que te tiende los
brazos! ¡Es tu Dios, pero es todo confianza!
Por un exceso de amor quiso Jesús pasar por este estado de
impotencia propio del infante, el único estado que pone a un ser
en la mano de otros seres en situación de total abandono.
Por esta impotencia el niño pequeño se vuelve
constantemente hacia su madre y de ella lo espera todo. Tiene
en ella una confianza enternecedora. A su lado no teme el mal ni
el peligro.
Como todos los niños pequeños del mundo, el Cristo de
Nazareth, el Cristo de la Vida Pública, el Cristo de la Pasión, el
Cristo Glorioso de la Resurrección tuvo, cuando era infante,
necesidad de una madre junto a su cuna, necesitó la ternura
vigilante de la Virgen María, necesitó su amor, amor que le
acompañó desde Belén hasta la Cruz.
Contempla el Pesebre y verás en él a Jesús, tu Dios, que te
invita a seguirlo por los caminos de esta infancia espiritual de
confianza y abandono en Dios.
Él te invita a que confíes, como Él entonces, en el Padre
Celestial. Te invita a que confíes con su misma ternura de Belén
en Aquella que ven los ojos de tu Fe junto al Pesebre, la Virgen
María, su madre. Tienes que sentir por Ella la misma confianza y
la misma necesidad de ayuda que experimentaba el Niño Jesús.
¡Qué triste sería tu vida si sobre ella no estuviera inclinada, como
sobre el Pesebre de Belén, la solicitud tierna y maternal de
María!
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Conserva siempre para esta Madre tu corazón de niño
pequeño. Nunca te sientas adulto frente a Ella. Para Ella, como
para todas las madres, su Hijo será siempre un niño.
No seas jamás grande para la Virgen Santísima.
Deja que te rodee con su ternura maternal. Pídele que te
dé a conocer los secretos de su delicado amor a Cristo. Ruégale
que te enseñe el camino de la humildad y de la ofrenda.
Manuel Moledo
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