ASÍ ES LA BUROCRACIA (instructivo esperpento en tres actos, basado en hechos reales) Edición del autor Carlos G. Puente A Elena, porque ella me comprende mejor que nadie ACTO I: LA AFILIACIÓN Escena 1 (Aries, Castellana, 130) Recursos Humanos quería contratarme, estoy convencido de ello y no dudo de su honestidad. Pero necesitaba (según me explicó Luisa) seguir unos “sencillos pasos rutinarios” para cumplir con el protocolo administrativo. Todo es sencillo y se hará muy rápido –me dijo. Y aquel primero de junio de 2009 comenzó mi tour a la burocracia madrileña. La primera etapa discurría en su propio despacho del Pº de la Castellana 130. ¿Cuál es tu número de la Seguridad Social, Carlos? Con lo listo que eres, seguro que te lo sabes de memoria, ¿verdad? –me preguntó con esa sonrisa enigmática y esa mirada intensa de rímel que seduce tanto a mis compañeros. Verás, soy beneficiario de un seguro de asistencia médica que comparto con mi padre funcionario, así que nunca he tenido... Bueno, pero eso aparte, tendrás algún número de afiliado, ¿no? No lo sé, creo que no, pero en todo caso no puedo decírtelo ahora mismo, tendría que hacer una llamada. Yo no tenía ni idea de qué era aquel número; para mí lo más parecido era uno que aparecía en una tarjetita plastificada que compartía con mi padre, de MUFACE, la mutualidad de los funcionarios. Y sabía perfectamente que en mi cartera sólo llevaba una tarjeta dorada de mi seguro médico Adeslas y otra como donante oficial de sangre en el SERGAS (Servizo Galego de Saúde), ninguna de las cuales era la que ella me pedía. Entonces, lo que debes hacer es visitar la oficina más cercana de la Tesorería General de la Seguridad Social y solicitar un documento con tu número de afiliado. Nosotros ya le hemos comunicado que te incorporamos hoy mismo como trabajador de plantilla. Y ¿dónde está esa oficina? No conozco bien Madrid y menos aún su red de oficinas de la SS. Hay varias por los alrededores; ahora voy a imprimir una relación de las más cercanas y enseguida te la paso, ¿vale? Muchas gracias, Luisa. Reconozco que ese fue un gesto de amabilidad por su parte, de hecho, no tardó en entregarme un plano que señalaba las oficinas de la Seguridad Social del distrito de Tetuán. En resumidas cuentas, la oficina más próxima resultaba estar en la zona de Estrecho, conocida de sobra por mis pies de infatigable caminante urbano. “¡Qué suerte!”, pensé. Pero pensándolo mejor, de suerte ¡nada! En junio, aquella oficina ya sólo tenía horario de mañana, y cerraba a las tres. Primer problema. Para no ausentarme del trabajo, reservé cita para un día entre semana a última hora y me la concedieron tres semanas más tarde. “Qué se le va a hacer”, pensé. Escena 2 (Santa Juliana, 11) Me las arreglé para hacer una escapada hasta allí a la hora de comer, comí un par de bocadillos de chorizo mientras esperaba la cola, y problema solucionado, o eso creía yo. Volví más feliz que una perdiz con mi papelito de la Seguridad Social. El proceso no era tan rápido como Luisa decía, pero al menos era sencillo. ACTO II: LA TARJETA SANITARIA Escena 1 (Aries, Castellana, 130) ¡Ring, ring! En aquella época, cada vez que Luisa me llamaba al teléfono por el asunto de mi Seguridad Social, me dejaba sumido en la intranquilidad, y últimamente aquello estaba convirtiéndose en una costumbre. No te quejes, ¡a mí no me llama tantas veces a su despacho, jeje…! –bromeaba conmigo mi compañero Ping, enamorado secreto de Luisa por aquel entonces. Acudí presto a su llamada, pues cuanto antes terminen los trámites burocráticos, mejor. Muy bien, Carlos, como tú vienes de fuera, te recomiendo que te hagas cuanto antes la tarjeta sanitaria de la Comunidad de Madrid. Te será necesaria para gestionar una baja, por ejemplo. No lo olvides, por favor. Tomo buena nota de ello. Esto es una gestión ágil, ¿verdad? Sí, por supuesto; vas allí y ya te la traes puesta. De acuerdo, Luisa. Parecía lógico obtener una tarjeta sanitaria y alistarse a un médico de cabecera siendo residente en Madrid, así que por Internet busqué cual sería el centro médico más cercano. Aparecía una larga lista, pero me pareció que el Centro de Salud – Central Distrito de Tetuán, a diez minutos de mi casa, era el idóneo. Escena 2 (Calle Aguileñas, s/n) Hacia allí dirigí mis pasos aquella misma tarde al salir de trabajar. Nada más llegar, me atendió un chico que seguramente se llamaba Rápido Tengoprisa: Buenas tardes, quisiera saber qué requisitos necesito cumplir y qué documentación presentar para solicitar mi tarjeta sanitaria y un médico de cabecera para mí. ¿Tarjeta sanitaria? ¿Médico de cabecera? No es aquí, debes acudir al ambulatorio de Bravo Murillo, y bla, bla, bla. Adiós. Escena 3 (Bravo Murillo, 317) Ni corto ni perezoso me acerco al Ambulatorio y reitero mi pregunta a la señorita de recepción. Pues necesitamos saber cuál es tu número de la Seguridad Social. ¿No figuro ya en su base de datos? Aún no hace ni dos meses que me dieron de alta y creo que debería… Su base de datos y la nuestra son diferentes. Tráenos el número y ya nos encargamos nosotros de todo lo demás. ¡El siguiente! Escena 4 (Aries, Castellana, 130) Parafraseando al gran poeta León Felipe, ¡qué lástima! Si recordáis, ese número estaba en mis manos en el Acto I, pero se lo había entregado a Luisa hacía varias semanas sin hacer previamente una fotocopia. Haciendo de tripas corazón, el lunes siguiente la llamo. Comunica las cuatro primeras veces y responde la quinta (esto es habitual). Le pido por favor que cuando tenga tiempo me envíe al correo el número de afiliado de la Seguridad Social. Dos días después (cuando se acuerda) recibo el correo y lo anoto en mi móvil para no olvidarlo. Con esta prevención regreso al Ambulatorio. Escena 5 (Bravo Murillo, 317) Resulta que ese día era miércoles y salgo algo más tarde de la oficina que la vez anterior, que era viernes. Entro en la recepción y veo a la misma señorita en la ventanilla, con el mismo rictus de aburrida de siempre. Al verme, me dice: Los asuntos administrativos los tratamos sólo hasta las cinco y media. ¡Y me da con la puerta en las narices! Yo salgo de trabajar a las cinco y media, y me lleva por lo menos veinte minutos llegar hasta allí. Me resultaría casi imposible llegar a tiempo. “Tendré que regresar un viernes”, pensé. Escena 6 (Idem) Eso hago dos días después. El viernes a las cuatro y diez (como en la preciosa canción de Aute) y con un calor de justicia acudo por tercera vez al Ambulatorio de marras, ya con cierta irritación (no sé si con mucho motivo pero así era). Ya en la ventanilla, me dirijo a la señorita de siempre y le dicto el número que había anotado. Apunte mi número: tres seis diez… Ah, no, no. No me vale si el número está memorizado en tu móvil o anotado a mano. Tiene que ser el original que emite la propia oficina de la Seguridad Social. ¡Y me lo dice ahora! El documento de la Seguridad Social con mi número de afiliado estaba en poder de mi empresa. Fue entonces que comencé a desesperarme y a maldecir mi suerte en este país de burócratas ineficientes. Mi situación empezaba a ser kafkiana. El lunes siguiente volví a pedir cita para la Tesorería General de la Seguridad Social. Tres semanas después llegó el día señalado. Durante la hora de la comida, en lugar de comer, me largo a la oficina de la c/Santa Juliana 11 y recibo un nuevo documento original con mi número de afiliado. Escena 7 (Idem) Con el documento de la Seguridad Social el siguiente viernes regreso al Ambulatorio, y allí nuestra amiga la señorita me dice: Una cosa más, necesitamos su volante de empadronamiento en Madrid. Pero ¿será posible? ¡Cada día me pide un requisito nuevo! Resulta que yo todavía no estaba empadronado en Madrid. De vuelta a la oficina y el lunes siguiente pido cita para la Oficina de Atención al Ciudadano del Distrito de Tetuán. ACTO III: EL EMPADRONAMIENTO Escena 1 (Avenida de Asturias, 49) La Oficina de Atención al Ciudadano del Distrito de Tetuán sólo tiene horario de mañana, así que hube de recurrir a la estrategia de siempre. Ya es para mí una rutina prepararme dos bocatas para comer en la cola de la Administración, os aseguro que cada vez los preparo en menos tiempo, voy camino de batir un récord. Un mes y medio después (sí, sí, habéis oído bien) llega el gran día de la cita, en el que paso a ser oficialmente madrileño. Entre la documentación necesaria figuraba una fotocopia del DNI del propietario de mi vivienda habitual. Las vicisitudes que pasé con mi casera (una persona analfabeta y desconfiada) para pedirle su DNI, hacerle una fotocopia y conseguir que firmase (más bien garabatease) el impreso del ayuntamiento, serían dignas de otra narración. El caso es que finalmente logré reunir toda la documentación necesaria y me expidieron el volante de empadronamiento que necesitaba. Escena 2 (Bravo Murillo, 317) Con mi DNI, mi documento de afiliación a la Seguridad Social y mi volante de empadronamiento me presento el viernes siguiente en el Ambulatorio. Curiosamente, no estaba mi amiguísima la señorita, sino una señora más madura. En cierto modo, yo echaba algo de menos a la señorita, a la que ya me unía algo más que la mala leche; pues con frecuencia me acordaba de ella, de su madre y prácticamente de toda su familia (únicamente algún primo lejano me podía faltar). La nueva recepcionista no me pidió un solo documento, sino que me espetó directamente: ¿La tarjeta sanitaria? Enseguida te la hago, ¿dónde vives? En Pinos Alta 114. Muy bien. A ver, a veeer… (Buscó y rebuscó en un plano de papel arrugado que estaba pegado en el mostrador) ¡Oh! Pero a ti no te corresponde este centro… ¿Ah, no? Caramba, pues su compañera no me había informado de ello… Pues tu centro asociado está en la Avenida de Asturias 61. Así sabiéndolo ya es todo mucho más fácil… ¡Muchas gracias! No sabía si alegrarme o llorar. Ese centro está a sólo tres cruces de mi casa, y yo acababa de enterarme después de tanto tiempo recorriendo medio Madrid. Creo que mis recorridos serían convalidables por algunas etapas del Camino de Santiago, no os exagero… Cabalgué más que caminé hasta el lugar que me indicó ella, sin hacerme demasiadas ilusiones. Escena 3 (Avenida de Asturias, 61) Llegué por fin a mi centro de salud definitivo. Allí aceptaron toda la documentación que aporté y no me pusieron ninguna pega, pero (siempre hay un pero) la informática comenzó a protestar. El proceso de mi incorporación a la base de datos se interrumpió de repente. Y el chico me preguntó: ¿Estás cotizando a la Seguridad Social? –¡menuda puñalada en mi costado! Respondí encendido en fuego: Ese documento acredita mi número, y le aseguro que alguien descuenta de mi nómina un buen bocado todos los meses, pero a estas alturas ya no estoy seguro de nada… (A un aparte) Pepe, llama y que te confirmen que este chico está cotizando. (Dirigiéndose a mí): Tienes un número que comienza por 36. ¿Cómo es eso? Procedo de la provincia de Pontevedra. Pero no has cotizado nunca fuera de Madrid… Supongo que me habrán asignado el número por algún seguro escolar o algo así. Bueno, te creeremos, ¡qué remedio! (Una voz desde el interior) Efectivamente Joaquín, el chico está cotizando, pero el programa no me permite actualizarlo. Se niega a reconocerlo como persona física. Y así estuvieron más de media hora, ellos peleándose con la base de datos y yo debruzado en el mostrador, dejando pasar a los ancianos malhumorados que iban llegando mientras tanto para tomarse la tensión. Finalmente el más veterano me dice: Bueno, ya está. Parece que hasta ahora eras beneficiario de algún seguro médico pero que nunca antes has pertenecido al sistema de la Seguridad Social. Te hemos incorporado como a un recién nacido. (Entrando en cólera, a mi manera) Hagan lo que sea, a mí me da igual pero, por favor, ¡quiero mi médico de cabecera ya! Si mañana me parto una pierna nadie me podrá firmar una baja laboral y corro el riesgo de ser despedido. ¿Es esto mucho pedir? En otros países me atenderían sin preguntarme mi procedencia y sin embargo aquí hace falta cursar un doctorado para disponer de un médico general que me pueda consultar. ¡Menos fútbol y más sanidad, diablos! Vale, vale. Tu médico de cabecera es Pedro y consulta por las tardes. Toma este impreso, tiene validez hasta que dentro de tres meses te llegue a casa por correo tu tarjeta sanitaria. Epílogo Dicho y hecho, al fin tres meses más tarde la tarjeta sanitaria llegó religiosamente a mi buzón. ¡Cuánto esfuerzo invertido para obtener aquel pequeño plástico! Y lo bueno es que se trata de algo que uno quiere utilizar lo menos posible… Ésta ha sido la historia de mi tour por la burocracia madrileña. Duró trece meses y medio, entre junio de 2009 y julio de 2010. Pero colorín colorado, este tour se ha terminado, y bien está lo que bien acaba FIN Madrid, 9 de agosto de 2010