Fuera de Ruta Coincidencias Lorenia Velázquez Contreras* Ese lunes, acompañé a María en su visita a la unidad de quimioterapia para recibir tratamiento post-operatorio contra el cáncer de mama. Ahí conocimos a Beatriz, para quien también significaba la primera vez, y a Rosa, quien venía por la quinta de seis dosis aplicadas cada tres semanas. Estar en la recta final de esta fase -la más difícil del tratamiento- convierte a Rosa en toda una experta en el tema y también experta en levantar el ánimo de sus compañeras de cuarto, coincidentemente de la misma edad. Fue así como las vidas de estas tres mujeres, hasta entonces completamente ajenas, se encontraron en una confortable sala del Hospital Oncológico de Sonora (HOS), “Tantos mundos, tanto espacio y coincidir”. Ni la información, ni el lenguaje con que ésta es proporcionada por los médicos serán suficientes o adecuados para contener los temores de una paciente con cáncer. La experiencia de quien lo ha padecido es más enriquecedora, por lo que las preguntas entre estas tres nuevas amigas circunstanciales no se hicieron esperar: ¿Qué médico te atiende? ¿Te operaron? ¿Te quitaron todo el pecho o sólo el tumor? ¿Cómo te sentiste después del tratamiento? ¿Cuántas sesiones de quimio te programaron? ¿Te darán radiaciones? Fueron más de tres horas de nutrida conversación, pareciera que se conocían de tiempo atrás. A causa del cáncer de mama he sufrido la pérdida de tres mujeres muy cercanas a mi vida. Mi madre entre ellas, hace poco menos de trece años. Otras tantas mujeres igualmente queridas han logrado apartarse exitosamente de la enfermedad y soportar estoicamente los drásticos tratamientos que ahora ven como un difícil camino que debieron recorrer para recuperarse. Una mirada hacia atrás, pero sobre todo con la vista en el futuro, les hace entender que finalmente valió la pena transitarlo. En México, un alto porcentaje de mujeres con cáncer de mama son diagnosticadas en etapas avanzadas y cuando el tumor es ya perceptible al tacto. En etapas más tempranas y por tanto con muchas mayores probabilidades de sobrevivencia (mayores al 90 por ciento) la enfermedad puede ser diagnosticada a través de estudios radiológicos – mamografías- anuales. Varias investigaciones señalan una relación directa entre los niveles de ingreso y la incidencia de cáncer de mama, aunque -tal y como sucede con otros síntomas de la desigualdad- la tasa de mortalidad es sensiblemente mayor en países y grupos de población de menores ingresos. Así, según un estudio de Brandan y Villaseñor, publicado por la revista Cancerología 1, 2006, pp. 147-162, se tienen dos características de esta enfermedad: los países menos desarrollados muestran tasas notablemente inferiores a la de los países industrializados en cuanto al número de casos presentados por cada cien mil mujeres, pero en estos últimos se ha logrado revertir la tasa de mortalidad a partir de los años noventa, mostrando en la actualidad una tasa decreciente. Lo anterior se encuentra estrechamente relacionado con la importancia del acceso oportuno a los sistemas de salud de los grupos más vulnerables de nuestra sociedad y la posibilidad de contar con procedimientos eficaces para la detección y el tratamiento. Los casos de María, Beatriz y Rosa se consideran de buenos pronósticos, pero los obstáculos que han debido sortear para recibir el tratamiento no han sido fáciles. Beatriz y Rosa deben trasladarse en autobús desde sus lugares de origen (Puerto Peñasco y Banámichi, respectivamente) hasta esta ciudad. Las tres han debido apoyarse en las redes familiares, tanto para la logística como para costear los gastos generados, que afortunadamente sólo consisten en gastos secundarios, puesto que los sistemas de seguridad social amparan al 100 por ciento a las mujeres de escasos recursos con cáncer cervico-uterino y mamario. Aunque falte todavía mucho por hacer en términos de información y cobertura de los programas de salud, en esta vuelta a toparme de cerca con la enfermedad me doy cuenta que las cosas han cambiado al igual que la visión catastrófica que tenía sobre ella. Ya de salida, Beatriz nos comentó que aprovechó para acercarse al módulo del Grupo Reto donde le ofrecieron una peluca que le servirá para cubrir la piel de su cráneo seguramente desnuda dentro de un mes. María tomó esta previsión desde hace unas semanas. Rosa cubre ya su cabeza con una coqueta pañoleta anudada en la nuca. Se despidieron sonrientes deseándose mucha suerte y quedaron de verse a la misma hora en el mismo lugar dentro de tres lunes. No deseo que usted lo constate personalmente, pero me siento obligada a externar mi reconocimiento al personal médico, técnico y de apoyo que atiende las instalaciones del HOS, ubicado en Hermosillo. La calidad en la atención es importante, pero la calidez con que se proporciona es vital en el ánimo de los pacientes. Ahora estamos en espera del final feliz de estas tres historias que apenas comienzan. *Profesora-Investigadora del Centro de Estudios del Desarrollo de El Colegio de Sonora, lvelaz@colson.edu.mx