Canto VIII Orlando Furioso de Ludovico Ariosto 1 ¡Oh cuán-to en-can-ta-dor y en-canta-do-ra hay con no-so-tros sin que de él se-pa-mos, que con ar-te fin-gida y se-duc-to-ra se ha-cen de hom-bres y mu-je-res amos! No por es-pí-ri-tu que en el an-tro mora ni ob-ser-va-ción de es-tre-llas a él nos da-mos; mas por si-mu-la-ción, men-ti-ra y tra-za con irrom-pi-ble la-zo el al-ma ca-za. 2 Qui-en del má-gi-co a-ni-llo dis-pusie-se o a-quel me-jor de la ra-zón po-dría de-sem-bo-zar su faz, que, si a-sí fuese, no o-cul-ta por fi-cción ni ar-te es-taría. Y así qui-en an-tes be-llo pa-re-ciese, feo y mor-tal des-pués pa-re-ce-ría. Muy ven-tu-ro-so fue Ro-ge-lio enton-ces, pu-es tu-vo a-ni-llo con que a-brió los gon-ces. 3 Ro-ge-lio --os di-je ya—di-si-mulan-do fue a ca-ba-llo a las puer-tas del cas-ti-llo; ha-lló a la guar-dia dis-tra-ída, y cuando lle-gó, no e-chó las ma-nos al bolsi-llo. A a-quel a pi-que, a a-quel muer-to de-jan-do pa-só el puen-te, rom-pi-én-do-le el ras-tri-llo: al bos-que huyó, mas po-co y mal galo-pa, pu-es un sa-yón de la he-chice-ra to-pa. 4 Un hal-cón so-bre el pu-ño pe-regri-no por-ta-ba al que a me-un-do echar gus-ta-ba ora al cam-po, ora al la-go a-llí ve-ci-no, don-de a-bun-dan-te pre-sa siem-pre ha-lla-ba: mon-ta-ba en un fa-mé-li-co ro-ci-no, de un pe-rro fi.el de-trás se a-com-pa-ña-ba. Juz-ga que pue-da ser a-quello hui-da, pu-es tan pre-ci-pi-ta-da es la par-tida. 5 Le fue al en-cuen-tro, y con so-verbio ges-to le pre-gun-tó por qué veloz co-rría. No qui-so res-pon-der Roge-lio a es-to, con que él, cer-ti-fi-cado ya que hu-ía, pu-so en e-je-cu-ción dar-le el arres-to, y el bra-zo al-zando en que el hal-cón te-ní-a: «Ve-rás –di-jo-- si el pa-so se desten-sa, pu-es no ha-lla-rás con-tra mi hal-cón de-fen-sa». tanto del grito Rabicán padece, que ni a brida ni a espuelas obedece. 6 Lo suelta, y con tal fuerza bate el ala que alcanza a Rabicán en la carrera. El cazador del palafrén se cala y a un tiempo de la brida lo libera. 9 Alza Rogelio al fin su arma acerada; y, por que tal estorbo se concluya, mostrando el filo y punta de la espada, pretende que aquel ruin cortejo huya. Mas éste más le turba y más le enfada, Galopa, como flecha que arco exhala, y menos da ocasión con que no con coces y bocados esta fiera; y el siervo detrás de él tan veloz corre que parece que el viento lo socorre. irruya. Ve el paladín el daño y menoscabo que ha de sufrir, si no da al hecho cabo. 7 No quiere el perro parecer más tardo, y sigue a Rabicán con la presteza con que suele seguir la liebre el pardo. Ve huir Rogelio afrenta a su nobleza: se vuelve a aquel que corre tan gallardo y un arma sola ve con que se atreza: la fusta con que al perro necesita. Rogelio, pues, tomar la espada evita. 10 Sabe que de no usar al punto el hierro, le dará Alcina con su gente alcance: 8 Aquel se acerca y fuerte lo golpea; de caja, de trompeta y de cencerro escucha ya el rumor que trae su avance. Mas piensa que con siervo inerme y perro usarlo es deshonroso e infame lance: y al fin resuelve por más justo y breve aquel escudo usar que a Atlante debe. a un tiempo el pie derecho el can le muerde; tres veces (más quizá) el bruto cocea, y no ocasión de herirle el flanco pierde. El ave sobre él revolotea, y, hundidas en su piel, las garras pierde: 11 Alza el rojo cendal en que cubierto desde su huida aquel escudo trae, y obra el efecto él con el que yerto a aquel que hiere de sentir sustrae: queda el siervo en el suelo sin concierto, cae el perro y cae el corcel, la pluma cae que hacía sostenerse en vuelo al ave; y quedan en poder de un sueño suave. cualquier signo acabar que Alcina usaba: imágenes quemó, deshizo estampas, nudos y rombos y mil otras trampas. 12 A Alcina, a la que ya le es manifiesto cómo Rogelio por romper la puerta, ha a muchos muerto y malherido al resto, 15 Luego cruzando el valle y la ribera a sus viejos amantes que allí en forma vivían de fuente, planta, piedra o fiera hizo volver a su primera forma. le traspasa el dolor y queda muerta: Y todos, ya expedita la carrera, rasga sus ropas, se maltrata el gesto, mujer necia se llama y mal despierta, y, al arma convocando urgentemente, juntó para ir tras él toda su gente. siguieron de Rogelio el paso y orma: al reino van de Logistila, y luego vuelven entre indio, persa, escita o griego. 13 La parte en dos, y a una, hecho ya examen, manda a la senda que el felón 16 Melisa a cada cual mandó a su tierra con orden de que tal no se olvidara, camina; a otra que, atendiendo su dictamen, al puerto vaya y tome en la marina flota que nuble el mar con su velamen. Con estos va la desperada Alcina, y tanto por Rogelio de amor arde que deja su ciudad sin quien la guarde. mas fue el primero el duque de Inglaterra en ser vuelto a su antigua humana cara; pues hizo el firme ruego y cortés guerra de Rogelio por él que así privara; y aún más que ruegos dio, pues dio el anillo a fin de hacer el acto más sencillo. 14 No deja guardia a cargo de su estado lo que a Melisa, que ocasión buscaba para librar de aquel reino malvado al pueblo que en miseria se encontraba, le dio comodidad para a su grado 17 A ruego de Rogelio, pues, recobra su aspecto Astolfo natural y exacto, mas vana cree Melisa que es su obra, mientras que no le restituya al acto aquella lanza de oro, con que cobra victoria en cualquier justa al primer tacto: fue de Argalía, fue de Astolfo luego, y honor dio a uno y otro en todo juego. 18 Halla Melisa al fin la lanza de oro, que algún rincón de aquel palacio ocupa, y el resto del ajuar que con desdoro perdió Astolfo, también cobra y esto bastante a derretir el vidrio fuera. Sólo cigarra con un son molesto (pues toda ave a la fresca sombra era) ociosa entre las ramas de un majuelo asorda valle y monte, y mar y cielo. 21 No tuvo allí otro amigo ni otra amiga agrupa. Rogelio en esta huida fastidiosa Después montó el corcel del sabio moro y al duque atrás acomodó en la grupa, y tan diestra el corcel rige y mancipa que en una hora a Rogelio se anticipa. más que el calor, la sed y la fatiga de andar senda tan yerma y arenosa. Mas porque no está bien que siempre os diga y os dé por diversión la misma cosa, dejo a Rogelio en tan duro rescaldo y vuelvo a Escocia en busca de Reinaldo. 19 Mientras, topando piedra y fuerte espina, Rogelio a Logistila en su viaje de valle en valle senda tal camina yerma, arriscada, inhóspita y salvaje, que sólo tras gran pena y gran mohína llega a la ardiente nona hasta un paraje costero entre monte y mar, al sur abierto, yermo, abrasado, estéril y desierto. 20 Punza al vecino monte un sol funesto y del calor que el monte rebervera, hierven de modo arena y aire que 22 En mucho era el paladín tenido del rey, su hija y de aquel reino todo, y la causa que allí le había traído Reinaldo declaró con gentil modo: que era al inglés y al escocés pedido socorro para aquel duro periodo, y añadió al ruego que su rey le diera justísima razón que a ello moviera. 23 Dio el rey, sin titubeo, por respuesta que en cuanto allí su fuerza se extendía, siempre a su servicio predispuesta don Carlos y su Imperio la tendría; y que en satisfacción de su recuesta cuantos hombres tuviese reuniría, y él mismo, si no fuese ya tan viejo, sería el capitán de aquel cortejo. hasta que a Londres el bajel arriba. 24 Mas tal molestia nunca la creería suficiente razón, si no tuviese un hijo que por seso y bizarría muy digno era a que aquel mando asumiese, y, aunque ahora allí en el reino no 27 Cartas de Carlos y de Otón reales (Otón que junto a Carlos sufre asedio) tiene para que el príncipe de Gales, actuando en atención a su remedio, junte en su tierra y su región feudales caballos y hombres por cualquiera medio; asistía, a fin de que en Calés, tras a Escocia se esperaba que volviese, mientras se apercibía aquella armada, de suerte que la hallara preparada. embarcarlos, pasen a Francia a socorrer a Carlos. 25 Y así a los tesoreros por su tierra mandó reunir caballería y gente; barcos prepara y munición de guerra, vituallas y dinero prontamente. Partió en tanto Reinaldo hacia Inglaterra, y el rey por despedirlo cortésmente hasta Bervique mismo lo acompaña, y allí al dejarlo el rostro en llanto baña. 28 El príncipe al que Otón regente hizo en tanto que al infiel él combatía, a Reinaldo de Aimón tanto honor hizo como a su mismo rey hecho no habría. Sus demandas al punto satisfizo, y a todo el que empuñar arma podía de Bretaña y sus islas, con instancia, señala día en que embarcar a Francia. 26 Soplando el viento próspero en la 29 Señor, mejor haré como el maestro popa Reinaldo embarca, a todos despidiendo; zarpa el piloto, y sobre el mar galopa tanto que llega allá donde muriendo al mar el bello Támesis se topa. Entran en él con la marea subiendo, y a vela y remo van aguas arriba tañe el instrumento, que a menudo varía cuerda y tono, porque diestro buscando va ahora el grave, ahora el agudo. Mientras los hechos de Reinaldo muestro, venirme Angélica a las mientes pudo, la cual dejé, cuando del franco huida, de un viejo se encontraba recogida. 30 Quiero un poco contar en qué esto acaba. Dije el modo en que al viejo con porfía senda que al mar llegase preguntaba. Tal era el miedo que al de Aimón tenía que, no cruzando el mar, morir y de su cuita visceral le informa; y le hace entrar en el corcel caoba que el alma junto a Angélica le roba. 33 Como sagaz lebrel, abituado a dar a zorra y liebre astuta caza, que, viendo andar la presa por un lado, marcha por otro y finge no hallar traza, pensaba para al fin verse cómo ya tornado y a riesgo en toda Europa se creía. Mas la sosiega el santurrón con traza, porque gozarla de secreto traza. la trae en la boca, y muerde y despedaza; así a Angélica hallar el viejo ensaya, y habrá de hallarla allá por donde vaya. 31 Le encendió el corazón tanta hermosura, y le abrasó la frígida medula; mas luego que ve que ella de él no 34 Cuál fuese su intención, bien yo la entiendo; cura y hastiada ya de él con él deambula, espolea con saña su montura, mas no consigue acelerar la mula: al paso apenas va y al trote aún menos, no acata el animal más que los frenos. y en otra parte os la diré, mas luego. Angélica de nada, pues, temiendo, cabalgaba fïada con sosiego. Se iba el demonio en el corcel cubriendo, como se cubre entre el rescoldo el fuego, que con muy grave incencio se destapa, 32 Y, porque mucho ya se había alejado, y habría perdido a poco más su horma, recurre el viejo al antro sulfurado y presta a algunos que lo habitan forma elige a uno entre ellos señalado si no se extigue, apenas de él escapa. 35 Llevaba en tanto Angélica el camino que sigue el mar que la Gascuña lava, guïando por la arena su rocino que húmeda el flujo de la mar dejaba, cuando el demonio a enloquecerlo vino tanto que dentro de la mar nadaba. No sabe más que hacer la pobrecilla, si no es tenerse bien sobre la silla. la tierra y el opuesto cielo oscura, quedó en modo que habría sugerido a cuanto hubiese visto su figura si era mujer real lo que allí había o estatua en cambio que ser tal fingía. 36 No vuelve atrás, por más que use la brida; cada vez más se aleja en el mar alto. 39 Quieta y pasmada en la dudosa arena, con un inmóvil labio a otro pegado, Traía ella la ropa recogida las manos juntas, suelta la melena, por no mojársela y los pies en alto. La melena a la espalda iba esparcida y lasciva la brisa le da asalto. Restaban quietos mar y grandes vientos, quizá a tanta beldad ambos atentos. tenía el rostro al cielo levantado como acusando a Dios de que Él ordena la cruda inclinación del crudo hado. Luego de así permanecer un tanto, nto. dio lengua a su dolor y ojos al llanto: 37 Volvía ella a la orilla el rostro en vano, bañando con el llanto rostro y seno, y cada vez veía más lejano volverse y más pequeño el lido ameno. El corcel, que nadaba a diestra mano, tras mucho nado la sacó a un terreno de oscura piedra y grutas espantosas, 40 «Fortuna --se quejó--, ¿qué hacer te resta a fin de que por fin te satisfagas? ¿Qué más te puedo dar, que no sea esta mísera vida con que no te pagas? Cuando pudo acabar su estancia mesta, la traes del mar y de sus aguas ya huido el sol de las terrestres cosas. dragas, ¿por qué gustas, Fortuna cruel y fiera, de verme aún sufrir más antes que muera? 38 Cuando sola se vio en tan yermo lido, que inspiraba pavor su sola hechura, a la hora en que en el mar Febo escondido 41 »Mas no sé qué hacer más puedas, Fortuna, que hasta hoy no hicieras contra mí primero. Tú causas que ande lejos de mi cuna, donde nunca volver jamás espero; y he perdido el honor, que es peor fortuna, pues, si bien no hice impuro desafuero, doy pie, al vagar por playa y por floresta, y hecho todo el mal que hacer podías, ¿qué daños más guardarme aún ansías? a ser llamada obscena y deshonesta. despedace. 42 »¿Y qué virtud posee la doncella, que no es en opinión del mundo casta? Sea falso o cierto, el ser juzgada bella, ¿qué suerte es para mí torpe y nefasta? No doy gracias al cielo de esta estrella; ser bella obró mi mal y el de mi casta: mi hermano muerto fue por mi decoro, que poco le valió la lanza de oro; 44 »Si ahogarme en este mar no es postrimera muerte que tu crudeza satisface, acepto, pues, que mandes una fiera que mis miembros devore y Sea cual sea el fin, aunque de él muera, no habrá de ser que ingrata no lo abrace.» Así decía la dama tristemente, cuando se topa el ermitaño enfrente. 45 La había visto él desde la cima de un altivo peñón, mientras aquella al pie de aquel escollo con gran grima cansada y afligida se querella. Seis días ha que allí su traza ultima, traído de un demonio, y viene a ella fingiendo más piedad aquel falsario que cuanta tuvo Pablo o San Hilario. 43 »por su causa Agricán, rey de Tartaria, 46 No es conocido, y cuando más se deshizo a Galafrón, mi padre amado, gran Kan de donde soy originaria; y aquello causa fue de que hoy mi estado sea errar por esta Europa a mí contraria. Si hacienda, honor, familia me has quitado acerca, algo Angélica alivia su cuidado, y pierde el miedo, aunque la pena terca le traiga aún el rostro demudado. «Padre, tened --dijo ya estando cerca-piedad de mí, que a mal puerto he llegado.» Y con voz del sollozo interrumpida, contó la historia bien por él sabida. afana. 47 Empieza el ermitaño a confortarla, con alguna piadosa oracioncilla; y pasa audaz las manos, al hablarla, ya por el seno, ya por la mejilla; confiado se dispone ya a abrazarla, mas ella su intención primero pilla: 50 De mil formas y modos mil lo intenta, y aquel penco pellejo nunca salta. Sacude el freno, pica y lo atormenta, mas no logra dejar su testuz alta. Al fin junto a la dama se adormenta, y nueva adversidad después lo asalta; lo aparta con la mano y se desciñe, que nunca es la Fortuna avara y y de honesto rubor el gesto tiñe. poca, cuando a un mortal para burlarlo toca. 48 Entonces abrió él una frasquita que extrajo de un morral que atrás le pende, y en los ojos intensos do crepita la llama más voraz que Amor enciende, 51 Mas fuerza es, para que os narre el caso, que aquí seguir la senda recta eluda. Allá en el Mar del Norte, hacia el ocaso, dejó apenas caer una gotita bastante a adormecerla. Ella se tiende, y yace sobre aquel lido lejano a merced toda del rapaz anciano. allende Irlanda, está la isla de Ebuda, en donde poca gente vive acaso después de que la orca fiera y ruda, con más de su tropel la destruyera, como venganza que Proteo hiciera. 49 La abraza él y a voluntad la toca; duerme ella inerme con profundo muermo. 52 Narra una antigua historia, o falsa o cierta, que tuvo aquel lugar un gran regente Ora le besa el pecho, ora la boca, sin que haya quien lo impida en aquel yermo. Mas en la monta su corcel se apoca, que no cumple al deseo el cuerpo enfermo; no le responde más su edad anciana, y menos puede, cuanto más se con hija en la que tanto se concierta gracia y beldad, que pudo facilmente yendo una vez sobre la arena incierta dejar Proteo ardiendo en la corriente; y este, un día en que se hallaba sola, tomándole la flor, allí preñóla. 53 Pensó su padre aquel hecho infamante, cruel más que ningún otro y severo, y a muerte condenó al nonato infante: a tanto lo movió su desdén fiero. Ni aun ver la hija encinta, fue bastante a detener su hierro carnicero; y al nietecillo, que inocente era, le dio la muerte antes que naciera. y a aquel dios ofrecerla en vez de aquella, al pie siempre de un mismo acantilado. Si le parece lo bastante bella quedará con tomarla sosegado; si no, que una tras otra se le ofrezca hasta que alguna al fin se lo parezca. 57 Y así principio dio la cruda suerte 54 El marino Proteo, que el ganado de aquellas cuyo gesto más las paga: del dios del mar, Neptuno, apacentaba, del cruel suplicio de su dama airado, rompió la ley y el orden que guardaba; de suerte que soltó en aquel estado cuantas focas y orcas comandaba, las cuales no ya oveja y buey que cada día a Proteo (¡oh caso fuerte!) se dé una hasta que al fin se satisfaga. Todas hallaron hasta hoy la muerte, que a todas una orca se las traga, que allí cerca quedó de la bocana, después que aquella grey volvió a su mataron, mas villas y ciudades arrasaron; tana. 55 y van a las ciudades muralladas, y a todas ellas hacen grande asedio. Sus gentes día y noche están armadas con gran temor y displicente tedio. Las tierras han dejado abandonadas 58 Sea crónica o historia fabulosa (que no sé yo si aquí Turpín nos miente), contraria a las mujeres y ominosa, pervive antigua ley entre esta gente: que de su carne la orca monstruosa que llega allí a diario, se alimente. y, por hallar del mal algún remedio, acuden al oráculo en encuesta, y de él todos escuchan por respuesta Y aunque es en todo estado una gran carga, el ser mujer aquí es aún más amarga. 56 que se ha de hallar para Proteo doncella que tenga de belleza un mismo grado, 59 ¡Oh míseras doncellas a quien lleva la impía Fortuna al litoral infausto, donde esta gente de ellas hace leva y así ejecuta aquel cruel holocausto; que, cuantas más de éstas la orca ceba, menos su pueblo está de hembras exhausto! Mas, porque no las lleva siempre el viento, hacen por otras playas prendimiento. pues das por pasto a bestia horrible y rara la gran beldad, que a India a un rey pagano llevó desde su cáucasico fuerte con media Escitia para hallar la muerte; 60 Peinan con fusta y gripo la marina 63 la gran beldad que el gran rey Sacripante y otras diversas naves de su armada, antepuso a su honor mismo y su y de lejana tierra y de vecina traen siempre la bodega bien cargada. Muchas cobran por oro o golosina, otras cobran por rapto o por espada; y siempre de gran copia de regiones tienen sus torres llenas y prisiones. estado, la gran beldad que al gran señor de Anglante quitó el seso y la fama de acordado; la gran beldad que al fin volvió Levante de arriba abajo atento a su dictado; no tiene ahora, indefensa y en el 61 Yendo una fusta, pues, cerca de tierra delante de la playa ancha y baldía donde entre arbustos sobre estéril tierra la desdichada Angélica dormía, bajaron un retén de ellos a tierra por provisión de leña y agua fría, y hallaron de entre cuanta bella ha suelo, siquiera quien le preste algún consuelo. sido la flor en brazos del santón fingido. cargada. Llevó, henchida la vela, a la doncella la nave hasta la isla desalmada, y allí en un torreón fue puesta Angélica, en espera de hallar la orca famélica. 62 ¡Oh más que excelsa, oh presa más que cara para pueblo tan bárbaro y villano! Oh Fortuna crüel, ¿quién te pensara tan poderosa sobre el sino humano?, 64 Dormida aún, Angélica la bella, fue, antes que despierta, encadenada; y subieron al viejo junto a ella a aquella fusta ya de hembras 65 Mas ser tan bella obró que se moviera aquella gente a compasión no usada, y que por gran espacio defiriera la muerte a la que estaba reservada; y así, mientras que hubo una extranjera, fue aquella gran belleza perdonada. Al monstruo la entregaron finalmente, detrás llorando toda aquella gente. vuelto en pos a París tras el litigio; o los dos que engañó aquel ermitaño con el correo del paraje estigio! Por socorrerla entre el sangriento baño buscado habrían su angélico vestigio: Mas ¿cómo harían, teniendo aún de ella indicio, si tan lejos estaban del suplicio? 66 ¿Quién podrá pintar la angustia, el 69 Mientras tanto París era llanto, el lamento gentil que el cielo pasa? ¿Cómo no abrióse aquel lido de espanto cuando quedó sobre la pétrea basa, donde esperaba sin socorro, al canto de ser del monstruo fácil presa y lasa? asedidada por el famoso hijo de Troyano, y a tanta extremidad se vio llevada que casi cae del árabe en la mano; pues de no haber París sido escuchada del cielo que inundó de lluvia el llano, aquel día cae por la africana instancia No diré más; que tanto el mal me mueve, que fuerza a que a otro asunto el canto lleve; el santo Imperio y gran nombre de Francia. 67 y encuentre verso no tan displicente hasta que el laso corazón rehaga, pues no podría la hórrida serpiente la tigre que sin cría ardiendo vaga, ni cuanta yerra por la arena ardiente del Atlas al Mar Rojo infecta plaga, ver o pensar sin que al gemido ceda que Angélica en aquel escollo queda. 68 ¡Ay, si hubiese sabido Orlando el daño, 70 Volvió sus ojos Dios al justo ruego del viejo Emperador de nuestro Oeste, y con súbita lluvia apagó el fuego, que no hay fuerza que a Él Lo contrareste. Ved, pues, si es sabio a Dios mostrar apego; pues no hay quien un socorro mejor preste. Y bien sabía esto el rey devoto, que se salvó por ofrecerLe voto. 71 De noche entre las plumas importuna a Orlando el pensamiento y la quimera: tal vez lo hace correr, tal vez lo aúna, mas no logra que afloje su carrera, como la luz del sol o de la luna después de que en el agua reverbera por los altos tejados fugitiva de un lado a otro va, de abajo a arriba. 74 »¿No pude con razones excusarlo? Quizá no las habría Carlos deshecho; y, si deshecho, ¿quién podría forzarlo? ¿quién de ti apartarme a mi despecho? ¿No podía con armas contrastarlo, o bien dejarme vaciar el pecho? Mas ni Carlos ni Francia entera en 72 Su dama, que le ha vuelto ya a la mente, si alguna vez de ella fue partida, le abrasa y hace más viva y ardiente la llama que de día cree extinguida. Con él había venido hasta Poniente desde el Catay, y aquí fue de él perdida, plante a quitárteme por fuerza era bastante. y nada supo más ni oyó su oído desde que fue en el sur Carlos vencido. pues quiso despedirla de esta suerte. ¿Qué paladín mejor la habría guardado que yo que lo habría hecho hasta la muerte? Guardarla más que a mí --llorando dice-debí y lo pude hacer, y no lo hice. 73 Mucho se duele Orlando ahora, y consigo en vano aquella necedad sopesa: «¡Ay, corazón --lloró--, cuán vil contigo he sido y soy! ¡Ay cuánto ahora me pesa que, pudiéndote estar siempre conmigo, cuando era por tu bien mi suerte ésa, te dejase entregar al duque Namo, por no saber guardar lo que más amo! 75 Si un buen guardián la hubiese custodiado al menos en París o en plaza fuerte... Mas me cuadra que a Namo la haya dado, 76 »Ay, ¿dónde ahora sin mí, mi dulce vida, quedaste tan hermosa y tan zagala tal como, cuando ya la luz partida, sola en el bosque la cordera bala, que, porque espera ser del dueño oída, tanto resuena por la selva rala que escucha el lobo aquel llanto lejano y el mísero pastor la llora en vano? transido de tu cuita y pesaroso; y ni aun un sueño fugitivo y breve deja que goces de reposo leve. 77 »¿Dónde ahora estás? ¿Dónde, esperanza mía? ¿Vas sola todavía el monte errando o te ha atajado el lobo por la vía sin la custodia de tu fiel Orlando? La flor que hacerme un dios casi 80 Creía Orlando en plácida ribera de flores olorosas esmaltada, ver la nativa rosa en bella cera de la mano de Amor propia pintada; y los dos claros soles por que era en las redes de Amor su alma podía, atrapada: la flor que había venido respetando por no agostar tu honesto y casto estado, por fuerza otro cogido habrá y ajado. digo de aquellos ojos y aquel gesto que le han del pecho el corazón depuesto. 78 »Oh desdichado, oh mísero, ¿no quiero antes morir que ver la flor cortada? Oh pío Dios, hazme sentir primero cualquier mal, si esta suerte no le es dada. Mas si es verdad, yo juro, oh cielo fiero, que he de pasarme el pecho con la espada.» Así con fuerte llanto suspirando iba diciendo el afligido Orlando. 79 Ya las criaturas mil que son terrenas daban a sus espíritus reposo, al raso o entre sábanas amenas, sobre la hierba o sobre el mirto umbroso: cierras los ojos tú, Orlando, apenas, 81 Sentía el mayor placer, la mayor fiesta que no sintió jamás dichoso amante, cuando una tempestad se manifiesta que aniquila el verdor que halla delante, tanto que no se ve pareja a esta cuando azota aquilón, austro o levante. Parecía vagar por un desierto buscando vanamente algún cubierto. 82 Y en esto, sin saber que haya pasado, su dama por el turbio viento pierde, y el eco de aquel bello nombre amado hace sonar por lo que fue antes verde. Y mientras dice en vano: «Ay desdichado, ¿quién envidioso tu fortuna muerde?» su dama escucha por ignota senda que llora y en sus manos se encomienda. tomado que había, años había, degollado. 83 A allá de donde el grito parte, acude; de un lado para otro en vano yerra. ¡Oh cuánto el dolor fuerte le sacude, porque la angélica visión le cierra! 86 A media noche silencioso parte sin saludar al tío ni dar cuenta; ni a su amigo del alma, Brandimarte, antes le dice adiós o se presenta. Sólo después que el sol su luz reparte cuando del lecho de Titón se ausenta Entonces otra voz su dama alude: y toda negra sombra desbarata, «No esperes más hallarla en esta tierra». Ante aquel grito despertó de modo que en lágrimas se halló bañado todo. el rey de su partida se percata. 84 Sin reparar en que no es caso cierto 87 Con gran contrariedad el soberano aquella deserción a saber vino, pues más necesitaba a Orlando a mano; y, ardiendo en ira y cólera, sin tino entre lamentos aquel rey cristiano lo que por miedo o por afán se sueña, quedó de aquella monición tan cierto que la tomó por verdadera seña; y, saliendo del lecho, medio muerto todo se armó, pero con falsa enseña, ensilló a Bridadoro y partió presto, sin querer cuenta de escudero en esto. maldijo e injurió al mal sobrino; y amenaza de hacerle pagar caro si no regresa, aquel torpe descaro. 85 Y por poder tomar senda seguro de que su honor por tal no se machara, dejando aquel cuartel de blanco puro y rojo con que antes se mostrara, quiso portar blasón negro y oscuro a fin de que el dolor representara, el cual de un amostante había reproche, no quiso esperar más a aquel de Brava, y salió apenas que cayó la noche. No habló a su Flordelís de este su intento, por que no le estorbase el pensamiento. 88 Brandimarte, que tanto a Orlando amaba como a sí mismo, sin hacer derroche, o porque hacerlo regresar pensaba, o porque le enfadaba el real 89 Rara vez, por amor, de su presencia quiso estar lejos él; que era doncella, dotada de agudeza y de prudencia, noble, educada y en extremo bella; y, si esta vez no pide él su licencia, fue por pensar que tornaría a ella el día aquel; mas luego cosa hubo que más de lo pensado lo entretuvo. 90 Y ella, después que casi un mes en vano lo hubo esperado, sin que de él se sienta, tanto la abrasó el deseo tirano que sola se partió sin echar cuenta; y entre cristiano lo buscó y pagano, como la historia en su momento cuenta. No digo más de uno ni otro amante, que más importa ahora aquel de Anglante. 91 El cual, después que la gloriosa enseña mudó de Almonte, ante la puerta acaba, y, dando un «soy el conde» como seña a un capitán que aquel portón guardaba, hizo el puente bajar; y por la breña que más derecha al enemigo andaba, tomo camino entre lamento y llanto. Lo que después siguió, cuenta otro canto.