El autor del texto critica lo que podríamos denominar el cinismo progresista. Igualdad para todos y viva lo público y el Estado, eso sí, siempre y cuando no me suponga ningún detrimento personal. Refugees welcome, sí, pero en mi casa no. Todos queremos (para nosotros y para los nuestros) derechos, lujos, comodidades y buena vida y, lo admitamos o no, estamos dispuestos a conseguirlos a costa de otros seres humanos. Si, es cierto, algunos llegamos más dispuestos que otros, pero todos lo estamos. Quizás cuando tenemos directamente delante a quien estamos perjudicando nos asalta el espíritu progresista, pero cuando los efectos de nuestros actos se camuflan o disuelven la historia cambia. Cuando no hay sentimiento de responsabilidad ni de empatía, aparcamos el progresismo en aras de la supervivencia y la ambición personal. Y no lo pensamos dos veces (a veces ni siquiera una), pero no solo no lo pensamos, sino que tampoco queremos hacerlo. Nos molesta que nos recuerden que quizás estamos tomando una decisión moralmente cuestionable. Pero tampoco creo que haya que señalar a las personas con el dedo ni tacharlos de interesados o traidores. En mi opinión no se reduce únicamente a la calidad del alumnado o la comunidad educativa, es más bien la imagen de conjunto que aparece en nuestra cabeza ante el dilema. Eres un progenitor y tienes que tomar una decisión, en la que en cierto modo piensas que estás poniendo en juego el futuro de tu hijo. Se te presentan dos alternativas: por un lado la escuela pública, en la que (piensas que) tu niño va a quedar expuesto a toda suerte de malas influencias y elementos corruptores, por otro una escuela elitista que (piensas que) promete para tu hijo un futuro de colores y éxito, y que además afortunadamente, te puedes permitir económicamente. En realidad la decisión ya está tomada en tu interior en cuanto que la determinan tus preconcepciones. Incluso si la diferencia de oportunidades que brinda un colegio de ricos frente a la institución pública fuese inexistente (que no lo es evidentemente), elegirías el primero, porque tú sí la concibes. Y una vez que la idea está instalada dentro de tu cerebro, ¿quién es el valiente que se atreve a poner en riesgo el futuro de su descendencia? Tampoco me quiero alargar mucho en la reflexión, es la misma historia de siempre. Se resume a definir hasta qué punto está uno dispuesto a hacer (deliberadamente) sacrificios personales en defensa de un ideal progresista. El problema no es que a la hora de verdad no sacrificamos gran cosa, el problema es que lo sabemos y nos mentimos. 1