Subido por Julia Castro Porras

11. Transición(R)

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Tema: El proceso de transición a la democracia y la Constitución de 1978.
El 20 de noviembre de 1975 moría el general Franco. Él había encarnado desde 1939,
tras el final de la guerra civil, el régimen represor y autoritario conocido como
franquismo. Dos días más tarde era coronado Juan Carlos I como rey de España
iniciando una nueva etapa política que terminaría con una transición pacífica a la
democracia. La situación no era fácil por las posiciones encontradas entre quienes
defendían el franquismo Y quienes deseaban una rápida recuperación de las libertades,
muchos de los cuáles desconfiaban del rey, educado bajo el régimen y heredero de Franco.
No obstante, el monarca había manifestado, tímidamente, su intención de devolver a los
españoles las libertades secuestradas durante los años de dictadura.
La continuación de Carlos Arias Navarro como presidente del primer gobierno de la
monarquía fue mal recibida por las fuerzas democráticas. Pocos meses después, el
distanciamiento entre Arias Navarro y el rey provocó su dimisión, y nombró a Adolfo
Suárez como nuevo presidente. Éste tampoco fue bien recibido por la oposición
democrática por ser un hombre formado en el franquismo y, en aquel momento, secretario
general del Movimiento (el partido único de la dictadura). A pesar de ello, el nuevo
presidente del gobierno actuó con realismo y asumió que la sociedad española deseaba
alcanzar las libertades y entendió que quizás era la única salida que le quedaría al rey y a
las élites franquistas de sobrevivir al régimen. Por ello aceleró las reformas intentando
neutralizar a los sectores más inmovilistas (el búnker), ganarse a la opinión pública y
atraerse a la oposición democrática.
Las fuerzas antifranquistas se habían organizado entre 1974 y 1975 en la Junta
Democrática (impulsada por el PCE) y en la Plataforma de Convergencia
Democrática (en la que se encuadraban el resto de las fuerzas democráticas). Ambas se
unieron en marzo de 1976 formando Coordinación Democrática, más conocida como la
Platajunta. Sus integrantes defendían la ruptura democrática y exigían un gobierno
provisional fuerte, una amnistía general, libertades políticas, sindicales, de prensa, de
opinión e información, reconocimiento de las nacionalidades históricas, elecciones a
Cortes constituyentes y la legalización de los partidos políticos.
Suárez, que contó en todo momento con el apoyo del rey, tomó la iniciativa en un
ambiente de reivindicaciones y de protesta social y, de acuerdo con la oposición,
despenalizó las asociaciones políticas y reguló el derecho de huelga. Aprobó una
amnistía parcial en julio de 1976 que fue insuficiente, por lo que tuvo que ser ampliada
en octubre de 1977 mediante un pacto político con la oposición, que silenciaba y dejaba
impune la represión de la dictadura franquista.
Estos cambios crearon tensiones con los sectores más inmovilistas, que no lograron
impedir a Suárez presentar la Ley para la Reforma Política a las Cortes franquistas con
la intención de que, una vez aprobada la ley y disueltas las Cortes, se pudiera avanzar en
las reformas para recuperar la soberanía popular, establecer unas Cortes cuyos miembros
fueran elegidos por sufragio universal, libre, directo y secreto, defender los derechos
fundamentales e inviolables de la persona y establecer el pluripartidismo. La aprobación
de esta ley era indispensable para desmantelar la legalidad franquista y poder construir la
legalidad democrática. Esta ley permitía la ruptura pactada del sistema evitando
rupturas traumáticas. La ley, con rango de fundamental, fue debatida y aprobada por
435 votos a favor y sometida a referéndum popular el 15 de diciembre de 1976. La
participación alcanzó el 77,8 %, y votó afirmativamente algo más del 94 %. Con este
buen resultado, el gobierno continuó con las reformas, alentado por el rey y el beneplácito
de la oposición, lo que le permitió suprimir el Tribunal de Orden Público (TOP),
restablecer libertades, convocar elecciones democráticas, disolver el Movimiento
Nacional, crear una nueva Administración del Estado y legalizar los partidos políticos.
La legalización de los partidos tuvo dos fases, una en febrero cuando se reguló mediante
decreto el modo en que los partidos podían ser legalizados. El PCE quedó fuera por la
oposición de los militares, a quienes el presidente, en principio, aseguró que no sería
legalizado. Otra, cuando el compromiso del PCE de aceptar la legalidad y las
instituciones españolas eliminó las reticencias de Suárez, legalizándolo en abril para
disgusto de la cúpula del Ejército, de las fuerzas franquistas y de miembros de su
gobierno. El presidente Suárez, pensando en las próximas elecciones, formó y lideró la
creación de una coalición que se convertiría en partido: Unión de Centro Democrático
(UCD).
A pesar de la legalización de las fuerzas políticas, hubo algunos actores políticos, tanto
de la derecha como de la izquierda, que no aceptaron estas transformaciones. La violencia
estuvo presente durante todo el proceso y fue practicada tanto por grupos terroristas de
extrema derecha, como por grupos de extrema izquierda, que cometieron todo tipo de
asesinatos, atentados y secuestros para impedir su desarrollo pacífico. Entre 1975 y 1983
murieron centenares de personas, algunas víctimas de la represión institucional, pero la
mayoría por la violencia terrorista de la extrema derecha, cuyo atentado más sonado fue
la matanza de Atocha, o por la extrema izquierda, en la que se destacaron dos grupos: el
GRAPO (Grupo Revolucionario Antifascista Primero de Octubre) y, sobre todo, la ETA
(grupo independentista vasco), que intensificó su sangrienta campaña de
desestabilización.
La convocatoria de elecciones legislativas libres era el paso necesario para restablecer el
sistema parlamentario en España y devolver la soberanía al pueblo español. El gobierno
y la oposición fijaron la fecha del 15 de junio de1977 para su celebración. Había que
elegir 350 representantes al Congreso, y 270 al Senado a razón de cuatro senadores por
provincia, según un sistema mayoritario y nominal. Votó algo más del 78 % del censo,
una participación muy alta, que demostró el interés de la población. La ley electoral
favoreció a UCD con 166 escaños, seguida del PSOE con 118, el PCE con 20 y AP con
16. UCD y PSOE representaban el 63 % de los votantes y el 80 % de los escaños. El
resultado electoral reflejó la voluntad de los españoles de romper con las instituciones
franquistas, continuar con las reformas democráticas y mantener el consenso político. El
rey confirmó como presidente del gobierno a Adolfo Suárez, quien mantuvo la iniciativa
en las cuestiones más importantes, pero al carecer de mayoría absoluta en el Congreso
optó por gobernar en minoría buscando acuerdos parlamentarios con otras fuerzas
políticas.
El gobierno de UCD se encontró con varios problemas que dificultaron el cumplimiento
de sus promesas. El primero fue la tensión interna del partido por sus diferencias
ideológicas. La agudización de la crisis económica se reveló como otro de sus mayores
problemas. Una crisis agravada por la falta de medidas de los últimos gobiernos del
franquismo y por la necesidad de afianzar el proceso político en los primeros años de la
monarquía. La crisis, con sus secuelas, fue un motivo de tensión social. Así que, tras las
elecciones de junio de 1977, el vicepresidente del gobierno, Fuentes Quintana, propuso a
las distintas fuerzas políticas y sociales unos pactos con que afrontar la crisis
económica, rebajar las tensiones sociales y amortiguar el impacto del terrorismo y los
intentos involucionistas propiciados por los militares y por los franquistas. Los llamados
pactos de la Moncloa se firmaron el 25 de octubre de 1977 y dos días más tarde los
aprobó el Congreso. Los apoyaron los principales partidos políticos y los grandes
sindicatos. Las fuerzas políticas y sindicales tomaron estos pactos como la oportunidad
de un amplio consenso para superar los problemas del país y transmitir a la sociedad la
imagen de diálogo por encima de las diferencias políticas. Todos acordaron atenuar la
crispación y las movilizaciones sociales y buscar soluciones conjuntas para avanzar hacia
un Estado democrático. Los pactos se centraron en dos grandes objetivos. Por una parte,
en la reforma, modernización y saneamiento de la economía con la intención de reducir
la inflación y el déficit exterior, luchar contra el fraude social, reformar la Seguridad
Social y crear el INEM. Por otra, en el avance de las reformas políticas para garantizar
la libertad de expresión, de reunión y de asociación; la regulación de los medios de
comunicación estatales (prensa, radio y televisión); la reforma del código penal, la ley de
enjuiciamiento criminal y el código de justicia militar, y la reorganización de las fuerzas
del orden público.
Fue también durante esta legislatura, que no era constituyente, dónde se decidió la
redacción de una Constitución, aprobada por las Cortes y en referéndum por el pueblo
español el 6 de diciembre de 1978. Tras las elecciones de junio de 1977 y la apertura
oficial de las Cortes por el rey, la Comisión de Asuntos Constitucionales del Congreso
fue la encargada de elaborar una constitución consensuada por siete de sus miembros de
diferentes partidos, conocidos como los “padres de la Constitución”: Gabriel Cisneros,
Miguel Herrero y Pérez-Llorca Rodrigo, por la UCD; Gregorio Peces-Barba, por el
PSOE; Jordi Solé Tura, por el PCE; Manuel Fraga, por AP; y Miquel Roca por la minoría
catalana.
La Carta Magna fue la expresión del consenso entre todas las fuerzas políticas para
avanzar por el camino de la convivencia entre los españoles. En toda su redacción pesó
la voluntad de consenso de sus redactores y su compromiso por restaurar una democracia
a imagen de las de la Europa occidental. Las principales líneas de la misma recogían
muchas de las ideas de la Constitución de 1931, incluido el autonomismo, pero en algunos
puntos se ve claramente el compromiso con las fuerzas más progresistas del régimen
anterior: Se establece la aconfesionalidad del Estado, aunque reconociendo
explícitamente la influencia de la Iglesia católica; Se hace una amplia y detallada
declaración de derechos y libertades; Se define la forma del estado como una
monarquía parlamentaria, moderadora y arbitral, es decir sin capacidad de actuar
directamente en las decisiones políticas; Se establece un sistema bicameral con un
Congreso, elegido por un sistema proporcional y un Senado, con carácter de cámara de
"segunda lectura” y elegido por un sistema mayoritario; Se establece la organización
territorial del Estado, reconociendo la autonomía para sus regiones pero de una manera
ambigua que satisfacía a los nacionalismos históricos pero evitaba, en principio, una
descentralización federal, estableciendo comunidades autónomas de dos categorías, las
históricas que accederían inmediatamente a la autonomía (Cataluña y País Vasco), a través
del artículo 151, y el resto que accederían a través de un proceso diferente regido por el
artículo 143. Éste último punto fue el más polémico de todos y fue considerado por
muchos extremistas de derechas como una claudicación a los nacionalismos y la ruptura
de la unidad del Estado.
Ni el refrendo mayoritario de los españoles de la Constitución (con un 87% de votos
afirmativos) ni el consenso social surgido de los pactos de la Moncloa pudieron solucionar
los problemas del gobierno de Suárez, desgarrado por las luchas internas y acosado por
la oposición del PSOE. Además, se agravó la crisis económica y aumentó la alarma de
los militares, algunos de los cuales empezaron a conspirar contra el gobierno. La parálisis
gubernamental fue aprovechada por el PSOE para presentar una moción de censura en
mayo de 1980 que no prosperó, pero desgastó a Suárez, quien al no contar ya con el apoyo
del rey presentaba la dimisión el 28 de enero de 1981. Fue sustituido por Leopoldo
Calvo Sotelo. Esta inestabilidad política fue aprovechada por algunos militares para dar
un golpe de Estado el 23 de febrero de 1981, que fracasó. Los momentos de máxima
tensión se vivieron cuando el teniente coronel Tejero entró en el Congreso con un
destacamento de la Guardia Civil y retuvo a los diputados durante horas. El gobierno de
Calvo Sotelo heredó la debilidad del anterior y, finalmente, se convocaron elecciones para
octubre de 1982 en las que el PSOE ganó por mayoría absoluta. La designación del
gobierno del PSOE presidido por Felipe González se puede considerar como el punto
final del proceso de transición a la democracia, por primera vez, después de 43 años podía
gobernar en España una fuerza política que se había opuesto al franquismo.
La Transición debe su nombre al hecho de haber sido un proceso paulatino y pactado
de transformación de la dictadura franquista en una democracia parlamentaria.
Este “posibilismo” se vio en su momento como una de las grandes fortalezas del proceso
que llegó a considerarse como un modelo para otros países que vivían dictaduras. Sin
embargo, a partir de la crisis de 2008, se ha venido criticando el sistema salido de la
transición como un modelo caduco y con muchos flecos sueltos. Al pecado original de su
falta de ruptura con el franquismo, habría que unir, según sus críticos, la falta de
reparación de los crímenes políticos cometidos al amparo de la dictadura y el pacto de
unas élites políticas corruptas que se repartirían el poder y la riqueza a espaldas de la
población. Aunque puede que muchas de estas críticas puedan ser merecidas no debemos
olvidar que la transición consiguió hacerse, mayoritariamente, sin violencia y que abrió
un periodo de estabilidad política, libertades y convergencia con Europa como nunca
antes en su historia había vivido nuestro país.
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