LOS LENGUAJES DE DIOS LA EXPERIENCIA DE DIOS. La base de nuestra experiencia religiosa es nuestra experiencia de Dios; por eso sabiamente podemos empezar nuestra propia reflexión en este retiro sobre esa experiencia fundamental. Dios nos hizo para Él y para amar, y sin Él no podemos encontrar ni paz ni gozo verdadero. Nuestra respuesta a esta afirmación es un acto de fe, por el que aceptamos esa realidad de Dios y de su amor. Dios empezó a transformar nuestras vidas, para realizar en nosotros sus sueños. Y esa es una primera experiencia tangible de nuestra vida de fe: la presencia constante de Dios, que nos va transformando. San Pablo en sus cartas irá desarrollando la idea de que antes de conocer a Dios por la fe, el hombre era distinto, se sentía alejado de la fuente de la vida, Dios, sin conocer o experimentar su amor, débil, herido por el pecado y sin esperanza... pero cuando en Jesús se nos reveló y lo conocimos, comprendimos su amor, y lo aceptamos, todo cambió y quedamos transformados en una nueva creatura, un nuevo hombre: Él era nuestro origen, nuestro destino, nuestra fortaleza, paz y esperanza; Dios nos hacía sus hijos. Todo esto no son meras consideraciones filosóficas, sino realidades que nos afectan profundamente, y sobre ellas fundarnos nuestra conducta humana. Lo que Dios sea para nosotros y el cómo lo sintamos en nuestra vida, es lo que va a condicionar nuestra manera de pensar y actuar, nuestras relaciones humanas, y la manera de ver el futuro. ¿Quién es Dios para mí? ¿Dónde esta mi Dios? ¿Cuándo y cómo me comunico con él? La respuesta a estas preguntas no es tampoco una frase sin calor y sentimiento; tiene que ser y es una experiencia vital, algo que nos transforma y modela, y que en casos concretos, ante la comprensión de su amor puede transfigurar total y radicalmente nuestras vidas. Esta experiencia de Dios puede ser la que centre la oración y reflexión del comienzo de este retiro, Y nuestra petición, un deseo de conocerle y sentirle más en nuestras vidas. Dios vivo, presente en mí vida, toda ella: pasado, presente y futuro. Dios cerca de mí, en mi vida cotidiana: en casa, en la calle, en el trabajo. Dios participando en toda mi experiencia humana, en todo lo que esté relacionado conmigo, en mis alegrías y penas, y sabiendo comprenderlas. El siempre y ahora aquí conmigo. Un Dios que es amor y que en ello se comunica y quiere comunicarse con nosotros; que nos busca y se interesa; que nos invita al diálogo con él en la oración; que nos hace y llama hijos suyos; que extiende sus manos providentes sobre nosotros. Un Dios que nos eligió, salvó y poseyó... y cuya acción continúa sobre nosotros: nos sigue llamando, salvando, poseyendo... ¿y por qué hemos sido llamados nosotros? Dios que se ofrece como compañero en nuestras vidas. Un Dios que es siempre mayor y siempre nuevo, porque es misterio y cada vez se revela más, nos ofrece sus gracias. La experiencia de Dios es siempre nueva, viva, alentadora. Un Dios que me amó primero, porque Él es amor y continúa amándome y atrayéndome hacia sí. Que pide una respuesta a ese amor y me hace ver que necesito y que debo amar, dar, comunicarme, ofrecerme... Pero no se trata aquí de señalar todo lo que esa experiencia de Dios ha sido o puede ser para cada uno de nosotros, se trata en este momento de una experiencia personal, íntima, profunda, en oración. El detenernos en ella con humildad y en contemplación, puede obtenernos la gracia de que nos penetre más y nos transforme más. Y ésta es la línea de los frutos que siempre se pueden obtener en una experiencia de encuentro personal con nosotros mismos, con los demás y con Dios. La experiencia de Dios opera en nosotros una interna transformación, que puede expresarse de muchas maneras. Sentirse todo de Dios, de un Dios que nos ama y es todo para nosotros: "en cuanto descubrí que había Dios, aprendí que no podría hacer otra cosa que vivir para él". Un Dios que nos acepta y posee y nos hace sentir que desea que nosotros le poseamos más y más, Es una experiencia que nos inspira confianza en Dios, dejándole que disponga de nuestras vidas. Y entre los frutos del espíritu, de la experiencia de Dios, están: la paz, el gozo y la fortale BUSCO A DIOS EN LA VIDA. 1. Me sereno y dispongo para compartir lo que va del día con un Amigo muy especial. 2. Pido luz para conocer las señales y la acción de Dios en este día. 3. Le cuento a Jesús como me ha ido hoy: mis actividades, experiencia, encuentros, dificultades, estados de animo, etc. 4. Le doy gracias por lo que hoy he vivido. No importa lo que haya sucedido, todo me puede ayudar a crecer: “¡Señor, por todo, gracias!”. 5. ¿A qué me invitó hoy Jesús? ¿qué promesas me hizo? (en las personas, situaciones, sentimientos, deseos...) 7. ¿Cuál ha sido mi respuesta? 8. Le presento las personas con las que hoy me he relacionado, con sus necesidades y deseos para que las bendiga. 9. Sueño junto con Jesús cómo quiero ser y actuar mañana. 10. Le renuevo mi amistad y mi deseo de amar y servir: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. REFERENCIAS BÍBLICAS. Vamos a señalar algunos textos de la sagrada escritura que están más relacionados con este tema. Son algunos entre los muchísimos que se podía escoger. No se trata de utilizarlos todos en los ratos de oración, sino que cada uno debe escoger aquellos que crea que le ayudan más. El breve comentario que a los textos hacemos, sólo pretende ser una ayuda para introducirnos a la oración. Viniendo al tema del día, la experiencia de Dios, son innumerables las que han tenido los hombres. La Sagrada Escritura recoge muchísimas de esas experiencias, e incluso podríamos decir que la Sagrada Escritura es la gran experiencia de Dios y de Jesucristo. 1. Sal. 139. Una gran experiencia de la realidad de Dios. Dios que nos conoce perfectamente, está presente en toda nuestra vida, y en todo momento. Dios nos envuelve. Dios conoce nuestros caminos y nos espera siempre. ¡Qué incomprensibles son los designios de Dios! Pero Él quiere ser siempre nuestro guía. Por eso siempre podemos confiar en él y ponernos en sus manos. 2. Jn. 16, 25-33. Jesucristo nos habla del Padre: Dios Padre nos ama; conoce nuestras necesidades y nos escucha. Jesús experimenta en sí la compañía del Padre: los discípulos lo van a abandonar, pero él sabe y siente que nunca está solo. Así es Dios Padre para nosotros. 3. 1 Jn. 4, 7-13. Dios es amor, nos ha dado lo mejor que podía ofrecernos, a su hijo, y en recompensa nos pide que le amemos en nuestros hermanos. San Juan siente profundamente que Él está con nosotros y nosotros con Él. Tenemos que pedir el sentir ese amor y esa compañía Reflexiones sobre el tema del Día: ¿Cuál es mi experiencia de Dios? ¿Cómo me comunico con él? ¿Cuál es mi oración? Para mí: ¿Dónde está Dios? Tengo que sentirlo en mí. ¿Qué puede pedirme Dios? ¿Cuánto tengo que aprender sobre el amor de Dios? Dios nos dio la existencia para algo, para un determinado fin, para una misión concreta, de tal modo que en el cumplimiento de esta misión alcanzaremos la realización plena. Dios nos ha llamado a una vocación. Vocación es el llamado que Dios hace a todos los hombres y mujeres para que respondan y cumplan con una misión en la construcción del Reino de Dios en medio de nuestra realidad concreta. La vocación tiene tres elementos: LLAMADA: Es la iniciativa amorosa y gratuita que Dios nos hace para construir su Reino. RESPUESTA: Es la aceptación del llamado que nos mueve a actuar. Debe ser consciente, libre, generosa, alegre y dinámica. MISIÓN: Consiste en colaborar en la construcción del Reino de Dios, desarrollando la propia persona y sirviendo a la comunidad, en un estado de vida concreto. La vocación tiene tres niveles: VOCACIÓN A LA VIDA. El primer llamado que recibimos de Dios es a la vida, entendida como un don que él nos dio para desarrollarnos plenamente como personas: asumiendo las cualidades y limitaciones propias, así como el contexto político, económico, social, cultural y religioso en que nos encontramos; luchando por vivir la justicia, la libertad y la solidaridad; entablando relaciones de armonía consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios. La vida es sobre todo un llamado a ser “imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,27), a participar de la intimidad con Dios, a entablar una relación de amistad con su creador. VOCACIÓN A LA VIDA CRISTIANA. Sin embargo, Dios no solamente nos llama a la existencia en un mundo que posee sus propios condicionamientos, radicalmente determinados por la finitud y la temporalidad, marcados por la sombra de la muerte. Dios nos ha dado una vocación que trasciende estos condicionamientos y nos conduce a la plenitud de la vida: la vocación a la vida cristiana. La vocación a la vida cristiana es el llamado que Dios hace al hombre a través del Bautismo para que crea y siga a Jesucristo en la Iglesia. El Bautismo es un acontecimiento que marca totalmente la vida del hombre, ya que lo purifica del pecado original, le da la gracia santificante; le hace hijo de Dios, templo del Espíritu Santo, miembro de la Iglesia y lo configura con Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, haciéndole participar de su vida, muerte y resurrección. La vida cristiana, iniciada en el Bautismo, es fundamentalmente seguimiento de Cristo, con todo lo que ello implica: pensar, orar, servir, amar y actuar como él, con miras a cumplir la voluntad del Padre, es decir, la construcción del Reino de Dios. VOCACIONES ESPECÍFICAS. Dios nos dio la existencia para algo, para un determinado fin, para una misión concreta, de tal modo que en el cumplimiento de esta misión alcanzaremos la realización plena. Dios nos ha llamado a una vocación. Vocación es el llamado que Dios hace a todos los hombres y mujeres para que respondan y cumplan con una misión en la construcción del Reino de Dios en medio de nuestra realidad concreta. VER EN LA BIBLIA LOS LLAMADO Y EL LENGUAJE QUE DIOS HACE AL SER HUMANO.