Ensayos sobre poesía E L COLEGIO NACIONAL fue fundado en 1943 por grandes figuras de la cultura quince mexicana: Mariano Azuela Alfonso Caso Antonio Caso Carlos Chávez Ezequiel A. Chávez Ignacio Chávez Enrique González Martínez Isaac Ochoterena Ezequiel Ordóñez José Clemente Orozco Alfonso Reyes Diego Rivera Manuel Sandoval Vallaría Manuel Uribe Troncoso José Vasconcelos En los siguientes cincuenta años, entraron sesenta nuevos miembros por elección de sus antecesores: Ignacio González Guzmán Manuel Toussaint Silvio Zavala Arturo Rosenblueth Antonio Castro Leal Jesús Silva Herzog Gerardo Murillo ("Dr. Atl") Daniel Cosío Villegas Samuel Ramos Agustín Yáñez Guillermo Haro Jaime Torres Bodet Manuel Martínez Báez Eduardo García Máynez José Adem José Villagrán García Antonio Gómez Robledo Víctor L. Urquidi Octavio Paz Miguel León-Portilla Ignacio Bernal Rubén Bonifaz Ñuño Antonio Carrillo Flores Ramón de la Fuente Carlos Fuentes Alfonso García Robles Marcos Moshinsky Jesús Romo Armería Emilio Rosenblueth OBRAS DE GABRIEL ZAID 2. Ensayos sobre poesía El Colegio Nacional Obras de Gabriel Zaid 1. Poesía 2. Ensayos sobre poesía La poesía en la práctica Leer poesía Tres poetas católicos 3. Antologías poéticas Ómnibus de poesía mexicana Asamblea de poetas jóvenes de México 4. Crítica del m u n d o cultural Los demasiados libros Cómo leer en bicicleta De los libros al poder 5 • C-)ritiCíjL social El progreso improductivo La economía presidencial Gabriel Zaid ENSAYOS SOBRE POESÍA EL C O L E G I O N A C I O N A L Primera edición: 1993 D. R. © 1993. El Colegio Nacional Luis González Obregón No. 23. Centro Histórico C. P. 06020, México, D. F. ISBN: 968-6664-90-9 de las Obras ISBN: 968-6664-91-2 de este volumen Impreso y hecho en México Printed and made in México LA POESÍA EN LA PRÁCTICA La poesía e n la práctica r 13 IA CIUDAD Y LOS POETAS Negándose a recitar Teatralidad de los negocios Las dos inculturas La efectividad poética Desarrollo nacional y crédito literario La ambición de una poesía total 17 24 30 37 46 53 LA MÁQUINA DE CANTAR Las burlas veras Demostración sobre el soneto ¿Qué e s una máquina? La lectura concreta Expectación» azar y correspondencias La propensión a los encuentros felices Lo expresivo y lo oprimente ¿Qué es la inspiración? 61 64 66 71 78 85 92 99 . 106 Nota bibliográfica LEER POESÍA ¿Cómo leer poesía? Dudas sobre el poeta Alfonso Reyes Un gato cruza el puente de la luna ¿Quién es usted? Dicho sea c o n temor El ensayo más breve del mundo Grafitos : Para una cortesía experimental Retórica y visión poética ¿Una equivocación? 113 114 122 126 1 2 7 130 133 138 Lo jp^octico cixibotcU^lílcí #••#•*#•#•#•••*•**•#•*#*•#•#••*##•••* 141 De las antologías como juicio final . Disputaban sobre quién sería el mayor en el reino de los cielos... Ratings poéticos Una anécdota irresistible Espejos del PEN Club Un Beckett desconocido Una poeta de la Revolución El brindis del bohemio Poesía de los judíos españoles Cancionero folklórico de México Marinero que se fue a la mar Lírica matlatzinca Poetas de lengua náhuatl Reconciliación con el modernismo Recuento de una año antológico Poesía de Apollinaire Perséfone Las fuentes legendarias Yuria Buena suerte viviendo Relación de los hechos Anagnórisis Zona difícil El reposo del fuego El problema de la poesía que sí se entiende Noticias de la selva La pica en Flandes Poetas ejemplares La mirada irónica Ante varias esfinges La novela soy yo Cernuda crítico Cantado para nadie La chica de Ipanema De toros y tauremas Por otro himno Nota convergente sobre Octavio Paz Significaciones últimas La limpidez Blanco Octavio Paz y la emancipación cultural 143 147 151 154 159 160 163 165 170 173 179 184 185 188 190 197 199 200 201 202 203 205 207 210 212 217 222 225 229 231 235 238 240 244 247 251 254 256 258 265 269 Los suecos lo proclaman La cuadratura del círculo. Un soneto desconocido de Sandoval y Zapata A propósito d e berenjenas D e grillos y d e grilla Nota bibliográfica 274 277 279 285 288 292 TRES POETAS CATÓLICOS Tres poetas católicos 295 MUERTE Y RESURRECCIÓN DE LA CULTURA CATÓLICA 1. Culturas superadas, 299; 2. Nuevas épocas: desde adentro y desde afuera, 300; 3. Tiempo igual, tiempo jerárquico, 301; 4. La cultura católica, excomulgadora excomulgada, 305; 5. Nostalgia del integrismo, 310; 6. La primavera de León XIII, 315; 7. Del progreso al derrotismo, 317; 8. La primavera maderista, 323; 9. Muerte y resurrección, 330; 10. La cultura católica mexicana, 335. EXÁMENES DE CONCIENCIA López Velarde ateneísta 347 1. Entre Azul y buenas noches, 349; 2. Hacia la toma del Establishment, 357; 3- El ateneo soñado por Gutiérrez Nájera, 363; 4. ¿Quiénes fueron los poetas del Ateneo?, 367. López Velarde y el Plan d e San Luis 379 Un amor imposible d e López Velarde 387 1. Viejos y nuevos trovadores, 387; 2. Tierra adentro: Jerez, Aguascalientes, San Luis, 391; 3. Génesis de un poema, 400; 4. Una entrevista medio siglo después, 403; 5. El llanto del verdugo, 406; 6. Notas, 412. López Velarde civilista 413 1. Una declaración desconocida, 413; 2. El Universal: civiles contra el militarismo, 414; 3. Una entrevista a Julio Torri, 421; 4. La república restaurada ante la guerra, 423 López Velarde reaccionario 426 1. Lecturas judiciales, 426; 2. El retorno maléfico, 429; 3. Un revolucionario civilista, 434. Aclaraciones sobre López Velarde 441 1. Cupido Gómez Morin, 442; 2. Ministro por un día, 446; 3. López Velarde y la Universidad, 449; 4. Zozobra, 453. HOMENAJE A LA ALEGRÍA Homenaje a la alegría El otro modernismo Cosillas para el Nacimiento Azules que se caen de morados Siete poemas del paisaje 46 7 471 475 479 481 1. Un reportaje irónico, 482; 2. Al tú por tú con las vanguardias, 484; 3. No desearás la poesía de tu prójimo, 486; 4. Un poeta aviador, 489; 5. Trópico engañoso, 493; 6 Crítica del reloj, 496; 7. Dictadura y misterio, 499. Pellicer: un desastre editorial 504 EL JARDÍN INCREÍBLE La originalidad de Manuel Ponce 515 ANEXOS Poemas religiosos de Alfonso Reyes Mocho 531 541 Nota bibliográfica 545 índice de nombres 547 LA POESÍA EN LA PRÁCTICA LA POESÍA EN LA PRÁCTICA HAY QUE VER la poesía en la práctica: en el mundo del trabajo y los negocios, del prestigio social y el poder político, de la ingeniería y las computadoras, de la vida amorosa y cotidiana. La inspiración creadora n o sólo hace versos: sopla y lo mueve todo. En ese movimiento, la práctica no es algo estrecho, mecánico y sin misterio, sino creación; y la poesía es práctica: hace más habitable el mundo. Alguna vez lo músico fue todo lo inspirado por las musas, n o una especialidad. Alguna vez poesía y práctica fueron sinónimos, c o n poca diferencia. Hacer cosas (productos, construcciones, escritos en prosa o en verso) era poiein (de donde viene poesía). Hacer cosas (en el mundo de la acción) era práttein (de donde viene práctica). Desgraciadamente, la poesía se ha vuelto cosa de especialistas y como muy opuesta a la práctica. Pero hay poesía en todo hacer inspirado. Escribí estos ensayos por primera vez entre 1963 y 1967. Los he vuelto a escribir varias veces. Esta versión es la más breve y quizá la más clara, e n dos cuadernos. Ambos parten de una negación que asumen y disuelven. La ciudad y los poetas acepta que la poesía n o es negocio, pero así desemboca en otra visión de los negocios y de la poesía en la práctica social (actuar: práttein). La máquina de cantar acepta que hay computadoras que hacen versos, pero así replantea el proceso creador y observa la poesía en la práctica física (producir: poieirí). Q u e las musas del hacer inspirado visiten al lector, si está sumergido en la práctica y se siente lejos de la poesía, si está su­ mergido en la poesía y se siente lejos de la práctica. LA CIUDAD Y LOS POETAS NEGÁNDOSE A RECITAR dijo Alfonso Reyes que es "el centauro de los géneros", porque es literatura y saber al mismo tiempo. Algunos creen por esto que es divulgación: una presentación amena de resultados obtenidos, generalmente por otros; una especie de saber aguado o d e s e g u n d a m a n o . Pero el e n s a y o n o deriva d e la memoria científica, sino del diálogo socrático: -del saber que se busca e n la reflexión con otros. La autoridad del ensayo no está e n la prueba, como en la memoria científica, sino en el autor; y no porque su prestigio personal sustituya la prueba. C u a n d o J o s é Ortega y Gasset dice que "el ensayo es la ciencia menos la prueba", n o se guarda la prueba de su afirmación: no la tiene. Nos propone algo discutible, en u n discurso del autor como desdoblamiento de la conciencia crítica del lector. Su autoridad es literaria. Hay una autoridad de las cuestiones mismas: vivas, encarnadas, protagonizadas, q u e resulta obvia en el d i á l o g o filosófico y equívoca en el ensayo. Hay pasajes en los diálogos de Platón que se r e d u c e n a m o n ó l o g o s : m i e n t r a s S ó c r a t e s " e n s a y a " , su interlocutor dice "Claro", "Así es" y frases por el estilo. Pero el monólogo filosófico, que está muy cerca del ensayo, n o acaba de serlo, porque el verdadero ensayista y el verdadero interlocutor es Platón, que se desdobla en Sócrates para escucharlo, n o para hablar a través de su voz. Así, en Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, aquel Sócrates silencioso que fue Antonio Machado inventó u n personaje para desdoblarse y conversar, más que para dejarnos resultados científicos. D e esperar a tenerlos, jamás hubiera escrito: nos hubiera dejado su silencio. U n süencio socrático, digno de ser guardado y trasmitido como una DEL ENSAYO interrogación. Pero, ¿cómo guardar y trasmitir el silencio? ¿Cómo enriquecerlo, de generación en generación? ¡Qué bueno que haya escrito! Q u e haya dejado, como Platón, huellas socráticas sobre tabla o papel. Si la palabra no leída no acaba de ser palabra, porque no tiene lugar para abrirse, al menos queda c o m o c o s a , y adquiere así una especie de h u m i l d a d sacramental, de andar de cosa entre las cosas. Cosa que puede ser comprada, manoseada, arrumbada, deshecha, deshojada, llevada por el viento, pisoteada en la calle, guardando siempre abierta, de su parte, la posibilidad de conversación. "Aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles" se declara Cervantes, y dice que así paró en sus manos la historia del Quijote, como para mostrar lo quijotesco en las aventuras de la palabra escrita: la nobleza vagabunda que puede andar en harapos. Pero no hay que pensar, por estos ejemplos, que, si la autoridad del ensayo reside en el autor, sólo los grandes deberían ensayar, monologando o desdoblándose e n heterónimos. La autoridad está en el autor que se busca, en el desdoblamiento de la conciencia que se busca, en el saber que se busca. La norma, de hacer falta, sería exigente pero no aristocrática: todo hombre debe ensayar, pensando a solas, hablando con su prójimo, escribiendo y quizá publicando, mientras hable, escriba o publique de cuestiones que lo cuestionen. No vengo, pues, a decir que hacer versos sea la actividad funda­ mental de una ciudad, para justificar el título de este discurso sobre La poesía, fundamento de la ciudad (Monterrey, 1963). Lo que estoy leyendo lo escribí por ustedes, para ustedes y para hoy; para negarme a recitar en esta serie de recitales. El título es en serio, y si resulta así como resulta, es que no encontré otro mejor para una serie de cuestiones importantes en mi vida: cosas que me han dado qué pensar; preguntas c o n que leer, contemplar o escuchar; motivos de reflexión o diálogo con amigos; asunto de notas escritas de improviso, como las líneas de un poema, que se iban acumulando sin que y o vislumbrara su posible unidad , hasta que todo se integró bajo el apremio de Manuel Rodríguez Viz­ carra. A pesar de mis evasivas, insistía en que viniera a leerles mis versos, con una insistencia y generosidad que superaba la impor­ tancia de lo que y o tuviera que callar o que decir. La figura y el título que han tomado estas cuestiones se deben, pues, a ustedes, a las dificultades que me plantea u n acto simple y generoso de ustedes. Hay, por lo pronto, la dificultad de enfrentarse a u n público. Si ustedes invitaran a Pedro Garfias (que deberían hacerlo: una de las cosas que hacen importante a Monterrey es que Pedro Garfias haya andado por aquí), 61, que n o tiene presunciones que lo enre­ den en la timidez o la soberbia, les diría sus versos c o m o u n pájaro dice sus cosas, sentándose quizá sobre los escalones del estrado. C o m o ha aceptado ya vivir al margen, se ha vuelto u n personaje bohemio, ha quedado investido de la figura de poeta in aeternis, que no le aa caoiaa practica e n ei munao, que 10 aeja en la caue económicamente; es decir: desnudo de una figura viable que p o ­ nerse para salir, y andar e n la ciudad, y cobrar por asumirla y ejercerla. Supongamos, sin embargo, que por esta aceptación, o por algo menos radical, se tenga el carácter necesario para decir pública­ mente los propios versos. Otra dificultad sería la de valerse de la propia voz para decir los propios versos. Aparte d e que se tenga o no una buena voz (qu e n o siempr e se tiene) , o d e que se sepa o n o leer en voz alta (qu e n o siempr e se sabe), la lectura llevada a cabo por otro, sea en voz alta o n o (si sabe leer), hace más natural la expresión de los versos. C u a n d o se leen los propios versos ronda siempre u n equívoco importante. El verso es para leerlo con voz, aunque sea la inaudible de leer vocalizando levemente, porque los versos se presentan al poeta c o n v o z . Es u n a v o z q u e n a d i e m á s c o n o c e . N o la q u e n o reconocemos al escucharnos por primera vez en una grabación, ni la que escuchan los demás y nunca conoceremos, porque las grabaciones son espejos imperfectos, y, en el mejor de los casos, espejos que requieren de u n tercero que nos diga que, en efecto, ésa es nuestra v o z . La q u e sí c o n o c e m o s , esa v o z interior, físicamente incomunicable, que nunca nadie más conocerá, es la que escucha el poeta al escribir y la que rige, así, la hechura musical del verso. Lo cual no quiere decir que los versos alcancen plenamente su valor sólo con esa voz, es decir, para el poeta. Sino que el respeto a esa voz desconocida se impone de algún modo cuando se lee bien, como al interpretar una partitura se puede producir una música fiel a otra nunca escuchada. ¿Qué pasa si dirige el autor? Puede pasar que sea un mal intérprete de sí mismo. Pero puede pasar algo peor, tratándose del verso, escrito c o n frecuencia en primera persona. Si el poeta dice sus propios versos, escenifica la tendencia a confundirlo con su primera persona, obra de él como otro de sus personajes. La cosa puede tomar el aire equívoco de una confesión íntima que es una confesión pública. El Autor, que sale de personaje en algunas obras de teatro, queda mejor actuado por un actor que por el propio escritor. Este equívoco, si n o es buscado y logrado c o m o u n recurso (común en la poesía moderna), frustra la obra. Lo cual se ve muy claro en ciertas situaciones teatrales, por ejemplo, cuando u n actor famoso ya n o hace el personaje de la obra sino el actor famoso que es él, siempre el mismo. O cuando una señora, en el teatro de aficionados, n o está viendo el personaje que hace su hija, sino la afición al teatro que muestra Fulanito al abrazarla. En la poesía lírica, hay situaciones equivalentes: leer los versos de u n conocido para sacarles todo lo que pudieran tener d e confidencia, para conjeturar "a quién se los hizo" y hasta dónde llegaron e n sus relaciones. Estos equívocos n o sólo p u e d e n frustrar la obra, pueden frustrar la vida de un poeta poseído por su primera persona hasta el punto de ser arrastrado al suicidio, si eso exige el drama d e su personaje, c u a n d o a través del drama el personaje se apodera del autor. Claro que puede suceder que u n escritor sea todo u n personaje, y que ande de Valle-Inclán por la vida: que el personaje sea su medio de expresión. Entonces n o hay equívoco posible. ValleInclán y Dylan Thomas dejaron grabaciones muy teatrales, en las cuales s u e n a n c o m o grandes actores d e sí mismos. A u n q u e también sucede que el escritor n o sea tan dueño de su personaje, y se deje arrastrar por la figura que le proyectan las necesidades mitológicas del público. C o n esto entramos en la tercera dificultad, en la cual pueden recapitularse todas: la económica. Si la actuación del personaje c o m o tal, aparte de tener validez mitológica, es viable e c o ­ nómicamente (como sucede c o n tantas figuras públicas, muy bien pagadas por hacer su número en el teatro social), a través de su actuación tiene de qué vivir y es alguien. Su figura aceptable en el reparto de papeles sociales justifica su parte en el reparto económico. Si n o , aunque le p a g u e n por hacer otras cosas, el p o e t a es r e c h a z a d o p r e c i s a m e n t e c o m o tal. Y , para decirlo crudamente, ¿por qué va u n poeta a decirle sus versos a una ciudad que n o le paga por serlo y que lo ningunea precisamente como taP Creo que si no se evade esta cuestión con mentiras piadosas, si usamos de la franqueza que se atribuye a los norteños, y no tene­ mos miedo de hablar de pesos y centavos, como regiomontanos que somos, en materia de poesía, la cuestión puede llevarnos muy lejos. Muy lejos, por lo pronto, de esa hostilidad que envenena las relaciones entre el poeta y la ciudad, desde Platón, que excluyó a los poetas de su república perfecta, hasta el grafito que dice: Tú que eres tan buen poeta y en el aire las compones... Examinemos, pues, las mentiras piadosas. Supongamos que la poesía, celebrada por los pueblos y hasta por los alcaldes, que hacen monumentos a los poetas, sea oficio de vagos, quehacer de desocupados. Lo cual n o tiene que ser despreciable. Puede tomar­ se como u n signo religioso: una maravillosa cualidad que señale, al poeta c o m o u n ser privilegiado y necesario en la ciudad, para comunicar el carisma del hacer inspirado. Supongamos que la inspiración se llame haraganería. Pueden suceder varias cosas. Por ejemplo: que el haragán, con toda inocencia y seriedad, se dedique a haraganear, y espere naturalmente que le paguen por eso. La ciudad, reverente ante los Altos Valores del Espíritu que e n él encarnan, se verá ante u n pro­ blema. Lo natural sería que la ciudad entera se entregase al subli­ me carisma haragánico. Pero hay que trabajar. ¿Cómo pagarle a un haragán por serlo? Salida posible: que dé clases de su especialidad. C o n lo cual se justifica el pago* y se sostiene la antorcha que trasmite los Más Altos Valores, de generación en generación. Sólo que el haragán, ocupado en dar clases, y por lo mismo n o p u d i e n d o practicar su e s p e c i a l i d a d , se diría: si l o s valores haragánicos son tan altos, más altos desde luego que los valores económicos, ¿por qué no gano más que los que se dedican a los valores económicos? Si yo ganara más, con todo el tiempo libre, tendría lo necesario para ser un verdadero haragán. — D e ninguna manera, Altísimo Haragán. Lo que haces, por sublime, no tiene precio. No es comparable con nada material. Tu A u n q u e también escucharía verdades menos oficiales. Por ejemplo: es inteligente, lástima que se desperdicie en estas cosas. Por ejemplo: da clases por haragán, por falta de talento para hacer dinero. Además, se daría cuenta de que el centro del culto real de la ciudad (fuera de cumplir cada domingo con la obligación de haraganear) estaba en los valores económicos. Lo cual, natural­ mente, es más que una cuestión de dinero: es una cuestión de valores, si n o de religión, que le haría sentir la vergüenza de nues­ tros Primeros Padres en el Paraíso, aceptar de todo corazón aque­ llo de "ganarás el pan con el sudor de tu frente", dolerse de sus años de extravío y dedicarse a ganar dinero, como Dios manda. Si la poesía no da para comer es porque no interesa. N o es que sea deseable pero que, desgraciadamente, esté bloqueada por dificultades económicas. Es al revés: las dificultades económicas aparecen c o m o expresión del rechazo social, c o m o la forma simpte y erecava a e no permitir que ei talento se desperdicie en cosas indeseables. Si se hace un recorrido por los barrios miserables, se encontrará gente que fuma, y que compra o alquila revistas de monitos. ¿Se debe a q u e el tabaco y los monitos s o n n e g o c i o , o s o n n e g o c i o precisamente por eso? Si se hace un recorrido por las casas de las familias que ganan medianamente, se encontrará que tienen coche, pero no libros. ¿Se debe a que los libros son más caros que los coches? En 1955, según la Dirección General de Estadística, el 95% de las familias mexicanas tenia ingresos familiares mensuales de 2,000 pesos o menos, y en el 5% restante se codeaban desde las familias de empleados que ganaban algo más de 2,000 pesos hasta las grandes familias industriales, financieras, políticas y ex presidenciales. Este reducido 5%, sin embargo, representaba a cerca de 300,000 familias, para libros n o e s t a b a fuera d e su a l c a n c e . P u e s b i e n , e n 1949 aparecieron, en ediciones de un millar de ejemplares, dos "libros capitales en la historia de la poesía mexicana: Subordinaciones, de Carlos Pellicer, que todavía está en venta a 10 pesos, y Libertad bajo palabra, de Octavio Paz, que todavía se consigue en 8 pesos. No cabe decir que en cerca de quince años las 300,000 familias c o n mayores ingresos en M é x i c o n o hayan p o d i d o agotar mil ejemplares de estos libros por falta de dinero o de tiempo. Si la poesía no se vende es porque n o interesa. Y aquí estamos, celebrando socialmente una actividad socialmente desdeñada. Buenos consejos le daríamos al que quisiera vivir de la poesía: "Está bien que hagas versos en tus ratos libres, pero no le des vueltas: dedícate a un trabajo decente. Mejor aún: procura que nadie sepa que haces versos, no vayan a pensar que n o se puede contar contigo, que eres bohemio, soñador e irres­ ponsable." Y, a decir verdad, ¿cómo pedirle a nadie que se exhiba como poeta, que se queme ante el respeto de los demás? Preguntarle pú­ blicamente a alguien por sus versos es como saludar en la calle preguntando: ¿Cómo está usted, don Fulano? ¿Y su querida? TEATRALIDAD DE LOS NEGOCIOS había u n hombre que no se daba cuenta de su vida, aunque llevaba cuentas de las existencias de u n almacén. Era em­ peñoso y tenía buena letra. C u a n d o le faltaba tiempo para su mujer y sus hijos, les explicaba que se debía ante todo a su trabajo, que trabajando hacía lo que estaba haciendo en la vida. Hasta que resultó que el puesto salía sobrando, que estaba dedicado a llevar cuentas inútiles, que su contribución al producto final era nula, como sí hubiera sido u n haragáa Pero su puesto no era de haragán, y como tal n o le hubieran pagado. ¿Qué le pagaban, entonces? El hacer que hacía, el perder el tiempo obedientemente en u n papel que parecía productivo: que parecía lo que n o era. Su verdadera producción era teatral. Involuntariamente, vivía del cuento de hacer cuentas. D a n ganas de generalizar, observando la tenacidad, la imagi­ nación y hasta el genio que la humanidad pone en hacer cosas inútiles. Pero algo, por poco que sea, come y viste la gente. Luego, algo se produce. Luego, alguien produce algo. Luego, n o puede ser que toda la humanidad viva del cuento. Lo interesante, sin embargo, es ver que "hacer que se hace" es viable económicamente; que actuar tiene el doble aspecto teatral y operativo de participar en una función, de hacer u n papel. Q u e vivir del cuento sea posible, hace ver que el cuento es la otra cara de una serie d e operaciones e c o n ó m i c a s contabilizables e n balances, cortes de caja y análisis financieros. En Los intereses creados, además de acotaciones teatrales, B e n a v e n t e p u d o haber p u e s t o a c o t a c i o n e s financieras q u e señalaran la p o s i c i ó n de crédito, liquidez, ganancias, de los protagonistas, a lo largo de la obra. Así también toda operación económica puede acotarse o encuadrarse teatralmente. Comprar, EN UNA FÁBRICA vender, emprender negocios, dar o pedir crédito, instalar una fábrica, operarla, son todos actos empapados de teatralidad, con n o menores exigencias de responder a una cierta imagen o visión de las cosas que de funcionamiento práctico. Una disciplina llamada motivations research pretende psico­ analizar la fantasía del consumidor. Sus practicantes han mostrado que operar sobre el supuesto del homo economicus n o es muy económico: la vida económica tiene mucho de fantasía. Comprar es situarse d e personaje en un universo imaginario (imaginario en c u a n t o est á integrado c o n u n a coherencia de i m a g e n , p e r o completamente real económicamente). Según Pierre Martineau (Motivation in advertising), el coche es u n anuncio de quiénes somos, u n símbolo portátil de nuestra posición y personalidad: tiene una doble función comunicativa, como medio de expresión y de transporte. Ernest Dichter, colega de Martineau, hizo u n estudio para la Chrysler, en el cual explicó por qué los convertibles se vendían menos que los coches ordinarios, a pesar de atraer más. Reco­ m e n d ó n o retirarlos del lugar prominente en las exhibiciones, aunque el cliente atraído por el convertible acabara por llevarse un coche ordinario: así como los hombres atraídos por las mujeres poco comunes acaban casándose c o n las otras. Si se hicieran estudios similares para explorar los móviles del hombre d e empresa, resultaría q u e tampoco es u n homo eco­ nomicus; que lo importante de hacer negocios es realizar sueños viables; que los negocios se emprenden orientados por imágenes de realización personal: para verse hacer tal o cual papel, para sentirse u n argonauta, para que vean los parientes que u n o n o es el tonto de la familia, par a pertenecer a ciertos círculos, para deslumbrar a una mujer, par a desquitarse de tal o cual impotencia, para hacer y deshacer universos, y hasta para servir a la sociedad. Es decir, l o s m i s m o s m ó v i l e s q u e m u e v e n a h a c e r v e r s o s , deportes, arquitectura, política o metafísica. Las d e c i s i o n e s d e l a vida e c o n ó m i c a se t o m a n ante t o d o extraeconómicamente . Se requiere una ascética poco común para ser de verdad u n proftt-minded manager, como quería el profesor Knoeppel (Prqfit-minded management). Lo común, en el caso de los técnicos, es ser product-minded y esforzarse (económica o antieconómicamente) por tener u n producto perfecto o novedosísimo, aunque esté fuera del mercado; o comprar el equipo más moderno, cuando las cuentas más elementales no lo justifican. Lo común, en el caso de los contadores, es ser controlminded: cumplir con una imagen de control meticuloso, aunque eso cueste más que la falta de control, y no sirva más que para sentirse emocionalmente seguro, atrincherado contra el caos. Otros ejemplos: se supone que la libre competencia es el medio natural de la vida económica, en el cual desaparecen las empresas menos eficientes. Sin embargo, los hombres de negocios son algo más que zoones economicones: renuncian fácilmente a la ley de la selva y tratan de ponerse de acuerdo con sus competidores y el gobierno para eliminar riesgos. Hay que ver la terquedad con que se resisten a hundirse los malos negocios. Pueden durar años amorcillados, como un toro de lidia, mientras todo el mundo dice: cae, no cae, ahora sí, no, parece que no. ¿Y qué hay detrás d e todo esto sino u n mundo imaginario que se resiste a no ser cierto? Todo hombre de empresa ha tenido la experiencia de una idea o negocio que "debió haber salido" y cuyo fracaso admitió, dan­ dose por v e n a d o , pero negándose a aceptar que en otras circuns­ tandas no pudiese salir. Esta negación de la realidad, esta visión por la cual todo hombre, y desde luego todo hombre de empresa, está (como dijo Ortega y Gasset e n las Meditaciones del Quijote con medio cuerpo fuera de lo real, es más determinante a la hora de la verdad que cumplir con las doctrinas del liberalismo spenceriano. El barco se hunde. El crédito ha llegado a su límite. Pero la gente se niega a aceptar la realidad, prefiere darle crédito al sueño en que está embarcada, a la imagen que habita, al mundo que la empresa representa. Y así aparece u n crédito no contable con el que se empieza a contar: los empleados aguantan el retraso de sus q u i n c e n a s , los a c r e e d o r e s a c e p t a n n u e v o s t é r m i n o s , l o s accionistas meten, como se dice, dinero bueno al malo, y pocas veces puede verse más claro que las ilusiones son crédito contante y sonante. N o tenemos ilusiones: las ilusiones nos tienen (Kunkel). Somos animales fantásticos (Ortega y Gasset). O quizá mejor: heliotrópicos. N o hay móvil h u m a n o que n o apunte en la dirección de una unidad contemplable que nos mueve, nos atrae, nos inspira. N o es algo que esté en el hombre, sino aquello sólo en lo que el hombre puede estar. N o el hombre, esa unidad contemplativa es la medida de todas las cosas (Heidegger). El m u n d o es habitable e n la medida en que, movidos por eso, quizá medio en sueños, hemos actuado para que esa luz resplandezca. Actuamos orientados, necesitados de esa unidad. Inventamos lo necesario para estar en claro. La razón crea lo que el amor demanda (Dieste). ¿Y qué sucede si se tiene u n fantástico aprecio de la razón y u n irracional poco aprecio de la fantasía? Q u e inventamos con poco rigor. Q u e fantaseamos lo necesario para hallar justificaciones, para sentirnos razonables. Eso que llaman "racionalizar" (razona­ bilizar), y que se da también, paradójicamente, hasta en la llamada racionalización del trabajo. Dentro del escenario imaginado de la organización moderna, h a y una gran idea q u e se ha vuelto una superstición: depar­ tamentalizar. Una administración que se respete n o puede menos que tene r u n departamento para cada función, u n jefe para cada departamento un privado y una secretaria para cada jefe una red de intercomunicación, y todo lo demás. Las comunicaciones orales y escritas se multiplican: llamadas, memos, juntas, porque a cada nuevo funcionario no sólo hay que darle u n lugar físico separado — l o que extiende la red de comunicaciones internas— sino un lugar jerárquico: lo cual supone interponer otra firma en una serie de trámites, n o tomar decisiones sin llamar a junta, etcétera. C o n la mayor i azuua umuau empieza a pru^pciai ei u a u a j o ínuui. La proliferación burocrática n o necesita función para crecer: crece en función d e que crecer parece b u e n o . Si esa función teatral se cumple, n o hacen falta otras funciones. El trabajo se expande hasta ocupar el tiempo disponible (Parkinson). Las decisiones económicas se toman extraeconómicamente, de acuerdo c b n cierto orden de ideas aceptadas, de fantasías per­ sonales, de sueños no necesariamente lúcidos. Si se tiene el dinero, probablemente n u n c a se revisen, nunca se advierta q u e los resultados no son tan económicos como se cree. A menos que se mire lo económico, lo práctico e n general, la actividad humana, como actuación poética, encaminada a realizar prácticamente una imagen deseada o aceptable, u n orden contemplable, una cierta visión de las cosas y de uno, actor y contemplador. Y o , autor y protagonista de la novela El rey de las finanzas, necesito el escenario de unas oficinas majestuosas, cartógrafos que registren la expansión de mi imperio, tramoyistas que m e pre­ paren las operaciones, un coro d e comparsas que ponga de relie­ ve la importancia de mis actos, y, cosa bastante más difícil, el genio financiero para que no se m e caiga el teatro, que, al n o caér­ seme, ya n o es teatro sino efectiva actuación económica. Y o deci­ diré extraeconómicamente que es poco una red de negocios en el país; que hay que dar el siguiente paso, volverse internacional, invertir en el extranjero. Pero si tengo relaciones inteligentes con mi fantasía, si no trato de dominarla, ni dejo que me domine, si la escucho cuando me propone sueños viables y racionalizo (no razonabilizo) su viabilidad, soy u n hombre de empresa con visión, n o un loco con delirios de grandeza. Si el sueño es viable y se realiza, ¿qué diferencia hay entre sueño y realidad, entre empresa y noveláV Esto es cierto no sólo de la novela que todos novelamos viviendo, de la empresa de nuestra vida. Es cierto también de las novelas en particular, lo cual tiene su interés. Escribir una novela es toda una empresa, que puede requerir miles de horas de pura redacción. Una pesada empresa llena de exigencias materiales, que puede ser viable o no, aceptable socialmente o no, lucrativa o no, pero que siempre es una empresa práctica. Podrá ser una empresa abortada, rechazada por la sociedad o antieconómica, pero tan práctica o tan poco práctica como tantas empresas industriales que n o llegan a hacerse o se hacen y fracasan. Vicente Blasco Ibáñez ganó dinero con sus novelas y lo perdió metiéndose a colonizar una región de la Pampa. Más de u n industrial afortunado lo perdería metiéndose a novelista. En su caso, lo normal sería perderlo en una empresa industrial Lo cual no probaría que las empresas industriales no son prácticas, sino q u e ésas son las empresas que normalmente emprende . Escribir n o es más ni menos empresa, n o es más ni menos actuación, no requiere más ni menos talento que hacer negocios. La diferencia económica está en la aceptación social. Si se acepta que la corbata es indispensable, producir corbatas puede ser negocio. Si la gente creyera que los sonetos son indispensables, c o m o las corbatas, los sonetos también señan negocio. Si mañana, por una mutación sociológica, la gente hallara en Cervantes la pausa que refresca, surgiría toda una industria cervan­ tina dedicada a producir y distribuir el Quijote en cantidades industriales: habría ediciones especiales para salas de espera, para cuartos de hotel, para el coche, para el bolsillo, para la cama. Habría estanquillos donde detenerse a leer un pasaje. El trabajo tendría mañana y tarde un Quijote-break. Las estaciones de radio no se darían abasto atendiendo peticiones de tal o cual pasaje. Leer bien el Quijote daría inmensa popularidad y n o menos dinero en radio y televisión. Y si la gente llegara a convencerse de que era una vergüenza tener siempre los mismos ejemplares del Quijote: que había que cambiar de modelo cada año, tener las últi­ mas ediciones, entonces la producción subiría hasta el delirio, la industria cervantina representaría u n sector fundamental del producto nacional, en la bolsa se seguirían con atención sus valo­ res, los economistas medirían el desarrollo económico de u n país en términos de su industria cervantina y habría que ayudar a los pobres pueblos subdesarrollados, cuyo bajo nivel de vida no les permitiera alcanzar las excelencias del Quijote. LAS DOS INCULTURAS y novelista Charles P. Snow escribió u n libro (The two cultures) sobre lo ignorantes que pueden ser, tanto los hombres de letras en cuestiones de ciencia como los hombres de ciencia en cuestiones de letras, sin perder el prestigio en sus respectivos campos. Hay dos culturas, dice Snow: la tradicional o humanista y la EL FÍSICO aisladas, una en el interior del Amazonas y otra en las nieves árticas. Pero está hablando de gremios que circulan por el mismo campus universitario, y ahí no cabe hablar de dos culturas. La cultura moderna es una sola, cada vez más inabarcable: nos vuelve a todos cada vez más incultos. En el mundo universitario, n o hay dos culturas: hay dos inculturas, h a y innumerables inculturas. La cultura n o es una especialidad, es el c a m i n o d e hacer habitable el mundo y entendernos, un camino que hacemos y que nos hace, nunca hecho del todo, siempre dado en parte y en parte por hacerse, en la historia personal como en la colectiva. Las especialidades no son totalidades sino parcialidades: maneras de recorrer ese camino. Su convergencia n o p u e d e estar en acumular parcialidades, sino en dejarlas atrás. Parecería que la división del trabajo produjo esos mundos aparte (y tantos otros: no es verdad que dentro de cada "cultura" los especialistas se entiendan entre sí). Pero la división del trabajo es milenaria, m u y anterior a esa i n c o m u n i c a c i ó n . Q u i z á el verdadero antecedente fue un solipsismo que hizo prosperar la es­ pecialización como cosa exclusiva y excluyente, a partir de la revo­ lución industrial. A u n q u e el problema n o es la industria. La especialización sería otra cosa, si la producción industrial se dispersara por el campo, requiriera cuatro horas diarias de trabajo (aunque fuese de una rebuscadísima especialidad) y n o dismi­ nuyera el nivel de vida humano (sentido del prójimo, de la natu­ raleza, del destino) alcanzado en lugares "subdesarrollados" de México y el Mediterráneo. La diferencia está en cómo se vive el tiempo, que suma siempre veinticuatro horas. La jornada de ocho horas, que hoy nos parece natural, era u n ideal comunista el siglo pasado. Y las dos mil cua­ trocientas horas que ahora trabajamos al año son más que en la Edad Media, cuando el tiempo no estaba esclavizado por el reloj, sino santificado por una sucesión de fiestas. En el c a m p o , e n muchas partes, todavía hay algo de esto. Lo había en Inglaterra cuando los primeros campesinos ingleses fueron obligados a dejar sus tierras para trabajar jornadas de dieciséis horas en las fábricas. Cabría preguntarse entonces si la falta de tiempo libre, de la cual todos en la ciudad nos quejamos, es una consecuencia de la industrialización y el "ritmo de la vida moderna", o si más bien la industrialización n o supuso u n desprecio inicial por el tiempo libre, al cual seguimos encadenados. Cabría preguntarse también si esta falta de respeto por el tiempo libre de los demás no empezó por una falta de respeto por el propio tiempo libre, por una actitud fáustica que pervirtió el sentido religioso de la dedicación. Q u e u n hombre dedique toda su vida a un propósito, una idea, una causa, u n imperio, es una desmesura que parece virtud en estos siglos egocéntricos de la especie humana, en los cuales el hombre ha cobrado conciencia de las posibilidades del hombre, y su propio espectáculo de hacedor de mundos y señor del planeta le ha entusiasmado, con razón. D e ahí la aspiración a la grandeza, convertida en u n ídolo ante el cual se ofrecen sacrificios humanos, sin excluir la propia vida. Goethe llegó a decirlo: n o hay placer c o m p a r a b l e a la p e r s o n a l i d a d . Por e s o , y p o r su p r o p i a trayectoria, llama la atención que al final de su vida dijera: Cuanto más lo examino, más me parece que lo importante de la vida es vivir. Estas palabras son audaces, sobre todo cuando se ha visto lo mucho que pueden dar de sí las personas poseídas por ideales de grandeza. Pero si también se ha visto, como en las guerras, a dónde pueden llevar los ideales de grandeza, se comprende me­ jor que ser grandes, ser geniales, ser figuras para la historia, es nada frente a la simple diafanidad de ser. Certeramente, Alfonso Reyes abrió su Trayectoria de Goethe con esta frase del Meisten "¡Acuérdate de vivir!" ¡Acuérdate de vivir! ¿Qué significa en las relaciones de Hegel con su novia, en sus apuros económicos, en la distribución de su tiempo diario, en las toneladas de libros y periódicos que leyó? ¿Qué significa en el ajetreo de las ciudades modernas, en las que el tiempo falta para todo y dar medios de matarlo puede ser u n prós­ pero negocio? Todos necesitamos ser importantes, es nuestra con­ dición de criaturas. Pero esta necesidad de ser alguien para otros, únicos también y por lo mismo semejantes, en lo que Kunkel lla­ maría la auténtica experiencia del nosotros, puede volverse la ne­ cesidad de ser centro: una pieza más grande, más fina o más cen­ tral, de la máquina social, o del mundo íntimamente maquinado. Hechas las distinciones filosóficas necesarias, resulta que el pensamiento es la actividad suprema del hombre, actividad que, naturalmente, es propiedad de una profesión establecida. Si uno además supera a los filósofos anteriores, descarta a los contempo­ ráneos y establece ciertas c o n d i c i o n e s ineluctables d e toda metafísica futura, resulta que el pensamiento de u n o , y u n o , naturalmente, está en la cima y centro de la historia, el mundo y la humanidad. Sorprende q u e a Maritain, qu e ha llevado su humildad hasta el punto de no querer ser más qu e el explicador y discípulo de Santo Tomás, se l e ocurra decir en u n momento dado que Descartes no alcanz ó a ver tal cosa porque no era un filósofo a tiempo completo (El alcance de la razón). Esto sólo se entiende como u n lapsus linguae en el cual no ha hablado Ma­ ritain sino el claustro académico. ¿Y qué piensa el hombre d e negocios del profesorcito d e filosofía? ¿Qué pensaría de los apuros económicos de Hegel? Éste —diría— se cree patrón del universo y n o tiene con qué casarse. Y es bastante probable que ni llegara a saber de la existencia y el anhelo de universalidad de Hegel. Porque, vamos a ver: ¿quiénes son las fuerzas vivas del mundo, quiénes hacen y deshacen en el centro de los acontecimientos, sino los hombres de negocios? ¿Hay necesidad de leer la revista Fortune para saber que el mundo de los negocios es simple y sencillamente el mundo? ¿Se dirá que los hombres de negocios son unos pobres creídos de su posición eminente en la marcha del mundo? El manifiesto comunica lo admitió paladinamente hace más de cien años: "En el siglo corto que lleva de existencia c o m o clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas". "La bur­ guesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; h a acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas que las migraciones de los pueblos y las cruzadas." (Trad. W. Roces.) Claro que esta declaración supone que la marcha del mundo requiere nuevas riendas. Los políticos están dispuestos a darles su lugar a los hombres de n e g o c i o s , y hasta a los intelectuales, porque se asignan el lugar supremo y piensan que la política es el centro, summum y resumen de la marcha del mundo y de toda actividad humana. El hombre, animal político, dijo Aristóteles. La política, la sola cosa más importante que la vida, ha dicho el director de L'Express. Si comercializarlo todo p u e d e parecerl e natural al hombre de negocios, politizarlo todo pued e parecerl e natural al político, aun tratándose de la poesía. Jrushov le da órdenes a Evtuchenko. Kennedy lo invitaría a cenar. Pero para n i n g u n o de los dos hay duda de quiénes están a cargo del mundo, si ellos o sus poetas. El pique entre Kennedy y los hom­ bres de negocios puede entenderse a la misma luz. Es él, no los empresarios, quie n defiende el sistema de libre empresa. Es él, no Juan XXIII, quie n guarda la cristiandad. Es él, n o Faulkner, que se dio el lujo de no aceptarle una invitación a cenar, quien hace valer los valores de la cultura occidental. Se diría que el mundo es una serie de, esferas, cuyo interior (en cada caso, para quien vive •r¿ > ahí) parece el centro de todas las demás. ¿Y qué n o se ha dicho de la poesía como actividad suprema? Desde el romanticismo, la poesía dejó de ser un género literario para convertirse en un absoluto, sólo comparable con la religión, a la cual, naturalmente, desplaza. El acto poético vino a ser el centro de una esfera que es a la vez el centro de todas las cosas. "Torces de Dios, poetas, pararrayos celestes", dijo Darío. Y en uno de sus diarios escribió Baudelaire: "Ser u n gran hombre y u n santo para uno mismo, eso es lo único importante. [...] U n funcionario cualquiera, un ministro, un director de teatro o de periódico pueden a veces ser estimables, nunca divinos" (Mon coeur mis á nú). Hiperión, en la penúltima carta del hermoso libro de Hólderlin, le escribe a Belarmino: Duras palabras son éstas, pero tengo que decirlas porque son la verdad. No puedofigurarmeque exista pueblo más hecho a trozos que éste. Se ven en él obreros, pero ni un solo hombre; pensadores, pero ni un hombre; sacerdotes, pero ni un hombre; amos y criados, jóvenes y personas graves, pero ni un hombre. [...1 Me dirás que cada uno debe atender a sus ocupaciones, y yo también me lo digo. Pero entonces que lo haga con toda su alma y no ahogue en sí toda otra llama por consideración a la categoría social del individuo; que no ceda a ese miedo miserable que lo impulsa a no ser, literalmente, y aun hipócritamente, sino lo que indica su título: que sea seria y sinceramente lo que es en realidad. Así es como cada uno de sus actos llevaría la marca del espíritu que lo anima. Y si le ocurre el sentirse oprimido en una función de la que hay que desterrar el espíritu, rechácela desdeñosamente y póngase más bien*a trabajar la tierra. [...] No menos lamentable es ver a vuestros poetas, vuestros artistas y todos los que aún honran al Genio, aman lo bello y profesan su culto. Estos hombres, los mejores de nosotros, viven en el mundo como extraños en su propia casa; semejantes al paciente Ulises cuando, bajo la apariencia de un mendigo, estaba sentado ante su propia puerta, mientras los pretendientes insolentes se condudan como amos en la sala de su casa y preguntaban quién les había traído a aquel vagabundo. (Tirad. Emecé.) Hiperión ve con lucidez por qué los otros no son poetas, y aun dice que debieran serlo, puesto que, como afirma en otra parte de la carta, los hombres "tienen todos el mismo noble origen". Sin embargo, acaba en un criterio aristocrático que hace de los poetas los señores de la casa. Esta manera de privilegiar nuestra actividad haciéndola de todos resulta paradójica, pero es característica. Primero vemos lo universal que hay en nuestra actividad particular. Luego hacemos de esa universalidad una propiedad particular de nuestro gremio, de m o d o que el mundo, en su totalidad, quede cubierto por el ejercicio de nuestra especialidad. La inteligencia es la suprema fa­ cultad del hombre; luego los intelectuales son los únicos que entienden y los demás deben serles dóciles y atenerse a sus expli­ caciones. C o n lo cual se da por descontado que hay los intelec­ tuales y los otros, los que n o son inteligentes públicos titulados. La actividad suprema es la práctica; luego los hombres de nego­ cios son los que deben decidir en la ciudad, y los demás alegrarse de que haya quien cargue, por todos, con la responsabilidad de hacer dinero. Todos somos responsables del bien común; luego no servirles de base a los dirigentes de u n movimiento es apolí­ tico, egoísta y cobarde. Toda suprema actividad es poética; luego el poeta, es decir, el que hace versos, es el supremo hacedor. Y así sucesivamente. Hay, pues, una correspondencia entre ser técnico y creer que la cultura es un complemento, si n o u n adorno, y ser poeta y creer que se tiene la propiedad del absoluto. Es una división del trabajo conveniente, por la cual el "poeta" puede despreciar en la figura del otro su p r o p i a i n c o m p e t e n c i a para vivir y el " t é c n i c o " posponer indefinidamente el encuentro c o n su propia vaciedad. Si u n mundo abierto nos da vértigo, y nuestras propias exigencias de integración amenazan c o n dispersarnos, y tenemos materialmente el tiempo encima, ahogándonos, nada más ex­ plicable que el repliegue a la propia esfera. Pero, por habitables que parezcan las esferas solípticas, llega un momento en que nos falta el aire, y esta crisis nos da la opor­ tunidad de salir. Si alguna ventaja tiene en esto el poeta es su desventaja: su reino carece de viabilidad económica. Esto lo deja a la intemperie, donde puede volverse u n resentido, u n cortesano de otras esferas o u n auténtico perdido, u n hombre que n o sabe qué hacer, j . a s í se enfrenta c o n su propia vida, en la raíz de la hermandacl c o n todos los hombres. Todos los paliativos, todas las buenas voluntades, todos los esfuerzos por negar que la ciudad vive de espaldas a la poesía, tienden a frustrar este encuentro y a consagrar el desdén implícito que puede haber del poeta a la ciu­ rlorl d d i1 H híir'fM" rlf» l\fx rw^QÍci Uulnl aüH<ío1iitn 1 ov límiiHíiH nrw^tíi d iül vldU, a C C l vlC a ^JvICoKl U a U l U l v / , vir*UHf* t la l i v i a v l d oí i LHJvTla, reservarse el derecho de admisión de la poesía bajo la categoría de ornato social. La poesía n o se deja tratar así. Si al replegarse hasta sus fuentes creadoras n o logra abrirles cauce más amplio, aunque se transforme en otra cosa que hacer versos, se rebela y bloqueándolas toma su venganza. "Desde que empecé a escribir poemas —dice Octavio Paz en el prólogo de El arco y la lira— me pregunté si de veras valía la pena hacerlos: ¿no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?" La cuestión de la vida es más importante que la cuestión de los versos, los n e g o c i o s , la política, la ciencia o la filosofía. La cuestión de los versos, como todas, importa al convertirse e n una cuestión vital. LA EFECTIVIDAD POÉTICA "HAY CIERTA GLORIA en n o ser comprendidos", dijo Baudelaire. Sí, una gloria defensiva, refugio d e la primera adolescencia. A l descubrir que uno llevaba tantos años de existir sin saberlo. Peor aún: que los otros lo sabían. Descubrirse descubiertos: hay algo de c o m ú n e n el despertar d e la conciencia individual, d e la conciencia americana y de la conciencia poética. Baudelaire n o se pierde en la locura como Hólderlin, o en la muerte como Novalis, sino en su propia lucidez afásica. En la con­ ciencia de ser otro, que en vez de liberarlo lo enajena. Es el pri­ mer poeta romántico que, además del personaje que habla en primera persona, hace el personaje del autor: el lúcido espectador de su propio protagonismo. Q u e el autor se asuma c o m o autor n o es tan moderno: ahí están Catulo y Cervantes, y todo texto de circunstancias, cuya primera persona e n una carta, e n u n manifiesto; es el firmante. Pero es distinto asumirse c o m o firmante de u n manifiesto e n verso que jugarse la identidad personal, haciendo el personaje del autor, y , p o r l o m i s m o , d e l l e c t o r , c o m p r o m e t i é n d o l o y arrastrándolo al mismo riesgo: "Tú, hipócrita lector, mi hermano, mi semejante" (Baudelaire). Lo moderno ha sido el romanticismo de la lucidez, el y o que se desdobla en la conciencia de que "yo es otro" (Rimbaud). La forma en que se asume Neruda en el poema " F a r e w e l l n o es la de u n firmante de manifiestos. Sin embargo, la efectividad del poema se apoya precisamente en el equívoco de firmar como autor lo que dice el y o de su personaje (que abandona a una mujer, dejándola embarazada): v Desde el fondo de tí, y arrodillado, un niño triste, como yo, nos mira. En esta zona equívoca, y con la misma efectividad poética, se da uno de los últimos poemas de Cernuda. Para la efectividad del poema, n o importa saber si el señor Luis Cernuda Jiménez fue homosexual o no. La efectividad es interna, y depende de que el autor c o m o personaje nos asoma al abismo de su lucidez. El personaje que habla en primera persona es un viejo tentado por adolescentes codiciables, pero el autor c o m o personaje es el irónico espectador: u n viejo q u e hace u n tango cruel ("Adiós, muchachos") c o n ese personaje, y con el lector, naturalmente: Muchachos Que nunca fuisteis compañeros de mi vida, Adiós. Si tanta poesía comprometida, supuestamente revolucionaria, ha sido regresiva, lo ha sido por simplista,' porque n o ha pasado de ser u n manifiesto en verso. Parte de este simplismo viene de Sartre, que se enfada de q u e le e n d i l g u e n tonterías. " R e c o ­ mencemos, pues", dice, sin alegría, en el prólogo del libro que pretende aclarar las cosas: ¿Qué es la literatura? Pero si algo deja claro este libro es que el autor es todo un personaje, u n personaje que ha encontrado su autor, y que a través de Sartre anda en la calle, c o m o el personaje Valle-Inclán, y tiene injerencia en la realidad, como los personajes Unamuno, Vasconcelos y Ortega. Sus lectores no están frente a una serie de escuetos razonamien­ tos que quieren decir esto y aquello ("me leen mal, me leen de prisa"): están frente a un personaje animadísimo que habla cons­ tantemente, anda por todo el escenario y dice esto y aquello. Sus seguidores leen correctamente: quieren hacer, quieren actuar, quieren ser íntegros, auténticos, inteligentes, tajantes. Luego van y escriben un mal poema contra la United Fruit. ¿Hay algo malo en esto? Desde luego, el poema. Sartre n o dice, por supuesto, que deban escribirse esos malos poemas. Ni siquiera que deban ser buenos. Dice que n o son poe­ m a s . Q u e e n c u a n t o la p o e s í a , s e g ú n él, es insignificante e inservible, u n poema que quiera decir algo, servir para esto o aquello, no es poesía aunque esté escrita en verso: es prosa. Dis­ tingue la poesía de la prosa c o m o dos universos incomunicables, que recuerdan "las dos culturas": "Los poetas son hombres que se niegan a utilizar el lenguaje". "La prosa es utilitaria por esencia. Y o definiría desde luego al escritor en prosa c o m o u n hombre que usa las palabras. El señor Jourdain hacía prosa para pedir sus pan­ tuflas. Hitler para declarar la guerra a Polonia." Los ejemplos son esclarecedores. Muestran un sentido práctico que está sólo u n poco más allá del "hombre práctico" vulgar. "Si quiere usted comprometerse, [me] escribe un joven imbécil, qué espera usted para inscribirse en el Partido Comunista." Sartre va más allá. Sabe que si Marx dijo: "hasta aflora los filósofos han interpretado el mundo, lo que hace falta es transformarlo", nada más transformador que esa genial interpretación. Sabe reconocer una acción por aclaración (action par dévoüement), aunque se la adjudica únicamente al prosista. Y, sin embargo, aunque el libro se lea mal, se lea de prisa, n o deja de leerse el trasfondo: el atrayente personaje qu e habla y habla, c o m o Ortega y Gasset. Aunque quiera decir qu e la prosa es utilitaria, está diciendo que es poética. Está creando u n mundo novelesco, cuyo protagonista (Sartre, naturalmente) encarna el lector. U n mundo que n o puede resumirse sino recrearse, porque es mucho más que u n "tráeme las pantuflas". Sartre dice al personaje Sartre, se expresa con él, es u n poeta de sí mismo. Lo cual no tiene que ser enajenante, sobre todo si una cierta ironía c o n el papel que se asume, c o m o en Catulo, Cervantes o M a c h a d o , subraya la distancia que nos libera de nuestros propios actos sin dejar de responder por ellos; que nos permite darnos sin p e r d e r n o s , fundirnos sin c o n f u n d i r n o s , a l c a n z a r la p l e n i t u d d e l o c o m ú n sin dejar d e ser ú n i c o s : comunicarnos de verdad. Sin el personaje irónico del autor, unas líneas como En mi soledad vi claras muchas cosas que no eran verdad. se vuelven una expresión teórica de dudoso valor. Unos verán una solíptica reducción al absurdo del solipsismo. Otros una nueva versión del aforismo de Heráclito: siendo la razón común, viven los más como si tuvieran pensamiento propio. Otros llegarán a ra­ zonar, c o m o Dámaso Alonso, que qué puede haber de poesía en esto, máxime si de buena fuente supo que Machado pasó u n examen de metafísica c o c o brillante examen uc mciauMCd p u c o uimdiuc. D á m a s o A l o n s o n o s ha d a d o ojos para ver m u c h a poesía antigua y moderna, y es una lástima que por n o ver en este caso n o pueda ayudarnos a ver. La única manera de entrar e n este breve poema, de no leerlo como u n recado que dijese: "comprar medio kilo de azúcar", es leer el personaje del autor. Hay emo­ ción, y hasta espanto, si el giro n o fuese irónico, en esta escena de u n hombre a solas que corre la aventura de pensar por su cuenta, que cree volver con algo maravilloso y que, al exponerlo a los demás o a sí mismo, descubre que es una falsedad o un Mediterráneo. Ese movimiento de afirmación y gallardía, En mi soledad de triunfo, de vuelta, vi claras muchas cosas y de repentino desamparo, que no eran verdad. se compendia en tres líneas cuyo sesgo irónico ilumina esa caída en sí mismo del que estaba fuera de sí, esa vertiginosa caída en la cuenta del descubridor fallido, que creía haber llegado a algo y se encuentra frente a su propia caída. Lo cual es todavía llegar y descubrir otra claridad: precisamente la de estas tres líneas, que n o son, ni pretenden ser, la otra claridad sobre la cual se pasan exámenes de metafísica. La poesía puede aclarar el m u n d o (o n o aclararlo) c o m o la prosa. No necesariamente deja de ser poesía cuando cuenta o re­ flexiona, ni siquiera cuando denuncia. Lo cual n o quiere decir q u e sirva para aclarar d e la misma manera, ni q u e todas las formas de action par dévoilement sean idénticas. Tampoco es u n m u n d o aparte. La buena p o e s í a , la b u e n a pintura, la b u e n a música, nos hablan desde la Ciudad de los Fines, igual que u n ensayo abierto al reino de la libertad, como el libro de Sartre. Se es más libre leyendo El cántaro roto, y después de leerlo se anda más libremente por el mundo. Se puede discutir c o n ¿Qué es la literatura? gracias a ¿Qué es la literatura? El libro es una plaza pública igual q u e Hyde Park. Se sale c o n otros ojos a la calle despué s de ver los cuadros de Velasco. La Tierra es más habitable despué s de Bach. La obra de arte tiene su propio mundo, pero además ensancha el mundo. Q u e en el arte moderno prosperen la artesanía y el objeto de m u y escaso m u n d o , o la obra q u e rompe c o n el m u n d o , n o quiere decir que toda obra de arte sea u n mundo cerrado, o que en lo sucesivo así será, o siquiera q u e eso sea lo más frecuente, ya n o digamos lo más valioso, de todo el arte moderno. "Hay cierta gloria e n n o ser comprendidos", dijo Baudelaire. Es cierto. Una cerrazón a veces defensiva, a veces hiriente, surge c o n el arte m o d e r n o . U n a ruptura q u e necesita (significativamente) la conciencia del rompimiento. Pero la ruptura tiene sus valores, que rebasan la simple negación d e una comunión (fetichista, si la ruptura es valiosa). Hay rupturas estériles y rupturas creadoras. Y aun la negación porque sí, cuántas veces produce importantes descubrimientos. Si hubiese q u e gloriar las fuerzas q u e h a n movido a hacer cosas valiosas, habría que levantar u n monumen­ to a los malos motivos. Una obra de arte es más que u n objeto de arte: es u n mundo. Si se quiere, u n mundo e n el momento de darnos c o n la puerta en las narices, pero n o u n simple objeto. H a y grados d e franquía, y siempre los ha habido: lo que se vislumbra más allá en el m o ­ mento en que la puerta se cierra ("método moderno"), lo que se insinúa al entreabrirse ("método romántico") y el misterioso más allá patente^'inagotable, inviolable c o n todo y puerta abierta ("método clásico"). Y hay también lo que n o tiene puertas ni venti«^jni£iSy c¡#l sijncijp^lcí c^t^jic* tto dcí ¡sirte* ^ íxo jpcui* cuso clcíSj^ir^ícij3'l3l>cí y "y cic# ninguna manera único o verdadero representante del arte m o ­ derno. "Hay cierta gloria en ser incomprendidos". Gloria que ne­ cesita dejarse vislumbrar, en el rnomento equívoco en que la luz existe precisamente para manifestar su cerrazón, para cerrar la puerta, sin acabarla de cerrar: ruptura que es todavía comuni­ cante. Ni el poeta ni el artista se niegan a tratar su lenguaje c o m o u n instrumento: se niegan a tratarlo como u n mero instrumento. Ya sea para poner mundo aparte (si creen que es posible) o para abrir nuevos espacios extendiendo los límites del mundo (se den cuenta o n o ) , extienden las fronteras d e lo real, sirven a u n m u n d o n u e v o q u e esperan v e r c o n las manos activas y que aparece, si aparece, n o por acto de magia o de fabricación, sino de servicio, de docilidad y de exigencia a lo que ese mundo pide. Ningún verdadero escritor tiene algo que decir embotellable en distintas f o r m a s . N i n g ú n v e r d a d e r o prosista h a c e u n u s o meramente instrumental del lenguaje. Lo práctico es algo más que lo meramente práctico. El sentido práctico se ejerce con la totalidad del ser. No vamos mucho más allá que el "hombre práctico" vulgar si, al aceptar que la práctica está h e c h a d e a l g o más q u e "tráeme las pantuflas", c o n d i ­ cionamos esa aceptación con el pasaporte de la utilidad. Hay que dar el paso final y aceptar que eso "otro" le da sentido práctico a la práctica. "En u n mundo de cojos, aquel que habla de que hay seres con dos piernas es u n visionario, u n hombre que se evade de la realidad" (Octavio Paz). En este caso, el poeta y el artista tienen en su contra, tanto al intelectual "comprometido" como al tendero de la esquina. Y también a sí mismos, naturalmente, en cuanto suscriben o p r o p o n e n teorías q u e r e d u c e n y d e s p r e c i a n la naturaleza de lo práctico. A pesar de que el hombre de las cavernas hacía arte, y de que la gente más pobre baila y canta, hay quienes siguen suponiendo que el arte se hace después de haber resuelto los problemas prác­ ticos, o por los pocos elegidos que están más allá de los pro­ blemas prácticos. C o n lo cual, ya sea para enorgullecerse de ese lujo o para despreciarlo, se da por entendido que la dimensión estética del hombre es innecesaria. Lo que se puede ver, por el contrario, es que esta dimensión siempre se da en la vida huma­ na, que todo lo que se realiza n o tiene más remedio que estar más o menos logrado estéticamente. (Hasta en las matemáticas, donde se dice, y n o por mero decir, que una demostración es más o menos elegante que otra.) Es quizá el hecho de qu e lo innecesario se manifieste por el arte, lo que hace pensar qu e el arte sea innecesario. Pero si este hecho quiere decir algo, es que el hombre no h a cumplido sus necesidades mientras no cumpla su necesida d d e que sean inne­ cesarias. Lo innecesario es una apremiante necesidad del hombre: la que integra todas las demás. Lo que constituye una obra de arte n o es u n tipo de materiales c o m o la palabra o el mármol, o de proceso técnico, como la composición musical o el dibujo. Es un tipo de efectividad lograda en la integración de unos medios. Unos medios que cumplen c o n su necesidad específica y en el mismo acto cumplen su innecesidad: ser diáfanamente lo que son; cumplir la integración que los trasmuta en síntesis de medios y fines: en puntos de partida que pueden ser también de llegada. La efectividad suprema es la del arte. Cuando los medios n o son más que medios, los fines también quedan mediatizados. Desaparece el m u n d o y sólo queda u n cuento de nunca acabar. C u a n d o los medios se convierten en fines, el mundo queda reducido a una esfera solíptica, fetichista. Vivir para comer puede llegar a ser u n ritual refinadísimo, una esfera cerrada c u y o fetichismo s ó l o p u e d e sostenerse disi­ mulando la mediatización de los fines excluidos: desde luego, el prójimo a cuya costa se sostiene ese parasitismo. Comer para vivir es igual que casarse para tener hijos que se casen para tener hijos. U n círculo infernal. La vida práctica es inseparable de la vida creadora. U n hombre creador que n o es práctico es u n mal artista. U n hombre práctico que no es creador, no es u n hombre práctico, es un burro de n o ­ ria. N o hay que decir que es "idealista" querer ir en coche sin ga­ solina. Hay que decir que es estúpido. Tan estúpido c o m o n o querer ir a otra parte que a cargar gasolina. Pero a esto se llama u n hombre práctico. U n hombre que hace dinero para hacer dinero con que hacer dinero. O poder. O renombre. Claro que el movimiento circular y hasta la simple repetición p u e d e n tener sentido creador. N o deja de tener su gracia u n estribillo como Té, chocolate y café, hojas y hojas y nada de: Té, chocolate y café, hojas y hojas... y basta, porque esa lírica infantil se vuelve un círculo infernal, igual que la llamada vida práctica. Perder el tiempo e n hacer amero, para gastarlo en peraer ei tiempo, oastar 10 que n o se ne­ ne en comprar l o que no se necesita para que nos admire gente que no nos importa . Lo que pasa es que, por lo general, unos de un modo y otros de otro, somos unos prácticos de ínfima categoría. Pretendemos excusar nuestra incompetencia haciendo una cómoda separación de mundos. Por una parte está lo "práctico": que el edificio no se caiga; luego vendrá, si viene, el "barniz de estética". Lo cual se s u p o n e q u e es u n argumento d e . gente práctica contra esos "idealistas" que quieren desconocer las leyes de la gravedad. En vez de admitir que no supimos o pudimos hacer algo c o n más sentido, afirmamos rotundamente, y si es necesario demostramos c o n números, que puesto que la ley de la gravedad existe, lo único práctico es andar a gatas. Cualquiera que afirme que se puede andar de pie n o tiene sentido de la realidad. No se puede por falta de tiempo. No se puede por falta de di­ nero. Una variante conciliatoria, que se ha r e c o m e n d a d o , es gastar el 1% del costo de la construcción de u n edificio en arte. Pero el arte no se añade: está bien o mal logrado en las exigencias que plantea el 100% de la construcción. El arte es precisamente la plenitud de la efectividad. Teotihuacán existe, el Acrópolis existe, la Catedral de Puebla existe. El tiempo y costo de construcción que representan son nada frente a las inversiones y el esfuerzo que han h e c h o de Monterrey una ciudad espantosa. ¿Por falta de dinero? Ahí está Garcilaso, modelo de economía y precisión técnica. El costo de p r o d u c c i ó n de toda su o b r a , p o r g r a n d e q u e h a y a sido su inversión en múltiples aprendizajes, n o representa nada frente a los millones de pesos, y el talento, puestos en u n solo estribillo: Goce la vida, gócela ahorita con Carta Blanca exquisita. Nada ganamos con decir q u e esto n o es poesía. Es poesía. Comprometida, corruptora, y n o por epicúrea. Lo que se oye por radio, se ve por televisión y llena de neón las ciudades es arte, D u e ñ o o m a i o . n i ane n o s e opone a í a vipa practica, e s la r o r m a suprema de la vida práctica. Lo que no favorece la plenitud de la vida humana y sólo sirve como distintivo para entrar a la cofradía de los cultos, surge de la misma aberración que autoriza a los mercaderes y políticos para contaminar el ámbito vital. DESARROLLO NACIONAL Y CRÉDITO LITERARIO Si LEER Y ESCRIBIR acompañan tanto es porque lo único y lo común de cada uno se da, se mueve, existe, se expresa, en esa zona de li­ bertad que es la palabra (la acción, el espacio) comunicante. El que escribe va leyendo. N o es una pequenez: es la tensión de dos que se buscan; que se hablan sin conocerse, pero que n o se quie­ ren engañar, que se exigen; es la tensión de un crédito que se da de antemano a lo que no se sabe, que se puede retirar en cual­ quier momento; es la decepción o la felicidad de encontrarse en una claridad habitable, en una comunidad consigo mismo como otro, y por lo tanto con todo lo ahí comunicante. La vanidad literaria, profundamente y con toda razón, es una deformación profesional. La fama, en el sentido heideggeriano de transparencia inmediata del ser, n o es u n p r e m i o eventual deseable, o renunciable por modestia: es una necesidad interna de la obra, es su cabal cumplimiento como lugar de reunión. Escribir n o consiste ú n i c a m e n t e e n leer; pero r e c o n o c e r s e e n u n a s palabras producidas por el azar está más cerca de la creación literaria que escribir lo que no se sabe leer Un amigo puede llegar y ver lo que eso quiere decir pero n o dice, y así ayudarnos a escribirlo. O puede llegar a celebrarlo porque está dicho. Ese reconocimiento, esa concelebración cohabitante de la palabra poética, acaba de constituirla como tal. La concelebración, la auténtica lectura, también implica crédito a lo que no se sabe; disposición, apertura, para ir leyendo algo que quizá nos defraude, o, que, milagrosamente, nos exprese. Ese crédito individual puede llegar a ser colectivo: el público, el conjunto de los concelebrantes, consagra a un autor, le da crédito literario, espera anticipadamente de é l , c o n p r e d i s p o s i c i ó n favorable, lo que n o se sabe, le da confianza para que él mismo se disponga activamente a convocar el advenimiento de su obra; le da tiempo de hacerlo, o sea también el reconocimiento económico sin el cual los papeles se invierten: el escritor subsidia a la socie­ dad dándole u n tiempo (canalizando parcialmente u n crédito) ganado haciendo algo en lo cual la sociedad sí cree, para invertirlo en esa ocupación desacreditada que es escribir. Hablamos de u n crédito auténtico: si alguien aplaude, es porque concelebra, porque participa, porque sabe leer. En cuanto apa­ recen los villamelones, los turistas, la televisión y las crónicas­ pagadas, el análisis se complica. Pero supongamos, por ahora, que todo eso no existe. Resulta entonces que la fama, como comunión del público y del autor en una obra valiosa, está esencialmente limitada por la capacidad de consagración del público. Ya puede surgir en México el mejor rejoneador del mundo: su obra será opaca, no gozará de crédito, si el público n o sabe apreciar más que el toreo a pie. ¿Pero puede surgir? ¿Puede hacerse una obra en la más completa ausencia de crédito? ¿No habrá que irse a donde sí haya crédito para lo que se quiere emprender? En sus Bases para una fundamentación de la sociología, dice Manuel Cabrera que "una individualidad excepcional no necesita crédito , refinéndose a Husserl; que es como aprobar en el crea— dor lo que rechaza en su obra: "Desde el punto de vista de la so­ ciología del saber, el sistema de Husserl es un solipsismo político". Habría que decir: ninguna obra valiosa puede hacerse sin crédito inicial del autor. Una individualidad excepcional puede resistir la tensión de ser su única fuente de crédito durante muchos años, pero n o indefinidamente. Decir "no necesita crédito" en sentido &íi&XAM. %&\JI\HJ Lrr iVu/J. vilijl <> l*V# AM\mr\*»V«*JLl** Ihn J -L \p>>%JI» *l-Vw i r * V#C"t^Xi»c* VWXJtS jt<C*XXV^U>V«/* •§> KJJL XC* V»XXX\»«« renda de tener crédito entre veinte o veinte mil personas puede ser cuantitativa (aunque es m u c h o más que eso) , la diferencia entre n o tener más lector que u n o mismo y tener cuando menos un lector, es verdaderamente radical. Si alguien es capaz de leer lo que yo estoy leyendo al escribir, es que eso está ahí: es real y me hace real. Si y o creo en lo que hago, pero nadie más lo cree, quizá tenga razón, o quizá la perdí, sin darme cuenta. "Por eso hay que adherirse a lo común. Siendo la razón común, viven los más como si tuvieran pensamiento propio". Aunque tam­ bién: "Si no esperas lo inesperado,- no lo encontrarás, pues es pe­ noso y difícil de encontrar." La tensión entre estos aforismos de Heráclito (traducidos por G a o s ) expresa la tensión entre el desarrollo individual y el colectivo, entre el crédito que y o mismo puedo darle al porvenir, y el avalamiento social sin el cual mi em­ presa no puede llegar muy lejos. Y ¿qué pasa si una obra objetivamente valiosa, quizá importante para el desarrollo nacional, m e llama, pide mi crédito; lo cual, naturalmente, implica además u n tiempo materialmente disponible, una atención materialmente sostenida (proteínas, calorías, lugar de trabajo y demás)? ¿Qué pasa si nadie ve el valor de ese llamado, y se me niega el crédito concelebrante, y por lo mismo el crédito económico? Pasa que mi desarrollo personal que­ da condicionado por el desarrollo de los demás. ¿Quiere esto decir que el reino de la poesía vendrá cuando lle­ gue aquella edad de oro en la que el libre desarrollo de todos sea la condición y el fruto del libre desarrollo de cada uno? ¿Cómo ex­ plicar entonces que en los dos o tres últimos milenios haya pros­ perado tanto la poesía en el planeta sin una parusía universal? Hay oos explicaciones. 1) Siguiendo con la analogía bíblica, la parusía se da "donde quiera que haya dos que la invoquen" y aparece con su carácter de universalidad, aunque no se realice más que en dos comuni­ cantes, que, para serlo de verdad, han de necesitar que su trans­ parencia sea abierta, ecuménica, fundante, y no cerrada, fetichista. Esas iglesias de dos o más surgen de una obra, no necesariamente desembocar en una comunión universal, de la cual han partido por su carácter, y a la cual llegan por su destino. N o es un pe­ queño detalle biográfico que Marx y Engels hayan sido grandes amigos: la conjunción de grandes inteligencias en una amistad generosa y exigente imprime carácter en el destino de su obra, propaga una comunión personal. 2) Pero también existen las iglesias fetichistas y la moneda que circula por edicto imperial. Esto es posible por las mediaciones del crédito. Las imbricaciones materiales y sociales de una c o n ­ celebración p u e d e n propagarse "por su cuenta", sin la trans­ parencia inmediata en la cual se originan, como en el cáncer crece la vida "por su cuenta", "olvidada" de esa unidad vital que un de­ sarrollo sano "respeta". Así como la moneda no es una gasa transparente que cubre la realidad e c o n ó m i c a sin modificarla, el r e n o m b r e , que es la moneda del crédito literario, n o es un simple reflejo del resplandor de la obra concelebrada. Tiende a desarrollarse por su cuenta, y puede hacerlo en un proceso canceroso que olvide el resplandor de la obra para convertirse en el fetichismo del nombre. Resultado típico: ver una buena firma, n o un buen cuadro. N o necesariamente es así. El renombre puede llevar a la conce­ lebración, c o m o sucede c o n los clásicos. Se p u e d e ridiculizar cuanto se quiera la enseñanza escolar, o la sumisión a normas tales como "nadie puede ser culto si n o ha leído a Dante" (Eliot). Pero, finalmente, a través de esas obligaciones y aceptaciones, alguien, una tarde, descubre que el Quijote n o es u n Nombre, sino el comienzo de una amistad. Fetichistas como pueden ser las devociones a los clásicos o las modas, cancerosas como pueden ser ciertas propagaciones, lo cier­ to es que la palabra concelebrante se ha extendido a través de sus imbricaciones materiales y sociales. Obligaciones, avales, sobre­ giros, descuentos, inflación, todo eso existe en el mercado del re­ nombre, y sólo por una idea ridicula de la pureza, se puede pen­ sar que estas analogías financieras muestran el lado vergonzoso de la concelebración. La prostitución no demuestra nada contra el cuerpo. Ni hay obra de arte desencarnada. "El cuadro cuelga en la pared como u n fusil de caza o un sombrero." "Los cuartetos de Beethoven yacen en los anaqueles de las editoriales, como las pa­ pas en la bodega" (Heidegger, El origen de la obra de arte, trad. S. Ramos). López Velarde es un blue chipen la bolsa nacional de valo­ res literarios^y Octavio Paz se cotiza en las principales capitales ex­ tranjeras. Ñervo se ha desplomado, Fuentes se coloca muy bien. Es­ to no demuestra nada sobre la obra misma, excepto en la medida en que la encarnación social de una obra tiene que ver con ésta. Hay un doble juego por el cual la concelebración conduce al re­ nombre y el renombre a la concelébración. J u e g o infinitamente complicado y difícilmente controlable en el que puede resultar qu e una cosa n o conduzca a la otra o conduzca por motivos o vías qu e no son los de esperarse, si la obra es un lugar de reunión que se descubre, se explora, se inventa, se construye con crédito que, en último término, siempre es comunitario. Este juego resulta de las mediaciones del crédito. Sería absurdo, además de imposible, leer todos los libros, para fijar, sin interme­ diarios, y con toda seguridad, nuestras preferencias, químicamente puras. O ir a todas las funciones de cine para luego elegir a cuál queríamos ir. Constantemente nos valemos de diversos testimo­ nios, y no podría ser de otra manera. La perfecta desconfianza, co­ m o lo ha demostrado largamente Dieste, puede existir como una confianza despierta, no como una absoluta desconfianza. Tampoco existe la absoluta credulidad. No se puede engañar a todos todo el tiempo. C. Wright Mills mostró la autonomía de la o p i n i ó n pública (la existencia d e una red n o organizada de formadores de opinión n o profesionales), que contrarresta la presión de los medios centralizados de información y propaganda ("Mass media and public opinión", en la colección postuma de sus ensayos). La opinión social (fuera del caso de una represión ex­ trema, que aisle a todo miembro de la sociedad) se defiende bien de las mentiras oficiales o comerciales, pese a la propaganda. También en la venta de libros se ha encontrado que la propa­ ganda ayuda, pero n o puede mucho frente a la recomendación personal. Lo cual sugiere dividir las mediaciones del crédito lite­ rario en varios tipos. 1) Inexistentes. El lector se topa con un libro. Le da el crédito mí­ nimo para hojearlo, y.acaba por habitar un buen descubrimiento del autor, que en el mismo acto resulta propio. Antes, puede haber algo que llame la atención: portada, título; y hasta alguna media­ ción del crédito inicial, a través del nombre de la editorial, la solapa. 2) Personales. El lector se acerca al libro gracias a una persona acreditada (diversos grados de proximidad y confianza). 3) D e crítica literaria. Otro autor, en funciones de lector piloto, sirve de referencia, como en el caso anterior, pero con una inter­ vención pública que resulta ser de política crediticia: de orientación (o desorientación) del crédito público, a favor o en contra de cier­ tas obras, pero en función de concelebrar una lectura. 4) D e propaganda impersonal. Limitada a nombres y títulos, ya sea dirigida (por el autor, el editor o la crítica literaria, cuando en vez de ayudar a que la obra se manifieste, se concentran en que el nombre se imponga) o autónoma (cuando la gente repite por su cuenta nombres que en realidad no le resultan más que nombres). Lo bonito sería la fama como revelación sin mediaciones: que el pueblo entero se reuniese en la plaza de toros y se reintegrase en la presencia concelebrada de la vida lograda frente a la muerte. Admitiríamos que esa experiencia se ahondase en la reflexión compartida. Admitiríamos que el pueblo se hiciese lenguas, y que la fama de aquella maravilla se extendiese, y acudiese gente lle­ vada por un crédito otorgado a la capacidad de acreditar de otros. Hasta pudiéramos admitir la subsistencia de ese crédito frente a la experiencia n o concelebrada, si tomase la forma de: algo ha de estar pasando aquí que y o no veo, pero los otros me parecen sin­ ceros al maravillarse. Lo inadmisible es "ver" lo que n o se ve, el entusiasmo del que se quedó en su casa y n o vio la corrida ni por televisión: leyó las crónicas y "vio" qué grande era Fulano de Tal. Octavio Paz es actualmente el gran Fulano de Tal de la poesía mexicana. D e su último libro de poesía, Salamandra, se ven­ dieron en México varios cientos de ejemplares, lo cual hace pensar que tenga varias docenas de auténticos lectores. ¿Cómo explicar esa desproporción entre la cantidad de Nombre y la cantidad de lectores sino por las mediaciones del crédito? En el caso de Paz, su crédito como ensayista abona su crédito como poeta. En México, hay mucha gente inteligente que sabe leer artículos, y ni media­ namente poesía. Por otra parte, Paz, como Reyes, como Darío, a falta de u n gran público nacional capaz de consagrarlos a través de la lectura»»y concelebración de su obra, ha llegado al renombre internacional entre los conocedores antes que al gran público nacional. Esto es posible gracias a las mediaciones internacionales del crédito. A falta de u n mercado interno, u n país subdesarrollado puede obtener las divisas necesarias para su desarrollo a cambio de exportaciones o mediante créditos externos. México, a través de sus embajadas, ha exportado poetas para los cuales no tenía uso interno y ha obtenido créditos literarios extranjeros que, invertidos en el país, han fomentado el desarrollo nacional. La mecánica de esa transferencia no puede ser sino abstracta; a través del crédito del renombre, no del crédito concelebrante; a través de un sistema crediticio internacional, cuyas bolsas de valores literarios (Nueva York, Londres, París) coinciden c o n las otras bolsas de valores. —Fíjate que el libro de Fulano se tradujo al francés. — N o puede ser. Vive frente a mi casa. ¿Cómo podemos consagrar a nadie si para empezar n o damos crédito a nuestra propia lectura? Si y o me tengo por nadie, ¿cómo puedo reconocer que estoy frente a alguien? N o puedo dar crédito a mis ojos. Tengo que pedir crédito a signos indicadores abs­ tractos: el tamaño del coche, el número de veces que su nombre se repite, el crédito garantizado e n dólares, el aval europeo. Todos los días pisoteamos unas ruinas hasta que llega u n extranjero que nos hace "ver" que aquello es una maravilla y lo paga con dólares. Asi empezamos a valorarlas y hasta a producir ruinas para ex­ portar. Aunque siguiésemos sin ver nada, esa mediación de crédito abstracto, nos haría gritar más tarde: M o m e n t o , señores; esa riqueza es nuestra y debe conservarse en el país. Así acabamos teniendo un "mercado interno". La piedras, como los libros, por sus imbricaciones materiales y sociales, pueden guardar "en con­ serva" el resplandor posible de un encuentro. El desarrollo in­ dividual, hasta cierto punto, puede adelantarse y esperar en la obra el desarrollo de los otros. Se entiende perfectamente que Reyes haya empezado a construir en vida su propio mausoleo: esas obras completas que casi no se venden, pero están disponibles en las bodegas. En esos paquetes, q u e cargan c o n su tonelaje tantos anaqueles, h a y u n capital abstracto, una conversación congelada en una cápsula de tiempo, que se reanima cada vez que otro lector descubre que el famoso Reyes, más que un Nombre aplastante, es una grata compañía. LA AMBICIÓN DE UNA POESÍA TOTAL que no hay manera de caracterizar positivamente el arte moderno, y en particular la poesía. "De momento, n o hay más remedio que definir nuestro arte en términos negativos " (Dámaso Alonso, 1932). La cita es de H u g o Friedrich (Estructura de la lírica moderna) que dice no poder sostener algo distinto, mucho tiem­ p o después y luego de repasar la bibliografía alemana francesa española e inglesa sobre la lírica moderna. Esto resulta de hacer comparaciones. Cuando se compara, sobre todo si los mismos artistas tienden a subrayarlo, se ve la negación, el contraste, pero n o el desbordamiento. S E HA DICHO Callada o estrepitosamente, c o n buenos o malos motivos, en e x p l o r a c i o n e s solitarias o e n g r u p o s de c o n q u i s t a d o r e s , e n incursiones fallidas o triunfales, certeras o descabelladas, con bar­ baridad y talento, con inspiración o supersticiones, la poesía y todas las artes han ido extendiendo sus fronteras. Lo cual parece una negación de las antiguas hasta que, integrando todas las nega­ ciones, cerrazones, rupturas, transgresiones, desde el collage hasta el pop art, pasando por el cine, los comics, la música electrónica, el antiteatro y t o d o s los i s m o s , a p a r e c e la gran a f i r m a c i ó n , la positividad extrema de querer trasmutarlo todo por el arte, la Los románticos alemanes son los primeros protagonistas de esta ambición. Querer que la poesía sea todo es el comienzo de querer que todo sea poesía. Una vida inspirada, una vida que fuese ente­ ramente creadora, n o podría limitarse al dibujo o al violín, ni sacrificarse a^.una obra, por grandiosa que fuese. Esto lo vieron bien los surrealistas. Si fracasaron, fue en creer, como los primeros cristianos, que la parusía era inminente: que la historia había llega­ do a su fin. La poesía como absoluto llega en ellos a sus últimas consecuencias : estalló queriendo hacer milagros de verdad. ¿Es éste el fin de la poesía? Es el fin de una aventura grandiosa, que algunos, anacrónicamente, seguirán intentando o deplorando. Es la c o n t i n u a c i ó n de una aventura creadora, iniciada h a c e milenios, y ya desde entonces y para siempre con la tentación de que la palabra tenga poderes mágicos. En particular, es la con­ tinuación de la aventura romántica, del intento de superar el conflicto entre amor, obra y libertad. Quizá el comienzo de una nueva etapa en que una mayor conciencia del lado práctico de este conflicto desate nuestras vidas de una manera más amplia. N o se puede cambiar el mundo sin cambiar la propia vida, ni cambiar la vida sin hacer que el mundo cambie. Y es poco lo que se puede hacer en el término de un disparo, y es mejor tener re­ cursos que no tenerlos; pero no hay que esperar a acumularlos to­ dos, o a que lleguen los tiempos de la transfiguración total. La idea de tomar el poder central desde el cual se dirige la máquina del mundo es simplista. Hay más d e u n o , evidentemente. H a y u n policentrismo a escala mundial, y a escala nacional o regional hay élites del poder, que a su vez se ramifican por feudos, por modos d e i n f l u e n c i a . Y e n estas r a m i f i c a c i o n e s , a u n q u e sea periféricamente, siempre están los escritores. Sartre pertenece al Establishment, aunque sea de u n modo embarazoso en relación con el premio Nobel. Además, el tiempo existe. El "todo o nada" tiene sentido en cuanto ya llegó o ya empezó el juicio final, el sentido de la exis­ tencia, la otra vida, el fin transfigurado de la historia. Pero si esa totalidad puede desatarnos y orientarnos constructivamente, no es ya la constmcciórí rnisma. La obra de arte, como el hombre, es un "todo parcial" (Gallegos Rocafull). La libertad creadora n o se decreta. Se recibe, se arrebata, se hace, se defiende, se comunica, prospera o degenera: sucede en el tiempo. El tradicionalismo tiene razón en cuanto nadie empieza a ser libre sino gracias a los demás; el individualismo tiene razón en cuanto ninguna libertad prospera sino a pesar de los demás; el socialismo tiene razón en bien: libres de verdad, no libertos por decreto. Y este proceso toma tiempo: así como suena. Por último, en mayor o menor escala, toda obra de arte cambia el mundo y cambia la vida. Puede empezar por solicitar a su autor a través de una oscura necesidad de aclararse la vida, pero acaba siempre por ser u n esclarecimiento del m u n d o , una actuación sobre materiales que al organizarse nos acogen, se vuelven ha­ bitables. Y esto de un modo universal, con ganancias definitivas. La Tierra es más habitable después de Cervantes. El Quijote hace habitables las situaciones quijotescas: las configura, las üumina, las crea c o m o una posibilidad permanente, c o m o una tentación definida. Extiende las fronteras del mundo de la acción, visto irónicamente. Cualquiera que sepa observarse y observar sabe que ciertas situaciones, en las que puede estar tranquilamente, son inhabita­ bles para otros, simplemente porque al n o darse cuenta de que están en ese caso n o están en ese caso; o porque al tener vagos indicios de estar en una situación desconocida y n o poder reco­ nocerla se sienten inquietos, en el aire, a la intemperie, por lo cual se mueven rápidamente hacia el cobijo de situaciones que les son familiares y en las cuales se desenvuelven sin inquietud. Cuando se trata de situaciones sociales, y por lo general ya esta­ blecidas, pero desconocidas para alguien, se dice que tiene poco mundo. Pero ese proceso de crecimiento del mundo n o es sólo individual, ni sólo mundano. El mundo crece efectivamente por­ que históricamente en el planeta, nadie había llegado a tal región deshabitada, a tal situación inexistente pero habitable, hasta el momento en que alguien la conquista: alguien que logra estar a la intemperie en esas regiones, cuando menos por ratos largos, mien­ tras las coloniza o mientras vuelve a las moradas que otros han he­ cho, y nos confortan, porqu e vivir permanentemente a la intem­ pene es insostenible, y porqu e reconocernos herederos está en la misma apertura creadora que ser fundadores. Toda obra creadora nos remonta al origen de donde se puede volver, si n o necesariamente c o n novedades, c o n originalidad, como comunicativo, n o simple esfera aparte; apertura que integra el sueño y la realidad, que permite a los que vienen hallar cobijo, y salir a soñar y hacer más. No es peyorativo lo que dice Malraux: que las obras de arte tienen como origen otras obras de arte. Esto puede asimilarse a un proceso de formación de capital. Hay un patrimonio común que crece o se destruye, que se comu­ nica o queda en manos muertas. Las etapas que Rostow señala para el desarrollo económico, son observables en otros desarro­ llos, como la formación de una literatura nacional: las condiciones auspiciantes, el take-qff, el sélf-sustained growth, la madurez, el mercado masivo. La poesía mexicana, por ejemplo, ha pasado de las condiciones auspiciantes preparadas por Altamirano, al gran despegue logrado de Gutiérrez Nájera a Gorostiza, al crecimiento sostenido que ahora está en marcha. Si un joven poeta quisiera ha­ cer la tontería de no leer más que lo escrito por mexicanos, podría empezar, al menos, aceptablemente. Una tontería semejante sería imposible para u n joven filósofo. Q u e en ciertas literaturas, con u n capital muy amplio y desarrollado, tales tonterías pasen por virtud nacional, refleja hasta qué punto el sélf-sustained growth puede ser un hecho. Pero no se requieren patrioterías para ver que el fe­ nómeno existe a escala histórica mundial. Si "ha llegado una época en la que ya no es posible desenten­ derse de nada" (Alfonso Rubio y Rubio), en la que nos atañen vital­ mente unos monjes budistas, la física atómica, las oscuras zancadi­ llas de una burocracia bizantina o los sueños de grandeza de u n profesor tejano; en la que no se sabe si volver a las cavernas solípticas y encerrarse a piedra y lodo, o salir a la intemperie y sentirse aplastados por una tarea planetaria de transformación del mundo, en la que todo tiene que ver con todo y no es fácil tomar partido, y las propias fuerzas se sienten como nada, y en que una cierta vanidad parece indispensable para n o desanimarse por completo y creer en la importancia de escribir, por ejemplo; tam­ bién es cierto que el capital disponible es hoy mayor que nunca. Desgraciadamente, es más fácil hacer programas de liberación de los demás, disponerse a cambiar el mundo, las instituciones so­ ciales y hasta la evolución antropológica del hombre, que cam­ biarse a sí mismos. Esto, cuando n o se reduce a cambiar de unas normas establecidas a otras, e x i g e andar, por largos ratos al menos, a la intemperie, y se traduce en último término e n llegar a crear nuevas situaciones humanas habitables para los demás. Hay situaciones que ya n o nos quedan. ¿Qué horas son éstas de hacer el poeta maldito, de proponerse darle con la puerta en las narices a un público que va n o existe? Si la poesía moderna acabó Mr * / Mr con la superstición de que la lucidez inhibe la inspiración, ¿no hay que acabar con otras? ¿Hay alguna razón para que u n poeta lo sea menos si practica seriamente algún deporte, sabe llegar pun­ tualmente a una cita o administrar u n presupuesto? En la tradición del arte moderno, el reino de la vida cotidiana es más temible que el desastre, la locura o la muerte. Una carta de Van G o g h lo dice claramente: ¿Y si recobro la salud mental a costa de perder mis facultades artísticas? El dilema es falso, naturalmen­ te. Se apoya en el fetichismo romántico del Genio, todavía vigente a principios de siglo y que, afortunadamente, tiende a desapare­ cer. Lo genial es precisamente la salud. N o fue la locura de Van G o g h la que pintó su obra: fue su salud. Lo que hace creador a u n hombre n o es vivir perseguido por la desgracia. Si así fuera, una gran parte de la población mundial consistiría de genios desnutri­ dos. Por el contrario, lo creador es cierta forma de negarse a pade­ cer. Es una negación creadora que trasmuta el padecimiento en acción, la opresión en comunión, la necesidad en libertad. El pa­ decimiento, la opresión, la necesidad, dejan de ser circunstancias desdichadas para convertirse en oportunidades creadoras. Ese negarse a padecer también está en la rebelión contra las im­ posturas d e la vida cotidiana, q u e es esencial e n la tradición artística moderna. Pero una cosa es rebelarse contra las imposturas y otra ignorar las realidades prácticas, lo cual suele acabar en otro género de imposturas. No es gente seria la que nunca se aventura, pero tampoco son aventuras las que no se toman e n serio. La manera de negar la seriedad de la "gente seria" no es hacer ton­ terías. Si hav«que ridiculizar a la "gente seria" n o es por serlo, sino precisamente por no serlo. Si al rebelarnos contra el aguachirle matnmonial que pasa por seriedad amorosa, contra la explotación de los hijos que pasa por amor filial, contra la falta de imaginación que pasa por sentido práctico, contra el mal teatro que pasa por buenos negocios, contra l a mala poesía que se practica a todas horas por los mismos que le niegan valor a la poesía, acabamos por creer que esa beatería es, en efecto, la seriedad, el sentido práctico, etcétera, nos movemos inexorablemente hacia otra bea­ tería. La de considerar la poesía como u n reino que no es de este mundo, ajeno por completo a bajezas tales como ganarse el pan y sacar adelante una familia. La ambición de una poesía total conduce entonces a contra­ dicciones prácticas, que n o p u e d e n superarse sino por u n a apertura aún mayor : la conquista creadora de ese desierto inhabi­ table y oprimente del mundo cotidiano. Después del surrealismo, quizá tengamos otros ojos para leer lo que escribió Santayana en los últimos párrafos de Tres poetas filósofos: Todo lo que llamamos industria, ciencia, negocios, moralidad, apoya nuestra vida, nos informa sobre nuestras circunstancias y nos permite adaptarnos, nos habilita para vivir, enmarca nuestro campo de acción. Este trabajo preliminar, sin embargo, no necesita ser servil. Hacerlo es también poner en juego nuestras facultades, que así pueden llegar a ser libres, a congeniar con la realidad, como la imaginación de Lucrecio, que danza y se exalta al describir el curso de los átomos. Una extensión del arte, entonces, estaría en la dirección de hacer gustosamente, artísticamente, todo lo que tuviésemos que hacer. [...] £1 poeta total o filosófico, como Homero o como Shakespeare, sería un poeta de negocios. Sabría gustar del mundo en que viviera, y verlo con lucidez. Una mayor conciencia del lado físico y material del conflicto entre amor, obra y libertad, como conflicto y como oportunidad c r e a d o r a , n o s ó l o e n l o s g r a n d e s m o m e n t o s , s i n o e n las veinticuatro horas diarias, haciendo versos o política, ciencia o quehaceres domésticos, obra o diálogo íntimo, producción que es ocio y es negocio; tal parece ser el horizonte, el futuro posible que nos llama, el nuevo desbordamiento creador de la ambición de una poesía total. LA MÁQUINA DE CANTAR LAS BURLAS VERAS EN EL Cancionero apócrifo de Juan de Mairena, "poeta, filósofo, retórico e inventor de una Máquina de cantar", Antonio Machado presenta una fantasía destinada a burlarse de los poetas de van­ guardia, y a pasar el tiempo "mientras llegan los nuevos poetas, los cantores de una nueva sentimentalidad": Esta especie de piano-fonógrafo tiene un teclado dividido en tres sectores: el positivo, el negativo y el hipotético. Sus fonogramas no son letras, sino palabras. La concurrencia ante la cual funciona el aparato elige, por mayoría de votos, el sustantivo que, en el momento de la experiencia, considera más esencial, por ejemplo: hombre, y su correlato lógico, biológico, emotivo, etc., por ejemplo: mujer. [...] Los vocablos lógicamenterimadosson hombre y mujer, los de larimapropiamente dicha: mujer y (puede) ser. Sólo el sustantivo hombre queda huérfano derimasonora. El manipulador elige el fonograma lógicamente más afín, entre los consonantes a hombre, es decir, nombre. Con estos ingredientes, el manipulador intenta una o varias coplas, procediendo por tanteos, en colaboración con su público. Así resulta la siguiente copla: Dicen que el hombre no es hombre mientras que no oye su nombre de labios de una mujer. Puede ser. H a y una tradición milenaria detrás d e esta burla (contra la poesía que parece negar la inspiración: ser obra del azar de las combinaciones mecánicas). Lucrecio dice que la tierra y el cielo, el mar, el soleos árboles y los seres vivientes, n o son obra de los dioses, sino eventualidades generadas por las combinaciones de los átomos, d e la misma manera q u e , e n los versos, las c o m ­ binaciones de letras forman palabras muy distintas: tierra, cielo, mar, sol (De la naturaleza de las cosas II 1013-1022). Cicerón lo critica: que todo nazca del azar l e parece tan increíble como que arrojando innumerables caracteres d e las 21 letras, se formase el poema Anales de Enio. El azar n o puede ser tan eficaz ni en u n solo verso. {De la naturaleza de los dioses II 37:93) Raimundo Lulio inventa, no una máquina de producir poemas sino silogismos, combinando conceptos generales: el Ars magna, q u e inspira el Ars combinatoria de Leibniz y el cálculo pro­ posicional. Swift inventa una especie de abaco cuyas cuentas son dados (en vez de esferas). Los cuales n o están marcados c o n números sino c o n palabras combinables al azar. C u a n d o son sacudidos, giran y (a veces) forman frases que se van cosechando. C o m o los dados del tablero incluyen todas las palabras, sus permutaciones formarán todos los libros. "Es m u y laborioso alcanzar las artes y las ciencias por los métodos ordinarios. Pero, con este invento, hasta el más ignorante, sin genio y sin estudio, p u e d e escribir libros de filosofía, poesía, política, d e r e c h o , matemáticas y teología, en forma cómoda y barata" (GulliverIII 5). Mallarmé vuelve a Lucrecio: el poeta afortunado que logra el ab­ soluto, al hacer rodar los dados en la página en blanco, n o ha abolido el azar: lo ha fijado. Las estrellas mismas, en la página de la noche rodarán hasta detenerse. (Un lance de dados jamás abolirá el azar) Díaz Mirón vuelve a Cicerón: "Si compongo en caracteres de imprenta una página del Quijote, si luego desordeno los tipos y los voy arrojando al suelo; encontraré millones y millones de arre­ glos casuales; pero nunca ¡nunca otra vez! la casualidad podrá re­ hacer el trozo de Cervantes. Luego Dios existe" (Alfonso Reyes, Las burlas veras). Lo cual recuerda el latigazo ciceroniano de Einstein contra la mecánica cuántica: "Dios n o juega a los dados con el universo". Parece ser que Arthur Eddington, el astrónomo que confirmó las predicciones relativistas de Einstein, inventó la ocunencia de que un ejército de monos, tecleando interminablemente, pudiese llegar a producir todos los libros del Museo Británico (The nature of the physical world). La propuso ciceronianamente (era un cuáquero devoto): como la ilustración de algo increíble. Pero, quizá porque recuerda la sátira de Swift, dio la vuelta al mundo como una simple broma.. Hasta que las burlas se volvieron veras. F. P. Tullius ("Computer poetry", Harper's Magazine, XII 1963) publicó esta copla, hecha por una computadora, a partir de 128 modelos sintácticos y 3,500 palabras (algunas rimables, c o m o juice c o n goose, sting c o n nourishing): Oh, panic not to this doeile juice Finally, few of my jackets did distrust the goose To those cell's hot ashes, a raccoon may sting Ah, to rectífy was black; to refuse is nourishing. Q u e puede traducirse así: Oh, no te asustes de este dócil jugo Finalmente, pocas de mis chaquetas desconfiaron del ganso Un mapache puede picar esas cenizas calientes de la celda Ay, rectificar fue negro, negarse es alimenticio. DEMOSTRACIÓN SOBRE EL SONETO e n otras aplicaciones de la máquina de cantar. Por ejemplo: escribir de una vez por todas los sonetos que falten de escribir. Afortunadamente, sólo hay un número finito de buenos sonetos posibles, como se puede demostrar. Consideremos los sonetos que puedan escribirse en una má­ quina para lengua española (puede ser otra lengua). En particular, los sonetos endecasílabos de rima grave en los catorce versos (puede partirse de otro caso). Aceptemos que en español no hay sílabas que requieran más de siete golpes de tecla (puede usarse otro número). Añadamos una tecla nula: ni escribe ni hace avanzar el carro. Basta con eso. C A B E SOÑAR 1) El teclado es finito. 2) El número de combinaciones de siete teclas (incluyendo la nula), es finito e incluye todas las sílabas posibles en español. 3) El número de combinaciones de 154 sílabas (14 x 11 por so­ neto) es finito e incluye todos los sonetos habidos y por haber en español. 4) Si se parte de sonetos alejandrinos, se incluyen versos esdrújulos, se añaden estrambotes o se considera cualquier otra lengua que pueda escribirse en máquina, el razonamien­ to es el mismo. El número total de sonetos resultantes puede ser mayor o menor, según el caso, pero siempre es finito. 5) Bajo cualquier criterio que sirva para distinguir los sonetos buenos de los malos, el conjunto de los buenos será menor que el total, que es finito. Luego, sólo hay un número finito de buenos sonetos posibles. Algún día, alguien estará escribiendo el último buen soneto de la literatura universal. A menos que ese día haya pasado y, por pie­ dad o por justicia, las musas guarden el secreto. El conjunto de buenos sonetos posibles n o sólo es finito: es nu­ merable usando el orden alfabético. Por ejemplo, en español, entre los primeros sonetos estarían los que empiezan: A Cuemavaca voy, dulce retiro, (Reyes) rugiuvas somDras aoy aorazos lv¿ueveao> A d e m á s , así c o m o al o r d e n a r la Tabla d e M e n d e l e i e v se encontraron lagunas que ayudaron a descubrir nuevos elementos químicos, una Tabla Universal de Sonetos ayudaría a descubrir grandes poetas desconocidos . Lo cual n o deja de tener su lado terrible. Supongamos que el gran poeta desconocido esté por nacer, pero que ya tenemos sus sonetos. ¿Qué va a hacer cuando nazca y se sienta llamado a la crea­ c i ó a Si llega a conocer los sonetos de la Tabla, ¿qué hará cuando le venga la inspiración y no tenga soneto que escribir? Y, si (por ignorancia) escribe un gran soneto, ¿qué hará cuando descubra que ya estaba escrito? ¿Cómo podrá decir que es suyo? ? ¿QUÉ ES UNA MÁQUINA? Los PRIMEROS JINETES que llegaron a México fueron vistos como seres fantásticos de cuatro patas, dos cabezas y dos brazos que lanzan fuego. Así son vistas hoy las computadoras. No se distingue dónde empieza el hombre y termina lo demás. Hasta los sabios que han dado origen a estos monstruos, parecen llevados, como el público, por la imaginación science-fiction. En la revista Fortune (V 1965), con una pasión bibliotecaria total, que recuerda a Borges, dice Vannevar Bush: Ahora el hombre da otro paso. Construye máquinas que piensen por él [...] Hacen al minuto los cálculos de un hombre al año. Llevan las cuentas de grandes empresas. Buscan lo que se quiera, al instante, en su memoria. Traducen, mal, y hacen poesía, mal. Lo harán mejor cuando se les enseñe mejor. [...1 Pero todavía no hay una máquina como el cerebro, que, en vez de reducirlo todo a índices y cálculos, vaya tras las pistas asociativas, volando casi instantáneamente de una cosa a otra, sacando a luz únicamente lo significativo. Pistas que se bifurcan y se cruzan, se borran por el desuso y se ahondan por el éxito. Finalmente, haremos una máquina que pueda hacer todo esto mejor. [.. .1 Entonces llegará una nueva forma de inmortalidad [...] El hijo heredará las pistas que siguió su padre, su proceso de maduración mental, con sus comentarios y críticas; y escogerá lo provechoso, intercambiándolo con sus colegas, y trabajándolo más para la próxima generación. Y dispondrá de todos aquellos campos en los cuales aprenda, adopte, cree, porque su memoria será como bibliotecas enteras, que no se apagarán cuando envejezca. ra&caí, q u e invernó la primera m a q u i n a u e caicuiu v,ues»pue& u e i abaco), tres siglos antes de que Bush inventara su analizador dife­ rencial, fue más cauto: "La máquina aritmética [su propio invento] hace cosas más próximas al pensamiento que todo lo que hacen los animales, pero nada que pueda hacer decir q u e tenga v o ­ luntad, como los animales" (Pensées 340). Descartes se planteó el problema, antes de que existiera la máquina: ¿QUÉ ES UNA MÁQUINA? 67 Porque bien puede concebirse una máquina hecha de tal modo que profiera palabras, y aun que profiera algunas a propósito de acciones corporales que causaran algún cambio en sus órganos: como que, de tocarla en cierta parte, preguntara qué se le queda decir; o, en otra, que gritara que le dolía; y cosas semejantes. Pero no que fuera capaz de combinar sus palabras de manera distintiva, respondiendo al sentido de todo lo que se dijera en su presencia, como pueden hacerlo los hombres más embrutecidos. (Discours de la méthode V) La máquina de Pascal resolvía problemas aritméticos con u n artificio mecánico. La de Bush, ecuaciones diferenciales con u n o electromecánico. En Cybernetics, Norbert Wiener cuenta que le propuso a Bush transformar su computador analógico en digital (pasar d e una máquina q u e a n a l o g a b a físicamente, y c u y o s resultados tenían que leerse señalados por una aguja medidora en una escala, a una máquina q u e procesara números, c o m o una sumadora); usar válvulas electrónicas (entonces bulbos), en vez de artificios mecánicos o electromecánicos; convertir los números del sistema decimal (diez dígitos: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9) al binario (dos dígitos: 0, 1); introducir el programa de procesamiento a la máquina como otra información procesable; y crear una memoria interna borrable para facilitar el proceso. Así surgió el primer "cerebro" electrónico, con una paternidad difusa, porque todas estas ideas estaban e n el aire, como reconoce Wiener. El libro fue escrito e n M é x i c o , e n el Instituto Nacional d e Cardiología, y está dedicado a Arturo Rosenblueth, a quien Wiener presenta como su colega de muchos años en un programa de in­ vestigaciones que condujo a la cibernética, desde una serie de reu­ niones interdisciplinarias en la Harvard Medical School, a las que asistió invitado por otro mexicano: Manuel Sandoval Vallarta. U n tercer mexicano: M. Freyman, de Hermann et Cié. de París, le pidió el libro y fue su primer editor. Y todavía otro, Alfonso Reyes, lo comentó c o n inteligencia, e n 1952: Cuando el humorista fan­ taseaba sobre "una nueva fauna maiítima, híbrida de submarino y ballena, estaba en su derecho. [...] Cuando el folklore y la poesía han imaginado al muñeco que se emancipa de su creador [...] andaban acertados. Pero ya da mucho en que pensar la actitud de los sabios que, tras de poner el fantasma, se asustan ellos mismos." "El doctor Wiener es casi vecino de México. Pasa entre nosotros buena parte del año." Pero "guárdate de la metáfora, que es oh ci­ bernética, tu pecado de nacimiento." {Obras completas XXII241). ¿Qué puede hacer un "cerebro" electrónico? Todo lo que un cerebro h u m a n o pueda programarle. Y ahí está el problema. Cualquiera que haya jugado al gato sabe que el juego está perdido, ganado o empatado d e s d é i s jugadas del principio. Se teta de u n juego con tan pocas opciones, que es posible hacer una lista exhaustiva de todas las secuencias posibles. Supongamos una Tabla Universal de los 276 juegos posibles (si ése es el número). Desde la primera jugada (si el otro empieza), podemos catalogar de antemano cuáles secuencias conducen al triunfo, cuáles al fracaso y cuáles al empate. Escogiendo una de las secuencias oue conducen al triunfo, jugamos. Cuando el otro juega a su v e ; etcétera. Este programa de instrucciones puede construirse y así tener una máquina que "juegue" al gato, y que "gane" con más frecuen­ cia que un principiante. D e la misma manera, si pudiésemos definir minuciosamente Z f o r t í n f*^tún hf»r hr>Q , cr4nf*triQ Hf» ^ h í i V f ^ c n p ü r p n n H r í í i t n n < : rf*­ construirlos todos: los conocidos, los que se hayan perdido y los que dejó en el tintero. Pero ahí está el problema: n o se puede suponer que el "programa shakespeariano" sea desentrañable. N o existe, ni p u e d e existir, u n recetario explícito, consistente y c o m p l e t o para hacer sonetos d e S h a k e s p e a r e . El s u e ñ o d e Vannevar Bush es u n eco del sueño de programación total de la matemática. "Hasta 1931 se creyó que era posible llevar a cabo el programa logístico en el cual se alojara la matemática (clásica), y que poema probarse que tai sistema era completo y consistente. Kurt G ó d e l e c h ó por tierra semejante suposición. Mostró que, d a d o u n sistema logístico razonablemente rico, tal sistema es esencialmente incompleto" (José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía). Traducción literaria: n o hay diccionario que agote una lengua; n o hay gramática donde todo esté previsto; no hay retórica capaz de generar mecánicamente la literatura que codifica. años propuse un mé­ todo para alimentar un texto suficientemente grande a una máqui­ na, digamos de ruso, con su traducción al inglés (o viceversa) he­ cha por un ser humano, de modo que la máquina pudiese generar sus propias reglas de traducción. Ahora tengo la impresión de que la máquina nunca descubriría todo lo necesario sin mi ayuda" {Science and Technology, II 1967). Pero ni Giuliano ni nadie serían capaces de ayudar a la máquina con todas las realas necesarias para operar únicamente a través de reglas. A menos que incluyeran reglas que apelaran a un más allá de las reglas, como: Sea racional: use su intuición. Por lo demás, ya hay signos de que empieza a perderse el "idea­ lismo racionalista" con respecto a las máquinas. A veces en forma irónica. "En realidad, quizá nunca lleguemos a construir u n verda­ dero cerebro ni con miles de millones de dólares. Y, ¿cuál sería la ventaja? Los cerebros naturales se producen tan agradablemente y a tan bajo costo que más bien hay sobreproducción." A veces en forma espantosa, que recuerda el "Baby H. P." de J u a n José Arreo­ la. Por ejemplo, cuando se extrae la masa encefálica de un mono y se mantiene viva, queriendo usar sus circuitos como u n "cerebro electrónico" barato {Time, 19 V I 1964). Esta dirección reductiva (tratar de reducir lo vivo a lo inerte), en vez de reconstructíva (tra­ tar de sintetizar la vida a partir de lo inerte), tiene tradición: desde el uso de esclavos en ruedas de noria hasta los "lavados de cere­ bro". Es una tradición de la cual parece burlarse Paul Klee cuando pinta u n pájaro enjaulado como "La máquina de cantar". Una dirección más sana fue esbozada por Wiener, poco antes de morir, en los coloquios de Royaumont (El concepto de infor­ mación en la ciencia contemporánea): considerar la máquina como prótesis humana y ver el porvenir de la cibernética por el lado de los sistemas humano-mecánicos. N o es lo mismo sostener el malabarismo de un razonamiento en el aire, que auxiliarse con la prótesis del lápiz y el papel. N o es lo mismo ver unos números sueltos, que verlos tabulados o gran­ eados, prótesis más refinada. Y quien haya trabajado c o n unos números para ver en qué forma gráfica parecen tener más sentido, n o puede menos que alegrarse de contar con una prótesis que pueda rápidamente ordenar de cien maneras sus datos, o mejor aún: ver gráficamente en una pantalla las distintas posibilidades, para escoger la más significativa. Todo esto es práctico y debe aprovecharse. Sin embargo, des­ pierta sentimientos mitológicos que van de la exaltación prome­ teica (el hombre capaz de crear como los dioses, robándoles el fuego) a la ansiedad del aprendiz de brujo (la creación que des­ truye a su creador). Así se exalta o se rechaza la escritura, la me­ canografía, el teléfono, la grabación, la computación. aocrates aesconnaDa a e ios iiDros irearoj. ^onsiaeraoa que la escritura atrofia el uso de la memoria y el ejercicio de la autono­ mía. En el extremo opuesto, ha habido religiones enteras centra­ das en el Libro y la veneración de la escritura. Aunque también, y por lo mismo, se ha dicho: la letra mata. Lo inerte puede volverse incontrolable, cobrar autonomía y destruir el espíritu. H o y , las computadoras suscitan veneración y desconfianza, como si fueran cerebros de verdad. Tomaríamos a chiste que u n vendedor de plumas nos dijera: con esta pluma puede usted pasar a la historia escribiendo una obra maestra o firmando un tratado de paz entre las naciones. Pero así se venden muchas computado­ ras. Y cuando Vannevar Bush, con todo su prestigio, nos vende la í n m o n a i i u a u e i e c i x u n i c d , n a u í e ¡>e n e . Se trata, por supuesto, de la misma inmortalidad que tiene el pensamiento de Sócrates en los diálogos reconstruidos por Platón (que, afortunadamente, sí creyó en la escritura). Diálogos que podemos pasar a un cerebro electrónico para hacer vocabularios índices, estadísticas, cotejos, ediciones. Pero no para desentrañar el programa socrático. N o para reconstruir los diálogos que Platón n o escribió. T a m p o c o los que ahora nos gustaría tener c o n Sócrates, alimentando en el programa los datos de la situación contemporánea, para ver qué diría... Esa conversación sólo es posible de la manera tradicional: leyéndolo, pensando. LA LECTURA CONCRETA PARA HACER una estimación del número total de sonetos posibles, supongamos que hay en español unas mil sílabas diferentes. (Un recuento exhaustivo de todas las sílabas iniciales de todas las palabras de un diccionario dio 869 sílabas: A, AB, ABS, AC, etcétera. Pero se trata de un recuento incompleto, porque, por ejemplo, la sílaba nal, de señal, no es la primera sílaba de ninguna palabra.) Si hay mil sílabas distintas* ¿cuántas palabras bisílabas puede haber? Teóricamente: mil combinaciones de la primera sílaba con todas las sílabas, otro millar de la segunda con todas, otro de la tercera, etcétera, hasta llegar a mil miles: 1,000 , u n millón de palabras como breñalque existe, y brebre, ñalbrey ñalñálque no existen. En forma semejante, ¿cuántos versos endecasílabos puede haber? Nada menos que 1,000", casi todos los cuales son meras combina­ d o n e s de once sílabas, sin música ni sentido. Así también puede haber 1,000 combinaciones de 154 sílabas, escritas en 14 líneas de 11 sílabas , c o m o los 14 versos de un soneto endecasílabo. Algunos serán grandes sonetos escritos o por escribir, pero casi todos serán puro ruido silábico. Y el total de "sonetos" sumará 1,000 , o lo que es lo mismo: 10 . Esto se escribe brevemente, pero se trata de una cantidad prácticamente incontable. Tal número de sonetos n o cabría en todos los libros de la Tierra, ni e n toda la Tierra, ni en todo el sistema planetario, ni en toda la Vía Láctea. La Vía Láctea tiene la forma de una lenteja de 100,000 años-luz de diámetro y 10,000 años-luz d e espesor. Esto da u n o s 1 0 kilómetros cúbicos de espacio. Pero el total de sonetos posibles (microfilmaábs o en archivo magnético) requeriría unos 10 kiló­ metros cúbicos. O sea millones de millones de galaxias enteras. 2 154 154 462 53 450 Una computadora capaz de escribir mil versos por minuto, tardaría unos 10 milenios en escribir todos los sonetos posibles. Es decir: millones de millones de veces la edad del universo. Pero, además, si los miles de millones de seres humanos que pueblan la tierra n o hicieran otra cosa día y noche hasta su muerte que lee r todos los sonetos posibles, n o acabarían. Si sus hijos, nietos, bisnietos, continuasen millones de millones d e años, tampoco sería suficiente. S o ñ e m o s , sin e m b a r g o , q u e e n v e z d e o c u p a r el e s p a c i o interestelar y ahogarnos, toda esa inmensidad se reduzca a u n océano. D e pronto, aparece Shakespeare, solitario en su barca. Va sacando sonetos. El viejo lee y va tirando al mar lo que pesca, meneando la cabeza: No, no. D e súbito: la inspiración, el milagro, jun soneto de Shakespeare! Pero, vamos a ver: ¿cómo es posible que sepa que es u n soneto de Shakespeare? ¿Cómo lo reconoce? ¿Con un sistema exhaustivo de análisis? Si lo tuviera, podría ahorrarse el trabajo y poner una m á q u i n a a s e p a r a r sus s o n e t o s . M e j o r a ú n : a p r o d u c i r l o s directamente. N o , no analiza: lee y está seguro. Pero ¿en qué se funda? ¿No hay tantos fraudes en pintura y letras? ¿No estará frente a u n pastiche? ¿Cómo saber? A q u í h a y u n p r o b l e m a p a r e c i d o al de la p r e d e s t i n a c i ó n amorosa. La idea "romántica" y la idea "burguesa", para llamarlas de algún modo, son la forma absoluta y relativa de una misma reducción a lo abstracto. Lo abstracto absoluto, en el primer caso; lo abstracto común y corriente, e n el segundo. Enamorarse de un canon, casarse con una institución, tener hijos con un paquete de cualidades... ¿No es eso lo que pide la buena sociedad de seres abstractos? Las b u e n a s familias a n i m a n a sus hijas a q u e se acuesten c o n cualquiera, siempre y cuando reúna ciertas cua­ lidades y cumpla ciertos requisitos: la solvencia económica, el ma­ trimonio previo, etcétera. El romántico se rebela: desprecia las conveniencias, quiere la eternidad con su única, aunque tenga que romper c o n la sociedad, y aunque finalmente su amor resulte trágico y ponga en entredicho el sentido de su propia existencia. Mientras lo hostiguen algunos seres abstractos (¿no estas haciendo 451 u n Absoluto de u n simple caso posible?), podrá sentirse superior. N o es u n caso posible, es el único caso. Pero cuando lo hostigue su propio demonio, y en el límite del suicidio tenga la valentía de e s c u c h a r s u s a s e c h a n z a s i r ó n i c a s . . . ¿ C ó m o s e p r o d u j o el Encuentro? ¿Lo quiso D i o s e n su Tablero d e A j e d r e z , e n su Relojería Universal? ¿Cinco minutos más o menos hubiesen hecho rallar el Encuentro y por lo tanto la Historia del Universo? ¿No es­ tuvo condicionado por ciertas decisiones abstractas previas que n o te atreves a reconocer? ¿Por qué ese encuentro y n o otro? ¿No hay otro Caso Único? "Nadie elige su amor", escribió Machado. Lo que pasa es que dos seres abstractos se vuelven concretos al reconocerse. Se mani­ fiestan en su ser concreto el u n o para el otro, se ven como únicos que son, n o el Único o la Única (en cuyo caso seguirían siendo abstractos, aunque absolutos: idolatría romántica). L o que pasa es que los encuentros abstractos pueden ser producidos d e mil ma­ neras sin q u e signifiquen nada concreto hasta que se vuelven concretos. Cualquiera puede juntar sílabas y palabras, hasta una máquina amaestrada. Lo que requiere "genio" es leer. Leer es lo que puede convertir una posibilidad abstracta en u n acto concreto. Leer lo que está escrito desde antes, o desde siempre, lo que la mano va profiriendo, o el viento fisioquímico asociando en las hojas sueltas del árbol d e memoria, o t o d o l o q u e p u e d o encontrar mate­ rialmente y revelárseme y revelarme. Esta tarde tus ojos. Lo que requiere genio es el amor. Nadie es un Genio, u n Escogido en el sentido de único idolátrico o aristocrático. La genialidad no es una categoría ontológica, sino u n estado de inspiración. El genio es más propio de una pareja que de una sola persona. Sin embargo, ser persona es precisamente hacerse cargo de sí mismo c o m o u n ser abierto, desbalanceado, gravitante hacia la comunión personal, hacia la vida inspirada. Y hay actos inspirados que avivan esa tensión a los otros concretos, que nos despiertan del tráfico abstracto, que nos liberan, que exigen un ejercicio de nuestro ser concreto y así nos enfrentan a nuestra propia gra­ vitación, a nuestra carencia, a eso único necesario que es el amor. Esos actos exigen la totalidad de nuestro ser, no nada más los ojos o tal o cual entrenamiento. Por eso nos reconstituyen, nos desa­ lienan, nos recobran como totalidades, aunque sea temporalmente y con el riesgo de otro género de alienaciones. U n o de esos actos inspirados puede ser la lectura de u n poema. U n poema es un programa de actos labiales, visuales, asociativos, que interpreta el lector, como u n actor. Puede pensarse en una "máquina" de leer, que sería el lector. El programa (el poema) que movería al lector (como los surcos de u n disco mueven la aguja del tocadiscos) tendría previsto el estímulo visual de tal palabra, el clic de tal giro insólito, el hecho de que la palabra siguiente no empiece c o n una posición labial o de la lengua que exija una "digitación" imposible (por falta de tiempo, dada la posición terminal de la palabra anterior), etcétera. Sin embargo, la función totalizadora que exige el poema (y que, en ese sentido, puede considerarse u n a f u n c i ó n "programada") n o es automática: ninguna máquina puede integrar el poema c o m o totalidad de lectura consciente. Ningún tocadiscos puede totalizar la sonata que recorre, pero n o escucha, a diferencia del intérprete. La totalización del poema exige asumir la libertad del intérprete previsto o "programado" e n el p o e m a : n o necesariamente la primera persona que dice "yo" e n los versos, sino el papel del autor que está leyendo con los ojos del lector. El lector se "pone en el caso" como una máquina analógica, pero la "máquina" deja d e serlo p o r q u e su recreación es intransferible. H a y tantas actuaciones c o m o lectores. La recreación n o es una "respuesta condicionada", sino una expresión virtual de sí mismo, asumida con la distancia y libertad con que el autor mismo asume su obra. La persona que hizo el programa (el autor como escritor, no como personaje implícito o explícito) es la primera que lo prueba, lo ajusta, lo verifica, no de acuerdo con ciertas normas para escribir, sino existencialmente, leyendo. Es el primer lector de su obra, el lector protagonista que luego deja este papel a todo lector. Su per­ sonalísima interpretación deja su huella en el papel, pero es úni­ camente suya, y hasta cierto punto incomunicable: la "función totalizadora de la máquina humana" nos hace únicos y concretos, y por lo mismo semejantes, tanto en el sentido abstracto de tener la misma forma, como en el sentido concreto de ser, hoy, aquí, tú y y o , comunicantes. Lo que y o leo nunca es lo que tú lees. Aun­ que lleguemos a compartir por completo una lectura, el centro de tu lectura está en ti, como el de la mía está en mí. Hasta en la situa­ ción nupcial de la mutua entrega, cuando n o estamos leyendo algo, sino "leyéndonos" uno al otro, y o soy tú desde mí, como tú eres y o desde ti: somos los actores, los autores, los espectadores, el escenario natural del ser alcanzándose a sí mismo como otro, pero no somos el mismo. Para hablar de un sujeto único, habría que hablar de u n sujeto plural, de u n "nosotros" (concreto). Los teólogos que hablan de la procesión de personas en el "circuito" de la Santísima Trinidad, pudieran decir que la unión nupcial es la máquina analógica de Dios. La literatura (la música, la pintura) es u n medio abstracto de alcanzarnos a nosotros mismos c o m o concretos. Sería innecesaria en u n estado paradisiaco de comunión de las personas. Es una forma virtual de esa misma comunión. La literatura nos desdobla en actores, espectadores y autores. Nos saca de nosotros mismos sin dejar de ser nosotros mismos. Provoca de una manera virtual la apertura a la otredad. Somos más Ubres y más inteligentes después d e leer c o s a s libres e inteligentes. N o p o r q u e n a d i e p u e d a "darnos" eso. El modelo hidráulico, todavía tan usado, de "forma" y "contenido", tiene esa extensión lógica, no menos engañosa, de u n "trasmisor" que envía un "contenido" a un "receptor", por un tubo. Lo cual supone además u n par de tanques: el de las muchas "cosas que tiene que decir" el autor, y que bombea al tanque de a l m a c e n a m i e n t o d e l lector. N o . S o m o s m á s l i b r e s y m á s inteligentes, porque el "programa de actos" que exige la lectura, requiere el ejercicio de nuestra inteligencia y libertad, n o como trabajo parcial y enajenante, sino como libre recreación. "Produc­ ción" y "consumo" son la misma cosa en el trabajo que no lo es, en la libre actividad creadora que es una buena lectura. Leer u n p p e m a es recrearlo. Sin embargo, n o es lo mismo escribirlo por primera vez ("hacer el programa") que seguirlo recreando cada vez que se lee. Entre otras diferencias, importa ahora la siguiente. Cuando y o hago un programa respondo a una necesidad de totalización personalísima, aunque dada la relación autor-lector-etcétera que implica el programa, tiene que ser válido desde otro lector posible. Y o puedo marcar un corazón y una fe­ cha en u n árbol, y emocionarme cada vez que vuelva a verlo; pero u n poema es más que un garabato "subjetivo". Eso no quita que el lector posible esté condicionado por sus limitaciones personales y las mías. Si nunca ha leído (leído, realmente) u n poema moderno, tal vez no vea la diferencia con cualquier garabato subjetivo. (La confusión aumenta cuando algunos poetas que n o saben leer , t a m p o c o v e n la diferencia y e m p i e z a n a publicar garabatos subjetivos.) Si no sabe lo que es u n pirú o nunca ha visto una tur­ quesa, o Heráclito n o le suena a nada; si nunca ha tenido la expe­ riencia del amor recíproco, o tiene p o c o o í d o para la gracia sentenciosa de u n refrán; si se cree bueno, aunque n o lo diga, porque n o tiene malicia ni humor con respecto a sus supuestas intenciones, o el azul para él es el nombre oficial de una serie de colores entre los cuales n o ve ninguna diferencia; todo esto va condicionando su posibilidad de compartir una lectura. El número de lectores posibles de u n poema puede así reducirse a tres mil, a treinta, a tres. Los módulos característicos de autores y lectores van definiendo "familias" que pueden compartir poemas, especialmente "suyos". Los poemas son como plazas o jardines públicos habitables po r muchos, y que, según la hora, la estación, la persona, el número de veces que se han recorrido, el creci­ miento de los árboles, son siempre los mismos y siempre otros poemas. Lo cual n o quita que, aun compartiendo los módulos cul­ turales que hacen público, habitable o "comprensible" el poema, la personalísima visión del arquitecto, deje su huella y condicione la visión de los demás. Suele suceder que, mientras viva y vuelva a recorrerlo, lo sienta especialmente p r o p i o , se sienta particu­ larmente expresado. Pero n o es imposible que llegue a verse mejor expresado , gracias a la experiencia de otros que lo han recorrido y le han hecho ver tales o cuales cosas. Y aun puede su­ ceder q u e , por sus propios cambios, se aleje de esa familia, y Escribir es continuar la lectura por otros medios. Cuando en la novela de Jules Renard, Zanahoria le encarga a su padre unos libros, el señor Lepic le contesta: "Querido Zanahoria: los escri­ tores de que m e hablas eran hombres como tú y como y o . Lo que ellos hicieron, puedes hacerlo tú. Escribe libros, y podrás leerlos después". (Trad. E. Diez- Cañedo.) Una de las más válidas razones |3£iríi ^scjritíijr CÍS jpcjcJer lc#c#jr sl^^o c^pjicí \JÜOJO JOWEÍCÜÜÍtíSEí» IZ^sot ICCÍX* j^ijriicjLi CÜ sea u n descubrir el Mediterráneo; aunque esté escrito e n la Tabla Universal. Inevitablemente, se escribe m u c h o por ignorancia: porque se ha leído poco. Por n o saber que ya estaba escrito algo que uno necesitaba. Ignorancia que puede ser inteligente: leerlo todo, antes de empezar a escribir, es absurdo. U n ser humano n o f u n c i o n a así. N o se convierte e n " c o n s u m i d o r cultural" sin arruinarse de algún m o d o : congestión, b l o q u e o , apatía. T o d o lector necesita constantes "reorganizaciones del mundo", "tota­ lizaciones" propias, que va efectuando, si es buen lector, mientras lee, en la reflexión posterior, e n la conversación, quizá por escrito. Shakespeare n o inventó el lenguaje ni el mundo isabelino. Pero lo leyó tan bien al reescribirlo que su lectura ha resultado canónica de ese lenguaje y ese mundo. Así también los grandes críticos lle­ gan a cambiar la literatura, sin cambiar una sola palabra de los textos que han sabido leer: creando textos que enriquecen la re­ creación de los textos originales. ¿Y si Shakespeare, recorriendo la playa, hubiera visto llegar una botella con u n soneto de Shakespeare? Lo recogería, se deslum­ braría de verse tan maravillosamente expresado y lo publicaría c o n los demás. ¿No eran también concretos y maravillosos los encuentros que había tenido c o n los otros sonetos, por tanteos, por exploraciones manuales, orales, visuales, de u n ramaje de signos que iba saliendo a luz? ¿Y los otros sonetos que se le ocurrieron y escribió de su puño y letra, aunque luego desechó porque n o lo expresaban? No eran sonetos de Shakespeare. EXPECTACIÓN, AZAR Y CORRESPONDENCIAS arrojada al aire o una margarita deshojada son má­ quinas simples de producir respuestas al azar. U n libro abierto por donde caiga, también puede serlo. San Agustín cuenta en las Confesiones (escena de su conversión en el huerto) cómo entendió "una orden del cielo, de parte de D i o s , que me mandaba que abriese el libro de las Epístolas de San Pablo, y leyese el primer ca­ pítulo que casualmente se me presentase". (Trad. E. de Zeballos.) Pedirles vaticinios a los vientos, respuestas a las flores, mandatos a las escrituras, sitúa en una perspectiva milenaria el pitagorismo electrónico, y también la diferencia entre leer y proferir. Si hacemos volar una moneda para escoger entre dos caminos igualmente inciertos y, en vez de caer Águila o Sol, la moneda cae de canto, quedaremos sorprendidos. No sería difícil leer aquello como u n aviso milagroso de u n tercer camino. Lo sorprendente parece ser lo insólito del caso. Supongamos ahora que al hacer volar la moneda diez veces seguidas, cae Sol en todos los casos. D e nuevo estaríamos sor­ prendidos, pensando que, si n o h u b o trampa, la moneda está hechizada c o n a l g ú n extraño magnetismo. N o nos parecería sorprendente, en cambio, la sucesión: Águila, Sol, Águila, Águila, Sol, Águila, Sol, Sol, Sol, Águila. Sin embargo, esta serie no tiene más ni menos probabilidades que la otra; son igualmente insólitas, como puede verse desplegando el ejemplo. Descartando la caída de canto, en u n solo volado hay dos posi­ bilidades: Águila o Sol. En dos volados sucesivos, hay cuatro: Águila Águila, Águila Sol, Sol Águila o Sol Sol (o sea que hay una probabilidad en cuatro de obtener dos soles seguidos). En tres, ocho: AAA, AAS, ASA, ASS, SAA, SAS, SSA, SSS. (Una probabilidad en ocho de obtener tres soles seguidos.) En general, en n volados U N A MONEDA EXPECTACIÓN, AZAR Y CORRESPONDENCIAS 79 sucesivos, las distintas posibilidades de sucesión son 2". Para diez volados (n - 1 0 , 2 - 1,024), hay una probabilidad en 1,024 de obtener diez soles seguidos o la sucesión del ejemplo, que no nos parecería sorprendente. (Así también, obtener la sucesión Águila Sol Águila, que no nos sorprendería, es tan insólito —una proba­ bilidad en o c h o — como tres soles seguidos.) O sea que lo "insólito en sí" n o existe en el probabilismo a priori. Todo sería milagroso si tuviésemos ojos para verlo. Te­ nemos ojos para ver la singularidad de una serie de soles seguidos, por eso su aparición nos sorprende. En c a m b i o , la serie del ejemplo (ASAASASSSA) no nos parece singular, tiene la misma "cara" para nosotros que otras muchas, por ejemplo: ASASSASAAS. Por eso, viéndoles caras comunes las hacemos corrientes. Si de las 1,024 posibilidades, sólo dos nos parecen tener caras interesantes (diez soles seguidos y diez águilas seguidas), la probabilidad de que aparezca cualquiera de las otras, o sea una posibilidad vulgar, es de 1,022 en 1,024: más de 99.8%. Este porcentaje, constituido por nuestra falta de interés, es otra forma de expresar lo que no nos sorprende. Lo interesante es constitutivo de lo sorprendente. A nadie le sucede u n milagro para el cual n o tiene capacidad de lectura. ¿Cuántas v e c e s San Agustín habría pasado sobre las mismas palabras de San Pablo sin darse cuenta de que estaban escritas para él desde la eternidad? ¿Cuántas veces un hombre no habrá pasado de largo frente a la mujer de su vida? ¿Pero era la mujer de su vida? N o , si no la vio, si el encuentro fue abstracto. La respuesta a "¿quién es mi mujer?" es tan difícil y tan paradójica como la respuesta a "¿quién es mi prójimo?": con quien te encuentres en concreto. Por eso, un encuentro abstracto que se convierte en concreto puede vivirse como milagroso, como algo escrito para u n o desde la eternidad, aunque la mecánica previa que condujo al encuentro sea perfectamente analizable (lugares d e f r e c u e n t a c i ó n , hábitos); sea d e resultados más o m e n o s predecibles y más o menos indiferentes ("casualidades" que produjeron este encuentro y n o otro); y más o menos operable, n c o m o s u e i e s u c e d e r y p d i a D u s c a x o í o m e n c a r e n c u e n t r o s , / . La g e n t e se escandaliza de los dating parties, dating barsy mating compu­ ters: fiestas, lugares y m á q u i n a s electrónicas para producir contactos sociales al azar, dentro de u n marco de condiciones selectivas. ¿Pero qué, no son máquinas cocteleras semejantes, de estimulación del azar y producción d e encuentros igualmente impersonales (mientras otra cosa no ocuna) , los sistemas normales de provocar, ciertas oportunidades, frecuentaciones y hasta empujones, que a nadie escandalizan en los pueblos? Una gran ciudad es tan ilimitada e n la p r o d u c c i ó n de e n ­ cuentros abstractos que acaba por inhibir los encuentros con­ cretos. Los grandes parques públicos, los cines, los estadios y otros lugares para multitudes, las calles sobre todo, forman una má­ quina aleatoria excesiva y por lo mismo inhibidora. Los resultados son con frecuencia decepcionantes, como sabe cualquiera que intente hablar con desconocidos o haya seguido, tras unas piernas, una posible inspiración del Espíritu Santo. En Los vasos comunicantes, André Bretón tiene la valentía de contar algunas de estas experiencias y aun el deseo de valerse de u n a n u n c i o de periódico ideal para provocar u n encuentro maravilloso. En el Diario de un seductor de Kierkegaard, el pro­ tagonista se queja amargamente de lo que Bretón llamaría el azar objetivo: "¡Maldito azar! Nunca te maldije cuando aparecías, sino ahora que no te muestras. ¿O es quizá una nueva invención tuya, ser la inconcebible, estéril, fuente procreadora de todo, super­ viviente final del tiempo aquel e n que la necesidad dio a luz a la libertad y ésta fue tan insensata que volvió al seno materno?" (5 de mayo). (Trad. A. Gregori.) Sin una lectura expectativa, n o se producen los encuentros milagrosos. Lo cual quiere decir que lo sorprendente n o puede ser tan inesperado. "Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás" (Heráclito). Para que lleguemos a leer con humor ionesquiano un pasaje del método de idiomas Ollendorf (¿Quiere usted café? Gracias, olvidé el termómetro), necesitamos una conciencia iones­ quiana. D e otro modo, el pasaje resulta simplemente insulso. Por e s o , las i n n o v a c i o n e s p u e d e n consistir e n crear n u e v a s expectativas de lectura acerca de un mismo texto. Pero una computadora n o tiene capacidad de lectura concreta. N o tiene ojos para leer u n milagro. Lo cual n o quita que pueda hacer versos. La máquina creadora inventada por Tristan Tzara, en la tradición de Lucrecio y Cicerón, también los hace: se echan palabras en un sombrero, se agitan como en una coctelera, y se v a n sacando al azar, una a u n a . El resultado se lee c o m o u n poema. La verdadera inspiración aquí está en la invención del método: el azar c o m o provocado, n o simplemente acaecido. Es una irónica metáfora de la cabeza humana, casi una teoría. Mejor dicho: u n m o d e l o operable, si fuese cierto que así procede el pensamiento creador. En esto v e m u y claro Bush. El pensamiento vuela de una cosa a otra por asociaciones que de algún m o d o logran sacar a luz únicamente lo significativo y no toda la enorme y confusa masa del a l m a c é n cerebral. Para acercar a esto el método dadaísta, habría que poner a las palabras imantaciones selectivas, afinidades neurobioquímicas, enlaces "pedidos" por lo que sigue de una danza labiodental. Las palabras con ritmo, camino del poema dice Pellicer. Sí, de alguna manera, los poemas empiezan solos, aunque el poeta funcione c o m o provocador, c o n métodos tan distintos como el espantoso hábito de Claudel de escribir poemas a hora fija o el esotérico m é t o d o surrealista d e la escritura automática. Igual puede servir el sombrero dadaísta o el brain storming. En esa perspectiva, la "escritura automática" de u n "cerebro electrónico" también puede servir. Y hasta un simple diccionario ( n o n e c e s a r i a m e n t e d e la r i m a ) c o m o " m e m o r i a " p a r a u n "cerebro" de construcción casera. C o m o ejemplo, tomemos la primera línea de la tabla de números al azar del Handbook of industrial engineering de Maynard y el Diccionario Vox de la lengua española de Gili Gaya. Sigamos el siguiente "programa": los tres primeros dígitos nos referirán al número de la página en el diccionario, g¡t cuarto al número de la palabr a en esa página. Así 0347 nos refiere a la página 34, séptima palabr a (adecuadamente}, y el azar va delirando números que se convierten en palabras: 0347 adecuadamente 4373 concertante 8636 guáchara 9647 irubú 3661 cegato 4698 contrafilo 6371 dominical 6233 dioscuros 26l 6 botona 2 0 8045 fondable N o es tan difícil leer esto como u n poema misterioso o como un pasaje misterioso de un poema o como el pie forzado para cons­ truir un poema. También de forma casera pueden desarrollarse muchos de los procedimientos del grupo Oulipo (Ouvroir de la littérature potentielle). Por ejemplo, se toma u n verso de Bau­ delaire y se "traduce" con el mismo Diccionario Voxy el Nouveau petit Larousse Musiré. Para esto, cada palabra francesa se convierte en u n número, usando el de la página donde aparezca en el diccionario francés. Luego este número se convierte en una palabra e s p a ñ o l a b u s c a n d o la p á g i n a d e ese n ú m e r o e n el Diccionario Voxy tomando la primera palabra. Así, la octava línea del soneto "Correspondencias" d e Baudelaire, les paríums, les couleurs et les sons se répondent se convierte e n lo siguiente, q u e parece una correspondencia negativa del sentido general del soneto: les paríums, les couleurs et les sons se répondent desajuste esqueleto desajuste bizcornear cernejudo desajuste interrogatorio indeliberado heliotropo Entre las muchas invenciones oulipianas, hay que recordar especialmente los Cent mille milliards de poemes de Raymond Queneau: diez sonetos de versos intercambiables de tal manera que incluyen (potencialmente) 1 0 combinaciones: cien mil millardos de sonetos posibles (diez billones). 14 T o d o esto: proferencia aleatoria, traducciones y transforma­ ciones, es anterior al concepto de los cerebros electrónicos. Re­ cuerda más bien ciertos juegos barrocos (centones, anagramas, acrósticos, logogrifos, crucigramas) y ciertas técnicas surrealistas (la escritura automática, el collage, el juego del cadáver exquisito). P n i r p c f i n n r l p ÍI IÜ i n t i l i c i ó n mtlf^nnriíi Hf* i i n n "tmi'ícir'íi Hf* tac í^cfi^ríic" vívj 11COjLÍVJIIvJC a l a 1HIU1V_HJ11 l l i i x \ Z l u X l í < X V4C lililí HlLlolCd. U C L a j ColCJdO en la que todo tiene que ver c o n todo. Es una intuición siempre viva, cuya importancia n o siempre es reconocida, pero que ha tenido un papel decisivo en el desarrollo de la ciencia moderna, así como antes en la cabala, la astróloga, la alquimia. Muchos descubrimientos científicos han sido inspirados por correspondencias imaginarias. M u c h o s inventos m o d e r n o s se apoyan e n correspondencias físicas: son máquinas de trasmu­ tación. El telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión, a diferencia de los molinos de agua y de viento, o de los mecanismos de relo­ jería, no sólo transmiten movimientos mecánicos, trasmutan unas señales en otras. La señal de u n golpe de tecla se convierte en un impulso eléctrico y de nuevo en u n golpe de tecla, en u n telégrafo. La señal de la luz se graba q u í m i c a m e n t e e n u n p a p e l s e n ­ sibilizado que reproduce nuevamente la señal luminosa de lo foto­ grafiado. Las señales acústicas se convierten en señales mecánicas en el surco de u n disco (o en señales magnéticas en una cinta) y de nuevo en señales acústicas. U n profesor de ingeniería, burlón e inventivo, solía contar un experimento apócrifo que ilustra esta conciencia "poética" de las correspondencias. Al escuchar "como pajaritos", mientras pasaba por error una cinta magnética al revés, se le ocurrió grabar unos pajaritos de verdad y pasar la grabación al revés. Cuando logró, triunfalmente, escuchar a los pájaros hablar en español, descubrió que lo habían insultado tanto y se habían expresado tan despecti­ vamente de su impertinencia y su aparato, que se negó a seguir con el experimento. Quizá también era apócrifo el experimento de "música inaudita" que Alfonso Cravioto le contó a Alfonso Reyes (Las burlas veras): Poseo un catálogo de los canuts o tejedores de Iyon, minuciosos dibujos de las célebres corbatas qué allá se fabrican. Un día se me ocurrió trasladarlos, con perforaciones, a las bandas de una pianola. No te imaginas los estupendos resultados musicales que obtuve. ¡La música de la seda...! Algo, en esta tiena de locos, hizo sentirse en casa y componer para pianola a u n o de los músicos modernos más inventivos y felices: Conlon Nancarrow. LA P R O P E N S I Ó N A L O S E N C U E N T R O S FELICES EL VIENTO se convierte en música en u n arpa eólica, en unas cam** panillas japonesas; saca agua del pozo; gira en u n molino mayor de mar, sol, nubes, lluvia, ríos, mar otra vez; se desliza feliz por la piel, por las velas; tuerce destinos, provoca encuentros insólitos, arroja a Ulises a los brazos de Circe; destruye ciudades enteras; arrebata papeles de las manos, pone en las de Cervantes la historia del Quijote. ¿Es una máquina aleatoria? El viento se "traduce" en la veleta. Igual pudiera traducirse en números al azar de una ruleta o en palabras d e u n diccionario (previamente grabado por una voz maravillosa ) para escucharlo delirar e n el jardín, c o m o una fuente que habla sola. S o n las constelaciones las que suenan en el reloj de la catedral, las que dicen la hora a las dos de la mañana. Pudiéramos traducir el agua en música, si aún hace falta; el vaivén de las olas, el paso de una mujer. Ya se orquestan con otras correspondencias: el tam tam p u l s a t o n o , l o s c a m b i o s e n el ritmo d e la r e s p i r a c i ó n , l o s entonamientos glandulares, del "lector" de las olas del paso de una mujer. También las olas del mar y los movimientos de la luna "se responden". La "música de las esferas" es anterior al hombre y sus máquinas. El hombre mismo es anterior al hombre: proferido antes de que llegue a leerse. ¿No es el viento un brain storming que se arre­ molina y lanza iniciativas dispersas, algunas de las cuales produ­ cen encuentros afortunados? ¿No es el mar y su vida submarina c o m o u n proferidor de encuentros, u n disparador de posibili­ dades, entre las cuales hay un náufrago disparado a la playa, que sube arrastrándose y empieza a habitar la tierra? Hay una "imagi­ nación creadora" de las cosas mismas, una vis exploratoria e n expansión de lo físico, una propensión proferidora que produce encuentros que pueden resultar felices, desde la expansión del universo hasta las luces de bengala del cerebro despidiendo centellas. ¿En qu é consiste esa felicidad? Puede ser un clic mecánico de partes qu e caen en su sitio, que se piden mutuamente, que ajustan bien al encontrarse. Algún humorista, con pretensiones de cínico, redujo a ese modelo el amor: no es más que el ajuste mecánico de dos cuerpos. Pero un encuentro amoroso explora muchas formas de felicidad, n o sólo ésa. Si el viento sopla y su erosión despeña un risco, que cierra un arroyo, que forma una laguna, que mejora el régimen ecológico de un lugar para la pesca y la siembra, se piensa en un "encuentro feliz": en algo que "peda" la configuración del lugar, y que pudo haber sido provocado por el hombre, para formar una represa natural que estaba pidiendo ser creada. Cosas semejantes ocurren en muchos encuentros moleculares. El cobre puede agregarse naturalmente en vetas o ser obtenido por fundición. La Tabla de Mendeleiev "pidió" el descubrimiento de los elementos faltantes, que no habían aparecido en forma natural. Aunque cabe también pensar que el empujón provocativo del hombre, en el laboratorio o en la formación de represas, es tan natural como la acción de los castores que derriban árboles y hacen represas: otra fuerza eco­ lógica, que aumenta o disminuye la felicidad. Puede suceder que un viento propicio haga el milagro de rodar hasta el h o y o una pelota de golf, en el instante en q u e iba a detenerse en una elevación. Así también, el viento disemina y p r o p a g a posibilidades d e f e c u n d a c i ó n , c o n u n d e s p e r d i c i o inexplicable si el proceso se toma como determinista, pero natural si se asimila a u n m o d o de propagación probabilística, a una "mecánica cuántica" de la vida. En una emisión de millones de espermatozoides, hay uno solo que encuentra "su" óvulo, lo cual es tan aleatorio como encontrarse u n gran amor en una ciudad de millones de habitantes. Los movimientos naturales hacen caer muchas cosas e n "su" sitio. Para lo cual es necesario que tengan sentido "de suyo" (Zubiri), que haya configuracione s que "pidan" lo que "falta" para ser "felices". Estas configuracione s no tienen que ser modelos previos de la Mente de Dios, huecos desde la eternidad, antes de que el modelo sea pensado en ninguna mente. Si algo es pensado, ya está en la realidad física, es cuando menos una huella en la materia del cerebro. Teológicamente, puede pensarse que a Dios se le ocurre algo en el momento e n que tal algo ocurre en la realidad. La "imaginación creadora" de las cosas mismas, puede ser vista como expresión de la imaginación creadora de Dios. Esto se encuentra físicamente con aquello, y se encuentra tan bien, que "desde" el lugar o la forma (no sólo el momento) del encuentro se exigen mutuamente. Quizá la felicidad en todos los órdenes, desde el clic de lo inanimado hasta el amor, es la creación, el encuentro por el cual se es más, algo nuevo, superior a las partes. En ciertos órdenes, las posibilidades de "encuentros felices" son contadas. Por ejemplo, en las teorías de la formación del cosmos se supone que en el principio hubo sólo hidrógeno. Esto quiere decir que los demás elementos se fueron constituyendo por exploración de posi­ bilidades que efectuó la materia misma, y que hicieron clic en noventa y tantos elementos de acuerdo con todos los acomodos estables de las partículas del átomo, que se provocaron solos y se vio que eran buenos". El hombre (o la naturaleza revirtiendo sobre sí misma a través de la e x p l o r a c i ó n h u m a n a ) ha p r o v o c a d o recientemente, millones de años después, la realización de otras estructuras atómicas que seguían como posibilidades después del uranio: el neptunio, el plutonio. Las combinaciones posibles se vuelven incontables en el caso de las moléculas. Ni siquiera se tiene u n catálogo completo de las estructuras posibles, y todos los días se descubren o sintetizan nuevas sustancias. Mucho más allá, en otros niveles combinatorios, cada ser humano tendría miles de millones de posibilidades distintas de apareamiento, lo cual hace bastante milagroso que un hombre y una mujer se encuentren, sin que el encuentro sea simplemente u n caso entre miles de millones igualmente posibles. En un apareamiento hay varios tipos y niveles de clic, desde la circunstancia d e haberse e n c o n t r a d o e n este lugar, e n este momento, hasta el milagro, difícil de llamar apareamiento o simple caso posible, de encontrarse con otro. Pasando, naturalmente, por el clic celular y el clic de la mecánica corporal. Ésta, despojada de los aspectos semánticos que le pueden dar una variedad infinita, se r e d u c e a u n n ú m e r o d e p o s i b i l i d a d e s l i m i t a d a s . Si las proporciones corporales y el entrenamiento necesarios para cruzar las piernas en flor de loto, hace más propicio a la tradición hindú el descubrimiento de ciertas risibilidades de clic, lo cierto es que la exploración de las posiciones corporales pertenece al orden de la "imaginación corporal" del c u e r p o mismo, a u n q u e admite investigación sistemática. En el Museo de Mitla hay una figurilla o l m e c a e n la inconfundible p o s i c i ó n de urdhvapadmasana (posición de loto cabeza abajo). ¿Es u n vestigio de una tradición yoga nativa o que vino de otros continentes? ¿Es una exploración individual de u n cuerpo que llegó al caso, caso que no se propagó porque n o fue visto c o m o u n descubrimiento sino c o m o una especie de aberración saltimbanqui, que se produjo una vez y no interesó? Los descubrimientos, los encuentros felices, son siempre físicos. La mano cae en una posición feliz: el arpista descubre u n nuevo acorde. La mano en el papel, o en la computadora, podría también listar una serie de posibilidades, probarlas y encontrar entre tantas ese acorde, que en realidad no "se" descubriría concretamente s i n o hasta el m o m e n t o d e e s c u c h a r l o , d e verificarlo e x i s ­ tencialmente. Aunque estuviese escrito desde la "eternidad" de una Tabla Universal. Se dice que las cosas importantes se descubren "por accidente". Pero saber leer u n accidente no es tan accidental. Una manzana puede caer delante de mí con la gravedad de u n pensamiento maduro, por su propio peso, y y o descubrir (o no descubrir) una ley universal. La manzana es proferida por aquello mismo que descubro: la gravitación se descubre, me hace reverencias, me habla a través de mi propia atención, de mi propia reverencia, de mi descubrimiento. Mío, porque hoy, aquí, me está diciendo algo "lo mismo" que antes no me decía nada. Todo descubrimiento nos expresa, hasta el Mediterráneo (que en algún sentido es otro Mediterráneo si realmente nos expresa). Pero n o toda proferencia, aunque sea "nuestra". En el Instituto Psiquiátrico de Columbia, hay dos retrasados mentales gemelos capaces de contestar al instante: ¿en qué caerá el 15 de febrero de 2302? E n v i e r n e s . N a d i e s a b e p o r q u é t i e n e n e s e t a l e n t o computacional siendo idiotas. Se trata de algo asombroso, pero el asombro es nuestro, no de ellos, aunque sea "de ellos" el milagro que profieren como si n o lo fuera. Hasta podría dudarse si alguna proferencia es nuestra. ¿De dónde viene el movimiento de la mano o del cerebro, antes de que a medio camino me dé cuenta de lo que voy a escribir? ¿De quién es ese antes? La naturaleza misma se profiere, desde el hombre o fuera del hombre. La naturaleza se despliega, tiene una vis exploratoria, una propensión proferidora. Esto incluye la evolución humana. El hombre, el primer animal que trata con la realidad en vez de estar sumido en ella, la primera "esencia abierta" (Zubiri), habita la faz de la Tierra, una zona nueva en la cual la Tierra tiene faz, en la cual la naturaleza y el hombre se encuentran, cara a cara. La naturaleza llega a ser más naturaleza gracias a que a través del hombre avanza como naturaleza a contemplarse desde otra zona nueva que "pedía" para ser más. gamos en desorden una habitación luminosa, acogedora. Destro­ cemos una ciudad espléndida. Cambiemos de lugar unas palabras de u n poema. Lo físico cerrado sigue siendo lo mismo, el inven­ tario incluye lo mismo; pero la habitación nos ahoga, la ciudad nos deprime, el poema nos rechaza. Así como nosotros tenemos que dejar que las cosas sean para que se manifiesten (Heidegger), las cosas tienen que tener una disposición física para que nos dejen ser. Podemos "derrumbar" u n templo griego haciendo ruido o m a s c a n d o chicle. Pero t a m b i é n p o d e m o s derrumbarnos a nosotros mismos si lo reducimos a escombros, si todo lo que nos permite ser es destruido. Si la ciudad, el trabajo, las instituciones, n o nos expresan, nos volvemos seres desdichados que se sienten reducidos á cosas entre las cosas. En el ámbito de una hermosa plaza nos volvemos naturales, n o e n la selva inhóspita. Es c u a n d o l l e v a m o s esa claridad a lo inhóspito, cuando se nos vuelve natural y aparece c o n su her­ mosura terrible, indiferente. Por ejemplo, cuando acampamos bien e q u i p a d o s , o sobrevolamos e n a v i ó n , o vemos u n a película documental, o leemos u n poema de Pellicer. Pero, perdidos en la selva, o en u n lugar inhóspito, habría que ser un ángel para "dejar ser" a las cosas cuando nos opnmen. N o es el hombre quien funda la claridad. Está ahí, pero no so­ mos ángeles. Si el paraíso, c o m o el hombre moderno tiende a sentirlo, n o es u n pasado sino u n futuro que nos llama, todavía nos rechaza a las puertas de la felicidad, en la opresión "material", e n l o físico c e r r a d o q u e n o s r e d u c e , q u e n o n o s deja ser. Transformar el mundo es la manera de encontrarnos con nosotros, c o n los otros y c o n la naturaleza. Tarea inacabable, porque la naturaleza, c o m o todo lo físico cerrado, crece "por su cuenta", como si al mármol del David de Miguel Ángel le salieran barbas y hubiera que estarlo esculpiendo constantemente para q u e n o perdiera sentido. En ciertas esculturas vegetales (generalmente desagradables: árboles convertidos en patos, canastas), el caso es clarísimo. O e n los parques y ciudades. H a y que reorganizar constantemente las cosas para que sigan siendo lo mismo, para que sigan teniendo sentido. El tradicionalismo necesario es el de conservar esa claridad. Lo que no se transforma (ciudades, institu­ ciones, lenguajes, culturas) n o se conserva: se vuelve otra cosa, cada vez más próxima a lo físico cerrado. La letra mata porque muere. Para trasmitir, trasmutar, extender su sentido, hay que reescribir el mundo constantemente, releerlo, rehacerlo. También lo físico abierto crece. La máquina del mundo incluye al hombre. La claridad no necesita al hombre para empezar, pero se extiende por el hombre. El hombre ensancha el m u n d o , esa primera chispa (¿chamánica?) del éxtasis que empieza a volverse u n sueño activo, una hoguera, un campamento; que descubre (no inventa) la religión, que se entusiasma, que empieza a hacer obras de arte, ciudades, imperios; que tarda milenios en descubrir a la mujer como persona, a la cultura c o m o universal. El hombre va poblando la faz de la Tierra, dándole cara: dejando que lo físico se manifieste y así también nos acoja y nos exprese. El hombre es el provocador del mundo (Heidegger) porque es el convocado por su necesidad de mundo. Pero ese espacio que le permite respirar, que p u e d e extenderse y se ha extendido, p u e d e también ser reabsorbido por la selva. La "estructura" que soporta esa tensión entre lo^abierto y lo cerrado es, en un sentido muy general, el len­ guaje, la cultura. La máquina del mundo humano funciona, cuando funciona, c o m o lenguaje vivo. La imaginación de las cosas mis­ mas, el viento de hidrógeno que se despliega y sopla y produce encuentros, llega a mirarse cara a cara en el espacio de lo que per­ mite dar la cara, expresarse, ser: en la tensión habitable que man­ tiene el mundo abierto como lenguaje, cuando no es letra muerta. LO EXPRESIVO Y L O OPRIMENTE L A CULTURA n o s libera d e d o s f o r m a s : u n a f u n c i o n a l y otra expresiva. La funcional p u e d e ser reductiva, y po r lo m i s m o oprimente. El hombre actúa sobre la naturaleza po r medio de herramientas, c o n c e p t o s , instituciones, para cazar, sembrar, construir, curarse, organizarse. Esto p u e d e ser f u n c i o n a l y expresivo: doblemente liberador. Pero la rama es arrancada del árbol, pelada y reducida lisa y llanamente a pértiga; para lo cual no importa si la tomo de este árbol o del otro, o si, en vez de árbol, uso metal o plástico. D e cualquier manera funciona. La pértiga es u n c o n c e p t o , u n a herramienta, u n a m á q u i n a elemental. A s í también la cueva se reduce a guarida, aunque no la cierre, limpie, amplíe, alumbre, sino la ocupe c o m o estaba. Esto no quita que la cueva me exprese o no: me expresa, mal o bien. Su "belleza" n o es u n añadido ulterior. La plena efectividad de la habitación consiste e n ser liberadora, en desatar mis actos, en permitirme ejercerlos. Una cueva fea, maloliente, llena de huesos y desperdicios, me impide funcionar plenamente, me reduce, me hace menos. ¿Qué es lo que nos expresa? ¿Lo que nos retrata? El vuelo de u n pájaro, el ámbito de una plaza, la alegría de un niño, u n globo qu e se aleja y se pierde de vista, el caer del agua, la simpatía con qu e e s c u c h a m o s a u n o s malos m ú s i c o s , o t o d o l o anterior e n la pantalla de u n cine, pueden expresarnos. ¿Nos retrataa? Podemos decir que "somos" el pájaro y el niño y el globo y el agua y esos malos músicos salvados por nuestra ironía, aligerados e n la distancia de la caída en la cuenta, o en la distancia de la pantalla o d e acordarse d e s p u é s . ¿En q u é c o n s i s t e esa i d e n t i d a d , esa comunidad que formamos con l o otro, desde la cual hacemos falta, venimos al caso? Nos expresa lo que nos desoprime. El espacio abierto entre las partes que a través de ese espacio se integran. La posición re­ cíproca que nos permite ser más. El ámbito que nos permite ejercer libremente el ser. La distancia que nos une en vez de separarnos. El lugar feliz del encuentro. Ejemplos: 1) A l salir el toro, si el torero sabe hacerlo, todo l o que era dispersión unos momentos antes empieza a centrarse , a recogerse por medio del capote: la atención del toro, la del torero y ía de miles de espectadores, fuera de sí, en u n silencio que se extiende como u n lugar nuevo, aunque frágil. 2) El decorador va arrojando telas sobre el fondo de la alfombra. N o , n o , quién sabe, no. D e pronto, ahí está: algo salta de u n color a otro como u n arco magnético invisible que une firmemente las piezas: u n color y otro, una textura y otra, integran una unidad, son u n encuentro feliz, que nos hace felices porque nos permite saltar también, abrimos a esa comunidad. 3) Si u n o ha tenido la experiencia de esa comunidad en el ámbito abierto por la arquitectura, y vuelve a su ciudad natal y se espanta de su fealdad, y de n o haberla visto antes, puede hacer otro descubrimiento: lo feo es precisamente lo que n o deja abrir los ojos; l o q u e n o se d e s c u b r e sino a partir d e l v e r d a d e r o descubrimiento que es lo bello: lo contemplable, lo que se dej a ver, lo que permite ejercer libremente los ojos, lo que nos dej a descubrir y ser a descubierto. Ahora que se te han abierto los ojos en la hermosa sordidez de París, en la blancura deslumbrante de Míkonos, en la plaza de Siena, puedes ver la fealdad por primera vez. La fealdad n o se deja ver: en eso consiste. Hasta que en la belleza adquieres la capacidad de ver lo feo. Hay u n salto oscuro hacia la claridad. Las cosas nos oprimen, nos rechazan, n o se dejan ver, n o nos permiten ser. Moviendo cosas, moviéndonos nosotros mismos, o porque el viento llega y junta felizmente una cosa con otra, la claridad se hace como una chispa que salta entre dos cosas y puede hacerse llama y crecer y hacer habitable la Tierra. La clandad es lo habitable, lo que nos permite ser, nos expresa, nos desata, nos desoprime: claridad de una habitación, de u n espacio arquitectónico, de unas ideas, de unas relaciones per­ sonales. La suciedad, la fealdad, el ruido, la confusión, la basura, n o son algo, inherente a ciertas cosas: son cosas fuera de lugar, en una mala posición recíproca, maldiciente, opresiva, inhabitable, que impide la claridad. Por eso hay que cambiar el mundo para qp|q|-Qfop lo vtHíl <X\*laLaiov* VIVA». l a Si quieres mejorar a alguien, dijo Nietzsche, hazle un retrato fa­ vorable. Lo cual, para evitar e q u í v o c o s en estos tiempos ma­ nipuladores, pudiera decirse: si quieres que alguien llegue a ser, reconócelo. Lo cual todavía implica que se puede o n o permitir el ser, pero esto ya no depende de los tiempos, sino de la verdadera dependencia que tenemos unos de otros. Para ser, necesitamos ser bien vistos, cuando menos una vez, cuando menos por alguien. 4) Y ésa es quizá la ejemplifícación física suprema: los ojos que nos abren los ojos ; los ojos francos que ven y hacen ver y se dejan ver por otros ojos . Lo que nos expresa es la comunión personal, c u y a forma p o r e x c e l e n c i a es el amor r e c í p r o c o . La mutua apertura que también se guarda "en conserva", como "programa" (que para ser cumplido exige la apertura) en muchas formas; des­ d e l u e g o e n las obras literarias, musicales, pictóricas; arqui­ tectónicas; en el lenguaje mismo; en las instituciones, cuando no son, como suelen, conservadoras solamente de una relación abs­ tracta, en vez de formas guardianas de la apertura concreta. Fueron los románticos, los qu e reconocieron estos hechos como algo central. Por ejemplo: qu e h a y cosas determinantes e n la historia de u n ser humano, que n o dependen de él mismo, ni de Dios, ni de los hombres, sino de u n tú concreto: de su existencia, de su apertura, de su sí o de su n o . Por ejemplo: que ser querido es una necesidad radical, qu e ni remotamente se parece a poner la calefacción. Por ejemplo: qu e es u n milagro que dos se quieran al mismo tiempo; u n milagro que puede estar en los sueños de todos pero no en los planes de nadie. Aceptar esto es aceptar una enormidad: nuestra radical depen­ dencia de u n tú concreto para llegar a ser nosotros mismos; una expectativa de milagro que está constitutivamente en nuestro ser, q u e es nuestro centro de gravitación y por lo mismo nuestro desequilibrio. Estamos hechos para encuentros felices. Si hay algo así como una gravitación universal de la Creación a ser más, actúa a través del hombre en la faz de la Tierra: la zona que requiere su lectura. Vivimos fatalmente en la Creación: sumidos ciegamente en su mecánica abstracta o ejerciendo físicamente la lectura que "da lugar" a nuestra libertad creadora y aumenta la Creación. "Lo que más me gusta de ti, querida imaginación, es que n o per­ donas" (Bretón). Y es que n o se puede impunemente sofocar nuestra capacida d de lectura. Acabamos arrastrados por lo n o leído, por alfabetos yertos y proferencias abstractas. O , dicho en términos más o menos psicoanalíticos: lo abstracto q u e n o se vuelve concreto, lo no vivido, se apodera de nosotros, nos vuelve posesos, cosas físicas cenadas. A todo hombre le llega la visitación de una noche del alma . La diferencia está en que u n o , Juan de Yepes, sabe leerla, reconocerla y sufrirla; mientras otro dice "qué aburrido m e siento" y va y se mete al cine. En el primer caso, la noche se asume y "toda luz de ella es venida, aunque es de no­ che". En el segundo, la noche, o simplemente la opacidad, asume a la persona, que se vuelve un zombi. Saber leer lo inepto, lo absurdo, el azar, la desgracia, la noche, pueden expresarnos. No es fácü, sin embargo, que esto suceda sin algún instrumental o entrenamiento d e nuestra capacidad de lectura. Lo que hizo San Juan de la Cruz por primera vez, podemos hacerlo nosotros, aunque no seamos santos, ni siquiera católicos, gracias a que sus escritos nos ayudan a reconocer una situación ahora reconocible y por lo tanto asumible. Desde Aristóteles se ha dicho que el arte es una imitación o reflejo del mundo material. Parece lógico: de lo previo se pasa a lo ulterior, de lo natural a lo artificial, de lo concreto a lo abstracto. ¿Pero existía realmente la "noche del alma" antes de San Juan, la duda hamletiana antes de Shakespeare, el papel del autor como personaje antes de Catulo? ¿No será más bien que de lo abstracto se pasa a lo concreto, que las obras de la naturaleza hecha hombre aumentan la realidad de la naturaleza? ¿No es ése el momento de la creación, y aun de la Creación, puesto que la Creación continúa a través del hombre y de su radical aportación creadora que es la lectura? Y, por lo que hace a la trasmisión de esa lectura, ¿no es cierto que las situaciones se nos vuelven reconocibles y habitables gracias a que alguien las lee, las crea, las señala por primera vez y las deja configuradas para uso de todos? Todo lo cultural puede tener autor, n o sólo el arte. D e l mismo modo que hay u n anonimato primitivo en el arte, no porque fuese u n a u c n e c e o p o r nauíe, MIIO p o r q u e e i p a p e l u e i a m o r n o e s i a o a a su vez creado, reconocido c o m o papel, los papeles humanos son obras de creación, hasta ahora en gran parte pertenecientes al anonimato primitivo. Estos papeles pueden ser opresivos o expre­ sivos según vengan al caso, nos queden, sean viables socioeconó­ micamente, etcétera. Como las lecturas del mundo y totalizaciones propias, deberían ser también obras de creación personal (aunque fuesen más o menos tipificables, como siempre lo son), porque siempre estamos llegando a situaciones nuevas, inhabitables, fuera del programa previsto por el papel, que nos hacen entrar en crisis, y nos dan la oportunidad de conquistar para nosotros y para los demás nuevos espacios vitales. Pero n o muchas personas saben reconocer que se encuentran e n una situación inhabitable; y m e n o s a ú n s o n c a p a c e s de afrontarla, ensayarla, descubrirla, hasta hacer que les sirva para * w * * * Mr expresarse. C u a n d o esa salida personal es capaz de expresar también a m u c h o s otros, c u n d e esa transformación vital, ese nuevo estilo de vida, esa nueva forma de ser hombre o de ser mujer. Es fácil ver, sin embargo, que en muchas revoluciones, transformaciones, innovaciones, modas, lo que se extiende es una adopción postiza. La gente pudibunda, insípida y sin libertad se convierte en impúdica, insípida y sin libertad, en un nuevo papel. N o hay mucha diferencia. T o d o esto va dejando una cantidad aplastante d e cultura n o asimilada (instrumentos interpretativos, p a p e l e s h e c h o s , instituciones caducas, repertorios de imágenes, letra muerta) que acaba por ser una selva cultural tan inhóspita y oprimente como la selva natural. Selva que aumenta cuando intentamos abrirnos a otras culturas . Nuestra asimilación de lo hindú o de lo chino se mueve en órdenes de confusión que equivaldrían en la cultura europea a meter en el mismo saco a Euclides, la pasteurización, Cristo, los Beatles, la Torre de Pisa, los crematorios nazis, ¿tú también, Bruto?, etcétera. Así, lo cultural (que debiera ser expresivo, obrando sobre lo físico cerrado para instaurar l o físico abierto) se convierte en objeto de traducción historiográfica, fijación de textos, crítica, lectura, Empieza de monumentos y todas las acciones a la segunda potencia que se aplican a lo cultural como si fuera algo físico ce­ rrado, para restablecer su apertura. C o m o en el caso de las escul­ turas vegetales, hay un crecimiento vegetativo del reino del hom­ bre que puede ahogarlo todo. Ciudades sin árboles, sin cielo, sin aire puro, sin animales, donde el único contacto con la naturaleza es el cuerpo humano y éste se vuelve objeto de una mecánica abstracta; donde el "bosque de la radio" (Manuel Ponce), la tele­ visión, los carteles, inundan todo con su vegetación desaforada; ciudades sin prójimo, ciudades donde se tienen "todas las como­ didades" pero se es menos. Paradójicamente, la acumulación de recursos expresivos llega a ser oprimente. Igual sucede con la acumulación de relaciones, que multiplican las probabilidades de encuentros felices, pero en la práctica se vuelven relaciones abstractas y por lo mismo opri­ mentes, aparte de que algunas lo sean de manera especial. Lo más oprimente d e que algunas personas tengan preponderancia física, política , social o económica, n o es su preponderancia, sino el hecho de que n o me reconozcan como persona; de que nuestras relaciones sean abstractas y así me impidan ser, expresarme en la comunión de las personas, bajo la forma de cooperación concreta. La opresión reprime el reconocimiento concreto porque le resulta p e l i g r o s o : la contradice y la d i s u e l v e . L a o p r e s i ó n necesita imponerse con reconocimiento abstracto . E n la situación primitiva d e u n asalto, el r e c o n o c i m i e n t o abstracto que merece la preponderancia física puede convertirse en dinero o esclavos . N o es necesario disparar. Hacer creer al otro que se tiene el poder y la voluntad de hacer tal cosa, si el otro intenta esto o aquello, se puede traducir en ventajas netamente crediticias. Por eso, los poderosos n o sólo pueden dar crédito a los oprimidos sino extraérselo. Acumular poder consiste, preci­ samente, capitalizar el reconocimiento abstracto. Las grandes máquinas culturales que tienden a integrarse en má­ quinas todavía mayores le han dado una efectividad nunca vista al poder liberador de lo funcional. El número de kilos que tiene que cargar, arrastrar o empujar físicamente un hombre ha disminuido. La carmaaa ae materia pnma que pueae mover y ransiormar por ano ha aumentado. La contrapartida ha sido la acumulación de inercia opresora en grandes estructuras centralizadas, la contaminación del espacio expresivo de la comunión personal, la transformación de la abundancia en basura. La inercia de la cultura es irremediable, pero no tiene que ser oprimente. El lastre de un barco puede hundirlo, pero también permitirle flotar. La inercia de un vehículo, y de nuestro cuerpo, nos permite imprimir dirección a la marcha. Sin fricción, sin inercia, no podríamos andar, todo se volvería volátil. La inercia cultural permite capitalizar experiencias, acumular impulsos creadores, fundar y heredar; le da cuerpo a la comunión, en vez de que se volatilice, es su "memoria" material; abre referencias posibles entre épocas y pueblos diferentes, permite integraciones prodigiosas. Es cierto que cada vez somos más entre todos y menos cada u n o , pero esto n o se p u e d e remediar c o n otros mecanismos. H a y algo final que depende de cada u n o . Saber menos, hacer menos, tener menos, en el orden abstracto, para ser más en el orden concreto. Menos kilos de cosas en favor de más sentido. Si a más gente que tiene una razonable libertad funcional le hiciera falta su plena libertad expresiva (lo cual naturalmente lleva a necesitar la libertad de los demás), estos mismos tiempos serían mas habitables. ¿QUÉ ES LA INSPIRACIÓN? EL PSICOANÁLISIS tiende a reducir las obras de creación a mani­ festaciones de síntomas, aunque n o faltan analistas, c o m o Kunkel y Fromm, que proceden más sanamente: medir el psicoanálisis con la medida de la vida creadora. U n b u e n libro d e análisis n o reductivo de la c r e a c i ó n es Neurotic distortions of the creative process de Lawrence S. Kubie. Las observaciones de Kubie, a partir de su experiencia con artistas, escntores e investigadores científicos, lo han llevado a la conclu— sión de que la zona de donde emerge la creación n o es el incons­ ciente (a su juicio, inerte y estéril) sino un nivel menos profundo, que llama preconsciente. Más aún: que la neurosis no es creadora. Lo que caracteriza a la creación neurótica es la estereotipia. Consideremos esa rigidez, que distorsiona la propensión profe­ ridora, como física y relativa a todo el cuerpo, para observar la idea de Kubie en la terapia desanollada por un discípulo de Wilhelm Reich (Alexander Lowen: Physical dynamics of character structu­ re). A Reich se debe el concepto de la "coraza caracteriológica" co­ m o una localización física de una pauta neurótica. El análisis de Lowen, en consecuencia, incluye no sólo la proferencia verbal del paciente, sino la muscular. La rigidez del cuello y la quijada es característica, según él,* de los histéricos; la de los músculos abdo­ minales, de los masoquistas. Su tratamiento incluye, además del análisis, la reanimación de las partes rígidas del cuerpo para que los movimiento!» movimientos pouedan ser libres vy aueiiuí». sueltos ivb ueuan 5 0 íiuira» Lo cual coincide con la idea de Kunkel de un reentrenamiento glandular. La neurosis y ciertos condicionamientos endocrinos se piden mutuamente. La percepción paranoica pide adrenalina, la adrenalina pide percepción paranoica. No es posible mantener una apertura espiritual, ganada a través del análisis, mientras todo el sistema glandular siga "pidiendo" su neurosis. Lo cual, claro, lleva a los caminos de la soltura y libertad corpora­ les de la práctica yoga, y a muchas otras cosas conocidas. Una que vale la pena recordar con las reservas del caso es la técnica del doc­ tor Bates para mejorar la vista c o n ejercicios, sobre todo por la interpretación y testimonio de Aldous Huxley (The art of seeing): vemos mal (psicosomáticamente) porque tenemos tiesos los múscu­ los, la atención, la memoria, la imaginación y, desde luego, los ojos mismos. Lo cual concuerda con una idea de las investigaciones óp­ ticas de Goethe: el ojo sale a ver, n o recibe en forma inerte las im­ presiones visuales. La visión es el encuentro feliz de una doble pro­ ferencia. Volvamos a los encuentros felices desde u n punto d e vista señalado por Rafael Dieste: la orientación. ¿Cómo se encuentra una demostración que se busca, un número de teléfono que n o se recuerda? Si no sé lo que busco, ¿cómo puedo encontrarlo? El mé­ todo mecánico consistiría en hacer un inventario y repasar todas las posibilidades. (Salvedad esencial: lo n o inventariable, por ejemplo las demostraciones. Otra salvedad: aunque el inventario d e números telefónicos se reduzca a u n limitado directorio personal —sin nombres, para que el ejemplo sea válido— ¿cómo reconozco el que es? Las pautas de reconocimiento, ¿son, a su vez, inventariables?) La imaginación funciona de otro modo (quién sabe cómo): profiere lo que viene al caso. Digamos, metafóricamente, que hay una imantación de las cosas mismas que vienen al caso, por la cual se piden unas a otras. Esta imantación movería, atraería, orientaría, la proferencia como un antiproyectil sigue un blanco móvil. Pero, así como hay inter­ ferencias electromagnéticas que tratan de desviar el antiproyectil para que no dé en el blanco, las anteojeras neuróticas estorban la solturl de la proferencia, nos pegan a rutinas estériles. Ejemplos de estar pegado: estar frente a la televisión o tener puesta la radio sin verdadero interés y sin poder desprenderse. José Gaos cuenta en sus Confesiones profesionalesla mala conciencia de haber pasado un día entero leyendo: no haber hecho nada. Pero leer animadamente es hacer muchísimas cosas: dejar el libro, re— flexionar, quizá levantarse, dar vueltas, ver qué dice otro autor, con­ sultar u n diccionario, escribir rápidamente unas notas. Cuando me­ nos se piensa, han pasado seis horas, se tiene hambre, se come con gusto, se tiene la sensación de haber hecho muchísimo. La sensa­ ción de vaciedad (que no es exclusiva de ver televisión) viene de estar pegado a una lectura pasiva, de estar leyendo con anteojeras, de soslayo a la realidad que nos llama, sin atenderla, sin atendernos a nosotros mismos, sin poder desprendernos. La calidad d e la lectura no mejora porque el texto sea de filosofía. Se puede ser tan pasivo oyendo música barroca como viendo televisión. Aunque la pasividad n o depende sólo del m o d o de lectura sino también de las cosas mismas, que deben dejarse leer: la única forma de ser activo frente a muchas cosas es levantarse y apagar. C o m o habría que levantarse de muchas conversaciones y de muchas juntas. La medición de los ritmos de variación de frecuencia e n los electroencefalogramas, según W. Grey Walter (The living brain) mostró una mayor fijeza en la gente menos brillante. D i c h o en otros términos: la "libertad" de movimiento respecto de su propio promedio fue mayor en los cerebros de la gente brillante, igual que u n chofer "brillante" n o se queda pegado a una velocidad, sino que va aprisa cuando la situación es segura y despacio cuan­ d o hay riesgo, y además pasa de unas velocidades a otras rápida y ORVTFTILNO.M^NTV* TÍ™» /TIOI NO N#*F"V*OOF*IOMANT*<* INR1IÍ"»O MI A LO 01 TT*W»RIÍ"Y_ ridad intelectual es inherente a ciertos cerebros; sino que la falta de libertad atrofia los cerebros. Quizá la estupidez es ante todo u n defecto de carácter. O , para decirlo con la sabiduría bíblica: somos necios "de corazón", más que de cerebro. Según R. W. Gerard ("The biological basis of imagination"), el proceso creador consiste en destruir unas guestaltes en favor de otras. Para ilustrarlo, aprovecha u n juego de salón. Supongamos que se nos pide unir los siguientes nueve puntos con cuatro rec­ tas, sin levantar el lápiz. • • • • • • • • • (No se quede pegado el lector e inténtelo.) La solución es difícil porque para encontrarla hay que salir del cuadro y trazar una especie de flecha que lo desborda. Cuando se explica esto, la reacción suele ser: Pero, ¿cómo? ¿Era posible salir del cuadro? Y sin embargo nadie había dicho que no. Era una limitación que uno solo se había puesto. ¿Así lúcidamente? No. D e haberlo hecho, se habría planteado, precisamente, la cuestión: ¿hay una regla del juego que impida salir del cuadro?, y ya estaríamos en camino. Era la Gestalt la que se nos había impuesto, la que había hecho la agrupación con-sideral de una con-stelación cuadrada, la que había con-siderado por nosotros. N o quedarse pegado a ese cami­ n o hecho y hacer otras con-sideraciones era lo difícil. No dejarse llevar (o dejarse llevar, pero a sabiendas) por los caminos hechos es difícil en todo: la investigación científica, la dirección de empresas, el amor, la poesía. Para hacer conside­ raciones realmente nuevas vP cuantío menos nuevas para nosotros, que es lo importante), tenemos que volver a pasar por esa oscura angustia de la especie humana, sonámbula en el planeta, irguién­ dose, abriendo los ojos, dejando sus cuevas. Tenemos que dejar nuestro propio cobijo, la "incestuosidad" que nos pega a lo fami­ liar. Tenemos que afrontar la intemperie, salir a la expectativa de u n milagro. Hasta en casos tan poco heroicos como unir nueve puntos con cuatro rectas. Hay un salto oscuro hacia la claridad, que se desvía una y otra vez por los caminos hechos, por las pautas rígidas, por la máquina inerte de nuestra neurosis o la colectiva, a la cual nunca somos aje­ nos. Hay una proferencia con puntería, desviada una y mil veces• Así aprendemos (cuando realmente aprendemos, n o c u a n d o adquirimos muletas para el resto de la vida): soltándonos. Así nos salen las palabras y los actos, nos tiramos por primera vez al agua, encarnamos una nueva situación, damos los primeros pasos de baile, abordamos a una persona desconocida: aventándonos, pro­ firiendo m o v i m i e n t o s , a c t o s , p a l a b r a s , o c u r r e n c i a s . A s í la creatividad inventa lo necesario. Puede no ser inventado. Puede estarnos necesitando mientras lo desatendemos, mientras seguimos viéndolo de reojo y nos estorba porque no acabamos de verlo, ni lo dejamos de ver, al menos como eso, como malestar. U n malestar tan parecido a la mala con­ ciencia que quizá es lo mismo. Quizá toda falta es contra el es­ píritu creador. Se ha escrito mucho y bien sobre cómo funciona la inspiración (o el amor) una vez en marcha. Pudiéramos decir que es un en­ cuentro feliz cuya zona de libertad se extiende suscitando nuevas proferencias acertadas. En cambio, los testimonios son más confu­ sos sobre cómo empieza (la inspiración, el amor). ¿Es algo miste­ rioso que llega de fuera? ¿Es posible provocarlo? Quizá: 1) La inspiración es objetivamente un encuentro producido por cualquier mecánica abstracta (determinista o aleatoria) que se convierte en feliz: a) Entre las cosas mismas y su propio despliegue imaginativo, porque se unen cosas que vienen al caso e integran algo nuevo unidas, desde donde se piden mutuamente. b) En los medios de expresióny de vida, o sea lo físico abierto, por­ que abren un acceso de lectura al hombre y éste no pasa de largo. c) Entre las personas, porque se reconocen como personas. 2) Puede decirse que la inspiración llama al hombre, lo visita, lo solicita, como una falta que hace algo que no se sabe qué es, pero q u e está p e d i d o por nuestro malestar o nuestra gravitación, francamente sentida y admitida. La realidad que pide ser aumen­ tada por la creación que nos hace ser más reales, nos llama desde ese ser más, que todavía no es más que "mutua" expectativa. Pero la opresión no puede ser partera de la expresión sino a través del azar de una oportunidad material (la) que exige del hombre una toma de conciencia (16) de orientación amorosa (le). 3) El hombre n o puede provocar la inspiración sino c o m o expectativa de lectura, es decir, leyendo en sí mismo la falta que tiene lo cual ya es un comienzo de expresión Sin embargo a) Puede mejorar su capacidad de lectura con diversos entrena­ mientos (que lo suelten, n o que lo ortopedicen) y b) Puede provocar la acción de diversas máquinas de producir encuentros y correspondencias, máquinas siempre útiles, aun­ que su capacidad de lectura sea abstracta. 4) La lectura de sí mismo es un encuentro feliz, aunque consista en reconocerse concretamente en falta. Pero u n encuentro con­ creto sólo puede darse en la apertura a la comunión personal. Lo cual le da a la inspiración no sólo un carácter cosmológico natural sino histórico concreto. La inspiración es también una tradición, una dependencia de los otros. En efecto, por la literatura verdadera, la convivencia concreta, la tradición viva, el hombre se alcanza como concreto. La libertad empieza siempre gracias a los otros, aunque luego prospere a pesar de los otros y por último quede siempre en falta porque otros faltan de ser libres. Ser bien leídos nos permite llegar a escribir, a trasmitir la lectura. La expectativa creadora de otros (para empezar, o así debiera ser, la d e nuestros padres) nos permite llegar a ser creadores. El amor nos "obliga" a crecer, "saca" lo mejor de nosotros mismos. Nos hace ser más. Aumenta la realidad. El lugar de la inspiración es el lugar de los encuentros con­ cretos. Desde u n punto de vista planetario, puede considerarse c o m o eso físico abierto donde las personas p u e d e n vivir ins­ piradas, respirar como personas: rostros, abrazos, arquitectura, libros, cuadros. Una zona esencial de lo físico abierto, los cuerpos humanos, en la medida en que expresan a las personas, y en que se expresan c o n una lectura recíproca, merecería llamarse, en algún sentido, iglesia. La iglesia es el lugar carnal de la comunión personal, empezando por la de u n hombre y una mujer. Las igle­ sias son, o deberían ser, el lugar de más intensa respiración de la inspiración. Pero esa sintonización creadora que quizá tendría como resultado el final de la película Milagro en Milán: irnos to­ dos al cielo, suele estar encendida en focos dispersos, en peque­ ñas iglesias separadas por el espacio y por el tiempo, que sólo a través del aparato cultural se integran. D e ahí la importancia de la literatura, las instituciones, la arquitectura, para "conservar la lla­ ma", para extender u n clima auspiciatorio, expectativo de la comunión personal. La mejor literatura, arquitectura, organización, es aquella que hace necesario lo mejor de nosotros mismos. Q u e hace indispensable el amor, que nos pone en su falta. La mala literatura (arquitectura, organización, instituciones) puede ahogarnos con una opresión material semejante a la opre­ sión de lo físico cerrado. Puede crecer vegetativamente. Puede perdernos en una selva cultural La masa inerte de lenguaje fun­ cional puede extenderse y "funcionar bien", c o n amor o sin amor. H o y que la capacidad de producción cultural (lo cual incluye la producción industrial) es mayor que nunca, y automatizable, y centralizable c o m o u n poder abstracto, la capacidad de lectura concreta (por lo pronto la mía) debería aumentar y extenderse. La lectura concreta es comunicable, aunque n o sea automatizable ni centralizable, y a u n q u e , p o r l o m i s m o , n o haya m a ñ e r a d e alcanzar u n poder central que la reparta y nos libere desde arriba. Lo cual n o quiere decir que la mecánica abstracta n o admita mejores diseños, reformistas o revolucionarios, ni q u e la edu­ cación n o pueda aumentar la capacidad de lectura. Puede soñarse, diseñarse y realizarse en parte una situación auspiciante de una vida inspirada. Pero n o se puede renunciar a al amor personal ni a la obra personal para hacerlo, precisamente porque la fuente de iniciativas, la inspiración y la fuerza para transformar el m u n d o , se mantiene gracias a la existencia de pequeñas iglesias, dispersas e n el espacio y en el tiempo. Las masas abstractas dejan d e ser masivas e n concreto: se dispersan e n comunidades. S o n "la sal de la tierra". Ninguna transformación del mundo justifica una vida desabrida. Sacrificar lo concreto a lo abstracto, es negarle sentido al sacrificio. Para má­ q u i n a s y a t e n e m o s bastante c o n la admirable m á q u i n a d e l universo. Si el amor "mueve el sol y las otras estrellas" (Dante), sólo en el ser humano da "palabras que son actos que son flores que son frutos" (Paz). NOTA BIBLIOGRÁFICA A. La poesía, fundamento de la ciudad, Monterrey, Ediciones Sierra Madre, Col. Poesía en el Mundo 11, 1963, 52 pp., 500 ejemplares. Primera versión de a, b, c más un epílogo. B. La poesía, fundamento de la ciudad, Monterrey, Ediciones Sierra Madre, Col. Poesía en el Mundo 11, segunda edición (aunque dice: reimpresión), 1964, 52 pp., 500 ejemplares. Segunda versión de A C. "La producción mecánica de sonetos", La Cultura en México 137, suplemento de Siempre/588, 30 LX1964. Primera versión de b. D. "Sobre la efectividad poética", Revista de Bellas Artes 6, XI-XTI1965. Primera versión de d. E. "La ambición de una poesía total", Diálogos 11, VTI-VTfl 1966. Primera versión de/ F. "Desarrollo nacional y crédito literario", Cuadernos del Viento 59-60, V 1966­ 11967. Primera versión de e. G. "La máquina de cantar. Expectación azar y correspondencias", La Cultura en México 297, suplemento de Siempre.' 748, 25 X1967. Primera versión de fe. H. La máquina de cantar, México, Siglo XXI Editores, Col. La Creación Literaria, 1967, 128 pp., «2,000 ejemplares. Primera versión de g, i, j, l, m, n; segunda de h, reedición de k. I. La máquina de cantar, 2a. ed., México, Siglo XXI Editores, Col. Mínima, 1970, 128 pp., 2,000 ejemplares. Reducción fotográfica de H, con algunas erratas corregidas. J. La máquina de cantar, 3a. ed. corregida y aumentada, México, Siglo XXI Editores, Col. Mínima, 1974, 166 pp., 2,000 ejemplares. Reimpresión de / con algunos cambios, más tercera versión de A, suprimiendo el epílogo. K. "La máquina de cantar", pp. 11-51 de La feria del progreso, Madrid, Taurus, 1982,264 pp., 2,000 ejemplares. Nueva versión de g, h, i, j, k, l, m, n. L. La poesía en lapráctica, México, Fondo de Cultura Económica, Col. Lecturas Mexicanas 98,1985, 144 pp., 50,000 ejemplares. Nueva versión de a, b, c, d, e,f,g h, ij, k, l, m, n. M. La poesía en la práctica, México, Fondo de Cultura Económica, Col. Popular 324,1986,160 pp., 5,000 ejemplares. Nueva edición de L, corregida. N. "La poesía en la práctica", pp. 11-107 de Obras 2/ Ensayos sobre poesía, México, El Colegio Nacional, 1993, 560 pp., 2,000 ejemplares. Nueva versión deM. LA CIUDAD Y LOS POETAS a) Negándose a recitar A,BJ,L,M,N b) Teatralidad de los negocios A,BJ,L,M,N c) Las dos inculturas A,BJ,L,M N d) La efectividad poética D,HJJ,L,M,N e) Desarrollo nacional y crédito literario f 0 La ambición de una poesía total E,H,I,J,L,M,N LA MÁQUINA DE CANTAR g) Las burlas veras H,l,LK,L,M,N h) Demostración sobre el soneto C,H,IJ,K,L,M,N 0 ¿Qué es una máquina? H, I, J, K, L, M, N j) La lectura concreta H,I,J,KL,M,N k) Expectación, azar y correspondencias G, H, I, J, K, L, M, N 1) La propensión a los encuentros felices m) Lo expresivo y lo oprimente H,l,lK,l,M,N n) ¿Qué es la inspiración? H, I,J, K,L,M,N LEER POESÍA ¿CÓMO LEER POESÍA? N o HAY receta posible. Cada lector es u n m u n d o , cada lectura diferente. Nuevas aguas corren tras las aguas, dijo Heráclito; nadie embarca dos veces en el mismo río. Pero leer es otra forma de embarcarse: lo que pasa y corre es nuestra vida, sobre u n texto inmóvil. El pasajero que desembarca es otro: ya no vuelve a leer con los mismos ojos. La estadística, el psicoanálisis, la historia, la sociología, el estruc­ turalismo, la glosa, la exégesis, la documentación, el estudio de fuentes, de variantes, de influencias, el humor, el marxismo, la teología, la lingüística, la descripción, la traducción, todo puede servir para enriquecer la lectura. U n poema se deja leer de muchos modos (aunque n o de cualquier modo: el texto condiciona las lecturas que admite). Y cada modo ayuda a ver esto o aquello que pone de relieve. Pero una vez que el método se convierte en re­ ceta (estadística, sociológica, psicoanalitica, semiótica, descons­ tructiva), restringe la lectura. Leer de muchos modos (con los ojos que dan los métodos co­ nocidos y los que se lleguen a inventar) puede ser otro método: el de leer por gusto. Cuando se lee por gusto, la verdadera unidad "metodológica" está en la vida del lector que pasa, que se anima, que actúa, que se vuelve más real, gracias a la lectura. ¿Cómo leer poesía? Embarcándose. Lo que unos lectores nos digamos a otros puede ser útil, y hasta determinante. Pero lo mejor de la conversación, no es pasar tal juicio o tal receta: es compartir la animación del viaje. DUDAS SOBRE EL POETA ALFONSO REYES ¿QUÉ NOS PASA al leer poesía de Reyes? 1. N o encontramos algo que buscamos. Sin deliberación, nues­ tras expectativas buscan algo, que e n Reyes n o se da. T o d o vá bien, del principio al fin del poema, pero n o acabamos de aceptar "eso" como poesía. 2. D e cuando en cuando, se encuentra la línea o el poema con imantación propia para grabarse, detenernos, convertirse en u n centro a e graveaaa a e ia memona. rero en general poaemos leer muchas páginas de u n tirón. Los poemas son unidades muy claras, pero abiertas, que comunican con todas las demás sin retenernos. Tienen encanto, pero n o fascinación. Se leen c o m o agua. ¿Su contenido alcohólico es muy bajo? 3. Después andamos en la calle, libres, sueltos, a la medida de las cosas, sin saber a qué agradecerle ese andar en el día como en nuestro elemento, y nos acordamos de haber leído largamente a Reyes. Lo cual hace pensar que nuestra orientación hacia lo intenso y fascinante, n o aprecia fácilmente una v o z natural, c o m o la de Reyes. Lo que n o encontramos en Reyes, es el autor adolescente fascinado en espejos de sí mismo: desdicha intensa o cópula ina­ cabable. Reyes nunca quiso, o nunca pudo, entregarse así. Su fbr­ ma de darse es la cortesía. Su espejo le sirve para componer a Reyes, para integrarlo, para salir a la calle y ser Reyes. Por eso, cuando cae en cierto blablaísmo, éste tiene la forma del guiño y la coquetería: su espejo es el lector. Pero su genio está en la gracia natural. El personaje del autor está presente en su poesía como una buena mano y una buena voz: voz que acompaña , mano que saluda; voz que sabe decir, mano que sabe hacer; voz que cUsfrüta las palabras, mano que pasa la mano por el día. U N G A T O C R U Z A EL P U E N T E D E LA L U N A ¿DE QUÉ espera el lector que trate este artículo? ¿Qué vio, qué pen­ só, qué se le ocurrió leyendo el título? Escríbalo, porque va a leer lo que medio centenar de estudiantes de letras y maestros han visto en ese verso del poema "Entrada en materia" de Octavio Paz. C o m o los poetas n o suelen recibir de sus lectores más qu e vagos e inmensos elogios, o inmensos y atronadores silencios, qu e es lo mismo, y como esto se presta para el narcisismo, a pesar de que sueñan con la comunión, y hasta con la poesía como obra de todos, nos h a c e n falta laboratorios de lectura: saber q u é está pasando con el lector cuando recorre las palabras de un poema. Muchas cosas publicables deberían ser leídas antes por otros, a sabiendas de que no queremos su elogio, ni siquiera su juicio, sino la descripción de sus reacciones e n el curso de la lectura. Esto requiere u n clima de confianza m u y particular, inteligencia y lucidez del lector piloto, talento descriptivo. Es ya lectura de laboratorio, pero demasiado h u m a n a . Pudiera superarse c o n encefalogramas, cardiogramas, nivel de ciertas sustancias en la sangre, que muestren el efecto de u n poema. Lo cual empieza a parecer más monstruoso que el narcisismo, y a replantear ciertos problemas sádicos, como la última inacce­ sibilidad del otro. En este caso, más valdría volver a los métodos primitivos y poco científicos del maestro Sade: conseguirse una muchacha y , por palpación directa, observar el efecto que le haga el poema. Pero, como se sabe después de Heisenberg, el método tiene la limitación d e que no permite determinar cuáles efectos palpables se deben a l poema y cuáles a la palpación. U n método menos esotérico, sería preguntar: "¿Qué se ve, se entiende, se piensa, al leer lo siguiente?: Un gato cruza el puente de la luna." Lo hice con u n grupo de estudiantes de letras y u n grupo de maestros. Deliberadamente, escogí un verso sin dificultades espe­ ciales, y hasta temiendo que el experimento resultara trivial. Nunca sospeché que provocara las siguientes respuestas: —Se ve un gato cruzando el puente de la luna. Se entiende que esto no es mentira, pues no es verdad. Se piensa que se llega a la condusión de que un gato no puede cruzar el puente de la luna, pues no lo tiene, y no es posible que en la luna haya un gato. —El gatorepresentaun brinco de la noche al día. —Se piensa en un iluso que quiere alcanzar lo inalcanzable. —Una nube gris en el límpido cielo de verano. —Sexo. —Es cuando el gato va volando por sobre la luna. El gato es la noche y re­ presenta la parte oscura de la luna. —Dos astros cruzando el hemisferio. —¡Mariguanadas! —Es la lucha incansable del hombre con la ciencia. Si, después d e este experimento, rechazamos la espantosa posibilidad de que en esta vida nadie se entiende con nadie, cabe todavía reírse y analizar lo que pasó. 1. La línea funcionó c o m o una mancha de Rorschach. C o m o suele suceder en u n test proyectivo, hubo quien "se proyectó" ino­ centemente, quien "se proyectó" eludiendo la proyección, por medio d e una interpretación rebuscada, c o m o descifrando u n acertijo, o po r medio de otras reacciones: insulto, chiste; y hubo quien vio, po r ejemplo: —Un gato que cruza un rayo de luz en la noche. —Una calle oscura, un gato en ella y un rayo de luna sobre él. —Un gato sobre una azotea, con los rayos de luz de la luna como fondo y como camino hacia ella. —Un gato cruzando un tejado con la luna de fondo. 2. Los experimentos n o son concluyentes porque no separaron d e alguna manera el efecto d e la línea presentada (palpación auscultativa^cbn el efecto de presentarla (respuesta a la palpa­ ción, n o a la línea): el efecto de que la gente se sintiera "en exa­ men" o "en pose interpretativa". 3. Hay, de cualquier manera, una conclusión que confirma la experiencia del trato directo: los estudiantes y maestros de letras n o saben leer poesía. ¿QUIÉN ES USTED? U N POETA invitado a dar u n recital (jqué palabrita!) tuvo la ocu­ rrencia (¿diremos la osadía?) d e preguntarse por el "hipócrita lector, mi hermano, mi semejante" (Baudelaire). U n recital es c o m o u n coctel d e galería. Así c o m o n o h a y espacio, físico, por lo pronto, para ver los cuadros e n semejantes ocasiones, es difícil "leer" de oídas. El espacio d e u n posible encuentro en la obra, se inhibe ante el espacio del encuentro so­ c i a l Q u e u n d e s c o n o c i d o se encuentre c o n otro e n u n texto impreso , en circunstancias anónimas, tiene la nobleza del mito de la botella lanzada al mar. Pero que se reúnan y eso haga más difícil el encuentro justifica interrumpir la ceremonia y preguntar a boca de jarro: ¿Quién es usted? Hacerlo es replantear una institución establecida, lo cual suscita desconfianzas y disgustos frente al cuestionario, ú n i c o m e d i o práctico. Algunos de los asistentes se ofendieron, otros resanaron al poeta y muchos se negaron a contestar. Los que llenaron el cuestionario dijeron lo siguiente. CUESTIONARIO Y RESPUESTAS 1. Vine a) Porque los amigos y parientes del poeta, y él mismo, me ha­ blaron por teléfono y me insistieron de mil modos en la impor­ tancia de la solidaridad poética universal en estos momentos críticos. Respuestas: cero. (Para hacer más científico el experimento, el poeta n o invitó a nadie.) b) Porque estoy más o menos obligado con la noble empresa que se han echado a cuestas los jóvenes y entusiastas promotores de estas lecturas, así como por la simpatía que me inspira el benemérito Ateneo Español. Respuestas: cero. (Aunque evidentemente había un número de personas en este caso.) c) Por diversas razones de tipo accidental: acompañar a alguien, haber pasado cerca, venir a recoger algo al Ateneo, etcétera. Respuestas: cero. (Mismo comentario.) d) Porque todas las manifestaciones de alta cultura me interesan y procuro elevar mi espíritu asistiendo frecuentemente a todo lo que puedo. Respuesta?62%. (Comentario al final.) e) Otras razones: 38%. Muestras: —Como (supongo) todos aquí, soy poeta. —Tengo el prejuicio de condescender. —Vine por oírte y porque yo también voy a dar aquí un recital. 2. Supe de esta lectura de poemas por Circular del Ateneo: 69% Me dijeron personalmente: 23% Periódicos: 8% 3. Antes de venir a esta lectura había leído algo del poeta en Su libro: 13% Antologías (en forma de libro): 13% Revistas y suplementos: 65% N o recuerdo: 9% 4. ¿Se pierde algo con suprimir las lecturas general? Sí: 75% de poemas en No: 8% N o sé : 17% 5. Otros comentarios. Muestras: —En un recital se gana tiempo porque se conoce total o parcialmente la obra del poeta en turno. —Me repugnan las estadísticas electrónicas en el terreno del arte. —Suprimir es fácil. ¿Qué se puede hacer para impulsar este tipo efe lecturas? ¿Cómo se puede construir? Es indudable que la vanidad es la principal motivación que mueve a la mayoría de los jóvenes escritores. Su caso lo confirma. —Es interesante conocer la poesía actual, saber el espíritu moderno y ver las metas de la juventud. INTERPRETAQÓN Cuatro porcentajes rebasan el 60%. Resultan, además, razona­ blemente próximos: 62%, 65%, 69% y 75%. C o m o si fuera poco, apuntan en direcciones concordantes entre sí y con el tono gene­ ral de los "Otros comentarios". Esto permite separar las respuestas en dos grupos, que quizá re­ presenten dos sectores del público. 1) El grueso (unos dos tercios) está constituido por gente qu e lee revistas más qu e libros, que es "clientela" del Ateneo más qu e público abierto, qu e se autoclasifíca sólidamente como interesada en "todas las manifestaciones de alta cultura" y que decididamente sí quiere los recitales. 2) Una minoría (el tercio restante) se niega a autoclasifícarse en categorías hechas y evidentemente irónicas, lee libros, hace poesía y va porque "está en el medio". 3) U n tercer sector del público, ausente en este caso, aunque puede llegar a porcentajes importantes, es el de los invitados per­ sonales, o la gente que va porque tiene que "cumplir" c o n el poeta, o los^parientes y amigos cercanos que van a contemplar y a compartir su "triunfo". Obsérvese que el primer grupo n o lee libros y que el segundo y el tercero n o los compran: los reciben del autor o el editor. Pero su asistencia sirve para producir un acto anunciable en los periódicos y para ir estableciendo que Fulano existe. Los recitales visten a las instituciones. Justifican el empleo de diversas personas. Permiten llenar álbumes de recortes y ganarse la buena voluntad de la prensa con espacio pagado. Aumentan los currículos. Ponen en marcha relaciones. Nos ayudan a creer que "hay movimiento". La verdadera vida literaria se mueve eri ese extraño lugar de reunión que es la página escrita. Pero nunca saldrá en los perió­ dicos algo así como: Leyendo unos poemas de Pessoa, se sintió acompañado y se volvió más libre. U n lector anónimo, ayer, en la biblioteca del Ateneo... Las ceremonias de recitación e n público tienen p o c o que ver con las ceremonias secretas a través de las cuales se adquiere el vicio de leer, c o m o el de fumar: observando la animación, la seguridad, el placer de los iniciados. U n vicio que pudiera fundar talleres de lectura. Tal palabra, tal giro o tal construcción, que para el poeta p r o d u c e tales a s o c i a c i o n e s visuales, e m o c i o n a l e s , musicales o intelectuales, ¿produce el mismo efecto en otros? ¿Con qué diferencia? Ese testimonio del lector ¿enriquece el poema o lo reduce? ¿Cabe aprovechar ese experiencia para cambiar tal o cual palabra? Estaríamos más cerca del proceso por el cual, inevita­ blemente, la poesía la hacemos todos, con nuestra capacidad (o incapacidad) de leer. EXPERIMENTO PARALELO Otro recital, con el Sindicato Nacional de A^aestros, permitió hacer de nuevo las mismas preguntas. Los resultados son confirmatorios, con las siguientes anotaciones. 1. El poeta pensó advertir a la concurrencia que podía tomar el experimento con cierto humor; aviso que antes le hubiese pare­ cido innecesario. Pero u n amigo lo disuadió, para hacer más paralelo el experimento y n o poner en marcha, artificialmente, contestaciones "ingeniosas". El paralelo funcionó, con la diferencia d e q u e , e n este c a s o , nadie se d i o por o f e n d i d o , y todos se ocuparon diligentemente de llenar el cuestionario. Quizá porque, siendo maestros, la situación les pareció normal: de pronto, n o se oyeron sino los rasguños sobre el papel, como en u n examen. 2. Se volvió a cumplir la proporción de una mayoría de "clien­ tela propia" (maestros en este caso) y una minoría d e "gente del medio", sin asistencia de público abierto (a través de los perió­ dicos) ni invitados personales del poeta. Volvieron a predominar las revistas sobre los libros y el estar decididamente a favor de los recitales. En la primera pregunta, curiosamente, predominaron las "otras razones". Sin embargo, corresponden más bien con el tipo d), que se rehuyó al parecer por razones de modestia. La modestia y el deseo de educarse rué el tono general de los educadores. Casi n o hubo "Otros comentarios", salvo algunos de esos que desarman: —No me considero capaz para hacerlos. —Mis felicitaciones (con la mano tendida). Quizá ni a la verdad pueda aspirarse en este país, huérfano de ídolos. Quizá los ídolos son necesarios para ir teniendo algo que destruir. Quizá la humildad de nuestros mayores fue dejarse subir a u n pedestal, aguantar los discursos, la flores, la intemperie, los orines... Y sin embargo, no. Para que algún día llegue a haber en México 200 buenos lectores de poesía, hay que negarse a prestar el cadá­ ver para esas horribles capillas d e cuerpo presente. H a y q u e inventar otra cosa. D I C H O SEA C O N T E M O R HACE FALTA valor civil para ocuparse de cuestiones obvias. Por eso, y por haber leído las equivocaciones de Sartre sobre poesía y prosa, nos rendimos de admiración ante el libro de Carlos Vaz Ferreira, Sobre la percepción métrica. Hay que tener valor, no sólo inteligencia para atreverse a contemplar una perogrullada. Vaz Ferreira anticipó lo que hoy se llama "lectura". Y su "lectura" de una perogrullada todavía nos sorprende: A diferencia de la prosa, el verso... selee como verso. Envalentonados con su ejemplo, nos atrevemos a proponer una perogrullada, que nos parece digna de meditación: Los textos de poesía... son más breves que los de prosa. Por si algún lector se anima a escribir un libro sobre el tema, he aquí algunos puntos que pudieran servirle. 1. Demostración (para vestir una perogrullada, nada mejor que la estadística): Escójase una muestra representativa de una gran biblioteca. Hágase la medición y clasificación de textos. Obténgase la mediana, la moda, el promedio, la desviación estándar. Sin duda alguna, los textos de poesía son más breves que los de prosa. 2. La afirmación es válida también para los poemas e n prosa. Cuestión ajena al planteamiento de Vaz Ferreira (puesto que él se refiere al verso y no al poema e n general) y pertinente en el de Sartre (que se irrita por la existencia de los poemas en prosa, quizá porque le arruinan su teoría). 3. Nótese que la perogrullada n o afirma que la longitud baste y sobre para distinguir poesía y prosa, o que esa diferencia sea obligatoria. Lo interesante de la perogrullada no está en que sirva para una nueva preceptiva, sino en su potencial explicativo de ciertas realidades literarias. 4. Mídase la "velocidad narrativa" de un corrido. (Para esbozar u n método posible, sugerimos la técnica d e "análisis de conte­ nido", en combinación con el método de Lévi-Strauss para des­ componer u n relato mítico. La velocidad narrativa se puede calcu­ lar dividiendo las unidades de avance en la exposición del relato entre el número de palabras necesarias para hacerlo.) El cuento y, sobre todo, la novela se mueven más despacio. Por eso el efecto del mucho tiempo transcurrido, que puede darse e n prosa por acumulación, lo da un corrido por la gracia del salto y la omisión. 5 . La poesía puede ser literalmente memorable. U n texto de prosa memorable n o suele serlo e n forma literal. A u n q u e haya quien se aprenda textos de inmensa longitud de memoria, la prosa, memorable n o suele quedarse de memoria, fuera de algunas fra­ ses. Más aún, no lo necesita. Apela a otro tipo de memoración: las escenas, ambientes, ideas, caracteres; el despliegue de la argumen­ tación, los contrapuntos, la orquestación, montaje, tono, sorpresas. 6. En todo lo que requiere cuidar palabra por palabra, la prosa admite descuidos imperdonables en poesía. Si uno va siguiendo las ideas de u n buen prosista, la música pro­ sódica y otros efectos literarios refuerzan la exposición, hasta por el hecho de n o hacerse notar demasiado (como sucede con la buena tipografía). La composición palabra por palabra queda, p u e d e decirse, en la zona del reojo. El centro de la atención n o está ahí. En cambio, la atención funciona de otro m o d o e n el poema: está centrada en la composición palabra por palabra, y deja en la zona del reojo lo contextual. Por eso un descuido se nota más y daña más en u n poema. Lo insignificante en prosa n o lo es en poesía: es leído como significante, aunque n o lo sea; y estorba, si de hecho no lo es. 7. Las dificultades típicas de u n poeta para la prosa son las de moverse más lentamente y en espacios más amplios. Tiene que aprender a desarrollar una idea en vez de soltar u n aforismo. Tie­ ne que desaprender el arte de escribir cien palabras para escribir cien mil (que sean u n texto, n o u n millar de textos). Tiene que renunciar a> la composición palabra por palabra, o trabajar mil ve­ ces. Los malos textos de prosa de u n poeta se hacen grumos: n o dejan avanzar limpiamente la atención a lo largo del texto. Quienes empiezan directamente por la prosa, tiene la dificultad contraria para hacer un poema. N o saben moverse rápidamente en espacios limitados. O , más bien dicho: su rapidez es ilusoria. Mien­ tras que un poeta inexpert o en la prosa siente que nunca va a aca­ bar, un prosista inexpert o en poesía, se acaba rápidamente el es­ pacio sin haber hecho nada. La gracia de "bailar en u n ladrillo" le resulta oprímeme. Se siente un muralista pintando un medallón. 8. No es por ganas de ponerse difíciles, que se omita más en poesía que e n prosa. Es que la poesía admite y hasta invita a omisiones,contextúales que le van menos bien a la prosa. La ri­ queza del poema es como la riqueza del dibujo: dibujar es omitir (Uebermann). Cuando la prosa omite elementos contextúales, "poetiza". (Lo cual, por supuesto, n o se le va a prohibir a nadie. Estamos tratan­ d o de entender.) La prosa puede renunciar a recursos que le son propios y que, por razones de longitud, son prácticamente imposi­ bles en poesía. Lo interesante es que al hacerlo "parezca" poesía. La pintura p u e d e renunciar al retrato, volverse abstracta, competir con la música, porque el retrato es posible en pintura: n o es algo a lo que pueda renunciar la música. La novela y el teatro pueden renunciar a la creación de caracteres. U n poema n o puede hacerlo: n o puede crear u n carácter en cincuenta palabras. Los personajes de u n p o e m a son implícitos (se pintan por lo que dicen) o esquemáticos (son descritos en muy pocos trazos). 9. Hay poesía concreta, pero n o prosa concreta. ¿En qué pu­ diera consistir? La poesía admite una gran intensidad de compo­ sición: letra por letra, fonema por fonema, sema por sema: Pero cincuenta mil palabras n o p u e d e n llamar tanto la atención sin sión q u e no caben en cincuenta palabras. Estos espacios queda­ rían pulverizados al darles un tratamiento tipográfico tan intenso como el que admite un poema concreto. 10. Abundan los poetas con aficiones tipográficas. La tipografía es u n elemento textual, c o m o la pronunciación. Las aficiones tipográficas son el equivalente del gusto por la declamación. El poeta siente que debe colaborar c o n el tipógrafo como el drama­ turgo con el director de teatro. El tipógrafo "monta" visualmente el poema. Más de un poeta siente que no acaba de ver cómo quedó u n poema hasta que lo ve impreso. Y es una experiencia de todo buen lector de poesía, lo mucho que.puede cambiar u n poema, según el montaje tipográfico. 11. La vecindad de la poesía c o n la oración, el a p ó l o g o , el chiste, el aforismo, se debe a la brevedad, que impone recursos de omisión. El aforismo es de especial interés. La prueba del verdadero aforismo es que n o puede desarrollarse. N o es u n resumen: es una exageración que n o funciona en cuanto se trata de extender. Es como ciertas "mentiras" de u n dibujo: la línea que une partes de modo anatómicamente imposible. Al precisar, ampliar, aclarar, la verdad (que es verdad) del aforismo, se esfuma. Surge otra clase de verdad que n o cabe en el aforismo. Y esto tiene que ver con algo cuantitativo (como la omisión de elementos del dibujo): el aforismo es más breve aún que el poema. Hay algo parecido en el "pensamiento" admisible en u n poema. (Admisible porque "quepa", no porque se permita.) Hay más qu e eso, por supuesto, pero cuando menos eso: el tipo de verdad qu e depende del número de palabras que la expresa. U n intento de resumen es perfectamente filosófico: se puede decir lo mismo en pocas palabras. Esta operación es poéticamente imposible. Cambiar de escala cambia el tipo de verdad en cuestión. 12. Hay mucho que se pudiera investigar, si se reconociera la importancia de que los textos de poesía son más breves que los de prosa. Si no fuera tan poco respetable ocuparse de cosas cuan­ titativas. EL E N S A Y O M Á S BREVE D E L M U N D O N o HAY ensayo más breve que un aforismo. GRAFITOS LA PALABRA, como el ser humano, tiene algo de monstruoso. En u n paraje solitario, donde se escucha el viento entre los árboles, el trino de u n pájaro, unas hojas que caen, ruidos de agua o de ani­ males, escuchar de pronto unas palabras parece fuera de contexto, intruso y hasta ridículo, frente a la misteriosa naturalidad de la naturaleza. Hablar parece antinatural. C o m o que sucede en otro espacio, otro lugar, que de alguna manera suplanta al natural. La presencia de la naturaleza se pierde (o se repliega) e n u n tras­ fondo desatendido, que a su vez n o parece necesitar del hombre, ni pedirle atención. La palabra escrita, sobre todo fuera del espacio tipográfico, es todavía más escandalosa. ¿Qué hace u n nombre e n u n árbol, u n comercial e n una carretera, una declaración política sobre unos cerros, u n anuncio trazado en el cielo por u n avión, una frase e n las paredes de u n excusado? Grajo y grama e n griego, scribe e n latín, imitan e n germánico (de donde vienen las palabras de esas raíces en español, francés, inglés, alemán) llegaron a designar la palabra escrita a partir del significado de rasguño, que todavía puede observarse e n rasgo. Y este uso de las uñas (o de algo semejante) para dejar una marca significativa e n la naturaleza parece más violento y abusivo que el uso de los gestos o la voz. Hasta e n espacios tan p o c o naturales como u n cuadro, una escultura, una obra arquitectónica, la irrup­ ción del grafismo resulta extraña: c o m o la penetración violenta de u n espacio en otro, que n o puede ser atendido en el mismo acto de atención. Quizá es el vicio de leer lo que mueve tanto la atención a los grafismos, ignorando el espacio natural o plástico. Quizá por eso la caligrafía, como arte puramente plástico, tendría que prescindir d e la s i g n i f i c a c i ó n , ser lo q u e es la jitanjáfora e n e l o r d e n prosódico, o guardar u n equilibrio tan raro como el de la buena tipografía, arte por eso tan difícil para muchos arquitectos que n o saben subordinar el espacio de la contemplación plástica al es­ pacio de la lectura. Pero, en el caso de los grafitos, al vicio de leer se suma el de pu­ blicar. Los grafitos llaman la atención por su estridencia (entre el espacio semántico y el natural o arquitectónico) y porque la estri­ dencia es. provocada por u n y o provocador. C o m o género literario, los grafitos pertenecen al folklore ur­ b a n o . Su falta de urbanidad los hace más citadinos, c o m o una trasgresión a la urbanidad vigente. Hay quienes remontan los gra­ fitos al arte cavernario, lo cual es ofensivo para el hombre de las cavernas y despistado sobre el arte grafitico. No es de creerse que hacer rasgos, rasguñar, esgrafiar, glifos, pictogramas, epígrafes, pinturas o dibujos lapidarios en una caverna, con intenciones de­ corativas, simbólicas, religiosas, tenga el sentido urbano y moder­ n o que parece esencial en los grafitos: la violencia, la profanación. La modernidad y conciencia del y o en la profanación de u n es­ pacio público, pueden verse en los grafitos que dicen simplemen­ te: PUTO YO. Es obvio (al menos para u n mexicano) que este letrero n o es una declaración personal, sino una trampa: un mecanismo por el cual se obliga al lector a declararse puto: una forma de vio­ larlo homosexualmente. Pero lo más notable de la trampa es su modernidad. Mucha poesía inocente (por lo general "compro­ metida'' o hecha "a alguien") todavía no adquiere esa conciencia literaria: el y o que dice y o en u n poema no tiene que ser el y o de quien lo escribe. Los grafitos son anónimos públicos. A diferencia de los epis­ tolares, n o están construidos sobre una relación interpersónal: se dirigen al lector anónimo, piden público. Su estridencia llama la atención p o r q u e está hecha para llamar la atención. En esto recuerdan la inmodestia y hasta la obscenidad de publicar, de exhibirse frente a lectores desconocidos, de sentirse frente a la posteridad. Hay una violencia e n los grafitos que recuerda la des­ micción uei icmpio ue uidiid por aquei lai cro&uaio, un uon iwuie que quería pasar a la historia y lo logró. Pero, a diferencia de la literatura de autor, ni en los grafitos de Pompeya, que también pasaron a la historia, ni en los modernos, se llama la atención so­ bre el autor. En este sentido, los grafitos son de una pureza ex­ traordinaria: están hechos desde la perspectiva del lector. Esta pureza de los grafitos toma a veces la forma de la perfecta gratuidad del mal. Una gratuidad sin gracia, desangelada, estúpida, que niega el misterio de la naturaleza o el de la comunión en un espacio público. Pero detrás del mal puede estar la virtud. La estridencia "fuera de lugar" que profana el sacro espacio oficial, puede dar lugar a la verdad pública: el rey está desnudo, la imagi­ nación al poder, la buena ocurrencia anónima gritada e n una plaza de toros. Aunque los grafitos suelen ser profanaciones banales, pueden ser también profanaciones felices, con su ser "fuera de lugar", que recuerda la esencia del acto literario y del ser humano. PARA U N A CORTESÍA EXPERIMENTAL LA SIMPLE descortesía, n o es bonita. Pero la tradición romántica, preocupada por la autenticidad, desconfía de las formas corteses, por lo que tienen de reglamentación. Olvidando que las reglas de cortesía vienen de las reglas de los torneos, de las cortes de amor, del arte de trovar, de los concursos de poesía, de las primeras gramáticas de las lenguas romances. Olvidando que lo feo y lo bo­ nito son esenciales en todo esto: que la cortesía es artística. Regla 15 del Arte de amar de André Le Chapelain (siglo xrv): "Todo amante debe palidecer en presencia de su amada.'' Arte de trovar de Enrique de Villena (siglo xv): "Cuando la a se encuentra con la t, diíusca el son; por eso le acorren con una c en medio; así como por decir prática escriben práctica." Manual de urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño (siglo xx): "Cuando la señora o el señor de la casa exciten a una señora a cantar o tocar, le ofrecerán el brazo para conducirla al piano y lo mismo para conducirla después a su asiento." Sobre cuestiones de reglamentación e n estas materias, caben muchos comentarios, pero lo importante es recordar qué signi­ fican las reglas: que el amor, la poesía, el uso del lenguaje, la vida social, pasan a la esfera del arte. Esto es lo primordial. Lo demás se deriva de entender el arte como normativo. El arte, según Santo Tomás (siglo xm), es "la recta razón de lo factible": la manera correcta de hacer las cosas. H o y pudiéramos aceptarlo, a u n q u e e n términos d e la cosa, n o de la manera. Pudiéramos aceptar que cada obra concreta tiene sus propias exigencias, y que éstas determinan la "recta razón", caso por caso. Además, observando u n conjunto de casos, pudiéramos llegar a conclusiones sobre los procedimientos de tal autor, tal arte o tal época en "razón de lo factible". Pero lo importante y novedoso fue haber concebido esas prác­ ticas como arte. La novedad artística de la cortesía estuvo en la formulación consciente y explícita d e reglas. Así se hizo una poética del trato social, que h o y se pudiera convertir en u n a cortesía experimental. No porque la cortesía, "objetivamente", no "experimente": las situaciones prácticas nunca son las mismas, y, de algún m o d o , en cada nueva situación, sin necesidad de una academia legisladora, no falta quien descubra o invente formas de actuar corteses. Las reglas pueden ignorarse o desobedecerse (y lo mejor es n o ignorarlas, hasta para saber contravenirlas). Lo importante es saber (a partir del momento en que se sepa) que los otros existen y son (aparentemente) semejantes a uno: si se les pisa u n callo, abren la boca, contraen los músculos y articulan interjecciones. El problema es análogo al de usar las palabras. El uso admite experimentos, innovaciones, cierta latitud, pero n o caprichos: si quiero referirme al gato y digo perro, lo dicho n o se entiende como quiero sino como suena. Lo dicho (no el querer decir, ni el qué debe decirse) es lo que rige la exploración del decir. Y lo dicho en la cortesía (su recta razón) es tú: la consideración del otro. D e lo cual no se siguen reglas sobre qué decir ni cómo decirlo; aunque sí es útil conocer la historia artística que hay detrás de una regla, y estudiar las cuestiones que la hacen operante o expresiva. Una cortesía experimental sería una cortesía libre, n o una cor­ tesía caprichosa, ni una simple falta de cortesía. Y una cortesía libre sería una cortesía regida por el tú circunstancial: por la proji­ midad concreta del encuentro concreto, no por una serie de confi­ guraciones tipológicas previamente codificadas. A u n q u e , de nuevo, para u n decir libre de verdad, n o ayuda el desconocer la existencia de códigos, la validez que tengan para el otro o para los presentes. Sólo así es posible una "descortesía" que no sea simple descortesía, sino cortesía creadora. Ilustración:-Tratar una estupidez con disimulo, porque la acaba de decir uña persona querida, u n personaje importante o una mu­ jer, puede ser cortés, pero p u e d e ser descortés: una forma de ninguneo, de anulación del tú. Puede querer decir: siendo y o la única persona inteligente del planeta, no tiene caso que te haga notar q u e . . . Naturalmente, la corrección de la estupidez, sobre to­ d o si es pública, puede querer decir lo mismo: siendo y o la única persona inteligente, tengo que hacerte notar q u e . . . A u n q u e la cortesía tradicional desaconseja únicamente esta segunda forma de negación del otro. Y es que los códigos no se prestan para el consejo paradójico. ¿Cómo recomendar que en cierta situación y momento, lo profun­ damente cortés, en cuanto responda profundamente a u n tú, pue­ de estar en decir: Por favor, Eloísa, n o digas pendejadas? N o se p u e d e recomendar. Y n o porque sea descortés, sino porque cada situación tiene sus propias exigencias. Es bonito que haya Abelardos que tan de veras crean en la inteligencia femenina, que se impacienten esperándola. Pero el acto cortés, como el acto poético, igual puede acogerse a una fórmula milenaria que vol­ verse experimental. RETÓRICA Y VISIÓN POÉTICA 1 DESDE EL A ríe de trovarte Enrique de Villena (1384-1434), los manuales de poética tratan de los aspectos prosódicos del poema. Ya entonces preocupaba que "guardada la igualdad de las sílabas", "no es fecha diferencia entre los claros ingenios, e los obscuros". Pero además, c o m o lo ha demostrado Pedro Henríquez Ureña, "desde que el autor del Libro de Alejandro, en el siglo xtn, definió su versificación — c o n más orgullo que verdad— como de sílabas contadas", lo que privó fue u n prejuicio impuesto a la realidad poé­ tica. Las sílabas se pueden contar (descubrimiento de interés, útil para observar u n poema ya escrito): luego (prejuicio innecesario) hay que escribir a sílabas contadas, y hasta negar el derecho a descubrir otras realidades poéticas, de la antigüedad o del futuro. Si han sido necesarios cuatro siglos para librarnos de ese pre­ juicio, n o es de extrañar que los aspectos no prosódicos de la téc­ nica poética estén e n peor situación. Tan ignorados (como saber expuesto sistemáticamente, n o c o m o saber ejercido), que ni hay prejuicios de los cuales librarse. N o hay una preceptiva sobre la música sintáctica, porque ni siquiera hay muchos lectores que ha­ yan descubierto ese juego de reiteraciones, concordancias, con­ trastes, latigazos, distinto de la música prosódica, y que es lo que muchas veces suena al original cuando se traduce de u n idioma a otro de sintaxis afín. Tampoco hay una preceptiva dramática qu e violar e n u n poema , porque ni siquiera hay muchos lectores qu e vean los juegos de espejos entre el personaje y su autor: autor de u n o o más poetas como lo vio Machado y lo llevó a la práctica Pessoa. D e la misma manera, nos falta una poética visual. Lo cual no quiere decir q u e haya q u e reglamentar el u s o d e la i m a g e n , porque h o y (cosa terrible) t o d o esté permitido. Q u i e r e decir descubrimientos c o m o éste: al decir tenga alto, o e n combina­ ciones parecidas, "aquellas dos aes confonden y detienen la boz" ("Avto fín tmu/ir) ci Hif*n cnr Hf*«tr» c i i c f*YY" f»rw" ínní»Q"' n i a n r l n u , , É»<M pausa viene al caso, precisamente. 2 Apagar un gallo como un incendio La línea quema ios ojos. Es de u n acierto deslumbrante. Demuestra lo que Huidobrp quiere decir cuando e n el mismo Canto III de miazor se uueie a e que ei poeía n o sea ei mago que apaga y enciende". La línea es parte de una serie que empieza: Sabemos posar un beso como una mirada Plantar miradas como árboles Enjaular árboles como pájaros Regar pájaros como heliotropos Tocar un heliotropo como una música Vaciar una música como un saco Degollar un saco como un pingüino Cultivar pingüinos como viñedos Ordeñar un viñedo como una vaca Desarbolar vacas como veleros Peinar un velero como un cometa Desembarcar cometas como turistas Embrujar turistas como serpientes Cosechar serpientes como almendras Desnudar una almendra como un atleta Leñar atletas como apreses Iluminar cipreses como faroles Anidar faroles como alondras Exhalar alondras como suspiros Bordar suspiros como sedas Derramar sedas como ríos Tremolar unríocomo una bandera Desplumar una bandera como un gallo Apagar un gallo como un incendio Consideremos los siguientes pares: Sabemos posar un beso como una mirada Plantar miradas como árboles Vaciar una música como un saco Degollar un saco como un pingüino Derramar sedas como ríos Tremolar un río como una bandera En los tres casos, cada línea es válida por sí misma, pero además como antecedente o consecuente de la otra. Mirada, saco, ríos, funcionan como una rima visual, con una fatalidad que no estorba lo visto, que permite pasar de una fisura a otra c o m o en una suerte taurina, integrando en un solo movimiento dos momentos distintos de una misma revelación continuada. Después de esos pares, sin embargo, ya n o sucede lo mismo. El movimiento se interrumpe. La continuidad es aparenté: se cumple con la palabra de enlace como si fuera un requisito, n o el antecedente visual de lo que sigue. Lo que sigue, además, parece sospechoso. Vemos una bandera tremolada con movimientos lentos, de río, y d e pronto cambia la escala visual y estamos frente a u n a banderita a la que se puede meter mano y desplumar. Para lo cual, y esto es lo importante, n o h e m o s tenido tiempo. A u n e n la secuencia cinematográfica más libre, por vertiginosos que sean los cambios, tienen que darnos tiempo de afocar. A menos que se trate, precisamente, de no ciarnos tiempo. Lo que sucede en un poema, si estamos viendo y de pronto no v e m o s , es el equivalente visual d e u n hiato prosódico: n o se integran las dos imágenes, y la mirada tiene que hacer una pausa, como en el caso de las dos oes. Pero una cosa es ver una película y otra una serie de fotos. Además, si lo que sigue es precisamente un flash espléndido (Apagar un gaüo como un incendio), tene­ mos que pensar que la línea intermedia es una imagen de relleno: u n ripio visual. U n o de los aspectos más notables de la poesía de Octavio Paz es su poder d e despliegue visual. Tiene pasajes q u e s o n c o m o aguafuertes animados, si por u n milagro cinematográfico tal animación fuese posible. Como un enfermo desangrado se levanta La luna Sobre las altas azoteas La luna Como un borracho cae de bruces Los perros callejeros Mondan el hueso de la luna Pasa un convoy de camiones Sobre los cuerpos de la luna Un gato cruza el puente de la luna Los carniceros se lavan las manos En el agua de la luna La ciudad se extravía por sus callejas Se echa a dormir en los lotes baldíos La ciudad se ha perdido en sus afueras En la poesía moderna, esta unidad visual se logra muchas veces c o m o una proyección delirante de la conciencia: el ojo de la cámara no está, como en este caso, en comunión con una realidad externa que acoge y se entrega a ese delirio. Pero, en este pasaje, las cosas externas más disímbolas son, simultáneamente y en una misma imagen que se despliega, paisaje interior y paisaje exterior. Si esa unidad, de un modo u otro, no existe, la cinta se disuelve en una serie de vistas fijas que se atropellan sucesivamente. Se acumulan visiones que, a fuerza de no tener espacio y tiempo para desplegarse, no se pueden ver. Nos aburrimos frente a u n cajón de fotos que bien pudieron ser una milagrosa transparencia. 4 H a y q u i e n e s r e c h a z a n j u s t a m e n t e (o m i m é t i c a m e n t e ) las pretensiones académicas de la retórica, pero de paso toda función esclarecedora que pueda tener el análisis de u n poema. Y hay quienes se v a l e n del análisis (la lectura despierta) contra el análisis (convertido en reglamento). Gracias a éstos, lo que se ha llegado a saber sobre qué es y c ó m o está hecho u n poema, es como para hacer una nueva retórica. Pero hay una distancia cada vez mayor entre el saber práctico operante en los buenos poetas y los textos críticos, ya no digamos los manuales. Esto le exige a todo poeta moderno, si n o ser u n crítico, tener sentido crítico. Quizá en ninguna época se ha llegado muy lejos en poesía sin u n verdadero saber. Pero hoy, el umbral mismo de la poesía, parece negado tanto a quienes pretenden ya saber cómo se hace un poema, como a quienes pretenden ignorar cómo, final­ mente, quedó hecho. Por lo mismo, toda pretensión normativa de la retórica seguirá condenada al fracaso. La retórica del futuro descubrirá leyes flsicas de la realidad poética, en vez d e dictarle leyes normativas. Será u n a n u e v a g e o g r a f í a , n o u n a n u e v a legislación. ¿UNA EQUIVOCACIÓN? FUERA de los lectores que le ayudan a hacer su obra, dándole otros ojos para verla, u n poeta puede ir logrando la indiferencia cada vez más solícita del público, en tres etapas de renombre: 1) Su nombre es desconocido, sus libros no se leen. 2) Su nombre es tolerado, ninguneado o discutido, sus libros no se leen. 3) Su nombre queda establecido, sus libros n o se leen. A los 42 años de edad, y en su quinto o noveno libro, según como se cuente, Rubén Bonifaz Ñuño está en la última etapa. La etapa en la cual puede ser maltratado con una tunda de elogios: "Edificio verbal, torre de canto, estructura sonora", "En esta poesía, cada estrofa es una isla de pasmo". Hay elogios nefastos, que ha­ c e n pensar en la variante: N o m e elogies, compadre. Siete de espadas merece más que eso. U n poeta tan serio como Bonifaz, tiene derecho a saber que su libro parece una equivocación . Una equivocación importante, porque su voluntad artística y sentido de orientación están puestos en juego, c o m o corresponde a u n poeta maduro. Si el libro n o resulta, no es porque le falte voluntad, oficio ni talento, sino por­ que parece no saber qué hacer c o n todo eso. Desde Poética (1951), hay en la obra de Bonifaz una voluntad ar­ tística manifiesta, y no únicamente por lo que ese poema tenga de "manifiesto". La "doctrina" del poema se despliega con una lim­ pieza estricta y solemne, que sólo por un milagro n o se vuelve irónica. Este milagro cautiva la atención del lector más que la aceptación o el rechazo de la poética afirmada. Evoca u n perso­ naje anacrónico original, una especie de abate neoclásico metido a poeta filósofo. Evoca la gracia prosaica de la conocida versión e n verso blanco, de Marchena, del poema filosófico De la naturaleza de las cosas de Lucrecio. Los demonios y los días es, después, el primero de los cuatro libros de Bonifaz que logran u n prodigio soñado c o n insistencia por más de u n poeta moderno: la unidad lograda n o sólo en cada poema sino e n el libro entero, desplegado como una serie de m o ­ vimientos musicales. En Los demonios y los días (1956), El manto y la corona (1958), Fuego de pobres (1961) y Siete de espadas (1966), que apareció hace p o c o , los temas, el tono, las formas métricas, sellan el ámbito propio de cada libro y se sostienen de poema a poema c o n notable unidad. Díaz Mirón tendría mucho que aprender de Bonifaz , que cumple sus poemas y sus libros con exigencias aplastantes . ¿Exigencias de quién o para qué? ¿Qué quiere decir que Siete de espadas conste d e 143 estrofas de siete versos cada una? ¿Todos y cada u n o de esos poemas exigen precisamente esa forma porque viene al caso 143 veces seguidas? ¿Las mil y una noches exigen que este libro tenga mil y u n versos? En u n libro que éste hace recordar, Exágonos, de Carlos Pellicer, hay cuando menos u n poema memorable, el último, al cual los seis versos exactos le sirven perfectamente: El buque ha chocado con la luna. Nuestros equipajes, de pronto, se üuminaron. Todos hablábamos en verso y nos referíamos los hechos más ocultados. Pero la luna se fue a pique a pesar de nuestros esfuerzos románticos. En Siete de espadas n o hay u n solo poema memorable. Hay visiones fugaces, perdidas tras la ventanilla que baja en punto de las siete. Duele n o poder seguir leyendo acerca de la invasión de los espejos de alquiler que alguna vez poblamos Duele que un poeta inspirado pase sin detenerse ante descubri­ mientos posibles, desatendiendo su sensibilidad. Ya sabemos qu e la disciplina es importante. S o n los poetas ineptos, los q u e desdeñan "la forma", los que se condenan a sufrirla, a quedar atra­ pados en el querer decir que no dice. Pero si u n buen poeta hace como que dice y n o dice, porque n o se detiene, porque siempre va a otra parte, porque tiene una cita que cumplir con sus falsas obligaciones, n o sólo frustra su poema sino que ayuda al des­ crédito de "la forma". Bonifaz parece un poeta que se impone falsas obligaciones. N o se entiende cómo, si escribe los estupendos poema s 17, 29, 33 y 37 de Los demonios y los días, publique ahora poema s como éste: Dado de siete filos, desquiciado y perfecto; cue,po que atribuye lúcidos rostros de existencia, el canto. Prisma de tiempo inmóvil transcurriendo, compacta eternidad, poliédrica joya de otro sonido, relumbrando duración en templos espaciales. N o se ve en qué sentido este poema ni cualquier otro de Siete de espadas sea mejor que Poética, q u e los poemas antes n u ­ merados, que el poema que empieza Amiga a la que amo: no envejezcas(de El manto y la corona) o que el poema 15 de Fuego de pobres. U n lector sinceramente interesado e n la obra de Bonifaz n o puede menos que atestiguar q u e Siete de espadas es u n libro aburrido. Se lee u n verso firme, elástico, de música o de imagen llamativa; se encabalga, tuerce repentinamente, tiene u n giro sintáctico que lanza la significación a otra parte, y n o nos tumba el caballo, ni se pierde el sentido; vamos bien llevados de mano maestra; y . . . así sucesivamente, c o m o y e n d o , sin ir a ninguna parte. L O POÉTICO EMBOTELLABLE Es MÁS fácil negar ciertas ideas manidas q u e sustituirlas. Por ejemplo: la desorientadora distinción entre fondo y forma, que rige el concepto hidráulico del poema: lo poético embotellable. 1) Lo que importa es la botella, aunque esté vacía. ("Formalismo hueco.") 2) A cada vino su botella. ("Adecuación entre fondo y forma.") 3) H a y q u e romper todas las botellas para inundarnos d e sincenaaa. nupiura a e ias rormas. j Fragmento del poema "¿Qué culpa tienen las flores, señor em­ presario?": Gracias mi amor mío por todas las violaciones negras en que estalló mi alma durante los besos que me dabas con una mano metida en el sexo de la vecina y con la otra buscando el apoyo de un amigo. Era el abrazo abierto, que en nombre de la amistad predicabas con furia. Tengo que sonreír con la boca llena de revólveres como si fuera una enana convertida de pronto en Miss Universo. Es de suponerse que esto fue escrito n o sólo ingenuamente sino c o n valentía. La valentía que rompe las convenciones de u n a reunión social y les arroja a los invitados u n strip-tease en la Dolce vita. Pero ¿será verdad que para desnudarse basta con quitarse la ropa? ¿que la verdad está e n el f o n d o maravilloso, c o m o la hermosura escondida que ofrecen los anuncios de jabóa Es muy díftcil hablar de una obra de arte. Si a u n o le preguntan por u n cuadro, una película, un poema, tiene que recrearlos en ? cierta forma, si quiere dar idea. Lo cual puede intentarse por recitación de fragmentos (en el caso del poema), o por compa­ ración con algo conocido, o por descripción de ciertas materia­ lidades (tamaño, duración, color), o contando "de qué se trata". Esto último puede tener tal eficacia, que se diga de una película: n o m e la cuentes porque quiero ir a verla. Aquí empiezan las confusiones. Aristóteles cuenta así la Odisea: Un hombre anda largos años errante de su patria, vigilado por Neptuno y en soledad; mientras tanto en su casa van las cosas de manera que su fortuna la están dilapidando pretendientes, y tendiendo asechanzas a su hijo. Llega acongojado, se da a conocer a algunos, los ataca, se salva él y perecen sus enemigos. A lo cual (según la traducción de García Bacca) añade: Y esto es la esencia, lo demás episodios. Sea o no la esencia,.¿eso es lo que hay de común entre la Odisea, sus diversas traducciones en verso o en prosa y la película donde sale Sofía Loren? ¿Se trata de distin­ tas versiones de "lo mismo"? ¿Qué es eso mismo que se vierte en botellas tan distintas? ¿La esencia? Si la ficha sumaria de "la esen­ cia" fuese, a su vez, una obra de arte, como algunos esbozos para u n cuadro lo son, ¿sería otra botella de "lo mismo" en concen­ trado? Es obvio que la distinción entre fondo y forma resulta de u n valor limitado. Lo difícil es sustituirla: n o dejarse llevar por las discusiones estériles entre "formalistas" y "antiformalistas", hoy renacidas por el vanguardismo ingenuo. Tan ingenuo que no sabe que reinventa las gesticulaciones del estridentismo y e l agorismo. T a n i n g e n u o q u e comparte el fetichismo d e la forma c o n el academismo. ¿Cómo ahorrarse tan "obvias" aclaraciones? Aparentemente, no hay manera. Mientras n o encontremos sustitutos de los análisis de "forma" y "fondo", seguiremos embotellados en la dialéctica de la botella, usando comillas y negando, según el caso, la "libertad" o la "perfección". D E LAS A N T O L O G Í A S C O M O J U I C I O FINAL LA POESÍA es juicio, ya en el poema: conciencia recreable, y por eso sin fin. Pero las antologías son recibidas como el Juicio Final, que es el cese del juicio: el cese del poema, convertido en cosa de la cual se habla pero ya no escuchamos. Si el poema es habitable y vivo, recreable por la lectura, lo seguimos haciendo, continuamos la obra del autor. U n poema n o es u n objeto: es u n programa de actos labiales, dentales, visuales, respiratorios, cerebrales, asociativos, espirituales. Juzgarlo n o p u e d e ser suspenderlo sino actuarlo, vivirlo, reconocernos a nosotros mismos expresados en esa actuación que , tanto por parte de nosotros, como del poema, puede ser insincera, inepta o sim­ plemente irrealizable. Negarse a ser lo venidero que todo auténtico poema espera, esa posteridad viva que empieza desde la creación (porque al poeta se le adelantan las palabras que se le ocunen y que sólo va leyendo después, aceptando o rechazando después, aunque sea sólo u n instante después), es negarse a la poesía misma. Todo Juicio Final se excomulga a sí mismo del poema, está hablando solo, fuera de lugar, y deja al poema hablando solo. Hay que desmitificar las antologías, convertir ese deseo y terror del Juicio Final, en buen juicio dialogante, para no acabar sumisos a esa injusticia inherente, benévola o terrible de la Posteridad Absoluta. Pero no depende de uno solo. La sumisión está en el ambiente. Nuestros pequeños dedócratas literarios surgen de las expectativas colectivas. En cuanto se deja de creer en que hay auténticos lectores (y hay tan pocos) ¿en qué se va a creer sirio en el Dedo Señalador? Desde esta perspectiva, hacer crítica pertenece a la peor especie de acto surrealista: sacar el D e d o y tirar contra la multitud. Lo pide el inconsciente colectivo, si n o la porra (¡A comprometerse, valientes! Juicios! ¡Nombres!). Acaban por creerlo los críticos. (El mejor libro del mundo publicado la semana pasada fue El acabóse.) Y aquí estamos: comentando no La poesía mexicana del siglo xx, ni siquiera la selección y el prólogo de Carlos Monsiváis, sino el clima en torno a la antología. Aunque no queramos dejarnos arrastrar por ese clima y basta para eso para n o dejar que el comentario a los ojos de los demás se convierta en someter un Jui­ cio Final a otro Juicio Final, hay que empezar por reconocer que esas trompetas del Día del Juicio presiden tanto los temores de Monsiváis ("dada la voraz crítica del ambiente literario de México") como los temores a Monsiváis. Y que eso es además lo que parece importar: n o la poesía mexicana del siglo xx o el interés de sus posibles lectores. Según Monsiváis, el prólogo es para "convencer al lector de que el antologo tiene un punto de vista propio"; y la selección de poemas para "demostrarle al lector el grado de objeti­ vidad y falsedad de ese punto de vista". Y para eso (para que lo juzguen) le pide al lector que pague 110 pesos y lea 900 páginas. Desde el punto de vista del lector más interesado en la poesía que en hacerle u n Juicio Final a Monsiváis, la antología es excelen­ te, mamotrética y costosa. ¿No hubiera sido mejor hacer dos edi­ ciones, una más cara, para regalo, y otra más barata? ¿No hubiera sido mejor limitarse a 600 páginas? Entre González León (1862­ 1945) y Torres Bodet (1902-1974) hay una diferencia de cuarenta años de edad, y la antología incluye quince poetas de ese periodo. Entre Torres Bodet y Aridjis hay treinta poetas incluidos e n un periodo casi i g u a l . ¿ C o r r e s p o n d e esa d e s p r o p o r c i ó n a u n a duplicación real del número de poetas, o sucede simplemente que el primer periodo está mejor decantado? Por ejemplo, el segundo periodo empieza con siete poetas de los nacidos entre 1903 y 1905: Cuesta, Efrén Hernández, NancUno, Villaurrutia, Novo, Gutiérrez Hermosillo y Usigli. Suprimir a cinco, y dejar únicamente a Novo y Villaurrutia, no sería lamentable des­ de el punto de vista de la lectura, y hubiera aligerado la antología. ¿Sería esa decisión lo mismo que mandar cinco poetas al infierno? ¿Eso —el infierno— es la exclusión de otros poetas nacidos entre 1903 y 1905? Ricardo López Méndez, Gabriel Méndez Planearte, Solón Zabre, Clemente López Trujillo, Enrique Carniado, Joaquín Cacho García, Miguel N. Lira, Luis A. Cervantes, Anselmo Mena, Jesús Flores Aguirre, Enrique Cordero, Noé de la Flor Casanova, Miguel Ángel Menéndez, Arturo Rivas Sainz... La antología pudo haber tenido menos bulto con una decan­ tación más uniforme, con la exclusión de poetas de menos de cua­ renta años y con una selección más estricta de poemas. También eliminando la síntesis cronológica (82 páginas): el prólogo resulta más interesante desde u n punto de vista informativo. Pero supongamos el caso de u n lector que no se espante del bulto, ni del precio, ni del aura feroz en torno a la antología. ¿Qué va a encontrar? Por lo pronto, muy poca ferocidad. El prólogo es una síntesis seria que arma y continúa los mejores o más comunes comentarios sobre la poesía mexicana del siglo xx, en particular los de Cuesta y Paz. La exposición está ambientada refiriéndola a la situación social e histórica de cada generación, c o n observa­ ciones atinadas, por lo general, y algunas burlas que estarían mejor si n o dependieran tanto de la provocación al "respetable" público. Burlas, sin embargo, más sanas, y hasta más justas, qu e tanto blablaísmo piadoso sobre la poesía. Si Monsiváis dice qu e hay poetas a quienes debe la justicia histórica de citar, per o n o la injusticia literaria de antologar, hace u n distingo burlón per o cierto y esclarecedor. Q u e luego incluya en la lista de no antologables a Concha Urquiza, quiere decir que n o ha leído realmente el soneto "Job". La selección de poemas es abundante y variada. Si se lee la Antología de los 50 de Arellano o La poesía mexicana moderna de Castro Leal, se tiene la impresión de que todos los mexicanos escriben igual. Lo q u e pasa es q u e e n ambos casos la poesía mexicana moderna está leída con una capacidad muy circunscrita de lectura. Castro Leal sabe leer muy bien ciertas cosas, Arellano otras. Y como no ven sino "eso" (lo que saben leer) hasta en poe­ tas en los que "eso" no viene al caso, dan una imagen monótona de la poesízfmexicana, o peor aún, la juzgan en descenso, porque ya n o ven "eso" en ninguna parte. La capacidad de lectura de Monsiváis es más amplia. Aprecia poemas tan distintos y tan poco antologados como "Salambona" (Reyes), "Con un poco de olvido" (PÍacencia), "El mar" (Leduc), "El viaje" (Pellicer), "Never ever" (Novo), "El presidente" (Her­ nández Campos), "He aquí que estamos reunidos" (Sabines). Sabe aceptar los lugares c o m u n e s y los p o e m a s de o m i s i ó n i m ­ perdonable. (Con alguna excepción, imperdonable, como D é ­ dalo", de Torres Bodet.) Por lo mismo que sabe todo esto, la selección decepciona aquí y allá. Ve que hay que leer a PÍacencia, Leduc, Hernández Campos, Ponce, pero luego, por ejemplo, in­ cluye de este último dos poemas que sí lo ponen como su comen­ tario en el prólogo, al nivel de Pita Amor. Estas decepciones, inevitables en toda conversación, están com­ pensadas por la seriedad y acierto del conjunto. La antología no es sólo la única, de momento, que cubre toda la poesía mexicana moderna; es, como introducción o panorama, una antología fran­ camente buena. Los que le reprochan a Monsiváis la falta de títulos para haberla h e c h o , d e s c o n o c e n que el verdadero título lo adquiere c o n la antología misma. Además, nada se gana c o n esperar que alguien tenga la autoridad necesaria para convocar a u n Juicio Final. La importancia de las antologías es la posibilidad de una relectura inteligente de un conjunto poético. Una relectura que renueve, ensanche o afine la sensibilidad poética de u n p ú b l i c o . La antología de Monsiváis c u m p l e esa posibilidad, vacante hace años. D I S P U T A B A N S O B R E Q U I É N SERÍA M A Y O R E N EL R E I N O D E L O S CIELOS A VECES se explica un poema fallido diciendo que el poeta invadió tenenos que no eran suyos, como si estuviera condenado a cierta fatalidad. Pero ¿qué le tocaba hacer? ¿Qué era lo suyo? Hace muchos años que n o se publica en México u n soneto verdaderamente inevitable. En c a m b i o , se p u b l i c a n sonetos "fatales" en el otro sentido. En los mejores poemas, hay algo como pedido inevitablemente por la sucesión de cada frase, de cada palabra, de cada sílaba: algo fatal. Si El canto a la primavera, por ejemplo, es un poema fallido, no es porque Villaurrutia ya tuviese un terreno acotado (el de la nostalgia de la muerte), inadecuado para el nacimiento de la primavera, sino porque este nacimiento en el poema es falso. No hay nada de temblor primaveral en estos versos: Decimos GÍI siloooo o en voz alta, de pronto, "Primavera", y algo nace o germina o tiembla o se despierta. O en este manoseado lugar común: La sonrisa del niño que no comprende al mundo y que lo encuentra hermoso: ¡del niño que no sabe todavía! Lo fallido es el impulso postizo, el temblor que n o lo es, la supuesta posesión fatal que es perfectamente evitable. Y esto pue­ de darse también en los "propios" temas. Se da en la teatralidad de la "Décima muerte", que en nuestro medio resultó epidémica. Docenas de poetas empezaron a "sentir" la angustia de la muerte ante la segunda G u e n a Mundial, cuando aquí no produjo muerte y ruina, sino desarrollo industrial. ¿Cómo explicar que de repente la nostalgia de la muerte se volviese una situación general en la poesía mexicana? ¿Cómo explicar que tanto poeta tuviese de pronto "necesidad" de enfren­ tarse a su "propia" muerte? El uso de la décima y del soneto hacía más obvia la imitación, pero lo esencial no era eso, sino la moti­ vación postiza, el hacer que se sentía lo que n o se sentía, que se necesitaba lo que n o se necesitaba, que se sufría cuando n o se sufría sino en forma simbiótica. (Porque la impostura llega a ser impersonación: por lo cual ciertos malos poemas de Elias Nandino o Guadalupe Amor ya n o son imitación de Villaurrutia, son la mis­ mísima falsa teatralidad de Villaurrutia: una falsa teatralidad contagiosa que se va apoderando de u n número de personas.) Todo esto empeora en términos de competencia. Si las com­ paraciones son odiosas, es p o r q u e siempre tienen u n efecto reductivo, que es una injusticia de partida. ¿Qué es más, una mon­ taña o una nube? La cuestión es absurda a menos que reduzcamos la montaña y la nube a un valor común. Solidez (gana la monta­ ña), ligereza (gana la nube), brevedad tipográfica (la nube, en español), altura (según el caso). Pero ni la montaña ni la nube pue­ den reducirse a solidez, altura o brevedad. Esta injusticia se hace a ciertas obras cuando se les exige lo que n o viene al caso, por comparación con otras obras en las que sí viene. Pero lo peor sucede cuando el autor mismo, para competir, para superar, cae en la sumisión de esas comparaciones y se plantea falsas exigencias. El competidor es la forma activa del imitador. Por lo mismo, se condena a perder. Puesto que cumple fines que n o son suyos, nunca logrará lo mismo que el autor fatalmente arrastrado a problemas que empezaron por ser suyos, aunque luego se pusieran de moda. Además, para cuando tales problemas se ponen de moda, ha transcurrido u n tiempo, lo cual quiere decir q u e , e n alguna parte, alguien (demasiado o c u p a d o c o n sus verdaderos problemas para ocuparse de la moda) ya está creando algo que luego se pondrá de moda. Nunca se acaba. Sería mejor decir que todos los terrenos empiezan por estar en el aire, por n o ser sino u n vacío resbaladizo donde n o se puede poner el pie. Q u e más que hacer algo en u n terreno, lo que se hace es precisamente el terreno. La poesía está en las fronteras del hombre; es ahí donde crece, porque alguien tuvo unos problemas personales, evasivos y difíciles, sin rostro ni figura, que tuvo que configurar; porque alguien tuvo necesidades verdaderas, deseos propios, no postizos. Esta forma de hablar salva el sentido de la "propiedad". D e cada uno que ha estado a la intemperie, que se ha sentido en el aire, que ha tenido fatalmente que avanzar, porque retroceder o que­ darse ya no le daba cobijo, y que ha hecho algo válido para él y para otros, puede decirse que a él "le tocaba" hacer eso, c o m o en una especie de división del trabajo, proveniente de la historia y de la situación personal. A pesar de los que pretenden trasladar los "puntajes de bateo" y la noción de "récord" a la literatura, no hay manera de reducir la creación y su crítica a un Quién Es Más al Cerrar Esta Edición. C o m o si la creación consistiese en sepultar una pirámide bajo otra que cubre la anterior. Toda la grandeza de Octavio Paz se estrella frente a ciertos poemas que él nunca ha superado-ni podrá superar porque son otros terrenos adquiridos precisamente por esos p o e m a s . N o hablemos de la Aíuerte sin fin , porque también ese poema pade— ció del triunfalismo con que ahora se ve la obra de Paz. Hablemos, por ejemplo, del "Monólogo del viudo" de Alí Chumacero o de "He aquí que estamos reunidos" de Jaime Sabines. A Octavio Paz n o le tocaba hacer esos poemas, que hubiera sido una desgracia perder, si a sus autores les hubiera dado por pensar que después de Paz ya n o había nada que hacer. Ellos necesitaban leer esos poemas, y por eso los tuvieron que escribir, y luego resultó que hacían falta en la poesía mexicana. La obra de Paz es i n s u p e r a b l e , c o m o la d e C h u m a c e r o y Sabines: comp una adquisición definitiva de nuevos terrenos que a ellos les tocó descubrir, crear o colonizar, y que ahora todos podemos habitar. Paz no supera a Paz por crecer constantemente, porque no se queda a vivir en sus propias conquistas, en las eta­ pas "anteriores" de sí mismo. Esa anterioridad está sujeta a la misma crítica: La estación violentarlo sepulta a ¿Águila o sol? Si el crecimiento personal y todo cambio histórico fuesen una carrera de progreso unidimensional, entonces sí que n o habría más que u n señor a la cabeza (hasta de sí mismo) y otros, con mayor o menor puntaje, atrás, e n diversos grados, sobre la única línea posible, vertical o trasatlántica. Pero Octavio Paz no está aniba del cadáver de nadie ni a la cabeza de una fila de indios que va a conquistar Europa; está en las fronteras de sí mismo, que es donde todo poeta de verdad tiene que estar. La ciencia avanza (si ésta es la palabra) en las fronteras de la ciencia, la poesía en las fronteras de la poesía, la cultura en las fronteras del hombre. Y todo esto en los límites de hombres concretos que hacen caminos, porque van a partes no establecidas, porque van a establecerlas, porque las necesitan personalmente. A s í se d e s c u b r e el M e d i t e r r á n e o , q u e es otro y p e r s o n a l Mediterráneo si la necesidad fue genuina. Así se llega a las Indias, y resulta que n o son las Indias sino u n Nuevo M u n d o . T o d o espíritu libre frente a sus deseos (sus deseos reales, no sus deseos oficiales) se queda sin camino, y todo lo que ande a partir de ahí (mientras no lo domine el afán de dominio ni su espontaneidad se vuelva postiza) es creador. Cumplir con esa libre fatalidad, que es lo único digno de ser llamado propio, es también lo único digno de ser llamado lo mejor. RATINGS POÉTICOS HAY QUIENES CREEN que los ratings son esa cosa despreciable, entre tantas, de la televisión. Hay quienes creen que la fama de Efraín Huerta es cosa de los jóvenes del 68. Pero treinta años antes del 68, cuando aún no existía la televisión, El Nacional organizó u n rating poético, donde Huerta quedó entre los primeros lugares. Así c o m o ahora el auditorio vota por esa forma de poesía no reconocida que es la canción de radio, en septiembre y octubre de era el mejor poeta de México. En Efraín Huerta: absoluto amor, u n álbum de curiosidades compilado por Mónica Mansour para el Gobierno de Guanajuato (1984), aparece el cómputo final: Enrique González Martínez Carlos Pellicer Leopoldo Ramos Gregorio de Gante Francisco González León Octavio Paz Renato Leduc Gilberto Pinto Yáñez Antonio Mediz Bolio José Juan Tablada Efraín Huerta Justo A. Santa Arma Manuel Maples Arce Xavier Villaurrutia Miguel N. Lira Rafael Solana Salvador Novo Bernardo Ortiz de Montellano Alfonso Reyes 8,002 7,224 6,842 6,799 6 666 6,424 6,203 6,183 5,941 4,694 4,554 4,049 3,269 3,167 3,032 2,960 2,918 2,894 2,840 } Alberto Quintero Álvarez Gastón de Vilac José Muñoz Cota José Gorostiza Luis Rosado Vega Manuel M. Reynoso Jaime Torres Bodet . 2,800 2,572 2,539 2,689 2,674 2,609 2,532 D e la votación, destaca en primer lugar la abundancia: más de cien mil votos sobre medio centenar de poetas. ¿Habría tantos lectores de poesía? También destacan las coincidencias con los gustos del Establishment. ¿O será que el Establishment se puso a recabar firmas? Pero el activismo electoral fue ecuménico: Ramos, de Gante, Pinto, tenían sus fans, ni más ni menos que González Martínez y Pellicer. Hubo un momento en que Pinto, y no Pellicer, estaba en segundo lugar, a sólo 14 votos de ocupar el primero. P o r cierto q u e d e Pinto n o p a r e c e h a b e r rastro e n l o s diccionarios, historias, bibliografías, que apenas si recuerdan a Leopoldo Ramos (1898-1957) y Gregorio de Gante (1890-?). Fue todo un personaje, según El Quijote. Poemas, un folleto editado en 1968 por su yerno, el doctor Antonio Garcidueñas Fernández. Nació en Comitán, Chis., donde hizo la primaria militarizada. Se unió a las fuerzas Constitucionalistas. Fue herido cinco veces en 45 combates y llegó a teniente coronel de caballería. Perseguido por los delahuertistas, se internó e n Guatemala d o n d e hizo vida literaria (estrenó una obra de teatro y publicó seis libros de poesía en Quezaltenango, más otras dos e n Managua, de 1926 a 1931). Su último libro (APRA. Poemas revolucionarios), fue quemado en u n jardín público y le valió la cárcel bajo Jorge Ubico (a lo cual se re­ fiere el poema "Perdonando a u n dictador", que aparece en el Ómnibus de poesía mexicana). Q u i é n sabe cómo pudo volver a México y recibir el título de cirujano dentista en 1932; de homeó­ pata en 1937; de oftalmólogo en 1942. Fue el "Inventor de CETRO, la más grande contribución a la ciencia médica actual: n u e v o procedimiento terapéutico que borra totalmente la impotencia sexual masculina, senil o prematura." En 1929, la Real Academia Española lo nombró miembro corres­ pondiente en Guatemala. En 1936, el Comité Cultural Argentino de Buenos Aires lo proclamó miembro de honor, con privilegio retro­ activo de fundador. En 1943, fundó la Sociedad Científica y Litera­ ria de Las Casas; en 1949, la Academia Folklórica Mexicana. En 1953, recibió la Legión de Honor del ejército mexicano. Dirigió diez años La Voz de Comitán y doce El Paladín. Recibió varios premios literarios y fue nombrado miembro de innumerables academias, ateneos y centros culturales hispanoamericanos. En 1968, tenía inéditas cuatro novelas, cuatro obras de teatro, cinco de historia, leyendas y folklore de México, una de ciencia (La pala­ bra como medio terapéutico), seis de poesía y una docena de cuentos. En 1938, había vuelto a publicar libros (por primera vez en Aíéxico) : Poemas (1938), .Bronces (1942 y 1943), Exaltaciones (1946 y 1948), Balún-Canán (1961). Y fue en 1938 cuando el co­ mité encabezado por el doctor Eduardo J i m é n e z Sandoval, el doctor Fernando Furlong y el ingeniero Fernando Barbero lo pos­ tuló como sumo poeta de México. Así llegó de Comitán una carta firmada por setenta personas, que decía: Pinto Yáñez [...] ha des­ pertado en el continente entero el sentimiento de la libertad [...] En Centroamérica luchó contra los tiranos [...] Y de las mazmorras salieron versos como éstos: ¿Qué importa que la voz de mi estro vedes al mundo que me escucha con vehemencia, si hay algo en mí que encadenar no puedes: siento la libertad en la conciencia? El folleto r e p r o d u c e el c ó m p u t o d e l Nacional c u a n d o la votación iba en 3,129 para González Martínez, 3,116 para Pinto Yáñez y 3,109 para Pellicer. Por un descuido de memoria o docu­ mentación, supone que ése fue el resultado final. Y se queja: "Muy a pesar de que — p o r esos caprichos de la suerte— le negaron todo lo que a los otros facilitaron: acceso al periódico, publicacio­ nes de sus ^bras, datos de propaganda, los muchos conocedores de sus obras poéticas lo llevaron a ocupar el segundo lugar"... y el que n o se haya quejado, que tire la primera piedra. U N A A N É C D O T A IRRESISTIBLE LAS ANÉCDOTAS, c o m o el folklore, anduvieron campantes por el mundo avant la lettre: milenios antes de que la conciencia literaria las reconociera y bautizara en el siglo xvra. Por su parte, la palabra anécdota anduvo por el m u n d o desconectada del significado actual. A p a r e c e e n el siglo vi c o m o u n tecnicismo editorial: anécdota es literalmente inéditos (en plural). Sin embargo, el origen no es del todo ajeno a l o que hoy llamamos anécdota. A mediados del siglo vi, Procopio escribió una historia de las guerras de Justiniano con u n sistema de doble contabilidad: una historia oficial que publicó (y que según The Oxford Classical Dictionary es muy exacta) y una historia secreta, donde cuenta cosas escan­ dalosas de Justiniano, su familia y su corte, que no publicó. Estos inéditos circularon después como los Anékdota de Procopio. Por influencia de este caso, el título se volvió genérico. Desde fines del siglo xvi hasta principios del siglo xrx la palabra se usó (en francés, en inglés) para las compilaciones de materiales miscelá­ neos inéditos de u n personaje: obras, fragmentos, borradores, diarios, correspondencia, listas d e libros de su biblioteca, docu­ mentos, testimonios de terceros. Según The Oxford Book ofLite­ rary Anecdotes, todavía a principios del siglo xrx, J o h n Nichols publicó nueve tomos de Literary Anecdotes of the Eighteenth Cen­ tury con este sentido; pero ya la cuarta edición del diccionario de Samuel Johnson registra la nueva acepción: "It is now used, after the French, for a biographical incident; a minute passage of prívate ufe" (1773). El diccionario Robert registra la siguiente definición de Voltaire: "Les anecdotes sont de petits détails longtemps caches." Así, la situación inédita de los escritos se reconoció en las situaciones "inéditas" de una vida "editable": de interés, en primer lugar, por tratarse de quien se trata, pero también como incidentes memora­ bles. Y , e n el u s o actual de la palabra, las anécdotas s o n eso: incidentes memorables. En México, abundan las anécdotas como literatura oral, pero n o los anecdotarios. Quizá el primero fue el de Artemio d e ValleArizpe sobre Othón, aunque (significativamente) lo tuvo inédito 43 años: "lo compuse desde 1924 y lo guardé en u n o de los cajo­ nes de mi mesa de trabajo" hasta 1958, cuando lo publicó, poco antes de morir, e n Letras M e x i c a n a s . Lo reeditó h a c e p o c o la editorial Diana, que también debería reeditar un sabroso libro de 1929: El folklore literario de México, donde Rubén M. Campos, entre otros aciertos, tuvo el de incluir anécdotas literarias. En su Anecdotario de Manuel José Othón, don Artemio incluye como apéndice una larga carta de Luis G . Urbina , con recuerdos sobre el poeta potosino. Entre otras anécdotas, Urbina cuenta la siguiente (Diana, 1980, p. 146): Chucho Valenzuela cayó en cama, enfermo de gripe, en noviembre de mil novecientos. Fui a verle apenas entrada la noche. Vivía en el mismo departamento de La Revista Moderna, en una espaciosa habitación que conservaba, según la antigua muletilla, "restos de pasado esplendor", muebles de lujo. (No olvido un precioso biombo japonés de seda negra, en la que se engrifaba, bordado enrelieve,un dragón de oro.) Me detuve en la pieza anterior, para dejar mi sombrero. Oí ruido de voces acaloradas. Los amigos de Chucho, mis amigos, en torno del lecho del enfermo, hablaban precisamente de mí, o mejor dicho, de una malhadada elegía a un perro, una composición en verso libre que acababa yo de publicar en El Mundo Ilustrado. Decían pestes de la tal elegía. ¡Qué torpe asunto! ¡Qué versos flojos! ¡Qué falta de sentido del arte! Todos estaban conformes con esa opinión, menos Manuel Othón, que me defendía con su acostumbrado enardecimiento. Aguardé un instante a que pasara el chubasco, y cuando lo creí oportuno, saludé: —¡Buenas noches! Mis amigos se sorprendieron un poco, pero confesaron sus ataques. Estábamos hablando mal de ti. —Y yo el primero —Exclamó Manuel José Othón. Yo sonreí; no hay para qué subrayar que forzada y amargamente. Aparenté indiferencia. Seguimos charlando de otra cosa. Mas aquella defensa de Manuel, tan espontánea, tan cordial, fue para mí una nueva revelación de su espíritu cristiano, piadoso, dispuesto a combatir del lado del débil, a no hacer traición a su caballerosa lealtad, y, luego, a esconder la buena acción para practicar el evangélico precepto: que no sepa tu mano izquierda de la limosna que da la derecha. Al acordarme, allá por campanada de vacante, de la "elegía de mi perro", me digo: ¡No merecía la pena, claro está; pero tiene un timbre de gloria: haber sido ensalzada por el poeta de la "Noche rustica de Walpurgis"! El poema de Urbina empieza así (Poesías 1964,1, p. 131): completas, Porrúa, E N MEMORIA D E MI PERRO A Jesús Contrerus Del raído jergón en que yacía mi perro moribundo, alzó la testa, la gran testa escultórica, orgulloso y altivo, como un dios agonizante. En sus ojos, profundos y febriles, súbitamente se encendió un relámpago de amor inmenso. Mi tristeza entonces quiso asomarse a mis pupilas para dar un adiós a aquel amor sublime. Lo simpático de la carta de Urbina, es que subraya el lado noble de O t h ó n y n o se atreve a poner por escrito lo más anecdótico de todo, aunque seguramente lo contó más de una vez, porque es irresistible. Antonio Acevedo Escobedo lo p o n e brevemente e n Puertas a la curiosidad Qus, 191A, p . 214): Espíritu gremial. Allá por 1900, Luis G. Urbina perdió a su perro "Baudelaire". Tanto lamentó la falta del animal, que le dedicó un poema. El perro, antes de morir, decía razonablemente con los ojos al amo algo parecido a esto: "No tengo alma con que esperarte en otra vida." Años después contaba Urbina que al entrar por entonces en casa de Jesús Valenzuela, advirtió sin querer que sus compañeros de la Revista Moderna criticaban el poema. Sólo Manuel José Othón rebatía. Otro día, al encontrarse con éste, le dijo: —Te agradezco. Ya sé que ayer has tomado mi defensa. Y vino la respuesta más inesperada: —Es natural. ¿No ves que soy el primer poeta de México, Díaz Mirón el se­ gundo, tú el tercero, y tenemos que defendernos unos a otros? Alfonso Reyes, e n "Recordación de Urbina" (Obras, XII, p. 273), desarrolla la anécdota: Los domingos se quedaba en cama hasta muy tarde. Allí recibía a sus amigos. Asistir al petit leveróe Luis G. Urbina era unritoliterario. Hay que decirlo: era limpísimo. Resistía como ninguno aquella difícil prueba de intimidad. Sus rasgos de ingenio son proverbiales; al punto que —al igual de su risueña l^íussi s^o*€?t<i"'mcrcí^^iísjT- scsi* jgpu3„ixf¿icios cotilo oti*o suspccto más dc# su oforsi Solía decir: "Yo hago mi nido como los pájaros, con las basuritas de la calle." Amaba las vidas elementales: los gatos, los perros, se daban muy bien en su casa. Todo perro callejero tenía derecho a entrar e instalarse al pie de su cama. Desde allí, después de desayunar, distribuía el pan sobrante entre sus perros. Y luego recitaba no sé qué versos pintorescos, que decían entre otras cosas: "Todos se van alejando." Y era curioso ver que los perros, al escuchados, se iban alejando. Más tarde, en los días de su mayor pobreza de Madrid, lo vi recoger un can errabundo. Para la muerte de su perro "Baudelaire", acaecida antes de los sucesos que refiero, había tenido versos y lágrimas. Ya ha llovido mucho y puedo narrar lo que me contó. Sus versos al perro fueron agriamente comentados por sus compañeros de la Revista Moderna. Él se dio cuenta sin querer, entrando un día a casa de Jesús Valenzuela, otro que también tenía su puerta abierta y que, éste sí, apenas se levantaba ya de la cama por las dolencias que acabaron con él. Luis, cuyos pasos se disimulaban en la alfombra, no pudo menos de oír todo lo que se decía en torno al lecho de Valenzuela. £1 único que lo defendía con su voz cascada era Othón, que casualmente pasaba unos (fias en México. Luis se retiró de puntillas sin hacer sentir su presencia. Al otro día se encontró con Othón: —Te agradezco —le dijo—. Ya sé que ayer has tomado mi defensa. Y aquel gran niño le contestó: —Es natural. ¿No ves que soy el primer poeta de México, Díaz Mirón el segundo, tú el tercero, y tenemos que defendernos unos a otros? Alguno de los que asistieron a aquel festín de prójimo va a enterarse, al leer estas líneas, de lo que seguramente ignoraba, y va a admirar con nuevas razones la discreción de Luis G. Urbina, cuya regla de conducta era ésta: "No salir de mi serenidad." (Quizá, a pesar de la discreción de Urbina, la anécdota dio la vuelta al m u n d o y tuvo d e s c e n d e n c i a francesa. N u e v e a ñ o s después, e n el homenaje de Picasso al A d u a n e r o Rosseau, el maestro «¿ijf.ensalzó al cubista con u n elogio mutuo: "Nosotros somos los mayores pintores de la época. Tú en el género egipcio, y o en el moderno.") Han desaparecido los cafés, las tertulias. Se dispersan las per­ sonas, proliferan los grupos, que rara vez duran mucho. La historia de la literatura mexicana está por escribirse. Si alguna vez se intenta, n o faltarán textos impresos y hasta algunos archivos. Pero nada asegura la continuidad oral. Artemio de Valle-Arizpe, Rubén M. C a m p o s , Antonio A c e v e d o E s c o b e d o , Alfonso Reyes, han tenido la valentía de no subestimar este lado de la historia literaria, d o n d e es fácil empantanarse e n el c h i s m e . ¿No habría q u e organizar, grabadora en mano, una recolección sistemática entre los viejos de la tribu; entre los descendientes, amigos, conocidos, discípulos, de escritores ya muertos; entre los participantes, que seguramente quedan, de revistas, editoriales, imprentas, librerías, organismos que hicieron historia? ESPEJOS DEL PEN CLUB ¿DÓNDE se conocieron Villaurrutía y Lawrence? En una reunión del PEN C l u b d e M é x i c o , el a ñ o e n q u e G e n a r o Estrada lo f u n d ó ; cuando este buen samaritano ayudó a Lawrence (enfermo y sin u n centavo, lejos de su patria) y lo invitó a una cena del PEN. D e aquella reunión, seguramente hubo distintas versiones e n la conversación y e n la memoria, pero Lawrence dejó la suya por escrito. Cuando Villaurrutia la leyó, también dejó la suya, también por escrito y también despectiva. M e entero de sus juicios en una cascada de espejos: Leo las Cartas de Villaurrutia a Novo (Instituto Nacional de Bellas Artes, 1966), editadas por Antonio A c e v e d o E s c o b e d o , miembro del PEN, como Villaurrutia, como Novo, como Lawrence, c o m o Huxley. En abril de 1936, desde N e w Haven, Villaurrutia escribe: Leo ÍES caitas de D. H. Lawience editadas y prologadas por Huxley. El 29 de octubre de 1924 desde el Hotel Montecarlo, calle de Uruguay, escribe: Genaro Estrada of the PEN Club called on me —fot and bourgeois but nice and Tm in fbr a supper at the Oriental Café on Friday evening to meet the Pens. Don 't líke the thougbt of it one bit. Fue entonces —helas!-— cuando conocí a Lawrence. Tenía la cara de Cristo; y el pelo, y sobre todo la barba que lo besaba, de Judas. U N BECKETT D E S C O N O C I D O N o MUCHA GENTE sabe que Samuel Beckett escribió los siguientes versos: Evenings of beatitude, even the book forgotten, because the soul dissolves lapped in quietude. Evenings when eveiy sound lies sleeping. Evenings when the least seem anaesthetized, all the garden flowers, shadow more shadowy and the oíd manor more deserted. Evenings when the least creak of ftirniture were a profanation of absurd cacophony and impious intrusión Evenings when the house's door is fast closed and the soul's open. Evenings when the quiet vane on the steeple turns, numbed, no more, and, entire like perfume, silence is inbreathed. Algo tienen que ver con estos otros de Two poems & Quatre poemes: cher instant je te vois dans cerideaude brume qui recule oü je n'aurai plus á fouler ees longs seuils mouvants et vivrai le temps d'une porte qui s'ouvre et se renferme I...] Que ferais-je sans ce silence goufíre des murmures Pero más todavía c o n los versos de u n oscuro boticario dé Jalisco, admirado por Ramón López Velarde y todo buen lector: Tardes de beatitud en que hasta el libro se olvida porque el alma está diluida en un vaso de quietud. Tardes en que están dormidos todos los ruidos. Las tardes en que parece que están como anestesiadas todas lasfloresdel huerto, y en que la sombra parece más sombría, y el caserón más desierto. Tardes en que se diría que aun el crepitar de un mueble fuera una profanación de absurda cacofonía y herética intromisión. Tardes en que está la puerta de la casa bien cerrada, y la del alma está abierta... Tardes en que la veleta quieta en la torre no gira y en parálisis se entume, y en que el silencio se aspira íntegro como un perfume. Sí, se trata de u n Beckett desconocido: el traductor de Francisco G o n z á l e z L e ó n (y m u c h o s otros p o e t a s m e x i c a n o s ) e n An Antbotogy ofMexican Poetry, edited by Octavio Paz, translated by Samuel Beckett, preface by C. M. Bowra, Indiana University Press, 1952. Pero ¿qué opinan los lectores del verso que se repite ("Evenings w h e n the least")? En el comienzo de la tercera estrofa, parece errata. Curiosamente, el mismo verso en español ("Las tardes en que parece") también resulta sospechoso. Si todas las estrofas empiezan por "Tardes", ¿cómo se justifica que ésta empiece por "Las tardes'? Esta variación ni hace falta ni mejora el poema. ¿No será una errata que se ha venido respetando, como si fuera u n descuido del autor? Beckett, por cierto, n o la respeta. Afortuna­ damente (a pesar de lo que se diga), traducir da mayores liber­ tades que editar. Cuando incluí este poema e n el Ómnibus de poesía mexicana, opté por sumarme al respeto d e todas las ediciones que vi. Pero n o acabo de creer que este b u e n poeta haya escrito "Las tardes"... U N POETA D E LA R E V O L U C I Ó N LA POSTERIDAD se pone nerviosa con los poetas n o fácilmente em­ paquetables. ¿Qué hacer entonces con Renato Leduc? Ha escrito tres o cuatro poemas memorables, que harían falta si llegásemos a olvidarlos, y que mostraron otros orígenes posibles de la poesía mexicana, a pesar d e q u e la "discreción, la sobria mesura, el sentimiento melancólico" eran sus notas oficiales. A partir de la amargura soez, desplegada efectivamente y con toda autenticidad poética, ¿qué nuevas zonas hubiese incorporado? La obra de Leduc anuncia esa posibilidad. La muestra suficiente­ mente, en varios casos, para hacernos desear que siga desplegán­ dose, pero la malogra casi por sistema. Leduc es u n poeta contra sí mismo: a pesar de su majadería, o escudándose en ella, n o avanza libremente, no se deja llevar hasta el final, interviene y arruina sus poemas. Pero hay algunos efectivamente logrados, frente a los arruinados por una conciencia amarga, ejercida contra el poema más que expresada e n sus versos. Afortunadamente, el paquete es posible. Puede llamarse: "poe­ tas de la Revolución". Urbina, Ñervo y Tablada, andaban en los cuarenta años de edad en 1910. Gorostiza, Villaurrutia y Novo, no habían cumplido los diez. Los primeros entran en el paquete de la Revista Moderna (1898-1903). Los segundos e n Contemporáneos (1928-1931). En medio quedan los poetas nacidos entre 1871 y 1901: nada menos que treinta años. Es fácil colocar a González Martínez (1871-1943), Rafael López (1873-1943), Roberto Arguelles Bringas (1875-1915), Efrén Rebolledo (1877-1929) y Manuel de la Parra (1878-1930) e n el primer paquete. Suele ponerse a Carlos Pellicer (1897-1977) e n el segundo. *0ónde poner a López Velarde (1888-1921), Alfonso Reyes (1889-1959), Carlos Gutiérrez Cruz (1897-1930), Renato Leduc (1897-1986) y Manuel Maples Arce (1898-1981)? A López Velarde, la Revolución le dio esperanzas frustradas. A Reyes, lo dejó huérfano de u n padre militar que pudo ser presi­ dente. Leduc fue telegrafista en la Revolución. Gutiérrez Cruz fue u n católico de hoz y de martillo ("El comunismo es implacable como la l u z . . . la auténtica doctrina de Jesús"). Maples Arce intentó una deliberada revolución poética: el "estridentismo". N o sería difícil demostrar que Pellicer es menos u n poeta de Contempo­ ráneos que un poeta de la Revolución. ¿No es ésta u n a b u e n a hipótesis d e trabajo, digna d e ser investigada por algún profesor norteamericano becado para el caso? Hay que hacer el paquete, hay que hacer algo, para que n o se pierda de vista al poeta de "Noches", "Temas", "El cumplido funcionario", el soneto del tiempo, el final del soneto "de amargas reminiscencias" y otros versos. EL BRINDIS D E L B O H E M I O ¿ C Ó M O EXPLICAR q u e "El brindis del b o h e m i o " se e x c l u y a d e antologas donde está, por ejemplo, el "Nocturno a Rosario"? 1. Menéndez y Pelayo hace lo mismo. Mejor dicho: las anto­ logías "cultas" h a c e n lo mismo q u e M e n é n d e z y Pelayo. Y la Antología de poetas hispanoamericanos recoge el Nocturno e n 1893, veinte años después del suicidio de Acuña, pero veintidós antes de que se escriba el Brindis. 2. Además, el Nocturno es el anuncio público de u n suicidio, que se cumple. Y, por si fuera p o c o , es el fin deslumbrante de una gran "promesa". D e los 19 a los 24 años, Acuña se hizo conocidísi­ m o en los medios literarios. Fundó la Sociedad Literaria Netzahual­ cóyotl, perteneció al Liceo Hidalgo, estrenó una drama, elogiado por Altamirano, publicó en El Renacimiento, El Libre Pensador, El Federalista, El Domingo, El Búcaro, El Eco de Ambos Mundos. Se comprometió decididamente a favor de la izquierda del momento. Imagínese el efecto de un suicidio, para el cual, según parece, había invitado a Rosario. Último detalle espectacular: la n o c h e anterior (paseando por la Alameda) citó a J u a n de Dios Peza, para que al día siguiente fuera a su cuarto de estudiante, en la Escuela de Medicina, donde el famoso "poeta del hogar" se llevó el susto de su vida, encontrándolo muerto. Esta relación fatal con Rosario (que seguía desdeñándolo medio siglo después: "un ateo, u n vicioso, u n infiel", 1924) también sirvió a su renombre, por inclusión e n la "antología" de poetas que la cortejaron: nada menos que Manuel M. Flores y el Nigromante, entre otros. 3. En cambio, Aguirre y Fierro publica su único libro (Sonrisas y lágrimas), los 55 años (1942) ¡y e n Aguascalientes! La extraordinaria difusión del Brindis (escrito "en el destierro, 1915") fue por vía popular: declamado más veces que impreso. Aguirre n o era u n hombre del Establishment literario. Y , evi­ dentemente, n o podía serlo: no entendía de qué se trataba, a qué jugaban, qué estaban haciendo, por ejemplo, López Velarde y Reyes, que eran de su edad. Gracias a lo cual, anacrónicamente, pudo hacer un bonito poema del siglo xrx. ¿Un bonito poema? Sin duda alguna. Por eso las explicaciones anteriores son de historia y sociología literaria, no de calidad. C o n criterios de lectura, no de renombre, es imposible ver en qué sen­ tido el "Nocturno a Rosario" es mejor, o siquiera tan bueno, como "El brindis del bohemio". Lo curioso del caso es que los dos poemas están emparentados: son "hijos" de la misma "madre seductora", son apasionadamente "incestuosos". C o n alguna diferencia: el bohemio brinda, contra las otras, por la mujer que "siente que mi ausencia es un fuego que calcina" (su madre); mientras que el suicida se dirige a la mujer que parece darle u n sentimiento de culpa, por traición a su madre ("las formas de mi madre se pierden en la nada y tú de nuevo vuelves en mi alma a parecer", "pensaba y o en ser bueno, por ti, n o más por ti"): una traición q u e pide ser perdonada c o n el d e s e n l a c e feliz d e u n a s o l u c i ó n triangular ("y e n m e d i o d e nosotros, mi madre como un Dios"). Sin e m b a r g o , las verdaderas diferencias s o n literarias: el "Nocturno a Rosario" es un poema inepto y machacón, "El brindis del bohemio" es u n poema que se deja leer. 1. ¿Qué palabras sobran en el Brindis? Muy pocas. En general, s o n pertinentes y cumplen, a veces m u y bien. En c a m b i o , el Nocturno está lleno de palabras que no añaden nada. Ejemplo de acertada economía verbal es: El humo de olorosos cigarrillos simbolizando, al resolverse en nada, la vida de los sueños. N o hay nada comparable en el Nocturno, fanagoso y reiterativo (decirte que te adoro, decirte que te quiero; que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro; comprendo que tus besos, comprendo que en tus ojos; qué quieres tú que yo haga, qué quieres tú que yo haga; los dos una sola alma, los dos un solo pecho, etcétera). 2. Llama la atención la limpieza prosódica del Brindis, frente al tartamudeo del Nocturno. A pesar de su tono declamatorio, es casi imposible leer el Noc­ turno en voz alta con una dicción limpia. Está lleno de sinéresis vulgares: tiadoro, tiablo, Hamo. Hay que magullar las cinco sílabas de se alzaba el en tres: sial za batí. Pero se trata de una violencia que n o cumple ningún fin expresivo, que está ahí simplemente por ineptitud. C o m o esa triple a que hay que pronunciar a la carrera: en mial maaa parecer. orináis resulta íncomparauíemente supenor. A pesar a e que u n a tercera parte (la primera) está rimada e n e-o, n o resulta m o n ó t o n o , porque la atención n o está centrada e n el cumpli­ miento de u n esquema prosódico. Tiene el refinamiento de usar esa rima asonantada (propia del relato en u n romance) e n el exordio narrativo y en el primer discurso. A partir del segundo, las rimas se vuelven consonantes y variadas. Y aunque se adopta una estrofa fija de seis versos, hasta c o n u n esquema fijo de rimas (AABCCB), se evita la monotonía prosódica c o n la alternación de versos de once y siete sílabas, con encabalgamientos, etcétera. 3. El Brindis representa u n tipo de poem a más c o m ú n e n la tradición inglesa que en la nuestra: el poem a largo, narrativo, n o épico sino más bien dramático. Es más largo que el Nocturno (un millar de sílabas frente a 700) pero resulta más llevadero, por su concepción y desarrollo. Para empezar, el Brindis tiene siete personajes: el narrador y los seis b o h e m i o s . La lírica de los discursos tiene u n mínimo de variedad al pasar de un y o al otro. En cambio, hay u n solo y o obse­ sivo e n el Nocturno, que además se identifica (hasta el suicidio) con el personaje del autor. Luego esíá el desarrollo: totalmente confuso en el Nocturno y bien llevado en el Brindis. El argumento del Nocturno tiene una lógica sonámbula, quizá porque resultaba inconsciente para el mismo Acuña. Las relacio­ nes entre el discurso, el personaje que lo dice y lo que quiere hacer el autor del personaje y su discurso, son promiscuas. Por eso se enredan, no están claras y producen efectos insólitos, más bien chuscos. ¿Qué es eso de que pongo mis sienes en la almohada y cami­ no? La escena implícita, mal dicha, es: al dormir, sueño con unas formas que persigo, y después de mucho resulta que son las tuyas, río las de mi madre. O sea: te quiero más que a mi madre, como dice la canción. Lo cual, aparentemente, le daba tal sentimiento de culpa y confusión que le estorbaba para escribirlo. ¿ Q u é es eso de mi madre como un Dios? Es u n elemento esencial del p o e m a , aunque parezca un ripio accidental, inesperado y cómico. Sin ese elemento, no se puede entender el poema. Pero se queda en elemento de lógica sumergida, n o por el arte elíptico del autor, sino porque él mismo no lo sabe leer: lo acepta ahí, en la promiscuidad de un sentimiento confuso que no llega a la expresión, y que emerge de pronto, sin que parezca venir al caso. En cambio, en el Brindis, la situación edípica está bien vista y expresada. La explosión emotiva de la revelación que da fin al suspenso QPor mi Madre/ bohemios) n o está dicha por el narrador: está recogida por su testimonio. N o hay confusión entre el autor y el personaje del poema (que son varios). Además, el escenario dramático está bien escogido: nada más edípico que esa nostalgia de hombres con hombres que se ponen tiernos en una cantina, en vez de ir a buscar la compañía femenina que dicen añorar. Hasta hay, contra la monotonía de un solo punto de vista, el "movimien­ to de cámara" que empieza en torno de una mesa de cantina y sale al contexto de la noche de invierno, donde Los ecos de sus risas escapaban y de aquel barrio quieto iban a interrumpir el imponente y profundo silencio. Naturalmente, todas estas razones d e historia, s o c i o l o g í a , estilística y hermenéutica literaria, son a posteriori: n o hay más que leer ambos poemas para ver cuál es el bueno. Son razones buscadas después de cometer el desacato de incluir el Brindis y excluir el Nocturno en el Ómnibus de poesía mexicana. Para demostrar que n o fue una elección caprichosa, y mucho menos una burla a u n poema que me gusta desvergonzadamente. POESÍA D E LOS J U D Í O S ESPAÑOLES AL RATO de andar por Estambul, se echa de menos algo indefinido, mif* p n m í p n y n ü pctsir r*1íim n m n r l n a r w n w f * n n í j tiiri^t"^ f i n vpn otras mujeres en la calle. Inesperadamente, luego, se ven otras, unas gordas en paños menores, que aclaran más la extrañeza: la ciudad n o tiene u n centro, u n sistema d e circulación urbana orientador, las sístoles y diástoles de las plazas que atraen como un presentimiento de algo que desemboca, que abren un espacio que es al mismo tiempo recogimiento, que empujan luego por nuevas avenidas laberínticas, sin sentimiento de extravío. En Estambul no hay esa unidad a la que todos los caminos con­ ducen. A u n así, desorientados, preparados para lo que sea, encon­ trarse nada menos que la revista La Familia en u n estanquillo, parece el colmo, y acaba en la necesidad compulsiva de comprar­ la, de irse a u n café al aire libre para reponerse y descubrirla, porque en México nunca la abrimos. ¿A quién le puede interesar aquí? Hay unas instrucciones muy precisas sobre cómo bordar u n mantel , inserto c o m o s u p l e m e n t o . N o c a b e d u d a : los viajes ilustran. Pero también hay algo para marearse: de la mesa vecina sube u n murmullo familiar, antiquísimo, del que destaca una palaU t a a l v a l w l t i l v,aL/ailvll. En Estambul, Esmirna, Salónica, los Balcanes; en Tetuán, Tán­ ger, Marruecos; esparcidos por el Mediterráneo, hay m u n d o s lingüísticos ancestrales como éste, esporas de una segunda diás­ pora: la de los judíos expulsados de España que han conservado el español del siglo xv como su propia lengua. Mundos donde se canta el romancero medieval y el cancionero renacentista, aquél crecido por el lado bíblico y éste ensanchado con la inspiración erótica del Cantar de los cantares y las tradiciones rituales de las bodas judías. Ésta es la poesía que recoge Poesía tradicional délos judíos es­ pañoles, una antología preparada por Manuel Alvar, cuyo modelo parece ser la magnífica Poesía de la Edad Media y poesía de tipo tradicionales Dámaso Alonso. ¿Qué vale más, ese monstruo sagrado de la poesía mexicana que es Muerte sin fin o este canto de boda recogido por Alvar en Fuérame a bañar a orías del río, ai incontrí, madre, a mi lindo amigo; él me dio un abraso yo le di sinco. Fuérame a bailar a oiías del claro, ai incontrí, madre, a mi lindo amado: él me dio un abraso, yo le di cuatro. N o sabríamos decirlo. Se trata en ambos casos de ejemplares su­ premos e n su tipo. Pero la comparación n o es ociosa, porque Gorostiza es u n o d e los pocos poetas modernos que han sabido cantar canciones . Hay otro milagro, y otra intensidad, pero n o más supremacía, en su Muerte sin fin que en su "Elegía" de dos líneas: A veces me dan ganas de llorar, pero las suple el mar. Las Canciones para cantar en las barcas de Gorostiza apare­ cieron en 1925, el mismo año en que Alberti publica su Marinero en tierra. U n año antes, Machado había publicado sus Nuevas canciones, y unos años después García Lorca publicará sus Can­ ciones y el Romancero gitano. Algo andaba en el aire, quizá movi­ d o por la segunda edición de Prosas pro/anas (1901), donde Daiío agrupa una sección de Dezires, layes y canciones. Algo que n o era simple remedo populachero. Redescubrir la poesía popular a tra­ vés de Gil Vicente y otros poetas cultos del siglo xv, era ampliar la inteligencia poética moderna. Una oportunidad semejante nos ofrece la estupenda antología U C AlVoT, C u y a pUUllCdLlUIl C U Id CUlCCClUIl o C p a l l v^UalllOS CiC Porrúa es un acontecimiento. Los textos publicados hasta ahora, fuera de los pocos que él mismo facilitó a la antología de Poesía de tipo tradicionales Dámaso Alonso y José M. Blecua, son inac­ cesibles, dispersos a través de monografías especializadas. Y una forma simple de aprovechar esa oportunidad, consistiría en tener mejor oído para nuestra lírica infantil. En reconocer, por ejemplo, que el vicegongorismo novohispano, con todos nuestros respetos, y sin excluir el Primero sueño de Sor Juana, n o es de ninguna manera superior al trasplante de la poesía tradicional, viva y fresca aún en nuestras rondas infantiles. Para terminar, c o n ganas d e copiar aquí m e d i o libro, otra canción de bodas: Ni por sien navios — ni por otros mil una noche como ésta — no es de dormir. Sien navios traigo — a la oría del mar, levaldos la novia, — dejeime a folgar. Le di un pelisquito, - la hise arrebuír, una noche como ésta — no es de dormir. CANCIONERO FOLKLÓRICO DE MÉXICO hacerse e n el estudio d e la poesía m e x i c a n a . Buenos estudios críticos n o hay muchos. N o hay una sola historia recomendable. Ni siquiera está compilado todo el corpus, en muchos casos ya perdido y en otros a punto de perderse. Por eso, de lo mucho que hay que hacer, nada más urgente que el trabajo primordial de rescate. La p o e s í a c o n s e r v a d a e n l i b r o s m á s o m e n o s r e c i e n t e s (digamos, desde el siglo pasado) se defiende gracias al empeño de sus autores y editores, y al bajo costo de imprimir algunos cientos de ejemplares que, por mal que se distribuyan, multiplican las pro­ babilidades de que alguno se conserve. El riesgo está en la pérdida de casi todo lo demás, que ha circulado por medios más indefen­ sos y que n o ha llamado mucho la atención. Desgraciadamente, para este efecto, la atención suele ser acu­ muíativa. Lo ya recopilado, estudiado, apreciado, es lo que más llama la atención y genera nuevos estudios, revisiones, aprecios, desprecios, en u n proceso que parece alimentarse a sí mismo. Nezahualcóyotl, Sor Juana, el modernismo, que en vida llamaron la atención, siguen (con altibajos) llamando la atención. Pero Nezahualcóyotl n o es toda la poesía indígena, ni Sor Juana toda la poesía vüreinal. La poesía popular n o puede reducirse al corrido. N o deja de ser notable que la poesía indígena más estudiada, la que tiene mejor prensa, la que se ha prestado a estudios cada vez más profundos, sea precisamente la recopilada en el siglo xvi. ¿Da la casualidad de que entonces, por un azar providencial, se salvó lo importante? ¿O se volvió importante porque a lo largo de los siglos n o h e m o s salvado m u c h o más? D e l maratino, lengua y pueblo desaparecidos, se recogió en el siglo xvm u n poema admi­ rable, que hace pensar en toda una literatura perdida, de la que T O D O ESTÁ POR hoy n o sabemos nada. A principios de este siglo, Konrad Preuss hizo una gran recopilación de poesía cora que hasta la fecha sólo está asequible en cora y en alemán. A mediados de siglo, Vicente Mendoza recogió unas picantes canciones otomíes que dejó pu­ blicadas (o escondidas) en una revista de la Universidad Nacional de Cuyo, en Argentina. Y ¿quién ha ido a ver si los kikapús, esas treinta o cuarenta familias nómadas que quedan han sido poetas? Todo está por hacerse en la poesía indígena. Los magnos trabajos menendezpelayescos de Garibay y León-Portilla para la poesía náhuatl, más que cerrar el expediente, abren el horizonte de lo que habría que hacer para toda la poesía indígena. Cabe decir lo mismo de la poesía virreinal. Se ha hecho poco, después de los Méndez Planearte. Ni siquiera hemos aprovechado todas las indicaciones que dejaron. No hay , por ejemplo, un libro que recoja y estudie las obras de Sandoval y Zapata, uno de los grandes poetas virreinales, más o menos perdido hasta que Alfon­ so Méndez Planearte lo puso de relieve. [Ya lo hay: Obras, edición de J o s é Pascual B u x ó , Fondo de Cultura Económica, 1986.] Y cuánta poesía de interés no habrá que ellos no encontraron, o ni siquiera buscaron. Por ejemplo: poesía censurada en los archivos de la Inquisición. i a poesía popular esia en ei mismo caso, con una agrávame. ía miopía cultural. Hay formas de poesía que ni siquiera se consi­ deran poesía, y por lo mismo n o reciben la menor atención. Cuan­ do pensamos que a la gente no le interesa la poesía, pensamos en los libros de p o e m a s que n o v e n d e n más que cientos de ejemplares. N o e n los millones de aparatos de radio donde se escucha a todas horas poesía (cantada); ni en los millones de discos y de cintas; ni en los millones que cantan a solas o en grupos; ni en los novios que "tienen su canción"; ni en todos los q u e v e n a l g o d e su e x p e r i e n c i a d e la vida e n u n o s v e r s o s populares, que dice el dicho, la oración o la canción. También esta miopía se alimenta a sí misma: lo n o estudiado ni apreciado n o llama la atención, n o parece digno de volverse obje­ to de un trabajo serio. Todo está por hacerse en el estudio de la poesía popular, empezando por lo más urgente: por una recopi­ lación hecha con toda la seriedad crítica que merece. Lo primero que llama la atención del Cancionero folklórico de México es, precisamente, la seriedad crítica. Nunca jamás se había tratado así a la poesía popular de México. La publicación de la obra en cinco grandes tomos, por el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios del Colegio de México, bajo la dirección de Margit Frenk, es u n acontecimiento historioeráfíco, digno de compararse c o n obras m u y distintas pero también capitales c o n respecto a la p o e s í a m e x i c a n a : Poetas novohispanos de Alfonso Méndez P l a n e a r t e (tres t o m o s p u b l i c a d o s d e 1942 a 1945 p o r la Universidad Nacional) y la Historia de la literatura náhuatl de Ángel María Garibay (dos tomos, 1953,1954, Porrúa). El Cancionero es una recopilación en la cual intervino medio centenar d e personas; Poetas novohispanos es u n a antología crítica, copiosamente anotada, en la que u n solo hombre saca a la luz y pone de relieve dos siglos ignorados de la poesía mexicana; la Historia de la literatura náhuatl, también de u n solo hombre, presenta materiales desconocidos o inéditos en español, pero sobre todo establece de una vez por todas que existe la literatura náhuatl. Se trata de obras diferentes en muchos sentidos, pero son comparables por la sacudida nistoriosrarica que dan a las visiones simplistas de h poesía mexicana. A u n q u e h o y nos parezca increíble, antes de Garibay había gente seria que n o estaba segura, ya n o digamos del valor, sino de la existencia de la poesía náhuatl. Polémicamente, dice Garibay (I, 60): "No perderemos aquí el tiempo en probar la existencia de la poesía e n los pueblos de habla náhuatl. El movimiento se d e ­ muestra andando [... Si] un lector en su juicio no queda conven­ cido de la existencia de la poesía, lo dejaremos tranquilo en sus vanas convicciones". D e la misma manera, hubo gente seria que redujo la poesía virreinal, y sobre todo el siglo xvii, a Sor Juana; simplismo que la antología de Méndez Planearte destruyó para siempre, y de manera semejante: andando. En el caso, del Cancionero, la operación es parecida. Nadie puede poner e n duda la existencia de coplas y canciones que todavía se cantan. Tampoco el hecho de que gustan, aunque ahí empiezan los problemas. ¿Gustan como gusta la comida, la deco­ racióa? ¿Se trata de textos dignos de estudio literario? También aquí, el movimiento se demuestra andando: la calidad de la edi­ cion es ei mensaje a e IU q u e se merecen. Siempre ha sido u n problema la organización del material folklórico. En la poesía que pudiéramos llamar "de autor", la ordenación cronológica de poetas y poemas tiene ventajas tan obvias que se ha vuelto la norma de referencia, hasta para inventar excepciones interesantes. C o m o aquella curiosa antología, The poet's tongue, que Auden organizó omitiendo los nombres d e los poetas y poniendo todos los poemas por orden alfabético d e los primeros versos, como si fueran material anónimo. C o n la poesía folklórica, uno quisiera hacer la operación inversa. Aunque no es, rigurosamente, poesía "de autor", tampoco es reflejo de un topos uranios folklórico intemporal: cada copla (aunque sea modifi­ cación de otra) se produce históricamente por obra de una per­ sona concreta, aunque nadie registre la fecha, el lugar, ni el autor. Si tuviéramos esa información, tendría muchísimo sentido orga­ nizar el material en función de autores y fechas. Pero la informa­ ción n o se tiene por razones "culturales": los autores anónimos llegan a serlo, ante todo, porque n o se ven a sí mismos, ni son vistos, como dueños de una propiedad intelectual respetable y digna de registro. ¿Cómo organizar un material del cual no se tiene autor ni fecha? Vicente Mendoza (La canción mexicana) establece unas 300 clasi­ ficaciones, que tienen sentido c o m o análisis posterior, pero n o como criterio de ordenación. Una misma canción puede ser simul­ táneamente del siglo xrx, octosilábica, de novio desairado, de tipo jaiisoense, a e arrieros, a e v^oiima y a e aliento entrecortaao. ¿en qué cajón ponerla? Una solución muy simple, quizá la única digna de competir en claridad c o n la solución imposible (por orden cronológico), hubiera sido el orden alfabético de primeros versos. La solución del Cancionero se exige mucho más (quizá dema­ siado), y sin embargo resulta de una arquitectura intelectual clara y elegante, que por sí misma ofrece análisis "posteriores" de interés. Por ejemplo nunca nos hubiéramos imaginado que las coplas de amor feliz fueran tan numerosas c o m o las de amor hostil o desdi­ chado. (Quizá estas últimas predominan en la ciudad, polo del desarraigo, la ambición y el amor imposible.) La ordenación del Cancionero es de espíritu semiológico: des­ compone las canciones en coplas y establece una estructura de oposiciones por el contenido de las mismas. (Por lo tanto n o resulta aplicable a las canciones narrativas y a las canciones que en vez de ensartar coplas que son poemas sueltos, se despliegan como u n solo poema sin partes separables.) Las coplas de amor se d i v i d e n e n serias y h u m o r í s t i c a s ; d e e x p r e s i ó n p e r s o n a l o impersonal; líricas, sentenciosas o narrativas; coplas en las que él se dirige a ella o habla de ella o de ellas; y luego (por ejemplo en las coplas del amor feliz en las que él habla con ella) en conte­ nidos básicos: coplas que esencialmente dicen "eres hermosa", frente a coplas que esencialmente dicen "te amo", etcétera. La estructura n o es (ni puede ser) perfecta, y, c o m o experimento, más bien sorprende hasta qué punto sí funciona. Los cajones resultan de u n tamaño razonable (de una copla a una docena); pasan razonablemente la prueba de que las coplas que contienen encajen bien en ese y (en la mayor parte de los casos) sólo ese ca­ jón; y, lo más notable de todo, la vecindad de coplas que dicen "lo mismo", e n vez de cansar, adquiere interés de lectura, como una serie musical o de cuadros sobre un tema. El sistema para registrar las variantes de una misma copla es ingenioso y económico, aunque pierde ese interés de lectura. Hay todos lo elementos para reconstruirlas, pero n o se imprimen completas, lo cual hubiera multiplicado las tres mil páginas de la obra. Las variantes y toda la información adicional posible sobre cada copla aparecen al pie de las páginas. Al final de cada tomo viene u n índice de primeros versos de las coplas, un índice de las canciones de donde fueron tomadas y una bibliografía. El tomo final está f o r m a d o por u n a serie d e índices adicionales q u e enriquecen el aparato crítico. Cosa notable: la buena presentación tipográfica convierte lo que, con mucha facilidad, se hubiera vuelto un mamotreto apara­ toso, en u n libro de lectura agradable y donde destacan las coplas, n o el aparato. Sin embargo, hay que decir que no es un cancione­ ro "funcional": no sirve para cantar. Con este fin, una clasificación interesante hubiera sido por cajones melódicos: clasificar las coplas de acuerdo con las melodías en las que pueden encajar. Los préstamos de coplas de unas canciones a otras tienen mucho que ver con esta característica, y el fenómeno es reconocido cuando se c o m p o n e n letras (parodias , por ejemplo) para cantarse c o n la música de canciones conocidas. Esto n o quiere decir que el Cancionero sea un simple archivo, la primera edición hecha con toda seriedad crítica de este corpus de coplas, lo cual es más que suficiente para celebrarlo. Si n o es un libro práctico para cantar, es una maravilla para leer. Las coplas que reúne son u n tesoro de la poesía mexicana, por su valor poético, n o sólo por su interés folklórico. U n b u e n lector de poesía, que sepa apreciar no sólo la corola perfecta, sino el follaje que la acompaña, puede darse gusto en miles de páginas. En Margit Frenk se da ese gusto, unido al arte de cantar, a la eru­ dición filológica, al trabajo de campo y a la minuciosa edición crítica. Se trata de una rara conjunción, que sería mucho pedir si hubiera que pedirla, pero que a la vista del Cancionero folklórico de México hay que celebrarla. ¡Qué buena suerte de la poesía mexicana! MARINERO QUE SE FUE A LA MAR QUIZÁ porque estamos sumergidos en el folklore (desde los gustos de cocina hasta los actos presidenciales), n o prosperan en México los estudios folklóricos. ¿Cómo alejarnos de nosotros mismos? ¿Cómo abarcar algo tan múltiple y disperso? ¿Cómo reunir los mil talentos literarios, musicales, teatrales, coreográficos, culinarios, psicoanalíticos, antropológicos, historiográficos, bibliográficos, de registro, de archivo, de levantamiento de encuestas? En u n pueblo de tantos, Vicente T. Mendoza y Virginia Rodrí­ guez Rivera recogieron material para un libro notable: Folklore de San Pedro Piedra Gorda, Zac. (1952). ¿Cómo sería u n levanta­ miento de toda la república y con mayores exigencias, puesto que ahora se supone que somos más científicos (estructuralistas, mar­ xistas, cuantificadores) y además disponemos de aparatos (graba­ doras, computadoras, videocintas) que nadie tuvo entonces? Pero los estudios folklóricos parecen m e n o s elegantes que hacer la enésima traducción de T. S. Eliot, organizar un seminario de cantinflismo semiótico o demostrar científicamente que Darío era u n intelectual orgánico del capitalismo dependiente (hasta 1979, cuando el avance de la ciencia permitió ver el rostro sandi­ nista d e D a r í o : ese gran e m a n c i p a d o r d e nuestros p u e b l o s , compañero de Martí). Por eso hay que agradecer este Marinero que sefue a la maree Iilian Scheffler (Premia, 1982), una recolección de juegos infantiles, cuyo mérito principal es el trabajo de campo. La autora, como ya es común, desgraciadamente, n o parte de la excelencia alcanzada por sus antecesores (los Mendoza-Rodríguez, los Frenk-Alatorre), para avanzar a partir de ahí. Pero el material es valioso. Paradójica­ mente, mieníras la calidad universitaria retrocede, la poesía popu­ lar conserva su excelencia y hasta despliega una vitalidad sorpren­ dente, como en este juego de sorteo recogido en Querétaro (1981): En un árbol de aguacate me encontré un jabón Colgate. —¿Te quieres bañar con él? —Nel. —Alza la capa y escápate tú. Son versos de u n rara perfección. La audacia de terminar con una rima fortísima que no rima. En todo caso, que n o rima en la vocal ú sino en la consonante t, y más sutilmente en una especie de rima oculta que salta al oído suprimiendo la tí y las e: En un árbol de aguacat me encontré un jabón Colgat siliZici 1*I cs-psi y ciscjsipsitHt Esta rima es todavía más fuerte si consideramos el golpeteo de la aliteración con que empieza el tercer verso, repetido al final: Colgate- ¿Te escápate tú Golpeteo que resuena con otros paralelismos prosódicos: Enún men bol bón bañar ca con Col quie co nel? —Nel. capa yescápa Todo está hecho como un redoble de tambores que crea un sus­ penso y hace culminar las percusiones en la explosión del tú, con gracia maestra y hasta funcional, porque se trata de un juego de sorteo, que culmina en señalar al que le toca: tú. Lo cual, de paso, sugiere que el verso final debería transcribirse en caos lineas: —Alza la capa y escápate... tú. Por si alguien tiene la beatería de escandalizarse ante la palabra Colgate, y se deja arrastrar por la vulgaridad de qué frágiles son nuestras tradiciones frente al embate de la cultura trasnacional, hay que decir, por el contrario, que nada muestra mejor la salud d e esas tradiciones, c a p a c e s d e digerir y asimilar elementos extraños. La misma libertad puede observarse en la poesía culta. Dice López Velarde: Metías en el coche los canarios, la máquina de Singer, la maceta, la canasta del pan... Medio siglo después, esta libertad es menos libre en u n poema universitario: Cada vez que me sabes a Colgate, pienso en las estrellas de cine, pobrecitas, con lo que me gusta el café. Este p o e m a , q u e dejo a n ó n i m o c o n permiso del autor, es inferior al verdaderamente anónimo en gracia y maestría. Quizá por una confusión entre la conciencia del y o que habla e n el poema (de una experiencia amorosa) y la conciencia del autor, q u e se da cuenta del p r o b l e m a e n q u e se mete (lingüístico: mezclar palabras extranjeras; poético: hablar de marcas comerciales conocidas; político: expresar una experiencia trasnacional cuidando de mostrarse anti y por encima). Resulta vulgar, y n o por el cruce de erotismo con residuos higiénicos o alimenticios (que, bien logrado, sería lo de interés poético), sino por el rollo anti Hollywood, anticomercial. En cambio, el poeta anónimo se^ápropia del jabón Colgate c o n tanta libertad c o m o López Velarde de la máquina Singer. Lilian Scheffler nos debe el nombre de ese admirable poeta (y de todos los que pueda conseguir). N o hay poetas anónimos: hay poetas no reconocidos, autores que atropellamos en sus derechos autorales. Un avance posible de los estudios folklóricos sería reco­ nocer el genio individual dentro del arte que parece anónimo. N o es imposible. Miguel León-Portilla logró reconocer autores indivi­ duales en u n corpus indiferenciado de poesía náhuatl. La dificul­ tad filológica es muy grande, pero la mayor está en tratarlos como iguales: dejar de verlos reducidos a montón. N o hay poesía colectiva, si por esto se entiende la obra de u n sujeto llamado Colectivo que se inspira, coge u n lápiz y sé pone a escribir. Y si se entiende u n corpus de poemas con formas, tópicos y tratamientos comunes, que se trasmiten socialmente, como una tradición, ni Mallarmé ni nadie ha hecho otra cosa que poesía colectiva. El material folklórico suele ser visto como impersonal y eterno, cuando todo lo que pasa es que no sabemos quiénes y cuándo lo compusieron. Suele estudiarse c o m o la vegetación: con tratamien­ tos clasificatorios, geográficos, estructuralistas, sincrónicos. Así la historia literaria se mueve entre dos extremos: la ficha individual de los grandes autores y la presentación ahistórica del folklore. Hay que cerrar esa bifurcación. En el caso de la literatura de autor, sería bueno moverse en la dirección opuesta: estudiar la vegetación autoral. Una historia de la literatura mediocre, por ejemplo, sería fundamental para entender el fenómeno literario en su conjunto: qué se considera elegante, vanguardista, clásico, de­ cente, de izquierda, de buen gusto; cómo se difunde el buen gusto y la decencia, cómo cambian los convencionalismos y esnobismos. Para entender y superar la bifurcación, serviría m u c h o una historia dé la conciencia autoral: qué elementos de un texto (por ejemplo: subtítulos, puntuación) se consideran hasta qué época no autorales, modificables por el impresor o el editor; qué ideas, qué formas de decir las cosas, se consideran de nadie, aprovechables sin dar crédito alguno, y cuáles, dónde, cuándo, cómo, se respetan como obra ajena; qué ha sido historiable y qué n o en las historias de la literatura, de la filosofía, de la ciencia. Gracias a las computadoras, la investigación epidemiológica (que parece lo más opuesto a la medicina personal) ya n o se arre­ dra de hacer listas d e todas las personas que tuvieron un posible contacto infeccioso , para establecer redes concretas de la tras­ misión de una nueva enfermedad entre la población "anónima". C o n mucho menos que eso, tomando las notas necesarias de los informantes, e n el levantamiento folklórico, sería posible iden— tifícar a los admirables poetas anónimos que viven entre nosotros. LÍRICA MATLATZINCA DEL primero de los Cuadernos del Centro Toluqueño de Escritores (mayo de 1983), llama la atención "Lírica matlatzinca" de Alfonso Sánchez Arteche, que recoge dos poemas recientes de este grupo indígena, casi desaparecido, fundador de Toluca en 1120. N o son más que engendros juveniles de Leticia Mejía Martínez y Laurentino M. D . , con ideas y hasta palabras tomadas del español. Pero, en vista de nuestra indolencia frente a la poesía indígena, ojalá que estos tres jóvenes toluquefíos capaces de creer que el matlatzinca está a la altura del arte, se pongan a recoger lo que quede de su poesía tradicional. A u n q u e esta lengua n o tenga u n Nezahualcóyotl, n o es de creerse que carezca de canciones, arrullos, adivinanzas, dichos, conjuros (mitos, leyendas, cuentos). Desgraciadamente, parece que los misioneros españoles no recogieron la poesía matlatzinca. Más desgraciadamente aún, parece que lo que ellos n o hicieron n o lo ha hecho nadie, en todos estos siglos. Leticia, Alfonso y Lau­ rentino tienen una oportunidad histórica, que las autoridades de Toluca deberían apoyar. POETAS DE LENGUA NÁHUATL Trece poetas del mundo azteca de Miguel León-Portilla, es uno de esos libros que hay que agradecer porque nos hacen ver lo que n o veríamos. En este caso, rostros, personalidades poéticas, e n u n corpus indiferenciado. Es lo que va de ver un montón de tepal­ cates a ver u n mundo. Hay de por medio una erudición inmensa, u n trabajo pacientísimo y u n a mirada integradora de d a t o s , afinidades y rasgos sueltos. Esta nueva etapa en la que culminan los trabajos de u n siglo de investigación de la poesía náhuatl, hace pensar en una etapa si­ guiente. La de hacer traducciones literarias modernas. Compárese cualquier versión académica de los epigramas latinos con las es­ pléndidas versiones de Ernesto Cardenal y se verá de qué estamos hablando. Sin saber náhuatl, con la misma interpretación que nos da León-Portilla sobre el pensamiento de Nezahualcóyotl, senti­ mos que en el verso No en parte alguna puede estar la casa del inventor de sí mismo hay algo importantísimo enjaulado en un lenguaje que no permite el vuelo. El poema, en el contexto de las interpretaciones, hace pensar en la angustia de u n hombre que ha superado la noción d e u n Dios-objeto apresable mágicamente en los espacios y cere ­ monias litúrgicas; en u n hombre que parece haber llegado a la noche oscura de una teología negativa: dejar a Dios ser lo que sea, el viento sopla donde quiere. (Tilomas Merton: "quienes tratan de aferrarse a Dios y tenerlo asido, lo pierden", "no respetan su liber­ tad de hacer lo que le plazca".) Y si la lectura interpretativa que hace León-#Ortilla sugiere esto, ¿no debería sugerirlo también la versión del poema? Quizá pudiera traducirse Acan (en parte alguna) huel (puede) ichan (casa) Moyocoyatzin (nombre divino que implica él-se­ inventa, como el bíblico Yahveh implica él-hace ser) por Dios no ha puesto casa en ninguna parte Acan huel ichan Moyocoyatzin No en parte alguna puede estar la casa del inventor de si mismo. Las traducciones de poesía náhuatl han suscitado curiosidad, sorpresa, desconfianza en una primera lectura. La curiosidad de llegar a un continente poético nuevo. La sorpresa de encontrarlo tan humano en nuestros propios términos. La desconfianza, tam­ bién, de si no será nuestro lenguaje lo que nos figura esa proximi­ dad sorprendente. Eso de que el hombre es yerba que florece y se seca, ¿no es una imagen bíblica, quizá infiltrada por los cristianos que han hecho la transcripción y traduccióa? Quizá para evitar esas sospechas se ha llegado al extremo contrario: evitar toda apariencia de "cristianización". Sin embargo, una cosa es la fe cristiana y otra la universalidad de los símbolos que han expresado la experiencia religiosa, antes y después de Cristo, dentro y fuera de la tradición cristiana. ¿No ha encontrado Susuki (Mysticism, Christian and Budhist) que el lenguaje místico del maestro Eckhart sirve también para expresar el budismo Zea? ¿No hay en el Gita Govinda u n lenguaje pastoral "a lo divino" semejante al Cantar de los cantares? ¿No se ha dicho también en la poesía oriental, "dientes de perla", "labios de coral"? Bowra (Primitive song) ha tratado de explicarse las sorprenden­ tes coincidencias poéticas entre pueblos primitivos nunca comu­ nicados entre sí por una afinidad esencial d e la experiencia cazadora, pastoral, agrícola, resultante de los mismos métodos neolíticos de producción. Lo cual "materializa" una tesis de Hegel sobre "la poesía lírica y el nivel de la civilización". Estas observaciones sobre la universalidad de la experiencia poética y religiosa p u e d e n tranquilizar a quienes teman u n a "anexión" cristiana de toda experiencia religiosa: la operación puede invertirse y verse como una "disolución" del cristianismo en la totalidad de la experiencia humana. ¿Por qué, entonces, negarle a Nezahualcóyotl, si eso nos permite leerlo mejor, el lenguaje d e poetas cristianos tan modernos y tan neolíticos c o m o Thomas Merton o Ernesto Cardenal? RECONCILIACIÓN CON EL MODERNISMO nuestra poesía modernista. Pasado el apogeo de su gloria y el reposo a la sombra de las devociones provincianas o académicas, parece que ha llegado el momento de leerla otra vez, con otros ojos. La Biblioteca del Estudiante Universitario ha publicado valiosas antologías que muestran la evolución de la poesía en México: Poe­ sía indígena y Épica náhuatl d e Ángel María Garibay, Poetas novohispanos de Alfonso Méndez Planearte, Poesía neoclásica de Octaviano Valdés y Poesía romántica de José Luis Martínez y Alí Chumacero. La reciente Antología del modernismo (1884-1921) de José Emilio Pacheco extiende el panorama hasta principios de este siglo. El buen gusto de la selección, el cuidado de la edición crítica, la información historiográfica y la interpretación del modernismo, muestran una empresa laboriosa y apasionada. Se trata de una investigación rigurosa, en la que se revisan las corrientes literarias, las singularidades de los poetas y las afinidades y diferencias con el modernismo de otros países. La valoración literaria se comple­ menta con la social y política de la época. La situación del moder­ nismo no se limita al contexto literario mexicano y de la lengua HAY QUE RELEER española, sino q u e ¡>c relee ucoCic el contexto universal ue la cultura moderna. Vale la pena señalar que es un joven poeta, hoy, como tantas veces, quien nos reconcilia con nuestros abuelos. Hay en esto una actitud profundamente moderna: la reinterpretación universal, la contemporaneidad universal, que ya estaba, naturalmente, en el modernismo, si sabemos releerlo y convertirlo, así, e n nuestro contemporáneo, como lo hace esta antología. El conjunto representa una síntesis cuya riqueza informativa se muestra especialmente en las biografías y notas a los poemas. Más aún: se trata d e la primera edición correcta d e m u c h o s d e los poemas que, en ediciones antiguas y recientes, contienen lamen­ tables erratas y omisiones. Pero quizá lo más valioso de esta anto­ logía es que el aparato crítico n o devora los textos: los ilumina. La poesía modernista, que teníamos por leída, nos sorprende una y otra vez aquí: resulta viva. RECUENTO DE UN AÑO ANTOLÓGICO de una pausa, reaparecen las antologías. Hemos tenido u n año de recuento poético: antologías, obras completas, reediciones. ¿Se anuncia un cambio de poderes? ¿Tomas de posesión o posi­ ción? Los libros de poesía publicados en 1966 en México pueden ser de interés para u n futuro sociólogo literario. Nos limitaremos al recuento. DESPUÉS 1. CIFRAS GENERALES Y REVISTAS Se publicaron aproximadamente quinientos libros de poesía en español, de los cuales sesenta o p o c o más en México. Casi todos éstos f u e r o n s e ñ a l a d o s e n a l g u n a p u b l i c a c i ó n . El Boletín Bibliográfico Mexicano y el Fichero Bibliográfico Hispanoame­ ricano registraron de treinta a cuarenta títulos, cada uno. Los su­ plementos culturales semanarios, de treinta a cincuenta. Las re­ vistas Diálogos, Bellas Artes y Universidad, de seis a doce. Las revistas El Corno Emplumado y Pájaro Cascabel, que se ocupan exclusivamente de poesía, ninguno. Una distribución tentativa de la producción nacional, redondea­ da a 60 títulos, sería, por editorial: 8 Porrúa, 6 Universidad, 6 Finisterre, 6 ediciones del autor, 5 Fondo, 5 Corno, 5 Cascabel, 3 Mortiz, 2 Jus, 3 Citlaltépetl, 2 Era, 2 Fournier, 1 Empresas Edito­ riales, 1 Siglo X X I , 1 Pax-Césarman, 3 otras. 2. ANTOLOGÍAS GENERALES Se publicaron cuatro antologías de la poesía mexicana moder­ na, dos de lírica medieval hispánica, una antología poética del amor y tres o cuatro de cantos patrióticos, poetas colimenses y cantos a ciudades veracruzanas. El mérito principal de la antología de la revista Pájaro Cascabel (cuyos editores, como en los cuatro casos, rehuyen la palabra antología) es que fue la primera en seis años. Desde 1960, en que se publicaron las de Max Aub, Carlos González Salas y la Revista Mexicana de Literatura, n o se publicaban antologías de la poesía mexicana moderna. La selección de poetas es generosa: 48 poetas nacidos de 1914 a 1944; lo que daría 867, si en vez de partir de Octavio Paz (1914) se hubiese partido de Nezahualcóyotl (1402). La selección de poemas se hizo de la peor manera posible: a partir de material inédito. Lo que medio centenar de poetas, de edades y obras en muy distinto grado de avance, tuviese inédito a fines de 1965, n o podía dar como resultado "el más representativo mensaje de cuanto se escribe en México", sino por u n milagro estadístico de muestreo al azar, que no se produjo. La antología de la revista El Corno Emplumado, con la misma idea de incluir material inédito y c o n veinte poetas nacidos de 1914 a 1942, no es más estricta, si se considera que las tres cuartas partes nacieron de 1932 a 1942. Los poemas se incluyen con ver­ sión inglesa. Esta antología pasó más o menos de noche, porque sus editores la escondieron en u n número que incluía también una antología nadaísta, una antología argelina, una traducción del largo poema "Asfodel" de William Carlos Williams y los nombres y direcciones de unos quinientos colaboradores. Quizá también porque la gente, cansada de maltratar la antología anterior, se estaba reservando para maltratar la siguiente. La poesía mexicana del siglo xx de Carlos Monsiváis apareció en u n momento caldeado y suscitó los comentarios más feroces. Hasta llegó a decirse que no era obra suya. Lo cual, en parte, es cierto por la "junta de sombras" de críticos anteriores que supo tomar en cuenta. Se trata de una obra inteligente, equilibrada y razonable (excepto en que tiene 840 páginas y cuesta 110 pesos). Quizá por es6, el autor sintió la necesidad de ponerle u n picante de burlas e injusticias. (Empresas Editoriales.) Poesía en movimiento (México, 1915-1966), de Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, por su calidad y por ser la última en aparecer, resulta la antología culminante de u n año de antologías. Comparada con la de Monsiváis, es inferior desde el punto de vista informativo y cubre menos poetas ma­ yores de 40 años (20 en Vez de 38). En cambio tiene a su favor la generosidad con los jóvenes (22 en vez de 7 poetes de menos de 40 años); la mejor selección de poemas; el precio (la tercera par­ óte); ciertas innovaciones (invertir el orden cronológico de presen­ tación de los poetas, incluir a Torri y Arreóla, como poetas en prosa); y el castillo de pirotecnia china y suertes deslumbrantes de u n prólogo tan hermoso como discutible, en el que Octavio Paz nos muestra cómo la generosidad tiene más imaginación y rigor que la justicia, si ésta no es otro nombre de la generosidad. Comen­ tario práctico: acuñar el concepto "tradición de la ruptura", ¿no alentará una parda poesía "revolucionaria institucional"? La sana y renovadora oposición al academismo formalista que estaba "en el poder" hace treinta años, no tiene el mismo sentido ahora que, con Octavio Paz, la revolución se ha hecho gobierno. (Siglo xxi) Poesía tradicional de los judíos españoles, de Manuel Alvar, es u n acontecimiento literario, equivalente y derivado de lo que en 1935 fue la publicación de Poesía de la Edad Media y poesía de tipo tradicional de Dámaso Alonso. (Porrúa) Lírica hispánica de tipo popular, de Margit Frenk, que recoge cantares sefardíes, jarchas mozárabes' y cantigas de amigo con el cancionero español medieval y renacentista es una maravilla. Incluye innumerables cantares que no vienen en la antología de Alonso y Blecua (donde, por cierto, se cita varias veces a Margit como autoridad en la materia). Quienes no conozcan esta lírica se llevarán una sorpresa. Ni Fray Luis ni Quevedo escribieron poesía tan refrescante. (Universidad) La antología poética del amor, de Agustí Bartra, hecha evidente­ mente para el público de Declamador sin maestro, es sorprenden­ temente mejor de lo que el título, la carátula y el pésimo papel hacen pensar. (Pax—Cesarman) 3. OBRAS COMPLETAS, ANTOLOGÍAS INDIVIDUALES Y CLASICOS La compilación de las Obras de Xavier Viüaurrutia, realizada por Alí Chumacera, Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider, es u n magnífico y oportuno servicio, sobre todo por las prosas varias y la crítica, dispersas hasta ahora. La obra recupera una visión crítica, u n cuadro importante de opiniones y, sobre todo, u n nivel de exigencia que n o debemos perder. (Fondo) La Poesía completa (1936-1964) de Neftalí Beltrán, pertenece a la estela de sonetos y décimas a la muerte que acompañó a Villaurru­ tia. Desde ese punto de vista es equivalente, aunque parezca tan distinta, a la estela de "vanguardismo" parasitario de hoy. (Fondo) Fábulas y poemas de Renato Leduc incluye más de cuarenta años de una poesía siempre frustrada y siempre fascinante, como ciertos momentos de "relajo", que, antes del "degenere", rozan y pierden una libertad milagrosa. (Imprenta Madero) Palabra de hombre (1956-1966) de Jesús Arellano es u n libro cruel. N o es bonito ver tanto amor a la poesía tan mal correspon­ dido. Sonetos como "Indómito", son de una comicidad tan inocen­ te, y tan irresistible, que nos hacen sentirnos mal. (Universidad!) Es difícil de creer que las Poesías de Mihail Beniuc, poeta ruma­ n o nacido a principios de siglo, hayan sido traducidas por María Teresa León y Rafael Alberti. Beniuc es capaz de hacer versos diciendo cuánto quiere a sus papas. Los Alberti capaces de tradu­ cir: ¡Cuan caros me son estos pobres míos! En u n arranque de ima­ ginación, Beniuc aplica el verbo arañar a la labranza. Los Alberti lo convierten en u n gerundio teletípico de la United Press: Soy hijo de pobres, humildes rumanos arañando la tierra. La poesía escolar y pueblerina d e B e n i u c n o merecía el esfuerzo del gran poeta español y su mujer. Pero el Secretario de la Unión de Escritores Rumanos ha de ser buena persona, como los Alberti. (Era) La compilación de artículos de Salvador Novo en tomos sexe­ nales, farragosos y caros (Empresas Editoriales), n o ha resultado tan atractiva como el tomo de Poesía publicado en 1961 (Fondo). Por eso hay que alegrarse de la Antología (verso y prosa) publica­ da en la Colección de Escritores Mexicanos. (Porrúa) En la misma colección se publicó la quinta edición de Poesías de Salvador Díaz Mirón. Lo cual indica que en poesía, c o m o en cine, hay público de función privada, de reseña, de estreno, de moda y hasta de "tercera corrida". Porrúa ha sabido encontrar, o crear, ese público importante y difícil de atender. Su colección Sepan Cuantos, de precio popular, reeditó en 1966 las poesías de Darío, los Salmos, la Vida nueva, la Miada y la Odisea. D o n Ángel María Garibay continúa su magnífica obra menen­ dezpelayesca al editar en seis gruesos tomos bilingües y anotados los manuscritos de la Poesía náhuatl (segundo t o m o , 1966). (Universidad) 4. LIBROS DE POETAS DE MAS DE CUARENTA AÑOS Si alguna poesía recuerda el difícil adjetivo de "la santa poesía", es la del libro ¡Oh, este viejo y roto violínf A los ochenta y tantos a ñ o s d e e d a d , L e ó n F e l i p e p u e d e darse e l l u j o d e ser descaradamente santo. Su libro es una Escala de Jacob por donde suben y bajan ángeles. Hasta los balbuceos más ineptos tienen ángel en su libro. León Felipe ha alcanzado la gracia de ser un niño soberanamente natural, que no necesita posar porque todo él es posesión de la palabra. Por donde se le mire, resulta verbo­ génico. (Fondo) Los poemas de Palabras en reposo (edición aumentada) de Alí Chumacero son tan perfectos como puede ser u n poema. La fata­ lidad del lenguaje es suprema en sus versos. A primera vista, no se ve nada, como en la zona oscura de u n Zurbarán, que sirve para revelar el deslumbramiento d e otra zona, n o escrita, pero así presente. Q u é caída natural de las palabras por su propio peso oral, sintáctico, significativo, va dejando en reposo el desastre frente a la luz cegadora. Algo desconocido nos libera, hace más habitable lo pasado. (Fondo.) Siete de espadas es un libro importante como equivocación de u n poeta importante. En este libro, Rubén Bonifaz Ñuño se enreda en su magnífico talento y no tiene tiempo de ocuparse de lo que busca, o de lo que encuentra, porque tiene citas que cumplir con sus falsas obligaciones. (Mortiz) G u a d a l u p e Amor hace solitarios, encadenando décimas, e n Como reina de barajay Fuga de negras. (Fournier) El penúltimo poema de Herida voz, que Carlos González Salas publica en Ciudad Victoria, es sorprendentemente religioso. Sor­ prendente, por tratarse de un poeta católico, que hace los inevita­ bles y malísimos sonetos "A un Cristo de ramas y mecates". 5. LIBROS DE POETAS DE TREINTA Y TANTOS AÑOS Desde que Gorostiza puso su pica en Flandes, es más o menos inevitable la tentación del gran-poema-visión-del-mundo. Eduardo Lizalde ha caído en esa tentación al escribir Cada cosa es Babel. ¿Qué milagro hay en esos dos versos de Pessoa puestos c o m o epígrafe ("Sí, escribo versos, y la piedra n o escribe versos... Pero es que las piedras no son poetas, son piedras") que los cientos de versos de Lizalde no logran provocar? ¿Qué hay en Machado, en Pellicer, también citados? Sentido del humor, entre otras cosas. Cuando Pessoa dice: "Bastante metafísica hay en n o pensar en nada", n o está versificando pensamientos, está pensando versos sorprendentes que nos expresan y liberan c o n su sentido del humor. N o porque traten del ser y la palabra, sino porque recrean la frescura del ser y la palabra. (Universidad) Moralidades, de Jaime Gil de Biedma, recuerda cierta poesía es­ pañola diluida, sentimental, directa y bienintencionada del siglo pasado. La recuerda con malicia, que es una forma de "superarla". Pero el juego resulta resbaladizo. Lo interesante del libro es una vigorosa " A p o l o g í a y petición", cuya forma c u m p l e admira­ blemente una invención artificiosa del trovador Arnaut Daniel. Viendo una sextina tan lograda, sorprende que Darío, que todo lo probó, no haya experimentado con este tipo de poemas. (Mortiz) Colibrí5p de Thelma Nava, trae u n bonito poema: "La orfandad del sueño". (Cascabel) 4 6. LIBROS DE POETAS DE MENOS DE TREINTA AÑOS Después de Octavio Paz, la inspiración ha vuelto a ganar pres­ tigio en nuestra poesía. La lucidez de José Emilio Pacheco n o está peleada con la inspiración, ni le permite confundir la inspiración con las ganas de tenerla, como sucede hoy con jóvenes que se ponen en la buena dirección al desear libertad, innovación, obra inspirada, pero que no por ese buen deseo logran ser libres, inno­ vadores ni inspirados. La poesía de El reposo del fuego es de la escasísima poesía joven capaz de gustar, o n o gustar, por lo que es, n o por lo que quisiera ser. (Fondo) Después de Octavio Paz, los poetas se casan y el amor a la mu­ jer reaparece en la poesía mexicana, y la intimidad de una pareja pueae alimentar un nermoso iioro a e amor, torpe y tierno, como Antes del reino (edición aumentada), de Homero Aridjis. (Era) El alba anticipada de Dionisio Morales, nacido en 1942, y Fo­ gata de zarzas en la aurora de Xorge del Campo, nacido en 1947, tienen defectos tan evidentes, que más bien acaban por conven­ cernos de lo contrario: cómo a pesar de todo suenan a poesía. (Pájaro Cascabel) POESÍA D E APOLLINAIRE POR PIN tengo derecho a saludar a los seres que n o conozco. A u n precio ridículo (64 pesos). En edición de lujo (de Mortiz). C o n ilus­ traciones de Soriano. En versión excelente. La traducción es de Agustí Bartra y está muy bien e n todo lo que se refiere a significado, imágenes y efectos tipográficos. En cuanto a efectos prosódicos, está muy bierí en el verso libre y cuando hace corresponder versos blancos de cierto brío, y a veces aspereza, a las líneas medidas y rimadas. En cambio, cuando busca una corres­ pondencia melódica más estrecha con el original resulta tiesa. En general, se compara favorablemente c o n las traducciones de la famosa antología francesa de Enrique Díez-Canedo, y e n particular tiene el acierto de n o intentar jamás una versión perfectamente medida y rimada. Algo se pierde con esto. Mucha de la gracia de algunos poemas de Apollinaire está en el efecto resultante de decir cosas inesperadas en una métrica previsible. Pero es difícil traducir este efecto, que no tie­ ne precedentes en español, exceptuando la Fábula de Equis y Zeda y los Poemas adrede que publicó Gerardo Diego en México en 1932: Una música en níquel sustentada cabellos curvos peina urgente y hay sólo una mejilla acelerada y una oropéndola que miente Esta pérdida es menor, relativamente. Lo importante e n Apolli­ naire son los "efectos" visuales: una novedad de los ojos que hace ver lo desconocido, por u n giro semántico de la realidad. El fuego de los cañones enemigos gira y se desprende d e la significación de amenaza para convertirse e n u n a fiesta nocturna d e ruegos arti­ ficiales. Losbjos se abren a u n giro de la realidad que la convierte en otra realidad. Por fin tengo derecho a saludar a los seres que no conozco. "Por fm", "derecho", "saludar"; formas de expresión que dicen: esperanza, audacia, respeto. La lectura de Apollinaire hace sentir muy vivamente que el otro mundo ya está aquí, y que nos faltan la esperanza, la audacia y el respeto para verlo. Es una lectura que libera, que alegra, que da otros ojos para ver, que nos hace pensar que hay una justicia generosa y terrible por la cua l nadie puede ver más que la realidad que se merece. PERSÉFONE Perséfone, de H o m e r o Aridjis, es u n p o e m a e n prosa de 250 páginas, escrito con u n impulso muy seguro y unidad sostenida a todo lo largo. Es una especie de canto llano que relata con cierto lirismo lo que ve un cliente en u n burdel. El relato casi n o tiene altibajos, contrapuntos, anticipaciones, vueltas atrás, parrafadas oníricas, disquisiciones, diálogo, caracteres. Su lenguaje es simple, breve, sin adjetivos, con muchísimos verbos, frecuentemente en presente de indicativo y en construcciones muy llanas y reitera­ tivas. Ejemplo (p. 78): Los asistentes aplauden a los músicos. Los aplaudidos ríen. Silban algunos, otros gritan. El obeso dice cosas al oído de mi dama; muerde su seno flor, su flor ya fruto. Se detiene en su tierra prometida. Hurga su bosque sagrado, sus fuentes y su templo. Huele sus olores; se hunde en sus abismos; palpa sus aciertos. La ojea; le aprieta un muslo; le revisa el ombligo; ríe ruidosamente. Habla Perséfone con bella voz. Me mira con mirada acuosa.. Un seno gelatinoso y blanco es oprimido. Se diría que no es posible que esto dure 250 páginas, y que si es posible n o tiene caso. Pero Aridjis pensó que era importante, lo intentó y lo logró. LAS FUENTES LEGENDARIAS Las fuentes legendarias confirma, en una prosa muy libre, las cua­ lidades que han señalado a Marco Antonio Montes de O c a como u n poeta inquietante y poderoso. Su poesía tiene misterio, seduc­ c i ó n , brío. Es una lujosa antesala de algo q u e finalmente n o a p a r e c e , y q u e así, precisamente, c o m o e n ciertas obras d e Pirandello, adquiere su debido esplendor. Esto n o quiere decir que de pronto n o salgan cosas espléndidas: Árboles milenarios desde el primer segundo. Pero estas salidas nunca se despliegan, no se dejan seguir más allá. Leer seguidamente un poema d e Montes de O c a , n o digamos u n libro, es una experiencia frustrante. N o es así como hay que leerlo. Hay que tomarlo como u n libro de horas o c o m o una serie dé greguerías. Se abre por donde sea, y la tensión se produce: nunca falta esa expectativa milagrosa que aviva su poesía, el suspenso a las puertas de la revelación. Su poética , que él llama de "andarse por las ramas'', es, como toda poética , u n error fecundo. El error está e n el v u e l o q u e n u n c a v a m u y lejos p o r q u e el p o e t a , engolosinado, vuelve para arrancar otra vez. La fecundidad está en el lujo de los arranques maravillosos. En ese despegue inaugural, siempre espléndido, al que se vuelve una y otra v e z , c o n la golosina del momento en que se cortan las cintas, se rompe la botella y la maravilla se sostiene e n el aire. YURIA Yuria, de Jaime Sabines, trae u n texto estupendo, continuación en cierta forma de "Algo sobre la muerte del mayor Sabines". Es el que empieza: ¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos! Sabines tiene una poderosa capacidad para sentir cosas que nadie había sentido, para dejarse llevar por emociones primigenias que sólo oscuramente daban rostro , hasta que este bárbaro tuvo la fa­ talidad de ir a dar a la boca del lobo, de luchar contra las fauces de sombras devoradoras, de ver su muerte cara a cara y mostrarla. Lo mejor de Sabines tiene siempre algo de lucha bárbara con Dios. C o n ese Padre terrible que se ama y se odia, y que brilla por su au­ sencia en la poesía mexicana. üoro es desigual c o m o t o a o l o a e aaoines. May algunos poemas de una inocencia infame, por ejemplo el que empieza: "Cantemos al dinero", ¿Qué importa? Se pueden tirar las cuatro quintas partes de la obra de Sabines y el resto sería aún (y quizá más) imponente. BUENA SUERTE VIVIENDO cuando u n libro tan original como Buena suerte viviendo es leído como u n ejemplo más de la vieja y refrita poesía TODOS PERDEMOS Hírf»í**tíi f*r»fYifM"OfTif»HH5i Hf* •nrotpcfo o r n m n C Í » miípríi llümíir ;^f* h n hecho tanto el gesto de abrir las ventanas! Pero aquí sí corre el aire. Aquí sí que hay, no un empobrecimiento de recursos y resul­ tados sino una milagrosa capacidad para decir mucho, c o n apa­ rentemente casi nada, por arte y gracia de Roberto Fernández Retamar. Se trata de apariencias,.por. supuesto. Véase ese detalle maestro de hacer crecer una pregunta en vez de arruinarla con una contes­ tación ("Tú me preguntas") o de establecer una distancia ilumina­ dora cambiando de plano una escena ("Detrás de una ventana"), c o n esa lucidez de todos los otros yos que pueden habitar u n poema, frente al y o único y maravilloso de la llamada poesía comprometida. Léase el poema "Aquel día": la complejidad expre­ sada en términos tan corrientes. La originalidad que "sí se entiende" tiene el mismo peligro que la otra: que no se entienda. RELACIÓN DE LOS HECHOS Los PREMIOS pueden ser creadores» como la crítica. Lo fue el premio Villaurrutia, cuando acertó premiando a Farabeuf. Consagró u n nuevo tipo de literatura incipiente en México. Tomó en serio la brecha abierta por Salvador Elizondo y lo obligó a tomarla e n serio. Favoreció que abandonara la pintura y el cine, para con­ centrarse en escribir. Por eso, es una lástima que el Villaurrutia haya premiado este año por sus obras completas a u n escritor que y a n o lo necesita. Mejores candidatos eran J o s é Carlos Becerra y J o s é Emilio Pa­ checo. Sobre todo Becerra, que daba al premio una oportunidad de consagrarlo que ya perdió con Pacheco. Relación de los hechos de José Carlos Becerra es obra de u n poe­ ta de verdad. U n libro muy maduro para ser un primer libro, y sin em­ bargo u n libro que apunta hacia una madurez mayor. Los poetas que evolucionan son los que tienen sentido crítico, y para observar­ lo n o hay que esperar a ver si escriben ensayos: basta leer sus versos. Todavía hay fallas de sentido crítico en Relación de los hechos. A veces, el lenguaje se lleva al poeta haciéndolo decir sin querer, con una falta de control que lo arrastra; a diferencia de la gracia li­ berada y liberadora de la lengua. Pero la gracia está ahí. Si el gusto por los grandes espacios metafóricos, por las frases largas, melan­ cólicas y que llenan la boca, es u n peligro constante en Relación de los hechos, es también la fuente de su fuerza. Es una fuerza de grandes vuelos versiculares. El vuelo de una distancia que organiza una vastedad sentimental como una vista de pájaro sobre el mundo. Los versos, los poemas, se alargan por esa sed de totalidad que tan vivamente se siente en todo el libro. Y esa sed n o ^ ú e d e sino quedar insatisfecha y resolverse en una poderosa melancolía, que provoca imágenes de inmensidad: Nace la luna sobre el mar como una antigua mirada del hombre... la servidumbre de los parques a la crueldad del poniente... intentar detener un río en la mitad de un abrazo, en la ola de una caricia... en las caminatas que recomienda el delirio... Pero la vida es la gran respiración de la muerte... En Relación de los hechos, hay como una gran pantalla cine­ matográfica, lenta y fastuosa, d o n d e se a c u m u l a n m u e b l e s excesivos, triques innumerables y cosas que n o vienen al caso. Pero la espaciosidad es real y se impone al lector. Hay algo grande de verdad en este libro. ANAGNÓRISIS Anagnórisis d e Tomás Segovia es u n largo soliloquio romántico dominado po r la nostalgia, en la orfandad y en el exilio, de u n hombre que fue u n niño que fue un rey. Sólo en ciertos poemas ("Canción de los días") se trata de u n romanticismo elemental y más o menos tópico, o se diluye la intensidad (algunos pasajes de relleno entre poemas con título, "Canción de las brujas") en versos conectivos, como los que requieren a veces los pasajes de un dra­ ma en verso Hay una intensidad que se da no con grandes frases imágenes o parrafadas, sino c o n una rara precisión para definir experiencias nada tópicas , para adentrarse en la singularidad de una experiencia hasta volverla mítica. El libro n o necesitaba las dos o tres palabras griegas que hacen más bien pensar en una recreación de mitos. Aunque n o hay mitología personal que n o esté emparentada con toda la mitología, las verdaderas fuentes de Anagnórisis están en la experiencia, de ahí su autenticidad. Una experiencia que, como toda experiencia profunda, n o llega a serlo (o a volver a serlo) sino después: cuando se tienen las palabras. H a y una especial tensión que resulta de ese después, d e la diferencia d e edades entre el niño exiliado y el artista maduro. Ninguna escena fundamental está reconciliada con el mundo del trabajo (al cual casi nunca se alude). Se trata de una edad anterior, de intimidad hogareña (aunque sin las connotaciones "familiares" que suelen asociarse a ese m u n d o : es la naturaleza, el mar, el mundo, la mujer, lo que en Anagnórisis se convierte en intimidad, en hogar o falta de hogar). Y esa anterioridad se expresa con u n lenguaje tan maduro, c o n matizaciones tan refinadas y en una primera persona tan posterior e n sus recursos expresivos, pero al mismo tiempo tan identificada c o n esa anterioridad, que la expe­ riencia familiar se vuelve insólita y a veces francamente difícil. Hay momentos embarazosos porque la problemática del protagonista lo sitúa siempre como un héroe moral, y cuesta trabajo identifi­ carse con un ser tan claramente bueno. Pero la audacia de Segovia para internarse e n esas zonas difíciles, q u e espontáneamente rehuímos, acaba por entregarnos u n mundo desconocido donde la intimidad familiar c o n el m u n d o , c o n la mujer, c o n el propio destino, reconcilian la inocencia y la madurez. Z O N A DIFÍCIL SUCEDE A VECES al entrar al cine: las manchas blancas y negras de la pantalla desorientan. N o sabemos mirar lo qué estamos viendo, al menos por u n instante. Sucede a veces también al despertar e n lugares inesperados. U n o está queriendo mirar lo habitual, y a pesar de estar viendo con los ojos abiertos, n o "ve". La realidad se desvanece en manchas "no figurativas", en bultos insólitos, en espacios desconcertantes. ¿Qué lugares son éstos, de la realidad, de la sensibilidad, de su encuentro o de esas zonas ínfimas del ojo [donde] no ocurre nada, no, sólo esta luz c o m o dice el epígrafe de Muerte sin fin con que se abre este libro? (Isabel Fraire, Sólo esta luz, Ediciones Era.) Hay algo ahí, precisamente. A l g o que se desvanece en el instante en que se configura. Q u e tiene que ver con la llamada psicología de la Gestalt, c o n nuestra espontánea y educable capacidad de integrar totalidades con sentido; con la realidad d e ese sentido y sinsentido de las impresiones que nos asaltan, sin forma aún, hasta q u e se nos vuelven habitables. Q u e recuerda los juegos de la óptica recreativa: el calidoscopio o las fotos tomadas muy de cerca para jugar a las adivinanzas de reconocer qué es. Pero también los "juegos" angustiosos, que ponen e n juego el sentido mismo del mundOi en ese instante en que se desfigura o configura. La poesía de Isabel Fraire se da, toma su forma y se refiere a esa zona o instante en que las sensaciones se vuelven sentido y el sentido se disuelve e n sensaciones. 1. D e mañera temática, refiriéndose por ejemplo a la creación y descreación de figuras ópticas del calidoscopio, o al viento [que] acaricia las dunas forma olas, forma cordilleras, forma rostros borra olas, borra cordilleras, borra rostros 2. D e manera "efectiva", reefectuando o recreando la e x p e ­ riencia, como en este poema que invierte la milenaria imagen apo­ línea y la disuelve, con el mundo y el amanecer, en su contrario: se despliega la luz de la mañana no hay casas no hay pájaros no hay bosques el mundo ha quedado vado hay solamente luz 3. D e manera formal, con sus peligros para el lector despre­ venido. La ausencia de títulos, de mayúsculas, de puntuación, de ilación aparente a veces, puede dar la impresión de una incohe­ rencia "onírica" o, simplemente, de falta de "dominio sobre el material". Evidentemente, no hay nada "onírico" ni incoherente en este libro, que tiene una notable consistencia en este punto Gas sensaciones que se vuelven sentido y el sentido que se disuelve en sensaciones). En cuanto al "dominio sobre el material", hay algo interesante que tiene que ver c o n la forma y la dificultad de hacer (y de leer) estos poemas. Para dar un ejemplo de una dificultad parecida: ¿cómo expresar bien el aburrimiento? Hacer habitable la experiencia del aburri­ miento, sin hacer simplemente u n texto aburrido, es traicionar en cierta forma la experiencia, distraer del vacío, la deshabitación, que hay en el aburrimiento. Igualmente, escribir sobre esa zona inmediata de los sentidos, donde el sentido aparece y desaparece, plantea u n problema literario casi insoluole. La forma tiende a oscilar entre la disolución caótica y los pasajes milagrosos: el muro lanza su infinita sucesión de piedra sobre el muro la bugambilia hiere el aire El "dominio sobre la materia" e n estos poemas, aparece y desa­ parece, c o m o el mismísimo sentido del mundo que se dibuja y desdibuja para la sensibilidad inmediata, en ese instante o zona difícil. H a y e n esto una fidelidad a la experiencia, que a veces cumple, y a veces padece, la dificultad del tema, el efecto y la forma. EL R E P O S O D E L F U E G O sin la palabra tú. libro calcáreo, seco, desolado. Dividido en tres partes sin títulos, de quince poemas cada una, sin títulos: un solo gran poema unitario. La misma exactitud formal en los poemas, casi todos breves, sin rima ni medida uniforme, y sin embargo desplegados con el rigor de u n buen soneto. Todo lo cual p u e d e señalarse, pero n o está pidiendo ser visto. Por el contrario, el libro es de una modestia engañosa. Parece delibera­ clámente rehuir toda fiase o imagen memorable, con la excepción de un poema de tres líneas que a pesar de su levedad se queda gravitando en la memoria: U N LIBRO ENTERO El viento trae la lluvia. En el jardín las plantas se estremecen. Hay dos maneras de luchar contra ese "fuego que se empeña en calcinar el orden, la aventura", y J o s é Emilio Pacheco ha escogido hasta ahora (1966) la menos deseable, que es también la que tiene entre nosotros más poetas mejores: levantar construcciones estrictas que desafíen el simún, espejos que reflejen y rechacen el c o l Hf* lsi Hf^nlufMÓn \7 íiíí oprciít'iin* dueño de Babilonia y sus escombros... Serás polvo llevado por el mundo. En tanto que nosotros duraremos. La perfección formal cumple así una función que de ninguna manera p u e d e reducirse al ejercicio, el lucimiento o el servil cumplimiento de cánones tradicionales o arbitrarios. Su función es combativa, de lucha contra el desierto y contra el tiempo, y hasta cierto punto oblativa: de rendición anticipada. Esta lucha puede también cumplirse en el silencio, como sucede a veces en esos poetas mejores. U n silencio que muestra su naturaleza al estar casi siempre a c o m p a ñ a d o de alguna forma de servicio, y u n sentimiento estoico, casi budista d e la vida. N o hay esperanza, pero haya menos sufrimiento. Poema epitafio del fuego ¿No hay agua ahí enterrada viva, fuente de u n oasis posible, que n o puede brotar por esa lápida? U n poeta tropical, tan del sol como del agua, cuya obra es u n oasis de frescura, Carlos Pellicer, nos ha mostrado esa otra forma de lucha. "Fe animal", diría Santa­ vana, lucha que "debemos continuar, aunque con desapego". En todo caso, esa frescura parece más prometedora que cualquier obra de resistencia o de servicio. El reposo del fuego tiene u n solo momento refrescante. Es el poema ya transcrito: El viento trae la lluvia. En el jardín las plantas se estremecen Es un poema tan estricto, tan integrado al libro, tan "budista", si se quiere, como los demás. Igual que los demás, no es un mero ejercicio, en este caso de haikú. (A diferencia de las imitaciones de haikú, no hay aquí chispazo metafórico: hay la experiencia vivida de u n instante real cuyo estremecimiento permanece e n unas cuantas sílabas.) Es más bien el reverso del libro, su parte sote­ rrada, esa frescura que estamos esperando todos los que creemos en Jos é Emilio Pacheco. E L P R O B L E M A D E L A P O E S Í A Q U E SÍ S E E N T I E N D E iso PARECE naDer mucna polémica, ni siquiera ínvoiuntana, entre los dos ensayos publicados en Hispamérica 15 sobre la poesía de J o s é Ernilio Pacheco. Para los lectores que n o la conocen, J o s é Miguel Oviedo presenta un ensayo informativo ("JEP: La poesía como ready-made") que sirve para hacernos ver cosas nuevas a quienes sí la conocemos. Es u n ensayo atento a la poesía y sus lectores. En cambio, Hugo Rodríguez-Alcalá presenta otro ("Sobre la poesía última de JEP") que dice más de sus gustos que de los textos. U n solo ejemplo: A m b o s citan el "juego" de O c t a v i o Paz e n Poesía en mo­ vimiento, según el cual la poesía escrita por Pacheco (hasta 1966) era tan perfecta que tenía el peligro de estancarse en su perfección. Oviedo señala c ó m o , a partir d e 1969, Pacheco rompe c o n esa primera etapa y abandona u n camino seguro por otro lleno de rt'pconc 1? r>H ríen i i» ^ - A l r*íi 14 n n #»ntíi=»nHf* **1 iiif^crrv mtwri&rtf* pn exigencia lo que es una discreta advertencia, la aplica anacró­ nicamente y la interpreta al revés: llama ahogo en límites a lo que le disgusta precisamente por ser una ruptura de límites. Todo se vuelve ininteligible, excepto que sus gustos rechazan un poema como el siguiente: DICHTERUEBE La poesía tiene una sola realidad el sufrimiento. Baudelaiie lo atestigua; Ovidio aprobaría afirmaciones como ésta, la cual por otra parte garantiza la supervivencia amenazada de un género que nadie lee pero que al parecer todos detestan, como una enfermedad de la conciencia, un rezago de tiempos anteriores a los nuestros, cuando la ciencia suele disfrutar del monopolio entero de la magia. "¿No es esto pura prosa discursiva? U n oído entrenado identifica en estos renglones metros tradicionales : alejandrinos, endecasíla­ bos. Pero el lenguaje de la composición está exento de esa galva­ nización, digamos, propia de la expresión poética. Hay en ella otro tipo de límite' que ahoga toda posibilidad de lo poético. Se diría que el autor temiera lamentar patéticamente la extemporaneidad de la poesía y el auge de la ciencia para atenerse a una simple re­ flexión. El poeta se limita a decirnos, rehusando contaminarse de emoción, que la poesía n o interesa hoy; que la ciencia tiene el monopolio de la magia. ¿Y qué? "Si toda la poesía de hoy fuera como la de Dichteriiebe ¿a quién asombraría el despego hacia u n género literario que se limita a proferir lugares comunes?" N o está nada claro cuáles son los límites que según RodríguezAlcalá ahogan lo poético de este poema. Si dijera que su música es demasiado perfecta, que el poema es demasiado redondo, que las sílabas caen como u n chorro limpio y seco en u n lago que vuelve a su silencio, tendría cierto sentido su exigencia: con recursos muy diferentes Pacheco recrea la perfección de sus primeros poemas. Pero resulta que n o , que el oído del crítico n o alcanza más que a reconocer algunos metros tradicionales , que no escucha en abso­ luto la "galvanización" que tiene el texto, que echa d e menos cierto patetismo que le suene a poesía. U n o tiene derecho a prefe­ rir los licores muy dulces, pero n o a declarar que una bebida seca es desabrida. Tampoco está claro qué entiende por prosa discursiva. Leído c o m o prosa, el poema se vuelve de una prosa rarísima, más cerca­ na a la prosa poética que a la discursiva: La poesía.tienen una sola realidad: el sufrimiento. Baudelaire lo atestigua; Ovidio aprobaría afirmaciones como ésta, la cual por otra parte garantiza la supervivencia amenazada de un género que nadie lee pero que al parecer todos detestan, como una enfermedad de la conciencia, un rezago de tiempos anteriores a los nuestros, cuando la ciencia suele disfrutar del monopolio entero de la magia. Por otra parte, ¿es cierto que "el poeta se limita a decirnos, rehusando contaminarse de emoción, que la poesía n o interesa hoy*? Vamos por partes. Lo q u e dice la primera persona del poema n o lo dice "el poeta", si por esto se entiende José Emilio Pacheco Berny. Esta equivocación de aficionados lleva al profesor a criticar el título del poema por estar en alemán, idioma cuya "ignorancia frustra al poeta". Y ¿de dónde saca que Pacheco no sabe alemán? ¡De una afirmación del personaje de otro poema! Siempre hay algo entre los personajes de una obra y su autor, pero no algo tan inocente... Dicbtentebe (amor de poeta; suena a romántico y nasta cursi. Pudiera ser el título de una opereta. Es el título perfecto para anunciar un comienzo melodramático: "La poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento". Esta declaración no es ni puede ser de Pacheco, que, según el mismo Rodríguez-Alcalá, rehusa conta­ minarse de emoción. Lo que "dice" Pacheco no está formulado, no es discursivo, aunque está ahí: es una visión melancólica del poeta cursi que todos llevamos, con el cual ya no podemos identificar­ nos, y al cual debemos, sin embargo, ciarle finalmente la razón. El arte de Pacheco para "decir" esto consiste en soltar y "recuperar" una embestida d e patetismo inocente. El personaje lanza u n exabrupto patético. Es un recitativo prosaico, que se produce le­ yendo de corrido lo que de hecho son tres versos, de 5, 9 y 5 sílabas: La poesía tiene una sola realidad el sufrimiento Todo lo que sigue consiste en reconciliar musicalmente y emo­ cíonalmente este exabrupto cursi con la "declaración" no formu­ lada de Pacheco. Nótese, por ejemplo, que el poema.no tiene más que dos puntos (el punto y seguido que cierra esa primera afir­ marión y el punto final). Q u e el poema consta de dos oraciones integradas y opuestas: todas las afirmaciones de la segunda son u n discurso sobre la primera. Q u e , e n términos métricos, hay un contraste entre la primera línea prosaica y la "recuperación" musical de las líneas que siguen, realizada c o n la combinación clásica de heptasílabos y endecasílabos, entreverados con versos menos comunes a través de una serie de encabalgamientos (7+7; 9; 11; 13; 5+7; 5+7; 5+4; 11; 11; 11). Los encabalgamientos son difíciles y perfectos. Por ejemplo: "Ovidio aprobaría afirmaciones como ésta" sería, en efecto, prosa discursiva. N o sería demasiado violento (en prosa) leer Ovidiua probaría. Pero, en el p o e m a , la pausa que introduce el enca­ balgamiento alarga la i, elimina la sinéresis de ía-a, limpia la pronunciación d e las sílabas y establece u n suspenso interesante y oportuno en e l que coinciden la pausa musical y la pausa del pensamiento en el discurso. Por otra parte, el discurso del personaje n o "se limita a decir que la poesía no interesa hoy; que la ciencia tiene el monopolio de la magia". Dice algo muy diferente: que la poesía es sufrimiento, no magia (como tantas veces se ha dicho) y que por eso siempre habrá poesía. H o y el poeta mago es el científico, pero toda ciencia se estrella contra el dolor d e O v i d i o , de Baudelaire y de ese paradigma cursi que es el poeta herido de melancolía. A través de este discurso, resulta que la primera línea, inacep­ table para u n lector no cursi (o que n o fácilmente puede reconci­ liarse con la cursilería) se va volviendo aceptable. Los tres endecasí­ labos finales, que son el polo opuesto de la primera línea prosaica y el redondo final de los dos heptasílabos con que abre la segunda parte, cierran la recu peración" musical v emocional del exa­ brupto, r e c o n t á n d o n o s con el dolor: verdad escueta, banalidad prosaica y cursilería que, sin embargo, mueve a los poetas. N o es u n poema patético. Tampoco un poema que debiera serlo pero que n o se atreve. N o es una reflexión (en esto hay que disen­ tir también ^cje Oviedo, a menos que se extienda el uso de la pala­ bra hasta incluir una sonata para piano como "reflexión"). Es una visión (que se vuelve literatura) sobre el dolor q u e se vuelve literatura (Ovidio, Baudelaire, etcétera). Dichterliebe: amor de poeta. En alemán, para que sea más cursi. Lamentamos tener que explicarle esto a un profesor de literatura, l i d y u n a i n c o m p r e n s i ó n u c s c u n c e r u i n i e n a c í a ía p o e s í a que si s e entiende". Paradójicamente, resulta que los profesores leían con más cuidado y acababan entendiendo más la "que n o se enten­ día". Les daba ocasión para pedir becas, investigar y organizar toda una industria hermenéutica. En cambio, la poesía "que sí se entiende" los toma desprevenidos. N o entienden nada porque creen entender. Abandonan las cautelas más elementales. Creen que u n poema que no ofrece dificultades para ser leído burda­ mente es un poema burdo. Creen que está escrito a lo fácil lo que leen a lo fácil. N o sienten nada de lo que creen que hay que sentir, y les pasa de noche un gusto nuevo para el cual no tienen expec­ tativas hechas. También hay que decir que muchos poetas inocentes están c o m o los profesores inocentes : n o entienden el juego, n o han visto que la poesía "que sí se entiende" es una poesía más difícil, n o más fácil, de hacer. Producen textos burdos, fáciles y sin gusto. En este sentido, resulta interesante la comparación de Oviedo con los ready-made de Duchamp: u n mingitorio presentado c o m o escultura se presta a críticas fáciles de críticos que n o entienden y a imitaciones fáciles de escultores que n o entienden. Q u i z á n o hay solución. H a c e medio siglo, García Lorca se quejaba de quienes decían no entender sus poemas, y recitaba versos de Darío, que a todos les parecían normales, claros y poéticos. Por ejemplo, del "Responso a Verlaine": Que púberes canéforas te ofrenden el acanto. A lo cual añadía: Y o sólo entiendo el " Q u e " . . . La situación persiste bajo una forma diferente. Ahora tampoco entienden, pero se decepcionan y se enojan porque creen que entienden . N O T I C I A S D E L A SELVA de una antología está en una posición singular: en u n punto d e corte que puede moverse, ya sea para excluirlo (posponiendo el juicio) o para reconocer de una buena vez que merece figurar. A veces, hay u n consenso: la consagración de alguien que se v u e l v e (casi e n forma p r o f e s i o n a l ) "el p o e t a j o v e n " . E n los cincuentas, el poeta joven de México era Marco Antonio Montes de O c a , nacido en 1932. En los sesentas, Homero Aridjis, nacido e n 1940. E n los setentas, n a d i e o c u p ó ese lugar. H a b í a u n a multitud de poetas nacidos en mil novecientos cincuenta y tantos, pero n o u n nombre consagrado c o m o el último vastago d e la dinastía poética mexicana. Se empezó a decir que el siglo de oro iniciado a fines del xrx llegaba a su fin. Q u e estaba sostenido únicamente por los grandes poetas vivos, n o por las nuevas generaciones. Q u e el futuro estaba en la novela, género que llamaba la atención mundial sobre las letras hispanoamericanas. Nadie sabe cómo empiezan ni cómo terminan los siglos de oro. D e la gran literatura medieval, renacentista y barroca en lengua española, se llegó a la mediocridad del siglo xrx. Y d e tal medio­ cridad, i n e s p e r a d a m e n t e , n a c i ó u n a tradición v i g o r o s a , q u e continúa hasta la fecha. Nada garantiza que la poesía mexicana mantenga su creatividad, pero sigue e n el nivel de sus mejores épocas. En 1971, publiqué u n Ómnibus de poesía mexicana, que abarca desde la poesía indígena y popular hasta la poesía culta, de los siglos xvi al xx. Esa compilación me daba confianza en el futuro inmediato dé la poesía e n México, y m e hacía sentirme respon­ sable de entender qué estaba pasando. ¿No había quién conti­ EL POETA MAS JOVEN nuara la renovación permanente que puso en marcha el joven Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895)? En 1974, suponiendo que el problema era cartográfico (que faltaban mapas de la térra incóg­ nita), me puse a trabajar en una antología de la poesía joven. Pronto descubrí que era imposible, e n los términos tradicio­ nales. Contra lo que se decía, n o había desaparecido el talento. Por el contrario, era tan abundante, que confundía las expectativas d e quienes deseaban señalar a u n joven poeta c o m o el último sucesor de la dinastía. Había demasiados: la sucesión dinástica pasaba por una explosión demográfica. Para hacerle justicia, la antología tradicional era un género inadecuado. Finalmente, en 1980, publiqué una Asamblea de poetas jóvenes de México con 164 nacidos entre 1950 y 1962. Para usar un criterio consistente, leí todo lo que habían publicado, y no excluí poetas, sino poemas, limitándome a u n o : el que me parecía mejor, en cada caso. C o n ese criterio, la calidad del conjunto desmintió a los pesimistas. La Asamblea hizo justicia a la selva, aunque no a los árboles. Diez años después, todavía m e parece imposible reducir esa exuberancia a unos cuantos nombres. Aunque ya está claro que la mayoría de los poetas incluidos en la Asamblea dejó de escribir o se convirtió en maleza, los que siguen creciendo son todavía de­ masiados. La selva n o deja ver los árboles. Por eso, las selecciones de tipo tradicional que se han publicado resultan fallidas: son demasiado amplias y todavía incompletas. Excluyen poetas de tan buen nivel como los incluidos. N o son antologías ni asambleas. Cuando Tilomas Hoeksema m e propuso traducir la Asamblea, reduciendo el número de poetas y poniendo más de u n poema cómo escoger un subconjunto coherente dentro de los límites que planteaba el problema de la traducción. Afortunadamente, se le ocurrió una solución imaginativa: hacer una selección de mujeres, proyecto cuyo resultado final le da la razón. Aunque se limita a las mujeres, es una buena muestra de toda la generación. Las mujeres escriben poesía e n México desde el siglo xvi. La Señora de Tula, concubina del rey poeta Nezahualpilli (hijo d e l rey poeta Nezahualcóyotl), "era tan sabia que competía con el rey y c o n los más sabios de su reino; y era en la poesía m u y aventa­ jada". La princesa Macuilxochitzin (nacida hacia 1435) celebra una conquista del imperio azteca en 1476: Como nuestros cantos, como nuestras flores, así, tú, el guerrero de cabeza rapada, das alegría al Dador de la vida. Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) era tan sabia que com­ petía con los más sabios de la Nueva España, y nadie la aventajaba e n la poesía de todo el m u n d o hispánico. Hasta hoy, la mejor poesía escrita en México iguala sus poemas, no los supera. Hay una docena de otros nombres femeninos en los siglos del virreinato (xvi al xvm) y u n centenar del siglo xrx, casi todos olvidables. La calidad mejora e n el siglo xx, a partir de Concha Urquiza (1910-1945) y de una generación nacida entre 1917 y 1928 (Margarita Michelena, Emma G o d o y , Griselda Álvarez, Guadalupe Amor, Dolores Castro, Margarita Paz Paredes, Rosario Castellanos, Enriqueta Ochoa). Se exigen más: replantean el lenguaje poético recibido y su propio papel en el mundo de la cultura. Casi todas empiezan en una militancia femenina, católica, literaria, que toma como modelo a Sor Juana o a Gabriela Mistral (que estuvo repeti­ damente en México, y obtuvo el premio Nobel de literatura en 1945). Tratan de ser profesionales y de abrirse paso por sus obras, n o c o m o hijas de familia o señoras que escriben. La monja, la maestra, son sus modelos de mujeres emancipadas. El ejemplo se extiende. D o s generaciones después, la quinta parte de los poetas de la Asamblea son mujeres, una proporción nunca vista en la poesía mexicana. Pero el cambio mayor es cua­ litativo. En 1892, se publicaron dos antologías para celebrar el cuarto centenario del descubrimiento de América: Poetisas me­ xicanas de José María Vigil y la Antología de poetas mexicanos de la Arademia.'Si se comparan, es obvio que las mujeres escriben en un nivel inferior y que tienen por actividad central la vida familiar. En cambio, las mujeres de la Asamblea ya no se distinguen de los hombres, ni en calidad, ni en actividades profesionales. Se trata de una generación universitaria, que ha estudiado letras (principalmente), artes, humanidades y, en algunos casos (curiosa­ mente) economía. Su adolescencia y primera juventud coincide con el apogeo de la economía mexicana, muy favorable al desa­ rrollo cultural (hasta la crisis que empezó en 1982). Tuvo, como ninguna generación, oportunidades de estudios, viajes, becas, publicación, empleos y diversos ingresos a través de actividades culturales. Otra singularidad: publica sus propias revistas, efímeras, pero e n número sorprendente (medio centenar, que aparece y desaparece entre 1976 y 1979). Ese fervor editorial n o lo tuvo la generación anterior, ni se repite e n la siguiente. Paradójicamente, escribe p o c o : el número total d e poemas publicados es rela­ tivamente bajo; la producción en prosa no existe o n o llega a mu­ chas páginas, por lo general dedicadas a otros poetas (de la misma generación, del extranjero, de la tradición mexicana). Es notable su interés en la poesía de otras lenguas, que leen y traducen, sobre todo del inglés y el francés. En todo esto, no hay diferencias entre hombres y mujeres. Ni si­ quiera e n los temas y preferencias estilísticas. Q u i z á p u e d e observarse en la poesía de las mujeres un mayor abandono de las formas epigramáticas una preferencia más marcada por la poesía misteriosa o menos obvia, una temática más centrada e n el y o sensible o corporal que en el y o histórico o reflexivo. Pero son ras­ gos comunes a toda la generación, que parece ser la primera intelectualmente unisex. N o es común que los jóvenes hagan la poesía más nueva. En los años recientes, la poesía más radicalmente nueva que se ha escrito en México está en Heos pardos (1986), un libro escrito por Gerardo Deniz a los 52 años. Lo normal es que la poesía joven demuestre sensibilidad, talento, oficio, sin que produzca un frisson nouveau. Hay ilustres contraejemplos: Ramón López Velarde (1888-1921) y Carlos Pellicer (1897-1977) escriben poesía radicalmente nueva antes de cumplir los 33 años. Pero casi todos los grandes poetas mexicanos han escrito su poesía más nueva después de la primera juventud. D e las mujeres de esta generación han surgido ya vigorosas per­ sonalidades literarias, que e n algunos casos desbordan la poesía hacia el teatro, la novela, la crítica, el periodismo. H a y hasta el germen de una poesía radicalmente nueva en Coral Bracho. Pero hacer poesía n o p u e d e reducirse a hacer historia, ni juzgarse únicamente desde ese punto de vista. Si esta generación todavía n o hace historia, ha hecho ya una poesía que confirma la buena savia de la selva, y que atrae por sTriqueza, su misterio, su vita­ lidad ensimismada: esos ritmos fértiles que Tilomas Hoeksema ha sabido escuchar e n The fertile rhythms: Contemporary women poets of México. LA PICA E N FLANDES Lo SABEMOS ahora: desde hace cinco siglos, nacen grandes poetas en México. Pero ¿qué tanto lo supieron ellos? Darse cuenta, ¿fue un peso? ¿Una liberación? Se trata, evidentemente, de cuestiones románticas. Ni Nezahual­ cóyotl ni Sor Juana, que tuvieron conciencia de su grandeza y su fatalidad (haber nacido rey, haber nacido mujer), pudieron tener la conciencia romántica del oficio como para decir: hace, siglos que nacen grandes poetas en México, y y o . . Quizá José Joaquín Pesado (1801-1861), un poeta de inspiración romántica, fue el primero en tener esa conciencia. Es el autor de El parnaso mexicano; colección de poesías escogidas desde los antiguos aztecas hasta los principios del siglo presente (1855), que integra como antecesores del oficio a Nezahualcóyotl y Sor Juana. Curiosamente, los románticos inventaron al mismo tiempo el nacionalismo y la literatura universal. Y si los nuestros (los del si­ glo xix) fueron descoloridos frente a las tareas históricas que se plantearon los alemanes, continuaron al menos a nuestros grandes humanistas "románticos" del siglo xvni: basar el "nacionalismo universal" de México en u n "pasado clásico" propio: los antiguos indígenas como figuras grecolatinas; concepción que puede verse, literalmente, en las esculturas de Manuel Vilar en el Museo de San Carlos: .Moctezuma II, Tlahuicole, la Malinche, contemporáneas (1850-1852) de la antología de Pesado. Acaba de morir José Gorostiza que escribió: "Todas estas cosas, el poeta n o tiene por qué saberlas y, si las sabe, no tiene para qué recordarlas. La conciencia histórica asesinaría a la musa dentro de él." Más que un consejo, parece una confesión. Por una especie de retardo histórico, no se había dado en México, hasta Gorostiza, esa plena flexión histórica de la poesía sobre sí misma, que en los románticos alemanes produjo n o sólo poesía del poema sino verdaderas cosmogonías de la conciencia poética. En cierta forma, se dio en Nezahualcóyotl y Sor Juana, pero c o m o poetas de otros mundos (no de la tradición literaria del México independiente, que ha ido recogiendo y asumiendo la tradición indígena y novohispánica) y de otra manera: sin ese historicismo y sentido nacional que apareció con los románticos. Se_ dio en nuestros románticos y modernistas c o n esas carac­ terísticas, pero en forma indicativa, más que realizada. López Velarde parecía destinado para el caso, pero murió a los 33 años. N o cabe duda de que Gorostiza tuvo la conciencia histórica de lo que estaba por hacerse, de lo que López Velarde hizo y de lo que no pudo hacer. Sentía, como Villaurrutia, que era el antecesor inmediato (aunque "payo") c o n el cual había que medirse, para seguir por cuenta propia. Reyes (que no era ningún payo, y era la alternativa implícita) daba por resueltas, c o m o un problema de madurez personal, las desgarraduras de Ramón López Velarde. Gorostiza recoge las preocupaciones de ambos: como López Velarde, quiso poner el d e d o en la llaga; p e r o , c o m o Reyes, volverse universal: asumir la conciencia desgarrada y abrirla más allá de los conflictos íntimos, históricos, del lenguaje, a un nivel cósmico. Muerte sin fin revela una ambición loca, cuya sola enunciación puede "asesinar a la musa", además de prestarse al ridículo. Pero, una vez lograda, muestra nada menos que eso: una cosmogonía de la conciencia poética, donde históricamente la poesía mexicana alcanza por primera vez esa plena flexión sobre sí misma, a partir de la cual la inocencia (histórica, crítica, personal, nacional, del oficio) es imposible. Por alguna extraña razón, el desarrollo cultural d e M é x i c o muestra desfasamientos históricos entre actividades m u y próxi­ mas. Escribir teatro en México es casi empezar de cero. Hacer filosofía n o anda muy lejos. (Quizá cuando haya grandes filósofos mexicanos se llegue a ver que la conciencia crítica e n México partió de la literatura; que el papel de los presocráticos o de los poetas alemanes, se dio en nuestros grandes poetas.) La novela llegó a la etapa de autoconciencia histórica poco después que la poesía. (Rulfo es una especie d e López Velarde/Gorostiza, c o n muchos paralelos: desde u n catolicismo provinciano, con ribetes de payo, hasta la parquedad de una hazaña histórica que lo deja mudo. Hay en Pedro Páramo una cosmogonía de la conciencia: una Muerte sin fin.) El cine, la danza, la música, la pintura, la escultura, muestran desniveles parecidos a la misma fecha. Por eso es justísimo que Muerte sin fin causara la conmoción de una gran hazaña intelectual. (Justísimo, históricamente. Lo cual n o es el mejor criterio de lectura, y puede ser injusto al opacar lo verdaderamente importante de ese poema, lo que tiene de común con tantos otros, escritos antes o después: el gusto que da leerlo, lo mucho que nos dice.) Fue la pica en Flandes de la conciencia mexicana. POETAS EJEMPLARES muertes nobles, nada sentimentales, en unos cuantos meses, llamaron la atención sobre Salvador Novo, Jaime Torres Bodet y Rosario Castellanos. Novo murió de muerte natural, después de enfermedades, hos­ pital, testamento y sacramentos. Lo más notable de todo: el testa­ mento. D e j ó u n conjunto de becas para jóvenes c o n vocación TRES Jaime Torres Bodet se pegó u n uro en la boca, dejándose llevar, con exceso poético, de su sentido del deber. Rosario Castellanos, como Thomas Merton, murió en Oriente, en misión de paz y de manera tan estúpida, que hace buscar u n paradigma secreto. Fulminada po r una lámpara, como Merton por u n ventilador, como Prometeo po r una lección divina: n o haces la luz, el viento sopla donde quiere. La Dueña muerte, ei gesto constructivo y paternal ae NOVO, ia desmesura de Torres Bodet, la trivialidad imponente de la muerte de Rosario, pueden tomarse como ejemplo s de muertes poéticas, con infinitas correspondencias. Por ejemplo : después de la muer­ te-suicidio por la boca de Sócrates, Platón murió e n la cama leyen­ do a Esquilo, muerto a su vez en u n accidente estúpido, que parece humor negro "a lo divino": u n águila remontada c o n una tortuga, la dejó caer sobre la cabeza del poeta. La retórica de la muerte se presta a figuras abstractas, aplicables a cualquier caso. Y sin embargo, reflexionar e n estas muertes ejemplares conduce a u n descubrimiento concreto: lo ejemplar de estos poetas radica menos e n la realización de u n paradigma que en el hecho de haber realizado, y padecido, una necesidad de dar ejemplo. Torres Bodet dio ejemplo hasta el cansancio. Sus sermones edi­ ficantes fatigaron las prensas, las tribunas, las grabadoras. Soterró el lado oscuro de su vida, y lo más oscuro de todo: ese deseo d e soterrarlo que pudiera parecer apolíneo y que resulta finalmente demoniaco. Vivió para el deber, una pasión extraña, luminosa y si­ niestra. Enterrado vivo, en la tumba de su persona oficial, como lo dijo en sus mejores poemas ("Dédalo", "Continuidad"), convirtió mejor ae si mismo en cultura onciai. tuvo una voiuniau ejem­ plar, pero n o hipócrita, una capacidad espantosa de negarse a sí mismo, que resplandece en esos poemas y en el estilo estoico de su muerte. Su trayectoria ennoblece la burocracia (junto a las drogas, el alcohol, los placeres prohibidos, la locura) como vía al absoluto y la destrucción. Para la escasa imaginación moral de nuestros altos funcionarios públicos, el suicidio de Torres Bodet produjo u n primer momento d e d e s c o n c i e r t o . Tal v e z p u d i e r o n e n t e n d e r l o c o n u n g i r o machista, por lo cual n o dejaron de enterrarlo en sagrado: en la Rotonda de los Hombres Ilustres, donde n o está Salvador Novo, según se dice, por sus malas costumbres, y sí está Siqueiros, a pesar de su torpe intento de asesinato, quizá también por razones de machismo. Pero si alguno de los tres merece el título de macho es Salvador Novo. Hay que ser m u y macho en este país (y cuando él lo hizo, en cualquiera) para firmar unos sonetos de amor a u n carnicero. Hay que ser muy macho también para hacer volar el pedestal que le estaban construyendo los jóvenes por su valentía disidente, para ejercerla contra sus admiradores y declararse com­ placido c o n la represión en 1968. Cierto afán de contradicción parece esencial e n Novo, como si tuviera que dar ejemplo de mal ejemplo. La referencia para el caso se vuelve secundaria. Puede ser vanguardista o salir En defensa de b usado. Puede escribir poemas insólitos por su temática o textura y también sonetos de fin de año, pedestres y ripiosos. En esto, fue víctima de su cinismo provocador. jPero cuántas provocaciones suyas convocaron lo m e j o r d e sí m i s m o y d e m u c h o s o t r o s , a l e n t a d o s p o r sus iniciativas! La dirección de teatro en México, que ha llegado a u n nivel que no tienen ni nuestro cine ni nuestra literatura dramática, d e b e m u c h í s i m o a N o v o . Sus crónicas d e viaje y palaciegas elevaron u n género "menor" al lujo de una prosa desconocida. Esta valoración de la calle, del diario, de la puesta en escena, del oficio e n las cosas consideradas menores, se da también en su poesía coloquial, una iniciativa que en su momento n o tuvo la resonancia que después le dieron los nicaragüenses, que quizá lo leyeron, aunque en todo caso partieron de las mismas fuentes: la poesía norteamericana (en u n momento, de nuevo, en que era vista como menor y poco respetable, frente a la única verdadera poesía que era la francesa). Salvador Novo no encabezó u n mo­ vimiento gay (por el contrario, hizo burlas crueles de su vida sexual), pero se hizo respetar y hasta temer como u n perseguido que desprecia muchas cosas respetables y reivindica muchas cosas despreciadas. Q u e el poder político, que le dio honores y dinero, se haya deshecho en homenajes a la muerte de Siqueiros, ocurrida u n poco antes, y se haya puesto nervioso ante el cadáver de Novo, negándole el Panteón de la Cultura Oficial, hace a N o v o más respetable que nunca. Las reivindicaciones de Rosario Castellanos siempre fueron p o s i t i v a s . C o m o las m i n o r í a s q u e se e s f u e r z a n p o r g a n a r reconocimiento a fuerza de méritos indiscutibles, muy pronto se hizo respetar como gente seria a pesar de ser joven, abierta a pesar de ser católica, de u n talento innegable a pesar de ser mujer. Nunca subió dando la espalda a lo que era o había sido. Por el contrario, parecía actuar como quien abre brecha para otros que n o han ganado el debido reconocimiento. Estaba dispuesta a renunciar por lealtad, como en el caso de Ignacio Chávez. Aunque cultivó todos los géneros, su mayor éxito literario lo tuvo en la novela, donde fue precursora del boom latinoamericano. Sin embargo, fue esencialmente poeta. La poesía fue su laboratorio del lenguaje y de la vida. A través de la poesía fue adquiriendo libertad literaria y personal. Quiso ser libre y dar ejemplo, como otras mujeres destacadas por sus méritos: Gabriela Mistral, Simone de Beauvoir. Pero la libertad no es sólo una conquista individual. El desarrollo del talento n o d o m é s t i c o d e u n a mujer sigue bloqueado de mil maneras, hasta en los medios supuestamente ín&s libres* Si viene ¿il osiso uun testimonio ji)erson3j,j ciiré cjxie en. el politiqueo a raíz de la actitud del PEN Club frente a la represión de 1968, b u s c a n d o escritores m e x i c a n o s que tuvieran prestigio internacional, vivieran en México y fueran capaces de aceptar las posibles consecuencias de un enfrentamiento c o n el gobierno, sólo encontré dos nombres para presidir el Club: Rosario Cas­ tellanos y Femando Benítez. Diré también que tuve que aceptar que Benítez ganaría una votación aplastante, c o m o sucedió, mientras que proponer a Rosario, a pesar de ser más hombre que muchos de los que no votarían por ella por ser mujer, era expo­ nerla a un fracaso. La comprobación de esta pequenez se produjo más tarde, cuando su nombre fue propuesto y rechazado en la Academia. La vida y la obra de Novo, Torres Bodet y Castellanos muestran una necesidad de dar ejemplo que les ayudó y estorbó. Curiosa­ mente, el respeto a las musas (que suele oponerse al mundo de la construcción y del trabajo, como el canto de la cigarra al esfuerzo de la hormiga) una y otra vez resulta más edificante de lo que nadie se imagina. LA M I R A D A IRÓNICA Si TUVO TIEMPO, después del primer tumbo y su reflejo de fuchi, después del segundo, de la explosión, del incendio, de la confu­ sión y gritería, seguramente tuvo una mirada irónica ante su vida, que iba ya en alas del progreso... Verlo viendo la muerte, me re­ cuerda su visión de Las muertas, de los muertos en Los pasos de López, en Dos crímenes. M e h e reído muchísimo leyéndolo, y ahora que no soy capaz de reírme siento ese extraño efecto de sooneuau uespues u e u n s u s t o q u e me n a n u e j a u o algunas ue s u s páginas "cómicas". Extraño humor, que no se vale de chistes, gags, juegos de palabras, ironías fáciles, ni mecanismo alguno para hacer cosquillas. Humor casi nietzscheano, que nos hace reír frente al abismo. Humor por diafanidad, que llega hasta el origen de la tragedia de ser humanos, demasiado humanos, y, en vez de lamentarlo, se ríe. Humor de revelación "ontológica": ser humano es ser c ó m i c o . . . Humor irreverente, despiadado, que desviste a los santos, desarma los iconos, deja en cueros la impostura, el deseo, la ilusión. Pero hasta ahí. En Ibargüengoitia, el debunking es liberador, más que reduccionista. Nunca hubiera dicho, por ejemplo, como Jardiel Poncela: el amor es el ajuste mecánico de dos cuerpos. En su obra, los cuerpos desnudos y ridículos, buscándose, comiendo, descomiendo, nunca son máquinas. Ser humanos es ser profun­ damente ridículos, pero la risa n o reduce: ahonda el misterio del ser que hace historia y hace caca. El Padre de la Patria n o muere solemnemente, muere frivolamente; pero con una frivolidad que, después de la risa, acaba por volverse imponente: su naturalidad ante la muerte lo muestra más humano, misterioso y respetable que nunca. Así también muchas escenas sexuales, en situaciones ridiculas, se burlan del deseo y de los cuerpos, pero resultan de u n erotismo que n o tienen los chistes cínicos, la pornografía, las superproducciones del Playboy o la solemnidad del satanismo. La naturalidad del deseo se impone a través de la burla, con una diafanidad atractiva y misteriosa. Ibargüengoitia venía del catolicismo (si es que lo abandonó), y por eso resulta más adrnirable que haya llegado a ver así. Parece casi imposible construir una cultura católica liberal: posmarxista, posfreudiana, posnietzscheana; que tome en serio estos cien años de implacable debunking, sin dejar que se pierda el sentido de la realidad humana: el sentido del misterio. En esto y otras cosas recuerda a Cervantes, cuya mirada irónica crea la novela moderna y abre posibilidades de otra cultura católica (erasmista o, si se quiere, ya entonces, liberal). Ambos dramaturgos, ambos conscientes de la teatralidad del mundo y de su propio, extraño, papel como creadores de mundos, miran de frente la tragedia pero acaban por reírse; alcanzan su expresión más feliz en la creación de un personaje que viene de Montaigne y la literatura de autor: el narrador que nos acompaña a contemplar el mundo. Cuando leemos a Ibargüengoitia, c o m o dijo J e a n Cassou de Cervantes, nos sentimos a c o m p a ñ a d o s . H a y algo finalmente piadoso, y hasta un elogio de la locura (quijotesca o no) cuando la muestran apaleada o ridicula. Se ríen de la humanidad, pero no la rechazan o reducen: se incluyen en el misterio de la ridiculez, nos acompañan en la risa. Esta especie de comunión en lo natural los hermana también como prosistas: con la mayor naturalidad, pasan del habla ordinaria a una prosa extraordinaria. Ibargüengoitia no escribió El Quijote, aunque sí varias novelas ejemplares. C o m o la creación es misteriosa, y el viento sopla donde quiere, no me hubiera extrañado que de Muérdago pronto saliera a recorrer el mundo un par de mexicanos de la literatura universal. ANTE VARIAS ESFINGES siempre estuvo en el Establishment literario, y siempre estuvo incómodo. Su visión de la vida, su estilo anti­ solemne, su tino para desfondar falsedades, gustaban como algo divertido y hasta genial, siempre y c u a n d o fuera visto c o m o literatura menor. Pero el genio de Ibargüengoitia n o estaba en lo menor, sino e n su visión del enigma último: la ridiculez de existir. Los personajes que tanto nos aburren y que n o parecen dar ni para una sátira, son cuestionados por Ibargüengoitia como enigmas: c o m o esfinges ajenas a su propio misterio. La celebrada frase de Alejandro Palma ("Si Kafka fuera mexica­ n o , sería u n escritor costumbrista") y la insistencia d e Milán Kundera en que no sabemos leer a Kafka como humorista , ayudan a entender lo que pasó con Ibargüengoitia. El humor negro de Kafka n o llega a ser visto cuando se busca cuestionamiento exis­ tencial. El cuestionamiento de Ibargüengoitia n o llega a ser visto cuando se busca costumbrismo chistoso. Los chistes son tan desprendibles de las obras cómicas que circulan de unas a otras. Pero si alguien quisiera desprender los chistes, situaciones cómicas y frases ingeniosas de Ibargüengoi­ tia, buscaría en vano. El humor, el famoso humor de Ibargüen­ goitia, es casi invisible. N o está en el foro, tematizado e n una anécdota: está e n el aire... e n u n mirador que ve la anécdota desde otra perspectiva. En el foro, suceden cosas ordinarias y se dicen lugares comunes: desde el mirador construido para el lector o el espectador, la banalidad del mal se vuelve divertida y terrible al mismo tiempo. ¿ C o m o e s t á construido ese mirador invisible? Habría q u e investigarlo. Pero no se trata de una parodia. Ni las anécdotas, ni JORGE IBARGÜENGOITLA las frases, ni los personajes, sufren distorsiones caricaturescas. T o d o parece natural (por e s o p u e d e parecer costumbrista), aunque n o lo es: una cámara b o b a que filmara la vida de esa gente, nos mataría de tedio. Así como los campesinos y caciques de Rulfo hablan como si fueran campesinos y caciques, que en realidad no hablan así; en Ibargüengoitia, la falsedad de la clase media n o es exagerada (que sería burdo) ni llevada a la conciencia de los personajes (que sería una contradicción), sino a la concien­ cia del espectador. A través de una prosa que parece anodina, con retoques ligeros, recortes numerosos, contrastes oportunos, los parlamentos empiezan a decir algo qu e rebasa a los personajes, que critica su vida desde u n más allá qu e los comprende y que no los desprecia: que se ve en el espejo de la ridiculez humana y aca­ ba respetándola como En los artículos, cuentos y novelas no es difícil que los lectores de Ibargüengoitia compartan su visión desde ese mirador invisible. En el teatro, las cosas se complican : hace falta u n director y unos actores que construyan desde e l foro lo que no puede estar en el foro: ese mirador. Vicente Leñero sintió que hacía falta cuando escribió una "dramaturgia" para el montaje de Clotilde en su casa: u n metatexto acompañante de la obra, que la envuelve como un coro erieeo o como un narrador que presenta la obra desde otro escenario. Pero ese mirador nada invisible se vuelve u n espectácu­ lo en sí mismo, u n segundo discurso que distrae del primero, y parece suponer que la obra de Ibargüengoitia n o se sostiene sola, que necesita, como las obras clásicas en minas, apuntalamientos y andamiajes. Esta solución elude el texto, como si fuera de hace siglos; como en esas obras clásicas consideradas imposibles para el foro porque están escritas en verso o porque su retórica está alejada de los gustos modernos. Se considera que hay que decir el texto, pero como un mal necesario, buscando "soluciones" que distraigan al espectador. Si parece imposible hablar en verso, la solución puede consistir en pasar por las rimas como sobre ascuas, para que no se noten; en llevar la atención a otras cosas: la gesticulación, el vestuario, la música, la escenografía. C o n más audacia, puede 233 ANTE VARIAS ESFINGES subrayarse la imposibilidad del texto, convirtiéndolo en una espe­ cie de salmodia que el espectador escucha c o m o una misa en latín, mientras se ejecutan series gimnásticas, acrobacias, desplie­ gues coreográficos o escenas d e cine mudo, en u n discurso sin palabras, más llamativo que el escrito por el autor. C o m o último recurso, está la salida fácil: la dicción paródica o intencionada que todo lo vuelve chiste y "aligera" u n texto imposible. La "dramaturgia" de Leñero y su interesante libro Los pasos ae Jorge muestran su interés en Ibargüengoitia, sus ganas de rescatar­ lo c o m o dramaturgo , pero sirven para enterrarlo cariñosamente como u n caso perdido . Recuerdan aquella queja de Sabines: Mis amorosos padres, mis hermanos, mi mujer y mis hijos, están sentados sobre la lápida que quiero levantar para salir al aire. Por eso estoy tan agradecido de Ludwick Margules, Augusto Benedico, Aurora Molina, Dolores Beristáin, Silvia Mariscal, Luis Rábago, Luisa Huertas, Alvaro Guerrero, Carlos Mendoza, Laura Almela y Sonia linar: desenterraron a Ibargüengoitia, demostraron que el fracaso de sus obras de teatro no estaba en sus textos sino en el medio teatral. La función empieza de manera poco prometedora, frente a u n público que se va rindiendo ante la calidad de la obra. Lo que al principio parece algo de la escuela mexicana de teatro costum­ brista, pero demasiado lento y hasta sin chiste ni chistes, se va volviendo llamativo. N o porque pasen cosas inesperadas (si se contara el argumento, nadie pensaría que de ahí pueda salir algo tan interesante); no porque se digan cosas brillantes o profundas. La obra recuerda vagamente A puerta cerrada de Sartre y M rey se muere d e I o n e s c o , pero su crítica de la existencia carece d e alaridos metafísicos o de frases como: "El infierno son los otros". Lo inesperado, lo brillante, lo profundo, es ver en la banalidad d e esas v i d a s , e n el mal c o t i d i a n o , a l g o primero chistoso y finalmente sobrecogedor. Pero n o hay u n personaje en escena, ni u n coro en un segundo escenario, ni un narrador de fabliauxáe la clase media mexicana, qu e exprese el cuestíonamiento: ¿Para qué vivir así? Más aún: ¿para qu é vivir? Lo inesperado, lo brillante, lo profundo, lo construyen Ibargüen­ goitia, Margules, Benedico y todos los demás en u n lugar vacío fuera del escenario (la verdadera "dramaturgia"), a través de u n personaj e invisible que no es el narrador sino el espectador. U n personaj e que n o habla, pero que ve la vida desde ese mirador: desde una perspectiva catártica, que hace reír, pero casi de miedo. LA NOVELA SOY Y O 1. En la perspectiva milenaria d e la literatura oral (y d e esa literatura escrita o impresa que continúa la tradición de Las obras a n ó n i m a s ) , la literatura de autor es relativamente tardía. La conciencia autoral emerge lentamente y por grados. Ya es mucho que se reconozca de quién es*una obra. U n segundo grado, más tardío, es que la obra incorpore e n su propia construcción la pre­ sencia del autor. Esta conciencia autoral objetivada e n el texto n o aparece al mismo tiempo en todos los géneros. Empezó en la poesía lírica y se fue extendiendo. La novedad está en los epigramas de Catulo, en las Confesiones de San Agustín, en los Ensayos de Montaigne, en el teatro de Pirandello. Está en el Quijote, la primera novela de autor. Claro que hasta los chistes (esas obras anónimas de ficción que todavía produce la literatura oral) tienen autor. Pero n o se recono­ ce, ni está interconstruido en la obra como presencia implícita o explícita (en el caso extremo, c o m o personaje que habla o del cual se habla). Cervantes objetiva su conciencia autoral explícitamente en aquellas "tomas" narrativas q u e , de paso, filman su propia filmación ante u n espejo: d o n Quijote hablando de sus hazañas noveladas en el Quijote. También la objetiva, implícitamente, en la mirada irónica de la "cámara" q u e nos aleja del m u n d o para contemplarlo, desde u n punto de vista liberado y liberador del acontecer. 2. ¿Es coincidencia que el ensayo y la novela moderna aparez­ can al mismo tiempo? Los Ensayos son de 1580,1588; el Quijote de 1605,1615. Antes, cÓ*n Erasmo, aparece lo q u e pudiéramos llamar u n a filología de autor: la edición critica de escrituras y clásicos, donde se h a c e presente u n g r a n espíritu, más allá d e la a n ó n i m a transcripción artesanal d e los textos. U n espíritu libre, q u e "cervantinamente" no desdeña el paródico Elogio de la locura (1509). Después, con Descartes, aparece la filosofía de autor: tan d e autor q u e el Discurso del método (1637) es u n discurso autobiográfico del sujeto pensante, que en vez de argumentar con citas eruditas, se presenta buscando la complicidad del lector, en la verdad irónica: "El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo. Todos piensan que el suyo es más que suficiente"... ¿A qué autoridad apela esa argumentación? No a las autoridades civiles ni religiosas, n o a las escrituras ni a los clásicos, n o a la tradición ni al dogma. A la autoridad del autor que el lector le conceda, como su igual, fundada explícitamente por Montaigne: "Éste es u n libro de buena fe, lector". Habla de muchas cosas, pero me pinta a mí. "Yo mismo soy la materia de mi libro": el ensayo soy yo. 3. Así, la ciencia anónima, tradicional, milenaria, recibida, como los cuentos y leyendas, despierta en la conciencia de Montaigne c o m o obra personal, c o m o creación de autor. Si h a y Novum organum (1620, B a c o n ) y Ciencias nuevas (1634, Galileo) es porque la ciencia autorizada por las autoridades, por la tradición, por ei aogma, surre ía cnuca ae ia ciencia a e autor. Sin embargo, por u n olvido de sus propios orígenes críticos, las n u e v a s c i e n c i a s tienden a reconstituir el saber i m p e r s o n a l , jerárquico, tecnocrático, integrado a las autoridades (aunque ya n o sean las religiosas) ; a excluir todo saber n o autorizado. Lo cual encaja, paradójicamente, con el sueño máximo de las autoridades máximas: el Estado como creación de autor. La ciencia que se quiere impersonal (aunque de hecho surja como ciencia de autor) se p o n e al servicio del poder personal. Y esto ya en H o b b e s , anticlerical y admirador del more geométrico, pero legitimador del absolutismo político en Leviatán (1651). Montaigne, por el contrario, simpatizaba con el Discurso sobre la servidumbre voluntaria o Contra Uno (publicado e n 1577, aunque escrito casi treinta años antes) de su ultimo Étienne de la Boétie. Cervantes simpatizaba el espíritu liberal de Erasmo. Y, sin embargo, hay una secreta conexión entre la soberana libertad del novelista que borra un pueblo entero diciendo: "En u n lugar de La M a n c h a , de c u y o nombre no quiero acordarme", y el soberano absoluto que borra a u n pueblo entero diciendo: "El Estado soy y o " (1655, Luis XIV). 4. Mi primera lectura del Quijote hit escolar, demasiado presta a la admiración. Años después, e n meses desolados, sumergido en una lengua extranjera, hice lo mismo que tantos mexicanos de los cuales m e burlaba, cuando sacaban como u n tesoro su botella de tequila: descubrí un Quijote y empecé a releerlo. Lo sacaba como u n tesoro cuando peor me sentía. ¿Era un escape a través de sus aventuras? No exactamente. Era una especie de liberación, sí, pero que estaba en la manera de ver los episodios, más que en los episodios. M e identificaba con el narrador, no con el protagonista, y eso me liberaba de mis fracasos de protagonista. Me reía de la vida y de mí, y, en el segundo grado autoral, borraba pueblos, desfacía entuertos, me sentía libre y soberano. La novela era yo. CERNUDA CRÍTICO Luis CERNUDA hizo crítica literaria al escribir poesía. No tanto por lo que dijo en sus poemas (por ejemplo, contra Menéndez y Pelayo y todos los que n o entendieron a Góngora ) sino por la forma de escribirlos, con una audacia técnica que fue moralmente audaz. Fue intransigente y a p a s i o n a d o : quiso ser él, c u a n d o esta pretensión no se había vuelto una banalidad invertebrada. Su vida personal puede llamarse heroica. Su capacidad de marginación económica y social le ayudó a hacer su vida c o m o una obra. También hizo crítica de la vida por su forma de vivir. U n par de audacias técnicas de su poesía (aparte de las audacias temáticas, que son en realidad audacias en el tratamiento de la primera persona del singular de sus poemas): 1. La diafanidad de sus poemas, frente a los retablos recargados de nichos metafóricos. La distinción que hace entre imagen y metáfora en u n o de sus ensayos muestra su conciencia de esta cuestión. Lograr poemas desplegados como una sola imagen, nie­ ga en la práctica toda una tradición española. 2. Su verso libre, que es de los primeros en español en inter­ narse por las dificultades de lo que parece prosa. En su caso, agravadas por la unidad descriptiva o expositiva de sus poemas. Sin apoyos metafóricos, su prosaísmo es un milagro que tiene que resolverse con una gran finura de recursos prosódicos. (Quizá, por eso mismo, desespera a los traductores. Lo que menos pasa a otro idioma son estos recursos, sin los cuales la poesía de Cernuda parece volverse nada.) Su prosaísmo fue otra audacia negadora de la tradición española. (Otra más: buscar en fuentes no francesas sus estímulos de otras lenguas.) Esta crítica práctica de la tradición se vuelve teórica en Poesía y literatura (I y II), donde reúne sus artículos, más interesantes que sus tratados sistemáticos. Pensamiento poético en la lírica inglesa es un libro decoroso y aburrido. Estudios sobre poesía española contemporánea es m u c h o mejor. Sin embargo, la e x p o s i c i ó n sistemática n o le sienta. C o m o e n sus artículos, lo que vale del libro son las observaciones "prácticas" de lector y poeta. (Por ejemplo: reconocer la influencia invisible de la prosa de G ó m e z de la Serna en la vanguardia poética española.) Y lo que hay que tomar con humor, igual que en sus artículos, son ciertas opiniones caprichosas, aunque interesantes, porque hacen ver otros puntos de vista. Por ejemplo: la audacia de negar que Darío renovó a los poetas españoles. Hasta esas opiniones caprichosas hacen verdadera su crítica de una manera superior. N o hay muchos libros como Poesía y lite­ ratura, donde u n joven poeta pueda encontrar tantas observacio­ nes prácticas, tanta verdad personal, una conversación tan viva, de u n compañero del oficio. Esta veracidad vital de Luis Cernuda fue su método crítico. C A N T A D O PARA NADIE Es RARO que un poeta destaque a los 44 años. Francisco Cervantes publicó a los 25 una versión de la Oda marítima de Fernando Pessoa (1963). Ya por entonces seguramente trabajaba en los libros que Poesía en movimiento (1966) da por inéditos: Los va­ rones señalados, La materia del tributo y Esta sustancia amarga, que siguieron inéditos hasta que anduvo por los 35. Y ahora, después de otro larguísimo silencio, da la sorpresa de Cantado para nadie. Cervantes hizo una poesía juvenil muy distinta de la que se estaba haciendo, y cuyo principal interés estaba en esa singu­ laridad. Poemas que atraían por extraños, pero con algo tieso que apagaba la lectura. Para su mundo de castillos, cantares de gesta y amores trovadorescos, necesitaba una lengua más lírica, más suel­ ta, de una nostalgia viva, casi alegre, como ahora la tiene. Con una paciencia audaz (en estos tiempos corroídos por la ansiedad de perder el jet), y no sin altivez (el poema que da título al libro tiene la ira contenida de algunos poemas semejantes de Cernuda), exploró hasta encontrar esa otra lengua, literalmente: un galaico­ portugués muy suyo, muy extraño y nada tieso. El libro es una revelación de otros modos de hacer poesía. Por ejemplo: las estrofas medidas y rimadas en español que, en vez de restaurar simplemente el statu quo anterior al verso libre, juegan con cierta irregularidad en los acentos, medidas y rimas. Pero lo más interesante de todo es el cachondeo con otra lengua. El bilingüismo es hoy comercial y político. Hay que aprender inglés para triunfar. Y, una vez que aprendimos, hay que impedir que los demás aprendan, para que no sean pasto del imperia­ lismo. Se olvida la emoción, el enriquecimiento, de aventurarse en otra lengua. ¿Qué cosa más dada, más íntima, que la nuestra? Nada más extraño que descubrir otras:- desembarcar en otro mundos, ver llegar seres de otros planetas. Seguramente la experiencia de escuchar y aprender nuestra lengua materna fue todavía más extraña, pero no es fácil recordarlo: n o teníamos lengua para tener conciencia. Es la segunda lengua (sobre todo tardía), la que nos permite revivir oscuramente esa aventura, la que nos remonta a los orígenes de ser nosotros, la que nos marea con el vértigo de ser otros, de actuar en otro mundo, de negarnos a nosotros mis­ mos, fuera del hogar, del mundo que parecía el Mundo y sigue siéndolo, cuestionado, abierto, enriquecido, por este desquicia­ miento. Hay, en esta vivencia de la otredad lingüística, una perplejidad, apetito, vergüenza, pasión, que nos sacan de quicio: de nosotros mismos y del incesto de la lengua, materna, como en el amor. Algo tienen que ver amor y bilingüismo, como salta a la vista en mu­ chas experiencias. (Hasta en ciertas coqueterías, que desprecia­ mos en las parejas cursis y admiramos en Joyce.) Quizá la radical "heterogeneidad del ser", que celebró Machado. En este sentido, que se remonta a los orígenes de la conciencia, el amor es bilingüe, aunque n o juegue con palabras extranjeras. En el ser del otro nos hacemos otros: en la lengua del otro nos hacemos otros. O , como dice maravillosamente Cervantes, en la boca del otro nos hicimos otro: Na bouca doutro Fizemos nos outro, Ai, meu amor. N o se ha escrito una historia del bilingüismo poético, quizá tan antiguo como la poesía. En México, desde el modernismo, no han faltado poetas que ocasionalmente escriban en francés o en inglés: Tablada, Usigli, Elizondo; o en otras lenguas: Henestrosa en za­ poteco, Xirau en catalán, Herrera Zapién en latín. Los humanistas del siglo xvii dejaron todo u n corpus de poesía latina. En los villancicos fué Sor Juana aparecen versos en latín, náhuatl, vas­ cuence, español de negros, portugués. Y, antes, en la península, G i l Vicente, Sá de Miranda y C a m o e n s escribieron poesía e n portugués y e n español. Pero el bilingüismo se remonta a los orígenes mismos de la poesía española: las jarchas mozárabes Así también, curiosamente, a los orígenes del amor, si, c o m o dijo Ortega y Gasset, el amor es u n género literario inventado por entonces. Pero hay que distinguir la experiencia de explorar otra lengua de la experiencia de explorar el espacio interlingual: la e x p e ­ riencia del salto de una lengua a otra, la extrañeza y también la sensualidad de esa frontera cuya imagen puede ser la caricia. En esté espacio canta Cantado para nadie. Aunque es natural que recuerde las canciones gallegas o portuguesas de García Lorca o Sor Juana, recuerda más bien dos experimentos recientes: los sonetos de Renga, escritos intercaladamente en español, inglés, francés e italiano por Paz, Tomlinson, Roubaud y Sanguinetti; y ese corpus extraño, en formación, de resultados todavía dudosos, que es la poesía escrita en chicano. Según parece, el cerebro registra en lugares distintos las lenguas que maneja. Y es de suponerse que tenga un switch interlingual, una zona metalingüística tal vez relacionada con el placer o la di­ sonancia de pasar de una lengua a otra. Julio Camba decía que hablar en italiano es tan sensual que n o le permitiría esa expe­ rienda a una hija suya antes del matrimonio. Pero es dudoso que esta sensualidad sea inherente a ciertos idiomas. Más bien parece una propiedad del espacio interlingual entre dos idiomas vecinos. Quizá por eso es tan difícil el experimento chicano: n o hay mucha vecindad entre el inglés y el español. En cambio, hay tanta cerca­ nía del español al portugués que, más que un salto, hay un desliz placentero. El simple hecho de hablar en otro idioma puede tener el gusto­ vergüenza de la otredad. (La vergüenza de hablar otros idiomas, que suele explicarse en términos de incompetencia, tiene algo erótico, algo de vergüenza corporal: toda persona desenvuelta en u n segundo idioma es menos casta, menos castiza.) Pero hay una experiencia adicional con una lengua vecina: parece la nuestra cantada, acariciada. O también: parodiada, afectada. Una variante tenue de este efecto se da cuando uno se sumerge en otro medio de habla española. Las pequeñas diferencias de pronunciación, vocabulario, sintaxis, avivan todas las antenas de la percepción lin­ güística, nos vuelven como nunca conscientes del lenguaje. Lo cual nos puede poner a la defensiva: cómo gritan los españoles, qué mal hablan los argentinos. Sin embargo, basta escuchar esas diferencias en boca de una bella mujer, para que adquieran carga electrostática, se vuelvan parte de sus encantos. El gallego y el portugués pueden ser vividos como una forma melancólica y sensua l de hablar en español. Y es ahí, precisamen­ te, en ese espejo curvo del habla familiar que permite acariciar cada palabra, explorarla y reconocerla como si no fuera familiar, donde Cervantes hace poesía de una manera inusitada. N o acabo de saber si Cervantes escribe en portugués, gallego, galaico-portugués o un macarrónico de su propia invención. En los versos citados, por ejemplo, la palabra "bouca" no viene en mis diccionarios de portugués ni de gallego, según los cuales boca se dice boca. ¿Errata? ¿Error? ¿Arcaísmo? ¿Regionalismo de algún lugar perdido de Galicia, Brasil o Portugal? Me atrevo a suponer que es un mexicanismo de su galaico-portugués, Cantado para nadie en un lugar ignoto de la fantasía poética. LA C H I C A D E IPANEMA descubrí que estaba en Ipanema, y que la playa y ese barrio de la ciudad estaban ahí, c o n tanta naturalidad c o m o el letrero que lo anunciaba. Pero y o esperaba otra naturalidad, y empecé a verlo todo con asombro, c o m o si fuera a ocurrir u n milagro, ante el cual pudiera decir: C O N SORPRESA Mira qué cosa tan linda, tan llena de gracia. Las dos imágenes se superponían, como cuando se encuentra a un viejo conocido, y uno está viendo al joven estudiante que fue, al mismo tiempo que al señor calvo. O al descubrir que el autor de unos textos libérrimos y tropicales, donde la naturaleza anda desnuda, es u n señor de anteojos y maletín, vestido c o m o fun­ cionario. El mar de automóviles me arrojó a la playa de un café con vista a la playa. Y en las playas blancas del periódico (Jornal do Brasil, 16 de agosto de 1975) empecé a escribir: El mar insiste con fragor de automóvil El viento sopla con dulzura de automóvil El sol espléndido como un automóvil La vida pasa como un automóvil Los cuerpos rompen olas de automóviles Una mulata majestuosa y descalza como un automóvil M e molestó el último verso: rrie pareció turístico. Buscando variantes, no sé por qué puse Venus. Y o escribía movido por el asombro de que la Ipanema mítica de mi memoria fuese de pronto un barrio municipal, para lo cual Venus n o venía al caso. Pero la imagen de Venus tiene sus propias exigencias: divinidad, erotismo, aparición. Después de haber escrito una línea mera­ mente paralela: Venus sale magnifica y descalza como un automóvil empecé a escribir más de lo que podía caber en un verso: lenta­ mente, del mar, los pies descalzos, chorreando espuma, majestuo­ samente, los pechos amplios, brota un automóvil. Era u n borbollón de palabras ante un nuevo asombro, distinto; ante otra superposición de imágenes. Aunque había escrito antes Una mulata... como un automóvil, no la había visto. Quiero de­ cir: n o c o m o una aparición. Había puesto como un automóvil retóricamente, repitiendo el final de los versos anteriores. Y de pronto la vi, la adoré, como si estuviera ante el Nacimiento de Venus. Todavía escribí torpemente: por los pechos espléndidos sus curvas, como si lo importante de la visión fuera la analogía visual con las curvas de un automóvil. Supongo que me desvió en esta dirección, inconscientemente, una metáfora vulgar: decir c o m o piropo qué buena carrocería... N o p u d e escribir más. A l g u n o s días o semanas después, al volver sobre el poema, me pareció que el tema original estaba rebasado por esa revelación. Q u e una vulgaridad más o menos simpática en las calles de México se me había revelado frente al mar de Ipanema como una verdad mítica. Lo importante de la superposición de imágenes (mar natural/mar de automóviles) era haber visto el nacimiento de Venus en la calle. Lo cual, de otra manera, recreaba el origen de mi asombro: mi propia mitificación de Ipanema como el lugar maravilloso donde los milagros desfilan con naturalidad. Por esta razón, me pareció importante dejar la referencia a Ipanema; darle menos espacio a la contraposición del mar con las oleadas de automóviles; eliminar la palabra Venus y toda c o m ­ paración visual entre las curvas de u n automóvil y la "carrocería" de una mujer, para que eso, precisamente, apareciera a través de la sorpresa final. Descubrí que el poema inesperado no era turís­ tico sino botticelliano, aunque la superposición final de imágenes tiene cierta incongruencia de collage: un automóvil último modelo sale del mar hacia la playa, ante el asombro de sus admiradores / una diosa imponente sale del mar, como una aparición: IPANEMA £1 mar insiste en sufragorde automóviles. El sol se rompe entre los automóviles. La brisa corre como un automóvil. Y de pronto, del mar, gloriosamente, chorreando espumas, risas, desnudeces, sale un automóvil. DE T O R O S Y TAUREMAS sorprendió escribiendo a José Ortega y Gasset, y le preguntó sobre qué: ALGÚN INTRUSO —Sobre la corrida de ayer. —Pero, don J o s é . . . ¿usted escribiendo sobre toros? —Nada, tenía ganas de escribir. Lia dUC,LUUla V^v-WHUHJd ¡JKJl wi U1UU3U) J U 3 C \ja,\J9J I C L U g C UUo U tres cosas notables: las ganas de escribir, sin las cuales n o se entiende la prosa de Ortega (ni, en general, la animación de los buenos prosistas); la intrusión villamelona, que estorba la faena c o n su admiración impertinente; la salida por peteneras, más elegante que insistir en el fílosofema: "Yo soy y o y mi circuns­ tancia, y si no la salvo a ella no m e salvo yo." Hay que salvar las circunstancias de la vida mexicana e n el papel, la tela, la pantalla. Necesitamos espejos de la realidad nacional para asumirla y asumirnos, con libertad cada vez mayor. Los villamelones de la cultura sienten que algunos temas son indignos del arte, que ciertas realidades no merecen teoría. Quizá por eso, tantas realidades nacionales siguen esperando historiador, analista, enciclopedia, centro de información, museo. N o h a y u n m u s e o t a u r i n o e n M é x i c o , ni u n c e n t r o d e información sobre la fiesta, ni una enciclopedia, ya n o digamos u n anuario internacional del toreo preparado en México. Y, así tam­ bién, nos hacen falta reflexiones, teorías de nuestra experiencia. La vida mexicana (no ante todo c o m o mexicana, sino c o m o vida) merece ocuparse de sí misma, ni más ni menos que la ateniense o madrileña. Hacen falta teoremas a partir de la vida en México; en particular, sobre la vida frente al toro. Hacen falta tauremas. Treinta años después de haber sido compañeros de escuela, me encontré c o n Guillermo Cantú, y resultó que sabía d e toros. Aproveché para preguntarle sobre la afición taurina en Monterrey, que ha dado grandes figuras. ¿Cómo era posible que una ciudad tan industrial, y hasta medio protestante, tuviera esa tradición Para una historia de la cultura en Monterrey (y en todo el país), se necesita más que el filosofema barato de que "en San Luis terrnina la cultura y empieza el cabrito". Alguna vez, leyendo la maravillosa Lírica infantil ae México de Vicente Mendoza, descubrí que esa antigua tradición era mía. Aunque n o incluye material recogido en el Norte, prácticamente todo lo canté de niño (como de niño fui muchos domingos a la plaza de toros y leí las crónicas de mi tío, Á n g e l G i a c o m á n ) . ¿Y n o hay cultura en Monterrey? El renací­ 9 mierao y ei párroco siguen renaciendo y juganuo párrocamente en la lírica infantil y en el toreo, generación tras generación, junto a las chimeneas industriales. Pero el falso problema se esfumó, e n una perspectiva más amplia, gracias a la abundante información de Guillermo. No hay nada especial q u é explicar e n Monterrey: casi n o hay ciudad mexicana sin tradición taurina, casi no hay región que no haya dado figuras. Tampoco en esto vale el filosofema barato, en su versión más excluyente: "Fuera de México, todo es Cuautitlán." La información es decisiva para situar los problemas y hacer buenas teorías, pero, a la hora de la verdad, en el momento crea­ dor, las teorías se construyen con imaginación, con inventiva. Hay mucha gente que sabe de estadística, que sabe de ingeniería in­ dustrial, que sabe de toros. Pero a nadie se le había ocurrido hacer u n estudio de tiempos y movimientos de una suerte taurina, filmada y estudiada geométricamente, con el cronómetro en la mano. Todo orientado, naturalmente, no a ganar eficiencia, como en la ingeniería industrial, sino a explicar la originalidad artística de Manolo Martínez (en u n libro anterior, Muerte de azúcar). D e igual manera, a nadie se le había ocurrido mostrar gráficamente la evolución estadística de las corridas de u n torero, para señalar que hay un modelo mexicano y otro español de carrera taurina. Pero el taurema central de este libro es s e m i o l ó g i c o Está ilustrado, n o con números y diagramas, sino con una observación lingüística: el ole tajante de España se ha convertido e n México en u n largo ooole. El acento se ha desplazado de una e corta a una o larguísimas Los cambios de acentuación son raros, y raramente neutros. La neutralidad se da e n las palabras cultas de origen griego, q u e oscilan entre dos acentuaciones: nada cambia de icono a icono o de exégeta a exegeta. Pero, en las palabras comunes, desplazar u n acento las desfigura. U n o puede cambiar la pronunciación de una vocal, de una consonante, en una palabra extranjera, y todavía ser entendido; pero, si cambia la acentuación, la palabra se vuelve más extraña para el interlocutor: la reconoce menos fácilmente. La desfiguración puede ser estética, aunque sea u n esperpento, como supo escucharlo Valle-Inclán en la palabra méndigo, que conoció en México: la miseria del mendigo se viste de lujo, c o n el llamativo esdrújulo. Pero el cambio n o es puramente prosódico: méndigo ya n o dice lo mismo que mendigo. Igual sucede con el ooole de México, que no dice lo mismo que el ole. Es, de h e c h o , u n a palabra nueva q u e a c o m p a ñ a u n a realidad taurina nueva. A la creación de un nuevo m o d o de torear, lento, sensual, prolongado, c o m o una eyaculación retenida, que fue surgiendo en México y cuajó por el arte de Silverio Pérez, co­ rresponde la creación de una palabra lenta, sensual, prolongada, por el arte verbal de la afición mexicana. Señalar este cambio de acento e n la vida de México frente al toro es la gran aportación de este libro. H a c e años escribí u n p o e m a , c u y o espíritu d e humor y de homenaje en el entusiasmo erótico se desdoblaba en el humor y el homenaje de aludir a u n pasodoble y una corrida de toros. La faena era celebrada en el acto por Silverio Pérez y en el entusias­ m o épico por Agustín Lara, que tuvo la genial ocurrencia de in­ ventar u n palco celestial, desde donde Carmelo (olvidándose de Dios y de la gloría) está en éxtasis contemplando a su hermano torear gloriosamente . ALABANDO SU MANERA DE HACERLO ¡Qué bien se hace contigo, vida mía! Muchas mujeres lo hacen bien, pero ninguna como tú. LaSulamita,enlagloria, se asoma a verte hacerlo. Y yo le digo que no, que nos deje, que ya lo escribiré. Pero si lo escribiese te volverías legendaria. Y ni creo en la poesía autobiográfica ni me conviene hacerte propaganda. A l escribir este homenaje a una mujer, a Lara y a Silverio, nunca m e imaginé que años después escribiría este prólogo para Silverio o la sensualidad en el toreo. POR OTRO HIMNO y los himnos c o m o símbolos sacros del estado son decimonónicos. Las banderas servían como parte del armamento medieval: para hacer señales, destacar jerarquías y distinguir a los contrarios de los nuestros. Los himnos son más antiguos, de origen religioso y militar. Pero la declaración de que ciertos himnos y banderas son "nacionales" es u n engendro político del siglo xrx. Las guerras de religión nunca se resolvieron. Para superarlas LAS BANDERAS ^ i n t e r n a m e n t e / y a p r u v c c i i d i i a í » u r e n t e di e x t e r i o r / &e u u & c u u n a identidad religante, por encima de las otras identidades (religiosas, étnicas, locales). Se desarrolló una religión legitimadora del poder: el nacionalismo de los estados, que no es el nacionalismo de las naciones, pero lo aprovecha demagógicamente. ¿Qué se canta en los himnos nacionales? La exaltación de nosotros frente a los otros, el llamado a las armas para defender como sa­ gradas las fronteras de cada centro del poder, la presunción de tener a Dios (a la Razón, a la Historia Milenaria) del lado nuestro. Los himnos y las banderas ayudan a imponer la ficción de que los subditos de u n nuevo centro de poder son de hecho una antiquísi­ ma nación que logra, por fin, constituirse como estado: aunque las naciones de verdad queden de hecho repartidas entre varios esta­ dos; aunque casi todos los estados sean de hecho multinacionales. Pero los sentimientos patrios se han vuelto más modernos, hasta en México, donde el estado, que encabezó la modernización del país, se fue quedando atrás de la sociedad civil y de la Iglesia. La misa, el santoral, las devociones, han cambiado, pero n o el santo­ ral político, ni las devociones oficiales, ni las misas de gallo del 15 de septiembre que inventó el general Porfirio Díaz para celebrar la IndependerCia y su cumpleaños, el día de San Porfirio. La liturgia oficial sigue en el siglo xrx. Los himnos nacionales suelen ser obras d e arte mediocres, ennoblecidas por la devoción, el incienso y la pátina de la repe­ tición, que ya n o dejan escuchar lo que se está cantando. El himno mexicano no fue compuesto por Salvador Díaz Mirón y Ricardo Castro o por Ramón López Velarde y Manue l M. Ponce o por Car­ los Pellicer y Silvestre Revueltas o por Octavio Paz y Carlos Chá­ vez, sino por Francisco González Bocanegra y Jaime Nunó, que hicieron lo que pudieron: ¡Mexicanos, al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón! ¡Y retiemble en sus centros la tierra, al sonoro rugir del cañón! Hoy, si un vecino nos gritara "aprestad", nos parecería extran­ jero. N o se habla así en México. Sería como escuchar a un español, a un argentino, hablando a su manera, muy respetable pero muy ajena. Y si gritara llanamente: preparen la espada y el caballo ("el acero aprestad y el bridón"), seguiría pareciéndonos raro. ¿Cuál espada? ¿Cuál caballo? Estamos e n los tiempos de la guerra nuclear y el telefax. Y si continuara, invitándonos a empapar las banderas e n un mar de sangre: ¡Guerra, guerra! ¡Los patrios pendones en las olas de sangre empapad! tendríamos que invitarlo a calmarse, preguntarle si se siente bien. Más que marcial parecería marciano: un ser desembarcado de otro siglo, de otro planeta, de sentimientos sanguinarios muy extraños. U n himno que respondiera a los sentimientos patrios de hoy tendría que alejarse del nacionalismo oficiado como religión del estado, del arte oficial, de la exaltación de la guerra. El patriotismo que hoy se extiende por el planeta es más pacífico, más abierto y más local: u n amor a la tierra, que incluye a todos los seres vivos, en una vecindad, localidad, región, de convivencia. Una estrofa de ese himno pudiera ser la que escogió Alfonso Reyes para su "Glosa de mi tierra": Amapolita morada del valle donde nací: si no estás enamorada, enamórate de mí. ¿Habrá poetas y músicos mexicanos capaces de componer con esa gracia, ese humor, ese amor tan profundo, que ya n o puede ser solemne? Les encargamos otro himno. U n himno para el siglo xxi, para los nuevos sentimientos patrios, más tranquilos, menos aparatosos. NOTA CONVERGENTE SOBRE OCTAVIO PAZ QUE PARA SER POETA haya que ser inteligente, debiera parecer la cosa más natural del mundo. Nadie es mucho más ni mucho menos in­ teligente que su lenguaje. Y el lenguaje poético moderno se ha vuelto casi demasiado inteligente. N o es posible asumir sus recursos sin asumir la toma de conciencia que implican. Sin embargo, persiste la idea de que la inspiración está peleada con la inteligencia, ya sea para negar la inteligencia como "lúcida pero fría" o para negar la inspiración como "brillante pero indis­ ciplinada". Entre el vulgo medianamente culto, lo cual incluye no pocos poetas, se da por supuesto que la inteligencia es u n peligro. Q u e en cuanto u n poeta "cae" en la cuenta de lo que está hacien­ do, "pierde espontaneidad". El trasfondo mítico de esto, y verdadero e n cuanto mítico, corresponde a la imagen de una lucidez mlminante. El paraíso de la inocencia dura mientras no se quiera saber. En cuanto se muer­ de la manzana, lo primero que se sabe es que u n ángel flamígero cierra el camino de vuelta. Lo que gana Prometeo es su perdición. Tratar de entender se paga con la esterilidad. Este temor a la castración poética no es enteramente infundado, uniré nuj>uiru5, jorge ^ue&ia uiu un ouraumo espantoso ue e¡>a verdad mítica. Y lo que cometió e n su suicidio fue como la desear­ ga instantánea a e su expenencia poética, uincumente naora poe­ sía más lúcida y estéril que la suya. Pero si las ultimidades de la experiencia poética imponen u n auténtico temor, no se ve cómo pueden tenerlo quienes, por el contrario, no quieren saber. Poetas que presumen de su incultura, que guardan celosamente su ignorancia y hasta la remiendan, como una virginidad desperfecta. Cierta bohemia que es la resaca del romanticismo, guarda su­ persticiones desvaídas como las del Genio Inculto contra la Ilustra­ ción. Pero la autenticidad del romanticismo alemán no consistió en negarse a saber, sino en una apertura del saber que n o excluyese los movimientos oscuros de la inteligencia. Estaba contra el triun­ falismo de la razón, n o contra la razón. La poesía moderna, a su vez, o en todo caso su resaca, fue cons­ tituyendo otra especie de triunfalismo, altivo y desesperado. Este nuevo mester de clerecía llegó a desdeñar los valores de la inspira­ ción para afirmar los del oficio, como si la inspiración no fuera tan racional c o m o la crítica: d o s aspectos distintos d e la misma inteligencia creadora. Sabido es que Valéry se daba el lujo de escribir ensayos calcu­ lados hasta el último cuadratín para llenar tal número de páginas de una revista. En lo cual, bien visto, hay una actitud tan subver­ siva, como en el más "irracional*' poema dada. Sin embargo, su actitud parecía autorizar más bien un nuevo clasicismo. La resu­ rrección de Góngora, del soneto y de la décima, hasta en poemas ultraístas, corresponde en España a este nuevo clasicismo, en la generación del 27. Los Contemporáneos son la generación equivalente en México: poetas decididamente cultos, que están al día conocen su oficio y tienen una aguda conciencia crítica. Prefieren ser estériles que inocentes. Se suman al impulso vasconceliano de "hacer cosas", en sus jornadas d e servicio p ú b l i c o , pero n o están dispuestos a sacrificar sus exigencias literarias. En este sentido, Octavio Paz es el continuador de la exigencia crítica de los Contemporáneos. Pero frente a ellos, en el mismo acto de continuarlos, restaura el prestigio de la inspiración. Su obra nace de las "bodas de la experiencia y la inocencia". Del gran aliento fundador, libérrimo, vasconceliano, de Carlos Pellicer, y de la lucidez devoradora de Villaurrutia, Cuesta, Gorostiza. SIGNIFICACIONES ÚLTIMAS con rigor, la obra d e Octavio Paz n o entrega signifi­ caciones últimas. Es inútil que sigamos sus palabras apasionadas y tensas, sus vueltas insólitas, los desfiladeros de una inteligencia que se abre a espacios imponentes, la frescura de su imaginación, su cultura toda reinventada, mostrada en ese nivel en que ya no es trofeo ni acumulación sino ocurrencia viva. Pasada la embriaguez, nos preguntamos: ¿Qué dice, finalmente, El arco y la lira? (O Libertad bajo palabra, con las salvedades que hay que hacer en poesía.) Algo se echa de menos. ¿La sustancia? Es más bien la obra de cierta gente "muy sólida" la q u e nos parece insustancial. ¿La positividad? Sin seguir un programa ni proponerlo, su obra nos parece un acto de salud, un día extendiéndose, positivo y edifi­ cante, aunque barra con muchas cosas que no resisten esa clari­ dad. ¿El mensaje? Paz no tendría el mal gusto, o la inocencia, de creerse en posesión de la "claves" de la vida y ofrecérselas á la juventud. Pero este mito, que los viejos de la tribu pueden hacer hermoso con su humildad, tiene quizá una pista válida. Lo que no hay en Paz es ese peso cíclico; ese hermoso, inocente o pedante "estar de vuelta". U n sentimiento cíclico del tiempo, centrado en las etapas de la vida, supone u n horizonte culminante, al cual se llega e n u n peregrinaje místico y del cual se vuelve porque no hay más qué ver, sino volver al seno de la comunidad y compartir la visión. Éste es el trasfondo de la caricatura del viejo burócrata que predica la santidad para implicar que ha visto mucho y ha llegado muy lejos. O de esos poetas audacísimos que están de vuelta de "haberlo hecho todo" (como presumen ciertos viejos parranderos) y que dan ejemplo de humildad pidiendo los últimos auxilios de un soneto. EXAMINADA Paz nuncaestá de vuelta. Los descubrimientos y revelaciones de su obra apuntan más allá; llevan a desear más, ver más, hacer más. N o nos traen esta o aquella novedad: nos mueven hacia allá, hacia más allá. Nos atraen, nos fascinan, nos ponen en marcha. Paz nos ha h e c h o interesarnos e n cosas c u y o interés nunca habíamos visto. Y lo ha hecho, n o sacándole brillo de expositor a esto o aquello, sino alertando nuestra sensibilidad. Zonas desconocidas de la inteligencia, de la sensibilidad, son de pronto necesarias para el lector de Paz. D e ahí gran parte de la fascinación de su lenguaje: nos aviva todas las facultades, nos hace poner todo lo que somos e n la cuestión, nos p o n e totalmente e n cuestión. Para Paz el lenguaje es total ejercicio del ser. Y esto n o es una prédica, es u n hecho vivo y comunicado a través de su obra, es la única manera posible de leerla. Leer a Paz es ejercer con toda la inteligencia, con toda la imaginación, con toda la sensibilidad. A partir de ahí se puede disentir, negar o seguir por otro rumbo, pero sería inocente n o ver e n esa lectura el origen d e esos movimientos. Paz hace desear el lenguaje, lo comunica. En Paz n o está claro, está vivo que el lenguaje es el lugar donde se alcanza la totalidad del ser. Y cuando se llega a ese lugar, n o hay regreso posible. Es el lugar mismo de la marcha. N o hay significaciones últimas qué dar. N o se tienen. Es el lugar d e las últimas instancias q u e se s u c e d e n vertiginosamente : Amor, Totalidad, Revolución, Verdad, Futuro, G e l o , Eternidad, Instante, Ser, Verdad, Absoluto... Examinada con rigor, la obra de Octavio Paz n o entrega signi­ ficaciones últimas. No es una obra derivada de últimas instancias, sino surgida e n el lugar de origen de las últimas instancias. La última significación de la obra de Paz n o es una significación, es u n acto vivo: moverse y movernos al lugar de las últimas significa" ciones. LA LIMPIDEZ en leer (o ver) una obra de teatro. U n personaje dice u n discurso. Habla (en primera persona, como los otros personajes) de Vietnam o de las rosas. ¿Qué dice el autor mientras habla el personaje? (Para simplificar, supongamos que no se trata del "Au­ tor": otro personaje del autor en una situación pirandelliana.) ¿Qué dice el autor? ¿Dice lo que dice el discurso, como parece ser en algunas obras piadosas d e Basurto o de Brecht? ¿Es la pri­ mera persona del singular del discurso? ¿Dice lo que dice como sujeto de la acción del verbo en el texto? El ejemplo teatral es útil porque recuerda la diferencia entre el texto y la representación, entre la acción teatral y la acción que recae sobre u n complemento directo o indirecto. El autor, evidentemente, no es el sujeto de la oración: es el autor de ese sujeto. Es el autor de la oración, del discurso, de la acción teatral. Preguntar por lo que dice el autor mientras habla el perso­ naje es lo mismo que preguntar por lo que dice el autor mientras se escucha su cuarteto o contemplamos su escultura. En u n cuarteto no cabe esperar u n rasgo pirandelliano (aunque en u n cuadro sí cabe que aparezca El Autor en escena, al fondo o con exclusión de todo otro personaje: en el autorretrato). Y sin embargo, ¿qué sucede cuando una pieza musical alude a otra, por ejemplo, parodiándola? Parece que entra a escena El Autor, que nos hace u n guiño, que busca nuestra complicidad dramática en u n aparte dirigido abiertamente al público, incorporado así a la obra. El caso es semejante cuando la obra incluye el señalamiento de una intención, como las bromas de Haydn en las sinfonías "de las sorpresas" o "de los adioses". Pero la intención como presencia del Autor requiere m u c h o menos: un elemento novedoso e n la composición, u n giro irónico PENSEMOS en la frase, u n n o querer usar tal recurso. Lo cual, llevado hasta este punto, nos hace ver que el autor crea siempre en la obra al Autor y al Espectador: toda obra es u n teatro, u n lugar interlo­ cutivo con foro, butacas, bambalinas, camerinos, que integran la "operación contemplativa". El autor siempre está presente, aunque sea discretísimo, como el autor de las obras de Bach. Es la apela­ / ^ i A n «a n n o l A f t i i r o rtncirtli* #*1 I n r r o r Hf> l o retara H P C H P r l o n r l ^ cion a una lectura posiDie, ei lugar ae ia ODra a e s a e a o n a e se contempla, la butaca implícita e n la escena, el lugar que da lugar a la conciencia expectante del espectador. Alguien tiene ojos para ver algo milagroso y dice "¡Mira!" a su acompañante. El d e d o índice se vuelve parte de u n "paquete" que cierra y abre ese algo, lo enmarca, lo separa de la naturaleza; y aunque n o se pueda lle­ var el paquete a una exposición (lo cual exigiría forzosamente llevar también el dedo índice, la exclamación y los ojos abiertos a lo milagroso) aquello se ha convertido e n obra, aunque sea el vuelo fugaz de u n pájaro. Por eso sería bueno distinguir entre 1) "El Autor" como personaje pirandelliano. 2 ) El Autor como presencia personal designada (Fulano de Tal), o tácita; pero en cualquier caso contemplada como objeto. 3) El autor c o m o presencia d e u n a visión; c o n la m á x i m a discreción o la más señalada intervención (sin llegar a ser persona contemplada como en el autorretrato). 4) El accionador, artista, artesano, que mueve los elementos de la obra y la produce; que la firma, y se tiene por autor para todos los efectos jurídicos: compras, contratos, derechos, responsabilida­ des, persecución. La conciencia de estas diferencias tiene una larga historia. Ha venido creciendo y refinándose, como elemento interno de la obra y, después, como teoría aparte (aunque después también como teoría reabsorbida, y muchas veces indigesta, e n las obras). Por eso Catulo nos parece tan moderno: porque sabe lo que es y n o es el autor y porque sabe jugar c o n esas diferencias c o n u n refina­ miento supremo. Pobre Valerio Catulo, no te hagas ilusiones y lo perdido dalo por perdido. Para ti ya brilló el sol una vez, cuando corrías detrás de la muchacha que amé como ninguna otra ha sido amada. Y hubo entonces ¿recuerdas? tantos goces que tú pedías y ella no negaba. Sí, paratíya brilló el sol una vez. Ahora ella no quiere: tú no quieres tampoco. Ni sigas a la que te huye, ni estés triste, sino pórtate valiente, no claudiques. Adiós, muchacha, Catulo ya no claudica, ni nunca más te buscará, ni volverá a rogarte. Pero a ti te pesará cuando nadie te niegue. ¡Me da lástima por ti! Pienso qué días te esperan. ¿Ahora quién te visitará? ¿Para quién serás bella? ¿Ahora a quién amaras? ¿Dirán que eres de quién? ¿A quién vas a besar? ¿A quién le morderás los labios? Pero tú, {valiente! Catulo ¡No claudiques! Nótese la enormidad que implica usar el nombre y apellido legal del propio artista, y n o en primera persona sino en segunda, y no sólo como u n simple desdoblamiento reflexivo, sino en otro plano casi socarrón, que culmina con el increíble último verso (magistralmente logrado, c o m o toda esta versión de Ernesto Cardenal). Parece que el poema tiene dos personajes: la muchacha y su enamorado (El Autor, 2). Pero h a y u n tercero que se dirige a Catulo y que puede leerse c o m o el desdoblamiento de su con­ ciencia o como el "El Autor" pirandelliano (1), que sale a escena hablando con su personaje. Y falta el cuarto, que n o sale ni habla, aunque se burla feroz y refinadamente para expresar la crueldad del amor: el autor presente en la obra, el lugar dejado por el artista para contemplar la escena, recreándola (El autor, 3). Ese autor (cuyo lugar ocupa el lector) no es el artista (4) que juntó las pala­ bras y armó la escena tan efectivamente q u e sigue viva aún después de dos mil años. Para lo cual n o es necesario qu e sepa­ mos que fue un veronés llamado Cayo Valerio Catulo, qu e a los veintitantos años sufrió los desdenes de una tal Clodia, infiel a su marido y a todos sus amantes. Catulo y otros poetas latinos escribieron lo que hoy se llamaría "poesía comprometida". La buena poesía comprometida es una audacia poética, rara vez lograda, c o m o todas, y especialmente por sus condiciones restrictivas. Es menos probable hacer u n buen soneto e n ix, c o m o el d e H a l l a r m e , q u e u n b u e n s o n e t o e n general, porque el número posible en ixes mucho menor. O para usar u n ejemplo más análogo: es menos probable hacer u n buen soneto piranaeuiano oei upo: un soneto me manda hacer vio­ lante, que u n buen soneto en general. La dificultad de la poesía comprometida está en implicar la persona jurídica del signatario (4) sin destruir la diferencia esencial con el autor (3) que preside la escena, ni con los personajes (que pueden incluir al Autor 2, si es uno de ellos, hasta con nombre y apellido) sino, por el contrario, implicando esas diferencias. Mis poemas no se pueden publicar todavía. Circulan de mano en mano, manuscritos, o copiados en mimeógrafo. Pero un día se olvidará el nombre del dictador contra el que fueron escritos, y seguirán siendo leídos. Evidentemente, se requiere audacia política para escribir estas cosas. Pero n o más audacia que para escribir, por ejemplo: So­ moza, eres un cerdo. Firmado, Ernesto Cardenal. La audacia que nos importa, la poética, consiste precisamente en correr el riesgo de caer en la simple audacia política, para la cual basta con firmar u n manifiesto. Consiste en citar el equívoco de "dar testimonio" y torearlo. U n equívoco que embiste peligrosamente también, en este caso, por el lado de la jactancia: se necesita audacia para cimai p e r u e r ia iigursu e n e i i c n e i i u u e i per&oiMje i i i u e i i a n u , tradicional, que sueña con la eternidad de la fama y que ha dicho frases semejantes en Catulo, e n Shakespeare, en Cervantes, y que n o es Ernesto Cardenal Martínez (si ése es su segundo apellido), sino ese personaje del poema. Cierta basura llamada poesía comprometida, social o de pro­ testa, es completamente inocente en este sentido. N o v e la dife­ rencia entre el signatario, el autor y los personajes que hablan en primera persona. Hace como las personas que frente a los versos de u n poeta que conocen, n o los leen: los usan para delatarlo, para sacarles todo lo que pudieran tener de confidencia, para con­ jeturar "a q u i é n se los h i z o " y hasta d ó n d e l l e g a r o n e n sus relaciones. Es decir, como si n o hubiera diferencia entre un poema y una declaración política o d e amor, firmada e n una carta o manifiesto. ¿Cuál es la e s c e n a y los p e r s o n a j e s d e l p o e m a " M é x i c o : Olimpiada de 1968" firmado por Octavio Paz? ¿Ese lugar, esa fecha, Octavio Paz, el gobierno responsable de la matanza de Tla­ telolco? Todo eso está implicado en el poema, y hasta explicado e n una nota aparte que dice: El Comité Organizador del Programa Cultural de la Olimpiada en México me invitó a escribir un poema que celebrase el "espíritu olímpico". Decliné la invitación, pero el giro de los acontecimientos me llevó a escribir este pequeño poema, en conmemoración de la matanza de Tlatelolco. Pero la escena es otra: hay u n hombre sentado frente a una página en blanco; u n hombre furioso por la matanza de Tlatelol­ co; u n hombre movido a la protesta, que quiere escribir algo, tal vez un poema. Ni ese hombre, ni el que lo está viendo y describe la escena, son Octavio Paz Lozano, aunque lo implican. La limpidez (Quizá valga la pena Escribido sobre la limpieza De esta hoja) No es límpida: Es una rabia (Amarilla y negra Acumulación de bilis en español) Extendida sobre la página. ¿Por qué? La vergüenza es ira Vuelta contra uno mismo: Si Una nación entera se avergüenza Es león que se agazapa Para saltar. (Los empleados Municipales lavan la sangré En la Plaza de los Sacrificios.) Mira ahora, Manchada Antes de haber dicho algo Que valga la pena, La limpidez. El poema admite (la palabra es: admite) esta acotación teatral: El hombre frente a la página en blanco (un personaje que puede su­ ponerse que es el Autor, 2) está ciego de rabia por la matanza de TTatelolco: n o escribe. D e la página misma (si se puede decir, ¿con espíritu Z e n ) brota en sus manos la palabra limpidez. Este primer impulso (¿"automático"?) se desdobla en conciencia de aprobación a esa limpidez que se expresa sola (o si se quiere: de reconoci­ miento de ese impulso inconsciente que acata y expresa la mudez de la página en blanco): Quizá valga la pena, dice otra voz (del Autor desdoblado, entre paréntesis, como su conciencia). Pero la mudez de la página en blanco del Autor no es límpida: es la mu­ dez y obnubilación de la ira: es una rabia extendida sobre la pá­ gina, que convierte el espacio e n amarillo y negro (experiencia visual que puede reconocer quien haya "hecho una bilis") como las resonancias visuales asociativas de la palabra bilis en español. A l topar con esto, el personaje sale de su trance en blanco y se recoge en u n ¿por qué? reflexivo, que desemboca ya n o en el poema del autor que "describe" todo lo anterior, sino en el poema (interno al otro) del Autor. La vergüenza es ira Vuelta contra uno mismo, etcétera. Nada especialmente expresivo. Líneas que hacen pensar e n una cita de Marx o e n psicoanálisis refrito. Lo cual sacude la conciencia poética del Autor (¿y esto escribes mientras Los empleados Municipales lavan la sangre En la Plaza de los Sacrificios?) y lo retrotrae a la página en blanco (manchada por la escritura inexpresiva de la ira) c o n u n movimiento negativo (¿de espíritu Zeri?) que hace honor a la ira y a la limpidez sin palabras, y así, admirablemente, las expresa. ? En honor de este sentido del honor, hay que añadir que esto n o es una explicación de u n p o e m a clarísimo. Se trata d e u n h o ­ menaje que tomó la forma de una investigación frente a u n hecho empírico: he aquí u n buen poema comprometido. ¿Por qué hay tan pocos? BLANCO entre las obras de arte y lo que sucede (sea o n o u n happening): lo que sucede es irreversible, n o puede re­ leerse, n o puede verse transcurrir desde varios lados. Una obra de arte es c o m o intemporal, le da tiempo al tiempo de ser reversible: tiene lados de vista; se deja ver desde varios puntos, ya sea física­ mente, como es obvio en la arquitectura y la escultura, o c o m o lados de lectura a los que, constitutivamente, apela. (Otra cosa es la introducción posterior de esos lados cuando la obra los permite pero n o los exige; por ejemplo, la lectura paródica.) Por esto, y n o simplemente por "razones de calidad", una obra de arte que n o sea digna de relectura (aunque esa relectura quede pendiente) n o es una obra de arte, es un hecho más o menos artístico: pertenece al orden de lo que sucede. Orden nada insignificante: incluye el amor, la muerte y la lectura misma en cuanto hecho personal. DIFERENCIA ESENCIAL La relectura n o es una segunda o tercera lectura. Es otra zona d e la lectura que puede integrar todas las lecturas posibles. La lectura como hecho personal es irreversible: aunque se vuelva a leer lo mismo, n o se vuelve a leer c o n los mismos ojos. Pero lo mismo, dentro de ciertos límites, permanece igual: abierto a todas las lecturas posibles, con una apertura intemporal que hace pensar en la eternidad. Los renacentistas predicaron la eternidad del arte antiguo, aunque practicaron su relectura, que es otra cosa. Los académicos suelen tratar en serio de "practicar la eternidad" y el resultado es u n refrito, no una relectura (al menos conscientemen­ te; pues cabe abrir a la relectura algunas de estas obras hechas "como se debe", por medio* de u n plano crítico, que introduzca u n a relectura creadora; el d e s c u b r i m i e n t o d e l o camp, p o r ejemplo, se*9ebe a esta relectura). Cuando se contempla u n cuadro, si no es muy grande y está a cierta distancia, se ve de un golpe. Cuando se contempla una pá­ gina, a menos que tenga una sola palabra (un título, por ejemplo) n o se lee de un golpe. Y hasta e n el caso de una sola palabra, a cierto nivel de aprendizaje de lectura, o si la palabra es difícil, puede requerir el deletreo: la lectura sucesiva en vez de un golpe. Pero ¿ver u n cuadro de golpe es haberlo visto? ¿No hay muchas cosas que vemos después? ¿No hay muchos detalles de esos que uno "vio", y si le preguntan después n o es capaz de precisar? ¿No hay que acercarse o alejarse para ver ciertas cosas? ¿No hay que analizar? C o n un texto sucede al revés: se empieza por la lectura miope (teóricamente, letra por letra y palabra por palabra; pero práctica­ mente, como lo han demostrado los métodos de lectura rápida, ahí se va "retirando" uno hasta ver el cuadro completo. A partir de esa experienci a total del texto, la relectura de sus partes se vuelve una experienci a diferente: lo mismo dice más, se integra en otra zona de sentido. Leer es como abrazarse: u n proceso "dialéctico" donde la separación pide el contacto y éste a su vez la separación: la "perspectiva" necesaria para integrar su sentido. Pero esa pers­ pectiva no tiene que ser la sucesividad más simple. Las mismas técnicas de lectura rápida demuestran que es posible leer al revés y al derecho, en diagonal, salteado. Se ha dicho que Velázquez, más que pintar esto o aquello, pintó la luz. Podría decirse: pintó esa zona integradora de la relectura. Igual podría decirse de la poesía última de Octavio Paz, y en par­ ticular de Blanco: dice la libertad creadora misma en el momento y lugar de estar diciendo lo que dice; la transparencia donde las palabras parecen brotar solas, resplandecientes, vivas, tensas, en el mismo acto y lugar de originarse, e n esa zona d e la realidad habitable que es la comunión. El lector de Blanco puede "disfrutar" el poema aunque su cons­ trucción le parezca un poco rara, y le recuerde aquellos poemas barrocos que permitían diferentes lecturas, por ejemplo el "Labe­ rinto endecasílabo" de Sor Juana: Amante, caro, dulce esposo mío, festivo y pronto, tus felices años, alegre canta sólo mi cariño, dichoso, porque puede celebrarlo; Q u e también se deja leer sí: Caro, dulce esposo mío, pronto tus felices años, canta sólo mi cariño porque puede celebrarlos; O también: Dulce esposo mío tus felices años, sólo mi cariño puede celebrarlos; El ejemplo es muy útil para ver lo que Blanco no es. El libro, en­ cuadernado c o m o un acordeón, se despliega como u n río de ver­ sos que pueden ser leídos en la sucesividad normal o recorriendo cualquiera de los brazos de lecturas posibles, o como una serie de poemas. Sin embargo el "truco" necesario para hacer posible tanto la sucesividad vertical c o m o la horizontal es muy p o c o notable porque n o está hecho para notarse. Se trata de versos que son totalidades al mismo tiempo qu e partes, que están cerrados al mismo tiempo que abiertos y qu e admiten una gran variedad de "rimas" sinonímicas o antitéticas, c o m o en la técnica del para­ lelismo. Blanco se recorre como u n paraje. Hay cosas que ver desde to­ dos los puntos y en todas las direcciones, hasta leyéndolo al revés (no palabra por palabra sino verso por verso). N o es un juego, es u n campo magnético que hace sentir poderosamente su fuerza. Cuesta trabajo darse cuenta de cómo está hecho: se lo lleva a u n o el poder dé la evocación, la fascinación del lenguaje. Para obser­ varlo "técnicamente", hay que leerlo contra la corriente. Y esa corriente fascinante y poderosa, que es lo que nos impor­ ta realmente como lectores, y donde n o hay tanta diferencia con u n libro como El Quijote, que después de leído varias veces, se lo lleva a u n o , ábralo por donde lo abra, tiene, a diferencia de esas obras caudalosas, una apelación distinta a la relectura, una expe­ riencia distinta de la simultaneidad y sucesividad del lenguaje, de la misma realidad, e n cuanto Blanco es u n lugar de la realidad donde la realidad se ve estallar c o m o una noche estrellada, como el universo en expansión, como ese momento final de u n cuarteto c u a n d o , simultáneamente y d e g o l p e , el silencio dice toda la música. OCTAVIO PAZ Y LA EMANCIPACIÓN CULTURAL E N 1937, a los 23 años, Octavio Paz publica Raíz del hombre. Jorge Cuesta lo recibe con una consagración: Hace tiempo que el nombre de Octavio Paz me llevó al conocimiento de un joven de veinte años de edad, en quien tuve que advertir la sinceridad apasionada con que sentía inquietudes intelectuales de las que muy pocas personas acaban por considerar que no les son extrañas, y que sólo muy raras, muy excepcionales empiezan por experimentar vivamente como suyas. En el alma indecisa de todo ioven, es cierto, encuentran siempre fácil hosDí­ ~*mm w __ww..~*~ w w » w w w jw * waa, W M . w>w>«w, w a a w w w w w . .Mw>«f«w « W M " " " ^ talidad sentimientos extraños, ideas pasajeras; pero no la generosidad, no el abandono que puede convertir difícilmente a la persona en la presa de algo mejor que la consume y vive a expensas. Lo que en la juventud de Octavio Paz me llamó la atención, fue la decisión, la voluntad con que era capaz de exponer su entraña a la voracidad de un objeto. Yo sabía que en una palabra, en una exclamación y en ocasiones hasta en un silencio, suele aparecer, pero también fingirse, la señal que distingue a quien está dando ocasión de que un demonio lo arrebate y la fatalidad lo sorprenda indefenso. Y estaba esperando un libro suyo, como Raíz del hombre, que acaba de publicar, para confirmar en su poesía el dominio de un destino sobre él. Ahora estoy seguro de que Octavio Paz tiene un porvenir. Hijo y nieto d e escritores revolucionarios (su abuelo combate a los franceses , llega a coronel, toma parte e n el movimiento de TAixtepec, es diputado, escribe teatro, novela, poesía, memorias y leyendas, publica el diario La Patria; su padre es periodista y ac­ túa como agente de Emiliano Zapata en diversas misiones), Octa­ vio Paz tuvo conciencia de la historia como responsabilidad, casi desde niño. A los 17 años publica una "Ética del artista": "Es indis­ pensable pensar que formamos parte de u n continente cuya his­ toria la hemos de hacer nosotros. Q u e hay u n destino manifiesto a través de tedos los tiempos, que obliga al hombre a realizar la voluntad de la vida y de Dios" {Primeras letras, p. 116). Lo cual también implica una conciencia de la historia como algo que nos rebasa. A este temple romántico, hólderliniano, se refiere Cuesta. El joven poeta mexicano se abandona a u n destino que asume como deber: la historia que está pidiendo ser hecha. Lo hace en circunstancias que recuerdan a las de Hólderlin y Hegel, ante el subdesarrollo alemán: c o n el afán romántico de criticar el progreso recibido de Inglaterra y Francia, volver a los orígenes y poner en marcha u n progreso propio, una cultura universal propia. La emancipación literaria de México (como se llama un libro de José Luis Martínez) responde a esa preocupación romántica, no sólo literaria y n o sólo mexicana. Fue situada en el marco de la cultura occidental, a la luz del romanticismo alemán, c u a n d o Hegel sentenció que América n o era sino un reflejo de Europa. En ese mismo marco, pero negando esa negación, se sitúa Clavijero, que pudiera ser visto como el gran romántico que no tuvimos en la p o e s í a , la n o v e l a ni el teatro. Clavijero critica la cultura occidental, sin excluir a g r i e g o s ni r o m a n o s , y v u e l v e a los orígenes indígenas (también críticamente) como u n pasado clásico (nuestros griegos y romanos), n o para poner casa aparte (con esa especie de racismo tercermundista de la identidad cultural, que aprisiona e n v e z d e liberar), sino para afirmar y construir la universalidad como algo propio: como dueños y responsables, al igual que los otros, de la casa de la cultura occidental, ampliada, criticada, hecha habitable para nuestra historia, nuestra tierra, nuestras necesidades. Sobre Clavijero y otros humanistas del siglo xvm dijo Gaos (En torno a la filosofía mexicana, I I , 9): desde "Sigüenza, pero también, aunque sólo parcialmente, en Sor Juana, se encuentran las características de los que dieron al siglo xvm su esplendor: ser religiosos, afán d e saber e n c i c l o p é d i c o , saber d e la ciencia moderna, interés por saber de las cosas naturales y humanas del país y por el progreso y emparejamiento de éste con Europa en los dominios de la cultura, conciencia de la peculiaridad de lo mexi­ cano y de lo equiparable de sus valores a los más clásicos de los extraños." La primera emancipación de la inteligencia mexicana se da en la cultura criolla. Clavijero y otros mexicanos alcanzaron el deseado emparejamiento. N o fueron menos que los europeos, ni tampoco reflejos: vivieron en la fronteras del saber de su tiempo, avanzaron por su cuenta y riesgo, abrieron brechas para todos, mexicanos o n o , a u n q u e m o v i d o s e s p e c i a l m e n t e , c o m o es n a t u r a l , p o r necesidades mexicanas. Pero la emancipación de la cultura criolla n o tuvo bases de poder para continuar, como en los Estados Unidos o Brasil. Fue r e p r i m i d a p o r la C o r o n a e s p a ñ o l a , y a u n q u e c o n d u j o a la Independencia, se dispersó e n las luchas de la emancipación política. El poder, finalmente, n o quedó en manos de los criollos sino de los mestizos, que recogen y modifican el proyecto de e m a n c i p a c i ó n cultural. Este proyecto (todavía en marcha, de avance desigual en sus distintos frentes) fue realizado en primer lugar e n la p o e s í a , d e s d e el m o d e r n i s m o hasta la f e c h a . La soberana libertad d e Manuel Gutiérrez Nájera (una de nuestras grandes inteligencias literarias) se daba el lujo, e n 1890, d e señalarle vías a la madre patria: La decadencia actual de la poesía lírica española es innegable [...] depende, por decirlo así, de falta de cruzamiento [ .] No quiero que imiten los poetas españoles; pero sí quiero que conozcan modelos extranjeros; que adapten al castizo estilos ajenos; que revivan viejas bellezas, siempre jóvenes; en resumen, que su poesía se vigorice por el cruzamiento. {Obras I 101). Si algún Max Weber de la literatura llegara a establecer los "tipos ideales " de una carrera literaria e n diversas épocas y distintos países , la obra de algunos escritores sería mejor entendida. ¿A qué n e c e s i d a d literaria c o r r e s p o n d e esa l u c i d e z d e planificador nacional de la cultura que demuestra Gutiérrez Nájera? ¿Qué tenía que hacer Alfonso Reyes escribiendo una Cartilla moral o un libro sobre La filosofía helenística? ¿Cómo es posible que Vasconcelos escribiera s^u Tratado de metafísica en plena campaña para ser presidente? ¿Qué clase de libros son El laberinto de la soledad y Posdata? ¿Historia, antropología, filosofía, terapia mitoanalítica? N o es lo mismo escribir en u n país que se da por hecho, en una cultura habitable sin la menor duda, en u n proyecto d e vida que puede acomodarse a inserciones sociales establecidas , sintiendo que la creación es parte de una carrera especializada; que escribir sintiendo la urgencia de crearlo o recrearlo todo: el lenguaje, la cultura, la vida, la propia inserción en la construcción nacional, todo lo que puede ser obra en el más amplio sentido creador. Las tentativas prometeicas de Vasconcelos, Reyes, Paz, más que una desmesura individual (abarcar muchas cosas que en otras partes s o n obra d e especialistas), p a r e c e n cumplir u n a n e c e s i d a d histórica, una urgencia nacional de la cual se sienten responsables: apoderarse de toda la cultura, expropiarla, recrearla, modificarla, hacerla nuestra e n forma viva; ser sujetos actuantes, n o sólo contemplados, de la cultura universal. Quizá porque la poesía es el laboratorio de la lengua, que está e n el centro de la cultura, la poesía llevó la delantera. Curio­ samente, h o y q u e los norteamericanos de origen mexicano se plantean el problema de su identidad cultural, están usando en primer lugar la poesía para este replanteamiento. A partir de ahí, pasan a las consideraciones críticas (donde encuentran el ensayo fundador sobre "El pachuco y otros extremos" de El laberinto de la soledad). D e la misma manera, Reyes pasó de la poesía a la crítica literaria, a la filología española, a los estudios helénicos: como un fundador en busca de fundamentos. Desde la perspectiva departamental que impone la burocracia académica (especialidades, poder, presupuestos) o d e s d e la perspectiva inglesa actual de lo que debe ser la carrera de u n poeta, n o es fácil entender la obra de Octavio Paz. ¿A qué depar­ tamento corresponde? Su trayectoria adquiere claridad bajo u n perfil romántico: nuestra emancipación cultural. Su obra es de una ambición desmesurada para las perspectivas jurisdiccionales; anacrónica para los ingleses que sienten que la cultura inglesa ya es simple y sencillamente la cultura; pero ineludible y central, como una deuda histórica, para la cultura mexicana. Toda la obra de Octavio Paz es obra de fundador. Repetidamen­ re en ta poesía, uonoe una y otra vez na repasado sus propias fundaciones anteriores y ha abierto caminos más allá de nuestras fronteras, y aun más allá de nuestra lengua. Es el primer poeta mexicano del cual pueden señalarse huellas en la poesía de otras lenguas. Pero, además, su crítica, que partió del fenómeno lite­ rario, que ha estado siempre preocupada por el problema nacio­ nal, se ha ido extendiendo hasta volverse nada menos que una crítica de la cultura occidental. ¿Dónde está el poeta occidental, de cualquier lengua, capaz de escribir Los hijos del limo? Se trata de una visión crítica d e l conjunto de la poesía occidental desde el romanticismo, que n o sólo toma en cuenta el movimiento poético en las distintas lenguas sino que establece c o m o fondo de contraste lo n o occidental. ¿Quién sería capaz de entroncar ese análisis con la modernidad en todos sus sentidos culturales, sociales y políticos? Y a n o se diga referirlo al problema concreto, nacional, de cómo modernizarnos. Alguna vez dijo Eliot que toda obra importante modifica a las anteriores en la historia literaria, cambia la perspectiva en la cual son entendidas, obliga a u n reacomodo. Lo mismo puede decirse del surgimiento de nuevas literaturas en la geografía literaria: en la convivencia mundial. El romanticismo alemán respondía a las n e c e s i d a d e s d e l s u b d e s a r r o l l o a l e m á n , p e r o m o d i f i c ó las literaturas desarrolladas en Inglaterra y Francia. U n siglo después, el subdesarrollo norteamericano y ruso, su necesidad de empare­ jamiento con Europa, condujo a u n círculo más amplio de influen­ cias mutuas. H o y tenemos la suerte de vivir un comienzo seme­ jante. U n argentino c o m o Borges, u n mexicano c o m o Paz, se apoderan de la literatura universal para modificarla, c o m o algo nuestro. N o sólo vuelven menos provincianos a los mexicanos y argentinos : vuelven menos provincianos a los europeos. Amplían y enriquecen el salón literario del planeta, como interlocutores de esa conversación que llamamos cultura universal. LOS SUECOS LO PROCLAMAN N o HAY una sola coma en la obra de Octavio Paz que haya cam­ biado con el premio Nobel. Lo que ha cambiado es la atención del mundo, hasta ahora de espaldas a la inteligencia en español. La cultura hispánica, que fue protagonista de la cultura occidental, acabó en su periferia, como las ruinas de un pasado bárbaro, de atractivo romántico, pero nada más. Dejó de recibir la atención que se presta a u n interlocutor para recibir la que se presta a u n tema. En 1936, al hablar de "la inteligencia americana" ante "el tribunal de pensadores internacionales que me escucha", Alfonso Reyes proclamó el "derecho a la ciudadanía universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la mayoría de edad. Muy pronto os habituaréis a contar con nosotros". Pero n o fue tan pronto. El diálogo cruzado entre franceses, ingleses, alemanes, italianos, a u e se ensancno para dar entrada a los nórdicos, a los eslavos, a los norteamericanos, y hasta llegó a aplaudir a los poetas, dramaturgos, novelistas, de habla española, n o reconoció a Unamuno, Rodó, Machado, Vasconcelos, Ortega y Gasset, Reyes, Borges, entre los escritores líderes de la opinión occidental. Ninguno obtuvo el premio Nobel de letras, aunque fueron tan b u e n o s o mejores escritores que Russell o Sartre , escogidos por la Academia sueca El problema de los escritores que rebasan los llamados géneros de creación (como si el ensayo n o lo fuera) es que exigen una doble recepción: la de su prosa y la de sus ideas. La conversación occidental p u e d e interrumpirse u n momento para aplaudir el teatro de José Echegaray (Nobel de 1904) o lo poemas de Gabriela Mistral (1945), y continuar la conversación: sin ellos, aunque haya sido sobre ellos. Pero escritores como José Ortega y Gasset o como Octavio Paz, que se meten c o n la cultura occidental, que la re­ plantean, que la critican, que pretenden cambiar el curso de la conversación, modificar la agenda, interrumpir c o m o participan­ tes, no como tema de la interrupción, exigen u n segundo recono­ cimiento: v o z y voto, n o sólo admiración. N o basta c o n reco­ nocerlos c o m o grandes artistas de la prosa, ni siquiera c o m o creadores de una prosa que n o existía en español: la que bacía falta para pensar por nuestra cuenta y en nuestra lengua la cultura moderna. El género que practican obliga a reconocerlos también como líderes intelectuales, a reconocer que pesan en ía conversa­ ción occidental. Sucede más difícilmente. La apertura de la inteligencia mexicana a la cultura universal no empieza con Octavio Paz. Está e n nuestra mejor tradición: en Sor Juana, en ios humanistas del siglo xvm, en los modernistas, en los ateneístas, en los Contemporáneos. Es un programa explícito del joven Manuel Gutiérrez Nájera, que en 1890 declaraba su fe en el comercio exterior: "Mientras más prosa y poesía alemana, fran­ cesa, inglesa, italiana, rusa, norte y sudamericana importe la litera­ tura española, más producirá, y de más ricos y más cuantiosos frutos será su exportación." Pero también hay que decir que esta confianza en la conver­ sación universal ha tenido q u e desarrollarse frente a la otra tradición: l a que considera arrogantes y hasta descastadas tamañas pretensiones , la que n o cree e n nuestra c a p a c i d a d , e n nues­ tro deber, e n nuestro d e r e c h o , d e participar. Las tentativas más ambiciosas de la cultura mexicana han sufrido persecuciones de la p e q u e n e z coterránea, d e s d e n e s d e la p e q u e n e z inter­ nacional. Afortunadamente, nuestra mejor tradición y la apertura recí­ proca de los extranjeros más abiertos, que han sabido apreciarla, prosperarán con este premio, que reconoce por primera vez lo que ya era u n hecho: la presencia en el diálogo universal de la inteli­ gencia en español. Empezó a manifestarse con Ortega, se volvió más o b v i a r o n Borges y se ha extendido por muchas lenguas y países con Paz. La influencia internacional de la poesía y el pen­ samiento de Octavio Paz está a la vista en numerosos autores y se ha vuelto cuantificable en miles de citas anuales. El premio es una proclamación de que Octavio Paz merece voz y voto en la cultura universal. Los suecos lo proclaman, y quienes lo queremos y admiramos estamos de fiesta por él, por México y por u n mundo que se vuelve menos provinciano. LA CUADRATURA DEL CÍRCULO Los GRIEGOS se plantearon el problema de la cuadratura del círculo: construir (con regla y compás únicamente) u n cuadrado de la misma área q u e u n círculo. N u n c a lo resolvieron, porque es insoluble. El área de u n círculo de radio 1 es una magnitud que n o se puede construir geométricamente, ni escribir como fracción, ni c o n decimales: se representa c o n la letra % que es también la medida de la circunferencia en función del diámetro: la longitud de un círculo el diámetro. Escrito con decimales, el número es interminable: 3.1415926536... En la práctica, se usa la aproximación 3.1416, o 3.14, o simple­ mente 3, a sabiendas de que se trata de aproximaciones. Arquíme­ des demostró que TC era mayor que 3 10/71 (- 3.1408451) pero m e n o r q u e 3 1/7 (- 3.1428571). Esta última f r a c c i ó n (o su equivalente: 22/7) sirve como una aproximación de %. Sor Juana Inés de la Cruz usó el descubrimiento de Arquímedes para exaltar el número 22 (v así el cumpleaños de la reina madre) en su "Loa a los años de la reina madre, doña Mariana de Austria, nuestra señora": Veintidós es el número de Diciembre, en que el Austria dio este Milagro Deifico que los Dos Orbes con su luz abrasa. Que como es la edad círculo de aquesta Imperial Águila, sólo en la sesqui-séptima proporción tripla el círculo se hallara: pues tomando el diámetro a lo que abraza el área, vendrá a tener, midiéndolo, como con veintidós el siete se halla. En su edición de las Obras completas de Sor Juana (III, 695), Alfonso Méndez Planearte explica el rebuscado elogio: los años de la reina madre se miden por el 22 de su cumpleaños como el círcu­ lo se mide por 22/7: su vida tiene la perfección de lo redondo, una divina proporción. Méndez Planearte interpreta correctamente la expresión "sesquiséptima proporción tripla": "La medida de u n círculo, partiendo de su diámetro, se obtiene con la proporción tri­ pla y sesquiséptima, o sea, multiplicando el diámetro por 3 1/7." Octavio Paz, en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (p. 312) se distrae en este punto: "La sesquiséptima es, dice el Diccionario, la unidad más una séptima parte: 1 1/7. Esta cifra, aclara Méndez Planearte, triplicada produce el 3.1416 (pi) de la geometría. Si se multiplica pi por el diámetro, se tiene la medida del círculo — e n este caso el día del nacimiento de Mariana (22 de diciembre), un día perfecto como el círculo—." Nikito Nipongo en su columna de Excélsior (fines de julio de 1983) advierte el enor y arremete contra Méndez Planearte: "el libro [...] debería llevar como título [...] o las trampas de Méndez Plan­ earte", porque el triple de 11/7 n o es 31/7 sino 3 3/7". Pero el error no es de Méndez Planearte, como puede verse en las citas anteriores. Quizá el problema no es numérico sino lingüístico, y la cua­ draíura del ¿ c u l o está en que Sor juana se toma una licencia poé­ tica: a partir del uso establecido sesquiequis (la unidad más la unidad entre equis) inventa otro: ene sesquiequis (ene unidades más la unidad entre equis). Sesqui es u n prefijo latino para indicar vez y media (sesquicen­ tenario: cientocincuenta aniversario). Por extensión, se pasó de sesqui (1 1/2) a sesquitercio (1 1/3), sesquicuarto (1 1/4), ses­ quiquinto (1 1/5), sesquisexto (1 1/6), sesquiséptimo (1 1/7), etc. Pero la extensión puede llegar más lejos, que es lo que parece haber hecho Sor Juana. D e sesquiséptim o (1 1/7), pasar a doble sesquiséptimo (2 1/7), triple sesquiséptim o (3 1/7), etcétera. Méndez Planearte no explica esta licencia, o de dónde viene o c ó m o está construida la expresión "sesquiséptima proporción tripla". Pero su lectura es correcta: "o sea, multiplicando el diá­ metro por 31/7" UN SONETO DESCONOCIDO DE SANDOVAL Y ZAPATA Tesón de sombras de la idolatría El objeto el amante enamorado Cuando buscaste el bien en el pecado Para los linces en su artillería Apenas de esplendor amanecía Hora para el tropel más desusado \¡aienenao sacuaír 10 aesaicnaao Su pecado estudió la tiranía Con las calcinaciones de la pena Aquel tropel de penas, que le aguarde Espirituales linces del amor De la razón en pie no queda almena Y se sembró cadáver en la tarde En pos del mentiroso resplandor 1. RECADO A GERARDO TORRES Gracias por el rescate del Panegírico a la paciencia de Luis de Sandoval y Zapata (Vuelta 102), que n o se había vuelto a publicar desde 1645, y parecía perdido. Gracias por decir cómo lo encon­ tró: catalogado en el fichero del Centro Condumex. Muchas cosas se encontrarían si hubiese quien tuviera interés en buscarlas. Se extraña usted d e q u e A l f o n s o M é n d e z Planearte n o l o publicara. Tampoco publicó todos los sonetos d e Sandoval y Za­ pata, aunque dejó dicho dónde estaban. Alfonso y Gabriel Méndez Planearte murieron jóvenes (a los cuarenta y tantos años ambos, a mediados de siglo) para desgracia de los estudios novohispanos y de la cultura católica. Es asombroso cuánto hicieron en veinte años. Vaya usted a la biblioteca del Instituto Tecnológico de Mon­ terrey, que guarda sus archivos. Estoy seguro de que en los materiales, pistas y proyectos q u e dejaron a medias lo esperan otras sorpresas. No deje de tomar en cuenta, como curiosidad, los seis sonetos de Sandoval y Zapata traducidos al inglés por Samuel Beckett, gracias a la antología de poesía mexicana que Octavio Paz preparó para la UNESCO, cuya versión francesa usted menciona. Pero no fue Paz el primero en secundar a M é n d e z Planearte, c o m o usted parece creerlo. Antes lo hicieron Reyes en Letras de la Nueva España, Gallegos Rocafull en El pensamiento mexicano en los siglos xvi y xvny quizá otros. Por cierto, Jacques Lafaye que en Quetzalcóatly Guadalupe menciona estos libros ¡no menciona a Sandoval y Zapata! Lo más increíble de todo es que una tercera parte del libro de Lafaye lleva c o m o subtítulo "Quetzalcóatl o el ave Fénix"; y el famosísimo soneto de Sandoval y Zapata "A la transubstanciación admirable de las rosas en la peregrina imagen de Nuestra Señora de Guadalupe... Vencen las Rosas al Fénix" está que ni mandado hacer para la ecuación: Quetzalcóatl - Fénix ­ Guadalupe. Desde la perspectiva de Lafaye, el soneto pudiera titularse: "Vence el milagro g u a d a l u p a n o a la inmolación de Quetzalcóatl": El Astro de los Pájaros expira, aquella alada eternidad del viento, y entre la exhalación del monumento víctima arde olorosa de la pira. En grande hoy metamorfosis se admira mortaja, a cadaflormás lucimiento: vive en el Lienzo racional aliento el ámbar vegetable que respira. Retratan a María sus colores; corre, cuando la luz del sol las hiere, de aquestas sombras envidioso el día. Más dichosas que el Fénix morís, Flores: que él, para nacer pluma, polvo muere; pero vosotras, para ser María. El Fénix, ave mítica relacionada c o n el culto solar, era una especie inmortal de u n solo miembro mortal, que en la vejez, para reproducirse, construía u n nido de ramas y resinas aromáticas expuesto al sol, que lo incendiaba: de las cenizas, como el sol (de la noche), nacía el nuevo Fénix que volaba a Heliópolis. Lo cual es superado por las rosas del Tepeyac que, si e n l a tilma de J u a n Diego hallan su mortaja, allí mismo cobran aliento racional por su milagrosa metamorfosis en la Rosa del Tepeyac: María. O , como traduce Beckett: You die more fortúnate than the Phoenix, Flowers; for he, feathered to rise, in ashes dies; but you, Our Blessed Lady to become. Otro detalle para su recuento: la primera edición del soneto "Jue­ ves de Corpus en México" apareció, con dedicatoria política por el 10 de Junio, en La Cultura en México 493, del 21 de julio de 1971. Una curiosidad lingüística: el Panegírico suele citarse como de la paciencia, no a la paciencia. ¿Hay algo, en ese error común? ¿Simple influencia de los elogios dé? La palabra panegírico (que si fuera panagórico nos recordaría su origen) fue construida con «, por esos años, en el Panegírico a la majestad del rey nuestro señor don Felipe IV, escrito por Q u e v e d o en 1643, aunque n o publicado hasta 1852. Sin embargo, es u n escrito al rey, n o una celebración de su persona leída ante terceros. Quizá la prepo­ sición a tiene que ver con algo insólito del Panegírico a la pa­ ciencia: personifica a la paciencia, como los autos sacramentales (y como las celebraciones impersonales del siglo xx: el soldado desconocido, el día de la madre). La tradición clásica del pane­ gírico celebraba personas y comunidades reales, hechos histó­ ricos, n o abstracciones. Hizo mal en n o repetir el chiste de Menéndez y Pelayo sobre la paciencia del Panegírico: que se refiere a la que hace falta para leerlo. Sobre t o d o porque s o s p e c h o q u e la ceguera de d o n jV/forpplino f*n p^tf* P Ü V Í fiíf* mcí< ülld H#* c u VHalv>vllllU fta v i l v¿>lv> V.¿l<3ls l U w Iluto d l l d VJw 911 lalVñ Hf» o i i ^ t o - n o vlvJ vio <£LldtAJ. 1 IvJ Vlvy que la paciencia del panegírico tiene cola. No tengo a mano su Historia de los heterodoxos españoles. ¿Quiere ver si se ocupa de Sandoval y Zapata? Supongo que no, porque lo desprecia. Pero todo el Panegírico, que el padre Méndez Planearte sitúa con razón en la tradición del estoicismo cristiano, a través de Quevedo, tiene u n n o sé qué d e quietismo avant la lettre que usted pudiera investigar. ¿Qué dice, en resumidas cuentas, el Panegírico a la paciencia? Por una parte, es u n elogio de las penas de esta vida, distorsión barroca que puede remontarse al "barroquismo" de San Agustín (Ofelix culpa: viva el pecado, porque nos trajo al Redentor); vivan las penas porque nos dan ocasión de merecer el cielo ("¡Vivid, celestiales esferas!"). Pero eso es un elogio de la cruz, más o menos tradicional; no es u n elogio de la paciencia. La cuestión central con respecto a ésta es que sustituye a las obras, forma tradicional de merecer el cielo: los "héroes de la virtud" no actúan como en la parábola de los talentos, duplicando los recibidos con obras por amor de Dios y del prójimo, que les ganan el reino de los cielos. Aquí se lo ganan c o n una actividad insólita: la paciencia. El talento recibido (las penas) produce como usufructo otro talento (las glorias del cielo). El párrafo final es elocuente: ¡Oh penas más allá de las orillas humanas! ¡Vivid, celestiales esferas! No os empleéis sino en los héroes de la virtud, que el talento de vuestras glorias sólo le merece quien le logra con actividad de pacientes, para los usufructos de Qo] divino. B a r r o q u í s i m o : el mal resulta u n b i e n y la p a c i e n c i a u n a actividad. ¿No habrá alguna conexión entre estas ideas y el juicio inquisitorial contra su obra de teatro Lo que es ser predestinado? Por lo demás, los equívocos del quietismo están ya en San Juan de la Cruz, que hablaba de predestinación y de una pasividad tan grande que decía a Dios: "y si es que esperas a mis obras [...] dámelas tú y óbramelas". H a y u n largo tratado d e GarrigouL a g r a n g e s o b r e el p r o b l e m a d e las p u r i f i c a c i o n e s p a s i v a s (L'amour de Dieu et la croix de Jésus) para armonizar las doctrinas de San J u a n de la Cruz con la ortodoxia tomista, y ponerlo a salvo d e m a l o s e n t e n d i d o s . Ése e s el tema d e l Panegírico a la paciencia: las purificaciones pasivas como mérito. D o n Marcelino n o tuvo paciencia para ver de qué paciencia se trataba, y se quedó en el chiste. (Afortunadamente, si me permite despedirme c o n otro, tiene usted a Paciencia Ontañón dirigiendo su tesis.) 2. DÓNDE ESTABA EL SONETO Hay que leer a los banocos c o n el debido retorcimiento. Así re­ sulta, por supuesto, que se llega a leer más de lo que hay, y aun cosas q u e nada tienen q u e ver. Así también p u e d e n resultar sorpresas maravillosas, como el soneto que vi asomar, escondido entre la prosa del Panegírico. El primer párrafo, después de los introductorios, dice así: Los estoicos, que en estudio penitente de desvelos misteriosamente relampa­ guearon avisos de luz en el caliginoso tesón de sombras de la idolatría, apoyaron en las escuelas del padecer los dogmas varoniles de la virtud... Y, en esas primeras plabras, resonó el comienzo del soneto: Tesón de sombras de la idolatría C o n esa pista, fui marcando todos los endecasílabos que apa­ recían: Tesón de sombras de la idolatría cátedra de venturas no hizo largos cada tarde le vio, bien que aparente de luz en los peligros de una peña En estos primeros cuatro endecasílabos, renunciando a las rimas, ya parece haber una secuencia. Pero ¿por qué renunciar a las rimas? Marqué todos los endecasílabos. Luego marqué sus sílabas finales. Luego (en una computadora) ordené los versos por sus rimas. Afortunadamente, había suficientes con rima en ta para intentar combinaciones. Busqué otra rima abundante y encontré ado. Lo que siguió fue sustituir, combinar, cambiar de lugar, hasta encontrar algo que tuviera sentido, aunque críptico, m u y a lo Sandoval y Zapata. Me tomé tres licencias. Una insignificante: sustituir aguarde por aguarda, porque me gustaba tanto el penúltimo verso que n o quería dejar de usarlo. Otras más graves: cambiar el orden de las palabras en de esplendor apenas amanecía apenas de esplendor amanecía de la razón no queda almena en pie de la razón en pie no queda almena Todo lo demás está tal cual, c o m o puede verificarlo el curioso lector, que quizá tenga paciencia d e buscar otros sonetos es­ condidos en el Panegírico a la paciencia. A PROPÓSITO D E BERENJENAS (bilingüe) de la antología poética arábigo-andaluza que en 1243 hizo Saíd (Emilio García G ó m e z , El "Libro de las ban­ deras de los campeones" de Ibn Saíd alMagñbi, Seix Barral, 1978). índices numerosos, hasta de temas, en el cual aparece "Árboles, hortalizas y frutos" y en particular "berenjena". Imposible n o empezar el libro por este poema de Abdala Ben Sara (?-1123): NUEVA EDICIÓN Es un fruto redondeado, de agradable gusto, alimentado por agua abundante en todos los jardines. Ceñido por el caparazón de su pecíolo, parece un corazón de cordero entre las garras de un buitre. Ibn Saíd atribuye la maravillosa metáfora a Ibn al-Mutazz (?­ 908). Pero, ¿no es una greguería? Estoy seguro de habérsela leído a Ramón G ó m e z de la Serna. Desgraciadamente, la Flor de gre­ guerías 1910-1958 n o trae índices. Me p o n g o a buscar y me pierdo e n este maravilloso diccionario del diablo, superior al de Bierce. C o m o recuerdo una greguería más breve y eficaz que el poema, y como busco, si no un plagio, una coincidencia, releo con otros ojos. Descubro otras coincidencias. Encuentro, con sorpresa, q u e R a m ó n n o siempre es breve y eficaz. Hasta m e p o n g o , insolentemente, a suprimir palabras innecesarias; Los ojos chinos tienen sueño de siglos. (Los ojos chinos son como son porque tienen sueño de siglos J El mar es* la rotativa más antigua del mundo, tira el diario "La Ola". (El mar es la rotativa más antigua del mundo, que tira incesantemente y en fotograbado el diario "La Ola".) Cuando hiela, cicatrizan los charcos. (En la noche helada cicatrizan todos los charcos.) Su reloj era tan pequeño que no le daba tiempo para nada. (Tan pequeño era el tiempo en su reloj de pulsera, que nunca tenía tiempo para nada.) Naturalmente, el mismo G ó m e z de la Serna es el modelo para hacer estos cortes Es i m p o s i b l e quitar o p o n e r palabra de greguerías como éstas: Ajo: dientes de bruja. Las velas gotean camafeos. Los cuervos se tiñen. Buho: gato emplumado. Los negros tienen voz de túnel. El dinero huele a vagabundo. Pensamiento consolador: el gusano también morirá. Por lo que hace a las coincidencias, descubro algunas, más bien vagas, por ejemplo con Pellicer: La serpiente mide el bosque para saber cuántos metros tiene y decírselo al ángel de las estadísticas. [Pellicer: La serpiente se suma veinte veces.] El cocodrilo es un zapato desclavado. [Pellicer: El cocodrilo es un perro aplastado.] Pero la coincidencia que recuerdo es total. Busco en los Poemas arábigoandaluces (1930) y encuentro la primera versión de García G ó m e z . No es más breve y eficaz. Incluye una palabra adicional (rojo) que le resta eficacia a la comparación, porque la berenjena n o es roja sino morada: Ceñido por el caparazón de su pecíolo, parece un rojo corazón de cordero entre las garras de un buitre. N o es lo que recuerdo. Aunque me falla la memoria verbal, ten­ g o vivísima la visual: veo la garra áspera y verde del buitre, apre­ tando el corazón morado de espanto del cordero, con un ademán heráldico y popular, como de naipe de lotería. ¿O no serán estas palabras un recuerdo verbal? Ahora veo una tensión dinámica (si Charles Atlas m e permite la frase) del p u ñ o rapaz que ostenta triunfalmente la berenjena tensa, brillante y morada c o m o una cartulina: una tensión entre hieratismo y movimiento que re­ aparece también e n la o p o s i c i ó n d e las palabras ademán y heráldico, y que lleva de la heráldica a la lotería, c o n el mismo sentido del humor que ve en la berenjena popular un corazón en armas. Esta clase de humor ennoblecedor parece muy de G ó m e z de la Serna, a diferencia del h u m o r de B i e r c e , c o n frecuencia debunking. Manes del debunking. Termino sin encontrar la greguería que busco y, ya para despedirme, hojeo el prólogo. Ahí está nada me­ nos que la segunda estrofa de "La berenjena", citada por G ó m e z de la Serna, como u n ejemplo de greguería avant la lettre. Nunca la escribió. O , para ser exactos, la escribió señalándola: leyéndola como greguería. DE GRILLOS Y DE GRILLA INSPIRADO en u n haikú de Federico Price (a su vez inspirado en una canción: Sub tilae, bajo los tilos, que suena a subtilis, sutil) alguien compuso esta variación: SUB TILAE Diferencia sutiles de argumentación. La noche fue de grillos. Bajo los tilos queda la hojarasca. Hay otro juego de palabras, además del señalado. Una alusión popular que, al menos en ciertos medios mexicanos, desdobla el poema, riay un poema uei silencio /«en soore ta nojarasca u e la argumentación. Pero también u n poema irónico sobre los grillos, como vienen llamándose en forma coloquial los dedicados a la grilla: murmurar, confabularse, argumentar, hacer así política. D e esta manera, en el poema, los grillos de verdad, al cantar en los tilas, son vistos c o m o grillos q u e se pasan la noche haciendo grilla. ¿Sabe algún lector cómo empezó la circulación reciente de las palabras grillo, grilla, grillar, grillarse (a alguien), hacer grilla, en sus acepciones políticas? El autor del poema no lo sabe. Pero qu e el poema admita ese desdoblamiento político hace pensar qu e estamos ante u n hecho lingüístico muy viejo: el canto de los grillos estimula la lengua, la garganta, la imaginación coloquial de los hombres; hace soñar en un diálogo con los insectos, con la noche, con los árboles; mueve a la onomatopeya, a la metáfora. A través de los siglos, ha dado lugar a reinvenciones como este poema y como el uso reciente en el cual se apoya (si n o es, como puede serlo, un uso tradicional, latente, que de pronto se popularizó). La misma voz grillo es onomatopéyica, según Coraminas, desde el latín; n o procede del griego grylos, luego gryllos, que quería decir otra cosa (cerdo, lechón, congrio) y que tardíamente, en el griego moderno, vino a querer decir también grillo, quizá por influencia latina o romance (dice Corominas, aunque cabe pensar en la reinvención: el descubrimiento de que la palabra gryllos suena a grillo). Así también, en más de una lengua romance, algún poeta a n ó n i m o descubrió q u e los herrajes q u e arrastran los prisioneros suenan a grillo : y de ahí el nombre de grillos o grilletes. El 27 de octubre de 1878 (según la transcripción de María del Carmen Ruiz Castañeda), en uno de esos cuentos de nunca acabar, que continúa y que es más viejo que la república mexicana (como puede verse en las Controversias sobre la libertad de comercio en Nueva España 1776-1818 de Enrique Florescano y Fernando Castillo), el periódico La Patria arrremetió contra el joven diputado Sánchez Fació, que abogaba por el proteccionismo, y que empezó un discurso diciendo: "Yo, señor, odio lo extranjero." Ante lo cual dijo La Patria: "Declaramos ante Dios y ante los hombres que ésa es grilla." "No: no l e creemos aunque agite sus manos lavadas con jabón extranjero ; aunqu e se limpie e l sudor parlamentario con un pañuelo francés; aunqu e se empine sobre la tribuna calzado a la inglesa, c o n levita y pantalón franceses, cortados por un francés, metido en una coraza o chaleco de piel de Suecia, prendido con alfileres de malaquita rusa, hablando español con ribetes franceses." Para acabar con este joven grillo del siglo xix, el anónimo periodista (quizá el mismísimo director del periódico, Ireneo Paz) se daba el lujo de terminar con u n soneto en xtli, que se adelantó nueve años a la publicación del famoso soneto en ix de Mallarmé: Sánchez Faxtli, querido Sánchez Faxtli, hijo mimado del país del ixtli, que sientes, con la Europa, cocolixtli y te arrullas al son del teponaxtli. Tú, que guardas tus ropas en cacaxtli, que te nutres con blanco cacomixtli, y si bastón te falta de tlaxixtli, te pones comofierochichicaxtli; ven, el jugo a libar del xoconoxtli, al blanco rayo de la luz de Mextli; y Deoienao a la diestra y ala opoxui dormiremos la mona en un tapextli... Mas ¡uy! que si lo sabe Napatextli no te libra ni el Dios Huitzilopoxtli. Según el diccionario de la Academia, la frase ésa es grilla es una "expresión familiar con que u n o da a entender que n o cree una especie que uno oye". No da el origen, pero puede especularse que algo tenga que ver con mentidero: "sitio o lugar donde para conversar se junta la gente ociosa". La conexión sería una metáfora auditiva: los mentideros suenan a reunión de grillos, parecen grillar. "cantar los grillos". José Rosas Moreno (1838-1883), poeta y diputado, escribió una fábula contra los "grillos" de su tiempo: Cuentan que cierto grillo llegó a un palacio a entrar. Subió las escaleras y del salón real paróse en los umbrales y comenzó a cantar: "Yo vivo con los reyes, cricric, cricric, cricrac." Oyó su rudo canto una águila al pasar y dijo: "Amigo mío, muy orgulloso estás, mas grillo tú naciste, y, aunque por ser audaz, hoy en palacio vivas, grillo doquier serás." La alusión política es obvia, aunque la coincidencia en el grillo como figura metafórica puede ser mera coincidencia. D e ser así, estaríamos ante u n caso más donde la intuición poética reinventa una metáfora a través de los siglos bajo el estímulo de u n "insecto ortóptero, de unos tres centímetros de largo, color negro rojizo con una macha amarilla en el arranque de las alas, cabeza redonda y ojos muy prominentes. El macho, cuando está tranquilo, sacude y roza con tal fuerza los élitros, que produce un sonido agudo y monótono". NOTA BIBLIOGRÁFICA La primera versión de estos artículos apareció en la Revista de Bellas Artes, Revista de la Universidad de México, Cuadernos del Viento, La Vida Literaria, El Gallo Ilustrado, Plural, Diálogos, Hispamérica, sábado, Boletín del PEN Club, Letras de Buenos Aires, Contenido, Textual, La Jornada Semanal, Milenio y, sobre todo, La Cultura en México, suplemento de Siempre! (1966-1976) y Vuelta (1977-1990). Fueron publicados bajo el título de Leer poesía en los Cuadernos de Joaquín Mortiz (número 20, 1972, 4,000 ejemplares), donde hubo una segunda edición, corregida y aumentada (1976, 4,000 ejemplares), además de reimpresiones (1983, 1,000 ejemplares; 1984, 1,000 ejemplares; 1985, 1,000 ejemplares). Una tercera edición, corregida y aumentada, pero sin cuatro artículos que pasaron a Tres poetas católicos apareció en la Colección Popular (358) del Fondo de Cultura Económica (1987, 3,000 ejemplares). Esta cuarta edición, de nuevo corregida y aumentada (pero sin el artículo "Numerológica", que ya no tiene sentido) aparece en El Colegio Nacional, como parte del volumen Obras 2, Ensayos sobre poesía (1993, 2,000 ejemplares), y en Editorial Contenido como volumen separado (1993,3,000 ejemplares). TRES POETAS CATÓLICOS TRES P O E T A S C A T Ó U C O S Descubrí este libro después de haberlo escrito, cuando preparaba la tercera e d i c i ó n de Leer poesía. Quería incorporar n u e v o s artículos, pero algunos la desbalanceaban: porque eran demasiado largos, o demasiado biográficos, o demasiado ceñidos a la lectura de un poema, o demasiados para u n solo poeta. Barajando soli­ tarios que no salían, vi que el problema estaba en Ramón López Velarde, Carlos Pellicer y Manuel Ponce. Ponerlos aparte me hizo verlos de otra manera. N o encajaban. Pero esa comunidad negativa, ¿señalaba algo más? Los tres eran poetas m e x i c a n o s de generaciones vecinas, nacidos e n 1888 (López Velarde), 1897 (Pellicer) y 1913 (Ponce). Los tres habían escrito en el medio siglo que va del fin del modernismo al fin de la vanguardia. Los tres habían rendido homenajes al soneto tradicio­ nal, pero habían destacado con audacias vanguardistas. Los tres ha­ bían llegado de la provincia, que es de lo más común, y los tres eran católicos, que es más o menos común. Pero su verdadera afinidad era otra, y nuevamente negativa: n o encajaban en los clichés de la cultura católica. Y por ahí empezó a emerger u n tema inédito y soterrado, sobre el cual n o sabía que estaba trabajando desde 1969, cuando escribí sobre el "catolicismo fuera de contexto" en la poesía de Pellicer. Los tres desbalanceaban Leer poesía (aunque e n las ediciones anteriores aparecían los tres), porque me había extendido mucho sobre ellos. ¿Y por qué me había extendido? Porque algo n o estaba bien en la recepción d e su obra, lo cual m e obligaba a leerlos más atentamente. ¿Y qué era lo que n o estaba bien? N o lo sabía. Los leía a Contrapelo de los juicios hechos más obvios, según los cuales u n o es el cantor d e la provincia y la "íntima tristeza reaccionaria", otro el poeta del trópico y "las manos llenas de color" y el último u n sacerdote q u e hace versos. Q u e r i e n d o deshacer lo h e c h o de estos juicios, m e limitaba a replantear algunos aspectos de algunos poetas que nunca había puesto juntos y que nunca me habían interesado c o m o católicos, sino como poetas. Tardé mucho en ciarme cuenta de que, al leer contra las corrientes más superficiales, ni m e percataba de otra, más profunda: la imposibilidad de ver que el catolicismo mexicano había soñado c o n la modernidad. Así como en la historia d e México hay inmensas realidades no historiadas o retorcidas po r la visión oficial, en la historia cultural hay realidades invisibles para la tradición crítica recibida. Y o ignoraba por completo que, a principios de siglo, había surgido en México una vanguardia que soñó en construir una cultura católica moderna, que apoyó a Madero y que participó en la nueva cultura revolucionaria. Por lo mismo, n o podía darme cuenta de que, al ahondar en la poesía de López Velarde, Pellicer y Ponce, estaba haciendo calas arqueológicas aisladas de toda una cultura perdida. López Velarde, Pellicer y Ponce son miembros de una tribu cuyo contexto se perdió: los poetas y artistas que creyeron que era posible ser católicos y modernos. Y eso era, finalmente, lo que estaba mal en la recepción de su obra: la ignorancia del contexto. El sueño de crear una cultura católica moderna fracasó hasta el punto de que ni siquiera es historiado, de que la tradición crítica recibida n o conserva siquiera una precaución que diga: hay cosas de la cultura mexicana que nunca entenderás, si ignoras que el catolicismo mexicano soñó con la modernidad. Confío en que la nueva critica recupere ese contexto. Por ahora, tuve qu e imaginármelo con el largo ensayo que sigue. Por eso digo qu e este libro lo descubrí después de haberlo escrito. MUERTE Y RESURRECCIÓN D E LA CULTURA CATÓLICA llegó a México u n obispo holandés interesado en la cultura mexicana. Buscó a Gaspar Elizondo, entonces animador de la mejor librería católica ("Biblia, Arte, Liturgia*') y de Infor­ maciones Católicas Internacionales ( 1 9 6 3 - 1 9 7 2 ) , revista que fue El Despertador Americano ( 1 8 1 0 - 1 8 1 1 ) del catolicismo de vanguardia, visto desde París. Gaspar me pidió que nos viéramos, y y o acepté picado por la curiosidad: ¿Un obispo interesado en la cultura? ¿Qué sería eso? —Mire usted, — m e dijo, para explicarse: el Concilio está muy bien, la reforma litúrgica también, ya n o se digan las preocu­ paciones sociales. Pero son renovaciones para u n a s cuantas décadas. Para que haya catolicismo en los próximos siglos, tiene que renacer la cultura católica. ¿Podemos esperar algo de México? ISTo jpHJidc? d3.jrlc# I21 menor esj3eríiriz£i» E¿fi ftjiei*3. de* los vestigios de mejores épocas y de la cultura popular, se acabó la cultura católica. Se quedó al margen, en uno de los siglos más notables de la cultura mexicana: el siglo x x . ¿Cómo p u d o ser? Todavía m e l o pregunto, en este ensayo demasiado amplio, hipotético, provisional. HACIA 1 9 7 0 , 1. CULTURAS SUPERADAS Cultura (en u n sentido antropológico), cultura (en u n sentido etnográfico), cultura popular, cultura tradicional, cultura oficial, cultura de autor (si se me permite la expresión), cultura comer­ cial, son distingos inaplicables a las sociedades prehistóricas y a muchas otras. S o n distingos que surgen de la cultura moderna frente a las demás y frente a su propia evolución, asumida como progreso: como destino culminante de toda la especie humana. La cultura moderna es u n m o m e n t o del cristianismo: ni el primero, ni el último. Un momento en el cual renace la pasión por lo nuevo, la conciencia de ruptura, la esperanza escatológica, de los primeros cristianos. Tiene sus raíces en torno al milenio, en la revolución comercial de la Edad Media (siglos x al xrv), en el gran cisma entre las iglesias de oriente y occidente (1054) y, por s u p u e s t o , e n el m i l e n a r i s m o , sobre t o d o el trasmutado e n joaquinismo: las doctrinas proféticas de Joaquín de Fiore (1130­ 1201). El Renacimiento, la Reforma, la Revolución, acentúan la conciencia moderna como autoconciencia universal: el hombre nuevo, emancipado, cada vez más autónomo, que observa, juzga, domina y redime al resto de la humanidad, quedada atrás. El judaismo queda atrás, superado por el cristianismo. El cris­ tianismo oriental queda atrás, superado por el occidental. El cristianismo medieval queda atrás, superado por el humanismo renacentista. El catolicismo queda atrás, superado por el pro­ testantismo. La religión queda atrás, superada por el saber del hombre moderno: ilustrado, revolucionario, marxista, nietzchea­ n o , freudiano. El hombre queda atrás, superado por el super­ hombre. Más allá del bien y del mal, e n la aurora del superhombre liberado y liberador de la especie humana, la cultura moderna daba por superado el cristianismo de su origen, y se disponía a enterrarlo. Pero, en el ocaso del segundo milenio (más que de los dioses), ya no está tan claro quién va a enterrar a quién: si la cultura moderna al cristianismo o el cristianismo a la cultura m o d e r n a . D e la m o d e r n i d a d poscristiana p u e d e surgir u n cristianismo posmoderno. 2. NUEVAS ÉPOCAS: DESDE ADENTRO Y DESDE AFUERA ¿Quién debe comprender a quién? La vieja aspiración franciscana (no buscar el c o n s u e l o de ser c o m p r e n d i d o , sino tratar d e comprender) implica abnegación y hasta mansedumbre, pero también autonomía, superioridad. La suscribiría el superhombre de Nietzsche. También San Pablo: "el hombre espiritual lo juzga todo, y a él nadie puede juzgarlo" (1 Cor. 2.15). Desde un punto de vista psicológico o sociológico, no es fácil sostener tanta arrogancia, fracaso tras fracaso, durante mucho tiempo. Sin embargo, después-de que Jesús hizo el ridículo final, el movimiento cristiano tuvo una capacidad asombrosa de sen­ tirse superior, de asumirse como la vanguardia de una nueva era, de autocrearse, sostenerse, extenderse, a pesar de la indiferencia, el fracaso y la persecución, durante varios siglos. En su discurso, que lo juzgaba todo, sin someterse a juicio alguno, proclamaba u n nuevo origen del mundo, u n hecho cósmico comparable a la creación primera: Dios había venido al mundo para redimirlo. Y esta fe prosperaba, en medio del más completo ninguneo, apenas aliviado por crueles persecuciones. Desde los otros discursos, no había pasado nada: la predicación de u n joven carpintero, que acabó mal, como tantos alborotadores; la formación de una secta, ignorada o apenas mencionada por Tácito, Suetonio, Josefo. Así se escribe la historia. Los hechos centrales de u n discurso p u e d e n ser tangenciales o inexistentes en otro. Todavía hoy, abundan las sectas ninguneadas o reprimidas que apenas existen para los demás, pero que en su propio seno se proclaman como un nuevo comienzo del mundo, que para todo tienen explicación y juicio, que todo lo comprenden y que n o esperan ser compren­ didas desde afuera: sólo desde adentro. Pero n o es fácil sostener­ se ante la indiferencia y el fracaso, ante el desánimo, las herejías y los cismas. A l g u n o s , que rechazan la argumentación de otro discurso, de pronto dan el salto y lo adoptan en bloque. Su recha­ zo, su adhesión, aunque razonados, n ó dependen realmente de los argumentos sino de estar adentro o afuera. Desde el discurso A , j u z g o y m e e x p l i c o el discurso B , q u e d a d o atrás. D e s d e el discurso B, juzgo y me explico el discurso A, quedado atrás. Suce­ de en los discursos religiosos, artísticos, literarios, filosóficos, políticos. 3. TIEMPO IGUAL, TIEMPO JERÁRQUICO Si estos saltos son frecuentes, si el movimiento de un discurso a otro resulta circular, como sucede en estos tiempos de modas y vanguardias recalentadas, de posvanguardias o posmodernidad, ya no es tan fácil ver la conversión como progreso. En la vieja tradición moderna no era así: A , dejado atrás por B, dejado atrás por C, implicaban progreso. Para la cultura moderna, que rechaza las jerarquías, los tiempos n o son iguales: el hoy es más que el ayer. Toda secta moderna repite la primera ruptura del cristianismo: la inauguración de tiempos n u e v o s y mejores, q u e entierran el p a s a d o , o ni se ocupan. "Que los muertos entierren a sus muertos", dice Cristo. U n cadáver se llama u n horrible manifiesto del surrealismo contra u n escritor dejado atrás (Anatole France). La tradición moderna es una paradójica tradición de la ruptura, c o m o la bautizó Octavio Paz, al señalar el fin de las vanguardias. Las vanguardias en el tiempo son como las castas en el espacio: jerarquizaciones. Para la cultura moderna, que rechaza las castas, hay una excepción: las castas temporales. N o es que y o tenga privilegios de los cuales excluya a los demás, sino que llegué primero a donde todos llegarán. Todos somos iguales, aunque unos más iguales que otros: los hombres nuevos, que vamos a d e l a n t e , f o r m a m o s la casta superior, frente a la casta (no intocable, sino menesterosa de redención) quedada atrás. Hasta hay carreras de ratas, para ver quién llega antes o más lejos. Pero son carreras igualitarias (puesto que todos pueden concursar ) y hasta redentoras (puesto que trepamos para servir mejor a los que, con tesón, fuimos dejando atrás). Louis Dumont establece una oposición entre el homo hierar­ chichus de las culturas tradicionales y el homo equalis de la cultura moderna. Se trata de una oposición en el espacio, que me permito proyectar en el tiempo: Homo hierarchicbus - Tempus equalis Homo equalis = Tempus hierarchicbus Las culturas tradicionales viven en u n tiempo igual. La cultura moderna, en tiempos cada vez mejores. Las culturas tradicionales conservan su diversidad (varían e n el espacio más que en el tiempo). La cultura moderna va cambiando de uniformidad (varía en el tiempo más que en el espacio). T o d o s los mesianismos jerarquizan el tiempo, pero e n dos polos opuestos: el presente menesteroso y el futuro glorioso, que es u n futuro absoluto, sin grados intermedios. Entre la miseria y la gloria, n o hay avances al cielo, de progreso creciente. El mito del progreso aparece cuando J o a q u í n de Fiore transforma el mile­ narismo en cultura moderna: la realización gradual del cielo en la tierra. Los primeros cristianos discutían sobre el fin de los tiempos. Puesto que el Mesías ya había llegado, muerto y resucitado, lo que seguía era el fin del m u n d o conocido hasta entonces y la resurrección de un mundo nuevo. Muchos lo esperaban de u n m o m e n t o a otro. A l g u n o s a b a n d o n a b a n sus tareas, ante el inminente final. Hasta que se impuso el criterio de que la nueva era ya había comenzado (con la resurrección de Cristo), podía culminar en cualquier momento, pero n o se sabía cuándo. Mien­ tras tanto, orar y trabajar. Esta jerarquía del presente subordinado al futuro n o era m o ­ derna. T a n t o el h o y c o m o el ayer (después d e Cristo) eran iguales: tiempos de esperanza en el futuro absoluto. Se esperaba una culminación apocalíptica, n o gradual. D e igual manera, la transformación de los corazones no era u n camino de perfección ascendente, sino conversión repentina y radical. El cristianismo era u n movimiento de conversos que habían dejado atrás el hombre viejo, se revestían del nuevo y actuaban c o m o la van­ guardia del tiempo venidero, en u n mundo corrupto y decadente, destinado a perecer. En el siglo rv, cuando el cristianismo deja d e ser una secta perseguida para convertirse e n religión oficial , se presentó el problema de qué hacer con las conversiones meramente oficiales Los radicales querían la conversión radical de una sociedad, de unas autoridades, ya declaradamente cristianas. La s o l u c i ó n estuvo e n constituir s o c i e d a d e s perfectas p e r o aparte: m o ­ nasterios autorizados al margen de la sociedad cristiana normal, para vivir^radicalmente el e v a n g e l i o . Los monasterios jerar­ quizaban él espacio: frente a la sociedad cristiana imperfecta, c o n todas sus miserias, había espejos de perfección, ínsulas utópicas, que eran ya la Ciudad de Dios, anticipación del futuro absoluto. Siglos después, Joaquín de Fiore, u n abad cisterciense, pro­ yecta esa división del espacio e n el tiempo: la sociedad entera llegará a ser u n monasterio; la perfección será cosa de todos, gradualmente. Los perfectos, e n v e z de apartarse del m u n d o , volverán al mundo, para dirigirlo hacia la perfección. El monje quedará atrás, superado por el fraile, el misionero, el caballero andante, el l a i c o . Terminan u n o s tiempos, v i e n e n otros. La historia sagrada se divide e n los tiempos del Padre (hasta la encarnación de Cristo), tiempos del Hijo (hasta el siglo XII) y tiempos del Espíritu Santo (por venir). Las innovaciones agrícolas, comerciales y financieras; la impor­ tancia que adquirieron las ciudades frente al campo; la impresión de que el milenio marcaba el fin de una era, y quizá el fin del m u n d o ; el radicalismo cristiano, avivado por el milenarismo; hicieron de Joaquín un profeta escuchado, una especie de Marx del siglo xn. Todavía en el xrx, influye en las doctrinas román­ ticas, socialistas y positivistas. Puede ser visto como el profeta de la cultura moderna, como el creador del mito de la perfección gradual y universal. A su vez, la conciencia posmoderna (en formación) puede ser vista a la luz del joaquinismo y el segundo milenio. Nace del auge de las vanguardias en el siglo xx: de los horrores o el simple aburrimiento en que degeneraron. D e ver que la ruptura se volvió tradición, muy aprovechable para trepar a la fama, el dinero o el poder. D e ver que los cambios n o necesariamente están seriados en progresos sucesivos: A, B, C, como una ley inexorable. Q u e p u e d e n darse en otro orden, repetir c o m o la m o d a , convivir simultáneamente y no ser un progreso. Todos los progresos en el tiempo pueden ser vistos como variaciones en el espacio, como posibilidades siempre disponibles de u n repertorio ecléctico. Así c o m o las culturas tradicionales forman u n vasto repertorio geográfico, las vanguardias pasadas y futuras pueden ser vistas como un repertorio histórico d e posibilidades actualizables en cualquier momento. La conciencia posmoderna convierte la sucesión en variedad (y hasta e n variedad: repertorio d e variantes contempladas c o m o espectáculo), devalúa el progreso, invierte la visión profética de Joaquín de Fiore: cambia el eje del tiempo al espacio. La ruptura del joaquinismo había efectuado la operación contraria: cambiar el eje del espacio al tiempo. Para la conciencia posmodema, los tiempos modernos desem­ bocan e n u n tiempo igual. Lo cual parece una restauración de los tiempos iguales. Pero n o se trata de la igualdad A (premoderna), sino de la igualdad B (posmqderna): una continuación paradójica de la jerarquía temporal. Dejar la modernidad atrás es c o m o lo último d e lo último de la vanguardia: la ruptura final q u e sé queda en el viaje. Superar el progresismo es negarlo, pero tam­ bién continuarlo. Romper c o n la tradición de la ruptura es romper y no romper. La conciencia posmodema iguala los discursos de las vanguardias c o n los discursos tradicionales, c o m o si las vanguardias fueran etnias de una cultura (la cultura del progreso) también tradicional. Pero n o se identifica plenamente ni con unos discursos ni con otros. Lo juzga todo, ¿desde dónde? 4. LA CULTURA CATÓLICA, EXCOMULGADORA EXCOMULGADA Parece ser q u e n o se ha escrito u n a historia d e la literatura católica. Pero, viéndolo bien, sería la historia ¿de qué? Hasta hace relativamente p o c o , toda la literatura occidental era católica. D e s d e la Iglesia, podían verse c o m o diferentes, c o m o ajenas, como asimilables y hasta como precristianas las literaturas dejadas atrás: bíblica, griega, latina. Luego aparecieron literaturas vistas Agustín, n o u n gran escritor católico. Lo mismo puede decirse de Calderón y de Sor Juana. La figura del escritor visto c o m o católico es recientísima: del siglo xix. Mientras la cultura católica fue la cultura dominante, n o se justificaba señalar a los católicos, sino a los gentiles, paganos, infieles, apóstatas, cismáticos, herejes, libertinos, excomulgados. La cultura católica n o era católica: era, simple y sencillamente, la cultura. Cuando deja de serlo, la situación se invierte. El escritor señaladamente católico ( C l a u d e l , Chesterton, Papini) es u n heterodoxo que se gana el derecho de admisión en el discurso dominante: u n creyente de creencias que hemos dejado atrás, que insiste en hablar con nosotros y que lo hace tan bien que, aunque quisiéramos, n o lo podemos ignorar. Tiene que dominar el discurso m o d e r n o , sin dejar d e ser católico; ser bilingüe, bicultural, casi u n a n t r o p ó l o g o , c a p a z d e situarse e n a m b o s discursos, desde adentro y desde afuera. N o han faltado creyentes que piensen que esto n o es posible o deseable, por razones morales. En u n sentido amplio, es como volverse u n descastado. En u n sentido estrecho, es pasar por experiencias prohibidas. La literatura moderna es m u y libre, experimental: si quieres ser u n buen católico, n o puedes ser u n buen novelista. Si el joven católico James Joyce se hubiera queda­ d o en la provincia a "conocer el mundo por u n solo hemisferio" (como dijo López Velarde), no hubiera escrito Ulises. Significativa­ mente, estos malos argumentos se dan también entre los pro­ testantes y los comunistas: n o son propios del catolicismo sino de la estrechez de juicio literario y moral. La literatura piadosa (católica, protestante o comunista) es, en primer lugar, literatura estrecha y luego lo demás. Desde los primeros cristianos, hubo los que prefirieron que­ darse en Jerusalén, guardar el sábado, la circuncisión, la comida kosher. Y hubo los misioneros, encabezados por San Pablo, que se fueron por el ancho m u n d o a predicar, sin exigir la previa conversión al judaismo; buscando, por el contrario, elementos en la cultura de los conversos que pudieran expresar u n significado converso. M u c h o s católicos modernos reviven la experiencia paulina: la del escritor converso. Son primero hostiles, indife­ rentes o ajenos al catolicismo; l u e g o se convierten, y acaban siendo, simultáneamente, modernizadores del discurso católico y misioneros del catolicismo entre las tribus del discurso moderno. Por lo mismo, provocan entusiasmos, confusiones, suspicacias y hasta condenaciones de ambas partes. Los misioneros tienen que ser biculturales, volverse en cierta forma descastados, exponerse a experiencias desconocidas y aun prohibidas. Tienen razón los casticistas: hay algo p o c o casto hasta e n el simple h e c h o de aprender otra lengua, d e hablarla c o n desenvoltura. Para entender a otros, para ser entendido, hay que ponerse en su lugar: lugar prohibido o peligroso para mantener mi identidad. Ver desde afuera las propias creencias, verlas c o n ojos d e s c r e í d o s , c o m o las v e n los otros y c o m o v e m o s las creencias de los otros, puede conducir a quedarse en el aire: a n o creer ni en unas ni e n otras. ¿A dónde vas? Quédate en casa. T e arriesgas a perder tu preciosa identidad. ( O , en la nueva versión d e esta cursilería casticista: N o trates de convertir a nadie, des­ truyes su preciosa identidad). H a y d u d a s semejantes sobre los a n t r o p ó l o g o s . ¿Se p u e d e realmente entrar y salir de las culturas? O te conviertes e n u n discípulo mistificado de las enseñanzas de d o n j u á n , c o m o Carlos Castañeda; o mistificas la sexualidad samoana para liberarte d e tus represiones, c o m o Margaret Mead; o le sirves de hecho a la penetración imperialista; o arruinas el "material": tu contacto desvirtúa la otredad de los otros, los occidentaliza. Lo otro es inasequible: o te conviertes falsamente en otro, o supones falsa­ mente al otro, o lo destruyes o, cuando crees llegar a compren­ derlo, ya n o es otro sino u n reflejo de ti. Tanto la otredad de los otros como la nostredad de nosotros tienen algo d e inasequible, pero n o algo absoluto, que impida toda posible comprensión. Toda cultura tiene una zona apatrida, universal, que nos permite vernos como si fuéramos otros (¿desde dónde?, desde el salto), y comprender así también a los demás. Es una zona equívoca. Asumida como propia, puedo creer (y hasta hacer creer) que lo universal es algo particularmente mío, que la zona apatrida está en mi patria (mi cultura, mi religión, mi tribu, mi profesión, mi partido). Q u e la universalidad n o es de quienes la trabajan en su propia zona apatrida, sino de quienes se convierten a mi particularidad. N o es que y o alcance la c o n ­ ciencia d e j n í en esa zona, asumiendo y rebasando mi identidad particular, sino que el pensamiento universal es griego (o ale­ mán). U n bárbaro n o puede comprendernos, n o puede siquiera comprenderse a sí mismo, n o puede filosofar, mientras no piense en griego (o alemán). U n gentil n o puede convertirse en cristiano s i n s o m e t e r s e a la c i r c u n c i s i ó n . U n b u r g u é s n o p u e d e comprender la revolución sin convertirse e n revolucionario; empezando, naturalmente, por someterse a mi comandancia. U n profano n o puede comprender el psicoanálisis, sin someterse a mi terapia. La cultura universal es el imperio de mi particular identidad, religión, sexo, especialidad. Internacionalismo es que los otros se sometan a mi nacionalismo. Todo discurso que se presenta así puede suscitar conversiones, rechazos, indiferencia. Para lo c u a l , naturalmente, cuenta la situación: si se predica con las armas e n la mano, con dinero, con resultados c o n v i n c e n t e s ; si es r e c i b i d o e n u n m o m e n t o de afirmación o inseguridad; si encaja o n o en las expectativas del otro discurso; si hay más o menos iniciativa y liderazgo e n un discurso que en otro ; si un discurso o el otro corresponden mejor a las necesidades objetivas o subjetivas; etcétera . Los misioneros, los conquistadores, pueden verse a sí mismos y hasta ser recibidos como libertadores. También pueden ser vistos c o n resentimiento. U n pobre diablo de la España actual puede creerse superior a los mexicanos porque desciende de conquis­ tadores. Perdóneme —le diría José Fuentes Mares (Intravagarió); el descendiente de los conquistadores soy yo: usted desciende de los n o conquistadores, de los q u e se quedaron en su casa. U n pobre diablo del México actual n o piensa como Fuentes Mares. En vez de reírse de la falsa conciencia del "conquistador", adopta una falsa conciencia de "víctima", que le hace el j u e g o . A la pequenez que se exalta en la arrogancia, opone una pequenez que se hunde en el resentimiento. N o han faltado en la cultura católica quienes se hundan en el resentimiento, frente a la marcha del progreso. Pequenez p a ­ radójica: ¿de dónde salió el progreso sino de la cultura católica? Pero hay quienes se ponen, no e n el salto de la autocomprensión (que parece estar en el aire), sino en tales o cuales particularismos superables (que parecen la roca firme de la propia identidad); n o e n id z o n a p r o i u n c i a m c m c Laiouca vuniver¡»ai, apauíuaj í»ino e n la zona de la "identidad católica", como si fuera inamovible. Entre los primeros cristianos, la identidad católica incluía la circuncisión, pero excluía el latín. ¿Qué se iba a hacer c o n los conversos que lo hablaban? Luego, durante muchos siglos, la identidad católica parecía inseparable del latín. ¿Qué se iba a hacer c o n los que n o lo hablaban? Q u e lo aprendan, dijeron m u c h o s , c o m o antes se h a b í a d i c h o : circuncidarlos. C o m o Tertuliano increpó a los que buscaban conectar el evangelio con el pensamiento griego: ¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén, ni la Academia de Platón con la Iglesia de Cristo? Gomo les dijo Unamuno, a los españoles preocupados por su atraso frente a los países industrializados: Q u e inventen ellos. C o m o se dijo tantas veces dé la biblia entre los católicos: Q u e la estudien los protes­ tantes. Cuando están en el poder, los celosos de la identidad tratan de imponer sus particularismos umversalmente. En la derrota, se repliegan al casticismo. Ante una posible victoria que diluya su identidad, prefieren la derrota: acabar expulsados de su propio discurso original. Lo mismo p u e d e suceder c o n los contrarios: acabar dentro o fuera del discurso reconocido como católico. La disputa por la identidad es también la disputa por los ancestros, por los apellidos, por la secuencia genealógica. Tanto los triunfadores como los derrotados pueden alegar que ellos son los verdaderos cristianos; que los otros no son católicos (univer­ sales) sino meramente romanos, papistas; que los otros n o son cristianos (seguidores de Cristo), sino meramente luteranos (seguidores d e Lutero). También puede suceder que los motes (romano, luterano) se lleguen a asumir por los atacados, como propios de su identidad, y hasta con orgullo. Esto lleva a proble­ mas demarcativos. ¿De q u é estamos h a b l a n d o , al hablar de cultura católica? Lo que hoy se llama luteranismo, puede ser visto como una de tantas sectas protestantes o c o m o la Iglesia desde los tiempos de Cristo, de la, cual se desprendió la iglesia griega, luego la romana y luego otras iglesias. Lo que hoy se llama catolicismo, puede ser visto c o m o la Iglesia central, que se fue depurando con la salida de las otras, o como la secta de irredentos que n o se reformaron (así como los judíos pueden ser vistos como precristianos irre­ dentos, que n o aceptaron al Mesías). Lo que hoy se llama cultura moderna, ¿es la cultura occidental? ¿Es la cultura europea? ¿Es la cultura cristiana? El Renacimiento, la Reforma, la Revolución, ¿son las tres nefastas erres que acabaron con la cultura católica o son convulsiones del catolicismo en el camino de volverse universal'* La cultura moderna es un momento del cristianismo. Nace del discurso católico, universalista, profetizado por Joaquín de Fiore, cuando recupera el milenarismo, c o n una solución distinta a la de San Agustín: ya n o el dualismo de la ciudad de Dios, sino el gra­ dualismo del camino de perfección. Pero las luchas ideológicas c o n d u j e r o n a u n a d o b l e e x c o m u n i ó n . Mientras el discurso d o m i n a n t e fue c a t ó l i c o , m u c h a s iniciativas del catolicismo modernizador acabaron e x c o m u l g a d a s . D e s p u é s , c u a n d o la cultura moderna se volvió el discurso dominante, la cultura católica acabó excomulgada. 5. NOSTALGIA DEL INTEGRISMO Se puede hablar de progreso y de crítica del progreso desde la domesticación del fuego (celebrada en mitos que también la critican: Prometeo libera a la humanidad de la providencia de Z e u s , pero abre la caja de Pandora). Sin e m b a r g o , la ciega voluntad de progreso es muy reciente: aparece en el seno de la cultura moderna, en el siglo xvm. Hubo, naturalmente, oposición católica, pero ya n o tuvo peso: los católicos habían perdido el lidera/on cultural La rrítica del nrnareso nue realmente nesó fue la protestante: la que iniciaron los románticos alemanes. Así como la contrarreforma católica fue contra, pero también reforma (tomó en serío¿ aunque agresivamente, muchas críticas protestantes), el romanticismo fue una contrarrevolución que fue contra (la revolución francesa, la revolución industrial), pero también revolución. D e hecho, e n los países católicos dominados por la revolución impuesta desde afuera (industrial, francesa), estimuló la insurgencia armada, que se prolonga hasta el siglo x x . (La guerrilla universitaria se ha dado especialmente e n los países católicos: Italia, España, Irlanda, América Latina, Filipinas.) Desde el siglo x i x , el nacionalismo revolucionario, el g u s t o p o r el folklore, la defensa de la identidad, la vuelta a los orígenes y a la naturaleza, la educación permisiva, la idealización del campo, del n i ñ o , d e la mujer, d e l a m o r , d e l i n c o n s c i e n t e , d e l h a d o ; la celebración del rebelde, la defensa de los animales, la acepta­ ción del pensamiento m á g i c o , el prestigio d e lo diferente, lo exótico, la bohemia; el desprestigio del cálculo, la razón, la má­ quina, la industria, el poder, la eficiencia, el dinero; le d e b e n m u c h o al movimiento romántico. U n movimiento d e protesta contra el progreso, pero también u n progreso: una contrarre­ forma protestante. La contrarrevolución romántica fue más profunda e n los países que habían tenido revolución moderna (protestantismo, ciencia, industrialización, crítica, sociedad civil, estado laico). Pero los países atrasados, n o sólo se beneficiaron c o n el contagio, que tuvo efectos políticos (y paradójicos: también esta revolución lleg ó del exterior). Se beneficiaron c o n u n prestigio nuevo en los países adelantados : c o m o buenos salvajes de culturas exóticas, ofr»rtiiriíiH'5inní»nf**» m<irtiíi"iíiH'io rl#* l o e H o r r o r i c e rl**1 t*it*oof***co a r o n u n a u a m e n i e marginadas» a e 10& Horrores» u e i p r o g r e s o . El romanticismo rescató la cultura soterrada por la modernidad, y así de paso la cultura católica. L o que había empezado c o m o una subcultura sectaria dentro de l judaismo y había llegado a ser la cultura dominante de Europa, ya n o ofrecía ningún peligro; se había vuelto una cultura marginal, que conservaba su pureza frente al mundo moderno. El viaje a Italia o España era c o m o el viaje a Grecia: una vuelta a los orígenes. El apoyo romántico a la insurrección griega o hispanoamericana era el a p o y o al b u e n salvaje oprimido. La antropología y los estudios del folklore (disciplinas románticas y turísticas), afirmaban el valor de las culturas n o modernas, legitimaban el catolicismo. H u b o hasta conversos al catolicismo entre los románticos alemanes (nada m e n o s q u e Federico S c h l e g e l y A d á n Müller, q u e a c a b a r o n editando una revista católica: Concordia); tradición romántica que continúa hasta el siglo x x (Newman, Hopkins, Bloy, Claudel, J a m m e s , P é g u y , Chesterton, Maritain, Marcel, P a p i n i , J u l i e n Green, Graham Greéne, Waugh, Silone, Merton). La readmisión de la cultura católica por la puerta d e atrás, como una especie de minoría étnica que tiene derecho a convivir dentro de la cultura moderna, fue aprovechada por los católicos más abiertos, n o sin problemas c o n el gueto del cual provenían y c o n la cultura dominante, a la cual se integraban. U n escritor católico ya n o podía ser, simple y sencillamente u n escritor: tenía que ser señaladamente católico, el vocero de una tribu menos­ preciada que llegaba hasta el foro universal. Sü figura resulta ambivalente. Para los modernos más abiertos, es una voz que enriquece la cultura moderna y la confirma c o m o universal, aunque insista en hablar de u n dios desconocido, c o m o San Pablo en Atenas; lujo que puede darse la cultura dominante: escuchar a u n misionero c o m o si el salvaje fuera él. Para los católicos más cerrados, es u n a b o g a d o del g u e t o m u y p o c o representativo; u n misionero sospechoso q u e , e n vez d e con­ vertir a los p a g a n o s , se convierte a la cultura dominante: u n arribista renegado, u n malinchista. Sin embargo, objetivamente, al gueto le convenía lo mismo que detestaba: el relativismo del estado agnóstico, indiferente e n materia religiosa, que n o proclama la cultura católica, pero que admite c o m o legítimo el d e r e c h o a la diferencia. Frente al jacobinismo y el terror (que habían dejado atrás, como ensayos inocuos, el antiguo odium theologicum y la Santa Inquisición), el liberalismo era uri respiro. La libertad, que los católicos habían negado en el poder, tenía otra cara desde el gueto: como libertad para los católicos. Sin embargo, los católicos modernos de las revistas L'Avenir (Lamennais, Lacordaire, Montalembert, 1830­ 1831) o Rambler (el futuro cardenal N e w m a n , el futuro Lord Acton, 1850-1862) que abogaban por la libertad de los católicos y no católicos en u n régimen de separación de la Iglesia y el Estado, fueron mal vistos por las autoridades civiles y eclesiásticas. En cierta forma, el catolicismo aún n o se recupera del shock de 1789. El Renacimiento (asimilado) y la Reforma (excomulgada) eran revoluciones desde adentro del discurso católico. U n ca­ tólico moderno como Lutero n o estaba tan lejos de otro católico moderno c o m o Erasmo. Q u e u n o saliera y otro se quedara, tuvo que ver con sus distintas personalidades y estrategias, n o con la imposibilidad absoluta d e asimilar la Reforma e n el discurso católico, que de hecho se fue reformando, desde el Concilio de Trento hasta el Vaticano II. En cambio, la Revolución arremetió desde afuera y c o n violencia armada, c o m o u n ángel extermi­ nador. Hay que acabar con esa perra —dijo Voltaire de la Iglesia (écrassez Vinfáme!). El ateísmo n o es moderno, sino milenario, como puede verse en el Salmo 14 ("Dijo el necio en su corazón: n o hay Dios"). Lo moderno ha sido el ateísmo en el poder: el ateísmo como religión oficial, que persigue a las otras. Esta paradoja de la modernidad: la Razón c o m o religión quizá se explique por el origen religioso de la modernidad misma y p o r q u e n o es fácil q u e el estado imponga normas sin algún fundamento religioso. La solución geopolítica d e la Paz ele A u g s b u r g o (1555, cujus regio, ejus religio, según la región la religión: los principados serán católicos o luteranos según la religión del príncipe, y los subditos de otra religión deberán convertirse o emigrar) tiene que ver c o n esta dificultad. Es muy difíci l gobernar c o n normas legitimadas por una religión contraria a la del pueblo o por ninguna: gobernar d e s d e e l v a c í o r e l i g i o s o . La R e v o l u c i ó n c o m o f u e n t e d e legitimidad, c o m o mito que destierra al oscurantismo y lleva la razón al poder, adoptó el cujus regio, ejus religia donde llegan al poder los ateos, el ateísmo debe ser la religión oficial. Pudiera pensarse que la solución liberal extiende este prin­ cipio: llegan al poder los agnósticos, los indiferentes o respe­ tuosos en materia de religión, y la n o religión se vuelve religión oficial. Pero hay dos diferencias. En primer lugar, es más difícil que la n o religión sea militante o perseguidora, c o m o el ateísmo, el protestantismo y el catolicismo. Por otra parte, c o n la n o re­ ligión, la normatividad oficial se queda sin fundamento, más allá de la tolerancia, la indiferencia, el relativismo, el no sabemos. El Estado pierde legitimidad: n o puede representar las creencias, los sueños, las profecías, los proyectos de realización personal y social, más allá del proyecto de convivir pacíficamente y dedi­ carse cada u n o a lo suyo. El v a c í o de sentido e n el centro m i s m o del p o d e r resulta práctico y aceptable para algunas élites modernas, pero n o para todas, ni para el resto de la sociedad. Hay una gravitación social al integrismo: a Henar el vacío c o n una religión oficial. Hay u n deseo profundo de manifestar en el espacio público las creencias, iloe a s C^crMaranyac U L J C - I É I I I M I O , a 1r\c ornvf r i toc U Hf»l f o r a r o n Hf» Oa Í IlHiÜa tribu 1U9 LUv/ywV.lvlS u \AJlet£AJll UC v U l U U . T<i i-ta caric­ oaU9 facción puede verse en las caras d e los comunistas antes clandes­ tinos, c u a n d o p u e d e n , por fin, hacer campañas y hablar por televisión; de los homosexuales que pueden hacer manifesta­ ciones públicas; de los católicos que rezan a la vista de todos en peregrinaciones religiosas; de los costeros, franquistas, san­ dinistas y contras, felices de tener caudillos militares y católicos, que n o se andan c o n medias tintas; de los musulmanes iraníes y afganos que toman las armas contra regímenes progresistas, que n o los representan. A toda tribu le hace falta convertir su fe en vida p ú b l i c a . El estado a g n ó s t i c o , el régimen liberal, la d e ­ mocracia plural, n o representan la religión de nadie: son u n mal menor para todos. La crítica moderna, radical, iniciada por el católico Descartes, puede quedarse transitoriamente e n el aire, ponerse en el salto de ver sus propias creencias con ojos descreídos, hacer c o m o que hace abstracción de la fe y el saber recibidos y, mientras tanto, proponerse (como dijo maravillosamente, en dos palabras que nadie había reunido) una "moral provisional". Pero n o hay moral provisional. rueue naoer cnuca niorai v.ue 105 munib. ue idb L O M u m o r c » , uc las normas generalmente aceptadas) y hasta creatividad moral. Las normas pueden ser analizadas y desarrolladas como creación, como obra de arte (o de autor: a diferencia, por ejemplo de las normas tradicionales, de las c a n c i o n e s tradicionales, d e las artesanías tradicionales). Puede haber personas (o momentos en la vida de las personas) de extraordinaria originalidad moral. Pero la moral es recibida y social como el lenguaje A partir de ahí n o antes, se puede ser creador. La institución imaginaria de la socie­ dad (Castoriadis) es renovable, pero recibida. Y , por supuesto, la normatividad n o puede quedarse e n el salto critico: tiene que ser prepositiva, ordenadora de la vida social. Tiene que bajar de la revelación a las tablas de la ley. Ni el filósofo, ni la sociedad, pueden saltar más allá de su sombra, quedarse e n el aire. 6. LA PRIMAVERA DE LEÓN XIII N o hay que poner la Iglesia en manos de Lutero, dice el dicho. Pero olvida añadir: sino e n manos de Erasmo. Cuando el lideraz­ g o resiente las iniciativas, en vez de encabezarlas, n o es liderazgo: desanima, apaga el espíritu creador, e n vez de encauzarlo, se margina o es llevado a rastras por las iniciativas ajenas. La Iglesia se repuso del golpe luterano. N o se replegó a decir: que se reformen ellos. El concilio de Trento (1545-1563). puso a la Iglesia en manos de los reformadores que optaron por quedarse (entre otros, Santa Teresa, San J u a n de la Cruz, Ignacio de Loyo­ la). H u b o u n despliegue notable d e iniciativas e n la cultura católica durante más de u n siglo, c o n excepciones desastrosas, c o m o la ciencia. La condenación de Galileo e n 1616 condujo finalmente a que inventaran ellos: los protestantes. Pero el g o l p e d e la R e v o l u c i ó n fue más d u r o , sobre t o d o porque se dio en u n país católico (Francia), que de la noche a la mañana negó la cultura católica y (muy cristianamente) se dedicó a suplantarla por una nueva era que pretendía empezar de cero. Los protestantes, que la vieron de lejos (y con cierta xenofobia, porque les llegó como imperialismo liberador), n o dijeron, c o m o los católicos: que revolucionen ellos. La respuesta de Roma fue el repliegue. Aunque hubo iniciativas importantes para u n roman­ ticismo católico y liberal, no consiguieron la bendición papal. Pío DC, que tenía antecedentes liberales, se sintió entre la espada y la pared. Temió verse arrastrado por el nacionalismo revolucionario de los seminaristas italianos que se iban a la guerrilla contra el invasor; Desconfió de la teología liberal que aceptaba la auto­ nomía de la sociedad civil. A c a b ó publicando el Sílabo o com­ pendio de errores modernos (1864) y convocando al Concilio Vaticano I (1869-1870), que n o fue u n Concilio de Trente: dividió y desanimó, sobre todo con la proclamación de que, e n ciertas circunstancias, el Papa es infalible. Una atribución tan contro­ vertida (150 obispos no votaron a favor), que se ha ejercido una sola vez: e n 1950, Pío XII declaró ex cátedra, como dogma de fe obligatorio para todos los creyentes, la Asunción de la Virgen (al cielo, e n cuerpo y alma), creencia tradicional sobre la cual se recibieron más d e o c h o millones d e firmas solicitando la pro­ clamación oficial. (Curiosamente, h u b o u n pronunciamiento protestante a favor: el de Cari Gustav Jung, que en Mysterium coniunctionis hace u n extraordinario análisis de este dogma, como una afirmación religiosa del cuerpo.) El liderazgo y la confianza de los católicos en sí mismos rea­ parecieron c o n el papado de León XIII. Aunque conservador, vio con simpatía la libertad moderna en la encíclica Libertas (1888) y apoyó las iniciativas sociales d e muchos católicos (el sindicalis­ m o , la orientación social de la propiedad privada) en la encíclica Rerum novarum (1891), considerada revolucionaria y fundadora de la doctrina social de la Iglesia. También apoyó que los laicos tomaran la palabra ("que cada u n o trabaje v se industrie cuanto pueda en propagar la verdad cristiana"), lo cual fue decisivo para las letras católicas. Hubo así una especie de romanticismo auto­ rizado y tardío que produjo una renovación de la cultura católica, a fines del siglo xrxy principios del x x . Tanta efervescencia asustó al p a p a siguiente, Pío X , q u e en 1907 condenó el modernismo religioso y hasta impuso al clero (en 1910) u n juramento contra ese "resumen de todas las here­ jías". Eso dejó de hecho el aggiornamento a cargo de los seglares, que n o estaban sujetos a controles tan estrictos, pero acabó extin­ guiendo la primavera de León XIII. Las grandes inciativas del siglo x x n o fueron católicas. Aunque no faltaron católicos e n las van­ guardias artísticas, musicales, literarias, intelectuales, sociales, políticas, económicas, las vanguardias mismas n o se dieron en el discurso católico sino en el discurso moderno. 7. DEL PROGRESO AL DERROTISMO El Nuevo Mundo y la Nueva España, desde el nombre, nacieron orientados al futuro. Fueron la tierra prometida para muchos anhelos joaquinistas, el topos ideal para realizar la utopía. La Nueva España fue católica y moderna, ambiciosa, echada para adelante y hasta expansionista, c o m o su vecina protestante, la Nueva Inglaterra. C o n diferencias: la redención paternalista aquí, self-reliant 2lM; las soluciones declaradas aquí, prácticas allá. N o es fácil entender cómo nuestro progresismo se volvió re­ trógrado, quejoso, resentido, nostálgico de las glorias de Aná­ huac, fascinado con los atropellos (fantasiosos o reales) a nuestro narcisismo herido, incapaz de superar el pasado, convencido de su impotencia, que es ante todo imaginaria. A las infinitas causas que se han dado para explicar la caída del imperio romano, J u n g suma la del inconsciente colectivo: hubo u n contagio inconscien­ te, a través del contacto diario, por el cual los romanos llegaron a pensar c o m o esclavos. Quizá e n el inconsciente colectivo de México hubo u n contagio de la derrota indígena, por el cual hasta íos universitarios, que objetivamente somos los continuadores y beneficiarios de la conquista, nos identificamos con las víctimas, adoptamos la visión de los vencidos. La exaltación del pasado indígena e m p e z ó c o m o u n triun­ falismo de los criollos, n o de los mestizos. Los universitarios criollos, postergados en su propia tierra, ante los peninsulares, ¿qué p o d í a n alegar, después de emparejarse c o n ellos en la cultura europea? Los méritos de su tierra: la cultura indígena, elevada a rango superior por el evangelio y la aparición de la Virgen; los recursos naturales, las obras de minería, agricultura y civilización; la poesía, la pintura, la arquitectura; toda la grandeza de la famosa México: caballos, calles, trato, cumplimiento, letras, virtudes, variedad de oficios, gobierno ilustre, religión y estado (como dijo Bernardo de Balbuena). Para Clavijero (1731-1787), México n o eja menos que Europa. Tenía un pasado clásico: las ruinas del imperio azteca, como las ruinas del imperio romano, sobre las cuales se construía u n a nueva cristiandad, c o n u n presente próspero y un futuro brillante, en manos de la gente ya preparada aquí: los universitarios criollos, continuadores de los misioneros que trajeron el progreso. A diferencia del no taxation uHthout nepresentation, que fue u n alegato práctico y democrático de la Nueva Inglaterra, este argu­ mento de la Nueva España era territorial, misional, cultural. Tene­ mos derecho a gobernarnos porque somos de aquí y porque estamos preparados para continuar la misión redentora entre los indios. Es el argumento nacionalista y paternalista que todavía maneja la tecnocracia mexicana. U n argumento desarrollado por los criollos, que resultó a favor de los mestizos. Si ser nativo, preparado y redentor da derecho al poder, los más nativos tienen más derecho. o e s a e ios misioneros aei sigio xvi, ias menas por ei poaer en M é x i c o se h a n l e g i t i m a d o e n f u n c i ó n d e q u i é n e s d e b e n encabezar la redención modernizadora. Los criollos introdujeron una segunda legitimidad: haber nacido aquí. Desde entonces, los enemigos pertenecen al exterior satánico (no son nativos, o n o tan nativos; son malinchistas, se han entregado al extranjero y quieren entregar el país); o pertenecen al pasado irredento (son ultracavernarios, el retomo maléfico de los emisarios del pasado, de las fuerzas oscuras felizmente superadas) Los buenos los que tenemos derecho al poder, representamos el progreso nativo. Nuestros contrarios, o quieren imponer el progreso desde afuera o quieren impedir el progreso desde adentro. A los criollos les dieron de su propia medicina, y perdieron do­ blemente: fueron satanizados c o m o extranjerizantes y conserva­ dores. Eran nativos, preparados, redentores y progresistas: legíti­ mos aspirantes al liderazgo modernizador. Pero sus líderes (los jesuítas) fueron expulsados en 1767: la modernización se haría desde Madrid. Así perdieron primero como nativos en el discurso modernizador y luego como españolados en el discurso nativista. Vista desde Madrid, la expulsión de los jesuítas era u n triunfo del despotismo ilustrado que facilitaba el progreso: las reformas borbónicas. Pero el progreso impuesto desde afuera es opresivo, visto desde adentro. Por eso nuestros grandes humanistas del siglo x v m tienen algo en c o m ú n c o n los románticos alemanes, italianos, polacos, que ante el imperialismo del progreso oponen u n resurgimiento nativo. Desde mediados del x v m hasta media­ dos del xrx, la situación romántica se repite en México tres veces. Las dos primeras, a cargo de los criollos contra el progreso im­ puesto, primero desde Madrid (reformas borbónicas) y l u e g o desde París (intervención francesa en España). Las dos últimas contra París, a cargo de los liberales, primero criollos (guerra de Independencia) y luego mestizos (guerra contra la intervención francesa en México). En 1808, los modernizadores madrileños que atropellaron a los criollos fueron, a su vez, atropellados: la modernización se haría desde París, la metrópoli revolucionaria. Así surgió la guerra de independencia contra Francia, que en América se volvió para­ dójica: el pretexto perfecto para la independencia contra España. Pero la independencia mexicana despertó las ambiciones internas y externas por llenar el vacío d e poder español, c o n u n efecto inesperado (contrario al que tuvo la independencia norteame­ ricana): el desplome de la confianza del país en sí mismo, de su prestigio en el extranjero. Las élites nativas n o fueron capaces de organizar u n estado estable, frente al exterior y el interior. Las causas fueron muchas: falta de experiencia e n el poder, demasiadas expectativas, una situación económica difícil, una transición institucional más difícil aún, falta de realismo. En vez de poner en marcha el país, con­ cillando intereses reales, parecía que gobernar era imponer los mejores ideales, la mejor constitución, el mejor plan, a la indisci­ plinada realidad, a las fuerzas del mal y del atraso, rebeldes a la icuciicivjii. r c i u cbd iiiibiiiH idiid u e rcaiisinu, laLiiiiaud las e x ­ plicaciones subjetivas: la sospecha de padecer una inferioridad nativa. La independencia tuvo u n efecto depresivo, edipal, de orfan­ dad ilegítima, que oscilaba entre la arrogancia desafiante y la más absoluta i n s e g u r i d a d . A s í c o m o los bastardos d e las cortes oscilaban entre las pretensiones al trono y la denigración de sí mismos, las élites mexicanas parecían sentirse ilegítimas (no sin fundamento demográfico, en el caso de los mestizos, pero sobre todo a través del contagio psicológico de las víctimas del aban­ dono paterno). Hubiera sido tan bonito que la corona española (como la portuguesa en Brasil) enviara u n príncipe a gobernar c o n las élites criollas. El padre ausente se volvió u n fantasma odiado y añorado, por lo que p u d o ser. La fijación e n el p a s a d o , q u e ahora n o s contrasta c o n los Estados Unidos, n o es un rasgo eterno de México. Viene del siglo xrx y del fracaso criollo. La nostalgia es más propia de los derrotados, de los que no se sienten bastardos (independientemente de cuál sea la realidad) y por l o m i s m o p u e d e n ver hacia atrás c o n orgullo; de los que crearon el discurso nativista de u n pasado glorioso y acabaron perdiendo más de la mitad del territorio n a c i o n a l , v i v i e n d o e n carne p r o p i a la tragedia dei imperio indígena, sintiéndose víctimas del abandono del Padre (lejos de Dios y cerca de los Estados Unidos), hijos de la Malinche (aunque n o eran mestizos), fijos en la visión de los vencidos. Así los criollos, que empezaron c o m o católicos modernos, seguros de sí mismos y hasta expansionistas, acabaron siendo conservadores. Pero unos conservadores que n o encajan en la caricatura actual (según la cual los reaccionarios m e x i c a n o s quieren el modelo yanqui, las inversiones extranjeras, la libertad de empresa y d e comercio, el cosmopolitismo): una caricatura que recuerda más a Benito Juárez que a Lucas Alamán. H a c e algunos años, cuando el progreso de los ejes viales obligaba a mover la estatua de Carlos IV, cuando se discutía el ingreso al GATT y el voto de los sacerdotes, cuando se perseguía al Instituto Lingüístico de V e r a n o (protestante), resultó una notable coincidencia. Los comunistas estaban contra los Estados Unidos, contra el GATT, contra el ILV; a favor de la protección industrial, de la intervención d e l Estado e n la e c o n o m í a , del centralismo p l a n i f i c a d o r , d e diversificar nuestras r e l a c i o n e s exteriores (buscando el a p o y o latinoamericano y europeo), de defender nuestra i d e n t i d a d , d e respetar la estatua d e Carlos I V y de conceder el voto a los sacerdotes. Posiciones todas que hubiera hecho suyas Lucas Alamán. Pero nadie dice que Lucas Alamán (1792-1853) se adelantó a las posiciones comunistas de 1980. Alamán fue un heredero de los humanistas mexicanos del siglo xvm y de su impulso creador, que logró transitoriamente el poder soñado por los criollos ilustres y que sigue g a n a n d o batallas después de muerto (sin darle crédito, porque su ejemplo no se puede reconocer). Muchos progresistas, que dicen detestar a la reacción, continúan su obra. Él fue quien puso e n marcha el estado protector de la identidad nacional, el estado protector de la industria nacional, los e m b r i o n e s de lo q u e s o n ahora la Secretaría d e C o m e r c i o y F o m e n t o Industrial, la N a c i o n a l Financiera, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Archivo General de la Nación. En cambio, los liberales (como nuestros vecinos, que aban­ donaban las tradiciones de la madre patria y exterminaban a los indios, para empezar de cero), ponían u n celo misionero en la destrucción del pasado, de sus ídolos, templos, hechicerías y cofradías, de los gremios artesanales, de los ejidos, de las autono­ mías panoquianas, del nefasto oscurantismo de la religión cató­ lica, superada por el culto de los caballeros racionales "A la gloria del gran Arquitecto del universo", "Al triunfo de la verdad y el progreso del género humano". A diferencia de los conservado­ res, n o querían,continuar la Nueva España por su cuenta, asu­ miendo las glorias de las tres culturas: la indígena, la española, la católica moderna. Querían borrón y cuenta nueva: acabar con la vergüenza del pasado (indígena, español, católico). La barbaridad de los criollos (que prefigura la del criollo Fidel Castro) fue buscar en Europa protección contra el imperialismo y a n q u i y contra los nativos a p o y a d o s p o r los y a n q u i s . Era contradictorio con su nativismo. Era una falta de confianza en la capacidad de los mexicanos para discutir, negociar y ponerse de acuerdo entre sí, pacíficamente. Era u n temerario desafío al imperialismo yanqui y la doctrina Monroe (1823), a cero kiló­ metros de su frontera. Pero medio siglo después del grito de Independencia, las élites mexicanas (como todavía sucede entre las centroamericanas) estaban desesperadas de su impotencia: dispuestas a imponer orden y progreso, aunque fuera c o n el a p o y o externo. Sobre estos sentimientos, escribió monseñor Ignacio Montes de O c a , capellán de Maximiliano: /Desventurada raza mexicana! Mandar no sabe, obedecer no quiere. Al que aclamaba rey, voluble hiere. Al que hoy ensalza, abatirá mañana. La derrota militar de la intervención francesa y el aplastamiento de la oposición conservadora, desembocaron en u n régimen estable, pero rígido; c o n tan profesado temor a que vuelva el desorden, "se suelte el tigre", "despierte el México bronco", que todo se justifica: la mentira oficial, la corrupción, las elecciones fraudulentas, los convenios dudosos con el imperio vecino, la negación tajante a que la oposición alterne en el poder, la repre­ sión, lo que haga falta. Y para que mejor no haga falta, las puertas abiertas al enjuague: no .hay necesidad de oposición abierta, de competencia electoral, de discusión pública, porque hay la mejor disposición a negociar y conceder en privado. Ni derecho ni violencia: la tercera vía pacífica es la mentira y el enjuague. La Iglesia legalmente dejó de existir, aunque nunca fue perdida de vista. Nadie puede declararse orgullosamente conservador, pero puede serlo: siempre y cuando se declare revolucionario. No se p u e d e e l o g i a r a Lucas A l a m á n : ú n i c a m e n t e rendirle el homenaje silencioso de los hechos. N o se puede tocar a Benito Juárez ni c o n el pétalo de una burla cariñosa: pero se puede vapulear de vendidos al imperialismo a los que piensan o actúan como él, con respecto a los Estados Unidos. La destrucción de los conservadores sirvió para que sus ideas ganaran disfrazadamente, en un baile de máscaras donde ya no se sabe quién es quién, ni qué piensa, realmente. Sirvió para acumular nostalgias de lo que pudo ser y no fue, resentimientos, derrotismo, el dudoso consuelo de una impotencia imaginaria. La derrota conservadora se sumó a la derrota indígena y contagió a los vencedores liberales. Para que un estado sea estable n o tiene que ser bizco: libe­ ral/conservador, progresista/reaccionario, nacionalista/ma­ linchista, agnóstíco/guadalupano. Puede ver francamente hacia adelante y francamente hacia atrás, discutir francamente el futuro y el pasado. Pero el estado mexicano parece n o superar su trau­ ma de nacimiento: la fijación e n el fracaso inicial d e la inde­ pendencia. Para u n mexicano, es asombrosa la tranquilidad c o n que los brasileños exportan armas y los cubanos tropas. Dejando aparte la cuestión misma (si está bien o está mal, si deberíamos o n o hacerlo), nosotros ni podemos imaginarnos en ese papel. Ellos piensan como conquistadores, nosotros como víctimas. 8. LA PRIMAVERA MADERISTA Desde Juárez, todos los regímenes mexicanos h a n sido oficial­ mente jacobinos, con una excepción: el de Francisco I. Madero. El 24 de mayo de 1911 saludó la formación del Partido Católico en estos términos: Considero la organización del Partido Católico de México como el primer fruto de las libertades que hemos conquistado. Su programa revela ideas avanzadas y el deseo de colaborar para el progreso de la patria de un modo serio y dentro de la Constitución. Las ideas modernas de su programa, excepción hecha de una cláusula, están incluidas en el programa de gobierno que publicamos el señor [Francisco] Vázquez [Gómez] y yo, pocos días después de la Convención [de los partidos Nacional Antirreeleccionista y Nacional Democrático] celebrada en México, por cuyo motivo no puedo menos de considerarlo con satisfacción. La cláusula a que me refiero y que no se encuentra en nuestro programa de gobierno es la relativa a la inamovilidad de los funcionarios judiciales; pero no constituye diferencia esencial [...] Que sean bienvenidos los partidos políticos; ellos serán la mejor garantía de nuestras libertades. [Correa, pp. 77-78] La actitud d e Madero n o venía de que fuera especialmente c a t ó l i c o (era espiritista), s i n o e s p e c i a l m e n t e d e m o c r á t i c o . También dé una estrategia d e frente amplio, que le sirvió para lograr (tres dias antes) la rendición del régimen. A u n q u e abun­ 5 daban los católicos gobiernistas, los agravios católicos eran tantos que dieron muchas bases de oposición a Díaz. Madero buscó el apoyo católico y lo tuvo, no sin reservas de muchos maderistas, que seguían viendo a los católicos con desconfianza jacobina. En Ulises criollo ("La convención de Hidalgo"), cuenta Vasconcelos: Se trataba de quebrantar una tradición maldita, y no faltaban en nuestras filas los rezagados del seudoliberalismo que reclamaban la aplicación literal de las leyes de Reforma [...1 Creía éste [Madero! que la política de conciliación, uno de los aciertos de Porfirio Díaz, debería ser elevada a la categoría de ley. Pues si ya se había establecido una práctica que toleraba los conventos, ¿por qué no reconocerlo públicamente? ¿Por qué no derogar, además, las disposicionesridiculasque vedan el uso del hábito eclesiástico y las ceremonias externas del culto? Sonaba la hora de la concordia, y era menester que, como en todos los pueblos civilizados de la tierra, en México también tuvieran los católicos reconocido el derecho que dimana de sus convicciones. Claro que los maderistas más abiertos n o estaban inventando convergencias útiles, sino reconociéndolas, c o m o lo hace expresamente Madero, y c o m o lo documenta de muchas otras maneras Eduardo J . Correa, q u e recoge la declaración e n El Partido Católico Nacional y su directores (inédito desde 1914 hasta 1991, cuando lo publicó el Fondo de Cultura Económica). HoKíg iinsí rf*nlíHíiH n o l í r i r ' í i ^tl1f *ví^• lo<¡ r a f A l i r r K ¡ üvíinyíiHr><! llaUla Lilla i v a l l U a v i : L?vsllllv»a U U t V a < , , l U o L,alUHL,L/j aVaH¿aUUd, militantes, deseosos de construir u n México moderno, habían r e a p a r e c i d o . C o n s i d e r a b a n q u e Porfirio D í a z b l o q u e a b a la creación de ese México, y que la complicidad de los católicos gobiernistas era abominable. La complicidad en la mentira oficial, que llevó a las fuerzas conservadoras a recuperar privadamente sus tueros, era [y sigue s i e n d o ; una mentira, disolvente de la sociedad civil y de la vida religiosa. En esto coincidían c o n los liberales antigobiernistas, q u e a b o m i n a b a n d e la farsa d e l liberalismo en el poder. La convergencia democrática estaba por ahí: los católicos tenían que participar en la construcción de una sociedad abierta, en la destrucción de u n México enmascarado. ¿De dónde habían salido estos católicos de vanguardia? En pillllCl l u g a l , LIO gUCUJ lllUllalllC qUC ICopiJllLUL? a la pCldCv.Ui.lUll jacobina. (Atenuada por la astucia de Díaz: limitarse a destronar, n o destruir; n o llevar la persecución al extremo de provocar una rebelión armada.) Expropiados ios bienes eclesiásticos, clau­ surados los conventos, expulsada la cultura católica de la ense­ ñanza, las ceremonias oficiales, las obras de servicio social, los católicos tuvieron que poner casa aparte: lo cual, por definición, se volvía señaladamente católico, defensivo, militante. D e ser la cultura oficial, la cultura católica pasaba a ser una cultura de gueto, que luchaba por afirmarse y sobrevivir. En segundo lugar, de la comprensión; que la hubo de ambas partes. A u n q u e h u b o liberales ateos, c o m o Ignacio Ramírez, muchos eran más bien católicos anticlericales. Altamirano fue muy aplaudido cuando pintó la comprensión entre u n capitán liberal y un sacerdote admirable en La navidad en las montañas (1871), u n p o c o a la manera d e Guareschi en B pequeño mundo de don Camilo (1948). A m b a s novelas, bienvenidas después de una guerra civil e internacional entre partidarios d e ideas opuestas. Por último, d e manera inmediata y decisiva, del liderazgo estimulante que fue el largo papado de León XIII (1878-1903). Desde mediados del siglo xrx, sobre todo después de las leyes de Reforma, se multiplicaron las publicaciones católicas, en el estilo de la época: el periodismo doctrinal. También se crearon muchas escuelas católicas, como algo indispensable, frente a la enseñanza laica, y n o sin persecuciones, c o m o las que obligaron a d o n José López Velarde, padre de Ramón, a cerrar su próspero Colegio Morelos (el gobernador de Zacatecas le negaba la certificación oficial) y emigrar con su familia a Aguascalientes. Pero León XIII transformó esa militancia defensiva en conquista del m u n d o moderno, bajo la consigna nova et vetera- unir lo nuevo con lo viejo. En vez de replegarse a llorar la situación perdida, animaba a recuperar la iniciativa y construir en la nueva situación. Era u n verdadero líder: se preocupaba más por hallar qué bendecir que por hallar q y é condenar. Los partidos católicos, c o m o los escritores católicos, son una novedad del siglo xrx. Bélgica, que había vivido una situación romántica bajo el progreso impuesto por Napoleón y la revo­ lución industrial, que había perseguido al clero y proclamado la independencia (1830) con separación de la Iglesia y el Estado, paradójicamente (o quizá p o r e s o m i s m o ) l l e g ó a tener u n poderoso partido católico, que estuvo en el poder treinta años ( d e 1884 a 1914), y c u y a i n f l u e n c i a e n M é x i c o h a b r á q u e investigar. Ani estaoa un moaeio a e ia aoctnna social cristiana llevada a la práctica. T u v o t o d o el a p o y o de León X I I I , que patrocinó en la antigua Universidad de Lovaina el foco intelectual de un catolicismo de vanguardia, deseoso de conciliar la ciencia y el p e n s a m i e n t o m o d e r n o c o n el t o m i s m o : n e o t o m i s m o encabezado por el cardenal Mercier (1851-1926). Hay más de un rastro belga en la vanguardia católica mexicana: en la poesía, en la liturgia, en la cuestión social. La huella más reciente es la d e J o s é Lemercier (1912-1987), que estudió e n Lovaina y fundó el monasterio benedictino de Cuernavaca, van­ guardista en la liturgia y en la aplicación del psicoanálisis a la v o c a c i ó n religiosa. En el curso del siglo, muchos mexicanos interesados en la reforma social, han pasado por Lovaina. Hasta hay un libro titulado Lovaina, de donde vengo... (1937) de Jesús G u i s a y A z e v e d o . Antes, a principios de siglo, los primeros grandes escritores señaladamente belgas fueron muy leídos en México. Para los escritores mexicanos como López Velarde, la analogía era triple: la situación romántica, que exige u n resur­ gimiento nativo, frente al progreso liberal e industrial, ajeno y destructor de la identidad nacional; la situación lingüística: el problema de identidad que plantea una literatura nacional en una lengua compartida (¿existe una literatura belga o es simplemente una literatura francesa escrita e n Bélgica?); la situación católica, que da esperanzas con el ejemplo belga. Fue precisamente un movimiento católico, el de la revista La Jeune Belgique (1881­ 1897), iniciada por estudiantes de Lovaina, la que llevó las letras belgas a una confianza en su propia capacidad, a una conciencia literaria.emancipada: católica, nativa, social, moderna, universal. Destacaron Émile Verhaeren (1855-1916), Georges Rodenbach (1856-1880) y Maurice Maeterlinck (1862-1949), aunque éste (premio Nobel 1911) fue más místico que católico. Todos fueron leídos p o r L ó p e z V e l a r d e , entre c u y a s fuentes Luis N o y o l a Vázquez señaló expresamente la poesía de Rodenbach, a través de Andrés González Blanco. Pero las esperanzas del resurgimiento católico n o llegaban sólo de Bélgica. En los archivos de Eduardo J . Correa, mentor y pa­ trocinador d e López Velarde, h a y pruebas abundantes de que Correa era u n católico de vanguardia, absolutamente al día de los avances del catolicismo social e n Alemania, Italia, Francia, Bél­ gica, Inglaterra y otros países; especialmente interesado en el movimiento obrero y la prensa católica. Y n o estaba solo. Para fundar La Nación (1912-1913), órgano del Partido Católico Nacio­ nal, fue traído de Guadalajara (donde dirigía u n diario católico: El Regional 1904-1914) por el arzobispo de México, J o s é Mora y del Río; y el legendario padre Rafael Guízar y Valencia se puso a recabarle fondos, recorriendo el país. C o n todo, se trataba de u n sector católico: el avanzado. En Los católicos culpables (inédito), Correa se queja amargamente de los católicos ricos, gobiernistas, timoratos o simplemente incultos, que no veían la importancia de la cultura. También de obispos tan cultos como Ignacio Montes de O c a y Joaquín Arcadio Pagaza, que desconfiaban de la van­ guardia y eran francos enemigos de La Nación. Los católicos m o d e r n o s c o m o Eduardo Correa (1874-1965), A n t o n i o C a s o (1883-1946), R a m ó n López Velarde (1888-1921), Á n g e l María Garibay (1892-1967), Carlos Pellicer (1897-1977), Jesús Guisa y A z e v e d o (1899-1986), O c t a v i a n o Valdés (1901-1991), Gabriel Méndez Planearte (1905-1949), Sergio Méndez Arceo (1907-1992), Antonio G ó m e z Robledo (1908), Alfonso Méndez Planearte (1909­ 1955), Pedro V e l á z q u e z (1913-1968), M a n u e l P o n c e (1913), J o a q u í n A n t o n i o Peñalosa (1922) y tantos otros, n o p o d í a n identificarse ni c o n los "católicos de Pedro el Ermitaño", ni c o n los "jacobinos de época terciaria" (como dijo López Velarde). Los católicos más cerrados, c o m o los modernos más cerrados, por razones opuestas, veían con malos ojos la creación de una cultura católica moderna. Q u e la vanguardia- católica n o era todo el catolicismo, sino el sector avanzado, puede verse de otra manera. Y a había en la capital dos importantes diarios católicos: El Tiempo (1833-1912, abierto a los liberales c o m o Luis Cabrera, que ahí publicó su famoso artículo "La revolución es la revolución"), en dificultades porque había muerto su editor, Victoriano Agüeros (1854-1911); pero sobre todo El País (1899-1914), de Trinidad Sánchez Santos (1859-1912). En 1911, El País se volvió el diario mexicano de mayor circulación hasta entonces, y quizá hasta la fecha: entre 200,000 y 250,000 ejemplares (según diversas fuentes citadas por Manuel Ceballos, "Las lecturas católicas", Historia de la lectura en México, El Colegio de México, 1988, p. 187). Dobló la cifra del campeón anterior: El Imparcial (1896-1914), diario que inauguró la tradición de la gran prensa gobiernista, durante el porfíriato. El gobiemismo del Imparcial obró en su contra, cuando em­ pezó a nublarse el régimen de Díaz. Poco antes de que estallara la revolución, fue rebasado por El País, al cual a c u s ó d e estar pagado por Madero (una confirmación de la importancia atri­ buida al apoyo católico). Al caer Díaz, El Imparcial se volvió de oposición y El País siguió siendo independiente (Sánchez Santos llegó a estar en la cárcel bajo Madero, como bajo Díaz). Lo cual acentuó la diferencia a favor del País, pero n o benefició a La Nación, porque simpatizaba m u c h o c o n Madero. La Nación, aunque órgano oficial del Partido Católico, no representaba todo el espectro de la opinión católica. Ese papel lo asumió El País, que llegó a ser visto (con indignación de Correa) como el verda­ dero órgano del catolicismo que había logrado abrirse espacios políticos. U n catolicismo q u e ahora le exigía al presidente .Madero pasándole la cuenta de u n apoyo que consideraba mal correspondido. Correa y López Velarde, que también se sintieron mal correspondidos, no cejaron en sus convicciones maderistas, aunque seguramente fueron vistos por eso como tontos útiles. En 1911, el Partido Católico dio una sorpresa comparable a la que en 1988 dio la coalición encabezada por Cuauhtémoc Cárde­ nas, y con problemas parecidos, que terminaron destruyéndolo. En u n país católico, ser católico es demasiado genérico: abre un abanico de posiciones muy variadas y hasta opuestas. Además, crea problemas parecidos a la controversia de las investiduras del Sacro Imperio Romano. Si el poder temporal está a cargo de príncipes católicos, ¿no deben tener cierta autoridad espiritual? (por ejemplo: ser consultados e n el nombramiento de obispos). Y si lo espiritual tiene más jerarquía que lo temporal, ¿no deben tener los príncipes de la Iglesia cierta autoridad temporal? (Por ejemplo: ser consultados en los nombramientos de la corte). Si el Partido Católico se llamaba así, ¿tenía derecho a embarcar a los obispos, rebasándolos; o, por el contrario, tenía que someterse a los obispos (y, en ese caso, a cuáles)? Pero el resurgimiento católico, largamente soñado y trabajado, n o vio los problemas que traería su propio éxito: se entusiasmó con el frente amplio, con la oportunidad histórica d e ser abier­ espacio público y reivindicar ese derecho. H u b o docenas de diputados católicos, senadores, gobernadores. U n renombrado escritor católico resultó gobernador: José López Portillo y Rojas (1850-1923), autor del Himno Guadalupano: ¡Mexicanos, volad presurosos del pendón de la Virgen en pos, y en la lucha saldréis victoriosos defendiendo a la Patria y a Dios! Pero López Portillo, como tantos escritores, como tantos católi­ cos, como tantos mexicanos, era ante todo gobiernista. Servir a la patria y a D i o s está por encima del accidente despreciable de quién está e n el poder; sobre t o d o si los presidentes s o n u n hecho bruto, impuesto, irreversible, remoto, que n o depende de uno. López Portillo fue diputado y senador en el régimen de Díaz, simpatizante del posible régimen de Reyes (lo cual le costó la cárcel), g o b e r n a d o r d e J a l i s c o por el Partido C a t ó l i c o e n el r é g i m e n d e M a d e r o , secretario d e relaciones exteriores e n el régimen de Huerta... Y el que n o haya soñado c o n servir al país, por encima de todo, que tire la primera piedra. La pedriza contra el Partido Católico (que lo sepultó en algo peor que la leyenda negra, creada por los cairrrancistas: el silencio de los historiadores sobre un movimiento insólito y significativo) se explica por dos razones. En primer lugar, por el susto político: d e s p u é s d e tantos años d e p e r s e c u c i ó n , n a d i e esperaba el resurgimiento católico. En segundo lugar, por el jacobinismo de muchos revolucionarios. La revolución venía del norte: del norte liberal hasta la apertura maderista, que veía como aliados a los católicos más abiertos del centro del país; pero también del norte jacobino hasta la saña sanguinaria de Calles contra los mochos del centro del país. Huerta buscó el apoyo católico para legitimar su cuartelazo y para dividir un movimiento peligroso. N o logró lo primero, pero sí lo segundo. El Partido Católico, como el frente cardenista, entró e n descomposición. N o sin rasgos admirables: cuando toda la prensa de la ciudad de México había callado, intimidada por el dictador, La Nación no calló. Para silenciarla, hubo que recurrir a las armas y tomar las instalaciones. Sus correligionarios del País, en plena descomposición, mezquinamente publicaron q u e había cerrado por dificultades económicas. 9. MUERTE Y RESURRECCIÓN N o falta quienes nieguen la muerte de la cultura católica. Tienen razón, si se refieren a la cultura popular. Tienen razón, si se refieren a los esfuerzos a i s l a d o s y admirables q u e todavía subsisten. Tienen razón, si se refieren a ciertos nombres desta­ cados en la cultura, por lo general n o señalados como católicos. N o es fácil definir qué es la cultura católica, ni qué es la muerte de una cultura. Pero lo menos q u e se puede decir es q u e ya n o estamos en los tiempos de la cultura católica como cultura oficial, ni en los tiempos (más recientes: de fines del siglo xrx a prin­ cipios del x x ) de la cultura católica como vanguardia creadora: una especie de boom (como el de la novela hispanoamericana) que obligó a reconocer una cultura marginal, en las metrópolis de la cultura dominante. La ambigüedad viene de que la cultura moderna, e n su afán de superarlo t o d o , tiene q u e distinguirse d e l o q u e deja atrás, contraponerse a su propio origen católico, con el apoyo de los católicos que fijan la identidad católica en tales o cuales rasgos particulares. Así aparece la resbaladiza oposición entre lo católico y l o m o d e r n o , m á s resbaladiza a ú n p o r q u e varía s e g ú n las circunstancias : a) lo moderno c o m o peligro de la cultura católica; b) lo católico como zona marginal de la cultura moderna; c) lo moderno como disolución final de lo católico. a) U n católico funda el pensamiento moderno. Toma radical­ mente en serio la ciencia y el sujeto pensante individual que la produce y la critica. Deja atrás la escolástica. ¿Deja atrás el cato­ licismo? Si la escolástica es distintiva de la identidad católica, tiene que haber oposición entre lo católico y lo moderno. N o es la cultura católica la que toma el liderazgo del pensamiento moder­ no, a través de Descartes: u n católico posconciliar (postridentino), que recibe del cardenal reformador Pierre de Bérulle la e n c o ­ mienda de avanzar en el pensamiento, como una misión. Por el contrario (dicen los católicos que fijan la identidad católica en la escolástica), es la cultura moderna la que corrompe a u n católico, cuyas obras hay que poner en el índice. Por el contrario (dicen los que quisieran declarar superado el catolicismo, junto c o n la escolástica): la cultura católica se vuelve obsoleta a partir de Descartes (aunque éste, en lo personal, no salga del pensamiento mágico: peregrinó al santuario de Nuestra Señora de Loreto, para agradecerle u n favor científico recibido: la c o n c e p c i ó n d e l Discurso del método). b) La actitud romántica, paternalista, hacia las culturas atrasa­ das, beneficia a la cultura católica, pero también la inmoviliza: si se mueve, deja de ser. En lo cual, naturalmente, coinciden las ac­ titudes celosas de la identidad cultural. Lo católico, ni puede ser moderno, ni puede ser universal: n o puede estar en movimiento. Es una identidad fija y particular, anquilosada pero m u y respe­ table. c) U n católico encabeza o secunda una vanguardia d e cual­ quier tipo. Pero ya n o está, c o m o Descartes, en los tiempos de la Contrarreforma, cuando la cultura oficial de la mitad de Europa era católica, sino e n los tiempos e n q u e la cultura oficial es agnóstica. La vanguardia católica, para ser vista así, tiene que ser particularmente católica. La vanguardia es el género universal, el c a t o l i c i s m o la e s p e c i e particular. P e r o ¿en q u é s e n t i d o es particularmente católica una vanguardia musical? Claro que si, duerna:» u e ¡»er c d i u n c u y vdiiguaruiMd, ^ i n v i e r ivie&Mden e& organista de una iglesia, compone una Misa de Pentecostés o u n Cuarteto para el fin de los tiempos... Pero ¿qué sucede c o n el católico que no tiene interés en componer misas o ponerle a sus obras títulos confesionales? O c o n las vanguardias que, por su propia naturaleza, ni siquiera p u e d e n ser c o n f e s i o n a l e s : la vanguardia quirúrgica, lingüística, deportiva. En estos casos, lo católico se disuelve e n l o m o d e r n o . N o p u e d e hablarse d e vanguardias católicas, sino de católicos en la vanguardia. Las vanguardias confesionales tienen otro problema: las autori­ dades religiosas. Si u n movimiento político, literario, artístico, social, se proclama católico, replantea el problema de las inves­ tiduras. O los líderes de la vanguardia tienen derecho a arrastrar a las autoridades eclesiásticas e n su aventura o la aventura tiene q u e ser autorizada: sujeta a control eclesiástico. A s í resulta finalmente que las vanguardias encabezadas por católicos, o no son confesionales, para actuar libremente; o s o n internas: se concentran en renovar la vida religiosa. Una vanguardia en la cual participen católicos y n o católicos; una vanguardia que n o tenga especial interés e n la vida interna de la Iglesia, la liturgia o el arte sacro* una vanguardia interesada e n la sociedad en general el arte en general, la ciencia en general, puede estar encabezada por católicos, pero n o gana nada con ser confesional. Quizá por esto, el impulso renovador de la cultura católica, que p u s o e n marcha León X I I I , se f u e disolviendo e n la cultura general. Y , quizá por lo mismo, el siguiente impulso renovador: el de J u a n XXIII, ha tardado mucho en manifestarse en la cultura. Las renovaciones del Concilio Vaticano II se han concentrado en la vida religiosa y social, más que en la vida cultural. Y , sin embargo hay algo: indicios, iniciativas, q u e , signifi­ cativamente, n o han parado del centro del discurso católico, sino de su periferia eslava, del cristianismo oriental, del entorno no creyente, c o m o si tomaran el relevo. N o ha h a b i d o m u c h a s p r e o c u p a c i o n e s culturales e n l o s m e d i o s c a t ó l i c o s , p e r o sí preocupacione s religiosas en los medios culturales. Nadie hubiera esperado que, en pleno siglo x x , u n profesor de matemáticas d e la U n i ó n Soviética ( c o m o antes el ingeniero Dostoyevski) resultara u n novelista y profeta cristiano, leído en todo el mundo: Alejandro Solyenitzin. Luego, también de la esfera soviética, l l e g ó u n p a p a i n s ó l i t o : u n p o l a c o q u e se m a n d ó construir una alberca (con escándalo de la curia), que es poeta, dramaturgo y filósofo, a pesar de lo cual, parece tener la fe de u n niño. resultó llamativa, como negación del comunismo, pero también incómoda, c o m o negación del mundo occidental. La integración de fe y cultura, central e n el desarrollo de Occidente, se había vuelto m u y tenue. Se dice q u e P a b l o V I l l e g ó a sentirse tan d e s e s p e r a d o d e la a c i d i a , el h e d o n i s m o , el n i h i l i s m o d e O c c i d e n t e , q u e creyó (proféticamente) q u e la salvación del cristianismo vendría de los países comunistas. Lo cual hasta sonaba a chiste masoquista, e n aquellos tiempos del better red than dead. P e r o las c o s a s h a n l l e g a d o al e x t r e m o d e q u e Gorbachov (hijo, como Constantino, de una cristiana muy devota, que seguramente reza por su conversión) permitió q u e dos obispos llegaran a diputados en las elecciones de marzo de 1989, n o rehuye las frases de la cultura popular que invocan a Dios y hasta se dice que es creyente . H a y el antecedente de Malenkov, lugarteniente y sucesor de Stalin, que volvió a la fe y murió en el seno de la Iglesia ortodoxa. La situación romántica que se dio en Polonia, frente al progreso impuesto, primero desde París y luego desde Moscú, estimuló el resurgimiento de la cultura polaca. Quizá tenía que ser polaco, el papa que cjijera: "Una fe que n o se hace cultura es una fe n o p l e n a m e n t e a c o g i d a , n o enteramente p e n s a d a , ni fielmente vivida". Pero n o fue en los medios religiosos donde nacieron las inquietudes culturales, sino donde, por fin, empiezan a recono­ cerse las inquietudes religiosas nacidas en los medios culturales. Hay indicios por todas partes d e que en la cultura moderna (al margen del clero, o en contra) reaparecen las preocupaciones religiosas. Y se entiende: a fines del siglo x x , estamos viviendo el desplome de la Ciencia como religión, del Progreso como reli­ gion, del tstado como religión, a e la Kevomaon como religión. El lugar de Dios n o puede estar vacío: cuando se saca á Dios de ahí, algo entra a tomar su lugar. Por eso André Malraux, que n o era creyente, pidió restituir su lugar a los dioses, y hasta llegó a pronosticar que el siglo xxi sería religioso. La sucesión vertiginosa de ídolos desde el siglo x v m (la Razón, la Revolución, la Historia, la Nación, el Jefe, el Estado, la Ciencia, el Progreso) parece agotada. El último fetichismo de la cultura moderna descontinúa la serie, al mismo tiempo que la prolonga: la moda posmoderna, la celebración (irónica) d e que estamos superando el afán de superación, culminando la modernidad en una especie de carnaval de las vanguardias, donde todo da igual. Pero claro que n o todo da igual. H a y que desacralizar el pro­ greso, n o satanizarlo. H a y q u e abandonar las supersticiones progresistas que impiden el progreso práctico. La miseria, como el paludismo, puede ser extirpada del planeta en unas cuantas décadas. Es un problema práctico que tiene soluciones prácticas, bloquedas por supersticiones progresistas (universitarias, tecnoló­ gicas, políticas). Una gran parte del progreso es improductivo: cuesta más de lo q u e produce. N o hay que tenerle el menor respeto. Una gran parte del progreso es puro fetichismo. A la basura. Naturalmente, ai ttesacrauzar el progreso, ai reducirlo a lo que tiene de avance real y práctico, se vacía nuevamente el lugar de Dios. D e ahí puede seguir un nihilismo posmoderno, que vuelva carnavalesco el horror de Dostoyevski: "Si n o hay Progreso, todo está permitido". Pero también puede surgir u n cristianismo pos­ moderno. Huelga decir que está por crearse la cultura católica corres­ pondiente a ese cristianismo. Y que tamaña resurrección parece difícil, cuando en los medios católicos hay tensiones creadoras en lo social, en lo político, en lo religioso, pero n o en lo cultural. 10. LA CULTURA CATÓLICA MEXICANA El catolicismo tuvo en México tensiones culturales sumamente creadoras, quizá por el h e c h o mismo de implantarse en una confrontación de culturas heterogéneas. a) Del siglo xvi al xvm, hubo una extraordinaria creatividad de la cultura católica, en casi todas sus formas: hasta en el desarrollo científico. Desde Sor Juana y Carlos de Sigüenza y Góngora hasta Clavijero, A b a d , A l e g r e , G u e v a r a , Gamarra, h u b o entre los religiosos mexicanos una rara integración de fe y modernidad, afirmación nativa y universalidad, amor a la poesía y amor a la ciencia. Paralelamente, se creaban devociones, tradiciones, artes populares y hasta recetas de cocina y formas coloquiales, que se volvieron rasgos de nuestra identidad. Si u n obispo holandés hubiera llegado a México en el siglo xvm, buscando laboratorios de una cultura católica para los siglos venideros, se hubiera ido Heno de esperanza. b) D e la expulsión de los jesuítas (1767) al triunfo de Juárez (1867), hay un siglo de exterminio de la cultura católica. N o se llega a los extremos de la revolución francesa (no hay estado ateo, ni terror jacobino), pero el clero pasa de encabezar la emancipación de la cultura mexicana al gueto. Pierde las riendas d e la s o c i e d a d , i n m e n s a s p r o p i e d a d e s , las e s c u e l a s , la universidad, funciones paraestatales, el derecho a representar y c) El proyecto de emancipación cultural se vuelve agnóstico y civil en El Renacimiento (1869), la revista de Altamirano, que funda nuestra república literaria c o m o u n proyecto liberal , mestizo, abierto a los conservadores: "llamamos a nuestras filas a los amantes de las bellas letras de todas las comuniones políticas (...) M u y feííces seríamos si lográsemos por este medio apagar completamente los rencores que dividen todavía por desgracia a los hijos de la madre común." Se trata de un proyecto plural, n o confesional ni estatal, que continúa Gutiérrez Nájera en la Revis­ ta Azul (1894-1896), ya con subsidio oficial (indirecto, a través del periódico El Partido Liberal). U n proyecto de la sociedad civil, del cual se apropiará finalmente el estado buscando una especie de integrismo cultural. Destacados católicos participan en los proyectos de Altamirano y Gutiérrez Nájera, pero la cultura católica se repliega en torno a obispos cultos q u e animan grupos locales. C o m o sucede e n Europa después de 1789, y por razones parecidas, e n cuanto la cultura católica es expulsada del poder, se vuelve crítica de la cultura oficial, deja de ser centralista, se identifica c o n la pro­ vincia, fustiga a la capital como lugar de perdición, defiende a los clásicos frente a los modernos. Empieza a resurgir: Guadalajara, San Luis, se vuelven centros culturales a donde van estudiantes de muchas partes del país, mientras en la ciudad de México, se es­ tablece la nueva cultura dominante: el Establishment liberal, romántico, positivista, modernista. d) El resurgimiento católico aprovecha el estímulo de León XIII (autor de unos versos a la Virgen de Guadalupe), el disimulo de Díaz, la oportunidad de Madero. Unos años antes de la Revo­ lución, h u b o congresos católicos en Puebla (1903), Morelia (1904), Guadalajara (1906), O a x a c a (1910). La fuerza de los católicos llegó hasta el punto d e que El País y El Tiempo armaron un escándalo contra la Escuela Nacional Preparatoria en 1908, apoyados en Francisco Vázquez G ó m e z (entonces miembro del Consejo Superior de Educación y luego número dos de la planilla maderista: candidato a la vicepresidencia de la república en 1910). Vázquez G ó m e z atacó abiertamente la educación positi­ vista y propuso privatizar la educación superior. Justo Sierra la defendió, con el apoyo de las brigadas estudiantiles que en 1909 constituyeron el Ateneo de la Juventud. El cual, por cierto, se abrió a los católicos. En la primera mesa directiva, el presidente (Antonio Caso) y el secretario de actas (Genaro Fernández Mac Gregor) eran católicos. Llama la atención el modernismo de Caso, que piensa como u n teilhardiano antes de Teilhard, en La existencia como economía, como desinterés y como caridad (1919). En la generación de los Siete Sabios, también hay católicos. En particular, Manuel G ó m e z Morin y Vicente Lombardo Toledano sueñan c o n u n socialismo cristiano, antes d e que el primero abandone el socialismo y el segundo el cristianismo. D e igual manera, en su primer momento, los pintores muralistas (Alva d e la Canal, Atl, Leal, Montenegro, Orozco, Rivera, Siqueiros, Zárraga) n o rehuyen los temas religio­ sos, c o m o observó recientemente Octavio Paz. La Revolución p u d o haber sido la gran oportunidad de una cultura católica moderna. La importancia del movimiento católico dentro del movimiento revolucionario está pidiendo lo que J e a n Meyer hizo c o n los cristeros: ponerse a investigar. e) El jacobinismo reaparece c o n Carranza y culmina c o n la persecución religiosa desatada p o r Calles. En l o religioso, la Constitución de 1917 fue u n retroceso democrático c o n respecto a la apertura d e Madero. El artículo 130 fue u n atropello a los derechos humanos de los creyentes. Desembocó en la cristiada (1926-1929) y, por lo mismo, e n la mentira oficial: ni se aplica, ni se deroga. Por respeto a una masonería difunta, los católicos mexicanos vivieron oficialmente c o m o arrimados e n su propia casa. Paralelamente, de Carranza a Calles, creció a l g o m e n o s visible pero n o menos importante que el jacobinismo oficial, contra la cultura católica la captación oficial d e casi todos los i n t e r e s a d o s e n la c u l t u r a . E n o t r o s t i e m p o s y l u g a r e s , e l m e c e n a z g o cultural ha e s t a d o a c a r g o d e la I g l e s i a , d e l o s príncipes, de los ricos, de los partidos, del Estado. En México, se concentró en el Estado. El ú n i c o partido de oposición que ha mostrado interés e n la cultura ha sido el más universitario: el comunista. El Partido de A c c i ó n Nacional (aunque d e origen universitario), los obispos (supuestamente hombres de libros) y l o s g r a n d e s e m p r e s a r i o s ( a h o r a casi t o d o s c o n e s t u d i o s superiores) han tenido una miopía común: la cultural. C o m o si su norma hubie-ra sido: que la cultura la hagan ellos (el gobierno, los comunistas). f) Tradicionalmente e n M é x i c o , ha habido mucha autonomía de los laicos y de la religiosidad popular, por razones prácticas: siempre ha habido muy p o c o s sacerdotes para la extensión y población del país. Ni cuando el clero tuvo inmensas riquezas y el apoyo del estado pudo tener u n control absoluto de las creencias y prácticas de miles de comunidades remotas y dispersas. Menos aún cuando se quedó sin más recursos ni poder que los derivados d e la fe d e su clientela, c ó m o cualquier m é d i c o , a b o g a d o , maestro, que trabaja por su cuenta. Pero eso mismo le dio a la cultura católica popular una resistencia notable frente a la fe del n u e v o " c l e r o " : el l i b e r a l i s m o , la m a s o n e r í a , el a t e í s m o , el marxismo, de los abogados, médicos, maestros y otros misioneros civiles, que heredaron la tradición clerical: el paternalismo, el i n t e g r i s m o , e l a p o y o d e l e s t a d o , para la r e d e n c i ó n d e las comunidades supersticiosas y atrasadas. g> La distancia entre la cultura popular y el poder eclesiástico aumentó en 1929 cuando el episcopado pactó con el Jefe Máximo d e la R e v o l u c i ó n por encima d e los creyentes e n armas. El aparato eclesiástico se fortaleció: primero al legitimar la rebelión cristera, después al entregarla. Aunque, también hay que decirlo: la paz fue u n beneficio para el país y para los creyentes. IÁJ q u e M g u i u e n id p a z rué e i reiidcmueiiio u e id cuiiura c i e n cal, a través de continuadores de los grandes humanistas del si­ glo xviii, q u e encabezaron importantes iniciativas culturales, crearon u n f o c o d e la cultura católica en la revista Ábside (fundada e n 1937) y trajeron a la conciencia nacional zonas completas soterradas: las literaturas indígenas (Ángel María G a r i b a y ) , la v a s t í s i m a p o e s í a virreinal ( A l f o n s o M é n d e z Planearte), el pensamiento m e x i c a n o del siglo x v m (Gabriel Méndez Planearte). Desgraciadamente, los hermanos Méndez Planearte, líderes de esta r e n o v a c i ó n , murieron sumamente jóvenes (a los cuarenta y tantos años). Hijos de u n diputado del Partido Católico Nacional, fueron de los primeros sacerdotes que, después del vacío formativo que produjo la persecución religiosa y el cieñe de seminarios, llegaron de Europa con sus doctorados (de la Universidad Gregoriana, de Lovaina). Pero no hubo huma­ nistas de su capacidad de liderazgo que los sustituyeran, y des­ pues de su muerte llegó, también de Europa, la puntilla para la cultura eclesiástica: la Iglesia abandonaba el latín, se concentraba e n la preocupación social. h) Esta incultura se volvió virtud, cuando sopló la racha mar­ xista. Las preocupaciones culturales parecieron ociosas, elitistas, burguesas, u n repliegue a las torres de marfil, mientras el pueblo suire namure, opresión, injusticia. v#uiuiraimeme, 10 valioso rué ei intento de crear una nueva teología: hacer con Marx lo que Santo Tomás había hecho con Aristóteles. Pero ni Marx fue u n Aristó­ teles, ni apareció Santo Tomás. Marx n o venía de una cultura heterogénea para el cristianismo, c o m o Aristóteles: venía de Hegel, del romanticismo cristiano, de la crítica a la revolución in­ dustrial y a la revolución francesa, del resentimiento contra el progreso impuesto por el imperialismo de las armas extranjeras. Asimilar a Marx en el discursó católico era c o m o volver al si­ glo XLX: recrear las discusiones teológicas del hegelianismo de izquierda y la situación romántica de la insurgencia armada. Ca­ milo Torres revive la insurgencia del cura Hidalgo, más que el g e ­ nio teórico de Santo Tomás. Así como el romanticismo de lengua española dejó figuras históricas más notables que poesía, teatro, novela, pensamiento, dignos de alternar c o n el romanticismo francés o alemán, la recuperación teológica de ^larx (tarea nece­ saria, sin duda alguna, paso previo indispensable para pensar después de Marx) dejó sobre todo una ganancia histórica: poner la cuestión social en el centro de la atención católica. Además, in­ directamente, mostrar que en ese punto hay muchas posiciones católicas: desde el integrismo que bendice a Franco, hasta el inte­ grismo que bendice a Castro, pasando por posiciones más autó­ nomas y todo u n abanico de preferencias intermedias. N o es bueno para el catolicismo ni para la sociedad que ser católico re­ sulte una definición política. Pero entre tantas militancias opues­ tas, como sucedió u n siglo antes, las preocupaciones culturales resultaron secundarias. i) C o n escespecial talento de la Iglesia para llegar tarde a todo y ponerse al día de ayer, la Conferencia Episcopal se sumó en una carta pastoral ai consenso que celebraba el régimen emanado de la Revolución Mexicana" én marzo de 1968... cinco minutos antes de que se acabara el consenso donde nada más faltaba la Iglesia. Ojalá q u e ese fiasco la distancie de las n u e v a s tentaciones integristas que le ofrecen el estado y los partidos. Es bueno para la sociedad mexicana (no sólo para los creyentes, no sólo para el episcopado, n o sólo para el Vaticano) que exista u n poder social aparte, basado en la fe de los creyentes y reconocido frente a los demás poderes sociales y políticos. La división d e p o d e r e s federales (legislativo, ejecutivo y judicial) también es deseable para todos los demás (municipales y estatales, empresariales y sindicales, religiosos, culturales, de la prensa, de la televisión). El integrismo es indeseable: la forma religiosa del estado corpo­ rativo. Además d e que sería otro fiasco integrarse al negocio (sindical, empresarial, legislativo, judicial, municipal, estatal, de la prensa, de la cultura) que ofrece todavía el estado corporativo... fv»Ulv<Vs í n r r i llililUlAJd m i m i t o c adnl lflíC^ac H <=» m i p SC cf* U HCpirln r IvJ l o vHf*mcíc p ac tl d ü oc viv VJLIC Uil ii n l UhCp> iP o vJl lvillaa, C preocupacione s políticas de la Iglesia tampoco ayudan a tener preocupacione s culturales. j) A l estar preparando la Asamblea de poetas jóvenes de México (1980), descubrí con sorpresa que Dios reaparecía entre los jóvenes escritores de menos de treinta años; y, curiosamente, de una manera n o confesional. En los años siguientes, vi cómo varios se desarrollaban manteniendo ese temple: u n sentido religioso q u e n o los convertía e n escritores señaladamente católicos; q u e más bien asumía c o m o natural la d i m e n s i ó n religiosa del hombre y del mundo. Quizá la ausencia misma de una cultura católica, el desprestigio del jacobinismo, la apertura reciente de los comunistas a la fe religiosa, han favorecido este fenómeno-que, por su mismo estilo, n o llama mucho la atención. Resulta más llamativo que un poeta y músico de su generación, Carlos Santana, haga rock confesional. Se diría que este resurgimiento está emparentado c o n el de fines del siglo pasado; que, también en lo religioso, estamos como a fines del porfiriato; que soplan otra vez aires maderistas; que, aunque también ahora abundan los católicos gobiernistas, quizá hay más católicos demócratas que nunca. Nada de lo cual garantiza que estemos e n los albores de una cultura católica posmoderna. Pero los indicios mexicanos se refuerzan c o n otros que llegan de l exterior. Por ejemplo: —Después de la primera Guerra Mundial, después del boom d e los escritores católicos e n Europa, la vanguardia católica europea se politizó. Surgen los movimientos demócrata-cris­ tianos, los movimientos integristas, nacionalistas, falangistas, las convergencias con los comunistas. Las vanguardias que n o pasan a la acción dedican mucho tiempo a la reflexión comprometida con la búsqueda de u n nuevo orden social. Destaca en español la revista Cruz y Raya (Madrid, 1933-1936) de J o s é Bergamín (1895-1983), seguidor de la revista Esprit, fundada en 1932 por E m m a n u e l M o u n i e r (1906-1950), c o n el a p o y o d e J a c q u e s Maritain (1882-1973). Esprit fue el centro de la cultura católica moderna (aunque menos estimulante en artes y letras que en la reflexión). Luego languideció. Y en 1977, a cargo de una nueva generación, dio la sorpresa de asumir un liderazgo inesperado, bajo el lema de "cambiar la cultura y la política". C o m o si el problema estuviera en la cultura misma: en las complicidades, la falta de imaginación, la cobardía, de la cultura que se limitaba a criticar el capitalismo sin criticar "la impostura totalitaria" de los regímenes comunistas, ni buscar nuevas vías. Q u e los católicos de izquierda dijeran tales cosas e n el París de entonces, fue de­ cisivo para que se empezaran a decir. Y llamó la atención: ¿los católicos como líderes? — E n 1976, Norberto Bobbio y Nicola Matteucci publicaron u n importante Diccionario de política (Siglo X X I ) . En 1983, u n suplemento. Más de la cuarta parte del suplemento está reía­ d o n a d o c o n temas católicos y religiosos, cosa que n o sucedía en la edición original, y q u e s ó l o p u e d e interpretarse c o m o u n reconocimiento tardío de una "cultura" antes marginada. — D e s d e 1954, Luigi Giussani (1922), u n sacerdote misionero entre los estudiantes de Milán, estudioso del ecumenismo y de la teología protestante, puso en marcha u n movimiento (Comunión y Liberación) cuya característica más notable es su interés en la cultura. Libros como El sentido religioso (196© y La conciencia religiosa en el hombre moderno (1985) están llenos de citas de Eliot, Móntale, Pasternak, Rilke, Víctor H u g o , J u a n Ramón Jimé­ nez y muchos otros poetas, escuchados como sabios de los cua­ les la Iglesia debería aprender. E n el segundo libro dice: "Si la fe cala en todos los aspectos de la vida humana, la fe se convierte en fuente de cultura, y de una cultura nueva". C o n este espíritu, se organiza desde 1980 u n festival anual en Rímini, abierto a todos los horizontes de la cultura, católica o no. —El Vaticano tiene ahora una oficina de cultura. También la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam), que promueve oficinas semejantes en cada país. Significativamente, la sección para la cultura, e m p e z ó dentro del secretariado para los n o creyentes. ¡Hasta ese punto los obispos sienten ajena la cultura! C o n excepciones, naturalmente: monseñor Antonio d o Carmo Cheuiche, el carmelita brasileño promotor de esta innovación, es capaz de citar poemas de memoria y de presidir simposios sobre fe y cultura en la Universidad Javeriana de Bogotá. —Desde 1984, u n grupo de filósofos argentinos publica una revista, Nexo, dirigida por Alberto Methol Ferré, con propósitos semejantes a los que desarrolló J o s é María Gallegos Rocafull (1895-1963) en México: pensar e n español los problemas de una sociedad cristiana. — Y para terminar con otro transterrado "rojo" aunque cató­ lico, que escribe entre nosotros poesía e n catalán, nada mejor q u e u n fragmento del p o e m a " G r a o n s " ("Gradas", 1979) de Ramón Xirau (traducido por Andrés Sánchez Robayna), c o m o ejemplo de esa posible resurrección de la cultura católica: Las frutas y los coitos mirajes de la noche son cachorros blancos. Cielo encendidamente arco, Martín del Arco - ¿y dónde, dónde Dios? Bien lo saben las yerbas verdes, verdes bien lo saben las gradas del naciente mar, bien lo saben los pájaros madrugadores, bien lo sabe la oruga de la hierba que Dios es Dios en cada trozo del mundo, trozo de hielo y heladura más allá de las cosas Dios de cosas, barcas nacen y vuelven, hijas claras de barcas-luz, de barcas cuerpo a barlovento. En las playas serenas de la tarde, cantan descendientes de Giotto, muro a muro, hijos del mundo, hijos del Hiio. Basta, el silencio habla. Basta. Silencio, habla. Basta el silencio calla calladico, calladamente Te dice. Una plegaria - naves del mar navegan-, una plegaria - las rosas mar navegan-, una plegaria; las ruinas vuelven hacia la forma exacta del origen. Orar (no, no hablar, orar), verte en las hojas doradas, ^I^C^OríOS StlRGHtC €ül C5W1ÍO H3.CC CÜ€# \Sk b2J*C3.| el canto brota en la madera viva de la barca. EXÁMENES DE CONCIENCIA LÓPEZ VELARDE ATENEÍSTA P o i su EDAD, p o r su talento, por sus p r e o c u p a c i o n e s , López Velarde debió estar en el Ateneo de la Juventud, pero no estuvo. En primer lugar, porque no vivía e n México. El grupo se forma en la revista Savia Moderna (1906), arma u n escándalo contra la segunda Revista Azul (1907), crea la Sociedad de Conferencias (1907), arma otro escándalo e n memoria de G a b i n o Barreda (1908), constituye formalmente el Ateneo de la Juventud (1909), lo transforma e n el Ateneo de México (1912), funda la Universidad Popular (1912) y empieza a disolverse con el cuartelazo de Huerta (1913). Unos se suman a la insurrección, otros se van del país, muchos colaboran con Huerta o simplemente callan y se dedican a lo suyo, como antes con Díaz: como un mal que n o depende de ellos, y que es mejor atenuar, trabajando por la cultura. Por esos años, López Velarde estaba en Aguascalientes (1902 a 1907) y San Luis Potosí (1908 a 1911» 1913). Se fue a vivir a México por la presidencia de Madero (y su estancia dura lo mismo: de fines de 1911 a principios de 1913), como militante de una revolución política, religiosa y cultural que tuvo su apogeo y despedida en 1912: el Partido Católico Nacional, q u e p o s t u l ó a M a d e r o para la presidencia y g a n ó t a m b i é n diputaciones y gubernaturas. Luego, en 1914, volvió con sus tíos, su madre y sus hermanos, como miembro de una familia de tantas q u e emigran a la capital, b u s c a n d o refugio; c o m o militante derrotado q u e llega a incorporarse a u n m e d i o extraño. Los ateneístas que encontró lo recibieron favorablemente. N o sucedió lo mismo con dos que se habían ido, y que n o llegó a conocer: Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña. López Velarde y los ateneístas tuvieron posiciones convergentes contra la cultura anquilosada (la falta de rigor en el oficio literario, el desprecio de las humanidades y la cultura clásica, el aguachirle del positivismo, la momificación del régimen), pero surgieron de medios muy distintos: ,1a vanguardia renovadora de la cultura c a t ó l i c a e n la p r o v i n c i a , la v a n g u a r d i a r e n o v a d o r a del Establishment en la capital. En los últimos años del porfiriato, López Velarde y otros poetas católicos que formaron un grupo en Aguascalientes en torno a Eduardo Correa estaban en oposición abierta a la cultura oficial, y en oposición disimulada al clero inculto o conciliador con la dicta­ dura; pero no estaban (ni podían estar) en contra de las enseñan­ zas de la Iglesia, sino en una posición vanguardista, apoyada por el clero inspirado en León XIIL A su vez, los futuros ateneístas se oponían disimuladamente a los jerarcas de l positivismo, pero no estaban (ni podían estar) en oposición abierta al Establishment porfiriano, sino e n una posición vanguardista, apoyada c o n discreción por el ministro de instrucción pública 0 Sierra). Querían desplazar a las momias en el poder, para hacerlo mejor: como nadie y como nunca. Por lo mismo, reservaban su oposición abierta a los fantasmas útiles para lucirse , como la inesperada resurrección de la Revista Azul, que les cayó del cielo: les permitió hacer un escándalo contra la momiza inocua, que no podían hacer contra la momiza oficial. u s t o El episodio ha sido relatado muchas veces, pero siempre desde el punto de vista de los vencedores. D e b o a Miguel Capistrán la observación de q u e los católicos salieron en defensa de los derrotados. C o n esa pista, descubrí que el otro escándalo (sobre Barreda) fue especialmente contra los católicos. No tanto porque lo fueran, sino porque estaba d e por medio la sucesión en el Establishment: tener el mismo enemigo que los católicos (las momias del positivismo) resultaba embarazoso. Había que plantar la bandera de únicos herederos legítimos, sin dejar lugar a dudas d e quiénes debían encabezar la renovación cultural. Lo dijo Alfonso Reyes c o n toda claridad en Pasado inmediato: "No nos dejamos arrebatar la enseña, y la gente aprendió a respetamos." (Obras completas, Fondo de Cultura Económica, XII208). 1. ENTRE Azul Y BUENAS NOCHES M a n u e l G u t i é r r e z Nájera (1859-1895) e s c r i b i ó u n a c r ó n i c a dominguera e n El Partido Liberal (1885-189© desde los primeros números. Llegó a ser el jefe d e redacción del diario y luego el editor de la Revista Azul (1894-189©, publicación dominical del mismo periódico, que sustituyó sus ediciones del domingo y el l u n e s . Murió antes d e u n a ñ o (a los 35), p e r o , e n el m e d i o centenar de números que dejó, llevó la inteligencia editorial a u n nivel desconocido en México: igualó y superó El Renacimien­ to (1869) de Ignacio M. Altamirano. (Hay edición facsimilar de ambas revistas, todavía m u y amenas, en la UNAM.) La Revista Azul influyó en todo el mundo de habla española como anima­ dora del modernismo, y se abrió a la influencia de todo el mundo: dos de cada tres colaboradores eran extranjeros, principalmente hispanoamericanos y franceses, según los recuentos de Ana Elena Díaz Alejo y Ernesto Prado Velázquez, índice de la Revista Azul (1894-1896), UNAM, 1968, pp. 107-134. Cuando murió Gutiérrez Nájera, Carlos Díaz Dufoo, que era el codirector d e la Revista Azul, c o n t i n u ó h a s t a . q u e El Parti­ do Liberal tuvo q u e cerrar, porque Porfirio D í a z le quitó los subsidios (como a toda la pequeña prensa), para concentrarlos en El Imparcial (1896-1914), avanzada dé la gran prensa industrial, que puso en marcha Rafael Reyes Spíndola (1860-1922). (María del Carmen Ruiz Castañeda, "La prensa durante el rx>rfiriato'', en El periodismo en México. 450 años de historia, investigación dirigida por Salvador Novo, UNAM, 2a. ed., 1980, p. 243.) El precursor de Reyes Spíndola, n o en la escala industrial, ni en el éxito económico, sino en el tipo de textos publicados: en buscar ante todo la noticia llamativa para el gran público, fue Manuel Caballero (1849-192©, que audazmente se convirtió en el primer reportero de México. Antes de él, toda la prensa, más que noti­ ciosa, era doctrinal, sermoneadora, editorialista. Caballero creó el personaje jque acude al lugar d e los hechos y lleva al público un testimonio sensacional, donde él mismo figura como protagonista o en u n papel estelar. Si ahora no se niega lugar en un banquete a un reportero, si los personajes lo cortejan, si el público lo lee con interés, se debe a Caballero, que fue quien hizo respetar la profesión y admitir esa especial literatura. Si el periodista pasó de sacerdote, de juez inapelable, sochantre que engolaba la voz para decir oráculos; y es un hombre que escribe clara, modesta y llanamente, se debe a Caballero, que ennobleció la profesión. Si Reyes Spíndola encontró el camino [...] se debe a Caballero, que pensó, antes que nadie, en este periodismo nuevo [...] contribuyó hasta para lograr que se estableciera la libertad de la prensa, que quizá algún día se alcance, porque por ella sufrió prisiones, golpes, injurias, denuestos y desprecios. (Victoriano Salado Álvarez, Memorias, Ponúa, Col. Sepan Cuantos, 1985, p. 219) A los treinta años, Caballero fundó El Noticioso, donde colabo­ ró Manuel Gutiérrez Nájera, del cual también fue compañero en El Partido Liberal, como corresponsal en los Estados Unidos. Á los cuarenta, se fue a Guadalajara, c o n el general y gobernador Ra­ m o n V/Orona .. .como periodista áulico y fundó El Mercurio Occidental, en que publicaba las cosas más graciosas, sensacionales, escalofriantes, tristes y alegres que allá se han dicho. Su información sobre el asesinato del excelente y malaventurado gobernador, hizo subir su periódico, de manera descomunal, para provincias. Y uno de los arbitrios que discurrió fue divertido: hizo que un muchacho que daba vuelta a la rueda de la prensa pusiera la mano empapada en tinta roja en todos los ejemplares que salian a la calle.L.l Era rumboso, como aquel personaje novelesco que después de dar el oro que llevaba en el monedero arrojaba la calderilla y concluía desnudándose sin temor a la nieve ni las pulmonías [...1 se hacía querer de redactores, impresores, repartidores y demás gente que trabajaba para él [...] sus innúmeras empresas, le dieron apenas para vivir. Parecía un personaje balzaciano, parecía el mismo Balzac, por su amor a los negocios y por su mala estrella para conducirlos y llevarlos a término. (Salado, pp. 219, 220). U n o de sus desastres balzacianos fue la ocurrencia de resucitar la Revista Azul, donde Gutiénez Nájera lo había celebrado (19 VIII 94) c o m o "Mi b u e n amigo Manuel Caballero", "noble príncipe amante de lo bello" y generoso editor del Almanaque Mexica­ no de Artes y Letras; y donde luego publicó poesía (30 LX 94, 5 I 96). Procedió derechamente: pidiéndole permiso a Carlos Díaz Dufoo, que se lo dio con entusiasmo. Fue a principios de 1907, y q u i z á por inspiración d e u n p r o y e c t o afín: la revista Savia Moderna, q u e el j o v e n A l f o n s o Cravioto (1884-1955) había fundado y abandonado en 1906. Su padre, Rafael Cravioto (1829-1903), heredó el cacicazgo de Huauchinango y lo hizo prosperar, gracias a que tomó las armas como aliado de Juárez. Su cacicazgo y su fortuna crecieron con Porfirio D í a z , que prácticamente le entregó el recientemente creado (1869) estado de Hidalgo, hasta que se volvió tan fuerte que, en su cuarto período como gobernador, lo destituyó. Alfonso fue u n o de los últimos hijos del general Cravioto. H i z o carrera como revolucionario, escritor, legislador y diplomático. A los 16 años, destronado su padre, se convierte en líder estudiantil contra el nuevo gobernador. Luego pasa a la oposición contra Díaz, al lado de los Flores Magón. En ambos casos, sufre represiones y cárceles, d e s p u é s d e hacer discursos, manifestaciones y p u ­ blicaciones: dirige El Desfanatizador, trabaja a tiempo completo en El Hijo del Ahuizote. A los 19 años, muerto su padre, hereda una fortuna y, en vez de acompañar a los Flores Magón a preparar la lucha armada en los Estados Unidos, opta por la acción cultural. (Miguel Á n g e l Granados C h a p a , Alfonso Cravioto. Un liberal hidalguense, Océano, 1984, p p . 9-84.) Ese año de 1903» la Revista Moderna (1898-1903), que ocupó el lugar de la Revista Azul (1894-1896) y se prolonga en la Revista Moderna de México (1903-1911), cierra. Tres años después, el j o v e n líder estudiantil, g o l p e a d o p o r seis m e s e s d e cárcel, sacudido por la muerte de su padre, dudoso de imitar su vida en armas, con una apertura, conciliación y liderazgo que recuerdan a Ignacio Altamirano (y con la riqueza que éste nunca tuvo), decide q u e p r o l o n g a r la Revista Moderna n o es tan b u e n o c o m o reemplazarla con savia nueva. Así funda Savia Moderna (1906), que es como una Revista Moderna Jr.-. "No sólo el nombre, en el material mismo prolongaba a la Revista Moderna" (Reyes, Obras completasen 202). La imitación llega hasta la fisonomía gráfica. El primer número abre con un poema a Juárez de Manuel Gutiérrez Nájera, el fundador de Azul (y también el editor profesional, en medio de la bohemia literaria; el dandi esperanzado, en medio del decadentismo; el católico abierto al pluralismo liberal). Pero no era realmente la prolongación (que está en la Revista Moderna de México) sino el relevo de los jóvenes que heredaban. Alfonso Cravioto seguía de líder estudiantil, encabezaba una generación aspirante a tomar el Establishment. U n júnior con talento, con dinero, con experiencia c o m o líder y c o n notable capacidad de convocatoria, reúne a toda la juventud talentosa de la capital, sin distinción de credos ni tendencias. E n "cuanto Cravioto sabía de algún joven ignorado que empezaba a destacar, no descansaba sino hasta dar c o n él e introducirlo al cenáculo" (Jesús Vülalpando, citado por Granados Chapa, p. 61). Así llegaron Diego Rivera, Antonio Caso Jr. y otros júniores como el mismo Cravioto: A l f o n s o Reyes, Pedro Henríquez Ureña. Así se fue reuniendo el futuro Ateneo de la Juventud. Pero Cravioto era tan joven y tan júnior, que a ios pocos meses se casa, aeja toao tiraao y se va u n año a Europa de viaje de bodas. Otro júnior de su misma edad, recién llegado a México, sin dinero, pero con una poderosa voluntad de influir, se vuelve el alma del grupo: Pedro Henríquez Ureña. Savia Moderna pudo ser la revista que el Ateneo no tuvo, como lo ha señalado José Luis Martínez. Extrañamente, en la tradición m e x i c a n a , el A t e n e o fue u n c r u p o sin revista: n o sintió la necesidad de tener u n órgano impreso. Actuó por vías extra­ editoriales: manifestaciones callejeras, discursos/veladas, expo­ siciones de pintura, ceremonias, conferencias. El orador político y parlamentario que fue Cravioto, el interlocutor socrático que fue Henríquez Ureña, el maestro pensador que fue Antonio Caso, parecen haberle dado menos importancia a la revista que al mitin, el foro, la cátedra, la tertulia, el salón, el banquete, el parlamento, la grilla. Significativamente, cuando Manuel Caballero pretende resucitar la Revista Azul, después de que ellos abandonan Savia Moderna, n o r e s p o n d e n h a c i e n d o su p r o p i a revista y demostrando que eran los mejores (que lo eran), sino lanzándose a sofocar la otra con manifestaciones, discursos, gritos, abucheos y quema de impresos. Empezaron distribuyendo u n volante, fechado el 7 de abril de 1907 y firmado por Alfonso Cravioto, Jesús Acevedo, Rafael López, Alfonso Reyes, Max y Pedro Henriquez Ureña, entre más de treinta firmantes. Lo reproduce Alfredo A . Roggiano (Pedro Henriquez Ureña en México, TJNAM, 1989, p p . 47-48). Fragmentos: Nosotros, los quefirmamosal calce, mayoría de hecho y por derecho del núcleo de la juventud intelectual [...] protestamos públicamente contra la obra de irreverencia y falsedad que, en nombre del excelso poeta Manuel Gutiérrez Nájera, se está cometiendo con la publicación de un papel que se titula "Revista Azul", y que ha emprendido un anciano reportero carente de toda autoridad y todo prestigio, quien dice venir a continuar la obra de aquel gran poeta [...] Protestamos de semejante desacato, porque el referido sujeto no sólo no es capaz de continuar la obra del "Duque Job" sino ni siquiera de entenderla; protestamos porque esa obra tuvo y sigue teniendo brillantes continuadores reconocidos y juzgados [...] somos jóvenes y fuertes, y nutrimos nuestro cerebro en todas las ramas del arte, para ser verdaderamente cultos. [...1 Pisamos un terreno que no es exclusivo patrimonio de nadie; un campo ^pui^oi ckíl espute* lo (00116 por <ns<i1to sin pcclii* ptjinxiso su n¡3iciic* del CJIJUS? I\JC*I*I.3 y se bate mejor y con más fuerzas; del que golpea más duro. ¡Momias a vuestros sepulcros! ¡Abrid el paso! ¡Vamos hacia el porvenir! Según El Diario (18 ' I V 07, citado por Roggiano, p. 48), donde eran redactores los hermanos Henriquez Ureña, la manifestación partió en la tarde del 17 de abril del Jardín de la Corregidora hacia la Alameda, encabezada por la Banda de Zapadores, u n carro alegórico romano con la inscripción floral "Arte Libre" y cerca de 400 estudiantes seguidos por "una gran masa del pueblo y a los lados u n piquete de gendarmes montados". En el quiosco central de la Alameda, hubo recitaciones, música y arengas. Cuando ya estaban terminando, llegó el repartidor de una hoja impresa de Manuel Caballero. Los estudiantes "se arrojaron sobre el repartidor e hicieron u n auto de fe con la mencionada hoja". Todavía por la noche, h u b o una velada de homenaje a Gutiérrez Nájera en el Teatro Arbeu, con músicos, cantantes, declamadores y u n discurso de Jesús Urueta, del cual escribe Pedro Henriquez Ureña e n sus memorias: #Las ovaciones a cada párrafo hacían estremecer el teatro, lleno de juventud revolucionaria \sic\. Por fin, c u a n d o intercaló una frase de desdén para Caballero, aquello alcanzó proporciones d e estrépito." ( R o g g i a n o , p . 51). La frase fue: "saqueador de sarcófagos" (Díaz Alejo y Prado Velázquez, p. 25). Curiosamente, Reyes, que era tan pacífico, se exalta recordando la hazaña golpeadora: Por 1907, un oscuro aficionado quiso resucitar la Revista Azul de Gutiérrez Nájera [...] No lo consentimos. [...] Trajimos bandas de música. Congregamos en la Alameda a la gente universitaria; los estudiantes acudieron en masa. Se dijeron versos y arengas desde el kiosko público. Por primera vez se vio desfilar a una juventud clamando por los fueros de la belleza, y dispuesta a defenderlos hasta con los puños. Ridiculizamos al mentecato que quería combatirnos, y enterramos con él a varias momias que andaban por ahí haciendo figura de hombres. [...] No nos dejamos arrebatar la enseña y la gente aprendió a respetarnos (Obras completasXR 208). Fue aquella pléyade, fue aquella tropa la que lanzó por las calles la bandera del arte libre; la que congregó en las plazas a la muchedumbre universitaria, y dio al traste con la bastarda empresa de un mentecato que pretendió resucitar la Revista Azul, ¡la de Gutiérrez Nájera nada menos!, para atacar las libertades de la nueva poesía. Por primera vez en México se vio desfilar a una juventud clamando por los fueros de la belleza y dispuesta si hubiera sido menester (¡oh, santas locuras!) a defenderla con los puños ("Nosotros", en la revista Nosotros 9, TO. 14, p. 217; p. 621 de la edición facsímil del Fondo de Cultura Económica, 1980). El linchamiento fue perfecto: la nueva Revista Azul duró seis semanas. Tan perfecto que, e n cierta forma, continúa: Manuel Caballero sigue satanizado, y se habla mal de su revista sin leerla. No es fácil conseguir esos seis n ú m e r o s , y , a u n q u e sería barato reeditarlos, n o se reeditan. No están en la Hemeroteca Nacional, ni en el Archivo General de la Nación, ni en la Biblioteca Orozco y Berra, ni en la Miguel Lerdo de Tejada, ni e n la Capilla Alfonsina de México ni de Monterrey. Andrés Henestrosa me asegura oue los tiene en el magno mar de su biblioteca, pero n o los ha encontrado. Por todos los indicios, parece haber sido una revista del mon­ tón. Pero ¿quién arma un costoso escándalo (contratar una banda de música, fletar u n carro alegórico, conseguir el visto bueno y los gendarmes de las autoridades, alquilar el Teatro Arbeu, organizar la asistencia masiva al desfile, la Alameda, el teatro) contra la apancion ue una revista uei montón' Manuel Caballero, el "anciano" de 58 años, el "oscuro aficio­ n a d o " d e larga trayectoria editorial y espíritu i n n o v a d o r , el "mentecato" celebrado por Manuel Gutiérrez Nájera, seguramente quedó estupefacto. Nunca hubiera esperado que "los brillantes continuadores reconocidos y juzgados" dé la Revista Azul, que los brillantes descontinuadores de Savia Moderna (que ya n o hacían revista alguna), lo lincharan por ser u n continuador poco brillante. Sin darse cuenta, había cebado el puerquito perfecto para que la "juventud revolucionaria" lo vistiera de tigre de papel y saliera a exhibirse de cacería feroz. ¿Por qué lo hicieron? Roggiano señala un antecedente (p. 46): el 4 de junio de 1906, cuando se renovó la mesa directiva de la Sociedad Literaria "Manuel Gutiérrez Nájera", ningún colaborador de Savia Moderna o de la Revista Moderna de México fue invitado a la dirección de la sociedad, de la cual se volvieron opositores. Sospecho que Manuel Murguía, el nuevo presidente, era católico (y de la dinastía que todavía publica el Calendario del más antiguo Galván). Otro posible antecedente: Justo Sierra creía que Manuel Caba­ llero era en cierta forma responsable de la muerte de su hermano Santiago, en duelo con Ireneo Paz (27 IV 80): "La causa del duelo fue u n suelto [contra Paz] publicado en el periódico La Libertad [...] atribuido a mi d e s d i c h a d o h e r m a n o por el asesino Paz, sugerido por u n infame que se llama D . M a n u e l Caballero." (Obras completas XN14). Octavio Paz me da una versión distinta, que desmiente esa acusación. Pero lo importante es lo que Sierra creyese, aunque no es de suponerse que, 27 años después, siendo ministro de instrucción pública, organizara una venganza contra Caballero. La iniciativa seguramente fue de Cravioto o de Hen­ riquez Ureña, n o de Sierra; el dinero, probablemente de Cravioto, no del ministerio (aunque la Banda de Zapadores y los gendarmes ¿quién los paga?). C o n todo, el permiso político dependía de Sierra, q u e tal v e z vio en el linchamiento u n acto d e justicia poética. Sin embargo, estos antecedentes (en la medida en que lo sean) únicamente condimentan la estrategia fundamental. Se trataba de repetir la entrada triunfal en escena que fue la publicación de Savia Moderna, pero ahora c o n una teatralidad apabullante. Se trataba d e tomar la calle, salir a la vida pública y decir: aquí estamos, miren la fuerza que tenemos, el talento que tenemos, la razón que tenemos. Somos "Nosotros", la "mayoría de hecho y por derecho del núcleo de la juventud intelectual", los que tomamos el terreno que es patrimonio "del que golpea más duro". El linaje de la cultura del M é x i c o independiente, que comienza e n El Re­ nacimiento (1869), que llega a su a p o g e o en la Revista Azul (1894-1896) y la Revista Moderna (1898-1903), que sobrevive en la Revista Moderna de México (1903-1911), tiene ahora cachorros de veinte años que han hecho, por lo pronto, Savia Moderna (190©. Los sucesores d e Gutiérrez Nájera somos nosotros, n o Manuel Caballero. N o h e l o g r a d o saber si M a n u e l C a b a l l e r o fue u n escritor católico. Parece que no. Pero, e n su defensa, salieron dos grupos de la nueva cultura católica de provincia: Puebla y Aguascalientes. Sobre el manifiesto del primero (entre cuyas 27 firmas estaba la del padre Federico Escobedo), Henríquez Ureña escribe a Reyes (29 X 13, Correspondencia 1907-1914, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 224): "La contraprotesta de Puebla: mochería académica. Después hemos influido sobre Puebla y por lo menos hemos conquistado a Alarcón." (Alfonso G . Alarcón, que entró al Ateneo). Los de Aguascalientes mandaron a la nueva Revista Azul (28 IV 07) la siguiente declaración, firmada por Eduardo Correa, Ramón López Velarde, Enrique Fernández Ledesma y cuatro más (Jorge V o n Ziegler, estudio introductorio a la edición facsimilar de la Revista Azul, UNAM, 1988, tomo I, página XXIV): Ha llegado a nuestro conocimiento la manifestación ruda y de todo punto injustificada con que algunos escritores modernistas han pretendido atacar el viril programa de Revista Azul. Por estar dicho programa enteramente de acuerdo con nuestras convicciones artísticas y por ser Revista Azul el órgano defensor de los fueros del purismo castellano a la vez que el fustigador del modernismo, creemos un deber hacer constar nuestro fervor por la nobilísima causa que alienta el referido programa, a la vez que protestar enérgicamente contra la punible manifestación a que aludimos. La vieja bandera tiene sus adeptos. ¡Viva esa bandera! N o hay. comentarios de Henriquez Ureña. ¿Tendría presente esa firma enemiga de López Velarde c u a n d o , todavía e n 1916, le regateaba méritos? Desconfiaba (como le escribió a Reyes sobre José María Chacón y Calvo) de u n escritor que "no quiere dejar de ser católico (tú sabes que eso es grave para mí)" (Correspon­ dencia, 29 V I 14, p. 380). Pero quería influir, y así como salvó a Alarcón de la "mochería académica", pudo haber "conquistado" a López Velarde para el Ateneo, de haber tenido la oportunidad. Se daba cuenta del costo político de exhibirse como violentos, de ser vistos con "el carácter enojoso de publicidad y aun de combate que se le ha dado al Ateneo. Habrá que trabajar bastante contra este prejuicio, si se quieren establecer relaciones con los [nuevos estudiantes] que llegan." ( 6 I V 1 1 , Roggiano, p. 118). 2. HACIA LA TOMA DEL ESTABLISHMENT El caso está más claro en el segundo escándalo, que (en vista del éxito obtenido) tiene mayores ambiciones. U n a cosa es decir abiertamente: los herederos del D u q u e somos nosotros, n o la momiza sobreviviente de la Revista Azul Otra, más sutil, es orga­ nizar un homenaje ambivalente a Barreda, sin decir abiertamente: los herederos de la Escuela Nacional Preparatoria somos nosotros, n o las momias del positivismo, qu e deberían dejarnos el lugar. Esta sutileza resultó tan efectiva qu e nunca se ha explicado una curiosa contradicción: ¿ C ó m o es posible que u n homenaje al positivismo pasara a la historia c o m o un ataque al positivismo? El doctor Francisco V á z q u e z G ó m e z (1870-1936, otorrino­ laringólogo eminente, amigo y médico de Porfirio Díaz, miembro del Consejo Superior de E d u c a c i ó n , crítico del positivismo y simpatizante de la reelección d e D í a z , pero sustituyendo al vicepresidente Ramón Corral, de los Científicos, por Bernardo R e y e s , m i e n t r a s se c r e y ó p o s i b l e ; l u e g o c a n d i d a t o a la vicepresidencia en 1910, como segundo de Madero) publicó un estudio crítico sobre La enseñanza secundaria o preparatoria en el Distrito Federal, e n los primeros una repercusión extraordinaria. La discusión e n los periódicos duró meses: ocupa la décima parte del volumen que Clementina Díaz y de Ovando dedica a la reseña hemerográfica de casi medio siglo de La Escuela Nacional Preparatoria. Los afanes y los días 1867­ 1910, UNAM, 1972,1, p p . 279-312. Era u n ataque a fondo de los planes de estudio, métodos de enseñanza, privilegios y hegemonía centralista de la Preparatoria oficial sobre las demás. T a m b i é n u n a defensa del principio liberal establecido e n el artículo tercero de la Constitución d e 1857: "La enseñanza es libre". La Reforma se hizo para acabar c o n el monopolio de la educación católica, n o para imponer en las escuelas otra religión oficial: la comtiana "religión d e la h u m a n i d a d " . ( T o m o los argumentos de La enseñanza secundaria en el Distrito Federal. Segundo folleto, así subtitulado aunque tiene 204 páginas, El Tiempo, agosto de 1908, que está e n la Biblioteca México y pude v c i ¿¿lavüAd OÍ l u l i a v i Valuaos El 6 de octubre de 1909, en El Regional de Guadalajara, López Velarde publicó u n artículo contra el ministro d e instrucción pública titulado "Don Injusto" (Obras 580), por los trucos usados contra la educación católica: "La tiranía escolar, incompatible con los anhelos de justicia del país, ha llegado a lindezas como la de n o considerar aprobado sino c o n tres M u y Bien al alumno de escuela particular q u e se presente a revalidar e n los institutos ministeriales." Por esa tiranía, se armiño el Colegio Morelos de su padre, y la familia tuvo que irse de Jerez. Contra esa tiranía, se protestaba e n la prensa católica provinciana. Pero la crítica de Vázquez G ó m e z rebasó ese ámbito. Por eso tuvo tanta reper­ cusión. Q u e u n miembro del Consejo Superior de Educación (y medien nprcnnal mm dp m euicü p ersonal v y cr n om p arñí pe rr n o u e PYrnrdnnps excursiones H u eP rarprfa cacena H u ePiI «¡prior señor presidente) publicara tal cosa, podía verse maquiavélicamente c o m o una lucha de facciones e n la cúspide, c o m o tantas que alentó Porfirio Díaz; pero también como el signo de una dictadura que empieza a aflojar y conceder libertades. Más aún, si e n medio d e la discusión, el 17 d e febrero, D í a z declara al periodista Creelman que México ha progresado tanto que ya puede darse el lujo d e iniciar la democracia. C o m o si hablara e n serio, h u b o quienes se sintieron autorizados para lanzarse a la leal oposición. Por si hablara e n serio, otros (y, e n particular, J u s t o Sierra) se lanzaron a defender los baluartes que la apertura pudiera entregar a la oposición. El 31 de enero de 1908, Henriquez Ureña le escribe a Reyes (en Monterrey): "La verdad es que podríamos aprovechar la agitación que reina e n cuestiones de educación. U el folleto del católico doctor Vázquez G ó m e z , Consejero, ha promovido una alharaca.* El 17 de febrero expone todo el plan: necesitamos que vengas a México para mediados de marzo. La cuestión Barreda fermentó inesperadamente y ya está en su punto. La manifestación está decidida para el 22 de marzo [...] será doble, como la anterior [sobre la Revista Azul], no tomará parte ningún positivista y se dirán cosas sobre el­ p O M U V l M I l U . -CI U&LMJfJ O í C 0 4 I « I L U i l f J a C T 4 L i l l a I11U1ULUU U C i X l I l V I X ^ t i U I l S i a yjdlA los estudiantes de toda la República, y proclamas que se fijarán en las esquinas de la capital. El 22 por la mañana, la manifestación se iniciará con una ceremonia sería en el Patio Barreda de la Preparatoria, para la cual se desean versos de Alfonso Reyes, pues habrá discursos de Ricardo Gómez Róbelo y de Pedro Henriquez Ureña; de ahí se encaminará la comitiva al memorable Circo Orrin, a celebrar un meetíng, y de ahí a una rotonda o plazoleta a la que se dará el nombre de Barreda. [...1 Por la noche, velada en Arbeu con presidencia de Porfirio Díaz, discurso de Caso, poesía de Rafael López, y discursos de don Justo [Sierra] y Díaz Mirón [...] vimos a don Justo, quien había hablado ya con don Porfirio y estaba "anuente", como dicen aquí, a hablar, dar el teatro, pagar los gastos, etc. (Esto no, porque los positivistas van a pagarlos, y el pato también.) Cierto que lo que los positivistas hacen es malo; pero lo juzgamos así porque queremos progresar y no retrogradar. Mientras tanto, no debe dejarse paso a la reacción. Figúrate que el doctor Vázquez Gómez es instrumento de la Compañía de Jesús, y que los jesuítas han intrigado tanto con don Porfirio, que éste llegó a decirle a don Justo que veía algo digno de tomarse en consideración en la pro­ posición de Vázquez Gómez de que la enseñanza preparatoria se dejara en manos de particulares; así, pensaba, se dedicaría ese dinero a la primaria. En manos de particulares es decir en manos de los curas; pues ¿qué particulares sino ellos, cuenta con medios de instalar colegios? La manifestación resulta más oportuna de lo que hubiéramos pensado. La vacilación de don Porfirio es cosa de erizar los cabellos, dice Caso. Nos hemos hecho tan "íntimos" de don Justo [...] {Correspondencia, pp. 92-93). Para Reyes, "la cosa se hace de exhibición" y buscando "ocasión de hacer ruido" (21II08); por lo cual se niega a participar, aunque cede, finalmente, presionado y regañado por Henríquez Ureña. Para él ministro Justo Sierra (1848-1912), la jugada es transparente. Había visto las ganas de señalarse de aquellos "efebos enardecidos por el amor santo de la ciencia", y estaba dispuesto a alentarlos para aprovechar sus algaradas e n favor de que d o n Porfirio n o ruera a entregar ta r repara tona ai ciero. rero sauía poner ei ruiuo e n su lugar. Cuatro días después del homenaje a Barreda, le escribe a su joven subsecretario Ezequiel A. Chávez: aquí, no ha habido nada de bien interesante. Manifestaciones en honor de Barreda que, a no haber sido por una velada que en Arbeu presidió el General Díaz, habrían resultado lo menos serio del mundo. (Obras completas XTV269) Y tenía razón: por lo que hace al positivismo (no a la exhibición de poder de los líderes estudiantiles), lo importante del homenaje a Barreda fue el discurso de Sierra e n el Arbeu, donde expuso el i d e a l t e c n o c r á t i c o q u e inspiró su p r o y e c t o d e U n i v e r s i d a d Nacional: Barreda deseó formar en este plantel de educación [la Escuela Nacional Preparatoria], algo así como el cerebro nacional: los que allí se educaran eran los que debían influir más de cerca en los destinos de México [...] Vedlo hoy mismo: para estos efebos enardecidos por el amor santo de la ciencia [...] la obra de Barreda es un ideal religioso casi, un ideal de emancipación y libertad [Por eso, frente a] la insensatez estupenda que mantiene al elemento religioso (indispensable factor de la vida nacional) en alta presión, amenazando con desbaratar, por medio de súbitas explosiones, cada movimiento de la sociedad hacia la realización de su destino, era natural que [en estos jóvenes] contestase el grito de coraje, de indignación, de ira. (Obras completasV 387-390 Julio Torri (me dice Capistrán) recordaba que la apoteosis de Sierra c u l m i n ó e n q u e los estudiantes, d e s e n g a n c h a n d o los caballos y poniéndose en el tiro, le dieron u n paseo triunfal. Francisco Monterde (según Díaz y de Ovando, I, p. 313) recordaba el episodio como u n secuestro en broma, para castigarlo por haber d i c h o al director d e la Preparatoria ( c o m o d e f e n d i é n d o s e o burlándose de sus críticos): ¿Verdad, Porfirio, que tú y y o somos espiritualistas? A l f r e d o A . R o g g i a n o , q u e t u v o a la vista las memorias d e Henríquez Ureña y la prensa del m o m e n t o , hace el siguiente resumen (p. 78): Se trataba, en realidad, de un ataque que cierto grupo católico había emprendido contra el positivismo, la doctrina y plan de Gabino Barreda, su enseñanza en la Escuela Nacional Preparatoria, y, más principalmente contra su director, el Dr. Porfirio Parra. La polémica (llamémosla así) se originó en un folleto del Dr. Francisco Vázquez Gómez contra la enseñanza positivista en la mencionada escuela, que fue aprovechado en forma sensacionalista por los diarios católicos El Tiempo y El País (éste sobre todo). El Dr. Porfirio Parra contestó, en cierto modo, con un discurso acerca de "la religión de la humanidad", marcadamente comtiano, en el que proponía "las condiciones que debíatenerel Ser Perfecto". & País, en un editorial titulado "El Sr. Dr. D. Porfirio Parra, Director de la Escuela Nacional Preparatoria y la Religión de la Humanidad", atacó dicho discurso y opuso a "las condiciones que debe tener el Ser Perfecto" las "del Ser Amado por los místicos". Al día siguiente, en primera plana, El País publica otro editorial bajo él título de "El positivismo es el ateísmo". El grupo de los intelectuales jóvenes, a pesar de que, como hemos visto, ya empezaba a hacer la crítica del positivismo, acaso por temor a una vuelta a la posición anterior a la reforma de Barreda, se creyó en la obligación de señalar los méritos que la enseñanza científica del maestro Barreda todavía mantenía en vigencia. Se entiende que Roggiano trate de explicarse algo inexplicable: una defensa de Porfirio Parra (el sumo pontífice del positivismo académico) y de Gabino Barreda (el fundador), pasó a la historia como una gran batalla contra el positivismo. Pero así se escribe la historia, desde la perspectiva vencedora. El doble juego está a la vista en la carta de Henríquez Ureña: estamos e n contra del positivismo, pero no de sus instituciones, que esperamos tomar. Una vez que tengamos la Escuela Nacional Preparatoria, acabaremos con el positivismo. Mientras tanto, "no debe dejarse paso a la reacción", que puede adelantarse, arreba­ tarnos las banderas y apoderarse de lo que aspiramos a dirigir. Hay que usSr el Establishment para pegarles a los católicos, y simultáneamente aprovechar la oposición abierta de los católicos contra el positivismo, para ganar nosotros posiciones a favor del cambio desde adentro. Eliminada la oposición católica, en la memoria de los vence­ dores queda el recuerdo de dos partes en conflicto, n o tres. La única y verdadera oposición a la cultura oficial fue la que llegó al poder, desde adentro. ¿Los católicos? Q u e Reyes recuerde, n o habían dado señales patentes d e tener una conciencia pública emancipada del régimen. Parece que ni existían: En 1908, decidimos honrar la memoria de Gabino Barreda, ante los ataques emprendidos contra la Escuela Nacional Preparatoria por los conservadores del periódico El País. Hubo una sesión en la Preparatoria; se organizó un acto teatral, una serie de discursos, y los discursos resultaron, —aun sin habérnoslo propuesto— algo como la expresión de un nuevo sentimiento político Fue la orimera señal Dátente de una conciencia ou"blica emancipada del régimen. Los maestros positivistas, que esperaban unafiestaen su honor, quedaron tan atónitos como la gallina que crió los patos, y decidimos devolverles el dinero con que habían contribuido al alquiler de la sala. El periódico del régimen no pudo ocultar su sorpresa ante aquellos nietos descarriados del positivismo que, sin embargo, confesaban su solidaridad con la obra liberal de Barreda. Los oradores de aquel verdadero mitin filosófico —entre los cuales se contaban hombres de generaciones anteriores como Diódoro Batalla y Rodolfo Reyes— se percataron de que habían contraído ante la opinión un serio compromiso. En el orden teórico, no es inexacto decir que allí amanecía la Revolución. (Obras completas XII 208­ 209). Extraño amanecer: los católicos se o p o n e n abiertamente al positivismo, y eso n o existe o es simplemente reaccionario. En cambio, los futuros ateneístas, patrocinados por el dictador y su ministro de instrucción pública, defienden la Bastilla y disparan contra los insurrectos, pero e n realidad... estaban tomando la Bastilla. Y claro que la estaban tomando, pero n o desde afuera sino desde adentro: haciendo méritos para subir. D o s años después, c u a n d o D í a z y Sierra "fundan" la Universidad Nacional para adornar las fiestas del Centenario ( c o m o ahora se adornan las autoridades que "inauguran " el Parque Rosario Castellanos, p o ­ niéndoles letreros a unos prados que ya estaban ahí): expiden el decreto, reparten doctorados, invitan a figuras internacionales, organizan banquetes y discursos para inaugurar u n a oficina centralizadora de escuelas profesionales q u e ya existían (Javier Garcíadiego Dantan, "Una efeméride falsa. La supuesta fundación de la Universidad Nacional e n 1910", Revista de la Universidad 483, I V 91); astutamente n o m b r a n c o m o primer rector a u n católico paraaario a e Maximiliano yoaquin tguia LIS, ue // anos;, pero c o n una cuña juvenil ateneísta: Antonio Caso (de 27 años) c o m o secretario y Pedro Henríquez Ureña (de 26) c o m o oficial mayor (Roggiano, p . 147). 3. EL ATENEO SOÑADO POR GUTIÉRREZ NÁJERA Ignacio Manuel Altamirano (1834-1894) y Guillermo Prieto (1818­ 1897) n o fueron miembros de la Academia Mexicana, fundada e n 1875. Por l o cual, su joven discípulo Manuel Gutiérrez Nájera escribió e n La Libertad (29 V I I 8 4 , Obras 1247): Hasta ahora, con excepciones muy contadas, la Academia se ha compuesto de personas adictas al trono y al altar [...1 La más ligera veleidad liberal, el más leve descuido en la sintaxis, un le, un lo, un soneto a Juárez, bastan para cerrar al candidato el santuario de las letras vocales y de las letras consonantes. Los hombres que marchan a la cabeza de nuestro movimiento literario no pertenecen a la Academia. Altamirano y Guillermo Prieto vivirán y morirán fuera de esa comunión [...] En la Academia, pues, y en esto no hago la más mínima excepción, no hay poetas. Justo Sierra, en el mismo periódico (2 VIII 84, Obras comple­ tas III 370), respondió que e n la Academia (de la cual, entonces, n o era miembro) sí había poetas y sí había liberales. Lo cual r e c o n o c i ó G u t i é r r e z N á j e r a , i n s i s t i e n d o e n la a u s e n c i a d e Altamirano y Prieto, y proponiendo u n ateneo: ¿No adivina usted, Justo, qué pensamiento me ha guiado? Yo estoy seguro de que lo sospecha. Puesto que la Academia es reaccionaria y no admite en su seno a los que tenemos por maestros, fundemos frente a frente de ese cuerpo que como tal ha hecho muy poco, casi nada (por más que cuente con ilustres miembros); fundemos, digo, un Ateneo donde quepa toda noble inspiración, ora venga del sur, ora del norte. El tiempo dirá cuál de ambas asociaciones ha sido más beneficiosa para el desplegamiento del progreso. (15 WI84, Obras 1257) Gutiérrez Nájera, c ó m o sus maestros Altamirano y Prieto, y como casi todos los grandes liberales mexicanos del siglo xrx, fue un católico abierto, libre y más o menos anticlerical. Prieto escribió u n soneto (recogido por J o a q u í n Antonio Peñalosa e n Flor y canto de la poesía guadalupana. Siglo XIX, J u s , 1985, p. 210) donde critica al clero que quiere "adunar a Dios con la violencia" (bendiciendo las armas conservadoras) y donde, curiosamente, quiere adunar a la Virgen de G u a d a l u p e c o n el triunfo de las armas liberales: alza ¡oh Madre de Dios!, alza triunfante la causa de los libres tan querida. Después del triunfo liberal, Altamirano fue más ecuménico: invitó a las mejores plumas católicas a intervenir en la república literaria que fundó, e n El Renacimiento. Los católicos (antes dueños de la casa de la cultura mexicana) se dividieron: unos n n t a r n n n n r r e n l e o a r s e al mi e r o {JLslalvIll LJKJl 1CU1WB<U3\. al KUWIU, n a ra n o v i v i r a r r i m a d o * a lo«s L í a l a ll\J Vlvll al 11111*1 vlvlS a l\Ja vencedores; otros creyeron en la construcción de una cultura laica, d o n d e creyentes y n o creyentes, liberales y conservadores, pudieran convivir. Éste fue el caso, en las generaciones siguientes, de los católicos Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), Manuel José Othón (1858­ 1906) y Ramón López Velarde (1888-1921). Significativamente, López Velarde dedica La sangre devota a i o s espíritus de Gutié­ rrez Nájera y Othón". En ese espíritu, se entiende el reproche de Gutiérrez Nájera a la Academia: n o debe ser el gueto de los derro­ tados, sino el ateneo de todo el movimiento literario, donde parti­ cipen creyentes y no creyentes, liberales y conservadores. Así lo entendió Cravioto, que empezó como jacobino (autor de versos juveniles ateos) y acabó en la tradición de los católicos abiertos: especialmente la de Gutiérrez Nájera, c u y o ateneo soñado parece anticipar el Ateneo de la Juventud. Cravioto, desa­ nimado por la represión porfiriana, abandonó la oposición abierta para buscar el cambio desde adentro del Establishment, reclu­ tando a la juventud talentosa, "ora venga del sur, ora del norte": organizó u n movimiento estudiantil que tuvo la bendición de Justo Sierra y que llegó al poder, c o m o puede verse en la trayectoria curricular de los principales miembros del Ateneo. Si n o reclutó a López Velarde, fue simplemente porqu e andaba e n Aguasca­ lientes, en el grupo de Correa, n o porqu e el grupo fuera católico. D e hecho, lo reclutó siete años después (en 1914, para el minis­ terio de instrucción pública, donde Cravioto llegó a ser el ministro, por un par de meses, en 1916). N o resulta fácil definir quiénes sí y quiénes n o fueron miembros del Ateneo (hay varias listas, más o menos oficiales, c o n elementos comunes, pero también variantes). Ni siquiera cuál deba ser la credencial para establecerlo. Tampoco es fácil definir quiénes sí y quiénes no fueron católicos (ni la credencial para el caso). Pero tengo la impresión de que e n el Ateneo h u b o una alianza de liberales abiertos (con frecuencia del norte) y católicos abiertos (con frecuencia del centro y sur del país). Fue una desgracia que, en el siglo xrx, la tensión entre cato­ licismo y liberalismo n o se resolviera en una cultura católica moderna (para la cual tenían viejas raíces comunes, señaladas por Silvio Zavala, de libertad cristiana en Erasmo, los misioneros reformados y, más recientemente, los humanistas del siglo xvm). H u b o u n a guerra civil q u e , finalmente, n o resolvió n a d a . El conflicto fue "superado" por la dictadura militar y su barniz i d e o l ó g i c o : el p o s i t i v i s m o , q u e decía rebasar, c o n espíritu científico, las preocupaciones religiosas del catolicismo y las preocupaciones metafísicas del liberalismo. Por eso, a fines del porfiriato, hay dos corrientes enemigas de la cultura oficial, abiertamente y desde afuera: la católica, que había cobrado fuerza bajo el pontificado renovador de León XIII, y la liberal "constitucionalista" (por la Constitución de 1857), cuya dificultad estaba en oponerse a u n régimen oficialmente liberal. Los liberales e n el p o d e r d e s p r e c i a b a n a los liberales e n la oposición como atrasados jacobinos; ya no se diga a los católicos en la oposición, c o m o mochos aún más atrasados. Este doble desprecio se justificaba en la racionalidad científica, y en la no menos contundente racionalidad d e estar en el poder. Tanto católicos c o m o liberales suelen ser más amantes de la libertad cuando están en la oposición que cuando están e n el p o UCl. vAJIl ClClula UlICICllClaa. Ld IllCUlOCriUdU LdlULlLd. vCOIIlO la. académica) busca apariencias de rigor y disciplina. La mediocridad liberal (como la romántica) busca apariencias de liberación. La mediocridad positivista (como la tecnocrática) buscó las aparien­ cias de integrar esa tensión en un nivel más alto, donde la ciencia fuera al mismo tiempo liberación y disciplina: orden y progreso. Daba por superado el rigor estéril de la escolástica y el dogma católicos, el romanticismo estéril de la Constitución de 1857 y su premiosa y prematura liberación de una sociedad que todavía no estaba preparada para la democracia. La paz tecnocrática de la "poca política y m u c h a administración" daba por felizmente uperaua xa íucna entre nüeraies y conservauores, que lamo ie había costado al país. La "superación" fue simbólica, y tan estéril como el conflicto armado. Faltó, históricamente, la tensión abierta, pacífica, mu­ tuamente educativa, civil y civilizada, entre los católicos n o mochos y los liberales no jacobinos, que sólo puede darse en una democracia. Todavía en el Ateneo de la Juventud, siguió faltando. A pesar del talento de sus miembros y de su voluntad de reno­ vación, la integración de u n club de liberales abiertos y católicos abiertos, tuvo como limitación la forma de actuar: fue reclutado para la toma del poder desde adentro. Para la sociedad civil, el Ateneo n o fue el lugar de ventilación de las viejas cuestiones no resueltas. Su apertura fue de reclutamien­ to: más "administrativa" que "política". Los júniores del porfíriato y el positivismo resultaron en la práctica más Científicos que críticos. N o dijeron lo que pensaban de Porfirio Díaz, ni era posible; pero tampoco dijeron lo que pensaban de Porfirio Parra. N o sólo eso: cuando la oposición católica toma la iniciativa, disimulan sus coincidencias, hacen como que defienden a Parra y producen una algarada, para sofocar la discusión abierta de la cultura oficial, con la presencia ilustre y apabullante del ministro y el dictador, ante los cuales ganan puntos» Llegaron, finalmente, a tener el puesto de Parra, y lo hicieron mejor, mucho mejor, pero a costa de sofocar la discusión abierta en la sociedad civil. La apertura de reclutamiento sirvió para enriquecer c o n los mejores talentos a uno de los grupos más valiosos en la historia de México. Si eso descremó a las culturas de gueto da de "católicos de Pedro El Ermitaño", la de "jacobinos de la era terciaria"), no hay que lamentarse. Lo lamentable es que los ateneístas soñaran con el poder tecnocrático de Parra o de Sierra: que prolongaran el porfi­ riato cultural, en vez de restaurar la autonomía de la república lite­ raria, fundada libre por Altamirano. No les faltó el talento ni el dinero para hacer una revista inde­ pendiente, sino la fe en la imprenta como animadora de la vida pú­ blica y de la sociedad civil. No les faltó el ejemplo de la tradición libe­ ral: hasta los católicos (por las circunstancias) habían aprendido y se habían vuelto "objetivamente" liberales, en el ejercicio de la pren­ sa independiente (esa prensa católica de donde surge López Velarde). A los ateneístas, Savia Moderna les sirvió como tarjeta de presen­ tación: para congregarse y señalarse como grupo valiosísimo, en un medio que, tradicionalmente, identifica grupos y movimientos por las revistas a través de las cuales actúan. Pero no les interesaba continuar como editores, sino apoderarse de la Preparatoria, de la Universidad, del Ministerio. Todo lo cual consiguieron: con Díaz, con Madero, con Huerta, con Carranza, con Obregón... 4. ¿QUIÉNES FUERON LOS POETAS DEL ATENEO? En "La poesía de los jóvenes de México" (1924), célebre repaso de la historia literaria donde define a su generación y escoge su genealogía, Xavier Villaurrutia (a los 21 años) descalifica a la generación anterior {Obras 823). N o ve grandes poetas. Es u n grupo de "transición" (después del "mediodía" del modernismo) que la crítica literaria deriva "ya de la revista Savia Moderna", "ya del Ateneo de la Juventud": "Manuel de la Parra, Rafael López, Roberto Arguelles Bringas, Luis Castillo Ledón, Eduardo Colín, Alfonso Reyes, Ricardo Gómez Róbelo, Alfonso Cravioto, Joaquín Méndez Rivas y José de Jesús Núñez y Domínguez". Luego señala cómo, de "este nutrido grupo quedan, pues, solamente Alfonso Reyes y Alfonso Cravioto, Núñez y Domínguez y Méndez Rivas", lo cual realmente se reduce a Reyes, lo cual realmente se reduce a una esperanza: "una nueva colección de versos que anuncia para pronto". En un guión manuscrito para esta conferencia (que pude ver gracias a Miguel Capistrán), frente a la lista de poetas anteriores, h a y una línea paralela, que tiene abajo las siglas d e López Velarde, como señalando que el gran poeta del Ateneo fue el que n o estuvo ahí. Villaurrutia n o se ocupa de López Velarde en su lugar crono­ lógico, donde tendría que estar entre los poetas de la generación que rechaza, sino más adelante. Anacrónicamente, lo junta con Tablada (17 años mayor) y los propone como progenitores de la poesía j o v e n . E n su o p i n i ó n , el A t e n e o n o e n g e n d r ó nada poéticamente. La nueva generación (la suya, luego llamada los Contemporáneos) desciende de una pareja de rebeldes. Si Enrique González Martínez era, hacia 1918, el dios mayor y casi único de nuestra poesía; si de él partían las inspiraciones, si los jóvenes cantaban con pulmones propios el dolor particular de González Martínez, en oraciones semejantes al tedioso orfeón que en torno de Dios deben entonar los ángeles; necesitamos nuevamente de Adán y de Eva que vinieran a damos con su rebelión, con su pecado, una tierra nuestra de más amplios pano­ ramas, de mayores libertades; una tierra que ver con nuestros propios ojos. La fórmula será: Adán y Eva - Ramón López Velarde y José Juan Tablada. N o está de más recordar que López Velarde, en efecto, fue expulsado del paraíso por Dios Padre González Martínez. Su hijo (Enrique González Rojo) y Jaime Torres Bodet bajo el seudónimo de Sub-y-Baja manifiestan en una revista estudiantil (San-Ev-Ank, 22 VIII 18; p. 145 de la edición facsimilar del Fondo de Cultura Económica): la juventud de México no concuerda con la actitud espiritual de López Velarde. Ha llegado el momento de exigir: Que el poeta, dejando a un lado todo malabarismo de la forma, seria y noblemente haga su labor; que, debiendo ser ante todo humano, deje de encaminarse por los senderos de los rebuscamientos interiores, porque así su canto resultará puro. Ha llegado el momento de rechazar: Toda complicación espiritual de mala ley, hecha siempre con el objeto de asombrar a los espíritus ingenuos; toda doctrina estética que no haga vibrar nuestrasfibrasinteriores; la extravagancia, que puede causar la risa... U n año después, la andanada e n El Heraldo de México (28 X I I 19) va firmada personalmente por Enrique González Martínez, e n u n artículo ("La inquietud de la sorpresa") recogido p o r Miguel Capistrán en La Cultura en México 389 (Siempre!839, 23 V I I 6 9 ) . A u n q u e manifiesta su " i n c o n f o r m i d a d c o n l o s q u e p i e n s a n [¿quiénes?] que [López Velarde] ha descendido del puesto d e c o ­ roso [sid que conquistó en la lírica mexicana c o n la publicación de Sangre devota'*, a u n q u e declara q u e Zozobra es "una confir­ mación plena d e su talento poético"... Tiene el autor de Zozobra una inquietud que es común hallar en ciertos líricos de los actuales tiempos: la inquietud de "la sorpresa". [...] El ansia de esquivar el cliché poético y de huir del lugar común, sirve de estímulo para echarse a buscar lo inesperado y, lo diremos de una vez, lo despatarrante. Es difícil hacer descubrimientos en cada renglón corto, y punto menos que imposible que cada descubrimiento resulte precioso [...1 Aquella "vaca crepuscular" y aquellas "praderas sonámbulas" y aquella "magnánima desilusión de imperios" son admirables trouvailles [de Lugones] que la imitación transforma en caricatura. [...] Y o pienso que las "sorpresas" que quiere darnos las ha recibido él de la vida antes que nosotros. Recluido por muchos años en su terruño natal, la urbe metropolitana le ha descu­ bierto muchos horizontes que no le eran familiares, y con una ingenuidad de artista nos va dando cuenta de sus descubrimientos y nos habla de ellos como si para los demás fuera aquello fundamentalmente nuevo. Esto se llama en buenos términos, descubrir el Mediterráneo; pero como el poeta no tiene el ojo vulgar ni el espíritu adormilado, sus atisbos resultan de una fineza recóndita y de un sabor primitivo y humano. [...] López Velarde no tiene perceptible el don musical y construye con frecuencia versos cacofónicos saturados de un prosaísmo que no por ser en ocasiones delibe­ rado deja de fatigar cuando el poeta insiste en dejarlo sin pulimento. Tenía razón el joven Villaurrutia: todavía en 1919, cuando apa­ recen Zozobra de López Velarde y Li-Po de Tablada, el porfiriato cultural se prolongaba en la poesía del Ateneo, presidida por G o n z á l e z M a r t í n e z y c o n t i n u a d a p o r el m e j o r p o e t a d e "transición": Alfonso Reyes. La ruptura, la revolución poética, la h a c e n L ó p e z V e l a r d e , T a b l a d a ( c o n el haikú y los p o e m a s ideográficos), luego Pellicer. E n el argumento genealógico de Villaurrutia, esto implica una línea de sucesión legítima (la de Reyes) y otra ilegítima (la de López Velarde-Tablada), que fue la que asumieron los mejores poetas jóvenes: Villaurrutia, Gorostiza, Novo, Pellicer. José Vasconcelos, el Justo Sierra de la dictadura sonorense, a p o y ó la preferencia de sus jóvenes ayudantes y consagró a López Velarde como el poeta de la Revolución, el gran poeta Uegítimo del Ateneo en el ¿oder, frente a su medio hermano destronado: Reyes. López Velarde y Reyes fueron abogados de la misma edad, provincianos en la ruta del norte, poetas y prosistas con admira­ ciones comunes (Francia, Othón), que al parecer n o llegaron a conocerse, aunque se leyeron, sin entender qué buscaba el otro y por qué era importante. López Velarde buscaba hacia adentro, y desde afuera parecía u n pavo tieso, inseguro, ambicioso. Reyes buscaba hacia afuera, y parecía n o tener dentro: mostraba siempre la seguridad de u n hombre de letras y de mundo. López Velarde vivió u n proceso alquímico, atormentado, de trasmutación y búsqueda de sí mismo, de su posible mujer, de su lenguaje, de su patria, de su religión, que Reyes n o entendió. A la misma edad, Reyes era de una superioridad aplastante: todos los dones eran suyos, casi desde la cuna; había leído todos los libros, conocía a todo el mundo, publicaba en el extranjero, era hijo de un general que parecía destinado a gobernar el país, después de Nuevo León. Reyes se aceptaba con naturalidad, con gracia, con malicia, como heredero de la grandeza universal. Los dos vieron frustradas sus ambiciones juveniles de distintas maneras, y en bandos contrarios. López Velarde empieza en la vanguardia católica, Reyes en la vanguardia del Establishment López Velarde fue maderista c o n mala suerte y luego carrancista c o n mala suerte. Reyes, naturalmente, fue revista, también c o n mala suerte: se fue del país, huérfano después del fallido golpe militar de su padr e contra M a d e r o . López Velarde, q u e había perdido a su padr e cinco años antes, perdió también a dos figuras paternas que hubieran podido apoyarlo: los presidentes Madero y Carranza, muertos trágicamente, c o m o el posible presidente Reyes. En 1920, cuando Carranza pierde el poder y la vida ( y López Velarde su empleo y esperanzas como abogado consultor de l secretario de gobernación), López Velarde queda, n o sólo reprobado por D i o s Padre e n la poesía, sino e n la orfandad práctica. Para entonces, Reyes iba superando la suya: se había hecho u n nombre en París y e n Madrid; escribía maravillosamente, y en octubre de ese año publicó El plano oblicuo. Más tardó el libro en llegar a México (un par de meses), que López Velarde en celebrarlo insidiosamente: Mucho se ha hablado de las capacidades para la prosa en relación con la vocación para la poesía. Lo cierto es que no se puede suscribir una regla terminante. Si vemos a grandes poetas aptos para la prosa (Díaz Mirón, por ejemplo), en otros no ocurre igual. Lo que sí parece comprobarse es que cuando el poeta sobresale por su disciplina netamente artística, su prosa des­ cuella. Tal es el caso de Reyes, por más que lo prefiramos, en definitiva, fuera de la lírica. {Obras compiladas por José Luis Martínez, FCE, 1990, p.552) Para situar esta expulsión del parnaso, ya n o de Dios contra Adán, sino de Caín contra A b e l , hay que tomar en cuenta que Reyes m i s m o parecía titubear : por entonces (1920), n o había publicado su primer libro de versos, y ya tenía 32 años. Lo hizo u n par de años después, quizá movido por la nota de López Velarde (que no salió e n cualquier parte, sino en México Moderno: parecía representar la opinión del Establishment). Sus primeros libros, que empieza a publicar a los 21, fueron de crítico literario. Luego publica ensayos deslumbrantes {El suicida, Visión de Anáhuac, Cartones de Madrid, Retratos reales e imaginarios, El plano oblicuo, El cazador) y una docena de obras prologadas, esco­ gidas, preparadas, c o m o h o m b r e de letras. En 1922, c u a n d o publica Huellas (que recoge su poesía desde 190©, ya circulaban más de veinte libros, folletos y ediciones con su firma de prosista, casi todo publicado en Madrid. Era tan sorprendente lo que había logrado en prosa que opacaba lo que había logrado en verso. López Velarde lo veía. Tres años antes, había citado largamente u n ensayo de Reyes, sin comentarios, pero como quien cita a una a u i o n u a u guaras loyj. v¿uiza acornó e n esas uivisiones uei trabajo" o repartos de papeles que se dan entre los miembros de una generación o de una familia) le decía mentalmente: tú se­ rás el que ha leído todo, el q u e ha viajado y conquistado el mundo, el culto, el ensayista, el prosista, pero el poeta soy y o . Tampoco Reyes admiró al poeta López Velarde. Al recordar los veinte años de su muerte (1941), declara n o entender qué le veían: "arte aldeano y arte complicado, y en quien hoy la joven crítica busca muchos secretos, conquistó la fama de una vez con una sola poesía: La suave Patria " (Obras completas XII 269). A l recordar los treinta (1951), declara que murió oportunamente: "Vida corta. ¿Malograda? Hay también una Providencia poética. Tal vez haya destinos a los que conviene la indecisión, el acre sabor de la juventud. Tal vez..." (Obras completasXXü 154). López Velarde n o existía para Reyes, para Pedro Henriquez Ureña, ni para el mundo cultural que barajaban en su Correan­ dencia de 1907-1914. Los índices y las notas, en la admirable edición de José Luis Martínez, son u n inmenso directorio, donde López Velarde n o figura más q u e c o m o nota al pie del editor. ( T a m p o c o López Velarde cita para nada a Henriquez Ureña, aunque sí a Reyes y a muchos otros ateneístas). C u a n d o H e n ­ riquez Ureña (carta del 29 X 1 3 ) reconstruye la sucesión de poetas dominantes (el primer D í a z M i r ó n d o m i n a d e 1885 a 1890; Gutiérrez Nájera, de 1890 a 1900; el Díaz Mirón de Lascas, después de su muerte; Urbina hacia 1910; ahora estamos en la moda de G o n z á l e z Martínez), se pregunta (sin ver a quién le escribe): "¿Cuando acabe González Martínez, quién podrá entrar? Acevedo piensa que volverá Urbina. N o hay nuevo poeta." Seguramente a Reyes le dolió que Henriquez n o lo viera como el posible sucesor (omisión reparada ocho meses después: "tú d e b e s ser q u i e n sustituya a G o n z á l e z Martínez", 6 V I H 14). Seguramente nunca se consoló d e lo que entonces ninguno de los dos se imaginaba: que un tal López, u n perfecto desconocido de su edad (un año mayor que Reyes, cuatro menor que Henríquez), fuera el sucesor. Todavía en 1916, cuando Julio Torri escribe una brevísima reseña de La sangre devota en el único número de La Nave, diciendo que "López Velarde es nuestro poeta de mañana, c o m o lo es G o n z á l e z Martínez d e hoy" (lo cual seguramente le pareció excesivo a González Martínez), Henríquez Ureña lo rega­ ña: "Este señor López Velarde, ¿es realmente el poeta de mañana? Lo que he leído de él n o me parece bastante personal: halló que­ recuerda a otros, y además de esto, n o tiene gusto depurado. ¿Por qué no haces que me mande su libro? Quiero conocerlo." (Serge I. Za'ítzeff, "Otras cartas inéditas de Pedro Henríquez Ureña a Julio Torri", Sábado, principios de 1985). Es decir: ¿por qué n o haces que solicite mi aprobación? La autoridad d e Pedro Henríquez Ureña era tan grande que bastó esa reconvención para intimidar a Torri. Le contesta: "tus apreciaciones sobre el único número de La Nave, justísimas, hasta en pormenores (como los versos-tributo al momento histórico, la inexactitud critica sobre el pseudo-poeta de mañana, etc.). Por supuesto que cada uno de nosotros confesó, al leer tu carta, que sólo en vista de tu opinión había trabajado." (23 VIII16, e n Serge I. Za'ítzeff, El arte de Julio Torri, Oasis, 1983, p. 134). N o sólo eso, cambia de posición por el resto de su vida, como lo ha señalado Marco Antonio Campos ("Ramón López Velarde visto por Julio Torri", Periódico de Poesía 3, I X - X 87; aunque atribuye a falta de gusto literario l o que más bien parece concesión a sus amigos Pedro y A l f o n s o , sobre t o d o A l f o n s o , q u e fue el p e r d e d o r ) . C u a n d o L ó p e z Velarde ataca a Reyes, Torri le manifiesta su adhesión: "¿Leíste una nota d e López Velarde? Acertijos, notas chirriantes, c o m o buen lugareño autodidacto." "Sí leí la notita de López Velarde. Tanto él, c o m o u n amable anémico d e El Uni­ versal, c o m o Teja Zabre en El Demócrata (yo creí que era más amigo 'tuyo') quieren darme a entender que han vivido más que yo: n o los envidio. Y les quedo agradecido, naturalmente." (JT 26 XII 20, AR 30 I 21, en Julio Torri, Diálogo de ¡os libros, Fondo de Cultura Económica, 1980, pp. 232,234). H a y q u e imaginar los sentimiento de Reyes: sus íntimos y queridísimos amigos Pedro y Julio n o lo ven como heredero de la corona de González Martínez; Julio se la entrega a López Velarde; y, para acabar, López Velarde lo expulsa del parnaso ¡en la revista del Establishmentf Sus grandes amigos, en v e z de cuidarle el trono, mientras pasa las p e n a s del e x i l i o , dejan entrar a u n a d v e n e d i z o , q u e ni siquiera fue m i e m b r o del A t e n e o . A ñ o s después, Henriquez Ureña admite el hecho consumado: "En 1922, la influencia de González Martínez cedía ante la de Ramón López Velarde", "tras él ha ido buena parte de la legión juvenil" {Obra crítica, Fondo de Cultura Económica, 1960, pp. 327,616). La mala suerte política de López Velarde terminó el día de su muerte. Unas horas después, le hizo justicia la Revolución. Al general Obregón, que hizo versos y tenía una capacidad legen­ daria para repetir de memoria versos que había escuchado una sola vez (y que acababa de tirar al presidente Carranza, y así a su secretario de gobernación, y así a López Velarde) le d i o por consagrarlo. Cuenta Djed Bórquez (en el prólogo d e El son del corazón): Esa mañana, al leer la noticia, voy a Chapultepec. Acompaño al general Obregón (Presidente de la República) en su paseo matinal por el bosque. —Ha muerto un gran poeta —le digo. Y le cuento de Ramón y le recito sus versos, que impresionan al poeta que existía en Obregón. Al mediodía, en la Universidad, Vasconcelos llega alborozado: —¡Qué gran presidente tenemos! —dice—. Acabo de hablarle de López Velarde y me recitó sus versos. —Hágale suntuoso entierro, por cuenta del gobierno —había ordenado el invencible Manco. Ante la alegría del Rector, yo sólo recordé las poesías lópez-velardescas que acababa de recitar y la formidable memoria del general Obregón. Esa consagración política trasmutó en gloria nacional el reco­ nocimiento de tres generaciones literarias: primero de Tablada, en 1914 (la generación modernista); luego de Torri, e n 1916 (los ateneístas); finalmente de Villaurrutia, Novo, Gorostiza, Pellicer, en el último año de su vida (los futuros Contemporáneos). Cuando Reyes dice: "conquistó la fama de una vez con una sola poesía", calla discretamente la importancia q u e tuvo la recepción n o literaria de esa "poesía", publicada por el joven poeta precisa­ mente en los días de su muerte, y e n El Maestro (la gran revista de la cultura oficial), y con la resonancia del "suntuoso entierro" y el luto de tres días en las cámaras legislativas. López Velarde se volvió u n niño héroe del arte nacional, caído en el combate desde las cimas de Chapultepec, envuelto en "La suave Patria". El poema gustó muchísimo. Además de sus méritos literarios, era un gran mural patrio, pictórico, histórico, con mensaje y toda la cosa. Q u i z á fue el m o d e l o literario para el muralismo q u e Vasconcelos le encargó a Diego Rivera, que llegó de Europa unos días después. (En apoyo de esta tesis, Andrés Henestrosa me dice que él ha pensado lo mismo de la Visión de Anáhuac, y que Vasconcelos le dijo de Rivera: llegó pintando a la europea, hasta q u e m e h i z o c a s o y abrió los ojos al m u n d o m e x i c a n o . ) El "muralismo nacionalista" puede remontarse a la poesía del siglo xvi: a Terrazas, Salazar, de la Cueva, Saavedra, Pérez de Villagrá, Balbuena y tantos otros que celebraron el Nuevo Mundo. Pero los "murales" d e Reyes (1917) y d e López Velarde (1921) parecen antecedentes literarios inmediatos de la inspiración d e Vascon­ celos: encargar murales que celebren el N u e v o M u n d o d e la Revolución Mexicana. En términos literarios, "La suave Patria" era volver a Othón y a la gran tradición del paisaje; pero, e n términos oficiales, era una doble legitimación: la búsqueda nacional emprendida por la Revolución se eleva a las alturas del gran arte e n los murales poéticos y pictóricos; a su v e z , la Revolución consagra a sus grandes artistas: López Velarde, D i e g o Rivera. Aunque, e n esta función, el verdadero antecedente es el porfiriato cultural: Justo Sierra llamó a los pintores para decorar los muros del anfiteatro de la Escuela N a c i o n a l Preparatoria, c o n el tema "la e v o l u c i ó n humana", (gíaz y de Ovando, II, p. 584; El Imparcial 15 X 1 0 . ) En 1910, Porfirio Díaz y Justo Sierra festejaron el Centenario de la Independencia (la proclamación), trajeron invitados inter­ nacionales, convocaron a u n congreso de estudiantes y "fundaron" la Universidad Nacional; pero les faltó un gran poeta que muriera oportunamente, y n o tuvieron tiempo de encargarle a Rivera, recién llegado de Europa, los murales del Anfiteatro: apenas hubo tiempo de montarle una exposición en la Academia de San Carlos, inaugurada por la mujer de d o n Porfirio, el mismísimo 20 de noviemore (.como 10 na recoraaao uctavto r a z , ios pnvtiegtos ae la vista, Fondo de Cultura Económica, 1987, p . 244). En 1921, Alvaro Obregón y José Vasconcelos festejaron el Centenario de la Independencia (la consumación), trajeron invitados internacio­ nales, convocaron a u n congreso de estudiantes y "fundaron" la Secretaría de Educación Pública; pero además trajeron a Rivera (que se había vuelto a Europa ) para que pintara los murales del Anfiteatro, y se adornaron consagrando a López Velarde y "La suave Patria". Toda la consagración de Reyes en España se esfumó ante la apoteosis del joven poeta muerto e n olor de santidad poética y política en México. Para la cultura oficial, Reyes era u n apestado, hijo de su padre y hermano de su hermano, que se fue del país con un nombramiento diplomático concedido por Huerta. (Olvi ­ dando, demasiado fácilmente, e n ese mundo que acuñó la regla: "no se le dice N o al presidente" que Huerta quiso reclutar a Reyes como su secretario particular, y se topó con el No.) Para la cultura oficial, Reyes era u n cosmopolita desarraigado, que procuró el reconocimiento extranjero y se mantuvo a distancia de los recién llegados al poder cultural en México. Seguramente, Reyes sintió q u e había perdido la corona por razones extraliterarias; como su padre había perdido la sucesión presidencial: injustamente, porque eran los mejores para suceder a Díaz como presidente y a González Martínez como poeta laurea ­ do. Pero, a diferencia de su padre, no intentó hacerse justicia. Ni se sumó a la cargada revolucionaria, ni la combatió. Sus reservas fueron públicas, pero discretas. Tan discretas, que nadie las había señalado hasta que José Emilio Pacheco publicó una extraordina­ ria "Nota sobre una enemistad literaria: Reyes y López Velarde" (Texto Crítico!, 1975, pp. 153-159). Lo más sorprendente es una sátira cuya víctima es obvia (una vez que Pacheco lá señala). En 1953, Reyes publicó en Árbol de pólvora (libro n o reeditado, del que tal vez se arrepintió: se dijo qu e lo había retirado de circulación) una fantasía titulada (para qu e n o haya dudas) "Venganza literaria" {Obras completas XXIII 278-279), donde llama a López Velarde: poeta de campanario. La venganza parece dirigida a una figura compuesta de varias entre las cuales, si se quiere, puede verse, a u n lópezvelardeano más que a López Velarde. Pero la ráfaga tiene una dirección muy clara: Yo, que sentía la necesidad de crear absurdos, lo alcancé por el cuello, lo enjerté en los poetas de campanario, y me puse a cosechar, en mi nuevo árbol evolutivo, primaveras almidonadas en faldas de percal y servilletas duras como cartones, del tiempo de Don Simón. Así, así me las pagarán todas ésos del Ángelus, ésos del Toque de Queda, ésos de las muchachas de la retreta, ésos de las virtudes aldeanas, ésos del incienso de la parroquia, ésos de las tardes de la granja, las veladas de la quinta y hasta don Catrín el Calavera: poetas pepitos, poetas rotos, para decirlo a la mexicana. Traen raídos los traseros del alma y lo andan tapando como pueden, y dicen que es por meditabundos y por pasear manos a la espalda. Y los dejé convertidos en papel de moscas, olor de sín-sín, aguaflorida barata, mudlago y panal de América en dulzor de pegajosas pepitorias. ¡Fuchi! Hay otra sátira en un pasaje de la "Breve visita a los infiernos" (1944, recogido en Los siete sobre Devá), donde el duende Nal­ g o l a p i o , q u e perseguía a los marihuanos J u a n , J o s é , J e s ú s y Francisco, se manifestaba de pronto en chorros de agua caídos quién sabe de dónde, y que obligaban al poeta López Velarde a abrir el paraguas y a escapar de la nefanda compañía rezando el Padrenuestro [ObmsXXl 711. La muerte prematura de López Velarde consumó su incorpora­ ción al Establishment, iniciada e n 1914. También dejó el campo libre para q u e , m u y tardíamente, Reyes alcanzara su merecida coronación. Pero lo importante, q u e n o es la Rotonda de los Hombres Ilustres, se quedó en el tintero. Los dos mejores poetas de su generación, las dos mitades herederas de Gutiérrez Nájera, un católico abierto a la tradición liberal y u n liberal abierto a los sentimientos religiosos, nunca se entendieron. L Ó P E Z VELARDE Y EL PLAN D E S A N LUIS que Ramón López Velarde participó e n el Plan de San Luis, que llamó a tomar las armas el 20 de noviembre de 1910. Hay quienes piensan q u e se trata d e una leyenda piadosa. T o d o depende de qué se entienda por participar. La versión fuerte puede leerse en u n artículo de Jesús Zavala ("La vida estudiantil y revolucionaria de Ramón López Velarde", Revista de Revistas 21 VI 36; reproducido en el Calendario de Ramón López Velarde, Fondo de Cultura Económica, 1971, IV): SE HA DICHO Es un hecho que el Plan de San Luis germinó en el Instituto [Científico y Literario de San Luis, hoy Universidad Autónoma], y que unos de los que más se esforzaron por darle forma literaria fueron precisamente Pedro Antonio de los Santos y Ramón López Velarde. Esta versión la confirma parcialmente Gonzalo N. Santos {Me­ morias, Grijalbo, 1984, p. 32), hermano (muy menor) de Pedro Antonio: Pedro Antonio salió en fuga de la ciudad de San Luis Potosí, después de haber planeado, protegido y ayudado a la fuga a don Francisco I. Madero [...] llevaba, en el forro de un sombrero tejano que portaba, el Plan de San Luis, del cual fue coautor. Según el padre de Pedro Antonio y Gonzalo (Pedro Antonio Santos Santos, Memorias, escritas en 1913 y editadas en 1990 por María Isabel Monroy Martí para el Archivo Histórico del Estado de San Luis), el Plan era "un pliego de papel de china escrito en máquina", que Pedro Antonio traía a fines de octubre de 1910, "expedido el 5 de octubre" (p. 37), aunque en esta fecha Madero y Pedro Antonio "acordaron los puntos de l Plan de San Luis, del que le mandarían, para sus efectos, algunas copias" (p. 35). También la confirma parcialmente el hermano de Ramón, Jesús López Velarde (entrevistado por Guadalupe Appendini, Ramón López Velarde. Sus rostros desconocidos, Novaro, 1971; nueva edición, Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 17): Ramón actuó como defensor de él [de Madero) y participó en la confección del plan revolucionario. A mí no me admitieron por la edad, y sólo fui testigo. Jesús Reyes Ruiz precisa (Appendini, p . 55): no hay duda de ello [de que participó]. Mas lo cierto es que López Velarde asistió a las reuniones secretas que don Francisco [I. Madero] tenía casi a diario en el Hotel Sanz, de la citada dudad, lo mismo con los miembros de su comitiva que con sus partidarios y simpatizadores de San Luis Potosí. Y estas juntas oudieron ser el sermen del Plan Eduardo J . Correa ("Ramón López Velarde, revolucionario", Excélsior 6 V I 5 2 , reproducido en el CalendarioYl 71) n o lo cree: se ha dicho que participó en la confección del plan revolucionario, lo que dudo, pues, de haber sido así, estoy en lo cierto de que me lo hubiera confiado. Hace algunos años, por u n estudio de Joaquín Antonio Peña­ losa, donde hace ver que, e n "Susanita y la Cuaresma", Ramón López Velarde se refiere a San Luis, releí el texto y descubrí algo n o leído Cobras 431): Quiero hoy hablar en presente, como si fuera actual Susanita y como si estuviesen deslizándose las semanas cuaresmales en que, en una capital de Estado [...I estudiaba amor y derecho. Susanita [...] No me acoge mal I...1 a pesar de que mis ganancias de pasantefluctúan,mensualmente, entre treinta o cuarenta pesos; a pesar de que soy secretario de un centro oposicionista [...] Ni por ser éste el año del Centenario [...] Se trata, evidentemente, de la cuaresma de 1910. Pero ¿de cuál centro oposicionista? Sólo puede ser el Centro Antirreeleccionista Potosino, fundado en esas fechas por Francisco I. Madero. El texto esconde u n testimonio que n o se había tomado e n cuenta: el maderismo de López Velarde no fue puramente literario. Nunca se había dicho que fue secretario del CAP. Zavala (en el mismo artículo) habla de q u e , e n ese mes de marzo, al llegar Madero a San Luis, hubo temor a la represión y Sólo un puñado de valerosos estudiantes» entre los que sobresalían Pedro Antonio de los Santos, Ramón López Velarde, Manuel Aguirre Berlanga [...] se agrupó [...] en tomo del apóstol. Es curioso ver en una de las fotografías de la primera asamblea revolucionaria, organizada por Madero [...] al lado de la efigie de él, entre otras, las de Pedro Antonio de los Santos y Ramón López Velarde. Y o poseía una copia de esa fotografía, que en cierta ocasión entregué a Mariano Martínez. Es seguro que, en San Luis, existen algunos otros ejemplares y reproducciones de la misma. [¿Quién nos hará el favor de encontrar esa foto?l G o n z a l o N. Santos lo confirma parcialmente (en esa misma página): Pedro Antonio era su defensor no obstante ser solamente pasante en derecho, porque ningún abogado en la ciudad de San Luis Potosí, ni en la República, tuvo el valor dé hacerse cargo de la defensa de Madero. correa (,en ei mismo articulo; a a u n testimonio semejante: Cuando apareció el libro de Madero, La sucesión presidencial, "se le hizo la conspiración del silencio, nadie se atrevía a mencionarlo, hasta que" López Velarde se atrevió. En el primer artículo político que firma c o n su nombre (El Regional de Guadalajara, dirigido por Correa, 14 X 09; Obras 581), n o sólo elogia a Madero, sino que, a la manera de u n estudiante acelerado ("¡Señor Madero, por Dios!") le reprocha la concesión a D í a z (que el presidente se reelija, aunque n o el vicepresidente). Antes, había escrito a Correa (17 V I 09) pidiéndole que difundiera la noticia de que "Varios estudiantes de Derecho se han organizado para [...] hacer propaganda a la idea antirreeleccionista por m e d i o de la imprenta y de confe­ rencias de v)va voz al pueblo". (Obras 832) Sin embargo, el López Velarde que figura e n el acta de for­ mación del Club Democrático Potosino (I VII 09) es su hermano Jesús. ¿Cómo es posible que Ramón se abstenga, si es u n club presidido por Pedro Antonio? Porque rechazaba la "Transacción consistente e n q u e los antirreeleccionistas p u e d e n admitir la reelección del Presidente de nuestra llamada República", que le reprochó al mismísimo Madero. El club proponía l a fórmula Díaz presidente y Bernardo Reyes vicepresidente . Prácticamente ucbaparcuo cuanuo neye& vio que no couidua con uid£ y uejo colgados a los revistas de todo el país. Después de ese fracaso, Pedro Antonio decide concentrarse en terminar su licenciatura. Jtieciuio algunas noias» uei centro /\nurreeieccionisui ue iviexico, invitándolo a sus trabajos de propaganda, cuyas invitaciones contestó prudentemente, n o aceptándolas por razón d e sus estudios". Pero llega Madero en persona, el doctor Rafael Cepeda los presenta y se suma a la fundación del Club Antireeleccionista Potosino. (Santos Santos, Memorias, pp. 21-29) No ha aparecido el acta de fundación, y hay versiones u n poco diferentes. Santos Santos dice que Madero llegó a San Luis en abril (su editora precisa, con El Estandarte de esas fechas, que estuvo ahí el 28 y 29 de marzo; aunque llegó desde el 27, por lo qu e veremos a continuación); también dice, inviniendo los cargos, qu e Ramón López Velarde era "Vocales" y otros tres eran "Escribiente"; no menciona más que a un vicepresidente, su hijo. Según Eduardo J . Correa, El Partido Católico Nacional y sus directores. Explicación de su fracaso y deslinde de responsa­ bilidades, Fondo de Cultura Económica, 1991, pp. 49-50): De allí siguió [Madero] para San Luis Potosí, adonde arribó el Domingo de Pascua, 27 de marzo de 1909; en la estación lo recibió reducido número de estudiantes y algunos obreros, que se habían dado cita. Al otro día celebró un mitin en la Calzada de Guadalupe, ante público numeroso; lo presentó Ramón López Velarde e hicieron el elogio del anürreeleccionismo Carlos Siller y Siller y un profesor de apellido Gutiérrez, que trabajaba en un colegio protestante. Como fruto de la jornada se tuvo la formación de un grupo político, que presidió el doctor Rafael Cepeda, siendo vicepresidentes Pedro Antonio de los Santos y Siller y secretario López Velarde. El año no puede ser 1909 sino 1910. El 27 de marzo de 1910 fue Domingo de Pascua, me dice Sheridan, que lo vio en una revista de entonces (Artes y Letras). Otra inexactitud: según el texto de Correa, López Velarde recibe el nombramiento el último día de la cuaresma; según el texto de López Velarde, ya era secretario du­ rante la cuaresma (aunque p u d o telescopiar: n o estaba levantando u n acta del CAP, sino haciendo literatura sobre el recuerdo de una novia). El resumen cronológico sería el siguiente (1910): Marzo: Madero llega a San Luis Potosí, en su tercera y última etapa de propaganda y promoción de centros antirreeleccionistas por todo el país. Tiene problemas con la policía. Sin embargo, con el doctor Cepeda y el grupo de estudiantes de Derecho que había empezado a trabajar en 1909, funda el centro local. López Velarde queda como secretario. Abril: Madero electo candidato presidencial de los partidos Antirreeleccionista y Nacional Democrático. Mayo: Madero inicia su campaña electoral. Junio: Llega en campaña a San Luis y pasa a Monterrey, donde es arrestado el 7. El 21 es enviado a San Luis, para alejarlo de la frontera. Pedro Antonio d e los Santos y Ramón López Velarde toman su defensa legal . El 26 se celebra la primera parte de las elecciones (indirectas). Julio: El 10 se hace la segunda votación, según la cual Madero obtuvo 196 votos, contra 18,625 d e Díaz. Poco después, Madero sale bajo caución, vigilado y teniendo la ciudad por cárcel. D u ­ rante casi tres meses, hay reuniones políticas constantes, paseos campestres (el último de los cuales servirá para la fuga), comidas, asistencia a funciones de teatro, c o n los maderistas locales y los que llegan de otras partes. Sería inconcebible que el muchacho que se atrevió a escribir sobre el libro de Madero cuando nadie lo hacía; que se atrevió a empezar su artículo diciendo: "Este fronterizo vale, por su hom­ bría, más que los políticos sin sexo de la ciudad de México"; que se atrevió, además, a criticar la posición de Madero; que luego participó en la defensa legal para sacarlo de la cárcel; una vez logrado esto, se quedara callado. Menos aún, durante los meses intensos en los cuales Madero y sus seguidores n o podían tener más que u n tema obsesivo: N o h u b o respeto al voto. N o habrá cambio por las buenas. ¿Qué hacemos? No pudo ser más que entonces y ahí, en esos meses de furia y discusión, después del fraude electoral y de tantos atropellos, cuando el apóstol reformista o p t ó por las armas. Según López Velarde (25 V I 1 2 , Obras 623): ahí "se fijó el Plan". O c t u b r e : La n o c h e del 5, M a d e r o toma el tren hasta S a n Antonio, Texas, disfrazado de ferrocarrilero. Desde San Antonio, distribuye el Plan, fechado en San Luis (el 5 de octubre de 1910) y firmado únicamente por él. El Plan está escrito en primera persona: Con toda honradez declaro que consideraría una debilidad de mi parte y una traición al pueblo que en mí ha depositado su confianza, no ponenne al frente de mis conciudadanos, quienes ansiosamente me llaman, de todas partes del país, para obligar al General Díaz, por medio de las armas, a que respete la voluntad nacional [...1 Asumo el carácter de Presidente Provisional de los Estados Unidos Mexicanos con las facultades necesarias para hacer la guerra al gobierno usurpador del General Díaz [...] Por lo que a mí respecta, tengo la conciencia tranquila y nadie podrá acusarme de promover la revolución por miras personales, pues está en la conciencia nacional que hice todo lo posible para llegar a un arreglo pacífico y estuve dispuesto a renunciar a mi candidatura, siempre que el General Díaz hubiese permitido a la Nación designar aunque fuese al Vicepresidente de la República. Sería extraño que el autor de u n documento tan personal, n o haya a s u m i d o p l e n a m e n t e la r e d a c c i ó n final del Plan. Pero también sería extraño que n o hubiera recogido ideas, frases, borradores, de quienes lo seguían. Vasconcelos dice que "Desde sus soledades de prisionero, Madero escribía el Plan d e San Luis. El texto del documento sólo se conoció cuando ya estuvo él a salvo en los Estados Unidos, pero se sabían sus lincamientos" (Ulises criollo, J u s , p. 255). Otros han dicho que la redacción fue deí grupo maderista en San Luis. Otros, que fue del grupo made­ rista en San Antonio. La afirmación extrema de Zavala (que López Velarde contribuyó a «darle forma literaria" al Plan) n o parece tener apoyo: ni siquiera en la forma literaria, nada lopezvelardeana (si es que ya entonces se pudiera hablar de un estilo lopezvelardeano). Pero la afirma­ ción extrema contraria (que López Velarde n o tuvo participación alguna e n el Plan) n o sólo carece d e apoyos: niega el h e c h o irrefutable d e q u e López Velarde a c o m p a ñ ó a Madero en los meses de gestación del Plan, si n o como interlocutor número u n o , como seguidor muy cercano. Noviembre: el 20, como lo fijaba el Plan, Pedro Antonio de los Santos toma las armas. López Velarde, no. Hijo mayor de viuda, sostenido con sacrificios por el resto de su familia, se queda a ter­ minar la carrera y sacar el título (sin examen profesional, por sus buenas calificaciones) el 31 de octubre de 1911. Unos meses antes, le había escrito a Correa (13III11, Obras 840): Hoy satisfago mi deseo de escribirle deseo cjue se avivó en la última vuelta que se dio por acá Villalobos Franco, quien me dio un recado de usted, relativo a mi proyectado libro. Empezando por este asunto le diré con franqueza que estoy algo desanimado por su publicación y que siguiendo la voz de groseros intereses materiales he resuelto no escribir más en lo sucesivo. Usted conoce el criterio de nuestros públicos: el abogado que se dedica a la literatura no sirve para nada. Pues bien: yo, por circunstancias que usted conoce, necesito sacarle a la profesión todas las platas posibles y si me sigo dedicando a publicar asuntos literarios,resentiréen el estómago las consecuencias. Por otra parte: si me quedo a trabajar en San Luis, tendré que luchar, aún en el nuevo ejercicio de la profesión, contra la atmósfera que me formé el año pasado con mi actitud en la contienda política: usted tal vez sepa que puse mi insignificancia, de manera decidida, a las órdenes del se­ ñor Madero. De suerte que mientras no se resuelva la situación general del país, el medio oficial me será adverso. En la primera vez que hablemos le ampliaré las razones que he tenido para colgar, quizá para siempre, el acordeón. Esta carta, dicho sea de paso, aclara una cuestión debatida. La sangre devota, publicada en 1916 por Revista de Revistas, iba a ser publicada e n 1910 por El Regional, en una versión más breve y primeriza. Correa, que en tantos sentidos lanzó al joven López Velarde, quería publicar su primer libro. López Velarde preparó el proyecto, pero titubeó. Era un pasante de 22 años, frente a los tres caminos de una encrucijada, en 1910: el ejercicio profesional, la bohemia literaria, la insurrección armada. El desamparo madre viuda y sus hermanos, el vivir arrimados a los tíos, hijo mayor, el estar a punto d e sacar el título, pesaron decisión de no tomar las armas y posponer la publicación primer libro. de su el ser en su de su U N A M O R IMPOSIBLE D E LÓPEZ VELARDE 1. VIEJOS Y NUEVOS TROVADORES del amor imposible, que viene de los trovadores, expresa una vivencia central de la cultura del progreso: la insatisfacción con lo posible, la aspiración a más. El trovador es u n ser anómalo: ni labriego, ni clérigo, ni caballero, ni simple criado del castillo. Es u n desarraigado de su medio, u n trepador que, por sus méritos literarios puede alternar con los señores y hasta enamorarse de las señoras, con u n amor permitido como galanteo, pero prohibi­ do como consumación: EL TEMA Quisiera encontrarla sola, durmiendo o fingiendo sueño, para robarle un tierno beso que nunca me atrevería a pedirle dice Bernartz de Ventadorn a fines del siglo xn, y a principios del xx dice Augusto Cárdenas: Yo sé que nunca besaré tu boca, tu boca de púrpura encendida. Yo sé que nunca llegaré a la loca y apasionada fuente de tu vida. El tema evoluciona con los autores, con las sociedades y con las prohibiciones. N o todos los imposibles son sociales, pero muchos lo son. Aunque el subir haciendo méritos ya está en el Tratado del amor cortés de André Le Chapelain (siglo xn) y, des­ de luego, en la Subida al Monte Carmelo del trovador a lo divino San J u a n o ? la Cruz (siglo xvi), el llegar a la cima se considera gracia (de la señora, del Señor) m u y superior al mérito. En cambio, e n u n a meritocracia moderna, d o n d e (teóricamente) todos podemos trepar a todo, n o hay posiciones imposibles para nadie: todo se vuelve una dificultad superable c o n la acumu­ lación de esfuerzos, de preparación, de méritos. Novelas, obras de teatro, películas, telenovelas, cuentan la historia d e u n pro­ tctorini^rü rinde IT(*c\(*T\t(*tt\(*T\tf* Hf* íLilia i n ü ^JlvJtílgvJlIlotaJ nrorüoonícríi*^ m f *C oíkiíi UIKVJIIIOMCI (xr V.Y, llüíto v U C i l l C l l i v l U C , vlC v |iU ^Jaoa, noches oscuras, privaciones, pruebas, pero llega a la posició n imposible. En las versiones menos burdas, una vez e n posició n de realizar su deseo, la amada o el amado o el amor o su consu­ mación se esfuman, como para mostrar la irrealidad del tabú: su función de estímulo trepador. Una variante es la perdición, p o c o antes de llegar a la cima: la fascinación por el abismo q u e derrumba la carrera trepadora. Cuando el adulterio o el divorcio podían arruinar una vida, el tema era romántico. A medida que se han vuelto una vulgaridad, otros abismos v a n tomando su lugar para estremecernos d e horror: las drogas, la homosexualidad, el incesto, el satanismo. Todo lo cual, naturalmente, puede volverse una banalidad: esa otra cara del amor imposible. En Kierkegaard, e n Kafka, en López Velarde, el amor imposible se vuelve más moderno. El trovador no es el personaje romántico qué desafía u n N o social para triunfar o para perderse diciendo N o a la sociedad. La realización d e la pareja n o es el paraíso prohibido cuya negación provoca la autodestrucción o la auto­ afirmación, porque el protagonista se va a hacer méritos, hazañas, posición, dinero; se va a tierras lejanas a matar dragones, hacer la América, triunfar e n la capital o sacar su doctorado: a conquistar el mundo para ofrecérselo a su dama, y volver por ella y merecer­ la, como en la Historia de un gran amor de Jorge Negrete y G l o ­ ria Marín, y tantas otras. Ninguna prohibición impide la pareja e n estos escritores que mueren relativamente jóvenes y solteros (1813-1855, 1883-1924, 1888-1921). N o se casan porque tienen que escribir. El N o d e los trovadores modernos se vuelve íntimo, vocacional. N o es algo externo lo que impid e la plen a realización de uno en la pareja: es la pareja la que impid e la plen a realización de uno. H o y es común ese imperativo íntimo. La mística del progreso seculariza la vocación religiosa del trepador a lo divino. Toda carrera se vuelve sagrada, digna d e sacrificarle lo que sea. Dejarás a tu padre y a tu madre, te alejarás de tu ciudad natal, sacrificarás a tu pareja y a tus hijos, renunciarás a tus gustos, madrugarás para cantar maitines, hacer pintas e n las bardas, correr la milla, tomar el avión, llegar a tiempo a u n desayuno d e negocios, sentarte frente al piano o la máquina d e escribir. Todo por la misión, la causa, el puesto, la prosperidad, la obra, la carrera, el éxito. Por supuesto, la más alta realización de u n o también está en el deseo de los antiguos trovadores, en la vocación monástica de los trovadores a lo divino, en el adulterio trágico y en todas las vías que rompen c o n la pareja posible en aras de la imposible. Pero el trovador tradicional tiene los ojos puestos en lo alto, escamotea la pareja posible: n o la tiene presente, n o habla de ella, n o la pone "a la altura d e l arte", n o parece siquiera darse cuenta de su realidad inmediata, demasiado inmediata. Manuel Acuña le hace versos a Rosario, n o a la criada con la cual se consuela. En cam­ bio, en Kierkegaard, en Kafka, en López Velarde, la pareja posible n o se escamotea. C o n una lucidez cruel, el trovador contempla sacrificada la plenitud posible d e u n o y otro, por la mayor ple­ nitud de uno. Cervantes, q u e desconfiaba de la v o c a c i ó n religiosa, d e la búsqueda de una nueva pareja y, en general, del amor imposible, parece haber tenido esa lucidez cruel, aunque se nota menos porque n o la expresa en primera persona. Así, aunque escribe en El Quijote: Marinero soy de amor y en su piélago profundo navego sin esperanza de llegar a puerto alguno sintiendo v i v a m e n t e el a m o r i m p o s i b l e , s u p o reírse d e los sentimientos présbitas, que sólo admiran lo distante. U n hidalgo solterón, lector de libros de caballería, n o puede enamorarse de "una m o z a labradora d e m u y b u e n parecer", sin p o n e r l a a distancia como "princesa y gran señora". Aldonza n o es la criada escamoteada por Acuña, pero está fuera del campo de visión de don Alonso: n o puede verla con entusiasmo sino alejándola como Dulcinea y alejándose como don Quijote, que sale a conquistar el m u n d o para merecerla. El amor posible sigue sacrificado al imposible, pero c o n una inversión cómica: en vez de ignorar a la criada, la pone en el pedestal de Rosario, que es otra forma de ignorarla. La novela p u e d e leerse c o m o una crítica del amor imposible, cuya lucidez ennoblece el amor posible. Para la tradición romántica, que continúa la trovadoresca, ese realismo se volvió m u y difícil. A u n q u e el romanticismo surge como una critica del progreso, l o hace en favor de u n progreso más profundo. La conciencia del progreso posible alimenta el amor imposible: la profunda melancolía de no ser más, el deseo desatado de profunda plenitud. Oiif*Híihci TMitct i i r i 3 1iif"iHf»7 n o ^ t f » r i n r >¿UtUaUa l i l i l í lUv.lvlv¿i Uala f»n r í r r n n c f í i n r i í i < ! m i f * UUolCllUl, d i , , , 1.11 d J l l d L d l l L l d o UUv parecían realizar ese progreso más profundo (al extenderse la libertad de elección de la pareja), la conciencia de que no hay a quién echarle la culpa: de que u n o sacrifica a la pareja del amor posible, porque aspira a más. Esto, que puede ser u n cálculo banal, adquiere todo su sentido terrible e n el Diario de un seductor de Kierkegaard, en lo que Canetti ha llamado El otro proceso de Kafka y en un poema autobiográfico del joven López Velarde: NO ME CONDENES... Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre: ojos inusitados de sulfato de cobre. Llamábase María; vivía en un suburbio, y no hubo entre nosotros ni sombra de disturbio. Acabamos de golpe: su domicilio estaba contiguo a la estación de los ferrocarriles, y ¿qué noviazgo puede ser duradero entre campanadas centrífugas y silbatos febriles? El reloj de su sala desgajaba las ocho; era diciembre, y yo departía con ella bajo la limpidez glacial de cada estrella. El gendarme, remiso a mi intriga inocente, hubo de ser, al fin, forzoso confidente. María se mostraba incrédula y tristona: yo no tenía traza de una buena persona. ¿Olvidarás acaso, corazón forastero, el acierto nativo de aquella señorita que oía y desoía tu pregón embustero? Su desconfiar ingénito era ratificado por los perros noctivagos, en cuya algarabía reforzábase el duro presagio de María. ¡Perdón, María! Novia triste, no me condenes: cuanao oscile el quinqué y se aoatan las ocno, cuando el sillón te mezca, cuando ululen los trenes, cuando trabes los dedos por detrás de tu nuca, no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos que turban tu faena y tus recatos. 2. TIERRA A D E N T R O : J E R E Z , A G U A S C A U E N T E S , S A N L U I S Ramón López Berumen (que se firmaba López Velarde, como su padre José Guadalupe López Moran y su abuelo Ramón López Díaz, que adoptaron el Velarde c o m o elegancia, porque en La Barca h u b o u n V e l a r d e d e riqueza legendaria: Francisco J . Velarde, "El Burro de Oro") fue el primogénito de nueve her­ manos que tuvieron siete tíos paternos y siete maternos. Ambas familias de Jerez, de fortunas medianas e inestables. El abuelo materno 0osé María Berumen Valdés) era rico. Según Alberto Paredes y Severino Salazar ("Suave genealogía velar­ deana", La Jornada 11 VI 90), en su rancho El Marecito ( y no en Jerez, a 36 kilómetros), su hija Trinidad Berumen Llamas esperó el nacimiento de Ramón. No tuvo otras hijas, pero sí siete hijos (tíos del poeta) más o menos pródigos: uno se jugó a las cartas todo lo que tenía, perdió, se fue y nunca más se supo de él; otro destripó c o m o universitario, se volvió borracho agresivo y a c a b ó pro­ tegido y encarcelado por u n primo e n una bodega, d o n d e se suicidó; otro a c a b ó d e b o h e m i o p o r q u e n o le importaba el dinero: simpático, arpista popular, contaba historias y genea­ logías, por las cuales hacia remontar su propia sangre a negros (lo cual era cierto) y a una tentación de Gregorio López, el famoso ermitaño aei siglo xvi, que vivió en tierra a e inaios, cerca a e Jerez. Los otros sentaron finalmente cabeza; dos protegieron a su hermana viuda; u n o (Salvador) sostuvo la carrera de Ramón. Una cuñada joven de Salvador, pero o c h o años mayor que Ramón, fue su primer amor imposible: Josefa de los Ríos ("Fuensanta"). todas solteronas, dos universitarios (uno abogado, otro sacerdote) y dos hijos más, uno de los cuales ejerció el mayorazgo en forma autoritaria, ¡»e m z o cargo u e id¡> p r o p i e u a u e s i4imuareí>, &e m e u u en negocios de minas y acabó muerto en una, en u n accidente que pareció asesinato. El abogado J o s é Guadalupe López V e ­ larde (padre del poeta) trató de prosperar como notario y fracasó, luego tuvo éxito como empresario escolar hasta que (hostigado por u n gobernador que estaba e n contra de la enseñanza católica) cerró el Colegio Morelos. N o se había casado hasta asegurar su posición a través del Colegio, a los 34 años, con una jovencita de 17; típico matrimonio tardío del que hereda aspiraciones, más que posiciones hechas (seguramente el matrimonio que iba a hacer su primogénito, de no haber muerto a los 33). Fracasado, abandona el estado de Zacatecas y se lleva a la familia a Aguascalientes, donde muere a los 55. Ramón viaja para estudiar desde niño. A los d o c e años, al Seminario Conciliar de Zacatecas, donde probablemente estaba su tío Inocencio, el sacerdote asesinado años después por los villistas en esa ciudad. A los catorce se reúne con la familia en A g u a s c a l i e n t e s , d o n d e termina la preparatoria y e m p i e z a a publicar en la prensa católica. A los veinte, su padre (poco antes de morir) lo envía a San Luis Potosí para estudiar derecho. En aquella capital próspera y culta se incorpora a la vida profesional y política, de los veinte a los veintitrés años: de 1908 a 1911, años muy importantes e n su vida y e n la del país. 1908. Muere su padre. Porfirio Díaz declara al periodista Creelman que e n 1910 n o volverá a reelegirse, porque el país ya está maduro para una renovación democrática del poder. Francisco I. Madero da a la imprenta La sucesión presidencial en 1910. 1909. López Velarde efervescente: publica p o e m a s , reseñas u i L u i u g i a i i i d * y a i u c u i o 5 p u i i u c o » en o u a u d i d j a i a , ue&ue uonuc 10 a p o y a y casi l o adopta ( l e llevaba catorce a ñ o s ) Eduardo J . Correa, de Aguascalientes, q u e será su editor (desde 1904, e n Aguascalientes), colega poeta, socio de bufete jurídico, compadre y padrino político. H a c e política estudiantil: le pide a Correa publicar "cuanto antes" q u e "Varios estudiantes d e derecho se h a n o r g a n i z a d o para intervenir e n su esfera d e a c c i ó n e n e l problema político del país. Trabajarán entre otras cosas por la n o rf*f]e*rcifiri, " pn un lr nivvllVs mf*íiiri rlí* n n f p r w i f i í i ^ Hf* voy iCv.lv*VA*iV/ll vlv* llaa liimnrpnfíi ililí villa v y fv>v#lllvlv>liv«i<l9 U C vviiv va a VVJz. n al pueblo." 1910. Su admirado Madero le cae del cielo, e n campaña (mar­ zo). H a y represalias d e la policía, a pesar de las cuales n o sólo participa: queda c o m o secretario del Centro Antirreeleccionista de San Luis Potosí. U n o s meses d e s p u é s , Madero (ya postulado como candidato presidencial) es arrestado en Monterrey y llevado a la cárcel d e San Luis (para alejarlo de la frontera) donde toman su defensa legal Pedro Antonio d e los Santos y R a m ó n López Velarde, que logran su libertad bajo caución p o c o después de las elecciones (celebradas el 26 d e junio y 10 de julio). Una vez libre, pero v i g i l a d o , s e anuncia oficialmente la reelección d e D í a z (primero d e septiembre), se declara nuevamente fundada la Universidad d e México (12 d e septiembre) y (el glorioso 15 d e septiembre) se celebran simultáneamente el día d e San Porfirio, los ochenta años d e Díaz y el Centenario d e la Independencia. Madero sigue e n la ciudad por cárcel, hasta q u e se fuga a San Antonio, donde proclama el Plan de San Luis, qu e llama a tomar las armas e l 20 d e noviembre. López Velarde n o las toma: se queda a sacar el título de abogado. 1911. Díaz renuncia (25 V ) . López Velarde a b o g a d o (31 X ) . Madero presidente (6 X I ) . López Velarde juez d e primera ins­ tanda en el pueblo de Venado, S. L. P., desde donde escribe una carta (18 XI) a su amigo Correa, quizá para que la publique: "la v o l u n t a d d e c i d i d a q u e s i e m p r e h e t e n i d o para el h o m b r e fenómeno, porque y o sí soy de abolengo maderista, de auténtica filiación maderista, y recibí el bautismo de mi vida política en marzo de 1910, de manos del m i s m o hombre q u e acaba de libertar a México. Le diré con franqueza, amigo Correa, que una de las satisfacciones más hondas de mi vida ha sido estrechar la mano y cultivar la amistad de Madero, y uno de mis más altivos orgullos haber militado como el último soldado del hombre que hoy rige al país". Lo que sigue, naturalmente, es ir a verlo, pasar de juez de pueblo a juez de la capital. Pero Madero lo envía con el ministro de justicia, que n o le ofrece más que una plaza de actuario judicial. Por esos días, coincide con María, también de viaje en México, y son presentados (se conocían de vista en San Luis) por Manuel G ó m e z Morin. 1912. Desde México le escribe a Correa (8 IV): "estoy como s i e m p r e , d i s f r u t a n d o d e las m i g a j a s d e l festín". Éste deja Guadalajara para fundar La Nación, órgano del Partido Católico Nacional, y e n este diario ofrece a López Velarde su primera tribuna en la ciudad de México. Además, lo lanza por Jerez como candidato a diputado suplente D e junio a diciembre escribe en La Nación eí 35% de sus obras completas: ante todo artículos políticos, a veces diarios. Muchos en contra del gobernador de San Luis: Rafael Cepeda de la Fuente, médico, militar, maderista, coahuilense avecindado e n S a n Luis, que presidió el Centro Antirreeleccionista de San Luis, preparó la fuga de Madero (por tren, disfrazado de ferrocarrilero) y se levantó en armas el 20 de n o v i e m b r e , al igual q u e Pedro A n t o n i o de los Santos, v i c e ­ presidente del Centro. Ambos fueron candidatos a la gubernatura, aunque D e los Santos (y con él López Velarde) se sumó a Cepeda que, sin embargo, al llegar a gobernador, en vez de gobernar con los abogados de la mesa directiva antirreeleccionista se rodeó de médicos porfiristas. 1913. El asesinato de Madero era lo único que le faltaba. El 7 de febrero publica u n artículo contra el gobernador de San Luis: será el último d e su pluma política, fuera de unas declaraciones de 1917 sobre la Gran Guerra. El 9 de febrero empieza la Decena Trágica. Deprimido, vuelve a San Luis. Escribe prosas líricas sobre amores i m p o s i b l e s . Siente la injusticia al poeta q u e es "una cumbre, por más que haya vivido entre nosotros familiarmente'': pide una estatua para Manuel J o s é Othón, cuyos pasos parece haber seguido. Ambos fueron primogénitos, destacaron por su inteligencia y buenas calificaciones desde la primaria, estudiaron e n u n semi­ nario, se graduaron como abogados a los 23 años e n el Instituto Científico y Literario de San Luis, perdieron a su padre (llamado José Guadalupe) en esa etapa de la vida (Othón al terminar los estudios, López Velarde al empezarlos), ejercieron su profesión e n p u e b l o s d e S a n Luis y sin e m b a r g o tuvieron a c c e s o a las publicaciones d e más prestigio nacional, viajaron a la capital, hicieron relaciones c o n gente de letras importante y c o n aspi­ rantes a la presidencia de la república (Bernardo Reyes fue mece­ nas de Othón, Madero n o supo serlo de López Velarde), tuvieron puestos docentes y ambiciones políticas: además de jueces y funcionarios menores, «uno fue diputado y el otro candidato a serlo. Ambos vivieron zozobras económicas, y buscaron fuera de San Luis mejores oportunidades, sin llegar muy lejos. Tampoco llegaron a viejos: Othón murió a los 48 años, López Velarde a los 33. A pesar de lo cual, llegaron c o n sus huesos a la Rotonda de los Hombres Ilustres. A O t h ó n le fue mejor (en vida), e n parte porque tuvo más tiempo. Pero a los 33 ya estaba e n la Academia, gracias al celebrado "Himno de los bosques". Quizá "La suave Patria", otro h i m n o d e l paisaje p u b l i c a d o t a m b i é n a los 33, hubiera tenido el mismo efecto. Pero López Velarde murió por esos días. Fue precisamente entonces cuando, por fin, la Revo­ lución le hizo justicia, c o n "un suntuoso entierro, por cuenta del gobierno" (y tres días de luto e n la Cámara de Diputados) que dispararon la cargada crítica a su favor y lo llevaron de inmediato al santoral revolucionario. O t h ó n había muerto en San Luis e n 1906, p o c o antes de pu­ blicar "En el desierto. Idilio salvaje". A los méritos de este poema, h a y q u e añadir el haber h e c h o avanzar la cultura c a t ó l i c a , entonces presidida por el obispo de San Luis: Ignacio Montes de O c a ("Ipandro Acaico"). Sus versos finales parecen u n programa de investigación para López Velarde: .. .qué pavor en la conciencia y qué horrible disgusto de mí mismo! N o hay que olvidar que la literatura católica (como luego el realismo socialista) n o tematizaba la mala conciencia sino desde la buena, distanciándose netamente de cualquier identificación con el y o pecador, a menos que éste fuera la voz de la autocrítica, y siempre, naturalmente, sin detenerse más que lo indispensable e n la experiencia prohibida. Todavía n o hace mucho se discutía e n París si era posible ser católico y novelista (como se discutió si era posible estar a favor d e las buenas causas, sin faltar a la verdad que las deja mal paradas). El claroscuro de la conciencia y de la realidad n o era tematizable: había que reducirlo a blanco y negro. Naturalmente, el modernismo ya tenía esa conciencia cómplice, pero no los llamados "clásicos" o "neoclásicos": los poetas bien vistos por la cultura católica, cuya capital era entonces San Luis, d o n d e esta tradición poética ( q u e empieza c o n J o s é J o a q u í n Pesado) termina. Ahí muere Othón en 1906. D e ahí se va Montes de O c a e n 1914, a morir en el extranjero, después d e que los carrancistas atrepellan y saquean su palacio episcopal , su b i ­ blioteca, su colección de arte. Joaquín Arcadio Pagaza muere en 1918 (en Jalapa: otro cierre simbólico, si se quiere, porque Pesado surge de tierra veracruzana). López Velarde se e d u c ó e n esa tradición católica, conser­ vadora, de mucha disciplina y oficio, paisajista. La abandona sobre todo en esto último, inspirado en Othón, que la cultivó, pero del cual admira al "parnasiano que gusta del verbo bravo y rotundo y al artista que padece los males del día". C o m o si leyera e n O t h ó n lo q u e s e g u í a , d e s p u é s d e la e x p l o r a c i ó n d e l o s bosques, las estepas y el desierto: la exploración del paisaje íntimo. (Otro católico, Carlos Pellicer, renovaría de manera insó­ lita, vanguardista, la tradición del paisaje externo.) El primer p o e m a c o n o c i d o d e López Velarde, escrito a los diecisiete a ñ o s , se llama "A u n imposible" y habla de q u e él renuncia (a su "pasión risible") y se aleja; ella muere y él guarda "los m a r c h i t o s a z a h a r e s " . A l o s v e i n t i c i n c o a ñ o s , al v o l v e r derrotado a S a n Luis, quizá t a m b i é n su aventura política le pareció risible, pero n o lo dice. Tampoco vuelve a su cargo de Venado. Publica una columna semanal ("Renglones Líricos") e n el Eco de San Luis Potosí, con u n seudónimo significativo: Tristán (que además suena a tristón). Aunque de los textos se desprende que el tú n o se refiere siempre a la misma Isolda, está claro que todas representan u n amor imposible, visto c o n ojos u n tanto necrofílicos: En "Hoja de Otoño", ella tiene treinte años: "Mi soledad persi­ g u e la tuya inútilmente", busca "aligerarte el p e s o de los días grises y torvos de la primera cana". En "Hacia la l u z . . . " , ella está enferma del corazón y su "frente ha de recibir el contacto de los gusanos en vez de la corona d e azahar". En "Rosa d e claustro", ella es una monja. En "El secreto", él está corroído "por el hábito del análisis": al tomar de la m a n o a la amada que su "fantasía decora c o n los más finos v etéreos hechizos", le ha pasado por la cabeza "la representación d e los esqueletos c o l g a d o s d e u n tornillo, por el cráneo, en las vitrinas de los colegios y museos". E n " D i c h o s a miseria": " m u c h o s románticos h a n g e m i d o c o n sincera efusión al ver morir entre sus brazos a las idolatradas heroínas, pero junto con ese dolor habrán experimentado u n gra­ tísimo halago [...], como si éstas al morir les ofreciesen u n pre­ sente de la más terrible emotividad. Así se goza al aspirar la última onda de perfume de una rosa agonizante." En "Nuestra casa", que parece referirse precisamente a María, ella tiene "ojos grandes y contemplativos, como de doncella que sufre, y risa espontánea y u n poquillo alocada, c o m o de niña que se asoma a u n jardín de ilusión" y él (que en este caso vive el otro extremo de la diferencia de edad) siente "el afán provecto de u n hombre que quiere echar raíces, al doblar el cabo d e los treta­ ta. ¿Qué anhelaba? Algo que no se compadece con la sinceridad de mi pesimismo: la edificación de una casa". "Nuestra casa hu­ biera sido u n edén, amiga que te consumes entre las palomas familiares, las macetas rústicas y el son de las esquilas que te lla­ man a misa y a los rosarios vespertinos." Pero hay que "Arrancar los afectos con mano implacable, como se arrancan los tallos de ms p i a n i a s u e D i i e s con H i i a n i u c i c ae m e i T O *.. En los primeros días de 1914, el mismo año en que monseñor Montes de O c a se va a Roma, el licenciado López Velarde se va definitivamente a la capital, todavía tan obligado con María, como para escribirle de inmediato (11114): "Querida amiga: ayer en la noche llegué a ésta, donde me hallo a sus órdenes en la avenida Jalisco, número 71. N o me ha abandonado el recuerdo de sus atractivos espirituales y de sus extraños ojos, cuya belleza singular me ha dado una de las impresiones más gratas de mi juventud. E s p e r o q u e u s t e d , p o r su p a r t e , se d i g n a r á c o n s e r v a r cariñosamente mi recuerdo, aunque sea el de un amigo un p o c o triste que ha pronunciado palabras melancólicas al oído de usted. Perdóneme estos renglones fúnebres, piense en mí y hágame justicia al ver c ó m o cumplo la promesa que en la última noche que hablamos le empeñé de escribirle inmediatamente. Creo que sus letras n o tardarán. Su amigo que la quiere por la bondad de su alma y por el azul de sus pupilas." La carta (única salvada de una larga correspondencia de 1912 a 1921) y gran parte de la información se deben al poeta y crítico potosino Luis Novóla Vázquez, que habló con María y otros pro­ tagonistas d e esta historia, investigó en archivos parroquiales y estudió la literatura probablemente leída por López Velarde. Para esta sección, aproveché ampliamente Lasfuentes de Fuensanta. La sección que sigue está tomada de dos capítulos de Noyola ("Génesis de un poema" y "El duro presagio de María"). Hay cier­ tas contradicciones cronológicas d e los informantes. L ó p e z Velarde n o puede hablar de la "reciente muerte de su padre", ocurrida en 1908, la tarde qu e rompe con María. Esa tarde n o puede ser "la última noche qu e hablamos" de la carta a María: el 10 de enero de 1914; menos aún si esa tarde López Velarde habla del encumbramiento de su amigo Pedro Antonio de los Santos (arrestado con Madero durante la Decena Trágica). Sin embargo, más adelante, e n u n pasaje n o reproducido, resulta que antes de tomar el tren López Velarde visita "la redacción de El Eco de San Luis, diario del que eran responsables" (él y Vera) y "dio una última ojeada a su postrer artículo", que es del 29 de diciembre de 1913. Por otra parte, si la ruptura se produce antes de la primera estancia larga en México, el noviazgo dura unos cuantos meses: cuando mucho de diciembre d e 1911 a principios de 1912. Todo lo cual hace pensar que Vera (único posible informante sobre la escena de la ruptura) combinó recuerdos de distintos momentos. ( D i c h o sea entre paréntesis: los jóvenes licenciados y c o m ­ pañeros de escuela Melchor Vera y Pedro Antonio de los Santos, según m e informa el profesor Noyola, eran la personificación misma de u n "católico de Pedro el Ermitaño" y u n "jacobino de época terciaria", respectivamente. Y una de las profundas dua­ lidades de López Velarde era ser íntimo d e ambos y comprender que pudieran odiarse "con buena fe" , como dijo e n "La bizarra capital de mi estado".) Quizá la cronología es la siguiente. López Velarde se enamora de ella como estudiante, de lejos, sin tratarla, entre 1908 y 1911, cuando ella n o tiene más que catorce años y él entre veinte y veintitrés. Empieza a cortejarla en diciembre de 1911. Rompen cuando se va definitivamente a la capital, el 10 de enero de 1914. El noviazgo dura dos años. La relación siete años más. En abril de 1921, se ven por última vez: Ramón se siente todavía tan ligado y obligado c o m o para viaja r a San Luis a darle el pésame por la muerte de su padre. N o es inconcebible que en ese momento se haya sentido responsable de ella, que (según los criterios pro­ vincianos d e entonces) ya iba para señorita quedada (tendría unos veinticuatro-veintisiete años). También es posible que se viera en ella: c o m o solterón, que iba para los treinta y tres, sin sentar cabeza, ni haber logrado una posición, incapaz de asumir responsabilicjades paternas, edificar una casa y "echar raíces, al doblar el cabo de los treinta", inmaduro como se pinta en el poe­ ma "Treinta y tres": La edad del Cristo azul se m e acongoja, y o querría gustar del caldo de habas, alcanzar la plenitud de cerebro y corazón, pero me asfixia una dualidad funesta que m e impide integrarme; n o p u e d o renunciar al sexo ni asumir sus responsa­ bilidades. Tampoco es inconcebible que el desamparo de ella, el ánimo responsable de él y su desánimo ante la realidad, lo hayan debili­ tado oara resistir el enfriamiento, la bronconeumonía. la asfixia que lo mató dos meses después del viaje a verla y cuatro días después de haber cumplido treinta y tres años. 3. GÉNESIS DE UN POEMA Al concluir su carrera y optar el consiguiente título fue nombrado Juez de Primera Instancia en el partido judicial de Venado. Después de algunos meses, solicita licencia y se dirige a la ciudad de México, desde donde envía la primera misiva a María Nevares, la mujer que liabía de ser el segundo y más humano de sus amores. [...] A María Nevares se dirige indistintamente con los nombres de María y Magdalena. López Velarde conoció a María en la casa del senador porfirista don Francisco Albistegui, en San Ángel, D. F., por presentación que le hizo el entonces pasante de leyes don Manuel Gómez Morin, en diciembre de 1911. Ramón quedó vivamente impre­ sionado por los extraños ojos de aquella muchacha, con quien había de tener una muy larga correspondencia que abarca desde el año de 1912 hasta el de 1921 en que murió el poeta. Todavía en abril, Ramón emprendió viaje a San Luis para expresar a la señorita Nevares su condolencia por la muerte de su señor padre. Ella por su parte continúa fiel a la memoria de su poeta. Cuando hizo conocimiento con María Nevares se encontraba un tanto deprimido a causa de no haber obtenido un puesto judicial que ambi­ cionaba en la capital de la república, y al que se juzgaba con derecho, ya que, como se sabe, fue uno de los defensores del señor Madero, cuando éste estuvo preso por el delito de sedición en la penitenciaría de San Luis Potosí. "Al triunfo de la causa", López Velarde se entrevista con el Jefe de la Revolución y éste le envía con su Ministro de Justicia para que le emplee. El licenciado Vázquez Tagle le ofrece un puesto de ínfima categoría: actuario o cosa por el estilo, que el poeta rechaza, y tiene que volverse a su juzgado de la aldea potosina. Por los mismos días vuelve María Nevares a San Luis Potosí, y López Velarde da principio al cortejo. Le expresa una afección vehemente en la que ella no cree, de momento. Él habla de sus deseos de gloria y fortuna, le promete la felicidad y se vuelve a México para seguir luchando, ahora como postulante, asociado al bufete de don Eduardo J. Correa, y como periodista en La Nación, órgano del Partido Católico, que dirige el mismo abogado aguascalentense. [...lEntre las compañías que visitaron San Luis se distinguió espe­ cialmente la de Enrique Borras, en cuyo repertoriofigurabaEl loco Dios. El conflicto medular que representa este raro drama en cuatro actos es muy semejante al que por entonces vivía nuestro poeta: demostrar a la amada, madura y pudiente, la autenticidad de una pasión en la que los villanos de la farsa creían descubrir sólo el mezquino interés económico. Se trataba, en ítisit^os CÜSOS c&e ufi. Joven SIIDO^JSICIO pi*ovinci£U!jio y jjobi^ jMXJtscsnsor de un cariño en consonancia con el suyo, sincero y contrariado por el medio hostil. En drama alguno de Echegaray el desborde lírico es mayor: Fuente, que, aunque de la tierra impura brotas, eres santa... Y la eterna oposición del diablo con el símbolo cristiano: Cuando la miro a usted el resto del universo me sobra, me molesta, me pone frenético. ¡Ruido que rompe la armonía, fealdad que embadurna la hermosura, el diablo ridículo, mas mono que diablo, que se me pone a hacergestos delante de la cruz y no me deja verla! Y el planteo tajante que elude lo crematístico en busca de la igualdad amatoria: Usted es rica, yo no lo soy. Voy a buscar la riqueza, y, cuando vuelva poderoso, ya no tendrá usted para qué atormentar su espíritu con cavitaciones indignas de usted y de mi A la tertulia literaria que a diario presidía el abarrotero Facundo Venegas, en su almacén de la calle de Iturbide en San Luis, se presentó aquella vez Ramón López Velarde, un tanto abatido. Rechazó la copa de Marte Brizará que el ibero le ofrecía, y estrechado por el afectuoso cerco de preguntas de su inseparable camarada Melchor Vera, contestó con metáfora eléctrica, "que traía poco voltaje por la proximidad de su salida para la capital*. Luego se dedicó a escuchar los versos de "El Mago" Medellín Espinosa, que increpaban a una alusiva potosina.­ No eres tú la soñada. La sonada tenía, como ninguna otra, piadoso el corazón. La soñada era dulce como una melodía y tú eres implacable como una maldición. Acodados en el mostrador, otros dtaredas del parnaso local, esperaban su tumo: Jorge Adalberto Vázquez, en cuyos espejuelos se refractaba la luz meridiana; Alfonso Zepeda Winkfield, de corrosivas ironías; Agustín Vera, Pancho Sustaita. Instado a decir algo, Ramón extrajo del bolsillo unos desmayados versos que concluían: ...el campanero y yo somos amigos. El sopor ofidio de las cuatro de la tarde deglutió aunque sin masticarlo, aquel poema. Poco después, se despidió para poner un telegrama a su familia, que residía en México, en una casa de la avenida Jalisco, colonia Roma, anun­ ciándole que llegaría al día siguiente. Al salir del telégrafo, pidió a Melchor Vera que le acompañase a la estación del ferrocarril a comprar su boleto para México. De paso, se despedirla de su novia María Nevares, cuya casa estabafronteraa la terminal ferroviaria. En el camino hizo comentarios sobre el triunfo del maderísmo, el encumbramiento de su amigo Pedro Antonio Santos (con el cual había colaborado en la defensa del Apóstol y a quien acompañó a la estación unos pocos días antes), sobre la reciente muerte de su padre en Aguas­ calientes, etcétera. Al acercarse a las ventanas de María, que miraban al poniente, ésta hizo reverberar su espejo contra la lumbre vesperal, lanzando sobre su novio la burlona agresión del "cardillo". roí su pane ei poeta, mirouuju i<t mano en ta uoisa, con ¡tucnuin ame­ nazante de sacar un revólver, y mostró un gran salero de cristal azul, de color muy semejante al de los ojos de su amada. Melchor Vera se detuvo a conveniente distancia de los inminentes arrumacos. El diálogo fue corto y, al terminarse, las ventanas se cerraron, acusando, en elfruncimientode sus visillos, la caída del telón y, en la contracción pu­ dorosa de los obligados caracoles, la clausura de un sueño virginal. «AJÍ V€*$* C#1 f*osti*o ciünnuclí&clQ de so símico leí prc^unt^ Vei*2i -¿Qué te sucede, Ramón -Hemos terminado. Luego le explicó que María se mostraba dudosa acerca de la duración de su afecto, una vez incorporado al vivir metropolitano, según ella pródigo en tentaciones. Se mostró informada de sus galanteos a Teresa Toranzo, una tendera ojizarca de El Venado, cuando estuvo allá de juez. No ignoraba tampoco que "hada el oso" a Genoveva Ramos Barrera, pendiente de cuyo piano pasaba las horas en una de Las Nueve Esquinas. ¿Y aquella espede de amistad amorosa con las homónimas Susanas Jiménez, una de San Luis y # 7 otra de Jerez, con las que se carteaba? Y si eso era en ciudades chicas y pueblos rabones, ¿qué no sucedería en "un México"? -Ante información tan erudita, te confieso, Melchor, que me sentí confuso. Pero aún no me reponía de la sorpresa, cuando me enrostró aquella frase, creo que de Heine, sobre que los poetas somos el primer amor de muchas y el último de ninguna, y que para mi mal le cité yo mismo alguna vez. Enfin,que ojalá no le dé Dios labios de profetisa. 4. UNA ENTREVISTA MEDIO SIGLO DESPUÉS N o hay q u e ser adivino para ver q u e el primer amor d e María (y aparentemente el único) le plantó "aquella frase". Pero el joven y caballeroso licenciado López n u n c a haría gala d e esa técnica, c o m o Kierkegaard, que la explica e n el Diario de un seductor. cómo le plantó a su prometida la iniciativa de romper c o n él. En la mejor tradición provinciana, María se quedó para vestir santos hasta los ochenta años (¿1895-1975?). En 1971 fue entrevis­ tada por el poeta, crítico y sacerdote potosino J o a q u í n Antonio Peñalosa, que publicó la entrevista e n El Sol de San Luis ("La novia potosina de López Velarde" 26171): —Pase, pase, me sientotonfeliz de verlo a usted: yo era amiga de su mamá. Nos veíamos todos los días en misa de siete en La Compañía. Siéntese. Cómo quiere que esté. Con la pena de mi hermana Patrocinia, que murió hace tres meses, se me olvidan las cosas. Vivo sola. Mire, por esa puerta me comunico a la casa de mi cuñada. Mis vecinos son muy buenos. El sastre, el relojero, los pintores de enfrente, las señoritas que venden estambre, el padre Ortega que viene a verme seguido. Pero estos ochenta años, casi... Si fuma, fume usted. Déjeme quitarle esos prendedores de la mesa. A mí siempre me gustaron las composturas. La señorita Maria Magdalena Nevares Cazares vive en la calle Julián de los Reyes 345, en la zona comercial de San Luis Potosí. El zaguán, las macetas con camelias rojas (las camelias blancas, ay, se secaron). Las alacenas de cedro del comedor, la vajilla japonesa, los pocilios de porcelana, el viejo reloj parado. En la antesala, un biombo de terciopelo negro pintado por las manos de Mariquita, dos libreros rinconeros por donde se asoman el Año Cristiano y los versos de López Velarde. -Me gustaba tanto leer de muchacha. Mire, aquí está mi retrato cuando tenía unos quince años, muy chirisca, siempre fui de pelo rizado; ahora, ni el recuerdo: lo tengo blanco, nunca me he pintado las canas, ni las prime­ ras. Todos mis muebles son antiguos. £1 piano color caoba con la cubierta adornada de flores que también ella pintó, hace tantos años. La máquina Singer. La cama de alto cabezal. -Soy muy devota del Sagrado Corazón, lo tengo en todas las piezas. Este crucifijo, me lo traje de Chihuahua. Un Cristo lleno de blancura y de dolor, como las camelias marchitas del patio. -No, no soy potosina. Soy de la Sierra Madre de Chihuahua, de Gua­ dalupe y Calvo, ahí había casa de moneda. Pero me vine muy chica a San Luis. Nomás considere. Adopté a dos niñas, que son mis hijas, se casaron. Buenas como usted no se lo imagina. Sus niños me dicen "abue". Ramón López Velarde amó a esta dulce andanita, blanca y fina como las camelias, entre azules y verdes los ojos inusitados de sulfato de cobre que el poeta evoca en su libro Zozobra, llamándola a veces Magdalena, a veces María. -Tendría 14 años cuando conocí a Ramón. Aquí en la Plaza de Armas de San Luis Potosí. Vivíamos por la Estación del Ferrocarril, por el Exprés, ahí tenía mi papá una tienda y teníamos casa propia. Me trajeron a dar la vuelta a la Plaza, ha de haber sido mi mamá, porque mi hermana no: nos traía mi mamá. Entonces ponían sillas, había música desde temprano. Serían como las cuatro de la tarde. Porque, noche, no nos dejaban andar en la Plaza. Mi madre se llamaba Florencia y mi padre José María. Ahí me conoció Ramón en la Plaza. Eran los paseos de entonces. Luego se quedó viéndome. No platicamos. No más nos vimos. -Bueno, Mariquita, ¿usted fue novia de Ramón? —Muchachadas. Así eran los noviazgos de entonces. -¿La visitaba Ramón? -Una vez me mandó regalar flores con un muchachito. Nunca me es­ cribió con versos. Cartas, sí. Serían unas cinco o seis. (En realidad, la correspondencia abarcó desde 1912 hasta 1921.) Rompí las cartas hace mucho tiempo. Yo dije, para qué las guardo. Cosas de juventud. Eran cartas breves. Yo siempre las contestaba. Lo trataba con respeto, él era un hombre muy ilustrado. Era muy platicador, me visitaba con mucho respeto. Trataba con mucha seriedad. Era muy inteligente, mucho. Platicábamos. Qué será, me decía, yo te quiero y se lo he dicho a mis familiares. Bueno, no al principio, sino cuando ya me empezó a hablar de tú. -Oiga, Mariquita, ¿y por qué cree que Ramón se fijó en usted? -Cantaba, me gustaba la música, la pintura, de todo tomé clase. Mi papá me compró ese piano que está en la sala. Mire, esas pinturas son mías. Ese cuadro al óleo con flores. Las señoritas Cabrera me dieron clase de pintura. Ramón siempre elogiaba mis ojos. Él decía que eran azules, pero mi papá decía que eran verdes, de gato. -¿Y qué pasó cuando Ramón se fue de San Luis Potosí a México? - Y o viajaba mucho a México. Iba a casa de mi tía Donaciana. Le decía Chanita. Ella se apellidaba Nevares de Albistegui. Mi tía era muy sociable, era de las familias que figuraban. Tenían su casa en San Ángel, cerca del templo del Carmen, una huerta muy bonita. Ramón vivía también en San Ángel. Un día salí y Ramón se fue detrás de mí. Salió mi tía al balcón. Oye, quién es ese joven alto que venía detrás de tí. Es un joven que se llama Ramón López Velarde. Pues te prohibo que salgas sola. Manuel Gómez Morin y Ramón tenían oficina juntos. Ramón pasaba seguido frente a la casa. Una vez mi tía le preguntó a Manuel. Éste que pasa y pasa, quién es. Es un amigo que vive conmigo y conoce a la señorita desde San Luis, y quiero presentárselo. Él la quiere. Pásalo. Ya entró, ya pasó. Mi tía vio que se trataba de un hombre serio. Esto sería como en diciembre de 1911. A mi tía también le gustaba el canto, tocaba el piano y el arpa. Un piano grande del año del caldo. Viajaba seguido a Europa. —¿Conserva algún otro recuerdo? -Los dueños de un hotel de la calle Isabel la Católica, invitaron a comer a mis tíos. Como Ramón supo que yo iba a ir, se hizo de una tarjeta y se fue a comer, aunque no le tocó mesa. Había mucha gente, pero platicamos. -¿Cómo era Ramón, Mariquita, qué imagen guarda de él? -Alto, delgado, le diré a usted, un joven sano, a mí se me hacía muy guapo. Ramón era muy estudioso. Era más bien serio. Que anduviera con risas, no, era muy formal. Religioso, cómo no, de muy bonitas ideas, un hombre que le gustaba todo lo bueno, menos yo. Siempre me di a respetar para darle a conocer mi carácter. Su voz, era una voz de un joven educado, y su conversación muy agradable. Una vez me dijo, por qué será que te quiero y tengo tus ojos toda la vida en el cerebro y no te los dejas ver. Mariquita, apoyada en su bastón, agachadita de años, los ojos húmedos de luto, me abre la puerta. - N o deje de volver. Yo abro las poesías de Ramón López Velarde por donde ella cruza, juvenil y altiva, mientras el poeta le pide: "No me condenes". Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre: ops inusitados de sulfato de cobre. Llamábase Marta; vivía en un suburbio, y no hubo entre nosotros ni sombra de disturbio (...) El reloj de su sala desgajaba las ocho; era diciembre, y yo departía con ella bajo la limpidez glacial de cada estrella. (Pero, Ramón. Si María no era pobre. Las rimas, como algunas novias, suelen ser difíciles...) 5. EL LLANTO DEL VERDUGO F u e esa última frase del p a d r e P e ñ a l o s a la q u e m e p u s o a investigar, hasta que acabé armando esto. ¿Cómo era posible? La famosa "novia muy pobre" ¿no era pobre? "Era la típica 'señorita c u u c a u a u e ¿ q u e n a * caicnua;» , m e C S L O D C CI p a u r e rcnaiosa. (Que también m e dice: "El licenciado Vicente G ó m e z Sologuren, que fue maestro e n leyes de López Velarde, m e contaba que muchas muchachas potosinas andaban a caza de l inatrapable y apuesto poeta".) María, según m e informa el profesor Noyola, era hija d e u n m i n e r o c h i h u a h u e n s e q u e había h e c h o dinero y emigrado a San Luis. Por eso se había extrañado y molestado de verse convertida en la "novia muy pobre" de Ramón, cuando la verdad era otra: el pobre era Ramón. ¿Por qué lo hizo? N o por molestarla, evidentemente; era todo un caballero, la quería bien y hasta se sentía culpable de haberla ilusionado. Tampoco por salir del paso en una rima difícil: le en­ cantaba darse el lujo de resolverlas c o n gracia inusitada. Tenía q u e haber m á s , u n a verdad profunda detrás d e esa mentira biográfica (que biográficamente era u n problema : ella se iba a molestar). S e g ú n m e parece finalmente, la umea explicación posible del adjetivo "pobre" es que lo exige internamente el poema, que es el discurso de una mala conciencia trepadora. López Velarde invierte la situación real, y n o para hacerla encajar e n el mito romántico, donde encaja perfectamente (ella una joven de buena familia, él u n joven trovador que todavía n o tiene nada que ofrecerle), sino para invertir el mito (ella n o tiene nada que ofrecerle, el joven trovador aspira a más). Esta inversión expresa u n a conciencia m o d e r n a : una autocrítica d e l trova­ dor/trepador. Isolda n o es la prometida del rey, inalcanzable para el trovador: es la prometida del trovador que le impide ser rey. Tristán se identifica c o n ella c o m o víctima, y Hora, pero n o se engaña: él mismo es el verdugo que separa a la pareja. La supuesta pobreza de María está exigida por la inversión del mito. Es congruente con el resto del poema, donde María es la víctima de u n abandono, que suscita sentimientos de culpa. El problema de López Velarde es que n o puede asumir la figura de los antiguos trovadores: está corroído "por el hábito del análisis", tiene una lucidez cruel que le impide engañarse. N o puede culpar a Dios, el destino, la sociedad, del N o que impide la pareja. N o puede decir: me voy a conquistar el mundo para merecerte, me voy a destruir las barreras que nos separan, porque sabe que no es cierto. Por eso invierte la realidad y el mito romántico. La pobre de María lo es como la parte mutilada de una pareja posi­ ble, como la parte que se queda, en vez de ir a su plenitud. Nada externo impedía la pareja, sino las ambiciones del joven provinciano: los silbatos febriles del progreso, las campanadas centrífugas que lo llamaban a la capital. Y ¿qué noviazgo pued e ser duradero entre esos pérfidos silbatos? ¿Quién, que pued a escribir como nadie, va a dejar que se le vaya el tren, para que­ darse a departir con ella, bajo la limpidez glacial de cada estrella? El patetismo del poema está en los sentimientos de culpa que nos hace compartir, hoy que parece u n derecho (y hasta u n deber) la más alta realización de uno, a costa de quien sea. Nos identificamos con el personaje que va en el tren del progreso con la cara vuelta hacia atrás: llorando todo l o q u e d e j ó , p e r o sin e n g a ñ a r s e , sabiéndose el verdugo de aquella señorita que se quedó soltera. Alien W. Philips (Ramón López Velarde, el poeta y el prosista, INBA, 1962) ha señalado la afinidad de "No me condenes" con "Mi pecado". En apoyo de esta observación (aunque María n o fue la s e g u n d a hija d e u n notario), habría q u e señalar n o s ó l o la vehemencia autocrítica de ambos textos, sino la forma de tratar el mal y la mala conciencia: Por zurdo cálculo me acerqué a la segunda de las hijas de aquel notario. Desde la siniestra imparcialidad con que estoy mirándola, me confieso traidor, egoísta y necio. En las efemérides de mi flaqueza, es ella, en realidad, mi único pecado. La aproveché mientras duró la comodidad de mi conciencia. Al sentirme incómodo, la saqué del calor de mis entrañas y la solté sobre el invierno. Casi no se quejó. Lancé su corazón con la ceguera desalmada con que los niños lanzan el trompo. Hoy, castigándome la cuerda los dedos, la dignidad de su martirio me echa en cara la más hueca de mis faltas. Me faltó personalidad. De la interferencia de nuestras vidas, salí des­ honrado. A partir de entonces hay alguien que puede hablarme de arriba a abajo. En el sol y en las estrellas he indagado por una reparación, no ante ella, que quizá me despreciaría, sino ante mí mismo. Mas la noche y el día me esconden el emblema de la expiación. Viejo pecado, que en este instante rezarás o coserás: si eres expiable, te ofrezco mi voluntad de permanecer inferior a ti. Quiero hablarte siempre desde abajo. Mi iniquidad rayó tu horóscopo diamantino con una estría de duelo. Viejo pecado, que en este instante cantaras dentro del vaho de la tarde lluviosa: conserva en rehenes mi deshonor. En ambos textos hay una confesión, no a ella sino, digamos, al público, que se interrumpe en u n final patético dirigido a ella. En ambos, hay una mala conciencia que resulta doble: la primaria, que pudiéramos llamar autobiográfica, y otra que surge frente a la primera y q u e p u d i é r a m o s llamar p o é t i c a . Pero n o se trata simplemente de que en la primera parte hable una conciencia y e n la segunda otra. Las dos están presentes de principio a fin de los textos, aunque en la primera parte contraponen y en la segun­ da suman sus presencias. En el poema, contrasta el patetismo del culpable c o n la gra­ tuidad y aun banalidad del mal: él la abandona, aunque "no hubo entre nosotros ni sombra de disturbio". En el prosema, él la contempla desde una "siniestra imparcialidad". Q u e la impar­ cialidad sea siniestra parece extraño; también que el abandono carezca de motivo y sin embargo estremezca. (Sin hablar de lo más extraño para una conciencia convencional: él se siente culpabilísimo por haberla ilusionado, en una relación q u e n o pasó del noviazgo respetuoso.) E n la primera parte del p o e m a , la c o n f e s i ó n tiene cierto regodeo de D o n J u a n situado en la superioridad del espacio y el t i e m p o : h a b l a d e s d e la c a p i t a l ("tierra a d e n t r o " ) , c o m o el superviviente ("Llamábase", "vivía") de una aventura provinciana, quizá ante otros c o m p a ñ e r o s d e c o p a s , c o n u n dejo burlón (noviazgo entre campanadas y silbatos) y folklórico (el gendarme; se veían, naturalmente, ventana de por medio). Pero la voz se quiebra. Habla de pronto para sí misma y luego ante la pobre que se quedó escuchando los silbatos del tren que n o tomó. La segunda mala conciencia está implícita e n el tono d e la confesión. Pinta a la primera c o m o diciéndole e n el confesio­ nario: Hijo, ¿vienes a confesarte o vienes a presumir? Es la mala conciencia de tematizar la mala conciencia. Hasta e n esta confe­ sión de abandono, la abandonas: la sacrificas nuevamente a tu vocación de escribir, la conviertes en materia prima d e u n poema, k rif*ÍQK a l l á f p n r m t i y í i H a nsirsi «,ipinrir#* r*onv#*f*t'írla f*n nHi^fo Hablas de ella como si hubiera muerto, como si estuviera e n el limbo y, sin embargo, en el momento de escribir el poema (191©, ella tenía veinte años o p o c o m á s , estaba a u n o s cientos d e kilómetros, tocaba el piano, cantaba, pintaba, tenía unos ojos preciosos, contestaba todas tus cartas y estaba puestísima: le hubiera encantado ser la señora López Velarde. Por eso es siniestra la "imparcialidad con c|ue estoy mirándola". LLS como ta imparciaiiuaa ue u n roiograro que lemauza su naurra­ gio, y pasa a la inmortalidad, fotografiando la mano que n o alcan­ zó a subir al bote, mientras él ocupaba las suyas e n fotografiarla. E n " A l g o sobre la muerte del mayor Sabines", d e s p u é s de escribir: De las nueve de la noche en adelante, viendo la televisión y conversando estoy esperando la muerte de mi padre. J a i m e S a b i n e s i n t r o d u c e u n a s e g u n d a v o z q u e d i c e entre paréntesis: (Me avergüenzo de mí hasta los pelos por tratar de escribir estas cosas. ¡Maldito el que crea que esto es un poema!) Este quiebre de voz n o es tan explícito en López Velarde, pero convierte e n tema el mismo malestar: el malestar de convertir al otro e n tema, c o n siniestra imparcialidad. En el poema de Sabi­ nes, la segujida conciencia entra como u n aparte teatral que se dirige al público. En los textos de López Velarde, el quiebre de­ semboca e n hablarle de tú al tema, c o m o si así fuera posible negar que ella está ahora convertida en objeto» Pero n o se enga­ ña. Sabe que el texto n o repara el daño: lo perpetúa. La mala conciencia poética se suma a la mala conciencia biográfica, en vez de darle la absolución. Dirigiéndose a la víctima, acusándose, las dos malas conciencias entran e n resonancia patética y se runden, como en u n gran final de violín y piano. Hay una solución parecida en el tema de los ojos, que volvió memorable el segundo alejandrino: ojos inusitados de sulfato de cobre Alfonso Méndez Planearte (El Universal, 14 III 49) señaló la fuente en Amado Ñervo (el primer verso del poema "Dominio", del libro Serenidad, 1914): Unos ojos verdes, color de sulfato de cobre; unos rizos rubios, de pálido sol boreal. (Por cierto que María, según me dice el padre Peñalosa, era blanca pero n o rubia, de pelo castaño oscuro, muy rizado.) Pero hay que hacer una referencia erudita para recordar estos versos, seguramente leídos por López Velarde: n o están en la memoria de nadie, como los ojos de María. El primero, en particular, n o tiene la redondez prosódica del alejandrino, y se toma quince sílabas para decir mucho menos que López Velarde en catorce. Éste suprime Unos, verdes, color (el 40% de las sñabas) a cambio de un adjetivo (inusitados) que lo cambia todo. Unos ojos verdes, color de sulfato de cobre ojos inusitados de sulfato de cobre A u n q u e e n e m i g o de explicar sus p r o c e d i m i e n t o s , L ó p e z Velarde dejó d i c h o c ó m o p o d í a pasarse m u c h o t i e m p o b u s ­ c a n d o u n adjetivo, guardar el p o e m a c o m o u n crucigrama n o resuelto, dejar e n blanco el espacio para el adjetivo q u e buscaba. Así descubrió la gota categórica, que n o s ó l o c a e c o n perfección prosódica gota go ta te o a y exactitud perfecta, sino c o n p e r f e c c i ó n y exactitud c a t e ­ góricas: n o p u e d e haber otro adjetivo p o s i b l e . La belleza es d o b l e : h a c e entrar e n resonancia la referencia a la gota q u e c a e y la autorreferencia al adjetivo q u e c a e c o n u n a música y exactitud q u e reproducen la g o t a . El adjetivo inusitados tiene esa triple perfección. Suena m u y b i e n , es m u y e x a c t o , pero a d e m á s : a) es inusitado, b ) se refiere a u n o s ojos d e color inusitado c) y también a una forma inusitada de llamar a ese color (sul­ fato d e c o b r e ) . Es decir: el adjetivo inusitados adjetiva u n o s ojos (diga­ m o s biográficos, b ) ; adjetiva la c o n c i e n c i a ( d i g a m o s p o é t i c a , c) d e tematizarlos; y e n el m i s m o a c t o adjetiva su p r o p i o acto d e presencia (es autorreferente, a ) . H a c e entrar t o d o e n resonancia: las sílabas resonantes, la exactitud, la c o n c i e n ­ cia de esa exactitud. Y c o m o se refiere a u n o s ojos q u e e n a ­ m o r a n y j u z g a n , lo q u e se q u e d a e n la m e m o r i a , d e s p u é s del patetismo, s o n esos ojos del a m o r i m p o s i b l e . NOTAS Luis Noyola Vázquez nació el 24 de agosto de 1916 en San Luis Potosí. Estudio en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Universidad Nacional Qeyes, como su padre, que rué compañero de López Velarde; y como su abuelo, compañero de Othón). Fue funcionario público de su estado (1939-1944). Fundó y dirigió la revista Letras Potasinas (1942-1945)- Desde 1950, es profesor de literatura. Publicó Cancel (poemas, 1946); Fuentes de Fuensanta, la ascesión de López Velarde (1947, con prólogo de Enrique González Martínez; segunda edición aumentada, 1971; tercera, Departamento de Bellas Artes del Gobierno del Estado de Jalisco, 1975; cuarta, aunque dice tercera, corregida y aumentada, Fondo de Cultura Económica, 1988); Los cauces poéticos de Manuel José Othón (1958 y 1962). Tiene inéditos Periplo intimo (sonetos), Ensayo biográfico de don Luis de la Rosa. Una centuria de política internacional de Mé Estudio critico sobre Concha Urquiza, Historia crítica de la literatura mexica recopilación de sus ensayos en Letras Potasinas. Joaquín Antonio Peñalosa nació el 16 de agosto de 1923 en San Luis Potosí, donde fue ordenado sacerdote en 1947 y fundó el Hogar del Niño (que sigue a su cargo). Publicó la revista Estilo (1945-1959)- Renovó la poesía católica con Ejercicios para ¡as bestezuelas de Dios (1959) y otros libros recogidos en Un minuto de silencio (1966). Escribió el libreto de la última obra de Miguel Bemal Jiménez ("La Pastorela", poema sinfónico, con ballet y poesía coral, sin estrenar). Doctorado en letras por la UNAM y académico de la lengua, ha sido sumamente productivo como investigador. Le debemos un cuaderno inédito de poemas adolescentes de Manuel José Othón (Ensayas poéticos), así como la mejor edición de su Poesía completa (Editorial Jus, 1974); además del estudio José Manuel Othón, novelista olvidado. Editó el Epistolario de Ipandro Acaico y el Epistolario de Joaquín Arcadio Pagaza. También ha publicado libros sobre los poetas Ignacio Montes de Oca, Ambrosio Ramírez, Francisco González Bocanegra, Diego José Abad y Luis de Mendizábal; Entraña poética del himno nacional, analizado como poema; dos interesantes libros socio-literario-religiosos, Vocabulario y refranero religioso de México, Cien mexicanos y Dios. Compiló par Editorial Jus Flor y canto de poesía guadalupana, la mejor y más completa antología sobre el tema, en cuatro volúmenes. Vida, pasión y muerte del mexicano, que resultó un best seller (1973, con docenas de reediciones) y sus artículos periodísticos le han dado un público nacional, insólito para un poeta que tuvo la audacia de no irse a la capital. L Ó P E Z V E L A R D E CIVILISTA 1. UNA DECLARACIÓN DESCONOCIDA No estoy capacitado para juzgar si nos conviene entrar a la guerra. Pero abrigo la convicción de que nuestro partido debe ser el de los Aliados. Porque con ellos tenemos casi todos nuestros vínculos morales, mentales y materiales. Si alguno de estos vínculos nos pesa demasiado, paréceme que vale más buscarle nivel que pretender cortarlo con una tijera imposible. Trasladada la cuestión de lo patriótico a lo humano, yo veré en la victoria de los Aliados, en la cual creo, un paso más en la lucha desigual contra las potestades impersonales y grises de lo feo, de lo beodo y de lo malo. No puedo adherirme al proyecto de convertir el misterio de cada hombre en un alma recluta, aséptica, patentada, registrada y homicida. La declaración anterior apareció en El Universal del 20 de junio de 1917 y no estaba en las Obras áe López Velarde. Fue entregada para una encuesta, a la cual respondieron 24 personalidades del mundo cultural. Apareció c o n una errata: becio, que tomo por beociOy aunque puede ser necio. Está presentada c o n estas pala­ bras: El delicado poeta autor de "Sangre Devota", y que tiene en sus miradas el espejismo de las provincias, me dio por escrito sus opiniones, que son las siguientes. López veiarae e s c r i D i o m u c n o a e poiiuca i,en promedio, u n artículo por semana) entre octubre de 1909 y febrero de 1913: desde que aparece el Apóstol de la democracia hasta que muere asesinado. Después de este ciclo maderista, que va de sus 21 a sus 25 años, abandona la pluma política hasta 1917, cuando responde a dos encuestas sobre la G r a n Guerra: en Pegaso (semanario cultural dirigido por Enrique González Martínez, Efrén Rebolledo y él) y en El Universal, que toma la idea del semanario y la vuelve agresiva. En Pegaso, López Velarde se burla del "protestantismo carnavalesco del kaiser en pugna c o n el pazguato y pedestremente p e d a g ó g i c o d e W i l s o n " (12 I V 17, Obras 475). P e r o n o se pronuncia por que México tome el parado de los Aliados, como lo hará e n El Universal, dos m e s e s d e s p u é s . Esta d e c l a r a c i ó n , contraria a la política del gobierno de Carranza, para el cual trabajó, n o es fácil de entender. Lo que sigue es u n intento de recons­ trucción de los hechos. 2. El Universal: CIVILES CONTRA EL MILITARISMO E n agosto de 1917, e n Madrid, Alfonso Reyes escribió u n ar­ tículo para el Bulletin de VAmerique Latine de París: "La intelec­ tualidad mexicana y la guerra europea". Se q u e d ó inédito e n español, hasta que en 1958 lo incluyó en las Páginas adicionales de sus Obras completas (VII476-478). El primer párrafo dice: El Universal, diario de México, publica en su número del 20 de junio de 1917 las opiniones de los intelectuales mexicanos sobre la conveniencia de que México intervenca en la guerra europea. Todas las opiniones se inclinan en favor de los Aliados. Reyes menciona al "joven poeta" Ramón López Velarde entre los entrevistados cuyas declaraciones n o comenta. Y hasta lo critica (como a otros), sin mencionarlo, en estas líneas: Algunos, hipnotizados por lo apremiante del actual problema mexicano, procuran dar a sus juicios cierta apariencia de frialdad, y parecen inferir su actitud, favorable a los Aliados, de consideraciones meramente interame­ ricanas. Pero en el fondo, a la mayoría, y a los jóvenes sobre todo, los inspira un desinteresado amor a Francia. Busqué El Universal y encontré la encuesta, que era todo u n campanazo, evidentemente preparado. O c u p a íntegramente la primera plana (y casi toda la tercera), con u n titular a ocho colum­ ñas en color (amarillo, naturalmente) y enmarcado: "Conviene a los intereses de México romper sus relaciones c o n Alemania." Luego, también a ocho columnas: "Los literatos, filósofos, artistas y periodistas mexicanos hablan e n contra de la neutralidad." Conviene recordar que, hasta principios de 1917, los Estados Unidos se habían mantenido oficialmente neutrales en la guerra europea, aunque simpatizaban con los Aliados; y que el imperio alemán trató de prolongar esa neutralidad c o n una distracción: embrollando el conflicto con México, también neutral, y entonces humillado por la expedición punitiva del general Pershing. Arthur Z i m m e r m a n , secretario d e n e g o c i o s extranjeros d e l kaiser Guillermo II, hizo a México una oferta sensacional: ayudarle a recuperar por las armas los territorios perdidos de Texas, Nuevo México y Arizona. Pero el telegrama de Zimmerman, interceptado por los ingleses, resultó contraproducente: sirvió para que los Aliados convencieran al presidente Wilson de intervenir a su favor. Lo cual tuvo el efecto previsto por los alemanes, e n sentido contrario: Wilson evitó la distracción, llevándose a Pershing para encabezar ahora la expedición, contra Alemania, reconoció de jure al gobierno de Carranza G o había reconocido de Jactó) y le consiguió u n crédito de 250 millones de dólares. A pesar de lo cuai, carranza se negó a romper ía neutraiiaaa. Según Friedrich Katz (La guerra secreta en México, Era, 1982, 2, pp. 220-224), Carranza temía que alinearse con los Aliados diera pie a una conspiración militar e n su contra, apoyada por los alemanes y el resentimiento p o p u l a r contra la intervención n o r t e a m e r i c a n a . Los carrancistas e s t a b a n d i v i d i d o s entre germanófílos (los generales Calles, Diéguez y Murguía), aliadófilos (el general Pablo G o n z á l e z ) y neutrales (el general O b r e g ó n , aunque la embajada alemana lo consideraba germanófilo). Tanto A l e m a n i a c o m o los A l i a d o s t e n í a n fuertes p r e s u p u e s t o s d e propaganda en México (pp. 134-154). La guerra de papel llegó al extremo de que Cananza mandó una circular a los periódicos para que n o atacaran a los países c o n los cuales M é x i c o mantenía relaciones amistosas. Esto quiere decir que López Velarde, como casi todos los entre­ vistados, hizo declaraciones contrarias a la política oficial. Lo cual se siente en el tono de muchas respuestas, que empiezan por carraspeos nerviosos. Antonio Caso, por ejemplo, dice n o tener datos suficientes para dar u n juicio; q u e el p r o b l e m a d e b e "meditarse teniendo en consideración datos que solamente puede conocer el gobierno de la república." Y así, con titubeos, porque se están metiendo con los generales (cuando los generales domi­ naban la vida nacional), se expresan Luis Alva, Rafael Cabrera, Rubén M. Campos, Antonio Caso, Luis Castillo Ledón, Arturo Cis­ neros, J o s é Coéllar, Luis Coyula, Alfonso Cravioto, Marcelino Dávalos, Arnulfo Domínguez Bello, Jorge Enciso, Enrique Fernán­ dez Granados, José D . Frías, Luis González Obregón, Carlos G o n ­ zález Peña, Saturnino Herrán, Rafael López, Ramón López Velarde, Manuel Mestre Ghigliazza, Efrén Rebolledo, Manuel G . Revilla, Hipólito Seijas, Julio Torri. Curiosamente, no figura Enrique G o n ­ zález Martínez, principal codirector de la revista Pegaso. La encuesta tiene algo de confesión arrancada y hasta manipu­ lada, porque, si bien es cierto que prácticamente todos están a favor de los Aliados, no es cierto que todos estén a favor de rom­ per con Alemania, como El Universal quería que declararan, y lo anuncia el encabezado amarillo. ¿Cómo explicar esta audacia de El Universal, que acababa de fundar Félix F. Palavicini, hasta ocho meses antes ministro de instrucción pública y bellas artes de Carranza? El campanazo de B Universal n o tuvo efecto en la política exte­ rior, y sirvió más bien para que lo acusaran de vendido a Washing­ ton. Mi curiosidad inicial (por u n texto desconocido de López Velarde; por u n posible alfilerazo de Reyes, que se anticipa al de López Velarde; por una disidencia de López Velarde c o n el régimen para el cual trabajó) me llevó a otra. ¿A qué jugaba El Universal ? Así descubrí u n personaje interesantísimo, p o c o valorado, porque en la historia de la cultura no suele reconocerse el papel de los empresarios culturales. El ingeniero Félix F. [Fulgencio] Palavicini, cuyos editoriales radiofónicos alcancé a escuchar de niño en Monterrey ("Hasta aquí hoy. Continuaré mañana. ) , nació en l e a p a , Tabasco, el 31 de marzo de 1881 y murió en la ciudad de México en 1952. Hijo de v i u d a , trabajó c o m o carpintero. S a c ó el título d e i n g e n i e r o topógrafo en Villahermosa, donde fundó su primer periódico: El Precursor. En México, fue profesor de trabajos manuales en la escuela anexa a la Normal, después comisionado por Justo Sierra para estudiar la enseñanza técnica en el extranjero (1907) y por eso autor de Las escuelas técnicas en Francia, Bélgica, Suiza, Italia y Japón. Fundó El Partido Republicano (1908), periódico q u e c o m b a t e la r e e l e c c i ó n . F u e s e c r e t a r i o d e l C e n t r o Antirreeleccionista (1909), acompañó a Madero en su primera jira y d i r i g i ó El Antirreeleccionista, después de Vasconcelos, c o n v i r t i é n d o l o e n diario. ( N o t e n g o m a y o r e s datos d e esta s u c e s i ó n , q u e p u e d e estar e n el o r i g e n d e las diatribas de Vasconcelos contra Palavicini, seguramente exacerbadas porque los dos fueron ministros de instrucción pública al mismo tiempo: u n o del presidente Venustiano Carranza y otro del presidente Eulalio Gutiérrez; y porque Palavicini promovió la autonomía universitaria, que no logró, y la devolución de la educación públi­ ca a los ayuntamientos, suprimiendo el ministerio central, que luego Vasconcelos restauró.) A l triunfo de la revolución, fue diputado por Tabasco (feroz, según López Velarde q u e , a propósito del temblor del 19 de noviembre de 1912, escribió que "Hasta los partidarios del feroz guülotinador Palavicini sentían derretírseles el corazón"). Sus prin­ cipales iniciativas como diputado fueron laborales: pagos en efec­ tivo y supresión de tiendas de raya, reconocimiento de sindicatos, protección del trabajo de menores y mujeres. Estuvo en la cárcel con toda la legislatura rebelde a Huerta. Apoyó el movimiento de Carranza y fue su ministro de instrucción pública y bellas artes del 25 de agosto de 1914 al 26 de septiembre de 1916, cuando renun­ ció para fundar El Universal, el I de octubre. (En el ministerio reclutó a Cravioto, que a su vez reclutó a López Velarde.) En su carta de renuncia habla de separarse para servir mejor a la causa, "pudiendo asegurarle que continúo al servicio político de usted". Y en el editorial del primer número habla de ser "adicto a los más radicales principios revolucionarios", pero de quererlos o consolidados "en el orden legal. Para colaborar en la obra recons­ tructora se necesita prensa amiga, pero prensa libre; a medida que la organización política se completa, la prensa libre urge. [...] El programa de El Universal es el programa de la Revolución. Mi pluma es amiga, pero no esclava." Se diría q u e el proyecto d e Palavicini era reemplazar El Imparcial, primer gran diario industrial de México, que llegó a tirar 90,000 ejemplares, con la bendición y los subsidios de Porfirio Díaz. Al triunfo de Madero, dejó de ser gobiernista: se volvió de oposición; y, aunque el gobierno lo compró (literalmente), man­ tuvo su línea crítica, asombrosamente respetada por Madero. Pero Carranza fue menos tolerante: lo suprimió y usó las instalaciones para editar El Liberal. Órgano de la Revolución Constitucionalista, con los aburridos resultados de esperarse en un órgano oficial. O sea que el campo estaba libre para un gran periodista que simpa­ tizara con el gobierno, pero buscara ante todo el gran público, y así su propia base de poder. Así arrancó El Universal, y si ahora nos sorprende que unos cuantos meses después organizara una campaña contra una posi­ ción presidencial, es porque ya n o existe el espíritu parlamentario de aquellos años. Nada menos que el presidente del senado (nada menos que el doctor y general Rafael Cepeda, el gobernador de San Luis, tan atacado por López Velarde), que combatió a las órde­ nes de Madero y luego de Carranza, se declaró en contra de la política de Carranza: " Y o creo que debemos olvidarnos de los recientes acontecimientos tenidos c o n los Estados Unidos [¡la expedición punitiva, la ocupación de Veracruz!], y pensar seria­ mente que la salvación de nuestro país depende exclusivamente de unirnos a los Aliados." (El Universal 21 V I 17). ¡Increíble! U n presidente del senado que se atreve a opinar en contra del Señor Presidente. U n senado cuyas cumies no son eco reiterativo de la silla presidencial. Cepeda fue constituyente y, como se sabe, el congreso que dio origen a la Constitución de 1917 fue realmente parlamentario: la realización simbólica de lo que n o pudo ser la Suprema Convención revolucionaria (también convocada por Carranza), que fue una especie de congreso armado, con las consecuencias previsibles. Palavicini fue miembro del congreso constituyente de 1917, lo cual parece decisivo para su renuncia como ministro, presentada días después de la convocatoria a elecciones para el congreso, que g a n ó e n el quinto distrito (contra dos militares). N o porque l a renuncia fuera necesaria para presentar su candidatura (Alfonso C r a v i o t o , el subsecretario q u e t o m ó su l u g a r , t a m b i é n f u e constituyente), ni porque el ministerio fuera a desaparecer; sino porque deja la impresión de querer actuar por su cuenta, de tener fe en las vías parlamentarias, e n las cuales situaba la prensa. Sólo así se explica u n ministro que promueve la desaparición d e su propio ministerio (aprobada por los constituyentes en el artículo transitorio 14 de la Constitución) y la autonomía de la Universidad Nacional (que n o se aprobó). Alguna vez (11 VIII 17), su propio periódico lo presentó en estos términos: "El ingeniero Palavicini fue Ministro de Instrucción Pública en el gabinete revolucionario de don Venustiano Carranza, durante el período preconstitucional; fue más tarde miembro del Congreso Constituyente de Querétaro y, al fundar su gran diario, ha e n c a b e z a d o una organización política civilista que ha tenido el valor de enfrentarse con el na­ ciente militarismo en la última contienda civil de M é x i c o . " Esa "organización política civilista" era El Universal. Así se explica porqué organizó la encuesta respondida por López Velarde: Palavicini se veía como una especie de ministro de instrucción pública y bellas artes por su cuenta, e n las páginas de El Universal; como una especie de constituyente de la sociedad civil frente a la militar. Había que estar en contra del militarismo alemán, contra la tentación de una alianza germanomexicana que consolidara el incipiente militarismo mexicano. Había que estar, como dijo López Velarde, contra el "proyecto de convertir el mis­ terio de cada hombre en un alma recluta, aséptica, patentada, registrada y homicida." El civilismo de Palavicini, su militancia por una sociedad abierta, su fe e n la imprenta y en la vida pública, se manifestó de muchas maneras. El Universal puso su rotativa a la vista del público, para que verificara el tiraje, cosa que nunca se había hecho, ni se ha vuelto a hacer. Al cía siguiente de salir, anunció 63,000 ejemplares. T a m b i é n p u s o a la vista los c a b l e s de todo el m u n d o , que entonces eran u n servicio desconocido y costosísimo, para que se verificara el contenido. Otra novedad fue convertir el diario en u n órgano de difusión cultural, e n el cual colaboraban constante­ mente distinguidos escritores de M é x i c o y el extranjero. (La encuesta fue precedida por una plana del 9 de junio, encabezada a oche columnas por u n artículo de Leopoldo Lugones: "La neutra­ lidad imposible".) Hubo también planas temáticas: el martes de los obieros, el miércoles deportivo, los jueves femeniles, los sábados universitarios. (Esta última, a cargo de Daniel Cosío Villegas, que empieza a colaborar con Palavicini a los 19 años, en 1917: el año en que se le ocurre ¿por casualidad? estudiar como Palavicini para ingeniero topógrafo.) N o andaba descaminado Rubén M. Campos, en su columna dominical, cuando comparó El Universal con El Renacimiento: "Al triunfo de la república en 1867, Altamirano inició u n renacimiento literario que produjo una literatura nueva para aque l tiempo y para aquel medio. Nuestro renacimiento es impersonal. Lo inicia u n diario abriendo sus páginas a toda producción mexicana, con tal que sea bella." (5 VII 17). Quiso decir: nuestro Renacimiento es industrial. Pero, según Katz (2, pp. 146-147, 153, 224), el secretario de g o ­ bernación (Manuel Aguirre Berlanga) era m u y germanófilo: difundía diariamente en sus boletines de prensa las opiniones favorables a los alemanes; y, para acabar con las hazañas de Palavicini, lo sacó del país. Esto explica que El Universal, a pesar del éxito que tenía, cambiara d e dueños. Diez años después, Palavicini v i v i ó la misma e x p e r i e n c i a : f u n d ó la revista El Pensamiento, cuyos artículos le valieron el destierro a La Habana. D e 1938 a 1942 fue embajador e n Argentina. Fundó también El Universal Ilustrado, El Universal Gráfico, Todo, El Día (no el ac­ tual). Escribió también Diez civiles notables de nuestra historia, Los diputados, El congreso constituyente, Historia de la consti­ tución de 1917, La democracia victoriosa, Pro-Patria, Problemas de educación, La patria por la escuela, Grandes de México, La estética de la tragedia mexicana, Lo que vi, Mi vida revolu­ cionaria, Palabras exotéricas, Epistolario de amor, y las novelas Los irredentos, Castigo. Dirigió la obra México. Historia de su evolución constructiva. Fundó, c o n otros, la Casa de Salud del Periodista. 3. UNA ENTREVISTA A JULIO TORRI Muchas otras declaraciones de la encuesta carecen de interés. Pero hay que reproducir cuando menos las de Torri, porque son suyas y no se conocen, y porque resulta divertido el mimetismo del entrevistador, que se las da de listo, construye párrafos de unas cuantas palabras y hasta una frase irónica torriana, que le sale bien ("Había un ambiente de frialdad"). También porque Reyes les da importancia, contraponiéndolas a la de Caso: "Adviértase, en la opinión de Caso -francófilo de corazón, que alguna vez nos decía que en México se debiera alzar un monumento a la cultura fran­ c e s a - ese primer movimiento de reserva propio del hombre acos­ tumbrado a considerar el pro y el contra de las cuestiones. Y adviértase, en Torri, la decisión rápida y certera del artista que vive en contacto con las realidades inmediatas." Estaba tomándose un vaso con nieve. Entre la garrulería de meseras y dientes, me acerqué a su mesa. ..Había un ambiente de maldad. Julio Torri, pausadamente, se llevaba la cucharilla a los labios y con fruidón absorbía su contenido. Torri es un literato dedicado a buscar en las fuentes de los clásicos. Recordamos sus conferendas sobre Cervantes y el TanMusser. Nos saludamos cordialmente. —¿Gusta nieve? —Muchas gracias. Dígame, ¿sería ventajoso para México el entrar a la guerra europea? —Hombre, no le puedo contestar. — ¿Es usted aliadófilo? —Ultra-aliadófflo. —¿Usted quisiera que México fuera aliadófilo? —Cuanto antes. —..Y usted cree que México debe entrar a la guerra? —Inmediatamente. Ahí está el caso de Grecia y los resultados de una política vacilante. Eso no nos conviene. Además, el ingreso de México a la guerra está muy ligado con nuestra política que seguimos con los Estados Unidos. Nosotros, si queremos llevar una política hostil, debemos prepa­ rarnos para la guerra, lo cual no nos conviene por ningún motivo, o cuando menos, seguir una política digna, pero amistosa. Todas las razones de conveniencia están del lado de los aliados, aparte de las razones morales. —¿Quiere usted mucho a Francia? —Y a Bélgica, porque se encuentran a la cabeza de la raza latina. De esta manera pude extraer sus declaraciones al literato Julio Torri, mientras se quedaba muy confiado con su vaso de nieve, creyendo que no me había dado cuenta de sus vehementes apreciaciones. Así eran ya los periodistas: muy listos. Había llegado la moder­ nidad del medio que mediatiza, del medio que es el verdadero mensaje, muy supenor al entrevistado, con el cual se autorretrato al tú por tú, extrayéndole declaraciones que ni se imagina que está h a c i e n d o . C o n u n sentimiento d e poder que se e x h i b e . C o n titulares que sirven para dar el campanazo, y decir lo que quiere el periódico más que los entrevistados. Había llegado la prensa moderna, y había q u e pagar el financiamiento de la rotativa, aumentando la circulación. filis Hf*d?if*£ir ir»n#*c H#* T n i x i n n ^cr4Sn i w v i t i i H í i c #*n #*l níJilr\ar% , fio Ldb aeuaraciones a e íorn no están recogidas en ei uiaiogo ae los libros, compilado por Serge I. Zaítzeff, que ha venido reunien­ do también la correspondencia. En las cartas publicadas, Torri n o menciona la encuesta, pero se queja de Palavicini por algo que sucedió después. El 28 de diciembre de 1917 le anuncia a Reyes que ha "comenzado a aprender alemán [...] Creo que antes de un año leeré a Goethe de corrido: la emoción me matará de seguro." Sin embargo, ya e n 1918 aparece la traducción de Las noches florentinas de Heine en la colección Cvltvra, que él mismo dirigía en la imprenta de Loera y Chávez. En marzo de 1919, se queja amargamente con Henríquez Ureña de "muchos contratiempos. El último h a n sido u n o s ataques d e Palavicini, Rafael L ó p e z y V i l l a l p a n d o , q u e m e acusaron de recibir dinero a l e m á n por traducir Las noches florentinas. ¿Lo creerás? M e he defendido como he podido, y en el fondo, como nos pasa a todos en estos casos, h e pensado e n emigrar." (Serge I. Zaitzeff, El arte de Julio Torri, p . 144). A l parecer, Torri n o sabía l o q u e consta e n los archivos d e la cancillería a l e m a n a (Katz, 2, p . 147): q u e la embajada pagó la traducción de algunas obras de Goethe. La cosa llegó a que Torri tuvo q u e dejar las ediciones, como le dice en carta posterior (16 VIII 19» misma página): "Como me he apartado de Loera, a causa d e su cobardía cuando Palavicini y Rafael López (terribles víboras) m e injuriaron por haber publicado Las noches florentinas".,. Es decir: Palavicini trabaja por la cultura y el civilismo, y recibe la acusación de vendido al imperialismo yanqui. A su vez, Torri trabaja por la cultura y el civilismo, y es acusado por Palavicini de vendido al imperialismo alemán. En aquel México de los gene­ IT3ll^S| los OlVlllZíldOS ClVlllSt^SstS OOO.tlUXl^.l^^Hy J30JT OtXOS ITl^dlOSj sm propia guerra civil. 4. LA REPÚBLICA RESTAURADA ANTE LA GUERRA M a n u e l A g u i r r e B e r l a n g a f u e secretario d e g o b e r n a c i ó n d e Carranza del primero de mayo de 1917 hasta el desastre (21 de mayo de 1920). López Velarde trabajó con Aguirre Berlanga hasta el fin, pero ¿desde cuándo? ¿Antes o después de la declaración (20 de junio de 1917)? Para aclararlo, se m e ocurrió buscar el expe­ diente e n Gobernación, y hablando de esto con Porfirio Martínez Peñaloza resultó (¡qué pequeño es el mundo!) que su hermana lo había visto. Pero ahí terminó mi buena suerte. En 1971, trabajando e n u n proyecto de la Secretaría de Rela­ ciones Exteriores, la investigadora María Teresa Martínez Peñaloza encontró en los archivos de la Secretaría de Gobernación el nom­ bramiento de López Velarde. Por razones jurisdiccionales, el per­ sonal de Gobernación n o le permitió retener ni copiar el docu­ mento. Supuestamente, subiría toda la escala jerárquica hasta llegar al mismísimo secretario, que lo entregaría a su contraparte en Relaciones. Pero, evidentemente, se perdió e n el camino. Mario Moya r a i e n c i a recuerda con toaa c i a n a a a 10 que n i z o como secretario de gobernación para celebrar el cincuentenario de López Velarde en 1971, y nunca supo del hallazgo. M e habló, por cierto, de una interesantísima entrevista de la Hora Nacional a la secretaria d e Aguirre Berlanga, que también atendía a López Velarde (el cual ocupaba una sala de juntas, cuando n o había juntas, muy cerca del ministro). La busqué inútilmente: todas las grabaciones de 1971 ftieron borradas, como tantas otras cosas de la memoria nacional. Según Marta Teresa Martínez Peñaloza, el nombramiento (como era c o m ú n , antes de que existiera formalmente el puesto d e asesor) era ínfimo: sin correspondencia con la realidad. N o recuer­ da la fecha, que sería útil para acabar de entender la posición de López Velarde. Si ya estaba en Gobernación cuando se pronunció, fue una audacia que le perdonaron. Si entró a Gobernación poco después d e pronunciarse, parecería q u e Aguirre Berlanga lo hubiese llamado para darle algo y callarlo. Pero n o hubo tal, como descubrí después. Eduardo Correa, el 25 de abril de 1916, en un pasaje de su diario, acusa de egoísta y convenenciero a López Velarde, por n o recurrir a "su influencia c o n el Lic. Aguirre Berfanga" en favor de "mi injustamente per­ seguido amigo, y se negó a ello por no aparecer como sospechoso ante la Revolución, patrocinando a u n individuo tenido c o m o 'reaccionario', aunque no lo sea." (Ramón López Velarde, Corres­ 1905­ pondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juveniles 1913, edición de Guillermo Sheridan, Fondo de Cultura Econó­ mica, 1991, p. 38). Eso quiere decir que López Velarde ya estaba c o n Aguirre Berlanga (que era germanófilo) un año antes de la declaración en favor de los Aliados. Lo cual habla bien de López Velarde, al mismo tiempo que refleja la situación general del país. En 1917, el presidente del senado, el director del periódico, el abogado consultor del ministro de gobernación, se sentían más libres que hoy para llevarle la contraria al presidente de la república, públicamente. D o s años antes, en la Convención, hasta se había decretado (fugazmente) el régimen parlamentario. C o n el derrum­ be del porfiriato, con la libertad que dio Madero, con el ambiente de la Convención, el presidencialismo estaba en su punto más bajo. fTVTTfCTA lT<*»DU"7 A J t r E J u VRI \ C U \ At \BUnCR- VALVIJLISIA Los civilistas c o m o López Velarde y Palavicini querían que el triunfo armado sobre Huerta restaurara la república maderista: el poder civil. Veían c o n desconfianza la autonomía de los jefes políticos armados, como Obregón, Villa y Zapata, e n lo cual coin­ cidían plenamente con. Carranza. Por lo mismo (a diferencia de Carranza) condenaban el militarismo alemán: lo veían como una peligrosa inspiración para el militarismo mexicano. Esa temida inspiración está por estudiarse. En marzo de 1920, se da el primer golpe militar contra la república de Weimar, fundada en la Constitución de 1919. Unas semanas después, en abril de 1920, se da el golpe militar contra el gobierno de Carranza, fun­ dado en la Constitución de 1917. En Alemania, prospera la cultura nacional socialista. En México, la cultura nacional revolucionaria. LÓPEZ VELARDE REACCIONARIO 1. LECTURAS JUDICIALES No le ha faltado buena prensa a López Velarde y, quizá por eso, en plena celebración del cincuentenario de su muerte, hubo quien lo pusiera en su lugar: López Velarde, escritor de "corazón retrógrado", militante del partido católico representó el papel encomendado a los candorosos Creyó en Madero y en la revolución democrático-burguesa, porque creía que el problema de México era solamente político y moral, y que el día en que se respetara en el país el sufragio acabarían nuestras desgracias. No entendió a Zapata, ni a Villa, ni al "populacho" que exigía reivindicaciones básicas, porque no figuraba entre sus ideas la noción de que, para que exista un auténtico proceso revolucionario, es preciso que los medios de producción pasen de los explotadores a los explotados. (Emmanuel Carballo, "¿Revolucionario o reaccionario?", Excélsior 18 II 71; reproducido en el Calendario de Ramón López Velarde XI71). Era llamar a cuentas el honor del poeta en el santoral revolucio­ nario, no porque su vida o su obra hubiesen cambiado, sino por­ que en 1968 cambiaron los modelos de santidad Y a no era chic decir qu e la Revolución mexicana se había anticipado a la rusa, s i n o q u e estaba retrasada c o n r e s p e c t o a la c u b a n a . U n gesticulador, que hablaba c o m o si fuera u n estudiante del 68, había subido a la presidencia. Todavía no llegaban los halcones del 10 de junio de 1971. Eran los nuevos tiempos de la Apertura: tiempos en que era el rollo omnipotente y Echeverría presidente. Los rollos estudiantiles contra la cultura oficial servían c o m o HimHfM'iic Hf* 1Ü mif»v2i n i l t i i r í i ofípiíil F r a f»l m o m p n t n Hf* cf*\p>\rmr ÍI López Velarde, a los 50 años de muerto, pero también de acusarlo, desde una especie de materialismo ahistórico, por haber sido un estudiante revolucionario de 1910, n o de 1968. C o m o se sabe, Rubén Darío corrió la misma suerte. Entre 1959 ( t r i u n f o d e la r e v o l u c i ó n c u b a n a ) y 1979 ( t r i u n f o d e la nicaragüense), fue ensuciado desde la pureza que lo veía c o m o u n lacayo del imperialismo. El verdadero g e n i o emancipador de nuestras letras era Martí, prefiguración de Castro. Darle ese lugar a Darío (prefiguración de Somoza) era optar por el capitalismo d e p e n d i e n t e . La práctica p o é t i c a d e R u b é n D a r í o , c o m o se demostró científicamente, nunca pasó de ser una "Rebelión simbólica" que, por lo mismo, no estaba dirigida contra el dinero y la riqueza en sí, que el propio vate nicaragüense veneraba abiertamente, sino contra su forma actual constituida por el ciclo dinero-mercancía-dinero (D­ M-D) que el capitalismo imponía como ley cada vez más decisiva del desarrollo histórico de América Latina. (Francoise Peras, Literatura y sociedad en América Latina: el modernismo, Siglo XXI, 1976, p. 131) Y a e n 1967, los cubanos habían organizado en Varadero u n Encuentro c o n Rubén Darío, para ponerlo en su lugar, que fue la lona, por Knock Out científico, a pesar del m u y p o c o científico valor civil de Carlos Pellicer, q u e lo defendió. Pellicer, que fue presidente del Comité Mexicano de Solidaridad con el Pueblo de Nicaragua, veía a Darío como u n Sandino, no como u n Somoza. Pero, según el rollo, hasta Sandino había quedado e n la rebelión simbólica, incapaz de radicalizarse y expropiar los medios de producción. Cuando vino a México, nuestros rolleros lo acusaron de lacayo del imperialismo (M Machete V I 3 0 y 8 I I I 3 4 ) . Afortunadamente, después del triunfo sandinista, se produjo u n gran descubrimiento. Los últimos avances de la Ciencia mostraron que Darío era el Martí de Nicaragua: n o u n burgués cosmopolita y decadente, q u e adoptaba m o d e l o s extranjeros, sino todo u n revolucionario, antiimperialista, profundamente original y expro­ piador de los medios de producción artística de los países explo­ tadores. Pellicer tenía razón. Darío prefiguraba a Sandino. Hay frase§.de López Velarde que han servido para sentarlo en el banquillo d e los acusados. U n trabajito c ó m o d o : a candorosa confesión de parte, relevo de pruebas. Pero lo candoroso está en leer poesía c o m o si fuera una declaración judicial. Veamos, por ejemplo, unos pasajes del poema DÍA 13 Mi corazón retrógrado ama desde hoy la temerosa fecha en que surgiste con aquel vestido de luto y aquel rostro de ebriedad. Desde la fecha de superstición en que colmaste el vaso de mi júbilo, mi corazón oscurantista clama a la buena bondad del mal agüero; Superstición, consérvame el radioso vértigo del minuto perdurable En la prensa sectaria, llegan a salir noticias donde los enemigos declarados comunistas, vendepatrias o mercenarios dicen (para mayor comodidad de los lectores) cosas como: los mercenarios tuvimos que retroceder ante el fuego implacable del pueblo en armas. Pero, fuera de esos casos rharavillosos, n o es c o m ú n encontrar oscurantistas que se llamen a sí mismos oscurantistas. Y a n o digamos por razones tácticas, sino porque hace falta luz crítica para ver la propia oscuridad. El rechazo de la crítica (el oscurantismo) también rechaza la autoconciencia. Por el contrario, si alguien ha perdido la inocencia de creerse bueno (identificado con el Bien, la Verdad, el Progreso, el Triunfo sobre el Mal), ya no es oscurantista. Hasta se puede desdoblar irónicamente: acusar a su corazón de retrógrado, supersticioso, oscurantista. Hasta puede tener el humor cariñoso de encomendarse a la superstición, como si fuera una tía difunta. 2. EL RETORNO MALÉFICO Lo mismo sucede en "El retomo maléfico", un poema de extraor­ dinaria conciencia artística, desde los adjetivos insuperables: el cubo que gotea su gota categórica O los adjetivos que parecen nada e n el amor amoroso de las parejas pares y, así precisamente, en la pobreza de la reiteración, se dan el lujo de crear metáforas por la forma del sintagma: parejas de palabras que por su enlace evocan parejas enamoradas. H a y e n el p o e m a pasajes alucinantes, de superrealidad y al mismo tiempo de suspenso cinematográfico: la vuelta del hijo pródigo (que soñó con la Revolución) a la casa paterna abando­ nada, ametrallada, poblada de espantos y de espanto, para ver a la luz del petróleo de una mecha su esperanza desecha. Cuando la tosca llave enmohecida tuerza la chirriante cerradura, en la añeja clausura del zaguán, los dos púdicos medallones de yeso, entornando los párpados narcóticos, se mirarán y se dirán: "¿Qué es eso?" Sorprendentemente, es un poema que logra culminar, en vez de arruinarse, c o n una expresión política: ... Y una íntima tristeza reaccionaria. ¡Cómo se la han mentado a López Velarde, esta tristeza reaccio­ 430 Tupe onuTAS f*A*n*»i ir*nc naria! jCuánta necesidad de ponerla lejos, de ponerse a salvo, ante una "confesión" q u e p u e d e salpicar y ensuciarnos! Para eso también son los poetas. Para "confesar" lo inconfesable e n la con­ ciencia del lector, y cargar con sus acusaciones; para crear lo n o vivido y hacerlo vivible (o todavía rechazable); para desatar la imaginación crítica de la vida, y también para exponerse a la críti­ ca falta de imaginación. El proceso catártico, señalado por Aristóteles para la poesía dramática, también se da en la lírica, pero con cierta confusión. En una tragedia griega, el coro puede hacer comentarios "novelís­ ticos" sobre lo que siente el protagonista; puede hablar como si fuera el narrador, el espectador. Y aunque es verdad que los parla­ mentos del coro, del protagonista y de los otros personajes fueron todos escritos por el autor, está claro que Electra no es Eurípides. Pero el poema se presta a suponer que el personaje, el narrador y López Velarde s o n la misma persona. T o d o el sutil desdobla­ m i e n t o , t o d o s los recursos artísticos q u e d e p e n d e n d e e s e desdoblamiento, todo el proceso catártico que deriva d e esos recursos, se anulan. Para el acusador, estamos ante la confesión de un pobre diablo, n o ante la obra de u n gran artista que despliega sus dones, que se arriesga, que se deja llevar por su imaginación autocrítica para crear la vivencia del hijo prodigo revolucionario. Se fue soñando e n mejorar las cosas, y ahora teme regresar al pueblo, el edén subvertido que se calla e n la mutilación de la metralla. Teme que ese callar, se vuelva voz, y que lo increpe en los espantos, los crujidos, los murmullos de la casa paterna (su Cómala). Q u e los fantasmas familiares le pregunten: ¿Y para esto fue la Revolución? Eso es lo que n o quiere escuchar el acusador. Por eso grita: ¡Reaccionario, grandísimo reaccionario! C o n tanta prisa, que ni siquiera se da cuenta de que e l p o e m a está escrito desde la posición del acusador. ¿Quién llamaría a su tristeza "reaccionaria"? ¿Desde dónde puede ser llamada así? El acusador se apodera de la acusación c o m o si fuera suya, incapaz de leer el sarcasmo del autor de la acusación: de la persona que, precisamente, puso ahí epíteto, ÜS una inocentada suponer que López v e í a m e , tan artista del adjetivo, iba a dejar inadvertidamente ése, c o m o una especie de confesión que se le escapa, para mayor comodidad de los que creen prenderlo ahí convicto y confeso. Por el contrario, seguramente vio venir a los fariseos, seguramente titubeó. Si lo dejó es porque resulta u n hallazgo admirable. Parecería difícil que u n adjetivo político le conviniera a u n p o e m a tan íntimo, aunque hay preparativos léxicos para ese desenlace: el edén subvertido y los vientos de fronda, que son vientos de la cúpula frondosa al mismo tiempo que venís de fronde (de motín, de revuelta, de la Fronda, c o m o lo recuerda Eugenio del Hoyo, Glosas a La suave Patria, Zacatecas, 1988). Pero el adjetivo culminante n o sólo tiene ese mérito literario (una integración difícil de materiales de muy distinta índole): r e s u e l v e s i m u l t á n e a m e n t e la d u a l i d a d d e c o n t e x t o s (ínti­ mos/políticos) y la dualidad de perspectivas de la conciencia (la tentación del protagonista / la acusación del narrador). Expresa el desdoblamiento, la descarga final de la catarsis. EL RETORNO MALÉFICO Mejor será no regresar al pueblo, al edén subvertido que se calla en la mutilación de la metralla. Hasta los fresnos mancos, los dignatarios de cúpula oronda, han de rodar las quejas de la torre acribillada en los vientos de fronda. Y la fusilería grabó en la cal de todas las paredes de la aldea espectral, negros y aciagos mapas, porque en ellos leyese el hijo pródigo al volver a su umbral en un anochecer de maleficio, a la luz de petróleo de una mecha su esperanza deshecha. Cuando la tosca llave enmohecida tuerza la chirriante cerradura, en la añeja clausura del zaguán, los dos púdicos medallones de yeso, entornando los párpados narcóticos, se mirarán y se dirán; "¿Qué es eso?" Y yo entraré con pies advenedizos hasta el patio agorero en que hay un brocal ensimismado, con un cubo de cuero goteando su gota categórica como un estribillo plañidero. Si el sol inexorable, alegre y tónico, hace hervir a las fuentes catecúmenas en que bañábase mi sueño crónico; si se afana la hormiga; si en los techos resuena y se fatiga de los buches de tórtola el reclamo que entre las telarañas zumba y zumba; mi sed de amar será como una argolla empotrada en la losa de una tumba. Las golondrinas nuevas, renovando con sus noveles picos alfareros los nidos tempraneros; bajo el ópalo insigne de los atardeceres monacales, el lloro de recientes recentales por la ubérrima ubre prohibida de la vaca, rumiante y faraónica, que al párvulo intimida; campanario de timbre novedoso; remozados altares; el amor amoroso de las parejas pares; noviazgos de muchachas frescas y humildes como humildes coles, y que la mano dan por el postigo a la luz de dramáticos faroles; alguna señorita que canta en algún piano alguna vieja aria; el gendarme que pita... ... Y una intima tristeza reaccionaria. El autor del poema se desdobla en el narrador que se desdobla e n el protagonista. La primera estrofa es u n parlamento del protagonista» que se dice a sí mismo: Mejor no regresar. Las tres siguientes son u n relato del narrador, que fantasea sobre el posible retomo y se refiere al protagonista en tercera persona. En las dos que siguen, continúa el fantaseo pero a cargo de otra v o z . El protagonista se apodera del relato del cual era objeto, volviéndose sujeto: fantasea sobre el retorno en primera persona. La estrofa final parece u n cuerpo extraño en el poema. Está compuesta por una soia oración anomaia, nena a e puntos y comas» rota c o n puntos suspensivos. La oración misma es una ruptura de la secuencia narrativa: es u n e x c u r s o descriptivo q u e acumula escenas de una cámara que ya n o sigue al protagonista mientras recorre la casa paterna, sino que parece tomar prestados sus ojos mientras recorre el pueblo. Pero las imágenes son neutras, casi turísticas, como una serie de postales. No son u n parlamento del protagonista; n o continúan el relato del narrador e n tercera persona; tampoco en primera. El tiempo del relato y la acción del personaje quedan suspendidos en u n limbo extraño: la oración larguísima no tiene verbo, y la ruptura temporal queda subrayada por los puntos suspensivos. Después de los cuales viene el famoso verso final. Pero ¿quién lo dice? ¿López Velarde? ¿El narrador? ¿El protagonista? López Velarde crea la acusación, válida desde ambos. Desde el narrador, la íntima tristeza reaccionaria es la escena final que cierra la serie descriptiva. Pero n o es una postal: es una imagen de los sentimientos del protagonista. Implícitamente, el narrador vuelve a apoderarse del relato que dejó e n el limbo de los recuerdos del protagonista, para convertirlo e n objeto final de la acusación. C o m o si dijera: el retomo termina en la tristeza reaccionaria de recordar qué bonita era la paz porfiriana: como de postal. Pero n o se puede ignorar la simetría del parlamento inicial con la frase final; que como cierre de ese parlamento, se la diría a sí mismo el protagonista: Mejor n o regresar al pueblo que me haría sentir una íntima tristeza reaccionaria. En c u a n t o e l p o e m a c o n f l u y e a u n a integración catártica (íntima/política, subjetiva/objetiva) y en cuanto el narrador es u n desdoblamiento del protagonista, la frase final integra ambos sentidos. Es un cierre perfecto. El poema no se entiende desde la posición de que todo tiempo pasado fue mejor. No es un poema escápista, es un poema cruel. Es el poema de alguien que creyó en u n futuro mejor y se enfrenta al futuro que llegó. D e alguien que, todavía en ese momento, se prohibe la regresión: el retomo es maléfico, la tristeza es reaccio­ naria, mejor n o regresar. Lo mismo dice u n héroe del realismo socialista. Pero ¡cómo lo dice! Sin asumir la esperanza deshecha, sin escuchar los mur­ mullos soterrados, sin correr el más mínimo riesgo pecaminoso; sin desdoblarse: con la buena conciencia de una sola pieza qu e se identifica con el Bien, y n o p u e d e siquiera imaginarse qu e el deseo de Bien produzca Mal. 3. UN REVOLUCIONARIO CIVILISTA No se le puede regatear a López Velarde el haber sido u n revolu­ cionario de 1910. 1. Fue maderista militante. Cuando la gente se cuidaba de hablar del libro de Madero, el joven poeta de 21 años se lanzó a escribir para celebrarlo, v hasta para exigirle una línea más dura (octubre de 1909). Cuando Madero llegó a fundar el Centro Antirreeleccio­ nista Potosino, y la represión intimidó a mucha gente, López Velarde participó en la fundación y quedó como secretario del centro (marzo de 1910). Cuando Madero volvió preso a San Luis y n o había abogados que lo defendieran, López Velarde y Pedro Antonio de los Santos tomaron su defensa y consiguieron que se le diera la ciudad por cárcel (julio de 1910). Cuando Madero, en esa relativa libertad, hace planes c o n sus seguidores y decide rugarse y tomar las armas, L ó p e z Velarde lo a c o m p a ñ a en la reflexión (hasta se ha dicho que redacta el Plan de San Luis, cosa poco probable), si bien n o toma las armas. Cuando Madero llega a presidente y e m p i e z a a c o m e t e r errores , L ó p e z V e l a r d e lo defiende: no se puede decir "que la Revolución sólo ha servido para camoiar de amos. Medite tranquilamente como vivimos noy y cómo vivíamos antes [...] N o estaremos viviendo en una República de ángeles, pero estamos viviendo como hombres [subrayado de López Velardel, y ésta es la deuda q u e nunca le pagaremos a Madero". (Carta del 18 de noviembre de 1911 a Eduardo L. C o n e a , que estaba dolido de la falta de reciprocidad de Madero con el Partido Católico Nacional.) 2. Hay que desenterrarla historia del Partido Católico Nacional, que, en su momento y su contexto, fue un movimiento progresista de la cultura católica. Madero buscó y obtuvo el apoyo católico. El 30 de diciembre de 1909 le escribe a Celedonio Padilla: "la unión de ustedes c o n nosotros aumentará la fuerza y el prestigio de a m b o s p a r t i d o s , q u e , a u n q u e d e diferente n o m b r e , t i e n e n exactamente las mismas aspiraciones y principios" (Jean Meyer, Historia de los cristianos en América Latina. Siglos xix y xx, Vuelta, 1989, p. 109). En marzo de 1911, se forma el PCN, que apoya como candidato presidencial a Madero. La actitud de los católicos por esas fechas p u e d e verse en una carta de López Velarde (en San Luis) a Eduardo J . Correa (en Guadalajara): nunca sostendré que los sacerdotes no deben hablar de política; pero juzgo que al hacerlo en las circunstancias excepcionales en que al presente nos encontramos, los señores obispos están en el caso de manifestar un criterio amplio e independiente o, cuando menos, de concretarse a hacer propaganda pacífica sin inclinarse en favor de ninguno de los beligerantes. Tal conducta es, en mi concepto, la que corresponde a la dignidad de los jefes de la Iglesia. Pero, por desgracia, los obispos que hasta ahora han hecho declaraciones, en vez de mantenerse en un campo neutral, ya que el movimiento encabezado por el señor Madero en nada afecta el catolicismo de un modo-desfavorable, se han supeditado al Gobierno [porñrista], con la más lamentable de las parcialidades. No quiero hablar del señor Valdespino, de quien jamás tuve buena opinión en lo relativo a facultades intelectuales. # Este señor condena categóricamente la revolución porque "nadie puede aprobar el robo ni el asesinato". Y o pregunto ¿no es triste que un obispo muestre un criterio político tan mdimentario y unas tan confusas nociones sobre la ley del progreso? Decididamente, el obispo de Sonora no nació para sociólogo. Pero vengamos a un prelado a quien yo, de buena fe, tenía por hombre competente y de ideas modernas, a la León XLTJ. Ya comprenderá usted que me refiero al señor Ruiz. Éste, en su pastoral, de triste fama después de rechazar en principio la revolución, con lo que adquiere el merecido título de retrógrado, toca, en concreto, la cuestión mejicana con una torpeza que ni en un párroco de cortijo sería disculpable, pues llega, en su pueril imperti­ nencia, a indicar que los sucesos actuales no constituyen una revolución [...] Una de las consideraciones que más preocupan al señor R. y F. es ésta: 'Se están matando hermanos con hermanos; luego la revuelta es un crimen.' Dígame con toda sinceridad, amigo Correa, ¿es esto lo que los católicos mejicanos deben esperar del cerebro de un obispo? [...] Ojalá y todo el Episcopado Mejicano pensara, sobre este asunto, como piensan Montes de Oca e Ibarra. [Obras 841-8421 Esta larga cita permite apreciar, además del contenido, un tono insólito: no el tono que se espera de los mochos, de los reacciona­ rios, de los candorosos seguidores d e cualquier cosa que diga cualquier autoridad religiosa. Es u n tono que recuerda a los laicos posconciliares que en años recientes han tratado de influir en la Iglesia para hacerla avanzar desde adentro. Es el tono d e la vanguardia laica, alentada por León XIII, que rechazó la disyuntiva entre ser católicos y ser modernos. Y n o hay que olvidar que López Velarde llegó a ser "regente de estudios de la Academia Latina León X I I I , formada p o r estudiantes q u i n c e a ñ e r o s del seminario de A g u a s c a l i e n t e s , d o n d e estuvo d e 1902 a 1905 (Guillermo Sheridan, Un corazón adicto: vida de Ramón López Velarde, F C E , 1989, p . 64). Y q u e , según recuerda Francisco Perogordo (Guadalupe Appendini, Ramón López Velarde Sus rostros desconocidos, Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 70) decía a sus compañeros de Leyes: "La humanidad n o retrocede, avanza... C o m o en la Edad Media, ahora viene para México otro Renacimiento, u n nuevo torrente que llegará hasta lo más recón­ dito de nuestra patria." Correa se fue a la capital a fundar La Nación, órgano del Partido M Católico Nacional, e n junio de 1912. López Velarde se convierte en asiduo colaborador del periódico y candidato a diputado suplente del PCN por Jerez. Sus coterráneos votan por él, aunque tengan reservas sobre este joven político de 24 años, que se fue a los 17 y ahora viene por su voto, como lo recuerda en u n texto que parece antecedente de "El retorno maléfico" ("En el solar"): Contra mi voluntad emprendí el temido regreso al terruño [...] Se me destina, en la casona, la sala de la derecha. Fantasmas, fantasmas, fantasmas. [...] El viaje es electoral. En ello radica la inevitable contribución a lo chusco. Soy llamado decadentista y apático. Pago mi impuesto al saínete sublunar... Parece ser que López Velarde ganó las elecciones de Jerez c o n tan pocas ganas que el Colegio Electoral lo dejó sin curul. Según el testimonio de Correa ("Cómo perdió su curul López Velarde", La Opinión, 21 V 45, recogido por Appendini, p p . 63-65), el PCN quería tener al aguerrido columnista de La Nación como diputado. Para salvar el requisito de la edad (que exigía u n mínimo de 30 años), postuló al médico Francisco Hinojosa, jerezano distinguido, que tampoco quería ser diputado; lo cual facilitaría suplirlo con el suplente. La victoria era segura porque el doctor Hinojosa era "la personalidad más saliente del lugar, que gozaba de simpatías generales", porque el trabajo lo haría el joven "bardo que era ya una gloria del terruño" y porque los lanzaba el Partido Católico. Frente a este par de apáticos, estaba Aquiles Elorduy, que sí quería ser d i p u t a d o , a u n q u e n o era z a c a t e c a n o (cosa q u e se s u p o d e s p u é s ) y p e r d i ó las e l e c c i o n e s . P e r o t u v o la a u d a c i a d e impugnar los resultados, de convencer previamente a Hinojosa de qu e n o acudiera a defenderse e n el Colegio Electoral y de hacer q u e la C á m a r a se carcajeara d e su p r o p i a l i g e r e z a : h a b í a certificado el paquete de votos sin abrirlo. "Y lo más curioso es que el paquete inviolado que exhibió Aquiles fue de la votación recogida en favor de Hinojosa y mía..." dijo López Velarde, que tampoco se presentó a defender el caso y aceptó el despojo con humor. S e g ú n M a n u e l M o r e n o S á n c h e z ("Infantilismo presi­ dencial", Siempre!'1837,7 LX 88), Luis Cabrera contaba lo sucedido como ejemplo de falta de seriedad legislativa. El truco de Elorduy consistió en pedir que se trajera el paquete electoral al salón de sesiones y en pedirle al secretario que certificara que n o había sido abierto, es decir: que la Cámara había certificado el triunfo de sus contrincantes sin tomarse el trabajo de revisar las boletas. La Cámara estalló en carcajadas, pero n o se tomó el trabajo de abrir el p a q u e t e , c a m o i o ía c e r i m c a c i o n a ravor a e m o r a u y sin comprobarla, por segunda vez, subrayaba Cabrera, también a carcajadas. El catolicismo de López Velarde y muchos otros líderes del Partido Católico Nacional no era el catolicismo del pueblo y los obispos tradicionales: era modernizante, demócrata, maderista, nada reaccionario. Estuvo con la Revolución: primero contra Díaz y luego contra Huerta. La Nación llegó a extremos de valor civil admirable frente a los asesinos de Madero. Cuando la prensa de la capital, intimidada por el usurpador, optó por acomodarse en el silencio o el servilismo (hasta el "perfume de gloria" que, según Díaz Mirón, dejó e n la redacción del Imparcial una visita de Victoriano Huerta), La Nación se negó a legitimar el cuartelazo. Fue la única publicación que Huerta no pudo silenciar más que a UdVCo UC la LlaUaUIa. 3. López Velarde no tenía el menor entusiasmo por las armas, aunque criticó a los obispos que condenaron la insurrección (y se burló de Bulnes cuando dijo, según López Velarde, que "por la democracia n o se debe derramar ni la sangre de u n cerdo"). Aceptó c o m o u n mal necesario que Madero tomara las armas contra Díaz, pero una vez que la revolución se volvió gobierno, no podía ver con buenos ojos que Zapata, Villa, Reyes o Huerta toma­ ran las armas contra Madero. Los veía desde una posición parecida a la que vio con malos ojos a todos los oponentes del gobierno sandinista, como si todos fueran lo mismo: indios misquitos, Edén Pastora, monseñor O b a n d o , antiguos somocistas, civiles antisomocistas, comunistas antisandinistas. N o entendió a los zapatistas. Pero ¿quién los entendió? ¿La Revolución (si tal persona existe)? La Revolución reprimió a los zapatistas, a los villistas, a los cristeros, a los yaquis. ¿Hay que decir, entonces, que la Revolución fue reaccionaria? Después del asesinato de Madero, en unos meses depresivos, cuando vuelve a San Luis y escribe una serie de prosas líricas u n tanto necrofílicas, parece desesperar, como desesperó Madero, de las vías pacíficas. La víspera del 20 d e noviembre d e 1913, le Me he enterado de que sigue usted en los trabajos de política, pero de una política que tiene sus trazas de apostolado, ya que no puedo menos que conceptuar como romanticismo el que en estos tiempos singulares haya quienes emprendan campañas eleccionarias. Ni sé en dónde pararemos si no viene un tratado de paz. Indudablemente que lo más práctico sería que el curso de la revolución no se detuviera, como en 1910. Así se tendría la posibilidad de despojar a la burguesía de toda su fuerza política y de su preponderancia social, y quizá hasta de efectuar científicamente una poda de reaccionarios, en especial de los contumaces. N o hay que leer estos párrafos desde los clichés actuales. A l subrayar científicamente, n o desean (en clave de 1968) que los científicos herederos de Marx puedan efectuar una poda; desean (en clave d e 1910) que los Científicos herederos d e Díaz puedan ser podados. N o dicen que la Revolución de 1910 se detuvo: dicen que h revolución fue detenida e n 1910. Lo cual supone q u e el movimiento antirreeleccionista fue una revolución civil, política, sin armas, detenida en las elecciones de 1910 por la dictadura. (Si hablara del maderismo e n el poder, detenido por el cuartelazo, tendría qu e haber dicho: en 1913, n o e n 1910. Hay qu e recordar que el PCN aceptó participar e n las elecciones organizadas p o r Huerta, postulando a u n eminente porfirist a (Federico G a m b o a ) , en vez de seguir a otro eminente porfirista (Venustiano Carranza) que llamó a las armas. Implícitamente, López Velarde hace la crítica de su partido por analogía c o n la revolución civil que intentó derrocar a Díaz electoralmente, y se detuvo en 1910 por el fraude y la represión: se volvió guerra civil. Lo deseable sería continuar la revolución democrática sin tomar las armas: emprendiendo campañas eleccionarias. Pero lanzarse a N derrocar al nuevo dictador por el voto tiene trazas de apostolado romántico. T a m p o c o hay que leer burguesía c o m o la clase opuesta al proletariado. Para la tradición romántica y modernista, c o m o para la tradición católica, aburguesarse era lo opuesto a la búsqueda espiritual: preferir la comodidad, la tranquilidad, la mediocridad, el bienestar. La burguesía bloqueaba, n o el ascenso del proletariado, sino la elevación del espíritu. C o n su fuerza política y su prepon­ derancia social desnaturalizaba el México verdadero por el cual luchaba el Partido Católico Nacional. Los Científicos reaccionaban contra la aspiración de los mexicanos a vivir por fin como hom­ bres, no como subditos. "Al proclamar el antirreeleccionismo tuvo Madero una actitud caballeresca, u n gesto bizarro, una palabra de Justicia": una "independencia de rara avis"; "Este fronterizo vale, por su hombría, más que los políticos sin sexo de la ciudad de México" (López Velarde, en el primer artículo político que firma con su nombre). Reaccionarios, los asesinos de Madero. Reaccionarios contuma­ ces, los Científicos convencidos de que los mexicanos, por su propio bien, necesitaban volver a la mano férrea del orden y el progreso: al paternalismo político, peligrosamente interrumpido por Madero. Reaccionarios, los que, valiéndose del fraude y la represión, impedían que los mexicanos se elevaran a vivir como hombres. López Velarde n o era reaccionario. ACLARACIONES SOBRE LÓPEZ VELARDE tanto y tan descuidadamente sobre López Velarde que la industria lopezvelardeana pudiera cambiar de giro: dedicar­ se a las aclaraciones. Por ejemplo: en el prólogo a las Poesías completas y El minutero (Porrúa, 1953), Antonio Castro Leal se dejó decir que López Velarde "no era u n gran lector. Creo que nunca p u d o apreciar los méritos de una obra que n o estuviese escrita e n español, y además se rehusaba a leer a los grandes autores extranjeros en traducciones, declarando que sólo los leería en su lengua original, lo cua l era condenarse a n o leerlos nunca porque n o tenía interés en e l aprendizaje de los idiomas". Afirma­ ción sin fundamento, como aclararon Luis Noyola Vázquez, Alien W . Philips, Porfirio Martínez P e ñ a l o z a , E u g e n i o d e l H o y o y Tarsicio Herrera Zapién, por lo que hace al latín y al francés. Las quejas d e que todo está dicho sobre López Velarde son absurdas: todo está por aclararse. Estamos lejos de tener desci­ fradas sus metáforas o su biografía. ¿Será verdad que Ramón López Velarde y Manuel G ó m e z Morin vivieron y trabajaron juntos, como dijo María Nevares? ¿Es el Partido Católico Nacional, donde militó López Velarde, antecedente del Partido de Acción Nacional? ¿Es casualidad que el órgano oficial del PCN, donde López Velarde escribió la tercera parte de sus obras completas, se llamara La Nación, c o m o se llama ahora el órgano del PAN? López Velarde ¿fue rninistro de instrucción pública, c o m o dicen la Enciclopedia de México y el Diccionario Enciclopédico de México? ¿Fue también oficial mayor de la Universidad y abogó por la autonomía e n 1917, como escribió Salvador Toscano? ¿Cómo pudo hacer declaraciones contrarias a la política neutralista de Carranza en la Primera Guerra Mundial, trabajando e n G o b e r n a c i ó n ? ¿Murió sin casarse por r a z o n e s metafísicas o p o r q u e aspiraba a m á s y fracasó? La adopción de López Velarde c o m o figura tutelar, que hicieron los futuros Contemporáneos, ¿fue contra Alfonso Reyes? ¿Por q u é SE HA ESCRITO Torri, que empieza celebrando a López Velarde, acaba regateán­ dole méritos? T o d o está por aclararse. En la primera versión de " U n amor imposible de López Velarde" (Vuelta 110, enero de 1986), supuse equivocadamente que Pedro Antonio de los Santos ya se había recibido de abogado el 20 de noviembre de 1910 y que era el presiaenie aei v^eniro AnuTreeieccionisia ae dan LUIS, XNI se na Día recibido, ni era el presidente, sino u n o de los vicepresidentes (el otro fue Carlos Siller y Siller). El presidente fue el doctor Rafael vvL/wua viv. l a i u w i u t , uiaii\*\j uv ü i v - u i u v.v7XJ.L«7iiai viv^ a i u v u i u o mordaces de López Velarde, secretario del CAP, c o m o supuse entonces y confirmé d e s p u é s . (Al triunfo d e la R e v o l u c i ó n , Cepeda llegó a gobernador de San Luis y, en vez de gobernar con sus compañeros antirreeleccionistas, casi todos abogados, integró u n gobierno de médicos ¡porfiristas!) También supuse que López Velarde había dejado la pluma política después del 7 de febrero de 1913, hasta que encontré la declaración al Universal del 20 de junio de 1917 y leí la que apareció en Pegaso dos meses antes, el 12 de abril. Por último, omití que López Velarde y María Nevares (la novia potosina de "ojos inusitados de sulfato de cobre") fueron presentados por Manuel G ó m e z Morin, como dijo Luis Noyola V á z q u e z e n Fuentes de Fuensanta, porque la afirmación me pareció dudosa. Y a no. 1. CUPIDO GÓMEZ MORIN Gracias a Jorge Eugenio Ortiz, que me hizo llegar el Anecdotario chihuahuense de Manuel Gómez Morin de Alfonso Escárcega (Jus, 1973, p. 38), donde hay una cita extensa de Joaquín Antonio P e ñ a l o s a , descubrí u n a mala transcripción e n sus Páginas escogidas (Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 1983, p p . 82­ 87), que habían sido mi fuente: la entrevista original c o n María Nevares sí habla de G ó m e z Morin, como lo confirmé en El Sol de San Luis Potosí (26 I 71). Gracias a David Huerta, que me dio a conocer el libro de Guadalupe Appendini (Ramón López Velarde; sus rostros desconocidos, Novara, 1971), descubrí una tercera declaración concordante (hay nueva edición del Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 85): Ramón sabía cuando yo iba a México, y un día que él estaba en la esquina y salí yo, mi tía nos vio desde el balcón y se enojó muchísimo. Algunas veces Ramón iba acompañado de Manuel Gómez Morin, al que mi tía conocía, y un día lo mandó llamar y le preguntó que quién era ese joven. Manuel le dijo que era un amigo muy serio, decente y que me había conocido en San Luis. Y así fue como Ramón pudo entrar a la casa de mi tía Chanita. Ella se apellidaba Nevares de Albistegui. Resulta, pues, que María Nevares dijo a Peñalosa y Appendini en 1971 lo mismo que había dicho a Noyola antes de 1947, cuan­ do éste publicó la primera edición de Fuentes de Fuensanta. N o hay especial razón para dudarlo, aunque todavía me deja intrigado q u e el joven G ó m e z Morin (1897-1972), q u e era n u e v e años menor, viviera y trabajara con López Velarde (1888-1921), como recuerda María en la entrevista de Peñalosa ("tenían oficina juntos"; Manuel dijo a mi tía: "vive conmigo"). E n diciembre de 1911, L ó p e z Velarde acababa d e llegar a México. Hay una carta a Guadalajara, fechada el 18 de noviembre en Venado: precisamente la carta donde l e reprocha a Eduardo Correa que se desanime porque Madero l o recibi ó de "manera m u y p o c o diplomática". H a y u n expediente e n el cual López Velarde actúa como juez de Venado todavía el 7 de diciembre (lo vio José Francisco Pedraza Montes, Ramón López Velarde en San Luis Potosí, Universidad A u t ó n o m a de San Luis Potosí, 1988, p. 47). Madero había asumido la presidencia de la república el 6 de noviembre, y López Velarde esperaba mejor suerte que C o n e a , "porque y o sí soy de abolengo maderista". En diciembre de 1911, llega a M é x i c o , pero n o le va mejor: Madero lo manda c o n su ministro de justicia, Manuel Vázquez Tagle, que no le da más que u n empleo de actuario. Cuando Correa le escribe el 6 de abril de 1912, pidiéndole "posada" en la casa de "la señorita Anaya", le pregunta ¡por sus esperanzas cortesanas: "¿Qué probabilidades tiene el festín famoso? ¿Ya consiguió U d . u n ascenso, por todos c o n c e p t o s m e r e c i d o ? " L ó p e z V e l a r d e recibe la carta al día siguiente (¡tiempos aquellos premodernos!) y le contesta el 8, desanimado: " Y o estoy como siempre, disfrutando de las migajas del festín." H a y confirmación de Jesús López Velarde: "En el a ñ o 1912 llegamos a México. Vivíamos en una casa de asistencia, en Dolores 9, de doña María del Rayo Anaya, frente al Teatro Ideal. D e recién l l e g a d o , R a m ó n f u e a visitar a d o n Francisco I. M a d e r o ; l o encontró en el ascensor de Palacio. D e aquella entrevista resultó que lo nombrara actuario de u n juzgado; cargo que desempeñó por poco tiempo, dado que su temperamento n o le permitía lanzar a las personas y quitarles sus pertenencias" en los embargos, por el desalojo de inquilinos (Appendini, p. 18). Es decir: si López Velarde y G ó m e z Morin tenían "oficina juntos" en diciembre de 1911, n o pudo haber sido en el despacho de C o ­ rrea (que todavía n o llegaba a México), menos aún en La Nación (que Correa funda el primero de junio de 1912); tampoco en u n despacho de López Velarde, que estaba fuera de sus posibilidades. Tuvo que ser en el tribunal donde López Velarde trabajaba como actuario y G ó m e z Morin (a los 14 años) n o podía ser más que su ayudante ocasional. Por esas minado la preparatoria en León, donde estuvo hasta fines de 1913 (según Enrique Krauze, Caudillos culturales en la revolución mexicana, Siglo X X I , 1976, p. 42). Si en diciembre de 1911 estaba en México, era u n estudiante de vacaciones, al igual que María (ambos amigos de la misma edad y de la misma región: el sur de Chihuahua). ¿Vivía e n la misma casa de asistencia q u e López líbrele»*? Jtüí5 j ^ d ^ s i t ) y i&xijnw^TJiC!* y s i jf\ji€» c^jni íüíunL ^ n o j ^ o d i s . scüf lsi casa de Dolores 9, a donde López Velarde pudo haberse cam­ biado después, al abandonar el cargo de actuario. Quizá vivió en San Ángel, lejos del centro de la vida política y literaria, precisa­ mente porque ahí estaba el juzgado que le tocó. (¿Existirá el nom­ bramiento, firmado por Vázquez Tagle en diciembre de 1911?) En febrero de 1912, López Velarde fue a San Luis y se trajo a su her­ m a n o Jesús. Quizá fue entonces cuando llegó a la pensión de Dolores, donde Pedro de Alba (Ramón López Velarde, INBA, 1988, p. 1© dice que también se hospedaba (en u n paréntesis de su vida diplomática) don Balbino Dávalos, poeta y destacado traductor de poesía (del latín, del griego, del francés, del inglés, del portugués, del italiano), que trabajaba por entonces en sus Musas ae Francia y orientó a los dos jóvenes provincianos (Ramón y Pedro), en el mundo literario. Por ejemplo: los mandó con José J u a n Tablada, que había publicado unos versos de López Velarde, sin conocerlo, creyéndolo español, y publicó después el primer reconocimiento importante d e l " n u e v o p o e t a i n t e n s o y n o b l e " (El Mundo Ilustrado, 7 VI 14, recogido en el Calendario de Ramón López Velardemn). G ó m e z Morin le habló a Escárcega de su amistad c o n López Velarde y d e esa novia "originaria del estado de Chihuahua" (pp. 36-39), pero no de haberlos presentado. Tampoco lo dice en una carta a Efraüi González Luna, que me facilitó Krauze: "No sé si le he contado que conocí y traté a Ramón; su madre y su hermana h i c i e r o n g r a n d e amistad c o n m i m a m á , para q u i e n él t u v o deferencias y atenciones especialmente cariñosas. Fue por los años de 16 y 17. N o publicaba aún su primer libro, y su amistad constituyó para mí u n deslumbramiento" (15 II 44). Según Krauze ("Algo más sobre López Velarde", Vuelta 176), "López Velarde n h c A m i i / í a la m a r l r p H e Clñm^y M o r i n «11 n r n n i n Memníar nrminal ODsequio a ía maare a e uomez M o n n su propio ejemplar original, mecanografiado, de La sangre devota" y ambas familias vivieron en la calle Jalisco, pero G ó m e z Morin nunca le habló de que h u b i e r a n v i v i d o o trabajado j u n t o s . E n el m i s m o a r t í c u l o , reproduce una carta a López Velarde (16 VIII 12) del secretario particular del presidente Madero, donde éste se niega a extender una r e c o m e n d a c i ó n para u n d e s c o n o c i d o (Vicente Z a m o r a ) , solicitada absurdamente por el joven maderista cuyas palancas Mr 9 / Jr presidenciales n o le habían valido ni para él mismo. Sobre el fin d e María (de cuya muerte y nacimiento n o tenemos las fechas exactas) , Joaquín Antonio Peñalosa publicó "De cómo murió la novia potosina de López Velarde" en El Sol de San Luis (25 V 90). J¿s una entrevista a J o r g e Nevares, primo de María, donde resulta que la anciana sobrevivió a sus protectores, quedó sola, fue llevada a M é x i c o por u n a sobrina adoptiva, q u e la devolvió furtivamente a u n asilo d e S a n Luis, d e d o n d e fue rescatada por su primo, llevada nuevamente a México y devuelta finalmente a la tumba de los Nevares en San Luis. ¡Perdón, María! Novia triste, no nos condenes. 2. MINISTRO POR UN DÍA Entre el 6 de noviembre de 1914 y el 10 de octubre de 1915, hubo en México dos gobiernos revolucionarios (o ninguno): el de la C o n v e n c i ó n de G e n e r a l e s y G o b e r n a d o r e s Revolucionarios, convocada por Carranza inútilmente, porque lo destituyeron y nombraron presidente provisional al general Eulalio Gutiérrez; y el de Carranza, que n o aceptó la destitución y siguió considerándose Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. D e igual manera, la instrucción pública estuvo a cargo de dos ministros (o ninguno): Félix F. Palavicini, en el gobierno de Carranza, y José Vasconcelos, en el gobierno de Gutiérrez (que, de hecho, le concedía u n papel de primer ministro). 1914, se translada a Aguascalientes cinco días después, se declara soberana el 16, por iniciativa de Vasconcelos, nombra a Gutiérrez el 6 de noviembre. Carranza sale a México porque Villa y Zapata n o aceptan dejar e l mando de sus fuerzas, con las cuales toman México y lo obligan a huir a Veracruz. El presidente Gutiérrez llega a establecerse en México el 3 de diciembre, pero cuando quiere hacer lo mismo que Carranza: ser el presidente y estar por encima de las armas triunfantes, lo único que consigue es denunciar los a b u s o s de Villa y Z a p a t a , "destituirlos" y fugarse el 16 d e enero de 1915, c o n su gabinete. La Convención designa en su lugar al general villista Roque González Garza. Según la Enciclopedia de México de José Rogelio Álvarez (1987, artículo "Gobernantes") y el Diccionario Enciclopédico de México de Humberto Musacchio (1989, artículo "González Garza, Roque"), el ministerio de instrucción pública del gobierno de la Conven­ ción, abandonado por Vasconcelos, queda a cargo d e Ramón López Velarde, cuatro días: del I d al 20 de enero de 1915; luego, de Joaquín Ramos Roa, del 21 de enero al 10 de junio. Según me dijo Luis Novóla Vázquez, el nombramiento de López Velarde fue sin consultarlo, y n o l o aceptó. Repasé el Diario Oficial de la C o n v e n c i ó n ( l o q u e h a y e n la H e m e r o t e c a N a c i o n a l ) y n o a p a r e c e n l o s nombramientos d e n i n g ú n ministro, a u n q u e sí muchos acuerdos firmados por ellos. En el ramo de instrucción p ú b l i c a , a b u n d a n los acuerdos e n materia autoral, firmados primero por Vasconcelos y luego (desde el 21 de enero de 1915) por Ramos Roa; ninguno por López Velarde. La s u c e s i ó n d e ministros d e instrucción p ú b l i c a , s e g ú n la Enciclopedia de México, fue como sigue: Presidente de la república Victoriano Huerta 19 n 13 vn 14 Francisco Carvajal 14 Venustiano Carranza 20 VIH 14 - 14 - 13 - 21 Ministro de instrucción publica vn 14 vm 14 Nemesio Garda Naranjo 21 K Rubén Vaknti V 20 Félix F. Palavicini Roque González Garza 6 XI 14 16 I 15 - 16 25 vm 14 - 14 VH14 14 VIII14 26 EX 16 26 K 16 - 18 XI16 18 XI 16 - 28 17 - nn V 21 V20 i 15 José Vasconcelos 10 VI 15 Ramón López Velarde 10 14 - Alfonso Cravioto Joaquín Ramos Roa Francisco Lagos Cházaro 10 VI 15 - 13 - Juan León José Natividad Maclas ^ulalio Gutiérrez 14 VII VI 15 Otilio Montano 3 6 XI 14 15 - 16 115 20 115 16 I 21 I 15 - 10 VI15 15 VI 15 - 29 VH15 J o s é Natividad Macías n o fue ministro de instrucción pública sino jefe del departamento universitario y de bellas artes. La constitución d e 1917 (en su artículo transitorio 14) suprimió el miyii.stcrío dc^ in.síin*!cci.^)n j^ilí\y11 . c. jEt ^^^íirst cJlc*jíbi. i* \2L cz*cj1\jí ojetc^íí^J^iti sü los ayuntamientos y gobiernos locales, exceptuando la educación superior, la investigación científica y la difusión cultural e n el Distrito Federal, que formaron ese departamento. Esto se precisó en el decreto del 13 de abril de 1917, que también estipula: "El Departamento Universitario y d e Bellas Artes se denominará Universidad Nacional y estará bajo el rector de la institución"; "El encargado del Despacho de Instrucción Pública mandará entregar al Rector de la Universidad Nacional el archivo, edificio y muebles que han correspondido a esa Secretaría [la de instrucción pública! y que pasan a depender de la Universidad Nacional." (Lo vi en la compilación de Salvador N o v o , publicada por el secretario de educación pública J o s é Manuel Puig Causaranc, La educación pública en México a través de los mensajes presidenciales desde la consumación de la independencia basta nuestros días, SEP, 1926, gracias a Miguel Capistrán, buscando lo que no encontré: información sobre los ministerios de la Convención). C o n la supresión del ministerio de instrucción pública y la ocupación de sus instalaciones, la Universidad Nacional pasó a depender directamente de la presidencia, c o m o los otros dos departamentos (justicia, salubridad) y las seis secretarías. Cuatro años después, cuando Vasconcelos, siendo rector de la Univer­ sidad, promueve la reforma constitucional para que la educación vuelva a centralizarse en una secretaría de educación pública, que nace a su cargo e n 1921, despoja d e h e c h o a la Universidad Nacional del rango rninisterial, y se lo lleva a la SEP. Así nace la rivalidad entre ambas instituciones. J o s é Luis Martínez encontró, y me hizo el favor de pasarme, noticias importantes para reconstruir lo que pudo haber sido el ministerio ue López veiarue. Por disposición del señor general Roque González Garza, presidente provisional de la República, los oficiales mayores y en su defecto los primeros jefes de sección se encargarán temporalmente del despacho de las secretarías que han quedado vacantes debido a la fuga de algunos Ministros de Estado. Tal disposición se comunicará hoy mismo a los interesados, a efecto de que por ningún concepto se paralicen los asuntos en trámite de las mismas secretarías. [FJ Monitor, 181151 Ayer por la mañana el Ministerio de Instrucción Pública reanudó sus labores que estuvieron suspendidas solamente un día en vista de la salida del Ministro Vasconcelos. Al frente de la mencionada Secretaría quedó el señor Oficial Mayor que recibió instrucciones de no interrumpir los trabajos del Ministerio, designándosele encargado de esa secretaría de Estado. [El Mo­ nitor, 191151 Algunos colegas han venido informando que el señor licenciado Ramón López Velarde, jefe de la Sección Universitaria del Ministerio de Instrucción Pública v Bellas Artes es el encaríiado occidental de la orooia Secretaría oor ausencia del Ministro del Ramo. Mas hemos sido informados que es inexacta tal noticia, y se nos dijo que quien está encargado del Ministerio de Instrucción Pública es el señor Joaquín Ramos Roa, jefe de la Sección Administrativa. [El Radical, 11151. Hay que buscar esas publicaciones de "Algunos colegas", pero todo encaja: el nuevo presidente González Garza, que todavía en marzo n o se decidía a oroooner su gabinete esoerando instruc­ i i i a r z u n o &c u e c i u i a a p r o p o n e r ¡»u g a D i n e i e , e&peranao i n s t r u c ­ ciones de Villa (Luis Fernando Amaya C , La soberana Convención revolucionaria 1914-1916, Trillas, 1966, p p . 268-270), n o designó a n a d i e : f o r m u l ó u n a m e c á n i c a d e s u c e s i ó n , para q u e t o d o siguiera andando. Así, el jefe de la Sección Administrativa ascendió a ministro; pero n o está claro si fue porque a él le tocaba, o porqu e le tocaba al jefe de la Sección Universitaria y n o aceptó, o p o r q u e la m e c á n i c a daba lugar a u n titubeo q u e , d e alguna manera, se resolvió a favor de Ramos Roa. Lo cual traslada las aclaraciones pendientes. ¿Será verdad que López Velarde fue tan importante e n la Universidad? 3. LÓPEZ VELARDE Y LA UNIVERSIDAD Alguna vez m e pasó por la cabeza la siguiente pregunta: ¿Por qué López Velarde n o estuvo en Tlaxcalantongo, con su jefe y amigo Manuel Aguirre Berlanga? Luego descubrí que otros también se lo h a b í a n p r e g u n t a d o , sin d e c l a r a r l o a b i e r t a m e n t e : d a b a n explicaciones. A l g u n a (que ahora n o encuentro) m e pareció francamente descabellada: ya iba en el tren, pero lo bajaron para que fuera a entregar la Universidad, de la cual era oficial mayor. Lo que pasó, simplemente, es q u e la huida del gobierno d e Carranza fue caótica y acosada por los golpistas, c o m o lo narra magistralmente Martín Luis G u z m á n e n Muertes históricas-, n o todos alcanzaron a salir. Hay testimonios de que López Velarde se quedó con las maletas hechas, y José Emilio Pacheco encontró el párrafo d e una carta donde lo cuenta: "El día 7 del pasado [mayo de 1920] salí c o n los trenes del Gobierno... pero n o pasé de este lado de la Villa, p u e s el e n e m i g o nos rodeó. P u d e dejar mi equipaje en la casita de un ferrocarrilero y presentarme en mi casa a las 6 de la tarde" (Obras772). Pero seguí encontrándome testimonios sobre López Velarde y la Universidad, c o m o el siguiente, que también parece descabellado, y n o lo es (aunque el año, el puesto y la mención de Chávez están mal): "en 1917, en su carácter de Oficial Mayor de la Universidad, discute, apoya e interviene, juntamente con Ezequiel A . Chávez, Palavicini, etc. - e n folleto impreso corren estas discusiones-, en la petición que se hacía al Primer Jefe, Venustiano Carranza, en favor de la autonomía de la Universidad de México" (Salvador Toscano, "Las ideas políticas de Ramón López Velarde", Taller V 39, p. 221). Octavio Paz, que publicó el artículo, n o recuerda que la afirmación extrañara, por lo cual me puse a buscar ese folleto, e n la Biblioteca M é x i c o , gracias a J o s é Luis M a r t í n e z , LuisGonzález y Julio Hubard: La Universidad Nacional Autónoma. Proyecto de ley presentado por la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, Veracruz, Imprenta de la SIPYBA, 1915. Contiene el programa de la ceremonia de toma de posesión del rector (el 11 de septiembre de 1914) y los discursos del ministro y el rector ante Carranza. Luego las actas de discusión del proyecto de ley en tres sesiones (27, 30 y 31 de octubre de 1914) y el proyecto de ley. Participan en la discusión, en el salón principal de la secretaría, los señores "Ing. Félix F. Palavicini, Oficial Mayor Encargado, del Despacho de la Secretaría de Instrucción Publica y Bellas Artes; Lic. Ramón López Velarde, Jefe de la Sección Univer­ sitaria de la propia Secretaría; Lic. Alfonso Cravioto, Director General de las Bellas Artes; Ing. Valentín G a m a , Rector de la Universidad Nacional; los Sres. Dr. Jesús Díaz de León, Lic. José N. Macías, Dr. José de J . Sánchez, A . de Ibarrola, Gerardo Murillo [el Dr. Atl], Prof. Ramón Córdoba; respectivamente Directores de las Facultades d e Altos Estudios, J u r i s p r u d e n c i a , d e M e d i c i n a , Ingeniería, Bellas Artes y Odontológica; el profesor J u a n León, Secretario General de la Dirección General de Instrucción Pública y el Secretario q u e suscribe" (E. G o n z á l e z Llorca)". El orden protocolario de las firmas se mantiene en las tres actas: primero el ministerio, luego la universidad y, finalmente, los secretarios de la reunión; dentro del ministerio, primero el ministro, luego los jefes de sección; dentro de éstos, primero el jefe del ramo e n discusión. Así resulta que López Velarde es siempre el número dos, aunque la voz cantante la llevan el ministro y el rector. C o n el testimonio anterior, concuerda Miguel Ángel Granados Chapa (Alfonso Cravioto. Un liberal hidalguense, O c é a n o , 1984, p p . 86-87, 132): Palavicini nombra a Cravioto jefe de la Sección Universitaria, el 24 de agosto de 1914. "Semanas después de su inicial nombramiento, Cravioto pasa a ser director de Bellas Artes, y nombra para reemplazarlo e n la sección universitaria al poeta Ramón López Velarde. Sin embargo, mientras estaba e n su primer destino, realiza una aportación de gran relieve a la historia de la enseñanza superior. Junto con el licenciado José Natividad Macías, director en ese momento de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, prepara un anteproyecto de ley universitaria. Hacía apenas cuatro años que la Universidad Nacional, bajo la égida de Justo Sierra, había sido reconstituida. Pero era una dependencia guberna­ mental, inserta en la secretaría de Instrucción Pública. El docu­ mento de Cravioto y Macías la concibe, por primera vez en Méxi­ co, como una institución autónoma." Otro testimonio de que López Velarde tuvo ese nombramiento está en el relato de Pedro de Alba que transcribo adelante. Vas­ concelos le dice a López Velarde (p. 48): necesito "que me ayude en la Secretaría como lo hizo en la época de la Convención". La reconstrucción de este argumento sería: Cuando, e n noviembre d e 1914, la C o n v e n c i ó n d e s c o n o c i ó a C a r r a n z a , y n o m b r ó presidente a Eulalio Gutiérrez, q u e m e n o m b r ó ministro d e instrucción publica, usted me ayudó, al aceptar mi invitación a continuar c o m o jefe de la sección universitaria, aunque ya n o estaba Carranza, sino Gutiérrez. Ahora que vuelvo a ser ministro de instrucción pública, siete años después, vuelva a ayudarme, aunque ya n o esté Carranza, sino Obregón. U n testinionio concordante es el de Eduardo Correa, e n el pasaje de su diario ( 2 5 I V 1 6 ) contra López Velarde, antes citado: "No tuvo e m p a c h o en servir a la Convención, ni e n olvidar al lado por los villistas en la toma de Zacatecas, el 23 de junio de 1914: unos meses antes). T a m b i é n concuerda una solicitud del 20 de julio d e 1916, encontrada por Alfredo A. Roggiano (Pedro Henriquez Ureña en México, UNAM, 1989, p. 149). Antonio Castro Leal pide al ministro d e instrucción p ú b l i c a q u e s e v u e l v a a e x p e d i r el título d e abogado de Henriquez Ureña (que se había ido del país) porque el original, devuelto "para que se revalidara (ya que el título había sido extendido por el gobierno de la usurpación), se extravió en los archivos de ese mismo Ministerio, según pueden informar el secretario particular y el jefe de la sección Universitaria en aquel tiempo, lie. Mariano Silva Aceves y Ramón López Velarde respec­ tivamente." Está, además, el testimonio de Jesús B. González: "Trabajé a su lado en la Secretaria de Educación, cuando fue jefe del Departa­ mento Universitario; después o c u p é u n puesto en C o m u n i c a ­ ciones y otro e n Gobernación, debido a su influencia y genero­ sidad. Estuve a punto de partir a Italia, como Segundo Secretario de la Legación a propuesta de él, en cierta ocasión en que tuvo en las manos el nombramiento d e Primer Secretario. Asuntos de política intensa de aquellos momentos hicieron que el proyecto n o se llevara a cabo." ("La familia de López Velarde", Revista de Revistas, 21 V I 36; recogido en el Calendario de Ramón López VelardeV71). Concuerda, por último, don Leopoldo López Velarde (el her­ mano sobreviviente), entrevistado por Guadalupe Appendini (A la memoria de Ramón López Velarde, Gobierno del Estado de Zacatecas, 1988, p p . 101-102): los tíos que sostuvieron a la familia (Salvador y Sinesio Berumen) emigraron a la capital e n 1913, p u s i e r o n la Farmacia B e r u m e n e n las calles d e C ó r d o b a y consiguieron u n departamento cercano e n las calles de Jalisco (hoy Alvaro Obregón) para traerse a su hermana Trinidad y sus sobrinos López Velarde. Ramón trabajaba mucho porque "no era posible dejarle toda la carga a mis tíos, los que por muchos años nos habían sostenido": "trabajó e n la Secretaria de Educación, c o m o jefe del departamento universitario, después aceptó u n puesto e n la Secretaría d e Comunicaciones y más tarde e n la Secretaría de Gobernación, al lado de Manuel Aguirre Berlanga." (Esta segunda referencia a u n cargo en Comunicaciones es otro punto ignorado, que merece aclaración.) Jesús B. González, en el artículo antes citado, difiere e n algún detalle: dice q u e la farmacia estuvo e n las calles d e Orizaba. Añade que los tíos murieron "pocos años antes que Ramón". Es de suponer, entonces, que los sobrinos se hicieron cargo de la farmacia: porque los tíos n o tuvieron hijos ("Don Sinesio perma­ neció soltero y don Salvador fue casado, pero el matrimonio n o llegó a tener hijos"); porque de la farmacia salía el apoyo que les daban sus tíos; por la descripción que hace de u n hermano de Ramón ("Trinidad, dedicado a la farmacia, copia del carácter sencillo de los tíos maternos"); porque seguramente Jesús López Velarde, el hermano m é d i c o , era el responsable titular d e la farmacia. Todo está por aclararse. El nombramiento de jefe de la sección universitaria p u e d e considerarse ahora establecido e n forma indudable, pero ¿cuál era su alcance? Por lo que hace a jerarquía, parece de tercer nivel (secretario, subsecretario, jefe de sección). Por lo que hace a radicación, parece una función del ministerio, n o de la universidad (lo que h o y seria u n director general de institutos tecnológicos, a diferencia del rector de u n instituto tecnológico); si bien la Universidad era parte del ministerio. Por lo que hace a funciones, n o tengo idea: ¿aprobación de planes de estudios? ¿registro de títulos? ¿tramitación de becas? N o hay que olvidar la escala de entonces: la milésima parte de lo que ha llegado a ser el monstruo SEP/UNAM. En 1914, la Universidad Nacional otorgó 142 títulos profesionales (Arturo G o n z á l e z Cosío, Historia estadística de la Universidad 1910-1967, UNAM, 1968, p. 104). 4. ZOZOBRA En "Un amor imposible de López Velarde", me atreví a suponer que, en el año transcurrido entre la muerte de Carranza (21 V 20) y la suya propia (19 V I 2 1 ) , López Velarde se debilitó por intensos sentimientos de fracaso y de culpa, y quizá hasta se vio e n el espejo de María Nevares como una víctima del amor imposible, lo cual fue decisivo para su muerte prematura. "Quizá estaba sin nada, y el viaje a San Luis Potosí fue también para ver si había a l g o , regresivo de varias maneras (María, San Luis, el alma máter). En todo caso, un trasfondo agravante del último año de su vida, fue la tragedia carrancista, que seguramente vivió como una repetición (nacional, personal) de la maderista." "Hipótesis excesiva, pero n o descabellada: el mismo golpe que derribó a Carranza se llevó de paso a López Velarde. Por lo cual resulta irónico o maquiavélico (sabiduría 'revolucionaria mstitucionaP) q u e haya sido el golpista, precisamente, quien decretara su consagración oficial." Esta suposición ya n o me parece excesiva. a) López Velarde era íntimo de dos médicos: su hermano Jesús, con el cual vivía, y Pedro de Alba, c o n el cual se veía a diario. El doctor Pedro de Alba certificó la defunción por bronconeumonía. Pero esta enfermedad, mortal para los ancianos y los niños, n o puede causar la muerte de u n adulto robusto, a menos que esté debilitado por otras enfermedades u otras causas, m e dice el patólogo Ruy Pérez Tamayo. ¿Una depresión profunda? Puede ser. En el último capítulo de Un corazón adicto, Guillermo Sheri­ dan construye novelescamente una conversación en tren sobre López Velarde, a partir de u n hecho real: el viaje a Zacatecas de u n grupo de intelectuales en 1926, para un homenaje al poeta. En la "Advertencia" aclara que algunas ideas "se las adjudiqué a las voces (no personajes) que evocan al poeta cinco años después de su muerte"; "que el diputado Güereca sí existió, aunque n o sea ése su n o m b r e , y q u e el d o c t o r M a n u e l d e la Torre e s , e n realidad, el doctor Manuel Torre más mis tropelías". U n a idea adjudicada a Manuel Torre y Rafael López consiste e n insinuar que López Velarde p u d o ser sifilítico ( p p . 182-183), sin base algun a documentable, ni del h e c h o mismo, ni de que alguien algun a vez hubiera hecho tal insinuación. Hay u n texto de López V e l a r d e ("La flor punitiva") d o n d e habla de e n f e r m e d a d e s venéreas. Pero e n opinión de Pérez Tamayo ("Una lectura médica de 'La flor punitiva'", Vuelta 175, V I 91) n o se refiere a la sífilis sino a la gonorrea. Además, considera que el "padecimiento febril agudo con gran debilitamiento, tos, dolor torácico e insuficiencia respiratoria" ( q u e s o n los síntomas d e los cuales q u e d a r o n testimonios) corresponden al diagnóstico de "neumonía lobar guaa, q u e rae el que se rnzo e n t o n c e s . Ninguna ae las e n f e r m e d a d e s v e n é r e a s m e n c i o n a d a s arriba p r o d u c e a l g o semejante. Por lo tanto, n o creo que su muerte haya tenido nada que ver c o n sus contactos venéreos". Hubiera h e c h o falta una autopsia para establecer la causa concurrente que potenció una infección de n e u m o c o c o s vulgares para matar a u n h o m b r e robusto de 33 años. A López Velarde n o le dio una enfermedad incurable. Tampoco le faltó atención médica ni farmacia, que las tuvo e n casa. Cierto fatalismo rondó su enfermedad, c o m o si sus íntimos sintieran que se q u e r í a morir. " Y a e n f e r m o , s e g u i m o s c o m p a r t i e n d o e l reducido cuarto. M e sentía triste al verlo tan enfermo, y sobre todo s a b i e n d o , c o m o m é d i c o , mi impotencia para salvarlo." Qesús López Velarde a Guadalupe Appendini, p. 147). Jesús B. González se "mantenía e n el pasillo del departamento o e n la puerta de la recámara de Ramón, como una esfinge. N o quería hablar ni hacer comentarios. Y , e n la noche de la suma gravedad, lo sorprendí sentado e n el piso d e la habitación contigua a la de nuestro e n f e r m o , s o l l o z a n d o c o m o u n n i ñ o d e s a m p a r a d o . " (Pedro de Alba, p . 49). El mismo Jesús Buenaventura González Flores contó (Appendini, p p . 133-135) que una gitana leyó e n la mano de López Velarde que moriría de asfixia, y que, la víspera fija fWM"ir fTií»»«5tfA n/1/\fn/% cu morir* lo roo \r Aimt*í*cít/o M w f*r\tnr\ cí orií a e monr, mostranaome s u m a n o larga y expresiva , c o m o si a m estuviera su sentencia de muerte, se lo recordó: "¿No recuerdas? ¿Qué cosa? Aquello que me dijo la gitana. ¡Mírame c ó m o estoy!" Cuenta Celestino Gorostiza: "A los colegas de mi hermano [José], los conocí el día de la muerte de nuestro padre, e n 1921, c u a n d o fuejron a acompañarlo e n el duelo. A h í estaba López Velarde, esbelto, robusto y erguido, según lo recuerdo, pero tal vez más apesadumbrado de lo que el caso requería. A la vista del cortejo, le oímos decir c o n apagada voz: 'Pronto seguiré y o el mismo camino.' Unos meses más tarde asistíamos a su sepelio." (M trato con escritores. Segunda serie, INBA, 1964, p p . 99-100). b) D e estudiante en San Luis, López Velarde había conocido a Manuel Aguirre Berlanga (1877-1953), compañero d e leyes y hasta de casa d e asistencia, a u n q u e era o n c e años mayor (al parecer, había sacado el título e n Saltillo y lo sacó de nuevo e n S a n L u i s ) . A g u i r r e B e r l a n g a f u e d i p u t a d o d e la legislatura coahuilense que facultó al gobernador Carranza para levantarse e n armas, al día siguiente del g o l p e contra M a d e r o ; destacó durante la insurrección; fue transitoriamente g o b e r n a d o r d e J a l i s c o , diputado del congreso constituyente d e 1916-1917 y finalmente secretario de gobernación del presidente Carranza hasta el 21 de mayo de 1920, cuando Carranza (como Madero e n 1913) muere acorralado por sus pretorianos. C o n el carrancismo, parecía que López Velarde, por fin, saldría adelante: triunfaba nuevamente la revolución, quedaba nueva­ mente del lado bueno, y esta vez con mayores esperanzas. Em­ p e z a b a a prosperar c o m o escritor, c o m o a b o g a d o y c o m o político. Había puesto u n despacho en Madero 1 (dirección por demás significativa, donde hoy está la Torre Latinoamericana) c o n Francisco del C a m p o (también compañero de leyes y de casa e n San Luis) y era abogado consultor de su amigo el secretario de gobernación. (Lo cual también debe aclararse. Huele a ese arreglo conocido entre compañeros universitarios, cuando u n o llega a ministro: p o n e n u n despacho o negocio que realmente es del ministro.) Empezaba a tener influencia literaria, profesional y política. Se hablaba de tú con Enrique González Martínez, que era el sumo pontífice de las letras mexicanas. Hasta parecía que, por fin, iba a tener dinero para darle una situación decorosa a su madre y a sus hermanos, y para formar su propia familia. T o d o lo cual desembocó e n tragedia, c o m o en una fatal repetición: Siempre que inicio un vuelo por encima de todo, un demonio sarcástico maulla y me devuelve al lodo. López Velarde n o estuvo e n Tlaxcalantongo, pero Aguirre Ber­ langa, que acompañó a Carranza e n la huida y durmió e n el mis­ m o jacal sobre el cual llovieron los balazos, aunque salió ileso, q u e d ó c o m o transtornado. (Más a ú n si, c o m o piensa Enrique Krauze, "La noche de Tlaxcalantongo", Vuelta 111, I I 8 6 , Carranza consumó el crimen de sus asesinos suicidándose.) Su trastorno, seguramente "contagió" a López Velarde, q u e vivió el horror como experiencia de su amigo, c o m o virtual experiencia propia ( f u e a c c i d e n t a l q u e se q u e d a r a e n M é x i c o ) y c o m o u n a e x p e r i e n c i a c o l e c t i v a , p o r q u e la c o n m o c i ó n f u e n a c i o n a l . Además, para su vida práctica, la conmoción era total: la recaída e n el abismo de la nada, para empezar otra vez de cero. En 1913, después del asesinato d e Madero, López Velarde había regresado a San Luis, derrotado y seguramente asqueado de la capital, donde tanta gente empezó a cooperar c o n los asesinos, como si nada hubiera pasado. Pero ya n o tenía que hacer e n San Luis y, antes de u n año, volvió definitivamente a México, a donde se habían ido sus tíos protectores, su madre y sus hermanos. En 1920, después del asesinato de Carranza, más derrotado (porque su conquista de la capital había llegado más lejos) y quizá más asqueado, vuelve a San Luis brevemente, cuando muere el padre de María Nevares, e n una regresión simbólica y posiblemente práctica: deseando la oportunidad de empleo o negocio, lejos de la capital. Según Arturo Arnaiz y Ffeg ("Ramón López Velarde y la pequeña propiedad", Norte I V 6 1 ; reproducido e n el Calen­ dario de Ramón López Velarde DC 71) y Eugenio del H o y o (Jerez, el de López Velarde, 3a. ed., Fondo de Cultura Económica, 1988) todos los jerezanos soñaban c o n independizarse e n negocios del campo, artesanales comerciales. Cuenta Pedro d e Alba (p 48): Cuando sobrevino la caída del presidente Carranza, Ramón López Velarde tomó la derrota como suya y se impuso un huraño alejamiento de la vida pública. No quería aceptar empleos o comisiones porque creía que con aquello traicionaba la memoria de su padrino, que asi llamaba a don Venustíano.rf>espués de haber ocupado puestos públicos de importancia, contaba Ramón con un capital de quinientos pesos, con los que pensaba poner una planta avícola. Cuando le comunicó aquel plan a José Juan Tablada, éste hizo una de sus famosas frases: "Hombre, Ramón, en México todo el mundo quiere hacerse rico con las gallinas... Usted no tiene otro camino que volver a la vida pública en donde tanta falta hace." Jesús B. González y yo éramos diputados en la época de los presidentes De la Huerta y Obregón. Al licenciado Vasconcelos, entonces rector de la Universidad, lo frecuentábamos para tratar algunos asuntos de interés para nuestros electores y, como le ayudamos en los trámites para que se aprobara la ley de la nueva Secretaría de Educación, nos dispensaba grandes atenciones y nos hacía frecuentes servicios. Después de preparar el terreno cuidadosamente, invitamos Jesús y yo a Ramón López Velarde para que nos acompañara a ver al futuro ministro de Educación. Vasconcelos conocía y admiraba a López Velarde. En cuanto llegamos a su despacho, le tendió los brazos y con todo señorío y naturalidad le dijo a Ramón: "Lo he andado buscando, lo necesito para que me ayude en la Secretaría, como 16 hizo en la época de la Convención. Ya sé de la resistencia que usted tiene para servir a este régimen; pero le advierto que no es usted el que viene a ofrecerse, nosotros le buscamos porque nos hace falta. Usted tiene la obligación de servir a México y de no negarnos su cooperación." López Velarde se veía conmovido con aquel recibimiento, pero siguió inflexible por cuanto a aceptar cargos de importancia. Fue entonces cuando Vasconcelos le propuso que formara parte del cuerpo dé redacción de la revista EJ Maestro, y en una forma terminante le dijo: "Ya que usted no quiere servir en un puesto de los que se consideran políticos, acepte una comisión para que escriba descansadamente y haga lo que quiera. Le repito que usted es el que nos hace un favor dándonos las primicias de sus escritos para nuestra revista, la que dirigirá Agustín Loera y Chavez, que también es amigo suyo." Ramón cedió a estas instancias del licenciado Vasconcelos y pocos días después formaba parte del cuerpo de redacción de la revista El Maestro. Allí, en sus oficinas de la calle de Gante, le veíamos tarde a tarde Jesús B. González y yo; lo acompañábamos en su ritual merienda y después hasta su domicilio de Jalisco 71. Fue aquella una época de desbordante creación poética de López Velarde y de nostalgia de su terruño zacatecano; la compañía de Jesús le era doblemente estimulante. Entonces escribió "La suave Patria", la que Jesús y yo vimos nacer estroia por estroia, sin imaginarnos que aquei canto se loa a publicar como obra postuma, unos días después de su muerte. Sobre los escrúpulos de López Velarde, hay también testimonio de Enrique G o n z á l e z Martínez e n La apacible locura (Obras completas, El C o l e g i o N a c i o n a l , 1971, p . 765): "A C h i l e m e escribió a raíz de mi llegada [como embajador de México]. Era su carta una explicación innecesaria de las razones que lo obligaban a aceptar u n empleo del gobierno que había derrocado al que él h a b í a s e r v i d o . La e p í s t o l a c o m e n z a b a c o n estas p a l a b r a s impregnadas de sincera amargura: 'Agotadas mis reservas morales y e c o n ó m i c a s ' . . . Y o comprendí t o d o . " Por cierto q u e la carta completa n o se c o n o c e : hay q u e buscarla e n los archivos d e González Martínez. En 1963, cuando sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres, J o s é Gorostiza recordó c ó m o López V e ­ larde, "Lastimado profundamente e n sus sentimientos p o r el asesinato [de Carranzal se negó desde entonces a colaborar en ningún puesto c o n el gobierno de la República. Sus amigos, que veían azorados crecer su silenciosa pobreza, lo obligaron mate­ rialmente a aceptar una clase de literatura en la Escuela Prepa­ ratoria y alguna magra remuneración q u e le daba la revista mensual El Maestro (Prosa, Universidad de Guanajuato, p. 226). (En El Maestro, donde ambos trabajaban, se hicieron muy amigos.) En los archivos de la UNAM, según las copias que m e facilitó amablemente Maiía del Refugio González, está el papeleo buro­ crático del profesor López Velarde: de Literatura e n la Escuela Nacional Preparatoria (nombrado el 4 de septiembre de 1914 como interino del primer curso, por Félix F. Palavicini, ministro de instrucción pública de Carranza; transferido al segundo curso todavía como interino, con u n sueldo anual de $1,204.50, el 16 de abril de 1915, por J o a q u í n Ramos Roa, ministro de instrucción pública de Roque González Garza; signatario, ya c o m o titular, de la exigida jura de lealtad al carrancista Plan de Guadalupe, el 15 de octubre de 1915; cesado el primero de enero de 1916, sin que c o n s t e p o r q u é ) ; l u e g o p r o f e s o r d e Literatura M e x i c a n a e H i s p a n o - A m e r i c a n a e n la F a c u l t a d d e A l t o s E s t u d i o s , h o y Facultad de Filosofía y Letras (nombrado el 11 de febrero de 1921 por J o s é V a s c o n c e l o s , e n t o n c e s jefe del d e p a r t a m e n t o Universitario y de Bellas Artes, es decir: rector de la Universidad Nacional, bajo el presidente Obregón; comisionado a la Escuela Nacional Preparatoria, el primero de marzo de 1921, para que tome la mitad de los alumnos de Federico Gamboa, ya que e n la cátedra de Altos Estudios n o tuvo alumnos; cesante por defunción el 19 de junio de 1921). Queda claro que Vasconcelos le dio u n nombramiento artificial, para darle algo. Sobre la pobreza creciente d e L ó p e z V e l a r d e , escribió él IIlloIIlU, e n alia UlllIIlaa C a l i d a . C S l O y lUaS p U D l c q U C UC COS­ tumbre." (3 VIII 20); " Y o he estado m u y transtornado e n mis asuntos, y muy pobre, como le decía e n mi anterior. D e salud, bien.» (1 K 20) C o n la "magra remuneración" de la revista El Maestro, con los $115 del pago de marcha que dio la Universidad y con algo más, q u e salió tal v e z d e la farmacia, J e s ú s L ó p e z Velarde p u d o cumplir la última voluntad de Ramón: pagar su deuda de $500 pesos a Ignacio Gastélum (Appendini, p.147). Horrible coinci­ dencia: "Cuando mi papá murió, e n 1908, el finiquito económico era que se debían $500 pesos " (Appendini p 81) Sospecho que los $500 pesos c o n los cuales López Velarde quería poner su planta avícola eran precisamente los que le había prestado Gastélum, y que se los gastó, mientras buscaba d e ­ sesperadamente salidas para no trabajar en el gobierno. Sospecho que agotadas sus reservas económicas y morales, se sinti ó u n fracasado, con ganas de morir. Tanto Ramón como su padre se esforzaron mueno, a parar a e una situación precana. sacaron u n título profesional y llegaron a construirse una mediana posición, que se derrumbó por razones políticas. Ambos murieron en la inopia, dejando a su familia con una deuda de $500. Su padre trató de ser un jerezano triunfador, y en u n negocio por encima d e los que emprendían los otros jerezanos: una empresa cultural, u n colegio católico. La política jacobina des­ truyó su independencia, y acabó en la humillación de que su familia tuviera que arrimarse a los Berumen: ios parientes políti­ cos, en mejor posición. En ese ambiente se educó el primogénito, c o m o hijo de v i u d a , talentoso y t e n a z , q u e tenía q u e sacar adelante a la familia, triunfar donde su padre había fracasado. Pero, a los 33 años, seguía arrimado: a su familia materna, como siempre, y, para colmo de humillaciones, a la familia revolucio­ naria que acababa de matar a su "padrino", y que se acomedía a recoger al ahijado (como Huerta, que intentó ahijar al huérfano Alfonso Reyes, ofreciéndole el puesto d e secretario particular). Murió poco después, e n el seno d e su nueva familia política, que lo presentó como suyo y lo exaltó a la gloria nacional. Y c o m o si tuviera que seguir a la sombra del caudillo asesino, la calle donde vivió y murió se llama ahora Alvaro Obregón. López Velarde estuvo c o n Madero y, al triunfo d e la revolución, se sintió emancipado aunque JMadero le fallara en lo personal y n o obtuviera beneficio alguno d e su militancia. "No estaremos viviendo e n u n a República de ángeles, pero estamos viviendo como hombres, y ésta es la deuda q u e nunca le pagaremos a Madero" (Obras 765). A diferencia de Salvador Díaz Mirón, Luis G . Urbina, José J u a n Tablada, Enrique González Martínez y otros escritores modernistas; a diferencia de José López Portillo y Rojas y otros escritores católicos; L ó p e z V e l a r d e , d e s p u é s del cuartelazo, n o se arrimó a Victoriano Huerta. Por el contrario, creyó en Carranza, lo cual lo puso e n u n gran conflicto: creía en la restauración de la democracia maderista, n o e n la destrucción d e la alianza maderista entre liberales abiertos y católicos d e ­ mócratas; menos aún, en la persecución religiosa. Antes, cuando trató de abrirse paso literario, encontró la resis­ tencia de Pedro Henríquez Ureña, que desconfiaba d e los cató­ lieos Después cuando empezó a tener éxito e n el Establisbment Eduardo Correa y otros católicos sintieron que claudicaba por u n p l a t o d e lentejas. Q u i z á l o sentía él m i s m o , e n m o m e n t o s depresivos. Pero todo iba bien: c o m o poeta, c o m o a b o g a d o , como político, había dejado muy atrás a Correa, a quien le debía toda su carrera inicial, y a q u i e n temía quizá corresponderle porque le debía demasiado, y porque seguir de militante católico lo hubiera obligado a romper c o n el medio q u e ahora lo aceptaba. (Aunque, también hay que decirlo, e n honor suyo y del medio literario: nunca negó la cruz de su parroquia. Integrado a u n gobierno jacobino, publicó La sangre devota, u n primer libro que era una declaración de fe, desde el título, y q u e fue m u y celebrado.) Xa decepción de Correa fue inmensa, c o m o consta en la necrología encontrada por Guillermo Sheridan (Ramón López Velarde, Correspondencia con Eduardo J. Correa, p.42): "el huracán revolucionario arrebató a nuestro bardo llevándolo al campo enemigo. Joven, sediento de gloria, sin prensa ni estímulo entre los nuestros [los católicos], n o resistió a la seducción d e los e n e m i g o s q u e l o lisonjeaban". Si para los j a c o b i n o s era u n mocho, para los militantes católicos era u n desertor, arrimado a los carranclanes. Á i i n n u p #»1 r#»fiffv*ri<* **c t^Aefi i t r i o no AUHA c#»r ionnrorio ñor Aunque ei reprocne es postumo, n o p u a o ser ignoraao por López Velarde: o se lo dijeron, o se l o hicieron sentir, o (en m o ­ mentos depresivos) se lo dijo a sí mismo. Los carrancistas hicieron barbaridad y media contra los católicos, y especialmente contra la cultura católica. Expulsaron a los jesuítas, clausuraron templos, destruyeron la famosa biblioteca y pinacoteca episcopal d e San Luis, e x p r o p i a r o n El Regional d e Guadalajara y , e n v e z d e favorecer la reapertura d e La Nación, q u e tan gallardamente había combatido a Huerta, se llevaron las máquinas Sin hablar d e las atrocidades e n J e r e z , ni d e l asesinato d e su tío, el padre Inocencio López Velarde, cuando quiso defender de la tropa a las colegialas de u n colegio católico. Todo lo cual, quizá, debía olvidarse en aras del civilismo: de la nueva república restaurada que trataba d e neutralizar a los cau­ dillos armados y hasta de imponerles u n sucesor civil e n la preM u e n u a . c i ingeniero ivianuei Dormid, m*b a u n 51 e i u i r r a i i u M i i u en el poder, a diferencia del maderismo, reconocía los méritos de López Velarde. Pero vino el derrumbe de este comienzo d e prosperidad, el fracaso del civilismo, la imposibilidad d e construirse u n a inde­ p e n u e n c i a a i e j a u a u e i o s preiorianoa, e i a u i o i n u u e l e n e r que aceptar (y de ellos, precisamente) u n nuevo plato de lentejas. Por segunda vez lo lisonjeaban del campo enemigo. Por segunda vez aceptaba, ahora c o n menor justificación. Sus sentimientos d e c u l p a y d e f r a c a s o t u v i e r o n q u e ser i n t e n s o s . Arrimarse a Obregón, como si nada hubiera pasado , era igual que arrimarse a Huerta, c o m o si nada hubiera p a s a d o . Si dejar la militancia católica para servir a la C o n v e n c i ó n y al carrancismo, podía justificarse como civilismo, ¿cómo aceptar las migas del festín de las balas, el pan de los asesinos del civilismo? C o n ganas d e morir. Asombra que por entonces escribiera dos textos esperanzados e n la reconstrucción de M é x i c o , que tuvieron (y seguirán te­ niendo) resonancia: "Novedad de la Patria" y "La suave Patria''. Su fe en la patria "inaccesible al deshonor", "impecable y diaman­ tina", que "no cesa de solicitarnos", superaba la deprimente rea­ lidad. Exaltó los valores de la pobreza tradicional, que vive "al día, d e m i l a g r o , c o m o la lotería", frente a la n u e v a riqueza petrolera, que tanto les sirvió a los golpistas para ser dadivosos c o m o el diablo, comprador de almas. Frente a los veneros d e petróleo, frente a la riqueza negra del inframundo, "El Niño Dios te escrituró un establo": la pobreza feliz. Los que buscan razones metafísicas para la soltería de López Velarde, a pesar de que intentó casarse dos veces (y en ambas fue rechazado, por mujeres talentosas: la maestra Margarita Quijano, la planista Fe Hermosillo, que n o podían dejar de ver la situación de su pretendiente), ignoran algo elemental: n o tenía c o n qué ponerle casa a nadie; ni a su madre viuda, ni a su pretendida mujer. Había cumplido 33 años, y seguía en la mina que heredó. Q u i z á el c u m p l e a ñ o s fue u n recordatorio e s p e c i a l m e n t e amargo. Cuatro días después, su inmensa responsabilidad fallida como sostén de una familia, la angustia de tener más ambiciones que recursos aceptables para su conciencia, los sentimientos de culpa y de fracaso, lo asfixiaron c o n una bronconeumonía, a pesar d e q u e u n o s m e s e s a n t e s era u n h o m b r e " r o b u s t o y erguido" , que pensaba en morir, estando "De salud, bien". HOMENAJE A LA ALEGRÍA HOMENAJE A LA ALEGRÍA nació en Tabasco, lugar de selva y ríos, y en u n momento en que estaba muy vivo el sueño de una patria per­ fecta. Llegó al valle de M é x i c o e n 1908 (a los o n c e a ñ o s ) , a tiempo de internarse en otra selva: la revolución, el cuartelazo, la guerra civil, la guerra europea. Desarticulación de la familia: su padre toma las armas. Acogida favorable en la nueva "familia" que soñaba c o n hacerse cargo del país: los estudiantes y los grandes maestros de la Escuela Nacional Preparatoria. Estaba vivo entonces el sueño de una transformación social que superara todos los egoísmos, hasta los nacionales. En las letras españolas, América había tomado la iniciativa c o n Darío y Rodó, y, e n v e z del repliegue y la autocrítica peninsular que siguió al 98, se afirmaba una actitud emprendedora y visionaria que llegaba a soñar con que "los hombres del futuro, pregun­ CARLOS PELUCER raaos cudí e s e i n o m o r e a e s u país n o c o n i e s i e n c o n e i n o n i ü i c u e Brasil , con el nombre de Chile, o con el nombre de México, pero que contesten c o n el nombre de América" (Rodó). En México, Vasconcelos pasaba del pensamiento a la acción e inspiraba a los jóvenes n o sólo grandes vuelos continentales sino u n espíritu de injerencia directa en la creación del México por venir. Pintores y poetas, novelistas y arqueólogos, buscaban lo nacional en el pa­ sado indígena o colonial, en el presente revolucionario, e n el futuro socialista o comunitario hispánico. "Bebiendo la atmósfera de su propio enigma, la nueva patria n o cesa de solicitarnos" -escribía López Velarde. La poesía consagrada por entonces andaba en otras búsquedas. Los dioses del momento son Ñervo y González Martínez. El tono que domina es elegante y doliente. La hora, vesperal. H a y u n desasimiento que no acaba de ser desasimiento, hay una cierta complacencia en la propia tristeza. Jardines tristes, pálido hechizo del m u n d o q u e atrae pero finalmente m e n o s q u e la propia inclinación, q u e ese dulce declive hacia el jardín del alma. Jardines interiores, Senderos ocultos, Lámparas en agonía. Los títulos hablan por sí solos. Los autores son distintos, pero el protagonista es el mismo. U n personaje del cual pudiera hacerse este epitafio: hizo una religión d e su melancolía y en su seno murió. En 1913, tanto Henriquez Ureña como Urbina, buscando una diferencia específica de la poesía mexicana, creyeron encontrarla e n su carácter m e l a n c ó l i c o . Tres j ó v e n e s p o e t a s , q u e b i e n pudieran llamarse de la Revolución, c o n la misma latitud con que se habla de novelistas de la Revolución, iban a romper, cada uno a su m o d o , el cerco d e esa estrecha definición nacional, y a encarnar nuevos personajes poéticos: Ramón López Velarde (1888-1921), Alfonso Reyes (1889-1959) y Carlos Pellicer (1897­ 1977), precedidos por un poeta veterano que rejuveneció: José J u a n Tablada (1871-1945). Ninguno de ellos quiso hacer el papel de poeta fino y melancólico. Ninguno hubiera podido escribir, c o m o A m a d o Ñervo: "Enrique G o n z á l e z Martínez y y o adolecemos de ese delicioso mal (o bien) de la filosofía: 'Una mosoria que se s u e n a , como aijera rsovans. queremos ios aos hurgar en la entraña del misterio y auscultar el dulce y tembloroso corazón de la naturaleza. Paseamos, pensativos y enamorados, frente al zócalo de granito en que la esfinge, nuestra hermética novia, ostenta su doncellez inmortal, y tenemos los ojos cansados de mirar sus ojos inmóviles y profundos..." López Velarde, yendo al encuentro de su novia imposible hasta el f o n d o d e la c o n c i e n c i a , d e s c e n d i e n d o al infierno d e la contradicción, buscó y halló la realidad de su patria: la nueva patria cuyo concepto era "hoy hacia adentro". Alfonso Reyes, como Goethe e n su situación de alemán, para n o sentirse en el aire, vuelve a las fuentes clásicas en busca de expresión nacional, y así también al Siglo de Oro español. Pellicer busca su patria hacia fuera y halla tierra firme en la plataforma del continente. Mucho antes que Neruda, empieza a cantar los puertos y las playas d e América. Vive en Colombia y Venezuela, de 1918 a 1920, enviado como líder estudiantil por el gobierno de Carranza. En 1922, acompaña por América a Vas­ concelos, quien prologa más tarde su segundo libro (Piedra de sacrificios. Poema iberoamericano, 1924): "Pertenece Carlos Pellicer a la nueva familia internacional que tiene por patria al continente y por esurpe ia gente ioaa a e naDia española. Pellicer busca la n u e v a patria hacia fuera, e n la n o v e d a d primigenia de la Creación que empieza a ser poblada. Tiene la confianza creadora d e u n fundador d e ciudades, el optimismo cristiano d e la generación del A t e n e o , los grandes vuelos d e Vasconcelos, la desenvoltura de u n ciudadano del mundo. Tiene ojos para ver la hermosura de lo concreto, alegría de estar vivo y numiiaaa para ser natural en ía naturaleza, para aceptar ios límites como formas gozosas. Ni los fracasos ni las decepciones son capaces de cerrarlo a la gracia. Su obra es ante todo home­ naje; fresco, desgarrado, reconciliado, homenaje a la alegría. La frescura, el desgarramiento, la reconciliación, pueden seña­ lar tres etapas e n su poesía. 1. Los libros escritos antes de los treinta años: Colores en el mar (1921), Piedra de sacrificios (1924), 6 7 poemas (1924), Hora y 20 (1927) y Camino (1929). Estos libros son una explo­ sión, u n giro tan inusitado en la historia de la poesí a mexicana, que bajo cualquier previa definición de nuestra poesí a habría que excluirlos o cambiar de definición. En el cauce de una tradición qu e se iba ensanchando o alisando por erosión, son una voladura qu e abre nuevos cauces, la alegría desbordante y revolucionaria, la destrucción creadora. Y esto, sin conspiración y sin cálculo, sin manifiestos y sin ismos: por expansión vital. Imágenes sorpren­ dentes, ritmo, frescura, agilidad, sentido del humor, ocurrencias, el mar, el sol, América, irrumpen como nunca, o por primera vez, en la poesía mexicana. 2. La segunda etapa, que ya se anuncia e n Camino, está e n los libros publicados a los cuarenta años: Hora de junio (1937), Exágonos (1941) y Recinto (1941). A la explosión, sigue u n replie­ gue. La v o z se vuelve íntima. Después de algunos años e n silen­ t ció, habla "la silenciosa música de callar un sentimiento". En vez de la imaginación y la inventiva, predomina el corazón. Desa­ parecen los discursos. El soneto adquiere una importancia espe­ cial: recogimiento en las formas delimitadas, que se da también con el "exágono". La naturaleza n o se desdibuja, pero el paisaje humano es el que cuenta. 3. Pl i n n irrita c i tfíltimo uiumu Ppllir***!* remecí #*fmoi#*^5i empieza 2a1 nnnlícíif* puuucaí aa loe 1U5 fcincuent a afioc* auu5. Subordinaciones (1949), Práctica de vuelo (1956) y Material poé­ tico (1962). Tiene la voz de un joven poeta que recobra su alegría, pero que ya n o puede olvidar el silencio. El gran aliento se vuelve magistral en el Canto del Usumacinta, en el Discurso de las flores. El soneto se vuelve religioso y brota c o n abundancia. El repliegue se vuelve recogimiento para cantar la Navidad: la per­ petua renovación. Los diversos estudios sobre Pellicer han ido acumulando obser­ vaciones y puntos de vista dignos de recordarse. A pesar de su buena prosa, concentración en la poesía. Longevidad poética (perpetua juventud). El más americano de nuestros poetas. El de obra más vasta y variada. Poesía de grandes m o n u m e n t o s y delicadas miniaturas. Nuestro primer poeta realmente moderno. Nuestro Huidobro. Renueva la tradición de los poetas para los que el mundo exterior existe (Balbuena, Othón). Pero su poesía pertenece al porvenir, inicia u n nuevo diálogo con la naturaleza. Franciscanismo, alegría de estar vivo. Connaturalidad con las c o ­ sas: ve en la naturaleza expresiones de persona, y en su persona el agua, ceibas, pájaros. Capacidad de juego y entusiasmo, libre trato de tú c o n la poesía, gusto por lo sensual de la palabra. Sentido del humor, vuelo de imágenes. Por la poesía, el hombre va poblando el planeta, ha dicho más o menos, Hólderlin. Entre el puñado de grandes poetas que han ido haciendo habitable el continente, Carlos Pellicer es el más animoso. Le ha puesto casa a la alegría, y nos invita a avanzar, a la confianza creadora sin la cual n o se extiende el reino del hombre. EL O T R O M O D E R N I S M O de Carlos Pellicer (Colores empieza con los versos siguientes: EL PRIMER LIBRO en el mar, 1921) En medio de la dicha de mi vida deténgome a decir que el mundo es bueno Esta declaración, como de apertura, con su tono declamatorio y positivo, parecería de larga tradición en México. La celebración siempre ha tenido algo de discurso público. La derrota, el desvali­ miento, han sido para la intimidad. En la lírica mexicana, n o abundan las celebraciones jubilosas del amor o de la mujer. ¿Melancolía indígena? ¿Angustia colonial? ¿Pesimismo cristiano? Lo insólito es que esta voz diga "la dicha de mi vida" con esa misma entonación, que nos hace perder de oído la enormidad.de lo que sigue: deténgome a decir que el mundo es bueno por la divina sangre de la herida. Estamos ante un poema religioso, con evidentes y deliberadas analogías dantescas (los tercetos, el comienzo "En medio"... "de mi vida"). Pero ¿ cuándo se había tomado en serio la redención como redención en la abundantísima poesí a católica mexicana? El "hombre nuevo" está ausente de esta, poesí a de sentimientos ofi­ ciales. Sólo conocemos dos antecedentes posibles: 1. La canción navideña de González de Eslava (1534-¿l6pl?) que termina con Ya no habrá más guerra entre cielo y suelo: Dios está en la tierra, ya la tierra es cielo. Lo irónico de esta modernísima expresión de fe "posconciliar" es que parece responder y dar seguridades a la Santa Inquisición, que persiguió a González de Eslava, n o por "progresista" sino por "judaizante". Habiendo escrito unas coplas en defensa de la Ley Vie­ ja de Moisés, tomó después la vehemente defensa de la Ley Nue­ va "con argumentos teológicos más contundentes que cuantos le habían opuesto sus contradictores d e antaño" (Alfonso Reyes, Letras de la Nueva España). 2. Y un soneto de Reyes que, aunque publicado en Huellas u n año después que Colores en el mar, lo da por escrito e n 1911," como parte final también (¿casualmente?) de u n poema navideño ("Lamentación de Navidad"). Lo insólito aquí, son las expresiones Señor, mi Dios, corona de los mundos... úsame como una de tus manos; dame obras que cumplir... Sorprenden por la dignidad del hombre como cooperador de Dios en la producción de u n mundo humano que es al mismo tiempo divino: coronable por la divinidad. Pero se trata e n ambos casos de antecedentes muy tenues para creer que hayan servido como tales. Lo que se da en Pellicer, n o puede explicarse más que por su propia originalidad y por ante­ cedentes ajenos a la poesía mexicana: eso que pudiera llamarse "el otro modernismo". En sus Notas sobre él modernismo, J u a n Ramón Jiménez toma en cuenta u n uso de la palabra modernismo que parece tirado de los pelos para el caso:.el nombre de la herejía condenada por Pío X . Pero una nota al pie de u n texto de Fernando Salmerón, sobre el "optimismo cristiano" de la generación del Ateneo, confir­ ma el acierto de Jiménez y hace pensar e n el verdadero ante­ cedente de Pellicer: el "optimismo cristiano" de Antonio C a s o , maestro al que sometía sus versos preparatorianos, y José Vascon­ celos, c o n el que convivió muchos años, c o m o colaborador y compañero de viajes. "El m o d e r n i s m o es u n a t e n d e n c i a q u e se ha m a n i f e s t a d o dentro de varias religiones - j u d a i s m o , protestantismo, catoli­ c i s m o - y que ha consistido en u n a f í n de transformar de maneras muy radicales ciertas estructuras tradicionales, n o sólo de pensa­ miento e interpretación, sino también inclusive dogmáticas'' (José FffcfTiitpr M o r a T\Hf*f*ifwt./irifi di>fíh\v\ft/i\F111* oc%r\\t*ir\r\r\ríi rv»o H modernismo literario y tiene más de u n rasgo común c o n éste: la "vuelta a los orígenes", simultánea con el afán de ser modernos, que en el caso religioso implicaba la necesidad de replantearse todos los problemas, sin evadir las dificultades que la ciencia, la investigación histórica y el pensamiento moderno presentaban a la fe. En vez del repliegue defensivo y condenatorio frente a los "hechos" que se acumulaban "contra la fe" esto suponía c o m o dijo Gallegos Rocafull de Teilhard de Chardin: tener fe e n su fe. Una actitud optimista y positiva. Pellicer n o es t e ó l o g o ni filósofo. Su optimismo cristiano, aunque tenga c o m o trasfondo el gran aliento vasconcelista, tiene otras formas de expresión, mucho mejores cuando dejan la forma confesional de los primeros versos citados. Por ejemplo, en este espléndido poema de Subordinaciones: EL VIAJE Y moví mis enérgicas piernas de caminante y al monte azul tendí. Cargué la noche entera en mi dorso de Atlante. Cantaron las estrellas para mí. Amaneció en el río y lo crucé desnudo y chorreando la aurora en todo el monte henal. Y era el sabor sombrío que da el cacao crudo cuando al mascar lo muelen los dientes del tapir. Pidió la luz un hueco para saldar su cuenta (yo llevaba un puñado de amanecer en mí). Apretaron los cedros su distancia, y violenta reunió la sombra el rayo de luz que yo partí. Sobre las hojas muertas de cíen siglos, acampo. Vengo de la montaña y el azul retoñé. Arqueo en claro círculo la horizontal del campo. Sube, sobre mis piernas, todo el cuerpo que alcé. Rodea el valle. Hablo, y alrededor, la vida, sabe lo (pie yo sé. Esta confianza e n el mundo, e n el cuerpo humano y en sus actos, este profundo sentido de la realidad inmediata de ser na­ turales en la naturaleza, es completamente ajeno a la tradición retórica cristiana que vive refugiándose del mundo y del cuerpo. D e la poesía de Pellicer se ha dicho que es la vanguardia des­ pués del modernismo. D e su catolicismo "fuera de contexto", pudiera decirse que es la "otra vanguardia" después del "otro modernismo". COSILLAS PARA EL N A C I M I E N T O LAS Casillas para el Nacimiento de Carlos Pellicer (casi villan­ cicos, aunque n o son para cantar, ni se ajustan a la forma tradi­ cional) permanecieron mucho tiempo dispersas. N o les daba im­ portancia como poemas independientes (de ahí el nombre), sino c o m o textos ancilares, subordinados a la verdadera obra que era el Nacimiento. Aunque los escribió desde 1946 (o un p o c o antes) hasta 1976, n o los editó separadamente, ni los incorporó a sus libros, fuera de quince que incluyó en los "poemas n o coleccio­ nados" de Material poético 1918-1961. La recopilación en u n librito postumo (1978) fue de Carlos Pellicer López, en la serie marginal (Editorial Latitudes) que publicaron Carlos Isla y Ernesto Trejo, talentosos poetas que murieron jóvenes. Pellicer puso el Nacimiento e n su casa durante más de medio siglo. Hasta mil novecientos cuarenta y tantos fue u n Nacimiento tradicional, aunque especialmente artístico: al ponerlo ejercía su vena de pintor. Por esos años, e m p e z ó a introducir elementos inusitados, que crearon de h e c h o u n tipo de obra n u e v a , sin género conocido: una especie de auto sacramental de la luz, que expresaba su religiosidad p e r s o n a l , q u e a nadie se le había ocurrido y que sin embargo resultó profundamente tradicional, porque reinventaba el origen mismo de las fiestas de Navidad. En estas fiestas, hay representaciones que varían de la figura pintada a la de bulto, la teatral, la ritual, la sacramental: e n la misa de Navidad, especialmente la de Gallo; en la celebración de las P o s a d a s ; e n la r e p r e s e n t a c i ó n d e pastorelas; e n pinturas y esculturas de muy diversas clases, especialmente el Nacimiento. Pellicer reinventó la experiencia del amanecer como metáfora del Niño dado í l u z . La concepción teofánica del amanecer es universal y milenaria. Ha inspirado cultos solares q u e , al avanzar los conocimientos astronómicos, se han extendido al calendario anual. La misma lucha del sol con las tinieblas que puede verse en el curso del día (nacimiento, apogeo, muerte y renacimiento), puede verse en el curso del año. A partir del solsticio de invierno, los días crecen hasta el solsticio de verano, cuando empiezan a decrecer hasta la "tniiprtf* r# n¡l^ímil*^l^íV uci aui «ínl caua cncizt ¿i 91 rli* F ni **c1i m u c u c vy iciiacimiciiiu u c HiripinHrí uicicmuic. m l , 1 antiguo Egipto, en Grecia, en Roma, diversas religiones mistéricas celebraron por estas fechas (25 de diciembre, 6 de enero) fiestas de renovación, que más tarde fueron adoptadas por los cristianos, c o n nuevos simbolismos: Cristo c o m o sol, luz del mundo, nuevo Adán, renovador de la creación. N o deja de haber cierto equívoco metafórico entre el rena­ cimiento (cíclico) y la resurrección (histórica, definitiva). La ver­ dadera fiesta mistérica del cristianismo es la resurrección. La celebración de la Navidad tuvo u n desarrollo tardío. Tiene algo de afirmación pagana de este mundo. Fue criticada en la patrística griega c o m o una fiesta no muy cristiana. Empezó a celebrarse oficialmente en el siglo rv, y en el calendario eclesiástico quedó en cuarto lugar, después de la Pascua, Pentecostés y Epifanía. Sin embargo, ha llegado a ser la fiesta más popular del cristianismo. Se enriqueció con el árbol (de origen germánico que simboliza el nuevo árbol del nuevo paraíso del nuevo Adán) y otros símbolos universales del año nuevo y la vida nueva (la alegría, el despren­ dimiento). Recibió u n impulso decisivo de San Francisco, que e n 1223, en Greccio, inventó el Nacimiento: hizo participar a los animales en la misa, llevando u n burro, u n buey, u n pesebre. (Celano n o menciona más, aunque es de suponerse que, si n o entonces, la Sagrada Familia llegó a ser representada.) Para San Francisco, lá Navidad era "la fiesta de las fiestas*. Sin negar la cruz, tomó en serio la figura de Cristo como nuevo A d á n , que encabeza el nuevo nacimiento d e este mundo, reconciliado con el otro. Hay también e n el Nacimiento algo de jardín japonés, q u e parece acentuarse en el caso de Pellicer. Llegó a representar n o sólo el m u n d o sino aun el t i e m p o a escala. Y realizaba esa especie de práctica Zen que busca revelaciones en las piedras y otros elementos dados en la naturaleza: salía al campo y tenía el don de ver e n una rama caída lo que luego en el Nacimiento parecía un vetusto bonsai. Toda su preparación del Nacimiento tenía algo de confianza en la inspiración, en la improvisación, en el "no busco, encuentro", al mismo tiempo que de ascética y hasta previsora disciplina. Para las figuras, encargaba piezas únicas a u n artesano. Después de encontrar piedras y ramas en el campo, hacía trabajos de carpintería, de pintura, de electricidad, d e s o n i d o . S e l e c c i o n a b a m ú s i c a . Escribía. A n t e s d e q u e se inventaran las grabadoras, se tomaba el trabajo de ir a grabar u n disco c o n los versos para ese año. (Todo cambiaba cada año, dentro del mismo formato general.) Puesto el Nacimiento, Pellicer se sometía a la disciplina de estar personalmente disponible de seis de la tarde a nueve de la noche (más o menos) todos los días. Se tocaba el timbre de la casa de Sierra Nevada 779. La vieja ama de llaves pasaba a los visitantes a u n recibidor junto a la escalera, por donde bajaba el poeta, nunca de inmediato, con esa mezcla suya de cordialidad bromista, de h u m i l d a d y teatralidad. C o n v e r s a b a , recibía los regalos, d e haberlos, y seguía manteniendo la expectación. Por fin, abría la puerta a la cochera que nunca usó como tal. Todo el espacio, fuera de u n pasillo al frente para los visitantes, estaba ocupado por una especie de escenario que a través de una bóveda que representaba el cielo, cerraba al fondo con un horizonte curvo, espectacular. La inmensidad d e l e s p a c i o se a c e n t u a b a c o n diversos recursos de perspectiva: la alineación, el tamaño de las figuras, los colores, el tema de las "escenas" próximas y remotas. N o había u n árbol típico de Navidad. El conjunto recordaba más bien un gran paisaje del Valle de México pintado por Velasco. Y , como en los cuadros de Velasco, la luz era el personaje central. N o el Niño, ni el portal que, sin embargo, estaban perfectamente puestos. La luz, la luz del mundo era el verdadero Niño presen­ tado a la adoración. La adoración se producía. El silencio irrumpía entre los comentarios, las exclamaciones, las preguntas, hasta imponerse por completo. Entonces, c u a n d o la visita parecía terminar, empezaba la parte culminante. Pellicer desaparecía tras u n a cortina lateral ( n u e v a e x p e c t a c i ó n ) y p o n í a m ú s i c a . Empezaba a atardecer en el escenario, tan lentamente que los visitantes de primera vez tardaban en descubrirlo. El silencio era a b s o l u t o . Se p r o d u c í a u n a r e v e r e n c i a e s p o n t á n e a a n t e la inmensidad y misterio de la nave espacial Tierra, vista desde muy como si el espectador se hubiera desprendido, se hubiera vuelto música entre los ángeles, como si hubiera muerto y se despidiera c o n nostalgia. Luego venía la noche total. La bóveda estrellada daba frío. Y entonces, como una compañía inesperada, empezaba a oírse la voz, profunda y cálida al m i s m o t i e m p o , d e Pellicer. Palabras c o n m o v e d o r a m e n t e fraternales, que no rehuyen la inocencia, ni el balbuceo. Palabras franciscanas de comunión con todos en una naturaleza abierta al más allá misterioso. Del sol hundido de la soledad, empezaba a brotar el n u e v o sol de la alegría. La luz e n c a r n a b a , se iba volviendo Niño. La tierra volvía a ser acogedora y habitable. AZULES Q U E SE C A E N D E M O R A D O S de Caños Pellicer, firmado e n j a f a , Siria, 1927, com­ puesto por once fragmentos numerados, como una serie de pos­ tales, bajo el título general de "Estudio" (Camino, París, 1929), hay dos memorables: E N UN POEMA 5. El agua de los cántaros sabe a pájaros. 7. Hay azules que se caen de morados. Se trata de p o e m a s brevísimos, q u e tienen lo necesario y suficiente para tenerse aparte; el primero, sin más; el segundo, con algún título que diera* lo q u e en la serie da el contexto: la evocación del desnudo, y en particular de los pechos. ¿En qué consiste saber a pájaros? ¿De qué manera el barro se aligera y v u e l a , c o m o a n i m a d o por el s o p l o del paraíso? La misteriosa exactitud de la metáfora, su alegría esdrújula, ha hecho que los dos primeros versos sean muy citados. El cantar de los cántaros, el barro animado por el soplo creador, el sabor tan vivo del agua de los cántaros, apoya las ecuaciones agua agua - cántaro canto • • » barro pájaro El agua de los cántaros sabe a barro El agua de los cántaros canta El agua de los cántaros sabe a pájaros El otro p o e m a es casi d e s c o n o c i d o , menos o b v i o , pero n o menos feliz^Partiendo de la referencia a pechos desnudos, que n o está indicada, pero que los hace caer por su propio p e s o , c o m o u n fruto m a d u r o , resulta u n a matáfora múltiple, q u e sintetiza varios movimientos metafóricos, simultáneos en vez de sucesivos (como sería en una metáfora desarrollada). La vecindad prosódica de dos voces que nada tienen que ver (pájaros/cántaros: idénticas vocales, acentuación, longitud, orden silábico), establece la identidad metafórica en el primer caso. Pero también e n el segundo, de una manera más sutil. La metáfora depende de otra vecindad prosódica, tan cercana que hay casi una metátesis, a u n q u e el s e g u n d o término se omite: mora­ dos/maduros. Q u e esto no es u n supuesto caprichoso, puede verificarse. La comparación de los pechos c o n los ñutos en el árbol es una metáfora milenaria. El "se caen de" corresponde perfectamente a esta metáfora de los frutos colgantes y a la expresión común "se caen de maduros". Esta síntesis: los pechos se caen de maduros, sería una recreación de la vieja metáfora, enriquecida por la siriestesia táctil que suscita la proyección implícita de las manos en el sopeso de los frutos colmados. Pero el acierto del poema no termina aquí: apenas comienza. Sin rebasar las once sílabas ni las siete palabras, la recreación produce otra metáfora simultánea, totalmente insólita. Se dice que hay colores fríos y calientes; c o n una calidez que aumenta del azul, al morado, al rojo. En el blanco corporal se han visto vetas de azul, de rojo, de morado. Esto permite las ecuaciones pechos colmados azules que se vuelven cálidos = = ñutos en el árbol frutos que se caen de maduros D e pronto, en una afirmación de corte coloquial, que se apoya en metáforas tradicionales y en una metátesis implícita , todos los movimientos semánticos, prosódicos, visuales, táctiles, de peso, de calidez, se transmutan de golpe en u n milagro: Hay azules que se caen de morados. SIETE P O E M A S D E L PAISAJE los primeros poemas de Carlos Pellicer (que prefirió n o publicar), el de fecha más antigua (17 de octubre de 1912) es u n p o e m a del paisaje (recogido por Luis Mario Schneider e n las Obras. Poesía, Fondo de Cultura Económica, 1981): ENTRE La tarde iba morir. Sobre las olas, el Sol una mirada postrera envió; cerró los oároados... va sus corolas de luz abrían los astros cuando murió. Aunque Pellicer llegó a molestarse de que lo redujeran a eso, deslumhró c o m o paisajista desde su primer libro, Colores en el mar y otros poemas (1921). Es u n libro todavía modernista, c o n notables poemas de vanguardia, gracias a u n encuentro decisivo e n su formación poética. Estuvo e n B o g o t á y Caracas c o m o representante d e la Federación d e Estudiantes Mexicanos, que envió a cinco por todo el continente, para auspiciar una interna­ cional iberoamericana, c o n el a p o y o del presidente Carranza. Pero e n esas mismas ciudades estaba J o s é J u a n Tablada, en el servicio diplomático y e n su m o m e n t o más creador: c u a n d o aclimata el haikú en nuestra lengua, cuando escribe la poesía vanguardista de Li-Poy otros poemas. Gracias a Tablada, Pellicer se encontró a sí mismo como renovador de la poesía del paisaje, a u n q u e d e u n a m a n e r a e s c a n d a l o s a para l o s fieles d e e s a tradición, que se remonta al siglo xvi. La poesía mexicana y el paisaje quedaron irreconocibles. Quizá la mejor manera de observarlo es leyendo estos siete poemas, escritos entre 1919 y 1925. Consabidos, citados, anto­ logados, sorprenden todavía. I. UN REPORTAJE IRÓNICO RECUERDOS DE IZA (UN puEBLEcrro DE LOS ANDES) 1 Creeríase que la población, d e s o u é s d e recorrer el valle perdió la razón y se trazó una sola calle. 2 Y así bajo la cordillera se apostó febrilmente como la primavera. 3 En sus ventas el alcohol está mezclado con sol. 4 Sus mujeres y sus flores hablan el dialecto de los colores 5 Y el riachuelo que corre como un caballo, arrastra las gallinas en febrero y en mayo. 6 Pasan por la acera lo mismo el cura, que la vaca y que la luz postrera. 7 Aquí no suceden cosas de mayor trascendencia que las rosas. 8 Como amenaza lluvia, se ha vuelto morena la tarde que era rubia. 9 Parece que la brisa estrena un perfume y un nuevo giro. 10 Un cantar me despliega una sonrisa y me hunde un suspiro. Este poema de 1919 forma parte de una serie ("Recuerdos de los Andes"), incluida e n Colores en él mar con el siguiente epí­ grafe: "Tres aguafuertes sobre la tempestad e n los Andes, escritas e n Boyacá, Colombia. Sobre esas montañas pasó y triunfó Bolívar en 1819, el más generoso de los hombres y el más grande de los héroes." Es el primero de sus homenajes a Bolívar, d e quien siempre fue devoto. La serie anticipa el Canto general de Neruda, sobre todo e n el primer poema ("La tempestad en los Andes"), por una mirada épica que funde el paisaje y la historia, y que se mueve como u n lente de gran angular. Esto se imitó mucho e n la llamada poesía telúrica, que desapareció c u a n d o llegaron las superproducciones cinematográficas. Aunque a Pellicer le gustaba haberse anticipado a Neruda, el antecesor último (en nuestra lengua) de esta vivencia nueva del paisaje (que contempla la historia en la naturaleza c o m o una presencia imponente que rebasa al yo) fue nuestro primer poeta romántico, José María Heredia. En 1820, a los 17 años, escribe "En el Teocalli d e Chofula". Heredia, nacido e n C u b a , f u e , c o m o Pellicer y Neruda, viajero continental y antiimperialista. Pero la serie vale más c o m o testimonio q u e c o m o poesía, e x c e p t o e n este p o e m a n a d a é p i c o ni r o m á n t i c o ; m á s b i e n modernista, con tintes de vanguardia sobre todo por su fragmen­ tarismo (señalado c o n números) y la acumulación de imágenes. Pellicer se dio cuenta de que en este poema le había pasado algo importante. Siempre estuvo orgulloso del fragmento 7, c o m o de nri<i h o v o f í ' i jii«*Af%{1 o - . . rtrimf*r h o l l a r o n o r v ^ t í r w UIM iid¿diia juvciui, »u piuiici uaua^gu pucueu. Aquí no suceden cosas de mayor trascendencia que las rosas. Las rosas modernistas dejan aquí de serlo. C o n una especie de agresividad cariñosa, muy mexicana y muy moderna (pero nada modernista), las rosas sufren u n vejamen de la vanguardia, se vuelven cosas, entre tantas que pasan. La metáfora milenaria de la caducidad de las flores se trasmuta por una inversión. En vez de señalar positivamente la vida de las rosas frente a la muerte que las degrada, la metáfora pelliceriana degrada las rosas y, así, las aviva. Las palabras rimadas cosas/rosas subrayan el paralelismo degradante. Reducen las rosas a cosas sin color, forma ni perfil­ me. A sucesos sin importancia, que no saldrán en los periódicos. Negatividad que sirve, naturalmente, para ver lo contrario: las rosas como noticia, c o m o el acontecer que realmente importa. Alguna vez dijo Chesterton que las cosas realmente importantes son las que no salen en los periódicos: por ejemplo, el milagro del amanecer. A l g o así dicen estas líneas de reportaje irónico: nada más importante que las rosas. Pero lo dicen con u n giro que parece decir lo contrario: lo que está sucediendo es la noticia del siglo, pero, fuera de este milagro, aquí no pasa nada. Esta vivencia del paisaje es una crítica de la historia y del y o romántico, incapaz de ironía, solemnemente identificado c o n las fuerzas telúricas y sociales. Es una nueva forma de fusión, a través de la conciencia de la distancia, análoga al refinamiento popular del usted cariñoso: hablarle de usted a una persona querida, para acariciar la distancia, como una nueva forma de tuteo. C o n razón, dijo Octavio Paz que la poesía de Pellicer inicia un nuevo diálogo con la naturaleza. II. AL TÚ POR TÚ CON LAS VANGUARDIAS ESTUDIO Jugaré con las casas de Curazao, pondré el mar a la izquierda y haré más puentes movedizos. ¡Lo que diga el poeta! Estamos en Holanda y en América y es una isla de juguetería, con decretos de reina y ventanas y puertas de alegría. Con las cuerdas de la lira y los pañuelos del viaje, haremos velas para los botes que no van a ninguna parte. La casa de gobierno es demasiado pequeña para una familia holandesa. Por la tarde vendrá Claude Monet a comer cosas azules y eléctricas. Y por esa callejuela sospechosa haremos pasar la ronda de Rembrandt. ...pásame el puerto de Curazao! isla de juguetería, con decretos de reina y ventanas y puertas de alegría. Fechado e n Curazao 1920, publicado en Colores en el mar (1921), recogido por J o s é D . Frías en su Antología de jóvenes poetas mexicanos (París, 1922). Es decir: a los 23, 24 y 25 años del joven Pellicer que, con este poema, se pone al tu por tú con las vanguardias del momento. H a y que ver lo que se escribía en Europa hacia 1920. ¿De dónde sale esta libertad prodigiosa? N o de sus pocos años. Muy raramente es cierto que los jóvenes hagan poesía nueva , como este poema, que sigue siendo joven, a dife­ rencia de muchos poemas de vanguardia escritos por entonces. Es una libertad que viene de Bogotá, donde estuvo de octubre de 1918 a marzo de 1920, cuando pasa a Caracas (seguramente en barco, por Curazao). Por esas fechas, el segundo secretario de las legaciones mexicanas en Colombia y Venezuela era nada menos que José Juan Tablada-Y era el mejor Tablada: cuando salta del modernismo a la vanguardia. Fue precisamente en Caracas y por entonces cuando Tablada public ó Un día,.. Poemas sintéticos (1918) y Li~po y otros poemas (1920). Hay u n salto paralelo de Pellicer, siguiendo a Tablada. Hasta 1919, el joven Pellicer era un poeta fósil, seguidor de los moder­ nistas, como puede verse en los poemas que nunca publicó. El poeta juvenil era Tablada, cuya singularidad: un poeta qu e se vuelve dos generaciones poéticas, quizá marcó a Pellicer, qu e n o parece haber sentido la necesidad de romper con el modernismo, tal vez porque llegó a la vanguardia siguiendo a u n modernista. Este poema puede considerarse creacionista. Pero lo que en Huidobro es programa (¿Porqué cantáis la rosa, oh poetas? ¡Ha­ cedía florecer en el poema!... El poeta es un pequeño Dios) aquí es realización. El poeta, como u n pequeño Dios, hace lo que se le pega la gana con la isla de Curazao: pone el mar a la izquierda, m u e v e puentes, juega c o n las casas, convierte las callejuelas s o s p e c h o s a s e n escenario c i n e m a t o g r á f i c o d e La R o n d a d e Rembrandt, hace venir a Claude Monet a comer cosas azules y eléctricas. La solución genial que es la palabra cosas. N o es el nombre de nada. Es una palabra c o m o d í n q u e p u e d e sustituir cualquier nombre . Por eso suele empobrecer. Y aquí, por el contrario, sorprende como recurso enriquecedor, que sirve para nombrar una realidad sin nombre. El lector puede pensar, si quiere, en algo así c o m o ciruelas casi negras relampagueantes de azul. Puede pensar en u n atardecer impresionista: en colores que se desprenden de la realidad y notan c o m o puntos o manchas o nenúfares de Monet. Pero el impresionismo aquí n o es simplemente una alusión, como para decir: lo que estoy viendo parece u n cuadro de Monet. Se vuelve impresionismo literario: u n a manera poética d e pintar c o n palabras tan vagas c o m o m a n c h a s q u e a z u l e a n , c o m o n o m b r e s d e s p r e n d i d o s d e la realidad. La palabra cosas, tan vaga que n o suele servir para nada, sirve aquí para pintar con exactitud. El creacionismo del poema también es operante, más que alu­ sivo. Ni siquiera sabemos si Pellicer sabía entonces del crea­ cionismo. D o n d e Huidobro lo propone (¿Por qué cantáis la rosa, oh poetas? ¡Macedla florecer en el poema!) se limita a cantar como programa la libertad creadora. Pellicer la hace florecer en el poema. Por eso la libertad de este poema juvenil resulta conta­ giosa: n o se puede pasar por la experiencia de leerlo sin salir renovado, alegre, c o n otros ojos. III. NO DESEARÁS LA POESÍA DE TU PRÓJIMO DESEOS Trópico, para qué me diste las manos llenas de color. Todo lo que yo toque se llenará de sol. En las tardes sutiles de otras tierras pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol. Déjame un solo instante dejar de ser grito y color. Déjame un solo instante cambiar de clima el corazón, beber la penumbra de una cosa desierta, inclinarme en silencio sobre un remoto balcón, ahondarme en el manto de pliegues finos, dispersarme en la orilla de una suave devoción, acariciar dulcemente las cabelleras lacias y escribir con un lápiz muy fino mi meditación. ¡Oh, dejar de ser sólo un instante el Ayudante de Campo del Sol! ¡Trópico, para qué me diste las manos llenas de color! Publicado en Seis, siete poemas (1924), es el poema más anto­ lugauu ue remecí. v u l z a iicgu a uuianu, poique a parar ue e&ic poema fue clasificado para siempre como poeta del trópico, del paisaje y del c o l o r . Lo más l o g r a d o d e l p o e m a e s la parte contradictoria: el poeta va diciendo todo lo que n o es capaz de hacer, pero tan maravillosamente que se contradice. Es como si dijera: "yo nunca podré ser un López Velarde", pero igualando a López Velarde en el mismo acto. Quizá por esta igualación, n o se ha visto la referencia a López V e l a r d e e n los versos q u e v a n d e s d e "cambiar d e clima el corazón" hasta "escribir con u n lápiz muy fino mi meditación". N o hay que olvidar que por aquellos años los temas y el estilo de López Velarde tuvieron mucha resonancia, a partir de su muerte repentina y d e la c o n s a g r a c i ó n p o s t u m a q u e le d i e r o n l o s revolucionarios e n el poder. Pero e n este p o e m a Pellicer n o suena a López Velarde: hace presentes sus temas sin recurrir a su estilo. Esta alusión que niega, asume, supera, respeta y se dis­ tancia del camino de López Velarde, n o ha sido leída; sino el declararse condenado a seguir su propio camino exteriorista. Desgraciadamente, los p o e m a s que se prestan a ser leídos c o m o declaraciones dejan de ser leídos c o m o poemas: Pero la poética explícita ('Todo lo que y o toque se llenará de sol") tiene m e n o s interés p o é t i c o q u e la e f e c t u a d a magistralmente sin d e c l a r a c i ó n a l g u n a . Por e j e m p l o : la i m a g e n d e " b e b e r la penumbra de una cosa desierta" recuerda a López Velarde de una manera mdefínible. Pudiera ser e n relación con el poema titulado "En las tinieblas húmedas": He aquí que en la impensada aniebla de la muda <áudad. eres un lampo ante las fauces lóbregas de mi apetito; he aquí que la húmeda aniebla de la lluvia... ...y suenan tus palabras remotas dentro de mí, con esa intensidad quimérica de un reloj descompuesto que da horas y horas en una cámara destartalada... ! Y , sin embargo, "beber la penumbra de una cosa desierta" es una imagen tan pelliceriana que parece la versión e n blanco y negro de Por la tarde vendrá Claude Monet a comer cosas azules y eléctricas. El tema lopezvelardiano, asumido y negado c o m o deseo, se transforma en un tema pelliceriano en el mismo acto de hacerlo presente. Efraín Huerta dejó escrito: " N o desearás la poesía de tu pró­ jimo". A esto se refieren los "Deseos" del título del poema. N o son HPQPO^ H#* ^ol Hf* f n l n r Hf* nai^íiif» ta m o r u r o Hf* rw=»ni i mHríi • < n n realmente deseos de otros temas, de otros p o e m a s , d e otras maneras de escribir. Lo que parece u n poema del trópico es u n poema del poema imposible. La exaltación lopezvelardiana del amor imposible se vuelve aquí sublimación pelliceriana del deseo de una poesía prohibida para un "ayudante de campo del sol". Caríos.Peliicer conoció y admiró a López Velarde ("nos unía nuestro catolicismo", dijo alguna vez). Le dedicó su primer libro ("A la memoria de mi amigo Ramón López Velarde, joven Poeta insigne, muerto hace tres lunas en la gracia de Cristo"). Pero n o podía imitarlo. Éste es el verdadero tema del poema. IV. UN POETA AVIADOR SUITE BRASILERA. POEMAS AÉREOS PRIMERA VEZ Desde el avión, vi hacer Dimetas a Rio de Taneiro arriesgando el porvenir de sus puestas de sol. Se ponía de cabeza sin derramar su bahía. Y en la lotería de sus isletas ganaba y perdía. El cielo se llenaba de automóviles y de sombra a las 12 del día. El Pao de Acucar era un espantapájaros soDeroio, ae lógica y fantasía. Las palmeras desnudas andaban de compras por la Rúa D'Ouvidor. De pronto la ciudad entró en espiral junto con el avión, lo mismo que 300 kilates de diamantes en el embudo de un buen corazón. Al bajar, tenía yo los ojos azules y agua de mar dentro del corazón. En México, se han diseñado y producido aviones desde 1915. En México, se inventó el conreo aéreo: el primer envío mundial de cartas por avión fue de Pachuca a México, el 6 de julio de 1917. El avión, los automóviles, en este poema, n o son simples ecos de Marinetti, q u e en 1909 a b o g ó por u n arte que fuera tan revo­ lucionario y destructor del pasado, c o m o la nueva tecnología. Pellicer celebra a q u í el N u e v o M u n d o d e la m á q u i n a c o m o celebra el N u e v o M u n d o brasileño: en su propia experiencia, como u n nuevo mundo "dentro del corazón", l a aparición de las máquinas no es mecánica; la aparición de Río de Janeiro n o es turística. Nef es u n poema datado, como tantos poemas futuristas que hoy tienen el interés de una fotografía de la época, de una vieja postal. Recuerda más b i e n esos poemas de Apollinaire donde lo nuevo sigue siendo nuevo porque está integrado c o n lo viejo; en este caso, la rima. Lo cual n o opera por moderación: es u n recurso técnico que permite comunicar la experiencia del salto jubiloso al nuevo mundo. Lo nuevo, lo que sigue aquí vivo, es la experiencia aérea vivida c o m o experiencia creadora, d e s d e adentro. U n o s a ñ o s d e s p u é s , Saint-Exupéry reinventa a l g o parecido en sus novelas, que llamaron la atención precisamente por lo que tiene este poema: la expresión poética de la e x p e ­ riencia del espacio aéreo. En su "Oda a Salvador Novo", u n poema menos logrado que éste (porque, sin llegar a ser mecánico, procede por acumulación de menciones y programas "futuristas"), Pellicer llama a N o v o "poeta chofer". (En alusión, me dice Carlos Pellicer López, a las muchas relaciones de Novo con choferes de taxi, para los cuales publicaba un boletín gremial). Si Novo hubiera escrito una "Oda a Carlos Pellicer", hubiera tenido que llamarlo "poeta aviador". "Carlos Pellicer tuvo la pasión del vuelo. D e s d e n i ñ o , esta pasión lo hizo construir aviones y dirigibles con popotes de tela y cera, copias notables de los modelos originales, q u e eran la admiración de sus compañeros. En su juventud pensó seriamente e n estudiar en una escuela de aviación. C o n o c i ó y v o l ó c o n pilotos famosos - c o m o lo prueban los artículos q u e aquí se p u b l i c a n - y todavía e n 1926, c u a n d o viajó a París, tenía la esperanza de ser admitido en una escuela de aviación -Alfonso Reyes hizo las gestiones necesarias-; pero el elevado costo de los estudios impidió definitivamente el proyecto. Sin embargo, nunca abandonó el gusto por el vuelo, y la noche del 21 de mayo de 1927, fue una de las siete personas que ayudaron a Lindbergh a empujar al Spirít of St. Louis hasta un hangar en el campo aéreo de Le Bourget, después del histórico vuelo. El poeta recordaría siempre la doble hazaña: la de Lindbergh y la suya, que le costó la pérdida de una manga del saco y un zapato." (Carlos Pellicer López, presentación d e "Dos textos inéditos", Revista de la Universidad, X - X I 8 0 , p p . 18-22). Los poemas aéreos llevan por título "Primera vez", "Segunda v e z " , etc. Esto ( n o h a y que olvidar q u e se trata d e aviación deportiva) alude a prácticas de vuelo. El poema "Primera vez" se despliega como u n tonneau: una espiral de barril. La serie forma parte del libro Piedra de sacrificios. Poema iberoamericano, publicado e n 1924, con prólogo de José Vasconcelos y u n dibujo de Adolfo Best Maugard ("Guanabara"), que también se despliega c o m o u n tonneau: es una vista aérea de las casas de Río y los barcos de la bahía girando e n espiral hasta formar u n p a n de azúcar. La serie está dedicada (en la edición original) a Francisco S. Espejel y Julián Navas Salinas, aviadores muertos en accidentes aéreos en 1923. En 1922, Brasil celebró el centenario de su independencia. México envió una delegación encabezada por el secretario de cuucaciun, juac v « i 5 c u i i c c i u o , q u e ucvu cu »u cuiiuuva a reuiu Henríquez Ureña y otras personalidades, al joven Pellicer y a los pilotos mencionados. Llevó también una réplica de la estatua de Cuauhtémoc que está en Insurgentes y Reforma. Pellicer acom­ pañó a los pilotos en algunas exhibiciones sobre Río. En parti­ cular, c o m o copiloto y. único acompañante de Espejel, e n u n looping amesgad&imo, con mal tiempo y a muy baja altura, dejó caer flores sobre la estatua y sobre una multitud que temió lo peor, encabezada por el presidente de Brasil, Vasconcelos y el cuerpo diplomático. Naturalmente, en vez de cosechar aplausos, cosechó el enojo de Vasconcelos (aunque n o el arresto, c o m o Espejel, según le contó a Senén Mexic, "Pellicer y Vasconcelos en Brasil", Excélsior 28 II 82). Cosechó también los poemas aéreos de la "Suite brasilera" y el aura de poeta futurista y revolucionario. Este joven "cachorro de la Revolución" (hijo de un licenciado en farmacia que tomó las armas contra Huerta y llegó a coronel), tiene su lado Maiakovski, Malraux, Hemingway... En el prólogo del libro, dice Vasconcelos: "Desde la nave aérea ha visto Pellicer su América [...] Leyendo estos versos he pensado en una religión nueva que alguna vez soñé predicar: la religión del paisaje k . J El alma y el m u n d o fundidos y c o m o recién creados e n el s e n o d e u n a p o t e n c i a q u e supera la realidad ordinaria. [...1 Pellicer, como buen místico, crea sus paisajes." Y , en el primero de los dos artículos de 1923 exhumados por su sobrino, dice Pellicer: "Estos poemas n o deben sorprender a nadie, si se piensa que han sido escritos con la lógica de los aviadores. El aviador, desde su avión, está haciendo el mundo a su antojo. C o n medio loop­ ing puede mover el lugar de las cosas y con un tonneau con­ sigue fácilmente retorcer el paisaje. La de los aviadores es una lógica dinámica que no tiene nada que ver con la del resto de los hombres. Cuando el piloto es m u y hábil para ejecutar actos de acrobacia, se tiene la impresión real de que no es el avión, sino las cosas las que se mueven. El aviador antes que otra cosa es artista. Podrá tener ciencia profunda en motores, estabilidad, etc., pero el acto de volar es ya en sí u n acto de belleza. Esto, natu­ ralmente, no lo sabe la mayoría de los aviadores. Así, son grandes artistas por la salvaje y rmgnífica espontaneidad. [...] Volar es el arte q u e encierra e n sí todas las artes y e c o n o m i z a la tarea desagradable d e exteriorizarlos. El secreto d e toda aptitud consiste en mirar las cosas desde el punto más alto Cuanto más alto es el lugar, mayor es la aptitud para descubrir y gozar, y mayor también el desinterés, pues se llega al egoísmo espléndido de ser el único y su propiedad. Allá arriba no le importa a uno nada. Nada se recuerda, nada se desea. Si acaso e n ese atur­ dimiento divino se percibe de cuando en cuando el deseo único de no volver a tierra jamás. La muerte de fcáro, el gran aviador griego de hace 10,000 años, se d e b i ó , sin duda a ese d e s e o saludable y fatal de volar siempre, de no regresar nunca." Llama la atención la clara conciencia e n prosa de lo que el poeta hizo en verso. La frase "haciendo el mundo a su antojo", que parece creaciuni&id. La aiu&ion di diiarqui&ia ounici, auioi uc El único y su propiedad (alusión que se repite en la " O d a a Salvador Novo"). La anticipación que hay en todo esto del libro de sonetos religiosos titulado Práctica de vuelo y de su entu­ siasmo por los paisajes de José María Velasco: otro "místico" de la luz natural, de los grandes espacios, de "las cosas desde el punto más alto", de "la religión del paisaje". V . TRÓPICO ENGAÑOSO ESTUDIO La sandia pintada de prisa contaba siempre los escandalosos amaneceres de mi señora la aurora. Las pinas saludaban el medio día. Y la sed.de grito amarillo se endulzaba en doradas melodías. Las uvas eran gotas enormes de una tinto esencial, y en la penumbra de los vinos bíblicos crecía suavemente su tacto de cristal. ¡Estamos tan contentas de ser así! dijeron las perasfríasy cinceladas. Las manzanas oyeron estrofas persas cuando vieron llegar a las granadas. Los que usamos ropa interior efe seda... dijo una soberbia guanábana. Pareció de repente que los muebles crujían... Pero ¡si es más el ruido que las nueces! dijeron los silenciosos chicozapotes llenos de cosas de mujeres. Salían de sus eses redondas las naranjas. Desde un cuchillo de obsidiana reía el sol la escena de las frutas. Y la ventana abierta hacía entrar la montaña con los pequeños viajes de sus rutas. Frutas sin sabor, frutas sin olor. ¿No se supone que Pellicer es tropical? ¿Por qué u n poema tan despierto al tacto de las uvas, el crujir de las nueces, el color de la pina, n o se lleva las frutas a la boca, n o las huele? Así son los prejuicios. Y a se olvidó la acusación contra el joven poeta: n o hacía p o e m a s sentimentales, era frío. Priva ahora el prejuicio contrario: frente a los fríos, Pellicer es tropical. Pero la calidez de este p o e m a n o es tropical: es coloquial. C o m o los HnHf»cynnf*Q m p t f * a la encina p c n i p h a pl h a H I a H#» l a c focas vulgares, hace viva una naturaleza muerta. Porque de eso se trata: la naturaleza viva está afuera, en la montaña, invitándonos a salir. También el sol está fuera, como u n espectador condescendiente que se asoma al interior. La ventana es c o m o la boca de u n escenario, el cristal de una vitrina de museo, el marco de u n cuadro. Anacrónicamente, nos estorba Walt Disney, cuya obra es posterior. Pero el humor benévolo, la escenificación de frutas que entran y salen como personajes, el color, la música, recuerdan sus dibujos animados. También hay algo de bodegón: las peras frías y cinceladas, el tacto de cristal que se traslada de la redondez de las copas a la plenitud creciente de las uvas, esa penumbra de los vinos bíblicos que cambia todo el escenario y confirma la lectura de Cuesta: "Es maravilloso cómo Pellicer decepciona a nuestro paisaje". Si una palabra basta para sacar del trópico este poema, qu e habla de pinas y g u a n á b a n a s , es la palabra bíblicos. Y q u é adjetivo inusitado y exacto: aliteración y rima de vinos, cierre perfecto del endecasílabo, connotación de antigüedad, buena cepa, nobleza, añejamiento; asociación con la penumbra de muchos cuadros bíblicos. Pudo haber dicho, simplemente: en la penumbra de los vinos añejosy hubiera dicho menos. Hay, finalmente, una acuarela pintada de prisa. La acuarela es pintura de a g u a ; seca pronto; n o da m u c h a oportunidad de corregir. La sandía es aguada también, y tiene algo de esque­ mático, de haber salido del taller de Dios a la carrera, en pocos trazos. Esta velocidad creadora la tiene el "Estudio": va retratando c o n unos cuantos rasgos, pasa de u n personaje al siguiente. Arranca con brío desde el primer verso, que no sólo se refiere a la prisa sino que la demuestra andando apresuradamente: Lasan-díapin tádade prisa Se trata de u n decasílabo dactilico, verso de diez sílabas con acento en la tercera, sexta y novena, que tiene aire de marcha y que es común en himnos nacionales: Mexicanos, al grito de guerra, La sandía pintada de prisa Pero pintada de prisa tiene u n paso más vivo que al grito de guerra, a pesar de las analogías prosódicas entre ambas frases. Hay una diferencia. Las sílabas gri/gueqae llevan la aliteración en g, llevan t a m b i é n los acentos d e l v e r s o , y p o r l o m i s m o se pronuncian más lentamente, c o m o sílabas largas. Esta coinci­ dencia de dos subrayados prosódicos (que puede extenderse a la sílaba ca, casi aliteración de gué) suena machacona y solemne: u n aire de marcha pero lento, c o n acentos y aliteraciones en las sílabas 3/6/9. En cambio, la aliteración pin/pri n o va a compás con la marcha de los acentos. La aliteración está en las sílabas 5/9, los acentos en 6/9 La sílaba pin es átona breve y veloz La sílaba pri, aunque más larga, n o se alarga tanto c o m o gue, a u n q u e (como gué) lleva el acento final del verso. Esto se debe a la última sílaba: pri se d i c e más aprisa e n prisa q u e e n Príamo, por ejemplo, o (si queremos decepcionar de otra manera a nuestro paisaje) que en PRI: Mexicanos, al grito de guerra, La sandia pintada de PRI La i larguísima de sandía contrasta con la brevedad de las íes de pintada y de prisa. La segunda, en particular, va fuera de paso con la acentuación y parece hacer ese movimiento rapidísimo de los pies con que volvemos a tomar el paso en una marcha. T o d o lo cual sirve para que la prisa se muestre andando en este verso y haga así coincidir la exactitud metafórica (la sandía es c o m o una acuarela pintada de prisa) con la velocidad prosódica. N o , n o estamos en el trópico. Estamos en el estudio d e u n artista. La metáfora central del poema es que las frutas son como obras de arte. C o m o pintura (la sandía), escultura (peras cince­ ladas), cristalería (uvas gotas de tinta), ebanistería (nueces), len­ cería (guanábana), papel recortado (naranjas). C o m o silencio o como música (chicozapotes, nueces, granadas, pinas). VI. CRÍTICA DEL RELOJ ESTUDIOS I Relojes descompuestos, voluntarios caminos sobre la música del tiempo. Hora y veinte. Gracias a vuestro paso lento, llego a las citas mucho después y así me doy todo a las máquinas gigantescas y translúcidas del silencio. H Diez kilómetros sobre la vía de un tren retrasado. El paisaje crece dividido de telegramas. Las noticias van a tener tiempo de cambiar de camisa. La juventud se prolonga diez minutos, el ojo caza tres sonrisas. Kilo de panoramas pagado con el tiempo que se gana perdiendo. ra Las horas se adelgazan; de una salen diez. Es el Trópico, prodigioso y funesto. Nadie sabe qué hora es. No hay tiempo para el tiempo. La sed es labia cantadora sobre ese oasis enorme, deslumbrante y desierto. Sueño. Desnudez. Aguas sensuales. Las ceibas se estilizan. Nacen tres mil cedros. Algo ocurre: que hay un árbol demasiado joven parafiguraren un paisaje tan importante. Tristeza. Siempre grande, noble y nueva. Los relojes se atrasan, se perfecciona la pereza. Las palmeras son primas de los sauces. El caimán es un perro aplastado. Las garzas inmovilizan el tiempo. El sol madura entre los cuernos del venado. La serpiente se suma veinte veces. La tarde es un amanecer nuevo y más largo. En una barca de caoba, desnudo y negro, baja por el rio Quetzalcóatl. Lleva su cuaderno de épocas. Viene de Palenque. Sus ojos verdes brillan; sus brazos son hermosos; le sigue un astro, y se pierde. Es el Trópico. La frente cae como un fruto sobre la mano fina y estéril. Y el alma vuela. Y en una linea nueva de la garza, renace el tiempo, lento, fecundo, ocioso, creado para soñar y ser perfecto. Publicado e n Hora y 20 (1927), es el poema que da título al libro, con una frase de exactitud irónica. Así c o m o , e n otros p o e ­ mas, Pellicer usa la palabra cosa, que es la mismísima vaguedad, para decir algo muy exacto, aquí desprende de la fórmula "nueve y veinte", "cfiéz y veinte", el primer número y lo sustituye por una vaguedad: hora. Es c o m o si arrancara una de las manecillas del reloj para dejar únicamente el minutero. Convierte así la fórmula e n una contradicción (la ridicula precisión de 20 frente a la vaguedad de hora) que es una imagen crítica (muy exacta) de la exactitud de la selva: de la exactitud fuera de lugar. Crítica del tren que n o llega a una estación perdida en la selva. Crítica del te­ legrama. Crítica del reloj ante la inmensa relojería vegetal: "máquinas gigantescas y translúcidas del silencio'* El poema está lleno de imágenes memorables. Hay dos que recuerdan greguerías de Ramón G ó m e z de la Serna: El cocodrilo es un perro aplastado [Pellicer]. El cocodrilo es un zapato desclavado [Gómez de la Serna]. La serpiente se suma veinte veces [Pellicer]. La serpiente mide el bosque para saber cuántos metros tiene y decírselo al ángel de las estadísticas [Gómez de la Serna]. En el segundo caso, llama la atención la coincidencia de la primera imagen (la serpiente c o m o cinta métrica) y la extraor­ dinaria diferencia del resultado final. G ó m e z de la Serna se queda en la primera imagen y la complica con despliegues explicativos. "La serpiente mide el bosque" dice lo que hay que decir. Pero, quizá inseguro de que sea suficiente, o quizá engolosinado con el descubrimiento, n o se detiene ahí: añade que lo mide para saber cuántos metros tiene, etcétera. En cambio, la solución de Pellicer es vertiginosa. En vez de diluir su descubrimiento, lo intensifica, lo usa para decir algo más: una segunda imagen construida sobre la primera. Esta segunda imagen (la cinta métrica serpentea como si se midiera a sí misma) es de una perfección admirable para hacer ver una serpiente que va pasando junto a sí misma haciendo eses. Lo más admirable de todo es que las eses ni siquiera se mencionan explícitamente. En otro "Estudio", Pellicer recurre a las eses para referirse a la cascara de la naranja pelada con el cuchillo: Salían de sus eses redondas las naranjas. En éste, la mención n o es necesaria: la imagen auditiva está llena de eses a través de la aliteración (ser, se, su, ees: pronun­ ciada en México como ses) y de la palabra veces que suena a eses. La imagen auditiva serpentea a través de la aliteración silbante. Casi estamos oyendo el silbido de la serpiente, el ssssss de su paso. Y esto se refuerza con la imagen visual de serpenteo, y con el significado de se suma. Sumarse es repasarse, medirse contra sí mismo , alcanzar la autosuficiencia que es principio y fin, tiempo que se muerde la cola. En la imagen de G ó m e z de la Sema, la serpiente está al servicio de la estadística. En la de Pellicer, por el contrario, la serpiente es negación del tiempo lineal: es incon­ mesurable c o n la serpiente de "diez kilómetros sobre la vía de u n tren retrasado". En la serpiente que se suma veinte veces n o hay "y 20" ( a u n q u e el n ú m e r o c o i n c i d a ) ; h a y u n a hora q u e se reproduce veinte veces: "de una salen diez" (aunque el número no coincida). Y "Nadie sabe qué.hora es". A,manera de experimento, el lector puede inventar una serie de variantes. Por ejemplo: La serpiente se suma siete veces. La serpiente se suma en veinte eses. La víbora se bebe veinte veces. Ta víHorü viví» vf*infi* i w w s Suenan bien. ¿Por qué no funcionan tan bien? Dígalo el lector. VIL DICTADURA Y MISTERIO FSTTTDTO Esta fuente no es más que el varillaje de la sombrilla que hizo andrajos el viento. Estas ñores no son más que un poco de agua llena de confeti. Estas palomas son pedazos de papel en el que no escribí hace poco tiempo. Esa nube es mi camisa que se llevó el viento. Esa ventana es un agujero discreto o indiscreto. ¿El viento? Acaba de pasar un tren con demasiados pasajeros... Este cielo ya no le importa a nadie; esa Diedra es su eauioaíe. Lléveselo. Nadie sabe dónde estoy ni por qué han llegado así las asonancias y los versos. Aunque Pellicer admiraba a Díaz Mirón, y escribió cientos de sonetos, no es u n poeta de poemas redondos. La fragmentación e irregularidad de la vanguardia le sientan mejor que la redondez modernista, de la cual sin embargo tuvo nostalgia. Éste es uno de sus poemas más redondos, y no es u n soneto. Tiene el desenvolvimiento, la fluencia, el avance inexorable, consecuente, imaginativo, de un soneto perfecto. El final, que pa­ rece u n non sequitur, una forma cualquiera de terminar, es sin embargo la desembocadura natural del poema. Se trata de u n poema sobre la creación poética. Casi u n poema creacionista, si n o fuera por la humildad de ese final: nadie sabe dónde, ni por qué, llegan así los versos. Ese corte aparente del tema aparente (la fuente, las flores) subraya el verdadero tema (la creación). Es como si viéramos en cine una sombrilla que se vuelve una fuente; y, al retirarse la cámara, viéramos una mano pintando esa transformación; y luego todavía al camarógrafo que filmó la mano. Es u n a m a n o dictadora. D o n d e p o n e el d e d o p o n e otra realidad. D a órdenes, desprecia, reduce. Las flores "no son más q u e " . . . , la fuente "no es más q u e " . . . Pero el desdoblamiento (del camarógrafo: pintor que pinta la mano pintando) y la ironía sobre el acto creador-dictador lo llevan más allá de sus pretensiones mágicas y las rebasa: la m a n o hace milagros. Es c o m o si el dictador le diera órdenes al sol de retirarse... y oscureciera. Así, la realidad reducida remite a una realidad milagrosa en la mismísima reducción: el milagro metafórico. Así invierte el sen­ tido de h reducción. Después d e una fiesta, queda confeti en un charco y nos parece basura: Pellicer ve u n ramo de flores. Vernos el varillaje de una sombrilla que hace andrajos el viento, y vemos un despojo: Pellicer ve brotar una fuente. Vemos una piedra: Pellicer ve equipaje, viaje, cielo. El m o m e n t o culminante d e esta flexión del acto dictador­ reducttvo que lo muestra dictado-creador es una frase magistral, que consta de una sola palabra: "Lléveselo". Es una frase inusi­ tada, que está e n el centro del poema y lo divide e n tres partes: primero, una serie de metáforas (A n o es más que B; A es B; ¿A? B); luego, esta frase imperativa; por último, la afirmación final, que se opone a las dos partes anteriores y las cierra, c o m o vimos. Toda la gracia irónica del p o e m a está e n ese desplante dic­ tador, en esa orden terminante, que se opone a la serie de metá­ foras, al mismo tiempo que la continúa y la hace desembocar en la humildad final. La serie avanza hacia este "Lléveselo", que rompe el molde de la serie c o n libertad suprema. En vez de hacer una comparación entre dos términos, el poeta dictador da una orden que es una metáfora de otro tipo, una especie de colmo metafórico. La mano de Pellicer muestra la mano dictadora dando ó r d e n e s a b s u r d a s , c o n una gracia q u e rebasa al dictador y transmuta la orden. Si la distinción de Austin puede aplicarse a las metáforas, pudiéramos decir que Pellicer pasa de la enunciativas a este caso rarísimo de metáfora ejecutiva. La escena cambia tres veces por retiro del punto de vista (es decir: incluyendo y transformando la escena anterior). La primera es tan amplia que parece el verdadero tema, desde la fuente hasta el e q u i p a j e : toda la serie d e m e t á f o r a s e n u n c i a d a s p o r un narrador que n o aparece en escena hasta la escena dos, cuando aparece dando órdenes, como u n autor pirandelliano frente a su obra (o c o m o una mano pintada pintando). La escena tres recoge las escenas anteriores, al mostrar al poeta frente a tales escenas, que n o sabe bien cómo escribió. T o d a s lajs. i m á g e n e s d e la primera escena e n c a j a n e n este posible escenario: una estación de ferrocarril al aire libre, donde hay una fuente, palomas, restos d e confeti, equipaje y u n poeta absorto ante u n cielo espléndido, que ya no le importa a nadie, porque hay que irse: porque el tiempo del tren se impone al tiempo de la eternidad. En estas circunstancias, hablar de piedras al cargar las maletas es u n lugar común, una metáfora ya hecha. También es una broma hecha la metáfora de bajar del cielo o de las n u b e s al absorto, que n o v e q u e se le va el tren. A s í se establece la ecuación piedra - equipaje - viaje - cielo. Hay una oposición de equivalencia entre piedra y cielo (y no sólo en este caso: J u n g la ha documentado en la cultura uni­ versal; aunque ninguno de sus ejemplos, muchos de los cuales tienen que ver c o n viaje, implican viaje c o n maleta, rasgo de humor pelliceriarío). El cielo es la ligereza, la vastedad, la libertad, el espíritu. La piedra es el peso, la limitación, el arraigo, la mate­ ria **" El cielo es viaje* la piedra es negación del viaje Pero esta oposición resulta reconciliada c o n audacia y humor , al revirar dos burlas ordinarias. La frase hecha (estas maletas p e s a n c o m o piedras) invertida se vuelve inédita (esta piedra es equipaje). La burla consabida (bajar de las nubes) se vuelve de una ambi­ güedad entre derogativa y prometeica (cargar con el cielo). La oposición piedra/cielo se resuelve a través de otra oposición: viaje/viaje. Hay que dejar el viaj e absorto, para emprender el viaje én tren. Hay que llevarse el viaj e absorto al tren. Hay que llevarse el cielo en la maleta. Cargar con el equipaje del cielo, "Esa nube es mi camisa", arrastrada por la inspiración del viento. Las ambigüedades gramaticales enriquecen la metáfora. ¿A qué se refiere "Lléveselo"? Puede ser "Este cielo" o p u e d e ser "su equipaje". ¿De quién es "su" equipaje? Puede ser del cielo o puede ser de usted, a quien le digo "Lléveselo". ¿Cómo llevarse el cielo? En los ojos, sin duda alguna; pero también como transpa­ rencia reducida a carga, en la manos del absorto que baja de las nubes y carga con las nubes almidonadas y petrificadas. ¿Quién le dice a quién "Lléveselo"? El poeta dictador al poeta absorto (ambos pintados por el poeta irónico, que sabe que la dictadura ñ o es creadora, que la creación es u n misterio que rebasa la voluntad de creación, como decía nuestro padre Ayocuan: "del cielo vienen las bellas flores, los bellos cantos. Los afea nuestro anhelo, nuestra inventiva los echa a perder"). Y ¿qué le dice al decirle "Lléveselo"? Cargue c o n su éxtasis, que n o le importa a nadie. El viaje absorto se convierte e n piedra, por órdenes del poeta dictador. Pero la realidad reducida y despreciada remite a una realidad milagrosa en la misma reducción. Las nubes se petrifican o e veroaa. La pieura resulta cieio, viaje, equipaje: pieura. mosorai que reconcilia opuestos: metáfora ejecutiva de una equivalencia que, e n el mismo acto, cambia su sentido reductivo; milagro de ese "Lléveselo", que ni el poeta sabe cómo escribió, e n otro viaje absorto, después del cual hay como u n despertar en otra parte: "Nadie sabe dónde estoy". Hay una humildad irónica en el poema. Humor sobre el mis­ terio de la propia creación. El poeta (irónico sobre su propia hubris creacionista) le toma la palabra, la m a n o dictadora, al poeta "como u n pequeño dios", y, c o n arte dé judo (dejándolo seguir el movimiento dictador hasta sus últimas consecuencias), hace que dé una voltereta. Redonda, milagrosamente, todo lo q u e n o es más q u e . . . se convierte en nada menos q u e . . . PELLICER: UN DESASTRE EDITORIAL "entienden" a través d e comparaciones absurdas, digamos que la poesía de Pellicer es mejor, por ejemplo, que la de Borges. Comparación con todo, nada absurda: hay u n para­ lelismo notable e n la obra poética de a m b o s , desde su v a n ­ guardismo inicial (muy superior e n Pellicer) hasta sus últimos poemas, medidos y rimados (equiparables). No hay, por supues­ to, paralelo en la gloria. Cosa, por lo demás, sin importancia, para u n b u e n lector d e poesía, pero que resulta decisiva para q u e existan oportunidades prácticas de leer una obra valiosa; y hasta para que la "aprecien" quienes tienen mejor oído para el renom­ bre que para el verso. El renombre es difícil de explicar y más aún de promover. Aunque hay todo u n recetario de trucos más o menos conocidos para llamar la atención, y una suspicacia general sobre las malas artes que seguramente emplean las personas más conocidas, es d e creerse que una investigación llegaría a la siguiente paradoja: 1. Prácticamente todos los grandes escritores, artistas y per­ sonas renombradas se promueven. 2. Prácticamente todas las personas que se promueven para llega r a ser grandes escritores, artistas y personas renombradas fracasan. Se dirá q u e , además de p r o m o c i ó n , es necesario u n valor intrínseco. Pero también aquí la situación es paradójica: 3. Hay muchas obras y personas mediocres entre los grandes nombres. 4. Hay muchas obras y personas desconocidas que valen más que otras de renombre. Lo cual n o necesariamente demuestra b u e n a o mala p r o ­ moción. Puede reflejar, simplemente, que el respetable público, PARA QUIENES menos manipulable de lo que se cree, es capaz de equivocarse por sí mismo. Lo m e n o s q u e se p u e d e decir, si, c o m o parece, los cuatro enunciados son ciertos, es que el renombre es u n misterio, y que las personas renombradas deberían tener u n mínimo de modestia y humor sobre su propia situación. Aunque, por último, también parece cierto que W W W W - W - W W » J W W 5. Prácticamente todas las personas renombradas tuvieron una fe casi irresponsable e n su obra y e n sí mismos ( c o n d u d a s igualmente irresponsables). 6. Prácticamente todas las personas fracasadas en su empeño de adquirir renombre, tuvieron una fe casi irresponsable e n su obra y en sí mismos (con dudas igualmente irresponsables). Con este preámbulo, queremos prevenir al lector para que tome cautelosamente la siguiente posible explicación de por qué Carlos Pellicer n o ha sido muy leído: porque sus ediciones fueron u n desastre. Aunque su estilo editorial no demuestra sentido crítico, lo tenía: lo ejercía prefiriendo esto sobre aquello, aunque siempre prendido al esto y al aquello, de los cuales no podía (o no quería, o no le gustaba) exoarare*» tvw* u n o r f n H#* imooi'nor'íAn «atactror*to Quicio miifViícímr** H<* separarse, p o r u n a c t o ae i m a g i n a c i ó n ausiracia. aaDia m u c r u s i m o ae poesía q u e n o sabía explicar sino ejercer, c o m o sabía mirar, milagrosamente, un árbol milenario en una ramita caída, y así los varios materiales que recogía del campo para sus Nacimientos. Era, en términos junguianos, un extrovertido sensorial: el polo opuesto de los introvertidos mentales que suelen ser los críticos. Carecía de esa urgencia de organización del y o q u e lleva a los cerebrales a defenderse de la dispersión, a refugiarse e n representaciones habitables y en formas de organización (o pretendidas formas de organización) de la propia vida (como puede verse, patéticamente, en los cuadernos íntimos de Baudelaire). N o sentía la necesidad de organizarse e n la suprema u n i d a d c o n t e m p l a b l e d e grandes conjuntos de actos o de ideas o de imágenes. Sentía más vivamente la armonía d e U n u n d o que la unidad del yo. Su organización no era desde adentro sino desde afuera: moverse o mover cosas hasta encontrar esa armonía. Frente a su propia obra, se movía c o m o ante u n material externo, milagrosamente dado por la naturaleza. U n material poético que trataba como u n follaje, más o menos preferible; en parte, con suerte, recortable; acomodable, sí, pero n o refundible. Pocos de sus poemas están hechos de una sola pieza, c o n ese ininterrumpido despliegue, cuya unidad hace feliz al y o lector. Sus poemas son "Naciroient05 * hallazgos milagrosos de diversos materiales que Pellicer encuentra y respeta como dados. ,, Ppllir*í*r #*«5 u n m i i c f o o r u fin Hf* c i i c h u 1 1 ü 7 o o s tv*i£tit*r\G xvAQ m i l * í v^lliV'Vl t a U l l lll\Aj\,\Jfílal\J U v o l i o XlauafiKUo UUvuwa) luido vluv> u n editor (en el sentido inglés). Nunca se hubiera atrevido, como Eliot, a una refundición completa de La tierra baldía. Y si u n amigo, c o m o Pound le hubiera dicho: "Mira, Carlos, tienes que rehacer estas hojas", seguramente ni le hubiera entendido. ¿Qué significa rehacer unas hojas,, si estamos frente a u n árbol? ¿En qué consiste refundir u n ramaje? Su incomprensión de las necesidades intelectuales del lector crítico, le estorbó para organizar la presentación de su obra. N o le faltaba el impulso a presentarse. Desde muy joven, llamó la atención como u n poeta excepcional. N o tan joven c o m o nos hizo creer, quitándose muy pronto, a los veintitantos años, casi tres (en la más difundida de sus fechas falsas de nacimiento: 4 de noviembre de 1899); y hasta media docena, últimamente. Nació el 16 de enero de 1897. (Había cumplido ochenta, p o c o antes de morir, el 16 de febrero de 1977.) Eso n o le quita mucha preco­ cidad a una presentación pública iniciada en septiembre de 1910 con "Estrofas a Hidalgo", u n poema leído en las fiestas del Cente­ nario. En 1914, 1916 y 1917, publica sus primeros poemas. En 1917, sale "casi en hombros" (Novo) de una lectura de poemas en el Anfiteatro de la Preparatoria. Entre 1918 y 1920, se da a conocer en el mundo hispanoamericano. C o m o todo joven brillante con p a s e o s p o r el e x t r a n j e r o , c o n s i g u e u n b u e n e m p l e o e n el gobierno, nada menos que como secretario de José Vasconcelos. En 1921, publica su primer libro (Colores en el mar), ilustrado por Roberto Montenegro. En 1922, figura en una antología publicada en París y viaja por el mundo, acompañando a Vasconcelos. En términos de renombre, había alcanzado lo máximo para u n joven poeta de veinticinco años. Ramón López Velarde, otro joven poeta que estaba abriendo nuevos caminos por entonces , iba más despacio: el gran recono­ cimiento le llega en el momento de la muerte, en 1921. Pero a los veinticinco años (en 1913), era u n juez pueblerino fracasado en sus intentos de colocarse c o n el presidente Madero y de obtener la diputación de su pueblo natal. Pellicer, que era nueve años más joven, lo había alcanzado e n renombre, y hasta parecía que iba a dejarlo atrás, antes de que "La suave Patria" se volviera u n best setter de la cultura oficial. Resulta francamente admirable que, ante la apoteosis de López Velarde, que reverberó entre los poetas jóvenes ( c o m o Villaurrutia) y otros de mayor edad (como Tablada y González León), Pellicer, que tenía más vocación y antecedentes para la cultura oficial, continuara alegremente por su propio camino y escribiera a continuación una poesía vanguardista, nada lopezvelardeana, que, si insistimos en las comparaciones absur­ das, es tan buena c o m o la de López Velarde. Y ahora viene lo más difícil de creer: esa extraordinaria poesía apenas circuló, a pesar de que su autor tuvo pronto renombre y esmvo e n el canddero dos tercios de siglo. ¿Cuál era la situación editorial de Pellicer a principios de 1962, a los 65 años? Desastrosa. El famoso poeta figuraba en muchas publicaciones, pero sólo unos cuantos centenares d e lectores tenían sus libros principales. Ségun O t h ó n Lara Barba (Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas I 71), d e 1921 a 1961 la poesía de Pellicer fue editada 72 veces, o sea en promedio casi d o s por a n o . ti n o m o r e a e Feuicer tuvo u n a presencia constante, más aún si se suman los prólogos y otros textos de prosa que publicó, las menciones sobre él, etc. Pero veamos de qué ediciones se trata: a) 34 ediciones d e poemas e n revistas, de las cuales 30 son mexicanas. b) 21 ediciones de poemas en antologías, de las cuales 17 están hechas en México o limitadas a México. c) 8 folletos de poesía, de 4 a 24 páginas, o sea no más páginas que una edición en revista, pero con una circulación incompa­ rablemente menor. d) 9 libros, todos e n ediciones anormales por lo que hace a permitir que algunos miles de lectores (no estamos pidiendo más) pudieran fácilmente adquirirlos. Lo más parecido a una edición normal fue Recinto (1941), y sin embargo el F o n d o de Cultura Económica la sacó e n aquella colección Tezontle, más o menos vergonzante, muchos de cuyos títulos estuvieron años embodegados sin que se enteraran sus posibles lectores, p o r q u e ni siquiera se a n u n c i a b a n e n los catálogos. Los otros casos son peores: ediciones de cientos de ejemplares, fuera de rumbo o fuera de precio para el público en general. Fuera de rumbo: dos de los mejores libros de Pellicer: Hora y 20 (1927) y Camino (1929), se editaron e n París c o n tirajes limitados. Otro de sus grandes libros, SubordinacionesXI949), fue editado en México, pero por la editorial Jus, que es como publi­ carlo en París. Puede decirse lo mismo de Piedra de sacrificios (1924), Seis, siete poemas (1924) y Hora dejunio (1937). Ninguna edición de Pellicer ha resultado especialmente bonita, con la excepción de Práctica de vuelo (195©, que el Fondo pu­ blicó a un precio de lujo y c o n un tiraje de apenas cientos de ejemplares, cuando el poeta iba a cumplir sesenta años y era una gloria nacional. Las otras, ni siquiera realizan ese ideal artístico de las ediciones limitadas: t o d o su absurdo lujo es q u e s o n limitadas. En resumen: después de medio siglo de presentaciones públi­ cas (1910-1962), a los sesenta y cinco años de edad, e n plena gloria, ni uno solo de sus libros se había reeditado, ni u n o solo se había editado normalmente, n o había ninguno en las librerías y sólo u n centenar de personas los tenía todos, n o por las vías normales sino por cortesía del autor. Pellicer era u n nombre importante, pero sólo u n nombre, para algunas decenas de miles de m e x i c a n o s ; u n poeta l e í d o e n antologías o revistas p o r algunos miles de lectores de habla española; el autor de unos l libros d e bibliófilo para algunos cientos de coleccionistas; el creador de una obra conocida a fondo, para algunas docenas de conocedores. En plena gloria. Pellicer siempre estuvo cerca del poder, rodeado de gente que reconocía su valor o le debía favores (era muy generoso). N o hay excusa posible: p u d o hacer ediciones normales que llegaran a m u é s a e l e c t o r e s , ai s u s HOTOS n o c i r c u l a r o n rué porque c a s i siempre, al editar, tomó decisiones absurdas. Nunca entendió el proceso editorial, ni supo dejarse guiar por quienes lo entendían. Procedía c o m o u n pintor que considera normal ir dejando sus obras por el camino, entre unas cuantas personas, y perderlas de vista, fuera de algunas exposiciones. U n indicio de que veía sus. ediciones bajo u n modelo pictórico lo dio al comparar repeti­ damente el éxito de los poetas y el de los pintores. Consideraba injusto, c o n razón, que Rivera y Siqueiros se hubieran h e c h o millonarios con una obra n o mejor que la suya. Nunca entendió la diferencia comercial entre ambos tipos de circulación. Pro­ cedía como u n pintor: o regalaba su obra a quien se le pegaba la gana o pedía un ojo de la cara. Tanta gente mediocre recibió manuscritos de su puño y letra (otro indicio "pictórico"), poemas d e d i c a d o s , p o e m a s para e d i t a r , c a r t a s e l o g i o s a s , r e c o ­ mendaciones o prólogos suyos, que se volvió u n peligro recibir estas generosidades de su parte. Tantas veces pidió u n ojo de la cara por una edición normal, que los editores normales llegaron a rehuirlo. Lo que hizo en 1962 fue la culminación de esa serie de errores: se decidió, por fin, a reeditar sus libros ¡y se los dio a la Univer­ sidad Nacional! Estaba orgullosísimo de que, por fin, le pagaran decentemente: cincuenta mil pesos, que eran una fortuna. ¿Y qué ganó? Q u e le hicieran u n mamotreto espantoso, imposible de manejar, fuera de rumbo y fuera de precio, para el común de los lectores. Todavía hay ejemplares en bodega (Material poético, 1962), si algún tenaz coleccionista quiere emprender esa odisea que es conseguir un libro de la Universidad. N o veía la diferencia. Todavía unos meses antes de morir, concedió a la Universidad Juárez de Tabasco el privilegio d e imprimir (publicar sería m u c h o decir) doscientos ejemplares charrísimos de una selección d e sus poemas cívico-histórico­ geográfícos (Cuerdas, percusiones y alientos, 1976). Lo menos malo ha sido la Primera antología poética (1969), incluida acertadamente en la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica. Es el primer libro de Pellicer que vende miles de ejemplares. Pero si la edición física y comercial es u n acierto, cuesta trabajo no declararla charra también en términos de edición literaria. ¿Dónde se ha visto una "antología" de casi cuatrocientas páginas de u n s o l o poeta? ¡Y tres prólogos! Y una desorientadora selección, si puede así llamarse u n amon­ tonadero de p o e m a s . . . Descanse en paz, don Carlos Pellicer, enterrado en sus pési­ mas e d i c i o n e s . La Universidad N a c i o n a l , Bellas Artes, S e p Setentas, los innumerables departamentos editoriales de innu­ merables dependencias, los editores de provincia y tantas buenas personas heroicamente dedicadas a gastar toneladas de papel que n o circula, tal vez acaben de enterrarlo para siempre con grandes paletadas de celulosa. Pero n o podemos sino desear que algún día, alguien que haya sido sacudido por el milagro oculto de su obra, sepa resucitar y difundir el centenar de páginas que harán de Pellicer algo más que u n gran nombre: una revelación. 1977 Posdata, 1992: Gracias a Carlos Pellicer López, al F o n d o de Cultura Económica y a la ventaja de que el poeta ya n o puede intervenir, el cuadro empezó a cambiar después de su muerte. Dejó unos 10,000 ejemplares publicados a lo largo de 55 años (1921-1976). Las ediciones postumas suman unos 80,000. Pero sospecho que todavía interviene, y que bajó del cielo para sus­ traer el cuaderno de Esquemas para una oda tropical que faltó en sus Obras. Poesía. Y que sigue retrasando la compilación de su prosa, ya no se diga el arranque de la industria pelliceriana, en los molinos académicos. Ajeno a las preocupaciones críticas, se ríe de nosotros. Aterriza y despega nuevamente en sus prácticas de vuelo, mientras Los molinos piensan en la aviación académicamente. EL JARDÍN INCREÍBLE LA ORIGINALIDAD DE MANUEL PONCE que la poesía se ha vuelto tan aparentemente fácil, y que (bajo el engaño de las apariencias) prosperan ciertos faciiismos inocentes, es de esperarse que retomen ciertos dificilismos ino­ centes (a través del soneto, por ejemplo), pero también algo más valioso: una recuperación del gusto por las claridades menos obvias, que ya se advierte e n algunos poetas. También es de esperarse que la nueva poesía produzca nuevos ojos, c o m o los q u e h a c e n falta para ver e s e extraño jardín, q u e a p a r e c e o desaparece, según los ojos del lector, en la poesía de Manuel Ponce. Lejanamente emparentado c o n el músico del mismo nombre, nació en Tanhuato, Michoacán, el 19 de febrero de 1913. Fue el s e g u n d o de tres hijos de u n a familia de Puruándiro q u e , e n aquellos años de revolución, vivió en Tanhuato, por invitación del cura del lugar, que era su pariente, y acabó siendo el padrino y modelo del niño, muy pronto huérfano de padre. A los 13 años entra al seminario de Morelia, donde se ordena a los 23 y donde sigue hasta los 48 como profesor de literatura. E n esa larga etapa d e 35 a ñ o s (1926-1961), h a c e v i d a d e e s t u d i o y o r a c i ó n , v i d a d e libros y d e a m o r " e n f ó r m u l a s abstractas'*, c o m o dice el irónico "Romance a lo divino". Así, casi en secreto provinciano, lejos del Pío Latino, del Instituto Católico de París, de la Universidad de Notre Dame, u n profesor enamo­ rado de Dios escribe algunos de los mejores poemas de la poesía católica moderna. Cuesta trabajo unir esas dos palabras: católica y moderna. Desde el Concilio de Trento (1545-1563), las iniciativas moderni­ zadoras derla tradición católica h a n estado cohibidas p o r la experiencia protestante, a través de la cual prosperó el espíritu AHORA moderno. El temor a disgregarse y disolverse, como los protes­ t a n t e s , i n h i b i ó d e a l g ú n m o d o la c r e a t i v i d a d c a t ó l i c a : n o encabezó las grandes aventuras de la crítica, la ilustración y el romanticismo. Si la filosofía moderna comienza por u n católico dispuesto a "deshacerse de las ideas recibidas para sustituirlas por otras depuradas en el tamiz del propio juicio y de la propia razón" (Descartes, Discurso del método, 1637, libro que acaba, naturalmente, en el índice de libros prohibidos por la Iglesia), el proyecto es rehuido en los medios católicos y pasa a los protes­ tantes y agnósticos. En 1674, el Arte poético de Boileau proscribe toda audacia, y aun toda alegría, de la poesía católica (cita y versión de Alfonso Méndez Planearte): De la fe de un cristiano los misterios terribles no pueden ser de alegres adornos susceptibles; el Evangelio, en todo, nada ofrece a la mente sino justos suplicios y penitencia urgente. Quizá toda creatividad implica originalidad moral; toda origi­ n a l i d a d m o r a l lleva a c o n f l i c t o s r e l i g i o s o s ; t o d o c o n f l i c t o religioso lleva al problema y a la oportunidad creadora de la originalidad religiosa. Pero también cuesta trabajo unir esas palabras: originalidad, moral, religiosa. La religión, c o m o el lenguaje, se presenta como algo dado, previo, instituido, colec­ tivo, tradicional. Ante la religión, la originalidad parece u n nuevo origen que se autoinstituye, que se afirma como creador en vez de criatura, como centro contradictorio de una religión individual ( q u e p o r l o m i s m o n o p u e d e ser r e l i g a n t e ) , c o m o c e n t r o contradictorio de u n lenguaje privado (que por lo mismo n o puede ser comunicante). C l a r o q u e , tanto e n el l e n g u a j e c o m o e n la r e l i g i ó n , la originalidad absoluta es ilusoria. Más aún: la repetición, que supuestamente pudiera asegurar la fidelidad absoluta, también es ilusoria. Toda originalidad redescubre los orígenes y los continúa. Toda tradición es creadora. Pero trate usted de expli­ carle a las autoridades... A f o r t u n a d a m e n t e , las autoridades religiosas h a n p e r d i d o control sobre la sociedad. Q u i z á esto explique cierto renaci­ miento de la creatividad católica moderna a principios del siglo xx, e n buena parte a cargo de laicos o conversos (más libres en, la práctica q u e los r e l i g i o s o s ) . La m o d e r n i d a d , surgida e n el discurso católico y expulsada de éste, se apoderó del discurso pro­ testante y l o disolvió (secularizándolo;; se volvió el discurso dominante del planeta y así acabó envolviendo, presionando, p e n e t r a n d o , el discurso c a t ó l i c o (y t a m b i é n el i s l á m i c o , el budista). Los papeles se invierten: los católicos, antes dueños del discurso dominante, viven e n guetos culturales o tienen q u e ganarse el derecho de admisión e n el discurso moderno. A su v e z , el d i s c u r s o m o d e r n o tiene su p r o p i o i m p u l s o religioso, n o deja de ser u n cristianismo secularizado, que refluye sobre el catolicismo. El siglo xrx descubre a Cristo c o m o hombre: Renán lo presenta c o m o u n líder genial, Wilde c o m o u n artista. Esta libertad religiosa frente a lo religioso, que se apodera de lo que antes estaba sometido a control eclesiástico, prospera en el siglo xx, pasa de los medios n o católicos a los católicos: primero a los artistas e intelectuales laicos, finalmente al clero. Hay e n Ponce u n rechazo al sentimentalismo (no a los senti­ mientos), q u e parte de sus primeros versos, hechos por obli­ gación escolar. Lo que en el seminario se entendía por poema era u n a e f u s i ó n d e b u e n o s sentimientos religiosos ( Ñ e r v o , Elevación, 1917: "Si Tú me dices: 'Ven', lo dejo todo"...) Pero la expresión de sentimientos p u e d e llevar, por vía moral, a los problemas de la originalidad. A l repetir las expresiones consa­ bidas que se esperan de mí, ¿expreso mis sentimientos perso­ nales? ¿No hay una impostura? Si verdaderamente siento lo que siento, ¿no debería expresarlo a través de fórmulas personales? Afortunadamente, muchos n o v e n estos problemas. Dicen lo c o n s a b i d o y y a . Lo c o n s a b i d o p u e d e ser insincero, p e r o n o necesariamente; puede ser conformista, pero n o necesariamente; puede ser impersonal, pero n o necesariamente. Afortunadamen­ te, también, h a y quienes, enredados e n los problemas d e la autenticidad, encuentran soluciones originales, q u e p u e d e n consistir en crear sus propias fórmulas, o en hacer suyas, since­ ramente suyas, las de todos y las de siempre. A los 16 años, quizá por estos problemas, el joven seminarista rehuyó las efusiones sentimentales que se esperaban de él, y se ganó la acusación de frío y gongorista. La acusación sirvió para que descubriera a Góngora. C o n el tiempo, llegó a leer, además de los clásicos españoles, griegos y latinos, mucha poesía italia­ y iranccsa. i rauujo para ai mismo casi IUUU u a m e . de e m o c i o ­ naba leyendo las disquisiciones de Santo Tomás sobre el amor divino. Le "llegaba" la teología: conmovía su sensibilidad, su vida íntima. Mientras que las figuras católicas destacadas en las letras de M é x i c o (el padre Garibay, los M é n d e z Planearte) hicieron obra crítica renovadora (la revaloración de la poesía indígena, de la poesía virreinal), Ponce tomó el camino artístico. E n su obra poética y ( c o m o promotor y animador) e n la música y e n la arquitectura, ha buscado vías de expresión donde se reconcilien la tradición y la búsqueda, la sensibilidad y la inteligencia, la religión católica y el arte moderno. (Ha promovido esta actitud en medios eclesiásticos. D e 1943 a 1968 publicó en Morelia la revista Trento. Desde 1969 fundó y está a cargo de la Comisión Nacional de Arte Sacro, en la ciudad de México.) Su primer l i b r o , Ciclo de vírgenes (1940), f u e m u y b i e n recibido e n los medios n o católicos, e n particular entre los escritores de Taller, Tierra Nueva y Romance, páginas dedicadas al libro, cena homenaje de León Felipe, José Moreno Villa, Alí C h u m a c e r o y otros, c o n palabras d e O c t a v i o P a z , artículos elogiosos de J o s é Luis Martínez y Adolfo Sánchez Vázquez. Y n o era para menos: ni en México, ni en España, ni en ninguna parte del m u n d o , era c o m ú n que u n sacerdote escribiera poesía de vanguardia. Menos aún sobre las muchachas vírgenes. Y menos todavía q u e , a d e m á s del l e n g u a j e y del tema inusitados, el sacerdote se atreviera a verles el cuerpo: Quillas contra el viento sus mellizos, cabellera de relámpago asido. O se atreviera, c o n mayor audacia, a ver la fascinación del pecado, y preguntarle a Dios sobre su intervención en la caída de una muchacha: Corría ya. Se deslizaba por el ventisco glaciar abajo, lanzada, pero guardando el equilibrio. Siempre reflujo abajo, más aprisa, siempre en vuelo, casi en vilo. Tú acelerabas, vértigo; acelerabas tú, racha de siglos. ¡Dios mío! ¿Acelerabas tú mismo? N o es de extrañar que esta piedad resultara desconcertante en los medios piadosos. Hasta h u b o u n conato de censura, que n o p r o s p e r ó , gracias a las b u e n a s relaciones d e P o n c e c o n las autoridades religiosas y al prestigio de sus editores, los Méndez Planearte. Hay en todo esto más de u n paralelismo c o n Hopkins, cuya originalidad le ganó incomprensiones y conflictos íntimos* q u e estaba d i s p u e s t o a sacrificar su v o c a c i ó n poética a su vocación sacerdotal, y así destruyó sus poemas juveniles; que años después, cuando volvió a escribir y encontró una piedad y u n a música d e s c o n o c i d a s para lamentar la muerte d e u n a s monjas en "El naufragio deLDeutscblanddesconcertó a sus c o m p a ñ e r o s ; q u e se interesó e n la música hasta intentar la composición; que llevó al verso su interés musical c o n invencio­ nes de una música refinada y difícil; que inventó cosas todavía más difíciles: nuevos sentimientos religiosos, u n frisson nouveau donde menos se esperaría. N o es fácil entender de dónde sale la originalidad de Ponce, porque n o es fácil entender de dónde sale la originalidad. Se llega a lo de siempre: ni es absoluta, ni p u e d e simplemente disolverse e n coincidencias c o n anteriores o contemporáneos. Eliot decía que ciertas obras reorganizan el pasado, crean las "influencias" de las cuales vienen. En honor de la poesía mexi­ cana, hay que decir que tiene esa capacidad para explicar a P o n c e . Si alguna vez se escribe la historia de la originalidad religiosa en M é x i c o , se encontrarán m u c h o s elementos para construir la genealogía poética d e Ponce: las concepciones de Nezahualcóyotl y de Ayocuan: la religiosidad popular, siempre más libre de lo q u e suele suponerse; los juegos barrocos d e González d e Eslava, Guevara, Rodríguez de Abril, Sandoval y Z a p a t a , Sigüenza y G ó n g o r a , Sor J u a n a , Fray Servando; los antecedentes inmediatos de Placencia y, en algunos aspectos, Ñervo, López Velarde, Reyes, Pellicer, Gorostiza. Sin hablar de los sacerdotes de la generación anterior (los Méndez Planearte, Garibay) que renovaron la cultura católica mexicana, q u e le dieron especial importancia a la poesía y que le sirvieron de ejemplo. En u n c o n t e x t o más a m p l i o , habría q u e señalar el r e n a ­ cimiento religioso del siglo xx. La crítica del cielo, que empezó como crítica a las autoridades religiosas en el protestantismo, y prosperó a través de la ciencia, la ilustración, el marxismo, el psicoanálisis, n o sólo no acabó c o n la religión, sino que empieza a volverse crítica de los cielos prometidos por las autoridades científicas, ilustradas, marxistas, progresistas: las nuevas auto­ ridades religiosas. En el caso católico, se da u n aggiornamento, que parte del laicado (Péguy, Chesterton, Papini, Maritain), llega al clero y se vuelve política oficial en el Concilio Vaticano II. Después del Concilio, hay algunos temas de Ponce que se han vuelto comunes. En el Ciclo de vírgenes, éstas bajan del santoral y son muchachas vivas, c o n cuerpo; en el Quadragenario y segunda Pasión, los dolores de Cristo bajan de las estampas del viacrucis y andan sueltos por el mundo, como dolores humanos. Se pudiera argüir en su defensa que esto n o era común cuando se publicó. Pero lo más notable d e estos primeros libros (publi­ cados a los 27 y 29 años) n o es la anticipación de las ideas. Así c o m o en las Églogas de Garcilaso o las Soledades de Góngora, lo que sorprende n o es el argumento sino la forma de tematizarlo, lo sorprendente de estos libros es su manera insólita de tematízar lo religioso: las ideas, los temas, los sentimientos, el vocabulario, la adjetivación, las imágenes, la métrica, rompen las c o n v e n ­ c i o n e s d e la p o e s í a religiosa: i n v e n t a n su p r o p i a forma d e religiosidad poética. Hay que decirlo: producen u n efecto raro. Pero ése es u n o de sus atractivos. Leerlos es c o m o ver ciertos cuadros, o escuchar ciertas obras, que (al menos la primera vez) defraudan nuestras expectativas y al mismo tiempo las atraen. N o acabamos d e saber q u é les falta (mejor d i c h o : q u é nos h a c e falta para sentirlas familiares) y tampoco acabamos d e saber qué tienen, porque evidentemente tienen algo. N o es algo que se pueda reducir a experimentación técnica, aunque ésta se manifiesta de muchas maneras, n o todas obvias. P o r e j e m p l o , e n t é r m i n o s d e m é t r i c a , salta a la v i s t a la p r e o c u p a c i ó n por amansar metros todavía salvajes (el eneasílabo, el endecasílabo agudo) o el cuidado c o n que marca la diéresis; pero n o salta a la vista el magistral uso de las pausas o la sensibilidad tímbrica, que es quizá el secreto de que (en libros posteriores) llegue a escribir u n verso blanco que n o se conocía e n español; u n verso tan rico en la concertación de timbres que suena tan musical c o m o el verso rimado: El mar aquél ¡qué cónclave de espumas! y es lo que menos puede atribuírsele; aquel monte ¡qué azul de lejanías! y le define casi sin ser suyo Pedro Henríquez Ureña n o llegó a conocer este tipo de versifi­ cación, cuya ausencia lamentó, al quejarse de que en español hubiéramos pasado de la rima al verso libre, sin haber "creado especies nuevas de verso blanco en medidas exactas. Y el verso blanco está lejos de la 'prosa monótona': órgano de sonoridades rotundas o diáfanas bajo las manos de Shakespeare y de Milton, d e Keats yjáe Shelley, de G o e t h e y d e Leopardi, a ú n h o y e n inglés busca apoderarse de los 'tonos de la voz hablada* e n los poemas de R o b e n Frost". (Estudios de versificación española, Universidad de Buenos Aires, 1961, p. 268) En el cuarteto citado, el verso blanco de Ponce se apodera del mar: se escucha el romper de las olas en el primer verso, y hasta se escucha la resaca que sigue a la explosión en el segundo. Esto parece logrado a través de los efectos sonoros de cada partícula de cada sílaba: la secuencia, la concentración, la distribución, los contrastes, la concertación de vocales y consonantes. Aunque el oído escucha c o n ese detalle, la atención retórica ordinaria n o llega a más detalle q u e la sílaba c o m o partícula d e l v e r s o . Cuando mucho, se llega a observar la aliteración: la repetición de una partícula en una serie de sílabas. En este caso, por ejemplo: "quél qué con cía". Pero la aliteración n o es más que u n o de los efectos subsilábicos dignos de tomarse e n cuenta. Y , e n este casó, n o es una aliteración bonita por sí misma, separable como el "no sé qué que quedan balbuciendo" de San J u a n de la Cruz o el "a qué quejarse de qué" de Pedro Garfias. Es una aliteración que opera dentro de u n conjunto de efectos más amplio: la pausa sintáctica introducida por la admiración, el aumento de intensidad, la concentración d e oclusivas (q, q, c, c, d, p ) , la dificultad de pronunciar la aliteración, se suman para el efecto de una lentitud admirativa que aumenta de tensión y que estalla, c o m o u n a o l a . C a b e t a m b i é n señalar u n a e s p e c i e d e rima subliminal (no consonante, y menos que asonante), que pudié­ ramos llamar subsonante: espumas con suyo, atribuírsele c o n Jjyi/iwísi.c- f»« fi(*rÍT ritncic lítnifíirfa* ü 1n v n r ü l mif* IIÍ*VÍI (A üPf»ntn Concepto que puede extenderse a la rima interna de espumas c o n azul, aquél c o n menos. Las " s o n o r i d a d e s r o t u n d a s o diáfanas" del verso blanco de Ponce están por estudiarse. Hay. en Ponce una poderosa combinación de eficacia artística y autenticidad religiosa que llega a la plenitud en Misterios para cantar bajo los álamos (1947). En los "misteriales" de este libro aparece el verso b l a n c o q u e h e m o s d i c h o y e n la serie d e misterios aparece otra novedad (quizá n o sólo e n español): el haikú a l o divino. C o m o elemento n u e v o en Ponce, surge lo popular y se intensifica lo visual. Tiene en común c o n los libros anteriores u n despliegue riguroso. En este caso, la serie se repite tres veces, c o n estampas o simbolismos logrados cada vez con m e n o s palabras. Es u n libro d e villancicos visuales, teatrales, calderonianos, abstractos y sin e m b a r g o cantables, festivos, escritos c o n brío, c o m o los villancicos de Sor Juana. Esta l i b e r t a d c r e a d o r a c o n t i n ú a e n El jardín increíble, publicado pocos años después (1950). Es el primero que aparece c o m o libro p r o p i a m e n t e d i c h o ; los anteriores s o n folletos separados de la revista Ábside. En términos de estilo, El jardín increíble pudiera incluir los Misterios y los libros siguientes: Cristo. María (1962) y Elegías y teofanías (1968). En realidad, toda la obra poética de Ponce pudiera publicarse bajo el título de El jardín increíble. La teología implícita de El jardín increíble pudiera resumirse así: el mundo es el paraíso crucificado, sepultado, descendido a los infiernos y finalmente victorioso de la muerte. Es u n jardín teofánico, donde conviven la creación y la muerte, la angustia y la resurrección. T o d o l o c u a l se manifiesta, hiere, estimula, exalta, hace triste o feliz a la conciencia sensible. Pero, de nuevo, lo importante n o es el argumento. En rigor, dado lo que dice el argumento, hasta sería incongruente c o n su propia argumentación si adoptara la forma del auto sacramental: la idea ilustrada, el diálogo de arquetipos, el sermón, la moraleja. La forma de tematizarlo n o puede ser teológica sino teofánica: encontrando palabras que c o n m u e v a n la conciencia sensible, que e n la experiencia misma de leer comuniquen esa vivencia del jardín teofánico. A manera de ejemplo, tomaré dos palabras del primer soneto d e "jAy, muerte más florida!**, que es el pórtico y la clave del libro. Quizá deba decir que leí por primera vez El jardín increí­ ble a los 16 años, y que llegué a sabérmelo de memoria, aunque n o estaba s e g u r o d e entenderlo. A ñ o s d e s p u é s , c u a n d o m e venían rachas de memoria, me llamó la atención el peso de estas dos palabras, al parecer insignificantes: las palabras y cae, que seguían gravitando sobre m í c u a n d o ya n o lograba recordar muchas otras del soneto. Pero empecemos por el principio. La idea del poema puede reducirse a que la muerte está e n la vida: por lo tanto florece, nos atrae, etcétera. En términos teológicos, esta atracción es buena, e n c u a n t o le da p r o f u n d i d a d a la v i d a , y así la v u e l v e anticipación de la otra; y es mala, e n cuanto lleva a preferir la muerte (la vida cerrada en esta vida), en vez de la vida (la vida (Al-Muqaddimah abierta a la otra vida). Pero, c o m o dijo Jaldún V I 47), los poemas no se hacen c o n ideas sino c o n palabras. Se me ocurre ilustrar la diferencia escribiendo esta redondilla: Mira la hoja caída del rosal como tu suerte: te da señales de vida, te da señales de muerte. N o se puede negar que ahí está la idea, y que mucha poesía religiosa (y laica) n o suele ser más que eso: una declaración de ideas. Pero la experiencia de leer lo siguiente nada tiene que ver con enterarse de una reflexión puesta en verso: Nos ha traído una lengua lejana a este puro silencio de bosque partido, en el canto de ayer que se delata en nido, en el silente nido que cantará mañana. Callamos por la luz que se rebana, por la hoja que se ha distraído y cae. Yo estoy herido de muerte, una muerte venial y liviana. Cuelga en la luz, cuelga en la rama vencida, en cuevas perfumadas se despeña, y en donde quiera pienso y amo, me provoca. ¡Ay, ninfa descarnada! ¡Ay, muerte más florida! Se prende una rosa, se prende una tarde pequeña en el risueño plantel de su boca. La experiencia de leer lo anterior es, en primer lugar, extraña; lo cual está muy bien para comunicar la experiericia a la cual se refiere: vivir l o familiar c o m o a l g o extraño. La e x p e r i e n c i a prosódica contribuye al efecto. Estamos ante u n soneto clásico por la rima pero atípico por la métrica. Las rimas son perfectas y familiares (ana, ido, ida, eña, oca-, esquema abba, abba, c d e , cde, que es el esquema típico de u n soneto de Garcilaso). Pero la métrica n o es familiar: la medida es fluctuante, de las 7 a las 15 sílabas, sin regularidad; esquema 11-13-13-14, 11-10-7-13, 12-11­ 13,14-15-11. Además de que los versos de 1 0 , 1 2 , 1 3 y 15 sílabas son raros, los versos familiares (los de 11 y 7) n o siempre tienen la acentuación familiar: el soneto abre y cierra con endecasílabos dactilicos, que son infrecuentes, y en los cuales ni siquiera se reconoce el aire machacón de los cuatro acentos tradicionales (en la primera, cuarta, séptima y décima sílabas). Lo machacón desaparece eliminando el primer acento, c o m o puede verse al comparar con u n ejempl o típico de la gaita gallega (Tanto bailé) y hasta con u n ejempl o del mismo verso renovado por Rubén Darío (Libre la frente): Tanto bailé con el ama del cura (1,4,7,10) Libre la frente que el casco rehusa (1,4, 7,10) nos ha traído una lengua lejana (4,7,10) en el risueño plantel de su boca (4,7,10) O sea que los endecasílabos dactilicos, p o c o frecuentes, aparecen en una variedad todavía menos frecuente. Por lo que hace al único verso de siete sñabas, es u n heptasílabo trocaico, ¡pero qué heptasílabo! A primera vista ni parece u n verso. El y cae es larguísimo, parece estirado violentamente por a m b o s extremos, entre el verso anterior, a través del encabalgamiento, y necesiuau a e rormar u n verso con IO que sigue, oasia parece que este alargamiento, producido por dos grandes pausas, antes y d e s p u é s del y cae, separa las dos sílabas d e cae e n u n a p r o n u n c i a c i ó n l i m p í s i m a , q u e n o es el ordinario cai ni e l afectado cae que usan los merolicos distinguidos. Pero n o hay tal: cáese pronuncia como una sola sílaba. El verso es heptasílabo, n o octosílabo. C o n acentos e n la segunda, cuarta y sexta sílabas, c o m o éste de Jorge Guillen: jOh luna, cuánto abril (Guillen) y cae. Yo estoy herido (Ponce) Las verdaderas separaciones de sílabas circundan el y cae, en cuyos límites hay una y junto a vocal, que tendería a la sinalefa, a las pronunciaciones sucias distraídoy y cáey. Pero, gracias a las pausas que introducen el corte de verso y el punto y seguido, la vecindad de estas tentaciones tiene el efecto contrario: pone en evidencia la limpieza de la pronunciación, hace más distintiva la pausa. A esto se suma el efecto de la entonación, que es decisivo para comprender la eficacia del y cae. Si n o hubiera encabal­ gamiento, si el cuarteto dijera, por ejemplo: Callamos por la luz que se rebana, por la hoja que se ha distraído, por el canto de ayer que se delata en nido, por el silente nido que cantará mañana. Entonces distraído tendría una entonación descendente. Pero el segundo verso se encabalga: n o hay coma y continúa hasta el y cae. Esto crea u n suspenso y una elevación del tono: distraído se pronuncia en forma ascendente. El descenso no se produce hasta ej y cae, donde termina la oración. Lo que produce la i l u s i ó n del hiato es la e q u e p a r e c e d e s c e n d e r intermina­ blemente. El contraste de elevación/descenso es marcadísimo y acentúa la separación, limpieza y lentitud del y cae. Pero lo más notable es la eficacia comunicativa de todo esto: el y cae se a e s p r e n a e a e i v e r s o anterior c o m o u n a n o j a , c a e a e u n a elevación de tono como una hoja, se recorta claramente del resto como una hoja, desciende lentamente como una hoja. La eficacia del y cae no es puramente prosódica. Tratemos de situarlo e n términos v i s u a l e s , d e i m á g e n e s , d e e s c e n a r i o . T u m h í i ^ n a n u í h u í / liria P Y r v r i p n f i í i Hf» t^Trtrañpya/fairiiliar.HíiH Pn X t U l l L U t l l avJUl ll&y \illtX CA.L/v711v71ivi.£l VJC \,A.llá.H^£.a./ IdlliillctllLiaVi. Malí la primera escena hay u n nosotros atraído por algo misterioso: una lengua lejana. Una voz q u e nos habla y nos atrae y, sin embargo, parece indescifrable, c o m o el c o m i e n z o mismo del soneto. Inmediatamente resulta que estamos en u n bosque, en medio de u n silencio, absortos, escuchando u n trino c o m o nunca lo habíamos escuchado, velado por la familiaridad: c o m o algo natural y extrañísimo, c o m o una lengua lejana. Pero n o sólo escuchamos: miramos, olemos; todos los sentidos se abren en la experiencia de ese instante (que recuerda la experiencia Zen) en el cual las palabras recobran su naturalidad, y s o n silencio, trinos, cosas entre las cosas. En ese instante se disuelve el mundo libresco, el nosotros libresco, la memoria, en u n presente con­ creto, e n u n y o inmediato, herido por la experiencia de ser concreto, c o m o la rama, como la luz, c o m o el pájaro. Estoy aquí y ahora, desenjaulado de la lectura, del fantaseo mental. Estoy en u n silencio de bosque. Tal vez leyendo en u n jardín. U n trino me distrae. Y caigo. D e lo abstracto a lo concreto; de lo virtual a lo finito. C a i g o e n mí mismo. C a i g o e n la cuenta de lo extraño q u e es vivir. M e siento físico, vulnerable, frágil, c o m o u n a hoja que cae. M e siento temporal. La fínitud me hace sentirme e n presencia de la muerte. Lo cual m e aviva, me provoca. La fínitud, la m u e r t e , canta sobre la rama, florece e n el rosal, perfuma el aire, sonríe en el jardín, ilumina la tarde. N o hay que eludir las connotaciones simbólicas del y cae. La caída funciona como metáfora de la distracción y tiene alguna resonancia pecaminosa, sobre todo en presencia de la palabra venial. También recuerda el tema existencialista de la caída en el desamparo (déréliction). La hoja que cae, c o m o metáfora de la vida, arrastrable por el viento, tiene resonancias populares, sobre todo en presencia de la calavera ("ninfa descarnada", y explícita­ mente en el segundo soneto). Pero estas connotaciones enrique­ cen la eficacia poética del y cae. Es decir: lo que funciona en el y cae, en todo el soneto, en todo El jardín increíble y en toda la obra poética de Manuel Ponce, n o está hecho c o n ideas sino c o n palabras. N o es una declaración de que el mundo es teofánico. Es una teofanía verbal: u n milagro. ANEXOS POEMAS RELIGIOSOS DE ALFONSO REYES N A D A p a r e c e m á s a j e n o a la obra d e R e y e s q u e el espíritu religioso. Su herencia liberal (y hasta masónica: su padre, c o m o casi todos los hombres del poder entonces, era importante en la masonería); su afición de G r e c i a , d e G o e t h e , d e la Francia libertina; su gusto por la vida, su optimismo, su olímpica sonrisa (que vuela sobre el mal, en vez de sumergirse en la conciencia desgarrada) parecen indiferentes a la fe, la duda, la negación. Y , sin e m b a r g o , h a y u n p o e m a religioso e n Constancia poética, sobre el cual escribí de paso en 1969- C o n esa pista, fui encontrando después indicios soterrados en publicaciones disper­ sas (de 1982, 84, 86, 89) que dejan entrever u n Reyes descono­ cido: el de los sentimientos religiosos. 1. A los 16 años, en El Espectador de Monterrey (28 X I 05), pu­ blicó "La duda", poema en tres sonetos, inspirados "en u n grupo escultórico de Cordier", según dice en el prólogo de Constancia poética (Obras completasX10), y en Historia documental de mis libros (XXIV150), donde lo menciona pero n o lo reproduce. Lo vi en El Sol de México (17 VI 84) y Alicia Reyes me hizo el favor de mostrarme el cuaderno original en la Capilla Alfonsina, así como la referencia escultórica: La doute en la plaza de San Martín d e B u e n o s Aires. E n el p o e m a , la duda se la planta u n anciano pesimista a u n joven creyente, que busca a Dios y n o obtiene respuesta. Lo cual parece trasponer una situación biográfica, más o menos común: el adolescente dividido entre las creencias reci­ bidas de su madre y la incredulidad recibida de su padre, en el momento de romper con la fe (cosa de seres incompletos: niños, mujeres, sacerdotes, h o m b r e s primitivos) para integrarse al mundo adulto, estoico, masculino y civilizado, que deja atrás las niñerías. Según el testimonio de Reyes e n Albores (Obras completas X X I V 513, 537, 538), había u n Cristo de marfil "bajo el dosel del lecho paterno" y su hermano Rodolfo fue bautizado en casa por el arzobispo. Pero cuando Alfonsito se negó a prepararse para la primera comunión (declarando: " Y o soy librepensador"), tuvo el apoyo de su padre, que lo había bautizado. Consta en el tarjetón de bautizo que reproduce Alfonso Reyes ante Dios y ante la muerte (Monterrey, Instituto de la Cultura de Nuevo León, 1989, p. 111) de Aureliano Tapia Méndez; aunque el padre Tapia n o encontró las actas (ni de Alfonso, ni de Rodolfo) en las parroquias de Monterrey. 2. A los 22 años, habla de sus sentimientos religiosos, pero viéndolos ya del otro lado, gracias a Pablo Martínez de Río, apenas tres anos menor que él, pero del cual escribe a Pedro Henríquez Ureña (26 IV 11): "es u n niño [...] Tiene m u c h o s escrúpulos católicos. Muchísimos. La última vez que estuve con él [.. .1 se empeñó en percibir en mi espíritu la dosis mínima siquiera de sentimiento religioso para hallarse a gusto a mi lado. Y o no me hice del rogar y le hice sentir que poseo esa clase de sentimien­ tos" (Alfonso Reyes/Pedro Henríquez Ureña, Correspondencia 1907-1914, FCE, 1986, p.155). 3. Los sentimientos religiosos reaparecen en "Lamentación de com­ Navidad", fechado en "México, diciembre, 1911" (Obras pletas X 57). Es u n poema en tres partes. La primera, descriptiva, es una especie de Nacimiento: ha nacido el Niño, la Virgen lo a m a m a n t a , la estrella guía a l o s Reyes M a g o s . La s e g u n d a , dialogada, es una especie de flash back : la acción se retrae al momento en que una voz (separada entre comillas) le dice que n o tendrá posada ¿a J o s é , a María? Más bien al poeta: "Sigue, viajero, ya tendrás canciones para que puebles tu desolación". Es d e c i r : a n t e el N a c i m i e n t o , el p o e t a se i d e n t i f i c a c o n l o s rechazados que en la noche, sin encontrar posada, se lanzan "a descubrir camino". La tercera parte es un soneto religioso muy notable, por contraste c o n los sentimientos más comunes. El poeta pide "obras que cumplir": continuar la Creación, c o m o aliado de Dios. Señor, mi Dios, corona de los mundos, rey de la Biblia, voz de los arcanos: hiéreme con tus dientes iracundos, úsame como una de tus manos; dame obras que cumplir, hazme profundos signos con que me atiendan mis hermanos, o hazme volar como haces con los granos hasta la tierra en que han de ser fecundos. Asombros quiero porque estoy lloroso, y de Tu Majestad sentir las huellas para seguir mi rumbo sin reposo. Surge, pues, con tu azote de centellas, y sobre el universo clamoroso ruede tu carro castigando estrellas. Si h a y transposición biográfica, n o p u e d e n ignorarse las fechas. El primero de septiembre de 1911, Rubén Darío le pide al joven Reyes u n poema para el número de Navidad de su revista Mundial (pude ver la carta y lo que sigue en la Capilla Alfonsina, gracias a Alicia Reyes). El 6 de noviembre, Francisco I. Madero pasa de ser presidente electo a presidente. El 16, Bernardo Reyes lanza el Plan d e La S o l e d a d , d o n d e se proclama presidente p r o v i s i o n a l . El 19, A l f o n s o le r e s p o n d e a D a r í o . El 25 d e diciembre, el general rebelde, que fue seguido por muy pocos hombres, los dispersa y se entrega e n u n cuartel de guardias rurales, cerca de Linares. "Lamentación de Navidad" aparece en Mundial, pero sin fecha. Fechándolo después, como si el poema fuera profético y alusivo a la Navidad de su orfandad, Reyes, c o m o e n "La duda", parece hablar de la crisis de u n hijo a la intemperie, primero materna, ahora paterna: llama al cielo y nadie le responde, pide posada y n o le dan. Pero la fe infantil, que termina en el desconcierto, es ahora fe adulta: ante los dos reinos perdidos (el materno, el paterno), se asume c o m o el constructor^de u n nuevo reino, trata directamente c o n Dios y le pide obras que cumplir. Su destino manifiesto es la presidencia de la república literaria, que le vaticina Pedro Henriquez Ureña (Correspondencia, p . 426) y q u e , a diferencia d e su p a d r e , alcanzará. Aprovecho para aclarar algo d e la Historia documental de mis libros que me confundió: "Me casé en 1911. Nació mi hijo al año siguiente. Llegó la Navidad de 1912, y c o n ella la rendición de Linares, en que la estrella de mi padre declinó para siempre." (Obras completas X X I V 161). Reyes intercambia los anos v la secuencia de los hechos: se c a s ó e n 1912, c u a n d o su padre estaba en la prisión de Tlatelolco, después d e rendirse e n la Navidad de 1911 (E.TJ. Niemeyer Jr., El general Bernardo Reyes, Universidad de Nuevo León, 1966, p. 219). 4. A los 25 a ñ o s , ya está e n París, construyendo u n a vida n u e v a , bajo la mirada crítica d e Henríquez Ureña, q u e se ha vuelto "su conciencia" (la frase es de Reyes) y que reprueba a los escritores n o liberados del catolicismo. Desde La Habana (29 V I 14), Henríquez Ureña le escribe sobre J o s é María C h a c ó n y Calvo: "No he llegado a fraternizar (como dicen los cursis) c o n Chacón: es demasiado joven y sin experiencia, y n o quiere dejar d e ser católico (tú sabes q u e e s o es grave para m í ) " . ¿Una indirecta? C o m o si se d e f e n d i e r a , y tal v e z irritado p o r su h e r m a n o R o d o l f o (a q u i e n l l a m a b a "el B a r ó n " ) , q u e había llegado a París y se alojaba en su casa, Alfonso Reyes le escribe a Henríquez Ureña (22 VII 14): Francisco García Calderón "lleva t o d o s los d o m i n g o s a misa a su señora. Q u i z á por razones s o c i a l e s , p e r o da l o m i s m o . D e b e d e ser m o c h o , et voilá pourquoi nuevamente. H a y más mochos de los que sueña mi filosofía. H e descubierto que l o es el Barón." Y una semana después (28 V I I 1 4 ) , se defiende de Antonio Castro Leal: "Castrito ha incurrido en llamarme místico. Y o me niego a esa definición. Y a basta d e engañifas. A la mochería se llega por todos los caminos. Hay que estar en guardia. Y o n o soy místico. Ni nadie lo es en nuestros días. Claudel y comparsas n o son más que unos sensuales. El D'Annunzismo de Claudel es notorio (sus partida­ rios aseguran que es anterior a D'Annunzio, a u n q u e publicó después). Claudel es mocho. Y quiere que sus dramas sean algo é% ( j a g^f^Yf^jTX cL&l v-vJlJ.lv/ j 11 r t 1 f«kf%4jK\f*% yyi| t f * f \ Q _ 0 % vil I d lvlllv.lv/ll lv711¿-ylvJd£l. Y MJKJ tf\ /**|1<| 1 v-vlo.1 lk\J g%£* 1 ?f*l /"|| C f \ < l f*V| 4*431 T^/lf/*% v a Lili vlld^Jdl ¿ILvT. ITv71v¿ es, desde el punto de vista católico ortodoxo, una herejía, pues el teatro y los comediantes están fuera de la Iglesia." Se diría que the young man protests too much: qu e defiende su derecho a conservar sentimientos religiosos, sin qu e l o acusen de místico o de mocho. 5. A los 36 años, escribe: " N o c h e a n o c h e combato c o n el ángel", primer verso de u n poema estudiado por Paulette Patout ("Sobre 'Jacob*, u n p o e m a de Alfonso Reyes escrito e n París, 1925", Siempre/ 22 VIII 90, p p . 42-44). La señora Patout cree que el poema puede ser "el testimonio de una de las crisis más graves que conoció Reyes, místicas o por lo menos espirituales". Habla de rumores (no documentados) sobre Reyes c o m o "cristiano secreto" o converso, al igual que otros grandes escritores que admiró. Para mostrar que algo estaba pasando, señala "aquella impresionante 'Carta a dos amigos', que Reyes escribió m u y p o c o tiempo después de nuestro p o e m a , e n enero de 1926, dirigida a Enrique Díez-Canedo y Genaro Estrada". Es u n escrito testamentario, casi técnico, sobre la organización postuma de su obra, en caso necesario, cuyo párrafo final suelta la frase: "NO: ni p i e n s o suicidarme ni m e c o n f i e s o c a d u c o " , y cuyas últimas palabras son todavía más desconcertantes, c o m o cierre d e u n proyecto de obras completas: " Q u e empiece y o firmemente a creer, en Dios, y todo habrá cambiado, todo." (Obras completas IV 482). 6. El 17 de marzo de 1931, día de San Pascual Bailón, cumple 42 años. Para celebrarlo, reparte entre sus amigos Minuta, c o n u n poema dedicado a este santo cocinero, que en el trino de u n pájaro escuchó la eternidad y se quedó absorto cien años. Reyes se identifica c o n su santo patrón (cuyo nombre n o le pusieron), c o n su espiritualidad de cocina y bodega. Más aún: añade una "Nota sobre San Pascual Bailón", d o n d e critica a los que se extrañan de que el Santo dé la Eucaristía (patrón de los congresos eucarísticos) sea u n hermano cocinero. "¡Como si n o vieran que el mayor cocinero es el que adereza y sirve, e n el sacrificio de la misa, el pan sagrado!" En el poema llega a decir: cocinas la fritanga espiritual." H a z q u e n o s p e r d o n e n , a los arrobados por la eternidad que hay en lo temporal. U n año después, vuelve sobre el tema en una serie de diverti­ mentos pascualinos que recoge e n Árbol de pólvora (Obras completas XXIII289-294). En el séptimo, dice: Tictac n l i M i i e a frt*air Irte nlof/^ic nstas, on Musa ae negar ios piaros, rimas humildes, si, pero divinas, culinaria razón, místicos tratos, revoltijo de iglesias y cocinas, te harán saber que, cuando el codo empinas o pasas a la mesa buenos ratos, tal vez ejerzas, oh lector piadoso, un acto religioso. 7. A los 59 años, los sentimientos religiosos parecen desapa­ recidos. Está e n Cuernavaca, trabajando e n su versión de la Riada. El 3 de julio de 1948, según registra en su diario, " D e noche me llega carta del padre Gabriel Méndez Planearte c o n su oda íntima llamándome a Cristo. Mucho me conmueve." Y al día siguiente: "En la madrugada, h a g o u n soneto de respuesta al padre M é n d e z Planearte." P o c o d e s p u é s , c o m o u n a prolon­ gación, escribe dos sonetos más, que deja inéditos. La informa­ ción anterior y los dos sonetos, q u e estaban "en u n o d e los pequeños cajones donde Reyes iba formando sus futuros libros", se deben a Alicia Reyes que los publicó en una revista marginal (Hojas Sueltas. Monitor Literario, año 1, número 5, México, julio de 1982, p p . 3-5) y que me permitió corregirlos contra el original, ver el diario y la carta de Méndez Planearte. El soneto de respuesta (recogido en Obras X 453) le dice al pastor de almas: n o te preocupes demasiado por mí, soy una oveja distraída, n o perdida. El primero de los sonetos inéditos alaba a Dios y es plenamen­ te confesional. Quizá hasta u n p o c o convencional: Dios vuelve a ser el D i o s de los oprimidos; y o soy el último d e todos tus heridos; n o importa que te olvide y aun abjure, henchido de locura humana. Lo personal y original está en otros versos, que formulan la "teología" implícita en sus poemas de San Pascual Bailón: seduces al sensual por los sentidos; entre libros y amores me enviaste la señal; a cada u n o hablas su lengua natural. C o m o soy u n ser abierto al mundo, estoy abierto a que me llames. ¡Loado seas, fuerte Dios de los oprimidos que a cada uno hablas su lengua natural! Seduces al sensual por todos los sentidos y alcanzas con la idea al que no es sensual. La piedra de tu honda sana a los doloridos, la vida nos restauras con tu herida mortal; y a mí que soy el último de todos tus heridos, entre libros y amores me enviaste la señal. No importa que mi rapto sólo un instante dure, ni que otra vez, henchido de la locura humana, te olvide por acaso y aun otra vez te abjure: Si hoy has sido mío, lo habrás de ser mañana, y ya cuando me llames y yo me transfigure tendrá tu Mensajera abierta mi ventana. N o está claro a qué se refiere el segundo soneto. M e parece que al primero. El poeta, contemplando el soneto anterior, se asombra d e la secreta v o z religiosa que desoyó durante tantos años, y de haberla escuchado precisamente cuando está inmerso e n el mundo griego, c o m o una revelación inesperada que surge d e su p l u m a , c o m o u n c u c h i c h e o desatendido q u e adquiere plena v o z , c o m o u n florón d e la bruma d e sus sentimientos religiosos, que se vuelve apolíneo en el soneto, y así reconcilia la verdad de Grecia con la verdad de Jerusalén. ¡Con qué lazo tan ancho me rodeas para que te resista sin espanto, secreta voz que a todos cuchicheas y desoímos por oírla tanto! En las plácidas vegas, en las feas barrancas; en el gozo, en el quebranto, playa griega o llanuras galileas, latías con mi risa y con mi llanto. Hasta que el ansia de quedarme solo al humilde trabajo de mi pluma, disimulado en el poeta Apolo te trajo a mí comoflorónde broma. -¡Grecia yjerusalén! Aquí os inmolo las dos verdades de que hallé la suma. En cierta forma, los tres sonetos abren u n capítulo posible de Homero en Cuernavaca, que empezó a escribir por esas fechas y a publicar en Ábside, la revista que d i r i j a el padre Méndez Plan­ earte, a cuya memoria dedicó después el libro. Pero quizá la misma proximidad del sacerdote lo inhibió: un paso más en esa dirección sería interpretado c o m o una vuelta al redil. Y a el simple h e c h o de publicar en Ábside era exponerse a quedar fichado c o m o feligrés. Sobre todo, después del reciente escándalo provocado por Diego Rivera, por Excélsior y por el atentado contra el mural que ostentaba la frase "Dios n o existe" (Excélsior, 5 V I 48: "Estudiantes de ingeniería borraron anoche la frase atea"). En una carta (9 I 49) que n o está en la Capilla Alfonsina, pero que apareció e n el archivo d e Gabriela Mistral (Luis Vargas Saavedra, Tan de usted. Epistolario de Gabriela Mistral con Alfonso Reyes, Santiago, Universidad Católica de Chile, 1991), Reyes le envía el primer soneto diciéndole: "Le envío para Ud. sola u n sonetillo de mis soledades de Cuernavaca. Sólo vale por sencillo y directo: olvide la literatura y aun la estética, c o m o esfuerzo de disciplina mental. Leálo y rómpalo". U n mes después (3 II 49) añade: "Me alegro que le agrade la intención de aquél soneto. Aquí no puede uno decir lo más íntimo, porque todo se mancha de política; y eso sí que n o lo quiero." 8. A l acercarse la muerte, n o quiso que se llamará a u n sacer­ d o t e . Sabía q u e los militantes (católicos y anticatólicos) lo tomarían como un voto público. Prefirió la abstención. Sus senti­ mientos religiosos no eran fácilmente encajonables, ni en la tra­ dición popular, ni e n la ortodoxia, ni e n el ateísmo, ni e n el agnosticismo. Quizá n o se detuvo mucho a examinarlos. Quizá los aceptaba c o m o u n misterio del cual n o es fácil hablar. Y a era m u c h o q u e los admitiera: se s u p o n e q u e u n h o m b r e c u l t o , civilizado, maduro, n o debería tenerlos. H a y u n p o e m a d e R e y e s q u e s i e m p r e m e ha l l a m a d o la atención porque m e gusta, porque está muy bien escrito y por el admirable contraste que hay en ir presentando de manera anec­ dótica, coloquial, ordinaria, una revelación extraordinaria: el misterio q u e llega y d e s c o m p o n e t o d o . "El l l a n t o " (Obras completas X 238), escrito a los 69 años (quizá su último poema), es c o m o u n relato de aparecidos: despierta curiosidad, tiene suspenso, llega a inquietar. Pudo haber quedado en eso, pero aesemooca en algo soorecogeaor, que repasa cualquier nistoria de fantasmas: en u n llanto del m u n d o , u n llanto universal. N o es u n poema religioso sino por vía negativa, c o m o algunas escenas de Buñuel, de Bergman, de Tarkovski: la presencia de lo negado, el misterio que llega y descompone todo. Parece hablar de u n sentimiento del m u n d o m o d e r n o q u e n o encaja e n el mundo moderno: de un llanto secreto por la muerte de Dios, que nadie puede hacer callar EL LLANTO Al declinar la tarde, se acercan los amigos; pero la vocecita no deja de llorar. Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos, pero sigue cayendo la gota de pesar. No sabemos de dónde viene la vocecita; registramos la granja, el establo, el pajar. El campo en la tibieza del blando sol dormita, pero la vocecita no deja de llorar. -¡La noria que chirría! -dicen los más agudos-. Pero ¡si aquí no hay norias! ¡Qué cosa singular! Se contemplan atónitos, se van quedando mudos, porque la vocecita no deja de llorar. Ya es franca desazón lo que antes era risa y se adueña de todos un vago malestar, y todos se despiden y se escapan de prisa, porque la vocecita no deja de llorar. Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo y hasta finge un sollozo la leña del hogar. A solas, sin hablamos, lloramos sin embozo, porque la vocecita no deja de llorar. MOCHO 1. Mocho es, en primer lugar, lo que n o tiene cuernos, lo que n o tiene punta o terminación, lo que n o tiene algo que debería tener. S e g ú n el d i c c i o n a r i o d e N e b r i j a (1495) y t o d a v í a e n e l Diccionario etimológico d e Vicente García d e D i e g o (1954), mocho viene de mútilus, mutilado. Pero J o a n Corominas, e n su Diccionario crítico etimológico, argumenta largamente e n contra: dice que mútilus hubiera dado mojo, y que mocho es de origen incierto. Documenta la palabra c o m o apodo de u n "Domingo el mocho" e n una escritura árabe d e 1170, así c o m o u n a "torre mocha" en 1215. Reconoce, sin embargo, que mochoy mútilus se refieren a lo mismo, así c o m o rapaz, motil, mochil, mozo, mu­ chacho, chamorro, se refieren a los jóvenes por su ^característica (medieval) de andar rapados, sin que rapazderive de mútilus. Según el diccionario de la Academia, mocho es lo q u e n o tiene punta o la debida terminación; lo cual se extiende familiarmente al pelo y se dice (en Chile) del religioso motilón y de la religiosa lega. S e g ú n el mismo diccionario, motilar es cortar el p e l e o raparlo; motilón es quien tiene p o c o pelo, está pelón; motilona es también la lega de una comunidad de monjas. El diccionario d e María Moliner registra motilón c o m o nombre burlesco d e los frailes. El diccionario d e Sebastián Covarrubias (1611) llama motilón al fraile que está todo motilado por igual, antes de recibir la tonsura de la corona. S e g ú n el diccionario de Samuel Gili G a y a , antiguamente se llamaba mocha a la reverencia que se hacía bajando la cabeza; y actualmente, en Álava y Argentina, se llama mocha a la cabeza, especialmente la de pelo cortado a rape. Obsérvese la procesión: de la cornamenta mutilada a la juven­ tud rapada a la tonsura reverente. T o d o en la cabeza. 2. Quizá el mexicanismo mocho tenga que ver con estos usos, por dos vías posibles: a) C o m o nombre de los laicos que practicaban la tonsura por devoción. Según esto, mocho y mocha serían análogos de beato y beata: los laicos q u e visten hábitos religiosos y v i v e n c o n recogimiento, en su casa o en beateríos, por devoción. Así como existió la toma de hábitos devota entre algunos laicos (que n o ha desaparecido: ahora sé hace por m a n d a ) , existió l a tonsura devota entre algunos laicos (como puede verse en e l artículo tonsura de la Enciclopedia Espasa Calpe). Cabe suponer que a estos laicos se les dijera mochos, pero habría que documentarlo. Mochó sería el l a i c o t o n s u r a d o c o m o si fuera l e g o , y p o r extensión el laico demasiado identificado con el clero. b) C o m o nombre de los q u e h a c e n la mocha. Habría que establecer si esta reverencia se llamó así por ser una inclinación incompleta, que no llega hasta donde debería llegar, en casos de prisa o de mucha frecuencia! O si el nombre derivó de que la reverencia se hacía con la mocha, es decir: la cabeza pelona por la tonsura. En cualquier caso, mocho sería análogo de persinado, mexicanismo qué no registran los diccionarios. Persinado deriva de persinarse (.persignarse): el gesto ritual de hacer la cruz sobre sí mismo c o n la m a n o derecha. Mocho derivaría d e hacer la mocha con lá cabeza ante el altar o ante una autoridad religiosa. Pero se trata nuevamente de u n a conjetura, que habría que documentar. 3. Mochos fueron llamados los enemigos de la Reforma, a mediados del siglo xrx. En sus Minucias del lenguaje, Victoriano Salado Álvarez cuenta que investigó el origen de este mexicanis­ m o , buscando a los sobrevivientes de esa época, y que n o le dieron más que versiones fantasiosas. D e mayor importancia es que señala u n uso más antiguo y n o político en El periquillo Sarniento (1816), de Joaquín Fernández de Iizardi, que interpreta e n los siguientes términos: mocho quiere decir hipócrita, solapado, falso devoto y amigo dé conveniencias". Los pasajes son los siguientes: u Estás muy mocho... y a la verdad ésa no es virtud sino miedo. ¿Cómo escrupulizas tanto para hacer una droga, para arrastrar un muerto, ni hacerte con una parada, que ya lo haces mejor que yo? (...) ladrón por ladrón, lo mismo da el que roba en coche que el que roba a pie; y tan dañoso o más es el asaltador en las ciudades que el salteador de caminos. No me arrugues las cejas ni comiences a escandalizarte con tus mocherías. [Capítulo IV de la segunda parte: "Indúcelo su maestro a ladrón, él se resiste y discuten los dos sobre el robo".I En su Diccionario de mejicanismos, Francisco J . Santamaría recoge este antecedente, y lo distingue del uso político posterior, a m p l i a m e n t e d o c u m e n t a d o . T a m b i é n registr a y d o c u m e n t a mochería, mochitanga y mochitango. N o registra mochilas, for­ ma familiar de mocho. 4. Mocho comparte connotaciones con beato, fanático, fariseo, gazmoño, mojigato, persinado, puritano, santón, santurrón, tartufo, timorato. Estas caricaturas subrayan diversos rasgos de carácter, porque el estereotipo n o es el mismo. U n mocho puede ser agresivo, u n persinado no. U n tartufo es hipócrita, u n fanático no. Pero, e n conjunto, hay algo más que crítica psicológica en este vocabulario burlesco : una crítica social a los equívocos entre lo sagrado y lo profano. La sociedad se burla de los laicos que no respetan su papel que actúan como si hieran lo que no son en vez de mantener la distinción entre pertenecer al clero y n o perte­ necer. N o se dice mocho, persinado, beato, de u n sacerdote. U n sacerdote devoto está en su papel. Por el contrario, lo mal visto es que no sea devoto: que resulte demasiado mundano. La sociedad desconfía de los que no respetan la frontera entre lo sagrado y lo profano. El clérigo mundano y el laico clericalizado son figuras simétricas de la misma extralimitación. La Edad Media e m p e z ó c o n u n marcado dualismo entre los perfectos, que se apartaban de la vida normal, y los demás cris­ tianos; p e r o terminó s o ñ a n d o e n q u e l o n o r m a l fuera vivir religiosamente: que todos los cristianos, bajo una regla u otra, se volvieran cristianos profesionales. Esto ennoblecía la vida de los q u e seguían e n el m u n d o (si todavía quedaba m u n d o ) pero también la negaba: lo profeso englobaba lo profano, todo se clericalizaba. Lo profano, lo mundano, lo seglar, lo civil, tuvieron que defenderse de la absorción, reaparecer poco a poco en los siglos siguientes. N o sin ambigüedades en ambas direcciones: valorar lo profano, igualarlo con lo sagrado, condujo primero a clericalizarlo todo y después a secularizarlo todo . 5. C o n la emergencia de la sociedad civil frente a la religiosa, la crítica social se volvió política. Una fracción de la comunidad laica puede sumar fuerzas con los n o creyentes: luchar contra el clero y la fracción contraria d e la comunidad laica. Así fue en nuestras guerras de Reforma. Así se entiende que los liberales (algunos ateos, pero casi todos católicos) se hayan burlado de los conservadores (laicos o profesos) llamándolos mochos. Pero es inexacto decir, c o m o Santamaría, que mocho es "religioso en general y, por extensión, conservador, retrógrado, reaccionario. Fue apodo que nació en la época de la Reforma." Mocho n o es religioso e n general, sino religioso e n forma inapropiada para u n laico. Mochoyz se decía antes de la Reforma. Durante la Reforma, mocho adquirió u n significado histórico político. Este segundo uso deriva del primero, pero es distinto: a) Socialmente, mocho es el laico demasiado identificado con el clero. b) Históricamente, mochos fueron los enemigos de la Reforma, laicos o miembros del clero. Así se explica la frase hecha: " Y o soy católico, n o mocho". Aunque suele decirse a la defensiva, es una afirmación de autono­ mía espiritual. En la sociedad civil quiere decir: no tengo por qué renunciar a mis creencias para ser aceptado como ciudadano; actúo civilmente por mi cuenta, no como peón de la jerarquía eclesiástica. En la sociedad religiosa quiere decir: n o tengo por qué renunciar al mundo para ser aceptado como creyente; no soy un aprendiz de eclesiástico. NOTA BIBLIOGRÁFICA Las primeras versiones de estos artículos son de 1966 a 1991: "Homenaje a la alegría", La Cultura en México 248, suplemento de Siempre!699, 16 XI66. "Ponce", en el "Panorama 1966: La poesía" de La Cultura en México 255, suplemento de Siempre!706,29 XII66. "Pellicer y el otro modernismo", La Cultura en México 402, suplemento de Siempre!855,29X69. "Azules que se caen de morados", Plural 51, XII75. "Pellicer: un desastre editorial", Vuelta 5, IV 77. "Cosillas para el Nacimiento", prólogo de Casillas para el Nacimiento de Carlos Pellicer, edición postuma, preparada con Carlos Pellicer López, Latitudes, 1978. "La originalidad de Manuel Ponce", Vuelta 38,180. "Absurda y necia alcatifa", Vuelta 58, LX 81. "Al tú por tú con las vanguardias", sábado 225, suplemento de unonúsuno, 27 H82. "Un reportaje irónico", sábado226, suplemento de unonúsuno, 6 m 82. "Un poeta aviador", sábado 227, suplemento de unonúsuno, 13III82. "No desearás la poesía de tu prójimo", sábado 228, suplemento de unonúsuno, 20III82. "Crítica del reloj", Vuelta 75, II83. "Trópico engañoso", Vuelta 76, III83. "Dictadura y misterio", Vuelta 78, V 83. "Un amor imposible de López Velarde", Vuelta 110,186: "López Velarde y el Plan de San Luis", El Semanario Cultural, suplemento de Novedades, 17188. "López Velarde civilista", Vuelta 141, VII88. "López Velarde reaccionario", sábado 558, suplemento de unonúsuno, 11 VI "López Velarde contra el doctor Cepeda", La Cultura en México, suplemento de Siempre!1872,10 V89. "Muerte y resurrección de la cultura católica", Vuelta 156, XI89. "Poemas religiosos de Alfonso Reyes", Vuelta 162, V 90. "Mocho", Vuelta 162, V 90. "Aclaraciones^bbre López Velarde", Vuelta 175, VI91. "Otra aclaración sobre López Velarde", Vuelta 176, VII91. "Recuento sifilítico", Vuelta 178, LX 91. "López Velarde ateneísta", Vuelta 180, XI91. Algunos fueron reproducidos (cas i siempre con cambios ) en otras publicaciones periódicas (El Gallo Ilustrado, La Semana de Bellas Artes, Revista del Consumidor, Revista Iberoamericana, Textual, Biblioteca) y en los siguientes libros y folletos: Carlos Pellicer, Primera antología poética, Fondo de Cultura Económica, colección Popular (95), 1969. -Obras. Poesía, Fondo de Cultura Económica, 1981. -El sol en un pesebre, Instituto Nacional de Bellas Artes e Instituto de Cultura de Tabasco, 1987. Manuel Ponce, Antología poética, Fondo de Cultura Económica, 1980; Lecturas Mexicanas, tercera serie (49), 1991. Gabriel Zaid, Leer poesía, Joaquín Mortiz, 1972, 1976; Fondo de Cultura Económica, Colección Popular (358), 1987. -La feria del progreso, Madrid, Taurus, 1982. -Un amor imposible de López Velarde, Universidad Nacional Autónoma de México, Serie Los Nuestros(l67) 1986. -Muerte y resurrección de la cultura católica, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, Colección Diálogo y Autocrítica (23) 1992. ÍNDICE D E NOMBRES Abad, Diego José 335,412 Arellano, Jesús 145,193 Abelardo 132 Arguelles Bringas, Roberto 163; 368 Acevedo, Jesús 352, 372 Aridjis, Homero 144, 192, 196, 199, Acevedo Escobedo, Antonio 156,158, 217 159 Aristóteles 33,95; 142; 339,430 Acton, Lord 312 Arnaiz y Freg, Arturo 457 Acuña, Manuel 165,168; 389, 390 Arnaut Daniel 195 Agüeros, Victoriano 328 Arquímedes 277 Aguirre Berlanga, Manuel 381, 420, Arreóla, Juan José 69; 192 423, 424, 449, 453,456,457 Atlas, Charles 287 Aguirre y Fierro, Guillermo 165-169 Aub, Max 191 Alamán, Lucas 320-322 Auden, W. H. 176 Alarcón, Alfonso G. 356, 357 AustinJ. L. 501 Alatorre, Antonio 179 Ayocuan 502, 520 Alba, Pedro de 444,445, 451,454,455, 457 Bach, Juan Sebastián 41; 259 Alberti, Rafael 171,193 Bacon, Francis 236 Albistegui, Francisco 400 Balbuena, Bernardo de 317,375,470 Alegre, Francisco Javier 335 Balzac, Honorato de 350 Almela, Laura 233 Barbero, Fernando 153 Alonso, Dámaso 40, 53; 171,172,192 Barreda, Gabino 347, 348, 357, 359, Altamirano, Ignacio Manuel 56; 165; 360,361,362 325, 335, 336, 349, 351, 363, 364, Bartra, Agustí 192,197 367,420 Basurto, Luis G. 258 Alva, Luis 416 Batalla, Diódoro 362 Alva de la Canal, Ramón 337 Bates, William H. 100 Alvar, Manuel 170-172,192 Baudelaire, Charles 34, 37,41,82; 117, Álvarez, Griselda 219 212, 213, 215, 216; 505 Álvarez, José Rogelio 446 Beatles 97 Amaya C , Luis Fernando 449 Beauvoir, Simone de 227 Amor, Guadalupe 146,148,195, 219 Becerra, José Carlos 203-204 Anaya, María del Rayo 443,444 Beckett, Samuel 160-162, 280, 281 Apollinaire, Güillaume 197-198,490 Beethoven, Ludwig van 49 Appendini, Guadalupe 380, 436, 437, Beltrán, Neftalí 193 442,443,444,452,455,460 Ben Sara, Abdala 285 Benavente, Jacinto 24 Benedico, Augusto 233,234 Benítez, Fernando 228 Beniuc, Mihail 193 Bergamín, José 341 Bergman, Ingmar 539 Beristáin, Dolores 233 Bernal Jiménez, Miguel 412 Bérulle, Pierre de 331 Berume Llamas, Salvador 392, 452, 453 Berumen Llamas, Sinesio 452,453 Berumen Llamas, Trinidad 391,452 Berumen Valdés, José María 391 Best Maugard, Adolfo 491 Bierce, Ambrose 285, 287 Blasco Ibáñez, Vicente 28 Blecua, José Manuel 172,192 Bloy, León 312 Bobbio, Norberto 341 Boétie, Etíenne de la 236 Boileau-Despréaux, Nicolás 516 Bolívar, Simón 482-483 Bonifaz Ñuño, Rubén 138-140,194 Bonilla, Manuel 462 Borges, Jorge Luis 66; 273, 274, 275; 504 Bórquez, Djed 374 Borras, Enrique 401 Bowra, C. M. 162,186 Bracho, Coral 221 Brecht, Bertolt 258 Bretón, André 80,95 Bruto, Marco Junio 97 Bulnes, Francisco 438 Buñuel, Luis 539 Bush, Vannevar 66,67,68,70,81 Caballero, Manuel 349-357 Os-brcín^ Luis 328 43^> Cabrera, Manuel 47 Cabrera, Rafael 416 Cabrera, señoritas 404 Cacho García, Joaquín 145 f Calderón de la Barca, Pedro 305 Calles, Plutarco Elias 330, 337,415 Camba, Julio 242 Camoens, Luis Vaz de 242 Campo, Francisco del 456 Campo, Xorge del 196 Campos, Marco Antonio 373 Campos, Rubén M. 155,158; 416,420 Canneti, Elias 390 Cantú, Guillermo 248 Capistrán, Miguel 193; 348, 360, 368, 369,448 Carballo, Emmanuel 426 Cardenal, Ernesto 185,187,260, 261 Cárdenas, Augusto ("Guty") 387 Cárdenas, Cuauhtémoc 328 Carlos IV 320 Camiado, Enrique 145 Carranza, Venustiano 337, 367, 371, 374, 414, 415, 417, 418, 419, 423, 425, 439, 441, 446, 447, 449, 450, 451, 454, 456, 457, 459, 461, 469, 481 Carreño, Manuel Antonio 130 Carvajal, Francisco 447 Caso, Antonio 327,336, 352,359,363, 416,421,472 Cassou, Jean 230 Castañeda, Carlos 307 Castellanos, Rosario 219, 225-228; 362 Castillo, Fernando 289 Castillo Ledón, Luis 368,416 Castoriadis, Cornelius 315 Castro, Dolores 219 Castro, Fidel 321,339,427 Castro, Ricardo 252 Castro Leal, Antonio 145; 441, 452, 534 Catulo, Cayo Valerio 37, 39, 95; 235, 259,260,261 Ceballos, Manuel 328 Celano, Tomás de 476 Cepeda de la Fuente, Rafael 382, 383, 394,418,442 Cernuda, Luis 38; 238-239, 240 Cervantes, Francisco 240-243 Cervantes, Luis A. 145 Cervantes, Miguel de 18, 29, 37, 39, 49, 55, 62, 85; 230, 235-237, 26l, 268; 389,421 Cicerón 62, 81 Cisneros, Arturo 416 Claudel, Paul 81; 306, 312, 534 Clavijero, Francisco Javier 270, 271; Chacón y Calvo, José María 357, 534 Chapelain, André Le 130; 387 Chávez, Carlos 252 Chávez, Ezequiel A. 360, 450 Chávez, Ignacio 227 Chesterton, Gilbert K. 306, 312, 484, 520 Chehuiche, Antonio do Carmo 342 Chumacero, Alí 149,188,192,193,194; 518 Clodia 260 Coéllar, José 416 Colín, Eduardo 368 Contreras, Jesús 156 Constantino el Grande 333 Cordero, Enrique 145 Cordier, Carlos 531 Córdoba, Ramón 450 Coraminas, Joan 289; 541 Corona, Ramón 350 Corral, Ramón 357 Correa, Eduardo J. 323, 324, 327, 328, 348, 356, 365, 380, 381, 382, 383, 385, 393, 394, 400-401, 424, 435, D'Annunzio, Gabriele 534 Dante Alighieri 49,105; 518 Darío, Rubén 34, 51; 171, 179, 194, 195, 216, 239; 427,467, 525, 533 Dávalos, Balbino 445 Dávalos, Marcelino 416 Deniz, Gerardo 220 Descartes, Rene 32, 66; 236; 314, 331, 516 Díaz, Porfirio 251; 324, 325, 328, 329, 336, 347, 349, 351, 357, 358, 359, 360, 361, 362, 366, 367, 375, 376, 381, 382, 383, 384, 393, 418, 438, 439 Díaz Alejo, Ana Elena 349,354 Díaz de Gamarra, Benito 335 Díaz de León, Jesús 450 Díaz Dufoo, Carlos 349, 350 Díaz Mirón, Salvador 62; 139, 156, 194, 252; 359, 371, 372, 438, 461, 500 Díaz y de Ovando, Clementina 358, 360, 375 Dichter, Ernest 25 Diego, Gerardo 197 Diéguez, Manuel M. 415 Dieste, Rafael 27, 50,100 Díez-Canedo, Enrique 77; 197; 535 Disney, Walt 494 Domínguez Bello, Amulfo 416 Dostoyevski, Fiódor 333, 334 Dr. Atl (Gerardo Murillo) 337, 450 Duchamp, Marcel 216 ÁX(\ 4*V7 4*Wi 44*1 444 4^1 4^1 i j v , I , Tt*T TKJX Cosío Villegas, Daniel 420 Covarrubias, Sebastián de 541 Coyula, Luis 416 Cravioto, Alfonso 83; 351, 352, 355, 364, 365, 368, 416, 417, 419, 447, 450,451 Cravioto, Rafael 351 Creelman, James 358, 393 Cristo 97; 159,186; 301, 303,304,309, 310,476,517, 520, 536 Cruz, Sor Juana Inés de la 172, 173, 175, 222, 223, 241, 242, 266, 270, 275, 277-278; 305, 335, 520, 523 Cuesta, Jorge^.144, 145, 254, 255, 269, 270; 494 Cueva, Juan de la 375 219, Dumont, Louis 302 Fraire, Isabel 207-209 France, Anatole 302 Franco, Francisco 339 Frenk, Margit 173-178,179,192 Freyman, M. 67 Frías, José D. 416, 485 Friedrich, Hugo 53 Fromm, Erich 99 Frost, Robert 522 Fuensanta (Josefa de los Ríos) 392 Fuentes, Carlos 49 Fuentes Mares, José 308 Furlong, Fernando 153 Echegaray, José 274; 401 Echeverría, Luis 426 Eckhart, Johannes 186 Eddington, Arthur 62 Eguía Lis, Joaquín 363 Einstein,Albert62 Electra 430 Elioty T« St 273j 342j 506 Elizondo, Gaspar 299 Elizondo, Salvador 203, 241 Eloísa 132 Elorduy, Aquiles 437, 438 Enciso, Jorge 416 Galileo 236; 315 Engels, Federico 33,48 Gallegos Rocafull, José María 54; 280; Enio, Quinto 62 342,473 Ertisino dcí {^.ottordwiin 235^ 23^> 313? Gama, Valentín 450 Gamarra, véase Díaz de 315, 365 Gamboa, Federico 439, 459 Eróstrato 128 Escárcega, Alfonso 442,445 Gante, Gregorio de 151,152 Escobedo, Federico 356 Gaos, José 48,100; 247, 270 Espejel, Francisco S. 491 García Bacca, Juan David 142 Esquilo 225 García Calderón, Francisco 534 García de Diego, Vicente 541 Estrada, Genaro 159; 535 García Gómez, Emilio 285, 286 Euclides 97 García Lorca, Federico 171, 216, 242 Eurípides 430 García Naranjo, Nemesio 447 Evtuchenko, Evgeni 33 Garcíadiego Dantan, Javier 363 Garcidueñas Fernández, Antonio 152 Faulkner, William 33 Garcilaso de la Vega 45; 520, 525 Fernández de Lizardi, Joaquín 542 Garfias, Pedro 19; 522 Fernández Granados, Enrique 416 Fernández Ledesma, Enrique 356 Garibay, Ángel María 174, 175, 188, Fernández MacGregor, Genaro 336 194; 327, 338, 518, 520 Fernández Retamar, Roberto 202 Garrigou-Lagrange, Réginald 283 Ferrater Mora, José 68; 473 Gastélum, Ignacio 460 Fiore, Joaquín de 300, 303, 304, 305, Gerard, R. W. 101 310 Giacomán, Ángel 248 Flor Casanova, Noé de la 145 Gil de Biedma, Jaime 195 Flores, Manuel M. 165 Gili Gaya, Samuel 81; 541 Flores Aguirre, Jesús 145 Giotto 343 Flores Magón, Jesús, Ricardo y Enri­ Giuliano, Vincent E. 68, 69 que 351 Giussani, Luigi 341 Florescano, Enrique 289 Gódel, Kurt 68 Godoy, Emma 219 Goethe, Johann Wolfgang van 31, 32 100; 422,423,468, 521, 531 Gómez de la Serna, Ramón 239, 285­ 287; 498, 499 Gómez Morin, Manuel 337, 394, 400, 405,441,442,443,444,445 Gómez jR.ot)6lOy Ric&fdo 32"7j 359* 3^8 Gómez Robledo, Antonio 327 Gómez Sologuren, Vicente 406 Góngora, Luis de 238,255; 518,520 González, Jesús B. 452,453,455,458 González, María del Refugio 459 González, Pablo 415 González Blanco, Andrés 327 González Bocanegra, Francisco 252; 412 González Cosío, Arturo 453 González de Eslava, Fernán 471, 472, 520 González Garza, Roque 446, 447, 448, 449,459 González León, Francisco 144, 151, 162; 507 González Llorca, E. 450 González Luna, Efraín 445 González Martínez, Enrique 151,152, 153, 163; 368, 369, 370, 372, 373, 374, 376, 412, 413, 416, 456, 458, 459, 461,467,468 González Obregón, Luis 416 González Peña, Carlos 416 González Rojo, Enrique 368 González Salas, Carlos 191,195 González y González, Luis 450 Gorbachov, Mijail 333 Gorostiza, Celestino 455 Gorostiza, José 56; 152,163,171,195, 207, 222-224, 255; 370, 374, 455, 459, 520 Granados Chapa, Miguel Ángel 351, 352,451 Green, Julien 312 Greene, Graham 312 Gregori, A. 80 Grey Walter, W. 101 Guareschi, Giovanni 325 Guerrero, Alvaro 233 Guevara, Miguel de 335, 520 Guillen, Jorge 526 Guillermo II415 Guisa y Azevedo, Jesús 326, 327 Guízar y Valencia, Rafael 327 Gutiérrez, Eulalio 417, 446, 447, 451 Gutiérrez Cruz, Carlos 163,164 Gutiérrez Hermosillo, Alfonso 144 Gutiérrez Nájera, Manuel 56; 218, 271, 275; 336, 349, 350, 351, 353, 354, 355, 356, 363,364, 372, 378 Guzmán, Martín Luis 449 Haydn, Franz Joseph 258 Hegel, G.W.F. 32, 33; 186, 270; 339 Heidegger, Martin 27,49,89,91 Heine, Heinrich 403, 422 Héisenberg, Werner 114 Hemingway, Ernest 491 Henestrosa, Andrés 241; 354,375 Henríquez Ureña, Max 353 Henríquez Ureña, Pedro 133; 347, 352, 353, 355, 356, 357, 359, 360, 361, 363, 372, 373, 374, 422, 452, 461,468,491, 521, 532, 533-534 Heráclito 40, 48, 76, 80; 111 Heredia, José María 483 Hermosillo, Fe 463 Hernández, Efrén 144 Hernández Campos, Jorge 146 Herrán, Saturnino 416 Herrera Zapién, Tarsicio 241; 441 Hidalgo y Costilla, Miguel 339 Hinojosa, Francisco 437 Hitler, Adolfo 39 Hobbes, Thomas 236 Hoeksema, Thomas 217-221 Hólderlin, Friedrich 34, 37; 270; 470 Homero 58, 85 Hopkins, Gerard JManley 312, 519 Hoyo, Eugenio del 431,441,457 Hubard, Julio 450 Huerta, Adolfo de la 458 Huerta, David 442 Huerta, Efraín 151; 488 Huerta, Victoriano 329, 330, 347, 367, 376, 417, 425, 438, 439, 447, 461, 462,491 Huertas, Luisa 233 Hugo, Víctor 342 Huidobro, Vicente 134; 470,486 Husserl, Edmund 47 Huxley, Aldous 100; 159 Ibargüengoitia, Jorge 229-234 Ibarra y González, Ramón D. 436 Ibarrola, A. de 450 Ibn Al-Mutazz 285 Ibnjaldun524 Ibn Saíd Al-Magribí 285 Ionesco, Eugéne 80; 233 Isla, Carlos 475 Jammes, Francis 312 Jardiel Poncela, Enrique 229 Jiménez, Juan Ramón 342,472 Jiménez, Susana 402 Jiménez Sandoval, Eduardo 153 Johnson, Samuel 154 Josefo, Flavio 301 Joyce, James 241; 306 Jrushov, Nikita 33 Juan Diego 281 Juan XXIII33; 332 jfuáir€í2iy Benito 320) 322, 323> 335» 351 Judas 159 Jung, Cari Gustav 316, 317, 502 Justiniano, Flavio 154 Kafka, Franz 231; 388, 389, 390 Katz, Friedrich 415, 420, 423 Keats, John 521 Kennedy, John F. 33 Kierkegaard, Sóren 80; 388, 389, 390, 403 Klee, Paul 69 Knoeppel, C E . 26 Krauze, Enrique 444,445,457 Kubie, Lawrence S. 99 Kundera, Milán 231 Kunkel, Fritz 27, 32, 99 Lacordaire, Jean-Baptiste-Henri 312 Lafaye, Jacques 280 Lagos Cházaro, Francisco 447 L¿uiien<ii$} Felicité Rofoert de 312 Lara, Agustín 249, 250 Lara Barba, Othón 507 Lawrence, D.H. 159 Le Chapelain, véase Chapelain Leduc, Renato 146,151,163-164,193 Leibniz, Gottfried 62 Lemercier, José 326 Leñero, Vicente 232,233 León, Fray Luis de 192 León, Juan 447,450 León, María Teresa 193 León Felipe 194; 518 León-Portilla, Miguel 174,182,185-187 León XIII315, 316, 325, 326, 332, 336, 348,365,436 Leopardi, Giacomo 521 Lévi-Strauss, Claude 123 Liebermann, Max 124 Linar, Sonia 233 Lindbergh, Charles 490 Lira, Miguel N. 145,151 Lizalde, Eduardo 195 Loera y Chávez, Agustín 422, 423,458 Lombardo Toledano, Vicente 337 López, Gregorio 392 López, Rafael 163; 352,359,368,416,454 López Díaz, Ramón 391 López Méndez, Ricardo 145 López Moran, José Guadalupe 391 López Portillo y Rojas, José 329,461 López Trujillo, Clemente 145 López Velarde, Inocencio 392,451,462 López Velarde, Jesús 380, 381-382, 444, 453,455,460 López Velarde, José Guadalupe 325, 392, 460 López Velarde, Leopoldo 452 López Velarde, Ramón 49; 161, 163, 164, 166, 181, 220, 223, 224, 252; 295, 296, 306, 325, 326, 327, 328, 347-377, 379-386, 387-412, 413­ 425, 426-440, 441-463, 467, 468, 487, 488, 507, 520 López Velarde, Trinidad 453 López y Villalpando, Rafael 422,423 Loren, Sofía 142 Lowen, Alexander 99 Loyola, Ignacio de 315 Lucrecio Caro, Tito 58, 61,62,81; 139 Lugones, Leopoldo 369,420 Luis XTV 237 Lulio, Raimundo 62 Lulero, Martín 309, 313, 315 M.D., Laurentino 184 Macías, José Natividad 447,450, 451 Macuilxochitzin 219 Machado, Antonio 17, 39, 40, 55, 6l, 73; 133,171,195, 241, 274 Madero, Francisco I. 296, 323, 324, 328, 329, 336, 337, 347, 367, 371, 379, 380, 381, 382, 383, 384, 385, 393, 394, 395, 399, 400, 417, 418, 424, 434, 435, 438, 439, 440, 443, 444,445,456, 457,461, 507, 533 Maeterlinck, Maurice 326 Maiakovski, Vladímir 491 Malenkov, Gueorgui 333 Malinche 222; 320 Mallarmé, Stéphane 62; 182, 261, 289 Malraux, André 56; 334,491 Mansour, Momea 151 Maples Arce, Manuel 151,164 Marchena, José 139 Margules, Ludwick 233, 234 Mariana de Austria 277, 278 Marín, Gloria 388 Marinetti, Filippo Tommasso 489 Mariscal, Silvia 233 Maritain, Jacques 32; 312,341, 520 JMartí, José 179; 427 Martineau, Pierre 25 Martínez, José Luis 188, 270; 352, 371, 372,448, 450,518 Martínez, Manolo 248 Martínez, Mariano 381 Martínez del Río, Pablo 532 Martínez Peñaloza, María Teresa 423,424 Martínez Peñaloza, Porfirio 423,441 Marx, Karl 33, 39, 48; 263; 304, 339, 439 Matteucci, Nicola 341 Maximiliano de Habsburgo 322,363 Maynard, H.B. 81 Mead, Margaret 307 Medellín Espinosa 401 Mediz Bolio, Antonio 151 Mejía Martínez, Leticia 184 Mena, Anselmo 145 Mendeleiev, Dmitri Ivanovich 65,86 Méndez Arceo, Sergio 327 Méndez Planearte, Alfonso 174, 175, 188, 278, 279, 280, 282; 327, 338, 410, 516, 518,519, 520 Méndez Planearte, Gabriel 145, 174, 279; 327, 338, 518, 519, 520, 536, 538, Méndez Rivas, Joaquín 368 Mendizábal, Luis de 412 Mendoza, Carlos 233 Mendoza, Vicente T: 174, 176, 179, 248 Menéndez, Miguel Ángel 145 Menéndez y Pelayo, Marcelino 165, 238, 281, 282, 283 Mercier, Desiré-Joseph 326 Merton, Thomas 185,187, 225; 312 Messiaen, Olivier 332 Mestre Ghigliazza, Manuel 416 Methol Ferré, Alberto 342 Mexic, Senén 491 Meyer, Jean 337,435 Michelena, Margarita 219 Mier, Fray Servando Teresa de 520 Miguel Ángel Buonarrotti 90 Mills, C. Wright 50 Milton, John 521 Mistral, Gabriela 219, 227,274; 538 Moctezuma II222 Moisés 472 Molina, Aurora 233 Moliner, María *54l JVIc)iii€ít| CZ»l<3L\jicJÍ^» 4^8^tj 4¡8^Í| ^iíJfil Monroe, James 321 Monroy Martí, María Isabel 379 Monsiváis, Carlos 143-146,191,192 Montaigne; Michel de 235, 236 Móntale, Eugenio 342 Montalembert, Charles Forbes de 312 Montano, Otilio 447 Montenegro, Roberto 337, 506 Monterde, Francisco 360 Montes de Oca, Ignacio 322, 327, 396, 398,412,436 Montes de Oca, Marco Antonio 200, 217 Mora y del Río, José 327 Morales, Dionicio 196 Moreno Sánchez, Manuel 437 Moreno Villa, José 518 Mounier, Emmanuel 341 Moya Palencia, Mario 423 Müller, Adán 311 Muñoz Cota, José 152 Murguía, Francisco 415 Murguía, Manuel 355 Murillo, Gerardo véase Dr. Atl Musacchio, Humberto 446 Nancarrow, Conlon 84 Nandino, Elias 144,148 Napoleón Bonaparte 326 Nava, Thelma 195 Navas Salinas, Julián 491 Nebrija, Elio Antonio de 541 Negrete, Jorge 388 Neruda, Pablo 37; 468,483 Ñervo, Amado 49; 163; 410, 467, 468, 517, 520 Nevares, Jorge 445 Nevares, Patrocinia 403,404 Nevares Cazares, María Magdalena 390-391, 397-400, 402-410, 441­ 446,454,457 Nevares de Albistegui, Donaciana 405,443 Newman, John Henry 312 Nezahualcóyotl 173, 184, 185, 187, 191, 219, 222, 223; 520 Nezahualpilli 218 Nichols, John 154 Niemeyer Jr., E.U. 534 Nietzsche, Federico 94; 230; 300 Nikito Nipongo 278 Novalis 37; 468 Novo, Salvador 144, 146, 151; 159, 163, 193, 225-228; 349, 370, 374, 448, 490, 492, 506 Noyola Vázquez, Luis 327, 398, 399, 406,412, 441,442, 447 Nunó, Jaime 252 Núñez y Domínguez, José de Jesús 368 Obando, Miguel de 438 Obregón, Alvaro 367, 374, 376, 415, 425,451,458,459,461, 462 Ochoa, Enriqueta 219 Ontañón, Paciencia 283 Orozco, José Clemente 337 Ortega, Padre 403 Ortega y Gasset, José 17, 26, 27, 38, 39; 242, 247, 274, 275 Ortiz de Montellano, Bernardo 151 Ortiz Gallegos, Jorge Eugenio 442 Othón, José Guadalupe 395 Othón, Manuel José 155, 156, 157; 364, 370, 375, 395, 396,412, 470 Ovidio Nasón, Publio 212, 213, 215, 216 Oviedo, José Miguel 212, 215, 216 Pablo VI, 333 Pacheco, José Emilio 188-189, 192 196, 203, 210-211, 212-216; 376, 377, 449 Padilla, Celedonio 435 Pagaza, Joaquín Arcadio 327,396 Palavicini, Félix F. 416, 417, 418, 419, 420, 422, 423, 425, 446, 447, 450, 451, 459 Palma, Alejandro 231 Papini, Giovanni 306, 312, 520 Paredes, Alberto 391 Parkinson, C. Northcote 27 Parra, Manuel de la 163; 368 Parra, Porfirio 36l, 366, 367 Pascal, Blas 66, 67 Pascual Buxó, José 174 Pasternak, Boris 342 Pastora, Edén 438 Patout, Paulette 535 Paz, Ireneo 269, 289; 355 Paz , Octavio 20, 36, 42, 49, 51, 105; 114-116, 136, 145, 149, 150, 151, 162, 191, 192, 196, 212, 242, 252, 254-255, 256-257, 258-264, 265­ 268, 269-273, 274-276, 278, 280; 302, 337, 355, 376, 450, 484, 518 Paz Paredes, Margarita 219 Paz Solórzano, Octavio 269 Pedraza Montes, José Francisco 443 Péguy, Charles 312, 520 Pellicer, Carlos 23, 81, 90; 139, 146, 151, 152, 153, 163, 164, 195, 211, 220, 252, 255, 286; 295, 296, 327, 370, 374,^397, 427, 467-470, 471­ 474, 475-478, 479-480, 481-503, 504*"311 j 520 Pellicer López, Carlos 151, 152, 153; 475, 490, 510 Peña, Rosario de la 165; 389, 390 Peñalosa, Joaquín Antonio 327, 364, 380, 403, 406, 410, 412, 442, 443, 445 Pérez, Carmelo 249 Pérez, Silverio 249, 250 Pérez de Villagrá, Gaspar 375 Pérez Tamayo, Ruy 454, 455 Perogordo, Francisco 436 Pershing, John Joseph 415 Perus, Francoise 427 Pesado, José Joaquín 222; 396 Pessoa, Fernando 120,133,195, 240 Peza, Juan de Dios 165 Philips, Alien W. 407,441 Picasso, Pablo 157 Pinto Yáñez, Gilberto 151-153 Pío LX 315 Pío X 316, 472 Pío XII 316 Pirandello, Luigi 200, 235 Placencia, Alfredo Román 146; 520 Platón 17,18, 21,70; 225; 309 Ponce, Manuel 97; 146; 295, 296, 327, 515-527 Ponce, Manuel M. 252 Pound, Ezra 506 Prado Velázquez, Ernesto 349, 354 Preuss, Konrad 174 Price, Federico 288 Prieto, Guillermo 363, 364 Prieto, Raúl véase Nikito Nipongo Procopio 154 Puig Causaranc, José Manuel 448 Queneau, Raymond 82 Quevedo, Francisco de 65; 192, 281, 282 Quijano, Margarita 463 Quintero Alvarez, Alberto 152 Rábago, Luis 233 Ramírez, Ambrosio 412 Ramírez, Ignacio ("El Nigromante") 165; 325 Ramos, Leopoldo 151,152 Ramos, Samuel 49 Ramos Barrera, Genoveva 402 Ramos Roa, Joaquín 447,449,459 Rebolledo, Efrén 163; 413,416 Reich, Wilheim 99 Rembrandt 485,486 Renán, Emest 517 Renard, Jules 77 Revilla, Manuel G. 416 Revueltas, Silvestre 252 Reyes, Alfonso 17, 32, 51, 52, 62, 65, 67,83; 113,146,151,155,157,158, 163, 164, 166, 223, 252, 271, 272, 274, 280; 347, 348, 351, 352, 353, 356, 357, 359, 362, 368, 370, 371, 372, 373, 374, 375, 376, 377, 414, 416, 421, 422, 441, 461, 468, 472, 490, 520,531-540 Reyes, Alicia 531, 533,536 Reyes, Bernardo 329, 357, 371, 382, 395,438,533,534 ítcí ycíS| I^c^ciciíJyPc^ 3^^2| !5I32<J ¡5«3^ i Reyes Ruiz, Jesús 380 Reyes Spíndola, Rafael 349,350 Reynoso, Manuel M. 152 Rilke, Rainer María 342 Rimbaud, Arthur 37 Ríos ("Fuensanta"), Josefa de los 392 Rivas Sainz, Arturo 145 Rivera, Diego 337, 352, 375, 376, 509, Roces, Wenceslao 33 Rodenbach, Georges 326, 327 Rodó, José Enrique 274; 467 Rodríguez-Alcalá, Hugo 212-215 Rodríguez de Abril, Juan 520 Rodríguez Rivera, Virginia 179 Rodríguez Vizcarra, Manuel 18 Roggiano, Alfredo A. 353, 354, 357, 361,452 Rorschach, Hermann 115 Rosado Vega, Luis 152 Rosas Moreno, José 290 Rosenblueth, Arturo 67 Rostow, W. W. 56 Roubaud, Jacques 242 Rousseau, Henri (el Aduanero) 157 Rubio y Rubio, Alfonso 56 Ruiz Castañeda, María del Carmen 289; 349 Ruiz y Flores, Leopoldo 436 Rulfo, Juan 224, 232 Russell, Bertrand 274 Saavedra y Guzmán, Antonio de 375 Sá de Miranda, Francisco de 242 Sade, Marqués de 114 ' Saint-Exupéry, Antoine de 490 Salado Álvarez, Victoriano 350, 542 Salazar, Eugenio de 375 Salazar, Severino 391 Salmerón, Femando 472 San Agustín 78,79; 235, 282; 305, 310 San Francisco 476 San Ignacio de Loyola 315 San Juan de la Cruz 95; 282, 283; 315, 387, 522 San Pablo 78,79; 300, 306, 312 San Pascual Bailón 535, 537 Sánchez, José de Jesús 450 Sánchez Arteche, Alfonso 184 Sánchez Fació 289 Sánchez Robayna, Andrés 342 Sánchez Santos, Trinidad 328 Sánchez Vázquez, Adolfo 518 Sandino, Augusto César 427 Sandoval Vallarta, Manuel 67 Sandoval y Zapata, Luis 174, 279-284; 520 Sanguinetti, Edoardo 242 Santa Arma, Justo A. 151 Santa Teresa 315 Santamaría, Francisco J. 543 9 Santana, Carlos 340 Santayana, George 58; 210 Santo Tomás de Aquino 32; 130, 283; 339, 518 Santos, Gonzalo N. 379, 381 Santos, Pedro Antonio de los 379, 381, 382, 383, 385, 393, 394, 399, 402,434,442 Santos Santos, Pedro Antonio 379,382 Sartre, Jean-Paul 38, 39, 40, 41, 54; 122, 233, 274 Scheffler, Lilian 179-183 Schlegel, Federico 311 Schneider, Luis Mario 193; 481 Seijas, Hipólito 416 Segovia, Tomás 205-206 Servan-Schreiber, Jean-Jacques 33 Shakespeare, William 58, 68, 72, 77, 95; 261; 521 Shelley, Percy Bysshe 521 Sheridan, Guillermo 383, 424, 436, 454, 461 Sierra, Justo 336, 348, 355, 359, 360, 362,363,365,367,370,375,417,451 Sierra, Santiago 355 Sigüenza y Góngora, Carlos de 270; 335,520 Silone, Ignazio 312 Silva Aceves, Mariano 452 Siller y Siller, Carlos 382,442 Siqueiros, David Alfaro 226, 227; 337, 509 Snow, Charles P. 30 Sócrates 17, 70; 225 Solana, Rafael 151 Solyenitzin, Alejandro 333 Somoza, Anastasio 261; 427 Soriano, Juan 197 Stalin, José 333 Stirner, Max 492 Suetonio 301 Sustaita, Francisco 402 Susuki, D.T. 186 Swift, Jonathan 62 Tablada, José Juan 151,163, 241; 368 370, 374, 445, 458, 461, 468 48l[ 485, 507 Tácito 301 Tapia Méndez, Aureliano 532 Tarkovski, Andrei 539 Teilhard de Chardin, Pierre 336,473 Teja Zabre, Alfonso 373 Tertuliano 309 Terrazas, Francisco de 375 Thomas, Dylan 20 Tlahuicole 222 Tomlinson, Charles 242 Toranzo, Teresa 402 Torre, Manuel 454 Torres, Camilo 339 Torres, Gerardo 279-283 Torres Bodet, Jaime 144, 146, 152, 225-228; 368 Torri, Julio 192; 360, 373, 374, 416, 421, 422, 423, 442 Toscano, Salvador 153, 450 Trejo, Ernesto 475 Tula, Señora de 218 Tullius, F.P. 63 Tzara,Tristan81 Ubico; Jorge 152 Unamuno, Miguel de 38; 274; 309 Urbina, Luis G. 154-158, 163; 372, 461,468 Urquiza, Concha 145, 219; 412 Urueta, Jesús 353 Usigli, Rodolfo 144, 241 Valdés, Octaviano 188; 327 Valdespino y Díaz, Ignacio 435 Valenti, Rubén 447 Valenzuela, Jesús 155,156,157 Valéry, Paul 255 Valle-Arizpe, Artemio de 155,158 Valle-Inclán, Ramón María del 20, 38; 249 VanGogh,Vincent57 Vargas, Rafael 358 Vargas Saavedra, Luis 538 Vasconcelos, José 38; 255, 272, 274; 324, 370, 375, 376, 384, 417, 446, 447, 448, 451, 458, 459, 460, 467, 469, 472,491, 506 Vaz Ferreira, Carlos 122 Vázquez, Jorge Adalberto 402 Vázquez Gómez, Francisco 323, 336, 357, 358, 359, 36l Vázquez Tagle, Manuel 400, 443,444 Velarde, Francisco J. 391 Velasco, José María 41; 477, 492 Velázquez, Diego 266 Velázquez, Pedro 327 Venegas, Facundo 401 Ventadorn, Bemartz de 387 Vera, Agustín 402 Vera, Melchor 399,401,402,403 Verhaeren, Émile 326 Verlaine, Paul 216 "N^iCditCj Cjil 172J 2^12 Vigiljosé María 219 Vilac, Gastón de 152 Vilar, Manuel 222 Villa, Francisco 425, 426, 438, 446, 449,450 Villalobos Franco, José 385 Villalpando, Jesús 352» Villaurrutia, Xavier 144,147,148,151, 159,163,193, 223, 255; 367, 368, 370, 374, 507 Villena, Marqués de 130,133 Voltaire 154; 313 Von Ziegler, Jorge 356 Waugh, Evelyn 312 Weber, Max 271 Wiener, Norbert 67,68,69 Wilde, Osear 517 Wilson, Woodrow 414,415 Williams, William Carlos 191 Xirau, Ramón 241; 342 Zabre, Solón 145 Zaid, Gabriel 152, 162, 169, 181, 217­ 219, 244-246, 247-250, 279, 288 Zaitzeff, Serge I. 373,422,423 Zamora, Vicente 445 Zapata, Emiliano 269; 425,426,438,446 Zárraga, Ángel 337 Zavala, Jesús 379, 381, 384 Zavala, Silvio 365 Zeballos, E. de 78 Zepeda Winkfield, Alfonso 402 Zimmerman, Arthur 415 Zubiri, Xavier 86,89 Zurbarán, Francisco de 194 Se terminó de imprimir en Impresora Cromocolor, S. A., en el día 14 de abril de 1993. La edición consta de 2000 ejemplares. Fernando Salmerón Ramón Xirau Julián Ádem Carlos Casas-Campillo Héctor Fix-Zamudio Jesús Kumate Jaime García Terrés Bernardo Sepúlveda Leopoldo Solís Leopoldo García-Colín Scherer Luis González y González Luis Villoro Toranzo Ruy Pérez Tamayo Salvador Elizondo Antonio Alatorre Guillermo Soberón Acevedo Gustavo Cabrera Acevedo Marcos Mazarí Menzer Eduardo Mata Gabriel Zaid Beatriz de la Fuente Adolfo Martínez-Palomo José Emilio Pacheco Samuel Gitler José Sarukhán Kérmez Arcadio Poveda Ricalde Teodoro González de León Rufino Tamayo Pablo Rudomín Manuel Peimbert Sierra Eduardo Matos Moctezuma E L COLEGIO NACIONAL ha publicado o tiene en preparación las obras completas de sus miembros: José Ádem Julián Ádem Salvador Elizondo Luis González y González Enrique González Martínez Guillermo Haro Marcos Moshinsky Ezequiel Ordóñez Gabrie l Zaid