Subido por Fatima Aguilar Torres

El clavo ardiendo. Claves de las adicciones amorosas y los conflictos en las relaciones de pareja sanas y patológicas

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Colección Con vivencias
38. El clavo ardiendo. Claves de las adicciones amorosas y los conflictos en las relaciones de pareja sanas y
patológicas
Segunda edición (en papel): diciembre de 2014
Primera edición: junio de 2019
© Luis Raimundo Guerra Cid
© De esta edición:
Ediciones OCTAEDRO, S.L.
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escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN (papel): 978-84-9921-437-5
ISBN (epub): 978-84-17667-72-6
Ilustración de la cubierta: Javier García Mora
Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila
Realización y producción: Editorial Octaedro
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El modo en que nos relacionamos —con nosotros mismos y con los demás— es el más fiable
instrumento de medida de nuestra salud mental.
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A mis pacientes
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PRÓLOGO
El autor del libro que tengo el honor de prologar es psicoanalista y antropólogo y, como
veremos, integra admirablemente en el texto sus saberes de manera armónica y sin
disonancias. Que yo sepa, su caso no es enteramente nuevo ya que dos investigadores,
George Devereux y Geza Roheim, fueron también psicoanalistas y antropólogos, pero se
trata de una situación muy distinta, ya que los dos, en sus escritos, enfrentaron ambas
disciplinas, tomando radical partido por las teorías psicoanalíticas en su polémica con las
investigaciones de la antropología, con lo cual contribuyeron al distanciamiento e
ignorancia mutuas. En contraposición a esto, podemos decir que uno de los mayores
méritos del libro que ahora nos ocupa es el de que en él se conjugan, admirablemente,
los conocimientos antropológicos con los psicoanalíticos y los neurocientíficos. Para una
mayor comprensión será mejor hacer un poco de historia.
Hasta ahora, pues, las relaciones entre el psicoanálisis y la antropología no han sido
buenas. La disputa arranca de antiguo y tiene como punto principal de discordia la
exigencia de los psicoanalistas de que los antropólogos confirmen la veracidad de las
principales hipótesis y conceptos psicoanalíticos —específicamente la existencia del
complejo de Edipo en todos los seres humanos, independientemente de cualquier
circunstancia histórica y social, cosa que las investigaciones antropológicas han refutado
por entero, a excepción de los juicios emitidos por los ya citados Devereux y Roheim.
Tampoco ha sido confirmado por la antropología que en todos los seres humanos, sin
excepción, la evolución de la psicosexualidad tenga lugar siguiendo las etapas descritas
por Freud.
Quien primero discutió las tesis freudianas fue, en Gran Bretaña, Malinowski, a
través de sus investigaciones en las islas Trobriand, investigaciones en las que describió
el sistema matrolineal en el cual los deseos incestuosos del muchacho se dirigen hacia
sus hermanas, mientras la rivalidad y competividad se centra en el tío materno.
Malinowski fue duramente contestado por Ernest Jones a través de la Sociedad Británica
de Psicoanálisis, y más tarde por Geza Roheim.
Pero desde Malinowski hasta la actualidad, la lista de antropólogos, conductistas,
sociólogos y psicoanalistas que se han opuesto a la idea de la universalidad del complejo
de Edipo, considerándolo un producto de la organización social propia de la civilización
occidental, es muy extensa. Como figuras destacadas en este sentido podemos citar a
Abram Kardiner, Karen Horney, Erich Fromm, Roger Bastide, Lévi-Strauss, etc. En
general, dentro del psicoanálisis relacional el complejo de Edipo es considerado como un
factor muy secundario, propio de determinadas estructuras familiares.
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En el sentido que estoy comentando, podemos considerar el libro de Guerra como el
libro que muchos hemos estado esperando, un libro en el que se aúnan antropología y
psicoanálisis para fecundarse mutuamente, sin perderse en inútiles discusiones y
descalificaciones.
Ya en el mismo prefacio, Guerra nos aporta profundas reflexiones acerca de los más
arduos «cómos» y «porqués» de las relaciones de pareja, del enamoramiento, de las
disfunciones amorosas, de su patología, del significado del otro en el amor. La idea
fundamental que plantea, alrededor de la cual se desarrollará después todo el texto, es la
importancia fundamental para el ser humano del amor, amar y ser amado. El amor se
presenta en la vida de muy diversas formas: de pareja, paterno/filial, amistad, ideales,
amor al prójimo, etc. Guerra se centra en el amor de pareja, que tanto para él como para
mí es el más significativo y específico en la vida de los humanos e incluye la sexualidad
en sus aspectos más elevados y alejados de la pura instintividad. Voy a centrarme unos
momentos en este punto, el porqué de esta enorme relevancia que posee el amor de
pareja en la vida de los humanos, que nos plantea Guerra.
Pienso que el amor de pareja constituye una de las formas de lo que el antropólogo L.
Duch llama «estructuras de acogida». El ser humano nace indefenso, desvalido y
necesita ser acogido por la madre y el entorno de esta, a cuyo conjunto llamamos la
«matriz social», la cual constituye un útero que substituye al útero biológico de la madre,
que ha acogido al recién nacido durante nueve meses. En un principio, esta nueva matriz
provee las necesidades más elementales, tanto en lo biológico como en lo emocional,
para hacer posible el crecimiento físico y mental del niño, el cual, en un breve espacio de
tiempo ha de pasar del «caos» al «cosmos», del «estado de naturaleza» a la inmersión en
una cultura determinada, aquella en el seno de la cual ha nacido y de la cual ha de formar
parte. Pero el ser humano es contingente, precario, siempre con la perspectiva de la
enfermedad y la muerte ante él, siempre sujeto a lo imprevisible, al azar, a la buena o
mala fortuna. No ha decidido por sí mismo nacer ni vivir, se halla en un mundo, una
sociedad y una cultura que él no ha elegido y debe orientar su vida, trazar un camino a
seguir para construir su propia individuación y su identidad, diferente al mismo tiempo
que igual al otro; diferencia en la igualdad, para poder seguir perfilando su
individualidad y mantener una evolución propia durante todo el curso de su existencia
hasta el mismo momento de la muerte. Pero para que ello sea posible ha de contar con un
tejido social, distinto en cada etapa de su existencia, que facilite y moldee, respetando al
mismo tiempo su individualidad, el despliegue de sus potencialidades innatas. La
concreción de este tejido social facilitador del desenvolvimiento es lo que podemos
llamar estructuras de acogida que, como una continuación de la acogida materna que
hace posible que el niño inicie su evolución en los primeros años de su vida, otorguen al
ser humano aquellos elementos materiales, emocionales e interpersonales precisos para
una continuación ininterrumpida de su despliegue existencial. Y ello porque para el ser
humano, a diferencia de lo que ocurre con los animales, el equipo instintivo es —
¡afortunadamente, porque de lo contrario no sería humano!— pobre e insuficiente. Por
eso Nietzsche decía que el ser humano es «un animal no fijado», porque nunca está
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totalmente limitado y constreñido por su naturaleza biológica y su instintividad, ni
totalmente reducido y acotado por el entorno social y la tradición cultural en la que vive.
Las estructuras de acogida son, pues, las distintas configuraciones sociales que en los
diferentes y progresivos períodos de su existencia, y en los graduales niveles de su
desarrollo físico y mental, acogen al ser humano y le permiten construir su propia
realidad y su particular visión —tanto en el sentido emocional como en el intelectual—
del mundo y de la vida, de la que no podemos decir que es exterior a él puesto que, a la
vez, forma parte de él mismo. Esta última es, precisamente, una de las cuestiones más
complejas con las que ha de enfrentarse el ser humano, en la realidad práctica y en su
filosofar. Y ahí radica —y pido perdón al lector por la digresión necesaria para llegar a
este punto— la relevancia exquisita e imponderable que alcanza la relación de pareja en
la vida humana: la relación de pareja constituye, después de la matriz relacional, la más
importante estructura de acogida que la vida ofrece a hombres y mujeres. Y por eso
hombres y mujeres la buscan desesperadamente, y cuando fracasan vuelven a intentarlo
una y otra vez, siempre con la esperanza de hallar una relación en la que sentirse
acogidos y que cure las heridas que les inflige la vida. Cuando la verdadera relación
amorosa llega a su plenitud, una plenitud que es el darse el uno al otro, puede decirse
que se ha conseguido construir la estructura de acogida más perfecta que la vida puede
ofrecer.
Unas palabras más en torno a la relación de pareja en el sentido que he estado
comentando. Ahora está ya admitido por los antropólogos, y por un número cada vez
más significativo de analistas, que el ser humano no tan solo es esencialmente relacional,
sino que él mismo es relación, de manera que sin relación no es, en virtud de su propia
constitución biológica. Y por ello podemos decir que es intersubjetivo, porque
necesariamente ha de construir su subjetividad, su self, a través del intercambio
emocional con el otro que le lleva a reconocer la subjetividad del otro y, al mismo
tiempo, la suya. El pensamiento psicoanalítico moderno, apoyado por la biología y la
neurociencia, camina en esa dirección. Y, por tanto, no es aventurado afirmar que una
exitosa relación de pareja es la mejor oportunidad que puede darse para el crecimiento,
armonización y consolidación del self. En los estados patológicos de la mente, paciente y
terapeuta crean un campo intersubjetivo, ese tercero del que nos habla Guerra en algunos
momentos de su libro, para que, mediante la mutua comprensión y reconocimiento del
mismo, uno y otro vayan modificando y reconfigurando la propia subjetividad.
A lo largo del libro nos vamos encontrando con muchos pasajes que atraen la
atención del lector, ya sea desde el punto de vista antropológico, psicoanalítico,
sociológico o, simplemente, humano. Detenerme en las ideas que suscita cada uno de
ellos requeriría, por lo menos, otro volumen. Deberé contentarme con añadir pinceladas
referentes a aquellos por los que personalmente me siento más atraído.
Tal vez habría sido necesario decir que, aunque el título del libro hace pensar que en
él hallaremos, únicamente, referencias a la patología amorosa, nos encontramos con que
la primera parte más bien constituye un tratado de aquello que concierne a la buena salud
de la pareja y a puntos de reflexión acerca de lo que es necesario para establecer una
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relación positiva y mantenerla. Por ejemplo, cuando Guerra se refiere a la importancia de
las condiciones iniciales en las que ambos componentes se sienten atraídos el uno por el
otro. Mi experiencia, como clínico, es la de que un factor muy importante en el fracaso
de las relaciones de pareja, constituidas como matrimonio o no, se debe en el momento
presente a una falta de cuidado, de preocupación por las circunstancias que rodean el
comienzo de la relación y a la falta de una cierta programación de aquello que se espera
de la persona con la que se decide compartir la totalidad de la vida o, por lo menos, una
parte muy importante de ella. Cuando flota en la mente la idea que se ha hecho popular
con el eslogan de «mientras dure», el fracaso está casi asegurado. La relación de pareja
es un asunto plenamente emocional, pero no solo emocional, y cuando la elección del
otro tiene lugar tan solo sobre las bases de la atracción física se unen los cuerpos, pero
no las mentes y la verdadera comunicación, que es comunión de afectos, de preferencias,
de significados, de esperanzas y de proyectos vitales no llega a tener lugar.
En este sentido, me parece muy acertado que Guerra mencione ampliamente las
pautas que ofrece Erich Fromm, en su libro El arte de amar, para que nazca y se
mantenga una relación amorosa fecunda y duradera. El pensamiento de Fromm ha
alcanzado una gran difusión en el ámbito social y cultural, pero, tal vez precisamente a
consecuencia de su lenguaje claro y sencillo y al hecho de centrarse en cuestiones de
interés social —lo cual le llevó a una gran aceptación por parte del público en general—
fue poco apreciado por los psicoanalistas clásicos o tradicionales, apegados a sus
convicciones de que el psicoanálisis es una ciencia que se basta a sí misma, sin
necesidad de diálogo con las otras disciplinas científicas. En la actualidad, el
psicoanálisis relacional ha puesto de manifiesto la imprescindible necesidad de que el
psicoanálisis entre en el diálogo interdisciplinar, especialmente con las neurociencias, las
ciencias cognitivistas, la antropología y la filosofía, y ello ha hecho que el pensamiento
de Fromm esté siendo recuperado por analistas, sociólogos y pensadores en general.
Muy en línea con Fromm, Guerra nos ofrece, también, su propia perspectiva de en
qué consiste el verdadero amor a la pareja y el matiz emocional de entrega al otro, cesión
de la propia personalidad, apoyo, incondicionalidad y donación para que el amor mutuo
profundice y florezca. Como clínico puedo afirmar que, si las orientaciones que nos
ofrecen tanto Fromm como Guerra no se hubieran dado de lado en esta época de crisis
que se considera económica pero que, en el fondo, es la consecuencia de una crisis de
valores, no asistiríamos al elevadísimo número de rupturas matrimoniales y de pareja
que en la actualidad se produce, ni habría tantos niños deambulando del hogar materno
al paterno y viceversa.
La microcomunicación es uno de los temas interesantes y novedosos que introduce
Guerra, para una idónea comprensión de los mensajes que los miembros de la pareja
intercambian entre sí. La neurociencia cognitivista nos ha enseñado que la recepción de
la información no es únicamente lineal y secuencial, sino que, en virtud del principio del
procesamiento de la información paralelamente distribuida, dos o más interlocutores
están emitiendo y recibiendo mensajes no solo a través del sentido semántico de las
palabras, sino también, paralelamente, mediante el tono, el ritmo, la modulación de la
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voz, los silencios y un sinfín de expresiones faciales, pequeños gestos que acompañan el
lenguaje etc., y todo ello, tanto en la emisión del mensaje como en la recepción,
transcurre, en gran parte, a nivel del inconsciente de procedimiento. Esto da lugar a que
los componentes de la pareja no perciban conscientemente toda la dimensión de su
relación y, por ello, en muchas ocasiones, cuando acuden al terapeuta explican que las
cosas van mal entre ellos, que se sienten incómodos, irritados, desencantados, molestos
el uno con el otro, sin saber por qué. En las sesiones de tratamiento el terapeuta ha de
estar muy atento para captar esta microcomunicación implícita e inconsciente y ponerla
al descubierto para que los sentimientos, quejas, protestas y demandas puedan ser objeto
de debate y reflexión.
En el momento actual viene muy a cuenta la postura de Guerra frente a la insistencia
de algunos que se creen científicos, pero que en realidad son «cientificistas», en
proclamar a los cuatro vientos que el amor «no es más que» una cuestión de
neuroquímica. Esta postura reduccionista que pretende ser científica es fruto de la
ignorancia de lo que nos enseñan hoy en día las «ciencias de la complejidad». Cualquier
fenómeno físico —y no digamos mental— es extremadamente complejo, sujeto a
múltiples variables y contingencias, por lo que la posibilidad de reducirlo a un esquema
o explicación simple y lineal que nos permita comprenderlo en su totalidad y predecir
con exactitud su posible evolución ha sido abandonada por la ciencia. Como señala
Guerra, ciertamente se han hallado algunas zonas del cerebro particularmente activas en
las emociones propias del amor erótico, pero, muestra de la complejidad de los hechos
es, por ejemplo, que las mismas zonas participan, con idéntica intensidad, en las
emociones materno-filiales.
Se halla hoy en día muy admitida dentro del pensamiento psicoanalítico la idea, fruto
de las investigaciones del Grupo de Boston para el Estudio del Cambio Psíquico, de que
durante el proceso psicoanalítico se producen en el contexto de la relación terapéutica
determinadas situaciones, denominadas momentos de encuentro, en las que tiene lugar
una modificación emocional de ambos componentes de la díada analítica. Guerra tiene el
acierto de resaltar que, en muchas ocasiones, el «enamoramiento» puede ser
comprendido como uno de estos momentos de encuentro explicados por el psicoanálisis.
En la época que estamos viviendo, los conflictos de pareja —matrimonial o de hecho
— seguidos de ruptura están en pleno auge, tanto en España como en el resto de lo que
se considera la civilización occidental. Al haber hijos de por medio en la mayoría de los
casos, este hecho alcanza proporciones dramáticas. Debido a ello, la gran amplitud, y
originalidad, con que el autor trata esta cuestión resalta la importancia de este libro. Me
parece muy original su concepto de los conflictos de pareja como una afectopatología
amorosa, a la cual se refiere como «un inconsciente común entre los dos miembros de la
pareja y un desajuste severo en la gestión de las emociones y los afectos así como una
distorsión en la valoración de “dónde” (en qué tipo de personas) y “para qué”». La
clasificación de las diversas afectopatologías que establece Guerra me parece un
excelente instrumento para que el profesional que desea ayudar a una pareja en conflicto
tenga un esquema que le permita orientarse acerca de qué es lo que está sucediendo entre
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estos dos seres humanos.
También deseo decir algo sobre la referencia de Guerra al hecho de que muchos
padres y madres proyectan su narcisismo en los hijos. Desafortunadamente, la sociedad
actual, con su apetito desmesurado de fama, prestigio, dinero y poder, favorece que uno
o los dos progenitores intente curar sus frustraciones y heridas narcisistas presionando al
hijo/a para que sea una primera figura deportiva, o para que siempre obtenga las
máximas calificaciones en la escuela, o, más adelante, especialmente en lo que concierne
a las hijas, para que destaquen por su belleza y atractivo físico, etc. Naturalmente, solo
en casos excepcionales el hijo/a puede satisfacer estas exigencias; muchas veces, como
se ha comprobado repetidamente en la práctica, a costa de graves problemas emocionales
intrapsíquicos e interpersonales.
Deseo, finalmente, decir algo acerca de la perspectiva de la familia como sistema que
plantea Guerra en algunos momentos del texto. Me detendré unos momentos en esto,
porque me parece de capital importancia. Sabemos ahora por la ciencia, especialmente
por las ciencias de la complejidad y la teoría general de los sistemas, que los seres
humanos, como todos los organismos vivientes pluricelulares, somos un sistema abierto,
dinámico, complejo, compuesto de una multitud de elementos que interaccionan
continuamente entre sí y con el medio externo que les rodea. Una de sus propiedades es
la de la equifinalidad, término con el cual se significa que la evolución de un sistema
abierto y complejo no se halla totalmente predeterminada por sus componentes, sino que,
a través de su interacción continuada con el exterior puede evolucionar de muy diversas
maneras. Esta es, pues, la clave del asunto. La pareja hombre-mujer es un subsistema
complejo abierto y, como tal, en constante interacción con el contexto sociocultural en el
que se halla y, por tanto, todo su desarrollo, desde su principio hasta su desaparición, ya
sea por ruptura o por fallecimiento de uno de sus componentes, está relacionado con este
contexto que es su hábitat. Tanto el psicoanálisis como la antropología saben que no
puede comprenderse a un ser humano sin tener en cuenta su contexto. Igualmente, el
terapeuta no puede comprender la situación de una pareja sin tener en cuenta este
contexto que, por cierto, también va cambiando y modificándose sin cesar durante toda
la vida de la pareja.
En suma, este es un libro que está llamado a ser de obligada lectura para todos
aquellos que deseen profundizar en la psicología de la pareja, sus trastornos y su
tratamiento.
JOAN CODERCH DE SANS
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I. Introducción: Una vida, muchas historias. Con otra
vida, miles de intersecciones
Escribiendo este prefacio me encuentro en el lugar adecuado, sin duda, para preguntarme
por qué es tan importante para muchos de nuestros congéneres tener compañía afectiva y
sexual. Con gentes corriendo de aquí para allá en intersecciones que cruzan cientos de
vidas, con miles de historias a su vez multiplicadas por esas vidas. Está claro que todos
buscamos encontrar a alguien pero, en lo más íntimo, y paradójicamente, todos estamos
solos en algún reducto de nuestro self, en nuestro sentimiento de nosotros mismos. Esta
es una característica de nuestra especie como sapiens, basada en nuestra intimidad, una
intimidad inexpresable y en ocasiones desgarradora.
Después de varios años, desde que preparaba Este no es un libro de autoayuda
(2006), he tratado de reflexionar sobre los entresijos de las relaciones de pareja y
amorosas en sus rudimentos básicos, y también en sus fallos, cuando se crean las
relaciones de enganche neurótico con consecuencias siempre harto negativas. Lo
complejo de esta empresa reside, sin embargo, en poder plasmarlo en el papel para
hacerme entender por un futuro lector.
Al final, y después de pensar mucho sobre qué es el amor en pareja, vemos que para
no quedarnos en definiciones frívolas o sin sustancia, terminamos por exigir que haya un
código ético o moral en esta definición. Pero eso es una tarea dificilísima y subjetiva, por
lo que hemos de llegar a la conclusión de que al menos la relación de pareja sea «no
hacerse daño ni hacer daño al otro», es decir, que la balanza no esté muy desequilibrada
para obtener algo de afecto. Pese a que parece de sentido común ya nos encontramos los
primeros escollos al respecto; habrá quien diga que siempre conlleva algo de sufrimiento
o mucho sufrimiento, pero quizá eso ya no es una relación amorosa sino patológica.
Lo curioso de las relaciones es que tenemos la oportunidad de elegir conscientemente
sobre si queremos o no tenerlas, aunque este también puede ser un ejercicio de
inconsciencia, obviamente, porque a veces la decisión «consciente» de no tener pareja
puede tener que ver con miedos acerca de lo que esa relación puede conllevar (pérdida
de identidad, pérdida de libertad, temor a la humillación, temor a ser abandonado…).
Ahora, lo que es seguro es que cuando se elige tener pareja, existe todo un amplio
entresijo inconsciente alrededor de dicha elección. Poco a poco los iré desgranando, pero
por adelantar contenidos y «a bote pronto» serían del tipo de «ser salvado» o «tener la
responsabilidad de salvar a alguien», «que la relación repare los déficits afectivos que he
sufrido», «dominar para sentir mi autoestima fuerte», etc.
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Respecto a la cuestión de «¿Cómo se elige la pareja?» siempre pensé (y en Este no es
un libro de autoayuda así lo expresé) que se basaba en un juego de idealización del otro
en la medida en que la relación suplía también nuestros propios déficits (reales o
imaginarios). Actualmente lo sigo pensando pero me he ido interesando poco a poco en
el «cómo», es decir, los rudimentos de génesis de la relación, los cuales creo que están
relacionados con el mantenimiento de esta y, por supuesto, con su finalización. Todo ello
puede ser explicado por la teoría del caos y, concretamente, por los atractores que en un
sistema no lineal y dinámico como es una relación puede haber, así como por los
repulsores. Por ejemplo, para una mujer que ha sido privada de autoestima puede ser un
fuerte atractor un hombre que la acompañe y esté más o menos a su lado, aunque la trate
como a una niña. Si esta mujer a través de una psicoterapia cobra confianza en sí misma
y/o se siente por sí misma valiosa, no por «estar en compañía de» sino por quien es, este
atractor dejará de ser tal y el mantenimiento de la relación deberá tener otro potente
atractor o fracasará.
Estos tiempos de crisis económica (que al final han sacado a flote la terrible crisis de
valores y social que en realidad existía) nos están dejando en muchos casos con nosotros
mismos. ¿Por qué?, pues porque una vez que ya no hay tanto aderezo externo ni
podemos mantener la falsa ilusión de confundir lo que tenemos con lo que somos, nos
encontramos con nosotros a solas. Y el reflejo de la imagen de sí-mismo que cada uno
tiene (el self) a menudo pesa, e inevitablemente sale a flote el humano que somos y que
siempre se encontró dentro de nosotros, temeroso, desvalido y necesitado de afecto.
Y el afecto se intenta encontrar buscando una pareja que repare, que proteja y subsane
todo eso que nos hace «temblar» sin el envoltorio del consumismo y de los cantos de
sirena del materialismo y del «tener». Pero, como a menudo sucede, la persona no ha
cuidado determinados aspectos de su autoconocimiento y la ruptura de miedos e inercias.
Por ello esta búsqueda es con frecuencia penosa, complicando aún más la situación
individual del sujeto. Ahora además de estar solo se siente incompetente para mantener
una relación. En otros casos esa misma persona puede conformarse «con lo que haya»,
agarrándose a un clavo ardiendo.
En la vida de cualquiera hay una necesidad de encontrar a alguien con quien
compartir las múltiples historias y episodios vividos. El otro con el que se comparte
también tiene a su vez muchos contenidos en su mente, historias, procedimientos… A
veces funciona, y entonces ocurre: una vida, otra vida, cientos de historias, miles de
intersecciones entre ambos: una relación.
L. RAIMUNDO GUERRA CID
Nueva York, 3 de marzo de 2012
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II. Me gustas, te gusto. Principios y bases de la
relación de pareja humana
Se dio cuenta que vivía cuando un beso le invadió la nuca a destiempo. Vio caérsele el alma del bolsillo
perdiéndose entre el unísono trotar de los zapatos.
A. FERNÁNDEZ-OSORIO (2008)
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1. Un cerebro relacional
¿Cómo se ha llegado a organizar en la especie animal un cerebro tan complejo como el
humano? ¿Cuál fue su primer propósito? Estas son preguntas con multitud de respuestas
dentro del campo de la neurociencia, la antropología y la psicología que, sin embargo,
aún siguen sin clarificación. Las explicaciones e hipótesis son muy variadas. A mí
personalmente me gustan mucho los trabajos de Aiello y Dunbar, especialmente el que
realizaron conjuntamente en 1993. Los autores tratan de explicar en este artículo
científico cuál es el origen del lenguaje humano, concluyendo que se deriva de la
inteligencia social, la cual apareció antes que dicho lenguaje. Establecieron a través de
correlaciones estadísticas una curiosa relación entre el tamaño del neocortex1 de
diferentes primates (incluyendo el taxón humano, Homo sapiens sapiens) y el tamaño de
su grupo social.
De este modo se observa que cuanto mayor es el tamaño del neocortex mayor es el
tamaño del grupo o individuos que se relacionan entre sí, de lo cual se deriva, entre otras
conclusiones, que los individuos primates, independientemente de su especie, solo
pueden gestionar bien un número determinado de relaciones. Por ejemplo, se calcula que
en los Australopithecus afarensis sería de 70 a 80 individuos, en el Homo erectus sería
de unos 91-129 individuos (dependiendo del tipo de erectus), mientras que en el sapiens
sapiens entre 147-152 (150 es conocido como el número de Dunbar por ser el número de
personas con los cuales podemos llevar a cabo y gestionar relaciones de calidad). Los
autores explican que el aumento a través del tiempo del tamaño del neocortex posibilita a
su vez el aumento del grupo debido, quizá, a factores ecológicos, del tipo de protección
contra predadores o contra otros grupos humanos. También podría estar relacionado con
sus conductas nómadas a gran escala en las cuales sería más fácil tener fuentes de
alimento y agua en grupos grandes organizados.
Por supuesto, estas hipótesis me parecen válidas pero sin dejar de lado la importancia
básica de que, para gestionar relaciones satisfactorias con otros humanos, hemos
necesitado un cerebro más complejo que el de nuestros compañeros primates y
homínidos.
No quiero dar una explicación funcional del tipo «Nuestro cerebro aumentó en
nuestros antepasados homínidos para poder relacionarnos mejor», aunque creo que en
cierto modo esa relación existe. Quizá la evolución del cerebro tuviera otra finalidad y
luego esta se aprovechara para una mejora en la gestión de las relaciones. Quizá fuera
una consecuencia o quizá una casualidad. En esta línea están trabajando diversos autores
como el codirector del instituto alemán «Max Plank» M. Tomasello (1999), quien afirma
que la diferencia definitiva entre cerebro humano y primate se encuentra en que el
nuestro se ha especializado en la tarea de analizar las intenciones de los otros así como
sus estados emocionales. Somos especialistas en compartir estados emocionales e
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intencionales y en interpretarlos, siendo este cerebro relacional el más sofisticado de
cuantos existen para este cometido. Y esto se produce incluso desde que somos bebés, tal
y como ha demostrado Tomasello en las investigaciones realizadas junto con su equipo y
como trataré de mostrar en capítulos venideros.
De hecho, siguiendo con esta idea, Tomasello y sus colaboradores (2006) proponen
que el ojo humano tiene unas tonalidades de color y condiciones especialmente
perceptibles para los demás. Así puede indicar de manera mucho más clara que el de
otros primates tanto su presencia como «hacia dónde se mira». Esto, según los autores,
puede tener que ver con presiones evolutivas dada la necesidad de un mayor grado de
comunicación visual y cooperación para expresar diversos elementos de la interacción
humana.
A través de lo que he podido estudiar estos años sobre paleoantropología y
hominización, coincido con R. Riera en que una de las más importantes derivaciones del
cerebro humano debió ser en su origen y es en el presente el conectar emocionalmente
—intersubjetivamente— con los demás para que se produzca ese «Yo siento que tú
sientes lo que yo siento» (2011, p. 209). Sin duda una de las experiencias más
estimulativas en el campo relacional humano. Dicha «lectura» de la mente de los demás,
de sus intenciones, emociones, afectos, etc., hace que autores como Alvard (2003)
(citado por Ramírez Goicoechea 2011, p. 55) incluso anuncien que nuestra cultura
tecnológica lograda es una exaptación2 de la capacidad de leer la mente en nuestros
iguales en una vida social compleja. Es decir, la cultura tecnológica no es más que una
consecuencia de otra necesidad, más primaria, de analizar y leer a los demás.
Mucho de lo dicho en el párrafo anterior tiene que ver con un concepto muy utilizado
por los psicoanalistas contemporáneos denominado intersubjetivismo. Palabra
difícilmente pronunciable, tiene que ver con el producto final de compartir
subjetividades. Lo subjetivo es cómo cada uno de nosotros vivencia y siente las
situaciones. Por ejemplo, ahora mismo, como escritor, al redactar este párrafo siento
preocupación y cierta agitación por si usted como lector comprenderá este concepto que
explico. Mientras, cuando usted lo lee, puede no darse cuenta de mi propósito o sí y
pensar: «Este autor se preocupa de que quien lee el libro pueda entenderlo globalmente».
Si usted tiene ese pensamiento ha captado mi intención, esta circunstancia sería uno de
tantos ejemplos de intersubjetivismo.
Nuestro mundo subjetivo se origina en la infancia fruto de los apegos, los
afectos y las reacciones de nuestros comportamientos por parte de
nuestros adultos de referencia (y en la subjetividad de estos con el niño)
dentro de una matriz relacional. Es modificable a través de la relación e
interacción con otro/s, es decir, en una intersubjetividad.
Continuando con la explicación que nos atañe en este capítulo, otra evidencia
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neurocientífica que explica que la arquitectura neurológica y cerebral está preparada y
dirigida hacia la relación lo constituye el descubrimiento relativamente reciente de las
neuronas espejo y sistemas de neuronas espejo (SNE) (Rizzolati et al., 1996; Rizzolati y
Sinigaglia, 2006). Estas neuronas, presentes en diversas zonas de nuestro cerebro, se
activan cuando vemos realizar determinadas acciones a los demás, activándose
exactamente de la misma manera que lo harían si nosotros mismos realizáramos esa
acción. De hecho, el descubrimiento se produjo al observar que un primate mostraba la
misma actividad neuronal motora cuando era el investigador y no él quien cogía el
plátano. Todo ello hace que se construya lo que se denomina «una teoría de la mente»
para posicionarme, empatizar y leer la mente del otro.
Todos los datos que explico en este apartado vienen a confirmar que poseemos un
cerebro relacional, preparado para compartir emociones y sentimientos con los demás.
Para «enredarnos» con los otros de formas diferentes: afectivas, eróticas, sexuales, de
amistad, neuróticas, etc. No es un cerebro relacional en el sentido pragmático y funcional
de algo que me sirve para relacionarme con otro, sino en el sentido de que me sirve para
leer al otro, interpretar sus emociones, adelantarme y comprender sus deseos, compartir
mis temores y necesidades, y analizar las mías en función de lo que el otro hace o me
dice. Somos, como dijo S. Mitchell, un «animal relacional».
20
2. Lo que la antropología nos enseña acerca de la pareja
A lo largo de esta obra se hablará mucho del concepto de pareja y relaciones de
conflicto. En ningún caso quiere esto decir que la base del libro enfoque a las relaciones
como algo conflictivo, neurótico y destructivo. Me centraré tanto en las relaciones sanas
como en las «de enganche», neuróticas o patológicas. Pero es objeto de este texto hacer
precisamente hincapié en las más conflictivas y tratar de dar ciertas explicaciones al
hecho de por qué estas pueden suceder y mantenerse.
Sin embargo, ha de tenerse claro que la idea central que quiero mostrar es que las
relaciones de pareja constituyen una manera de crecimiento personal a través del
crecimiento de la propia pareja. Es decir, en su esencia una relación amorosa debería de
constituir una circunstancia de acompañamiento, una experiencia de compartir, un logro
de evolución personal para mí y para el otro. La cuestión es que esto no es a menudo así,
o si lo es su duración e intensidad son demasiado limitadaa. El amor en sí es una de las
más grandes potencialidades humanas y, pese a lo que cabría pensar, de las menos
llevadas a la práctica de un modo efectivo. En primer lugar es difícil que se de una
educación adecuada para algo tan fundamental puesto que no se enseña en el núcleo
familiar y menos aún en la escuela; en segundo término las múltiples problemáticas de
las personas hacen que gestionen mal las relaciones en las que está implicado el amor
(de pareja, de amistad, familiares, etc.).
¿Qué es amar de manera sana? Es muy difícil dar una definición inmediata de esta
circunstancia y necesitaremos varias secciones del libro para irlo viendo. Podemos decir,
por ahora, que amar de manera sana es amar sin fijaciones, dependencias ni enganches
emocionales. Esta manera de amar hace, a su vez, que repercuta en una buena salud
mental (y por supuesto física). Esto puede resultar cíclico puesto que es obvio que quien
tiene esta capacidad o potencialidad más desarrollada es alguien bastante sano ya de por
sí. Sigmund Freud al final de su obra vino a resumir que las dos principales facetas que
la persona tenía que llevar a cabo para considerarse sana (o menos neurótica) eran la
capacidad para amar y trabajar.
Alfred Adler (1930), por su parte, decía algo semejante, pero extendió a tres las
«tareas de la vida» que el ser humano debe completar para alcanzar plenitud solidaria:
capacidad de establecer vinculaciones sociales (convivencia), de relación sentimental
(amor y matrimonio) y de trabajo (responsabilidad). De hecho, para él, el súmmun del
sentimiento de comunidad era un matrimonio bien avenido, en el cual habría una
cooperación incondicional y desinteresada.
En determinadas relaciones de pareja se puede observar una pésima salud mental, por
ejemplo cuando hay quien se engancha a una relación creyendo que así se «salvará» de
su malestar, su sensación de vacío o su «vértigo» ante el afrontamiento del día a día
cotidiano. Sin embargo, esta sensación de seguridad es efímera, en unas ocasiones
21
porque el sistema que la pareja constituye no cumple con las funciones adecuadas para
que se sostenga y en otras porque hay que compartir problemas o tiempo y esto
precisamente mata la relación. A veces —y paradójicamente— una relación se sostiene
precisamente por la distancia física y psíquica de sus componentes, por ejemplo cuando
los dos solo se ven para dormir. De este modo, cuando se dispone de tiempo conjunto y
se confronta la relación, muchas parejas descubren que no se aguantan. De hecho, el
mayor porcentaje de separaciones, rupturas y divorcios se produce cuando hay que pasar
más tiempo juntos, en los meses de verano vacacional (principalmente agosto) y las
Navidades. Todo ello aderezado por la muy a menudo polémica influencia de la familia
extensa y política sobre la pareja.
Es muy impactante ver que según el año se fluctúa entre cifras que indican que se
rompen entre 300 y 400 parejas al día (entre 13 y 17 a la hora).3 Y eso contando
solamente las parejas que figuran inscritas dentro de los sistemas burocráticos; si
tuviéramos en cuenta a las parejas de novios, de personas que viven juntas, etc.,
probablemente dichos datos se duplicarían siendo aún más escandalosos si cabe.
Los graves conflictos en la pareja, así como las relaciones que muchos llaman
«enfermizas», «masoquistas», «sádicas», etc., residen en fallos y problemas en la
comunicación, como todos parecemos saber. Pero no en su cantidad sino en su
profundidad, en el mensaje afectivo intenso donde el que emite el mensaje pone en juego
algo de sí. A menudo pensamos que la comunicación es algo que nos viene dado y que
en nuestra sociedad «hipertecnologizada» es sencilla. Quizás sea así pero, desde luego, a
tenor de los resultados clínicos que muchos profesionales observamos, la calidad de la
comunicación no es buena.
En mi opinión, que quizá le resulte a usted como lector un poco brusca, es cierto que
tenemos mucha comunicación: redes sociales, Internet en diferentes dispositivos, varios
teléfonos, correo electrónico, SMS, MMS, Whatsapp… Sí, nos comunicamos mucho,
pero cada vez lo sabemos hacer menos cara a cara, cuerpo a cuerpo. Así, mantener
conversaciones de escucha activa, empatía y comprensión de lo que el otro dice es cada
vez una tarea menos cotidiana. Aceptar que nos rocen, que nos tomen amigablemente del
brazo, sentir las expresiones faciales del otro… Nos comunicamos mucho pero perdemos
esta experiencia de intimidad. Cada vez hay más gente con el problema denominado
«falta de habilidades sociales», timidez, inhibición, rudeza en las formas y, sobre todo,
con graves problemas para expresar su interno mundo emocional y empatizar con las
emociones de los demás.
La paradoja es que ni estamos comunicados ni en realidad tenemos intimidad. Para
alguien joven quizá le resulte increíble el hecho de que hace menos de 20 años nadie
tenía móvil y no había problema, sin embargo, para que nos localizáramos. Hoy
psicólogos de todo el mundo investigan y observan los efectos perjudiciales que la
privación de teléfonos móviles o de acceso a Internet tienen en la gente. Mucha
comunicación, poca intimidad: ni en la relación con los demás, ni en la intimidad que
nos configura como una entidad personal.
22
A menudo a la gente le parece raro e incluso irritante que se desconecte el móvil o
que no se conteste con una perentoria inmediatez al Whatsapp, mail o SMS… Como si
se tratara por un lado de privar al individuo de su intimidad ante su derecho a estar solo o
a solas con alguien, a la vez que se le crea la ilusión de estar comunicado. Pero en
realidad el sucumbir a esta vorágine no proporciona ni lo uno ni lo otro.
Gran parte de lo que va a ser expuesto en las líneas que van a seguir de aquí al final de
este texto no están fundamentadas en principios puramente teóricos sino en la
experiencia propia y de otros muchos estudiosos de la conducta y afectos humanos. Por
ejemplo, en los capítulos venideros acerca de las «afectopatologías amorosas»,
relaciones de colusión y patología de las relaciones de pareja, baso una gran parte de lo
enunciado en mi experiencia clínica a través de registros de más de 150 pacientes de
ambos sexos y con diversas orientaciones sexuales, con un seguimiento de sus relaciones
de pareja de entre dos y cinco años de duración media. Aquí se han observado diversos
elementos que a lo largo de toda la obra se van a ir explicando pormenorizadamente:
inicio de la relación, expectativas, idealizaciones, factores de mantenimiento (atractores),
dinámicas (micro y macroprocesos)… Todo ello a su vez está fundamentado en el
estudio de otros predecesores míos y actuales pensadores de la psicología, el
psicoanálisis, la sociología y la antropología entre otras ramas, así como la aplicación de
teorías recientes como la Teoría del Caos y del psicoanálisis y las psicoterapias
relacionales.
Por tanto, y ante todo, quiero dejar claro que conozco la potencialidad que la relación
humana tiene como constituidora de autoestima, de creatividad y de crecimiento. Pero,
habitualmente, esta potencialidad es desaprovechada en detrimento de relaciones
penosas y de sufrimiento que a menudo arrastran a ambos protagonistas de la relación en
un absoluto dolor. La relación de pareja y el amor es prácticamente el tema central de la
humanidad. Desde un punto de vista de la antropología cultural y social lo vemos
omnipresente en todos los momentos de la historia y en todas las culturas. En todas las
religiones mayoritarias el matrimonio corresponde a un hecho sagrado y de amplias
repercusiones sociales puesto que se esperan comportamientos y actitudes muy
determinadas a través de su contracción.
En nuestra cultura, si analizamos las letras de las canciones, las películas, las novelas,
las obras de teatro, etc., observamos cómo el amor (pleno, prohibido, despechado,
alocado, romántico, platónico, pasional…) es el centro de cada una de estas
producciones creativas. A lo largo del libro me vendrán a la mente, sin duda muchas
canciones, que citaré encantado para crear en tramos de su lectura pequeñas bandas
sonoras.
En las denominadas, por algunos, culturas primitivas (podríamos discutir mucho, eso
sí, acerca de quien es más primitivo dependiendo de en qué aspecto nos fijemos),
también se observa la necesidad de la búsqueda de pareja como elemento no solo legal
sino con sus aspectos afectivos y románticos. De hecho es una constante incluso en las
sociedades donde el matrimonio es concertado, que ya después del rito pueda en
23
ocasiones haber también una búsqueda del enamoramiento (Bohannan, 1996). No ha de
confundirse, en todo caso, la necesidad universal del encuentro con el otro con el
matrimonio como hecho global, ni tampoco con que la figura de la pareja tal y como la
conocemos y tenemos en nuestra mente, tenga las mismas funciones, cualidades,
derechos y obligaciones (todas estas pueden ser implícitas o explícitas) en todas las
sociedades de la misma forma y manera.
Me explico, en nuestra cultura se supone que un miembro de la pareja ha de hacer tal
cosa u otra por ti o que su pareja como tal debe de tener unas funciones determinadas,
máxime si es un matrimonio. Pero eso es la teoría puesto que cada relación «es un
mundo» en el cual se tienen que ir acoplando y viendo como acoplarse el uno al otro
además de cómo y cuánto ceder por el otro.
En cuanto al matrimonio o la concertación legal de la pareja, hay gran variabilidad en
relación a algunos aspectos de esta en las distintas sociedades, no siguiéndose siempre el
mismo patrón. En un artículo clásico de la antropología, Stephens (1963) dejó claro que
era muy difícil dar una definición global del matrimonio válida para toda cultura, puesto
que características que se presuponían como constantes (ritual de matrimonio,
legitimación de la sexualidad y deberes entre los cónyuges) son puestas en tela de juicio
a través de los numerosos trabajos de campo en diferentes partes del mundo que muchos
antropólogos llevaron a cabo, por ejemplo:
El matrimonio o la constitución de una pareja legitimada no siempre se realiza
de la misma manera. El ritual con el que se formaliza una relación así como los
actos y las creencias religiosas son muy diversas y no siempre constantes.
Según Stephens, en ocasiones incluso no se reconoce el ritual como tal o es
realmente insignificante. De hecho esto no es algo extraño puesto que también
en nuestra cultura se lleva a cabo lo que se denomina matrimonio
consitudinario, es decir, que la pareja cohabita y convive junta sin ningún ritual
ni elemento legal que los defina como matrimonio, sin embargo terminan
funcionando como tal a ojos de los demás, bien sea por criterios de tiempo o por
compartir residencia y afecto/sexualidad.
Otro error es extrapolar a toda cultura que el matrimonio sirve para legitimar la
sexualidad entre una pareja. Hoy en día esto no tiene mucho sentido dado que
en muchas culturas (por supuesto incluida la nuestra, aparte de las denominadas
como primitivas) no se da este principio, yendo separada la sexualidad del
compromiso de pareja. Lo que sí parece constante, sin embargo, es la necesidad
de compartir un proyecto en común, bien sea este uno que está regulado por esa
cultura (por ejemplo tener hijos o aumentar un patrimonio), o que tenga un corte
más romántico, siendo una experiencia de crecimiento conjunto.
El matrimonio implica obligaciones entre ambos cónyuges. Esto puede ser, de
hecho, lo más acertado a la hora de definir el matrimonio y la pareja en general,
aunque lo esperable entre cónyuges tenga una gran variabilidad. Un caso que
ilustra todo ello es el de P. Bohanann, un antropólogo que estuvo varios años
24
con los tiv de Nigeria, que decía que cuando estos se casaban tenían unas
normas simples y rígidas. Se esperaba de la esposa que cocinara al menos una
vez al día para el marido, que durmiera con él o cuidara de los cultivos entre
otras tareas. El marido debía vestir a la esposa, preparar la tierra de cultivo
mejor para ella y consultar a un chamán si esta se ponía enferma (1996, p. 69).
Si bien hay obligaciones no se espera siquiera que se hagan amigos (aunque a
veces ocurra),4 el secreto de un matrimonio tiv reside en que se tenga amplia
descendencia y no haya peleas.
Para nuestro cometido este será un asunto central, puesto que la pareja mínimamente
comprometida accede a una diversidad de demandas y supuestas obligaciones, las cuales
pueden ser explícitas, por ejemplo en relación con lo que el grupo, la cultura y/o la ley
(en caso de formalización) registren, e implícitas, es decir, relacionadas con lo que en la
fantasía de cada uno ha de hacer el otro por él y viceversa. La conjunción de estos dos
factores dará lugar a un amplio juego de factores que pueden tener como resultado tanto
al reproche como el buen hacer de la pareja.
Lo que pretendo mostrar con este pequeño bosquejo antropológico es que en el
matrimonio (en cualquiera de sus formas) o en el «estar en pareja» no existen unas
directrices universales, por ejemplo: priorizar sobre la pareja o tener que prestarle
especiales atenciones. Citaré solo algunos de entre los numerosos casos que se escapan
de lo que los occidentales entendemos con nuestro etnocentrismo como «habitual».
Por ejemplo están los nayar, un grupo de las castas hindú que una vez casados se
separan teniendo la mujer derecho a ser visitada por otros hombres, mientras que los
maridos pueden ir a ver a otras mujeres. De hecho, como digo, ni siquiera viven juntos
puesto que las mujeres se van a vivir a su casa de nacimiento.
Por muchos es también conocido el kibbutz israelí, que para algunos es un
«experimento» y para otros un intento de crear un sistema social diferente. Consiste en
una comuna donde todos trabajan en beneficio del grupo. Las parejas no se casan,
simplemente si deciden estar juntas demandan su propio dormitorio. Si tienen hijos se les
considera casados, aunque los hijos son criados comunalmente por los demás.
En otras muchas sociedades descritas por Stephen (1963) como los jamaicanos,
kaingáng (tribus de Brasil) o los ojibwa (indios que habitaban en el actual Canadá y los
Estados Unidos) no parecían casarse nunca con la intención de que su matrimonio fuera
permanente, dado que oscilaban entre el 33% de las mujeres y el 25% de los hombres
(incluso con porcentajes más bajos) las personas que finalizaban el matrimonio.
S. Jiménez (2011, p. 200) nos explica varios ejemplos de matrimonios diferentes a los
acostumbrados en occidente, bien porque el matrimonio homosexual está
institucionalizado, bien por la variabilidad de género conseguida a través de
construcciones culturales propias. Para entender esto deberíamos tener en cuenta tanto
los matrimonios entre personas del mismo sexo (algo muy común en determinadas
culturas) como nuevas variantes de género que producen estructuras de pareja diversas.
25
Por ejemplo, entre los nuer de África o entre los nandi, donde las «mujeres-marido»
se dedican a tareas masculinas (Jiménez, 2011, p. 201). También se ha de tener en cuenta
el trabajo de campo estudiado por Evans-Pritchard acerca de los matrimonios
homosexuales entre los jóvenes hombres azande.
Pero no solo se encuentran estos ejemplos de matrimonios institucionalizados entre
personas del mismo sexo, sino que los emparejamientos pueden ser más diversos aún en
aquellas culturas en las cuales se reconocen más de dos géneros. Entre los muchos y
variados casos citaremos el de los indios navajos, los cuales distinguen no dos sexos sino
tres: mujeres, varones y hermafroditas. Siendo el último muy valorado. El
reconocimiento de tres sexos físicos daría lugar a cuatro diferentes tipos de estatus de
género: mujeres, varones, nadle5 verdaderos, nadle falsos. Estos nadle, que constituyen
un tercer género, tienen privilegios que no tienen los demás navajos y están
absolutamente adaptados a su cultura pudiendo emparejarse tanto con hombres como
con mujeres.
Si aparte de estos hechos tomamos en cuenta el amplio surtido de modos de
emparejarse y vivir la sexualidad en diversas culturas, como la bisexualidad o las
tradiciones dos espíritus (cercano al transvestismo pero con más connotaciones
culturales), el lector se va haciendo la idea de que son docenas los casos que se podrían
contar que no se ajustan lo más mínimo a nuestro modelo occidental de pareja. Por ello
la reflexión que pretendo hacerle al lector es que vea que la pareja tal y como la
entendemos es un «invento occidental», nuestra obsesión desde luego. No ha sido común
ver en otras sociedades y culturas que después del matrimonio fuera el cónyuge la
persona que tiene que ser más importante, ni mucho menos el papel de la reciprocidad o
lo que el uno tiene que hacer por el otro. Sin embargo, pese a no ser universal, es nuestra
principal preocupación y una de las principales razones por las cuales la gente occidental
se enamora y se separa. Por tanto tenemos que tener en cuenta que aquello que se espera
que ha de ser una pareja es una construcción social, no algo universal. Esto tiene
importantes repercusiones puesto que la cultura imperante marca y tiene mucha más
importancia en el sistema de la pareja de lo que comúnmente se cree.
Si bien el matrimonio y otras formas de convivencia en pareja son una
institución universal que en muchos casos tienen intereses afectivos, sus
modos no lo son, habiendo gran variación. La relación de pareja tal y
como la entendemos nosotros es una construcción de nuestra cultura que
no es extrapolable ni a otros momentos históricos ni a otros tipos de
sociedades. La importancia que le damos a lo que se espera del otro, o lo
que el otro está obligado a hacer (y en cierto modo a ser) es un
fenómeno de nuestra cultura.
26
3. Somos trobiandeses
En una interesante reflexión, P. Bohanann (1996) realizó un esquema de cómo era el
matrimonio en tres culturas distintas: la americana (antes de los 50 del siglo XX y
después de los 60 del mismo siglo), la de la India tradicional y los trobiandeses.6 El caso
es que en estas culturas vemos superpuestas las etapas del matrimonio. En la América
más conservadora (la de antes de los 50) los pasos obviamente eran: 1. Conocerse (y/o
enamorarse), 2. Casarse, 3. Formar un hogar, 4. Primera relación sexual. Pasos por
ciertos muy semejantes a los que eran comunes, o al menos deseables, en España hasta
hace muy pocas décadas.
En la India tradicional el proceso era: 1. Boda (es muy conocido aquí el fenómeno del
matrimonio concertado), 2. Formar un hogar, 3. Primera relación sexual, 4. Conocerse
(y/o enamorarse).
En cuanto a los Estados Unidos en los años 60 y los trobiandeses hay muchas
similitudes variando solo que a veces los americanos formaban un hogar antes de
casarse. Siendo los pasos: 1. Primera relación sexual, 2. Conocerse y/o enamorarse, 3.
Formar un hogar o boda.
Es curioso cómo nuestro modelo sexual actual se asemeja cada vez más al de los
trobiandeses, antiguos habitantes de las Islas Trobiand estudiados por el antropólogo
poláco B. Manilowski durante principios del siglo XX. Como aquí, antes del matrimonio
los trobiandeses tenían amplia capacidad para tener relaciones sexuales sin estar esto
limitado por la sociedad en la que vivían. La cuestión es ¿por qué «somos trobiandeses»?
Desgraciadamente porque, al igual que ellos, una vez iniciado el matrimonio después de
conocerse sexualmente, la sexualidad empezaba a desvanecerse habiendo variedad de
tabúes relacionados con lo sexual, terminaban durmiendo en camas separadas y tenían
prohibido hablar de sexo el uno con el otro. En su caso esto ocurría por cuestiones
rituales y culturales. En el nuestro por la fatiga vital y el conflicto que crea renunciar a la
imagen idealizada que se tiene de la pareja, la cual, en los procesos sanos, se va
deshaciendo hacia algo más realista y productivo, mientras que en las parejas menos
sanas se sigue esperando la idealidad y el papel del otro como perfecto y reparador.
Muchas de las parejas y pacientes que vemos en nuestras consultas también tienen
vetado hablar de la sexualidad, por ellos mismos, no por condicionantes culturales, y,
cuando lo hacen, a menudo es en forma de reproches propios y ajenos.
Hemos ganado en libertad sexual, en cuanto a que no hace falta que en nuestra cultura
esté necesariamente legitimizada para que se produzca. Sin embargo, los problemas
sexuales siguen siendo el top one en la consulta de los psicoterapeutas en su forma más
clásica (impotencia, eyaculación precoz, anorgasmia, dispareunias…) o en forma de
diversas problemáticas de pareja. Que «somos trobiandeses» es una broma que utilizo
para mostrar cómo la sexualidad en muchos casos muere al poco de iniciarse el
27
matrimonio o la cohabitación con la pareja. Lo que quiero decir es que la sexualidad
desinhibida al principio de una relación no es una clave para el éxito de esta puesto que
median otros factores. Ya decía Fromm acertadamente (1956) que una cosa era traspasar
la intimidad del otro a través de la sexualidad y otra muy distinta conocer a esa persona
en profundidad pese a tener sexo con ella. Esto contradice las teorías que presuponen
que la represión sexual es el principal elemento que explica los fracasos de las parejas.
28
4. Rompiendo mitos sobre la pareja
En este apartado, y a través de mi propia experiencia clínica y de una reflexión
antropológica y psicoanalítica, propongo al lector varios principios de la relación de
pareja. Algunos de ellos, a su vez, rompen con lo que yo entiendo que son mitos sobre
cómo ha de ser el funcionamiento idóneo de una pareja, mitos que a lo largo de las
diferentes épocas han creado gran número de prejuicios y problemáticas en la pareja:
1. Todas las relaciones, pero en el caso de la relación de pareja con más intensidad, se
basan en el principio de transferencia. Según este principio todas las relaciones y
sentimientos que tenemos hacia los demás vienen modulados por nuestras relaciones
de apego y afectivas en la primera y en la segunda infancia. Y también, en segundo
grado, por las que hemos mantenido en la adolescencia y en la adultez.
Este principio de transferencia, que prefiero denominar de transferencia
antropológica (Guerra Cid, 2001, 2006) para diferenciarlo de la transferencia en sí
que se produce en el encuadre entre un terapeuta y un paciente, es universal.
También, como veremos a través de la presente obra, puede ser consciente e
inconsciente y procedimental o declarativa.
Antes de pasar al resto de los principios me gustaría comentar que en el principio
de transferencia, además de tenerse en cuenta cómo han sido las relaciones de apego
en la infancia (por ejemplo con la madre, el padre, los abuelos, el tío, los
hermanos…) y que han influenciado al individuo, también pesa la imagen
inconsciente (temida, idealizada) fomentada por la visión que en la infancia y en la
adolescencia tuvo de la pareja que formaron sus progenitores.
2. La relación de pareja es una co-construcción mutua de ambos protagonistas. Su
creación, mantenimiento y progreso o regresión es fruto de la interacción de ambos
miembros. Ni cuando la pareja va bien ni cuando hay problemas es todo solo
responsabilidad de uno de los miembros. A los psicoterapeutas nos suele ser
transmitido por parte de nuestro paciente o de su pareja que solo uno de los dos tiene
la culpa. Esto suele ser falso.
Metafóricamente puede decirse que entre ambos miembros se construye una
relación, que es, en cierto modo, independiente de cada uno de ellos pero en la que a
la vez participan ambos; este concepto se denomina en el psicoanálisis
contemporáneo terceridad (J. Benjamin, 1988).
La terceridad no es ni «un tuyo» ni «un mío», es un «nosotros», un fenómeno
relacional producido por la pareja, lo cual sirve para reflexionar, nominar y tratar
múltiples problemas que se puedan producir en el seno de la pareja, incluyendo por
supuesto los sexuales (Castaño, 2011).
3. Una relación de pareja es un sistema, concretamente uno abierto, complejo y
29
dinámico. No se puede entender esta relación como algo lineal ni como algo
fácilmente predecible. Ahondaré sobradamente en estos conceptos a lo largo del
libro, por ahora cabe señalar que este sistema al que me estoy refiriendo, y siguiendo
la lógica de la Teoría general de sistemas, es un tipo de sistema imprevisible,
autónomo y autoorganizado (Coderch, 2012).
De tal modo, cada miembro de la pareja cumple una función en el sistema, pero
estas funciones y roles que cada uno cumple se pueden transformar. Este sistema
también puede sufrir cambios a través del exterior y puede avanzar hacia otro tipo de
estado. No siempre tiene como función primordial mantener el equilibrio.
4. Los polos opuestos no se atraen. De hecho, para una buena estructuración de la pareja
si los dos caracteres son muy opuestos hay un menor grado de empatía, lo cual ya
constituye en sí un problema para la comprensión del otro. Distinto de que los polos
opuestos se atraigan es que los polos aunque diferentes se complementen. Dos
caracteres complementándose uno al otro generan una maduración en la propia
personalidad, en el otro y en la pareja.
5. Siempre es necesario cierto grado de intimidad individual para no fusionarse en el
otro, lo que hace de la relación de pareja una simbiosis. Ha de dejarse siempre un
espacio o varios a cada miembro de la pareja para realizarse, aunque solo sea en lo
cotidiano. No es más profunda una pareja, o se lleva mejor, o se quiere más por
hacerlo todo en continua compañía, no distinguiéndose el uno del otro. Usted como
lector encontrará cumplidos ejemplos de personas a las que es imposible invitar a
solas a café, a comer o a charlar ya que dan por supuesto que la pareja ha de estar
presente en todo momento de su vida.
6. Del mismo modo, cuando se está en pareja es imposible la absoluta individualidad por
definición de lo que la pareja es. A menudo muchos pacientes me comentaban el
deseo de, aun teniendo pareja, poder seguir poseyendo toda su capacidad de maniobra
y toma de decisiones. Esto es una quimera puesto que en el compromiso de pareja
siempre se ha de «perder» cierta parte de lo individual en pos del otro. Este es uno de
los más complejos ejercicios de equilibrio en la relación de pareja, mantener cierto
grado de intimidad a la vez que se comparte con el otro y se acepta la «frustración»
de tener que cederle tiempo, energía, espacio…, aunque esto también es amor. La
individualidad se complica más con la necesidad de camaradería y cooperación
cuando los hijos entran dentro de la pareja transformándola en familia.
J. Willi (1978, p. 21) propone tres principios funcionales que se han de dar en toda
relación de pareja: 1. Que ambos miembros tengan la misma importancia en la
relación. 2. Que no se produzca en la pareja una situación en la que uno es siempre
progresivo, en el sentido de activo y fuerte mientras que el otro es siempre regresivo,
en el sentido de pasivo y débil. 3. Y relacionado con los dos últimos principios que
acabo de establecer, Willi enuncia la importancia del principio de deslinde.
Según este último principio, en la relación de pareja tan negativo es que ambos se
hallen fusionados, sin límites, como que cada uno haga una vida totalmente aparte de
la del otro. Pero también se refiere, en mi opinión, a la difícil tarea de mantener el
30
equilibrio entre la propia intimidad y la parte de esta intimidad que se pierde y a la
que se renuncia en detrimento de la pareja. Fromm decía algo así como que lo difícil
de la pareja era ser dos siguiendo siendo uno.
A la vez, este principio de deslinde se relaciona no solo con los límites internos de
la pareja sino también con los límites que esta mantiene con el exterior. Ambos
límites han de ser equilibrados. Cuando hablemos del establecimiento del
enamoramiento veremos que una de sus cualidades es la rígida fijación de límites
entre uno y otro dentro de la pareja, produciéndose una fusión casi simbiótica
dependiendo del caso. Cuando esto se mantiene a lo largo del tiempo, sin embargo,
ya estamos hablando de una patología dentro de la relación de pareja.
7. Una relación de pareja a medio o largo plazo necesita de posicionamiento y
nominación. Es decir, la pareja, o al menos siempre uno de los miembros, con el
tiempo confrontarán al otro con «qué somos» y «a qué atenerse». Los «follamigos»,
«amigos con derecho a roce» y «rollos» solo lo son en virtud de un acuerdo tácito, o a
veces explícito, dependiendo de la pareja, de que lo son. Aun así, la experiencia nos
muestra que cuando esto se mantiene en el tiempo es muy complicado que uno de los
dos no tense la cuerda. A menudo hay una intención en uno de los miembros de ir
más allá. Esto rompe el equilibrio generando un punto de inflexión a través del cual la
relación se rompe, continúa nominada de alguna manera (noviazgo, estar saliendo…)
o puede entrar en una nueva situación de enganche donde uno quiere mantener su
estatus y el otro tener cada vez mayores implicaciones emocionales. Pero, desde
luego, es poco probable que la relación se mantenga indefinidamente en la
ambivalencia o en la falta de definición.
Aquello de «mientras dure», termina definitivamente con cualquier relación.
Los siguientes principios se pueden considerar de naturaleza cultural:
8. Como comentábamos anteriormente, la idea de amor romántico con todas sus
consecuencias y lo que se espera que un miembro de la pareja haga por otro y
viceversa, es una construcción cultural.
9. Por ello es sumamente dificultoso tratar de mantener una relación profunda a la vez
que abierta. En el imaginario de muchas personas está el poder mantener con la
pareja una buena relación de amor y compañerismo profundo a la vez que se pueden
tener aventuras e incluso un amante. Ante el hecho de «se puede estar enamorado de
dos personas a la vez» cabe decir que psicológicamente es negociable y discutible.
Pero culturalmente, no. Nuestra cultura sanciona abiertamente estos comportamientos
en mayor o menor grado, dependiendo este grado sobre todo de aspectos morales y
religiosos.
10. Una pareja, aparte de ser un sistema, se relaciona con otros sistemas que a la vez
interaccionan con ella, la envuelven, fusionan etc. Por ello la edad de la pareja, su
estatus, si tienen hijos o no, es decir, lo que se ha venido denominando el ciclo vital
de la pareja, tiene significados diferentes dependiendo de la sociedad y cultura a la
31
que esté vinculada. Un ejemplo de ello son las instituciones que se han de tener en
cuenta no solo en la pareja en sí, sino hasta en la forma en cómo debemos realizar los
profesionales una psicoterapia de pareja (M. Millán, 2010). Los principales sistemas
de referencia con los que interactúa la pareja son: la familia de origen, la familia que
crea la pareja, la sociedad y la cultura.
11. Para que una relación de pareja sea sólida y firme no es preciso cultivar una relación
de amistad previa que lleve al enamoramiento. Las relaciones basadas en «flechazos»
que provocan enamoramientos rápidos también pueden ser duraderas y profundas. Es
decir, no necesariamente se tiene que conocer la pareja antes de serlo, pueden
empezar a serlo mientras se conocen sin que esto tan importante como se cree para
que la relación tenga éxito.
Al respecto, J. Willi (2004, p. 22) desarrolló una interesante investigación en la
que se observa en una de sus conclusiones que no había prácticamente diferencias
entre las parejas que se habían enamorado tras un tiempo de conocerse de las que se
habían enamorado súbitamente. No había grandes diferencias en cuanto a la
satisfacción que decían tener tiempo después con su pareja. Del mismo modo, los dos
tipos de pareja eran igual de estables a lo largo del tiempo no observándose
diferencias.
32
1. Capa fina del cerebro característica por ser la más reciente en aparecer en nuestro cerebro y por tener una
mayor densidad neuronal y gran interconectividad neuronal. Entre otras funciones el neocortex está implicado en
procesos complejos sensoriomotores y cognitivos.
2. Los conceptos de exaptación y crossmodalidad, se utilizan en paleoantropología para referirse a
características de un ser vivo que, en principio, tenían una función pero que evolutivamente se han aprovechado
para otros fines. El ejemplo prototípico es el de las plumas de las aves, en un principio tenían la funcionalidad de
dar calor pero en una exaptación han servido para que posteriormente pudieran volar.
3. Según la Estadística de nulidades, separaciones y divorcios, publicada por el Instituto Nacional de
Estadística en sus últimos datos (<http://www.ine.es/prodyser/pubweb/espcif/2012/files/assets/seo/page16.html>),
en 2010 se produjeron 110.321 disoluciones matrimoniales, lo cual supone un 3,9% más que en 2009 y un cambio
en la tendencia descendente de las rupturas iniciada en 2007. Los divorcios representan el 93,3% de las rupturas.
La Estadística de nulidades, separaciones y divorcios indica que en 2011 se produjeron 110.651 disoluciones
matrimoniales (<http://www.ine.es/jaxi/tabla.do>).
4. Lo que se espera que ha de ser el matrimonio rompe, en ocasiones, hasta con la sentencia que se cree como
universal de «obligaciones económicas recíprocas» que se suele tener del matrimonio con hijos (familia nuclear)
que es, o al menos debe de ser, autónoma económicamente. En muchas culturas esto no era así por predominar
una estructuración familiar centrada en la poliginia o en la familia extensa. De esta manera no hay autonomía
económica porque hay otra estructura familiar superior y de mayor importancia en esa cultura.
5. El nadle es hermafrodita por su ambigüedad genital (Bolin, 2003, p. 237). El falso nadle por tanto se hace
pasar por un nadle. Con ello consiguen derechos de los cuales carecen el resto de navajos.
6. Los trobiandeses o trobiand constituyen un ejemplo de cultura «primitiva» estudiados por el antropólogo
polaco B. Manilowski a principios del siglo XX. Es para la mayor parte de los antropólogos el primer estudio
etnográfico exhaustivo de una cultura. Los trobiandeses residían en las Islas Trobiand, un pequeño archipiélago de
Papua Nueva Guinea. Sus costumbres fueron estudiadas pormenorizadamente por Malinowski (1922) dando lugar
a multitud de publicaciones que son referencia todavía hoy para el estudio de la etnografía.
33
III. Las condiciones iniciales. Por qué es tan
importante el comienzo de las relaciones
¿Qué puede hacer un enfoque dinámico? Un enfoque dinámico puede cambiar la manera de pensar
acerca del desarrollo y puede cambiar la forma en cómo se lleven a cabo las investigaciones en el
desarrollo. Una vez que comenzamos a tener una perspectiva del desarrollo desde los enfoques dinámicos,
encontramos ideas tan poderosas que no podríamos volver atrás hacia otras líneas de pensamiento.
THELEN y SMITH (1994, p. 341)7
34
1. La pareja como un fenómeno no lineal
A finales del siglo XX, autoras como la desaparecida Esther Thelen, adoptaron para la
psicología evolutiva y del desarrollo la aplicación de un marco teoricopráctico distinto a
los que eran utilizados hasta entonces denominados sistemas dinámicos no lineales, en
los cuales está implícita la Teoría del caos. Es a partir de estos novedosos puntos de
vista cuando se comenzó a tener en cuenta que el comportamiento humano podría
estudiarse desde puntos de vista no lineales (Thelen y Smith, 2003; Van Geert, 2003), a
diferencia de como se había hecho hasta entonces.
En este planteamiento es en el que estoy moviéndome en la última década para
explicar fenómenos como la psicopatología humana o la relación terapeuta-paciente
(Guerra Cid, 2011a, 2012a) y por supuesto las relaciones de pareja. Así, uno de los
principales sustentos teóricos de este libro se basa en una perspectiva de la pareja como
algo que no es simplemente lineal. Con lineal me refiero a un sistema con previsibles
causas y efectos o con mecanismos que siempre funcionan de la misma manera. Pero la
realidad es más compleja.
Las teorías de sistemas dinámicos no lineales nos invitan a observar cómo un sistema,
como lo es una pareja, cambia no tanto por cuestiones lineales como por reiteraciones
recursivas.8 Me explico: pequeños procesos repetidos en varias situaciones dan lugar a
un cambio más complejo en la pareja. Pero ese cambio complejo sigue siendo reflejo, a
su vez, de los pequeños cambios producidos y acumulados hasta entonces. Es como esos
fractales que se estudian en matemáticas y que dan lugar a unos gráficos en los cuales si
cortamos un trozo y lo ampliamos, observamos cómo dicho trozo reproduce al original;
un ejemplo de fractal natural sería un copo de nieve o una nube. Si tomamos un pequeño
trozo de un copo de nieve y lo aumentamos veremos que tiene tendencia a parecerse al
copo original.
Algo semejante ocurre en las relaciones profundas e íntimas: pequeñas escenas o
episodios de grandes crisis reproducen en realidad cómo ha ido realizándose todo el
proceso. En una relación de pareja, el influjo no va de uno a otro sino que los dos se
influyen mutuamente en su interacción (retroalimentación). Esto tiene entre otras
consecuencias que ambos pueden provocar cambios en el otro. Así hay un nuevo proceso
de emergencia, y aunque los factores que influyen en la relación sean muchos y variados,
ese caos que al final constituye tiene cierto orden, porque el propio sistema que es la
pareja hace que se estructure en nuevas formas de relación entre ellos.
Un buen ejemplo es la relación entre un sádico y un masoquista, la cual, si fuera
lineal, haría que el sádico siempre tomase la batuta, sin embargo el masoquista influye
en él o bien para que sea más violento y sádico o bien para que a su vez se haga
dependiente del «débil». Entonces el sistema, que en principio es el mismo, crea, fruto
de la tensión y de la influencia recíproca de ambos, un equilibrio donde puede que el
35
sádico pase a ser pasivo y dependiente porque necesita la presencia del débil para dar
rienda suelta a sus necesidades agresivas. Todos estos conceptos se irán aclarando a lo
largo del libro con múltiples ejemplos y explicaciones.
36
2. ¿Por qué hasta el aleteo de una mariposa lo puede cambiar
todo?
En marzo de 2012, tuve el placer de participar en la conferencia internacional anual de
IARPP9 que ese año se celebró en Nueva York. Allí presenté un trabajo sobre cómo
determinados sucesos, que son conocidos comúnmente como efecto mariposa, provocan
reacciones y cambios imprevistos o incluso consecuencias más graves o intensas de lo
que se esperaba en un principio. Como decía, estas teorizaciones pertenecen o, más bien,
se relacionan con las denominadas Teoría del caos y Teorías de sistemas dinámicos no
lineales. Estas teorías se están aplicando en los llamados sistemas complejos. Un
«sistema complejo» es desde la meteorología hasta los procesos de hominización por los
cuales se suele decir que nos hemos transformado «de mono a hombre», pero que
también se están aplicando a las ciencias humanas como la antropología (Ramírez
Goicoechea, 2005, 2011) o la psicoterapia psicoanalítica sobre todo en lo que concierne
a la importancia de la relación terapéutica (Selligman, 2005; Lyons-Ruth, 2010; D.B.
Stern, 2010; Marks-Tanlow, 2011; Martínez Ibáñez, 2013).
Básicamente, cuando hablamos de sistemas dinámicos no lineales hablamos de
fenómenos muy complejos. Nos referimos a sistemas complejos en los cuales hay gran
variedad de relaciones entre el sistema: de interacciones, interconexiones,
retroalimentaciones (influencias mutuas) y microprocesos. La consecuencia de todo ello
es que al haber tantas variables es sumamente complicado establecer predicciones de lo
que va a ocurrir en el sistema.
Como el lector observará, lo que pretendo mostrar en todo este libro es que las
relaciones de pareja son un sistema de este tipo, en los cuales es difícil predecir aspectos
comportamentales y emocionales del mismo. Volvamos al ejemplo de una relación
sádico-masoquista donde hay intensidad emocional, en la cual uno de los miembros trata
con humillaciones y desprecio al otro. Si fuera un sistema predecible, pensaríamos que
inmediatamente la relación se romperá. Sin embargo esta es la opción que menos suele
ocurrir. El sistema de esta pareja puede hacer que la situación sea cada vez más intensa y
continúe con un maltrato cada vez mayor, incluso acabe en asesinato. Pero también
puede que se cambien los roles de manera paulatina (o brusca) y el maltratador sea
maltratado. Incluso puede que ambos se muestren sádicos contra un tercero, etc.
Retomando el asunto de los efectos mariposa, y para seguir conociendo estas teorías,
ha de decirse que un efecto mariposa no es lo mismo que un efecto dominó, aunque
puedan guardar semejanzas. En primer lugar, en el efecto dominó todas las variables
tienen más o menos la misma importancia (una pieza tira a la otra), en los efectos
mariposa, ubicados en una Teoría del caos, no todas las acciones provocan la siguiente
acción ni tienen la misma importancia, por lo que es complicado explicar la
37
consecuencia de una acción determinada. Y cabe decir en este momento que con caos no
nos referimos en estas teorizaciones a su sentido lato de algo desorganizado y sin orden.
Más bien nos referimos a un sistema que se autoorganiza pero con multitud de variables,
siendo difícil predecir los resultados.
En un efecto mariposa son, sobre todo, las condiciones iniciales las más importantes
por ser más sensibles a los cambios y provocar mayores variaciones, a esto se le
denomina sensibilidad dependiente. De momento, puede que las explicaciones resulten
muy abstractas, pero iré dando ejemplos que clarifiquen la situación.
Voy a situar brevemente al lector: entiendo que ni la psicopatología humana, es decir, la
manera en cómo las personas nos desajustamos psicológicamente, ni la forma en cómo
establecemos y mantenemos relaciones (desde las primeras madre-hijo, las terapéuticas o
las de pareja entre otras) son lineales. Con lineal me refiero a la teoría que dice que una
acción tiene una consecuencia, esta lleva a otra y así sucesivamente. Pero en la teoría del
caos lo que ocurre más bien es que una acción lleva a una consecuencia pero después de
pasar por múltiples variables, las cuales no siempre se relacionan a priori entre sí.
Cuando el meteorólogo y matemático americano E. Lorenz (1972) impartió una
conferencia sobre la posibilidad de que el aleteo de una mariposa en Brasil provocara un
tornado en Texas, comenzó el camino para mostrar en qué consistía el efecto mariposa
(Butterfly effect). Utilizando variables de predicción y a través de complejas fórmulas
matemáticas, demostró que básicamente son dos los elementos que hacen que haya
consecuencias impredecibles a medio y largo plazo: las condiciones iniciales en las que
se da el fenómeno y los atractores10 que mantienen esas condiciones iniciales todo ello
conducido por factores de sensibilidad dependiente unos de otros.
Bien, dicho esto tengo claro que, a pesar de que el mismo Von Bertanlanffy (1979, p.
145) señaló en su Teoría General de Sistemas que todos los sistemas tienen ciertos
aspectos y correspondencias comunes, no se puede hacer una generalización y aplicar
directamente los presupuestos de una ciencia dura como las matemáticas a las ciencias
sociales. Sin embargo, entiendo que metafóricamente sí son aplicables muchos de estos
conceptos para explicar tanto la psicopatología humana como las relaciones (Guerra Cid,
2011b, 2012a). Para que esa mariposa cree un tornado en el otro lado del mundo, han de
producirse determinadas condiciones iniciales que potencien ese hecho. Además, esas
condiciones iniciales están asociadas a un periodo de máxima sensibilidad (como decía
anteriormente, en la Teoría del caos a esto se le denomina sensibilidad dependiente).
En la psicopatología humana las condiciones iniciales, con su sensibilidad dependiente,
se refieren básicamente a la primera y segunda infancia. Aquí los hechos traumáticos son
especialmente relevantes y determinantes tanto en la formación de esa identidad como en
los síntomas patológicos que pueda tener. A esto ha de añadirse además que todo aquello
que es traumático es siempre subjetivo y depende de los filtros, vivencias, interpretación
y respuestas del entorno ante aquello que le resulta a un individuo como doloroso
psicológicamente (Stolorow y Atwood, 1992; Orange, Atwood y Stolorow, 1998).
38
Tenemos la tendencia a pensar que son grandes traumas los que provocan
enfermedades mentales o síntomas psicológicos difíciles de erradicar. Sin embargo, a
través del trabajo clínico la experiencia muestra que también tienen importancia otros
sucesos: a menudo pequeños episodios que para algunas personas no constituyen trauma
ninguno son altamente significativos en la construcción del self11 de otra.
Pongamos, por ejemplo, cuatro chicos preadolescentes que juegan entre ellos a
«como si mantuvieran relaciones sexuales», entre bromas y comportamientos de
«machito». Para tres de ellos todo es una broma, algo gracioso a lo que puntualmente les
ha dado por jugar. Quizá uno de esos tres, al recordarlo, le puede parecer simplemente
vergonzoso. Pero para el cuarto consiste en una obsesión acerca de su identidad de
género, algo que en el futuro le llevará a tener una enfermedad obsesiva de carácter
grave. ¿Por qué? Básicamente porque su identidad estaba previamente comprometida,
probablemente ya era frágil y esto termina por desbordarle.
Retomando la teoría para la aplicación en las relaciones de pareja, cuando la gente
empieza una relación a priori bonita y desinteresada, en principio ni ellos ni los
observadores externos pronosticarían que dicha relación podría volverse destructiva y
adictiva para ambos. Si, por ejemplo, en esa relación se comenzó con premisas acerca de
que lo importante en el amor es el cuidado incondicional por encima del interés propio y
eso no se cumple, dicha premisa puede volverse contra ellos a lo largo de la relación y
convertirla en un infierno. A la vez, la dinámica del reproche y de esperar del otro que
haga lo que se espera de él la puede «eternizar» en una parodia de relación que
constituya una adicción amorosa.
Gran parte de los problemas de pareja que vamos a ver a lo largo de este libro tienen
que ver con sus aspectos adictivos.
Y una adicción afectiva y amorosa connota: pérdida de libertad,
dependencia de otro y/o del concepto de estar en pareja para tener
autoestima y seguridad además de una acusada pérdida de perspectiva
de las cualidades propias y ajenas. La adicción amorosa puede ser
dependiente solo de un miembro al otro. Aunque lo más común es que
haya codependencia encontrándose dependencia mutua y una
afectopatología.
39
3. Donde todo empieza: ¿por qué son de importancia las
condiciones iniciales en una pareja?
Cuando se comienza una relación, sobre todo si tiene visos de ser mantenida en el
tiempo, se tienen gran cantidad de expectativas. Estas, junto con el momento personal de
cada uno de los protagonistas, crean las condiciones iniciales del fenómeno «caótico» de
la relación de pareja con su consecuente «sensibilidad dependiente».
A menudo, los terapeutas y la gente en general, infravaloran la importancia de cómo
comienza una relación. Por ejemplo, para quien haya leído Romeo y Julieta supongo que
no se le escapará que todo el drama de Romeo comienza porque venía de un fuerte
despecho con otra mujer. Entonces fue convidado por su amigo Benvolio a una fiesta en
la cual conocería a Julieta, enamorándose perdidamente de ella. Su interés por ella
parece claramente incrementado porque repara la pérdida del anterior amor, lo que es
fundamental en la consecución de su enamoramiento (y de la posterior tragedia
desencadenada).
En las parejas, las expectativas que se tienen tanto del otro como de lo que va a ser la
relación en sí son fundamentales para entender tanto el enamoramiento como un buen
mantenimiento o el fracaso de esa relación en el futuro. E insisto en que esto es
importante que lo diferenciemos. No es lo mismo lo que se espera del otro como
individuo que lo que se espera de la relación como tal. Por ejemplo, el otro como tal
puede «darme compañía», pero una relación de pareja o estar/tener pareja «me puede dar
un estatus diferente» no siendo tachado de solterón o solterona e incluso de fracasado/a,
algo que todavía es motivo de muchas críticas en algunos círculos culturales.
Obviamente, la expectativa que se tiene de la relación de pareja se deriva, en cierto
modo, de lo que espero del otro. Pero lo que es la pareja en sí, su expectativa y su
evolución, ya no será un yo ni un tú sino un «nosotros» con autonomía propia (la
terceridad). Podemos decir que en este sentido la relación de pareja es además un
fenómeno autopoiético12 (Valera, Maturana y Uribe, 1974; Luhmann, 1998).
A menudo se tienen pensamientos acerca de que el otro «va a completarme», «hará
que no me sienta solo», «me cuidará», «reparará el daño que me han hecho otros»… En
sí son expectativas ideales que se pueden cumplir o no, y que pueden tener que ver con
la realidad o no. De todo ello se deduce que no es tan simple encontrar una buena pareja
por una cuestión de suerte, hay múltiples factores conscientes e inconscientes que
dirigen hacia la elección de pareja (Guerra Cid, 2006) y nada tienen que ver con el azar
sino con las expectativas y automatismos derivados de las condiciones iniciales de
nuestra vida.
A esto hemos de añadir que en el arte del cortejo el otro trata de dar una imagen ideal
para parecer mucho más atractivo en todos los aspectos de lo que en realidad es. Esta
40
manera de actuar es un circuito que se retroalimenta mutuamente. Uno de los mayores
expertos en terapia de pareja del mundo, Jurgën Willi (2004, p. 227), aconseja a los
terapeutas que exploren siempre cómo se inició la relación, así como que se observe qué
esperaban el uno del otro, o cuál fue la imagen con la que se quedaron del otro en los
primeros momentos del enamoramiento, esto es: la expectativa.
Esta circunstancia es muy curiosa dado que el otro ve en la futura pareja una
proyección de sí mismo ideal, mientras que el otro se comporta mucho más idealmente
de lo que realmente es. Dicha circunstancia comienza dando ya una imagen sesgada de
la realidad de esa pareja, la cual se verá incrementada con la expectativa que se tiene del
otro. Esos roles que uno y otro llevan a cabo son sin duda temporales pero, por regla
general, la pareja considera consciente e inconscientemente que ha de mantenerlos como
prueba de amor y equilibrio siempre. Estas condiciones iniciales son básicas para que la
relación de pareja (el «nosotros», la «terceridad») esté sometida a una suerte de
perdurabilidad, algo que no ha de cambiar, un continuo «yo te voy a salvar, tú me
salvas».
Se ha de tener en cuenta que las condiciones iniciales no se refieren solamente al
comienzo de la relación, sino también a aquellos momentos puntuales en los cuales hay
un cambio importante en la dinámica de la pareja. Por ejemplo, el reencuentro después
de una ruptura prolongada de la pareja o, más aún, el nacimiento de un hijo. Este último
establece otras condiciones iniciales donde se va a ver el comportamiento de los padres
con el niño y entre ellos. Por supuesto esto está ya influido por anteriores condiciones
iniciales, aunque los atractores pueden variar o, como es más común, sincronizarse y/o
complementarse.
Caso 1. Juan y Violeta
A continuación pasaré a hablar del primero de los casos que nos servirán para ilustrar lo
explicado. Se trata de dos jóvenes que inician una relación con ilusión y buenos
propósitos. Violeta está literalmente amargada con la relación que mantiene con su
hermano, alguien tirano y arrogante que siempre se está metiendo en cómo ha de
organizar su vida. Juan, por su parte, es una persona que ha estado largo tiempo
parentalizada, es decir, abocado a llevar un rol de cuidador de su familia desde que era
prácticamente un niño (algo así como ser padre de sus hermanos, de su madre y de su
padre).
Esta familia de la que tenía que cuidar, en la actualidad sigue siendo un grupo
inmaduro que a menudo no sabe llevar ni las cuentas económicas ni hacerse cargo de las
consecuencias que sus acciones impulsivas tienen a menudo, como por ejemplo créditos
pedidos a bancos para comprar cosas innecesarias.
Juan había iniciado un tratamiento psicoterapéutico poco antes de conocer a Violeta.
Era un hombre inseguro, con baja autoestima y muy pendiente de la opinión ajena. Le
preocupaba que si tenía pareja esta le fuera infiel y así se convirtiera en motivo de mofa
social, algo que le avergonzaría mucho. A través de sus encuentros con el terapeuta
había ido resolviendo que no podía tener el rol de salvador de manera constante. Violeta,
41
en las condiciones iniciales que comienza la relación, espera precisamente eso: un
hombre capaz de salvarla de su situación familiar insostenible con su hermano. Pretende
que Juan la lleve pronto a vivir con él para no tener que vivir en su casa y, además,
piensa que con su amor y compañía la nutrirá de todo lo que ella siente que le falta:
afecto, compañía, comprensión, seguridad…
En un principio Juan también tiene necesidades de ser cuidado, dado que él siempre ha
sido salvador. Con el curso de su propio proceso personal de psicoterapia13 comienza a
entender que no es «buen negocio» comenzar relaciones simbióticas con otra persona al
igual que le había ocurrido con otra novia con la que había roto el año anterior. Esto
quiebra claramente la tendencia que el sistema en sus condiciones iniciales pretendía:
una co-dependencia entre ambos.
A partir de este momento, la relación se empieza a transformar en lo que algunos
denominamos una «relación de enganche» caracterizada por la falta de independencia de
los miembros, el drama continuo con sus discusiones y «escenitas» además, por
supuesto, de la infelicidad de ambos. Las condiciones iniciales buscan repetirse pero
Juan no quiere ser dependiente, por lo cual ahora lo que le agobia es la actitud de su
novia: no le deja espacio, le llama al trabajo insistentemente y le demanda continuas
pruebas de amor.
Juan se plantea la ruptura de la pareja. Cabe decir que en otras circunstancias en las
cuales no hay un cambio real como el que produce a menudo una psicoterapia profunda,
las parejas pueden estar años obsesionadas con que pueden cambiar la relación y que
esta será diferente, girando en torno a las mismas escenas y disposiciones. Pero este
cambio es algo imposible si no hay una variación profunda e intensa de, al menos, uno
de los protagonistas. Un cambio psíquico profundo que implique nuevas estrategias,
patrones y afectos en la manera de relacionarse consigo mismo y con los demás.
Juan, al haber realizado este cambio a través de su psicoterapia, intenta provocar que
haya también uno en su pareja. Esta solo cambia en virtud de tratar de darle celos, algo
que solo durará el tiempo que Juan tarde en aprender que si Violeta le es infiel o tiene
una aventura no le convierte a él en un perdedor, recordemos que esta era una de las
cuestiones que más obsesionaba a Juan. Sin esta baza atrayente Violeta tiene poco que
hacer para mantenerle enganchado, en el sentido de «enganche neurótico». Rotos los
atractores neuróticos y sin capacidad para que haya atractores de salubridad y
crecimiento conjunto (los cuales son a su vez detractores neuróticos) las relaciones de
este tipo están siempre abocadas al fracaso. Finalmente, Juan rompió la relación.
42
4. Algo común a todos nosotros en la búsqueda afectiva: el
desfondamiento radical humano
Aparte de estos elementos que he ido delimitando en el presente capítulo, y que son de
importancia en el inicio de la relación, cabe citar otro que en mi opinión es de gran
importancia en las relaciones humanas en general, siendo uno de sus máximos
exponentes el amor de pareja. Este concepto, de corte más antropológico, y por el que
Luis Cencillo (1971) ha pasado a la historia del pensamiento, es el desfondamiento
radical.
Según este concepto, si hay algo común en la base antropológica del ser humano es
que pese a nacer, como la neurociencia está demostrando, con un enorme potencial para
el establecimiento de relaciones, no estamos programados para tratar eficazmente
nuestro mundo emocional interno ni el relacional con nuestros congéneres. Esta paradoja
se produce porque pese a que, en mi opinión, nuestro cerebro —relacional— está
sobradamente preparado para la interacción, siendo probablemente uno de los
principales motivos por los que se produjo el salto evolutivo que nos ha llevado al
sapiens sapiens, no ha evolucionado en la misma medida la capacidad de gestionar los
afectos. ¿Llevará la evolución a que esto sea algo cada vez más humano y automático?
Estoy convencido de que sí porque es la gran esperanza hacia la adaptación, al menos la
social.
El autor español señala en un escrito en el que recopila cómo llegó a su sistema de
pensamiento desde los años 50 del pasado siglo (Cencillo, 2004, p. 24), que cuando se
puso a estudiar cuál era el principal objeto de estudio de la antropología observó que era
el hombre, pero no en su cualidad más predominante, la racionalidad, sino en su
desprogramación, en su desfondamiento. Una ausencia de base biológica dada para
«Optar, conocer, valorar, producir, alimentarse…» (Cencillo, 2001, p. 39). Al no
contener estas cuestiones desde un inicio, el hombre habrá, por tanto, de «aprehenderse»
y vivenciarse tanto desde su consciencia como desde la vida inconsciente. Por tanto
hemos de tener en cuenta que:
Nacemos sin programar y la infancia se nos va en que nos programen; las más de las veces nos lo hacen mal
(o enganchamos mal con lo que nos dan) y no acertamos a saber querer, ni siquiera a saber lo que se quiere.
(2000, p. 25)
Buscamos, pues, «fondarnos» en los demás. Nuestras figuras de apego en la infancia
y nuestros referentes afectivos a partir de ese momento. Nos «fondamos» también a
través de la cultura, sus funciones y sus símbolos. A mi parecer, entonces el
43
desfondamiento humano es básico en la explicación de las condiciones iniciales de una
relación. Curiosamente el desfondamiento es el origen de la búsqueda y a la vez el
problema por el cual es tan costoso el proceso de encaje con el otro. El desfondamiento
nos lleva a la búsqueda de otros que nos «fonden», aprendemos sobre la marcha cómo
comportarnos emocionalmente, cómo manejar y gestionar nuestros afectos. El otro nos
«fonda», nos hace alejarnos del precipicio de la soledad existencial. Pero a la vez, el
estar desfondados, hace que tengamos problemas en la manera de demandar los afectos a
los demás y de comprender los propios. Lo cual, paradójicamente, tiene como resultado
los problemas de relación.
44
7. La traducción de la cita, realizada por mí, está extraída del epílogo del libro citado en la bibliografía.
8. Explicaré brevemente a qué se refiere esta expresión que tiene su origen en las matemáticas. A partir de los
conjuntos de Julia, la fórmula que normalmente se utiliza para explicar los fractales para el Conjunto de B.
Mandelbrot es
.
Esta fórmula es reiterada continuamente. Esto produce una retroalimentación entre el input y el output de la
fórmula. Al poner estos resultados y codificarlos en diferentes colores, obtenemos un plano gráfico que suele
mostrar una figura. De este modo, donde convergen los resultados de la solución estable de la fórmula se observan
puntos fijos (atractores) en el gráfico, que se suelen representar coloreados de negro. Mientras que los atractores
subyacentes caóticos se representan de otros colores diferentes.
Cuando tomamos una parte de este gráfico observamos el fenómeno de autosimilitud. Esta puede ser exacta o
puede haber pseudoautosimilitudes. En cualquier caso, la tendencia es que si tomamos una parte o sección del
fractal representado gráficamente, observamos que esta parte guarda una gran similitud con el original. En general
parece que el fractal pequeño reproduce al mayor.
9. International Association for Relational Psychoanalysis and Psychotherapy.
10. No existe un único tipo de atractor. Los atractores pueden ser extraños, caóticos o regulares (Martínez
Ibáñez, 2013, p. 90), pero siempre van a crear tendencias en el sistema aunque, por supuesto, puedan
transformarse.
11. El concepto de self que se citará varias veces en el libro, puede traducirse de manera genérica como
identidad y/o sí-mismo. Sobre todo con la imagen que cada uno tenemos de nosotros mismos, la cual contiene
cualidades, defectos, habilidades, etc. de índole físico, psicológico y emocional. A lo largo de la obra iremos
profundizando sobre ese concepto y viendo las distintas dimensiones que contiene.
12. En antropología y sociología aplicada, el concepto de autopoiesis es muy utilizado hoy en día.
Básicamente, con autopoiético nos referimos a aquellos sistemas que son autónomos y tienen la capacidad de
autoorganizarse tanto en relación con sus elementos internos como con los externos.
13. A lo largo del libro voy a referirme mucho al concepto de psicoterapia como herramienta básica para la
estabilización psíquica. Mi base siempre ha sido el método Psicodialytico de Cencillo, aunque he dado un giro
hacia los aspectos de su método más relacionales. Estos planteamientos los he situado en consonancia con las
investigaciones del «Boston group» (BCPSG), y en conexión con aspectos teóricos relacionales e intersubjetivos
actuales. Sobre todo en lo referente a la técnica psicoanalítica. En mi visión esto ha producido cierto detrimento en
cuanto a los aspectos más relacionados con el mundo intrapsíquico y pulsional, que aunque no niego que tengan
cierta relevancia no me parecen nucleares.
Así, mi propuesta a través de esta integración y desde lo articulado en otros trabajos (Guerra Cid, 2008, 2011,
2012a, 2012b; Guerra Cid y Jiménez, 2011) es un enfoque que denomino dialytico-relacional (2011, 2012b), de
base antropológica pero centrada más en la técnica y práctica psicoanalítica relacionada con el vínculo terapéutico
y sus conexiones con los déficits estructurales y afectivos del ambiente del infante. A este respecto entiendo tanto
la etiología de las neurosis como la relación terapéutica desde un sistema dinámico no lineal en el cual es muy
importante la sensitividad dependiente de determinados parámetros así como factores que funcionan como
atractores. A través de la práctica clínica propia y de mi grupo vamos avanzando en esta perspectiva terápica y
teórica.
45
IV. Sumando condiciones iniciales: cómo y por qué
nos enamoramos
Cuando llegue el momento, el amor y la muerte caerán sobre nosotros, a pesar de que no tenemos ni un
indicio de cuándo llegará ese momento. Sea cuando fuere, nos tomarán desprevenidos.
Z. BAUMAN (2003)
46
1. El amor y su dificultad de definición
Como es sabido, el amor, quizá por su intangibilidad, ha sido un tema muy poco tratado
en relación con otros dentro tanto de la psicología como de las ciencias de la salud y
sociales, como por ejemplo la antropología.
El amor en sí es difícilmente definible, con el añadido de que en su definición, a
menudo, incluimos elementos morales. Por ello siempre he pensado que para definir el
amor hemos, más bien, de aislar los componentes que tiene. Eric Fromm, un brillante
psicoanalista de corte sociológico, relacionó el amor con un arte, de ahí que, siguiendo
analogías con disciplinas artísticas, optara por darle a su libro más famoso el título de El
arte de amar (1956). Como todo arte, el amar a otra persona connota la necesidad de
ocuparse y preocuparse de ella, de dedicarle tiempo y, por supuesto, de tratar que el
resultado sea el mejor posible. En este caso, el resultado sería un mayor número de
momentos de encuentro entre los dos, de calidad e intimidad afectiva-emocional (que
puede conllevar o no a la sexual) y el camino necesario para obtenerlos.
Por eso Fromm delimita cuatro componentes básicos para que el amor se produzca
con calidad.
1. Responsabilidad sobre la persona amada. Es decir, responder efectivamente a las
demandas y necesidades objetivas del otro.
2. Respeto por la persona amada. Supone un ejercicio de empatía sobre las vivencias e
ideas del otro. Esto implica, en mi opinión, por un lado el no tratar de cambiarle a
toda costa o hacerlo «a diseño» de como nos gustaría que fuese. Por otro implica un
grado de desnarcisización que implique el «salir de mis propias apetencias y deseos
momentáneamente para escuchar la demanda del otro».
En esta circunstancia, para mí también es importante el respeto por la
individualidad del otro y por sus características, puesto que siempre he pensado que
querer cambiar al otro a toda costa está enfrentado al amor. Como señalaba el
profesor Cencillo: «Una de las propiedades más fundamentales del amor y del cariño,
pero de las que menos se cumplen, es el respeto a la individualidad del otro» (2002a,
p. 151).
3. De la anterior «desnarcisización» resulta la necesidad de un conocimiento por el
objeto amado. El amante liberado de su egoismo y apetencias subjetivas se interesa
por conocer al otro, que es fundamental para llegar a sentir lo que el otro siente.
4. Preocupación activa por la vida y el crecimiento personal del otro que amamos. Es lo
contrario de la negligencia y el pasotismo observado a menudo en muchas parejas,
donde uno de los dos miembros (cuando no los dos) está ajeno y despreocupado
esperando que el otro reconquiste o haga un preciso acto de amor «que llene»
momentáneamente. En conceptualizaciones actuales sobre la teoría de la mente
47
diríamos que ha de haber una predisposición a querer leer y entender profundamente
al otro.
En los numerosos casos de maltrato físico y/o psicológico en los que he trabajado
directa o indirectamente trato de confrontar siempre al paciente con estos cuatro
principios, además de otros que iré desvelando, para que la persona observe con mayor
objetividad en qué puede consistir una relación de amor y en qué lugar tan lejano a esta
reside la falta de respeto y el maltrato hacia el otro.
En un trabajo realizado por mí anteriormente (Guerra Cid, 2006) también analicé
componentes del amor, con un enfoque dirigido al conocimiento global de ciertas
problemáticas, el tratamiento clínico y el diagnóstico de los desajustes mentales y de
pareja. En esta obra continuaré con ese enfoque primordialmente en conexión con la
teoría de la colusión de Willi (1978). Por el momento expondré (añadiendo matices a
aquel escrito que realicé) cuáles son los componentes del amor fundamentales en los que
nos hemos de fijar para analizar la salubridad de la relación de pareja, así como el grado
de ajuste de cada uno de sus miembros.
El amor enfocado hacia la pareja es sano si contiene en una medida equilibrada los
siguientes componentes:
1. El amor hacia otro tiene que ser altruista. Ha de ser, en la medida de lo posible,
desinteresado y dominado por la solidaridad. Siguiendo al antropólogo D. Schneider
«el amor se puede traducir libremente como solidaridad duradera y difusa» (1968, p.
50).
2. En el acto de amar a otro ha de haber un juego constante de renuncia y cesión.
Siempre en términos equilibrados. Con esto no pretendo decir que el amor haya de
ser una constante renuncia de nuestros derechos, pero sí en muchos casos de nuestro
egoísmo. A ello se le une el ceder por el otro en determinados aspectos, o al menos
«darle el beneficio de la duda». Este componente se ve seriamente comprometido en
muchas de las parejas tratadas por los especialistas. La principal razón es que, a
menudo, los miembros de la pareja se empeñan en querer tener razón y llevar el
control de gran parte de lo que ocurre en la relación y en la vida cotidiana. Aquí no
hay apenas cesión por el otro y mucho menos renuncia a todo aquello que tenga que
ver con «salirse con la suya».
3. En el amor debe de primar la incondicionalidad en el apoyo y en el sostén emocionalafectivo de la pareja. Pero esta actitud no quiere decir que se apoyen a ciegas todas
las ideas y comportamientos del otro, sobre todo cuando estas impliquen pérdida de
libertad y derechos en los demás. No, más bien la incondicionalidad está más
relacionada con aceptar a la persona como es y no querer moldearla ni cambiarla a
toda costa (esto es un gran error puesto que paradójicamente son a veces los mismos
elementos que nos enamoran los que luego queremos cambiar).
La incondicionalidad es un ejercicio que tiene que estar ya en la base de la
relación de los padres con los hijos. A menudo, muchos padres proyectan sus
48
frustraciones en sus vástagos y quieren que sean como la imagen ideal que ellos
tienen en mente y que no han alcanzado. Entonces el inocente niño tiene que ser buen
estudiante, un atleta, un músico, experto en idiomas… Todo ello sin perspectiva lo
único que hace es eclipsar la auténtica personalidad del niño. En otras ocasiones, los
padres no aceptan físicamente a sus hijos o algunos de los elementos de su
personalidad, por lo cual el amor no es incondicional ni es vivido por el niño como
algo que siempre estará ahí para él. Así se empiezan a fraguar futuros desgraciados
con trastornos de la personalidad.
4. Otro factor a tener en cuenta en el amor tanto de pareja como general es la capacidad
de dar o de donación afectiva. Como señalé «Amar es darse al otro y ofrecer lo mejor
de sí a los demás» (2006, p. 138). Otro de los problemas habituales que se observan
en los problemas de pareja es que uno o los dos miembros se muestran muy recelosos
a la hora de darle al otro cariño, muestras de amor o señales de que se le necesita. Es
como si por hacer esto se perdiera o se fuera inferior al otro, cuestión muy
adolescente y hoy en día en exceso utilizada que se suele plasmar en «pasar del otro»
para que así te hagan caso. Buen caldo de cultivo para una futura relación sádicomasoquista.
En el fondo hay una angustia de vergüenza fundamentada o bien en el temor a que
el otro le rechace quedando uno como ridículo o a sentirse «pequeño» respecto de la
pareja. A su vez todo ello connota el no querer reconocer cierto grado no de
dependencia, sino de necesidad emocional que el otro aporta.
49
2. Distintas maneras de amar
Aunque, para mi propósito, a lo largo del libro me centro especialmente en el amor de
pareja de carácter más erótico y de profunda «camaradería», cabe citar otras maneras de
amar que, en la mayor parte de los casos, lo complementan. De las clasificaciones que se
han realizado sobre el amor destaco dos que me parecen de gran influencia en la
psicología y la sociología actuales: la de Erich Fromm y la de Robert Stenberg.
Para Fromm (1955, 1956) hay básicamente cinco tipos de amor:
1. El amor fraternal. Reservado para el amor en general entre los humanos, que incluiría
la solidaridad.
2. El amor materno. En el cual se produce (o debe producirse, dado que
desgraciadamente no siempre es así) un cuidado y responsabilidad de tintes
incondicionales y una actitud que inculque al niño un amor a la vida, aspecto este
último muy cercano al concepto de los instintos de vida de Ferenczi (1929) los cuales
habrían de injertarse en el niño. Estos instintos, que en sus escritos pedagógicos
señala, se antojan como fundamentales para la felicidad y el crecimiento afectivo
sano del niño.
3. El amor erótico. Diferente para Fromm del término «enamorarse». Para que el amor
erótico conduzca a una unión más prolongada debe de mezclarse con amor fraternal,
si no será puro sexo, pura descarga de impulsividad sexual, pero no habrá una
intimidad completa. La unión sexual solucionará temporalmente la sensación de
soledad pero no la resolverá será simplemente «orgiástico y transitorio».
Fromm se muestra muy crítico con la visión freudiana de que la ternura es
simplemente una sublimación de las pulsiones más sexuales. Por el contrario, para él
la ternura se produce como producto directo del amor fraterno (1956, p. 58).
4. El amor a sí mismo. Una de las propuestas básicas que se deduce de la lectura de
Fromm es que amar a los demás y amarse uno a sí mismo son dos hechos
complementarios, los cuales se influyen uno a otro de modo constante.
Lo de «amarse a sí mismo», como el lector habrá tomado en cuenta de primeras
tiene una automática connotación negativa, puesto que en principio suena egoísta y
patológico. Esto es porque, según el autor, tanto el psicoanálisis freudiano con su
visión peyorativa del narcisismo, como nuestra cultura judeocristiana con su visión
del amor por uno mismo como un pecado, han dado constantemente una lectura
negativa a esta característica. Sin embargo, el amor dirigido hacia sí mismo entendido
como un narcisismo constructivo, se antoja en la actualidad crucial para muchos
psicólogos por su capacidad para conocer nuestro sentido de identidad (S. Mitchell,
2002, p. 25).
Fromm recurre a la cita bíblica «Ama al prójimo como a ti mismo» para señalar la
50
falacia que supone que amar a los demás y amarse a sí mismo son hechos
contrapuestos y no complementarios. Pero no es lo mismo el egoísmo narcisista del
amor a sí mismo. Obviamente, como vemos a diario en la consulta, esas personas
tildadas de «narcisistas» siempre pendientes de sí y de su placer no aman a los demás
pero, por supuesto, tampoco se aman a sí mismas. En esas conductas egoístas y
hedonistas se destruyen y separan cada vez más del entorno. De ellas daremos cuenta
en el capítulo X dedicado exclusivamente a esta tesitura.
Entiendo que el amor hacia uno mismo no implica gratificación constante, ni
relacionarme con los demás para obtener algo, es decir manipulándolos —esto es
narcisismo puro y duro—. No, el interés por uno mismo connota la responsabilidad
de tratar de buscar nuestra felicidad y la compartamos, saber cuáles son nuestros
puntos flacos, nuestras virtudes, las potencialidades, las capacidades reales y, sobre
todo, poseer un conocimiento profundo de nuestra personalidad. Esto produce, a la
vez, el disfrutar con los demás, no a través de los demás. Por supuesto es más fácil
cuando se produce este amor hacia sí mismo encontrar una pareja más adecuada para
cada uno de nosotros.
5. El amor a Dios. Para Fromm la base del amor reside en la necesidad de superar la
sensación de separatividad, es decir, sentirse aislado, separado del entorno
circundante. Por ello el humano necesita conectarse en unión con otros y así superar
esta experiencia desarragaida de separatividad. El amor a Dios es para Fromm otra de
las vías que potencialmente puede alcanzar nuestra especie cuando media en el
individuo una creencia religiosa.
Por su parte, y desde otros posicionamientos teóricos, R. Sternberg (1988) señala que
los tipos diferentes de amor se producen en virtud de combinar los siguientes
componentes:
1. Intimidad. Cifrada, según el autor, en sentimientos de unión y cercanía con otra
persona (sin que haya ni pasión ni compromiso).
2. Compromiso. Es decir, una relación de compañerismo (sin que necesariamente haya
intimidad ni pasión).
3. Pasión. Referida a la excitación mental y corporal que producen los estados
pasionales.
De esta manera para Sternberg si combinamos los tres elementos tendríamos un
amor pleno o amor perfecto. Tarea, según el autor, harto complicada de
alcanzar.
Combinando la pasión y la intimidad tendríamos un amor romántico.
El amor fatuo es una combinación de pasión y compromiso, es decir, es una
relación en la cual todavía no hay intimidad.
Si se combina la intimidad con el compromiso tendríamos el amor de
compañero o amor conyugal.
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Si solo hay compromiso estaríamos hablando de amor vacío, siendo una
relación superficial
Cuando solamente hay pasión Sternberg habla de «enamoramiento», «amor
obsesivo» o amor pasional, el cual carece tanto de intimidad como de
compromiso.
52
3. La condición básica: la búsqueda del ideal
En cuanto a todas esas condiciones iniciales que se producen al principio de los procesos
complejos, y ciertamente caóticos, como lo son las relaciones de pareja, creo que la
fundamental es la búsqueda de complementariedad en el otro, la búsqueda de un ideal
que a menudo completa la imagen ideal a la que nosotros mismos no llegamos. La
imagen ideal viene configurada a su vez por el establecimiento previo a toda relación de
un objeto de deseo. Este objeto deseado se forma en el imaginario y en el inconsciente
de esa persona deseante. Poco a poco ese objeto ideal con el que se ha fantaseado se va
concretando y toma cuerpo en una persona real con nombre y apellidos (Cencillo, 2002b,
p. 192). El problema viene en la confrontación que antes o después se produce entre ese
ideal y la persona real de la cual uno se ha enamorado. Las personas reales tiene fallos,
defectos y no son perfectas: son humanas.
A esta conclusión llegó hace ya décadas un psicólogo del entorno de Freud, Theodor
Reik. Para este psicoanalista era fundamental en la consecución del amor darse cuenta de
que de lo que somos (nuestro Yo real según Reik) a lo que queremos ser (el Yo ideal)
media una gran distancia. La opinión de este autor, con el que estoy plenamente de
acuerdo, es que al enamorarnos idealizamos al otro, o dicho de otra manera, ponemos en
el otro todo aquello que creemos que nos falta o de lo cual de hecho carecemos
realmente. Todo ello puede ser algo físico o cualidades psicológicas y éticas, o un
compendio de todo ello. La persona a la que elegimos como pareja sufre, por así decirlo,
de una proyección de nuestras facetas idealizadas en el otro (Chasseget-Smirgel, 1975).
Según Reik (1944), esta sensación de que el otro cumple nuestras expectativas de
idealidad hace que nos sintamos complementados en el otro y yo añadiría que
complementados en la pareja (entendida como terceridad). Pues bien, esta circunstancia
es sin duda una potentísima condición inicial que a veces se vuelve en contra de la pareja
cuando se siente que la complementariedad se pierde.
Esto es muy curioso porque a menudo no cae en la cuenta el enamorado de que los
sentimientos van cobrando tintes diferentes a la vez que la pareja evoluciona por el
transitar común de la vida. No se pueden percibir de manera constante las sensaciones
(mariposas en el estómago, hormigueo y anonadamiento, por ejemplo) físicas y
emocionales del comienzo de la relación, ni la misma pasión. Se suele decir que esto
ocurre porque el enamoramiento se agota o porque es solamente químico. No.
Definitivamente no comparto esta opinión.
Una cuestión es que exista una neuroquímica del amor y otra muy distinta que esta
sea únicamente la que produce el enamoramiento. Los que defienden que el amor es
reductible a pura química se pueden encontrar con un problema de evidencia
53
neurocientífica y es que en varias investigaciones se ha encontrado que en realidad no
hay una neuroquímica del amor en sí, sino que existe una más general relacionada con el
apego. Y, estimado lector, el apego en determinadas circunstancias (en la mayoría de los
vínculos madre-hijo y en casos de amor para toda la vida) es indisoluble. Bartels y Zeki
(2004) demostraron en una interesante investigación realizada a través del uso de
técnicas de neuro-imagen que hay un solapamiento a nivel neurocientífico entre el amor
romántico y el materno. Según los autores, estos dos modos de apego activan las mismas
regiones específicas en el sistema de recompensa, a la vez que inhiben la actividad
neural que está asociada a la vergüenza por el juicio social de los demás. De ahí que ni
en el enamoramiento ni en las cosas que vemos hacer a una madre con su hijo exista
apenas sensación de pudor.
Si el apego fuera solo cuestión de «hormonas» y «neuronas», ¿no cree que también
tendríamos que ver de repente a la madre «desenamorada de su bebé»?
No, la sensación del amor no acaba químicamente, sino que más bien esas
sensaciones o emociones se transforman, o al menos han de transformarse, en algo más
que «pura química». Más allá de lo químico creo que el cambio viene motivado porque
la pareja evoluciona y ambos son personas distintas. Cada uno ha evolucionado por
separado y también conjuntamente, por lo cual toda esta variedad hará que los
sentimientos sean diferentes. Pero, que no haya, por ejemplo, la misma pasión sexual no
quiere decir que no siga habiendo enamoramiento.
La cuestión es que ha de variarse la tendencia a pensar que el enamoramiento o lo
virtuoso de la otra persona siga siendo lo que en principio era (o parecía ser). Me
explico: las otras facetas reales que también se desarrollan en el otro y que son positivas
y desconocidas hasta ahora han de contemplarse y valorarse en la misma medida que se
valoraba al principio de la relación todo aquello que gustaba. En la evolución temporal
de la pareja, esta se enfrenta a cuestiones de diferente calado (trabajo, problemas con los
amigos, con la familia, muerte de seres queridos y, por supuesto, la creación de la propia
familia). Es un gran ejercicio observar en la pareja las facetas positivas y diferentes que
va acumulando con los años. No se acaba de conocer nunca a la pareja. Un ser humano
es denso y complejo, si lo observamos con cariño y hacemos un arte de ello, veremos
cómo no dejaremos de sorprendernos y de conocer al otro.
Siempre que trato en consulta los problemas de pareja invito a reflexionar sobre qué fue
lo que llamó la atención para que hubiera un enamoramiento, observar si eso está
perdido, tratar de ver qué se puede recuperar, pero sobre todo ver aquello nuevo que a
través de la madurez se puede ahora valorar y utilizar para el crecimiento de la pareja y
llevar la vida apasionada a otros referentes (que, por supuesto, pueden repercutir en lo
sexual).
Parte del problema reside en la exigencia de nuestra cultura, o, al menos, del mensaje
que los mass media nos transmiten. Si usted ve los anuncios de televisión observará
cómo se persigue una imagen artificial e idealizada, sobre todo de la mujer.
Normalmente sale bella y estupenda, sin ojeras y llena de vitalidad anunciando cremas,
54
colonias u otros artículos similares. Si es una madre, sigue siendo igual de estupenda y
atractiva. Va vestida para ir al trabajo, por lo cual lleva alguna cartera o documentos en
la mano, pero además tiene unos hijos preciosos y un marido ejemplar (por regla general
muy guapo). Pero lo mejor, y lo que más me llama la atención, es que aun con tanta
ocupación se presupone que es ella la que tiene la casa, y particularmente la cocina,
impoluta y ordenada (surrealista).
En este ejemplo se observan algunas de las bases de lo que la sociedad actual espera
de una mujer para que sea una «supermamá». Ha de estar guapa, con buen físico (por lo
cual ha de tener tiempo de hacer ejercicio, dinero para operarse o tener un «buen»
trastorno de alimentación), por supuesto ha de ser una buena madre y una seductora y
enérgica mujer en cuanto a sexualidad se supone. Pero todo ello, nadie se olvide,
acompañado de tener que trabajar y aportar dinero a la unidad familiar. Por supuesto en
el trabajo también ha de ser «super» dado que se tiene que ganar su estatus y su puesto
para que aquello de la «liberación de la mujer» tenga sentido. Para mí este es el ejemplo
prototípico de la supermujer y/o supermamá. Pero a esto no hay quien llegue, por
supuesto, y si alguna mujer llega, obviamente le es imposible mantenerse.
Poco a poco esto se va extendiendo a figuras de superhombres y/o superpapás aunque
quizá no con tanta importancia en el ámbito de lo doméstico. Pero cada vez más el
mensaje de la cultura hace que las mujeres esperen a un hombre cariñoso, potente
sexualmente, buen padre, trabajador y con dinero, buen cocinero…
No existe ni lo uno ni lo otro, y de ahí surge que muchos sigan buscando en círculos
una imagen ideal alimentada por la cultura del deseo. En mi opinión, el origen de todo
esto reside en la idealización de la imagen del cuerpo. De ahí que cada vez se vean más
casos de adolescentes que quieren operarse o transmutar continuamente su cuerpo aun
cuando todavía este no se ha desarrollado del todo (S. Doctors, 2013; S. Orbach, 2013).
Por otra parte, he de decir que no siempre las condiciones iniciales de la relación
guardan los mismos intereses de enamoramiento y construcción continua, ese es más
bien el ejemplo prototípico. Puede que para uno de los miembros lo ideal sea que el otro,
de vez en cuando, quiera quedar y tener un «affaire» sin más complicaciones ni
obligaciones. Y para él este sea el ideal de pareja (por supuesto también puede ser una
mujer, pero en la casuística manejada por nuestro grupo suele ser el hombre el que se
posiciona aquí hasta edades tardías), mientras que para ella supondrá una trampa puesto
que tratará de llevar la relación más allá. Cuando esto cae en un estado de impasse se
produce una relación de enganche, la cual suele romperse cuando se intenta definir de
una manera seria qué es la relación. Es ese fatídico momento en el que uno de los dos
pregunta: «Pero, ¿nosotros qué tenemos?».
Me llama poderosamente la atención cómo esa figura del hombre que no se implica
con la mujer y que no quiere responsabilidades es cada vez mayor y llega a edades más
tardías. Esto se complica extraordinariamente en las parejas que superan la treintena,
sobre todo si ella tiene el deseo de ser madre. La situación constituye una tremenda
frustración dada la finitud del proceso biológico en la mujer, lo cual sitúa en situaciones
55
bastante extremas a estas parejas, y sobre todo a las mujeres, cuando finalmente la
relación se rompe. Tengo varios recuerdos de pacientes femeninas diciéndome entre
sollozos que lo que les ha hecho la pareja es para pedir «daños y perjuicios», realmente
se sienten ante la necesidad de ser reparadas con una indemnización por el tiempo
perdido y por todo lo que ya no es recuperable para ellas.
56
4. La exactitud del instante14
En todas estas condiciones iniciales que estoy tratando y elaborando hay una que, en mi
opinión, es la que sin duda me parece más importante junto a la idealización: la
experiencia de ser comprendido profundamente en la mente de otro. Es en esta exactitud
del instante lo que constituye uno de esos momentos de encuentro donde se producen los
enamoramientos.
En Boston (Estados Unidos), desde hace años, un grupo de nombre homónimo el
Boston Group,15 investiga concienzudamente los procesos por los cuales los seres
humanos aprendemos a comunicarnos desde la infancia, a comprender las intenciones de
los adultos que nos cuidan y, sobre todo, a relacionarnos con los demás. Mucho de ello
se ha aplicado también a la relación que los psicoterapeutas mantenemos con nuestros
pacientes —la relación terapéutica—. Gran parte de esos conceptos los voy a aplicar
ahora para las relaciones de pareja.
Según este grupo de autores, en la relación terapéutica entre paciente y terapeuta hay
distintos «momentos» que van marcando tanto la dirección en la que va a ir la relación
como su intensidad. Esto es también aplicable al resto de relaciones humanas, pero
especialmente a las de pareja por su intensidad emocional y por la pasión resultante.
En las relaciones hay varios momentos puntuales. Si estos tienen un punto mayor de
carga emocional, bien por conflictividad bien por afinidad, se produce un momento
ahora. En un momento ahora los protagonistas de ese encuentro han entrado en un
nuevo nivel de comprensión donde se juegan aspectos emocionales más profundos. A
partir de aquí, si se sigue avanzando y hay una potente comprensión emocional, cuando
uno se siente comprendido en la mente del otro hay un enérgico cambio en la vivencia
del sí-mismo, y a esto se le denomina momento de encuentro (moment of meeting). Este
ocurre en el aquí y ahora y en él los dos protagonistas observan que algo ha cambiado, y
que el nivel de comunicación, de sentimiento por uno mismo (por su self) y por el sentir
del otro también han variado.
Podemos decir que cuando hay un momento de encuentro se ha producido un
reconocimiento mutuo, profundo e intenso entre ambos actores. Creo que esta
experiencia, si se produce repetidamente en las parejas, es uno de los principales factores
que produce el enamoramiento y re-enamoramiento.
De entre las muchas películas que se han realizado, y que pueden mostrar estos
momentos de encuentro recuerdo, con especial cariño Elisabethtown (C. Crowe, 2005),
película que narra cómo un joven cae desde lo más alto del éxito profesional, es
abandonado por su novia y simultáneamente fallece su padre. Cuando va a su entierro
conoce a una mujer con la cual se produce un momento de encuentro. Ella es una figura
57
claramente terapéutica, pues le redirige hacia partes nucleares de sí mismo provocando
una recuperación de muchas de sus facetas personales. Es un excelente ejemplo de cómo
una persona puede ser ayudada en su justa medida por otra, y digo en su justa medida
porque es ayudada no desde un proceso de dependencia sino desde un reconocimiento
propio que se ve reflejado en la mente de otro.
En multitud de relaciones (terapéutica, de amistad, familiares, etc.) se pueden
producir momentos de encuentro, pero si a estos momentos se les suma un contexto
permitido por la cultura, una atracción física/erótica/sexual y una posibilidad de
idealización a distintos niveles, el fenómeno del enamoramiento es más plausible.
Estos momentos especiales son fortuitos y espontáneos, pero no son fruto de la
casualidad. De hecho se producen por acumulación de múltiples factores, muchos de
ellos implícitos, que en la mayor parte de los casos tienen que ver con un acoplamiento
paulatino entre ambos miembros de la pareja. En la Teoría del Caos a menudo se habla
de cómo las «gotas que colman el vaso» provocan cambios apreciables en las situaciones
que han tenido como antesala muchas otras circunstancias, en este caso compartidas.
Cuando el vaso rebasa, lo que ocurre es que los acontecimientos varían sustancialmente
en otras direcciones. El concepto anglosajón de Trigger (algo así como desencadenador
o disparador) señala muy bien lo que sucede en estas circunstancias. A través de los
acontecimientos que se han ido generando y desde loops diversos hay un elemento
concreto, que puede ser un momento de encuentro que puede favorecer el
enamoramiento, o el reencuentro en una pareja que lleva tiempo junta.
Del mismo modo esto puede tener su polo negativo, por ello cuando las relaciones no
marchan bien un acontecimiento puntual puede agravar sobremanera una crisis de pareja.
Uno de los más evidentes es la venida de un hijo, lo cual es siempre un periodo crítico
que pone a prueba el amor real sobre el que está construido esa pareja porque se pone a
prueba la cesión y la solidaridad con el otro y con el propio hijo. Cuando una relación no
va bien, quizá la peor solución y la más estúpida dada en la historia sea tener un hijo
para tratar de mejorar sus problemas.
Los momentos de encuentro, con sus potentes consecuencias emocionales, catapultan
constantemente las relaciones hacia el avance. Pero para determinadas personas esto
precisamente es algo que las aterroriza y paraliza. Es el caso de quien se siente
comprendido en la mente de otro, pero eso les produce un gran vértigo, y por ello en
algunas ocasiones huyen de esta circunstancia. A menudo esto sucede porque tienen
experiencias traumáticas con figuras de confianza que les han dejado desamparados y
temen repetir esa experiencia. También puede ocurrir que este hecho no esté dentro de su
experiencia evolutiva, que nunca nadie se haya preocupado por ellos o que nunca han
sentido emociones intensas por otro. Entonces, esa tesitura la viven como ajena, y
potencialmente inundante y peligrosa al ser desconocida. Y estas problemáticas, amigo
lector, son explicaciones que se alejan de la justificación simple consistente en el hecho
de tener «miedo a la responsabilidad y al compromiso» (aunque, por supuesto, haya
personas con síndrome de «Peter Pan» que no quieren crecer).
58
Dichos momentos de encuentro, pese a ser muy importantes en las condiciones iniciales
de las relaciones de pareja y ser una de las bases del enamoramiento más genuino, se dan
en otros momentos del recorrido conjunto de la pareja (incluso pueden darse por primera
vez ya avanzada la relación). Cuando se repiten, probablemente no tengan que ver con
los mismos temas que los del principio de la relación, pero constituyen la base del
entendimiento mutuo y de los saltos hacia adelante de la vida y el crecimiento de la
pareja. Por ende, vuelvo a reiterar la gran importancia que tiene poder ver en la pareja,
con una actitud de observación activa, distintas facetas que va desarrollando en su vida
entre las que se incluye la conexión con el otro, a los mismos y distintos niveles del
principio.
Tanto los momentos ahora como los de encuentro, con su gran intensidad emocional,
son responsables de la confidencialidad, mutualidad y reconocimiento mutuo en la
pareja, son necesarios para que el otro sea el gran confidente ante el cual se pueda
desnudar el alma. Pero, insisto una vez más, se ha de observar cómo estos pueden ir
variando fruto de la transformación vital y madurativa de esa pareja.
Caso 2. Pau
Pau es un hombre de unos 30 años. Se enamora joven (a los 21 años) de su actual
marido, Jorge. En esta época de noviazgo Pau sentía que Jorge era un chico comprensivo
y activo que parecía entender sus problemas personales de tipo fóbico y otros problemas
familiares.
Pero cuando Pau viene a verme por primera vez su reciente matrimonio va camino de
la ruptura. Han pasado 8 años desde el inicio de la relación y según él Jorge, su marido,
no está suficientemente pendiente de sus necesidades y ahora ya no es tan activo. Le ve
como un hombre que se pasa la vida «a la expectativa, viendo el tiempo pasar». Un
hecho común que ocurre en las psicoterapias es que cuando uno de los miembros de la
pareja se empieza a encontrar mejor se comporta como un «nuevo rico» desde el punto
de vista emocional, un nuevo rico que se olvida de su pobreza afectiva en el pasado. Esto
es precisamente lo que le ocurre a Pau: en la medida que va subsanando sus temores
fóbicos acusa a Jorge de ser temeroso y no dar pasos hacia adelante.
Uno de los errores de Pau era que esperaba tener de nuevo esos momentos de
encuentro que había en la relación donde Jorge constantemente mitigaba sus miedos y le
daba ánimos. No observaba con claridad que Jorge hiciera esas cosas, por ejemplo, Pau
no valoraba en su justa medida que Jorge se hubiera ido de su tierra natal (cercana al
levante) para irse a vivir con él a cientos de kilómetros de su familia, ni valoraba cómo él
se esforzaba por ascender en su trabajo. Lo que él hacia por Pau en muchos casos
seguían siendo pruebas de amor pero quizá no las que este esperaba.
El problema de Pau, una persona demasiado idealista e inmadura para su edad, era que
seguía esperando que su marido fuera el «príncipe azul» que campaba en su imaginación
de adolescente. Cuando todo esto fue trabajado y su idealización tomó tintes más
59
objetivos tuvo de nuevo una disponibilidad para experimentar momentos de encuentro
junto con su marido, más sanos y realistas. En definitiva, llevó a cabo una perspectiva
más objetiva de la relación.
Resumiendo, cuando se produce el enamoramiento observamos varias o
todas estas variables:
1) Idealización de la persona amada, la cual es consciente e inconsciente
a la vez. En gran parte el enamorado ve en el otro cualidades muy
deseables, que en su mayor parte le faltan a él o cree que le faltan. En
esta idealización cabe también la necesidad de la persona de sentirse
«fondada» superando el desfondamiento vital que cada uno de
nosotros arrastra y que le impide tener objetividad a la hora de optar,
valorar y manejar los afectos.
2) Atracción física, que produce el deseo erótico y sexual.
3) Atracción intelectual, que también produce deseo en diferentes
intensidades y de modos distintos a la sexual.
4) Compartir momentos de comprensión y reconocimiento profundo
mutuo (momentos de encuentro).
60
14. Curiosamente me viene a la cabeza este título para encabezar el epígrafe por una asociación (no
consciente) del primer poemario publicado por uno de mis primeros alumnos y amigo A. Fernández-Osorio, La
exactitud del instante (2008).
15. El nombre completo que en realidad recibe el grupo es Boston Change Process Study Group (Grupo de
Boston para el estudio de los procesos de cambio). Los firmantes de los artículos de este grupo son los
recientemente desaparecidos D. Stern y L. Sander además de K. Lyons-Ruth, J. Nahum, N. Bruschweiler-Stern, A.
Morgan, B. Reis, E. Tronik y A. Harrison.
61
V. ¿Cómo se mantienen las relaciones sanas y
patológicas?
El hombre es la única especie que existe enfrentada mental y afectivamente a sí misma —como
desdoblada en planos diversos—: estribando más en su significado (subjetivo o social) que en su entidad
física.
LUIS CENCILLO (2002)
62
1. Dónde ocurren las cosas de las que no nos damos cuenta:
la importancia de lo implícito
Hasta aquí he tratado de mostrar qué factores son los que están involucrados en las
condiciones iniciales del fenómeno de la relación de pareja. A continuación trataré de
explicar cuáles son los mecanismos que hacen que las relaciones se mantengan incluso
en los casos en los cuales son patológicas y destructivas. Relaciones que vistas desde
fuera nos parecen un sinsentido pero que para los protagonistas son imposibles de
cambiar o romper.
En primer lugar, debo volver al asunto de los momentos ahora y de encuentro. Estos,
como comentaba, se encuentran o se deben de encontrar en todos los periodos de la
relación para que esta fluya y vaya por buen camino. El problema es que también hay
factores mantenedores negativos que se producen en las relaciones, son mecanismos que
se van construyendo momento-a-momento. Todos estos momentos (positivos y
negativos) al fin y al cabo son microprocesos dentro de un proceso más grande, y
concurren en lo que el Boston Group denomina el nivel local (local level).
El nivel local es un modo de comunicación humana, a menudo implícita, que los
autores de este grupo definen de la siguiente manera:
Todo lo que constituye el flujo interactivo como gestos, vocalizaciones, silencios y ritmos, componen este
intercambio momento-a-momento, al cual, nosotros nos referimos como el nivel local. (BCPSG, 2002, 2005,
2010)
De esta definición lo primero que tenemos que tener claro es que implícito no es solo
comunicación no verbal sino que connota otras cuestiones como «la forma en cómo se
dicen las cosas». Adelantándome al siguiente epígrafe también hay que decir que
implícito es algo inconsciente pero no reprimido por la persona, es decir, se emite y se
capta automáticamente sin que los procesos conscientes entren en juego.
El otro elemento que he introducido es el de microproceso. El cual hace referencia a
aquellas secuencias que ocurren cotidianamente de las cuales solo alguna tiene una
relevancia mayor. Pero, por regla general, el microproceso repite el macroproceso. Un
episodio aislado, sobre todo, si es repetitivo, reproduce cómo es el proceso en general.
Esta cuestión, en la que avanzaré posteriormente cuando aborde las afectopatologías, es
algo observado en todos los fenómenos que pueden estudiarse bajo la óptica de la teoría
del caos. Un ejemplo de ello es la relación mantenida entre terapeuta y paciente. Es algo
estudiado por psicoanalistas como Lyons-Ruth o por nosotros mismos (Guerra Cid,
2012a) en relación a cómo secuencias de sesiones que se tienen con pacientes, a menudo
reproducen cómo está siendo el proceso terapéutico entero.
Bien, a mi parecer esto sucede exactamente igual con las parejas, sobre todo cuando
63
vienen y nos cuentan alguna discusión con un poco de intensidad, y entonces vemos
cómo en esa secuencia está contenida simbólica e implícitamente gran parte de lo que
constituye la relación. Veamos un ejemplo:
Caso 3. Joan y Carme
Joan y Carme, que llevan 4 años casados, a menudo tienen discusiones en casa. Se
conocieron hace 6 años; ya cuando decidieron casarse hubo unos problemas relativos a
un dinero que había prestado la familia de Joan a ambos. En su devolución se cobraron
unos intereses que fueron mayores para Carme dado que, por un malentendido, se
supuso que ella había dispuesto de más dinero. Carme consideró que esto fue bastante
injusto con ella. Pero en este hecho lo que más le pudo molestar fue que no observó una
buena actitud de apoyo por parte de su futuro marido ante ella sino que él se puso del
lado de su propia familia. Para ella esto tenía que ver con que no la tenía en cuenta lo
suficiente.
Actualmente ella se queja de que él trata de controlarlo todo, mientras que él se queja
de que ella es una persona demasiado «indolente» y «dejada» con las tareas cotidianas de
la casa. El carácter de Joan es en exceso obsesivo y controlador, el de ella podríamos
definirlo como de recurrente, sobre todo cuando hay algo que le parece mal, no para de
meterse con Joan y de echarle cosas en cara hasta que la situación se dispara y llega a las
agresiones verbales.
Un día una de las discusiones que tienen es la siguiente: Carme le está cambiando el
pañal a su pequeña bebé de meses, él trata de ayudarla poniendo polvos de talco. Ella
dice que no siempre es necesario poner el talco, solo cuando la piel esté irritada. Lo hace
gritando y diciéndole que ya se lo ha dicho en varias ocasiones. Joan insiste, y en un
momento en el que ella se gira le pone polvos de talco y rápidamente vuelve a colocar el
pañal, ella le grita y le dice: «¡Muy bien, ya lo conseguiste, como siempre!». Joan se
irrita y se muestra grosero con ella, la insulta. Entran en una discusión abierta de
descalificaciones y reproches, de la cual es testigo su pequeña bebé. Aparte de lo que
dicen, comunican luego que algo que también les pone muy agresivos el uno con el otro
son cuestiones como: los gestos de desprecio, el tono de voz o la mirada «dura»
(elementos todos ellos del nivel local).
Este microproceso repite la realidad de su relación. Comenzaremos por el final:
1. No pueden contenerse ni evitar discutir delante de la bebé (que obviamente se
entera y lo está captando todo no por una vía verbal pero sí por el conocimiento
intencional y «de procedimientos»). No son capaces siquiera de inhibirse de
discutir delante del bebé porque prima por encima de todo tener razón. Es una
lucha por la «verdad».
2. Se descalifican y entran en una secuencia de agresión y maltrato psicológico
mutuo porque ha de prevalecer el hecho de mostrar fuerza sobre el otro antes
que claudicar. Ceder es vivido como una derrota.
64
3. Él y ella tratan de imponer su voluntad sin negociar. Ella corta su intención sin
más explicación y Joan hace lo propio a sus espaldas. En este caso por sentirse
consonante con sus propias creencias de crianza («El talco es importante»).
4. El proceso más general es que en las condiciones iniciales de convivencia ella
percibió que para Joan estaba muy por debajo de su familia. Interpreta muchas
de las actitudes de Joan como cuestiones con las que se «sale con la suya» y
donde sus deseos y opiniones son y serán siempre relegados. Este podemos
decir que es el macroproceso de la relación.
En el ejemplo vemos una discusión, algo construido momento-a-momento donde hay
variedad de material implícito del que no se está hablando pero que se está comunicando
de modo constante. En el nivel local es muy importante tener en cuenta qué tiene que ver
con todo lo que compone los distintos aspectos comunicativos, desde gestos a ritmos y
modos de expresión, los cuales son automáticos en su emisión, aunque despiertan
también en quien los recibe otra serie de reacciones igualmente automáticas (Guerra Cid,
2011b). Por ello, a menudo, en una discusión de pareja cuando esta lleva años
«entrenando» en quitarse la razón el uno al otro, lo de menos es el motivo de discusión.
Lo importante, sin embargo, es todo lo que esa discusión despierta una y otra vez. Lo
cual es acumulado negativamente en la relación de pareja: personalmente he escuchado
todo tipo de, en principio, absurdas disputas que han desencadenado secuencias
dramáticas, algunas de ellas incluso con violencia, por «el estado de madurez de unos
tomates», «la mejor ruta para ir al teatro», «los platos que no se han recogido», «a qué
parque ir a sentarse», etc. Estas pequeñas discusiones constituyen microprocesos de otra
lucha más general que es mostrada por ambos contendientes a través de contenidos
verbales y no verbales, de carácter implícito, que se manifiestan a través de los gestos,
los tonos de voz, las indirectas…
Una buena manera de perpetuar y mantener una relación conflictiva es tratar de llevar a
situaciones de la vida cotidiana los conflictos generales que hay en la pareja. Gran parte
de ellos vienen además dados por la manera en cómo se establecieron las condiciones
iniciales de interacción. A esta manera de proceder, de continua lucha por la razón y de
rivalidad en la relación de pareja, la denomino afectopatología relacional por rivalidad
y de ella hablaré en el capítulo XII.
Otro factor de importancia que cabe señalar, como se ve en el ejemplo de Joan y
Carme, y que hemos de tener en cuenta es que las rencillas económicas, los problemas
de pareja y las relaciones de rivalidad están muy relacionados. Quizá no está muy claro
qué es consecuencia de qué, pero lo que es evidente es que en relaciones con un alto
nivel de rivalidad, las disputas económicas utilizadas como reproches están siempre
presentes, aunque en un segundo plano. Normalmente no se habla de ello frontalmente,
pero se encuentra implícito en sensaciones como sentirse «por debajo», «por encima» o
«en deuda». Así, el dinero que fue prestado, el piso que le regalaron a uno, la hipoteca
que se abonó, etc., crean en ocasiones problemas añadidos que funcionan como freno a
65
la cooperación entre los miembros de la pareja.
66
2. No es lo mismo «no saber» que algo sucede, que saberlo y
no querer verlo
Tradicionalmente, el psicoanálisis ha trabajado con una idea, muy amplia, que da
protagonismo al funcionamiento psíquico inconsciente. Sus entresijos son especialmente
interesantes cuando hacen que las personas llevemos a cabo acciones o tengamos
pensamientos y deseos que tienen una motivación inconsciente, no controlada o no
sabida pero que existe. Ahora bien, la tendencia entre las escuelas psicoanalíticas ha sido
la de que todo inconsciente es algo reprimido por nuestros mecanismos de defensa. Este
inconsciente reprimido (Coderch, 2006) tiene que ver básicamente con lo que se
denomina memoria declarativa o, más bien, con la represión de esa memoria declarativa,
en la cual están alojados nuestros datos biográficos y hechos de experiencia que hemos
ido acumulando a lo largo de nuestra vida. En la memoria declarativa guardamos desde
nuestros recuerdos de la infancia hasta la certeza de que al tirar un objeto al aire este baja
al suelo.
Pero algunos de esos acontecimientos por diversos motivos, según el psicoanálisis
tradicional por ser traumáticos o por ser intolerables, caen en el inconsciente fruto de la
actuación de la represión. La represión es un mecanismo defensivo con el cual se
marginan, reprimen o esconden fantasías, deseos y/o hechos que nos resultan dolorosos e
intolerables. Cuando ocurre un hecho traumático, si este es reprimido (no hace falta que
sea olvidado absolutamente, a menudo basta con ser marginado, es decir, apartado del
foco de nuestra atención) produce diferentes consecuencias, una de ellas es lo que se
denomina «síntomas». Dichos síntomas pueden ser psicológicos (fobias, obsesiones,
tristeza…) y/o psicosomáticos (dolores difusos, disfunciones orgánicas, etc.)
básicamente.
Todo ello se observa en ciertos traumas. Un caso desgraciadamente prototípico es
cuando una niña que ha sido víctima de abuso sexual y reprime este hecho puede
convertirse en una adulta con graves problemas en la esfera sexual como son, entre otros,
la anorgasmia, la dispareunia o la frigidez. Pero no se lleve a equívoco el lector, para
revertir este proceso no es suficiente con hacer consciente lo inconsciente sino también
estructurar esa personalidad y su self. «Destraumatizar» implica analizar no solo la
secuencia del trauma sino la respuesta del entorno a esa situación traumática que el
individuo sufrió (Ávila, 2011). Y también los efectos mariposa y atractores patológicos
desarrollados posteriormente en el self de esa persona sufriente.
Dicho esto ha de añadirse que desde hace años distintas escuelas del psicoanálisis
relacional hacen mención de que no toda actividad inconsciente del ser humano es fruto
de la represión. Se señala pues la importancia que tiene otro tipo de memoria que se
67
denomina procedimental, en la cual guardamos distintos engramas psicomotores que
desarrollamos de manera automática como nadar o andar en bicicleta, pero también con
cómo aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. Claro está,
todo de manera no consciente y automática, es decir, también inconsciente. Pero aquí no
media la represión como mecanismo de defensa sino que estaríamos hablando de un
inconsciente no reprimido (Coderch, 2006), un inconsciente procedimental.
En la memoria procedimental no pensamos conscientemente sobre lo que hacemos, es
más bien de naturaleza prereflexiva. Cuando nado no pienso que primero meto un brazo
en el agua y cómo lo meto, o cuándo he de respirar. De la misma manera cuando nos
relacionamos con los demás hay muchos automatismos, y nos es imposible tener
autoconciencia de cómo nos estamos relacionando. Es cierto que, por ejemplo, mientras
aprendo a nadar voy viendo cómo he de colocarme y me observo para ver cómo lo hago,
pero llega un momento en que esto se automatiza. Como apunta Kandel (2007, p. 161),
la memoria explícita (la que sostiene la declarativa) se puede convertir en implícita (que
es la que sostiene la procedimental).
Dado que la memoria procedimental, como digo, está sustentada neurológicamente
por el sistema de memoria implícita, el grupo de Boston ha desarrollado el complejo
concepto de conocimiento relacional implícito (CRI). Este conocimiento es preverbal y
prereflexivo, nace con nosotros como seres humanos y es la forma de memoria primaria
que tenemos hasta que se desarrolla la memoria declarativa. A través de este
conocimiento relacional implícito, cuando somos niños aprendemos a captar y
pronosticar cuáles son las intenciones de los adultos y lo que esperan de nosotros.
Mediante el CRI, por tanto, se analizan las intenciones que los niños observan en los
adultos y los conocimientos heurísticos utilizados por ellos para obtener relaciones
afectivas satisfactorias diversas así como en la necesidad de obtener placer y seguridad
(BCPSG, 2007).
Resumiendo, podemos decir que cuando la represión actúa, lo hace a
nivel de la memoria declarativa. Aquí lo que ocurre es que «no se quiere
saber algo que se sabe o se sabía que estaba allí alojado, en algún lugar
de la memoria», mientras que cuando los procesos inconscientes están a
nivel procedimental lo que ocurre es que simplemente «no se sabe».
Para finalizar este capítulo propongo un pequeño esquema que ejemplifique cómo
desde un momento cualquiera (momento X) se puede llegar a cambios profundos en el
self. Con estos datos que el lector tiene ahora, puedo pasar a explicar el funcionamiento
de este tipo de memoria en los elementos mantenedores de las relaciones, un hecho sobre
el cual la neurociencia cada vez arroja más luz.
68
Cuadro 1. Gestación de los momentos de encuentro.
69
VI. Escondido en la memoria: lo que la neurociencia
actual nos enseña
Sobra la luz que me hace ver todo lo que yo escondía. No sé seguir, no sé volver. Sobra la luz cuando en
la piel nunca se siente el día. Dime que tú, tú sí me ves.
ADOLFO CABRALES (2005)
70
1. La compleja memoria humana
Así pues, a través de investigaciones neurocientíficas y de estudios sobre la infancia,
poco a poco, en algunas ramas de la psicoterapia estamos empezando a aplicar estos
contenidos a los procesos de cambio psíquico en nuestros pacientes.
Lo que observamos es que aquello que está escondido en la memoria o que se
automatiza tiene mucha importancia a la hora de coordinar nuestras conductas y
pensamientos. Reitero la idea no solo en lo referente a lo que está reprimido sino
también en lo que está implícitamente automatizado.
Merece la pena detenernos, desde una perspectiva más neurocientífica, en el estudio
de la memoria para poder analizar con mayor claridad el papel que guarda cada sistema
de memoria y analizar sus distintas consecuencias. Para tal propósito, el psicoanalista
norteamericano G. Gabbard (2002) realizó una síntesis muy interesante que paso a
explicar.
Como decía, la memoria sobre la que el psicoanálisis en particular y gran parte de la
psicología en general han trabajado es la memoria declarativa. Correspondería a un
«saber qué».16 Y en esta memoria habría a su vez una autobiográfica y otra de hechos. Es
en esta memoria, como decía antes, donde vemos que en ocasiones muchos
acontecimientos de nuestra vida a veces no es posible traerlos a nuestra conciencia por la
influencia del mecanismo defensivo de la represión.
Por otra parte está la memoria procedimental, que corresponde a un «saber cómo» (y
que Coderch, 2006 lo califica como un inconsciente no reprimido). Esta memoria tiene
como principales tareas las destrezas que realizamos automática e inconscientemente,
desde engramas psicomotores de distinta índole a condicionamientos clásicos, pasando,
como señala el premio Nobel de Medicina E. Kandel (2007, p. 160), por la asociación de
sentimientos como el miedo o la felicidad. Pero no solo eso, la memoria procedimental
es especialmente interesante e importante porque en ella reside la base afectiva y
comportamental de cómo nos relacionamos con los demás, teniendo su máximo
exponente en el concepto que introduje en el anterior capítulo de conocimiento
relacional implícito.17
Aparte de este doble sistema de memoria tenemos el sistema clasificatorio de
memoria explícita/implícita planteado por autores distintos y que guarda relación con lo
anteriormente expuesto del siguiente modo: la memoria procedimental e implícita por un
lado, y la memoria declarativa y explícita por otro. Ahora bien, hemos de tener en cuenta
que suelen diferenciarse y no son exactamente sinónimos. Para Gabbard (2002, pp. 7-10)
el binomio implícito/explícito tiene que ver con el sistema de memoria y la división
procedimental/declarativo tiene que ver con el tipo de conocimiento que esa memoria
produce.
71
Cuadro 2. Comparación entre memoria explícita e implícita.
Nosotros, como especie, desde un punto de vista psicológico somos self, es decir,
somos la imagen que tenemos de nosotros mismos y cómo nos vemos en diferentes
contextos. Para J. Fosshage (2005) precisamente la sensación de cohesión de self se
produce en virtud de una fusión de la memoria explícita y la implícita. De hecho,
recientes investigaciones y estudios están encontrando cada vez más nexos de unión
entre lo que denominamos memoria y producciones explícitas e implícitas, así como su
implicación para el cambio psíquico y comportamental dentro de la psicoterapia (Ávila,
2005; BCPSG, 2008; Fosshage, 2011; Coderch y Codosero, 2013).
Siguiendo con los sistemas de memoria, a mi parecer también se puede decir que hay
72
un self declarativo y un self procedimental (Guerra Cid, 2011b). El self procedimental es
una sensación de sí-mismo que se tiene en cuanto a cómo nos relacionamos con el
entorno y con nosotros mismos. El self declarativo, desde esta perspectiva, tiene que ver
con traer a nuestra memoria recuerdos, es una memoria autobiográfica, pero no basta con
tener un recuerdo semántico de haber estado en un lugar, es necesario evocar el recuerdo
de la experiencia y vivencia de haber estado allí. Es decir, no recuerdo Manhattan con la
imagen de sus edificios sino cómo yo me sentía, me vivenciaba al caminar entre ellos;
este recuerdo tiene que ver con mi self, el otro no.
Para finalizar, por ahora, con la distinción de ambas memorias y a un nivel más
puramente neuroanatómico, siguiendo a Kandel (2007, p. 158) vemos que la memoria
explícita se halla en relación con la corteza prefrontal, el hipocampo y que se almacena
en distintas zonas de la corteza correspondientes a los sentidos que estaban involucrados
originalmente. Es decir, en las mismas áreas que procesaron esa información en su
origen (motora, visual, auditiva y somatosensorial). Mientras, la memoria implícita se
almacena en la amígdala (la cual tiene un papel fundamental en la asociación de
sentimientos), el cuerpo estriado (que tiene que ver con el aprendizaje de nuevos hábitos
motores y cognitivos) y el cerebelo (el cual se relaciona con el aprendizaje de nuevas
destrezas motoras y coordinadas, por ejemplo nadar o aprender un arte marcial complejo
como el aikido).
73
2. Niños que saben qué ocurre sin entender el lenguaje o
cómo es conocer de manera implícita
Sin duda, una de las cuestiones más fascinantes que la psicología ha podido llevar a
cabo, con la ayuda de otras disciplinas, es la investigación realizada con niños en
primera infancia (de 0 a 3 años básicamente), que se suele denominar con el epígrafe de
infant research y que tiene que ver con cómo conocen y se relacionan con el mundo. La
base que más se ha utilizado para llevar a cabo este propósito ha sido el análisis de los
vínculos entre madres e hijos y de niños con adultos en un plano más genérico.
Diversos autores, muchos de ellos del Boston Group, como D. Stern, K. Lyons-Ruth
o E. Tronick y otros como Lachman o Beebe, han estado décadas investigando sobre este
campo encontrando conclusiones muy interesantes no solo del desarrollo del infante sino
también del funcionamiento general del adulto, sobre todo en el modo de relacionarnos
con los otros. El eje explicativo estriba en tratar de esclarecer cómo puede el niño
comprender y hacerse comprender por los adultos aun cuando no existe el lenguaje
verbal. La evidencia neurocientífica señala que ya con dos meses un bebé humano activa
las áreas de la corteza cerebral correspondientes a las de la comunicación verbal y no
verbal, cuando alguien habla con él, aun cuando, obviamente, no conoce el lenguaje.
Dicho de otro modo, cuando el bebé tiene dos meses su cerebro ya posee mecanismos
para que se produzca una relación intersubjetiva (Trevarthen, 2009).
La neurociencia ha hecho múltiples aportes en este campo, desde el descubrimiento
del sistema de neuronas espejo hasta los distintos tipos de memorias alojadas en nuestro
cerebro. La cuestión es que desde que somos tiernos bebés sabemos interpretar las
intenciones de nuestros cuidadores, así como analizar a través de ellos, sobre todo
«leyendo» sus reacciones faciales en distintas situaciones (por ejemplo, en un
experimento realizado hace unos años, cuando a un bebe se le pone junto a una serpiente
el bebe mira a la madre para ver la cara que pone ante ese hecho. La reacción del bebé es
proporcional a la reacción de la madre). Trevarthen (2005) descubrió que hay una
potente coordinación y comprensión recíproca entre las madres y sus bebés más allá del
lenguaje verbal que puede observarse, por ejemplo, cuando están jugando. Factores
como el ritmo de los movimientos, saber antes de que el otro haga algo cuál es su
intención (intuir intenciones) y la capacidad para el análisis de los gestos desde casi
antes que se produzcan. Todo ello está asociado también a una compleja arquitectura
neurológica que sostiene la capacidad de realizar estas tareas.
Creo que podemos llegar a un mayor entendimiento explicando algunos de los
experimentos interesantes que han dado lugar a la discusión de todos estos asuntos.
Uno de los experimentos con bebés en etapa preverbal que más me ha llamado la
74
atención es el de Meltzoff (1995). Su naturaleza es simple pero las conclusiones
sumamente complejas. En la situación experimental hay un cuenco, un experimentador y
el pequeño. El experimentador tiene un objeto que lanza por encima del cuenco.
Entonces el experimentador recoge el objeto y se lo ofrece al niño. ¿Qué hace este? En
principio pensamos que imitarle, pero no, coge el objeto y lo mete dentro del cuenco. El
pequeño interpreta una intención del adulto, que es meter el objeto dentro del cuenco
aunque ha fallado. Este mismo experimento se ha replicado con un bolígrafo. En este
caso el experimentador hace como que se le resbala el capuchón cuando lo va a meter en
el boli, el niño coge el capuchón y lo encaja, sabe que la intención es meter el capuchón
en el boli, y no hacerlo resbalar.
Mientras, en este mismo experimento, otro grupo de niños observaba lo mismo pero
el objeto era lanzado por un robot, no por una persona, y entonces el niño no imitaba la
actitud. ¿Por qué? Según Meltzoff, y como se sugiere en las múltiples discusiones que el
Boston Group ha hecho de estos experimentos, es porque el niño sabe que el robot no
tiene intenciones.
Yendo más allá tenemos experimentos muy interesantes de la interacción entre madre
y niño, observándose cómo el niño capta las intenciones de la madre y cómo sabe
comportarse para que haya el mayor «feeling» emocional entre ambos. En muchas
ocasiones, el niño aprende incluso a no importunar a su madre con comportamientos
relacionales que entiende que a ella no le gustan.
El Boston Group (2007) explica un caso que estaban tratando, y que fue filmado. El
niño de tan solo 18 meses no daba excesivas muestras afectivas de contacto físico ni
parecía conectado emocionalmente con los demás, su madre tenía depresión.
En el film, grabado en casa de la madre, se ve lo siguiente: la madre se encuentra
sentada en el sofá y cerca de ella está, también sentado, su pequeño tomando un biberón.
La madre está sentada en uno de los lados del sofá, fumando un cigarro, rígida y con la
mirada perdida. El pequeño acaba el biberón, se pone de pie en el sofá y comienza a
hacer algo que a todos los niños encanta, saltar sobre él. Está así un par de minutos hasta
que, fruto del cansancio, se deja caer encima de la madre, la cual, con el mismo
hieratismo, mira hacia él y le grita: «Te he dicho que no se salta en el sofá».
La conclusión más inmediata que sacan los miembros del Boston Group es que la
madre no está riñendo al pequeño por saltar en el sofá sino que le grita cuando toma
contacto con ella, situación que la disgusta. Obviamente el niño, cuando estas secuencias
de interacciones se repiten, aprende a no tomar excesivo contacto con ella y que ese es
precisamente un modo de interacción con el cual no entra en conflicto con su madre.
Dicho de otra manera el niño aprende a relacionarse con ella a través de este concreto
conocimiento relacional implícito.
75
3. Tres minutos. El tiempo necesario para conocer la calidad
del vínculo
Este último modo de proceder que hemos descrito y que se ve en muchos niños se ha
observado igualmente en la situación del extraño. Este fue un experimento desarrollado
básicamente por Mary Ainsworth, en el cual se observan presupuestos trabajados por J.
Bowlby.
K. Lyons-Ruth (2010) ha estudiado y profundizado recientemente mucho en este tipo
de experimento y expone las distintas secuencias observadas en él en periodos de tres
minutos, los cuales dan para mucho. El planteamiento de la investigación es también
muy simple. Un niño va con su figura de apego a un lugar desconocido en el cual hay
juguetes y objetos para explorar. El niño se queda tres minutos con un investigador del
laboratorio (el extraño). Luego este se va y se deja al niño solo. Después vuelve la figura
de apego. Es en este momento donde observamos cómo se dan las interacciones entre el
niño y su madre.
Dependiendo de cómo se comporte el niño responderá a cuatro tipos diferentes de
apego (Riera, 2011):
Seguro. El niño se pone ansioso cuando se va la madre. Al volver, él busca su
consuelo, ella lo calma y retorna a su juego con los juguetes.
Resistente. Es un patrón vincular no seguro en el cual, aunque el niño busque a
la madre para calmarse, no logra ese propósito, lo cual hace que no pueda
ponerse a explorar el entorno.
Desorganizado. El niño tiene comportamientos ambivalentes. Cuando la madre
vuelve, la busca a la vez que prácticamente la rechaza. Su comportamiento es
errático. Se ha observado que en estos casos la madre es una persona que asusta
consciente o inconscientemente a sus hijos. Bien porque ellas son sumamente
fóbicas y transmiten ese miedo al hijo o porque lo hace con malos tratos (Main
y Solomon, 1990).
Evitativo. Cuando la madre se va parece no mostrarse nervioso ni ansioso
(aunque la medida de sus niveles de cortisona muestran lo contrario). Cuando la
madre vuelve, el niño parece no mostrarle atención ninguna. Este caso es el que
más se asemeja a la situación que antes enuncié del niño que saltaba sobre el
sofá; desarrollan este tipo de patrones de evitación con el propósito de
defenderse ante la poca capacidad del entorno para darles contención y
atención. Esta circunstancia, en muchos casos da lugar a adultos esquizoides
que prefieren la superficialidad en las relaciones y que tienen tendencia a
menospreciar los vínculos afectivos.
76
Precisamente Riera (2011) cita una investigación interesantísima realizada
en 2004 por E. Tronick y que guarda estrecha relación con todo esto. Estaba
investigando cómo un personal especializado interaccionaba con bebés y en las
filmaciones observó que este personal interaccionaba menos (física, verbal y
gestualmente) con hijos de madres depresivas. Lo curioso de la investigación es
que obviamente el personal desconocía este hecho, la explicación más plausible
reside en que los hijos de madres depresivas ya están acostumbrados a menos
interacción, por lo cual la demandan menos. Se produce pues un efecto dominó
(¿o mariposa?) donde el modo de relacionarse es recíprocamente cada vez
menos intenso.
Hay que recordar que las relaciones, bien sea madre-hijo, paciente-terapeuta o de
pareja, son un sistema. Y son un sistema, en mi opinión, complejo, dinámico y no lineal,
más bien caótico. Pero aun así su tendencia será la de conseguir estabilizarse (lo cual no
quiere decir que estos sistemas busquen un equilibrio). Como señala Riera (2011, p.
252): «Una característica de los patrones vinculares es que tienden a una estabilización
progresiva». Y esto, desgraciadamente, ocurre aunque los patrones no sean positivos
para el niño, quien aprende formas de interacción con el otro aunque sean nocivas. Los
patrones vinculares parecen estar asentados a los 12 meses, mucho antes desde luego de
que aparezca el lenguaje verbal fluido en el niño. Las investigaciones sobre apego a las
que me he estado refiriendo y que están siendo replicadas por investigadores actuales
muestran cómo el niño con un año de edad ya sabe de qué manera ha de comportarse
para no ser rechazado por su progenitor o para no mostrar ansiedad ante su marcha.
Engarzando de nuevo todas estas investigaciones sobre infancia con las propias sobre
neurociencia, cabe citar que nuestra arquitectura cerebral parece estar especialmente
preparada para la intersubjetividad producida entre las figuras paternas-maternas y el
niño. Como sabemos, nuestro cerebro es plástico, variable en su morfología y dinámicas
dependiendo de las circunstancias contextuales. Una de estas variaciones es
precisamente la maternidad, como señalan numerosos autores (Panksepp, 1998; Mayes,
Swain y Leckman, 2005 o Ammaniti y Trentini 2011). La maternidad viene precedida
por asombrosos y notables cambios a nivel hormonal y en el cerebro de la madre. Estos
cambios, tal y como muestra la evidencia empírica, van asociados a elementos tan
variados como la capacidad para entender (decodificar) lo que el bebé transmite para que
haya una mejora entre el vínculo materno-filial.
Gracias a la investigación con las técnicas de neuroimagen se sabe que el cerebro
femenino se muestra especialmente plástico en la maternidad produciéndose cambios
estructurales en algunas partes del cerebro y variaciones en el tamaño de las neuronas.
Este hecho se halla continuamente relacionado con el sistema hormonal y neuroquímico
habiendo subidas de vasopresina, oxitocina y endorfinas, sustancias que actúan para
producir una mejora del vínculo entre madre-hijo dado que desencadenan y aumentan los
impulsos maternos.
Mayes et al. (2005) confieren especial importancia a que con el embarazo y con las
77
interacciones llevadas a cabo con el bebé se inicia un circuito neuronal que promueve el
cuidado materno. En este circuito presionado por mayores descargas de estrógenos y
progesterona se observan cambios de estructura y moleculares tanto en regiones límbicas
e hipotalámicas como en el hipocampo.
Cuando hablamos conjuntamente de los dos protagonistas del vínculo y no solo de la
madre, vemos que el apego y la intersubjetividad tiene en ambos un papel fundamental,
tanto el sistema de neuronas espejo, antes comentado, como el hemisferio derecho. Para
Ammaniti y Trentini (2011) son numerosas las investigaciones que señalan que el
hemisferio derecho está involucrado en los comportamientos relacionados con la crianza.
78
4. Las condiciones iniciales en el desarrollo humano son
también vitales
Obviamente, como estoy señalando, en el propio sistema dinámico complejo y no lineal,
que es el proceso por el cual se crea y desarrolla nuestra personalidad, las condiciones
iniciales de este fenómeno son también fundamentales y relevantes. En los seres
humanos las condiciones iniciales se plasman en la primera y segunda infancia. Lo que
ocurra en ese periodo es determinante y desarrolla potentes atractores hacia formas de
estar en el mundo, de relacionarse e incluso de enfermar física y psicológicamente.
Cabe introducir un concepto, del que hasta ahora no he hablado, que proviene de la
etología y se denomina imprinting. Desde un punto de vista genérico se entiende el
imprinting como conductas heredadas genéticamente o en qué modo los primeros
aprendizajes que se realizan al nacer marcan el devenir vital de un individuo (por
ejemplo la impronta de los patos que al nacer siguen a lo primero que ven pensando que
es su madre). Sin embargo, un pensador como Luis Cencillo, le dio una extensión al
concepto en su aplicación al ser humano (1993, 2002b) puesto que las improntas en los
humanos son básicamente modulaciones sociales de los adultos sobre el niño.
Para Cencillo (1993, p. 82), la diferencia entre las improntas o imprintings humanos y
los de los otros animales estriba básicamente en que en estos están muy limitados en el
tiempo y en que su repertorio es muy limitado. Por el contrario, en el ser humano los
imprintings se pueden producir durante periodos de tiempo más prolongados incluso
después de la infancia. En cuanto al número de imprintings, y a diferencia de otras
especies zoológicas, el ser humano tiene un repertorio prácticamente indefinido, puesto
que al llegar al mundo con ese desfondamiento radical del que hablábamos antes,
necesita nutrirse de múltiples aprendizajes afectivos y comportamentales para
desarrollarse. Así, continúa Cencillo:
Esta modulación social tiene sus riesgos y el sujeto humano se ve oscilando entre la amenaza del
inacabamiento y la deformación por improntas inadecuadas en la primera infancia. Todas las anomalías
profundas y persistentes que un paciente pueda presentar proceden de estas improntas tempranas. (1993, p. 82)
Por supuesto, los imprintings también se producen según la manera en cómo se
«imprimen» determinados comportamientos como el dar y recibir cariño, que
posteriormente influye de un modo decisivo en cómo esos niños una vez adultos se
comportan en pareja. La persona que no suele ser cariñosa ha de aprenderlo con la
pareja, puesto que para ella lo normal es no tener contacto físico, no hacer caricias,
cumplidos, decir «te echo de menos» o «te quiero», etc. Según Cencillo: «Estos modos,
79
imprimidos por padres neuróticos o esquizógenos, pueden incapacitar a los hijos para la
vida en pareja, de por vida» (1993, p. 83).
En mi opinión, situaciones como las del conocimiento relacional implícito son
también imprintings de carácter complejo y multifactorial que marcan de por vida a los
seres humanos. Hemos de tener en cuenta que las maneras observadas e internalizadas en
los progenitores y parejas de influencia que rodean al niño, le marcan futuros
comportamientos y maneras de afectarse. Modos que indican cómo ha de actuar cuando
sea un adulto y esté en pareja.
80
5. «Sísisfos» contemporáneos o cómo repetir secuencias de
sufrimiento
Bien, una vez explicadas las funciones de los distintos sistemas de memoria, las
implicaciones etológicas y las investigaciones de ese conocimiento implícito que
tenemos desde que somos infantes podemos ponernos a indagar sobre la repetición de
patrones en las relaciones de pareja.
En mi práctica clínica los dos mayores grupos de traumas observados en la infancia
(creo que muchos psicoterapeutas estarían de acuerdo conmigo) han sido los abusos
sexuales, de los que me ocuparé más tarde, y los de maternalización o paternalización.
Con la maternalización/paternalización me refiero a esas situaciones que, por causas
diversas como inmadurez de los padres, narcisismo de las figuras de apego, problemas
de drogodependencias o que tienen personas mayores a su cargo, etc., han producido el
siguiente efecto en los niños: por un lado les han privado de su infancia, no dejándoles
ser niños porque han tenido que crecer deprisa, y por otro les han puesto en el papel de
los cuidadores o de los padres (role reversal), es decir, según el caso les han
maternalizado o paternalizado. Estas personas, por regla general, se han hallado
involucradas en un patrón de apego desorganizado y ambivalente, muchas veces por el
propio estado fóbico de los padres dándole al niño la responsabilidad, traumática, de
tener que cuidar de ellos o al menos de asumir que los padres no pueden cuidar del niño.
Todo ello se produce a veces de forma muy sutil, no es algo tan descarado como que
el niño tenga que llevar el sustento a casa, pero sí supone que el pequeño sea el
confidente de los miedos e, incluso, de los problemas maritales o sexuales de los padres.
Esto último es denominado incesto latente por P. Racamier (1995) y, en mi opinión, es
una forma de acoso y maltrato contra el infante bastante evidente (Hirigoyen, 1998;
Guerra Cid, 2004b). El niño parentalizado no puede ser niño porque los padres no
pueden ocuparse de él, ha de ser «mayor», le dicen, y le responsabilizan con tareas que a
menudo no puede llevar a cabo, siendo el fracaso de no cumplirlas un nuevo punto de
sufrimiento a sumar al trauma inicial.
En estos casos, aquellos niños que se convierten en precoces adultos suelen tener
unos patrones muy resistentes al cambio con tendencias a cuidar siempre de los demás.
En la relación de pareja, al igual que el pobre Sísifo condenado por la eternidad a subir
una piedra a lo alto de una montaña para que luego cayera y volviera a empezar, están de
algún modo condenados a repetir esa suerte de roles, siendo auténticos «padrazos» y
«madrazas». Bien es cierto que sospecho que debido a un tema cultural este fenómeno es
más común en las mujeres a las que desde niñas se pone al cargo de hermanos y
hermanas, aunque estos sean mayores, dependiendo de las características de esa niña
maternalizada.
81
Una vertiente de esta circunstancia es la del complejo del salvador, donde aparte de tener
ese rol maternalizado, la persona se cree en la absoluta responsabilidad no solo de cuidar
sino de tener que salvar a los demás, y eso les lleva a adquirir responsabilidades que les
son ajenas. Sin embargo, cuando son adolescentes o muy jóvenes han de preocuparse,
por ejemplo, de que los padres no malgasten los recursos (en todos los sentidos),
llegando cuando son mayores a sentir la obligación incluso de tener que mantenerlos aun
cuando sus padres son todavía vitales y están en condiciones de cuidar de sí mismos.
Así vemos como esta línea maternalización-complejo de salvador tiene distintos
grados de responsabilidad en la vivencia de quien asume dicho rol. Ese niño, luego
adulto, establece relaciones donde lo que hace es cuidar de los demás o incluso pensar
que tiene que asumir todo tipo de responsabilidades para con el otro, superando con
creces los simples cuidados. Por regla general estas relaciones no acaban muy bien,
sobre todo si los otros son personalidades muy «orales» y demandantes a las que todo lo
que se les dé es insuficiente. Supongamos que esa mujer desconoce «declarativamente»,
es decir, en su memoria de hechos y autobiográfica no es consciente de que en muchas
facetas ha cuidado de su madre no como una hija sino como una auténtica madre (madre
amantísima dice una brillante alumna mía) y de que ha sufrido una auténtica inversión de
roles. Por regla general tenderá a repetir el proceso de ser una cuidadora.
Supongamos que esta chica se da cuenta de ello, declarativamente ya no es
inconsciente este hecho, por lo cual trata de no relacionarse con gente a la que haya que
cuidar constantemente. Sin embargo, en su comportamiento y pese a que ya no hay lugar
a lo que Freud llamaba compulsión a la repetición, sigue repitiendo esos patrones.
¿Cómo puede ser? Veamos un caso y recuperemos conceptos de los que hemos ido
hablando.
Caso 4. Tania
Tania fue una niña claramente maternalizada. Llegó a mi consulta con 28 años y, como
en muchos de los casos de mujeres maternalizadas, eligió una profesión de cuidado de
los demás.18 Cuando comienza conmigo la terapia se halla inmersa en un proceso de
estrés profesional muy duro (síndrome de burnout). Acaba de pasar por una relación de
pareja bastante penosa en la cual su novio terminó adoptando una posición en la que
tenía que cuidar de él económica y afectivamente. Cuando pasan unos meses de
tratamiento vamos viendo conjuntamente cómo, entre otras cuestiones, tiene una madre
ludópata y dependiente de la cocaína, era una madre que no estaba para ella, y Tania se
fue haciendo cargo, prácticamente desde los 9 años, de la madre, del padre y de la
hermana.
Todo ello nos lleva a la reflexión conjunta de cómo busca incesantemente ese tipo de
relaciones de una manera muy inconsciente, pues obviamente sufre mucho y se
encuentra desconsolada cuando se ve en el mismo tipo de situaciones una y otra vez.
Pero a través de este conocimiento sobre ella misma tiene la convicción de querer buscar
otro tipo de relaciones.
Es decir, a un nivel declarativo y autobiográfico logramos ver la historia de la
82
paciente e interpretar cómo se iban repitiendo esos patrones, puesto que para ella
consistían en una manera segura de abordar los vínculos. Segura por ser conocida pero
no por ello beneficiosa. Sin embargo, cuando conoce a Juan, por fin un hombre
independiente con su propio negocio y con capacidad de cuidar de ella, pasados unos
meses la relación se tambalea porque están continuamente discutiendo. Según su novio
ella trata de controlar determinados aspectos de su relación y de su vida.
Aquí se ve otro problema derivado de las condiciones iniciales: hay una intención de
ser cuidada y no tener que cuidar de modo constante al otro pero, debido a una agenda
oculta, el CRI busca luego otra cosa. Declarativamente había logrado no buscar de nuevo
el tropiezo con hombres inmaduros pero, aunque lo había logrado, a través de su
conocimiento relacional implícito, estaba siendo una madre otra vez. En este caso en
versión controladora. Entonces, ¿se puede terminar por cambiar algo tan inconsciente e
implícito? Como vemos en los análisis, estas circunstancias se suelen revertir cuando a
través de una relación novedosa en sus interacciones se modifican esos patrones
procedimentales.
De hecho, Tania tenía la tendencia de querer cuidar de mí como terapeuta en
constantes ocasiones. Si me veía resfriado estaba un buen rato dándome consejos, si me
veía con algún problema muscular igual. Si me veía bien, daba lo mismo, encontraba
excusas para tratar de maternalizarse conmigo. Solo cuando pudo tener la experiencia de
ser cuidada incondicionalmente por mí como terapeuta, y observando que el trabajo que
hacíamos en psicoterapia era también conjunto y no solo su tarea como «gran madre»,
creo que se rompió esa dinámica. También fruto del trabajo terapéutico más verbal pudo
romper con ese rol de madre controladora y vio a Juan como quien era: la persona de la
cual se enamoró y a la cual en realidad no quería cambiar. Aunque, como hemos visto,
paradójicamente trató de hacerlo durante meses controlando gran parte de sus hábitos.
83
16. Aquí Gabbard es probable que reciba influencia del filósofo británico G. Ryle, que diferenció a mediados
de los 50 del siglo pasado el «saber cómo» o el conocimiento de cómo llevamos a cabo destrezas y el «saber qué»
o conocimientos de sucesos que han ocurrido.
17. Matizando, para el psiquiatra catalán J. Coderch lo implícito o explícito tiene que ver con cómo se expresa
en la memoria, mientras que lo declarativo y procedimental refiere más bien a la estructura neurológica que la
sostiene (Coderch, 2006, pp. 189-190).
18. Es curioso pero en muchos de estos casos la elección de profesión parece tener que ver también con estas
situaciones de la infancia. Suelen ser psicólogas, enfermeras, médicas o terapeutas de otros ámbitos.
84
VII. La pareja dentro del sistema: repetición,
mantenimiento y cambio
Y es que no hay droga más dura que el amor sin medida. Es que no hay droga más dura que el roce de tu
piel.
CARLOS GOÑI (1993)
85
1. Algo muy humano: acabar lo inacabado
No es solo en la circunstancia de la paternalización/maternalización donde se repite el
conflicto una y otra vez y se entra en repetitivas relaciones de pareja de «enganche
neurótico», las cuales parecen prácticamente inquebrantables. También se produce en la
búsqueda de patrones ideales de cuidado, los cuales pudieron ser reales o fantaseados.
Quiero decir que a veces las figuras de apego son tan sumamente válidas (o se las vivió
como tal) que constructivamente se busca, comparando continuamente, a parejas de ese
tipo queriendo que sean «como mi padre», «como mi tío» o «como mi abuela», personas
que rozan la idealidad.
Por otra parte, también puede ocurrir que exista otra opción, la cual consiste en haber
creado una imagen ideal en la mente, fantaseada a modo de defensa y salvaguarda
psicológica, dada la negligencia afectiva de los padres. Si dicha desidia parental no fue
compensada por otros familiares, por ejemplo, los abuelos o tíos, el daño suele ser
prácticamente irreparable. H. Kohut (1971) sostenía que era muy importante cuando
fracasaba la figura materna en las tareas de sostén afectivo que el padre hiciera las
funciones. En caso de que ninguno de los dos lleven a cabo las funciones de sostén y
especularización tiene que haber otra figura de apego que pueda paliar en cierto modo tal
situación. Si no se produce tal hecho, entonces, hay quien construye en la fantasía de su
mente cómo debería de ser una persona buena que le sostenga y dé cariño. Normalmente
esta persona fantaseada suele ser justo lo contrario a esa figura educativa de la infancia
que fue traumatizante. Se buscará, por tanto, en el futuro alguien en el extremo opuesto,
cuestión distinta es que lo encuentre.
En mi opinión, cuando alguien busca una pareja exactamente igual o diametralmente
opuesta a ese cuidador de referencia, está mostrando que ha existido una situación
traumática en esa época. Ahora bien, las explicaciones de cómo ocurre esto son variadas.
La más clásica y compartida por los psicoanalistas ortodoxos, parte de Freud y tiene
que ver con el masoquismo y con las pulsiones destructivas que, según él, se encuentran
en todo ser humano (Freud, 1920). De esta manera alguien puede buscar una persona
igual de maltratadora que lo fue su padre a través de una compulsión a la repetición que
le lleva, de modo masoquista, a sufrir las mismas humillaciones, dadas las pulsiones
destructivas internas que a todo ser humano se le presuponen desde esta teoría.
Sin embargo, también se podría explicar el hecho de por qué se buscan parejas muy
parecidas a esos partenaires que hicieron daño, por el mero acto de tratar de solucionar,
inconscientemente, en el presente cuestiones que ocurrieron en el pasado. Si una
paciente engancha de manera neurótica con un hombre drogodependiente cuando su
padre fue un alcohólico agresivo, puede ser para tratar de solucionar o de controlar ese
tipo de situaciones, no solo para sufrir de nuevo «por el goce de sufrir». Es decir,
también puede ser para tratar de controlarlo, para castigarlo, para sentirse más fuerte que
86
él, para demostrarse que lo puede dominar…
Otra manera de explicarlo es a través de los razonamientos dados anteriormente y
referentes al conocimiento relacional implícito (aunque más bien creo que esta
explicación está siempre presente, pudiendo haber otras complementarias). El
conocimiento relacional implícito, que se convierte en compartido cuando conecta con el
de la pareja, se busca sistemáticamente a lo largo de la vida porque es algo que tiene
cohesión y relación con nuestro self, a fin de cuentas es la imagen que tenemos de
nosotros mismos.
Cuando alguien tiene tendencia a perpetuar en la misma relación o entre distintas
relaciones los mismos conflictos, me inclino a pensar que la mayor parte de las veces es
una combinación de estas dos últimas cuestiones explicadas (conocimiento relacional
implícito y búsqueda de solución en el presente de una relación del pasado). Tanto por
tener una sensación de control como por la suma de patrones inconscientes. Y este tipo
de explicaciones combinadas no son tan sencillas como decir que el sujeto es
simplemente un masoquista, sino que una de las razones que más enganchan a una
persona con otra/s (y mucho) se producen porque determinados patrones relacionales
implícitos se dirigen a obtener gratificaciones de distinto tipo. Pongamos como ejemplo
aquellos que siempre enganchan como pareja con personas muy críticas con el propósito
de satisfacerlas y para obtener, por fin, la aprobación que no tuvieron en otras
situaciones, o para tener un sparring con quien pelear.
L. Cencillo (1977, 1988) rescató un concepto de la psicología de la Gestalt, que tiene que
ver en principio con un fenómeno de la memoria, por el cual recordamos mejor las tareas
que no hemos realizado que las que hemos realizado. A dicho fenómeno se le conoce
como Efecto Zeigarnik.19 Pero el autor español, sin sacar dicho concepto del ámbito de la
memoria, lo introdujo también en la explicación de las relaciones afectivas. Para él,
dicho efecto es el motor de la compulsión a la repetición, y tiene que ver con la búsqueda
inacabada de afectos que no fueron dados, sobre todo en la infancia, por quienes tuvieron
que aportarlos.
El Efecto Zeigarnik es en sí mismo otro atractor importante con el que hemos de
contar en la tesitura caótica, dinámica y no lineal que es la pareja. Obviamente, dada
nuestra naturaleza, somos un animal simbólico, la manera en cómo demandamos afectos
está filtrada por símbolos y metáforas. Pongamos el caso de un varón recién entrado en
la veintena cuya madre siempre ha sido su más despiadada crítica. Cuando este joven
elige pareja y quiere impresionarla, no está buscando tal cual el reconocimiento de una
madre en su chica, sino la aceptación de su sí-mismo por una figura femenina de
importancia.
Por ello, el Efecto Zeigarnik no es algo que se pueda interpretar a través de una
«transcripción literal», sino que en la mayor parte de los casos está filtrado por multitud
de conductas simbólicas y metafóricas. Como digo, y continuando con el hilo conductor
de este libro basado en las teorías dinámicas, esta búsqueda repetitiva de afectos que no
fueron dados se convierte en un motor y en un atractor de ese sistema caótico que es
87
nuestra propia psicopatología y la pareja humana. Se busca estructurar ese sistema desde
patrones relacionales implícitos.
Y esto no es algo que siempre ocurra porque la persona sea una «masoquista» o una
«sádica». No seré yo el que diga que no hay gente orientada hacia el sufrimiento y que
ciertamente estén buscando a veces el castigo. No sería racional ni realista eliminar de un
plumazo tal posibilidad. Ahora bien, mucha gente busca en las relaciones una mejora, un
avance. El problema es que la falta de claridad en lo que se busca provoca, a menudo, un
sufrimiento intenso porque la estrategia fracasa, porque la elección de la pareja no es
adecuada aunque lo parecía o simplemente porque la fantasía montada en la cabeza de
quien elige la pareja guarda poca relación con lo que la otra persona es y con lo que tal
relación en sí puede aportarle.
En este punto de la explicación, ha de decirse algo muy importante que, aunque ya se
ha expresado, ha de explicitarse más claramente. Cuando la persona repite relaciones de
semejantes características o se halla dentro de la misma relación en una dinámica
perniciosa, es porque ha ocurrido una situación traumática. Pero, entienda el lector que
con situación traumática no quiero referirme solo a un hecho puntual que ocurrió, esto es
una forma de traumatizarse pero no la única. Traumas por episodios puntuales son: un
maltrato físico, un abuso sexual, humillaciones en el colegio… Pero también son
traumáticas las situaciones en las cuales se produjo un trauma por déficit, sumamente
abundantes en esta sociedad de «dejadez» en la cual parece que a los niños siempre ha de
atenderles «otro».
Los traumas por déficits se producen en aquellos niños a los que su padre o madre en
rara ocasión comunicaron su afecto y cariño por él (créanme, son más casos de los que
cabría esperar), o en los que el infante nunca se sintió como un niño deseado sino como
un estorbo, como algo fortuito que ocurrió, como suele decirse, «que vino
inesperadamente y sin proponerlo» y que nunca debió de existir pero que ahí está y ha de
«aguantársele».
En otras ocasiones, las repeticiones en la búsqueda de los mismos condicionantes
afectivos y sexuales vienen producidas por imprintings en la infancia del sujeto. Cencillo
(1993, 2002b) afirma que la satisfacción temprana de un deseo tiende a realizar de modo
reiterativo su búsqueda por los mismos cauces por los que encontró en un principio. De
ahí se explica ese repetitivo modo de relacionarse, o incluso de ligar, que muchas
personas utilizan. Aunque ello no les conduzca a nada, siguen y siguen en esa dinámica
pese a tener graves problemas por ello. Tenemos un caso típico en aquellas personas que
acostumbran a seducir siempre al otro para ser aceptadas; tienen una impronta de ser
aceptadas a través de sus comportamientos complacientes o de «niños buenos» con los
demás, algo que van repitiendo a lo largo de su vida.
No quisiera abandonar esta sección sin hacer mención a una estupenda película dirigida
por M. Gondry y que en castellano se comercializó con el nombre de Olvídate de mí
(2004), nada que ver con el título original Eternal Sunshine of the Spotless Mind
(extraído de un poema de A. Pope y que sería algo así como «Eterno resplandor de una
88
mente inmaculada»).
La película de excelente guión, y la cual no le quiero «destripar» sino invitarle a
verla, narra la historia de unos científicos que son capaces de hacer un borrado de
memoria a las personas que así lo deseen, sobre todo para olvidar desengaños amorosos.
Lo curioso del caso que muestra el film es que, supongo yo, solo es borrada una parte de
la memoria, la declarativa, puesto que en lo automático y procedimental el experimento
fracasa. Esto es porque las personas suelen tener la tendencia a volverse a enamorar de la
misma persona pese al borrado de memoria. Obviamente lo inconsciente, lo implícito y
lo automático gobiernan a los protagonistas, por lo cual repiten una y otra vez el mismo
error amoroso.
Todo esto tiene que ver en parte con el Efecto Zeigarnik explicado y con el mito de
Sísifo y que muchos recrean en sus relaciones amorosas constantemente.
O sea que la repetición siempre viene marcada por traumas de diversa
índole, los cuales desencadenan diferentes conflictos en los sujetos. Las
repeticiones tienen como motores mantenedores a:
– los atractores desencadenados desde las condiciones iniciales, algunos
de los cuales son imprintings asociados a satisfacciones de deseo
primarias y que tienden a buscarse y repetirse;
– los efectos Zeigarnik;
– y los patrones relacionales implícitos.
89
2. ¿Es posible el cambio?
Siempre que avanzamos en los tratamientos, los psicoterapeutas nos encontramos con
que cuando el paciente comienza a cambiar, teme volver a repetir las mismas situaciones
con su pareja o en la posterior elección de otras parejas.
En el primer caso, si el avance personal es profundo y firme, el paciente, al comenzar
a cambiar consigo mismo, varía también en su comportamiento con los demás. Con su
pareja se van rompiendo las idealizaciones más «ideales», valga la redundancia,
tomando más objetividad sobre quién es su partenaire para así saber qué es «suyo» y
qué es del «otro», y sobre todo variando su rol y lo que le demanda a los demás. Estas
nuevas circunstancias varían mucho la calidad y cualidad del vínculo.
En cuanto a esas otras personas que topan siempre con personalidades semejantes a la
hora de formalizar una relación, también cuando realizan una actividad como puede ser
la psicoterapia para el avance de su conocimiento propio, son capaces de modificar las
anteriores cuestiones, además del conocimiento relacional implícito y compartido
(también relevante en el otro caso). De este modo, la elección de pareja queda
modificada y ya no hay tanta facilidad para «enganchar» con el mismo tipo de persona
que tantos quebraderos de cabeza produce. De hecho, cada nueva oportunidad en la
elección de pareja es independiente de las otras, pero lo es más aún cuando la persona
conoce profundamente cuáles son todas sus querencias e inercias comportamentales y las
constantes arbitrarias de su deseo en cuanto a lo que anhela y espera de una futura pareja.
Algunas personas temen mucho que no se produzca ese cambio, sin embargo otras en
un principio parecen disfrutar, en cierto modo, de esa manera de ser que tienen que les
da «morbo» en cuanto a las reacciones que desencadenan en los demás, además de
acercarse a determinadas parejas sexuales por las dinámicas que se producen. Pero,
como suelen llevarles a situaciones desastrosas quieren a la vez remediarlo y optar por
otro tipo de estrategias y situaciones.
Obviamente, el cambio no es algo que se produzca de manera automática, sino que
requiere de diversas circunstancias internas en la persona y también del sistema que
conforma la relación, cuando hablamos de parejas. Pero, pese a lo que mucha gente
puede opinar acerca de que es imposible cambiar o variar tendencias que se han tenido
durante toda la vida o que se arrastran durante años o décadas en una pareja, el cambio
es posible. A menudo nuestros pacientes se desesperan y hablan acerca de lo difícil que
les resulta cambiar o que lo ven, de hecho, como algo imposible. La variación
comportamental y afectiva es un camino tortuoso en el cual la voluntad se ve atrapada y
distraída con las inercias y deseos inconscientes, simbólicos y a menudo arbitrarios que
la persona tiene y que influyen de manera determinante sobre el self.
90
Es más fácil la aparición de «el cambio» en determinados momentos. En mi opinión,
algunos de esos momentos son los de transición. En las transiciones vitales hay
«ventanas» a través de las cuales son posibles las variaciones. Cómo se maneje una
transición depende totalmente del modo en que se entra, se está y se mantiene un
individuo en la próxima fase.20 En el desarrollo vital de un ser humano hay muchos
momentos de cambio, pero creo que uno de los fundamentales es la adolescencia. Esta es
una transición prolongada, aunque en ocasiones súbita, de la niñez a la adultez.
En esta transición hacia el mundo adulto los individuos muy neuróticos o con
organizaciones de la personalidad muy borderline21 normalmente han tenido una infancia
en la cual dentro de su familia se les han tolerado muchas actitudes y rarezas, a la vez
que no se les ha realizado una correcta mentalización, concepto del que hablaré más
tarde. La adolescencia es, entre otras cuestiones, la representante principal del salto al
mundo social. Las actitudes aprendidas con la familia suelen valer cuando la pedagogía y
el sostén afectivos han sido correctos. Sin embargo, si la educación se ha basado en no
tener límites y consentir, la preparación para el mundo adulto es nula. Así, el golpe que
supone para algunos individuos «que salen del cascarón» el no ser tolerados sus
comportamientos por sus conductas y acciones adolescentes les termina de perturbar.
También es importante cómo se realiza esa transición en los jóvenes que se
emancipan o se casan, es decir, los que, en definitiva, se independizan; en ese periodo
del «cómo lo hago» es donde se está produciendo gran parte del cambio, no en «cuándo
me he independizado». Ahí ya he cambiado. Por ello hemos de aprovechar los
momentos de crisis y de incertidumbre para cambiar y provocar variaciones en nuestro
comportamiento. De esta manera entraremos con más fuerza en la siguiente fase, de otro
modo lo que haremos será repetir lo mismo.
Pongamos por caso una persona que compulsivamente elige parejas que se suelen
aprovechar de ella, no puede tratar de cambiar su elección ni su actitud con la pareja
cuando elige una nueva, sino cuando no la tiene. En ese periodo es cuando debe de
identificar el porqué de escoger el mismo tipo de parejas negativas para él/ella, qué
atractores tiene y cómo cambiar para buscar otro tipo de persona con la cual convivir.
Así tiene más opciones de elegir una relación más sana. Si no tropezará siempre con la
misma piedra. Esto es muy difícil de lograr en la afectopatología relacional compulsiva.
Dicho todo esto cabe preguntarnos: ¿Es el cambio algo inmediato o, por el contrario,
paulatino? Y, si es paulatino ¿se produce en un momento puntual por casualidad o por
condiciones previas que se han ido acumulando? En el siguiente apartado trataré de
mostrarlo.
91
3. De vuelta a la antropología: cómo se producen los cambios
en los homínidos
Retornando a la antropología, y más concretamente a una de sus ramas, la
paleantropogía y el estudio de la hominización, trataré de arrojar más luz sobre los
procesos de cambio. Esta disciplina, entre otras cuestiones, se ocupa de estudiar cómo ha
llegado el hombre actual a ser quien es a través del desarrollo de los anteriores
homínidos que nos precedieron y que dieron lugar a un proceso de sapientización, con el
cual nos transformamos en el sapiens sapiens actual. La idea fundamental darwiniana
reside en lo que se conoce como gradualismo filético. Es decir, que las antiguas
versiones homínidas, por ejemplo, Austrolopitecus, Homo erectus, etc.; fueron
cambiando de una manera muy paulatina.
Me imagino esta hipótesis de Darwin de la siguiente manera: supongamos que
tenemos centenares, miles de esqueletos de todos estos homínidos y los colocamos en
perfecto orden de evolución. Probablemente, si fuéramos caminando por esa fila y
mirando dichos esqueletos no encontraríamos diferencia entre el anterior, ni entre los
más próximos, con el que está ante nosotros. Solo notaríamos un cambio si
comparáramos un esqueleto de los del principio con uno del medio. Sin embargo, según
otros autores, coincidiendo en lo básico con Darwin, dirían que si fuésemos paseando
por esa fila de esqueletos y cráneos en algún momento un pequeño grupo mostraría
cambios significativos respecto a los más inmediatos, es decir, habría un «salto». Esta
circunstancia tiene que ver con la teoría del «equilibrio puntuado o interrumpido»
(Eldrege y Gould, 1972), de gran vigencia científica actual.
Bien, según este modelo, el desarrollo de los homínidos no fue paulatino y simétrico
en su desarrollo, sino que tras periodos largos de equilibrio en los cuales hay pocos
cambios (periodo de estasis), se da un cambio súbito por acumulación de diversos
elementos. Es decir, hay una revolución genética en un breve periodo de tiempo que
produce cambios drásticos y radicales en las especies.
En mi opinión, esto guarda mucha semejanza con la manera en cómo evoluciona
tanto la psicopatología como, sobre todo, las relaciones de fuerte intensidad emocional
como son los vínculos entre terapeuta y paciente (Guerra Cid, 2011a, 2012a) y, por
supuesto, las relaciones de pareja.
En una misma relación puede haber una rutina prolongada durante el tiempo, pero por
circunstancias externas y/o internas se produce un cambio sustancial en ese vínculo.
Ahora bien, dicha variación no es aleatoria, no es lineal y no es casual.
Tiene orden, aunque es caótica, y viene precedida de múltiples
situaciones que hacen que el cambio se produzca por un efecto de
92
acumulación.
Me explico: supongamos que un matrimonio lleva un gran periodo de tiempo en un
equilibrio monótono y que un suceso, que vamos a denominar como puntual, produce
una gran variación en su forma de vivir la relación. Sigamos suponiendo que una noche
que esa pareja se va a una fiesta a la que ha sido invitada, la mujer se pone a coquetear y
a bailar con otro de los invitados. Cuando el matrimonio vuelve a casa él le censura
amargamente su actitud, ella se siente muy ofendida y esta pareja monótona o bien se
rompe o bien entra en una patógena dinámica de control.
Esas circunstancias, donde el sistema de repente se transforma y el equilibrio se
rompe, parecen haberse producido a priori porque «la mujer coqueteó con otro invitado»
pero, en realidad, este suceso y lo que desencadena se produce por una acumulación de
otros sucesos anteriores. Por ejemplo, en los últimos años la mujer no ha oído de boca de
su marido palabras de ánimo acerca de su trabajo o no se ha sentido deseada por él dado
que este nunca le dice nada acerca de si la encuentra atractiva o no, y/o el marido es un
celoso enfermizo, inseguro cuya principal escena temida por su mente es que le humillen
mediante la infidelidad. Sea como fuera lo que a nuestra hipotética pareja le ocurriera
está claro que viene motivado por otros elementos acumulativos.
En la manera en cómo nos desajustamos mentalmente con distintos trastornos y en
los cambios profundos en una relación siempre hay algo que «colma el vaso», pero para
que esto ocurra el agua ha tenido que ir llenando previamente ese vaso. Dicho de otro
modo para que el agua hierva a 100 grados es preciso calentarla previamente otros 99.
Cuando vemos transformarse el agua en vapor somos conscientes de que eso no es algo
que se produzca instantáneamente sino que hemos ido calentando el agua hasta que eso
sucede. En las relaciones humanas los cambios, tanto positivos como negativos, se
producen de la misma manera, por acumulación.
Cuando una pareja se reencuentra y tiene un auténtico «momento de encuentro» este
se produce porque el terreno de la confianza, la complicidad, el cariño y el respeto se ha
ido trabajando previa y constantemente. Dado que este proceso es denso y complejo, me
parece de todo orden absurdo que en una pareja uno de los miembros trate de cambiar
por pura conducta, y no a través de una interiorización más profunda que connota el
conocimiento propio y denso de uno mismo y el respeto casi religioso, o al menos
intensamente humano, por el otro. Esto sí que provoca cambios a largo plazo y en la
dinámica de la relación. Tratar de autosugestionarse con cambiar conductas aisladas no
es más que un ridículo espejismo.
Caso 5: Ariadna
Ariadna es una joven mujer de 26 años. Cuando acude a consulta me cuenta que su
novio, con el que lleva varios años, ya no soporta su actitud de celos y control sobre él.
Ella me cuenta:
93
Yo intento cambiar, trato de no preguntar y de no llamarle constantemente para saber dónde está. Pero no
puedo, fracaso siempre. He venido porque él ya no aguanta más; lo último gordo que ocurrió fue que me pilló
leyendo los mensajes de su móvil. Hace unos meses me hice con su contraseña del correo electrónico y estuve
mirando unos mensajes que se envió con una compañera de trabajo.
Ariadna se muestra celosa hasta el extremo con su pareja, su novio le ha puesto un
ultimátum y le pide que por favor no lo controle. Ella lo intenta a base de voluntad y
cambio en su conducta pero sus propias inercias e impulsos le llevan a controlar y a
enfadarse cuando él se relaciona con alguna mujer que, según ella, pueda ser
potencialmente alguien con quien «él se puede enrollar». Su cambio solo se produjo
cuando fue capaz de conocer profundamente algunas de las cosas que le sucedían, por
ejemplo su falta de seguridad en sí misma dado que no se sentía valiosa y casi cualquier
mujer le parecía más atractiva e inteligente que ella.
Otro elemento para que se produjera el cambio, fue que se hizo consciente de que
estaba presente una personalidad con gran temor al abandono, puesto que vivió una
cruda adolescencia cuando su padre «desapareció de la noche a la mañana con una chica
diez años más joven que él», pese a que después el padre volvió a casa y fueron de
nuevo una familia, la experiencia traumática hizo mella en ella y no se diluyó con el
paso del tiempo sino que más bien se fue acentuando.
Es complicado que una persona se haga cargo de todas estas cosas y vea cómo le
influyen en sus relaciones con los demás. Sin embargo, este conocimiento y su
elaboración, son una potentísima herramienta de cambio que además se mantiene en el
tiempo, provocando cambios en el carácter y en el self y no solo en la, siempre voluble y
engañosa, conducta.
Efectivamente, Ariadna un buen día fue consciente de que iba más «a lo suyo» y que
respetaba a su novio y su intimidad, no preocupándole tanto que él se fuese, porque
aprendió por fin a confiar y comprobar que no todos los hombres abandonan y, sobre
todo, que ella tenía un encanto especial, concreto y que la hacía singular. El cambio se
produjo por acumulación, aunque en un momento determinado de nuestro tratamiento
saltó el resorte, tal y como el profesor Cencillo definía a ese cambio radical que se
producía de pronto en un tratamiento y que era fruto de un enorme trabajo previo.
Otro elemento vital en el cambio de un sistema dinámico no lineal lo constituyen los
repulsores, o elementos que hacen que el sistema cambie de funcionamiento con
tendencia opuesta al que tenía. Es decir, aplicado al problema que nos atañe, aquellas
facetas o cambios en la relación que hacen que esta no se mantenga. Entre muchos casos,
sirve de ejemplo el de una relación sádico-masoquista en la cual, de pronto, el
masoquista no quiere seguir siendo maltratado y pone límites a la pareja; creará con esta
actitud un repulsor en el sistema de esa relación patógena.
Por tanto hemos de atender a atractores concretos que hay en cada relación patológica
para así averiguar cuáles son sus posibles repulsores, que serán la solución para variar o
romper el sistema, lo que dependerá a su vez de la intensidad del repulsor. Estos
repulsores tienen tendencia a desestabilizar el sistema y por tanto cambiar sus pautas, por
94
lo que han de ser al final más potentes que los atractores para que el cambio se produzca.
De este modo aquellos repulsores se convertirán en atractores de un sistema nuevo, y
más sano, en una relación de pareja más adecuada para el crecimiento conjunto.
En los próximos capítulos veremos muy variados ejemplos de todo ello. Podemos
adelantar algunos, por ejemplo, que el narcisista no tenga la necesidad de ser siempre
objeto de admiración, lo cual hará que el otro no tenga que ser un continuo espejo para
él.
En el cambio hemos de tener en cuenta:
El cambio se ha de producir en la estructura del self, habiendo una
variación tanto de la visión del sí-mismo como de las capacidades
profundas de relación con los demás y consigo mismo. El cambio
no es válido ni total si solo se produce a niveles superficiales de
comportamiento o de conducta.
Se produce por una acumulación de microprocesos. A los largos
periodos de estasis le siguen ciertos momentos de variación de ese
equilibrio.
En el cambio son muy importantes los momentos de transición, en
los cuales hay «ventanas» a través de las que son posibles las
variaciones. De cómo se maneje una transición depende
totalmente cómo se entra y se está en la próxima fase.
Hay que atender a los repulsores concretos que hay en cada
relación patológica. Estos repulsores tienen tendencia a
desestabilizar el sistema y por tanto cambiar sus pautas, por lo que
han de ser al final más potentes que los atractores. De este modo
aquellos repulsores se convertirán en atractores de un sistema
nuevo y sano.
El detonante de un cambio a menudo está relacionado con los
atractores y estos con las condiciones iniciales.
El cambio produce a menudo una solución alternativa a lo que
inconscientemente se persigue, bien en su «manera de perseguirlo» (los
modos, operaciones y por supuesto conocimientos relacionales implícitos)
o bien en el resultado final (es decir, el objetivo final o meta que la
persona busca, cambia).
95
19. La psicóloga rusa B. Zeigarnik realizó un experimento en el cual los sujetos tenían que hacer varias tareas,
por ejemplo de aritmética. Pero las tareas eran detenidas por la investigadora o simplemente no se les dejaba el
suficiente tiempo para acabarlas. De esta manera se descubrió que los sujetos tenían tendencia a recordar mejor
aquellas tareas que no habían acabado, o en las que habían sido interrumpidos, que las que habían realizado. La
memoria parece tener predilección para recordar este tipo de situaciones. Este es un fenómeno comúnmente
estudiado también en la terapia gestáltica y que se relaciona en general con los «asuntos inacabados» de la vida,
común a todos nosotros.
20. Aparte de en las transiciones hay otros momentos drásticos en cuanto a su impacto incluso a nivel
bioquímico, como los momentos de encuentro entre terapeuta y paciente. O en las parejas cuando se produce el
enamoramiento.
21. La organización borderline, límite o fronteriza es definida por Otto Kernberg (1984) como una
organización de la personalidad en la cual se incluyen un amplio elenco de trastornos de la personalidad
(borderline, histriónico, narcisista, etc.) en personas que muestran multitud de síntomas de índole muy diversa
como problemas para reconocer su identidad, falta del control de impulsos o visión del sí-mismo y de los demás
como muy variable, pasando la persona de tener una visión de sí-mismo y de los demás de extremadamente
buenos a extremadamente malos.
96
VIII. Una visión operativa para entender los
conflictos de pareja: las afectopatologías relacionales
del amor
Quien ama no tiene miedo, ni tampoco le arrastra ciegamente el deseo, simplemente quiere el bien del
otro. Y disfruta de la compañía que no se cierra egoístamente sobre sí, sino que permanece abierta al
mundo. Y así alimenta su identidad.
L. CENCILLO (2001, p. 27)
97
1. ¿Qué es una afectopatología amorosa?
En 2006 traté de delimitar mediante este neologismo una dinámica patológica en la
manera de amar. Una afectopatología amorosa sería:
Un desajuste severo en la gestión de las emociones y los afectos así como una distorsión en la valoración de
«dónde» (en qué tipo de personas) y «para qué» (qué tipo de fin se persigue) se emplean los recursos
energéticos —físicos y psíquicos—. La mala gestión tiene consecuencias nefastas para quien lo sufre de tipo
intra e interpersonal en las áreas laboral, social y familiar. (Guerra Cid, 2006, p. 159)
A esta definición me gustaría añadir algunas cuestiones. La primera es que, aparte de
verse el desajuste en el «para qué» y en el «dónde», también habríamos de fijarnos en el
cómo, siendo muy importante analizar los patrones relacionales implícitos en la manera
de relacionarse. Otro añadido importante es que la afectopatología es intersubjetiva, es
decir, que solo se produce ese fenómeno si se está «enganchado» a otra persona que
sufre a su vez otra afectopatología que complementa de algún modo al otro. De esto se
deduce, por tanto, que la afectopatología es a su vez un sistema.
El hecho de que sea un sistema y de que se produzca solo en una vinculación
patológica con otra persona (que también sufre de una afectopatología o al menos
mantiene la del otro) nos remite a un antiguo concepto de la psicología sistémica y de la
terapia de pareja que fue denominado por J. Willi (1978) colusión.22 Este concepto hace
mención a un inconsciente común entre ambos miembros de la pareja (un inconsciente
declarativo y procedimental, añadiría yo) en el cual, sin saberlo explícitamente, cada uno
de ellos cumple un rol de una manera bastante fija para complementar el rol que de la
misma manera más o menos constante representa el otro. Es decir, hay un acuerdo tácito
de que los roles y las relaciones entre ellos han de ser de una manera muy particular.
En estos roles uno suele presentar un polo progresivo y el otro uno regresivo. El
progresivo, en principio, es más activo, tiene más poder y protege y cuida al otro.
Siempre es vivido como el centro y más importante de la relación. El regresivo, también
en principio, es más bien pasivo, es más débil e inseguro. Es vivido dentro de la relación
como menos importante aunque a menudo pueda ser el que más pierde en ella, sobre
todo en el plano autorrealizativo y de autoestima psicológica.
Un caso que nos sirve para ejemplificar esto sería el de un hombre en malas
condiciones sociales y económicas, que vive con su novia en casa de esta. Es mantenido
económicamente por ella, y por ello es maltratado psicológicamente de modo constante
al ser tildado de vago, inútil, poco hombre, etc. En este caso el polo regresivo estaría
representado por el varón que, fruto de su poca autoestima, soporta todo lo que le viene
encima en forma de insultos y reproches.
Para que se entienda mejor este ejemplo que acabo de señalar recurriré de nuevo a
98
Willi (2004, p. 200), quien señala que la colusión busca en un principio que haya un
acuerdo en el que ambos miembros de la pareja se puedan beneficiar. El problema es
que, generalmente, nadie se quiere encontrar situado siempre en el polo regresivo sino
que, de vez en cuando, querrá ser también activo y «dominante». Sobre todo querrá
progresar y sentirse mejor consigo mismo y no siempre a la sombra de otro. Por todo
ello, el miembro de la pareja que busca una realización regresiva busca poder permitirse
ser desvalido, demandar afectos y mimos, depender de otro, etc. Y quien es progresivo
en su realización necesita mimar, proteger, asumir las responsabilidades por el otro y,
por supuesto, ser el más importante y el centro de la relación.
Para que la relación avanzara hacia algo más sano, el regresivo debería tener el
derecho de ser importante, tomar sus propias decisiones y también las de la pareja.
Mientras que el progresivo también se debería permitir dejarse cuidar y proteger por el
otro, mostrar sus debilidades y mostrarse vulnerable para que la pareja lo atienda. Pero
en la mayor parte de las relaciones que tienen problemas graves esto no sucede, sino que
los miembros de la pareja (más a menudo el progresivo) no ceden en su rol ni permiten
cambios en la relación, como en las siguientes páginas iremos viendo.
99
2. Diferentes formas de sufrir en pareja
En todo lo comentado hasta ahora entran en juego, a la hora de explicar las diferentes
afectopatologías relacionales, los siguientes factores:
Cómo se originan estas en las condiciones iniciales.
La cualidad de sus atractores y mantenedores.
La manifestación inadecuada (por defecto o mala gestión) en aquellos
componentes del amor que proponíamos anteriormente (responsabilidad, cesión,
preocupación, altruismo…).
De aquí al final del libro iremos exponiendo todas las teorías aplicadas a cada caso de
particular afectopatología.
Cabe decir que una afectopatología relacional no es una manera de clasificar los
diferentes tipos de pareja. Es, más bien, una tentativa de clasificación de las relaciones
de pareja de «enganche» y «neuróticas» en las cuales hay un sufrimiento prolongado y
diversos grados de adicción afectiva. Esto ocurre bien porque se produce en una misma
relación, o bien porque una misma persona realiza elecciones de pareja de un modo muy
semejante, enganchando con la misma tipología de pareja constantemente.
Pero el concepto de afectopatología también nos sirve para explicar determinados
conflictos que se producen habitual y puntualmente en las parejas sanas. Dicho esto,
¿qué afectopatologías encontramos?:
La afectopatología sádico-masoquista tiene como característica ser una
dinámica que se encuentra, a su vez, inserta en la mayor parte de las otras
afectopatologías.
La afectopatología del (anti)amor narcisista. Caracterizada porque la relación
gira en torno a uno de los dos miembros, el cual siempre es el importante y al
que hay atender en todas sus demandas y necesidades, mientras el otro es un fiel
espectador que observa todo el despliegue exhibicionista de su pareja.
La afectopatología de la seducción (histeroide) (se suele producir bien por
abusos sexuales en la infancia, maltratos a diversos niveles o por problemáticas
narcisistas). La persona manifiesta un claro problema con la seducción y la
gestión de sus afectos y pasiones.
La afectopatología por rivalidad. Muy común y vinculada al sadismomasoquismo y la histeria pero con rasgos muy propios y singulares.
La afectopatología al amor compulsivo. Personas que buscan de forma maniaca
distintas parejas simultáneamente o que no son capaces de estar siquiera
semanas sin pareja.
100
La afectopatología abandónica. Personas obsesionadas con que van a ser
abandonadas y que constantemente necesitan de comprobaciones, a menudo
absurdas, de que eso no va a ser así.
La afectopatología compulsivo-abandónica. Conjunción de las dos anteriores.
Antes de pasar a explicar detalladamente cada una de ellas, cabe decir que:
1. Lo que propongo con las afectopatologías relacionales no son modelos
absolutos y puros, sino aproximaciones explicativas a cómo, desde patrones
determinados de personalidad, se pueden tener diferentes relaciones de pareja.
Desde este punto de vista es un modelo de pronóstico, nunca de certezas.
2. En este modo de relacionarse, en esta relación que constituye una
afectopatología, observamos un sistema. Este es dinámico y no lineal,
susceptible de ser analizado y en el que podemos ver la importancia de
determinadas condiciones iniciales, sensibilidad dependiente, atractores,
mantenedores y repulsores que pueden quebrar dicho sistema.
3. Las afectopatologías relacionales difieren en su grado de intensidad
dependiendo de la personalidad de los miembros de la pareja y de las
circunstancias iniciales y mantenedoras de la relación.
4. Rara vez nos vamos a encontrar en una problemática de pareja un patrón puro
de afectopatología, puesto que estas a menudo se encuentran solapadas en sus
rasgos principales.
5. El origen de una afectopatología relacional es múltiple. Por ejemplo, hemos de
tener en cuenta las últimas relaciones de pareja vividas. También, como hemos
visto, es de capital importancia el ambiente familiar en el cual el individuo se ha
criado. De ahí se derivan sus conocimientos relacionales implícitos, calidad del
apego, imprintings…; también el ejemplo que la persona ha tomado a través de
la pareja formada por sus padres, así como los diferentes conflictos que se han
producido en diferentes generaciones y direcciones en el parentesco del
individuo (intergeneracionales) entre bisabuelos, abuelos, padres, tíos, etc.
6. Tal y como veremos en los próximos capítulos, los síntomas psicológicos (y por
supuesto los físicos y psicosomáticos) de un individuo, sus comportamientos y
acciones, no son tampoco lineales ni «planos».
Voy a encarnar esto en un ejemplo. Imagínese que Enrique es una persona que
necesita varios ratos al día para ordenar minuciosamente su habitación, de no hacerlo
sufre una elevada ansiedad. Estamos, pues, hablando de un síntoma obsesivo, de una
obsesión del orden. Esta puede tener un significado simbólico, es decir el hecho de que
Enrique ordene la habitación puede estar significando, por ejemplo, lo que no se puede
ordenar dentro de su cabeza o el orden inexistente y reinante en su familia.
Pero ese síntoma no tiene por qué tener un único significado, de hecho y a menudo
los síntomas pueden tener varios significados (polisemia). Así, entendemos como
hipótesis que Enrique busca un orden, pero también puede significar la necesidad de
101
mantener un control sobre el entorno
Del mismo modo un síntoma o acción puede tener varias funciones, siguiendo con el
ejemplo de la obsesión de orden de Enrique vemos que esta sirve para mantenerle
ocupado en sus pensamientos obsesivos para no centrarse en otro tipo de pensamientos
que pueden ser mucho más molestos para él. Pero a la vez puede que le sirva para no
afrontar responsabilidades, dado que el entorno inmediato entiende que está «loco», por
lo cual no se le demanda su ayuda en determinadas situaciones ni se le exige lo que se le
exigiría a alguien de su edad y posición. Resumiendo: los síntomas psicológicos y
determinadas acciones son «polifuncionales y polisémicos» (Guerra Cid, 2011a).
Así que todo esto lo vengo a explicar para que el lector tenga también una idea
compleja de los diferentes grupos de comportamientos que pueden encontrarse en las
parejas. Sobre todo en los que se repiten asiduamente y tienen fuerza para el
mantenimiento de la relación observaremos cómo tienen funciones y significados
diversos. Por ejemplo, los celos patológicos que se producen en una pareja pueden servir
para controlar, vejar y maltratar al otro simultáneamente, a la vez que pueden simbolizar
y significar varias cosas.
Cuadro 3. Afectopatologías relacionales y alguna de sus conexiones.
102
22. J. Willi (1978, p. 54), comenta que este concepto lo toma en analogía con el expuesto por H. Hicks. El
concepto de colusión típico en las corrientes sistémicas se encuentra también en P. Watzlawick (1983).
103
IX. Sufro, sufres, hazme sufrir, te hago sufrir: la
afectopatología sádico-masoquista
Now I know I’m being used. That’s okay man because I like the abuse. I know she’s playing with me.
That’s okay because I got no self esteem.23
DEXTER HOLLAND (1994)
104
1. Rudimentos internos de una relación destructiva
La manera de relacionarse de modo sádico-masoquista sigue siendo, desgraciadamente,
una manera habitual de interacción en diversos ámbitos como los familiares, laborales,
de amistad y por supuesto de pareja. En cuanto a este último contexto, pareciera que
además en ciertas ocasiones guardara un plus de morbo. Y el «morbo»
(etimológicamente morbos, del latín) no significa otra cosa que «enfermizo». Y sí,
nuestra sociedad es mórbida, ya lo creo. Un dato: que una novela como Cincuenta
sombras de Grey (2011) sea un bestseller dice bastante de nuestra cultura. En esta
novela una joven es seducida por un magnate (sin duda trastornado por diferentes
elementos de su infancia y adolescencia) que le invita mediante un contrato que ha de
firmar a mantener una relación de sometimiento y obediencia no solo en lo sexual sino
en otras esferas.
La joven, una virgen de apenas 21 años, se siente seducida cual adolescente ante el
perverso y atractivo magnate. El éxito parece dado por lo erótico de la narración, pero
dentro de lo que es una novela erótica se halla un sinfín de vulneraciones y vejaciones
morales y físicas y, desde luego, algo que en circunstancias normales provocaría serios
desajustes afectivos y psicológicos en quien lo sufriese. Pero esto es lo que atrae y
vende, eso sí, camuflado en una historia de amor donde ella al final logra cambiar al
perverso y enamorarle. Esta es, sin duda, una de las fantasías más extendidas entre
quienes sufren a este tipo de sujetos (lógicamente no suele nunca ocurrir así). Cuando
alguien quiera evaluar el estado psicológico de una sociedad solo ha de saber qué es lo
que lee, ve en televisión y cuáles son sus hobbies fundamentales.
Ha de decirse que en todas las parejas, también en las sanas, se guarda cierta tensión
por el poder, con sus consiguientes luchas y búsquedas de equilibrio. Este anhelado
equilibrio, en las parejas sanas se halla a través de la negociación de los dos miembros,
negociaciones en las cuales ambos han de ceder para estar en sintonía. En las relaciones
más patológicas esto no sucede, sino que más bien la tendencia será al sometimiento y a
que los roles se muestren en principio inamovibles, aunque, como veremos en seguida,
estos terminan variando e incluso permutando.
En esta afectopatología relacional, cabe hacer de nuevo mención de uno de aquellos
principios que señalaba en el primer capítulo: los polos opuestos no se atraen. Aquí
dicha circunstancia cobra una relevancia especial. Pese a lo que cabría pensar de una
pareja que sostenga una relación sádico-masoquista, en ningún caso uno es estrictamente
sádico y el otro estrictamente masoquista complementándose perfectamente. Sí que
habría cierta tendencia a que uno de los dos tuviera un rol de manera más fija cómo
sádico o como masoquista. Sin embargo, antes o después el sádico muestra sus rasgos
masoquistas y viceversa.
Esta circunstancia fue descrita brillantemente por S. Freud, apoyándose en
105
observaciones de H. Ellis:
Un sádico es siempre, al mismo tiempo, un masoquista, y al contrario. Lo que sucede es que una de las dos
formas de la perversión, la activa o la pasiva, puede hallarse más desarrollada en el individuo y constituir el
carácter dominante de su actividad sexual. (Freud, 1905, p. 1186)
Mencionado esto, ha de tener en cuenta también el lector que la relación
sadomasoquista no se circunscribe solamente a la relación sexual. Más bien, en
ocasiones, se observa este problema en la sexualidad como eco de alguno de los aspectos
de la relación. Por ejemplo, en la relación puede que no haya, a priori, ningún rasgo de
sadismo ni de masoquismo en ninguno de los miembros. Sin embargo si hubiera,
pongamos por caso, una preocupación por la infidelidad esto ya marcaría un rasgo
distintivo donde el celoso se pudiera polarizar como masoquista y el posible infiel como
sádico (y al contrario el celoso como sádico controlador y el supuesto infiel, o infiel de
hecho, como masoquista ante ese control). En tal circunstancia podrían verse secuencias
diferentes en la sexualidad de sometimiento. La excitación, la sumisión y la
codependencia de ambos, cuestión que es definida por R. Castaño de una forma breve y
concisa:
En el sadismo lo que excita es el triunfo del poder y en el masoquismo lo excitante es saber que a través de la
sumisión se tiene poder y control sobre el otro. (Castaño, 2011. p. 180)
Cuando hablamos de las relaciones sádico-masoquistas siempre lo hacemos desde un
espectro más amplio que no se limita solo a la relación sexual. De hecho, la implicación
en lo sexual es solo una de las facetas de esta amplísima circunstancia, algo que Freud
(1924) ya dejó claramente delimitado. Además debemos tener en cuenta que en la mayor
parte de las afectopatologías se hallan insertas implícitamente dinámicas sádicomasoquistas.
En esta manera de relacionarse es obvio, siguiendo la teoría de la colusión, que el
sádico mantiene el poder estando en un polo progresivo, y el masoquista es pasivo
ocupando un polo regresivo. El progresivo puede estar realizando sus acciones sádicas
bajo el aspecto de un benefactor. De esta manera, quien sufre de los abusos parece no
poder quejarse dado que el otro «le mantiene económicamente», «le sostiene
afectivamente», «le acompaña ante las cuestiones cotidianas que le dan miedo», etc.
El origen del sadismo y el masoquismo es múltiple y, como siempre, tiene que ver
con las condiciones iniciales de ambos protagonistas de la relación así como de la
manera en la cual se fraguó esta en un principio. Para el creador del psicoanálisis,
Sigmund Freud, el masoquismo moral (diferente del sexual) se debe básicamente a que
la persona, debido a una culpa inconsciente, tiene una necesidad de castigo. Este
masoquismo moral procede de una cuestión inherente al ser humano, su pulsión de
muerte24 o thanatos (Freud, 1924, O.C. III p. 2759).
En mi opinión hay al menos dos problemas derivados de esta visión freudiana del
masoquismo:
106
1. Por un lado que se presupone que en todos nosotros hay fuerzas internas
(pulsiones) que nos llevan a tener inevitablemente conflictos intrapsíquicos que
conllevan necesariamente diversos sufrimientos. Esta explicación deja de lado
lo que parece ser lo más importante, las interacciones con el ambiente familiar y
cultural. Es por ello que hoy en día el concepto de pulsión está cayendo, dentro
del psicoanálisis contemporáneo, en desuso.
2. El peligro de esta disertación es que puede haber quien se sienta tentado a
explicar toda conducta masoquista o situación de sufrimiento en un sujeto como
si este se lo estuviera buscando. Esta interpretación puede ser muy perversa
porque estamos diciendo en cierto modo: «lo que te ocurre te lo estás buscando
tú mismo y en el fondo lo deseas para expiar tu culpa». Así que dejamos de lado
las otras fuerzas vitales del individuo y que llevan a su superación. Al no
centrarnos en ellas dejamos a la persona en el ostracismo sin mostrar interés por
su mejora o por la búsqueda de otro camino que le permita superarse.
Sí es cierto que en ocasiones encontramos comportamientos muy masoquistas. Hay
personas que creen que no merecen el éxito o el bienestar, y se ponen a sí mismos la
zancadilla, aunque esto no parece responder a poderosas fuerzas inconscientes
pulsionales sino a la interacción y posterior internalización automática de modelos
fuertemente punitivos en la infancia, alimentados, en ocasiones, con otros factores
contextuales aparte de los mencionados.
Es decir, no todo comportamiento masoquista tiene que ver con la búsqueda de un
castigo consciente e inconsciente, sino que una persona puede incurrir en este tipo de
conductas por otras razones y motivaciones que a continuación pasaré a exponer.
– En todas las relaciones de pareja se encuentra cierta tensión, con
algunos referentes (de baja intensidad) sádicos y masoquistas.
Mientras que en las parejas sanas esto se supera a través de la
negociación, el respeto y el cuidado del otro, en las relaciones
patológicas la tendencia es que dichos rasgos se agudicen y haya un
fenómeno de escalada. De esta manera, los comportamientos son cada
vez más intensos y destructivos para la relación de pareja.
– La naturaleza de las relaciones sádico-masoquistas hacen que
difícilmente se mantengan los roles siempre fijos. Por ello a menudo se
producen ciertas variaciones en los papeles jugados por cada uno. Así,
el sádico puede jugar en algunos momentos un rol de sufridor y
viceversa, en ocasiones el sádico puede sufrir simplemente ante la
posibilidad de que su objeto de denigración pueda desaparecer, lo cual
le hace vulnerable puesto que el sádico es tan dependiente de él como
el masoquista.
107
2. Algunas posibles condiciones iniciales, atractores y
dinámica en el sadismo-masoquismo
Para explicar más profundamente la relación sádico-masoquista me he de centrar en
primer lugar en cómo los componentes de la relación amorosa, descritos en el capítulo
IV, son afectados. En la forma de relacionarse tanto el sádico como el narcisista con los
demás están seriamente limitados los componentes del amor descritos por Fromm
(1956), por encontrarse la responsabilidad, la preocupación activa, y sobre todo el
conocimiento de las necesidades y el respeto por el otro en un absoluto segundo plano en
virtud de la autoafirmación de sus necesidades.
En cuanto a los componentes que yo propongo, en el sádico se produce tanto una
atrofia de su capacidad de cesión como de la renuncia por el otro. Mientras tanto, en el
polo del masoquista se produce precisamente lo contrario, es decir, un exceso patológico
de cesión y de renuncia que le relega cada vez más a una posición de inferioridad. Desde
esta posición pasiva y regresiva la tendencia está siempre encaminada a tener una pobre
autoestima y una incapacidad de desarrollo del propio self.
En el polo pasivo el masoquista se ve abocado a no llevar las riendas de su vida, y a
veces esta pasividad parece tener la ventaja de que es la pareja quien elige, toma
responsabilidades y lleva a cabo decisiones. De este modo el individuo masoquista
parece no correr riesgos dado que ha delegado «en el otro». Sin embargo, la realidad es
que en cada ocasión está asumiendo más riesgos puesto que el sádico se hallará, cada vez
más, en una posición de poder y de mando absoluto. El pasivo corre entonces el mayor
de los riesgos, perder su identidad.
Otro problema añadido de quien asume esta posición pasiva y masoquista reside en
que suelen ser personas con un alto grado de responsabilidad en la relación de pareja
acerca de que «atender a la pareja o aceptarlo haga lo que haga es una obligación de
buen/a esposo/a». Esta cuestión se halla automatizada de manera implícita. En las
condiciones iniciales de la relación este es un factor que crea una gran sensibilidad
dependiente a lo largo de todo el proceso de la relación. Los dictámenes de la cultura o
los condicionamientos familiares han de tenerse en cuenta, como es el caso en la mayor
parte de las relaciones de pareja que tienen un buen grado de conflicto.
Por su parte, en el polo activo el sádico trata de progresar a costa de que el otro siga
sumiso y acepte las condiciones de sus apetencias y de las funciones que tiene en la
pareja. A menudo incurre en mecanismos de coacción que pueden incluir desde las
amenazas hasta el chantaje emocional. Llegando en ocasiones a formas más duras de
maltrato psicológico y físico. En los caracteres sádicos es muy típico el privar a la pareja
de tener amistades, de que estudien (en los casos que yo he conocido: idiomas, estudios
superiores, módulos, etc.), tengan hobbies fuera de la casa, etc. Todo ello representa una
108
amenaza para el sádico puesto que su fantasía básica al respecto es que la pareja va a
poder expandir su mundo con esas actividades y probablemente abandonarlo.
Pero insisto una vez más en que, aunque normalmente uno de los miembros esté más
posicionado en uno de los polos, también existe la posibilidad de que por momentos se
convierta el sádico en masoquista y viceversa. Es decir, que por regla general, salvo en
casos determinados y de excesiva colusión, lo dicho hasta aquí puede ser válido para los
dos miembros de la pareja.
Con este último párrafo inicio la discusión de una de las características más
prototípicas como atractor y mantenedor de este tipo de relaciones, la dependencia.
Dependencia sobre todo de quien asume como más constante el polo masoquista, dado
que su falta de autoestima le hace pensar que no va a encontrar a nadie si la pareja le
deja. A menudo he tratado muchos casos en los cuales el pensamiento básico de las
personas que aguantan «carros y carretas» en una relación es porque piensan que no van
a encontrar ninguna otra pareja en el futuro.
También la dependencia es palpable en el sádico quien, sin su objeto de control, se
siente en el fondo, aunque es difícil que lo reconozca, totalmente perdido y arrojado a la
soledad. De ahí que cuando estos sádicos son, por ejemplo, maltratadores físicos, sean
capaces de ponerse de rodillas delante de la pareja e implorar perdón prometiendo, casi
siempre en vano, no volver a hacer daño.
Las condiciones iniciales en las que se desarrolla una relación sádico-masoquista son de
muy diferente tipo, pero el miembro que tiene tendencias masoquistas es habitualmente
alguien con una fuerte necesidad de filiación. Las personas con tendencias a relacionarse
con personas exigentes y que muestran tendencias al maltrato suelen tener fuertes
necesidades de apego, el problema es que este apego, fundamental en todos nosotros,
toma formas dependenciales perdiendo el masoquista su capacidad para filtrar
candidatos beneficiosos y amarrándose, pues, a un clavo ardiendo. De esta manera se
produce, desde el principio de la relación, una sensibilidad dependiente consistente en la
obtención continuada de esta filiación intensa.
El problema de un self débil, una autoestima baja y un escaso reconocimiento
individual de sí-mismo hace que las personas con tendencias masoquistas encuentren en
«cualquiera» un buen candidato (máxime cuando este se muestra fuerte), el cual, si
median determinados factores mantenedores en ese sistema relacional, se convertirá en
una pareja de larga duración. El problema aparece cuando el candidato es un sádico y
acepta de muy buen grado a esa persona con tendencias al sufrimiento porque puede
manejarla y dar rienda suelta a sus necesidades de poder y control.
Así, en las condiciones iniciales de la relación el sádico encuentra una persona a la
cual instrumentalizar, cosificar y utilizar en su propio beneficio (algo por cierto común a
los caracteres narcisistas). El otro es un compañero perfecto porque va a servir para el
propósito de reafirmación de poder que el sádico necesita. Recordemos que en esta
afectopatología relacional (como en la afectopatología narcisista y en la mayor parte de
109
las que veremos) es tan dependiente uno como el otro.
Al comienzo de la relación, estas parejas suelen observar facetas complementarias,
que hacen que a través de acuerdos tácitos e inconscientes se pueda mantener una
relación que agrade al otro. Las personas que están en el polo del sadismo suelen
manifestar que vieron en su pareja desde el momento en que la conocieron facetas como
dulzura, ternura, capacidad de sacrificio, etc., cualidades que les confiere la idea de que
el otro es controlable y manejable para sus propósitos de compensación,
sobrecompensación,25 control y poder sobre el otro. Desde el polo del masoquismo se
dice normalmente que vieron en el partenaire alguien con fuerza, seguridad y decisión.
Cualidades que hacen que la seguridad que les falta a ellos la focalicen en el sádico.
En las relaciones de pareja, la línea que separa las condiciones iniciales, los atractores
y los mantenedores es muy fina, por lo que en muchas ocasiones es sumamente difícil
diferenciar los límites entre unos y otros, sobre todo en lo que refiere a los atractores y
las condiciones iniciales los cuales, en los sistemas dinámicos no lineales, se solapan y
manifiestan prácticamente de manera simultanea.
En el caso de esta dinámica sádico-masoquista, lo que observamos es que el sadismo
se origina en la relación como control, pero no se sostiene en el tiempo únicamente por
querer controlar (pues esto solo es válido y se mantiene si el otro quiere). De la misma
manera, el masoquismo no se sostiene solo por tener fuertes necesidades de filiación o
por tener un carácter dependiente, sino que los atractores y los mantenedores principales
de las relaciones con el sádico por parte del masoquista son los siguientes, pudiéndose
dar alguno de ellos o varios combinados a la vez, dependiendo del vínculo establecido:
Querer controlar a la figura sádica. Por ejemplo, he tratado numerosos casos en
los cuales al ser el padre en la infancia de la paciente un drogodependiente y/o
alcohólico, esta escogía luego, de mayor, a parejas con adicciones afines o de
otra clase (por ejemplo ludópatas). Parejas que se comportaban con ella de
manera abusiva y maltratándolas, normalmente de manera psicológica, con
continuos insultos y críticas sobre cualquiera de sus actividades. En la fantasía,
muchas mujeres están tratando de demostrarse a sí mismas que no les van a
volver a hacer lo mismo, que no van a ser las mismas víctimas de la infancia.
En los hombres también se observa cómo quieren plantar cara a una figura
femenina sádica que no es la misma que tienen en la actualidad, sino la
representada por una figura de apego en la infancia que se presentó como figura
«castrante» e hipercrítica, normalmente la madre. En otras ocasiones la abuela,
la tía e incluso la hermana o una prima cercana mayor.
Necesidad inconsciente de ser castigado. Normalmente por culpabilizaciones
subjetivas, aunque también por autocríticas del tipo «Soy una persona que no
tiene cualidades para ser soportada», «No puedo ser querido», etc.; lo que hace
que piense que merece un castigo por ser indeseable. El problema de la
dinámica de la culpa en los caracteres masoquistas es que el sádico a menudo
culpabiliza al otro de lo que ocurre en su relación. También sucede que cuando
110
el que sufre el maltrato se plantea la ruptura de la relación fantasea con el daño
que le va a hacer al sádico culpabilizándose de nuevo por tener esos
pensamientos, que a la vez le llevan a no tomar una decisión de ruptura,
teniendo tendencia a ser cada vez más pasivo y sufrido.
Autodemostrarse que se puede con la figura autoritaria, sádica y/o punitiva,
circunstancia que es más bien una consecuencia de las dos anteriores.
Necesidad obsesiva de sentir el aprecio de una figura punitiva. Muchas personas
que han soportado múltiples vejaciones a lo largo de su infancia y/o
adolescencia por parte de figuras importantes, tienen una necesidad perentoria
de encontrar apego. Esta manera de buscarlo en ocasiones viene dada en virtud
de un Efecto Zeigarnik, por lo cual la figura que se elige para esta búsqueda de
reconocimiento y cariño es una figura sádica y punitiva en un grado extremo.
En mi opinión, este es uno de los más potentes atractores y mantenedores en el
masoquista tanto en sus actitudes como en la relación de pareja.
El último mantenedor de esta dinámica sádico-masoquista es, en términos
generales, el germen de la denominada por Willi (1978) colusión anal-sádica.26
En el núcleo de esta colusión, que tiene su máximo referente en la circunstancia
sádico-masoquista, lo que se observa, según este autor, es que el sádico guarda
una actitud de someter a la pareja para esconder sus propios miedos de
separación, la sobrecompensación consiste en hacer dependiente a la pareja
porque así no se asume la propia dependencia (1978, p. 119).
Mientras, el consorte masoquista puede tener en realidad temor a la
independencia, a actuar por sí mismo, a equivocarse, a hacerse adulto. Por ello
prefiere, inconscientemente, que el otro tome el mando para no asumir su
posible autonomía.
111
3. Las celotipias como una forma camaleónica de
afectopatología sádico-masoquista
Acudo al término «camaleónica» para explicar la característica central de la relación que
mantienen los vínculos en los que uno o los dos son celosos en extremo. Cualquiera de
los miembros de la pareja puede cambiar en cuestión de un momento del polo sádico al
masoquista y viceversa. Si el celoso patológico se está comportando de manera cruenta y
con exceso de control de la pareja, puede convertirse en el polo masoquista cuando la
pareja empieza a flirtear (a veces de modo cruel y para provocar celos) de verdad con
otras personas e incluso a mantener relaciones de facto.
Esta relación se observa en muchos casos. Uno de ellos, que conocemos de cerca a
través de la práctica clínica propia y la de otros colegas, es el del enganche emocional
que se produce entre una personalidad histeroide y una obsesiva.
Aunque dedicaremos un capítulo a la afectopatología relacional histeroide me
gustaría dar unas breves pinceladas para que el lector quede más ilustrado. El carácter
histeróide tiene múltiples definiciones y subtipos en la psicología y el psicoanálisis, pero
ahora concretamente me refiero con dicho término a personalidades gaseosas, de poca
estructura, con capacidad para cambiar de opinión y gustos de manera continua
(«veletas»), manipuladores y que a la vez actúan de modo muy seductor, pese a que a
menudo no tienen la sensación de hacerlo. Cuando una de estas personalidades entronca
con otra obsesiva, la circunstancia que se observa es una gran necesidad de control por
parte del obsesivo, y una manera continua de provocar celos en el polo histérico.
Caso 6. José R.
José R. tiene 31 años cuando acude a mi consulta, es un hombre inteligente, intelectual y
muy preocupado por mantener el control en todas las áreas de su vida. Después de unos
meses en tratamiento entra en su vida una persona que hace que sus intenciones de
control se tambaleen. Conoce a Ana, una mujer unos años más joven que él, a la cual
define como muy jovial y dinámica. Al comienzo, la relación parece bastante idílica,
pero José R. está realmente asustado porque ve que pierde el control en un área de su
vida y que sus emociones y reacciones fluyen espontáneamente.
El problema es que a los pocos meses del inicio de la relación Ana comienza a
comportarse de manera ambigua, tanto con él como con la relación que tiene. Según
cuenta José R. ella se pone a flirtear con cualquier tipo que le resulte interesante, incluso
delante de él. En ocasiones ella prefiere salir con un grupo de amigos diferente entre los
cuales, para José R., se encuentra un chico que a ella le gustaba antes de conocerle a él.
Pese a los intentos razonados que le hago como terapeuta acerca de que hable
claramente con ella para eliminar lo que imagina y saber la realidad de lo que sucede o
112
de que le ceda espacio, él se vuelve cada vez más obsesivo y controlador con ella (suele
ser bastante común que al comienzo de una crisis el paciente haga caso omiso de lo que
los psicoterapeutas opinamos). Su excesivo control de todas sus actividades es de una
naturaleza claramente sádica para con Ana, la cual se polariza en una posición de
sufridora del acoso del novio.
Al poco cambian las tornas, pues ella se muestra cada vez más enigmática y
abiertamente seductora con otros hombres, quedando incluso para cenar de manera más
íntima con alguno de ellos. Ana no rompe la relación con José R., lejos de ello la sigue
sosteniendo y en ningún momento hace el menor amago de dejarle. Al contrario, Ana
prefiere mantener la relación con José R. para decirle y quejarse una y otra vez de que él
no es el hombre de su vida y que ella necesita espacio.
Ana le envía mensajes ambivalentes de modo continuo a José R., cada vez le indica
con mayor indolencia su falta de respeto y de cariño por él. José R. empieza a entrar en
una especie de estado depresivo y ansiedad que le pasa incluso factura en su trabajo y en
su salud. Ana, sin embargo, no afloja con sus actitudes y pasa a ser cada vez más la
sádica en la relación, materializando todos los fantasmas obsesivos de José R. acerca de
su posible infidelidad y flirteos con los demás. José R. se convierte ya en un títere en
manos de su pareja, quien parece sostener la relación solo para demostrarle su libertad y
que puede hacer lo que le venga en gana. En un corto espacio de tiempo la camaleónica
relación ha cambiado sus roles.
Fueron necesarias muchas sesiones, mucha paciencia por parte de ambos, pero
finalmente José R. y yo logramos avanzar en su trabajo personal y vislumbrar que un
potente mantenedor de sus conductas con diversas parejas y de atractores a la hora de
elegir a otras mujeres como novias, consistía en la posibilidad de poder contener y poder
controlar a «mujeres fatales», tal como José las definía. Si no veía en una mujer estas
características de seducción y volubilidad de carácter y comportamiento no se sentía
atraído por ellas. De hecho fue muy común en su vida encontrar otro tipo de chicas de
las que «por más que lo intentara no se podía enamorar». Los matices masoquistas,
aparte de los sádicos, se manifestaban en José R. en sus comunes formas de realizar la
elección de pareja.
Para José R. era muy importante, tanto de la familia y los amigos como en el trabajo,
obtener atención y valoración, pero sobre todo esto era valioso cuando se lo ganaba
compitiendo con los demás por ello. Algo que también buscaba inconscientemente con
este tipo de mujeres, a las que cuando conquistaba era siempre a costa de quitar del
medio a varios pretendientes que «revoloteaban» alrededor de ellas. El problema es que
a estas mujeres les suele gustar que siempre haya candidatos «revoloteando», por lo cual,
cuando esto era una actitud constante y amenazante producía en José R. episodios de
obsesión, ansiedad y tristeza.
Con este ejemplo trato de mostrar lo sencillo que es en las parejas que se sostienen a
través de los celos variar de un polo a otro. El obsesivo se puede convertir en sádico a
113
través del control de la pareja, dado que a través de la coacción y acotación la convierte
en una víctima. Pero esta puede revelarse haciendo lo que el obsesivo temía que hiciera:
ser infiel o al menos planearlo. Aquí el obsesivo pasa a sufrir, a colocarse en el polo
débil, a sufrir el sadismo de la persona histérica que además optará por no abandonarle
para que sea testigo de su peor pesadilla.
Como acertadamente reflexiona J. Willi, el mensaje que se dan uno a otro de manera
inconsciente sería algo así como:
Yo soy tan celoso solamente porque tú eres tan infiel; y el otro contesta: Yo soy tan infiel solo porque tu eres
tan celoso. Lo enfermizo de este juego se revela en la manera en que cada uno provoca al otro a su
comportamiento. (1978, p. 138)
Cabe decir que en otros casos de relaciones de celotipia es solo uno de los miembros
de la pareja el que está realmente obsesionado con que la pareja le sea infiel, y que esta
circunstancia no tenga nada que ver con la realidad puesto que su pareja es persona leal a
este respecto. Esto podría producirse por:
Una proyección sobre la pareja de sus propias intenciones. Es decir, el celoso es
quien realmente quiere ser infiel. Al ser estas fantasías inaceptables para él, se
niegan y se proyectan en la pareja. Sería algo así como «aunque soy yo quien
fantasea con serte infiel, yo no soy el infiel, lo eres tú».
Por relaciones de pareja en el pasado en las cuales el celoso fue objeto de
infidelidades.
Por situaciones en el pasado de humillación no relacionada con las parejas sino
con situaciones en las cuales fue objeto de mofa. Los complejos crónicos de
inferioridad a menudo provocan en los individuos la fantasía de que van a ser
humillados y víctima de infidelidades dentro de la relación.
Por una experiencia de infidelidad en sus propios padres, quedando
traumatizado el individuo en la primera o segunda infancia. A menudo, las
infidelidades entre los padres crean serios trastornos en la personalidad de los
niños, quienes desarrollan por regla general misoginias o androfobias
dependiendo del caso.
He observado en multitud de ocasiones (sobre todo en mujeres) cómo los episodios
de infidelidad del padre hacia la madre provocaban en la niña y en la posterior adulta una
actitud de recelo contra la figura del hombre, y sobre todo de minusvaloración, habiendo
un discurso siempre despectivo del género masculino.
Cuando esta misma circunstancia es observada por un niño y es la madre la que fue
infiel al padre, cuando este niño es adulto la actitud suele ser de celotipia «patológica» y
obsesiva a la vez que se pueden buscar mujeres que potencien, por sus cualidades, esas
fantasías. Este último sería el caso de José R. Otros desarrollan una actitud cínica frente
a la mujer calificándolas de manera genérica como «son todas unas putas, malas, locas,
etc.».
114
Los casos en los que los dos miembros muestran simultáneamente temores de
infidelidad, pero que a la vez amenazan con ser infieles o, de hecho, seducen a otras
personas, entrarían más bien en otra de las tipologías que describiré: la afectopatología
por rivalidad.
115
23. Ahora sé que estoy siendo utilizado, está bien porque me gusta el abuso. Sé que ella está jugando
conmigo, eso está bien porque no tengo autoestima (la traducción es mía).
24. El concepto de pulsión está hoy en día en desuso por algunas corrientes del psicoanálisis contemporáneo.
En metapsicología freudiana, se entiende que la pulsión es algo inherente a todo ser humano y que antes o después
se muestra dado que es su naturaleza. Al final de su obra Freud concluye que son dos las pulsiones fundamentales
que hay en el ser humanos: el eros o pulsión de vida, y el thanatos o pulsión de muerte. Esta última tendría que
ver con las tendencias autodestructivas y secundariamente también se dirigen al exterior en forma de pulsión
destructiva.
25. Utilizo aquí este concepto de Alfred Adler (1912, 1927) porque me parece muy instructivo. En la mayor
parte de los casos de afectopatología relacional sádico-masoquista y en la de (anti)amor narcisista, se observa que
tanto quien está en el polo sádico como el narcisista compensa (con esta actitud y a través de la tarea especular que
el otro hace) los sentimientos y complejos de inferioridad que en realidad tiene. Ideas estas que he tratado más
detenidamente en otros escritos acerca del funcionamiento mental de las personas maltratadoras (Guerra Cid,
2004b, 2006).
26. El psicoanálisis freudiano se refiere con etapa anal-sádica a una fase del desarrollo humano en la cual el
niño aprende el control de los esfínteres mediante mecanismos como la retención. En esta tarea educacional de
controlar «las cacas», como comúnmente dicen los papás, puede haber problemáticas de fijación que provocarán
que ese niño cuando sea un adulto tenga tendencia a controlar en exceso el entorno y a los demás. Una
exacerbación de dicho proceso serían los caracteres sádicos.
116
X. La relación de pareja como protagonistaespectador: la afectopatología del (anti)amor
narcisista
No se trata de que el narcisista se ame solamente a sí mismo y a nadie más, sino que se ama a sí mismo
tan mal como ama a los otros.
VAN DER WALLS (1965), citado por O. KERNBERG (1995)
117
1. Transformaciones sociales
En las últimas décadas ha habido un cambio importante en el carácter social, aunque el
más destacado se está produciendo actualmente fruto de la grave crisis económica que
atravesamos. Esta crisis pone de manifiesto la crisis de valores y de ética existente
previamente, acompañándose, claro está, de otra económica. Y, sin duda, nos está
mostrando en directo una fuerte transformación social. Es muy probable que no nos
estemos dando cuenta de dicho proceso al vivir inmersos en él, por lo cual
necesitaríamos tiempo para verlo en perspectiva, sin embargo sí podemos ser capaces de
ir observando alguna de las consecuencias.
En los 60 se inició un estatus social de carácter «anal» siguiendo los conceptos
psicoanalíticos clásicos. Dicha circunstancia se traduce en una sociedad bastante
patriarcal, con clara base machista donde preponderaba el trabajo del hombre y valores
como el esfuerzo, la pulcritud (en diversos niveles y ámbitos), la «rectitud», los buenos
hábitos y el control de las emociones e impulsos. Todo ello en un ambiente
fundamentalmente conservador.
A través del periodo de transición de liberación en los 80 y debido a cierto boom
económico (que a la postre ha resultado ser un espejismo) la sociedad se transformó en
un espectro narcisista. Basado fundamentalmente en el alardeo material, en la compra de
viviendas, coches, ropas de marca. En una confusión continua entre el tener y el ser,
creyendo en vano que se era algo en función de lo que se tenía. A este narcisismo han de
añadírsele la aparición de toda una generación criada en la más absoluta de las
opulencias, dando muy poco sentido a lo que cuesta ganar las cosas. Una generación
acostumbrada a tener lo que deseaba antes de abrir la boca para pedirlo. Se ha dado una
imagen omnipotente y muy narcisista acerca de que se puede poseer todo lo material y
haciendo hincapié preferiblemente en el valor estético y de apariencia. Demasiado
Dorian Gray para tan poco retrato.
No es casualidad, querido lector, que en la actualidad tengamos dos millones de «ninis» en España. Jóvenes (y no tan jóvenes) en una situación de impasse en la que no
estudian, no trabajan, no se forman, no se esfuerzan, no se comprometen…
En mi opinión, tras años de observación y tratamiento de muchos jóvenes, hay otro
factor fundamental en esta actitud, el abuso de las mal llamadas drogas blandas. La
mezcla de los «porros» con el alcohol en la cotidianidad de la vida de estos jóvenes solo
ha alimentado más su pereza y aturdimiento, creando una sociedad «anestesiada». No se
imagina, amigo lector, cuán bajo han caído los niveles de tolerancia a la frustración y
cuán difícil es fomentar una cultura del esfuerzo (en adultos, niños y jóvenes). Quienes
nos ocupamos en tareas docentes observamos, cada vez más, lo que le cuesta a la gente
esforzarse por estudiar, pensando que con un grado o licenciatura se puede ejercer sin
pudor ninguno en cualquier profesión.
118
Sea como fuere, en los últimos años y fruto de la potentísima crisis (económica, social y
de valores éticos) que nos asola, parece que se produce una nueva transformación, estos
caracteres narcisistas ahora tienen su narcisismo herido. Ya no es posible recubrirse con
tanta facilidad de adornos externos que amortigüen o disfracen nuestra imagen real.
Entonces parece que volvemos a una sociedad anal pero con matices sádicos a un gran
nivel. Por ello los sádicos campan a sus anchas dominando, humillando y sometiendo a
propios y extraños. Parece, de hecho, una rápida fusión de narcisismo y sadismo, sobre
todo en algunos de los individuos que detentan el poder, aunque este poder sea nimio y
quien lo practique sea el dueño de un bar, atormentando a su único camarero.
De esta manera parece que estos individuos, en ocasiones, tratan a los demás como a
un burrito al que se le hace avanzar o se le lleva donde quiera poniéndole una zanahoria
delante de la cara para que camine. Así, muchos narcisistas heridos persiguen la
zanahoria hasta donde sea para tratar de recuperar su estatus. En el peor de los casos
estas personalidades sádicas y narcisistas abusan a diferentes niveles, e incluso con
violencia, con quienes necesitan realmente el trabajo para comer y no para alardear. En
estos tiempos los sádicos narcisistas están haciendo literalmente lo que quieren
aprovechando la coyuntura actual a niveles sociales y laborales. Imagínese a nivel de
pareja…
119
2. Narciso que no se ahoga, asfixia a quien convive con él
En las distintas narraciones del mito de Narciso (un joven muy atractivo y enamorado de
sí mismo) el final es siempre semejante: por influjo de alguna diosa termina muriendo
ahogado, anonadado ante el reflejo de su belleza en el agua. Los «narcisos» de nuestra
sociedad, que han pasado a denominarse por el psicoanálisis (no con pocos matices
peyorativos) narcisistas son individuos que, cuando gozan con su poder y no sienten
remordimientos por alcanzar con cualquier medio sus fines, son realmente peligrosos.
Normalmente los narcisistas terminan, metafóricamente hablando, ahogándose, pero
mientras tanto van asfixiando también a la mayoría de las personas con las que conviven.
El individuo narcisista no deja espacio para los demás, ha de ser «el perejil de todas las
salsas» y, sobre todo, (tómenlo en cuenta) todos quienes les rodean han de tener una
buena imagen de ellos. De no ser así lucharán hasta la saciedad para que esto ocurra,
convenciéndoles y vendiéndoles sus atributos.
A menudo una persona narcisista se ve abocada a tener que ser protagonista o a
destacar de cualquier manera. No solo en las ostentación de pertenencias, también en
cuanto a la imagen. Cada vez más son las personas con graves problemáticas
relacionadas con el cuerpo, además de las enfermedades ya conocidas por todos como la
anorexia y la bulimia nerviosa; a día de hoy hemos de sumar, con cada vez una mayor
prevalencia, la vigorexia, con sobre todo hombres intensamente obsesionados con la
imagen del cuerpo, los músculos y todo un ritual de alimentación y complementos que a
menudo son nocivos para la salud al carecer de la necesaria supervisión (médica y
psicológica).
Y todo ello no parece mejorar porque, además, el mensaje externo que muchos
medios publicitarios siguen ofreciendo es la dictadura de tener un cuerpo perfecto, e
incluso imposible, diría yo, a tenor de las manipulaciones físicas y digitales que se hacen
a menudo en publicidad. La nueva estética corporal en los últimos 15 años ha provocado
cambios hasta en la sexualidad (S. Doctors, 2013) puesto que la tendencia es más bien a
que el cuerpo esté sexualizado más que perfeccionado. Y esto coloca el cuerpo en la
posición de producto de consumo.
Uno de los enormes problemas que presentan los narcisistas en sus relaciones de pareja
es que el amor suele estar enfocado primordialmente sobre sí mismos. O bien solo se
preocupan de ellos, o bien la forma equivocada con que se creen amar es la misma que
aplican al prójimo. De ahí la connotación de (anti)amor que doy, dado que la solidaridad,
la preocupación, la cesión, etc., está constantemente mitigada en detrimento de su propio
bienestar y beneficio. Obviamente, el compañero de un narcisista tiene que tener unas
cualidades muy específicas para poder soportar esta interacción. De ahí que Willi, con
120
muy buen criterio, defina la colusión narcisista como «amor como ser uno» (1978), es
decir, una relación muy fusional donde el narcisista es sin duda el polo progresivo, y el
polo regresivo es el consorte del narcisista, quien es feliz observando y adorando a su
pareja, la cual está idealizada hasta el extremo. Para ello han de funcionar ambos con los
mismos criterios e ideologías que tiene el miembro narcisista de la pareja. Todo lo que se
salga de ahí será motivo de discusión y conflicto.
Esta grave asimetría relacional provoca, antes o después, enormes abusos por parte
del individuo narcisista, quien necesita, por regla general, cada vez más espacio para sus
representaciones de grandilocuencia y a un espectador fiel y paciente que las atienda. El
más inmediato efecto que esto tiene en el consorte del narcisista es una anulación de su
identidad, dado que el otro le quiere en función de que sea como una parte de sí-mismo.
Circunstancia que se ha observado en otro contexto y que ha sido revelada en multitud
de estudios clínicos del psicoanálisis clásico referente a la tipología de madres que aman
a su hijo como una extensión de sí mismas provocando una cruel dependencia de ellas y
la anulación del propio desarrollo del infante.
En otras ocasiones, la personalidad del narcisista muestra de manera exhibicionista un
self grandioso (enfermizo) a la pareja como espectador, a la vez que sus partes
desvalorizadas y que menos le gustan son proyectadas sobre el partenaire (O. Kernberg,
1995, p. 255). Este es otro peligroso ejercicio de ahogo sobre la pareja la cual, aparte de
ser menos que el narcisista, contendrá a su vez las partes menos deseadas y temidas del
narcisista, quien se las deposita a ella. Pongamos un ejemplo: supongamos que un
hombre narcisista es en realidad perezoso aunque pretende sobresalir por sus
capacidades de trabajo. Él mismo se exalta ante cualquier pequeño gesto laboral y
productivo que tiene. Mientras, cada vez que su mujer (la cual por supuesto le ha de
admirar) descansa de trabajar es acusada por su marido de perezosa y vaga. En esta
operación el narcisista mantiene su imagen ideal a la vez que pone sus partes malas y
negadas en su mujer.
121
3. Escenas que mantienen la relación
En un narcisismo crónico y patológico todos los componentes necesarios para el amor
están trastocados seriamente. La solidaridad es inexistente y la cesión por el otro solo se
produce si se espera a medio plazo un beneficio mayor que el esfuerzo invertido en esa
cesión, lo cual nos muestra la característica manipuladora de tal actitud.
Por supuesto no hay un conocimiento activo de quién es el otro puesto que no se ha
producido esa necesaria «desnarcisización» para poner el foco atencional en las
necesidades de los demás, estos sujetos están más bien «autocentrados». A menudo se
encuentra en este tipo de relaciones muy poco respeto, puesto que, entre otras cosas, la
parte mala y que comete errores de la relación es siempre el compañero del narcisista.
Desde esta posición el narcisista siempre coloca al otro en la posición de fallido y
errático, lo cual, lejos de fomentar su respeto, le convertirá en objeto de continua
degradación.
En las condiciones iniciales de la elección de la pareja un potente atractor que necesita el
narcisista es que su futura pareja posea un atractivo físico muy por encima del
intelectual, a no ser, claro, que este último lo pudiera tornar en su beneficio, y así
mostrarlo y exhibirlo como si de algo propio se tratara. Otro factor totalmente necesario
en la elección del polo «activo» y narcisista es una predisposición en la otra persona a
venerarlo y contemplarlo, pero sobre todo ha de ser para él una figura especularizante.
Heinz Kohut (1971, 1979), uno de los más grandes pensadores acerca de la
problemática del narcisismo, encontraba que parte de la psicopatología en este tipo de
personas surgía de un grave déficit en las funciones de especularización que debieron de
haber recibido en su infancia. Dichas funciones tendrían que ver básicamente con que las
principales figuras de apego devolvieran al niño, como un espejo, una imagen para él (de
su «sí-mismo» o self) valiosa, creando un self cohesionado, algo simple pero que no
siempre es dado por los padres. Ejemplos de ello son decirle al niño: «¡Qué bien corre
mi niño con su bici!», «¡Pero qué lista es mi niña, es la más lista del mundo!», «¡Ven
aquí que te de un beso, guapa! ¿Pero hay una niña más guapa que esta? ¡No lo creo!».
Obviamente todos en nuestro narcisismo natural, necesitamos de vez en cuando
devoluciones positivas de nuestras cualidades y/o de las tareas que hacemos. El
problema es cuando esta necesidad es compulsiva y totalmente determinante para el
funcionamiento cotidiano. Por tanto, en ciertas ocasiones algunos narcisistas son
personalidades realmente «hambrientas de espejo», y dada esta necesidad detectan en la
posible pareja esta habilidad especularizante, anhelando, el narcisista, que se le
reconozca todo lo grandioso y valioso que cree ser o necesita creerse que es. De aquí se
deriva que una cualidad muy necesaria para que haya una afectopatología de este tipo es
122
que la pareja del narcisista sea de base alguien con gran capacidad para idealizar. Así, si
la intensidad en la idealización por parte del consorte narcisista es alta, y para el
narcisista hay un elevado atractivo físico y/o material tendremos unas condiciones
iniciales propicias, que se convertirán a su vez en atractores a corto y medio plazo si
estos poseen un elevado potencial emocional.
Ahora bien, es difícil explicar el mantenimiento a lo largo del tiempo solo con estas
variables del tipo «yo necesito ser un objeto de deseo y así lo siento porque tú me
idealizas». Sino que en una gran parte de los casos el polo de la pareja que hemos venido
denominando «consorte del narcisista» o «espectador del narcisista» a su vez se siente
también protagonista (y es también en cierto modo narcisista) a través de la pareja. En
mi opinión, la potente idealización del otro guarda también una necesidad de «ser
fondado» por esa persona a la que se idealiza. Aunque parece que el partenaire del
narcisista, en principio, no tiene pretensiones de ningún tipo y que estas solo pertenecen
a su pareja, más narcisista y exhibicionista, a menudo no es así. Con la siguiente viñeta
clínica se verá todo ello más claro.
Caso 7. Jose C.
Jose C. es un hombre de 34 años. Es una persona tímida que nunca ha sobresalido mucho
ni en su infancia, ni en los estudios, ni entre sus hermanos, ni en su trabajo actual.
Conoce a Soraya, una mujer dos años menor que él, que tiene un trabajo de ejecutiva.
Jose C. es una persona muy dadivosa que siempre muestra a todo el mundo con el
que conecta, sus partes buenas y más positivas. Por lo que mi paciente me cuenta Soraya
es una persona muy preocupada, casi obsesionada, por su imagen y por fascinar a través
de su porte y belleza. En una ocasión, ella le acompaña a la consulta y se dirige a mí de
un modo muy autoritario dictaminándome como terapeuta en qué facetas de Jose C. debo
de incidir y hacer cambios (supongo que a estas fechas aún sigue esperando que lo haga).
Sus cualidades narcisistas le llevan a exigir en todo lugar y tratar de convencer a
cualquiera de sus pretensiones (aunque, como es el caso, no fuera un lugar en el que ella
pudiera permitirse esas exigencias).
Sin embargo, al avanzar en el tratamiento con Jose C, veo que pese a que ella le trata
mal a menudo y, literalmente, le organiza la vida (en ocasiones hasta la hora y día de
sesión en que tiene que acudir a consulta) él está tranquilo y no se muestra molesto. A
través de la terapia observamos que una de las cuestiones que hace que mantenga la
relación a pesar de todo es que para él también están cubiertas sus necesidades
narcisistas. Aunque él se encuentra en una posición de «no exposición» ni exhibición,
dado que tiene un trabajo de media jornada y no tiene más pretensiones, lo compensa
con el hecho de salir con una ejecutiva a la que idealiza y considera atractiva. Además ve
en ella muchas de las cosas que cree que a él le faltan, incluida su posición social y
económica.
Lo que brota de todo este planteamiento, en las próximas sesiones que tenemos Jose
123
C. y yo, es que él tiene la sensación de vivir a través de ella sus propios sueños de
exaltación de sí mismo. Es decir, él nunca admitiría alardear como un narcisista, sin
embargo, el tener una pareja con todas esas cualidades hace que vea en ella su sí-mismo
ideal encarnado. Un self que nunca tendrá pero que ve en Soraya y que siente que le
pertenece en cierto modo. Este factor era el que más claramente estaba manteniendo la
relación y hacía que Jose C. no se revelara contra los malos modos de su novia y que ni
siquiera se propusiera dejar la relación.
Si hay algo que tiene fuerza para mantener cualquier relación es que uno de los dos se
viva como una extensión de la pareja creyendo que se tiene lo mismo que la pareja posee
(sobre todo a nivel de cualidades psicológicas).
Ha de decirse, siendo justos con la realidad, que no son todos los casos tan puros como
este último que he definido, pues en ocasiones es difícil que esté tan sumamente
posicionado como narcisista uno de los dos miembros. Quiero decir que, en ocasiones,
ambos son declaradamente bastante narcisistas, mostrando los dos las cualidades de
exhibición y necesidad de especularización antes mencionadas. Eso sí, aquí el equilibrio
es mucho más complicado de mantener.
También ha de decirse que el origen de este tipo de personalidades se genera en
ocasiones por otras coyunturas, que pueden ir combinadas entre sí. Aparte de todo lo que
he ido mencionado en este capítulo es importante el carácter de los padres. Estos a veces
no especularizan ni se ocupan del desarrollo psicoafectivo del niño porque uno de ellos,
o los dos, son a su vez narcisistas. Esto genera, en primer lugar, un modelo afectivo de
imitación y, por regla general, unos padres negligentes en cuanto a mostrar preocupación
por el niño real.
Y digo real porque es común que en padres con problemática narcisista parece que
estos se preocupan por los hijos, pero en muchas ocasiones simplemente tratan de
desarrollar su self a través del de su hijo.27 Por ejemplo, con exigencias de perfección en
los estudios y/o las actividades extraescolares que realizan. No pocas veces, algunos
amigos me comentan cómo les llama la atención que padres y madres sean capaces de
insultar gravemente a otros niños o al entrenador cuando van a ver jugar a sus hijitos aún
preadolescentes. A menudo lo que ocurre es que se están proyectando en ellos, viven o
creen vivir a través de su piel. Así, es una auténtica demagogia aquello de «te exijo
porque quiero que te vaya mejor que a mí o porque tú tienes la oportunidad que yo no
tuve», más bien la realidad estriba en que esos padres no han superado determinadas
frustraciones de su vida que, siéndoles indigeribles, prefieren desplazar a sus pequeños
responsabilizándoles de éxitos que probablemente no les conduzcan a nada.
En otras ocasiones el origen del narcisismo está o se combina con factores como
haber sufrido de enfermedades graves o haber tenido diferentes «taras» en la infancia
(Adler, 1907), o por el conflicto relacional de haber sido relegado por padres o hermanos
a posiciones de muy poco protagonismo, y sobre todo de no haber sido atendidos en la
primera y segunda infancia (Adler, 1914). Estas circunstancias provocan severos y
crónicos complejos de inferioridad que al necesitar ser compensados crean, en ocasiones,
124
graves trastornos narcisistas en el individuo y sufrimiento continuo a quienes les rodean.
Esta compensación del self en la relación mantenida con otra persona la cual repara,
sobrecompensa y especulariza es otro importante elemento mantenedor dentro del
sistema de la afectopatología relacional del (anti)amor narcisista.
125
27. Y esto a veces ya comienza con un acto tan simple como es el de ponerle nombre al hijo. En no pocas
ocasiones, al poner el nombre de uno de los progenitores ya se está desatando toda una fantasía acerca de cómo
deberá de ser el pequeño y qué cotas habrá de alcanzar.
126
XI. La ambivalencia en el amor: afectopatología de
la seducción
A la Virgen del Carmen tres cosas pido, la salud y el dinero, la salud y el dinero, la salud y el dinero,
morena, y un buen marido. Que no fume tabaco ni beba vino, que no vaya con otra, que no vaya con otra,
que no vaya con otra, morena, sólo conmigo.
Canción popular leonesa
127
1. La mala fama de los histéricos
A lo largo de la historia las personalidades histéricas han tenido una penosa fama entre
los círculos psicoanalíticos. Si leen libros del siglo pasado lo más bonito que se les
dedica son cualidades como: seductoras, manipuladoras, personalidad veleidosa y
cambiante, mitómanas, etc. Se podría decir, medio en broma medio en serio, que
pareciera bastante injusto que los psicoanalistas hablemos así de mal de ellas porque
gracias a sus inexplicables síntomas un joven médico llamado Sigmund creó un método
denominado psicoanálisis.
Así fue, y a final del siglo XIX Sigmund Freud atendía a unas curiosas mujeres en la
Salpetriere parisina. Mujeres que mostraban rasgos y síntomas psicológicos relacionados
con gran ansiedad y que a menudo mostraban síntomas físicos tales como parálisis de
piernas que no guardaban relación con ningún daño físico demostrable (concepto clínico
denominado conversión histérica). En mi opinión, la dificultad que este tipo de pacientes
mostraba llevó a Freud a tener que perfeccionar cada vez más su método tanto en las
hipótesis etiológicas, es decir, en el estudio del origen de esta enfermedad como de la
técnica utilizada para ayudar a estas pacientes.
Freud (1895) observó que gran parte de los síntomas tenían que ver con problemas
meramente psicológicos que estaban producidos por traumas28 sufridos en la infancia.
Muchas de estas pacientes aquejadas de esta sintomatología habían sufrido, de hecho,
abusos sexuales en la infancia.
Con tal situación, este tipo de desajuste de la personalidad «histeroide»29 ha sido
históricamente difícil de clasificar. Entre otras cuestiones porque dentro del denominado
«temperamento histeroide» encontramos personas con síntomas de muy diferente calado:
ansiedad, fobia, angustia, conversiones, problemáticas sexuales… Por ello fue en época
de Freud un gran «cajón de sastre» de muchos desajustes psicológicos. Fue tal el
desconcierto generado a los médicos por parte de esta patología psiquiátrica que, pese a
que le parezca fascinante y raro al lector, el vibrador se inventó en un principio para su
tratamiento.
Así, un joven médico británico J. Mortimer Granville lo creó para masturbar a sus
pacientes y provocarles un «paroxismo histérico» (vamos, un orgasmo de toda la vida),
puesto que pensaban que era esta inhibición de paroxismos lo que provocaba esta
patología. Para quien esté más interesado le recomiendo el reciente film Hysteria (2011)
de T. Wexler, donde se narra parte de la historia de este curioso tratamiento.
En cualquier caso, a través de la historia e incluso recientemente la visión de la
histérica provoca la sensación de que son personas muy volubles y que no se sabe por
dónde «van a salir», cuestión con la cual no estoy de acuerdo, al menos si estas
afirmaciones se toman como algo generalizado y condenatorio.
Pero antes de detenerme en mi disconformidad acerca de la supuesta intratabilidad
128
que tienen estos pacientes (y que será explicada básicamente a través de cómo nuestro
acercamiento empático puede llevar a su comprensión y mejora) he de añadir que esta
problemática no es exclusiva de mujeres sino que también puede verse con toda
normalidad en los hombres, por ejemplo, entre los que se muestran muy histriónicos,
quienes padecen de ansiedad generalizada, los que tienen disfunciones sexuales, quienes
están obsesionados con su imagen, etc.
129
2. De la naturaleza del trauma a cómo se expresa en la pareja
No se puede decir que en todas las problemáticas histéricas estén presentes los abusos
sexuales, las fantasías de que se produjeran o intentos de seducción por adultos cuando
estas personas eran niños. Otros factores que pueden originar personalidades histeroides
son, por ejemplo, el haber pasado por una situación traumática de exclusión o el haber
tenido problemas en la identificación con los progenitores, entre otros.
Sin embargo, centrándome ahora en el factor más escabroso en el origen de esta
patología, el del abuso sexual en la infancia, ha de decirse que estos problemas crean
unas patologías muy severas en la adultez. La cuestión que todos tenemos que tener en
cuenta es que, aparte del hecho traumático en sí de un abuso sexual, es también
sumamente importante la reacción que el entorno muestra ante tal cuestión (Guerra Cid,
2006), puesto que los contextos donde se desarrolla cualquier trauma y la respuesta del
entorno es determinante en cómo este va a desarrollarse (algo en lo que los
intersubjetivistas como Brandchaft, Orange, Atwood y Stolorow hacen constante
hincapié desde hace dos décadas).
Por la experiencia clínica que los psicoterapeutas hemos ido acumulando, parece que
los abusos sexuales en la infancia se producen o de modo violento o de modo
«manipulativo». El modo violento sucede cuando se ha utilizado la fuerza puramente
física en el acto, en cambio el «manipulativo», el más común, se produce porque el
adulto para abusar sexualmente del infante utiliza un terrorismo psicológico. Así, el
perverso, por un lado engaña al niño, por otro le coacciona y por otro le culpa a él de lo
ocurrido.
Esto es lo que en 1933 S. Ferenczi definió como «La confusión de lenguas entre el
niño y el adulto». Cuando estos perversos pedófilos engañan al niño para mantener con
él distintas relaciones sexuales con o sin penetración, como resultado final (la mayor
parte son más bien consistentes en la estimulación de las partes erógenas) confunden al
niño, haciéndole ver que eso está mal hecho y que ellos son los culpables. En el
tratamiento con las víctimas de este tipo de abusos es muy difícil para los clínicos poder
disolver la culpabilidad que tienen, dado que a menudo sostienen que algo tuvieron que
ver en todo aquello. Todo ello es consecuencia de ese terrible lavado de cerebro que en
su día el agresor llevó a cabo y que produjo en el niño una culpabilidad crónica.
En esta situación hay una confusión «de lenguas», de lenguajes, de comunicación.
Pero cuando el entorno de apego además no interviene, bien porque no se dan cuenta de
lo sucedido o porque no creen al niño, aunque jure y perjure que ha ocurrido (este caso
es el peor de todos), se produce una nueva confusión y además se origina una sensación
crónica de incomprensión, de que rara vez van a poder ser comprendidos por otra
persona y que no van a ser correctamente leídos en la mente de otro. Esto en mi opinión
es «trauma sobre trauma».
130
Una cuestión que ha sido observada por varios clínicos, entre los que me incluyo, es
que hay ciertas ocasiones en las cuales cuando la persona víctima del abuso, una vez
adulto, decide hablar con la familia, esta le pide silencio para no dañar la imagen del
abusador (lo cual ocurre básicamente cuando es un pariente cercano). Se produce
entonces un fenómeno paradójico: la familia empieza a romper el contacto con la
víctima (Díaz-Benjumea, 2012), entre otras razones, para neutralizar a la persona que ha
expuesto la existencia de un grave problema. A esta circunstancia la denominamos
retraumatización.
Con toda esta amalgama de factores, la naturaleza y dinámica de su trauma se
muestra en las relaciones de pareja que mantienen después. Además de toda una
diferente combinación de problemas sexuales (dispareunia, vaginismo/impotencia,
anorgasmia…) estas personas fallan constantemente en la comunicación, enviando
información por canales inadecuados y no sintiéndose nunca entendidos. Gran parte de
ello se produce porque cuando hay un trauma de este tipo se genera una parálisis en el
desarrollo del self, la evolución de su sí-mismo queda detenido, en stand by. Esto
implica, a su vez, una sensación de autoextrañeza, de ser diferente a los demás, un bicho
raro. Alguien que nunca puede volver a conectar realmente con otra persona.
Afortunadamente, tal y como los psicoterapeutas vemos día a día en nuestras consultas,
esto puede variar con un adecuado tratamiento.
131
3. La seducción dentro del sistema
En toda condición inicial de una relación de pareja una personalidad histeróide encuentra
una nueva oportunidad de poder sentirse valorada y aceptada, y lo hace a través del
mecanismo más o menos inconsciente de la seducción. Para que se dé una
afectopatología relacional y ambos protagonistas queden atrapados en la misma matriz
relacional (Mitchell, 1988) su pareja, por regla general, tendrá tendencias al control y/o a
la maternalización.
Uno de los más potentes atractores que una persona con características histéricas puede
tener es la idealización. Pero es diferente, por ejemplo, de la idealización de la pareja
consorte del narcisista. Generalmente la pareja del narcisista tiene una idealización
extrema y que no se pone en «tela de juicio» siendo por tanto total. Pero en el caso del
individuo histérico es una idealización ambivalente, puesto que puede pasar de tener una
idealización clara a, de pronto, sentir a la persona como defraudadora, perdiendo toda su
característica ideal.
Por su parte, más que la sexualidad en sí, un potente atractor en las condiciones
iniciales lo constituye la capacidad de poder seducir al otro, es decir, ser y sentirse
erotizante y deseable para la pareja. A esto va ligado que se busca en las condiciones
iniciales un grado de filiación elevado con otra persona, porque la naturaleza humana
tiende a menudo hacia la superación, y aunque haya habido en la infancia problemáticas
diversas se tiende a buscar referentes que hagan crecer individualmente o en pareja. No
está todo determinado por lo que nos ha ocurrido, en definitiva, tenemos capacidad de
agencia, es decir, de elegir, transformarnos, adaptarnos y superarnos.
Un grave problema en estas personalidades es que, aparte de sus capacidades de
crecimiento, también están los miedos y los automatismos no constructivos, por ello esta
búsqueda se realiza con reservas y reteniéndose, a menudo incluso aislando las
emociones y afectos que siente por el otro. Así, la persona a la vez que busca está
«esperando» y fantaseando acerca de cómo el otro puede defraudarle.
Otro atractor importante tanto en el hombre como en la mujer es mostrarse desvalido
en cierto modo. No es algo tan exagerado ni extremo como en la afectopatología
relacional abandónica, pero estos sujetos, a través de esa sensación de desvalimiento,
enganchan con otro que tiene capacidad de sostén y contención, lo cual será un
mantenedor de la relación a largo plazo. Willi (1978) señala al respecto que la pareja de
los individuos histéricos ha de actuar como un yo auxiliar, aunque insisto, esta demanda
es más exagerada en las neurosis abandónicas.
Así, un potente mantenedor en esta afectopatología es la del rol de «enfermo» y sobre
132
todo de desvalimiento que uno de los dos puede tomar esperando, obviamente, del otro
una actitud de continuo «enfermero». Puede ser muy variada esta circunstancia y no
tiene que ver solo con una enfermedad física, aunque pudiera darse el caso de que
incluso esta se produjese y mantuviera inconscientemente.
También pudiera ser que se adquiriera un rol depresivo, ansioso, nervioso, etc., en el
cual lo que predomina es que cualquier cuestión o inconveniencia hiciera sentir mal al
sujeto histérico. Obviamente, esto puede tener unos tintes manipulativos importantes. En
estos casos habría una auténtica dictadura, puesto que estaría censurada cualquier
conducta o cuestión que contrariara sus deseos: «No le podemos decir esto a papá porque
se pone nervioso», «Tal y como está fulanita con su problema de nervios no le podemos
dar esta responsabilidad»… En estas circunstancias hay también un valioso mantenedor
porque los síntomas físicos y/o psicológicos funcionan como un elemento de coacción
sobre la pareja, la cual no puede operar libremente estando sometida por no poder
perturbar al otro. A la vez la pareja se ve impelida a tener un rol de cuidador.
Tal y como en capítulos anteriores ejemplifiqué, otro mantenedor en este tipo de
afectopatologías es el que se produce en las parejas en las cuales uno de los miembros
tiene una personalidad predominantemente obsesiva y el otro predominantemente
histeroide. Aquí conectan en realidad también afectopatologías sádico-masoquistas y
celotipias puesto que lo que se pone en juego es una dinámica de control-seducción que
de una manera muy patológica mantiene la relación en un entorno perturbador y
enfermizo.
En cualquier caso, en esta afectopatología relacional de la seducción es esta
seducción precisamente la que nos marca el conflicto básico. En realidad no se trata,
como siempre se ha pretendido transmitir, de un problema de sexualidad donde, por
ejemplo, una mujer frígida no puede atender las necesidades sexuales de su marido, o
donde un hombre con impotencia es incapaz de satisfacer a su novia. Esto es
problemático, pero el germen y el problema real reside en la comunicación.
Por ello, se observa cómo los canales de la comunicación están mal distribuidos. De
esta manera, por ejemplo, se pueden enviar mensajes de seducción sexual sin pretender
con ello que haya «algo sexual». Esto puede estar perturbado por situaciones de abuso
sexual en la infancia o adolescencia, o porque los canales por los cuales las figuras de
apego debían de transmitir el afecto estaban bloqueados o fueron ambiguos. En otras
ocasiones se confunden constantemente los canales de la sexualidad y la afectividad,
mezclándose y no fluyendo ni lo uno, ni lo otro.
Así, se explica cómo hay un enorme contrasentido entre lo que la persona siente y
demuestra, entre lo que piensa y lo que dice. La seducción no es solo sexual, sino que
también se puede seducir a otro con la idea de «que siempre se va a estar ahí» o que se
«le ayudará en lo que sea» o «que se será una buena esposa/o». Es decir, vender algo que
no se tiene o que no se puede dar. A menudo, a través de distintos análisis se ha llegado
a la conclusión de que esto ocurre como forma inconsciente de vengarse de la pareja. Así
un hombre que se muestra atractivo, enérgico y erotizante puede frustrar
inconscientemente a la mujer con su impotencia, para vengarse de esa representación
133
mental que él tiene de la figura femenina y que es encarnada finalmente en su pareja. Es
muy curiosa, tal y como vemos a menudo en nuestras consultas, la manera en que las
«cuentas pendientes» que se tienen con la pareja se pagan en términos de una penosa
sexualidad.
Pero también pudiera interpretarse desde una perspectiva de menos «sospecha»,
desde una perspectiva menos beligerante. Entonces, se podría decir que las personas a
las que les ocurre esto básicamente tienen miedo. El orgasmo o la potencia sexual es una
actitud de compartir, de vencer la vergüenza y perder el control mostrándose vulnerable
ante el otro. Hay quien se ha llevado tantas desilusiones y frustraciones en la vida que es
incapaz de llevar a cabo relaciones y comunicaciones de confianza. R. Castaño (2011, p.
114) señala muy acertadamente que el otro también puede atraer no porque nos guste
como tal, sino porque sentimos su deseo sobre nosotros. Algo así cómo «Me gustas
porque te gusto». Pero yo me pregunto: ¿qué ocurre si el deseo que despertamos en el
otro no ha sido expresado correctamente? Lo cual, como vengo diciendo, puede venir
dado por el traumatismo producido en una relación de abuso o por la anulación de
sentirnos deseables (ya no eróticamente sino simplemente como personas) por las figuras
de apego. La respuesta es una actitud de inhibición y de tímida búsqueda de gustar al
otro. Por eso probablemente en la afectopatología de la seducción no se suele admitir
que se está seduciendo, y recuerdo al lector que con seducción me refiero tanto a la
sexual como a la del tipo más humano de reconocimiento de valía y de reconocimiento
del self.30
Creo, a tenor de todo lo dicho, que es fundamental, para revertir esta postura y buscar
un cambio, promover en estas personas el que puedan tener «momentos de encuentro»
de nuevo con otras personas. Un repulsor en el sistema dinámico de un histérico es que
vuelva a tener un encuentro de intimidad real con otro ser humano. A menudo esto se
consigue sobre todo cuando estas personas realizan una psicoterapia. La experiencia
emocional correctora sufrida en la relación con su terapeuta comienza por ser un
ejercicio revitalizante para que esto pueda ocurrir.
A partir de ahí, el tener capacidad para tener profundos momentos de encuentro con
otros abre de nuevo las capacidades atrofiadas de mentalización en estos sujetos;
probablemente, poco cura más que sentirse comprendido en la mente del otro. El
fenómeno de la mentalización comienza a gestarse en la infancia31 y consiste, entre otras
cosas, básicamente en la capacidad de leer nuestros propios sentimientos y los de los
demás (mindreading). En mi opinión, estimado lector, la mentalización es una de las
tareas básicas humanas, pero desgraciadamente a menudo se deja de lado en nuestras
relaciones produciéndose una desconexión de nuestras habilidades y facultades
emocionales.
Lo básico en la mentalización sería pensar reflexivamente sobre nuestras
emociones y afectos, a la vez que nos emocionamos y afectamos con
nuestros pensamientos.
134
Para aclarar más al lector, y siguiendo el excelente trabajo realizado por Coderch
(2012a p. 229 y siguientes), resumiré alguno de los puntos básicos de lo que es la
mentalización:
El acto de pensar sobre la mente, es decir, pensar y vivenciar sobre nuestros
pensamientos y emociones. Sostener la mente en la mente.
Atender a los estados mentales de uno mismo y de los demás.
Verse a uno mismo desde el «afuera» y a los demás desde «dentro».
Percibir las conexiones entre el comportamiento y los estados de pensamiento y
emocionales.
En definitiva, es la habilidad para entender los estados mentales propios y de los
otros (Jurist, 2010).
Por supuesto, un buen desarrollo de la mentalización no es solamente necesario en la
mejora de las afectopatologías histéricas, sino en cualquier desajuste psicológico siendo,
de hecho, un anclaje fundamental para llevar la psicoterapia del paciente a buen término
(Coderch, 2012b). Aunque creo que hay determinadas patologías, como las que son
objeto de discusión en el presente capítulo, donde la capacidad de comprender estados
mentales propios y ajenos producen una impresionante mejoría.
De hecho, en cualquier tipo de relación, el que uno esté más sano mentalmente tiene
el efecto de regular al otro (al menos esa es la tendencia, pero puede «quemarse» y
malograrse). Puede ser que ambos tengan ciertos problemas de desajuste psicológico
pero que la conexión de sentimientos haga que los dos se regulen emocionalmente de
manera recíproca; no suele ser común pero a veces sucede. En la ficción, la brillante
película de D. O. Russell El lado bueno de las cosas (2012) lo muestra. Sin embargo, si
el estado psíquico de una persona es más bien frágil y el otro sufre de una perturbación
mental es cuestión de tiempo que desregule al otro, terminando ambos con un grave
problema mental.
De hecho, en la película La soledad de los números primos (S. Constanzo, 2010),
basada en la novela homónima de P. Giordano (2008), se observa algo semejante. Dos
personas con graves traumas personales (él por paternalización en la infancia y ella con
problemas de adaptación y alimentación), pese a encontrarse no son capaces de fluir
como una pareja. Aun estando juntos están separados. Lo que transmite dicho film, entre
otras cuestiones, es que no es posible «curarse» a través del otro si no se está en
disposición de analizarse y enfrentarse uno individualmente a su realidad traumática.
En resumen, creo que la mentalización sería aquella actividad mental que hace que nos
emocionalizemos y sintamos nuestros pensamientos y que pensemos sobre nuestras
emociones y sentimientos. Todo ello favorece la lectura de la mente propia y de los
otros, así como la empatía.
Cuando la comprensión es profunda, el resultado de esta percepción en la mente de
otro hará que el sistema patológico y disruptivo de la pareja tienda a romperse para
135
generarse uno distinto, puesto que quebramos el más potente de los atractores: el tener
que seducir obligatoriamente para que el otro se acerque. Con el repulsor de la intimidad
ya no se tiene esta necesidad ni tampoco la de idealizar subjetivamente, puesto que en
una relación realista se ve al otro como tal, y también a sí-mismo, con mayor
objetividad.
Caso 8. Saray
Hace años llegó a mi consulta una mujer joven convencida de que no podía enamorarse.
Lo primero que me dijo es que el fracaso que tenía con todas las parejas (incluida la de
ese momento) era que no se entregaba. Según Saray esto era porque no sabía enamorarse
o, en caso de haberlo hecho, no se había dado cuenta de ello.
Para un psicoterapeuta es muy complicado que nuestro querido paciente nos llegue y
nos plantee: «¿Y cómo sé si estoy enamorado?». Y es que en nuestra profesión tenemos
que estar preparados para todo, como usted se imaginará. Saber que uno está enamorado
puede depender de muchos factores, desde las somatizaciones del tipo «mariposas en el
estómago», mareos, nerviosismo, etc., pasando por pensar solamente en el enamorado,
las obsesiones con él, sentir una idealización extrema, fantasear constantemente con que
se está con el otro en una relación idílica… El caso es que Saray no tenía ninguna de
esas sensaciones, emociones ni pensamientos. Por lo cual parecía que cerca de la
treintena nunca, en realidad, se había enamorado.
Además Saray presentaba otro problema, era incapaz de dar rienda suelta o expresar
ni siquiera las emociones más básicas como el enfado o la alegría, algo que los
psicoanalistas, y sobre todo los psicosomatólogos, denominamos alexitimia.32
Saray fue una chica maltratada física y psicológicamente por su madre y su hermana
mayor, lo cual, según observamos, le fue creando una personalidad cada vez más esquiva
e introvertida. Por otra parte, el mensaje dado siempre en casa acerca de la sexualidad
era como de algo malo, oscuro, sucio e incluso denigrante. Todo ello constituyó un
cóctel para que la vivencia de la afectividad y su integración en la esfera de la sexualidad
fracasara.
Hubo un matiz en su infancia demoledor para su self, a los pocos meses de
tratamiento Saray recupera un recuerdo de su prepubertad. Recordó que sí que sintió
«algo como un enamoramiento» con un primito con el que jugaba a menudo. En uno de
los juegos «de médicos» inocente e infantil, su madre se la llevó, le censuró de manera
agresiva lo que estaba haciendo y le golpeó repetidamente, «le dio una paliza»,
mostrando así su desagrado a que estuvieran jugando como sin fueran novios.
Así, la Saray que se me presenta es una mujer frígida en las relaciones sexuales,
cerrada en las emociones, sobre todo con los hombres, y con una autoestima frágil; desde
bien niña aprendió que era mejor no enunciar aquello que sentía ni manifestar
emociones, especialmente con los hombres. Ante todo es una persona no comprendida,
es una persona a la que no se le ha permitido formular sus experiencias emocionales
136
(unformulate experiences —experiencias no formuladas— D. N. Stern, 2010) siendo
negadas o no permitidas. Lo que ocurre no es lo que creen las parejas de Saray, ella sí
tiene sentimientos, sí sabe expresarlos, sí sabe enamorarse pero sus imprintings y su
conocimiento relacional implícito la llevan a hacerse el siguiente planteamiento
heurístico: «mis manifestaciones vitales y afectivas acaban en bofetadas, puñetazos,
insultos y/o humillaciones, por lo tanto soy más deseable y me encuentro más a salvo si
no las manifiesto». Es decir, que toda aquella vitalidad de niña fue coaccionada, si ella
discrepaba o intentaba razonar con la madre o con la hermana, era agredida de una
manera u otra, puesto que estas parecían interpretarlo todo como una ofensa contra su
autoridad.
El tema de la sexualidad iba por un ramal semejante pero no idéntico, cada vez que salía
este tema se interpretaba como algo de gente «sucia» y de «bajas pasiones». También
como un «engaño», le decía su madre, pues la relación sexual era lo que todos los
hombres buscaban pero sin querer en realidad a las mujeres. Esto, tal y como fuimos
viendo a través de la psicoterapia, le creó una expectativa errónea de las relaciones, por
un lado, y una coraza defensiva contra los hombres, para que no le hicieran daño, por
otro. En definitiva, Saray había aprendido a través de sus figuras de apego a bloquear sus
más básicos instintos de afectividad y sobre todo se había creado una imagen de persona
poco deseable e incomprendida.
Pero como fruto de la psicoterapia, y para su sorpresa, recupera la experiencia de ser
comprendida por otros.
Se dan varias situaciones en nuestra relación terapéutica que van potenciando su
confianza en los congéneres a la vez que experimenta una y otra vez la sensación de ser
comprendida resumida en el «Yo siento que tú sientes lo que yo siento» (Riera, 2011).
Entonces empieza a quedar con dos compañeras de trabajo con las que tiene afinidad y
poco a poco también tiene experiencias de comprensión mutua con ambas. Comienza a
salir con un chico en una relación por la cual ella va poco a poco apostando y
arriesgando. Llega un momento en el cual tiene plena sexualidad con este hombre, se
siente espontánea y dueña de sí misma.
Saray recuperó todo un abanico de emociones que podía expresar y de las cuales
podría disfrutar. A la vez supo utilizar mecanismos de aislamiento con la gente que le
hacía daño y con los cuales a menudo tenía la fantasía de tener que quedar bien a toda
costa. Así su madre, su hermana, un exnovio maltratador y alguna amiga en esa misma
línea pasaron a un segundo plano, quedaron aislados. A medida que su autoestima
aumentaba tenía cada vez menos necesidad de rendir cuentas a este tipo de figuras que le
habían estado ninguneando desde la infancia.
137
28. Luego Freud abandonó muchos de estos supuestos teóricos centrados en el trauma para proponer teorías
más intrapsíquicas (relacionadas con supuestos universales como las pulsiones, que él presuponía que estaban en
el interior de todo ser humano). Sin embargo, otros autores como Ferenczi (1933), aparte de otros contemporáneos
del psicoanálisis relacional y la teoría intersubjetiva han retomado la importancia del trauma como
desestabilizador psíquico, haciendo hincapié en el importante papel que tiene el entorno en este tipo de
problemáticas.
29. No es este lugar, dado el propósito de la presente obra, para hacer una disertación profunda del carácter del
paciente histérico y de sus diferentes clasificaciones. Pero remitimos al lector a nuestras Antropología,
personalidad y tratamiento (de Ortiz y Guerra Cid, 2002) y a Este no es un libro de autoayuda (2006).
30. Por ejemplo cuando un niño pregunta «¿Soy guapo?» evidentemente no tiene connotación de «guapo»
como atractivo, sino de reconocimiento de su self al igual que cuando pregunta ¿Soy listo?». La acepción de
guapo que el niño persigue es «como valioso». Esto es también observable a diversos niveles en muchos adultos.
31. Señala Coderch (2012b, p. 482) al respecto y muy acertadamente que «El niño/a aprende a mentalizar y, a
la vez, forma su self, a través del intercambio emocional con la madre», tal y como diversas investigaciones desde
Winnicott han venido demostrando.
32. La alexitimia, etimológicamente alexo (rechazar) y thymós (sentimientos), es una característica de la
personalidad de ciertos individuos con incapacidad o dificultad para reconocer y/o expresar sus sentimientos,
afectos y emociones con palabras. Es un fuerte bloqueo emocional a la hora de pasar al campo de la expresión lo
que se siente. Algo así como un daltonismo de las emociones (Guerra Cid, 2006).
138
XII. «Siempre te metes (me meto) en lo que yo hago
(tú haces): afectopatología por rivalidad
Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los
demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te
conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla.
SUN TZU (aproximadamente en el 500 a.c.)
139
1. Una cuestión de poder
A lo largo del anterior capítulo he ido mostrando poco a poco que en la denominada
problemática «histérica» hay más cuestiones, aparte de la seducción o los traumas
sexuales en la infancia, que pueden desembocar en consecuencias funestas para la vida
de pareja. La actual afectopatología relacional que quiero mostrar tiene una clara
conexión con la histeria, por una parte, y con las relaciones sádico-masoquistas, por otra.
Comenzaré con esta última diciendo que la afectopatología por rivalidad guarda fuertes
componentes sádico-masoquistas, pero aquí los roles se cambian con mucha frecuencia,
no encontrándose una manera clara de definir quién tiene un rol de sádico o de
masoquista.
Es decir, la dinámica de agresor-agredido cambia en una misma discusión varias
veces, siendo muy difícil delimitar quién está agrediendo y quién se está defendiendo.
Lo que sí queda claro para un observador externo es que ambos están luchando en una
encarnizada batalla, en la cual cada vez hay menos respeto y cuidado por el otro.
Desgraciadamente, esto se extiende incluso a terceros cuando la pareja tiene hijos.
En cuanto a su relación con la histeria, he de señalar que hasta ahora no he explicado
un asunto muy clásico del psicoanálisis tradicional; habitualmente se dice en
psicoanálisis ortodoxo que el temperamento histeroide está fijado a unas etapas del
desarrollo del ser humano denominadas fálica y genital.33 Una etapa que se puede
extender de los 3 a los 5-6 años en la cual se produce, entre otras cosas, el famoso
complejo de Edipo. Este complejo para los psicoanalistas contemporáneos tiene que ver
más bien con un problema en los conflictos de exclusión, cuando el niño ha de darse
cuenta de que entre los padres existe un tipo de relación, que difiere de aquella que
mantienen con él. Entendemos, también, que fruto de esta situación el niño se ve
«excluido» en ocasiones de la díada que establecen su padre y su madre.
Aunque cabría decir que no siempre es así, puesto que hay quienes siempre intentan
que el niño esté en todas las situaciones para que no haya ningún tipo de intimidad en la
pareja que confronte el vacío que sienten el uno con el otro. Aun así lo habitual sería que
el niño estuviera apartado de determinadas circunstancias por los padres sin que con ello,
y este es uno de lo secretos de la pedagogía, el niño se sienta menos querido en esa
circunstancia, sino que admita esta situación y vea que la privacidad y la necesidad de
intimidad de los padres no supone que él es menos querido por ello.
Sí que es cierto que, aunque no se puede generalizar la validez de lo edípico, una de
sus cualidades está en ciertas situaciones en las cuales él o ella tienen inconscientemente
planteado en su cabeza que la pareja cumpla funciones paternas o maternas. Willi (1978)
subraya que cuando un hombre saca a una mujer más de 10 años o esta a él más de cinco
hay tendencias edípicas en esa relación funcionando, por tanto, el sistema de la pareja
desde una posición paterno/materno-filial.
140
El problema de buscar en la pareja un «alguien» que me cuide al modo del idealizado
papá o mamá conlleva regularmente graves desavenencias y problemáticas en la
relación. El buscar en la pareja una mamá o un papá hace que se persiga más una ternura
infantil en el otro que una sexualidad adulta, aunque esta problemática tiene que ver más
con la afectopatología de la seducción expuesta en el anterior capítulo.
Siguiendo con el tema edípico hemos de recalcar que, como ya aventuró Kohut con
buen criterio, este Complejo no es universal y que las circunstancias edípicas en su matiz
clásico de abierta rivalidad y rechazo por parte del niño hacia uno de los padres se
produce más bien por falta de habilidad de ellos, sobre todo porque hay graves
problemas tanto en sus personalidades como en la relación de sus padres. No en pocas
ocasiones observamos cómo cuando una pareja con niños se llevan mal los utilizan como
arma arrojadiza e instrumentos de coacción contra el partenaire, esto puede hacerse de
un progenitor contra el otro y viceversa recibiendo el niño mensajes descalificativos de
ambos padres sobre el otro. A veces incluso se llegan a contar al niño intimidades
sexuales de su padre o madre con el fin de denigrarle. Circunstancia, obviamente, que
produce un daño perpetuo en la psique del niño (Racamier, 1995; Guerra Cid, 2004b).
Pero, si solamente es un progenitor el que carga sobre el otro, se produce una
circunstancia que, entre otras cuestiones, hace que aparezca el Síndrome de alienación
parental (SAP).34 Fruto de este síndrome, lo que ocurre es que el niño se posiciona y
participa de la violencia que un progenitor ejerce sobre otro. Y la participación del
pequeño será de forma pasiva o activa.
En estas circunstancias ya hay una clara rivalidad entre ambos padres, los cuales
pueden estar participando de una afectopatología por rivalidad. A su vez, los hijos de
muchos de estos padres, cuando son adultos y tienen pareja, están condenados a
establecer futuras relaciones de pareja basadas en el control, la fuerza y el manejo del
poder. Todo ello es debido a que vienen de un entorno en el cual han «bebido» de esta
rivalidad (bien por parte de uno de los padres o de los dos simultáneamente). Esto
constituye un tipo derivado de lo que primitivamente se denominaba histeria, pero con
matices propios y autónomos, a esta problemática la defino como afectopatología
relacional por rivalidad.
De hecho, el motor de esta afectopatología es uno de los elementos de la histeria que
más se dejan de lado: el querer ocupar un puesto de privilegio y, sobre todo, destacar a
través de la rivalización y la derrota del otro. En términos de la articulación edípica sería
querer ganar las atenciones del progenitor del sexo contrario rivalizando con el del
propio sexo. Pero quiero dejar claro que, en mi opinión, lo que motiva esta actitud es un
temor a ser excluido, más que fruto de una pulsión destructiva interna y que se supone
intrínseca a todo ser humano. Así, en ciertas ocasiones algunas de estas personas pueden
tener tendencia a enamorarse de los novios de las amigas, ejemplificado también en esos
hombres que sistemáticamente se sienten muy atraídos por las mujeres casadas.
Otra de las mayores y principales conexiones que existe entre esta afectopatología y la
141
de la seducción es un pésimo funcionamiento de la sexualidad, o más bien una casi total
ausencia de ella (al menos entre los miembros de la pareja). De hecho, a menudo
denomino a esta tesitura, medio en serio medio en broma, «El síndrome de los
compañeros de piso», puesto que los pacientes aquejados de estos problemas a menudo
narran que la convivencia que tenían con la pareja era como si se tratara de alguien con
quien compartían la casa, exenta de pasión y de movimientos afectivos.
Hay una deserotización absoluta de la relación. A veces es por el enfado que se siente
contra el otro, en otras ocasiones es por el temor que supone mostrar necesidad sexual o
deseo ante la pareja, y que esta rechace tal petición. Antes de vivir esta «afrenta» para la
autoestima se elige no demandar nada. Lo que prima en estas relaciones es el control y la
fantasía de mecanización de la relación y del otro. S. Mitchell (2002, p. 44) comenta al
respecto que cuando se quiere tener el control en las relaciones, estas a la larga mueren
puesto que la habituación embota al amor.
Dicha circunstancia se agudiza sobremanera cuando en la relación hay niños
pequeños, los cuales sirven a menudo de excusa perfecta para no tener que encarar la
intimidad de la pareja. A menudo, estas parejas suelen decir que nunca encuentran
tiempo para su intimidad puesto que tienen que cuidar de los niños (¿lo hacen las 24
horas de todos los días?, porque lo curioso es que los niños duermen una media de 10-14
horas dependiendo de la edad).
Además, estos niños, fruto de las tensiones y continuas desavenencias y discusiones
de la pareja muestran unos graves problemas de comportamiento que a menudo son
confundidos con el manido y omnipresente trastorno por déficit de atención e
hiperactividad (TDAH). El principal problema de estos niños más bien es que no
guardan disciplina, a menudo debido a las fisuras pedagógicas que muestran sus padres,
quienes utilizan tanto la educación como al mismo niño como arma arrojadiza contra la
pareja, de modo inconsciente habitualmente, o consciente y premeditadamente en otras
ocasiones.
De esta manera, los niños carecen de hábitos puesto que otro de los elementos sobre
los cuales se quiere tener el control absoluto es en la educación: los hábitos de sueño, la
alimentación, los castigos, los regalos… Todo se convierte en un motivo de lucha y cada
una de estas circunstancias son una batalla para ganar la guerra abierta en la pareja. Se
puede decir que el control y el llevar la razón es tan perentorio que hasta lo supeditan al
bienestar de los niños, cuestión que casi siempre se lleva a cabo sin tener conciencia del
grave perjuicio ejercido sobre los infantes.
Un ejemplo de ello lo vimos en el caso de Joan y Carme (capítulo IV) donde
prevalecían sus deseos de discutir y su necesidad de anteponerse uno a otro por encima
de preservar la tranquilidad de su pequeña bebé.
142
2. «Tú siempre te sales con la tuya»: el sistema dinámico de
la rivalidad de pareja
Lo primero que llama la atención de la dinámica de este tipo de relaciones estriba en el
precario equilibrio que guarda uno de los principios principales de la pareja expuestos en
el capítulo II: el de individualidad. Cada uno de los miembros guarda celosamente su
derecho a la individuación, es decir, su derecho a tener su espacio y no tener que cederlo
ni al otro ni a la pareja como concepto (entendida como compromiso de algo que hacen
dos). Entonces se vive como una pérdida (en todos los sentidos, incluido el de perder en
una contienda) la cesión sobre el otro e incluso sobre el bien de la pareja.
Así, por el hecho de renunciar en algo a lo propio e individual se convierte y
racionaliza en un problema de agresión. El acto de dar al otro significa perder batallas, y
cuando ambos miembros de la pareja sienten esto se trastorna gravemente su
funcionamiento, así como la afectividad, los momentos de encuentro y el vital «piel con
piel» que se ha de tener para avanzar conjuntamente. Sin duda, en nuestra práctica
clínica esta es una de las problemáticas más repetidas y observadas en la pareja. De
hecho, vemos con elevada frecuencia una tendencia a escoger diferentes parejas que, por
una causa o por otra, lleven a competir y rivalizar en todo lo cotidiano durante su
relación.
Aquí hay un aspecto delicado que ha de tratarse. Una pareja debe ser ante todo, en
términos de rentabilidad afectiva e impulso vital, una relación de crecimiento personal y
de co-evolución (Willi, 2004; Millán 2010), pero también en sintonía con el crecimiento
individual. Y esto es, precisamente, lo difícil porque siempre está desequilibrada la
balanza entre lo individual y la pareja (y más la familia, en caso de estar formada), y lo
que se dispara en este tipo de afectopatología es que ambos miembros sienten que están
hipotecando facetas de desarrollo personal en pos de la pareja. Lo que se produce,
entonces, es una reacción de rabia y oposicionismo hacia el otro puesto que se observa (a
menudo muy subjetivamente) que la balanza está totalmente desequilibrada hacia el otro
miembro de la pareja.
Insisto en la idea de que el principal problema en esta afectopatología tiene que ver con
el temor a perder parcelas de identidad y autonomía. Es como si en la lucha y rivalidad
mantenida con el otro se estuvieran preservando partes del self, como si el otro fuera a
desidentificar. El tema de «tener razón» ante la pareja se muestra como el principal
motivo para hacer resaltar la propia personalidad. Esto es un completo error puesto que
se está ahogando tanto al compañero amoroso como a las posibilidades que la fuerza de
una pareja proporcionan: comprensión, compañía, refugio, afecto…
Además, si atendemos a ese nivel local que el Boston Group define como «lo que
143
ocurre a nivel microscópico», entendemos dicho nivel local, siguiendo a Coderch y
Codosero (2013, p. 14), como: «La miríada de movimientos corporales, expresiones
faciales, pequeños gestos, parpadeos, contracciones de la musculatura orbicular y bucal,
así como prosodia, tono y ritmo de la locución, todo ello acompañando el lenguaje
semántico». Vemos entonces que en las parejas entre las que existe esta rivalidad todos
estos elementos se interpretan como algo que uno hace contra el otro.
Es decir, cuando alguno de mis pacientes con este tipo de problemática me habla de
las discusiones que tiene con su pareja, o cuando los dos miembros de la pareja lo hacen,
a menudo me exponen que el otro «Me habla con odio», «Me mira con asco», «Se dirige
a mí con rechazo». Aunque el otro no lo perciba así. Cuando leí por primera vez el
trabajo del BCPSG (2002), entendí por qué captaban muchos de mis pacientes, de
manera implícita, todos esos sentimientos de la pareja aun cuando esta no los mostraba
conscientemente.
Otra circunstancia que a medio y largo plazo suele ser negativa es que en ocasiones se
vive al otro como un padre o una madre que coacciona la libertad, aunque
paradójicamente al comienzo de la relación lo que se ha buscado es una figura
paterna/materna. Entonces la lucha va a ser incesante puesto que se activarán diversos
registros del conocimiento relacional implícito que generarán malestar y controversia.
Por eso un repulsor de este sistema dinámico es que el miembro que sufra estos
paralelismos padre/madre-pareja lo rompa objetivándolo y observando las características
diferentes y reales que su pareja tiene.
Afirmo tal cuestión puesto que un atractor y mantenedor fundamental en este sistema
de pareja es la paternalización de uno o de los dos miembros (lo cual es más común) y/o
el deseo intenso por parte del otro de estar conviviendo con una figura paterna/materna.
El problema es que, cuanto más extrema se vuelve dicha circunstancia, más tendencia
hay a que se dé una relación de «compañeros de piso». Sobre todo para las mujeres no
hay nada menos erótico que tener la sensación de que la pareja es una especie de
«hijito», circunstancia que hace que la libido se quede bajo mínimos.
El otro repulsor de este sistema es que se pueda, máxime en el caso en que ambos
están involucrados, llegar a la visión de que la pareja es alguien con quien compartir y
colaborar, solo es posible crecer en pareja cuando se tiene consciencia de proyecto en
común y se es capaz de ser solidario con el otro sin el pensamiento de «tacañería
afectiva» de cuánto estoy invirtiendo o de pensamientos recurrentes y paranoicos del tipo
¿y si él/ella no arriesga lo mismo que yo? Si cada uno de los miembros piensa de esta
manera se irá llegando a una situación absurda en la cual cada uno de ellos se «guarda»
cada vez más algo para sí mismos. Actitud contraria al verdadero propósito de una pareja
que se elige libremente, que es la cooperación y el crecimiento conjunto, muy por
encima de lo que los convencionalismos sociales traten de dictaminar al respecto.
Cuando escucho a pacientes con este tipo de problemas observo, sesión a sesión, que
prácticamente todos los días hay una pequeña discusión o continua tirantez, que se
144
convierte en una discusión «fuerte» de modo frecuente, por ejemplo semanal o cada diez
días. Este hecho indica que los mismos microprocesos que se producen a diario
reproducen el macroproceso en el que se ha convertido la relación. Cuestiones como
dónde se colocan los enseres de la cocina o qué se le regalará al niño por su cumpleaños
constituyen una arena de lucha en la cual se habrá de mostrar quién tiene razón.
Entonces, la principal tarea aquí es, si sigue habiendo amor mutuo, construir las
situaciones momento a momento en relación a lo cooperativo y no con la lucha.
Así dicho suena muy abstracto, soy consciente, pero el principal mantenedor para que
esta afectopatología relacional siga adelante no es otro que el poder. Absurdo elemento
que solo es válido si pivota de un miembro a otro y, sobre todo, si no es algo que se
utiliza contra el otro sino a favor del otro. Del mismo modo, el poder solo es legítimo y
ayuda al otro, si no supone un elemento asimétrico en la relación, sino que es entendido
como fuerza, determinación, capacidad de progresión y es utilizado mutuamente para
propulsar al otro miembro de la pareja. Por el contrario, si uno de los miembros de la
pareja solo recibe pasivamente y no da nada a cambio estará imbuido dentro de una
afectopatología de corte dependencial.
Es una absoluta paradoja, pero en muchas de estas relaciones lo que se busca en un
principio es intimar con alguien, encontrarse en una relación de no exclusión, no ser
excluido. Tener una concepción de pertenencia a algo (transferencia gemelar, Kohut,
1971). Aunque, curiosamente, ante el temor de estar de nuevo excluido por la propia
pareja se entra en la colisión en vez de en la cooperación. La situación solo cambia
retornando a la motivación primaria de compañía y no exclusión, pero privándola de las
cualidades «edípicas» de necesidad de ser mantenido/a y compensando/a por una especie
de mamá/papá. Como mucho, que esa mamá/papá sea solo simbólico y que no tenga la
obligación de reparar lo que fue traumático en la infancia, sino que sea una relación que
difiera en este sentido siendo simplemente adaptativa al propósito vital y humano de
compartir algo o mucho con alguien.
Como principio creo que una relación siempre ha de ir encaminada a
sacar lo mejor de cada uno de los protagonistas, a hacerle mejor
persona. Por supuesto es complicado y a veces esto es solo puntual;
costará llegar a ello pero habrá de seguirse intentando, al final la sintonía
con el otro y el altruismo afectivo pueden tener buenos efectos. Sin
embargo, cuando una relación saca sistemáticamente lo peor de cada
uno, dado que esa persona se siente humillada y ninguneada, tendrá que
revisar la relación inmediatamente, pues esto le destruirá individualmente
y creará un conflicto permanente en la relación.
145
33. Siguiendo a Laplanche y Pontalis (1967, pp. 148-155), en las etapas de desarrollo sexual distinguimos
entre la oral, anal, fálica y genital. Las dos últimas son denominadas así por la importancia que tienen para el niño,
primero pensar que solo existe un órgano sexual, el falo, y luego, al observar que hay una diferenciación de sexos,
centrarse en los procesos de identificación de género.
34. Pese a no estar reconocido por los establishment de las clasificaciones médico-psiquiátricas, es indudable
que esta circunstancia se observa cada vez más en nuestra sociedad. En el Síndrome de alienación parental el niño
presenta una elevada animadversión injustificada contra un progenitor la cual es inducida a través de la
manipulación del otro. El niño entra en una dinámica de descalificación y ruptura del apego por el progenitor.
146
XIII. Sin alguien no soy nada: la afectopatología
compulsiva
Creo que ahora empiezo a entender eso que me dices que es una compulsión. Es compartir
constantemente un cuerpo para no sentir el propio. Vaciarse en la pareja. Aunque luego, después de un
tiempo, después de ir cuerpo tras cuerpo, el mío se siente vacío.
Reflexión de una paciente en una sesión de esta tarde acerca de sus problemas afectivocompulsivos.
147
1. La paradójica búsqueda de mí en el otro
Canta el grupo español Amaral: «Sin ti no soy nada». En la afectopatología relacional es
esto exactamente lo que ocurre, salvo que no es necesario un «ti» en concreto sino un
«cualquiera», un «alguien», un «postor» que atienda a esa persona para vencer la
soledad. El principal problema sobre el que pivota esta manera de relacionarse en pareja
es el sentimiento de que sin otro que me acompañe yo no soy suficientemente válido ni
seguro de mí-mismo, que simplemente «no soy».
Así observamos a personas con gran dependencia de los demás, de su aprobación y
reconocimiento, pero sobre todo de su compañía. Por ejemplo, hay quien tiene
problemas para dormir si no está acompañado, o se le quita el apetito si come solo, etc.
Hemos de tener en cuenta que la presente afectopalogía relacional connota tanto
compulsión como dependencia. En todas las demás, la dependencia es un rasgo común,
en esta la diferencia estriba en la compulsividad de la vivencia de la pareja.
Cuando una persona (o los dos miembros de la pareja) siente la necesidad compulsiva
de estar en pareja de una manera constante en cualquiera de las siguientes situaciones,
tendrá tendencia a padecer una afectopatología relacional compulsiva:
Personas que tras acabar un noviazgo (incluso un matrimonio) comienzan otro
en espacio de días o semanas, sin dejar pasar periodos de elaboración o duelo
por el fracaso y pérdida de esa relación. Esto a su vez puede ocurrir de dos
maneras: la primera sería que esa persona fuera rechazada e inmediatamente
buscara un sustituto. La segunda ha pasado a la literatura y es vox pópuli bajo el
nombre de donjuanismo.35 El «síndrome de Don Juan» o «donjuanismo», nos
muestra a personas que buscan seducir compulsivamente no sintiéndose nunca
suficientemente satisfechos con la pareja elegida, la cual siempre guarda
defectos que no completan del todo el deseo que había al comienzo de la
elección. Aunque también puede darse en quienes busquen «coleccionar»
conquistas puesto que esto les otorga autoestima.
Personas que, aunque no tienen una relación estable, de modo compulsivo
mantienen relaciones sexuales promiscuas continuas (habitualmente con
personas diferentes y basadas solo en la sexualidad). Esto se observa
prototípicamente en personas con incapacidad para llevar a cabo el duelo por la
pérdida de una pareja y después de un largo noviazgo o matrimonio comienzan
con una «caza de hombres/mujeres» compulsiva.
Personas que son incapaces de dejar o de permitir que les deje la pareja actual
solo por el mero hecho de no sentirse en soledad. Para ello pueden llegar a
conductas extremas de autohumillación, control sobre el otro y/o severos
chantajes emocionales.
148
Todos estos ejemplos describen potencialmente una afectopatología relacional
compulsiva. Como comenté anteriormente, ninguna de las afectopatologías son siempre
puras, por lo cual a menudo se solapan con otras. En este caso aparte de haber una clara
dependencia del otro, también se observa a menudo una síntesis de las afectopatologías
compulsivas con la narcisista y/o con la abandónica.
En mi opinión, las personas que incurren en este tipo de relaciones compulsivas
tienen la autoestima hecha añicos. Por tanto, cobran mucha importancia las influencias
culturales y sociales (condiciones iniciales y sensibilidad dependiente) que para ellas
supone el hecho de tener una pareja. El estar en pareja es sentido por ellas como un
punto a su favor para sentirse bien y reafirmarse en su identidad. La cuestión es que
como ese self es débil, lo que busca compulsivamente es a «alguien» para sentirlo
fortalecido. El problema es que no se es muy exigente con ese alguien. Por tanto siempre
queda la sensación de que no eligen sino que son elegidas, se pueden enamorar de otro
solo porque ese otro les presta un poquito de atención. No hay gusto en la elección. Todo
vale y encaja para el propósito fundamental e inconsciente que la persona tiene: no estar
sola.
149
2. «Don Juanes» y «Doñas Juanas» del siglo XXI
El «donjuanismo» no es un fenómeno privativo de la afectopatología compulsiva, está a
caballo entre esta y el (anti)amor narcisista, aunque también participa de las
problemáticas histéricas. Así, para O. Kernberg (1995, p. 261) el síndrome del Don Juan
es prototípico de patologías narcisistas masculinas y de diverso orden. Es distinto el Don
Juan que conquista compulsivamente mujeres de una manera agresiva disfrutando de la
humillación de abandonarla, del Don Juan que busca idealmente una mujer que no le
decepcione y que sea lo que él idealmente espera. En cualquier caso, la búsqueda es
compulsiva y la necesidad es narcisista: ser alguien en función de conquistar al otro.
Sin embargo, esta búsqueda compulsiva jamás será lo suficientemente ideal como
para solucionar el problema de ser otra persona distinta a la que se quiere ser.
Una de las ideas que estoy tratando de plasmar en la presente obra es la tendencia a la
cosificación de las relaciones humanas, tanto las de pareja como el resto. En la
actualidad, avanzamos hacia un estado de la oferta y la demanda tal que hasta las
relaciones humanas están encuadradas dentro de esta circunstancia. Difiriendo con
Kernberg, esta circunstancia no solo es prototípica del hombre, las «Doñas Juanas»
también están presentes, pero sus modos manipulativos son diferentes y a la vez pueden
ser compartidos por los hombres. Por ello es cada vez más común ver cómo se puede
plantear una relación, ya no solo en términos económicos, sino de «cuánto tiempo me va
a quitar» o «cuánto me va a entretener». De hecho hay gente que cuando se le pregunta
por la relación que está manteniendo dice que solo es un «entretenimiento».
Tanto en el amor compulsivo, como en el narcisista y en el sádico, se vive al otro
como un objeto. Está cosificado y es instrumentalizado para obtener un fin, a menudo
banal y superficial. Estas circunstancias de manipulación son tanto femeninas como
masculinas.
El premio Príncipe de Asturias en Humanidades 2010, Zygmunt Bauman, describe
exquisitamente estas situaciones. Lo hace criticando una postura postmoderna basada en
«las relaciones de bolsillo» (2003, p. 38). La exposición se hace a partir de una columna
publicada en el Guardian Weekend, en la cual la periodista C. Jarvie expone las ventajas
de llevar a cabo este tipo de relaciones de bolsillo. ¿Qué son las relaciones de bolsillo?
Son relaciones cortas en las cuales quien las promueve siempre tiene el control, «se las
saca del bolsillo cuando las necesita». Por supuesto, nos dice la «profunda» redactora,
que nunca han de ser guiadas ni por el amor a primera vista, ni por el enamoramiento, ni
por el deseo.
Bauman, no sin sarcasmo, comenta que lo que se promueve desde estas perspectivas
es tener en cuenta que una relación es un problema y que se ha de aprender a romperlas y
150
salir ileso de ellas. Es decir, las relaciones son un mero instrumento que sirve para
gratificar en un momento determinado una necesidad. A partir de ahí todo lo demás
sobra. Esta visión de la realidad fatua y superficial se relaciona también con la
mentalidad del sapiens actual de que todo ha de conseguirse de modo automático y con
poco esfuerzo. La visión de este sociólogo polaco es que los medios de comunicación
promulgan de una manera bastante gratuita el mensaje de que las relaciones han de ser
instrumentales y que han de ser desprendidas de cualquier atisbo de afectividad, pues
parece algo incómodo.
Me da la sensación de que todo, incluso las relaciones, ha de conseguirse como algo que
se descarga de Internet. A un clic, rápido y seguro. Y si no me gusta, a la papelera de
reciclaje y repetimos el proceso. Desde luego, tanto los medios de comunicación, como
sobre todo los medios publicitarios, tratan de vender una realidad acorde con la fantasía
de la mayoría: o bien que los logros se pueden alcanzar sin esfuerzo o bien que con la
posesión de algo material automáticamente se va a ser feliz. Si no evalúe usted, querido
lector, los anuncios a los que está expuesto. Comprobará que dos de los valores en alza
de nuestra cultura, la baja tolerancia a la frustración y la poca demora a la gratificación
(o sea, la necesidad de obtener instantáneamente un resultado), están al orden del día e
incluso se estimulan desde los ámbitos publicitarios.
Es decir, que se propugna que se puede aprender un idioma en cuestión de meses,
tener un tipo estupendo o una pérdida de peso de manera inmediata y sin esfuerzo en
semanas, que algo como una colonia va a hacer mucho más seductora a la persona, o que
un coche va a otorgar una posición distinta, que se va a ser una «máquina de matar» por
realizar un cursillo de un arte marcial y, por supuesto, algo que está teniendo al menos en
España unos efectos devastadores: obtener dinero sin hacer nada, solo esperando unos
suculentos intereses… Todo ello es «vender humo», es una ilusión para la «sociedad de
la inmediatez» que necesita creer en esos eslóganes que propugnan que no es preciso
esforzarse ni tener que esperar los resultados en caso de haberlo hecho.
El producto final de todo ello se está viendo cada vez más claro con los «ni-nis» y
con los, cada vez más alarmantes, casos de adolescentes que maltratan física y
psicológicamente a sus padres, agrediéndoles, robándoles y destrozándoles la casa en sus
ataques de ira cuando se les impone la más mínima frustración, como puede ser decirles
que no pueden salir, que han de volver a una hora determinada o que determinado móvil
no se les puede comprar por su elevado precio.
Pero no es sorprendente, porque la mayor parte de los niños y los adolescentes
carecen de modelos adultos en los que fijarse. Me explico: si observan en su entorno que
los adultos resuelven las disputas con gritos, conductas agresivas y pataletas, o si ven
desde bien pequeñitos cómo cuando están de cena y copas con sus amigos se
emborrachan y drogan (doy fe de ello), poco ejemplo pueden tomar. Si su papá se pasa
las horas muertas jugando a la videoconsola, viendo el fútbol, etc., mientras que la mamá
atiende todas las tareas de la casa; o si la mamá se pasa el día en compras compulsivas y
«cafés» frívolos con las amigas mientras el papá va para arriba y para abajo haciendo de
151
todo un poco, esos niños o adolescentes verán con gran normalidad todas esas actitudes.
Por eso quiero señalar el importante papel cultural que también puede tener el caso
del donjuanismo. De un modo muy narcisista, y con poco respeto para los demás, se
busca simplemente otra conquista que sumar a las muescas del revólver. A continuación,
vamos a ver otras formas de relacionarse desde esta afectopatología que no son casos
puros de donjuanismo aunque, en cierto modo, pueden participar de dicha circunstancia.
152
3. Mariposas, loops, Zeigarnik y otros «caos» dentro de las
relaciones compulsivas
Es una circunstancia curiosa a la vez que inquietante observar cómo una persona
incapacitada para convertirse en alguien seguro de sí-mismo y con sentimiento de valía
puede transformarse en un esclavo de la atención externa. Para muchas personas este
constituye en su inicio un efecto mariposa que se va desarrollando hasta extremos
impredecibles. Así, de una situación en la cual no se configura en condiciones el self del
individuo se llega a depender profundamente de la compañía de otro para sobrevivir.
De nuevo vemos en esta circunstancia, de una manera muy evidente, el Efecto
Zeigarnik. Estas personas no tuvieron un apego seguro durante la infancia que les
otorgase la creación de una personalidad concreta por la cual «son». Esta situación
traumática repetida en su primera y segunda infancia, hace que se arrastre con el tiempo
un evidente déficit en la estructura de su personalidad. Esta necesidad natural se ve
cubierta y compensada con una búsqueda compulsiva de aquello que no fue resuelto
entonces, es decir, afectos que no fueron recibidos. El Zeigarnik es una condición inicial,
pues siempre está ahí, pero a su vez cobra especial protagonismo como mantenedor.
Es muy difícil saber dónde está la línea que separa, a este respecto, esta
afectopatología y la narcisista. Siendo más bien la diferencia de grado, se puede decir
que en la afectopatología compulsiva la mayor privación ha sido de cariño y de un afecto
que diera a la personalidad una sensación concreta de self, mientras que en el narcisismo
el problema es más bien de especularización. Creo que en la afectopatología relacional
compulsiva el problema es aún más primitivo en el desarrollo e incluso anterior a la
devolución de una imagen valiosa del sí-mismo, estamos hablando de un simple
reconocimiento de que el otro es «querible». Aún hoy en día muchos de mis pacientes
me cuentan que no recuerdan que sus padres les hubieran dado muestras de afecto físicas
o verbales nunca. Es comprensible que desde este punto de vista haya quien se involucre
en relaciones sexuales «para que les abracen», como me han confesado muchas pacientes
que era lo que en realidad buscaban.
Las parejas de los compulsivos amorosos pueden ser de lo más variopinto, pero quizá su
cualidad más destacable es que son seducidos a través de la sexualidad. Una de las
situaciones típicas con las que se engancha en este tipo de relaciones es cuando uno de
los dos es compulsivo y utiliza la sexualidad como vehículo para tener al otro satisfecho,
mientras que el otro no se quiere comprometer del todo. En ocasiones, esta circunstancia
proviene de un imprinting. Dado que esa persona de pequeña satisfizo necesidades
afectivas a través de una seducción no erótica sino del tipo de «niño bueno» para agradar
al adulto, vuelve a repetir esa secuencia en la adultez. Pero estas actitudes se transforman
153
con el tiempo en la utilización de otros recursos de la seducción, como son los sexuales,
para obtener de nuevo gratificaciones de afecto por parte de los demás.
Esto provoca una situación muy dependiente y con tintes también de
sadomasoquismo, sobre todo cuando uno de los dos pretende algo del otro y este no se
termina de decantar por dar un paso más allá de la relación, comportándose de un modo
histeroide dando mensajes ambivalentes acerca de sus intenciones reales.
No quisiera terminar este apartado sin hacer hincapié en la importancia que tiene para
estas personalidades compulsivas, desde un punto de vista cultural, el tener pareja o
«muchos ligues». Es decir, uno de los atractores importantes en ellos es que son más
valorados y deseables por los demás (al menos así lo creen), por la sociedad de su
entorno, porque tienen pareja o porque son capaces de conquistar a muchos hombres o
mujeres. Como se observa, tiene un impacto fundamental el hecho de tener capacidad
para «estar en pareja». Dicha circunstancia les da un estatus de no fracasados, por
ejemplo cara a sus padres, de que se han hecho las cosas como han de hacerse porque
tiene novio o novia o porque se ha casado. En la mayor parte de las ocasiones es
secundario que en esa tesitura sea feliz o no.
Caso 9: Mireia
Mireia es una mujer de 28 años. En principio acude a consulta por el grave problema que
le supone el que su padre no acepte su homosexualidad. Desde que era pequeña, me
cuenta Mireia, su padre se comportó con ella de manera cruel y machista, cuestión que
era observada sobre todo en el diferente trato que le daba a ella con respecto a sus dos
hermanos varones.
La infancia que narra en la psicoterapia es, desde luego, la de una niña maltratada
psicológicamente por el padre, cuya negligente madre ha hecho la «vista gorda». Cuando
en la adolescencia se sincera con la familia acerca de su identidad sexual esta reacciona
muy negativamente, especialmente el padre quien la desprecia más si cabe.
Las situaciones que narra con sus parejas suelen ser bastante negativas, quizá la que
menos fue la que mantuvo de adolescente con una chica mayor que ella. Pero esta
relación se rompió porque los 8 años de diferencia provocaban, en su caso, demasiadas
diferencias en los puntos de vista cotidianos y en la construcción de proyectos de futuro.
De todos modos, Mireia casi siempre estaba emparejada y, curiosamente, la mayor parte
de sus parejas eran personas que ya conocía de su entorno, eran chicas con las que ya
mantenía una relación de más o menos amistad, aunque en algunos casos eran largas
amistades. Esta cuestión llamó especialmente mi atención junto a que la mayor parte de
estas parejas guardaban un patrón común: eran personas con incapacidad manifiesta a
comprometerse.
En el capítulo II comenté que uno de los principios de las relaciones de pareja era que,
antes o después, la relación ha de nominarse. Es decir, uno o ambos miembros se
154
preguntan «¿qué somos?» y «¿a dónde vamos como pareja?». Esto es algo que le ocurrió
con Estefanía. Esta chica pertenecía también a su entorno y tuvieron un par de affaires;
ante esto, Mireia pensaba que podía defenderse de caer de nuevo en una situación de
rechazo llevando la relación de un modo más superficial. Pero el problema de Mireia era
que necesitaba compulsivamente tener siempre una pareja y, por regla general, esta debía
de entregarse. Nunca le parecía suficiente la entrega, algo que en psicoanálisis se viene
denominando conducta oral, haciendo una metáfora con el periodo oral por el que
atraviesan los bebés cuando toman la leche. Los adultos también se comportan de
manera oral necesitando a toda costa que se les dé algo de manera constante y abusiva
(no solo cosas materiales, sino atención, afecto…).
Si bien la conducta de Mireia no era excesivamente oral sí que necesitaba que su
pareja estuviera de una manera continuada pendiente de ella, pero curiosamente siempre
se relacionaba con chicas que no podían darle esto por considerarse «espíritus libres»,
algo «muy bonito» que otros llaman falta de capacidad para el compromiso. El caso es
que Mireia, viendo que se iba a tropezar de nuevo con la misma piedra, puso una defensa
(o creyó que la ponía) y siguió quedando de tanto en tanto con Estefanía, hasta que se
enamoró.
Lo que más me interesa destacar en este caso es la manera de relacionarse perversa
que se da en estas situaciones. Por ello, me centraré en la dinámica de aproximaciónevitación de esta pareja. Al terminar sintiendo emociones profundas y necesidades
afectivas, Mireia se quejó y demandó más compromiso a Estefanía. Esta le contestó que
hacía años había salido muy mal parada de una relación y que no tenía interés en un
noviazgo ni nada serio que se le pareciera. A partir de aquí la secuencia, aunque
kafkiana, es real como la vida misma y supone una de las mayores experiencias de
frustración ante la que los psicoterapeutas nos encontramos.
Mireia se enfadó, pero volvía a quedar con Estefanía, tenían un affaire, Mireia
demandaba de nuevo una nominación de cúal era la relación que tenían. Estefanía volvía
a mostrar su desinterés por algo serio aunque le gustaba la compañía y el sexo
esporádico. Mireia se volvía a enfadar, entonces o bien ella misma se acercaba o bien
Estefanía daba el paso. Una deseaba la sexualidad y la otra mantener una relación más
estable. En este enganche se mantuvieron durante un año, siguiendo exactamente la
misma secuencia que, creo que conté, se repitió en más de once ocasiones. Algo que
también he visto en otras parejas y matrimonios después de romperse. Es a esto a lo que
nos solemos referir los psicoanalistas con el término «relación de enganche»,
connotando un refuerzo intermitente en la ruptura-reconciliación de la pareja.
El caso es que es muy difícil romper con esa situación porque la compulsión connota
adicción. Y es que a lo largo de todo este libro, amigo lector, estamos hablando de
adicciones amorosas, adicciones a situaciones y personas que van en grave perjuicio de
la salud mental de quien lo padece.
Solo podemos salir de este círculo de enganche confrontando a la persona con la
motivación principal que le lleva a realizar ese tipo de secuencia de Sísifo. Ver de dónde
proviene y cuáles son las carencias que se tratan de compensar, junto con la falta
155
absoluta de viabilidad de futuro que tiene esa relación hace que a largo plazo se rompa.
Aunque el elemento más importante es que la persona recupere su propia identidad,
empiece a tener autoestima y se valore por ser quien es.
156
4. La seducción compulsiva
Un nuevo caso de síntesis entre desajustes en la manera de amar lo encontramos cuando
una persona tiene a la vez una tendencia compulsiva a la búsqueda de la pareja y muestra
una grave perturbación a la hora de valorar la conquista que ha obtenido. Como
sabíamos, el polo activo en la afectopatología de la seducción tenía graves problemas
con la idealización, sobre todo en cuanto a lo que subjetivamente estas personas esperan
de la pareja y de la persona amada. Cuando esto se acompaña de una conducta
compulsiva de «usar y tirar parejas porque al final ninguna cumple con mis
expectativas», nos hallamos ante una síntesis del polo extremo de la afectopatología de
la seducción y del polo extremo de la afectopatología compulsiva.
A menudo, dicha circunstancia sucede porque la persona quiere vivir el «romance de
su vida» y puede ver prácticamente en cada pareja que encuentra el candidato perfecto
para ello, para al poco tiempo abandonarlo y seguir la búsqueda. En dicha situación, a
diferencia del más puro «donjuanismo», no se busca tanto una satisfacción narcisista
como un ideal que nunca llega. En mi opinión, el principal enemigo para que el romance
desaparezca es que la expectativa ideal en la mente de quien busca nunca se va a
materializar, por lo cual va a ser imposible que llegue alguna vez a ser veraz aquello que
se persigue. Por su parte, Mitchell señaló en Can love last? (2002) otras cuestiones por
las cuales el romance puede desaparecer, aparte de esta que explico. Para él, el romance
fracasa cuando está basado en la sexualidad pero en un modo lujurioso y no afectivo,
porque se deja que la «familiaridad» sea el núcleo de la relación, y sobre todo porque
está basada en la idealización, y para Mitchell «la idealización es, por definición,
ilusoria».36
157
35. A Don Juan se le considera un mito sobre el que han escrito autores de toda Europa. En lengua castellana
fue recreado, entre otros, por Tirso de Molina en El burlador de Sevilla y el convidado de piedra (1630) y por José
Zorrilla en Don Juan Tenorio (1844), heredero a su vez de El burlador de Sevilla. Así, se presenta a Don Juan
como un embaucador de mujeres, que las seduce para fanfarronear o ganar apuestas. Pero para el psicoanálisis ha
pasado a denominarse donjuanismo a todo un síndrome que tendría que ver con esconder las tendencias
homosexuales de Don Juan o para explotar sus facetas más narcisistas.
36. Mitchell (2002, p. 28). La traducción es mía.
158
XIV. Sea como sea y ante todo, no me dejes:
afectopatología abandónica y fobia al abandono
Jamás he perdonado a mi madre. ¡Vengan a mí el futuro, el amor y el placer, para que colmen los vacíos!
Y a los que me aman, que me amen mucho, más y más; nunca me amarán lo suficiente como para curar el
mal de mi infancia.
Del diario de una de las pacientes de G. GUEX (1950)
159
1. «Ante todo, que no me dejen»: las bases de la personalidad
abandónica
Un concepto hasta cierto punto olvidado dentro de la psicopatología y el psicoanálisis es
el de síndrome de abandono o síndrome abandónico. Dicha entidad diagnóstica fue
estudiada y fundamentada por la psicóloga francosuiza Germaine Guex (aunque también
participó Charles Odier). Antes de que este síndrome fuera descrito ninguna de las
neurosis clásicas expuestas por el psicoanálisis (histérica, obsesiva, melancolía, etc.)
daba fe de este tipo de problemática.
Básicamente se puede decir que estas personalidades han sufrido graves traumas por
situaciones de abandono real y/o simbólico. Con abandono simbólico me refiero a las
experiencias de deprivación afectiva y la negligencia paterna con su falta de cuidados o
las fallas en la especularización, entre otras muchas.
Las principales cualidades de una personalidad abandónica serían (Guex, 1950;
Guerra Cid, 2006; Fernández Guerrero, 2007):
1. Angustia crónica. Es decir, un malestar interno mantenido a lo largo del tiempo
con unos niveles de ansiedad excesivamente marcados. La angustia se centra, de
modo constante, en la fantasía de que van a ser abandonados, por ejemplo, por
su pareja. De hecho, para Guex (1950, p. 21) la angustia es revelada
preferiblemente en las relaciones de amor o con individuos que son de suma
importancia para ellos.
2. Agresividad, que se puede tornar en sadismo o en masoquismo dependiendo de
la situación y el caso. El sujeto abandónico se cree en el derecho de ser
continuamente reparado del daño que se le hizo en la infancia y sus exigencias
habitualmente sobrepasan los límites de lo que es racionalmente esperable. De
esta situación hablaremos largo y tendido a lo largo de este capítulo.
3. Graves problemas en la autoestima representados en una no-valoración. Me
gusta especialmente este término utilizado por Guex, el cual diferencia de la
desvalorización porque no se trata «de un sentimiento que se ha perdido, sino de
un sentimiento de valor no adquirido» (Guex, 1950, p. 39). De nuevo estamos
ante un rasgo crónico de la personalidad basado en la sensación de ser inútil e
indeseable.
Con todo este cuadro, el tipo de personas que sufren de este problema guardan una
auténtica fobia ante el hecho de que puedan ser abandonados, pues esto representa y
simboliza un nuevo rechazo de otra figura afectiva de importancia, tal y como ocurrió en
algún momento anterior de sus vidas. En este síndrome abandónico, nosotros hemos
160
podido observar a lo largo de nuestra experiencia clínica que se dan dos casos: el más
común es el de quien necesita ser atendido por varias personas a la vez (cualquier pareja
y cualquier amigo), el segundo caso lo constituyen aquellos que se obsesionan y fijan a
un sujeto en particular probablemente por representar este algún patrón de importancia
en el conocimiento relacional implícito del sujeto, y en los patrones de apego relevantes
para él.
He de recordar en este punto que cuando una persona sufre de un traumatismo
referente a su desarrollo en la infancia, es decir, por un déficit de atenciones/afectos,
dicho desarrollo queda por lo general detenido, quedando su self desprovisto de
cualidades más maduras para afrontar la existencia.
Los continuos fallos pedagógicos, afectivos, de apego, de mentalización y
de respuesta empática en la primera y segunda infancia provocan una
circunstancia donde el self es más frágil de lo habitual y soporta peor los
fallos que su ambiente tiene (producidos a su vez y circularmente por el
mismo ambiente deficitario). En este círculo vicioso encontramos el
origen de la mayor parte de los trastornos y desajustes psicológicos,
siendo agravados en circunstancias como las personalidades
abandónicas, narcisistas, dependientes y masoquistas.
161
2. «Tú tendrías que saber lo que yo necesito sin que yo te lo
dijera», o de cómo la red no debe ser segura sino mágica
El primer aspecto que encontramos cuando tratamos a pacientes con problemática
abandónica y que tienen una pareja con la cual llevan tiempo, es que de entre muchas de
sus cualidades hay una que está siempre fija: dicha pareja está paternalizada o
maternalizada. Pero suele tener, además, un claro complejo de salvador con las
características señaladas anteriormente, puesto que para mantener la relación con un
abandónico a largo plazo, ha de tenerse un muy fuerte convencimiento de que se tiene
absoluta responsabilidad en el hecho de que el otro esté bien, pero una responsabilidad
mezclada con culpa y, sobre todo, excesiva y patológica. No hay forma si no de poder
soportar una relación tan sumamente tirana en cuanto a la demanda absoluta de afectos
se refiere.
Efectivamente, una de las condiciones iniciales que se hallan en esta relación de pareja
es que el polo pasivo, en este caso el abandónico, ve en el otro una figura que le puede
cuidar y que le puede brindar todas esas atenciones que no recibió adecuadamente. El
otro tiene un papel de papá o mamá cuidador/a. El que cumple con este rol activo suele
ver en el abandónico alguien dulce, frágil, necesitado de cuidado. Las personas que
tienen tendencias a cuidar siempre de los demás en detrimento de sí mismas suelen
escoger parejas con estas características abandónicas, pues son personas perfectas y
pasivas para tal cuestión.
Obviamente, todos los comportamientos y afectos derivados de tal circunstancia
funcionarán como atractores para que la relación poco a poco llegue a ser patológica, con
una intensidad devastadora. Quien cumple con el rol positivo empezará a complacer y a
contestar a las demandas, a su vez se verá en esa obligación puesto que ese es su
conocimiento relacional implícito, se encarna lo que vivió como una responsabilidad
desde su infancia y comprendió que debía de hacer sin ninguna vacilación. A la vez,
quien cumple con el rol pasivo abandónico entiende que esto es lo justo y que debe de
ser atendido como compensación de su desgraciado pasado. El problema es que, por
regla general, las atenciones nunca son suficientes.
En la terminología que acuñó Willi (1978) hay cierta correspondencia en toda esta
relación que mantiene una persona abandónica con su pareja con lo que él denominaba
«colusión oral», en la cual el polo activo tiene un carácter de madre adoptiva y el polo
pasivo destaca el de la oralidad demandante.
Otro factor atractor que mantiene al abandónico dentro del sistema, y hace que cada
vez se agarre más con «uñas y dientes» a sus comportamientos y demandas exageradas,
es el temor a ser abandonado, por lo cual sus conductas serán cada vez más expeditivas a
162
la hora de demandar tanto atención como pruebas de amor. El problema principal
derivado de esto es que sus demandas van aumentando en intensidad llegando a ser
realmente irrealizables.
Uno de estos aspectos reside en el pensamiento mágico de pensar que si la pareja
realmente le quiere se tiene que adelantar a sus necesidades y demandas; a dicha
circunstancia Guex (1950) la denominó «poner a prueba para comprobar», es decir, algo
así como «si me quieres, tienes que saber qué es lo que necesito sin que yo te lo pida».
Pero ha de decirse también que este «poner a prueba para comprobar» tiene que ver con
verificar si la pareja se va a comportar del mismo modo negligente que el abandónico
sufrió en su infancia.
El problema es que este planteamiento excede de dichos parámetros y entonces se
enjuicia y se exige que el partenaire adivine las necesidades sin que estas se expresen,
desde el regalo que le gustaría que se le hiciese y no se le hace, hasta la forma de hacer el
amor. Todo debe de ser adivinado y sabido por el paciente amante. Estas «exigencias del
absoluto» llevan a una relación muy extraña, en la cual quien tiene el rol activo
comienza a sufrir una agresividad muy depurada por parte del sujeto abandónico. Este,
con todas las pruebas y quejas que le pone al partenaire le hace ver que no es suficiente
nada de lo que haga, que siempre hay algo por hacer o que se puede hacer mejor (o, por
supuesto, que aunque lo haga, lo tenía que haber hecho antes de que se lo propusiera).
Entonces se produce una situación que conecta claramente en este punto con una
afectopatología relacional sádico-masoquista pero de características distintas a las
comunes. Aquí el abandónico pasa a ser un gran sádico que no para de demandar, que
acusa de que no es suficiente o de que no está hecho en condiciones. El que cumple el
rol de la maternalización/paternalización se convierte en un sujeto pasivo que espera las
demandas del otro y que masoquísticamente sufre la inevitable crítica.
Dicha circunstancia también se observa en las parejas más sanas en momentos puntuales
de su relación pero con tintes más suaves. Por ejemplo, cuando uno de los dos ha
arriesgado más por la relación (cambio de trabajo, cambio de residencia u otro tipo de
cesión), puede producirse que quien ha cedido le eche en cara al partenaire todo lo que
ha hecho y que este debe de compensarle. Lo que ocurre es que como los atractores y
mantenedores de esta relación, más sana y ajustada, no tienen conexión con tintes
abandónicos (es decir, aquí el demandar algo a cambio de la cesión que se realizó en su
día no es un microproceso que replica el macroproceso, sino un proceso independiente)
lo más normal es que se derive en una negociación o que se deje pasar volviendo la
pareja a la normalidad.
Sin embargo, cuando la relación es patógena y de enganche, y el abandónico la pauta
desde el principio, consciente e inconscientemente, como una relación de compensación
acerca de todo lo que no le fue dado en su infancia, el motor central de cómo se
relaciona la pareja siempre girará en torno a las necesidades no cubiertas del abandónico.
Es como si este estuviera ciego ante la cesión y solidaridad del otro. Parece quedarse
satisfecho con lo obtenido para, al poco, demandar de nuevo un poco más o un poco
163
mejor.
Observamos cómo se produce en el abandónico un potente efecto mariposa en la
relación con su pareja: ante un pequeño fallo del partenaire en sus necesidades de
compañía o atenciones se desencadena una larga cadena de hechos y reacciones de
sufrimiento. El abandónico puede caer en un estado depresivo y de angustia profunda
por algo que en cualquier pareja o relación es simplemente anecdótico. Pongamos por
caso un olvido por parte de su pareja de algo que necesitara o que no le llamara o
mensajeara en un determinado momento. Esto puede producir un abatimiento y
desamparo que llevará a la más absoluta de las desolaciones al sujeto abandónico. En
este caso, el Efecto Zeigarnik también hace estragos.
Y es que este efecto —Zeigarnik— es paradigmático de la afectopatología
abandónica residiendo su principal problema tanto en la dinámica individual como en la
de la pareja. Potente mantenedor de la relación de pareja nunca logran ambos
protagonistas que el «cesto de afectos» esté lleno del todo, sino que uno sigue buscando
con qué llenarlo y cómo hacerlo, mientras que el otro (el abandónico) cuando mira en el
interior del cesto nunca ve suficiente cariño ni atención por parte del otro. De este modo,
al estar la relación enganchada la situación tiende a perpetuarse. Esta circunstancia se
rompe con más facilidad por parte de quien tiene el rol de cuidador puesto que puede
perder la paciencia y renunciar a seguir tratando de satisfacer a una persona tan voraz y
hambrienta de afectos.
Por parte del abandónico es muy difícil romper con la dinámica negativa a no ser que,
tras un proceso de reflexión y conocimiento profundo (el cual básicamente suele ser una
buena psicoterapia), sea capaz de tomar perspectiva acerca de lo traumático que vivió y
de lo inviable de sus demandas y fantasías. Fondándose en otro de un modo eficaz y
emocionalmente denso, puede romper por fin esa falta de valor de sí mismo que siente.
El abandónico debe aprender a dar al otro también, a sentirse valioso para otra persona
por sus cualidades. Este es un punto de vista que por lo general nunca tiene, por estar
obsesionado por obtener los afectos negados o que cree que le son negados. Un repulsor
eficaz para que se rompa el sistema dinámico de la afectopatología abandónica reside
precisamente en que el abandónico tenga una autoestima más coherente con quién se es
y se tenga una vivencia más integrada de quién se es. Si a esto se le añade una relajación
en las obsesiones salvíficas de su pareja, el repulsor se potencia.
Otro repulsor que depende más del sujeto que se posiciona en el rol pasivo y
abandónico reside en que este sea capaz de relajar la exigencia de compensación. Me
explico, creo que una relación de pareja sana es una fuente de recuperación y una
segunda oportunidad ante los agravios y abandonos sufridos. Por ello, el cambio para el
abandónico vendría al poder cumplir con su objetivo: tener una pareja que compense su
sufrimiento, pero que se conformara con unos niveles objetivos de compensación y no
pidiera un absoluto.
Este es un buen ejemplo de cambio a través de una solución alternativa, que consiste
en dejar de demandar que se cumpla una fantasía imposible de absoluta
incondicionalidad y atención infinita para que la persona observe con objetividad que ha
164
sido capaz de formar una pareja a través de un vínculo sano y que eso repara mucho del
sufrimiento que hubo en el pasado. Y sobre todo ver que su pareja no tiene culpa ni
responsabilidad del sufrimiento de su infancia pero que, por el contrario, sí está siendo
responsable de las atenciones en el presente y de brindar una apuesta para el futuro.
Aunque todo ello sea siempre incierto y no esté asegurado, tal y como ocurre en
cualquier hecho humano.
Caso 10. Susana
Susana es una joven de 19 años que acude a consulta con antecedentes de ataques de
pánico acompañados con los síntomas prototípicos de palpitaciones, taquicardia,
sensación de pérdida de control, etc. A lo largo de las primeras entrevistas describe su
vida como bastante tranquila, con una buena relación familiar, pero ha comenzado a
estudiar en la universidad y ahí siente que no «es capaz de estar a la altura», por lo cual
le preocupa «lo que puedan pensar de ella». Entre todas las personas que pudieran
juzgarla, le empieza a dar especial relevancia a lo que piense su actual novio que, aunque
no estudia, sí es una persona que le pregunta a menudo cómo le va todo por la facultad.
El tema de su relación de pareja empieza a desbancar del discurso de las sesiones al
omnipresente tema sintomático de la ansiedad. Se muestra temerosa de que la relación
no vaya bien y poco a poco se va sintiendo incomprendida. Dice también que como él
trabaja no le ve todo lo que le gustaría y expone, por primera vez, ciertos temores
relacionados con que la pareja rompa la relación. Se preocupa si no se conecta en el
messenger, o si no le contesta el teléfono o algún mensaje, interpretándolo como un
peligro de que la relación se pueda estar deteriorando. Cuando esto ocurre comienza un
checking obsesivo consistente en llamar continuamente a su móvil o mandarle múltiples
mensajes.
Hubo algo a lo largo de las primeras sesiones que tuvimos que llamó poderosamente
mi atención, y era su queja recurrente de que él «no la atendía como a ella le gustaría
dado que se encontraba enferma con tanta ansiedad». Esto, a priori, no parece relevante,
pero sí lo es si atendemos a la naturaleza de la demanda, es decir, en qué cifraba ella esa
falta de atención. A través de un diálogo en una sesión tenemos un ejemplo de ello.
PACIENTE.—La verdad es que estoy un poco enfadada con mi novio…
TERAPEUTA.—¿Qué ha ocurrido?
PACIENTE.—Cuando estoy mal no me llama, debería de darse cuenta de que no me encuentro bien y pasar por
casa a verme.
TERAPEUTA.—¿A qué te refieres?
PACIENTE.—Por ejemplo, si le he dicho el día anterior que no iba a ir a la facultad debería de saber que es
porque no estoy bien y al día siguiente debería de acudir a mi casa a ver qué tal estoy.
TERAPEUTA.—Y, ¿cómo te sientes al ver que eso no ocurre?
PACIENTE.—Me da más ansiedad, aunque a veces sí que me llama y le digo que estoy mal y viene… Pero no
me trae un dulce que me gusta mucho y que sabe que me anima. Él debería de saber que si estoy mal me
tendría que traer ese dulce; si me quiere tanto como se supone tendría que traerlo sin más, tendría que
saberlo, para que me sintiera mejor.
TERAPEUTA.—Sin embargo parece que si tú se lo pides va a verte.
PACIENTE.—Sí, pero si le digo que no hace falta él no se da cuenta de que lo digo con la boca pequeña y sí
165
tendría que venir a ver cómo estoy. Por supuesto, a mí me gusta estar con él.
De esta pequeña conversación se entresaca un elemento de importancia que reside en
el pensamiento mágico, por parte de la paciente, de que el otro adivine sus deseos. Como
sabemos, en la neurosis abandónica resaltan este tipo de pensamientos «mágicos» y el
«poner a prueba para comprobar». Así, a lo largo del tratamiento y a través de
señalamientos y trabajos sobre las resistencias de la paciente empezó a aflorar un más
que evidente temor a que el novio la dejara, cuestión que empezó a asociar con la actitud
intelectual, fría y distante con la que su padre la había «abandonado» cuando era
pequeña. Y en este ejemplo entendemos que el abandono, si bien fue simbólico y no real,
fue devastador para la construcción psicológica y relacional de Susana.
En el caso de Susana, y tal como dije anteriormente en relación a la neurosis de
abandono, podemos delimitar tres elementos fundamentales que se hallan conectados: la
angustia, la agresividad como respuesta a esa angustia y la valoración insuficiente del símismo. Todo ello salpimentado por una fobia al abandono, lo cual se solapa con la
ansiedad de separación.
Este tipo de ansiedad de separación es un miedo evolutivo que todos los seres
humanos tenemos. Se basa en la inseguridad de los vínculos y en un temor adaptativo y
animal a separarnos de las figuras de apego. El problema es que este temor normal y
evolutivo se puede hacer crónico y convertirse en una fobia perpetua en aquellas
personas a las cuales sus figuras de apego no respondieron de una manera afectiva y
empática adecuada.
166
3. Otros cambios de impacto en el sistema abandónicosalvador
Otra circunstancia no nombrada hasta ahora, y bastante curiosa dentro de este sistema,
ocurre cuando el salvador también quiere su reconocimiento. La persona que está
cumpliendo dicho rol salvífico a veces demanda también que se le reconozca el gran
papel de ayuda y sostén que está haciendo. Dicha tesitura, a veces provoca en el
abandónico una mayor ira y necesidad de ser reconocido en su desdicha. De esta manera
se produce un patógeno círculo de demandas que terminará en reproches.
Esta circunstancia constituye una relación de fuerte enganche donde se rompen los
roles anteriormente citados, para convertirse la relación en un subtipo de afectopatología
relacional por rivalidad, pero enfocada en este caso a ver quién satisface antes sus
demandas.
Pero cabe aún un problema más grave que este en las relaciones abandónico-salvador.
Cuando una pareja de estas características tiene hijos, a menudo el o los niños aprenden
a asumir poco a poco el rol de salvador. Se preguntará el lector por qué no es asumido el
papel de abandónico por el o los hijos. La respuesta es realmente sencilla y a menudo la
he obtenido a través del estudio del historial clínico de mis pacientes.
Cuando uno de los dos padres es un abandónico, debido a su tendencia a victimizarse
y que los otros le atiendan logra dicho efecto «por 10» en sus hijos, dada la importancia
afectiva que para ellos tiene su papá o mamá. Además han tenido como modelo de
salvador al padre restante de la ecuación. De esta manera es bastante común observar a
estos niños como infantes ya maternalizados que tienen tendencia a cuidar desde muy
pequeñitos a la figura paterna abandónica. De ese modo se genera a su vez en su
conocimiento relacional implícito el automatismo de que deben de ser más eficaces en la
atención de la figura paterna que demanda la ayuda, viviéndolo como una obligación.
Sobra decir que a su vez estos niños, futuros adultos, manifestarán seguramente graves
problemas en la relación de pareja que mantengan.
167
4. «Ni abandonado, ni en soledad». Afectopatología
relacional compulsivo-abandónica
Dentro de las variantes que la afectopatología abandónica muestra tenemos como la más
clara la compulsivo-abandónica. Esta guarda una cierta relación con la síntesis que
comenté acerca de la personalidad histeróide y compulsiva. Sin embargo, en el caso del
abandónico nunca se da un abuso de la seducción, ni una preocupación excesiva en
llamar la atención (como digo, la obsesión reside en no ser abandonado), al menos en
comparación con las características más histriónicas del histeroide. Por lo tanto aquí
prima una continua comprobación de que no se va a ser abandonado. Dicho chequeo se
realiza a través de reiterativas preguntas y búsqueda de signos de que el otro va a
permanecer allí.
La diferencia entre el compulsivo y el abandónico es que el primero tiene una mayor
tendencia a romper las relaciones que el segundo. Sin embargo, sí que podríamos
observar una fusión de ambas problemáticas a nivel de afectopatología relacional cuando
el polo activo de la relación cumple con las características tanto de paternalización como
de cierta ambigüedad a la hora de comprometerse. Por su parte, en el polo pasivo de la
afectopatología relacional abandónico-compulsiva se ven claramente dos características
que funcionan de manera conjunta y casi inseparable: el miedo al abandono y el miedo a
la soledad.
Esta última característica es la que lleva al típico sujeto abandónico a tener tendencia
a la infidelidad y a tener parejas guardadas en la «recámara». Por ello, son personas que
pueden estar en pareja, pero flirtean y buscan opciones en otras personas, como «ataque
preventivo» del abandono que pudieran sufrir. De este modo comienzan una relación
prácticamente a la vez que ha finalizado la otra. Uno de los múltiples problemas que
guarda esta actitud paranoica estriba en que el abandónico-compulsivo nunca es capaz de
amar objetivamente al otro, puesto que no confía y no es capaz de que haya cesión ni
solidaridad genuinas.
168
XV. Epílogo para los que buscan el amor o quieren
mantenerlo
Ama, ama y ensancha el alma.
ROBERTO INIESTA y MANOLO CHINATO (1992)
Y llegados al final tenemos bastantes conclusiones con todo lo dicho. Pero, sin duda, la
principal es que en la relación de pareja, al igual que con cualquier otra tarea humana, el
disfrute lo otorga el disfrutar con el «ser» o, en el caso de la pareja, «el somos». Esto nos
aleja de subterfugios materiales del tipo de «tengo» una pareja que «ha de hacer» o
«tiene que hacer» o «tiene que cambiar esto o lo otro» para que yo me sienta satisfecho.
La cesión de libertad para con el otro, y confiar en que el otro la vaya a utilizar con fines
beneficiosos, es quizá la mayor cualidad de solidaridad humana. Desgraciadamente se
pone en juego muy poco.
En las parejas a menudo no se da libertad al otro básicamente porque se teme que con
ella el amor se rompa, como si por tener facetas individuales e íntimas se pudiera olvidar
que se ama a otra persona. En mi opinión es más bien al contrario. Si la persona está
medianamente sana, el disfrutar de sus propios reductos de libertad le hará más elástico y
probablemente atento para con su pareja. Me aterroriza cuando escucho a esos pacientes
que sistemáticamente le hackean la cuenta a su pareja para entrar en sus mails, mensajes
de Facebook o incluso le controlan el móvil de modo sistemático para revisar
pormenorizadamente todos sus mensajes y datos. Esta hipervigilancia es incapaz de
sostener una relación sana, de hecho este es un problema que se suele dar en la mayor
parte de las afectopatologías relacionales expuestas a lo largo de esta obra.
Se puede decir que la mejor manera de encontrar, y también de mantener, el amor se
rige en base a escapar de «atractores extraños», sobre todo los desarrollados en los
comienzos de la relación, es decir, de atribuciones iniciales de cómo debe comportarse el
otro, que el «otro me tenga que salvar», o que el otro en general «deba de». Todo esto
que describo tiene una excepción clara en cuanto al frágil concepto de «fidelidad». Una
de las ideas que trato de señalar a lo largo de todo el libro es que gran parte de lo que a
veces se espera del otro y del constructo «pareja» es algo que se teje en un contexto
cultural, y que es la propia cultura y los sistemas sociales los que van a influir sobre
dicha estructura y lo que se le atribuye.
Pero esta aplicación, sobre todo si es sociobiológica, es harto complicada de utilizar
169
en el asunto de la fidelidad de pareja. Para alguien que sostenga hipótesis biologicistas la
infidelidad y, más aún, la promiscuidad, estarían justificadas por la animalidad del
sapiens sapiens y su instinto sexual. Sin embargo, alguien más culturalista diría que la
cultura hace de marco de contención de esta instintividad con elementos como el
matrimonio para acotarla.
Por mi parte no me meteré en mayores disputas al respecto puesto que quizá el mayor
sentido que tiene la fidelidad entre los sapiens resida en el acuerdo afectivo de evitar el
daño que a menudo se inflige sobre el otro miembro de la pareja cuando la infidelidad
contamina la relación (aunque dicho esto me parece que me estoy inclinando por una
hipótesis culturalista). Atrás quedan las películas como Emmanuelle (J. Jaeckin, 1974)
donde una pareja liberal se daba permiso para tener sus aventuras extramatrimoniales y
experimentar sexualmente y todo era mostrado con gozo e incluso como algo sano y
manejable. Estas cuestiones son muy difíciles de encontrar en la realidad.
Lo real es que las parejas no quieran compartirse y que cuando escuchamos a
nuestros pacientes objeto de infidelidad, sus sentimientos y percepciones son: rabia,
sentimientos de poca valía, humillación, sensación de ser traicionado, etc. ¿Se le puede
hacer esto a alguien que se supone que se le quiere y abogar, de modo cínico, a la
instintividad como excusa? La infidelidad patológica viene dada por la necesidad
compulsiva de «sexualidad» con otro. A mi parecer, no surge nunca solo como mera
sexualidad sino que hay otras variables en la ecuación como búsqueda indirecta de
afecto, autoafirmación a través de las conquistas, sensación de poder y dominancia en el
acto, etc.
Por lo cual me parece una falacia que se piense que siempre es la sexualidad la que
promueve la infidelidad. En primer lugar, y como acabo de decir, hay otras variables que
nunca van separadas de la sexualidad por animal que parezca, sobre todo el afecto, lo
más humano de cuantas cualidades existen. De un modo más o menos directo, más o
menos intenso, el afecto está relacionado con la sexualidad. En segundo lugar, la
sexualidad con la pareja no es algo que necesariamente tenga que morir, sino que, al
igual que el enamoramiento, es algo susceptible de transformarse y cobrar diferentes
dimensiones. El sexo es ante todo, repito, afectivo, aunque también es algo lúdico y
sobre todo una cuestión cooperativa y no de lucha.
Por cierto, es habitual que uno de los momentos en los que hay más infidelidades y
también problemas severos en las parejas sea el nacimiento del hijo/hijos y en los
primeros años posteriores. Obviamente, si el engranaje de la relación no está bien
constituido la nueva llegada de un miembro a esa pareja actúa como estresor,
exacerbando la problemática previa aún más. El nacimiento de los hijos constituye una
auténtica prueba de fuego para las parejas, puesto que tienen que funcionar aún con
mayor solidaridad y generosidad el uno por el otro en pos del tercero (o cuarto o
quinto…) que acaba de llegar, como una maquinaria perfectamente engranada. Y todo
ello sin abandonar por un tiempo prolongado la pasión, el cariño y el afecto por el otro.
Por tanto, una de las cosas más estúpidas que se pueden hacer en este mundo en el
que nos ha tocado y optamos vivir es tener un hijo para arreglar las cosas entre una
170
pareja como si fuera «el pegamento de la relación». Obviamente, si hay problemáticas en
la relación este suele ser el punto de inflexión para que se vaya definitivamente al traste.
En último término, y referente a querer cambiar a la pareja en determinados rasgos (los
cuales suelen ser por regla general los que enamoraban), creo que lo mejor no es tratar de
cambiar al otro sino que en tal caso sea el otro quien quiera cambiar para evolucionar
personalmente hacia cotas constructivas y éticas mientras con ello se mejora la vida en
pareja. Querer modificar a toda costa elementos de la personalidad del otro, sobre todo
aquellos que siempre estaban ahí y no son necesariamente negativos para la relación,
indica inmadurez, inseguridad y miedo ante la vulnerabilidad que produce no tener
control sobre el otro.
Cuando se es capaz de tolerar esta incertidumbre de «no control» sobre el otro, sino
que se le deja fluir, y a su vez el otro no es una amenaza se deja de estar agarrado a un
clavo ardiendo para sobrevivir afectivamente y se comienza a experimentar un
crecimiento conjunto e individual a la vez. Un crecimiento que produce en muchos casos
un sentido de la vida y de la experiencia.
171
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174
ACERCA DEL AUTOR
Luis Raimundo Guerra Cid es doctor en Psicología, con el grado de Premio
extraordinario de Investigación por la Universidad de Salamanca gracias a la tesis
realizada sobre malestar docente y al estudio de los estados de desajuste en el self de los
profesores. Asimismo, es licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación —sección
psicología— (denominación de la antigua licenciatura en Psicología por la Universidad
de Salamanca) y en Antropología cultural y social (UNED). Especialista en medicina
psicosomática y psicología de la salud (Universidad de Alcalá y Sociedad Española de
Medicina Psicosomática y Psicología Médica). Además es psicólogo especialista en
Psicoterapia por la EFPA. Fue formado como psicoanalista en los años noventa por
diversas entidades de prestigio, como la Fundación Cencillo de Pineda.
Actualmente ejerce como docente en el máster de Psicoterapia psicoanalítica de base
antropológica (Universidad de Salamanca) y como psicoterapeuta y docente en Valencia
en el Instituto de Psicoterapia de Orientación Psicoanalítica y Antropología (IPSALevante), del cual es director.
Discípulo directo del Dr. Luis Cencillo, con el que trabajó varios años, es un
destacado docente y divulgador de su método de psicoterapia psicoanalítica
(psicodialysis). En los últimos años su investigación y práctica clínica tienen que ver con
los modelos de psicoterapia relacional, la neurociencia y con el estudio de sistemas
dinámicos no lineales y su aplicación a la relación humana.
Interesado en la integración en psicoterapia, actualmente es presidente de la Sociedad
Española de Psicología y Psicoterapia para la Integración (SEPPI), miembro de la
International Association for Relational Psychoanalysis and Psychotherapy (IARPP) y
de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicología Médica (SEMPYPM).
Asiduo ponente en congresos nacionales e internacionales, ha publicado diversos
artículos científicos y diez libros sobre psicoterapia, psicopatología y divulgación, entre
los que destacan: Transferir, contratransferir, regredir (Amarú, 2000), Tratado de la
insoportabilidad, la envidia y otras virtudes humanas (DDB, 2004) o Este no es un libro
de autoayuda (DDB, 2006). Más información en <www.ipsalevante.com>.
175
Indice
PRÓLOGO
I. Introducción: Una vida, muchas historias. Con otra vida, miles de intersecciones
II. Me gustas, te gusto. Principios y bases de la relación de pareja humana
1. Un cerebro relacional
2. Lo que la antropología nos enseña acerca de la pareja
3. Somos trobiandeses
4. Rompiendo mitos sobre la pareja
III. Las condiciones iniciales. Por qué es tan importante el comienzo de las relaciones
1. La pareja como un fenómeno no lineal
2. ¿Por qué hasta el aleteo de una mariposa lo puede cambiar todo?
3. Donde todo empieza: ¿por qué son de importancia las condiciones iniciales en una
pareja?
Caso 1. Juan y Violeta
4. Algo común a todos nosotros en la búsqueda afectiva: el desfondamiento radical
humano
IV. Sumando condiciones iniciales: cómo y por qué nos enamoramos
1. El amor y su dificultad de definición
2. Distintas maneras de amar
3. La condición básica: la búsqueda del ideal
4. La exactitud del instante
Caso 2. Pau
V. ¿Cómo se mantienen las relaciones sanas y patológicas?
1. Dónde ocurren las cosas de las que no nos damos cuenta: la importancia de lo
implícito
Caso 3. Joan y Carme
2. No es lo mismo «no saber» que algo sucede, que saberlo y no querer verlo
VI. Escondido en la memoria: lo que la neurociencia actual nos enseña
1. La compleja memoria humana
2. Niños que saben qué ocurre sin entender el lenguaje o cómo es conocer de manera
implícita
3. Tres minutos. El tiempo necesario para conocer la calidad del vínculo
176
4. Las condiciones iniciales en el desarrollo humano son también vitales
5. «Sísisfos» contemporáneos o cómo repetir secuencias de sufrimiento
Caso 4. Tania
VII. La pareja dentro del sistema: repetición, mantenimiento y cambio
1. Algo muy humano: acabar lo inacabado
2. ¿Es posible el cambio?
3. De vuelta a la antropología: cómo se producen los cambios en los homínidos
Caso 5: Ariadna
VIII. Una visión operativa para entender los conflictos de pareja: las afectopatologías
relacionales del amor
1. ¿Qué es una afectopatología amorosa?
2. Diferentes formas de sufrir en pareja
IX. Sufro, sufres, hazme sufrir, te hago sufrir: la afectopatología sádico-masoquista
1. Rudimentos internos de una relación destructiva
2. Algunas posibles condiciones iniciales, atractores y dinámica en el sadismomasoquismo
3. Las celotipias como una forma camaleónica de afectopatología sádico-masoquista
Caso 6. José R.
X. La relación de pareja como protagonista-espectador: la afectopatología del (anti)amor
narcisista
1. Transformaciones sociales
2. Narciso que no se ahoga, asfixia a quien convive con él
3. Escenas que mantienen la relación
Caso 7. Jose C.
XI. La ambivalencia en el amor: afectopatología de la seducción
1. La mala fama de los histéricos
2. De la naturaleza del trauma a cómo se expresa en la pareja
3. La seducción dentro del sistema
Caso 8. Saray
XII. «Siempre te metes (me meto) en lo que yo hago (tú haces): afectopatología por
rivalidad
1. Una cuestión de poder
2. «Tú siempre te sales con la tuya»: el sistema dinámico de la rivalidad de pareja
XIII. Sin alguien no soy nada: la afectopatología compulsiva
1. La paradójica búsqueda de mí en el otro
2. «Don Juanes» y «Doñas Juanas» del siglo XXI
3. Mariposas, loops, Zeigarnik y otros «caos» dentro de las relaciones compulsivas
Caso 9: Mireia
4. La seducción compulsiva
177
XIV. Sea como sea y ante todo, no me dejes: afectopatología abandónica y fobia al
abandono
1. «Ante todo, que no me dejen»: las bases de la personalidad abandónica
2. «Tú tendrías que saber lo que yo necesito sin que yo te lo dijera», o de cómo la
red no debe ser segura sino mágica
Caso 10. Susana
3. Otros cambios de impacto en el sistema abandónico-salvador
4. «Ni abandonado, ni en soledad». Afectopatología relacional compulsivoabandónica
XV. Epílogo para los que buscan el amor o quieren mantenerlo
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ACERCA DEL AUTOR
178
179
Las cartas que los padres nunca recibieron
Andreu Anglada, Ramon
9788417219499
256 Páginas
Cómpralo y empieza a leer
Las cartas que los padres nunca recibieron ni recibirán son cartas excepcionales
porque son las únicas escritas para no ser enviadas a sus destinatarios, ni leídas
por ellos. Son cartas en las que personas que han necesitado una psicoterapia
explican a sus padres por qué la han necesitado. Cómo se fraguó todo en su
grupo original, la familia que ellos fundaron. Qué déficits y carencias
experimentaron, y las consecuencias que esto tuvo en su desarrollo. Explican
cómo han logrado entender lo que pasó, que no fueron víctimas de verdugos,
sino de otras víctimas. Que han comprendido que los padres hicieron lo que
pudieron, y que si no pudieron hacer más o mejor, fue por falta de salud
psicológica, por sufrimientos indebidos e injustos que ellos experimentaron en
las primeras etapas de su vida: carencias que determinaron las que ellos habían
de transmitir inevitablemente a sus hijos. Estas cartas no pueden ni deben ser
leídas por los padres, porque lo vivirían como una acusación que sería
tremendamente injusta, ya que son inocentes de los daños sufridos por el hijo
en su crecimiento, de sus déficits y carencias. Su lectura no podría ser asimilada,
y podría causar un quebranto importante en su salud tanto psíquica (depresión
grave) como física. Pero leídas a su representante simbólico, el terapeuta, tienen
un enorme valor y significado, reparador y restaurador de un equilibrio interno
que había sido gravemente dañado.
Cómpralo y empieza a leer
180
181
Palos en las ruedas
Guerra Cid, Luis Raimundo
9788417667733
208 Páginas
Cómpralo y empieza a leer
El oficio de vivir implica habitualmente sufrir episodios traumáticos, los cuales
pueden ser puntuales o bien desarrollarse a lo largo de un cierto periodo de
tiempo. Vivimos en una sociedad que exige soluciones inmediatas, cosa que no
contribuye a la recuperación del trauma. Al contrario, sobreponerse a este
comporta, como mínimo, un conocimiento profundo de nuestra identidad y de la
influencia que ejercen sobre nosotros los demás, como individuos y como
sociedad. En ocasiones quien traumatiza no tiene conciencia de ello; otras veces
el daño se hace adrede y manipulando.El libro que tiene en sus manos ofrece
una perspectiva comprometida sobre las personas que traumatizan y sobre la
importancia de "lo social" de cara a su superación o a conmocionarnos todavía
más. Con un lenguaje divulgativo y en comunicación continua con el lector, el
autor aporta precisas explicaciones teóricas, así como interesantes discusiones a
través de casos clínicos, series actuales, literatura y películas.Recuperarse de lo
traumático y de sus efectos es posible, pero para ello es necesario romper
tabúes y vencer trampas como la búsqueda superficial de la felicidad, la actitud
engañosamente positiva ante la realidad, el refugio en relaciones que
entorpecen más que ayudan o la virtualización de lo real propuesta por las redes
sociales y los medios de comunicación.
Cómpralo y empieza a leer
182
183
El malestar en la institución
Ansermet, François
9788499217758
112 Páginas
Cómpralo y empieza a leer
A pesar de la esperanza de racionalidad, el inconsciente también interviene en la
institución psiquiátrica. Pasión arcaica, goce funesto, lo insoportable de la
transferencia con el psicótico resulta de que ella pone directamente en
evidencia, de forma concreta e indiscutible, la pulsión de muerte. ¿Es acaso la
institución terapéutica uno de los avatares del malestar que Freud señaló en la
civilización? La institución procede del retorno de lo mismo. Fundada en una
relación de eternidad, especie de máquina melancólica, la sombra de lo que a
cada cual le falta también parece cernerse sobre su organización. "Yo soy
aquello de lo que el otro carece": este sería uno de los escenarios característicos
de la fantasía del terapeuta. Aferrado a una función imaginaria, con la falsa
esperanza de encontrar una completitud perdida, ofrece sus atenciones como la
madre no mancillada por la carencia. En una comunidad de negación, cada cual
teje en ella su historia y todo se repite, ineludiblemente, como en una tragedia.
Asumir como proyecto la transformación de la institución implica atravesar el
muro inefable de la ignorancia y enfrentarse a las resistencias que tienen
muchísimo que ver con las resistencias clásicas del psicoanálisis. ¿Es posible, a
pesar de todo, aplicar el psicoanálisis en la institución psiquiátrica? Esta es la
cuestión que centra este ensayo.
Cómpralo y empieza a leer
184
185
Impro
Mantovani Giribaldi, Alfredo
9788499218724
200 Páginas
Cómpralo y empieza a leer
IMPRO es un libro que reúne, en fichas claras y concisas, 90 propuestas
creativas y juegos con variantes fáciles de aplicar. También incluye un conjunto
de pautas y consejos prácticos de gran utilidad para personas interesadas en la
impro y su pedagogía: profesores y grupos de teatro, entrenadores, actores,
educadores de diferentes niveles, animadores, estudiantes de teatro y ciencias
de la educación que quieran mejorar su formación, así como futuros
improvisadores que deseen desarrollar la espontaneidad en el aula y la escena.
Sus autores, Alfredo Mantovani, Borja Cortés, Encarni Corrales, Jose Ramón
Muñoz y Pablo Pundik, son actores, improvisadores y docentes de larga
trayectoria teatral, especializados en impro, que se han unido en esta
publicación para compartir su bagaje experiencial. Inventar y representar
historias en equipo y disfrutar con la "improturgia", concepto original de los
autores de esta obra, se convierte en el meollo de un trabajo divertido y
placentero para actores o aficionados que quieran explorar el hecho teatral
desde una perspectiva lúdica. Incluye "Testimonios", donde Dani Rovira y un
buen puñado de actores y actrices de reconocido curriculum en la improvisación
teatral nos ofrecen sus vivencias y reflexiones en torno a este arte.
Cómpralo y empieza a leer
186
187
La conexión emocional
Riera i Alibés, Ramon
9788499216423
320 Páginas
Cómpralo y empieza a leer
¿Por qué ciertas personas reaccionan con seguridad y energía ante las
dificultades, mientras que otras reaccionan con sentimientos de pequeñez y
desánimo? Y lo que en la práctica es aún más importante, ¿cómo podemos
cambiar esta manera involuntaria de reaccionar emocionalmente? El cerebro de
los humanos ha evolucionado (neuronas espejo) para poder trabajar en red con
otros cerebros a través de la conexión emocional, cosa que posibilita el
fenómeno de yo siento que tú sientes lo que yo siento. Esta capacidad de sentir
lo que el otro siente es la herramienta más eficaz que tenemos para acceder a
nuevas maneras de reaccionar emocionalmente. Ramon Riera, médico-psiquiatra
y psicoanalista, recoge en La conexión emocional, con numerosos ejemplos y
anécdotas, su experiencia de más de treinta años trabajando como
psicoterapeuta para ayudar a sus pacientes a cambiar su manera de sentir.
Asimismo, nos explica aquellas investigaciones recientes (en psicoanálisis,
neurociencia, biología de la evolución, investigación en primera infancia, etc.)
que le han ayudado a entender de forma más eficaz a sus pacientes. Todo ello
va dirigido a un público no especialista, siguiendo aquel aforismo que se
atribuye a Einstein que dice no entiendes realmente algo a menos que seas
capaz de explicárselo a tu abuela.
Cómpralo y empieza a leer
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Índice
Portadilla
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Portada
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Créditos
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Cita
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Dedicatoria
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PRÓLOGO
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I. Introducción: Una vida, muchas historias. Con otra vida, miles de
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intersecciones
II. Me gustas, te gusto. Principios y bases de la relación de pareja
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humana
1. Un cerebro relacional
2. Lo que la antropología nos enseña acerca de la pareja
3. Somos trobiandeses
4. Rompiendo mitos sobre la pareja
III. Las condiciones iniciales. Por qué es tan importante el
comienzo de las relaciones
1. La pareja como un fenómeno no lineal
2. ¿Por qué hasta el aleteo de una mariposa lo puede cambiar todo?
3. Donde todo empieza: ¿por qué son de importancia las condiciones iniciales en
una pareja?
Caso 1. Juan y Violeta
4. Algo común a todos nosotros en la búsqueda afectiva: el desfondamiento
radical humano
IV. Sumando condiciones iniciales: cómo y por qué nos
enamoramos
1. El amor y su dificultad de definición
2. Distintas maneras de amar
3. La condición básica: la búsqueda del ideal
4. La exactitud del instante
Caso 2. Pau
V. ¿Cómo se mantienen las relaciones sanas y patológicas?
1. Dónde ocurren las cosas de las que no nos damos cuenta: la importancia de lo
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implícito
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Caso 3. Joan y Carme
2. No es lo mismo «no saber» que algo sucede, que saberlo y no querer verlo
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VI. Escondido en la memoria: lo que la neurociencia actual nos
enseña
1. La compleja memoria humana
2. Niños que saben qué ocurre sin entender el lenguaje o cómo es conocer de
manera implícita
3. Tres minutos. El tiempo necesario para conocer la calidad del vínculo
4. Las condiciones iniciales en el desarrollo humano son también vitales
5. «Sísisfos» contemporáneos o cómo repetir secuencias de sufrimiento
Caso 4. Tania
VII. La pareja dentro del sistema: repetición, mantenimiento y
cambio
1. Algo muy humano: acabar lo inacabado
2. ¿Es posible el cambio?
3. De vuelta a la antropología: cómo se producen los cambios en los homínidos
Caso 5: Ariadna
VIII. Una visión operativa para entender los conflictos de pareja:
las afectopatologías relacionales del amor
1. ¿Qué es una afectopatología amorosa?
2. Diferentes formas de sufrir en pareja
IX. Sufro, sufres, hazme sufrir, te hago sufrir: la afectopatología
sádico-masoquista
1. Rudimentos internos de una relación destructiva
2. Algunas posibles condiciones iniciales, atractores y dinámica en el sadismomasoquismo
3. Las celotipias como una forma camaleónica de afectopatología sádicomasoquista
Caso 6. José R.
X. La relación de pareja como protagonista-espectador: la
afectopatología del (anti)amor narcisista
1. Transformaciones sociales
2. Narciso que no se ahoga, asfixia a quien convive con él
3. Escenas que mantienen la relación
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Caso 7. Jose C.
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XI. La ambivalencia en el amor: afectopatología de la seducción
1. La mala fama de los histéricos
2. De la naturaleza del trauma a cómo se expresa en la pareja
3. La seducción dentro del sistema
Caso 8. Saray
XII. «Siempre te metes (me meto) en lo que yo hago (tú haces):
afectopatología por rivalidad
1. Una cuestión de poder
2. «Tú siempre te sales con la tuya»: el sistema dinámico de la rivalidad de
pareja
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XIII. Sin alguien no soy nada: la afectopatología compulsiva
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1. La paradójica búsqueda de mí en el otro
2. «Don Juanes» y «Doñas Juanas» del siglo XXI
3. Mariposas, loops, Zeigarnik y otros «caos» dentro de las relaciones
compulsivas
Caso 9: Mireia
4. La seducción compulsiva
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XIV. Sea como sea y ante todo, no me dejes: afectopatología
abandónica y fobia al abandono
1. «Ante todo, que no me dejen»: las bases de la personalidad abandónica
2. «Tú tendrías que saber lo que yo necesito sin que yo te lo dijera», o de cómo
la red no debe ser segura sino mágica
Caso 10. Susana
3. Otros cambios de impacto en el sistema abandónico-salvador
4. «Ni abandonado, ni en soledad». Afectopatología relacional compulsivoabandónica
XV. Epílogo para los que buscan el amor o quieren mantenerlo
Referencias bibliográficas
ACERCA DEL AUTOR
Índice
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