1 AMOR LÍQUIDO Fragilidad de los vínculos humanos [reseña] está desvalorizando en su fuerza cohesionadora y ordenadora de la vida social. H a hecho emergencia en el campo de las ciencias sociales la metáfora de lo líquido como signo de nuestros tiempos y de las situaciones que el mundo contemporáneo padece. Signo de época de flujos, movimientos, desarraigos, derivas e incertidumbres, que recuerda la máxima expresión donde “todo lo solido se evapora en el aire” anunciada por Karl Marx y actualizada por Marshal Berman. La metáfora liquida indica esa trasformación societal donde los lazos, las relaciones y las instituciones sociales que se erigían como una normatividad socializadora y respetable, que dotaba de atributos y conductas legítimas y normales a los sujetos en sociedad, entran en sospecha e ineficacia simbólica. En la solidez moderna toda sociedad debía tener sus instituciones, familia, Estado, iglesia, escuela, con sus reglas de comportamiento (rezaba la cláusula sociológica), pero dicha imagen se De ahí que la preocupación del libro de Zygmunt Bauman, Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2005), sean las relaciones humanas y/o sociales, en el sentido de que son ellas, y no las instituciones normalizadoras o los sujetos en sí mismos, quienes expresan dicha mutación. Por tanto, el propósito aquí, es comentar dicha tesis que aborda el conjunto del libro. Pero, ¿cuáles son esos ‘hechos’ o ‘acontecimientos’ que el autor identifica y que hacen parte del tránsito al moderno mundo líquido?. El primer ‘hecho’ es aquello que él llama la “rampante ‘individualización” (2005:8), y que señala, a su vez, una paradoja o ambivalencia -en vocabulario de Bauman- que “la atención humana tiende a concentrarse actualmente en la satisfacción que se espera de las relaciones, precisamente porque no han resultado plena y verdaderamente satisfactorias; y si son satisfactorias, el precio de la satisfacción que producen suele considerarse excesivo e inaceptable”. Es decir, padecemos de cierta ausencia de relaciones al acentuarse la rampante individualización o el vacío de lo social, producto de la libertad individual moderna, pero cuando logramos vivir o tener dichas 2 relaciones, la angustia del precio que nos toca pagar las hace inaceptables, ello porque nos toca asumir dos asuntos que quizás no queramos y son el centro de la reflexión: el compromiso y el largo plazo que supone tener relaciones comprometidas y compartidas. Al respecto Bauman, como lo hiciera Margaret Mead en los años 70’s en su libro Cultura y Compromiso, se pregunta por el sentido del compromiso en las relaciones que aparecen en la actualidad y lo cataloga, recurriendo a los expertos de la cultura psi o consejeros del buen vivir, como una trampa. “En suma, se enteran de que el compromiso, y en particular el compromiso a largo plazo, es una trampa que el empeño de “relacionarse” debe evitar a toda costa […] al comprometerse, por más que sea a medias, usted debe recordar que tal vez esté cerrándole la puerta a otras posibilidades amorosas que podrían ser más satisfactorias y gratificantes […] Mantenga todas sus puertas abiertas” (2005:11). Estos consejos de los expertos se corresponden con esa ambivalencia de buscar relacionarse -pero a término fijo- que obedecen a una profundización radical de la contingencia, la individualización y la “aventura gozosa ahora del deber agotador” del movimiento, de estar en movimiento. Así, tener una estancia, una pausa, es estar aferrado, anclado y anacrónico en la sociedad donde la “salvación es la velocidad” y donde las relaciones humanas (sociales, políticas, afectivas y laborales) siempre están bajo la sombra de la “tecla delete” (2005:13). De ahí que Bauman en un juego de palabras sugiera que hemos transitado de las relaciones a las conexiones; porque estar conectado es estar en red: “estar en contactos intercalados con periodos de libre merodeo. En una red, las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad […] las conexiones pueden ser y son disueltas mucho antes de que empiecen a ser detestables”. Es decir, antes de que aparezca el largo plazo y un compromiso que le de sentido a dicha temporalidad. Ante estos rasgos de cambio, Bauman “procura desentrañar, registrar y entender esa extraña fragilidad de los vínculos humanos, el sentimiento de inseguridad que esa fragilidad inspira y los deseos conflictivos que ese sentimiento despierta” (2005:7-8). Ahondar en la ambivalente búsqueda del Otro, pero sin acercarse demasiado, es la aventura que el autor nos describe en su libro. Una búsqueda llena de fragilidad e inseguridad al trasformarse el sentido temporal y de compromiso de las relaciones humanas y sociales en la actualidad. *** Una pregunta que podría hacerse a propósito del libro y de su título es: ¿por qué razón Bauman arranca con el tema del amor?, ¿qué nos dice el amor sobre la fragilidad de los vínculos y cómo se hace pretexto de las ideas que él nos quiere proponer?. Si como Bauman sugiere en el prólogo, que nos encontramos en la ‘era’ liquida, el amor es buen ejemplo para hablar de la mutación, ello que por la misma palabra amor rememora cierta idea romántica que se puede resumir en la sentencia “hasta que la muerte los (nos) separe”. Sentencia que se encuentra en desuso o pasada de moda, diría el autor, pero que por esa misma característica, junto al exagerado uso de la palabra para nombrar cualquier tipo de relación afectiva, señala los 3 cambios profundos en tres aspectos centrales: 1). el ideario del compromiso familiar moderno (el matrimonio); 2). El tiempo del compromiso (hasta que la muerte nos separe); y, 3) la familia nuclear (la célula de la sociedad y la institución socializadora por excelencia y dadora de los valores). Esta imagen romántica entra en crisis al no ser hegemónica y única en el mundo líquido e inestable de la modernidad que describe el autor. Al entrar en cuestión la imagen romántica del amor, que obviamente era una imagen naturalizada o cristalizada, y cuando el autor recurre a Don Giovanni de Mozart con su serie de “intensos, breves e impactantes episodios, atravesados a priori por la conciencia de su fragilidad y brevedad”, indica que la fuerza de Mozart está en el movimiento y en la conciencia de lo frágil que puede resultar siendo el amor, haciendo de ese movimiento una “destreza” que supone el “desaprendizaje del amor”, “esa incapacidad aprendida de amar”. Así, aprender, memorizar y luego poner en práctica un conjunto de reglas era relativamente fácil en un entorno estable de regulación social, pero en el moderno mundo líquido “no sólo son contraproducentes, sino que sus consecuencias pueden resultar fatales”. Fatalidad ejemplificada en el apego, la confianza, la seguridad y la identidad, en su acepción clásica, donde la certidumbre y el imaginario teleológico del deber ser y la autoconciencia moderna servían como bitácora para saberse y saber lo que hacíamos y éramos. Tanta certeza, domesticación y autonomía, en la modernidad líquida, significan la dramática ficción de un sujeto racional, transparente y cuasi-omnipotente que se erguía como centro del mundo en su autoreferencia. Pero su fatalidad y fragilidad es saberse en relación con otros y tratar de negarlas o eclipsarlas. Con el advenimiento de la “ideología de la intimidad” se “trasmutan las categorías políticas en categorías psicológicas”. Con esta frase Bauman señala un cambio interesante en la sociedad contemporánea, donde esa intimidad expresa el proceso de individualización y marca el cambio de las “identidades compartidas” a los “intereses compartidos”, en tanto racionalización del mundo social. Intereses que inventan un “nosotros” que hace de los Otros unos “ajenos, desconocidos, diferentes (que) se convierten en criaturas a las que se les hará un vacío” (2005:51). Todo girara entorno del grupo de confesión y cuando dicha intimidad homogénea y reguladora se expande a la ‘esfera pública’ del Otro o los de Otros, se ignoran las destrezas para habitar o vivir en ella (incluso la relación amorosa) porque se presume que dicha intimidad esta predeterminada y ajena a la ‘esfera pública’, y cuando se cruzan las esferas dicha intimidad se llena de amigos y enemigos, de seguridades y miedos, de ángeles y monstruos que a la postre desafían su certeza, confianza y seguridad ontológica. Entonces, dice Bauman, transitamos de las “comunidades de semejanza”, predeterminadas y colmadas de sustancia, esencia y seguridad, a “comunidades de ocasión”, que se originan en torno a eventos, ídolos, pánicos o modas: “puntos focales más diversos que comparten el rasgo de una expectativa de vida más breve” (2005:53). Comunidades de ocasión que se gestan en episodios y se juega a roles de un “tenedor de acciones” que las hace circular o se las guarda dependiendo del movimiento favorable o 4 adverso con el cual se tope; o jugar en la circulación de mensajes y chateos donde cada quien decide cuando desconectarse. Así, estamos en el cruce de caminos de las consignas de “hasta la que muerte nos separe” y “veremos cómo funciona”. En ambas lo central es el compromiso y el tiempo que representan o significan para la vida social; sin olvidar que también en ellas subyace la imagen del Otro vuelto prójimopróximo o extraño-extranjero-fugaz. *** Leer el mundo contemporáneo desde la metáfora líquida de Zygmunt Bauman, deja el sabor de cierto “fatalismo” u “obsolescencia relacional”, dado que el imperativo individualista vacía de toda religancia o relación a lo social. La clásica tesis del ser social o de las relaciones sociales como núcleo de la teoría y de la vida cotidiana, el autor la atraviesa radicalmente sugiriendo que dichas ideas distan mucho del contexto actual donde la sociedad semeja un archipiélago de interés individuales jugándose un lugar y desplazando los de otros. Pero bien valdría la pena resaltar tres asuntos que quizás animen un diálogo crítico con el autor. En primer lugar sería interesante interrogar en una escenario tan apocalíptico, movedizo e inseguro, qué lugar tienen las ideas de política, subjetividad y poder; ello porque la lectura líquida del compromiso y el largo plazo, remplazadas por la inmediatez y la desafección, supondría dar razón, por otra vía, a un mundo guiado por la racionalidad instrumental de los intereses liberales ilustrados y no una posibilidad –mínima o remota- de emergencia de otro(s) sujeto(s). En la misma línea de interrogación, se podría interpelar acerca de qué supone en el autor una “política de vida”, entendiendo quizás en ella una reedición de la biopolítica, o, como se deja ver tenuemente, un contra-relato de la liquidez extrema hipermoderna. Zygmunt Bauman al igual que Pierre Bourdieu y Michel Foucault, en no pocas de sus obras que son motivo de críticas, parecen justificar el estado del mundo que analizan al identificar y describir el conjunto de situaciones que oprimen, docilizan o individualizan a los sujetos, relaciones y sociedad en general, pero un camino de lectura más detenida del autor, sobre todo de su idea de “política de vida”, despeja dudas y nos presenta el juego argumentativo baumaniano: la modernidad líquida es una descripción densa del presente, no para aceptarlo como destino, sino para enfrentarlo como un desafío. Las ideas de este libro, que se recogen en otras de sus obras, ponen de presente inquietudes acerca de la convivencia social en las tramas de la inseguridad, el descompromiso, la fragilidad de nuestros vínculos y nos recuerda aquella sentencia de Eros: “no se puede ser fiel a sí mismo sin practicar la caricia, pero no se la puede practicar sin correr el riesgo del dominio”. Julio C Rubio G Nov 2015 http://juliocerubio.jimdo.com