Lima, 06 de octubre del 2020 Señor Director: No dudo que la buena fe y un espíritu protector es el que ha guiado la preparación de las normas para regular la movilización de las personas de la tercera edad. Pero estas mismas normas muestran el grado de desconocimiento e ignorancia sobre el comportamiento humano. Si entendieran un poco mejor el funcionamiento de la sociedad y de sus diversos grupos etarios se darían cuenta que a los llamados adultos mayores, lo que más daño les hace –física y mentalmente- es el abandono, el encierro y su consecuencia la soledad. Si se quiere realmente proteger a los adultos mayores de esta pandemia, donde las estadísticas mostrarían que son más proclives a sufrir consecuencias serias a causas de su contagio, deberían aplicar lo que se denomina la “discriminación positiva”, es decir diferenciarlos para brindarles las mayores facilidades y seguridades para que realicen su vida como ellos están acostumbrados. No encerrándolos como reos, con derecho a una hora de patio (“hasta 500 metros de su casa una hora tres veces por semana”). El solo hecho de haber llegado a esa edad debería permitirle disfrutar del reconocimiento de la sociedad por lo que debe haber contribuido, a lo largo de su vida, en favor de su familia y por extensión de la comunidad. La DISCRIMINACIÓN POSITIVA debería permitir a los llamados adultos mayores tener privilegios no restricciones, en todo lugar como por ejemplo en los sitios públicos, buses, bancos, centros comerciales, restaurantes, etc. ¿Cómo hacerlo? Muy sencillo: todos los otros grupos sociales: jóvenes, adultos, hombres y mujeres deberían por obligación, so pena de multa, cederles las bancas o las veredas en los parques y sitios públicos; en los buses el asiento, sea cual fuere, no solamente los rojitos del metropolitano o los trenes. En los restaurantes, mesas exclusivas en los lugares más seguros y prioridad en la atención si es para llevar; en los supermercados o centros comerciales igualmente prioridad en el ingreso, en el servicio y en la cobranza; en los bancos no solamente una o dos ventanillas para “los viejitos” sino la primera que se desocupe en el banco; y así en cualquier otro lugar donde el adulto mayor DECIDA IR. Si hacemos esto lograremos no solamente protegerlos de un riesgo sanitario, sino que habremos puesto en marcha una cultura del respeto y admiración por ese ser que hoy se le ve mayor. Y él o ella con los años que lleva, se sentirá querida o querido por una comunidad solidaria. NO NOS ENCIERREN, QUE TAMBIEN TENEMOS DERECHO A LA REBELDÍA. Luis Roberto Vargas Aybar Sociólogo DNI: 10804586