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Michel Farina Responsabilidad entre necesidad y azar

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Psicología, Ética y Derechos Humanos, cátedra I
Responsabilidad: entre necesidad y azar
Juan Jorge Michel Fariña
Responsabilidad: entre necesidad y azar
Juan Jorge Michel Fariña
Diosas griegas: Necesidad y Azar. El sujeto entre Suerte y Destino. Ibbieta y Gris se citan
en el cementerio. Conjetura e hipótesis clínicas. C’etait con. Tortura, delación,
responsabilidad.
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En su comentario sobre la película Magnolia, texto que les recomiendo especialmente,
Alejandro Ariel hace referencia a una escena con la que vamos a introducir la clase
de hoy. Se trata de un congreso de medicina forense, en el que se presenta un caso
excepcional, digno de ser expuesto ante un auditorio de especialistas. En el filme, se
alterna la presentación en el congreso de medicina forense con la reconstrucción de
los hechos relatados, de manera que el espectador puede apreciarlos en toda su
crudeza. Un adolescente sube hasta la terraza de un edificio, camina hasta el borde y
se balancea con la clara intención de arrojarse al vacío. Cuando finalmente se lanza,
la cámara lo toma desde abajo y en mitad de la caída, su cuerpo es sacudido por un
impacto que le atraviesa el vientre, matándolo en el acto. En otra escena, un
matrimonio mayor discute violentamente en un departamento del mismo edificio. En
un momento dado, la mujer toma una escopeta y apunta a su marido, que se
encuentra delante de la ventana. En el momento en que la mujer aprieta el gatillo, el
hombre se desplaza y el disparo sale por el vacío de la ventana e impacta en el
cuerpo del adolescente que caía en ese mismo momento. Nos enteramos así que fue
ese el impacto que le causó la muerte. Todo ocurre tan vertiginosamente que el
matrimonio ni siquiera advierte lo sucedido, pero cuando llega la policía, se los
confronta con los hechos. Esto desata una tragedia aún mayor, porque el adolescente
que se lanzó al vacío era el hijo de este matrimonio y su intento de suicidio estaba
motivado porque ya no soportaba las permanentes peleas de sus padres. La mujer se
desespera, porque un disparo destinado a su marido terminó matando al hijo. Pero el
hombre, a su vez desolado, jura que la escopeta no estaba cargada. Afirma que
siempre estuvo colgada en la pared pero que jamás tuvo balas. Es entonces cuando
entra en escena un niño del vecindario, que termina de aclarar las cosas: fue el hijo
del matrimonio quién cargó el arma, esperando que sus padres se dieran mutua
muerte en alguna de sus peleas. Y como si todo esto fuera poco, se termina
constatando que el adolescente hubiera fracasado en su intento de suicidio, porque
su cuerpo cayó sobre un toldo de contención de los albañiles que estaban reparando
el edificio.
Como ven, un caso digno de estudio. Una suma de coincidencias que deja sin
embargo una margen para interrogarnos por la responsabilidad del sujeto.
¿Cómo discernir responsabilidad y azar en un caso así? La semana pasada en un
trabajo práctico imaginábamos la siguiente situación: una fila de tubos fluorescentes
se desprende del techo y cae sobre las compañeras que ocupan las primeras filas de
bancos, a causa de lo cual algunas de ellas se lastiman con los vidrios. ¿Son
responsables estas alumnas de lo que les acaba de suceder? Un compañero del curso
respondió: habría que conocer la historia personal de las alumnas. El efecto hilarante
se debe a que todos intuimos que la respuesta no es correcta. ¿Por qué se caen los
tubos? Efectivamente, porque están mal sostenidos, y como lo sugieren por allí, por la
ley de la gravedad, que como ustedes saben atrae los cuerpos hacia el centro de la
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tierra salvo que exista una fuerza igual o superior en sentido contrario. La ley de la
gravedad es un ejemplo de lo que llamaremos el orden de necesidad.1 En su artículo,
Juan Carlos Mosca la llama determinación. Vamos a preferir el término “necesidad”,
porque es más preciso y evita la confusión con la expresión freudiana “determinación
inconsciente”, la cual como veremos nada tiene que ver con esta determinación de la
que hablaremos hoy aquí.
Para los griegos, Necesidad era el nombre de la diosa que regía justamente aquellos
sucesos ajenos a la voluntad humana. Las personas no somos responsables de todo lo
que nos sucede. Cuando en una situación rige por completo el orden de necesidad,
la pregunta por la responsabilidad del sujeto carece de toda pertinencia. Si de
acuerdo a una fórmula con la que ya van familiarizándose, “responsable es aquél del
que se espera una respuesta”, no se espera respuesta alguna de las alumnas frente al
imperio de la ley de gravedad. Hay hechos que existen por fuera del designio humano:
desde un meteoro hasta un virus.
Si les pidiera que den un ejemplo de un suceso que va a ocurrir en el futuro de manera
inexorable, ¿en qué pensarían? Un eclipse... la muerte... No hace falta ponerse
trágicos, pero efectivamente la muerte es un ejemplo del orden de necesidad. No
sabemos cómo ni cuándo, pero hasta nuevo aviso todos sabemos que algún día
vamos a morir. No existen argumentos ante la muerte. La muerte es lo inexorable,
aquello frente a lo cual no hay palabras. Recuerden el film de Bergman “Cuando huye
el día” o el poema del enamorado y la muerte, en donde el tema recurrente es la
prórroga que los hombres le pedimos a la muerte, pero ésta, inexorable, termina
desoyendo todo alegato e imponiendo su ley.
En el libro de Ética y Cine les hemos recomendado repasar el mito de Hércules. Allí
tienen un protagónico especial las moiras, Cloto, Átropo y Láquesis. Hijas
partogenéticas de la diosa Necesidad, las tres parcas eran para los griegos las
encargadas de tramitar el tránsito hacia le mundo de abajo. Una, tejía el hilo de la
vida, la otra, medía con una vara la existencia de cada quién, y finalmente la última
cortaba con sus tijeras el hilo, soltando para siempre las amarras que nos mantienen en
este mundo. Y el fallo de las parcas era inapelable justamente porque eran hijas de
Necesidad.
Hoy en día, hemos inventado un nombre cotidiano para designar aquello que va a
ocurrir inexorablemente. Ese nombre es destino. Destino es a nuestra mitología lo que
para los antiguos se nombraba de diversos modos. Para referirse a la diosa Necesidad,
Parménides utilizaba las expresiones “In-flexible”, “Forzuda”, “Rigurosa”, “Firme”,
“Imprescindible”. También en Homero podemos encontrar “compulsión”, “Rigidez”
“Exactitud” “Inflexibilidad” “Fatalidad”.
Volviendo a nuestro ejemplo de los tubos fluorescentes, digamos que en realidad lo
sucedido no se explica sólo por la presencia de necesidad. Porque si la fila de tubos
que caía no era ésta, sino aquélla que está alejada, nadie salía lastimado porque no
hay alumnos sentados debajo de ella. En otras palabras, el accidente fue una
combinación de necesidad y azar. Junto a la ley de la gravedad fue necesaria la
coincidencia de que los tubos se desprendieran sobre las cabezas de las alumnas.
¿Existe el azar? ¿Cuál es el nombre cotidiano con que designamos al azar?
Efectivamente se trata de la suerte. Hay personas que se precian de tener buena
suerte y otras que se lamentan de no tenerla.
Si Necesidad establece una conexión entre causas y efectos, Azar desconecta tal
relación. Cuando preguntamos ¿Por qué salió hoy el sol a las 6?, o ¿Por qué la luna
Para el tratamiento de este acápite seguiremos el tratado de Juan David García Baca “Necesidad y
Azar”, Editorial Antrophos, Barcelona, 1985, el cual recomendamos a los interesados en profundizar el tema.
El autor hace allí un recorrido de ambas categorías tomando como eje el Poema de Parménides (siglo V
A.de C.) y el poema de Mallarmé. Un coup de dés jamais n´abolira le Hasard.
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está en cuarto menguante?, la respuesta es inevitablemente “porque es secuela de
una ley universal de la mecánica celeste, aplicada a tres cuerpos...”, o alguna
explicación científica por el estilo. Pero si preguntamos ¿por qué en la primera tirada
de un dado salió la cara 6; en la segunda repitió la 6; en la tercera la 1; en la cuarta la
3...?”, ahora la respuesta es “porque sí”. Si hubiera un porqué, alguien habría hecho
trampas. Es lo que ocurre cuando los dados están cargados. Alguien transformó un
juego de azar en un artificio de necesidad.
También los griegos tenían una diosa Azar, que regía los eventos ajenos al orden
humano, pero que escapaban a la égida de Necesidad. Otros nombres para Azar son
“Suerte”, “Coincidencia” “Casualidad”, “Accidente”. Los nombres que designan a
Azar y Necesidad son importantes porque a la hora de lidiar con las situaciones
ustedes deberán reconocerlos y naturalmente se les presentarán bajo apariencias
diversas.
En su texto, Juan Carlos Mosca sugiere que la responsabilidad del sujeto se encuentra
en la grieta entre necesidad y azar. Es decir, que cuando rigen por completo
Necesidad o Azar, o una combinación de ambos, no es pertinente la pregunta por la
responsabilidad. Pero basta que se produzca una grieta, una vacancia entre ellos,
para que la pregunta por la responsabilidad adquiera toda su dimensión.
Lo interesante para la práctica psicológica es que las situaciones con las que
debemos lidiar –como la del congreso de medicina forense con que iniciamos esta
clase– no se presentan de manera pura, sólo compuestas por necesidad y azar o
transitando exclusivamente el terreno de la responsabilidad subjetiva. La realidad es
mucho más compleja y nuestro arte radica en una fina discriminación entre los
elementos que integran una situación. Frente a la complejidad existen dos errores
posibles, dos formas de reduccionismo en las que podemos incurrir. El primero de ellos
radica en asignar responsabilidad al sujeto allí donde ésta no existe. Es el caso del
accidente con los tubos. El segundo radica en relevar a un sujeto de su
responsabilidad atribuyendo lo sucedido a azar y/o necesidad cuando en realidad
debe responder por su acción. Como verán en la bibliografía, la Ley de Obediencia
Debida ilustra este segundo caso.
Ya que comenzamos con la referencia a Magnolia, les recomiendo otros textos
cinematográficos que interrogan la responsabilidad del sujeto entre Necesidad y Azar.
El primero de ellos es el comentario sobre el filme “Pecados Capitales”, el segundo el
artículo sobre la remake de “Once a la medianoche”, que pasó más o menos
inadvertida, estrenada como “La gran estafa”. En el primero, se muestra cómo una
serie de azar deviene necesidad para luego abrir una grieta para interrogar al
detective Mills acerca de su responsabilidad subjetiva. En el segundo, se trabaja una
hermosa figura musical para entender mejor la diferencia entre azar y necesidad: una
sola nota falsa es capaz de destruir una Fuga, pero una nota buena, a punto, puede
salvar una Sinfonía.
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Un ejemplo de la maravillosa complejidad de la existencia humana es el cuento de
Sartre “El Muro”, sobre el cual Juan Carlos Mosca escribió su ya clásico artículo y
respecto del cual tuvieron una clase a cargo de Carlos Gutiérrez. A los fines de esta
presentación asumimos que conocen ambas fuentes. El escenario propone la
emergencia de una singularidad en situación. Se trata de establecer los tiempos
lógicos en el circuito de la responsabilidad subjetiva. En un tiempo 1, el personaje lleva
adelante una acción, una conducta orientada por un determinado objetivo y
entendiendo que tal iniciativa se agota en los fines para los cuales fue concebida.
Interrogado por el paradero de Gris, Ibbieta improvisa una broma para burlarse de los
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falangistas. Sabiendo que Gris está escondido en casa de su primo, les dice “Gris está
escondido en el cementerio”. Adviene luego lo que llamamos un Tiempo 2, es decir,
una interpelación que el sujeto recibe a partir de indicadores que lo ponen sobre aviso
de que algo anduvo mal. Su acción iniciada en el Tiempo 1 fue más allá o más acá de
lo esperado. En primer lugar, los falangistas regresan de su búsqueda y para su
sorpresa no lo matan. En segundo lugar, en su encuentro con García, éste lo pone al
tanto de que esa mañana lo mataron a Gris y nada menos que en el cementerio.
Estas “últimas noticias del inconsciente”, como gusta llamarlas Gutiérrez, no pueden
menos que conmover a Ibbieta, que se ve sorprendido en el lugar del burlador
burlado. Se abre entonces la pregunta por la responsabilidad del sujeto ¿qué habrá
tenido que ver Ibbieta con todo eso? Esta distancia entre un tiempo 1 y un tiempo 2
autoriza la puesta en marcha de una suerte de conjetura o hipótesis clínica acerca de
aquello respecto de lo cual se espera una respuesta de parte de Ibbieta. Pero para
que el tiempo 2 sea genuinamente tal e interrogue verdaderamente al sujeto es
necesario que se cumpla una condición más: que la distancia que separa el tiempo 1
y el tiempo 2 no se deba exclusivamente a azar y/o necesidad.
No toda secuencia cronológica supone una secuencia lógica para establecer las
coordenadas de la responsabilidad. Tomemos un ejemplo sencillo. Para estar
presentes en esta clase, cada uno de nosotros llevó adelante una serie de iniciativas
que condujeron con éxito a que la cita de hoy sea bastante masiva. La mayor parte
de las veces, las acciones que iniciamos para un determinado fin se agotan en tales
objetivos. Elegimos una línea de colectivo para que nos lleve a determinado lugar, y
llegamos a destino sin problemas. Por suerte, porque si no fuera así nuestra vida sería
un caos permanente. A veces sin embargo suceden accidentes, pero no
necesariamente éstos tienen la propiedad de interpelarnos. Si yo tomo el 160 desde
Almagro para llegar a la Facultad, me abstraigo con un libro durante el viaje, y
cuando levanto la vista me encuentro con que estoy viajando por Córdoba con
rumbo a Villa Crespo, evidentemente voy a estar completamente desconcertado.
Porque se suponía que ya debía estar llegando a Boedo e Independencia y resulta
que estoy yendo para el otro lado. Inmediatamente me acerco al colectivero y le
pregunto por lo sucedido. Si él me dice que se tuvo que desviar porque está todo
cerrado al tránsito y debe dar un rodeo por Villa Crespo para luego volver a Boedo, mi
desconcierto será tal vez mayor. Pero comprenderé que estoy ante un accidente
imprevisto –y sin duda ante un colectivero un tanto excéntrico–, pero ante una
alteración del recorrido por la que no puedo responder. Si en cambio, el colectivero
me informa que no estoy en el 160 sino en el 168, y puedo advertir que la proximidad
de las paradas me confundió y que en lugar de estar llegando a dar esta clase tomé
el rumbo de la casa de mi madre, que vive en Villa Crespo, la cuestión puede ser bien
diferente. Porque tal vez en un día de frío, lluvia e incertidumbres personales como el
de hoy, elegí, desde mi indefensión, el refugio de mi madre en lugar de este lugar de
adulto frente al cual me sentía excesivamente vulnerable. Por supuesto puedo
desentenderme de todo esto y atribuir el error al azar. ¿Qué culpa tengo yo si las
paradas están una junto a la otra y los dos colectivos están pintados del mismo color?
Pero remitir el fallido al terreno de las coincidencias, no me releva de aquel deseo de
madre que acaba de emerger y respecto del cual debo responder.
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Volviendo a Ibbieta, entonces, digamos que la distancia entre el tiempo 1 y el tiempo
2, autorizan la formulación de por lo menos dos hipótesis o conjeturas respecto de la
responsabilidad del sujeto. Vamos a repasarlas, sumando ahora nuevos argumentos
que se desprenden e las lecciones sobre necesidad y azar.
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En primer lugar, Ibbieta es responsable de haber hablado, de su deseo de querer vivir,
por lo menos un poco más. Creyéndose más allá del bien y del mal, en su
omnipotencia desafía al azar. Era altamente improbable que Gris estuviera en el
cementerio, pero no imposible. De hecho, Gris estaba allí. Tanto el texto de Mosca
como el de Gutiérrez fundamentan exhaustivamente esta hipótesis. Me interesa por
razones de tiempo centrarme en la segunda: la que asigna a Ibbieta responsabilidad
por la elección de la palabra “cementerio”. He verificado que algunos de ustedes
permanecen escépticos, atribuyendo al azar la elección del sitio al cual Ibbieta
condujo a los falangistas.
Y efectivamente, saldar esta cuestión resulta crucial para los objetivos conceptuales y
metodológicos de esta unidad. Para ello volveremos sobre un pasaje de la última
página del cuento de Sartre. Los que tengan el texto pueden seguir el pasaje. Ibbieta
es interrogado por el paradero de Gris, los falangistas le dan un cuarto de hora para
que reflexione y allí Ibbieta reafirma su intención de no confesar. Piensa en el paradero
de Gris, que estaba seguro en lo del primo, y quince minutos después, cuando debe
enfrentar nuevamente a los falangistas, improvisa la burla y los conduce al cementario.
Los falangistas salen raudamente en busca de Gris, y al regresar, en lugar de fusilar a
Ibbieta lo llevan a un amplio patio en que había otros prisioneros. Allí se encuentra
con García, con quién mantiene un diálogo que resultará revelador. Tomemos el
siguiente pasaje:
- -Lo agarraron a Gris
- ¿Cuándo?
- Esta mañana. Se mandó una boludez. Dejó el martes la casa del primo porque
tuvieron una discusión. No faltaban quienes lo quisieran esconder, pero él no
quería deberle nada a nadie. Dijo: “me escondería en lo de Ibbieta, pero dado
que está preso, me iré a esconder al cementerio
- ¿Al cementerio?
- Sí. Fue una boludez. Tarde o temprano ellos iban a pasar por allí...
Constatamos entonces que el azar llevó a que los dos amigos de infancia, Ibbieta y
Gris, debieron tomar decisiones cruciales para su supervivencia. En un escenario,
Ibbieta fue conminado a revelar el paradero de Gris a cambio de su propia vida. Y en
otro escenario Gris debió buscar un nuevo escondite para poner su vida a resguardo
luego de la pelea con el primo. Si intentamos graficar la situación, podríamos pensar el
problema en términos de una suerte de triangulación. Tendríamos estos tres términos:
Ibbieta
Gris
Cementerio
Tomemos en primer lugar el periplo de Gris: puesto ante el dilema de cambiar de
escondite, en el primero en el que pensó es en Ibbieta “me iría a esconder en lo de
Ibbieta, pero puesto que Ibbieta está preso, voy al cementerio”. Es decir que el
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pensamiento de Gris pasó primero por su amigo de siempre para recién luego ir al
cementerio. Veamos ahora el periplo de Ibbieta: conminado a confesar, a su vez
piensa primero en el paradero de Gris, y sabiendo que está en lo del primo, conduce a
los falangistas al cementerio.
Vamos a sostener entonces que ambos amigos, puestos por separado ante una
disyuntiva entre la vida y la muerte, cada uno pasó por el otro antes de elegir el
cementerio. Ello nos permite conjeturar que Gris e Ibbieta tuvieron una cita a ciegas
de inconsciente a inconsciente en el cementerio en la que, sin saberlo, permutaron sus
vidas.
Para Ibbieta se cumplió así el designio necesario de los falangistas “es tu vida por la
suya”, exponiéndolo ante su deseo descarnado. El aparente nombre al azar
“cementerio” se revela como no siendo tal. Noten sin embargo que “cementerio”
pasa a ser un significante cargado de deseo no a priori, sino a posteriori. No se trata de
una mera asociación entre “cementerio” y “muerte”, sino del efecto de resignificación
que adquieren para Ibbieta las palabras de Gris, relatadas por García. Por eso es
recién allí cuando termina de quebrarse y se ríe hasta que las lágrimas inundan sus
ojos.
Un término adquiere valor significante sólo a posteriori de un significante 2 que le da el
carácter de tal. Es en la distancia, en la diferencia entre 1 y 2 donde se produce ese
efecto. Esto pueden verificarlo en todos los ejemplos con los que recorremos el tema.
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Un comentario más, destinado a acentuar el valor que tiene la singularidad en
situación. Ya que, en este contexto, las interpretaciones abstractas y generales
carecen de todo valor clínico. Habrán notado que cuando reconstruí el último pasaje
del cuento de Sartre repetí la expresión “fue una boludez” en boca de García. De
hecho una estudiante me reprochó el desliz, constatando que la edición de Losada
dice “estupidez” y no “boludez”. Debí aclararle entonces, como lo estoy haciendo
ahora, que no se trata de una ligereza. No es que me haya puesto procaz o
bocasucia a esta altura de la clase. El uso del término obedece a razones que
intentaré justifcar a continuación. Se trata de un detalle aparentemente imperceptible
pero de enorme importancia conceptual y sobre todo metodológica.
Efectivamente, tengo aquí conmigo una edición del original en francés del cuento de
Sartre. Cuando García le relata a Ibbieta la pelea entre Gris y el primo y su iniciativa de
cambiar de escondite, la califica utilizando la exprexión c’etait con, la cual debe ser
traducida como “fue una boludez”, o más coloquialmente “se mandó una boludez”.
En Buenos Aires diríamos incluso “fue un boludo”. Es interesante, porque Sartre disponía
de otras palabras para describir la acción de Gris. Pero no utilizó betise (tontería), ni
calificó a Gris de imbécil o estupid, sino que escribió c’etait con, para enfatizar, más
adelante, il a fait le con.
Efectivamente, el vocablo “con” es equivalente a nuestro conocido “boludo”. Una
suerte de insulto leve, a veces amonestación fraternal, muy generalizado últimamente
tanto en Francia como en Argentina.
Para ilustrar esta equivalencia, permítanme un pequeño chiste. Así como entre
nosotros circulan los famosos cuentos de gallegos, los franceses cuentan “chistes de
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belgas”. Estaba un belga en un andén de la estación de Avignon, cuando se detiene
un tren y desde una ventanilla se asoma un francés que le pregunta: perdón, señor,
¿en qué estación estamos? El belga le responde, enfático: en Avignon-gnon. El
francés, agradecido, pero algo desorientado, le corrige: en Avignon. Pero el belga
vuelve a la carga: lo que pasa es que se lo digo como lo dicen ustedes los franceses:
Avignon-gnon. Entonces, el francés le aclara: no señor, los franceses decimos Avignon.
¡Vamos! –replica entonces el belga – si hace poco, llegando a la estación de Tarascon
hice yo la misma pregunta que me acaba de hacer usted, y un francés me respondió
“en Tarascon, ¡con!”.
Esperando haber sido claro con el ejemplo, veamos ahora su utilidad teórica. Una
“idiotez” no es lo mismo que una “boludez”, ya que la idiocia, como todos sabemos,
supone una debilidad mental severa. Las idioteces son relativamente anticipables,
porque son cometidas por personas cuyo escaso cociente intelectual hace previsible
el curso de sus acciones. Pero hasta las personas más inteligentes pueden cometer
boludeces. Si Gris hubiera sido un idiota, Ibbieta podría haber anticipado su conducta,
es decir que la pelea con el primo hubiera sido previsible, o si prefieren, necesaria.
Pero en un dirigente lúcido como Gris, su conducta c’etait con. Los dos amigos, cada
uno a su turno, puestos ante la angustia de la muerte, produjeron sendas formaciones
impredecibles en las que emergió su condición subjetiva: una burla en el caso de
Ibbieta; un acting, en el caso de Gris.
El significante “cementerio” se sustrae tanto a azar como a necesidad, pero requiere
de la presencia de ambos como condición para su eficacia. Veamos esto. En la
situación, el orden de necesidad está expresado por el axioma de los falangistas: el
comandante le anuncia a Ibbieta: “es su vida por la tuya”. Y cumple. Naturalmente, se
trata de necesidad en términos situacionales. Eso significa que no está en Ibbieta
modificar tal condición. Este es el modo de entender el orden de necesidad, no de
manera abstracta, sino siempre situacionalmente. Necesidad es aquello que rige por
fuera de la intervención del sujeto en situación.
Pero también el azar metió la cola. En nuestro caso, se trata de la contemporaneidad
entre la burla de Ibbieta a los falangistas y la pelea de Gris con su primo. Quiso el azar
que la broma de Ibbieta coincidiera en el tiempo con la boludez de Gris.
De allí que toda la discusión se centre en la responsabilidad subjetiva y no en la
responsabilidad social. En otra teórica nos preguntaban si Ibbieta había “delatado
inconscientemente” a Gris. Es impostergable aclarar entonces que no se trata de eso.
La única delación que tuvo lugar aquí es la del propio Ibbieta, cuyo deseo ve
finalmente la luz. Pero ello nada tiene que ver con responsabilizarlo por la muerte de
Gris. Podrá o no discutirse qué debe hacer una persona cuando es sometida a un
interrogatorio para que confiese un nombre o un paradero. Pero ello siempre nos
traslada a un escenario moral. Lean para ello el pasaje de la tortura en el texto “Veinte
años son nada”. La responsabilidad del sujeto está definitivamente en otro lugar.
Para finalizar, una compañera nos acaba de hacer llegar un recuerdo entrañable.
Luego de leer el cuento de Sartre algo le resultó familiar. Buscó entre los papeles
paternos y encontró una olvidada edición de la revista Muro, y nos hizo llegar la
siguiente nota, con la que cerramos la clase de hoy:
Hace 18 años, mi tío y su familia, junto con tantos otros, partió al exilio. Entre las cosas
que dejó, y cuando nos animamos a desempolvarlas, encontré una edición de “El
Muro”. Es con este texto con el que he trabajado. En la tapa, la impresión de la palma
de una mano. En la contratapa, la aclaración:
“Esta huella pertenece a la mano de Manuel Monero, preso político en la cárcel de
Burgos (España), condenado a muerte en dos oportunidades y luego conmutado a 30
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años de prisión. A los 17 años de cárcel (agosto de 1961), enfermó y actualmente no
se sabe si vive”.
Hay algunos dibujos que ilustran la edición y se aclara que “fueron tomados de la
revista Muro, dibujada a mano por los presos políticos de la cárcel de Burgos, España”.
Y en la obra misma, los subrayados y notas al margen, manuscritos.
Agradezco la posibilidad de hacer algo con todas estas marcas.
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