UNIVERSIDAD NACIONAL DE PIURA SEMESTRE VIRTUAL 2020-I FILOSOFÍA Y ÉTICA LA ÉTICA EL PROBLEMA ÉTICO1 Todos usamos expresiones como no hay moral, Fulano no tiene un comportamiento ético, Mengano es una mala persona, o lo que hiciste es contrario a la moral y a las buenas costumbres. En los diarios, en la TV, en la calle nos quejamos de la corrupción y de la falta de valores de los políticos. Una mitad del mundo pasa horas discutiendo si estuvo bien lo que hizo o lo que decidirá hacer con su libertad, al tiempo que la otra mitad culpa de irresponsabilidad a la primera. No podemos evitar preguntarnos ¿qué debo hacer? en muchos momentos de nuestra vida. Ni más ni menos que éstos son los problemas que ocupan a la ética. En lo que sigue precisaremos un poco qué son esas cosas llamadas ética y moral. I. ÉTICA Y MORAL En general utilizamos los términos ética y moral como si fueran sinónimos. En su significado más antiguo, ambos se referían a las costumbres de un grupo social; la única diferencia originaria es que ética deriva de un término griego (êthos), y moral, en cambio, proviene de una palabra latina (mos). Pero a lo largo de la historia de la ideas estos dos términos se han ido diferenciando y cada uno adquirió un significado específico. Moral se aplica a todos los comportamientos que una sociedad aprueba y que hacen posible la convivencia entre sus miembros. En cambio, en sentido estricto, ética es el nombre de una parte de la Filosofía que analiza y sistematiza los comportamientos morales. Es decir, la moral se dedica a las instancias concretas de las acciones de los hombres; la ética está encargada de hacer teorías sobre esas acciones. ¿Por qué está bien ayudar al prójimo?, ¿siempre está mal mentir?, ¿a quién llamamos virtuoso? son preguntas de la ética que nos piden hablar de principios, definir el bien (y, en consecuencia, el mal) y la virtud respectivamente. La pregunta capital que pretende responder la ética es ¿qué debo hacer?. Sin embargo, no hay que pensar que intenta formular un catálogo con las soluciones a todas las posibles situaciones morales que puedan planteársenos a lo largo de la vida. Debe, mejor, ayudarnos a formar un criterio como para tomar esas decisiones de manera acertada, comprometida y libre. Reflexionar sobre los hechos morales es pensar acerca de los actos de la interioridad del hombre, las normas y los valores sobre los que se basan sus decisiones. “Vivir en sociedad requiere que los individuos no satisfagan sólo sus deseos, sino que adapten y autocontrolen sus comportamientos y los sometan a ciertas reglas. Esas reglas nos recuerdan que el otro no es una “presa” sino un hombre con sus propios deseos, su libertad, sus exigencias de una vida buena o satisfactoriamente feliz.”2 No aprendemos las normas morales de libros o de códigos escritos. Sin embargo, todos conocemos y usamos frecuentemente frases como no hagas a otro lo que no quieras que te hagan, ama al prójimo como a ti mismo, que expresan principios o normas morales básicas que toda sociedad quiere que sus miembros cumplan. En general, hay acuerdo acerca de las cosas que constituyen básicamente un acto moral. Como vimos, debe haber un sujeto (agente) que delibere, piense qué es bueno hacer y luego ejecute esa acción que involucra a otro hombre. La acción debe ser libre para que el agente sea responsable de ella. Si tengo una enfermedad que me hace decir mentiras todo el tiempo sin que me dé cuenta, no elijo mentir (no es un acto voluntario) y, por lo tanto, no soy responsable de esas mentiras. Pero, ¿qué pasa si no cumplimos con las normas que sostiene nuestra sociedad? En ese caso recibimos la reprobación y las críticas de los demás (e incluso la nuestra propia) porque, como dijimos, esas reglas 1 Tomado y adaptado de Divenosa, Marisa, Costa, Ivana. Filosofía para la formación ética y ciudadana I [Internet]. Buenos Aires: Editorial Maipue; 2004. 2 M. López Gil-L. Delgado, De camino a una ética empresarial, Bs.As., Biblos, 1995; p. 19 están íntimamente ligadas a un grupo social de un momento histórico y a un lugar determinados. Pensemos por ejemplos por qué nuestras abuelas iban a la playa casi tan vestidas como las chicas van hoy por ahí. Porque en su época se consideraba inmoral (contrario a una norma moral) exhibir ciertas partes del cuerpo. Y ¿qué sucedía si alguna chica más audaz que el resto se animaba a llevar una pollera unos centímetros más corta que lo usual? Probablemente la criticaban comenzando por sus padres y terminando por los desconocidos. Sin embargo, a no ser que su atuendo fuera ofensivo, ningún policía tenía derecho a llevarla a la cárcel. La norma moral no es una ley escrita que merezca una pena legal al ser violada. Ahora bien, ¿todas las acciones que no cumplen con una norma moral son inmorales? Si compro un vestido azul o un pantalón negro, por ejemplo, no estoy cumpliendo con regla alguna, pero nadie me podrá decir que soy inmoral por eso. En casos como éstos se dice que la acción es amoral, es decir, está excluida del ámbito propio de la moral. Sin embargo, no es cierto que la ley escrita (ley positiva) está totalmente divorciada de lo moral, ya que muchas de ellas nacen de las costumbres. Incluso alguien podría decirnos que existen juicios por daños morales. Sí, los hay; la sociedad puede reclamarnos ante un tribunal por una acción que va en contra de la moral general. Pero todavía en estos casos, si tenemos la conciencia tranquila (como suele decirse), no nos sentiremos culpables, porque la moral se juega exclusivamente en nuestra interioridad. Si alguien nos acusa de haber robado dinero, nos denuncia y hasta nos hacen un juicio por eso, pero no lo hemos hecho, no estará afectada en nada nuestra moral. Veremos esto a continuación. II. MORAL DE LA CONCIENCIA Y MORAL DE LA VIRTUD Llamamos autónoma a la persona que se rige por sus propias normas. Decimos que fulano es autónomo porque no necesita que nadie le reclame el dinero que pidió prestado, él sabe que debe devolverlo y lo hace. Pero si es preciso que le recuerden a mengano todo el tiempo la norma que dice debes devolver lo que te prestaron, decimos que su moral es heterónoma porque depende de otras personas para cumplirla. Cuando somos chicos no sabemos en absoluto lo que debemos hacer y lo que no se puede. Nuestros padres nos indican todo el tiempo comparte tus muñecos, devuelve el autito, no le pegues a Juan, porque no sabemos poner un límite entre lo que deseamos y lo que tenemos que hacer. Somos heterónomos según ya vimos. Pero cuando crecemos, vamos aprendiendo que hay cosas que están permitidas y cosas que no. En poco tiempo empezamos a dejar de necesitar que otros nos digan qué hacer; es que ya aprendimos las normas, aunque no siempre las respetemos. Nos hacemos más autónomos porque desarrollamos la conciencia moral, que se nutre con las normas y los valores que rigen nuestra sociedad. Ya dijimos que la moral tiene que ver con lo que la sociedad aprueba o desaprueba. Alguien nos dice: Les dije a mis padres que iba a la escuela, pero fui a encontrarme con mis amigos en la plaza. Ellos no se enteraron de mi mentira, pero igualmente me siento mal por lo que hice, ¿por qué? Simple, porque en tu conciencia hay una norma que dice que no hay que mentir y lo hiciste. Como la norma es interna, serás culpable, o mejor, responsable por haberla violado, aunque termines tus días sin que nadie se entere. Los ojos de los demás no cambian tu responsabilidad. Así como en nuestra historia personal vamos logrando mayor autonomía, en el transcurso de la historia de la humanidad el hombre también se ha vuelto cada vez más autónomo. No siempre los seres humanos se sintieron responsables ante sus acciones. En un principio se quejaban de sus desgracias, diciendo que los dioses eran quienes disponían lo que les sucedía. Pero paulatinamente fueron comprendiendo que cada elección personal tiene sus consecuencias, y que la conciencia moral prende la alarma cuando actuamos en contra de alguna norma. Cuando decimos fui un buen pianista, eres un cocinero virtuoso o es un médico excelente, entendemos algo en parte diferente y en parte similar a lo que pensamos frente a fui un buen hombre, eres una persona virtuosa o es un sujeto excelente. Estos últimos ejemplos apuntan a algo propio del comportamiento de un hombre en relación con otro, y no a su actividad profesional. Implican un sentido moral de los términos bien y virtud. En general, todos anhelamos lo que nos resulta bueno a través de cada cosa que hacemos. De esto no hay duda, aunque un loco nos diga me gusta que me peguen, disfruto sufrir, es evidente que aquí lo normalmente malo es un bien para él. El bien, lo bueno es un valor positivo que todos buscamos. Más precisamente, en sentido moral el bien es lo que nos guía, lo que debemos hacer, y determina de qué modo conseguiremos ser virtuosos, llegaremos a la virtud. Pero, como en las afirmaciones de arriba, parece que cada uno de estos términos (bien, bueno, virtud, excelencia) toman un significado algo distinto cuando se aplican al ámbito de la moral y cuando los usamos en otras situaciones. No necesariamente un artista virtuoso es un hombre virtuoso, y tampoco lo contrario. Aunque generalmente tenemos la impresión de que alguien excelente en su profesión mantendrá también una conducta moral intachable, muchas veces nos desilusionamos al ver que no es así. A lo largo de toda la historia, eminentes médicos han hecho grandes estafas y deportistas inmejorables han sido corruptos. Sabemos establecer lo que se considera moralmente bueno y malo en nuestra realidad, y a quiénes se considera virtuosos por cumplirlo. La madre Teresa de Calcuta (que dejó su vida por ayudar a los enfermos), el Mahatma Gandhi (que no se dejó corromper para liberar a su pueblo) y Martin Luther King (que peleó por finalizar con la discriminación racial) fueron indiscutiblemente seres virtuosos. Pero, ¿es suficiente ayudar a alguien una vez para ser una persona virtuosa? En general consideramos (como lo hacía el filósofo griego Aristóteles al decir que una golondrina no hace verano) que alguien virtuoso realiza el bien habitual o corrientemente. En este sentido decimos que las personalidades antes mencionadas lo son. Aristóteles ha hablado bastante de la virtud. Pensaba que es un hábito que le permite al hombre elegir el término medio entre dos posibilidades extremas, que son vicios. La valentía, por ejemplo, es una virtud que consiste en saber mantenerse entre la actitud cobarde y la temeraria, dos vicios. Estableció una distinción entre dos tipos de virtud: las éticas (relativas a la acción) y las dianoéticas (relativas a la actividad intelectual, como pueden ser la sabiduría o la comprensión). EL VALOR Y LA CONDUCTA MORAL De la filosofía se desprenden nuevas ramas como clases de valores y su estudio es conjunto relacionados con la conducta humana, es comprendido en la filosofía moral o ética; disciplina que investiga la moralidad como conjunto de normas y valores que el hombre observa en su conducta. Siempre se ha considerado el orden moral en su aspecto subjetivo y objetivo, el bien moral y jurídico que a través del deber se impone a la persona. Pero ahora surge un nuevo problema: El de la reacción de este sujeto humano ante aquella imposición, ello constituye la vertiente subjetivo-objetivo de la vida moral, que se conoce como con el nombre de “conducta moral”. Analicemos tres aspectos para entender mejor el tema: 5.1. El Acto Moral: Todo acto humano es necesariamente moral, sin embargo discriminemos: 5.1.1. Actos del hombre, son los que derivan de la esencia natural del hombre, como por ejemplo caminar, dormir, miccionar, defecar, respirar, etc. Son actos que a diario hacemos y no tienen responsabilidad moral. 5.1.2. Actos humanos, son los que el hombre realiza con dominio de sus actos, y este dominio no lo tiene sino en la medida en que los hace voluntariamente. Cuando la conducta humana (en ella incluimos hasta cierto punto el pensamiento) es puramente tal, es decir una simple ejecución de determinadas vivencias mentales y psicomotrices, se dice que se desarrolla espontáneamente y no da lugar a la moralidad de la misma; pero cuando la conducta va precedida de una norma de conducta y es ejecutada en función de ésta, quiere ello decir que se realiza voluntariamente, y por ende en condiciones de responsabilidad moral más o menos graduada, estos últimos son considerados actos humanos ya que son realizados por el hombre como ser libre, capaz de diferenciar entre el bien y el mal y como ser libre, optar entre lo bueno o lo malo. 5.2. La persona moral: Los actos morales implican a la persona humana, porque es el único que puede adecuar su conducta a un valor superior por su condición de ser consciente, responsable y libre. Por oposición, los actos que realizan los animales inferiores no pueden considerarse como morales sino como “amorales”, porque no son conscientes de lo que hacen, ni son libres. Ellos actúan por instinto o estímulos y no por voluntad; por tanto, no tienen responsabilidad. Siendo entonces el acto moral un acto exclusivamente humano, no puede afirmarse que tal hombre a cometido actos “inmorales”, en todo caso habrá cometido actos o acciones moralmente malas o negativas. Los actos de la persona moral conllevan responsabilidad. Quien los realiza es imputable, responsable; y ser responsable implica capacidad y, sobre todo, obligación de responder. Y, se tiene que responder porque la moral no se puede dispensar. 5.3. Conciencia Moral: Designa una manera de conocer y otra de sentir. Decimos conciencia moral para diferenciarla de la conciencia intelectual o sicológica. Es un juicio que condena o aprueba lo que es dado u observado, así comúnmente se le ha determinado como “la voz interior” que nos dicta el deber. Está formada por cuatro elementos: La razón práctica, el sentimiento moral, la educación y el medio social, siendo este último el elemento que determina, en última instancia, a los demás. La conciencia moral no es una facultad sino un acto, el juicio que realizamos acerca de la moralidad de nuestros actos y por el cual nos decidimos o no a hacer algo, designando un valor a dichos actos. En la conciencia moral hay todo un complejo de elementos racionales (juicios), afectivos (sentimientos) y activos (voluntad). Los juicios preceden y siguen al acto moral. Antes del acto enuncian que es necesario hacer el bien y evitar el mal, que un determinado acto es bueno o malo y que debe ser realizado o evitado. En consecuencia evalúa el aumento o disminución del valor moral del agente y la recompensa o castigo por el cumplimiento del bien o del mal. Los sentimientos morales conforman antes del acto, el atractivo por el bien y la repulsión por el mal, el respeto por el cumplimiento del deber y en consecuencia la antipatía o simpatía por la conducta. Después del acto la conciencia experimenta sentimientos de alegría por haber cumplido con el deber o el descontento y la insatisfacción por el deber viciado. Esta insatisfacción se expresa de tres maneras: 5.3.1. Por el pesar que impone la cobardía ante el deber. 5.3.2. Por el remordimiento o reproche de la conciencia de haber violado la orden que ella ha pronunciado. 5.3.3. Por el arrepentimiento, aceptando el castigo destinado a reparar la falta y el propósito de evitar en el futuro volver hacer el mal. Entonces: La conciencia moral no es sólo “darnos cuenta” como se conceptuaría en sicología; la conciencia moral es “darnos cuenta” de lo que ha ocurrido, y merecer nuestra aprobación o rechazo. Es una conciencia crítica que puede pasar de Juez a Fiscal. FUNDAMENTOS MORALES DE LA METAFÍSICA3 El resultado a que llega la Crítica de la Razón pura es la imposibilidad de la metafísica como ciencia, como conocimiento científico, que pretendiese la contradicción de conocer, y conocer cosas en sí mismas. Puesto que conocer es una actividad regida por un cierto número de condiciones que convierten las cosas en objetos o fenómenos, hay una contradicción esencial en la pretensión metafísica de conocer cosas en sí mismas. Pero si la metafísica es imposible como conocimiento científico, o como dice Kant, teorético, especulativo, no está dicho que sea imposible en absoluto. Podría haber acaso otras vías, otros caminos, que no fuesen los caminos del conocimiento, pero que condujesen a los objetos de la metafísica. Si hubiese esos otros caminos que, en efecto, condujesen a los objetos de la metafísica, entonces la Crítica de ta Razón pura habría hecho un gran bien a la metafísica misma; porque si bien habría demostrado la imposibilidad para la razón teorética de llegar por medio del conocimiento a esos objetos, demuestra también la imposibilidad de esa misma razón teorética para destruir las conclusiones metafísicas que se logren por otras vías distintas del conocimiento. Nos resta ahora examinar el problema de si, en efecto, existen esas otras vías y cuáles son. Kant piensa, en efecto, que tras el examen crítico de la razón pura existen unos caminos conducentes a los objetos de la metafísica, pero que no son los caminos del conocimiento teórico científico. ¿Cuáles son estos caminos? Nuestra personalidad humana no consta solamente de la actividad de conocer. Es más: la actividad de conocer, el esfuerzo por colocarnos en frente de las cosas para conocerlas, es solamente una de tantas actividades que el hombre ejecuta. El hombre vive, trabaja, produce: el hombre tiene comercio con otros hombres, edifica casas, establece instituciones morales, políticas y religiosas por consiguiente, el campo vasto de la actividad humana trasciende con mucho de la simple actividad del conocimiento. La conciencia moral Entre otras, hay una forma de actividad espiritual que podemos condensar en el nombre de "conciencia moral". La conciencia moral contiene dentro de sí un cierto número de principios, en virtud de los cuales los hombres rigen su vida. Acomodan su conducta a esos principios y, por otra parte, tienen en ellos una base para formular juicios morales acerca de sí mismos y de cuanto les rodea. Esa conciencia moral es un hecho, un hecho de la vida humana, tan real, tan efectivo, tan inconmovible, como el hecho del conocimiento. Nosotros hemos visto que Kant, en su crítica del conocimiento, parte del hecho del conocimiento, parte de la realidad histórica del conocimiento. Ahí está la física matemática de Newton: ¿Cómo es ella posible? Pues, igualmente existe en el ámbito de la vida humana el hecho de la conciencia moral. Existe esa conciencia moral, que contiene principios tan evidentes, tan claros, como puedan ser los principios del conocimiento, los principios lógicos de la razón. Hay juicios morales que son también juicios, como pueden serlo los juicios lógicos de la razón raciocinante. Razón práctica Pues bien; en ese conjunto de principios que constituyen la conciencia moral, encuentra Kant la base que puede conducir al hombre a la aprehensión de los objetos metafísicos. A ese conjunto de principios de conciencia moral, Kant le da un nombre. Resucita, para denominarlo, los términos de que para ello mismo se valió Aristóteles. Aristóteles llama a la conciencia moral y sus principios "Razón práctica" (Nous practikós). Kant resucita este apelativo y al resucitarlo y aplicar a la conciencia moral el nombre de Razón práctica, lo hace precisamente para mostrar, para hacer patente y manifiesto que en la conciencia moral actúa algo que, sin ser la razón especulativa, se asemeja a la razón. Son también principios racionales, principios evidentes, de los cuales podemos juzgar por medio de la aprehensión interna de su evidencia. Por lo tanto los puede llamar legítimamente razón. Pero no es la razón, en cuanto que se aplica al conocimiento; no es la razón enderezada a determinar la esencia de las cosas, lo que las cosas son. No. Sino que es la razón aplicada a la acción, a la práctica, aplicada a la moral. Manuel García Morente. Publicado en el libro “Lecciones preliminares de filosofía” Nº 164 (págs. 229-238) Ed. Porrúa, México 1985 3 Los calificativos morales Pues bien. Un análisis de estos principios de la conciencia moral conduce a Kant a los calificativos morales, por ejemplo: bueno, malo, moral, inmoral, meritorio pecaminoso, cte. Estos calificativos morales, estos predicados morales, que nosotros solemos muchas veces extender a las cosas, no convienen sin embargo a las cosas. Nosotros decimos que esta cosa o aquella cosa es buena o mala; pero en rigor, las cosas no son buenas ni malas, porque en las cosas no hay mérito ni demérito. Por consiguiente los calificativos morales no pueden predicarse de las cosas, que son indiferentes al bien y al mal; sólo pueden predicarse del hombre, de la persona humana. Lo único que es verdaderamente digno de ser llamado bueno o malo es el hombre, la persona humana. Las demás cosas que no son el hombre, coma los animales, los objetos, son lo que son, pero no son buenos ni malos. Y ¿por qué es el hombre el único ser, del cual puede, en rigor, predicarse la bondad o maldad moral? Pues lo es porque el hombre verifica actos y en la verificación de esos actos el hombre hace algo, estatuye una acción; y en esa acción podemos distinguir dos elementos: lo que el hombre hace efectivamente y lo que quiere hacer. Hecha esta distinción entre lo que hace y lo que quiere hacer, advertimos inmediatamente que los predicados bueno, malo, los predica(los morales, no corresponden tampoco a lo que efectivamente el hombre hace, sino estrictamente a lo que quiere hacer. Porque muchas veces acontece que el hombre hace lo que no quiere hacer; o que el hombre no hace lo que quiere hacer. Si una persona comete un homicidio involuntario, evidentemente este acto es una gran desgracia, pero no puede calificarse al que lo ha cometido, de bueno ni de malo. No pues al contenido de los actos, al contenido efectivo; no pues a la materia del acto convienen los calificativos morales de bueno o malo, sino a la voluntad misma del hombre. Este análisis conduce a la conclusión de que lo único que verdaderamente puede ser bueno o malo, es la voluntad humana. Una voluntad buena o una voluntad mala. Imperativo hipotético e imperativo categórico Entonces el problema que se plantea es el siguiente: ¿qué es, en qué consiste una voluntad buena? ¿A qué llamamos una voluntad buena? Encaminado en esta dirección, Kant advierte que todo acto voluntario se presenta a la razón, a la reflexión, en la forma de un imperativo. En efecto todo acto, en el momento de iniciarse, de comenzar a realizarse, aparece a la conciencia bajo la forma de mandamiento: hay que hacer esto, esto tiene que ser hecho, esto debe ser hecho, haz esto. Esa forma de imperativos, que es la rúbrica general en que se contiene todo acto inmediatamente posible, se especifica, según Kant, en dos clases de imperativos; los que él llama imperativos hipotéticos y los imperativos categóricos. La forma lógica, la forma racional, la estructura interna del imperativo hipotético, es la que consiste en sujetar el mandamiento, el imperativo mismo, a una condición. Por ejemplo: "si quieres sanar de tu enfermedad, toma la medicina". El imperativo es "toma la medicina"; pero ese imperativo está limitado, no es absoluto, no es incondicional, sino que está puesto bajo la condición "de que quieras sanar". Si tú me contestas: "no quiero sanar", entonces ya no es válido el imperativo. El imperativo: "toma la medicina" es pues solamente válido bajo la condición de que quieras sanar". En cambio, otros imperativos son categóricos: aquellos justamente en que la imperatividad, el mandamiento, el mandato, no está puesto balo condición ninguna. El imperativo entonces impera, como dice Kant, incondicionalmente, absolutamente; no relativa y condicionadamente, sino de un modo total, absoluto y sin limitaciones. Por ejemplo, los imperativos de la moral se suelen formular de esta manera, sin condiciones: "honra a tus padres"; "no mates a otro hombre"; y, en fin, todos los mandamientos morales bien conocidos. Moralidad y legalidad ¿A cuál de estos dos tipos de imperativos corresponde lo que llamamos la moralidad? Evidentemente, la moralidad no es lo mismo que la legalidad. La legalidad de un acto voluntario consiste en que la acción efectuada en él sea conforme y esté ajustada a la ley. Pero no basta que una acción sea conforme y esté ajustada a la ley, para que sea moral; no basta que una acción sea legal para que sea moral. Para que una acción sea moral es menester que algo acontezca no en la acción misma y su concordancia con la ley, sino en el instante que antecede a la acción, en el ánimo o voluntad del que la ejecuta. Si una persona ajusta perfectamente sus actos a la ley, pero los ajusta a la ley porque teme el castigo consiguiente o apetece la recompensa consiguiente, entonces decimos que la conducta íntima, la voluntad íntima de esa persona no es moral. Para nosotros, para la conciencia moral, una voluntad que se resuelve a hacer lo que hace por esperanza de recompensa o por temor a castigo, pierde todo valor moral. La esperanza de recompensa y el temor al castigo menoscaban la pureza del mérito moral. En cambio decimos que un acto moral tiene pleno mérito moral, cuando la persona que lo verifica ha sido determinada a verificarlo únicamente porque ese es el acto moral debido. Pues bien, si ahora esto lo traducimos a la formulación, que antes explicábamos, del imperativo hipotético y del imperativo categórico, advertiremos en seguida que los actos en donde no hay la pureza moral requerida, los actos en donde la ley ha sido cumplida por temor al castigo o por esperanza de recompensa, son actos en los cuales, en la interioridad del sujeto, el imperativo categórico ha sido hábilmente convertido en hipotético. En vez de escuchar la voz de la conciencia moral, que dice "obedece a tus padres", "no mates al prójimo", conviértese este imperativo categórico en este otro hipotético: "si quieres que no te pase ninguna cosa desagradable, si quieres no ir a la cárcel, no mates al prójimo". Entonces, el determinante aquí ha sido el temor; y esa determinación del temor ha convertido el imperativo (que en la conciencia moral es categórico), en un imperativo hipotético; y lo ha convertido en hipotético al ponerlo bajo esa condición y transformar la acción en un medio para evitar tal o cual castigo o para obtener tal o cual recompensa. Entonces diremos que, para Kant, una voluntad es plena y realmente pura, moral, valiosa, cuando sus acciones están regidas por imperativos auténticamente categóricos. Si ahora queremos formular esto en términos sacados de la lógica, diremos que en toda acción hay una materia y una forma; la materia de la acción es aquello que se hace o que se omite (porque una omisión, es lo mismo que una acción, con el signo menos). Fórmula del imperativo categórico Pues bien; en toda acción u omisión, hay una materia, que es lo que se hace o lo que se omite, y hay una forma que es el por qué se hace y el por qué se omite. Y, entonces, la formulación será: una acción denota una voluntad pura y moral, cuando es hecha no por consideración al contenido empírico de ella, sino simplemente por respeto al deber; es decir, como imperativo categórico y no como imperativo hipotético. Más ese respeto al deber es simplemente la consideración a la forma del "deber", sea cual fuere el contenido ordenado en ese deber. Y esta consideración a la forma pura, le proporciona a Kant la fórmula conocidísima del imperativo categórico, o sea la ley moral universal, que es la siguiente: "Obra de manera que puedas querer que el motivo que te ha llevado a obrar sea una ley universal. Esta exigencia de que la motivación sea ley universal vincula enteramente la moralidad a la pura forma de la voluntad, no su contenido. 7. VALORES ÉTICOS FUNDAMENTALES La vida humana funciona históricamente en el doble papel de lo individual y lo social, no paralelos pero tampoco coincidentes, sino interferentes entre sí, según influya el individuo en la sociedad, o reciba su influjo. Esta mutua influencia se da entre los individuos, entre las sociedades constituidas por ellos, o dentro de ellas entre su totalidad y cada uno de sus miembros. Moralmente hablando, la influencia en cuestión puede ejercerse en sentido favorable o adverso a la moralidad: el hombre contribuye a moralizar o desmoralizar la sociedad con la bondad o maldad de su doctrina y su ejemplo, es por ello indispensable conocer cuáles son los valores éticos fundamentales, los mismos que deben constituirse en nuestro norte a fin de garantizar una adecuada convivencia entre los hombres. Los valores éticos fundamentales podemos diferenciarlos en valores personales y valores no personales o sociales: 7.1. Los Valores Personales: Son el conjunto de las diversas personas existentes: la propia persona y las otras personas, que son todas individuales; y las personas supra individuales, como la familia, el grupo profesional, la patria y la humanidad; y la persona sobrenatural que es Dios. La ética actual ha reivindicado la importancia de la persona en la vida moral. En el fondo, el comportamiento moral deriva de la consideración a las personas (sus distintos tipos) y del respeto que suscitan en nuestra conciencia, cuando hemos comprendido su significado. El eje de la vida moral no está en los principios abstractos, sino en realidades concretas: Las personas. No sólo son valores la justicia, la belleza, la utilidad, sino todas y cada una de las personas. Yo, tú, tu familia, la patria son también valores. Cada ser humano es un valor en la medida que es un conjunto de potencialidades dignas de desarrollarse. Cada ser humano es un valor en la medida que constituye un fin por sí mismo y que no puede ser considerado jamás como un medio o instrumentos para otros propósitos. 7.2. Los Valores no Personales: Son determinados principios rectores de nuestro comportamiento. Son principios ideales, no son personas. Sin embargo, en última instancia se orientan a elevar la calidad o la dignidad de nuestras relaciones y decisiones relativas a las demás personas. De este modo los valores no personales resultan subrayando y exaltando la importancia de los valores personales. Son valores de este tipo: la caridad, la justicia, la dignidad humana, la bondad, la solidaridad y la igualdad que constituyen, sin duda laguna, los principios fundamentales; y luego otros como el coraje, la valentía, la nobleza, la humildad, etc. 7.2.1. La caridad es un amor de amistad, o sea, un amor hacia cualquier persona, en virtud del cual, deseamos a los otros seres todo género de bien. No debe confundirse está noción de caridad con la noción corriente que caridad es “dar limosnas” o dádivas. La limosna es uno de los efectos de la caridad, pero la caridad es algo más profundo. Es una actitud por la que nos comunicamos con el resto de los seres humanos y comprendemos que son seres valiosos y dignos de respeto. La caridad tampoco debe ser entendida como la compasión ni con la simpatía. Estas son inclinaciones afectivas interiores. En efecto, se puede tener simpatía por lo malo y se puede tener compasión de la peor especie. Claro que también la simpatía y compasión pueden dirigirse a lo bueno, sino porque resulta algo digno de compasión o simpático. Lo que quiere decir que son dos movimientos de la conciencia de carácter ciego y casi mecánico; la simpatía y la compasión son fenómenos psíquicos, pero no morales, salvo que se agregue a ellos la influencia superior de la caridad. Por eso se dice que la caridad ilumina nuestras afecciones y les da la jerarquía más alta que por sí solas no poseen. 7.2. La justicia, es el principio en virtud del cual se da a cada ser humano, que se halla en alguna relación con otro u otros, aquello que le corresponde. Sin duda el gran problema consiste en determinar con exactitud lo que corresponde a cada ser. A este respecto, desde muy tiempos antiguos -entre los griegos Aristóteles y en la edad media Santo Tomás- se acostumbra diferenciar entre justicia conmutativa y justicia distributiva. La justicia conmutativa regula las relaciones entre dos o más individuos, es decir, las relaciones que existen entre los seres que conforman una comunidad, hay un reparto mutuo de los bienes entre dos o más personas. En cambio la justicia distributiva, regula las relaciones entre los individuos y la comunidad, es decir entre las partes y el todo. La comunidad establece dignidades, cargos, empleos y retribuye conforme a la función determinada o desempeñada. Si por ejemplo, un hombre celebra con otro un contrato de compraventa o de arriendo, esta relación la rige la justicia conmutativa. Esta justicia exige que una persona reciba algo teniendo en cuenta lo que ella a dado a otra. La regla es la igualdad. Si un hombre recibe de la comunidad un encargo (dignidad, autoridad, empleo), esta relación la rige la justicia distributiva. Esta justicia exige que una persona reciba una parte de los bienes de la comunidad tanto más grande cuanto ocupe en esta colectividad un rango más eminente. La regla es la proporción, lo que significa que no todas las personas reciben de la comunidad la misma cantidad de bienes, sino que unos reciben más y otros menos, según la calidad que cada uno tiene y la importancia de sus funciones. 7.3. La Igualdad, es el valor que exige para todos los hombres el mismo respeto. El respeto es el sentimiento moral que reconoce en cada hombre la misma dignidad al margen de su raza, sexo, edad, condición socioeconómica, cultural y educativa; religión, credo político, etc. La igualdad exige la eliminación de la pobreza, la explotación del hombre por el hombre, la esclavitud en todas sus formas, la opresión, la mala distribución de la riqueza de un país, y todas las fuentes del dolor humano. 7.4. La Dignidad Humana, es el valor propio del hombre. Este valor exige para el hombre, por el hecho de ser hombre, el máximo respeto. Según Kant, el hombre debe ser entendido siempre como un fin y nunca como un medio. El hombre no es recurso para otra cosa, el hombre es un fin para sí mismo. Se logrará la dignidad humana, dice Kant, cuando el hombre deje de ser un engranaje más de una maquinaria extraña a él, cuando deje de ser considerado un medio y pase a ser considerado el fin supremo del quehacer humano.