Capitalismo tierra y poder america latina colombia bolivia Según el Informe de la Misión de Estudios del Sector Agropecuario,6 en 1989 Colombia contaba con condiciones de relativo autoabastecimiento alimentario, las cuales, entre 1960 y 1987 oscilaban entre 94.1% y 82.1% para los cereales y se situaban en 100% a lo largo de todo el periodo para frutales, hortalizas y carne.7 De estos niveles de oferta se pasó, en 2010, a una situación bastante diferente: las importaciones de alimentos, que en 2002 ascendían a cinco millones de toneladas ascendieron a más de ocho millones de toneladas (véanse gráficas 2.3 y 2.4) fase final, de 1973 a 1982, marcó su retroceso en el marco del “Acuerdo de Chicoral”, celebrado entre el gobierno, representantes de terratenientes y empresarios y de los partidos políticos tradicionales Igualmente, para 1984 las fincas con más de 500 hectáreas correspondían a 0.5% de los propietarios y controlaban 32.7% de la superficie; en 1996 pertenecían a 0.4% de los propietarios y controlaban 44.6% de la superficie; en 2001 estas fincas aún correspondían a 0.4% de los propietarios y controlaban 61.2% de la superficie, distribución a la cual ha contribuido el destierro de más de cuatro millones de personas. En un foro, convocado por la Contraloría General en junio de 2005, en torno de la ley 333 de 1996 sobre extinción de dominio,15 el vicecontralor general de la República16 informó que los estimativos sobre las tierras controladas por narcotraficantes y paramilitares superaban los cuatro millones de hectáreas, cifra que según otras fuentes asciende a seis millones de hectáreas y que es aceptada en las instancias oficiales. Frente al despojo masivo de tierras generado por la guerra, el gobierno ha propuesto realizar titulaciones masivas para superar la informalidad de la propiedad y las dificultades para su aprovechamiento. No obstante, las amenazas a la vida de los pequeños campesinos pueden traducirse en la legalización del despojo: cumplidas las titulaciones masivas, los desterrados que pretendan regresar no cuentan con protección efectiva para sus vidas, ni con apoyo económico ni técnico para reconstruir y ampliar sus comunidades y economías. Como consecuencia, tendrán como única opción enajenar sus tierras, ahora de manera “legal”, dando cumplimiento a un requisito sin duda exigido por las empresas multinacionales, interesadas en hacer inversiones sin riesgos jurídicos. Desde entonces, estos cultivos, en particular la caña de azúcar y la palma africana, ingresaron en las prioridades de la política agrícola, en términos de estímulos a la inversión en la siembra y la producción, en el establecimiento de plantas de procesamiento y en la obligatoriedad del consumo sindicalistas colombianos. Independientemente de la preocupación de los congresistas estadounidenses por la suerte de los trabajadores colombianos, lo que sí se constata es que, entre 1999 y 2005, fueron asesinados 860 sindicalistas colombianos, los cuales representaron entre 57% y 88% del total de sindicalistas COLOMBIA LEIDO las políticas de “liberalización” representadas por los tratados de libre comercio, mediante los cuales la importación de bienes altamente subsidiados sustituiría la producción nacional. 84 Los casos más conocidos han sido los de las comunidades de los ríos Cacarica, y Jiguamiandó, en la cuenca del Bajo Atrato (Chocó). De acuerdo con las denuncias presentadas ante las autoridades y diversas organizaciones humanitarias, a partir de 1996 se iniciaron las acciones de terror contra estos asentamientos, llevadas a cabo por paramilitares y unidades militares. Luego de los desplazamientos se inició, en 2003, el establecimiento de plantaciones de palma de aceite y la “legalización” de la apropiación de las tierras por las empresas palmeras. El tratado fue objeto de extendidas resistencias en Colombia, en particular dentro de los sectores vinculados a la agricultura, y una de las causas de la demora de su aprobación, alegada por los funcionarios estadounidenses, es la persecución a los