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Política e Identificación

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Política e Identificación
Autor: Fernando Miguel Irasola
Institución de referencia: U.N.M.d.P. Facultad de Psicología.
Teléfono: 0223-155478040
Mail: f_irasola@hotmail.com
Eje temático: Debates sociológicos, filosóficos y
antropológicos en la Psicología.
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Resumen
El trabajo intenta situar el concepto de identificación en relación con el
campo de lo político. Para ello se hace referencia a los abordajes clásicos del
psicoanálisis, sobre todo a las conceptualizaciones freudianas de Psicología de las
masas y análisis del yo…texto de 1920 que parece concebir a la política en
función del lugar del líder en tanto ejerce ciertas capacidades de sugestión. La
identificación, en este contexto, parece funcionar en su vertiente más imaginaria.
Se intenta entonces, una crítica a cierta concepción de la política que la
restringiría a mero efecto de una estructura de base. Para realizar esta crítica
remitiré a la complejización del concepto de identificación que desarrolla Jaques
Lacan; y desde estas bases fundamentar la distinción de dos tipos de discursos
contrapuestos: el discurso político y el discurso publicitario.
Palabras claves.
Política. Publicidad. Identificación. Discursos.
Desarrollo
Psicología de las masas.
El psicoanálisis ofrece amplia gama de instrumentos para pensar la escena
social y política; después de todo polis y sujeto pueden considerarse en
continuidad en tanto ambas instancias son el producto necesario de tomar la
palabra, producir un decir y enfrentarse a sus efectos. Efectos que se ponen a
funcionar en relación a entramados discursivos que ordenan lugares, eclosionan
imaginarios, producen saber y también puntos de imposibilidad. Justamente es la
incompletud lo que aporta la fecundidad de estas producciones, siempre cruzadas
por el deseo, dada la imposibilidad de acceso a la verdad, que no por ello deja de
importar.
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En tiempos donde la supuesta objetividad de los discursos técnicos intenta
degradar la política, me pregunto por los mecanismos que permiten –nuevamenteinstalar como plausible esta maniobra.
Tradicionalmente el psicoanálisis abordó la política haciéndola depender de
efectos de identificación de la masa al líder. En Psicología de las masas y análisis
del yo…, Freud (1920) define a la masa como una reunión de individuos que han
reemplazado su ideal del Yo por un mismo objeto, y en consecuencia, han
establecido entre ellos una identificación reciproca. El líder hace relevo del ideal
del yo y a la vez se propone como objeto libidinal, reuniendo así, ideal y objeto en
un mismo punto. Es una dinámica de transferencia de libido desde el yo al objeto
que deja como saldo el empobrecimiento del yo y la sobreestimación del objeto,
de este modo exceptuado de toda crítica.
Otro saldo que podemos deducir del efecto de masa es la exclusión de la
responsabilidad subjetiva, en tanto los lineamientos políticos y sus implicaciones
éticas son decididas, en todo caso por el líder; alrededor del cual la masa se
aglutina en eclosión imaginaria, en una combinación de lazos libidinales
dependientes de dos efectos de identificación: la identificación asimétrica con el
líder, y una identificación concomitante entre pares que funciona a modo de
segregación: el “narcisismo de las pequeñas diferencias”
De tal análisis se desprende una concepción de la política restringida a los
efectos imaginarios, que se producen en torno a un lugar de excepción que
funciona como significante amo. Es justamente el peso de este lugar lo que
genera los efectos de identificación que se resumen en relaciones de dominio,
donde el saber y el poder son monopolizados por el dirigente de la masa.
La identificación excede lo imaginario
Considero que esta concepción es un reduccionismo de la política y
propongo que puede ampliarse mediante la complejización del concepto de
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identificación que realiza Lacan al diferenciar el plano especular e imaginario de la
identificación simbólica.
En El estadio del espejo… Lacan (1941) describe al niño en su primera
infancia, en medio de una coyuntura dramática provocada por la insuficiencia
motriz, donde la imagen del cuerpo es percibida como fragmentada. El infans
entonces se precipita en una imagen especular que asume como propia. Se arroja
en una identificación que posibilita superar la fragmentación y anticipar la totalidad
mediante una imagen ideal.
Sin embargo, la identificación imaginaria no se sostiene sin una matriz
simbólica. Tal es la identificación simbólica al significante primero que Lacan
escribe como I(A) y llama Ideal del Yo. Es un significante que opera como ideal,
una guía que gobierna la posición del sujeto en el orden simbólico. Entonces,
Lacan distingue la identificación imaginaria como mecanismo de constitución del
yo en el estadio del espejo, de la identificación simbólica que da origen a la
formación del ideal del yo como producto del establecimiento del rasgo unario.
Desplegados de este modo los mecanismos de identificación, podemos
pensar otra forma de concebir la política ya no acotada al fenómeno puramente
especular que terminaría haciendo de ella un efecto superfluo de un orden, de una
estructura de base. Porque si restringimos la identificación a su vertiente
imaginaria nos parecerá una especie de añadido de la estructura, un fenómeno
ilusorio del que pudiéramos desembarazarnos en la búsqueda de algo que fuera
más real.
Pero la identificación no se restringe a lo imaginario, es un nudo de 3
registros, tiene consecuencias en lo imaginario pero es también propiamente
simbólica y además, encuentra su lugar de excepción en función del goce en tanto
que real.
Consecuencias de la reducción a lo imaginario
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La identificación permite cierta sutura de la falta inicial que barra al sujeto,
de este modo permite suponerse un ser, sustancializarse en base a algún ideal
para situarse como singularidad y conformar así, una individualidad.
De este mecanismo, podríamos suponer que existiera la posibilidad de ir
más allá del ideal, que posibilitara, de algún modo, desembarazarse del
sufrimiento psíquico que provoca el sometimiento a una referencia absoluta. Pero
acá el peligro de situarse justamente en el lugar que se discute y terminar como
semblante de S1 productor de efectos de sugestión, ubicarse en el lugar del
esclarecido que derriba por superficiales las contingentes figuras del ser, y sabe
encontrar más allá, lo valioso de la verdad.
Entonces, homologar la identificación a una ficción tiene al menos dos
consecuencias: o la postura eternamente escéptica de denunciar la superficialidad
de las identificaciones y la incredulidad de la política. O la manipulación
exclusivamente técnica donde el saber de la experticia se impone a lo político
desde una planilla en formato exel.
O escéptica incredulidad o adhesión a una verdad supuestamente objetiva,
ambas consecuencias de la reducción de la identificación a lo ilusorio. Campo
abierto para quien denuncia sometimientos, decidiendo que ideales son válidos y
cuáles los criterios para recuperar una supuesta libertad perdida en la alienación
imaginaria. Como si pudiéramos encontrar un sujeto que fuera “más real” y ser
conducidos hacia Lo Verdadero, o tener la capacidad de elegir entre los
condicionamientos, el más eficiente, o cambiar una identificación por otra mejor.
El psicoanálisis lacaniano también tiene su propia respuesta superadora a
la ilusión de lo especular: es apostar por el deseo. Como postura ética me parece
correcto, no así como respuesta clínica final porque recordemos lo que dice Lacan
en Subversión del deseo…(1960) “ que el deseo sea articulado, es precisamente
la razón de que no sea articulable” (765). Es decir que; por no ser articulable ha de
ser justamente articulado. Por ello creo que la respuesta no pasaría por aislar al
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deseo en un limbo, sino que insista siempre en cada articulación, en cada efecto
subjetivo de identificación que se pone a funcionar en articulación fantasmática.
En consecuencia, cuando lo político es tratado como efecto ilusorio de algo
que fuera más real, sufre una reducción al registro de lo imaginario y no produce
otra cosa más que slogans publicitarios.
Pero esta maniobra borra a la política como hecho argumentativo porque no
es lo mismo apelar a una identificación puramente imaginaria que exponer
argumentos, la exposición de argumentos discute con otras posiciones a las que
sin embargo toma en cuenta. En cambio el slogan publicitario es algo cerrado, que
se ofrece ya armado, y que apunta al todo borrando diferencias: “todos queremos”
“todos pensamos” “todos somos”. Este modo de identificación necesita al Otro
como completo, sin barrar; solo así puede ocupar el lugar del ideal, lugar todo
poderoso que no admite cuestionamientos. Por eso se arma de consignas simples
y generales que al ejercerse desde una estructura asimétrica, toman forma de
ordenes: “hace” “compra” “toma” etcétera, órdenes impartidas por el Otro de la
omnipotencia que goza dirigiendo las aspiraciones del sujeto.
Discurso político y publicitario
Entonces diferenciaría dos tipos de discurso: el discurso político, que en la
búsqueda de convencer argumenta mostrando diferencias. Es un discurso que
necesita tiempo de desarrollo y por ello la extensión es una de sus características.
Por otra parte el discurso publicitario, exclusivamente sugestivo, que mostrándose
como el único posible aplasta diferencias y por ello no es casualidad que se
reivindique como a-político, critique al discurso político por maratónico y haga culto
de la brevedad de los 140 caracteres.
En una democracia puramente representativa el discurso publicitario parece
prevalecer por su eficacia, pero el problema es que por más que aplaste no hace
desaparecer los restos, y ahí tenemos las movilizaciones en la calle y los hit del
verano.
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Ante el imperio de la imagen la intervención política se dirime en la
disyuntiva de usar las mismas herramientas publicitarias, twitear mejor, slogans
mejores. O argumentar desde la política. Adhiero a la segunda, no porque no
apele a la identificación, lo hace pero en vez de ser total y aplastante, es relativa a
los discursos a los que se contrapone. También es identificación porque la palabra
siempre conlleva efectos de identificación pero esos efectos traen consigo restos,
donde el sujeto subvierte, no se deja reducir, insiste.
Desplegar las identificaciones más allá de su vertiente imaginaria, permite
cierta permeabilidad para el sujeto. La identificación simbólica supone la
capacidad metafórica legada por la castración. En tanto la metáfora paterna deja
como saldo una capacidad sustitutiva que se instituye en función de un Otro
barrado, posibilita cierta plasticidad ante la captura especular; y en el campo que
nos ocupa, abre la posibilidad de apelar para convencer al argumento político en
vez de la sugestión publicitaria.
La política es siempre un hecho incompleto, fue planteada por Freud como
un imposible junto con la educación y el psicoanálisis. Freud mismo pone al sujeto
en continuidad con lo social. Y como el sujeto, la política no concluye (o no
solamente concluye) en la identificación a un ideal. Es posible para el sujeto, y así
lo grafica el grafo del deseo, no solo solidificarse en el ideal, sino que también
puede elevarse hacia el significante de la falta en el Otro como efecto de asumir
una posición analítica crítica al tomar la palabra.
Concluyendo, el Otro sin barrar congela al sujeto en los límites del Ideal y lo
reduce al punto de terminar objetivándolo. Pero que el Otro no esté barrado es
solo una ilusión de omnipotencia porque si el Otro no estuviera barrado no habría
sujeto. Justamente, conducir hacia la falta en el Otro produce sujeto. Pero no el
sujeto sometido sino un sujeto crítico, es decir, con capacidad de cuestionar sus
fantasmas y los significantes a los que se identifica.
Propongo entonces una diferencia entre sugestionar y convencer:
sugestionar es la actividad del discurso publicitario que subordina al otro a cumplir
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órdenes, expresa la voluntad de poder de un Otro identificado a un lugar de
omnipotencia. Convencer es la actividad del discurso político que busca que el
otro adhiera, con sus diferencias porque no oculta la diversidad de opciones sino
al contrario; es una actividad en la que el Otro argumentando se muestra
incompleto y en eso pone en juego su deseo.
Bibliografía

Freud, S. (1920) Más allá del principio del placer. Psicología de las
masas y análisis del yo y otras obras. Amorrortu editores. Buenos Aires. 2008.

Lacan, J. (1949) El estadio del espejo como formador de la función
del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En Escritos I,
Siglo XXI. Buenos Aires. 2008
 Lacan, J. (1960). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo. En Escritos
II, Siglo XXI. Buenos Aires. 2008

Lacan, J. (1964/5) El Seminario XII. Problemas Cruciales del Psicoanálisis.
Versión Staferla. Traducción Rodríguez Ponte.
Fernando Miguel Irasola
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