Raíces de la independencia de México Las causas que generaron las luchas por la independencia se gestaron as lo largo de los tres siglos que duró la sujeción colonial de Nueva España. Fueron varios los factores que influyeron en el desarrollo de esa lucha: en el orden interno, el desarrollo de la identidad nacional entre los criollos, los conflictos de éstos con los peninsulares y la explotación de que era objeto la población más humilde; en el plan externo, influyó la revolución de independencia de las colonias inglesas en América, el desarrollo de la revolución francesa y los conflictos políticos en España. El desarrollo del sentido novohispano Durante la época colonial se desarrolló una nueva sociedad como producto de la mezcla de dos culturas y dos razas: la novohispana, profundamente distinta tanto de la civilización mesoamericana como de la española, sus componentes principales. Aunque algunos grupos se aislaron en regiones de difícil acceso y otros mantuvieron si identidad por medio de un fuerte arraigo a sus tradiciones y costumbres, los indígenas sobrevivieron de la conquista se vieron obligados a ligar su vida a la de los europeos en mayor o en menor medida, ya que, la autoridad civil y religiosa estaba a cargo de gente nacida en España. Este dominio y esta larga convivencia condujeron a la población indígena a aprender la lengua española y a usar nombres latinos, acoger la religión católica y recibir el bautismo, y asimilar numerosas costumbres y tradiciones de origen europeo. Seguían siendo indígenas arraigados a su tierra, pero ahora compartiendo elementos culturales provenientes de otro continente. A su vez, la población venida de España, en su calidad de grupo dominante, convivió con los herederos de la civilización mesoamericana y recibió su influencia, aunque mantuvo sus raíces fuertemente unidas a la península. Los españoles tomaban por esposas a mujeres indígenas y procreaban con ellas, adaptaban su léxico al castellano y aceptaban algunos de sus rasgos estilísticos en la arquitectura de la colonia. Diferente a sus progenitores tanto en sus características raciales como culturales, la población mestiza sabía que no era exactamente ni lo uno ni lo otro. Con el tiempo, esto le permitió desarrollar una identidad propia, característica de la forma de vida novohispana. Sin embargo, fueron particularmente los criollos, es decir, los hijos de Españoles quienes, habiendo nacido en Nueva España, arrullados por nodrizas indígenas y servidos por negros y mestizos, se desvincularon progresivamente de España y desarrollaron el sentimiento de no reconocer otra patria más que ésta, la tierra en la que había nacido. Al paso de los siglos, negros, indígenas, mestizos, criollos y peninsulares, fueron constituyendo un nuevo pueblo que, con un difuso sentimiento de identidad novohispano, lograría separarse del dominio español. El Nacionalismo Criollo A principios del siglo XIX, la población criolla de nueva España sumaba un millón de personas diseminadas en villas y ciudades del centro de la colonia: Ciudad de México, puebla, Guanajuato, Zacatecas, Oaxaca y Valladolid (hoy Morelia). El criollo de ese momento se sentía más arraigado a Nueva España que a la tierra de sus padres: la península española. Lentamente, había dejado de sentirse descendiente de una raza para considerarse hijo de una tierra. El pensamiento nacionalista de los criollos comenzó por destacar los valores de la población novohispana, la riqueza natural y cultural de la nueva sociedad y terminó por postular la autonomía económica con respecto de España. Desde el punto de vista político, los criollos veían la necesidad de reorganizar la colonia como una entidad independiente de España. Consideraban que por haber nacido en Nueva España debían ser ellos, y no los peninsulares, quienes la gobernaban. Al mismo tiempo, los criollos realizaron estudios y escribieron numerosos libros sobre los aspectos naturales de Nueva España, la geografía, las especies vegetales y animales y el clima; pero también se preocuparon por los aspectos sociales y por los hechos de la historia anterior a la conquista. Tal fue el caso del jesuita Francisco Xavier Clavijero, quien escribió La Historia Antigua de México. El nacionalismo criollo se desarrolló en todas las posesiones españolas en América: en el sur, por ejemplo, Francisco Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín; en el territorio de lo que hoy es México, el escritor Servando Teresa de Mier y, más tarde, Mariano Michelena, Ignacio Allende; Miguel Hidalgo y otros, fueron criollos imbuidos de este sentimiento. Los significados del guadalupanismo En una sociedad como la novohispana, atravesada por grandes desigualdades sociales y fuertemente dividida en distintos sectores, el guadalupanismo, es decir, el culto a la virgen de Guadalupe, se convirtió en un elemento de unidad entre todos los habitantes de Nueva España. Aunque los misioneros españoles lograron que los indígenas participaran en la religión cristiana, el desterrar las creencias de las antiguas religiones no se consiguió del todo. Detrás de las cruces y los símbolos de la fe católica, los indígenas escondían las imágenes de sus dioses y los veneraban en secreto. Así pues, durante las primeras décadas de la colonia, como parte de la conquista espiritual de los pueblos mesoamericanos, surgió el culto a la Virgen de Guadalupe cuyo santuario quedó ubicado en el centro del Tepeyac, al norte de la ciudad de México, justo en el lugar donde nuestros antepasados indígenas originalmente rendían culto a la diosas Tonantzin, “nuestra madrecita”. Indígenas, mestizos y criollos fomentaron el culto a la virgen de Guadalupe y lo convirtieron en una devoción de carácter nacional. De acuerdo con la doctrina, la virgen eligió estas tierras y a sus habitantes para protegerlos, de ahí sus apariciones en el cerro del Tepeyac, donde ordenó la construcción de su templo. A ella se le imploró ante adversidades como epidemias y hambrunas, y se convirtió en la patrona de Nueva España. Entre los criollos, el culto guadalupano coadyuvó a formar su conciencia patriótica. Es muy significativo que a los pocos días de iniciada la guerra de independencia, Miguel Hidalgo y Costilla tomó como estandarte una imagen de la virgen de Guadalupe. El fervor patriótico que ella representaba vigorizó el sentimiento de mexicanidad e impulsó el espíritu independentista. El conflicto social Las injusticias y las desigualdades de la sociedad colonial se manifestaban en todos los aspectos de la economía. Actividades fundamentales, como minería, comercio e industria, eran controladas por los españoles; por su parte, criollos y mestizos sólo se ocupaban de la pequeña industria y de otras actividades secundarias; los indios y las castas permanecían al margen, sirviendo a la gente acomodada y viviendo de su trabajo. En el aspecto político, los españoles también mantenían un estricto control de los principales cargos públicos, dejando a los criollos puestos y empleos secundarios. La sociedad colonial se desarrollaba bajo el dominio de los peninsulares, mientras que la mayoría de la población vivía relegada o en la miseria. Esta situación generaba una gran inconformidad, un ambiente de intranquilidad que en muchas ocasiones desembocaba en rebeliones armadas en las que participaban distintos sectores de la sociedad, como las comandadas por el indígena maya Jacinto Canek en Yucatán o el negro Yanga en Veracruz, y que fueron cruelmente reprimidas. Entre los criollos, la desigualdad, el despotismo del gobierno y la dependencia de España generaban un conflicto social permanente que se manifestaba en el rechazo hacia los peninsulares, como solución, los criollos proponían establecer la igualdad de todos ante la ley y la autonomía con respecto a España. Pero mientras no estuvieran dadas las condiciones para hacerlo, esperarían a mejores tiempos. Éstos finalmente llegaron en 1810, año en que se enfrentaron entre sí los diferentes sectores de la población, para defender la idea de la independencia que ya existía entre la población criolla. Los peninsulares y los criollos Entre peninsulares y criollos existían situaciones de desigualdad. Residentes en la Nueva España desde el siglo XVI, los peninsulares controlaban la minería, la industria y el comercio. Además, monopolizaban todos los altos puestos del gobierno: virrey, intendente, alcalde mayor y otros cargos. Ocupaban también los altos y medianos mandos del ejército y de la jerarquía eclesiástica. Un factor que hizo más onerosa esta hegemonía española fue la situación de la bancarrota en la que se encontraba la metrópoli hacia principios del siglo XVII, debido a los excesivos gastos de guerra que la corona realizaba para defender sus dominios y a la mala administración de sus bienes. Cuando la dinastía Borbón asumió el trono de España, controló la economía y enfrentó la falta de dinero mediante las llamadas Reformas Borbónicas, liberalizando el comercio y abriendo nuevos puertos tanto en Nueva España como en la península. Junto con esto, implementó un drástico aumento en los impuestos que repercutió negativamente en la población nativa de la colonia. Por otro lado, las concesiones y permisos de explotación que generaba la liberalización comercial beneficiaron principalmente a los peninsulares. Incluso aquéllos que llegaron a la colonia en época tardías como en el siglo XVIII, ser convirtieron en propietarios de las industrias textil y vitivinícola. A principios del siglo XIX, el grupo de españoles peninsulares, aunque reducido en número (sumaba alrededor de 14 mil), acaparaba el poder económico y disponía de una gran influencia política. Los criollos, que numéricamente los superaban, constituían el segundo grupo de la jerarquía social. Las diferencias de poder económico y de rango social entrenabas clases iban desde las más sutiles hasta las más notables. Solo un porcentaje reducido de criollos gozaba de rango social semejante al de los peninsulares gracias a que emparentaban con ellos y se convertían en mineros o agricultores ricos. Sin embargo, el sector mayoritario, criollos de mediana, escasa o nula fortuna, sabían que los empleos más importantes les estaban vedados, así que optaban por estudiar y hacerse profesionistas: abogados, periodistas, sacerdotes, maestros e intelectuales, para aspirar a puestos de segunda categoría. Por esta razón, la gente más culta de Nueva España pertenecía a este grupo social. Había algunos que laboraban como empleados públicos, sobre todo en los ayuntamientos, o participaban como oficiales de baja graduación en el ejército realista; otros se dedicaban al pequeño comercio o se convertían en párrocos de ciudades y pueblos modestos. En estas profesiones, los criollos entraron el fundamento intelectual para clarificar sus diferencias con los peninsulares y tomar conciencia de su condición de ciudadanos de segunda clase en su propia tierra. La situación de los indígenas, las castas y los esclavos A principios del siglo XIX, los indígenas representaban el sector más numeroso de la población novohispana, con 2 millones y medio de personas, aproximadamente. Trabajaban en la agricultura y se desempeñaban tareas en haciendas, ranchos, minas; también vivían en pueblos y comunidades que habían preservado la propiedad comunal de la tierra. Las comunidades que perdían sus tierras se desintegraban y sus miembros pasaban a formar parte de la servidumbre como peones, jornaleros y casi esclavos de españoles y criollos. De acuerdo con las leyes, los indígenas tenían protección, derechos y prerrogativas; pero en la práctica vivían en la miseria. Por su situación de vencidos y por el color de la piel, eran objeto de una violencia y una explotación sin paralelo. Durante la época colonial, con el nombre de castas se designaba al conjunto de individuos mestizos, negros, mulatos y zambos. Hacia finales del siglo XVIII, las castas contaban cerca de 2 millones 250 mil personas y eran el grupo étnico de más rápido crecimiento en Nueva España. En las ciudades trabajaban en la fabricación de loza, de telas de algodón y lana, y en la producción de tabaco; también eran cocheros, mozos, panaderos y criados. En el campo eran capataces, jefes de cuadrilla y algunos se desempeñaban como administradores de haciendas. Por otro lado, negros y mulatos, población minoritaria asentada principalmente en tierras calientes y en los reales de minas, vivían en esclavitud, sin derechos y con severas obligaciones. Indígenas, castas y esclavos compartían la extrema miseria, viéndose amenazados periódicamente por el hambre y otras calamidades. Las reformas borbónicas, por ejemplo, generaron un fuerte desempleo debido a la apertura comercial que permitió la entrada de mercancías de menor costo en Nueva España. La sequía de principios del siglo XIX arruinó la producción agrícola y produjo una fuerte hambruna que paralizó incluso la actividad minera. Ante estas vicisitudes, y aún tratándose de la base del pueblo trabajador, la corona española se mostraba insensible y continuaba incrementando impuestos y cobrándolos en rigor. Las diferencias sociales entre las castas, que nada tenían, y los españoles, que todo lo poseían, eran extremadamente grandes. Las anteriores y otras contradicciones más de la sociedad colonial constituyeron las raíces de la lucha independentista. 1. Lee la lectura anterior y hagan una lista de los grupos sociales que estaban descontentos y expliquen cuál era la razón de este descontento. 2. Expliquen cómo hubieran actuado durante la independencia si en realidad hubieran formado por parte del grupo social que les gustaría representar. 3. Contesten las siguientes preguntas: a. ¿Cuáles eran las clases sociales que formaban parte de la nueva identidad nacional surgida en la Nueva España como consecuencia del descontento? b. ¿Cuáles son los elementos más importantes en los que se basó este nuevo nacionalismo? c. Investiguen qué significan los vocablos “nación” y “nacionalismo”.