Ensayo “Las ciudades del capital y la construcción de la realidad urbana” Dánae Fenton, 10 de Junio de 2021. Referente al curso de Geografía Crítica impartido por el Dr. Manuel Ángeles. INTRODUCCIÓN El 16 de mayo de 2018, la ONU publicó un informe en su sección de noticias acerca del proceso de urbanización en los años venideros a tomar en cuenta en la Agenda Urbana. El informe señala que el 55% de las personas en el mundo vive en ciudades, y se estima que aumente un 13% para el 2050. Entre las conclusiones destacan atender los desafíos y oportunidades que ofrece el crecimiento urbano en el contexto del desarrollo sostenible. Ante estas conclusiones, considero importante preguntar a qué tipo de crecimiento se refiere o particularmente, bajo qué sistema. La reflexión que surge de abordar estas incógnitas permite recordar el rol dinámico de las ciudades en la historia de la humanidad, que incluye el vínculo de los procesos de producción y distribución de bienes con el tejido social que genera. En el cambio de comunidades cazadoras-recolectoras a comunidades agrícolas, la producción primaria se volvió la fuente principal para obtener energía. Las aldeas permanentes generaron una nueva división del trabajo y una nueva estructura social que depende de la productividad de los ecosistemas y presenta límites a la actividad humana (Herrero, 2013; Smith y Smith, 2007). El historiador económico Paul Bairoch (1990) expone la estrecha relación entre ciudad y economía, y a su vez, con el poder de creación omnipresente en el desarrollo humano. La creatividad es un componente innato de carácter anatómico fisiológico que lo determina, el cual varía en función del ambiente, los estímulos sociales y la motivación personal del individuo. En el trayecto de la existencia humana, las innovaciones han sido llevadas a las actividades económicas y han acelerado la transferencia de tecnologías, expandido el comercio y desarrollado una compleja red de comunicación que interconecta el mundo. Las aldeas permanentes se fueron diferenciando entre aquellas dedicadas a la agricultura (rural) y aquellas dedicadas al comercio, mantenidas a partir de los productos agrícolas de los demás (urbano). Entre lo urbano, se diferencian las ciudades tradicionales de función administrativa, comercial, religiosa o artesanal; y modernas con la inclusión de la industria que se convirtió en una parte constituyente del espacio urbano (Bairoch, 1990). Para el filósofo Henri Lefebvre (2003), la arquitectura sigue y traduce las nuevas concepciones de la ciudad, es decir, la mutación en el dominio del hábitat a través de las políticas del espacio y la relación entre el ambiente físico de la ciudad y las múltiples relaciones sociales y económicas. Hoy día vivimos los alcances de la sustitución de la plaza pública para tratar temas políticos (ágora) por el mercado como centro, donde el modo de producción dictamina los resultados de la historia llena de contradicciones. El modelo económico que predomina en nuestros días floreció de la concepción burguesa de que el trabajo podía ser convertido en valor de cambio. La plusvalía reflejada como la expresión monetaria del valor creado por encima de la fuerza de trabajo, permitió que el dinero comprara el trabajo y por lo tanto, al trabajador. El politólogo Simon Parker (2004) explica como la consolidación de este modelo requirió de la existencia de un trabajo asalariado, la división del trabajo, el intercambio de mercancías y la separación contundente entre lo rural y lo urbano. De esta manera, las comunidades fueron alejadas de las fuentes de producción primaria y el dinero se convirtió en la sustancia principal para la supervivencia, proceso por el cuál las personas atravesaron una doble alienación: como individuos a través de su auto mercantilización forzada como trabajo, y en sus relaciones sociales (de producción) donde el dinero toma forma de mercancía abstracta que regula todo intercambio humano (Parker, 2004). Bajo dicha concepción, la ciudad se convirtió el lugar donde el valor de uso y el valor de cambio se combinaron en un sistema formal de relaciones de producción (mano de obra asalariada y capital empleado) para producir bienes manufacturados y servicios disponibles para el intercambio rentable. Esto repercutió en la transformación del mundo físico en general y de las ciudades en sistemas productivos dinámicos (Parker, 2004) LAS CIUDADES DEL CAPITAL En la concepción del geógrafo David Harvey (1977), las ciudades son un pivote al rededor del cual se organiza un modo de producción. En las ciudades industriales modernas, el valor de uso del espacio se transformó en valor de cambio de la tierra, por medio de mapas a escala precisos y el levantamiento catastral que permitió los derechos de propiedad. La tierra se convirtió en un espacio mercantilizado donde el dueño de un terreno dado puede alquilar, vender u obtener beneficios del mismo, puesto que el suelo es considerado un recurso natural inerte a explotar. A demás, en las ciudades del capital, el espacio público se puede comprar, vender o alquilar y, como tal, se valora como un activo estatal (bienes activos del estado) en las cuentas nacionales. En México se puede percibir la mercantilización del espacio con la modificación del artículo 27 que permitió la privatización de los ejidos, desintegrando derechos y garantías fundamentales logradas durante la revolución mexicana. El lema de Tierra y Libertad que proyectó la tierra ejidal como un terreno colectivo, indiviso y sin la posibilidad de vender o heredarse, sucumbió ante la enorme capacidad que crea el dinero de concentrar, sin restricciones, el poder social en el espacio y ponerlo a trabajar para realizar transformaciones masivas pero localizadas (Harvey, 1977). El sistema hegemónico que favorece la acumulación de bienes, se dedica a la expansión ilimitada y a la apropiación privada de la plusvalía, despierta en los propietarios del capital, como señala la filósofa Nancy Fraser, un profundo interés por confiscar las tierras, el trabajo y los medios de producción. Esta condición deriva en la existencia de dos tipos de personas: las explotadas por el capital con el trabajo asalariado, consideradas individuos legales y ciudadanos con derechos; y las expropiadas, generalmente poblaciones racializadas (por el color de piel o lugar de procedencia) que no son consideradas seres libres sino súbditos dependientes. La división es posible mediante la intervención de las distintas agencias del Estado, quienes son las que conceden o niegan la protección, codifican las jerarquías de un sistema económico integrado como orden social institucionalizado e intervienen en el control de los mercados laborales (Fraser y Jaeggi, 2019). En el siglo XVIII los fisiócratas volcaron sus reflexiones en la importancia de la tierra para el bienestar colectivo y la subsistencia del ser humano. La confiscación de recursos y la apropiación de las capacidades de los súbditos, promovieron la propiedad privada entre las clases altas, la exclusión de los obreros de los medios de producción y mayor explotación a los trabajadores libres. Es la ciudad el lugar en el que Engeles menciona, se desarrollan las contradicciones de clase construidas sobre la propiedad minoritaria de la producción y su explotación despiadada (F. Engeles en Parker, 2004). El tratamiento de la ciudad como objeto de reflexión crítico hace tangible en nuestro mundo material, problemas creados en un plano más abstracto entre las fuerzas de la política, la economía y las sociedades (Sohn, 2011). SOCIEDAD DEL CAPITAL En las ciudades del capital, el poder moderno se moldeó de la alianza entre elementos políticos, económicos y sociales, en una búsqueda constante por gestionar a las personas al establecer normas de conducta e imponer la obediencia a dichas normas. A saber, de intervenir directamente en la transformación de las personas y la colectividad en un “esfuerzo sostenido por sustituir el -entendimiento natural- de la comunidad extinta, el ritmo campesino regulado por la naturaleza y la rutina regulada por la tradición del artesano, por una rutina artificialmente diseñada e impuesta y controlada de forma coercitiva” (Bauman, 2006. pg. 21). Las fábricas basadas en estrategias de estandarización del trabajo y el control de los tiempos de los obreros, presentaron un gran impacto para la sociedad. El filósofo Antonio Grmasci acuño el término -fordismo- a la técnica de producción en masa (y sus consecuencias) diseñada por el estadounidense Henry Ford en la década de 1920, misma que no tardó en incorporarse a otros países y a otros sectores industriales. Trevor Barnes y Brett Chrisophers (2018) geógrafos economistas, resaltan que un elemento clave del fordismo consistió en expandir el mercado con un consecuente aumento de cantidades, es decir, una producción en masa que requiere un consumo en masa. Bajo una estrategia de máxima estandarización y tecnología de ensamblaje, lo producido superó la capacidad de consumo de las élites y se fue forjando una clase media, capaz de acceder a los beneficios mediante el trabajo remunerado. De esta manera, a partir de la creación de vehículos en serie y la expansión del consumo entre clases sociales, surgen nuevos estímulos y códigos culturales regidos por el capital y expandidos por la publicidad de manera global (Barnes y Christopher, 2018) Actualmente vivimos en una era de falso materialismo, donde el valor de un objeto radica en el símbolo que representa más allá de lo que implica producirse y a dónde va a parar una vez desechado. Para la economista y socióloga Juliet Schor (1999) el concepto de moda incorpora la idea de poder tirar “cosas” no por dejar de ser útiles, sino por perder su valor social o simplemente no estar a la moda. La industria de la ropa es un ejemplo clave de la moda rápida: se produce en fábricas de explotación de “mano barata”, donde no se paga el verdadero costo del trabajo y tampoco se paga el costo ecológico, por lo tanto, el precio de la ropa baja tanto que una vez usada ya no tiene valor. Este aspecto de moda rápida se ha incorporado también a otros sectores como los productos del hogar y los gadgets tecnológicos (Schor, 1999). El sistema de mercado de oferta y demanda funciona sobre la base del valor de cambio, mismo que solo puede existir si se da una escasez relativa de los bienes y servicios cambiados. Harvey (1977) expone como la escasez, que incluye la privación, apropiación y explotación es producida y controlada por la sociedad para que el mercado de precios funcione. Si bien en cualquier economía es necesaria la apropiación y la creación de un producto social, debe ser bajo un mecanismo de mercado socialmente justo. A diferencia, el mecanismo hegemónico actual, busca influir en la imaginación de las personas para cumplir los fines que la producción de bienes y mercancías requieren en su continua expansión del mercado y acumulación de ganancias. Las ganancias son recogidas por un pequeño porcentaje de la población mundial, mientras que el groso de la humanidad y el ambiente, absorbemos las externalidades. PERSONAS COMO MASA MOLDEABLE PARA EL CONSUMO En el diseño de rutinas y valores sociales de la ciudad de capital moderna, surge la Industria Cultural (Horkheimer y Adorno, 1988), como respuesta a una sociedad urbana que reacciona a tendencias, orientaciones y virtualidades. En la agenda cultural, las personas son amalgamadas en una composición uniforme en la que no se distinguen sus componentes y se asume que cada parte posee las mismas propiedades, es decir, los mismos gustos e intereses. Esta industria a través de la publicidad y la mercadotecnia, ofrece hoy día correlatos de distracción a las problemáticas socioambientales y de repetición de las viejas estructuras a través de los sentidos; busca constantemente exaltar la dependencia a objetos, personas, instituciones, sentimientos, experiencias, etc a la vez que se encarga de enajenarnos de nuestra realidad. La población urbana, inmersa en visiones fantásticas que moldean la imaginación, tiene poco espacio para la autoreflexión, y lentamente va perdiendo el potencial creativo para dar otras formas a la realidad social. La Industria cultural nos permite reconocer las tendencias de pensamiento, pues como expresó Marx, las mercancías u objetos de comercio, por triviales que puedan parecer, ofrecen en su análisis una anatomía del sistema económico del capital al mostrar sutilezas metafísicas y teológicas, que estudios más abstractos o generales no logran determinar (K. Marx en Parker, 2004). La moda surge en el diseño de las múltiples visiones del mundo, creadas por los intereses que sirven al mercado del capital, para cautivar al espectador al ofrecer diversos estilos de vida y formas de pensar preestablecidas que van moldeando la sociedad. El historiador de arte Georges Didi-Huberman explica como “la imagen nunca antes se había impuesto con tanta fuerza en nuestro universo estético, técnico, cotidiano, político, histórico” (Huberman, 2012: 6) vinculada al gran poder que han alcanzado las tecnologías de la comunicación. Es bien sabido el gran poder que tienen las imágenes en los seres humanos, desde tiempo antiguos ha sido utilizada como medio de comunicación, aprendizaje y manipulación. En relación a la publicidad y el consumo, el psicólogo Herbert Krugman estudió las ondas cerebrales al comparar las respuestas de distintas personas al material impreso y la televisión como parte de una investigación sobre del comportamiento de los consumidores. Sus estudios demostraron que ante la influencia de la televisión, independientemente si el programa gustó o aburrió, existe una disminución de ondas a un estado predominantemente alfa, que inhiben las interacciones internas y externas para prestar atención a algo en particular. El estudio sostiene que este estado es característico de cómo respondemos las personas a la televisión, artefacto que nos ha acompañado por casi 100 años proyectando imágenes que informan, conmueven, cautivan e influencian. De su trabajo, Krugman concluye que “todo sugiere que en contraste con la enseñanza, el único poder de los medios de comunicación electrónicos es de dar forma al contenido de la imaginación de la gente, y en esa forma particular determinar su comportamiento y sus puntos de vista” (H. Krugman en McLuhan y Powers, 1995, p. 74). Mucha de la información que utilizamos para crear e innovar ha sido influenciada por las imágenes provenientes de una pantalla ante la cual no mostramos resistencia y de material impreso de opiniones tendenciosas. Esta información se vuelve parte del repertorio cognoscitivo, simbólico y cultural con el cuál construimos nuestro día a día. CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA REALIDAD URBANA Para Lefebvre (2003), la urbe refleja la continua práctica social en proceso de formación, como foco explícito del tejido político y fabricación de lo cotidiano. En la ciudad moderna, el ser humano ya no se ve reflejado en la naturaleza, sino que ha nacido otro mundo de sombras y fuerzas misteriosas. Desde la psicología social, Serge Moscovici describe como las personas desarrollamos distintas modalidades de formas de conocimiento por el cual interpretamos y pensamos nuestra realidad. Estas formas de conocimiento son de tipo práctico, es decir, nos sirve para orientar, comprender y explicar hechos de la vida diaria e intervenir en la construcción social de la realidad. Como seres humanos, construimos activamente el conocimiento del “sentido común” a partir del repertorio cognoscitivo, simbólico y cultural que tenemos a nuestra disposición para construir la vida diaria (Moscovici, 1986). En el mismo sentido, el politólogo Neil Brenner (2009) percibe la ciudad como la reconstrucción del medio y el resultado de relaciones sociales de poder históricamente específicas. Lo urbano no es una forma universal preestablecida sino un proceso histórico, y su especificación solo se puede delinear en términos teóricos a través de la interpretación del núcleo de sus propiedades, expresiones y dinámicas. En las ciudades del capital, Parker identifica una sociedad burocrática de consumo controlado, donde el modelo socioeconómico actual, basado en la producción de valor en términos monetarios, minimiza y relega los trabajos que mantienen la vida al limitar el tiempo de cuidado personal y comunitario, que incluye la alimentación, la higiene, la salud física, emocional y mental (Herrero, 2013) . La integridad del tejido social se ve amenazada con el aumento de automóviles y caminos que aceleran la desaparición del espacio público no comercializado por uno que genere ganancias (Parker, 2004). La perdida del espacio público limita la capacidad de congregación para tratar temas en colectividad, aspecto conveniente para el poder moderno que cuando se siente amenazado, apunta Lefebvre, restringe la accesibilidad y la asamblea de las calles. Ahora, si bien el espacio regula la vida no la crea. Las ciudades suelen ser eclécticas y permiten reconocer que no todas las personas somos iguales, sino que cada quién vive la experiencia urbana de una manera particular o subjetiva. Para la investigadora Denise Najmanovich, la subjetividad es una “forma peculiar que adopta el vínculo humano-mundo en cada uno de nosotros, es el espacio de libertad y creatividad, el espacio de la ética. ” (2001, p. 6). Como seres humanos, la influencia del ambiente y los estímulos a los que nos encontramos expuestos socialmente son procesos intrínsecos en nuestra continua transformación en colectividad. En este sentido, el sociólogo Geoffrey Pleyer (2012) señala la gran relevancia que tiene la propia dimensión de la autotransformación, acompañada de un pensamiento crítico y distintas herramientas que surgen del saber y quehacer humano, para la toma de decisiones colectivas de impacto personal, local y global. Por mucho tiempo ha sido una postura política estratégica el no tomar decisiones y, de esta manera, tener una aprobación tácita del status quo a favor de la expansión del mercado y el aumento del capital. Sin embargo, Harvey señala que el no tomar una decisión es una decisión y esta aseveración puede ser aplicada en muchos ámbitos de nuestra vida diaria, a nivel personal y colectiva dentro de la ciudad. La urbe como catalizador de fuerzas abstractas requiere de la participación activa de quienes la habitamos, y en ello radica la importancia de desarrollar un entretejido social conformado por individuos conscientes de la dimensión de autotransformación y la continua construcción social de la realidad (Touraine, 2006., Berger y Luckman, 2003). REFLEXIONES FINALES El cambio de comunidades cazadoras-recolectoras a comunidades agrícolas convirtió la producción primara como fuente principal para obtener energía ( Smith y Smith, 2007), esta transición involucró una nueva estructura social y división del trabajo que dependen de la productividad de los ecosistemas y presenta límites a la actividad humana (Herrero, 2013). A partir de estas nuevas estructuras socioespaciales surgieron las ciudades, entre los geógrafos, son consideradas ciudades tradicionales aquellas de función principalmente administrativa, comercial, religiosa o artesanal; y consideradas ciudades modernas cuando se incluyó la industria y la dinámica social que trajo consigo (Bairoch, 1990). En las ciudades modernas se forjó un sistema socioeconómico de la concepción burguesa de que el dinero compra el trabajo y por lo tanto al trabajador (Parker, 2004). Este sistema descansa en una técnica despiadada de expropiación de tierra y de derechos de grupos de personas racializadas, que le permite acrecentar sus ganancias con la explotación de los ciudadanos libres (Fraser y Jaeggi, 2019) Para poder someter a las personas libres, fue necesaria una alianza entre elementos políticos, económicos y sociales para gestionar a las personas por medio de normas de conducta, la obediencia bajo coerción, el control del tiempo y la formación de valores e ideales en donde el dinero es el medio básico de subsistencia (Bauman, 2006). De esta coalición, el poder moderno logra promover nuevos estímulos y códigos culturales regidos por el capital y expandidos por la publicidad que invitan a las personas a la compra constante de múltiples objetos y experiencias como activos del mercado (Barnes y Christopher, 2018). Hoy día el concepto de moda permite desechar no por dejar de ser útiles sino por no servir más a su propósito social, por lo que el valor de los objetos es simbólico y no material. Los impactos sociales y ambientales de este falso materialismo son aterradores (Schor, 1990). La industria cultural se ha aprovechado de una sociedad que responde a tendencias, orientaciones y virtualidades, y ha buscado amalgamar en una masa homogénea, los gustos, preferencias y aspiraciones de las personas a favor del aumento de beneficios y la expansión del mercado (Horkheime y Adorno, 1988). Los medios de comunicación masiva estudian y ponen en práctica distintos mecanismos de mercadotecnia para dar forma al contenido de la imaginación de las personas y de esa forma, determinar su comportamiento y puntos de vista (Krugman en McLuhan y Powers, 1995). La ciudad es el espacio-lugar donde las acciones impulsadas por el interior de las personas o or el poder moderno en el ámbito político, económico y social, se ve reflejado en un proceso continuo en la construcción de lo cotidiano (Lefebvre, 2003). En las ciudades que priorizan el capital, se identifica una sociedad burocrática de consumo controlado (Parker, 2004) dispuesta a sacrificar el bienestar colectivo y personal bajo un modelo socioeconómico de meritocracia, basado en la producción de valor en términos monetarios, que relega y minimiza los trabajos que mantienen la vida (Herrero, 2013). No obstante, en las ciudades es posible percibir la gran diversidad cultural entre sus habitantes y percatarnos de como cada persona vive la experiencia urbana de una manera subjetiva e igualmente valiosa para la conformación del tejido social (Njamanovich, 2001). Reconocer la subjetividad de cada persona y el poder de autotransformación, potencializa la participación activa del espacio que habitamos en el desarrollo de nuestras vidas diarias; y su vez, fomenta imaginarios de cambio y alternativas al sistema scioeconómico y político hegemónico (Touraine, 2006., Berger y Luckman, 2003). La intervención continua en los sistemas de interacción que construimos entre grupos e individuos por parte de los intereses sociopolítico y económicos a favor de la expropiación y explotación, hace fundamental la relevancia y pertinencia de atender la imaginación, el potencial creativo y de autotransformación innato en las personas como parte esencial de la gran trama social que entretejemos día a día (Capra, 1998). Personalmente considero como eje de acción en el fomento de una sociedad crítica y co-creadora, la inclusión de la experiencia artística en el trabajo con y entre comunidades, puesto que el arte crea un lenguaje propio que codifica la experiencia encarnada a través del uso de todos los sentidos perceptivos, de desarrollar tolerancia a la ambigüedad y al estimular la reflexión y la creatividad. Esto da pie a una germinación de conocimientos que surgen desde el interior, vitales en la autotransformación y la co-creación de la realidad urbana (Müller–Using y Bachmann, 2011). REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Bairoch, P. (1990) De Jericó a México. Historia de la urbanización. México: Trillas. Barner, T., Christophers, B. (2018) Economic geography. A critical introduction. UK: Wiley Blackwell Bauman, Z. (2006) Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. España: Siglo XXI. Berger L. y T. Luckman, (2003) Construcción social de la realidad. Argentina. Brenner, N. 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