11 DE OCTUBRE DE 2015 DOMINGO 28 DEL TIEMPO ORDINARIO Textos: Sb 7,7-11; Sal 90(89), 12-13.14-15.16-17; Hb 4,12-13; Mc 10, 17-30 “Cuanto tienes, véndelo y dáselo a los pobres, luego sígueme” (10, 21) 1. INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO Oración: Eterno Padre, en nombre de Jesús Cristo y por la intercesión de María Virgen Inmaculada, envíanos el Espíritu Santo. Ven, Espíritu Santo a nuestro corazón y santifícalo; ven, luz de las mentes e ilumínanos. Espíritu Santo, eterno amor, ven a nosotros con tus ardores, ven, inflama nuestros corazones. Amén. 2. LECTURA ¿Qué dice el texto? A. Proclamación y silencio B. Reconstrucción del texto Si es posible, alguna persona puede relatar el texto de memoria. Para profundizar y entender mejor, se pueden utilizar las siguientes preguntas: - ¿Quién se acercó a Jesús? ¿Qué hizo delante de Jesús? ¿Cómo lo llamó Jesús? ¿Qué le preguntó? - ¿Qué le contestó Jesús? ¿Quién solamente es bueno? ¿Qué mandamientos recuerda Jesús al hombre? - ¿El hombre cumplía los mandamientos? ¿Cómo lo miró Jesús? ¿Qué cosa le faltaba todavía? - ¿Cuál fue la actitud del hombre ante la invitación de Jesús a seguirlo? ¿Por qué actuó de esa forma? - ¿Qué dijo Jesús sobre la entrada de los ricos en el Reino de Dios? ¿Quién podrá salvarse? - ¿Qué le dijo Pedro a Jesús? El que deja todo y sigue a Jesús, ¿qué recibirá en este mundo? ¿Y qué recibirá en el mundo futuro? C. Ubicación del texto Este hecho se realiza en un viaje de Jesús fuera de Galilea, más exactamente en Judea, al otro lado del Jordán y concluye con el tercer anuncio de la Pasión, cuando iban de camino a Jerusalén. En este contexto, Jesús exhorta a sus oyentes sobre el peligro de las riquezas y la necesidad de desprendimiento. D. Algunos elementos para comprender el texto Paralelos del texto Comparar con: Ex 20, 12-16; Dt. 5, 16-20. 24, 14; Za 8, 6-7. Mt. 19, 16-30; Lc. 18, 18-30; Comentar Ideas fundamentales Un hombre viene corriendo hacia Jesús, lo que significa que su pregunta tiene urgencia y la plantea sin rodeos: “¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”, o sea: "¿Qué debo hacer para que mi vida no termine en nada?” Este hombre no lleva nombre; representa a toda la humanidad que se preocupa por saber qué debe hacer para llegar a ser plenamente feliz y para siempre. En primer lugar, Jesús aclara que “sólo Dios es bueno”. Para El, es decisivo descubrir, ante todo, la bondad de Dios. De El viene toda vida y felicidad. En segundo lugar, los mandamientos de Dios son precisamente una manifestación del amor de Dios, quieren encaminar al hombre hacia la plenitud de la vida. Jesús remite al hombre a lo que él ya sabe, porque ello está inscrito, no solamente en tablas de la ley, sino también y, sobre todo, en su corazón: el amor a los demás. Jesús recuerda solamente aquellos mandamientos que se refieren al prójimo. Esto no se trata de esfuerzos sobrehumanos, o de la confesión teórica de la verdadera doctrina, sino de una convivencia realmente humana de todos los días. Lo mismo lo destacan otras escenas en el Evangelio, por ejemplo la del Juicio final: Cristo Rey nos preguntará por el modo en que hemos tratado al hermano necesitado (Mt25, 31-46). Ese hombre es el modelo de un judío piadoso. Desde su adolescencia cumplía con la obligación de guardar la Ley de Dios y, con buena conciencia pudo decir que lo estaba haciendo bien. “Jesús lo miró con amor”. Porque, sin duda, se trata de una persona sincera y de buena voluntad y que, ante todo, busca algo más aún que cumplir meticulosamente los mandamientos. Y Jesús le confirma que, en verdad, existe algo más, y que le falta todavía saber compartir con los demás todo lo que tiene, y hacerse discípulo de El. Jesús ofrece un maravilloso intercambio: renunciar a toda aparente seguridad de este mundo y confiar plenamente en la bondad y providencia de Dios, pero el hombre no logra aceptar este intercambio y se retira entristecido y apenado. Contrasta el entusiasmo con el que el hombre vino corriendo, con la tristeza con que se aleja. Es que el enemigo más común de la alegría cristiana que impide descubrir el gran tesoro del Evangelio, es el apego al dinero y todo el mundo que lo rodea. Como dijo Jesús en otra ocasión, al explicar la parábola del sembrador: “Las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias, penetran en ellos y ahogan la Palabra y esta resulta infructuosa” (4,19). En el fondo, este hombre no era libre. Jesús dijo en otro momento “Nadie puede servir a dos señores". No se puede servir a Dios y al Dinero”. (Mt. 6,24). Los bienes materiales, de por sí, no son malos; lo malo es tener el corazón apegado a ellos. Querer entrar al Reino manteniendo las ataduras a cosas o personas de este mundo, es tan difícil como querer hacer pasar un camello por el ojo de una aguja. Solamente Dios puede transformar el corazón del hombre. El cristiano no tiene odio a las cosas materiales, ni huye del placer como si éste fuera en sí mismo, un mal. Lo malo es aferrarse a las cosas, poner en ellas el corazón, y no compartirlas con los demás. Solamente, aquel que posee algo, puede darlo. El hombre no debe olvidarse nunca que solamente es administrador de los bienes y que debe serlo para el bien de todos. Debe ser el corazón que da, las manos solamente entregan cosas. Quienes se integran de verdad en una Comunidad cristiana, no se deshacen de los bienes quemándolos, sino compartiéndolos, de manera que si dejan uno, ahora tienen cien, porque todos comparten lo de todos. Todo hombre tiene el corazón apegado a algo. Y para aferrarse más a las cosas que a Dios, no necesariamente tiene que tener una cuenta grande en el banco. También puede estar poseído de lo poco que tiene. También se puede tener el corazón atado a las riquezas materiales si se están deseando o ambicionando desmedidamente. Dice Jesús: “Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt. 6,21). Y el corazón debe estar en Dios. 3. MEDITACIÓN ¿Qué me dice el texto? Al integrarnos de verdad en una comunidad cristiana, estamos llamados a deshacernos de los bienes, en el compartir; de manera que si dejamos uno, el Señor nos regala cien y, para este fin, nos ayuda el cumplimiento de los mandamientos. ¿Qué debo hacer para llegar a ser plenamente feliz y para siempre? ¿Los mandamientos de Dios, los siento como una carga pesada, o como una guía que me encamina hacia la plenitud de la vida? ¿Qué entiendo por compartir? ¿Como católico cristiano, veo que estoy apegado a lo material, aunque sean pocos mis recursos, o estoy compartiendo con el pobre? ¿De qué manera? ¿Qué significa para mí, desprendimiento?. ¿Qué es lo que me pide dejar hoy el Señor para seguirlo a El? 4. ORACIÓN ¿Que me hace decir el texto? Leer nuevamente Mc. 10, 19-25 y hacer oraciones espontáneas pidiendo al Señor el don de cumplir los mandamientos como una gracia que me ayuda a ser feliz y no como una carga pesada. También, orar para que el compartir sea una realidad en el grupo y haya más interés por ayudar a los más necesitados. 5. CONTEMPLACIÓN ¿A qué me compromete el texto? Se sugiere que en un momento de silencio, como continuación de la oración, se invite a los participantes a contemplar a Jesús que, en este momento, nos sigue invitando a prepararnos para la vida eterna, viviendo los mandamientos y compartiendo lo poco que poseemos; luego, pensar en el compromiso al cual me lleva la meditación del texto. Ejm. Colaborar con dinero o mercado para los pobres, repasar los mandamientos, entender su contenido y preparar con ellos una buena confesión. CANTO: LOS QUE TIENEN Y NUNCA SE OLVIDAN (M.P.C. No. 246)