Formulación Clínica Conductual: Conceptualización Y Crítica La práctica clínica en psicología representa uno de los mayores retos para el posicionamiento de esta como ciencia en términos de la rigurosidad de los métodos de intervención que aplica y los resultados que produce en aras de la explicación, predicción, control y modificación del comportamiento humano. No obstante, ha imperado a través de la historia una insuficiencia en la construcción de modelos que garanticen una correcta evaluación de las problemáticas biopsicosociales que aquejan a los consultantes y provean de recursos suficientes al psicólogo para diseñar un plan de tratamiento efectivo conforme a los objetivos planteados en la relación terapéutica (Gonzáles, 2008). Dicha falta de interés manifiesta por la mayoría de las corrientes en psicología, se debe en parte al desarrollo de tecnologías para el tratamiento de diversos trastornos de comportamiento, así como al énfasis en métodos de intervención con enfoque en procesos psicológicos únicos de naturaleza biológica, cognitiva, emocional o conductual. Aunado a ello, la atribución del éxito de la formulación clínica al grado de experiencia del terapeuta, a su intuición o a lo que se ha denominado el “ojo clínico”, sin sustento metodológico y sistemático de los pasos a llevar a cabo, se presenta como otro error exponencial en el diseño de nuevos modelos de formulación clínica (Bernardi, 2014). Pese al contexto descrito anteriormente, donde la formulación clínica ha sido desprovista de la relevancia que posee, el conductismo ha sido la corriente que mayor atención ha prestado a este asunto, creando la mayoría de los modelos apegados al modelo científico existentes en la literatura. En consecuencia, surge el interrogante sobre ¿qué aspectos generales propone el enfoque conductista para la formulación de relaciones de causalidad que dan lugar a determinados problemas de índole psicológica y el tipo de tratamiento a emplear en un paciente determinado? Para responder a este interrogante, en primer lugar, puede definirse la formulación clínica como un modelo de relaciones causales, una compilación de información que se considera asociada con los motivos por los que un paciente decide buscar ayuda profesional y que brinda las bases para diseñar un programa de intervención dirigido a mejorar la calidad de vida de la persona. Esta labor se asemeja a aquella que desempeña un científico para ordenar un conjunto de observaciones de fenómenos naturales que se presentan en disposición caótica, para poder identificar las variables que los mantienen y lograr el control sobre el medio en que ocurren. En síntesis, la formulación de caso clínico en psicología como un compendio de hipótesis acerca de las causas, precipitantes e influencias mantenedoras de los problemas psicológicos, interpersonales y conductuales de una persona, indispensable para la planificación del tratamiento y la negociación de las intervenciones (Caballo, 1998). El establecimiento de un modelo molar que explique las relaciones causales permite, además, aplicarlo a diversos campos, que van desde el esquema tradicional de terapia del comportamiento, pasando por la intervención conductual en el ámbito organizacional, hasta el abordaje de problemas sociales a nivel comunitario, como los trabajos de prevención en salud y el cambio comportamental en masa (Haynes et al., 2014). La formulación clínica somete a comprobación rigurosa una teoría del comportamiento, ya que intenta resolver la pregunta de ¿cuáles son las variables que determinan la conducta?, remontándose al quid de la ciencia de la conducta. En segundo lugar, dentro las características distintivas de la formulación conductual clínica se encuentra el desarrollo de una metodología sistemática que permite formular hipótesis verificables sobre relaciones funcionales entre acontecimientos observados, haciendo posibles formas de modificación de los fenómenos psicológicos de interés del profesional o motivos de consulta. La formulación de hipótesis está basada en los datos recogidos a partir de la evaluación conductual y se basa en un cuerpo de conocimientos adquirido a través de la investigación empírica, básica o aplicada, en diversas disciplinas científicas que arrojan luz sobre los fenómenos conductuales en distintos niveles de molecularidad/molaridad, tanto en términos de su dimensión temporal, como en la organización estructural del comportamiento en torno a diversos niveles de explicación (Caballo, 1998). Como un tercer aspecto relevante en la formulación clínica conductual, resulta imprescindible destacar que los modelos moleculares de formulación basados en el análisis funcional de la triple relación de contingencia han mostrado utilidad en la explicación de conductas discretas; pero son insuficientes para explicar relaciones entre niveles generales de organización (Kaholokula et al., 2013). Por otra parte, aunque los modelos de formulación que hacen énfasis en sistemas aislados, como el sistema cognitivo o de transformación de la información o los sistemas motivacionales, han mostrado en explicar fenómenos conductuales mediados por los procesos correspondientes, no son exhaustivos para explicar fenómenos dependientes de otros sistemas de organización (Caballo, 1998). Por ende, se puede establecer que, aunque la formulación clínica basada en el análisis funcional cumple con las dos condiciones básicas relativas a la metodología de validación de hipótesis y está basado en un cuerpo de conocimientos validado, requiere de un contexto teórico en el que se puedan enmarcar resultados de la investigación de diversos sistemas de organización conductual (Kaholokula, et al., 2013). Se ha hecho énfasis en causas inmediatas, pero no se ha abordado la forma en la que la covariación de eventos psicológicos puede producir interrelaciones que por causalidad generan la aparición del fenómeno de estudio (Caballo, 1998). Finalmente, como una alternativa ante la necesidad de un modelo explicativo del comportamiento que incluya relaciones proximales y distales que no contempla el análisis funcional de la conducta, se presenta el diseño de una formulación basada en procesos la cual permite identificar relaciones que tienden a covariar e interactuar. Dentro de esta perspectiva, la labor clínica consiste en identificar los procesos básicos que no son reductibles a otros; identificar las leyes que conforman dichos procesos; y, finalmente, en describir los tipos de interacción entre tales procesos elementales que permiten establecer redes causales y que llevan a procesos de segundo orden para explicar e intervenir sobre la probabilidad de ocurrencia de las conductas problema (Rodríguez y Vanegas, 2010). Este modelo contempla una dimensión temporal que constituye los factores de predisposición biológica y de desarrollo del individuo, y que interactúa con las características del contexto en el cual dicho desarrollo tiene lugar a partir de la interacción del individuo con su medio. Una dimensión de organización conductual que representa una jerarquía, desde una respuesta discreta específica hasta los procesos genéricos de tipo biológico, de aprendizaje y motivacional y, por último, una dimensión contextual ambiental, que se refiere a los recursos que se encuentran en el ambiente dentro del que se desarrolla el individuo. Referencias Bernardi R. (2014). La formulación Clínica del Caso: su valor para la práctica clínica. Revista de psiquiatría del Uruguay. Vol. 2, pp. 157-172. Caballo, V. (1998). Manual para el tratamiento cognitivo conductual de los trastornos psicológicos. México: Siglo Veintiuno Editores. Gonzales, L. (2008). Formulaciones clínicas en psicoterapia. Terapia psicológica, vol. 27, pp. 93-102. Haynes, S., Godoy, A. y Gavino A. (2014). Como elegir el mejor tratamiento psicológico. Formulación de casos clínicos en terapia de comportamiento. Ediciones Pirámide. Kaholokula, J., Godoy, A., Haynes, S. y Gavino, A. (2013). Análisis funcional en evaluación conductual y formulación de casos clínicos. Clínica y Salud, 24(2), 117-127. Rodríguez, M., y Vanegas, F. (2010). Validación de Constructo de la Formulación Clínica por Procesos Básicos. Psychologia, 4(1), 25-38.