1. El cuerpo como frontera: La política de la identidad y seguridad nacionales como respuesta estatal a la migración Estamos en una época en la cual se acentúa la ficción de una movilidad geográfica adaptada a mercados de trabajo flexibles y a una constante construcción del sí mismo. En este nuevo escenario global, los desplazamientos de personas se multiplican y se han vuelto la realidad de millones, instaurando al mismo tiempo estereotipos provenientes de imaginarios sociales de distintas épocas que son invocados para justificar políticas migratorias restrictivas y políticas fronterizas de corte seguritario, que colocan una sospecha permanente en el cuerpo de la persona inmigrante. La frontera en la sociedad contemporánea puede ser entendida como la paradójica línea (imaginaria y definida) que separa a los territorios y a sus habitantes, una vez que son reclamados por los Estados soberanos. Marca aspectos reconocibles, muchas veces atados a una nacionalidad; implica determinadas exigencias administrativas para el reconocimiento de derechos; y, es un objeto jurídico que distingue distintos poderes. También es la construcción cultural e ideológica que proviene políticamente de victorias o derrotas político-militares, de divisiones, tratados e incluso de ventas consumadas en violentos procesos de dominación1. Estas características convierten a las fronteras en un instrumento de dominación que evoluciona según el estado de las relaciones de fuerza que mueven a los Estados y a los gobiernos. Por ello es que son realidades tangibles, edificadas entre muros electrificados y dispositivos de guerra que tienen como propósito fortalecer la idea de una identidad nacional a partir de la marginación de quien se considera como indeseable para esta, es decir, de apartar de la nación a quien no cumpla con los requisitos y condiciones que estas imponen para la integración. Se trata de un Otro que da paso a la dialéctica del cercano/lejano que Georg Simmel2, desplegará desde la figura del extranjero. Tijoux, M.E. “La frontera en el cuerpo: diferencia y extranjeridad del inmigrante peruano(a) en Chile”. Universidad de Porto, Portugal. 2 Simmel, et al. El extranjero. Sociología del extraño. Madrid, Sequitur, 2012 1 Al momento de cruzar una frontera e ingresar al espacio de soberanía de un estado nacional como el chileno, se inicia un proceso que va construyendo a un sujeto particular -un sujeto migrante- que se asocia directamente al peligro contra la identidad nacional y contra los nacionales. Dicho proceso implica un conjunto de elementos que hacen posible una condición migratoria atada a la economía, que mueve los hilos de la ganancia y que produce miseria en las personas que carecen de recursos hasta empujarlas a emigrar y a soportar la vida. Los conflictos políticos, las guerras o los desastres naturales cuando no son administrados por los estados en términos de igualdad, empobrecen a muchos(as) y devienen en causales de expulsión. Por otro lado, las políticas y leyes migratorias, los marcos institucionales de acogida e integración al igual que el sistema de garantías de derechos considerados fundamentales, cuando no se conciben desde un marco de igualdad y no discriminación, pueden terminar por fundar ideologías racistas que naturalizan la precarización de la vida de la persona migrante en el país de llegada. 2. Construcción del sujeto migrante en Chile Las ideologías racistas posibilitan la construcción de puntos de vista según el país de origen de una persona, para determinar que la valoración que se tiene respecto a ella depende de la nacionalidad, es decir, si proviene de Alemania no será valorada del mismo modo que si llega de Argentina, de Perú o de Chile. Por ello también es que existen visas que promueven la inmigración de profesionales del llamado “primer mundo”, mientras que se ponen restricciones a las visas de países considerados como “subdesarrollados” según el orden mundial marcado por el capitalismo y el colonialismo. En el caso de Chile, la marca de la inmigración considerada como indeseable está atada a siete países de América Latina y el Caribe: Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, República Dominicana, Haití y Venezuela, y que se expresa en los distintos mecanismos estatales e institucionales que construyen condiciones sociales de existencia específicas para las personas de estas siete nacionalidades, que luego son observables en las interacciones de la vida cotidiana. De dicha condición se despliegan situaciones que tienen distintas expresiones y dimensiones, siendo particularmente relevantes las del acceso a derechos fundamentales como la identidad, la libertad de movimiento, la participación política y derechos sociales como salud y educación. Durante el tiempo de pandemia, los derechos a la alimentación y a la vivienda han tomado particular relevancia. Al mismo tiempo, se deben estudiar la generación de estereotipos racistas que permiten justificar las restricciones de derechos y la segregación de las personas migrantes al interior de la sociedad chilena, incluyendo sensaciones y sentimientos de rechazo, odio y temor hacia la migración marcada por el estigma de lo distante. La condición migratoria se produce previamente al encuentro entre las personas migrantes, las instituciones y sociedad chilena, aunque requiere de la llegada y presencia del migrante para poder ser actualizada. Esta es la frontera puesta en el cuerpo. Esta actualización implica por ejemplo que los nacionales podrán ser más o menos racistas según las comparaciones que hagan entre las comunidades que ingresan al país, pero también considerando su color, rasgos, condición económica, sexo u otras categorías que los ubican -siempre- por debajo de los nacionales. En esta construcción de un sujeto migrante vale señalar que los inmigrantes son parte de la excepción construida por la política racializada que entiende a la “raza” como un sistema de diferenciaciones hechas en nombre de este concepto entendido en su acepción moderna, pero teniendo claro que el racismo produce tanto a la “raza” como a los procesos discriminatorios que atrapan a las personas migrantes en el país de llegada. Luego, en este proceso de construcción que genera un sujeto a partir de categorías provenientes de estereotipos que avalan una falsa idea sobre quien es realmente la persona que inmigró al país, se puede observar que, de cierto modo, quedan atrapados no solamente en el concepto que los señala al llamarlos “migrantes”, sino además en una posición que los clasifica diferencialmente de los chilenos. 3. El cuerpo migrante Desde una dimensión sociológica, el cuerpo es el lugar que posibilita las relaciones con los individuos y los grupos, en él se arraiga el sentimiento de identidad que será siempre provisoria. Con el cuerpo se entra al espacio de la vida, con él vivimos, trabajamos y con ese fin lo alimentamos y educamos, para modelarlo en el marco de las medidas y del peso que lo construya como un cuerpo conveniente, según el modo en que se le encarne el origen, la clase social y la sociedad donde se desempeña. Al cuerpo lo hacemos hablar desde sus gestos, su forma, sus marcas o sus movimientos. Asimismo, los usos que le damos pueden determinar la distribución de sus propiedades hasta forjarlo como “la objetivación más irrebatible del gusto de clase”3. El cuerpo también agencia la mediación con el mundo y se presenta en la vida conteniendo a un individuo que actúa buscando el cara-a-cara con el otro. En sus apariencias y en sus usos, el cuerpo es lugar privilegiado de la aprehensión del Otro, pero puede ser un objeto que apela a la separación interior y que provoca angustia cuando refiere al cuerpo de un ‘otro’ rechazado, que marca el límite con el ‘nosotros’. En el espacio social chileno, la separación entre el inmigrante y el chileno/a, muestra que lo no-común que impone el punto de separación es el cuerpo, por haber sido visto y sentido como ‘distinto’. El cuerpo inmigrante ha sido construido históricamente, por oposición al cuerpo chileno, como un cuerpo ‘extraño’ que se reconoce porque se ha alojado problemáticamente en el cuerpo de la nación chilena. Pero también puede rechazarse aún sin conocer su historia, pues su otredad ha traspasado los límites de lo que se conoce sobre alguien al que se desprecia o se odia. Se trata de un cuerpo condenado, ausente de su territorio, configurado en la negación. Una marca de pesadez cuya forma colocada en el espacio imposibilita su desaparición pues siempre está en alguna parte. El cuerpo migrante, el cuerpo de este sujeto sujetado a una condición migratoria que lo señala, lo posiciona, lo caracteriza y lo juzga, es entonces la frontera desde donde lo chileno se construye. 3 Bourdieu. P. (1979) Le sens pratique. Paris, Minuit, p. 210. DOCENTE LECCIÓN 3.2 María Emilia Tijoux y Constanza Ambiado Para citar este material educativo: Ambiado, Constanza y Tijoux, María Emilia (2020) “El cuerpo como frontera: La política de la identidad y seguridad nacionales como respuesta estatal a la migración”, material del curso “Migraciones contemporáneas y construcción del sujeto migrante en Chile”, impartido en UAbierta, Universidad de Chile. Imágenes de referencia: canva.com