STABAT MATER VI Meditaciones de las estrofas. Por el P. Ángel Ayala, S.J. 18. Flamis ne urar succensus - per te, Virgo, sim defensas - in die iudicii. Por que me inflame y me encienda - Y contigo me defienda - En el día del juicio. No hay más salvación que la cruz, la cruz de los mandamientos, la cruz del vencimiento de las pasiones, la cruz de la mortificación voluntaria e involuntaria. La prosperidad nos aparte de Dios y la cruz nos acerca a Él. Por eso dijo Cristo: «jAy de los ricos, ay de los que ríen, ay de los hartos!» La cruz es dolorosa, pero es una gracia de Dios: como la medicina es amarga, pero saludable. La cruz buscada y procurada es dificultosa: la cruz enviada por Cristo santifica con más facilidad. Quien quiera santificarse pronto, que pida a Dios saber llevar una cruz grande. Una cruz grande santifica una vida. La cruz grande no es la muerte por el martirio: es la cruz ordinaria de la vida, la de todo los días de la vida. La cruz grande no es precisamente la de los enemigos, sino la de los propios, la de los que nos rodean, la de los hijos para los padres, la de los hermanos para los hermanos, la de los esposos entre sí, la de los religiosos entre sí. Esa cruz, bien llevada, es la que nos ha de defender en el día del juicio. Esa cruz de cosas menudas y diarias es la que hizo de San Juan Berchmans un gran santo. 19. Christe, cum sit hinc exire, - da per Matrem me venire - ad palmam victoriae. Haz que me ampare la muerte - De Cristo cuando en tan fuerte - Trance vida y alma estén. Para que la muerte de Cristo ampare mi muerte, es preciso que la vida de Cristo ampare mi vida. Si vivo con Cristo, moriré con Cristo. Lo que no se puede es vivir sin Cristo y morir en Cristo. Vivir como gentiles y morir como cristianos, vivir como pecadores y morir como santos. La muerte es el eco de la vida; si la vida es mala, la muerte es mala; si la vida es tibia, la muerte será dudosa; si la vida es santa, la muerte será santa. Pues para que la muerte sea santa, llevemos bien la cruz de la vida. Lloremos ahora nuestros pecados, hagamos penitencia de ellos, seamos humildes, devotos y sacrificados. Lloremos con María al pie de la cruz y meditemos en la Pasión. Seamos devotos de la Virgen, recémosle todos los días, repitamos muchas veces aquellas hermosas palabras: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Ahora y en aquella hora en que tal vez no tenga tiempo de rogarte, si muero repentinamente. Ahora y en aquella hora en que tal vez no me daré cuenta de mi muerte. Ahora y en aquella hora en que el demonio tal vez me tiente con el recuerdo de mis pecados. 20. Quando corpus morietur, - fac ut animae donetur - paradisi gloria. Amén. Por que cuando quede en calma - El cuerpo, vaya mi alma - A su eterna gloria. Amén. Para que, muerto el cuerpo, vaya mi alma a gozar en el cielo por eternidad de eternidades. Es decir, a recibir la corona de los sufrimientos padecidos aquí por amor de Jesucristo. Aquella corona en cuya comparación las penas y tribulaciones de esta vida serán como si no hubieran sido; porque pasaron como un relámpago y porque los goces de la gloria serán eternos e inefables. ¡Oh Virgen María cuándo será el día en que los que queremos ser tus hijos y devotos gocemos la inmensa dicha de verte en el cielo, cercada de que rubines y serafines, como Reina de Misericordia, llena de claridad y hermosura, de cuya gloria se maravillan los ángeles y de cuya grandeza se glorían los hombres! Tú, que eres la Puerta del cielo y la Reina del cielo, y la Gloria del cielo, y la Madre y Señora del Señor de los cielos, no permitas que por los falsos bienes de este mundo perdamos la gracia y con ella el derecho a la gloria y la felicidad inefable de verte en compañía de los santos, reinando con tu Hijo, el Eterno Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.