EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-18261 Juan Luis Ossa Santa Cruz El revolucionario sólo puede considerar su revolución como progreso en la medida en que es también un historiador que re-crea auténticamente en su propio pensamiento histórico la vida que a pesar de ello rechaza. R.G. Collingwood2 1 El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso no sólo el cese del conflicto armado entre los países beligerantes, sino también el advenimiento de un profundo período de reflexión por parte de los historiadores interesados en la evolución de los ejércitos nacionales y transnacionales. Este ejercicio de reflexión historiográfica fue seguido por variadas escuelas y academias, aunque fue sin duda en Europa y Norteamérica donde se concentró la mayor cantidad de perspectivas originales sobre el fenómeno de la guerra3. Por supuesto, que este tipo de historiografía se redefiniera preferentemente en dichas regiones no fue óbice para que, en las últimas décadas, la inclinación a estudiar la conformación y el papel de los ejércitos se volcara hacia otras zonas geográficas. El caso latinoamericano, por ejemplo, ha sido fuente de inspiración para diversos intelectuales internacionales, sobre todo para aquellos abocados a analizar los efectos político-militares derivados de la decadencia imperial y la posterior revolución4. Este artículo analiza, de forma abreviada, algunos aspectos clave de mi tesis doctoral. Agradezco el constante apoyo de Alan Knight y los valiosos comentarios y sugerencias de Iván Jaksic y Álvaro Góngora. 2 Robin G. Collingwood, Idea de la Historia, p. 312. 3 Dentro del amplio espectro de historiadores que han analizado el fenómeno de la guerra desde 1950 en adelante, tendemos a pensar que John Keegan es quien más ha renovado este campo de estudio. Véase, por ejemplo, su Historia de la Guerra. 4 Tres estudios historiográficos recientes sobre la revolución hispanoamericana son: John Lynch, “Spanish American Independence in recent historiography”; Alfredo Ávila, 1 333 Las revoluciones definitivo.indd 333 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES Uno de los puntos de partida de esta renovación historiográfica dice relación con el trabajo pionero del norteamericano Lyle McAlister sobre la institución del Fuero Militar en Nueva España5. Aunque su estudio se concentra en el funcionamiento de los fueros en la segunda mitad del siglo XVIII –en especial luego de la reconstrucción de las milicias novohispanas como consecuencia de la desastrosa experiencia militar sufrida en la Guerra de los Siete Años, cuando La Habana pasó a manos inglesas–, McAlister concluye en su análisis que los abusos cometidos por los habitantes locales, al hacer uso de este privilegio, crearon una poderosa clase militar que, más temprano que tarde, terminaría desvinculándose del gobierno español. El Plan de Iguala y la responsabilidad de Agustín de Iturbide en su preparación serían, según él, el resultado de un largo proceso de militarización de la política mexicana y que habría sido auspiciado por la utilización indiscriminada de los fueros por parte de los oficiales autonomistas de comienzos del siglo XIX, y que en 1821 devinieron en independentistas. McAlister, en otras palabras, asigna una responsabilidad hasta entonces poco reconocida al papel paradójico jugado por los Borbones en el colapso del Antiguo Régimen en México, en el sentido de que fueron los propios monarcas españoles quienes apoyaron la entrega de privilegios –como los fueros– a sus colonos americanos a cambio de su ayuda defensiva. McAlister acompañó sus argumentos con una serie de casos empíricos que, en efecto, hablan de ciertos abusos cometidos por los militares novohispanos. Sin embargo, la pregunta que surge al leer su trabajo es si acaso es posible conectar la caída del régimen español en 1821 con la supuesta militarización experimentada por los criollos mexicanos a partir de las últimas décadas del siglo XVIII, Iturbide incluido. Con el fin de contestar esta y otras interrogantes sobre la conformación del ejército en Nueva España, uno de los más destacados estudiantes de McAlister, Christon Archer, se empeñó en comprobar, bastante satisfactoriamente, que en la práctica dicha militarización no habría existido y que, por el contrario, tres de las características más sobresalientes de la composición militar en México fueron la falta de preparación táctica, la extrema insubordinación y la constante deserción de los cuerpos reclutados6. Un Esta- “Las revoluciones hispanoamericanas vistas desde el siglo XXI”; Gabriel Paquette, “The dissolution of the Spanish Atlantic Monarchy”. 5 Lyle McAlister, The ‘Fuero Militar’ in New Spain, 1764-1800. También véase su “The Reorganization of the Army of New Spain, 1763-1766”. 6 Christon Archer, El Ejército en el México Borbónico. También véase su “The role of the military in Colonial Latin America”. 334 Las revoluciones definitivo.indd 334 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 do medianamente militarizado, como el que sin duda los Borbones buscaron implementar en Nueva España y otras zonas de Hispanoamérica, debía contar con una fuerza disciplinada –tanto miliciana como regular–, lo que, siguiendo el detallado recuento de Archer, estuvo lejos de ocurrir en México colonial. Incluso la preparación y disciplina de los contingentes militares de un puerto tan relevante para el comercio transatlántico como Veracruz distaban de asemejarse a los de la península. Este contraste entre teoría y práctica se repitió en otras regiones del continente americano. Así queda de manifiesto en un artículo de Allan Kuethe de 1981, en el cual este historiador norteamericano llega a la conclusión de que, a diferencia del ejército español en Cuba, gran parte de los cuerpos armados hispanoamericanos no estaba preparado para mantener el orden interno y aun menos para detener una invasión extranjera. En un rico recuento historiográfico, Kuethe postula que la acertada y bien planificada participación de este ejército colonial en la guerra de la independencia en las Trece Colonias fue un caso extraordinario, debido más a los ingentes recursos que la elite económica local inyectó en las milicias cubanas que a una sólida política reformista proveniente de la metrópoli. “Christon Archer”, dice Kuethe, “pintó un [árido] bosquejo del ejército mexicano. Entre las muchas imágenes coloridas de su trabajo, quizás las más memorables sean las que hacen mención a tropas consumidas por la fiebre en Veracruz y muriendo en manadas, mientras que los comerciantes locales se benefician a sus expensas. […] Leon Campbell reveló que las milicias disciplinadas de las tierras altas del Perú probaron ser tan ineptas al enfrentar a Túpac Amaru que las autoridades las disolvieron disgustadas. Mi propio trabajo [el de Kuethe] sobre Nueva Granada mostró que mientras el ejército reformado registró mejoras en términos de defensa externa y anotó cierto éxito conteniendo a los Comuneros, falló miserablemente en las fronteras y, a la larga, probablemente debilitó más que reforzó la habilidad de España de combatir las disidencias internas”7. A pesar de que el interés de los historiadores arriba nombrados se ha concentrado en el eje geográfico Nueva España-Lima-Nueva Granada y Allan Kuethe, “The development of the Cuban military as a socio-political elite, 1763-1783”, p. 695. Los libros a los que Kuethe hace alusión son: Christon Archer, El ejército…; Leon Campbell. The military and society in colonial Peru, 1750-1810; y Allan Kuethe, Military reform and society in New Granada, 1773-1808. 7 335 Las revoluciones definitivo.indd 335 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES que, de hecho, el resultado del reformismo militar en las periferias no ha recibido la misma atención que en los centros administrativos, es posible afirmar que el caso chileno se asemeja bastante al cuadro sombrío presentado por Archer, Campbell y Kuethe. En una investigación preliminar sobre el tema, pudimos constatar la frecuencia de los juicios por deserción en el Chile de fines del siglo XVIII, como también los intentos infructuosos de gobernadores como Agustín de Jáuregui, Ambrosio Benavides y Ambrosio O’Higgins para hacer de las milicias locales y del ejército regular cuerpos medianamente capacitados para frenar las amenazas internas y externas. Las dificultades enfrentadas por estos gobernadores en la frontera indígena del sur son prueba fidedigna de la debilidad de un Estado que pretendía cubrir un territorio sin tener las fuerzas necesarias para hacerlo. Del mismo modo, la impotencia de los gobernadores es fácilmente reconocible en los diversos planes defensivos preparados con el fin de neutralizar los ataques ingleses a las costas chilenas. En ellos, se aprecia la escasez de armas en el reino, al tiempo que se vislumbra la confusión de una población atemorizada y sin suficiente experiencia para llevar adelante una acertada estrategia militar8. Dentro de este panorama de desmilitarización y pobreza hay, sin embargo, un elemento que matiza los aspectos negativos del ejército chileno. La crisis económica en la que se vio inmerso el imperio español como consecuencia de su participación en las guerras dieciochescas produjo una completa redefinición del llamado pacto colonial. En efecto, debido a la incapacidad de Madrid de continuar enviando contingentes del “Ejército de Refuerzo” a las colonias americanas, la metrópoli aceptó implícitamente que los criollos ocuparan muchos de los puestos más relevantes del ejército regular y de las milicias. Así, para la década de 1780 el “Ejército de América” descansaba casi en su totalidad en manos criollas9. Por supuesto, esta situación se dio con mayor fuerza en los territorios marginales: tanto las distancias geográficas como el relativo estatus secundario de colonias como la chilena, ponían cortapisas a los pocos y costosos incentivos que la corona aún tenía por despachar nuevos refuerzos. De ahí que la reestructuración del ejército colonial chileno en las décadas 1770 y 1780 haya obedecido ante todo a las necesidades militares locales, y que las autoridades disfrutaran de una relativa auto8 El primer capítulo de mi tesis doctoral, llamado “The reconstruction of the Ejército de América and the consolidation of a creole army in Chile, 1762-1808”, hace referencia a estos temas. 9 Véase Juan Marchena, Oficiales y soldados en el Ejército de América y Ejército y milicias en el mundo colonial americano. 336 Las revoluciones definitivo.indd 336 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 nomía para formar nuevos cuerpos regulares y milicianos. Es más, la autonomía administrativa del ejército colonial chileno fue fomentada por los últimos monarcas Borbones, quienes, al enfrentarse ante la disyuntiva de defender el imperio español pero sin contar con suficientes ingresos fiscales que les permitieran mantener el control militar desde la metrópoli, aceptaron que sus súbditos americanos participaran de la toma de decisiones y del juego imperial. Lo anterior no sólo se dio en el ejército sino también en otros escenarios administrativos de fines del siglo XVIII, como fueron las Intendencias, el Consulado, el Cabildo y la Iglesia10. ¿Debe el ejercicio autónomo del poder por parte de las elites criollas llevarnos a pensar que la crisis de la corona española era inevitable? ¿Puede decirse que la caída de la monarquía fue el resultado de un largo e inexorable proceso, comenzado en los intentos infructuosos de Carlos III por “reconquistar” el territorio colonial y concluido de forma teleológica en la creación de las primeras juntas americanas en 1810? Es efectivo que, a diferencia de lo que postulan historiadores como David Brading y John Lynch, los Borbones fracasaron en su intento por retomar el control de la administración colonial; el hecho de que las áreas administrativas principales de la colonia chilena estuvieran en manos criollas comprueba la debilidad de una metrópoli que sólo podía ejercer el poder a distancia11. Pero la misma anuencia de los Borbones de que la práctica del poder estuviera liderada por criollos explica por qué la junta de Santiago de 1810 no fue un cuerpo pensado para cortar los vínculos con la metrópoli. En 1810, los chilenos no necesitaban ni deseaban declarar su independencia, ya que su papel en el juego imperial era suficientemente protagónico para aspirar a mantenerse como parte sustancial de la monarquía española. Pocos, muy pocos en realidad, estaban dispuestos en 1810 a sumergirse en una empresa emancipadora de resultado incierto; a lo más, radicales como Juan Martínez de Rozas buscaban reformar el sistema desde y para el imperio. ¿Obedeció por ello la instalación de la junta de 1810 a una transacción inminentemente conservadora entre las elites? A continuación, y con el fin de enfatizar la importancia de volver a estudiar el papel político de los militares durante este proceso, proponemos la hipótesis de que el espíritu autonomista más que independentista 10 Cfr. Alfredo Jocelyn-Holt, La Independencia de Chile. Tradición, modernización y mito, p. 76. En mi artículo “La criollización de un Ejército periférico. Chile, 1768-1810”, pp. 91-128, se comprueba empíricamente la alta presencia de criollos en el ejército colonial chileno a fines del siglo XVIII. 11 El término “reconquista” fue empleado para el caso novohispano por David Brading, Miners and Merchants in Bourbon Mexico, 1763-1810, y extendido para el resto del continente por John Lynch, Las Revoluciones Hispanoamericanas. 1808-1826. 337 Las revoluciones definitivo.indd 337 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES de los chilenos no le resta características revolucionarias al proceso comenzado en 181012. Veremos que, en el periodo 1810-1814, se podía ser revolucionario (y autonomista) sin ser necesariamente independentista13. 2 La invasión napoleónica a la península ibérica reconfiguró por completo el mapa político y militar del imperio español. Conocidas son las reacciones patrióticas que el ataque de Napoleón suscitó tanto en España como en Hispanoamérica; conocido es también el debate político que se generó a partir de la creación de las primeras Juntas españolas, especialmente en relación con el papel que las posesiones ultramarinas debían jugar en este nuevo escenario de acefalía política14. Menos estudiadas han sido, no obstante, las reformas militares implementadas en los reinos americanos como consecuencia de la estratagema del emperador francés. Una vez arribadas a Chile las noticias de la invasión napoleónica, tanto el Cabildo de Santiago como el gobernador se concentraron en definir un plan de acción en caso de que las fuerzas francesas se decidieran a emprender un ataque a las costas sudamericanas. Considerando las preocupaciones europeas de Napoleón, las aprensiones criollas eran más producto de la incertidumbre que de la realidad, aunque bien podían pensar algunos que el ejército local no contaba con la preparación suficiente ni con los elementos indispensables para defender el territorio. En un plan defensivo presentado por Judas Tadeo Reyes en septiembre de 1806, se había concluido que el reino poseía sólo cinco cañones, dos 12 Como bien señala Jaime E. Rodríguez O. La Independencia de la América española, p. 15, en 1808 los hispanoamericanos demandaron “igualdad más que independencia. Buscaron la autonomía y no la separación de España. Esta distinción resulta fundamental, porque cuando los documentos utilizan la palabra independencia, por lo general quieren decir autonomía”. 13 Como bien dice Patricia Marks, los historiadores han tendido con demasiada frecuencia a definir un acontecimiento como revolucionario siguiendo únicamente el modelo popular y sanguinario de la revolución francesa. Esta visión es una transportación conceptual que no dice relación con realidades locales y, por ello, debe ser considerada con cierto escepticismo. Véase Marks, Deconstructing legitimacy. Viceroys, merchants and the military in late colonial Peru, p. 1. Para una crítica de aquellos historiadores que rechazan las características revolucionarias de las revoluciones hispanoamericanas porque supuestamente no alcanzaron el radicalismo de las europeas, como la francesa, véase FrançoisXavier Guerra, “De lo uno a lo múltiple: dimensiones y lógicas de la Independencia”, p. 48. 14 Véase Raymond Carr, Spain 1808-1939, pp. 81-92; y François Xavier Guerra, Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las Revoluciones hispánicas. 338 Las revoluciones definitivo.indd 338 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 mil quinientos fusiles, el mismo número de lanzas y unos pocos pares de pistolas, cuestión que hacía inferir a Reyes “que haciendo el último esfuerzo, cuando más podríamos juntar menos de dos mil hombres de fusil, municionados y otros tantos de lanza de caballo”15. Tres años después, la situación no había mejorado mayormente. Lo que parecía estar cambiando era la posición de los criollos respecto a cómo enfrentar la crisis imperial: por primera vez, vecinos como Juan Martínez de Rozas y José Antonio de Rojas comenzaban a pensar que la ayuda económica enviada a España debía ir acompañada de una defensa explícita de los intereses criollos16. La correspondencia entre Rozas y Rojas da cuenta del origen de un dilema que coparía la agenda local hasta principios de 1814, a saber, en qué cuerpo o figura debían descansar la legitimidad política y la soberanía administrativa del reino. La seguidilla de conflictos entre el gobernador Francisco Antonio García Carrasco y los vecinos representados en el Cabildo de Santiago durante 1810 tuvo por objeto dar respuesta a dicha disyuntiva, la cual por supuesto no podía estar desvinculada de temas tan relevantes como los defensivos17. La mayoría de las decisiones tomadas durante ese año por el Cabildo consideraban de una u otra forma los aspectos militares. Así, por ejemplo, tenemos que en julio de 1810 los miembros del Cabildo de la capital amenazaron con armar a sus inquilinos en caso de que García Carrasco continuara con su postura confrontacional. A pesar de que el gobernador fue tomado prisionero sin necesidad de que los hacendados llegaran hasta ese punto, la formulación de la amenaza hablaba por sí sola y los militares eran conscientes de ello18. De otro modo, no se explica el repentino protagonismo alcanzado por los oficiales regulares y milicianos entre los meses de julio y septiembre de 1810; protagonismo que, en todo caso, se dio en un plano político más que netamente militar, como quedó de manifiesto en septiembre de 1810, cuando, en su calidad de garantes de la seguridad interna del reino, la mayor parte de los oficiales apoyó la resolución política que implicó la conformación de una junta de gobierno. Judas Tadeo Reyes, “Explanación del Plan de Defensa redactado por Judas Tadeo de Reyes, hecha por el presidente Muñoz de Guzmán”, p. 26. 16 Juan Martínez de Rozas, “Carta de Don Juan Martínez de Rozas, 3 de septiembre de 1809”, p. 29. Para un análisis de la correspondencia entre Rozas y Rojas, véase Sergio Villalobos, Tradición y Reforma en 1810, p. 179. 17 Véase Sol Serrano y Juan Luis Ossa, “1810 en Chile: autonomía, soberanía popular y territorio”, pp. 95-117. 18 Véase Néstor Meza Villalobos, La actividad política del Reino de Chile entre 1806 y 1810, p. 121. 15 339 Las revoluciones definitivo.indd 339 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES No obstante, que los hombres de armas hayan actuado política más que militarmente, no significa que su papel haya sido ensombrecido por los civiles. Ambos grupos reaccionaron a los eventos de 1810 de una forma similar: salvo quizás un reducido número de políticos y militares, los vecinos de Santiago que concurrieron a la plaza del Consulado de Santiago ese martes 18 de septiembre, lo hicieron para enfatizar la idea de que era posible administrar de forma autónoma –no todavía independiente– el territorio chileno hasta que Fernando VII regresara de su cautiverio. Es importante señalar, sin embargo, que la declaración de principios más bien moderada de los juntistas de 1810 no resta elementos revolucionarios a la creación de la junta. Efectivamente, el hecho de proscribir unilateralmente un régimen que hasta entonces descansaba en la figura del Capitán General por uno que, por lo menos en apariencia, representaba a los “pueblos” trajo como consecuencia un cambio revolucionario en la convivencia política local19. Lo anterior se confirmó cuando el Acta de la junta prometió, también, la reunión de las provincias del reino en un futuro Congreso. 3 La reunión del primer Congreso Nacional en julio de 1811 fue más difícil y engorrosa de lo que los juntistas probablemente pensaron20. Los conflictos entre Santiago y Concepción, despuntados en una fecha tan temprana como marzo de 181121, impidieron que las negociaciones entre los dos principales centros urbanos llegaran a buen puerto, con lo cual la conformación de un sistema que agrupara los intereses de todas las provincias chilenas fue perdiendo solvencia e incluso razón de ser. Como líder de Concepción, Juan Martínez de Rozas se enfrentó en una “guerra política” contra las fuerzas del líder santiaguino José Miguel Carrera, cuyo regreso desde la península confundió el ambiente hasta el punto de que, ya en noviembre de ese año, los intentos para que penquistas y santiaguinos mantuvieran una relación pacífica y armoniosa parecían una quimera. 19 Para una discusión del significado de los términos “pueblo” y “pueblos”, véase Julio Pinto y Verónica Valdivia Ortíz de Zárate, ¿Chilenos todos? La construcción de la nación (1810-1840), pp. 21-40. 20 Las implicancias de las elecciones para el primer Congreso Nacional han recobrado importancia en el último tiempo. Véase, por ejemplo, Sol Serrano, “La representación en el Reino de Chile: 1808-1814”, pp. 500-504. 21 Los primeros indicios del conflicto entre Santiago y Concepción pueden seguirse en Archivo General de Indias (en adelante AGI), Buenos Aires, vol. 40. 340 Las revoluciones definitivo.indd 340 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 Aunque las diferencias entre Santiago y Concepción fueron generalmente resueltas en términos políticos antes que en el campo de batalla, en el periodo 1811-1812 los militares fueron actores principales. La presencia de Carrera en Chile militarizó la política de una forma hasta entonces desconocida, en el sentido de que forzó a un número importante de jefes militares a hacerse parte de las decisiones administrativas más relevantes de la época. Ciertas características de la personalidad de Carrera recuerdan al joven e impetuoso Napoleón de la década de 1790, cuando los militares actuaban como “agentes de la revolución” y lideraban el proceso de construcción del llamado binomio ciudadano-soldado22. Dicho binomio, como se sabe, debe su origen al mundo antiguo23. No obstante, fue en el momento más álgido de la Revolución Francesa –1792-1793, durante la denominada levée en masse– que se consagró la idea de que todo ciudadano debía ser un soldado de su patria24. Para fines de 1811, el debate sobre el binomio ciudadano-soldado había sobrepasado las barreras europeas y comenzaba a internarse en diversas zonas de Hispanoamérica25, Chile entre ellas. Una de las primeras fuentes que hace alusión, al menos de forma implícita, a la institucionalización del ciudadano-soldado en Chile es el Catecismo Patriotico para instruccion de la juventud del Reyno de Chile, el cual es muy probable que se haya dado a conocer en Santiago en 181126. En la pregunta sobre cómo debía pagarse a la tropa, el autor del Catecismo respondía lo siguiente: 22 Véase el iluminador artículo de Claudio Rolle, “Los militares como agentes de la revolución”. 23 Véase Keegan, op. cit., pp. 291-342. A principios del siglo XVI, Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, pp. 60-70, hizo una defensa de las tropas “propias”, las cuales, a diferencia de las “mercenarias” y “auxiliares”, eran más confiables, pues estaban compuestas por “súbditos, o por ciudadanos, o por criados tuyos”. Para un análisis de la recepción del republicanismo clásico en Chile en las décadas de 1810 y 1820, véase Vasco Castillo, La creación de la República. La filosofía pública en Chile, 1810-1830, sobre todo la primera parte. También véase Susana Gazmuri, La función de la antigüedad greco-romana y el republicanismo clásico en Chile en el período de los ensayos constitucionales. 24 Jean-Paul Bertaud, The Army of the French Revolution. From citizen-soldiers to instrument of power; y Keegan, op. cit., p. 417, refuerzan la idea de que los “ciudadanos de la República”, tanto en Francia como en Las Trece Colonias dos décadas antes, debieron “recurrir a las armas”. 25 Véase, por ejemplo, Véronique Hebrard, “Ciudadanía y participación política en Venezuela, 1810-1830”, pp. 136-144; y Clément Thibaud, Repúblicas en Armas. Los ejércitos bolivarianos en la guerra de Independencia en Colombia y Venezuela, pp. 430-431. 26 Esta suposición nace del hecho de que la copia que hemos encontrado de este Catecismo se encuentra junto a otros papeles personales del Virrey Abascal y que están fechados en 1811. Agradezco a Andrés Baeza haberme informado sobre la existencia de este documento. Véase AGI, Diversos, vol. 2. 341 Las revoluciones definitivo.indd 341 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES “Las [tropas] que hay [h]oy pagadas en los diversos puntos del Reyno se consideran bastantes, en tiempo de paz: para los de Guerra, diciplinense las Milicias[,] no haya un hombre que no sea un Soldado[,] todos reconoscan sus respectivos cuerpos, y quando llegue el caso de una invacion extrangera, la Patria se salvará en los brasos de cien mil Ciudadanos que animados del entuciasmo que inspira la propia conservacion dejará burladas las tentativas de todo el poder de la Europa, y para entonces los caudales de los Pueblos se derramaran para defenderse, y defenderos de sus Enemigos”27. Poco tiempo después, Camilo Henríquez apoyó este proyecto a través de una serie de artículos aparecidos en La Aurora de Chile. En ellos, Henríquez se preguntaba qué fuerzas debían estar a cargo de la defensa del territorio: las tropas regulares o las milicias. En su opinión, si la “opinion, el amor de la patria, y todas las virtudes sociales llegasen á tal punto que cada ciudadano fuese un soldado, y cado [sic] soldado un heroe; si una educacion militar huviese formado grandes oficiales, que poseyesen la doctrina terrible y sublime de la guerra; en fin si la opinion, los continuos exercisios, la vida militar y la virtud huviesen convertido á todos los ciudadanos en Lacedemonios”, entonces la seguridad del Estado podría descansar únicamente en las milicias. Sin embargo, Henríquez continuaba: “¿es este acaso el estado presente de las cosas? Mientras las potencias, que pueden atacar, mantienen en pie exercitos formidables, que unen la tactica al valor, que han sufrido los riesgos, y sentido el furor de los convates ¿será prudencia exponerse á resistirles con tropas colecticias y bisoñas? En fin[,] en las circunstancias actuales [¿] estará el estado tan seguro con tropas permanentes, como sin ellas?”28. Una semana más tarde, Henríquez reafirmaba su postura señalando “que no habrá libertad solida y durable, y sobre todo, menores incomodidades y mayor felicidad, sino por medio de tropas regladas y permanentes”29. Por ello, era misión del gobierno proporcionar “á los ciudadanos una educacion, no solo civil, sino militar”30. La aspiración de hacer de cada ciudadano un defensor de su patria estaba en sintonía con las necesidades de la autoridades de reunir nuevos AGI, Diversos, vol. 2. El énfasis es nuestro. La Aurora de Chile, N° 5, pp. 23-24. Se puede encontrar otra referencia a los Lacedemonios en Archivo Nacional Histórico (Santiago), fondo José Ignacio Víctor Eyzaguirre, vol. 19, 3 de mayo de 1813, fs 82-82v. 29 La Aurora de Chile, N° 6, p. 29. 30 La Aurora de Chile, N° 5, p. 24. 27 28 342 Las revoluciones definitivo.indd 342 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 contingentes. Primero fueron santiaguinos y penquistas quienes se vieron en la necesidad de reclutar soldados para sus respectivos ejércitos. Luego, cuando el virrey del Perú, José Fernando de Abascal, se decidió a combatir el radicalismo de los autonomistas chilenos en su propio territorio, el reclutamiento tomó proporciones nunca antes vistas. Durante los años 1810-1812, Abascal no envió fuerzas expedicionarias a Chile porque, aun cuando la expulsión de García Carrasco y la instalación de la junta habían sido actos revolucionarios, en comparación con Buenos Aires y los revolucionarios en el Alto Perú, los chilenos eran, para el virrey, bastante más moderados31. Las cosas cambiaron en 1812, año en que José Miguel Carrera publicó un Reglamento Constitucional en el que se afirmaba que “ningún decreto, providencia u orden, que emane de cualquier autoridad o tribunales de fuera del territorio de Chile, tendrá efecto alguno”32. El Reglamento no cortaba por completo con la metrópoli, pero sí desconocía el derecho del virrey a ejercer cualquier tipo de soberanía en suelo chileno. El virrey respondió despachando una fuerza a Chile al mando de Antonio Pareja, cuyo ataque al puerto de Talcahuano en marzo de 1813 obligó a santiaguinos y penquistas a abandonar sus diferencias políticas con el fin de enfrentar de forma conjunta un ejército que, en apariencia, parecía suficientemente preparado para aguar los objetivos del lado más radical de la revolución. Comenzó así una larga y sangrienta guerra entre revolucionarios y realistas o monarquistas, en la que, de una u otra forma, la sociedad chilena en su totalidad se vio inmersa. Las características “totales” de la guerra quedaron de manifiesto a principios de 1814, cuando el gobierno de Carrera declaró que “todo habitante de Santiago es un militar”33. Con ello, Carrera dio sentido a su objetivo de militarizar el mundo civil y politizar el ejército, tal como los revolucionarios franceses, pero sobre todo Napoleón, lo habían realizado unas décadas antes. Aquí la pregunta de si acaso los soldados rasos –inquilinos, mineros, esclavos, vagabundos– se enrolaban en el ejército voluntariamente y por las mismas razones que los oficiales, es de vital importancia para comprender las principales características del reclutamiento. Según Leonardo León, “la tarea de engrosar las filas de los regimientos era para el peonaje no más que eso: una tarea, nunca la defensa de un principio ni de una concepción doctrinaria”. En el ejército, León continúa, “reaparecía […] 31 AGI, Diversos, vol. 2. Esta opinión aparece en un borrador a Evaristo Pérez de Castro. 32 Reglamento constitucional provisorio del 27 de octubre de 1812. 33 Citado en Leonardo León, “Reclutas forzados y desertores de la patria: el bajo pueblo chileno en la Guerra de la Independencia, 1810-1814”, p. 273. 343 Las revoluciones definitivo.indd 343 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES la vieja relación de patrones y dependientes bajo la nueva nomenclatura de oficiales y soldados”34. Un ejemplo de esta clase de relación fue dado por Bernardo O’Higgins a Juan Mackenna en una fecha tan temprana como enero de 1811, cuando le comunicó al ingeniero irlandés que el “Regimiento No 2 de La Laja […] estaba compuesto por sus ‘propios inquilinos’”35. En los años siguientes, O’Higgins confiaría parte importante de sus ejércitos a los trabajadores de su hacienda Las Canteras; no obstante, sucesivas deserciones, además de la constante publicación de nuevos y más duros castigos y leyes de reclutamiento, serían, en realidad, la tónica del periodo 1813-1814. La reticencia de los soldados a unirse al ejército se hizo patente inmediatamente después del inicio de la guerra en 1813. Ambos lados combatientes –revolucionarios y realistas– enfrentaron esta situación, aunque fueron los primeros los que desarrollaron una política sistemática para detener las deserciones. Los realistas no introdujeron una metodología organizada para sancionar a los desertores, entre otras cosas porque los ejércitos del rey contaron con la ayuda de la mayoría de las comunidades indígenas del sur del territorio y, por ende, el número de desertores en sus filas solía ser menor. Los revolucionarios, por el contrario, se vieron en la obligación de hacerlo, como un oficio fechado en marzo de 1814 lo ejemplifica: de acuerdo con este documento, “todo individuo que se oculte ó fugue debe ser castigado como traydor, confiscado sus bienes, y entregadas sus poseciones, y Haciendas al fuego, y á la devastación”36. Este tipo de castigos habla de un proceso de radicalización provocado por la invasión de Pareja en marzo de 1813, y que no estuvo presente en los años previos, cuando Santiago y Concepción se disputaban la supremacía del poder político-militar. Parafraseando la teoría militar de Clausewitz, los conflictos protagonizados por Rozas y Carrera reflejaron no “una guerra de exterminio” sino una “simple observación armada”.37 La invasión de Pareja, por el contrario, trajo como consecuencia un cambio revolucionario en la forma de comprender y llevar adelante el conflicto armado38. En otras palabras, si en una primera etapa las diferencias entre Op. cit., p. 259. Citado en op. cit., p. 264. 36 Archivo Nacional Histórico (Santiago), Ministerio de Guerra, vol. 1, 31 de marzo, 1814. 37 Carl von Clausewitz, On War, p. 21. 38 De acuerdo con John Lynn, “International rivalry and warfare”, p. 190, las guerras durante el Antiguo Régimen europeo eran luchadas como “procesos”, es decir, se caracterizaban por “el carácter indeciso de las batallas y los sitios, el ritmo pausado de las operaciones, la tendencia a tener múltiples frentes de guerra, la gran necesidad de hacer que la guerra mantuviera a la guerra, y el considerable énfasis en las negociaciones diplomá34 35 344 Las revoluciones definitivo.indd 344 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 los autonomistas chilenos fueron zanjadas más bien de forma moderada, el ataque de Pareja al puerto de Talcahuano radicalizó el uso de las armas. Ahora bien, ¿puede decirse que la radicalización del enfrentamiento dio pie a una guerra entre “naciones”? ¿Cuán “civil” era, en efecto, esta lucha cuyos actores principales decían representar dos sistemas políticos tan disímiles como el monárquico y el revolucionario? 4 No cabe duda de que uno de los objetivos de los líderes revolucionarios fue legitimar sus derechos mediante la división de ambos lados combatientes entre “españoles” y “americanos”. En Chile, luego de la invasión de Pareja, el significado de la palabra “patria” comenzó a relacionarse con “América” más que con la “nación española”. Este tránsito fue paulatino y a veces un tanto confuso para el público lego. El 7 de abril de 1813, por ejemplo, El Monitor Araucano informó a sus lectores que “el Gobierno no distingue en los ciudadanos su suelo nativo, sino sus virtudes y amor público, que son el verdadero patriotismo, y las únicas bases que sostienen el Estado”39. En ese mismo número, sin embargo, el mismo periódico publicaba una proclama de los miembros del Cabildo de Santiago en la que aplaudía la “inalterable unión y confianza, que existe felizmente entre el Gobierno y el pueblo”, agregando que dicha unión salvaría “a toda la América Meridional, amenazada en nuestro territorio”40. El significado de “América” en este documento no era muy diferente al utilizado por Simón Bolívar en junio de 1813 en su declaración de la Guerra a Muerte: en ambos casos, la intención de los rebeldes era diferenciar “América” de “España”, argumentando para ello en términos políticos más que demográficos. De hecho, considerando que tanto el ejército revolucionario como el realista en Chile –y, en esa época, tam- ticas”. Las guerras “revolucionarias”, por el contrario, eran luchadas como “eventos”, tal como quedó de manifiesto en las campañas directas, decisivas y veloces de la Revolución Francesa y la época napoleónica (traducción del autor). Otros, como Alfred Vagts, extenderían el origen de la guerra “revolucionaria” a la Independencia Norteamericana. Véase Alfred Vagts, A History of Militarism, pp. 96-97. Guardando las proporciones y diferencias, podríamos decir que el conflicto entre Santiago y Concepción respondió más bien a la fórmula del Antiguo Régimen de hacer la guerra, mientras que el conflicto comenzado en marzo de 1813, al modelo revolucionario. 39 El Monitor Araucano, N° 2. 40 Ibid. 345 Las revoluciones definitivo.indd 345 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES bién en Venezuela–41 estaban conformados preferentemente por personas nacidas en el Nuevo Mundo42, se hacía difícil clasificar a los enemigos de acuerdo con su lugar de nacimiento43. Mucho más apegado a la realidad era aceptar que aquellos que luchaban en las filas de Fernando VII lo hacían como “realistas”, mientras que los que combatían en el ejército enemigo lo hacían enarbolando las banderas “revolucionarias”. Con todo, no es aventurado plantear la hipótesis de que, a medida que fue pasando el tiempo, la lucha en el campo de batalla no sólo dividió a la sociedad chilena en dos lados políticamente irreconciliables, sino también fue adquiriendo ciertos elementos de una guerra internacional. El Tratado de Lircay, mediante el cual revolucionarios y realistas firmaron en mayo de 1814 un armisticio, trajo como consecuencia una aceptación por lo menos implícita de que las diferencias debían ser zanjadas por razón del derecho de gentes (hoy derecho internacional)44. Conviene señalar que, luego de que Carrera publicara su Reglamento Constitucional de 1812, los agentes del virrey Abascal tuvieron carta blanca para perseguir y castigar a los revolucionarios chilenos a través del derecho penal, esto es, como criminales políticos. El estallido de la guerra en marzo de 1813 profundizó esta situación, al tiempo que legitimó en alguna medida la radicalización de los insurgentes (más de alguno de los cuales comenzaba, ya, a adoptar posturas independentistas). No obstante, cuando un año después el brigadier español Gabino Gaínza se reunió con los representantes de “Chile”, Bernardo O’Higgins y Juan Mackenna, a orillas del río Lircay, lo hizo a sabiendas de que su contraparte representaba un componente administrativo diferente con el que se podía y necesitaba llegar a 41 Es decir, previo a la invasión de Pablo Morillo enviada desde la península. Para la expedición de Morillo véanse los trabajos de Rebecca Earle, “Popular participation in the wars of independence in New Granada”. 42 Aunque Pareja arribó desde el Perú, su ejército estaba conformado sobre todo por soldados reclutados en Chiloé y Valdivia. 43 Para las causas y consecuencias de la Guerra a Muerte, véase Thibaud, op. cit., p. 130: “Bolívar intenta […] fundar la identidad de los dos beligerantes, e instituirlos en naciones distintas. Para hacerlo, va a crear una ambigua ficción identitaria, donde la figura del ‘español’ es el chivo expiatorio de la Guerra. Mediante este acto de designación del enemigo ‘español’ en el sentido político del término, el partido ‘americano’ va a adquirir sentido y consistencia en contrapartida. El objetivo de Bolívar es crear una división en la antigua nación […] con el fin de forjar un nuevo cuerpo político. Todo el problema proviene de que la gesta bolivariana es una declaración de guerra civil, lo cual es, forzosamente, inconfesable”. John Lynch. Simón Bolívar. A life, p. 73, comparte esta impresión: “esta fue una guerra civil, en la que los americanos predominaban en ambos lados” (traducción del autor). 44 Una copia no muy bien conservada del Tratado de Lircay se encuentra en el Archivo Nacional Histórico (Santiago), fondo Varios, vol. 812. 346 Las revoluciones definitivo.indd 346 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 un acuerdo. Es decir, por lo menos por el lapso que estuvo en vigencia el Tratado, el conflicto entre realistas y revolucionarios pareció solucionarse gracias a la connivencia de ambos lados combatientes de representar a dos “Estados” soberanos45. Pero, como es sabido, tanto el virrey Abascal como el gobierno revolucionario desatendieron más temprano que tarde los acuerdos firmados en Lircay. La guerra continuó su curso, y en octubre de 1814 la campaña contrarrevolucionaria encabezada por Mariano Osorio logró hacerse del control del valle central del territorio (de Valparaíso a Concepción). En la batalla de Rancagua (cuyo resultado obligó a los revolucionarios a buscar refugio en Mendoza, al otro lado de la cordillera), las fuerzas realistas mostraron mayor cohesión y, al menos para aquellos descontentos con las requisiciones impuestas por los revolucionarios en los últimos meses, significó una posibilidad de volver a los días de 1810. Comenzó, así, un periodo de redefiniciones políticas y militares, además de una reevaluación de la importancia de construir alianzas en un ambiente de incertidumbre y múltiples desconfianzas. El estudio de los años 1814-1817 ha recobrado interés en el último tiempo gracias a la acabada investigación de Cristián Guerrero Lira sobre los gobiernos realistas de Osorio y Francisco Casimiro Marcó del Pont46. Tradicionalmente, se ha conocido esta época con el nombre de “Reconquista”, término acuñado en el siglo XIX y utilizado de forma más bien peyorativa por importantes intelectuales, como los hermanos Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui y Alberto Blest Gana47. La posición de estos autores se enfoca en las características supuestamente despóticas de la contrarrevolución, para lo cual, ya sea en trabajos históricos o novelescos, presentan las malas prácticas, castigos y abusos cometidos por Osorio y Marcó del Pont. Esta perspectiva se ha incubado en el pensar general de la sociedad chilena, asumiéndose que los exilios, vindicaciones y juicios políticos eran consustanciales a la “tiranía” española y sus agentes coloniales. Guerrero Lira, por otro lado, propone una visión distinta y, a nuestro entender, más acertada de este periodo. En su libro, Guerrero afirma que el análisis de la política contrarrevolucionaria no puede des45 A juzgar por los artículos del Tratado de Lircay, ambos lados combatientes pretendían institucionalizar en Chile una monarquía constitucional, para lo cual era imperioso aceptar que éste era parte consustancial del imperio español, pero, al mismo tiempo, un ente autónomo y soberano en materia de administración interna. 46 Cristián Guerrero Lira, La contrarrevolución de la Independencia en Chile. 47 Véase Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui, La Reconquista española,. Sobre Blest Gana, véase la hermosa edición preparada por Iván Jaksic y Juan Durán de Alberto de su Durante la Reconquista. 347 Las revoluciones definitivo.indd 347 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES vincularse del contexto bélico imperante, ya que este explicaría muchas de las decisiones tomadas por el grupo realista desde 1813 en adelante: “La situación de guerra que se vivía desde 1813 y que, a pesar del triunfo realista de octubre de 1814, seguía siendo real y condicionaba las actuaciones de los gobernadores, obligándolos a adoptar medidas conducentes a cautelar por la tranquilidad pública y la seguridad militar. Aquellos años no fueron de normalidad y, por tanto, no es de extrañar que se decretaran ciertas restricciones”. Y lo cierto es que la “adopción e imposición de medidas que tendían a afianzar a un grupo en el poder […] fue común tanto al régimen monarquista como al revolucionario en toda América”. Para confirmar esta hipótesis, Guerrero Lira señala que el hispanoamericano no era un ejemplo aislado y que en la guerra de independencia en las Trece Colonias (y nosotros podríamos agregar, también en la Francia revolucionaria, sobre todo en La Vendée) aquellos que no prestaban “juramento de fidelidad al nuevo país” eran severamente castigados48. En otras palabras, las persecuciones políticas no eran una exclusividad de los gobiernos contrarrevolucionarios, cuestión que en el caso chileno queda de manifiesto haciendo una lista incluso aleatoria de los Bandos, Oficios y Reglamentos publicados, tanto entre 1811 y 1814 como con posteridad a la Batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817), con el fin de penalizar las “infidelidades antipatrióticas” cometidas por “sarracenos”, “monarquistas” y “europeos”49. Con lo anterior, no pretendemos olvidar o aminorar los excesos cometidos por Osorio y Marcó del Pont durante sus mandatos respectivos. No obstante, cabe preguntarse si acaso fueron estos excesos los que llevaron a los chilenos a desconfiar del régimen contrarrevolucionario o si, por el contrario, otras razones, relacionadas con la política cotidiana y con el fenómeno de la guerra, jugaron un papel más preponderante en la fría relación del ejército realista con los habitantes del país. Ya que tanto revolucionarios como realistas cometieron abusos y exageraciones, la caída de los realistas debe explicarse, en primer lugar, considerando la incapacidad de Osorio y Marcó del Pont de hacer alianzas estratégicas con las Guerrero Lira, op. cit., p. 200. Sobre La Vendé, véase Charles Tilly, The Vendée. Algunos ejemplos de castigos contra realistas (entre 1811 y 1817) pueden encontrarse en AGI, fondo Chile, vol. 207, 10 de junio de 1811; León, op. cit., p. 265; Colección de Historiadores y de Documentos relativos a la Independencia de Chile, vol. VII, p. 99; y Guerrero Lira, op. cit., pp. 176-177. 48 49 348 Las revoluciones definitivo.indd 348 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 elites locales. A esas alturas, lograr un acuerdo con los radicales chilenos (v.g. O’Higgins, Carrera o Gaspar Marín) era un imposible. Sin embargo, la expulsión de autonomistas moderados a la isla de Juan Fernández fue un error político que alienó a gran parte de las elites; un acercamiento, o directamente una alianza con hombres como Manuel de Salas y Juan Egaña habría dado pie, quizás, a una mejor relación entre los gobernantes españoles y los sectores más acaudalados e informados de la capital. Por otro lado, el uso de la represión por parte de los agentes monarquistas no prueba, como podría pensarse, su poderío sino, más bien, cuán precaria era la posición contrarrevolucionaria. Los gobiernos suelen reprimir cuando su política es de suyo inestable e ilegítima, y los de Osorio y Marcó del Pont no fueron la excepción. Así, pues, el colapso del régimen realista se explicaría también por la ilegitimidad del proyecto político contrarrevolucionario. Pero ¿por qué habríamos de considerar al gobierno contrarrevolucionario como “ilegítimo”? ¿No fueron acaso las administraciones revolucionarias también “ilegítimas”? En su estudio sobre la caída del Antiguo Régimen en Ciudad de México, Timothy Anna se extiende en el significado de los conceptos “legitimidad” y “autoridad”, palabras ambas que pueden ayudar a explicar la inestabilidad de los gobiernos de Osorio y Marcó del Pont (como también la de los gobiernos chilenos anteriores a 1814). Anna propone que el imperio español perdió “su autoridad en Nueva España en torno a 1816 –como resultado de los eventos de los ocho años anteriores–, pero esto no se manifestó sino hasta 1821, toda vez que, con anterioridad a la aparición en escena de [Agustín de] Iturbide, no había nadie en quien la nación pudiera descansar su autoridad. ‘Autoridad’, como es utilizado en este estudio, es de ese modo similar al más comúnmente reconocido de ‘legitimidad’, a pesar de que es un tanto más amplio”. […] “La autoridad”, continúa Anna, “es dada por la nación, aunque inconscientemente, al Estado o régimen. Es el derecho para ejercer soberanía, el derecho de gobernar”. En ese sentido, “en el caso mexicano es esencial distinguir entre autoridad y legitimidad, ya que el régimen realista se mantuvo como único régimen legítimo por algunos años después de que dejó de poseer autoridad [1816]”50. Podría decirse que, en Chile, la metrópoli perdió su “autoridad” en 1810 pero que la “legitimidad” del rey cautivo perduró por varios años. Cuando Osorio intentó re-implementar la “autoridad” del régimen realista, se encontró con que las elites políticas habían ido abandonando la idea de que la España imperial representaba “legítimamente” sus intere50 Timothy Anna, The fall of the royal government in Mexico City. 349 Las revoluciones definitivo.indd 349 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES ses, aun cuando eran conscientes de que las administraciones revolucionarias previas a 1814 no eran tampoco del todo “legítimas”. Esto quiere decir que, además de un conflicto armado, la invasión de Pareja en 1813 produjo un vacío de “legitimidad” y “autoridad” políticas. Diríamos que fue sólo meses después del triunfo de O’Higgins y San Martín en 1817 que tanto la “autoridad” como la “legitimidad” del gobierno local –en este caso, el revolucionario y, con el paso del tiempo, independiente– volvieron a funcionar en forma conjunta. Sin duda, la negativa de Abascal de aceptar las aspiraciones de autogobierno de los criollos chilenos –más todavía una vez que Fernando VII regresó al trono– distanció a los súbditos que, como Manuel de Salas, se habían opuesto a quebrar los vínculos con España en el periodo 1813-1814. Así, la diferencia entre el régimen contrarrevolucionario y el independentista que lo sucedió estribaría en que, por lo menos en el papel, el programa de O’Higgins y San Martín a partir de 1817 era, al igual que el Plan de Iguala de Iturbide en México, “políticamente más aceptable” que el de Abascal51. En corto, Osorio y Marcó del Pont no contaron con el apoyo irrestricto de las elites locales, ni siquiera con el de los revolucionarios más moderados. El regreso absolutista de Fernando VII en 1814 chocó con los derechos conseguidos por los americanos en el último tiempo52. Incluso, muchos de los aliados más conservadores del régimen fernandino vieron con malos ojos volver a fojas cero, esto es, borrar de una vez y para siempre los logros criollos en materia de autogobierno. La creación de una monarquía constitucional podía contar con el favor de ciertos intelectuales y hacendados, pero una vuelta regresiva al Antiguo Régimen no era una posibilidad53. Ahí fue donde falló Fernando VII; ahí fue donde la postura intransigente del virrey Abascal comenzó a perderse entre una nebulosa de incertidumbres sobre cómo enfrentar el hecho inevitable de que las elites americanas celebraban orgullosas sus triunfos políticos. La independencia definitiva pasó, así, de ser un proyecto encabezado por un reducido número de radicales a una aspiración cada vez más extendida entre las elites chilenas. Op. cit., p. 187. La decisión en 1816 de Fernando VII de desoír la petición del Consejo de Indias de cambiar el lema de las medallas conmemorativas de la “reconquista” de Santiago por el de “Santiago pacificada” debe haber influido en el malestar de una elite local no muy dispuesta a aceptar que los territorios americanos habían sido siquiera alguna vez “conquistados”. Véase Timothy Anna, Spain and the loss of America, p. 155. 53 Esta es una idea trabajada para el caso venezolano por Jeremy Adelman, “An Age of Imperial Revolutions”, p. 335. 51 52 350 Las revoluciones definitivo.indd 350 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 5 Por supuesto, la derrota de Marcó del Pont no puede explicarse sólo a partir de cuestiones políticas. La estrategia planeada por José de San Martín en Mendoza durante los años 1814-1816 es tan relevante para comprender la caída del régimen contrarrevolucionario como las razones más propiamente administrativas. El exilio de revolucionarios a Mendoza después de la Batalla de Rancagua cambió por completo el escenario militar en el Cono Sur americano. Esto, por dos motivos: en primer lugar, permitió que, por primera vez desde 1810, la división más occidental del ejército revolucionario del Río de la Plata y los remanentes del chileno actuaran al unísono. El viejo sueño de que los santiaguinos adoptaran el radicalismo rioplatense se hizo realidad gracias a la alianza firmada por O’Higgins y San Martín a fines de 1814. En segundo lugar, y bastante conectado con lo anterior, el cruce de la cordillera hacia Mendoza fue el puntapié inicial de un largo proceso cuyo objetivo era aunar el esfuerzo bélico. El plan de San Martín de ocupar suelo chileno como una plataforma militar para atacar Lima, por lejos la ciudad más preciada por los realistas sudamericanos, obedecía al deseo de “americanizar” la lucha por la “libertad”. Hasta entonces el radio de acción del primer ejército revolucionario chileno se había concentrado en el valle central. Cuando San Martín comenzó a intervenir la política de Osorio –ya fuera a través de espías o emisarios formales– el contacto entre los revolucionarios de Chile y Mendoza se hizo más intenso, lo que obviamente favoreció su estrategia continental. El problema de San Martín no era, pues, tanto convencer a los emigrados chilenos de americanizar la contienda militar como formar un ejército a la altura de las circunstancias. Las maltrechas fuerzas chilenas que llegaron a Mendoza a fines de octubre de 1814 sumaban un poco más de 700 hombres, divididos en fuerzas de artillería, infantería, caballería e ingenieros54. A estos habría que agregar los que arribaron con posterioridad a la ciudad, como también los que se asentaron en Cuyo (según Guerrero Lira, a esta última habrían llegado unos 400 emigrados)55. Es decir, el número de chilenos al otro lado de la Cordillera estaba lejos de representar una tropa poderosa, por lo que San Martín se vio en la obligación de formar un ejército prácticamente desde las cenizas. Sólo dos meses después de que el primer contingente de emigrados chilenos se instalara en Mendoza, San Martín señalaba al Secretario de 54 55 Archivo Nacional Histórico (Santiago), fondo Vicuña Mackenna (en adelante VM). Véase Guerrero Lira, op. cit., pp. 297-299. 351 Las revoluciones definitivo.indd 351 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES Guerra de Buenos Aires que, además de “vagos, y desertores”, el ejército necesitaba contar con “un número considerable de reclutas” y que estos debían ser enviados por los “Tenientes Governadores” de la provincia56. Con el paso del tiempo, los esclavos de la región también pasaron a formar parte de este ejército incipiente. Otra vez en comunicación con el Secretario de Guerra de la capital porteña, San Martín informaba en febrero de 1815 que “romperá su marcha el Teniente del Batallon No 11 Don Juan José Ruiz, conduciendo en Carretas de Don Manuel Lemos, cien Reclutas recividos de la ciudad de San Juan; é igualmente veinte y tres Libertos de los entregados por los Europeos Españoles, en virtud del vando publicado en 26 del pasado [enero de 1815]; y lleva ordenes de recoger al paso por la de San Luis, los que de esta ultima clase hubiere en esta Ciudad, á cuyo Teniente Governador asi se le previ[e]ne con esta fecha para su apronto”57. Según el cálculo de O’Higgins, en septiembre de 1816 el número de esclavos en el ejército había ascendido al considerable número de 600 hombres58. Con estas medidas, San Martín buscaba militarizar la hasta entonces sibilina ciudad de Mendoza, ya que su objetivo era hacer de lo civil una extensión relativamente subordinada a lo militar. Gracias a esta postura y a sus cualidades como estratega, San Martín fue ganando la confianza del gobierno porteño. La ubicación de San Martín en el mapa rioplatense lo posicionaba como un agente de noticias, además de como un militar entrenado para detener posibles ataques enemigos. No es de extrañar, entonces, que ya en marzo de 1815 San Martín informara a Buenos Aires sobre la posibilidad de que Osorio “intente á Cordillera cerrada pasar alguna Division á dar un golpe de mano”, una preocupación que, en todo caso, podía paralizarse con “la brabura de las Compañias de Civicos Pardos”59. Confrontar una futura invasión realista y reclutar nuevas fuerzas no eran, empero, las únicas preocupaciones de San Martín. La falta de recursos agobiaba a las autoridades mendocinas, hasta el punto de que las solicitudes a Buenos Aires de armamento, mulas, vestuario y los más diversos implementos bélicos fueron aumentando con el paso del tiempo. 56 San Martín al Secretario de la Guerra de Buenos Aires, 26 de diciembre de 1814. Archivo General de la Nación de Buenos Aires (en adelante AGN), Sala X, 4-2-5, f. 50. 57 San Martín al Secretario de la Guerra de Buenos Aires, 4 de febrero de 1815. AGN, Sala X, 4-2-5, f. 85. 58 O’Higgins al Secretario de la Guerra de Buenos Aires, 14 de septiembre de 1816. AGN, Sala X, 4-2-7, f. 57. 59 San Martín al Secretario de la Guerra de Buenos Aires, 27 de marzo de 1815. AGN, Sala X, 4-2-5, f. 77. 352 Las revoluciones definitivo.indd 352 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 El 3 de noviembre de 1814, se enviaron a San Martín cañones de bronce, cureñas, “atacadores escobillones”, “cucharas enhastadas”, “sacatrapos”, “botafuegos”, “clabos arponados”, “martillos de oreja”, “bolsas de suela”, “faroles de talco”, “linternas”, cartuchos con pólvora, cuchillos, piedras de chispa de fusil, chuzas y machetes60. Seis meses después, esta lista se complementó con otra compuesta por “400 gorras de cuartel azules con vivos grana”, “piezas de paño”, “camisas de hilo”, “chaquetas de paño azul” y “pantalones de brin”61. La carencia de vestuario era una constante preocupación de San Martín, como queda demostrado en esta carta escrita el 2 de mayo de 1816: “Con data 14 de Marzo ultimo tubo avien VS. comunicarme de Superior orden haverse dado las respectivas para la construccion de trescientos Vestuarios para estas Tropas, de que ciento veinte devian corresponder a los Artilleros. Su falta en medio de la rigides del invierno demasiado riguroso en este Paiz subandino, expone al Soldado á enfermedades que ya se dejan aparecer, y le exita a la deserción, para buscar un abrigo, que no halla en el servicio. El Comandante general de Artilleria reclama justamente. […] Esperando se digne el Gobierno ordenar la remicion de los ciento ochenta Vestuarios que pide sobre los ciento veinte mandados ya construir, atento a la fuerza actual del Piquete, y que ella ha de arrivar muy en breve a trescientas plazas”62. El tono cada vez más perentorio de las comunicaciones de San Martín trasluce cuán estrechos eran los recursos en la provincia de Cuyo. En octubre de 1816, tres meses después de que el gobierno porteño se decidiera a secundar la invasión de Chile63, San Martín ordenó que para el 10 de diciembre de ese año estuvieran “de regreso en esta Ciudad [Mendoza], y la de San Juan todas las Tropas de mulas que alli [Buenos Aires] huviesen, co[n]minando á los dueños, poderistas [¿], ó capatases á su mas exacto cumplimiento, vajo la multa pecuniaria y demas penas que S.E. tubiese á bien dictar”. Esta medida era “urgentisima”, ya que “sin ella no hay Expedicion. Tendremos un Exercito pronto, y decidido á AGN, Sala X, 44-7-26, 3 de noviembre de 1814. AGN, Sala X, 44-7-26, 17 de mayo de 1815. 62 San Martín al Secretario de la Guerra de Buenos Aires, 2 de mayo de 1816. AGN, Sala X, 4-2-6, sin foja exacta. 63 San Martín fue nombado general en jefe del Ejército de Los Andes el 1 de agosto de 1816. Véase John Lynch, San Martín. Argentine soldier, American hero, p. 86. 60 61 353 Las revoluciones definitivo.indd 353 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES obrar, pero incapaz de moverse, y perderemos á nuestro disgusto la Estacion mas oportuna, y acaso la mejor ocacion”64. El 4 de enero de 1817, en tanto, San Martín aseguraba que aún se necesitaban 400 “sables de cavalleria vaina de laton”65, un dato bastante significativo considerando lo próximo que se encontraba el Ejército de Los Andes de emprender su marcha hacia Chile. ¿Cómo se explica que un ejército tan pobremente abastecido derrotara a las fuerzas realistas en Chacabuco el 12 de febrero de 1817? Sin ánimo de exagerar las condiciones como estratega de San Martín, creemos que esta pregunta debe responderse tomando en cuenta los aspectos estratégicos –más que cotidianos– de la preparación y posterior expedición del Ejército de Los Andes, especialmente en lo referente al sistema de espionaje creado por San Martín y a la “guerra irregular” propiciada por sus aliados en Chile; ambas, lograron desestabilizar al gobierno contrarrevolucionario de una manera quizás más efectiva que el enfrentamiento armado directo. La actividad de los espías enviados por San Martín a Chile facilitó que los oficiales en Mendoza se hicieran una idea más o menos fidedigna del estado del ejército enemigo y sus posibles pasos a seguir en materia ofensiva y defensiva. Una de las primeras noticias que hemos encontrado sobre el uso de espías por parte de San Martín data de mayo de 1815. En ella, San Martín informaba al Director Supremo en Buenos Aires que “acabo de saber en este momento por uno de mis espias en Chile que los 300 hombres que anuncié á V.E. en mi oficio de 9 del pasado [abril de 1815] se habian embarcado en Balparayso á Puertos intermedios con destino á reforzar al Exercito del General Pezuela, a[s]cienden al numero de 1500 y que la ultima Division sarpó de dicho puerto el 19 [de abril de 1815]”66. En pocos años, la región de Intermedios (litoral ubicado al sur de Lima) se convertiría en uno de los principales escenarios bélicos de la guerra, por lo que las palabras de San Martín tienen una doble importancia. Respecto a la información recabada por los espías sobre la situación en Chile, cabe destacar la ocasión en que San Martín se enteró de las fuerzas con que, a fines de 1815, contaba el gobierno de Osorio. De San Martín al Secretario de la Guerra de Buenos Aires, 21 de octubre de 1816. AGN, Sala X, 4-2-7, fs. 199-199v. 65 San Martín al Secretario de la Guerra de Buenos Aires, 4 de enero de 1817. AGN, Sala X, 4-2-8, f. 21. 66 San Martín al Director Supremo de Buenos Aires, 3 de mayo de 1815. AGN, Sala X, 5-5-5, f. 304. 64 354 Las revoluciones definitivo.indd 354 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 acuerdo a “las noticias recividas de Chile en todo el mes de Noviembre [de 1815] […] aparece que el General Osorio tiene vajo su mando un exercito de 3500 hombres de linea en las tres armas”, de los cuales el Cuerpo de Talavera, que alcanzaba 530 hombres, era el más preparado y sobresaliente. El ejército contrarrevolucionario estaba dividido entre “la Capital, Valparaiso, Rancagua, y Concepcion”, es decir, cuidaba los principales centros administrativos del valle central67. Ahora bien, el envío de espías al otro lado de la Cordillera no era la única forma de conseguir detalles sobre el enemigo; también se recurría a las noticias publicadas por la prensa, las cuales, dependiendo de la reacción de quienes las leían, podían servir para medir el grado de compromiso de los habitantes de Mendoza con la revolución. En una nota dirigida por San Martín a Buenos Aires el 12 de junio de 1816 encontramos lo siguiente: “Tengo el honor de remitir a VE la comunicación original de Chile, como igualmente los impresos adjuntos que he recivido de uno de mis corresponsales: yo espero el que VE me debuelba estos ultimos luego que los halla leido, pues me son de la mayor necesidad, para dar mas balor a un Plan que tengo puesto en planta, con el objeto de conoser las opiniones berdaderas de nuestros Enemigos domesticos, y sin este ausilio no puede realizarse”68. Esta carta comprueba que a mediados de 1816 San Martín todavía temía que los realistas afianzaran su presencia en la ciudad. Para eliminar dicha aprensión, el gobierno porteño recomendó a San Martín que interceptara la correspondencia que “baxo cubierta del admnistrador de esta Aduana don Manuel Lavalle remiten [desde Chile] los enemigos del Pais”. Para ello, se pedía a San Martín que dispusiera “con la mayor cautela, y bajo [sic] un sigilo inviolable que antes de cerrarse los paquetes de correspondencia en los tres inmediatos correos, se abran por el Administrador General de aquella Ciudad [Mendoza] las que se hallen rotuladas para dicho Administrador [de] Aduana, y caso de encontrarse algunas sospechosas, se saque de ellas una copia certificada, remitiendo los originales á este Gobierno por la via reservada”69. En esta misma línea, AGN, Sala X, 4-2-5, sin fecha exacta ni destinatario conocido, f. 461. Esta fuente se encuentra en los papeles fechados en noviembre de 1815; de ahí nuestra suposición de que haya sido escrita en ese mes y año. 68 San Martín al Director Supremo de Buenos Aires, 12 de junio de 1816. AGN, Sala X, 4-2-6, f. 311. 69 Dirigido a San Martín, 7 de octubre de 1816. AGN, Sala X, 4-2-7, f. 172. 67 355 Las revoluciones definitivo.indd 355 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES dos meses después el gobierno mendocino decidía expulsar a “José Antonio, y Jose [sic] Lisama naturales de Chile indicados de haber aportado á ese Pueblo [Chile] en calidad de espias”, cuestión que confirma que utilizar este tipo de confidentes era cosa común tanto para realistas como revolucionarios70. Habría que señalar, no obstante, que el ejército revolucionario contaba con una ventaja que podríamos denominar “geográfica” respecto de su enemigo. Los espías en Chile –ya sea los enviados por San Martín o los que, burlando la policía contrarrevolucionaria, habían logrado mantenerse en suelo chileno– conocían el territorio de mejor forma que, por ejemplo, los talaveras españoles (llegados a Chile a mediados de 1814 con Mariano Osorio). Así se lo reconocía a Abascal el propio Marcó del Pont tan sólo dos semanas antes de la trascendental batalla de Chacabuco. En un detallado recuento sobre las principales características de la “guerra irregular” que se había apoderado de Chile en el último tiempo, Marcó del Pont comentaba que había apresado a “tres confidentes del Gobernador de Mendoza San Martin, todos chilenos, encargados de fomentar la revolucion, y comunicarle noticias del estado de este Exercito, disciplina y armamentos, puntos que ocupaba, y demas conducente al buen éxito de sus proyectos de invasion en este Reyno”. La pena de muerte asignada a estos espías no había sido, sin embargo, “bastante para que el 4 del corriente [enero de 1817] dexase de imbadir á Melipilla una partida de insurgentes armados, capitaneada por el Abogado don Manuel Rodriguez, natural de aquí, Secretario del Gobierno de los Carreras, y el principal agente de San Martin para disponer el espiritu publico dentro de la Capital donde há estado oculto mucho tiempo, y en todos los Partidos del Sur desde el Maipo hasta el Maule, por los quales há divagado incesantemente ”. Gracias tanto a la ayuda recibida por Rodríguez “de un famoso vandido Jose Miguel Neira, y otros chilenos emigrados, que hán hecho muchas vexaciones y violencias en las Haciendas y transeúntes”, como al conocimiento de “todos los senderos de aquellos impenetrables bosques” de las personas “nacidas y criadas alli”, las guerrillas revolucionarias habían hecho estragos en las zonas más habitadas del valle central. Incluso, continúa Marcó del Pont, los soldados irregulares “están protegidos, y auxiliados de Caballos, Viveres y quanto necesitan por los Hacendados de aquellos contornos, todos sus adictos y partidarios”. Y, en una frase que resume su desesperación, Marcó del 70 Toribio de Luzuriaga al Director Supremo de Buenos Aires, 12 de diciembre de 1816. AGN, Sala X, 4-2-7, f. 399. 356 Las revoluciones definitivo.indd 356 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 Pont concluía que “este modo de hostilizarnos es conforme á las instrucciones de San Martin, quien, entre otras cosas, previene á Rodríguez que procure juntar muchos Caballos, y conservarlos en pequeñas quadrillas en las quebradas de la Cordillera hasta su llegada”71. Las palabras del gobernador realista vienen a comprobar la debilidad política del régimen realista a la que hacíamos mención arriba, aunque también lo acertada de la estrategia sanmartiniana. Las privaciones del Ejército de Los Andes no eran mayor obstáculo al lado de la nueva perspectiva política y militar que podía abrirse en caso de que las fuerzas regulares e irregulares lograran combinar sus objetivos. El cruce de la cordillera, comenzado a principios de enero de 1817 con relativa pompa y bajo ningún secretismo72, confirmó que los preparativos militares en Mendoza habían ayudado a construir un “ejército en buena forma”73, cuyo efectivo se acercaba a los 4.000 hombres74. Finalmente, el 12 de febrero ambos lados combatientes se encontraron frente a frente en los campos de Chacabuco, los cuales fueron testigos ya no sólo de la impotencia política del gobierno de Marcó del Pont sino, más relevante todavía, del decaimiento de sus tropas. Marcó del Pont a Abascal, 28 de enero de 1817. AGI, Diversos, vol. 5. De acuerdo con John Lynch, San Martín, p. 91, “después de tres años planeando y entrenando [al Ejército de Los Andes], San Martín no pretendía que su ejército abandonara Mendoza en silencio. San Martín era consciente de la importancia del espectáculo y la liturgia. […] En un agradable clima veraniego sus tropas abandonaron el campamento de El Plumerillo, sus uniformes ordenados, sus botones resplandecientes, sus armas relucientes; y mientras marchaban por las calles de Mendoza los tambores sonaban, los pífanos tocaban y la multitud gritaba” (traducción del autor). 73 Op. cit., p. 92. 74 La cifra dada por Lynch. San Martín, p. 92, es de 5.000 hombres y proviene de una carta del comodoro Bowles recopilada por Gerald S. Graham y R.A. Humphreys (eds.), The Navy and South America, 1807-1823: Correspondence of the Commanders-inChief on the South American Station, p. 180; los hermanos Amunátegui, op. cit., p. 442, hablan de una tropa de 3.960 hombres, aunque no entregan su fuente; Barros Arana, op. cit., t. X, p. 372, cita un estado de la fuerza del Ejército de los Andes del 31 de diciembre de 1816 y que reúne a 3.988 hombres. Sin embargo, ya para el 21 de enero de 1817 “se puede apreciar en 400 hombres la disminución de sus tropas entre desertores, enfermos y estropeados que era necesario dejar en Mendoza. Puede, por tanto, decirse que el ejército de los Andes abrió la campaña con un efectivo de 3.600 hombres”. Lo más probable es que Barros Arana esté en lo correcto, pues las cuatrocientas pérdidas a las que se refiere provienen de un dato entregado por el propio San Martín a Juan Martín de Pueyrredón. Barros Arana, op. cit., vol. X, p. 419, señala que “al total de las tropas realistas que alcanzaron a llegar a Chacabuco no se le puede hacer subir de 1.650 hombres, ni se le puede hacer bajar de 1600”. 71 72 357 Las revoluciones definitivo.indd 357 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES 6 El triunfo del Ejército de Los Andes en la batalla de Chacabuco no acabó de una vez y para siempre con la presencia realista en Chile; por el contrario, la guerra continuó su curso por varios años, terminando sólo en 1826 con la caída en Chiloé de uno de los últimos enclaves realistas en Sudamérica. A pesar de que es posible argumentar que, después de Chacabuco, la situación política se balanceó casi por completo a favor de los revolucionarios, quienes proclamaron la independencia de Chile un año después y ratificaron su supremacía militar en la batalla de Maipú el 5 de abril de 1818, lo cierto es que los preparativos militares no disminuyeron. Decíamos que el proyecto de San Martín consideraba la reconquista de Chile como un paso hacia un fin más importante: la toma de Lima. Esto explica por qué San Martín no aceptó ser el gobernador de Chile, un puesto que indudablemente lo habría desconcentrado de su objetivo principal, y por qué, por ende, se mostró a favor de que su aliado más cercano ocupara el puesto de Director Supremo. O’Higgins, por su parte, aceptó gustoso la misión de conducir al nuevo Estado independiente hacia su reconstrucción política y militar. Ambos pilares –el político y el militar– eran difícilmente separables, entre otras cosas porque a los ciudadanos chilenos les cabía un papel principal en la defensa de su territorio. La propia figura de O’Higgins resumía ese vínculo inalienable entre lo castrense y el mundo civil. Decir que O’Higgins siguió al pie de la letra el modelo napoleónico o bolivariano del culto al líder militar sería una exageración. No obstante, obviar el hecho de que el Director Supremo fue quien retomó la idea de Carrera de militarizar a la sociedad chilena sería desconocer uno de los principios rectores de su política de esos años. Durante su gobierno se consolidó la influencia del Ejecutivo por sobre los otros poderes del Estado, y en este proceso el apoyo recibido por O’Higgins de la oficialidad revolucionaria fue de suma importancia, por lo menos hasta fines de 1822. Ahora bien, cabe diferenciar la militarización de la política interna de la estrategia geopolítica externa de San Martín y O’Higgins; no porque ambas sean antitéticas, sino porque en ciertos casos manifiestan intereses contrapuestos. En el ámbito interno habría que comenzar haciendo alusión al primer documento constitucional presentado por el gobierno de O’Higgins en 1818, el cual da cuenta de cuán interesado estaba éste en militarizar las facultades del cargo de Director Supremo. Consciente de que la provincia de Concepción todavía estaba en manos enemigas, en sus palabras preliminares O’Higgins aceptó que la Constitución de ese año tenía un 358 Las revoluciones definitivo.indd 358 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 carácter transitorio y que únicamente la reunión de todos los “pueblos” en un Congreso Nacional podía dar legitimidad a un nuevo marco constitucional. Aun así, en los artículos de este reglamento pueden vislumbrarse algunos elementos interesantes que conviene tener en mente. En primer lugar, y a la usanza de los ilustrados dieciochescos, la Constitución de 1818 dedica un capítulo entero a los “derechos del hombre en sociedad”. En el apartado noveno de dicha sección se establece que el Estado podía “privar” a una persona de “la propiedad y libre uso de sus bienes” siempre y cuando fuera para solventar “la defensa de la Patria”; y esto, con “la indispensable condición de un rateo proporcionado a las facultades de cada individuo, y nunca con tropelías e insultos” (título I, capítulo I, artículo 9). Con ello, se pretendía poner fin a los abusos cometidos por ambos lados combatientes al momento de exigir donaciones extraordinarias a los habitantes para pagar los gastos de guerra. Al “hombre social” le cabía también cumplir ciertas obligaciones, la más importante de las cuales sostenía que “todo individuo que se gloríe de verdadero patriota, debe llenar las obligaciones que tiene para con Dios y los hombres, siendo virtuoso, honrado, benéfico, buen padre de familia, buen hijo, buen amigo, buen soldado, obediente a la ley y funcionario fiel, desinteresado y celoso” (título I, capítulo II, artículo 5). La alusión a que todo individuo debía ser, además de un hombre virtuoso, un soldado de su patria, demuestra la relevancia asignada por el gobierno de O’Higgins a la idea de la Revolución Francesa de hacer de cada ciudadano un defensor de su territorio. Al igual que en la época de Napoleón, el “mando y organización de los ejércitos, armada y milicias” correspondía al poder Ejecutivo. A su vez, la dirección suprema podía “confirmar o revocar con arreglo a ordenanza, en último grado, las sentencias dadas contra los militares en los consejos de guerra” (título IV, capítulo primero, artículo 5), además de nombrar a los gobernadores militares de Valparaíso, Talcahuano y Valdivia, los tres principales puertos chilenos (título IV, capítulo V, artículo 2). En otras palabras, el Director Supremo tenía potestad absoluta para formar nuevos cuerpos armados, nombrar jefes militares y exigir de los ciudadanos un compromiso total con la defensa nacional. Pero quizás más interesante que lo anterior sea el precepto que llamaba a “mantener la más estrecha alianza con el Gobierno Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a que concurrirá eficazmente el Senado por la importancia de nuestra recíproca unión” (título IV, capítulo I, artículo 8)75. En un claro intento por mezclar la contingencia interna 75 Constitución provisoria para el Estado de Chile, 8 de agosto de 1818. 359 Las revoluciones definitivo.indd 359 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES con las metas externas exigidas por San Martín, O’Higgins llamaba a las elites a no olvidar que la reconquista de Chile había sido sólo el primer paso de un objetivo mayor. O’Higgins creía que la consolidación de su gobierno pasaba por derrotar a los limeños, por lo que no dudó en dar su total apoyo al plan continental de San Martín, incluso a costa de la tranquilidad política chilena. En efecto, debido a que el ataque a la capital peruana suponía que el erario fuera utilizado para financiar las exigencias del Ejército Libertador del Perú, O’Higgins fue relegando a un segundo plano la lucha que con tanto ahínco libraban hombres como Ramón Freire en el sur del país contra las guerrillas realistas. Con el paso del tiempo, la opción de O’Higgins de reforzar el flanco externo de la revolución terminaría desarticulando por completo su proyecto político interno. De acuerdo con Simon Collier, “los chilenos estuvieron muy vívidamente conscientes de que su propia causa se hallaba ligada a un movimiento más generalizado”, que podríamos denominar, siguiendo al historiador inglés, como “americanismo”76. Más que en términos administrativos (los planes por celebrar congresos “continentales” nunca fueron considerados demasiado en serio por los políticos nacionales), este deseo se planteó sobre todo en términos militares y, por lo menos durante los primeros años de la guerra en el Perú, no tuvo grandes detractores. El primer contingente de la Expedición Libertadora del Perú zarpó del puerto de Valparaíso el 20 de agosto de 1820, en medio de una “muchedumbre de gente que, llena de entusiasmo y de contento” aclamaba y bendecía a los más de cuatro mil soldados que componían sus filas77. Ese mismo día, el gobierno nombró a San Martín capitán general del ejército de Chile, designándolo, además, jefe de las operaciones terrestres y navales sobre el Perú. Esto último, con el objeto de que la escuadra recientemente formada por el británico Thomas Cochrane estuviera siempre subordinada a las órdenes de San Martín78. Los soldados y oficiales chilenos, entre los que se contaba Francisco Antonio Pinto, se encontraron en el Perú con oficiales –como el virrey Pezuela y su sucesor, el virrey de la Serna– más dispuestos que Abascal a pactar con los revolucionarios una salida pacífica al conflicto. El advenimiento en 1820 del Trienio Liberal acercó las posiciones entre el imperio Simon Collier, Ideas y política de la Independencia de Chile, p. 204. Citado en Barros Arana, op. cit., t. XII, p. 463. 78 Este y los siguientes párrafos están basados en el análisis que sobre esta materia hiciéramos en la tesis de Licenciatura Francisco Antonio Pinto en los albores de la República, 1785-1828. Según Barros Arana, op. cit., t. XII, p. 456, la escuadra chilena estaba formada por 1.928 hombres de tripulación. 76 77 360 Las revoluciones definitivo.indd 360 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 español y los territorios americanos. Sin necesariamente mostrarse abiertos a aceptar la independencia de las regiones ultramarinas, la nueva generación de políticos “liberales” españoles intentó volver a los preceptos de la Constitución de Cádiz de 1812 y otorgar derechos constitucionales a los americanos. San Martín, de hecho, pensó en la posibilidad de crear una monarquía constitucional en el extremo sur del continente, aunque sin definir claramente sus propósitos ni quién sería su titular79. No cabe duda de que la falta de claridad del proyecto de San Martín impidió que las negociaciones entre revolucionarios y realistas llegaran a buen puerto. Así, la guerra continuó su curso y, ya para julio de 1821, las fuerzas sanmartinianas lograban hacerse del control de Lima. Por lo menos en teoría, el paso político siguiente llamaba a concretizar la independencia peruana. Decimos en teoría, pues la independencia del Perú, aunque firmada el 28 de julio de 1821, aún estaba lejos de consolidarse en el campo de batalla. A pesar de las auspiciosas victorias políticas conseguidas por San Martín, las rencillas entre los miembros del ejército revolucionario no demoraron en aparecer, cuestión que perjudicó sus pretensiones estratégicas tanto o más que las amenazas realistas. De acuerdo con algunos oficiales chilenos, dichos conflictos obedecían al trato preferencial que, en su criterio, recibían los soldados rioplatenses por parte de San Martín; diferencias que, vistas desde hoy, denotan los primeros pasos de un incipiente sentimiento “nacional”, distinto del “americanismo” de los años 1810. Francisco Antonio Pinto, oficial chileno en el Perú, escribió su impresión sobre el tema en un prolífico documento de 185380. A su juicio, el problema de las “nacionalidades” se debía a tres razones: una promesa incumplida de San Martín sobre la remuneración de la tropa; el descontento por no haber encontrado en Lima el botín que esperaban; y el desapego que cercaba a San Martín por encontrarse sin el apoyo de un gobierno que representara las aspiraciones revolucionarias. Es decir, para Pinto, gran parte de la culpa recaía sobre el propio San Martín, tanto por sus ideas monarquistas como porque los chilenos consideraban que sus remuneraciones eran inferiores a las prometidas81. A esas alturas, el proyecto político-militar de San Martín se desvanecía en una nebulosa de conflictos internos y malas decisiones admi79 Barros Arana, op. cit., t. XIII, pp. 178-184. Para las ideas monarquistas de San Martín, véase Lynch, San Martín, capítulo 7. 80 Este documento se encuentra en Guillermo Feliú Cruz, “San Martín y la campaña libertadora del Perú. (Un documento del general don Francisco Antonio Pinto)”, pp. 5-49 y corresponde a un cuestionario de once preguntas formuladas por Alejandro Reyes Cotapos a Francisco Antonio Pinto sobre su participación en la expedición libertadora del Perú. 81 Véase Op. cit., pp. 32-33. 361 Las revoluciones definitivo.indd 361 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES nistrativas. La guerra en el Perú se alargaba más de lo necesario, y sus relaciones con Simón Bolívar, entonces comandante en jefe del ejército neogranadino, revestían sendas complicaciones para los objetivos geopolíticos del Ejército Libertador. Luego de la denominada “entrevista de Guayaquil”82, la relación entre ambos líderes independentistas alcanzó un cariz evidentemente desfavorable para el rioplatense, hasta el punto de que en septiembre de 1822, y a sabiendas de que su ascendencia en Lima había desminuido demasiado para continuar al mando del gobierno, San Martín decidió renunciar a todos sus cargos y poderes, entre ellos al de “Protector”83. Las divisiones chilenas en el Perú, sin embargo, fueron compelidas a seguir su participación en la guerra, específicamente en la zona de Intermedios, al sur del territorio, estando su jefatura a cargo del general Rudecindo Alvarado. A Pinto se le encargó el Estado Mayor y a Luis de la Cruz, el mando de la división chilena84. La expedición, que se embarcó rumbo al puerto de Arica en octubre de 1822, contó con cerca de cuatro mil hombres, de los cuales unos mil doscientos eran chilenos y el resto, peruanos y rioplatenses85. Lo extenuante del viaje –demoró setenta días86– como también la falta de víveres y de agua impidieron que las fuerzas llegaran en buen estado. Esta fue la primera señal de que las cosas no irían bien para los revolucionarios. El 12 de diciembre, días después de llegar a Arica, Pinto relataba a O’Higgins el estado ruinoso del ejército: “El exercito de Chile desde que se embarcó en Valparayso hasta el dia ha recibido por todo vestuario el paño para una chaqueta y gorra de cuartel, y dos pantalones de brin. [...] Aunque en el boletin que le acompaño se diga que hemos encontrado recursos, el hecho es que toda la costa está desolada, y que hasta la fecha casi todo el exercito está comiendo de los víveres que sacó del Callao. No podemos movernos hasta que nos lleguen los caballos de Chile, pues con dificultad hemos podido montar un escuadron en caballos. Entre mulas de carga y de silla tenemos como 350: pero Existe una vasta literatura sobre la “Entrevista de Guayaquil”, por lo que aquí recomendamos sólo dos trabajos publicados recientemente sobre el tema. Véase John Lynch, Bolívar, pp. 171-175 y John Lynch, San Martín, pp. 185-190. 83 Véase, entre otros, a Diego Barros Arana, op. cit., t. XIII, pp. 482-490; Gonzalo Bulnes, Historia de la Expedición Libertadora del Perú, vol. II, capítulo XII; y John Lynch, Las Revoluciones…, pp. 210-212. 84 Véase Gonzalo Bulnes, Últimas campañas de la independencia del Perú, p. 60. 85 Véase Op. cit., p. 59. 86 Véase Feliú Cruz, op. cit., p. 34. 82 362 Las revoluciones definitivo.indd 362 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 lo que mas nos aflige son las subsistencias. Luego que el enemigo supó [sic] nuestro desembarco en Arica, ha situado la mayor parte de sus fuerzas en Torata, cuyo pueblo mora cuatro leguas de Moquegua. Lo mas sensible es que por falta de mobilidad en nuestro exercito le estamos dando todo el tiempo suficiente para que reuna cuantas fuerzas pueda y destruya lo que crea pueda aprovecharnos”87. La carta arriba citada es la primera que hace mención a las penurias que vivían los chilenos, pero no la última. En una epístola de 30 de diciembre de 1822, Pinto manifestaba a O’Higgins la dependencia de la división chilena respecto a sus aliados peruanos y rioplatenses, señalando que el descontento de la tropa aumentaba a medida que pasaban los días. Pinto intentaba demostrar que al interior del Ejército Libertador se vivía un conflicto de “nacionalidades”, en el que sus compatriotas no querían subordinarse a oficiales extranjeros, como tampoco continuar luchando por una causa que, en esos momentos, les era ajena: “Ayer hemos recivido comunicaciones de Lima, y tenemos el sentimiento de ver frustrado nuestro plan de operaciones por la inveterada arbitrariedad de todos aquellos Gobiernos de hacer y desacer de todo lo que pertenece á Chile. Han ordenado los cuatrocientos hombres que V. mandaba para el exercito de Chile, y les han hecho marchar á Lurin á incorporarse con una fuerza que se hallaba acantonada en ese punto; Ojalá no sea mas que esto, y que á la fecha no hayan cambiado la mitad de la gente por otra que para nada nos sirve! Este abuso no lo hemos podido evitar, y hasta los momentos de salir ha hecho el General Cruz reclamaciones sin fruto sobre el particular. El exercito de Chile no puede subsistir sin una caballeria propia en campaña, por ese motivo ha estado siempre dependiente y como pegado al de los Andes, por que la influencia de esta arma y los recursos que ella subministra no lo permiten este estado e independencia, ni el de poder proveer por si á su servicio y subsistencia. Nadie mejor que V. puede penetrar la existencia precaria que deben tener cuerpos de Infanteria haciendo movimientos con caballeria prestada”88. Pinto a O’Higgins, 30 de diciembre de 1822. Archivo Histórico Nacional, fondo Vicuña Mackenna (en adelante VM), vol. 92, fs. 94-95v. Esta carta también se encuentra en Gonzalo Bulnes, Últimas campañas…, pp. 61-63, nota 5. 88 Pinto a O’Higgins, 30 de diciembre de 1822. VM, vol. 92, fs. 92-92v. 87 363 Las revoluciones definitivo.indd 363 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES Nadie parecía saber por qué los antiguos triunfos del Ejército Libertador se habían transformado repentinamente en una seguidilla de infortunios. Desde Chile, además, no llegaban noticias demasiado alentadoras: a fines de enero de 1823, y debido a una serie de revueltas organizadas en Concepción, Bernardo O’Higgins se veía en la obligación de abdicar su cargo de Director Supremo, dando paso al decidido Ramón Freire. Así, quien se había transformado en el mentor de la Expedición Libertadora del Perú, era obligado a abandonar a sus hombres a merced de las fuerzas enemigas y también de las aliadas. Obviamente, en el Perú las repercusiones de la renuncia de O’Higgins no se hicieron esperar. Esta vez, las críticas provinieron del propio Pinto, quien, en un largo y sentido informe de 23 de febrero de 1823, se refería al completo abandono de los soldados por parte del gobierno chileno, como también a cómo el abuso de poder de los aliados se había incrementado luego de las derrotas en las localidades de Moquegua y Torata: “Desde que el ejército de Chile zarpó de las playas de Valparaíso, se ha mantenido constantemente a discreción del jeneral San Martin i de otros jefes, cuyo interes ha sido presentarlo al Perú en un pié tan insignificante i subalterno, que siempre por la nulidad de sus esfuerzos todo el mundo le ha considerado como una parte accesoria al ejército de los Andes i destinado a llenar con sus soldados los vacíos de las filas de los otros ejércitos. Jamas se han dado reclutas suficientes a los cuerpos de Chile ni aun para mantener dos batallones completos, miéntras que sus vacantes resultaban de los soldados que estraian para el ejército de los Andes i el del Perú. [...] No se podría conseguir el infame plan de deprimir los sacrificios de Chile practicados en favor del Perú, si no se hubiesen presentado sus fuerzas en un estado tan insignificante a los ojos de los peruanos. Lamentábamos en silencio la humillación de nuestra bandera, i dirijíamos nuestros esfuerzos a conservar las débiles reliquias de lo que pertenecía a Chile, i es un milagro debido solamente a la constancia i virtudes de nuestros oficiales que a la fecha exista un hombre con la escarapela tricolor”89. Pinto sabía que este informe podía causar alguna repercusión en los gobernantes de Santiago; aunque también no es errado presumir que, a tra89 El informe completo se encuentra en Gonzalo Bulnes, Últimas campañas…, pp. 48-52, notas al pie. 364 Las revoluciones definitivo.indd 364 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 vés de sus palabras, intentara explicar las razones de la derrota en Intermedios y, por lo tanto, comenzar a planificar y justificar una próxima retirada de la división chilena si no variaba el trato que, hasta ese momento, habían recibido sus hombres. En una carta dirigida a O’Higgins a principios de marzo de 1823, Pinto planteaba la necesidad de salvar las “reliquias” de las tropas chilenas, pues, de otro modo, “se nos despojará de la poca jente que nos queda” y a los “que no queramos abandonar la escarapela tricolor, nos arrojarán ignominiosamente en compensación de los sacrificios de Chile”. Agregaba que no eran los riesgos de servir en el ejército lo que lo movía a tener estas ideas, sino los “insultos i vejaciones que hemos probado i que de golpe van otra vez a precipitarse sobre nosotros”90. Así las cosas, durante 1823 las fuerzas de Pinto –para entonces acantonadas en El Callao– se enfrentaron a la disyuntiva de obedecer las misiones encargadas por el jefe militar neogranadino en el Perú, Antonio José de Sucre, o tomar un camino que fuera más conveniente para las pretensiones de Chile. La administración de Freire compartía las aprensiones de Pinto, por lo que, en octubre de ese año, despachó una expedición de ayuda a cargo del coronel José María Benavente con el objeto de ponerse a disposición de Pinto y entregarle, en nombre del gobierno, nuevas instrucciones. Cuando a fines de octubre Benavente arribó a Arica, los conflictos internos en el Perú arreciaban. Ingenuamente, el coronel chileno cayó en las redes de la intriga, haciendo una alianza no demasiado estratégica ni duradera con Andrés de Santa Cruz, quien hacía intentos desesperados por potenciar a José de la Riva Agüero en desmedro de Bolívar. Al enterarse de los planes de Santa Cruz, Pinto reaccionó indignado, señalando que los chilenos no debían tomar partido alguno en las divisiones internas generadas por los conflictos personales entre Bolívar y Riva Agüero. Por ello, en Cobija –lugar este último al que había llegado luego de ser enviado por Sucre con el fin de distraer al enemigo por el lado sur del territorio peruano– Pinto tomó la decisión de dirigirse a Coquimbo y establecerse en Chile. En Coquimbo, Pinto “esperaba reconcentrar sus fuerzas, procurarse los auxilios necesarios y ponerse en situación de volver a operar en el Perú bajo mejores condiciones”91. Pinto dio cuenta de su resolución a Sucre, quien, confiando en que el gobierno chileno volvería a entregar su apoyo, se manifestó a favor del plan92. A su vez, el 1 de diciembre Pinto escribía a O’Higgins que Citado en Gonzalo Bulnes, Historia de la Expedición…, vol. II, p. 425. Barros Arana, op. cit., vol. XIV, pp. 190-191. También véase Gonzalo Bulnes, Últimas campañas…, pp. 302-308. 92 Véase Barros Arana, op. cit., t. XIV, p. 191. 90 91 365 Las revoluciones definitivo.indd 365 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES “El estado presente del Peru, y la indispensable necesidad de organizar y reunir nuestra division dispersa me han decidido á marchar á un puerto del Norte de Chile, y este partido es el unico prudente que en mi concepto se podia adoptar”93. Y lo cierto es que, a juzgar por el desmembramiento y las penurias de la división chilena, la decisión de Pinto fue acertada94. Obviamente, las críticas no demoraron en aparecer entre los políticos santiaguinos que miraban desde lejos la situación de sus compatriotas95; no obstante, ninguno de los militares que se encontraban en el lugar de los hechos cuestionó a Pinto. Incluso el propio Bolívar consideró que la estrategia había sido bien pensada y, cuando solicitó al gobierno de Freire que la división auxiliar de Chile volviera al Perú, pidió que fuese mandada “por sus mismos acreditados jefes”96. Pese a esto, aquella ayuda nunca volvió a concretarse; no porque Pinto no lo deseara, sino porque los conflictos internos de Chile obligaron al gobierno de Freire a concentrar todos sus esfuerzos en expulsar las tropas realistas que todavía operaban en la isla de Chiloé. 7 Decíamos que los combatientes chilenos en el Perú se enteraron del alzamiento de Freire y la posterior abdicación de O’Higgins cuando los conflictos en el Ejército Libertador llegaban a su punto cúlmine. En sus informes, los oficiales chilenos acusaban diferencias sustanciales en el trato recibido por sus compatriotas de parte de la oficialidad mayor del ejército, enfatizando sobre todo cuestiones relativas al pago de la tropa. No es fácil asegurar que San Martín y los continuadores de su política abusaran de sus prerrogativas con el fin de pasar a llevar a los miembros chilenos del Ejército Libertador. Sin embargo, más importante es rescatar el hecho de que dichas críticas hayan, por un lado, existido y, por otro, obligado a las autoridades de Santiago a tomar cartas en el asunto. Lo primero, demuestra que los oficiales comenzaban tímida pero crecientemente a referirse a ellos mismos como chilenos, es decir, como individuos pertenecientes a una comunidad que poco a poco cambiaba las abstracPinto a O’Higgins, 1 de diciembre de 1823. VM, vol. 92, f. 99. Para el desembarco chileno en Coquimbo, véase Ferdinand B. Tupper, Memorias del Coronel Tupper, pp. 101-104. 95 Véase Barros Arana, op. cit., t. XIV, p. 193. 96 Citado en Bulnes, Últimas campañas…, pp. 308. 93 94 366 Las revoluciones definitivo.indd 366 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 ciones del plan “americanista” de San Martín por un proyecto focalizado en lo que para ellos era la patria. Es probable que en esta mutación de pareceres la tropa haya jugado un papel destacado. En efecto, por lo menos Pinto parece haber hablado en nombre de cada uno de los soldados nacidos en Chile; de otra forma, no habría solicitado a su gobierno que hiciera cuanto estuviera a su alcance para “que el ejército perteneciente a Chile se mantenga unido, i no pueda diseminarse en destacamentos, esceptuándose solamente los cuerpos que se tuviere por conveniente destinar a la vanguardia, luego que todo el ejército rompa su movimiento sobre el enemigo”97. Ahora bien, los documentos arriba citados provienen de la mano de quien era, para entonces, el oficial chileno más instruido de las divisiones luchando en el Perú, por lo que difícilmente podemos otorgar a sus palabras una carga demasiado “popular”. Mientras el soldado común y corriente deseaba regresar a casa sin considerar mayormente cuestiones de índole política, detrás de las palabras de Pinto encontramos ideas similares a las formuladas por la oficialidad penquista que se enfrentó a O’Higgins cuando constató con impotencia cómo gran parte del erario era gastado en el Perú en vez de utilizarse para detener los ataques de las guerrillas realistas en territorio local. No es de extrañar que Freire nombrara, poco tiempo después, a Pinto como intendente de Coquimbo, como tampoco que ambos se convirtieran en los dos principales líderes político-militares de la segunda mitad de la década de 1820. Después del retiro de los hombres de Pinto del campo de batalla peruano, la consolidación de la independencia chilena se concentró tanto en el plano militar como en el político. En octubre de 1825, en su calidad de intendente de Coquimbo, Pinto negoció un empréstito inglés para solventar los gastos de una expedición a Chiloé liderada por Freire, y cuyo fin era expulsar a los contingentes realistas que todavía pululaban en suelo chilote98. Desde 1818 en adelante, el conflicto armado en Chile se había llevado a cabo sobre todo en las zonas rurales del sur del país. El período denominado como “Guerra a Muerte” tuvo como protagonistas a un no muy ordenado ni bien remunerado ejército revolucionario y a una serie de grupos irregulares luchando en nombre del rey99. Luego de arduas confrontaciones, los primeros lograron hacerse de las principales Op. cit., pp. 51-52. Sobre este empréstito, véase Juan Luis Ossa, “La actividad política de Francisco Antonio Pinto: 1823-1828. Notas para una revisión biográfica”, pp. 109-112. 99 Véase Benjamín Vicuña Mackenna, La Guerra a Muerte, Buenos Aires, Editorial Francisco de Aguirre, 1972. 97 98 367 Las revoluciones definitivo.indd 367 04-01-13 15:36 LAS REVOLUCIONES AMERICANAS Y LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES ciudades de la región y acorralar a los estertores del ejército monárquico en Chiloé. Una primera expedición a la isla en 1824 fracasó estrepitosamente debido a las inclemencias climáticas, obligando a los revolucionarios a abandonar la empresa y a dirigirse al puerto de Talcahuano con las manos vacías100. Dos años después, y en gran medida gracias al empréstito firmado por Pinto y Carlos Lambert en Coquimbo, aquella derrota sicológica fue reemplazada por una victoria. En lo que dice relación con la lucha contra las tropas realistas regulares, los revolucionarios podían respirar tranquilos. ¿Puede decirse lo mismo del ámbito político? Uno de los argumentos centrales de la historiografía tradicional plantea que las guerras revolucionarias trajeron como consecuencia una inestabilidad política estructural, manifestada no sólo en la seguidilla de intentos fallidos por mantener al país en orden sino también por la falta de coherencia y unidad argumentativa de la mayoría de los proyectos constitucionales presentados a partir de 1818101. El problema no estaba en el tipo de régimen político a implementar, toda vez que de una u otra forma las elites en su totalidad tenían puestas sus esperanzas en la construcción de un régimen medianamente representativo y republicano. Más bien, las diferencias estribaban en los medios utilizados para implementar dicho régimen y en los objetivos específicos de las distintas corrientes de pensamiento surgidas a raíz de la emancipación. No obstante, plantear, como lo hace la historiografía clásica, que las discrepancias políticas de la década de 1820 reflejan tendencias “anárquicas” nos parece una exageración. Como bien dijera Julio Heise, el periodo en cuestión debe ser comprendido como un proceso de “formación y aprendizaje” político, caracterizado, es cierto, por altos grados de inestabilidad pero también por la consolidación de la independencia y el desarrollo de un Estado republicano102. Dentro de los diversos grupos de poder que jugaron un papel preponderante en la política de esta época, los militares comparten una posición destacada junto a intelectuales, polemistas y congresistas. Es más, una vez concluida la etapa más radical de la revolución, muchos de los oficiales revolucionarios se convirtieron en administradores civiles del nuevo régimen. El caso de Pinto es paradigmático, en el sentido de que, a difeVéase Juan Luis Ossa, “La actividad política…”, p. 95. Véase, por ejemplo, Alberto Edwards, La fronda aristocrática, pp. 57-60, quien habla de “interregno anárquico”; y Francisco Antonio Encina, Historia de Chile. Desde la prehistoria hasta 1891, t. IX, en el que el periodo 1823-1830 recibe el nombre de “Los ensayos de organización política democrática y la anarquía”. 102 Véase Julio Heise, Años de formación y aprendizaje políticos 1810-1833, sobre todo la tercera parte. 100 101 368 Las revoluciones definitivo.indd 368 04-01-13 15:36 EJÉRCITO, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN CHILE, 1780-1826 rencia de Carrera y O’Higgins, su base de poder descansaba más en sus conocimientos políticos e intelectuales que en sus cualidades militares. Al igual como lo plasmara Juan Egaña en su Constitución de 1823, Pinto creía que “la fuerza pública” debía ser “esencialmente obediente” y que “ningun cuerpo armado puede deliberar”103. Así, su ejemplo, sumado al de otros militares como Freire, José Manuel Borgoño y Jorge Beauchef,104 muestra que la revolución produjo una generación de hombres entrenados en los campos de batalla pero que, al mismo tiempo, se formó bajo la rama civilista de las revoluciones transatlánticas de fines del siglo XVIII. En efecto, la revolución hispanoamericana en general y la chilena en particular pueden contarse dentro de las revoluciones transatlánticas del periodo. Por supuesto, sería un error concluir que el proceso emancipador obedeció a una continuación monolítica de las “revoluciones democráticas” norteamericana y francesa; sin embargo, también lo sería negar cualquier tipo de vinculación entre estos eventos105. Lo anterior, no necesariamente porque el tránsito de un sistema colonial a uno republicano haya producido cambios “revolucionarios” en la rígida estructura social chilena, sino más bien porque, al ser una guerra “total”, la lucha independentista revolucionó, al igual que la Revolución francesa, el sentido mismo de la convivencia política. La revolución introdujo profundos cambios en el sistema político chileno, dando pie a que nuevos actores participaran del nuevo régimen republicano. Ese fue el caso de los veteranos de las guerras, quienes fueron exceptuados del requerimiento constitucional que obligaba a los electores a demostrar un ingreso de103 Artículo 226 de la Constitución Política del Estado de Chile, 29 de diciembre de 1823, en Foreign Office (Reino Unido) 16/1 fs 151-183. El artículo 227 señalaba que “cada año decreta el Senado la fuerza del egército permanente, y ésta es la única del Estado”, mientras que el 229 disponía que la fuerza militar “no puede hacer requisiciones ni exigir alguna clase de auxilios, sino por medio de las autoridades civiles y con expreso decreto de éstas”. Es decir, Egaña, uno de los intelectuales y civiles más connotados de la época, llamaba a desmilitarizar a la sociedad chilena y así evitar caer en el caudillismo militar. 104 Véase Gabriel Salazar, Construcción de Estado en Chile (1800-1837). Democracia de los “pueblos”. Militarismo ciudadano. Golpismo oligárquico, pp. 455-490. 105 Para la perspectiva atlántica, véase Robert R. Palmer, The age of the Democratic Revolution; Peggy K. Liss, Atlantic empires: the network of trade and revolution, 1713-1826; Anthony Pagden, Lords of all the world. Ideologies of Empire in Spain, Britain and France, 1700-1800; Richard L. 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Del mismo modo, grupos de artesanos, de pequeños comerciantes y de la guardia nacional solían ser parte de las contiendas electorales, ya fuera formalmente (gracias a su capacidad para demostrar que sus ingresos eran iguales o superiores a las exigidas por la Constitución de 1833) o informalmente (mediante su participación en los procesos electorales en su calidad de seguidores u opositores de algún candidato en específico)106. Así, pues, los orígenes del sistema representativo chileno deberían sus inicios a este periodo de “formación y aprendizaje”; periodo en que, como hemos visto, los militares jugaron un papel central, tanto en el campo de batalla como en el terreno político. BIBLIOGRAFÍA ADELMAN, JEREMY. Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic, Princeton, Princeton University Press, New Jersey, 2006. ADELMAN, JEREMY. “An Age of Imperial Revolutions”, en American Historical Review, N° 113, vol. 2, abril, 2008. AMUNÁTEGUI, MIGUEL LUIS Y GREGORIO VÍCTOR. 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