El reto de formar ciudadanos Juan Poom Medina* En todo Estado moderno la figura y rol del ciudadano es imprescindible para entender el funcionamiento tanto del aparato estatal como el de la sociedad. La definición más común de ciudadano es aquél que se encuentra sujeto a ciertos derechos y obligaciones de carácter civil, político y social. Sin embargo, esos derechos y obligaciones no despejan mucho las dudas que tenemos respecto al tipo de ciudadano que se construyen en las democracias en transición, principalmente, en esas formas de gobierno que Guillermo O’Donell atinadamente ha llamado democracias delegativas. Es decir, democracias en la que los “ciudadanos” delegamos a una “parvada” de representantes nuestro rumbo y vida política-social-económica con el fin de que ellos decidan. Las Ciencias Sociales han contribuido con propuestas innovadoras que buscan entender el comportamiento de los ciudadanos, sus actitudes, sus elecciones individuales, sus formas de participación, y demás. Obviamente como agenda de investigación la figura del ciudadano sigue abierta y, en este caso, la Ciencia Política tiene mucho qué decir como campo de estudio. De hecho, ése ha sido parte de los intereses de esta disciplina porque un gran acertijo que sigue sin resolverse es que en el ámbito político el orden democrático demanda la presencia de ciudadanos informados, participativos y corresponsables que le suministren vigor a la vida institucional. Es un acertijo porque todos estos problemas nos llevan a la pregunta ¿Cómo formamos ciudadanos informados, participativos y corresponsables? No tengo respuesta alguna para contribuir en estas líneas a plantear la figura de un ciudadano cívico, ni para sugerir cómo deberían ser esos ciudadanos que puedan vigorizar la vida institucional. Lo que me queda claro es que en una visión minimalista de ciudadano debe concebirse que la educación contribuye a la formación de individuos que sepan discutir sobre la vida pública. Por ejemplo, si vivimos en provincia es importante estar informado sobre los asuntos nacionales, y para los que viven en el centro del País los asuntos de los gobiernos subnacionales deberían interesarles como parte de los derechos y obligaciones que tenemos. Esta semana escuché a un locutor nacional afirmar en su programa de radio que “afuera del Distrito Federal nadie está enterado de nada”. Se refería a la escasa discusión que ha generado en la ciudadanía los problemas nacionales como la toma de la tribuna en el Poder Legislativo, la reforma de Pemex, los asuntos de los spots en televisión, entre otros temas. En principio, escuchar esa afirmación me causó molestia. Pero cuando escuché en los comerciales, también en radio, las respuestas de algunos “ciudadanos” ante la pregunta ¿Qué es el Poder Judicial?, no hubo más réplica al locutor. ¿En verdad estamos tan fregados en términos de cultura política ante tanta desgracia política de nuestro País? Una posible respuesta se encuentra en los datos de la Tercera Encuesta Nacional de Cultura Política que publicó en 2006 la Secretaría de Gobernación. Revisemos algunos datos. Uno de cada 10 ciudadanos entrevistados manifestó tener mucho interés en la política; en una discusión política, 3 de cada 10 personas entrevistadas dijeron participar y haber dado su opinión; la televisión es el medio de comunicación que utilizan los mexicanos para informarse de política; 4 de cada 10 entrevistados sabe que los diputados federales duran en el cargo tres años; 56% de los mexicanos se inclinó por un régimen democrático; 6 de cada 10 entrevistados confían poco en las demás personas; aproximadamente 3 de cada 10 entrevistados están a favor de organizarse con otros ciudadanos para trabajar en una causa común y; por último, 5 de cada 10 mexicanos creen que la democracia en México mejorará o mejorará en parte en un futuro. Al meditar estos porcentajes se me vino a la mente el título del último libro de Lorenzo Meyer “El Estado en busca del ciudadano”. También pensé en la gran tarea que es formar ciudadanos que cumplan con los requisitos mínimos para seguir consolidando nuestra débil democracia. ¿La tarea, entonces, a quiénes les corresponde?