CRECER EN GRUPO Una aproximación desde el Enfoque Centrado en la Persona Por: Bartomeu Barceló Rosselló 1 ÍNDICE Introducción y gratitudes. 1.- Un Enfoque para crecer. 2.- Ser persona en crecimiento. 3.- El grupo, más que nunca un mar de vida. 4.- La senda del grupo: signos del acontecer. 5.- Estar presente: una manera de hacer. 6.- La relación con el sí mismo. Tentativas de focusing. 7.- Disponerse, enfocar y desenfocar. Hacia la operatividad del sistema. 8.- Dos destrezas para una acción eficaz. 9.- Entre la espera y el contacto. 10.- Temores, deseos y satisfacciones. 11.- De la experiencia al aprendizaje. Viajando hacia el “Enfoque Centrado en la Persona”. Por Jordi Juan Sastre. 12.- Del descubrimiento significativo a la proyección significada. Un compromiso sentido con el “Enfoque Centrado en la Persona”. Por Ferran Juan Torrens. 13.- Crecer facilitando. Una experiencia personal en la facilitación de grupos de encuentro. Por Victòria Picó i Aguiló. 14.- Muecas para el entrenamiento. Epílogo Referencias bibliográficas. 2 CRECER EN GRUPO. Una aproximación desde el Enfoque Centrado en la Persona. INTRODUCCIÓN Y GRATITUDES “ Un enfoque centrado en la persona se basa en la premisa de que el ser humano es un organismo básicamente digno de confianza, capaz de evaluar la situación externa e interna, de comprenderse a sí mismo en su contexto, de hacer elecciones constructivas como los siguientes pasos en la vida y de actuar en base a esas elecciones. Una persona facilitadora puede ayudar a liberar estas capacidades cuando se relaciona como una persona real con otra, reconociendo como suyos y expresando sus propios sentimientos; cuando experimenta un aprecio y un amor no posesivos por la otra. Cuando este enfoque es aplicado a un individuo o a un grupo se descubre, a lo largo del tiempo, que las elecciones hechas, las direcciones que se siguen y las acciones que se emprenden son personalmente cada vez más constructivas y tienden hacia una armonía social más realista con los demás”. (Carl Rogers) En realidad este libro fue concebido en Miraflores de la Sierra, un lugar alejado de los ruidos de la urbe en el que todavía puedo contemplar con asombro la majestuosidad de los montes serranos, oler el perfume reconfortante que desprenden una multitud de árboles, flores y plantas; escuchar el susurro del aire fresco y limpio mientras gozo de su roce por mi cuerpo y disfrutar de la musicalidad de las aguas que descienden por el riachuelo. Allí, en el paseo de la fuente del cura, desde hace algunos años, me percibo nuevamente en búsqueda de un caminar impreciso y sueño, en ocasiones, con un mundo imposible en un espacio incierto. En ese lugar, que me resulta siempre paradójico y a veces perplejo, me percato de nuevo en expansión y siento vivir serenamente, cuando acudo, la experiencia de crecer en grupo. Hace años que me siento atraído por las experiencias en grupo y los procesos que acontecen. He llegado a compilar muchos materiales apropiados para el estudio y la investigación a los que me he dedicado con cierta pasión. Sin embargo, cada nueva experiencia de grupo me sorprende y en muchas de ellas me siento de nuevo en crecimiento. Las noches de Miraflores me ayudan a darme cuenta de cuán importante es participar en grupos que me animan a crecer. Y es que las personas no existimos aisladamente en la faz de la tierra. Las mujeres y los hombres, como seres sociales y en relación unos con otros, convivimos en sociedad y conformamos grupos humanos de los que nos sentimos partícipes, a través de los cuales realizamos nuestros proyectos vitales. La familia, los equipos de trabajo, los cursos de formación a los que asistimos, las pandillas de compañeros y amigos, los encuentros; son situaciones de grupo. Los grupos humanos presentan pautas recurrentes de actitudes y conductas, y manifiestan tendencias de evolución en el curso de su trayecto. Es plausible investigar y definir algunas leyes generales que expliquen las razones de las semejanzas y diferencias entre los distintos grupos humanos. Es posible suponer, con bases relativamente sólidas, porqué unos grupos son eficaces y creativos, y otros se diluyen en un notable fracaso. Me parece que uno de los factores más decisivos para el despliegue del potencial creativo de un grupo y su desarrollo eficaz tiene que ver con el ejercicio del liderazgo institucionalizado. El líder de un grupo puede crear condiciones en virtud de las cuales un grupo se sienta inducido hacia su realización plena de manera creativa y 3 con resultados eficientes. Es más, estas condiciones pueden generar procesos comunicativos e interaccionales que tiendan al crecimiento personal y se perciban satisfactoriamente por parte de los miembros de un grupo. El grupo puede ser un marco propicio para el crecimiento y el desarrollo personal, puede constituir un espacio de comunicación auténtica y sincera, puede impregnar de transformación y encuentro nuestras relaciones interpersonales y puede estimular la incorporación de aprendizajes significativos y relevantes para nuestra tarea y nuestra vida. También puede configurarse como instrumento para la superación de los conflictos subyacentes y el aprovechamiento de la energía afectiva hacia una direccionalidad constructiva. De todo esto trata un poco este estudio que no es sino fruto de largos períodos de experiencia e investigación sobre el funcionamiento de los grupos y la manera de ejercer el liderazgo institucionalizado. En realidad existen múltiples y plurales publicaciones sobre dinámica de grupos que intentan explicar las bases de funcionamiento de los grupos y los procesos que acontecen en experiencias intensivas grupales, y proponen ideas para mejorar la eficacia de la tarea en equipos de trabajo. Y todavía prolifera una mayor cantidad de libros que sugieren recursos y técnicas aplicadas de dinámica de grupos con la finalidad de favorecer y acelerar estos procesos. Sin embargo, se encuentran pocas investigaciones que tratan del ejercicio del liderazgo, de la manera como se puede facilitar un grupo para que pueda expandir todo su potencial constructivo. Excepto algunas reflexiones ubicadas exclusivamente en el ámbito de la psicoterapia, no conozco muchas indagaciones editadas sobre la facilitación de grupos, sobre las condiciones necesarias y deseables que ha de entablar un animador y sobre cómo debería ser la presencia de un facilitador para intervenir eficazmente en el grupo. Si acaso, he podido observar algunos capítulos aislados que, a mi juicio, no conforman un sistema coherente de facilitación. Como sistema, un método de facilitación de grupos, tiene que poder ser aprovechado en distintos ámbitos sociales en donde existan situaciones que conformen grupo: en equipos de trabajo de departamentos empresariales y administrativos, equipos docentes y educativos, grupo-clase de alumnos en procesos formativos, grupos de voluntariado en campos socioculturales de intervención, cursos y grupos intensivos de aprendizaje y encuentro, y en otros muchos contornos. También tiene que contener elementos esenciales que permitan la formación y el entrenamiento de facilitadores que van a aplicar y adaptar el sistema en el ejercicio práctico de su liderazgo como coordinadores o animadores de grupos. Es más, un sistema de facilitación de grupos no puede ser neutral ni imparcial, al contrario; el ejercicio del liderazgo institucionalizado en un grupo es sustantivamente intencional. El animador de un grupo, con su presencia, su estar y su hacer en un grupo, transmite –quiérase o no-, un acopio de valores, actitudes y conductas que son expresión del sentido que otorga a su manera de facilitar. Y bien pudiera ser que la finalidad de su estar en un grupo fuera distribuir las funciones de su propio liderazgo porque confía en la intrínseca capacidad del grupo para autorrealizarse. Y este desarrollo en relación tiene que ver con el crecimiento personal de cada uno de los miembros del grupo, con la expresión sincera de sentimientos y opiniones, con la creatividad y la eficacia que se impregna a la tarea del grupo, con la celebración lúdica y con la proyección, en fin, de los aprendizajes significativos interiorizados desde un proceso experiencial que afecta a la totalidad de la persona como organismo. Ha sido este descubrimiento de la intencionalidad de la intervención para ayudar a crecer en grupo consecuencia de mi propia experiencia serendíptica. Fue, en 4 su momento, hace ya algunos años, un descubrimiento afortunado, inesperado y casual. Mi asistencia a un curso sobre “proyecto educativo” en el verano de 1979, del que me impresionó la metodología utilizada por los profesores, hizo sentirme impulsado y abierto hacia nuevas experiencias y aprendizajes. En la búsqueda, estos profesores me citaron a Carl Rogers y me sugirieron la lectura de algún libro suyo. El impacto de la lectura resultó, para mí, altamente relevante. Al cabo de unos años, en 1982, también por casualidad cuando salía de una clase de la que era alumno en la Universidad en Palma de Mallorca vislumbré, en un pequeño rincón de un tablón de anuncios, alejado del centro de los tablones centrales de información a los estudiantes, un cartel en el que se anunciaba la presencia de Rogers en Barcelona para facilitar un Workshop intercultural de comunicación con participantes de distintos países europeos. Hice lo posible, sin resultar nada fácil, para que me admitieran a este encuentro. Y, a pesar de ser el participante más joven y casi el único estudiante (las demás personas eran psicólogos, psiquiatras, sociólogos, profesores...), tuve la oportunidad y la suerte de conocer al maestro y participar de una experiencia única que me transformó como persona y significó una proyección en mi trabajo futuro como animador de grupos y profesor. Desde entonces me he dedicado con pasión al estudio, la investigación y la experiencia de facilitar y educar desde el Enfoque Centrado en la Persona propuesto por Carl Rogers. En realidad, el Enfoque Centrado en la Persona es una orientación sencilla para la intervención en un marco relacional: profesor-alumno, terapeuta-paciente, facilitador-grupo... y en las mismas relaciones interpersonales. Basa su hipótesis básica en la existencia de una tendencia al crecimiento en los organismos que opera siempre, si existen condiciones que favorezcan su despliegue actualizante. La direccionalidad de esta tendencia es constructiva. La determinación y la aplicación de estas condiciones necesarias y suficientes vienen configurando la investigación y la práctica de los que nos dedicamos al Enfoque Centrado en la Persona desde distintos ámbitos profesionales. Este libro pretende ser una aportación, desde esta perspectiva, para aquellas personas cuya función sea la facilitación de grupos. Intenta sugerir dispositivos que puedan reportar orientaciones y pautas que amparen el surgimiento del potencial que un grupo, sea del tipo que sea, posee intrínsecamente; con la finalidad de impulsar el crecimiento personal, la interacción y las relaciones personales satisfactorias, el aprendizaje, la creatividad y la eficacia de la tarea del grupo. Como sistema de facilitación, el propuesto no apunta exclusivamente a situaciones intensivas de grupo, sino también a grupos de funcionamiento ordinario en circunstancias cotidianas: una clase, un curso de formación o un equipo de trabajo. Y tampoco, como sistema global, no es una repetición mimética de los postulados ortodoxos del Enfoque Centrado en la Persona, sino que es fruto de la experiencia y la investigación, por lo que recoge algunas aportaciones que me parecen sugerentes de otras tendencias psicopedagógicas de intervención que he ido introduciendo en mi manera de facilitar. Los primeros capítulos intentan enmarcar el sistema desde la intencionalidad y el sentido que, a partir del Enfoque Centrado en la Persona, contiene inherentemente y constituye la base filosófica que orienta su finalidad. Hablamos pues de los valores que, a nuestro juicio, son semilla de crecimiento y relación significativa. En los capítulos tercero y cuarto sugiero una descripción del funcionamiento de los grupos como organismos, aportando un esquema interpretativo que nos ayude a comprender su estructura y sus procesos para permitirnos movernos con fluidez y acierto en nuestra presencia interventiva como facilitadores. 5 Los siguientes capítulos, hasta el décimo, se refieren específicamente al sistema de facilitación propuesto. Tratan, pues, de la manera de estar del facilitador, de sus actitudes, de las intervenciones, de su presencia para generar condiciones que secunden el curso de la tendencia actualizante en el grupo. Al capítulo diez le tengo un especial cariño. Intento expresar mis temores, deseos y satisfacciones, además de algunos nuevos aprendizajes a partir de mi experiencia como facilitador. Sin duda existen todavía interrogantes a los que sólo nuevas experiencias e investigaciones podrán posibilitar una resolución más adecuada. Los tres siguientes capítulos constituyen aportaciones de otras personas, magníficos profesionales, a quienes solicité cooperación para exponer su experiencia y aprendizaje como facilitadores de grupo que basan su intervención en las orientaciones del Enfoque Centrado en la Persona. Desde distintos ámbitos y con diversos niveles de experiencia aplican este sistema de facilitación, no de una forma cerrada y mimética, sino con matizaciones y aristas nuevas que impregnan un estilo personal de ser y estar en grupo que me ha comportado significativos aprendizajes. Con los tres he tenido actuaciones de cofacilitación y, en cada ocasión, me he sentido extraordinariamente satisfecho y gratificado tanto de compartir una tarea facilitadora como, y especialmente, de crecer personalmente merced a la relación personal que tengo la suerte de compartir con cada una de estas personas. Les agradezco profundamente su colaboración, su presencia y su afecto. Por último, el capítulo catorce, trata de la disposición de algunos recursos para la dinamización de grupos y contiene algunos ejercicios de dinámica de grupos, a modo de muestra, que pueden ser utilizados en determinadas situaciones grupales. Quizás este trabajo no adolezca de oportunidad. Quisiera tener la seguridad que pueda ser útil para las personas que, de alguna forma, se dedican a la animación de grupos, al ejercicio del liderazgo institucionalizado o, simplemente, represente una lectura relativamente amena para aquellas personas inquietas que, en situación de búsqueda, deseen comprender y compartir algunos valores humanos para vivir de manera más satisfactoria porque se sienten en crecimiento. El Enfoque Centrado en la Persona puede indicarnos elementos significativos que nos encaminen en esta indagación de sentido de la vida y la acción. Y en este estar permanentemente interrogándonos por un sentido, las sugerencias de Carl Rogers, del que acabamos de celebrar en 2002 el centenario de su nacimiento, pueden contribuir a nuestro propio crecimiento personal, a relacionarnos de manera más auténtica con los demás y a ejercer nuestra tarea desde una intención más altruista para proporcionar nuestro grano de arena en la visualización de una esperanza hacia un mundo mejor. Al final, los caminos de la revolución silenciosa, siendo frágiles, nos permiten no desechar la utopía que nos esboza el horizonte. El XI Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona celebrado en octubre de 2002 en Socorro (Brasil), al que he tenido la oportunidad de asistir, ha significado un nuevo avance en la práctica y la investigación de las condiciones necesarias y suficientes que generan crecimiento y aprendizaje, y ha reportado nuevos aspectos que me hacen intuir un desarrollo mayor y de más calidad de los estudios y técnicas de orientación humanista en las profesiones de ayuda. Este libro quiere ser una modesta contribución a la difusión del estilo que comporta el Enfoque Centrado en la Persona. Quiero agradecer el sugerente encargo que me transmitió Carlos Alemany, director de la colección Serendipity, maestro y amigo entrañable, para que me pusiera manos a la obra. 6 Pero no hubiera sido posible este trabajo sin la ayuda de muchas personas que, directa o indirectamente, me han aportado su experiencia, su cooperación, su afecto y su ánimo. Permítanme mencionar algunas. He aprendido, sobre todo de mi familia, de mi esposa Antònia y de mis hijos Maria del Mar y Joan Salvador. Con todos nuestros vaivenes procuramos convivir y comunicarnos con un estilo centrado en la persona. Nuestro grupo familiar significa para mí una experiencia intensa de relación y aprendizaje. Deseo agradecer las contribuciones de Victoria Picó, compañera y amiga; de Jordi Juan con un sentido afecto y de Ferran Juan por el que siento un aprecio muy especial. Su inestimable ayuda en la experiencia de facilitación y en el progreso de nuestra relación personal ha sido determinante para continuar por este camino. La colaboración de Francesc Miralles en el diseño de los esquemas que contiene este trabajo, me ha permitido, asimismo, ordenar y estructurar lo que, al principio, era sólo una masa deforme de ideas y sugerencias. Quiero mostrarle mi gratitud y mi afecto. Desearía expresar, por otra parte, un reconocimiento sincero a Claudio Rud, Matías Preindlsberg, Manuel Artiles, Elena Frezza, Osvaldo Cassoli, Lidia Fogliati y Viviana Rey de Argentina; a Alberto Segrera, José Jesús de Anda y Dora Gómez de México; a Ivana Rizvi, Raquel Wrona, Jaime Roy, Elias Boainain Jr. y Alfonso Lisboa da Fonseca de Brasil; a Brauny Bogantes de Costa Rica; a Robert Lee de Estados Unidos y a tantas otras personas que me han hecho un lugar en la comunidad del Enfoque Centrado en la Persona. Al grupo español de focusing del The Focusing Institute les agradezco su apoyo sincero y tantos momentos de compartir vivencias e inquietudes que me hacen sentir persona en crecimiento. A la “Escola de l’Esplai” y la Fundación “Esplai” de Mallorca, que me han facilitado espacios de formación y de experiencia, y me han aportado muchos recursos para la investigación y la práctica de la dinámica de grupos, les debo haber podido disponer de un lugar para aplicar profesionalmente los postulados del Enfoque Centrado en la Persona. A los Centros de Formación Permanente del Profesorado de las Islas Baleares les agradezco su confianza en los cursos que impartimos con orientación humanista a partir de las aportaciones del Enfoque Centrado en la Persona. Al Instituto de Interacción y Dinámica Personal de Madrid, a Casabierta de Buenos Aires, al Center for Studies of the Person de La Jolla, al The Focusing Institute de Nueva York, quiero agradecerles la formación recibida y la disposición de materiales para la investigación. Y agradezco - ¿cómo no?- a todos los participantes y alumnos en los grupos y cursos de los que he sido facilitador o profesor, su presencia y su coraje, sin ellos hubiera sido imposible avanzar por este camino. Por último permítanme una única dedicatoria, a Carl R. Rogers, in memoriam, por su calidez humana y su sustancial aportación. Siempre seguirá siendo mi maestro. 7 1. - UN ENFOQUE PARA CRECER “ He descubierto una manera de trabajar con los individuos que parece tener una gran potencialidad constructiva” ( Carl R. Rogers) La enseñanza, la educación social, la animación sociocultural, el mismo trabajo de dirección de recursos humanos en las empresas y todos aquellos aspectos de la psicología social que se refieren al trabajo en grupo como elemento significativo de eficacia productiva; están inmersos, en los albores del nuevo milenio, en una búsqueda incesante de nuevos métodos y nuevas orientaciones que les permita, en una situación de perplejidad, ya no sólo sobrevivir, sino transformarse para influir con mayor fuerza y decisión al crecimiento de las personas y a una mejor eficacia en aquellas intenciones que cada ámbito pretende. Todos estos ámbitos –llamémosles socioeducativos- se caracterizan por el carácter grupal de la intervención. Un aula con un maestro, un grupo de profesores coordinados por su director, un grupo de educadores con su responsable o animador, un directivo con los trabajadores de un departamento; constituyen situaciones en las que se establece un determinado clima que pretendemos sea, al menos, productivo y eficaz. Éste es, ciertamente, uno de los mayores retos del trabajo socioeducativo: conseguir una mayor eficacia en los grupos, no tanto para evitar los vaivenes de un fracaso, como para impulsar unos mejores resultados de su acción. Se trata, en fin, de buscar un sistema de facilitación para hacerlo posible. Facilitar un grupo no es una tarea fácil. Mucho menos si en nuestra intencionalidad facilitadora deseamos el crecimiento de las personas y el desarrollo de la capacidad creativa del propio grupo. En mi experiencia como profesor y facilitador de grupos he podido aprender que sólo desde ahí, desde la motivación que promueve la autosatisfacción del estar en relación y en proceso de crecimiento, es posible la eficacia, una eficacia creativa que autogenera movimiento y acción. Desde que descubrí el “Enfoque Centrado en la Persona”, iniciado por Carl R. Rogers, he podido aprender y vivir que, a pesar de las incontrolables dificultades que entraña el trabajo grupal, es posible y gratificante participar en una experiencia relacional que promueva el crecimiento personal, genere unas relaciones interpersonales más auténticas y satisfactorias, e impulse eficazmente una tarea más creativa. Y sin embargo no hay recetas mágicas. Ni siquiera el mismo Carl R. Rogers, desde una orientación psicoterapéutica, tuvo la oportunidad de adecuar su orientación y su método de manera operativa a la facilitación grupal – al margen de su aplicación a los denominados grupos de encuentro- y, tampoco, desde los distintos sectores de profesionales del “Enfoque Centrado en la Persona”, existe un acuerdo fundamental, a modo de doctrina contrastada, que funcione como instrumento consensuado de intervención en el ámbito socioeducativo y de animación de grupos. No obstante, para mí, no se trata sólo de reconocer los fundamentos de un modelo de intervención basada en la perspectiva instituida por Rogers, sino de reivindicar su lugar, su eficiencia y su actualidad como orientación psicopedagógica válida para facilitar los procesos y las tareas de los grupos, a pesar de la posibilidad poco ortodoxa de su configuración para ser considerado parte del panorama más bien 8 desorganizado de las personas que conformamos – y con ello me incluyo a voluntad propia- el person-centered approach.1 Carl R. Rogers, el maestro. Un libro de Rogers, Psicoterapia centrada en el cliente2, fue mi primera experiencia de contacto con el maestro. Me lo había aconsejado un médico vasco a finales de los setenta, después de haber participado, como observador, en un T group. Todavía puedo notar en mi pecho, al recordar la experiencia que me produjo la lectura, un leve cosquilleo que me transporta a la enorme sensación de aprendizaje que viví en aquellos momentos. Desde entonces he intentado conocer, investigar y aplicar la filosofía de Rogers en los campos de acción a los que me dedico, a la animación de grupos y a la enseñanza y, sobre todo, a la dinámica de mi propia vida y a las relaciones interpersonales. Tuve la oportunidad de conocer a Rogers en 1982 en un Workshop que tuvo lugar durante una semana en Barcelona. En el encuentro participamos unas doscientas personas de distintos países y para mí significó mucho más que la adquisición de aprendizajes psicológicos y pedagógicos. Tuve la sensación de hallarme inmerso en una experiencia transformativa que cambió mi modo de ser y actuar, mi manera de relacionarme y mi propio proyecto vital. El 8 de enero de 1902, en Oak Park, entonces un pueblecillo de Illinois en EE.UU. nació Carl. Sus padres procedían de una familia de emigrantes ingleses llegados a Estados Unidos hacía unos cien años. Parece que, por los tiempos que corrían en aquel entonces, tuvieron la oportunidad y la suerte de poder estudiar y adquirir una sólida formación en educación superior. La infancia de Rogers, pues, se desarrolló en un ambiente de clase media en el seno de una familia con profundas convicciones cristianas evangélicas de carácter practicante en un clima de religiosidad rigurosa. Sus padres, como el mismo Rogers indica3, aun sin ser autoritarios, mantenían una estricta ética protestante en el trabajo y una disciplina educativa constante con amor y ternura. Carl era el cuarto de seis hermanos, era un adolescente más bien tímido y solitario, amante de la lectura y aficionado a los viajes. Cuando tenía doce años su padre compró una granja, en donde se trasladaron, por lo que el joven Rogers desarrolló mejores relaciones con sus hermanos pequeños y se interesó por la agricultura y la biología. Inicialmente Rogers se interesó por los estudios de agronomía ingresando en 1919 en la Universidad de Wisconsin. Su participación en grupos de jóvenes cristianos universitarios influyó en la modificación de su vocación. Parece ser que un viaje a China con motivo de la conferencia de la Federación Mundial de Estudiantes 1 Esta denominación parece ser la designación más descriptiva de esta orientación basada en los postulados de Rogers a medida que ha sido aplicada a distintos campos distintos de la psicoterapia, de donde proviene. Ha sido traducida de maneras distintas; en Argentina, por ejemplo, se denomina acercamiento centrado en la persona; en Brasil y Portugal, abordagem centrada na pessoa; en Italia, approccio centrato sulla persona; en España, México y otros países de lengua castellana hemos optado por denominarla enfoque centrado en la persona. 2 ROGERS, C. Psicoterapia centrada en el cliente.Buenos Aires: Paidós, 1977. 3 En el libro de ROGERS, C. El proceso de convertirse en persona. Barcelona: Paidós, 1981, 17-26, se pueden encontrar unos bonitos apuntes autobiográficos de Carl Rogers. 9 Cristianos en 1922 le impactó profundamente y le abrió nuevas perspectivas religiosas, culturales y sociales. A la vuelta, un semestre más tarde, decidió matricularse en estudios teológicos para seguir su nueva vocación religiosa. Se casó en 1924 con Hellen Elliot, a pesar de la opinión contraria de sus familias, trasladándose a vivir a Nueva York en donde Carl se matriculó en la Union Theological Seminary que, en la época, constituía el seminario más liberal del país. Carl Rogers cuenta cómo en una experiencia en un grupo de aprendizaje autoorganizado pudo darse cuenta de la modificación que sufrieron sus creencias religiosas: “ La mayoría de aquel grupo, al buscar las respuestas a sus propias preguntas, las encontraron fuera del ámbito religioso, que finalmente abandonaron. Yo fui uno de ellos... Me parecía horrible tener que profesar una serie de creencias para poder permanecer en una profesión. Quería encontrar un ámbito en el cual pudiera tener la seguridad de que nada limitaría mi libertad de pensamiento”.4 Decidió combinar sus estudios teológicos con estudios de psicología clínica en el Teachers’ College ubicado justo delante del seminario de Nueva York. Abandonó definitivamente los estudios teológicos en 1927 dedicándose exclusivamente a la psicología. Inicia su vida profesional como psicólogo en 1928, en el Departamento de Estudios Infantiles de la Sociedad para la Protección de la Infancia contra la crueldad de Rochester, siendo designado, en 1931, director de este centro. De su trabajo clínico en Rochester da constancia su publicación The clinical treatment of the problem child (1939). En estos años Rogers ha combinado su trabajo profesional con el de padre de familia, tuvo dos hijos, un varón y una hembra. Como él mismo indica no cree haber sido un padre ejemplar en los primeros años de la infancia de sus hijos aunque se fue convirtiendo progresivamente en un padre más comprensivo. A Carl Rogers le produjo una enorme satisfacción ser contratado en 1940 como profesor titular de la Universidad Estatal de Ohio. Tuvo la oportunidad de proponer nuevas ideas sobre la orientación y la psicoterapia y de investigar nuevos sistemas terapéuticos al margen de las corrientes conductistas y psicoanalíticas dominantes en aquellos tiempos. Se considera que la conferencia impartida por Rogers el 11 de diciembre de 1940 en la Universidad de Minesota sobre algunos conceptos particulares de la psicoterapia, fue el inicio de lo que se denominó entonces la terapia no-directiva.5 Hubo una gran reacción a esta conferencia por parte de los profesionales de la psicología y la psicoterapia. Rogers se convirtió en un centro de crítica a favor y en contra, lo cual le produjo desconcierto y perplejidad. Decidió, a partir de esta experiencia, plasmar por escrito sus aportaciones en un manuscrito que tituló Counseling and psychotherapy: Newer concepts in practice.6 En esta obra expone los principios del estilo no-directivo en las relaciones de ayuda en contraposición a las maneras directivas de ayuda personal. Sustituye el término “paciente” por el de cliente, en referencia a la voluntariedad de asistencia a la consulta terapéutica y a la decisión inicial de soliticar asistencia en el proceso terapéutico; plantea condiciones facilitadoras en la creación del clima de seguridad 4 ROGERS, C. El proceso de convertirse en persona. Barcelona: Paidós, 1981, 19. RASKIN, N.J. “50º anniversary of the person-centered approach”. Person-Centered Review, 5 (1990), 8-12. 5 6 ROGERS, C. Orientación psicológica y psicoterapia. Madrid: Narcea, 1978. 10 psicológica adecuado por parte del orientador o terapeuta y otorga todo el protagonismo de la dirección del proceso al cliente. Utiliza el término “no-directivo y centrado en el cliente” para referirse a su sistema terapéutico e incluye, por primera vez, la publicación de una grabación del proceso terapéutico que, sin duda, constituyó una auténtica revolución en el método de investigación de este ámbito. Se traslada a la Universidad de Chicago en 1945 con alguno de sus colaboradores. Combina, en este centro, el trabajo docente universitario con la práctica terapéutica, especialmente facilitando sesiones a soldados provenientes de la segunda guerra mundial. La estancia de Rogers en Chicago representa una de las épocas más productivas del maestro en lo referente a la investigación y desarrollo sistemático de sus aportaciones. Elabora escritos sobre psicoterapia, traslada sus investigaciones al mismo desarrollo de las relaciones interpersonales, descubre las condiciones facilitadoras para promover el desarrollo de la personalidad y establece los principios básicos que enmarcarán el Enfoque Centrado en la Persona.7 Tras doce años en Chicago, Rogers se traslada, en 1957, a la Universidad de Wisconsin en donde combina su trabajo docente investigador en los departamentos de psicología y psiquiatría con la dirección de un programa de investigación sobre terapia con esquizofrénicos. Carl Rogers destaca algunos aprendizajes personales e internos en su proceso vital durante estos años. El permitirse ser sí mismo en la relación con las personas sin ocultarse tras un disfraz psicológico le implicó no sólo tolerarse mejor a sí mismo sino ser más eficaz en sus propias relaciones y en la orientación psicológica. Apunta también su vivencia de que las relaciones no permanecen estáticas, sino que tienden a ser cambiantes. Descubre el valor profundo de la comprensión real del otro y de la aceptación incondicional de la otra persona sin prejuicios ni evaluaciones. Aprende, en fin, a confiar en su propia experiencia: “Sólo puedo intentar vivir de acuerdo con mi interpretación del sentido de mi experiencia, y tratar de conceder a otros el permiso y la libertad de desarrollar su propia libertad interna, y en consecuencia, su propia interpretación de su experiencia personal”.8 En 1964 Rogers abandona la universidad y se traslada a La Jolla (California) en donde organiza, junto con algunos colaboradores, un centro de investigación, formación y práctica psicológica denominado Center for the Studies of the Person desde el que desarrolla nuevas investigaciones y extiende su enfoque a diversos ámbitos, desde la misma práctica terapéutica, grupos de encuentro, Workshops o encuentros multiculturales con grandes grupos, orientación familiar, desarrollo organizacional, resolución de conflictos intergrupales etc.9 7 En el libro de LAFARGA, J.; GÓMEZ DEL CAMPO, J. Desarrollo del potencial humano: aportaciones de una psicología humanista. Vol. I. México: Trillas, 1978, 77-92; se publican en castellano estas primeras aportaciones de Rogers de una forma sistemática. El capítulo se titula “Condiciones necesarias y suficientes del cambio terapéutico de personalidad”. En el Congreso sobre Psicoterapia Centrada en el Cliente y Experiencial celebrado en agosto de 1997 en Lisboa se definieron estas condiciones como necesarias, suficientes y eficaces. Este paso significativo pudo ser posible a partir de las investigaciones de Leslie S. Greenberg en procesos terapéuticos de corta duración con personas en estado de depresión. 8 ROGERS, C. El proceso de convertirse en persona. Barcelona: Paidós, 1981, 35. 9 Se puede conectar con el Center for the Studies of the Person, a través de internet, en http://www.centerfortheperson.org/ 11 Sobre todo en los últimos diez años de su vida Rogers realizó una importante tarea de difusión y aplicación de su enfoque en distintos lugares del mundo: Rusia, Brasil, México, Europa, Sudáfrica etc. Participó en talleres de comunicación interpersonal con grupos muy numerosos, de hasta ochocientas personas, y adquirió mucha importancia su implicación en tareas de facilitación para la resolución de graves conflictos intergrupales o internacionales en América Central, Irlanda del Norte o África del Sur. Murió el 4 de febrero de 1987, un mes después de haber cumplido ochenta y cinco años. El día de su entierro el sacerdote que ofició la misa dijo: “Señor... si nos escuchas como lo hacía nuestro amigo Carl, nos consideraremos bendecidos”.10 Las obras de Carl R. Rogers han sido traducidas a múltiples idiomas. En castellano, además de muchísimos artículos publicados en diversas revistas especializadas, podemos encontrar, además de las citadas Psicoterapia centrada en el cliente, Orientación psicológica y psicoterapia y El proceso de convertirse en persona; otras obras como Psicoterapia y relaciones humanas: teoría y práctica de la terapia no directiva; Grupos de encuentro; Libertad y creatividad en la educación: el sistema no directivo; El matrimonio y sus alternativas; Inventario de adaptación personal (para niños de 9 a 13 años, de ambos sexos); Terapia, personalidad y relaciones interpersonales; La educación y la personalidad del niño; Persona a persona; El poder de la persona; La persona como centro; El camino del ser. La obra del maestro Rogers puede significar, sin lugar a dudas, una transformación radical en los sistemas de facilitación de grupos de todo tipo. Para mí y para nuestro equipo de dinamización grupal constituye una base coherente de la que emana todo nuestro trabajo en los últimos veinte años, y nos aporta un referente sólido, ya no sólo para nuestro quehacer investigador y de acción socioeducativa, sino para nuestra propia vida personal. A Carl Rogers le debemos pues, aunque sea a modo de difusión, un merecido homenaje. El Enfoque Centrado en la Persona Parece plausible la existencia en las personas de una tendencia a la supervivencia, al crecimiento y a la autorrealización. El organismo humano es susceptible de autorregulación y de autodirección en sentido positivo si se facilitan las condiciones que favorezcan el despliegue de esta tendencia actualizante. Esta tendencia al crecimiento no forma parte exclusivamente del ámbito de la moral, más bien tiene que ver con el desarrollo biológico y con la capacidad de adaptación en la satisfacción de las propias necesidades, con el impulso intrínseco de cada individuo al restablecimiento del equilibrio emocional y con el deseo interno de desarrollar las propias potencialidades. En realidad, pudiera ser que esta tendencia al crecimiento y a la actualización, tuviera que ver con una tendencia direccional formativa que opera en todo el universo. Una tendencia evolutiva presente tanto en la vida orgánica, como en microorganismos, o materia inorgánica como la formación de cristales. Es sensato imaginar una corriente que opera en el universo a muchos niveles y hace posible que cada forma se origine, a su vez, de una forma más sencilla anterior. Si bien constituye una de sus hipótesis básicas, el postulado de la existencia de la tendencia actualizante no es exclusivo del Enfoque Centrado en la Persona. Otros 10 Referencia abstraída de CASTANEDO, C. Grupos de encuentro en terapia gestalt. Barcelona: Herder, 1977, 303. 12 psicólogos de la psicología humanista y de la corriente sistémica fundamentan sus métodos terapéuticos en la consideración de la capacidad de respuesta adaptativa del organismo ante situaciones emocionales y cognitivas en estado de desequilibrio de las que mana una cierta inclinación global de reordenación. Así, por ejemplo, Fritz Perls (1893-1970) creador de la psicoterapia gestalt, expresa: “Así llegamos al conflicto básico: cada individuo, cada planta, cada animal, tiene sólo una meta implícita –un solo objetivo innato- : el actualizarse tal como es. Una rosa es una rosa; una rosa no intenta actualizarse como un canguro, o un elefante no trata de actualizarse como un pájaro. En la naturaleza –con excepción del magnífico ser humano-, constitución y salud, potencial y crecimiento, son un todo unificado...¿Cuál sería entonces el problema? Nos encontramos por un lado con individuos que quieren actualizarse; nos encontramos también incluidos en una sociedad, en nuestro caso, que puede hacer exigencias diferentes de los deseos individuales. Esta sociedad está representada en nuestro desarrollo por nuestros padres, nodrizas, profesores y otros, quienes, en vez de facilitar el desarrollo del crecimiento auténtico, a menudo interfieren el desarrollo natural”.11 En realidad, en este pasaje de Perls, se vislumbra la tesis subyacente de los condicionamientos externos al organismo como limitadores de la actuación de la tendencia natural a la actualización y al crecimiento, por lo que la finalidad del proceso terapéutico consistirá en favorecer la reactualización. Fue Abraham H. Maslow (1908-1970), impulsor de la denominada “tercera vía” en psicología, quién de manera más sistemática describió el funcionamiento de la tendencia a la autorrealización en el ser humano y aportó una investigación exhaustiva con relación a los presupuestos básicos de una psicología del desarrollo y de la autorrealización. Para Maslow resulta fundamental comprender que la tarea autorrealizadora es un difícil camino para la mayoría de las personas y exige mucho valor y esfuerzo prolongado; al mismo tiempo, sugiere que la terapia no es el único medio de ayuda para simplificar este proceso sino que la educación, la vida familiar y la dirección de la propia existencia pueden presentar marcos adecuados y eficaces para el despliegue de esta tendencia natural. Dice Maslow, con un inaudito carácter optimista: “Puesto que esta naturaleza interna es buena o neutral y no mala, es mucho más conveniente sacarla a la luz y cultivarla que intentar ahogarla. Si se le permite que actúe como principio rector de nuestra vida; nos desarrollaremos saludable, provechosa y felizmente...Esta naturaleza no es fuerte, dominante e inequívoca como el instinto lo es en los animales. Es débil, delicada, sutil y fácilmente derrotada por los hábitos, presiones sociales y las actitudes erróneas a su respecto. Aún cuando es débil, raramente desaparece en las personas normales e incluso puede ser que tampoco desaparezca en las enfermas. Aún cuando se la niegue, perdura calladamente presionando de continuo por salir a la luz”.12 Las nuevas corrientes sistémicas de tratamiento terapéutico tienen también implícita la aseveración de una suerte de propensión autoorganizativa de la globalidad relacional y contextual de lo que se denomina un sistema, que incluye no solamente al organismo, sino también el ambiente y las interacciones entre todos los factores influyentes. En este sentido, la conocida profesora de la Universidad de Venecia, Valeria Ugazio, manifestó en uno de sus artículos: “El objetivo de las terapias sistémicas no ha sido por tanto nunca el de promover, orientar y reconstruir un 11 PERLS, F., Sueños y existencia. Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1987, 43. 12 MASLOW, A., El hombre autorrealizado. Barcelona: Kairós, 1983, 30. 13 proceso de maduración sea de la naturaleza que sea, sino más bien el de infringir ciertas reglas que impiden al sistema encontrar una solución adaptativa diversa. Una vez que tales premisas se hayan removido, el sistema encontrará, autónomamente una solución al propio problema”.13 Lo más asombroso, para mí, lo representan las nuevas corrientes de la ciencia natural en relación a la posibilidad existencial de una tendencia autoorganizadora global en el universo. Los trabajos de Ilya Prigogine, físico belga, premio Nobel en 1977, parecen ir en esta dirección. Su teoría de las estructuras disipativas explica los procesos irreversibles que tienen lugar en la naturaleza, un movimiento hacia un orden vital cada vez más perfecto. Los seres vivos y algunos sistemas sin vida orgánica son estructuras disipativas definibles como un todo que fluye altamente organizado en permanente proceso. Lo significativo de esta teoría es que lo organizado está en fluidez, es inestable; pero cuando una estructura se agita y se producen nuevas conexiones, las partes se reorganizan en una nueva estructura de un orden superior. Dice Prigogine: “ De este modo, lejos del equilibrio los procesos irreversibles son fuente de coherencia. La aparición de esta actividad coherente de la materia –las estructuras disipativas- nos impone una nueva forma de mirar, una nueva manera de situarnos respecto al sistema que definimos y manipulamos. Mientras que en el equilibrio y cerca del equilibrio el comportamiento del sistema está, para tiempos suficientemente largos, enteramente determinado por las condiciones de contorno, en lo sucesivo deberemos reconocerles una cierta autonomía que permite hablar de las estructuras lejos del equilibrio como de fenómenos de autoorganización”.14 Así pues, aunque el postulado de la tendencia actualizante no es original, lo genuino del Enfoque Centrado en la Persona es que hace de esta idea consistente su hipótesis central y se preocupa en establecer las condiciones necesarias y suficientes para promover su despliegue en las personas. Estas condiciones son actitudinales y deben ser aportadas por la presencia del facilitador, terapeuta, educador; que las posee interna y realmente, y las desprende por su manera de estar presente creando el clima psicológico en el que es posible el crecimiento de la persona. El mismo Carl R. Rogers resume su tesis principal: “La hipótesis central de este enfoque puede ser fácilmente resumida. Los individuos tienen dentro de sí vastos recursos de autocomprensión y para la alteración de conceptos propios, actitudes básicas y conducta autodirigida. Estos recursos son susceptibles de ser alcanzados, si se logra crear un clima definible de actitudes psicológicas facilitativas”.15 La primera condición actitudinal tiene que ver con la autenticidad, la sinceridad y la congruencia. Cuando el profesor, el educador o el facilitador se muestra a sí mismo en la relación, sin esconderse detrás de una máscara psicológica y profesional existe una mayor posibilidad de que la persona facilitada crezca de manera constructiva y se muestre a sí misma más auténticamente. La segunda condición actitudinal para la creación del clima psicológico adecuado para el crecimiento y la eficacia la constituye la aceptación, el aprecio o la UGAZIO, V., “El modelo terapéutico sistémico: una perspectiva constructivista”. en Revista de Psicoterapia. (Barcelona) núm 6-7. (1991) 13 14 PRIGOGINE, I., y STENGERS, I., Entre el tiempo y la eternidad. Madrid: Alianza Editorial, 1990, 66. 15 ROGERS, C., El camino del ser. Barcelona: Kairós, 1987, 61. 14 consideración positiva incondicional. Cuando el facilitador consigue sentir una actitud positiva y de aceptación hacia la persona facilitada es más probable el crecimiento y el cambio. Se trata de disponernos a aceptar que la persona facilitada pueda experimentar y expresar sus propios sentimientos y que éstos no serán juzgados ni manipulados sino considerados como parte significativa del organismo. La tercera condición facilitadora de la relación es la comprensión empática. Consiste en la percepción por parte del facilitador del mundo interno de la persona facilitada con una actitud de escucha profunda y activa para recoger con exactitud los significados personales que experimenta, en el momento, la persona ayudada; y comunicar esta comprensión. Cuando una persona se siente escuchada empáticamente llega a comprender con más precisión el fluir de sus propias experiencias. Estas condiciones son válidas en cualquier tipo de relación significativa y de ayuda: terapeuta-cliente, profesor-alumno, facilitador-grupo, padre-hijo. De hecho son condiciones válidas en cualquier situación en la que el desarrollo de la persona sea una finalidad. Se han realizado numerosas investigaciones que parecen confirmar el potencial de estas actitudes16 y se han aplicado en diferentes ámbitos relacionales con un elevado grado de éxito y satisfacción para promover el cambio y el desarrollo personal y social 17. Desde la muerte de Rogers se ha continuado la investigación y la profundización en el Enfoque Centrado en la Persona. Así, el Center for Studies of the Person continúa aportando nuevos elementos de investigación y experimentación en psicoterapia, educación, grupos de encuentro y talleres de comunicación. En Brasil, Argentina, México, Estados Unidos, Italia, Francia, Portugal, Austria, Reino Unido y Japón entre otros países, existen asociaciones y centros destinados al estudio y a la práctica del Enfoque Centrado en la Persona (ECP). Se celebran congresos y encuentros nacionales e internacionales en donde los distintos profesionales presentan los últimos hallazgos con relación a los distintos aspectos significativos del ECP y su aplicación a diversos ámbitos de la ciencia, la acción y la propia vida. Para mí, uno de los intercambios más interesantes lo constituyen los encuentros latinoamericanos del ECP que se celebran bianualmente; el último celebrado acaba de tener lugar en octubre de 2002 en Socorro (Brasil). En la Universidad Iberoamericana de México, bajo la coordinación del profesor Alberto Segrera, se han organizado los “Archivos Internacionales del Enfoque Centrado en la Persona” que cuentan con más de 20.000 volúmenes, libros y trabajos de investigación que hoy se pueden consultar a través de internet. El funcionamiento de la Red Iberoamericana del ECP (RED-e), o de la Red brasileira y el de la Client-Centered Theraphy/Person-Centered Approach Network (CCTPCA), en castellano, portugués e inglés respectivamente, permite el intercambio de ideas, reflexiones e investigaciones entre los distintos profesionales. 16 Especialmente es destacable la investigación de TAUSCH, R. Facilitative dimensions in interpersonal relations: verifying the teoretical assumptions of Carl Rogers, 1978. En el campo de la educación, diversos autores, como BILLS (1966), GROSS (1948), WILLIAMS (1930) o ZARET (1966), han realizado muchísimas investigaciones. En el mismo ámbito educativo, yo mismo junto con Victoria Picó presentamos una reciente investigación en el X Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona que tuvo lugar en octubre de 2000 en Córdoba (Argentina), la titulamos Educación Centrada en la Persona: el paradigma emergente. 17 En la revista Psicoterapia, 32 (1998), 5-14, se publica un artículo muy interesante de SEGRERA, A.: “El enfoque centrado en la persona vigente y pujante”, sobre la aplicación de esta orientación en diversos ámbitos de la intervención educativa, social y organizativa y los retos de futuro. 15 Nuevos elementos y aportaciones realizadas últimamente sobre el funcionamiento de la personalidad, las relaciones interpersonales y la relación de ayuda en psicoterapia y psicología clínica; el análisis de los procesos de aprendizaje y enseñanza y la integración posible de los binomios afectividad/efectividad, libertad/disciplina, relación profesor-alumno en educación; el impacto de la creatividad y la productividad o la cooperación en equipos de trabajo en psicología de las organizaciones; así como otros aspectos relacionados con la solución de conflictos sociales, desarrollo humano y cooperación política e internacional; nos permiten un reconfortante optimismo en el proceso de investigación, desarrollo y difusión del Enfoque Centrado en la Persona. La práctica, la teoría y la investigación establecen que el Enfoque Centrado en la Persona se fundamenta en la confianza básica en el organismo. En cada organismo, en cualquier nivel, existe un movimiento subyacente hacia el cumplimiento positivo de sus posibilidades inherentes. En la persona también existe esta tendencia natural hacia un desarrollo más completo. Esta tendencia actualizante es una tendencia constructiva. Conocemos las condiciones necesarias y suficientes para el despliegue de esta tendencia. Estas condiciones son actitudinales y se pueden aplicar a cualquier tipo de relación significativa y de facilitación. Hemos aplicado este enfoque en la enseñanza, en la animación sociocultural y educación en el tiempo libre, en la dinámica de grupos y en otros ámbitos organizacionales. Los resultados han sido admirables y satisfactorios. Quizás lo más importante para mí del ECP es que representa un estilo de vida profundo y revolucionario, no solamente un método para la intervención social y educativa. En cualquier caso, a partir de los postulados y la vivencia del Enfoque Centrado en la Persona, hemos ido perfeccionando, en los últimos veinte años, un modelo de facilitación de grupos y de intervención socioeducativa que nos permite, con operatividad, crear las condiciones para que el grupo despliegue su mayor potencial relacional, creativo y productivo. La intervención del facilitador, su presencia en el grupo, su manera de relacionarse, es lo que hace posible la creación del clima necesario y adecuado. Hemos aprendido, en fin, que lo más significativo para el despliegue del potencial del grupo no son los objetivos propuestos, ni los contenidos de la tarea de grupo, ni siquiera los recursos disponibles, sino, sobre todo, el tipo de relación que establecemos con el grupo y con las personas que lo conforman; y esta relación está basada en las actitudes del facilitador para fomentar el crecimiento. La intención de este libro es, en este sentido, intentar mostrar este modelo de intervención y facilitación, y hacerlo operativo para su práctica y aplicación desde un estilo centrado en la persona. Ciertamente no hay recetas mágicas ni programas milagrosos de intervención grupal; sin embargo, puede ser posible acercarnos, desde diversas aristas, al conocimiento y la interiorización de una manera de estar en el grupo que proporcione la confluencia de factores que hacen viable desprender un potencial creativo y eficaz. Este es mi deseo y constituye un reto interesante y una aventura entrañable. 16 2.- SER PERSONA EN CRECIMIENTO “Cuando empecemos a confiar en nosotros mismos para introducirnos en la corriente de nuestra experiencia organísmica, hallaremos la guía que necesitamos para renunciar a lo que no nos está ayudando y para movernos hacia un mayor desarrollo de todo nuestro potencial” ( J.Amodeo y K. Wentworth) En un trabajo de difusión y aplicación del Enfoque Centrado en la Persona como orientación socioeducativa para la facilitación y animación de grupos me resulta imposible obviar los fundamentos en los que se basa nuestra concepción de la persona que, al fin y al cabo, es el centro de nuestra intervención. En realidad no es que sea difícil ignorar este sustrato conceptual; para mí constituye más bien un deseo intencional dedicar unas líneas al ser persona en crecimiento, no tanto para no caer en una contradicción intrínseca para con nuestro Enfoque Centrado en la Persona como para establecer, en la coyuntura de esta investigación , la finalidad esencial de las pretensiones de un modelo de intervención socioeducativa. Y esta finalidad es, por sí misma, la mayor motivación para facilitar un grupo: favorecer las condiciones para el crecimiento de las personas, de cada persona participante en el grupo. Una persona no es un recurso humano como suelen pretender los modernos sistemas de promoción de la eficacia grupal. Tratar a la persona como recurso, es decir; como objeto, me parece preocupante y abrumador, y temo que sea un precedente para justificar, sin explicitarlo ni tan siquiera pretenderlo, una cierta desconsideración hacia la dignidad inherente a todo ser humano. Preguntarse por la persona es una cuestión filosófica, ética para ser más exactos; implica, por tanto, plantearse una duda valorativa; abogar en todo caso por la promoción de unos valores. Y promocionar unos valores y no otros conlleva, implícitamente, la función de la elección que, a su vez, es un ejercicio de libertad. Lo que pasa es que los valores que propugnamos no forman parte de una ética exteriorizada que busca en un horizonte lejano a la persona, distinto a ella, el camino de su crecimiento vital. Más bien al contrario, nuestra ética, en cuanto proyecto de vida y de desarrollo, busca en lo personal, en el núcleo interno de cada persona, su propia afirmación y realización. Y en este intento particular de búsqueda en lo personal y en lo individual aparece una primera paradoja apasionante : lo más personal es lo más universal. En este sentido me gusta el resonar habitual de las palabras del psicólogo humanista Bill Schutz : “Busquen el dios que está dentro de ustedes. Allí está él, allí están ustedes también: entren en contacto. Sientan cómo fluye la energía del centro de su ser y se irradia hacia fuera: he ahí la fuerza que llevan en su interior. Dejen que esa fuerza se vierta al exterior y se una con la energía de los demás, y hagamos lo que está dentro de nosotros, solos o reunidos. Todos somos uno”.18 La convicción profunda en la capacidad de las personas nos incita a cambiar muchos sistemas de motivación en nuestro trabajo de facilitación de grupos. Se trata, si cabe, de fomentar y ayudar a que cada persona resuelva sus propios problemas en lugar de aportar soluciones externas o respuestas de ánimo y compasión, favorecer más espacios y recursos para generar condiciones motivacionales, de interés y de participación; o permitir simplemente el funcionamiento de la tendencia actualizante 18 SCHUTZ, W. Todos somos uno. La cultura de los encuentros. Buenos Aires: Amorrortu, 1973, 285. 17 sin entorpecer su dinámica, dejándola actuar por sí misma y contemplar los cambios profundos que acontecen. La vida, entendida así, es un proceso activo y dinámico, fluyente, que actúa en el organismo siguiendo la dirección de su mantenimiento y crecimiento. Esta tendencia, que siempre opera, es en realidad la que nos permite afirmar si un organismo está vivo o no. Esta tendencia podrá desviarse o contrarrestarse, pero sólo se puede destruir si se destruye al organismo. Y es el funcionamiento de esta tendencia direccional al crecimiento la que nos permite afirmar una segunda paradoja: siempre y nunca se es persona. Siempre se es persona porque inherentemente el individuo contiene la realidad de su núcleo interno y la posibilidad de desplegarse en crecimiento. Nunca se es porque la persona no es estática ni está paralizada sino que su propio ser persona constituye un devenir, un acercarse al horizonte interior a medida que despliega su potencial que, al fin y al cabo, representa un ir y venir en el proceso inestable del fluir de la vida que puede impulsar, incluso, una profunda transformación como proveniente de un golpe de experiencia que genera mutación y cambio en la propia línea del proyecto vital. El devenir de la vida del ser humano, como ser en proceso, es precisamente lo que permite al individuo decidir autónomamente el curso de su propio existir y, por consiguiente, elegir el cambio y la transformación. “El ser humano existe en los tres tiempos, pero básicamente es proyecto. El proyecto implica cambio. El cambio sólo se da por medio de decisiones, de sortear encrucijadas y darse oportunidades, es decir; en todo cambio hay crisis”.19 Con todo, la vida es también azar. Del azar nacen los condicionantes de la experiencia; sólo que, ante la experiencia, la persona puede disponerse de maneras distintas. Es desde la actitud frente a la experiencia desde donde se ejercita la libertad. La capacidad de elección que ostenta la persona se da por la valoración que otorga a sus propias experiencias vividas y percibidas por ella misma y, por supuesto, también por los demás cuya valoración repercute sobre la propia. En la interacción que establece entre estas distintas percepciones y valoraciones elige los aspectos de su experiencia que intuye más satisfactorios. Y en el intuir global de la propia experiencia la persona trasciende ambas paradojas y ejerce la libertad. Esta probabilidad real de ejercer la libertad significa, para nuestra orientación centrada en la persona, el compromiso de otorgar al individuo posibilidades y condiciones para que pueda encauzar su propio proceso de crecimiento y acción; sabiendo que la direccionalidad de sus decisiones será constructiva porque el núcleo más interno de la persona es, fundamentalmente, positivo. Se tratará, en suma, de crear un clima adecuado favoreciendo las condiciones necesarias para permitir el desarrollo de esta tendencia direccionalmente constructiva. Vivir la experiencia y percatarse 20 19 SANCHEZ BODAS, A. Estar presente. Desde Carl Rogers al Enfoque Holístico Centrado en la Persona. Buenos Aires: Holos, 1997, 105. El término “percatarse” es utilizado por Claudio Naranjo, uno de los psicólogos más representativos de la terapia gestalt, para designar el concepto de “darse cuenta” de la experiencia. Es una traducción del significado inglés de awareness utilizado por Fritz Perls en su orientación gestáltica para expresar la necesidad y la capacidad de la persona, en su totalidad, de percibir y hacer aflorar en la conciencia las sensaciones internas y externas. Se puede encontrar una exposición de los principios de esta orientación en el libro de PEÑARRUBIA, F. Terapia gestalt. La vía del vacío fértil. Madrid: Alianza Editorial, 1998. 20 18 Las investigaciones y la práctica educativa y terapéutica parecen indicarnos que las personas en conexión con su núcleo interno y su tendencia constructiva experimentan una creciente apertura a su propia experiencia. Sienten un mayor espacio ampliado en el campo perceptivo de su conciencia como si vivenciaran una constante ampliación de las fronteras y límites de la misma capacidad de percepción. Descubren que, constantemente, experimentan sentimientos y actitudes que no eran capaces, hasta ahora, de advertir. Estos sentimientos y actitudes forman parte también de uno mismo. Esta corriente continua de emociones, sentimientos y percepciones que fluyen constantemente en el campo fenoménico del individuo puede ser abordada, en parte, por la conciencia de tal manera que la persona la percibe como no necesariamente amenazadora para el organismo. Estar abiertos a la experiencia significa querer vivir nuevas situaciones y realidades, estar atentos a las comunicaciones de las demás personas, a las sensaciones del entorno y a las experiencias de sí mismo. Todo forma parte de la propia experiencia subjetiva. En realidad se trata de ser amigos de nuestra propia experiencia: “ Cuando valoremos nuestra experiencia organísmica como un proceso progresivo que puede convertirse en amigo, aprenderemos a traducir sus múltiples mensajes en forma de sentimientos, emociones e intuiciones sentidas vagamente a fin de acoger mejor nuestras verdaderas necesidades. Hacernos así amigos de nuestra experiencia puede ser facilitado por la voluntad valiente de permanecer vulnerables y presentes a sentimientos desconocidos y situaciones impredecibles”.21 La actitud de estar abiertos a la experiencia implica, necesariamente, otorgar a la experiencia un significado, es decir; llevar la experiencia a la conciencia, mantener activado el proceso de darse cuenta, de estar atento o alerta, como de estar despierto. Se trata de tomar conciencia de mi mundo interior, de lo que me sucede en un instante preciso, en mi cuerpo, en mi respiración; del sentimiento que me produce un contacto con una persona o situación; dejando que aflore en mi conciencia, no reprimiendo la experiencia perceptiva. La decisión de comunicación o no de la sensación es posterior. En cualquier caso, si la comunicación se produce, será una comunicación auténtica porque proviene de mi propio referente interno. El mismo fenómeno de ser consciente, de darse cuenta de lo que surge en el interior de uno mismo y de lo que percibimos de los estímulos exteriores genera movimiento vital y cambio. Este cambio es más transformador y seguramente menos cognitivo y requiere, por tanto, menos esfuerzo y programación. En palabras de John O. Stevens: “ Es muchísimo más útil sencillamente tomar más conciencia –dándose cuenta de cómo está ahora uno mismo- que tratar de cambiar, o detener, o incluso evitar, algo que hay en mí que no me gusta... Cuando uno de verdad se pone en contacto con su propia vivencia, descubre que el cambio se produce por sí solo, sin esfuerzo ni planificación”.22 Gendlin23 denomina experiencing a este fluir constante de las experiencias que ocurren en el momento en el campo fenoménico del individuo y que, si uno lo desea, 21 AMODEO, J. y WENTWORTH, K . Crecer en intimidad. Bilbao : Desclée De Brouwer. 1999, 62. 22 STEVENS, J. El darse cuenta. Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1976, 18. 23 Eugene Gendlin es un filósofo de la experiencia iniciador del Enfoque Corporal denominado focusing, fue colaborador de Rogers durante 11 años con el que finalmente discutió, creó su propio modelo experiencial de terapia. Actualmente este modelo terapéutico y el propio modelo de focusing está inmerso en un interesante proceso de investigación y de difusión en distintos países impulsado por el The Focusing Institute de New York. Tengo el honor de ser miembro de este instituto como Trainer 19 puede atender internamente. Es la corriente de sentimientos que tenemos en cada momento. El experienciar, como proceso, será pues este aspecto del vivir constante, presente, interior, que genera en la conciencia material psicológico implícito potencialmente significativo. El darse cuenta, percatarse de este cúmulo de sentimientos y emociones que fluyen en el interior, es el mecanismo que nos permite otorgar significado a la experiencia. Es como pararnos un momento, atender el centro de nuestro cuerpo y mirar a ver qué ocurre. La experiencia de escucharme a mí mismo me resulta siempre sorprendente y relevante y me ayuda a menudo a descubrir aspectos de mí mismo desconocidos hasta el momento y a dar nombre a sensaciones que se estaban diluyendo en el umbral de lo preconsciente. Sin embargo, el proceso de percatarse es un proceso selectivo. No podemos darnos cuenta de todo lo que en un instante ocurre en nuestro interior, proceda de donde proceda, de nosotros mismos o de estímulos externos. Es preciso seleccionar, de acuerdo también con la experiencia e incluso con nuestros propios valores, aquellos aspectos experienciales que deseamos hacer perceptivos a la conciencia. La selección se realiza en el ámbito de la experiencia no en el de los sentimientos. Podemos seleccionar las experiencias y las vivencias que deseamos sean percibidas por nuestra conciencia, pero no podemos seleccionar los sentimientos que nos provoca esta misma vivencia o esta misma experiencia. Este mecanismo de selección nos permite enfocar una determinada sensación, hacerla más presente en nuestra conciencia, vivenciarla de forma más profunda, dejar que brote para conocer cómo es y qué desea. El focusing 24 es un instrumento magnífico para ayudarnos a enfocar y facilitar este proceso en uno mismo y como facilitadores de grupo a las personas que lo conforman. Estoy aprendiendo que el proceso de percatarse es también direccional. El propio organismo, cuando vive en esta dinámica de darse cuenta, tiende a dirigir su enfocar hacia aquellas experiencias que le resultan satisfactorias o que le representan una amenaza de desequilibrio. Hacia aquellas, en fin, que presiente con necesidad de ser atendidas para reequilibrar la propia estructura organísmica o para disfrutar más profundamente de una experiencia gratificante. Quizás sea una sutil manifestación de la tendencia actualizante. Vivir existencialmente y focalizar el presente Si nos sentimos abiertos a la experiencia y estamos atentos a nuestro percatarnos parece producirse una tendencia al vivir existencial, a vivir íntegramente cada momento de nuestra existencia, a vivir y sentir más, de manera más intensa, cada instante de nuestro experienciar. Es como si, para la persona, cada momento de la vida fuera nuevo, y la misma persona sea en cada momento concreto. El vivir existencial significa ser receptor de las experiencias, fluir en la experiencia, involucrarse intensamente en la acción que se ejecuta en el instante y que emerge de la misma experiencia vital en un momento determinado. Es una sensación in Training. En uno de los capítulos de este libro intento explicar más detalladamente el “arte del focusing”. 24 Se puede encontrar una exhaustiva información sobre el proceso y la técnica de focusing en el libro de GENDLIN, E. Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal. Bilbao: Mensajero, 1988. 20 interna de sentirse protagonista de la propia acción, como si se desprendiera del propio ser interior en el aquí y ahora del tiempo vital. Vivir el presente, el aquí y ahora, significa enfocar plenamente lo que sentimos y hacemos en este instante. Sugiere una vivencia profunda de adaptabilidad, un descubrimiento constante de nuevas sensaciones, una estructura personal líquida en movimiento. Consiste en una especie de “vivir viviendo”, abriendo nuestro interior a lo que sucede en este preciso instante. A veces, este vivir en el presente, ha sido malinterpretado buscando una autojustificación más ilusoria que real a modo de permiso personal para sucumbir a impulsos y deseos ajenos al control de la estructura de la autoimagen de la personalidad. Focalizar el presente no consiste en un “carpe diem” justificativo ni en entregarse a los impulsos e instintos sin preocuparse de las consecuencias totales en el organismo en un intento de ocultar una falta de responsabilidad personal. El famoso psicólogo sudafricano afincado en Canadá, Leslie Greenberg, distingue con acierto el vivir en el presente, del vivir para el presente : “ Vivir en el presente es saludable y es un proceso de tipo meditativo. En este estado, eres consciente de tus reacciones emocionales inmediatas al entorno... Puedes sentirte en paz existiendo en el momento presente. Sin embargo, vivir para el momento es el equivalente a una impulsividad temeraria, es hacer algo que resulta agradable, sin considerar las consecuencias... Esta ética ha llevado a muchos a considerar la emoción como el enemigo del logro y la aplicación, y a la creencia de que la emoción debe ser controlada. Sin embargo, vivir en el presente emocional proporciona orientación y energía”.25 Vivir en el presente nos favorece la percepción de todo aquello que nos sucede, mejora nuestra observación e interiorización seleccionada del mundo exterior, aviva nuestra experiencia de existir fluyendo y nos permite una mayor capacidad adaptativa a nuevas situaciones. La persona que vive de esta manera existencial percibe cada momento como novedoso, nota en su organismo una ausencia de rigidez para experimentar puntualmente la vivencia presente y tiene la conciencia de hallarse más dinámicamente en un proceso constante. Esta persona es ella misma en cada instante y, por ello, está abierta al cambio y a la transformación. Confiar en el propio organismo El proceso de vivir existencialmente promueve una mayor confianza en el organismo para comportarnos de la manera más satisfactoria en cada situación existencial. La persona que vive existencialmente encuentra en su propio organismo un medio de confianza para llegar a la conducta más grata en cada estado vital. Hace lo que siente que es correcto; y percibe este fenómeno de hacer lo sentido como correcto como una orientación eficaz y adecuada para su conducta. Esta persona es un individuo creativo que confía en su reacción organísmica total y vive el momento presente confiando en sí mismo sin actitudes defensivas ni conductas preestablecidas por pautas exteriores ajenas a la persona. La confianza en las propias reacciones es una experiencia motivadora para esta persona abierta a la experiencia porque ha descubierto que ésta es la orientación más útil para su conducta. Actúa de acuerdo con lo que le parece bien en cada momento. Este “parecerle bien” no implica improvisación ni falta de valores; al contrario, 25 GRENBERG, L. Emociones: una guía interna. Bilbao: Desclée De Brouwer, 2000, 58. 21 presupone una interiorización de los valores humanos, un componente asertivo imprescindible, una autoestima importante y una confianza en uno mismo. Esta persona mantiene un centro de evaluación interno de su conducta. No actúa en función de lo que dicen los demás, ni somete sus manifestaciones a un criterio evaluador externo; en el propio organismo reside el centro de valoración y, por ello, se hace plenamente responsable de sus decisiones y actuaciones. Este proceso de valoración, de acuerdo con la experiencia, es siempre flexible. Si la persona se otorga libertad interior para elegir lo que valora profundamente, tiende a optar por aquellas experiencias que contribuyen a su propio crecimiento y desarrollo. La actitud de abrirse a la experiencia se convierte en el recurso más apreciado por estas personas dinámicas y psicológicamente libres. Rogers denomina también a este proceso “la experiencia de aprender a ser libre” : “Hablamos de una libertad que existe en la persona subjetiva, que la utiliza valientemente para vivir sus potencialidades. Hablamos de una libertad en la cual el individuo elige realizarse en plenitud desempeñando un papel responsable y voluntario en la materialización de los acontecimientos predestinados de este mundo. Para mis clientes, esta experiencia de libertad constituye un progreso pleno de significado que les ayuda a llegar a ser humanos, a relacionarse con los demás, a ser personas”.26 Se trata, en realidad, de descubrir un significado interno nuevo, organísmico, de la propia conducta y actitudes proveniente del ser más consciente de las múltiples pinceladas que conforman la experiencia propiamente vivida, siendo responsable de lo que uno elige ser en un proceso dinámico y flexible del crecer y desarrollarse. Y el núcleo de este proceso, como el fuego emergente que impulsa el dinamismo del sentir y del actuar personal, es interno y es, de nuevo, direccionalmente constructivo. Transformar las relaciones interpersonales El espacio donde resulta más accesible favorecer un marco de crecimiento personal es el de las relaciones interpersonales. Al mismo tiempo, en un marco relacional cuyos elementos básicos están constituidos por dos personas en crecimiento, cada una a su ritmo y manera; la relación deviene un generador potencialmente poderoso de desarrollo y transformación. Las relaciones interpersonales son, pues, el lugar psicológico más acertado para el proceso de crecimiento y transformación de la persona. En este lugar, sin embargo, parece más fácil que aparezcan aspectos de retroceso y paralización de la tendencia actualizante. Por ello es, precisamente, por lo que resulta muy necesaria una presencia facilitadora que contribuya a crear el clima propicio para las condiciones que promuevan el despliegue del potencial constructivo. Generalmente, en nuestras relaciones ordinarias, establecemos interacciones en las que predomina un aspecto relacional frente a la totalidad comunicativa deseable en la relación. Marcamos así nuestros propios límites y fronteras en cada espacio de relación. Nos comunicamos, en suma, con sólo una pequeña porción de uno mismo. En unas relaciones, por ejemplo, nos sentimos satisfechos en un ambiente de comunicación racional y temática. Aportamos y nos aportan ideas y significados exteriores a nosotros mismos, como si se tratara de mantener un debate ideológico en el que nos sentimos implicados sólo en parte pero que no afecta a la globalidad de nuestro organismo. El compromiso que se establece en esta relación afecta poco a 26 ROGERS, C. y STEVENS, B. Persona a persona. Buenos Aires: Amorrortu, 1980, 53. 22 nuestro experienciar organísmico, por lo que percibimos dificultades en experimentar una situación gratificante de encuentro interpersonal profundo, aunque nos podamos sentir complacidos en las líneas comunicativas argumentales. Es un clima relacional en el que parece predominar más la cabeza que el pecho, aunque sintamos un cierto bienestar en el centro de nuestro cuerpo, no nos resulta conmovedor. En otras relaciones, por el contrario, el elemento lúdico es el centro de la interacción. Son los típicos encuentros con personas amigas para “pasarlo bien”. El entretenimiento junto con otro constituye una de las motivaciones fundamentales de esta interacción. Compartimos con el otro alguna actividad recreativa o simplemente buscamos espacios y tiempos comunes para una grata compañía que nos proporciona un cierto goce personal. En algunas relaciones personales nuestro compartir es significativamente afectivo y emocional. Mantenemos con el otro un espacio común en el que el elemento más intenso de la interacción es la comunicación de sentimientos y afectos. En este clima predomina el corazón a la cabeza y vivimos nuestra interacción de manera más impactante y personal. Parece como si en este clima relacional lo que sucede afecta más a nuestra vida interna y a nuestra estructura emocional. En otras, en fin, el elemento más influyente es nuestro aspecto sexual. Nos sentimos bien junto al otro en la cercanía corporal y en el contacto físico, no necesariamente genital, pero con componentes significativamente sexuales que hacen sentirnos que “nos gustamos” y deseamos la aproximación de la otra persona. Es verdad que existen más ámbitos relacionales: compañeros de trabajo, relaciones de vecindad o relaciones exclusivamente de tipo social que, sin embargo, no podemos considerar imbricadas en nuestro espacio vital que contiene los significados de nuestro experienciar. Lo racional, lo lúdico, lo afectivo-emocional, lo sexual forman áreas vitales en las que confluimos con otro como ser en relación. No son áreas exclusivas del compartir en una determinada relación, pero acaso contienen los aspectos de la interacción predominantes de cada una de nuestras relaciones particulares. Cada una de nuestras relaciones se conforma por la dominancia de una de estas áreas en la que, quizás sin pretenderlo, nos insertamos en un proceso confluyente y relacional que va determinando los límites y fronteras en nuestro quehacer interaccional compartido. Las fronteras entre un ámbito vital y otro en una determinada relación pueden diluirse y reformarse dinámicamente como en un vaivén en la que la línea del proceso relacional no es ni recta ni continua sino con ondulaciones difíciles de preestablecer. En cualquier caso, “en el transcurso de tal relación, el establecimiento de límites puede ser conveniente con cualquier persona, en cualquier momento y en cualquier lugar. Y prescindir de ellos también puede ser apropiado, siempre que así lo decidamos”.27 En una relación en crecimiento, no obstante, se configura una mayor disposición para el riesgo que viene determinada por el impulso a superar límites frente a la costumbre de mantener un falso equilibrio relacional en virtud del cual nos acostumbramos a desempeñar ciertos papeles. El factor desencadenante que minimiza cualquier alteración de equilibrio en una relación o, por el contrario, impulsa un proceso de cambio creciente que conlleva a la transformación es impredecible y puede ser insignificante, aunque conocemos las condiciones que pueden proveer de mayores 27 WHITFIELD, C. Límites, fronteras y relaciones. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1999, 168. 23 posibilidades de mutación interaccional.28 El escuchar empáticamente, la aceptación incondicional del otro y el mostrarse auténticamente en la relación forman las condiciones necesarias para facilitar el proceso de crecimiento en una relación interpersonal. En una relación transformada se diluyen las fronteras y los límites de las áreas del compartir relacional y se hace con una cierta “mutualidad” desde la que, aquello que es compartido por ambas personas, es iniciado aproximadamente con la misma frecuencia entre los dos miembros de la relación. En este sentido, quizás el factor más importante para el cambio de las relaciones sea la transformación del miedo. Sustituyendo el miedo por el riesgo es posible iniciar una dinámica relacional a modo de un viaje compartido en el trascurso del cual la relación se define a sí misma por lo que es y no en función de lo que la sociedad pretende. En este viajar compartido se nos abren nuevas posibilidades que nos hacen ser todavía más conscientes de nuestras limitaciones y fronteras y nos dotan de una mayor intensidad en la interacción que, al fin y al cabo, deviene una intimidad poderosa que nos otorga mayor autonomía con respecto a las presiones sociales. En este tipo de relaciones transformadas la comunicación cobra sentido desde el experienciar interno de la persona. Esta comunicación no es, pues, sobre algo; sino desde el propio referente interno, desde lo más profundo de uno mismo, desde las sensaciones y emociones corporalmente sentidas. La misma comunicación, en cuanto da nombre y significado al proceso experiencial de la persona, origina cambio y transformación. Esta manera de comunicarse es generadora de una gran energía que produce desarrollo personal y fomenta mayor profundidad en la relación que se vive como impactante e intensa. En palabras de Gendlin : “Lo que produce el cambio efectivo de la personalidad no es lo que se dice o se pinta; sino más bien el proceso vital experiencial que lleva a alguien a hablar o a pintar de ese modo. Cuando un individuo expresa con precisión por primera vez cómo se encuentra, justamente entonces y precisamente al hacerlo ya no se siente de ese modo. La exactitud que él sentía tan profundamente –la producción físicamente sentida, de las palabras que sentía ser las exactamente correctas- este preciso sentimiento es el sentimiento de cambio, de resolución, de experienciar el avance, el subir un nuevo escalón”.29 La comunicación que se experimenta en estas relaciones transformadas se caracteriza por una aceptación incondicional de los aspectos del otro por lo que la confianza y la escucha activa constituyen la base de la relación. En esta relación cobra fuerza la función de “inmediatez”.30 La inmediatez consiste en la comunicación explícita y directa de cómo es vivida la relación entre las dos personas en este Carl Rogers expuso con un estilo muy personal estas condiciones en el capítulo 11 titulado “Ser en relación” del libro cuya referencia es ROGERS, C. Libertad y creatividad en la educación. Barcelona: Paidós, 1980, 167-178. Es una lástima que en posteriores reediciones de este libro se haya omitido este magnífico capítulo. 28 29 ALEMANY, C. Psicoterapia experiencial y focusing. La aportación de E.T. Gendlin. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1997, 49. Este concepto, también denominado “la relación del momento” ha sido acuñado por R. Carkhuff en su modelo de relación de ayuda como intervención que estimula al cliente a tomar conciencia de como vive en este momento la relación con el terapeuta, teniendo una eficacia muy significativa en la facilitación de la relación. Véase GIORDANI, B. La relación de ayuda: de Rogers a Carkuff. Bilbao: Desclée De Brouwer. 1997, para una exposición muy completa de la evolución de estos modelos fundamentados en las mismas fuentes filosóficas y que son muy útiles para su aplicación en la intervención en grupos. 30 24 momento. Precisa así una comunicación viva en el plano de los sentimientos que se configura al expresar lo que se siente una de la otra, cómo se perciben, cómo experimentan la relación, cómo se sienten en la mutualidad relacional establecida. En esta esfera comunicativa se expresan los sentimientos positivos o negativos que siempre son fluyentes y cambiantes. Las personas que experimentan esta relación van aprendiendo a ser más coherentes y auténticas y su lenguaje verbal es congruente con las manifestaciones corporales y emocionales. En las relaciones transformadas el centramiento en el aquí y ahora de la relación contribuye al darse cuenta de los estados de ánimo propios y a no escaparse a zonas percibidas como más seguras ya que, en el clima de intimidad de la relación, resulta posible arriesgarse como en una aventura hacia nuevos espacios interiores que van emergiendo en la conciencia. En estas relaciones, en realidad, nos acontecemos el uno al otro. Este acontecernos es lo que provoca algo mágico que hace que al notar la presencia del otro se produzca una especie de tambaleo en la solidez de nuestra estructura emocional. A veces, en la medida en que dos personas en interacción van superando límites psicológicos en su acontecer relacional se produce la experiencia del encuentro. El encuentro es una experiencia vital de relación interpersonal muy intensa y momentánea, en la cual el yo y el tú deviene un nosotros unitario percibido como totalidad en una especie de fusión organísmica. Es una vivencia de confluencia de las conciencias y tiene algo de experiencia mística en la que el presente se vive en su totalidad trascendiendo la historicidad personal. Es un instante, un presente auténtico que sitúa a las personas más allá del deseo y en el que desaparece la percepción objetivada de uno mismo y del otro confundiéndose en un sujeto que trasciende la individualidad. Es la disolución, en un corto espacio temporal vivido como eterno, de todo límite y frontera personal de uno y de otro que quedan abarcados por el horizonte en un único mar en el que desaparece la misma relación entre dos individuos autónomos para configurar una nueva unidad organísmica. En el encuentro “la relación con el Tú es inmediata. Entre el Yo y el Tú no media ningún sistema conceptual, ninguna presciencia y ninguna fantasía; y la memoria se transforma, pues desde su aislamiento se precipita en la totalidad. Entre el Yo y el Tú no media ninguna finalidad, ningún deseo y ninguna antelación; y el anhelo mismo cambia puesto que pasa del sueño a la manifestación. Toda mediación es un obstáculo. Sólo donde toda mediación se ha desmoronado acontece el encuentro”.31 Abrirse a la experiencia dándole el significado sentido, vivir existencialmente procurando focalizar el presente en nuestro experienciar, confiar en el propio organismo como totalidad y como agente interno de nuestro proceso valorativo; y participar, en fin, en un proceso transformativo de nuestras relaciones interpersonales; nos configuran las mayores expectativas para ser personas en crecimiento, nos permiten, en cualquier caso, nuevas posibilidades para desarrollar con acierto nuestro propio potencial que, al fin y al cabo, está anclado en nuestro núcleo personal y dispuesto a extenderse en la dinámica de nuestro proyecto vital para hacer de nuestra vida un proceso satisfactorio, gratificante, eficaz y creativo. 31 BUBER, M. Yo y Tú. Madrid: Caparrós , 1993, 17. 25 3.- EL GRUPO, MÁS QUE NUNCA UN MAR DE VIDA. “ En este sentido el grupo sí que es una totalidad que no implica la perfecta adecuación de las partes al todo. Es una totalidad basada en una paradoja: de la separación de los individuos, de sus diferencias, de sus conflictos, nace una unidad afectiva que se traduce por un esfuerzo permanente de cooperación” (Max Pagès) Una ligera mirada atrás A partir de la segunda mitad de la década de los años sesenta y prácticamente en toda la década de los setenta tuvo lugar, especialmente en Estados Unidos, pero también en otros lugares del globo, un interesante fenómeno de masas denominado “Movimiento del Potencial Humano” en virtud del cual proliferaron centenares de centros e instituciones con la finalidad de ofrecer a las personas participantes espacios de encuentro relacional y crecimiento personal. En general, las fórmulas organizativas de estos espacios de interacción variaban desde maratones de fin de semana, grupos de encuentro, ejercicios de sensibilización emocional, entrenamiento en deshinibición y contacto físico y otras múltiples facetas de experiencia grupal. Desde el Instituto Esalen (Big Sur, California) en el que coincidieron en un momento Fritz Perls, Abraham Maslow, William Schutz, Allan Watts entre otros “gurúes” del movimiento, se desarrollaron un sinfín de modalidades de ejercicios de entrenamiento grupal y una gran cantidad de documentos y publicaciones en las que se reflexionaba sobre el funcionamiento de la personalidad como unidad y los factores de comunicación e interacción en el seno de los grupos. Desde otros lugares, los también “gurúes” Carl Rogers, Eric Berne, Jacob L. Moreno realizaron múltiples aportaciones, difundieron próligamente los beneficios psicológicos de los grupos de encuentro y ofrecieron extensos programas de formación de facilitadores. De hecho, desde California como epicentro, el movimiento de los grupos de encuentro tuvo una rápida implantación y difusión, y fueron muchísimas las personas que tuvieron alguna experiencia de participación en alguna de sus variables.32 Los resultados en la modificación de actitudes y conducta de las personas que se implicaban en este tipo de experiencias eran tan patentes que muchas empresas americanas introdujeron estas dinámicas entre sus empleados para mejorar la productividad, así el antropólogo Marvin Harris, ajeno por completo al movimiento, resalta : “ Los motivos utilitarios saltan también a la vista en las variedades al parecer infinitas de grupos de encuentro y los cursos de sensibilización de fin de semana o terapia mente-cuerpo que son parte del movimiento por el potencial humano. Los 32 La prensa norteamericana y europea se hacía eco, de vez en cuando, de las repercusiones sociales de este movimiento que, sin estar organizado ni poseer una estructura asociativa determinada, se consolidó como una fuerza influyente. Una famosa periodista americana, Jane Howard, recorrió en 1969, durante todo un año, varios de los centros participando en las experiencias intensivas que se ofrecían y entrevistando a sus líderes. Recogió sus vivencias en un curioso libro: HOWARD, J: Tóqueme, por favor. Reportaje sobre el Movimiento de Potencial Humano. Barcelona: Kairós, 1973. En otro libro, cuya referencia es SCHÜTZENBERGER, A y SAURET, M. Nuevas terapias de grupo. Madrid : Pirámide, 1980, el lector puede encontrar una exposición de cada una de las modalidades de estos grupos. 26 ejecutivos recomiendan los grupos de encuentro y los cursos de sensibilización para mejorar las relaciones entre los empleados y aumentar las ventas”.33 En estas experiencias intensivas se pretendía que las personas se vieran impulsadas hacia una mayor espontaneidad, a relacionarse de manera más estrecha con sus sentimientos propios, a darse cuenta de su proceso interior, y a tener una mayor y más expresiva intimidad en sus relaciones interpersonales. Los grupos de encuentro estimulaban un clima en el que fuera posible interaccionar emocionalmente con los otros. Fundamentalmente basaban su incidencia personal en la complejidad del área afectiva de la persona y del grupo, y tenían poca repercusión en el nivel de la tarea del grupo y sus aspectos organizativos. En cualquier caso, la profetización de Rogers34 sobre la influencia que ejercerían los grupos de encuentro en la transformación de la sociedad se cumple sólo en parte. El famoso Human Potential Movement fue decayendo con los nuevos tiempos de la sociedad hiperindustrializada de finales del milenio que ofrecía otros valores basados más en el tener que en el ser, y mostraba los grandes avances tecnológicos y económicos que encajaban poco en la manera de vivir más personalizada e intimista que pretendía el humanismo de los grupos de encuentro el cual, quizás, no supo o no pudo adaptarse a las nuevas corrientes de la mentalidad más racionalista y positivista de los últimos años. Algunos sobrevivientes de este movimiento, como el mismo Gendlin, reconocen parte de este fracaso: “Después de algunos años todos notamos que esos grupos no tenían ninguna posibilidad de continuación... El Movimiento de Grupos de Encuentro empezó a disminuir y a morir en torno a nuestra incapacidad de construir patrones sociales institucionales en los que se pudiera continuar viviendo con todo este nuevo mundo de complejidad interna humana... El Movimiento de los Grupos de Encuentro se alimentaba exclusivamente de gente nueva, pero no desarrolló ninguna continuación, no creó ningún patrón de encuentro o de asociación que pudiera llegar a formar parte de la estructura social”.35 Sin embargo, el movimiento de los grupos de encuentro y las aportaciones de la psicología humanista en las que se basaba, tuvo y sigue teniendo grandes repercusiones en las personas y en la sociedad. Desde que en la primavera de 1961 apareciera en Norteamérica el Journal of Humanistic Psychology como instrumento de expresión de la psicología de la “tercera vía” –en contraposición con las tendencias conductistas y psicoanalíticas del momento-; y un año después A.H. Maslow, junto con un grupo de psicólogos, fundara la Association for Humanistic Psychology, se inició un cúmulo de fuerzas en progresión que contribuyeron significativamente al desarrollo personal vislumbrando nuevas y distintas formas de relacionarse entre las gentes en las que la sinceridad, la escucha, la transparencia y el aprecio sujetaban la dinámica de los procesos de interacción. 33 HARRIS, M. Introducción a la antropología general. Madrid: Alianza Editorial, 1999, 730. Rogers parecía creer que este movimiento estaba muy consolidado: “Quienes crean que el grupo de encuentro constituye una manía o un fenómeno que afecta en forma temporaria a unas pocas personas deberían detenerse a meditar nuevamente sobre el asunto. En el turbulento porvenir que nos aguarda, la tendencia hacia la experiencia grupal intensiva se vincula con graves e importantes problemas referentes al cambio... Es un movimiento de honda significación, y el rumbo que tome en los años venideros tendrá gran repercusión en todos nosotros, para bien o para mal”. ( ROGERS, C. Grupos de encuentro. Buenos Aires: Amorrortu, 1979, 178. 34 GENDLIN, E. “ Logros y problemas en la psicología humanista” en ALEMANY, C. Psicoterapia Experiencial y Focusing. La aportación de E.T. Gendlin. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1997, 432. 35 27 La Conferencia de Old Saybrook, en 1964, puso las bases de lo que sería una nueva corriente en la psicología y la psicoterapia que se desarrolló rápidamente traspasando las fronteras del ámbito médico y psicológico. Los miembros de la “tercera fuerza” recuperaron las aportaciones de la filosofía fenomenológica de Husserl (1859-1938) cuyo punto de partida era la concepción del propio “yo” trascendental como sujeto constituyente del saber absoluto y la consideración de la estructura de la conciencia como intencionalidad. Completaron sus fundamentos con las aseveraciones de la filosofía existencial de Heidegger (1889-1976) y Sartre (19051980) en virtud de las cuales se revaloriza la idea del hombre como centro, la subjetividad como marco referencial en el tiempo finito, el sentido de la existencia como proyecto y la libertad limitada por la presión del otro a partir de lo cual el hombre, como único responsable de sí mismo, puede comprometerse en una acción positiva de libertad radical que conlleve a su autorrealización. Creo que no está de más reconocer, en todo caso, que este movimiento aparecido en la década de los sesenta, con todos sus defensores y detractores, con todos sus conflictos y disidencias, contradicciones y paradojas; ha tenido y tiene, hoy por hoy, una gran incidencia en el campo de la psicología, la pedagogía, la psicoterapia y la misma acción social. Incluso otros ámbitos ajenos como el ecologismo, los nuevos movimientos feministas, las corrientes de liberación sexual, de educación por la libertad y otras nuevas formas de entender el comportamiento humano y la estructura de las relaciones personales; son, en buena parte, fruto de las influencias de la psicología humanista y de la cultura de los encuentros. Es cierto que si analizamos estas contribuciones hay que admitir que, en buena medida, forman parte de una tendencia cultural más amplia que tuvo lugar en esos tiempos no tan lejanos. Los elementos contraculturales de la comunidad hippie, los avatares producidos por las nuevas tendencias musicales expresadas en Woodstock en agosto de 1969 o, incluso la transformación de una institución tan tradicional como la Iglesia a través del Concilio Vaticano II, forman parte de un complejo conjunto de fenómenos históricamente simultáneos que, lejos de ser mera casualidad a pesar de lo inexplicable, no pueden ser sino la expresión de un paso en el proceso espiritual y cultural de la humanidad. No obstante no podemos obviar, aunque sea en el seno de un marco más particular, las especificidades aportadas por la psicología humanista que, al fin y al cabo, se basa en una sencilla premisa: las personas son importantes y su potencial está siendo obstaculizado, por lo que si conseguimos un entorno adecuado, los individuos tienen la capacidad de desarrollarse como personas sanas, autónomas, responsables y libres. En realidad, la psicología humanista nos dota de un conjunto de valores para promover el crecimiento personal y la transformación dando prioridad a las necesidades humanas, advirtiendo la importancia de lo subjetivo y lo intuitivo en el ser humano, contemplando el riesgo en lo relacional y en la toma de decisiones vitales, y subrayando las cualidades humanas distintivas: capacidad de elegir, creatividad, valoración y autorrealización. Nos aporta también un amplio abanico de técnicas y recursos útiles para facilitar el crecimiento personal y la dinámica interaccional en los grupos, y nos confiere habilidades en las relaciones personales y sistemas de facilitación grupal. Estos instrumentos utilizados en los grupos de encuentro eran, a la vez, el medio y la finalidad, en tanto no estaban diseñados como procedimientos para lograr un aprendizaje posterior sino como herramientas para favorecer una experiencia concreta válida en sí misma. 28 Y nos dota, en fin, de un cuerpo de investigación y teoría aplicables a múltiples campos en los que las personas y los grupos constituyen el centro de la acción socioeducativa. Así, para el movimimento del potencial humano, lo esencial de la experiencia en el grupo radica en facilitar la madurez de la persona que, en esta concepción, consiste en estar en contacto con los sentimientos propios, abierta a la experiencia del momento y capaz de comunicarse íntimamente con los individuos de su entorno. En cierto modo se pretende una dinámica más intrapersonal que interaccional y se antepone en grado sumo el experienciar afectivo al aprendizaje de la eficacia que, prácticamente, queda excluido de la experiencia. Los grupos de encuentro de los sesenta no eran, en cualquier caso, los primeros avatares de los experimentos grupales. Habían surgido, con gran probabilidad, como respuesta de cambio a los Training Groups del NTL (National Training Laboratory) en Estados Unidos que, durante más de diez años serían los auténticos protagonistas de la dinámica de grupos norteamericana. El primer laboratorio grupal tuvo lugar en Bethel (Maine) en el norte de los Estados Unidos en el verano de 1947. Había sido diseñado por Kurt Lewin -el auténtico padre de la dinámica de grupos, que no pudo asistir al evento al sorprenderle la muerte a principios del mismo año-, y sus colaboradores Leland Bradfort, Lippit etc. La experiencia consistía en organizar un curso constituido por diversos grupos dedicados a contemplar, todo el día, su propia vida, a elucidar las fuerzas que iban surgiendo y su dinámica con el objetivo de adquirir aprendizajes para el ejercicio posterior del liderazgo. Desde esta primera experiencia, los T-groups pretendían la comprensión del proceso grupal por parte de los participantes en el laboratorio intensivo, el análisis de las fuerzas condicionantes de la conducta de los miembros del grupo, el aprendizaje de las condiciones adecuadas para el desarrollo del grupo, la observación de las interrelaciones entre sus miembros y la consecución de habilidades necesarias para poder liderar un grupo en otras situaciones distintas. En cierta manera constituían grupos de formación y aprendizaje para que sus participantes adquirieran habilidades de facilitación de grupos para mejorar su eficacia. Tenían pues una finalidad funcional y pedagógica, y se interesaban por los fenómenos interpersonales más que por el proceso experiencial de cada persona. La base teórica de sustento era la denominada “teoría del campo” del mismo Kurt Lewin, el cual intentó adecuar la teoría física del campo (Faraday, Maxwell, Hertz, Einstein) a la dinámica grupal y social de acuerdo con las investigaciones que realizó en la década de los treinta en la Universidad de Iowa y más tarde en el Massachussets Institute of Technology. Esta teoría física del campo es recogida para la psicología, en un principio, por la escuela de la Gestalt, o psicología de la forma ( Wertheimer, Köhler, Koffka) que sostiene que cada objeto es definido de una forma determinada por el contexto total en el que está incluido. La percepción pues está determinada por las relaciones entre los componentes de un campo perceptual más que por las características fijas de cada componente particular. Así Lewin explica la conducta individual a partir de la estructura que establece un sujeto y su medio ambiente en un momento determinado. Esta estructura es un campo dinámico, un sistema de fuerzas en equilibrio que cuando se rompe genera una tensión. Se parte de la idea de que el grupo puede ser considerado como un lugar en donde las personas constituyen singularidades como fuerzas que se influyen mutuamente. El campo o espacio vital comprende todas las influencias afectivas e intelectuales que afectan una conducta concreta en un momento determinado. 29 El grupo, para Kurt Lewin, es este campo de fuerzas opuestas que mantienen un equilibrio hasta que se produce un cambio a causa del aumento o disminución de la fuerza que modifica este equilibrio. El grupo es concebido, en cualquier caso, como una globalidad dinámica, un sistema interdependiente distinto, aunque no independiente, de sus partes. La concepción lewiniana y las experiencias de T-groups acentúan el aspecto organizacional del grupo y las influencias conductuales entre sus miembros. En el grupo el individuo es sólo una pequeña parte de un sistema poderoso constituido por sus normas, sus esquemas de comunicación, la forma de ejercer el liderazgo, la estructura de roles y las funciones de eficacia. La persona como sujeto autónomo con un proceso experiencial interno afectivo y emocional, con su espacio interior flexible poco encajable en un patrón objetivado, tiene poca cabida en las teorías de Lewin remarcadoras de la tensión, la valencia y el vector como conceptos de análisis del comportamiento. En palabras de Max Pagès: “ Hay en la obra de Lewin una concepción técnica de la acción y del cambio, basada en la coacción, al lado o más bien por debajo de una concepción psicológica, basada en la comunicación. Las estructuras más íntimas del grupo no son reconocidas por él como realidades psicológicas, sino que se imponen a los miembros como cosas”.36 No es de extrañar, entonces, que unos años después de Bethel se produjera la reacción del Movimiento del Potencial Humano centrando el énfasis en el crecimiento personal interior, en la comunicación afectiva y en la significación de la misma experiencia per se como espacio de desarrollo y maduración de la persona. A la búsqueda del por qué lewiniano sucedió el interés por el cómo de los encuentros, a la explicación causal de la historia grupal se reaccionó con la sensibilización por la vida en el presente del grupo, a las fuerzas interaccionales les sucedieron los procesos internos del experienciar y el percatarse; los grupos centrados en su evolución, sus tensiones y sus cambios se convirtieron, en fin, en grupos cuya existencia se basaba en la posibilidad de vivir una experiencia afectiva importante en un clima de comunicación “auténtica”, como entre paréntesis respecto a la vida ordinaria y familiar. De los laboratorios de Bethel, sin embargo, aprendimos también numerosas aportaciones. Desde entonces sabemos que los grupos son fuerzas poderosas que mantienen en su seno un gran potencial y que funcionan como unidad totalitaria distinta a la simple suma de sus partes. Hemos aprendido condiciones facilitadoras para generar una mayor eficacia y una mejor organización de las tareas de los grupos, y hemos comprendido la dinámica del proceso evolutivo de los grupos como organismo social que tiene vida propia. Con justicia habría que dirigir la mirada, en esta misma época, hacía el otro lado del Atlántico. En Londres, el Tavistock Institute of Human Relations fundado en 1957, de inspiración analítica, organizaba también sus experiencias de grupo basadas en las aportaciones de W.R. Bion y A. K. Rice37. Tavistock ponía el énfasis a lo que sucede en el grupo en un nivel más profundo aunque ello suponga desatender otros aspectos más visibles de las relaciones interpersonales. Bion y sus colaboradores centran su atención en los aspectos conflictivos del grupo, especialmente los 36 PAGÈS, M. La vida afectiva de los grupos. Barcelona: Fontanella, 1977, 576. 37 El lector encontrará una buena exposición de las distintas tendencias psicosociológicas de dinámica de grupos en el libro de LOPEZ-YARTO, L. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. Bilbao: Desclée De Brower, 1997. También en el libro de GONZALEZ, P. (ed.) y VENDRELL, E. (ed). El grupo de experiencia como instrumento de formación. Barcelona: EUB, 1996. 30 producidos por la relación con el liderazgo y la autoridad, y en poner en contacto al grupo con su propio inconsciente. Para Bion38 el grupo que actúa a nivel racional y consciente orientado hacia la consecución de la tarea asignada siempre va acompañado de impulsos afectivos potentes que pueden favorecer o dificultar la progresión en la eficacia. Este fuerte componente emocional emerge irracionalmente y de manera espontánea, y suele ser una manifestación de la regresión que implica que los individuos se despersonalicen en beneficio de la ilusión de grupo como entidad. El componente emocional, para Bion, se representa en tres categorías que están presentes en el inconsciente grupal aunque, según el momento del proceso, sólo una de ellas resulta perceptible. Llama a las categorías “supuestos básicos”. El primer supuesto es el de la dependencia en el que el grupo, simbolizando un momento de la evolución infantil, desplaza toda su responsabilidad hacia el líder. Al segundo supuesto lo denomina emparejamiento, mediante el cual el grupo desea liberarse de los sentimientos de odio y aplazar el compromiso del presente. Al tercer supuesto lo designa de ataque-huida, en virtud del cual el grupo se une para defenderse de cualquier amenaza interna o externa. De Tavistock aprendimos a tomar en cuenta las poderosas fuerzas que subyacen en el inconsciente del grupo y a valorar las importantes fuentes de conflicto de liderazgo que modifican la conducta grupal. Y, sin duda, desde las aportaciones de Bion, podemos activar mecanismos para facilitar los aprendizajes significativos y penetrantes denominados insight que cada participante puede protagonizar y, en cualquier caso, permanecer tranquilos si alguno no ha sentido semejante experiencia. Parece posible, ciertamente, que con una ligera mirada atrás hacia Bethel de los cuarenta y cincuenta hasta Esalen de los sesenta y setenta , de Maine a California, podamos confluir, mirando hacia adelante, en la búsqueda de nuevos modelos de facilitación y experiencia grupal que nos aporten, en los inicios del nuevo siglo, nuevas concepciones y herramientas para animar estos organismos grupales en los nuevos tiempos, y crear las condiciones para que desplieguen todo su potencial de desarrollo para ayudar al crecimiento y aprendizaje personal y fomentar la creatividad y la eficacia grupal. Un intento de describir la estructura de este organismo llamado grupo (fig.1) Un aula de alumnos con su profesor, un equipo docente con su coordinador, un conjunto de trabajadores en un departamento de una empresa con su responsable, un equipo de monitores de tiempo libre con su director, un colectivo de educadores con su coordinador... son situaciones que conforman grupo. Los conceptos modernos de grupo llevan implícita la noción de la temporalidad. La temporalidad implica que los grupos se inician en un momento determinado, tienen un durante en el que configuran su quehacer y viven su punto y final. El grupo, como la persona, tiene pues un tiempo finito de vida. Este tiempo finito viene determinado por el nacimiento y la muerte del grupo. Ésta se produce cuando existe un espacio “vacacional” significativamente largo entre el quehacer del grupo y la nueva tarea, aunque tenga que ser realizada por casi las mismas personas. 38 Se puede encontrar una exposición de las experiencias y teorías de Bion en dinámica de grupos en BION, W.R. Experiencias en grupo. Buenos Aires: Paidós, 1979; y en BION, W.R. Aprendiendo de la experiencia. Barcelona : Paidós, 1980. 31 Un curso escolar, por ejemplo, determina generalmente muchas vidas de grupos, pero esta vida puede venir también determinada por una experiencia intensiva, por un tiempo de trabajo en común o por otras diversas circunstancias. Lo significativo es percibir este segmento temporal de la vida grupal. Este hecho comporta una distinción fundamental entre un grupo y una organización institucional que tiene existencia independientemente de las personas que circunstancialmente la forman. Un grupo, a pesar de tener vida por sí mismo, está conformado por las personas que le pertenecen, puede haber un cambio de alguna o varias personas en el transcurso de la vida del grupo que influirá en su dinámica; sin embargo esta influencia formará parte del proceso vital del grupo. Por el contrario, las mismas personas, después del punto final del grupo podrán formar un nuevo grupo que será distinto porque tendrá una nueva vida, un diferente segmento temporal. fig. núm. 1. La estructura del grupo Nivel Área Temática Organizativo Área Funcional Área Lúdica Nivel Área Relacional-Afectiva POTENCIAL DEL Afectivo GRUPO Es en el “durante” del grupo donde acontecen la mayoría de los fenómenos grupales. En el transcurso de nuestra experiencia de facilitación de grupos, en los últimos veinte años, hemos presenciado múltiples y diversos acontecimientos en la vida de los grupos y hemos intentado, en función de grabaciones, observaciones y filmaciones; establecer hipótesis y comprobaciones para encontrar leyes generales de funcionamiento comunes a estos grupos. Hemos percibido que el grupo conforma una unidad organísmica con gran energía interna y, en el seno de esta unidad, son muchos los factores que, de manera simultánea, inciden en su fluir permanente. Las emociones y los pensamientos de las personas pertenecientes al grupo, las comunicaciones que se producen o las que se 32 reprimen y amagan, las percepciones mutuas de los individuos, la conciencia o inconciencia respecto a las posibilidades del propio grupo y su progreso en relación al cumplimiento de las metas, las interacciones relacionales, los encuentros y los conflictos... Todo este conjunto de fenómenos forma parte de la gran energía de un grupo. Esta energía está allí, en el seno del organismo grupal que tiene vida propia total más allá de la vida de las personas que lo forman. Esta energía siempre emerge, de distintas maneras, canalizada o no, en el proceso grupal y hace que el grupo funcione como unidad global siendo, entonces, más que la simple suma de personas. Como organismo social el grupo es un mar de vida. Como en el océano, se producen en el grupo tormentas y momentos de calma, olas y mareas, vientos veloces o suaves brisas y, como el mar, siempre está en permanente fluidez, nunca inmóvil. Aunque reine la calma en la superficie quizás en el fondo se forjen, algunas veces, fuertes corrientes. Como las personas, los grupos tienen también “cabeza y corazón”, y a veces la razón de la cabeza no encaja bien con las razones del corazón. El grupo piensa y siente y no siempre actúa de acuerdo con el pensar reflexivo que queda muy condicionado por las fuerzas emocionales del sentir del grupo. Observando a un equipo de personas que realizan una tarea determinada nos podemos dar cuenta de la estructura en la superficie de este grupo. Algunos grupos están organizados de una forma más jerarquizada y otros de manera más democrática. Podemos percatarnos también de cómo es la distribución de tareas y responsabilidades, cómo planifican su trabajo, cómo formulan sus objetivos y cuál va siendo su cumplimiento. Podemos vislumbrar su sistema de evaluación en relación a las actividades del grupo y a su propio funcionamiento y podemos, en fin, observar los procedimientos que usan para mejorar su eficacia. Todos estos procesos forman parte de un nivel patente del grupo, perceptible por un observador aunque no sea muy experto. Este nivel es la cabeza del grupo, su nivel organizativo, es el espacio de la racionalidad del grupo. Es en este espacio de racionalidad grupal donde el grupo configura su quehacer, su tarea como grupo. Los grupos se reúnen para planificar, para discutir algún aspecto de sus actividades , para señalar objetivos, para organizar acciones, para distribuir responsabilidades, para decidir sobre algo, para evaluar y plasmar su memoria. Quizás podemos concluir que este conjunto de procesos tiene lugar en una área temática del grupo. Esta área temática es el qué del grupo. Contiene pues las funciones de planificación y programación de objetivos y actividades, la organización de las tareas, la distribución de responsabilidades y la evaluación. No resulta difícil imaginarnos el tipo de comunicaciones que se producen en este ámbito temático. Tienen más bien un aspecto de intercambio de ideas, de debate, de racionalidad en la que la implicación emocional es casi nula. Las discusiones que se producen no afectan mucho a nuestro sentir emocional, tienen un carácter más político que personal e, incluso corporalmente, la energía está concentrada más en la cabeza que en el pecho. Tampoco resulta complicado entrever que la función del liderazgo deberá ser moderadora, controlando los tiempos para que las reuniones no sean eternas e ineficaces y que deberá existir un procedimiento en la toma de decisiones. Todos los grupos formados para algo tienen esta área en funcionamiento. El problema se presenta cuando se convierte en el único ámbito del funcionamiento grupal, en un grupo de trabajo. Entonces la energía subyacente, presente en el seno del grupo, debajo de la superficie, impulsa su emerger y, como no existen canales en 33 su fluir, puede desbordarse por otros huecos y generar ineficiencia grupal a causa de conflictos no expresados y ocultos. En el espacio racional del grupo, en su nivel organizativo, existe todavía una nueva área que bordea la superficie pero que está situada por debajo de la línea más perceptible que hemos descrito anteriormente. Podemos denominar a esta área como ámbito funcional del grupo. El ámbito funcional contiene los procesos y los acontecimientos relacionados con la manera de funcionar del grupo como organización. No es el qué del grupo sino el cómo. Cuál es su manera de planificar, cómo se organiza, cómo es el liderazgo, cómo se toman las decisiones. A veces este ámbito funcional no se corresponde en sus principios con el área temática. Un grupo puede discutir y acordar, por ejemplo, que es preciso evaluar no sólo las actividades que realiza sino revisar también el ejercicio de la responsabilidad por parte de cada miembro; y, sin embargo, no dedicar tiempos y espacios a esta última función en la práctica. Puede decidir adoptar las decisiones de forma democrática y consensuada, y, no obstante, existir un líder institucionalizado o no que en realidad adopta las decisiones por sí mismo. Este ámbito funcional me parece mucho más interesante en la dinámica de grupos. No es tan perceptible como el área temática pero condiciona mucho más la eficacia del grupo por lo que es deseable que los grupos dediquen tiempos y recursos a mejorar los procesos funcionales. Normalmente, cuando hablamos de dinámica de grupos nos referimos, de manera parcial, a esta área funcional del grupo. A ella pertenecen los componentes estructurales de la participación de los miembros, los roles que se establecen, el status, los intercambios de informaciones, los procedimientos de toma de decisiones, los compromisos respecto de la tarea y todas esas cuestiones de las que la mayoría de manuales de dinámica de grupos ofrecen recursos y técnicas, a modo de ejercicios o “dinámicas” para practicar y mejorar nuestro nivel funcional. Sin embargo, quedarnos aquí, al borde de la superficie, tampoco constituye ninguna panacea del buen funcionamiento grupal. A lo sumo, ejercemos como una especie de pedagogía activa –que ha proliferado en estos últimos años- pensando que facilitamos el grupo de manera correcta y eficaz. Lo que sucede en el área funcional del grupo afecta un poco más al sentir de las personas y del grupo, a su emocionalidad; pero sigue estando localizado en la cabeza y no genera excesiva implicación. La energía subyacente continúa intentando emerger por cauces desconocidos que siguen estando cubiertos en el ámbito funcional. Tanto el área temática como el área funcional forman parte del nivel organizativo del grupo, de este espacio de racionalidad grupal en el que las cuestiones se plantean y discuten a modo de debate y participación. Es un funcionamiento equivalente a cuando una persona reflexiona sobre sus aspectos vitales, sus actividades y sus problemas y adopta propósitos que puedan reportarle cambios aunque nunca se produzcan. Sin embargo este nivel organizativo es muy importante y significativo en la vida de los grupos porque de su buen funcionamiento dependen, en gran parte, los grados de productividad y de eficacia. Establecer condiciones facilitadoras en este espacio de racionalidad será, sin duda, muy relevante para un buen dinamizador de grupos. La mayoría de las personas que conforman un grupo tienen conciencia de los elementos de estas áreas ya que forman parte de un nivel patente del grupo. Quizás no 34 manifiestan o no explicitan su opinión pero la tienen, y perciben un determinado grado de satisfacción o insatisfacción respecto al funcionamiento grupal. Así, uno de los elementos predominantes de este ámbito funcional es lo que se denomina el rumor como manifestación particular del proceso de comunicación. El rumor y la conspiración se producen cuando no hay mecanismos para canalizar la energía perceptiva respecto a la insatisfacción del funcionamiento grupal. Los rumores son un reflejo de la ansiedad y de las expectativas de los individuos que intentan abarcar los pocos aspectos conocidos para deducir lo que sigue siendo desconocido. Siendo imposible conocer la totalidad de las sensaciones y opiniones de los miembros de un grupo respecto al funcionamiento grupal en un momento determinado porque, entre otras cosas, el funcionamiento va cambiando constantemente y también porque no siempre se expresan en el seno del grupo estas sensaciones y opiniones; la situación de grupo origina permanentemente rumores. Los sentimientos referidos al área funcional del grupo que no han sido expresados y las personas que en el grupo suelen ser más silenciosas tienden a suscitar rumores. En nuestra acción facilitadora resulta conveniente pues dedicar tiempo a las dos áreas del espacio de racionalidad: por una parte a introducir métodos, técnicas e instrumentos para dinamizar y hacer más efectivas las reuniones de los grupos con la finalidad de planificar y evaluar con más eficiencia; por otra parte, sería enriquecedor para el trabajo grupal dedicar tiempo a explicitar el sistema de funcionamiento, a revisarlo, a expresar nuestras satisfacciones e ingratitudes para que nuestra tarea y nuestra pertenencia al grupo resultasen más gratificantes. El grupo como organismo tiene también su espacio de la sensibilidad, su nivel afectivo. En este espacio ocurren las risas y los llantos, las euforias y las depresiones, las emociones, los sentimientos, las comunicaciones significativas y las interacciones, los encuentros y los conflictos, los deseos, los amores y los odios, las evasiones, los miedos, los riesgos, las aventuras interpersonales. Casi toda la energía del grupo se genera en este espacio sensible del grupo. Estas fuerzas están siempre latentes en la vida de un grupo aunque en pocas ocasiones los grupos dedican tiempo y espacio a explicitarlas. En el espacio de sensibilidad del grupo existe un área lúdica. Todos los grupos buscan espacios de celebración en los que el elemento dominante es el juego, la risa, el canto, la mesa, la tertulia, la marcha, las actividades recreativas grupales. Algunos grupos confunden el trabajo afectivo con su implicación en esta área lúdica y argumentan que estos espacios lúdicos son los adecuados para la “comunicación interpersonal”. Es cierto que esta parte lúdica del grupo favorece una distensión de los conflictos, una diferente forma de relacionarse que no sea exclusivamente en el ámbito de la tarea y permite hacer surgir la energía comprimida en el proceso grupal. También es cierto sin embargo que, en muchas ocasiones, lo que sucede en el ámbito lúdico del grupo no deja de ser una forma de evasión. Es en esta área lúdica donde se expresan verbal y no verbalmente sentimientos y emociones disfrazados irónicamente que pueden permitir ocultar los temores a la comunicación interpersonal para no asumir riesgos que se consideran innecesarios y, a la vez, relativizar fuertes tensiones que se hayan producido. Al mismo tiempo, en esta área lúdica se generan nuevas relaciones interpersonales, distintas percepciones de los demás y originales interacciones porque se consiente un clima más permisivo que favorece el mostrarse de una manera más auténtica y vulnerable ante los demás. 35 El elemento dominante del área lúdica es el humor. También está vinculado a las tensiones del grupo y a lo oculto o cubierto. Cuando se expresan algunos sentimientos de manera humorística e irónica, de tal forma que esta comunicación no produzca demasiados recelos o temores, puede producirse una descarga emocional significativa seguida de una sensación de alivio. Los grupos crean su propia cultura del humor. Esto les permite expresar sensaciones, emociones y acontecimientos que han revestido alguna particular importancia en la dinámica del grupo. En palabras de Joseph Luft: “ Cabe bromear, por ejemplo, en torno a la adopción de iniciativas o al grado de estructuración, y estos hechos humorísticos pueden convertirse entonces en una parte de la cultura del grupo. Por afectar el humor a cuestiones vitales, si bien de un modo especial y limitado, facilita la comunicación y la adopción de decisiones. El humor, evidentemente, puede servir de medio de expresión de hostilidad en el seno del grupo, y puede practicarse a expensas de determinados individuos o subgrupos. O puede también constituir una escapatoria temporal frente a una situación dada”.39 En el área lúdica el grupo genera un lenguaje específico propio que da nombre a diversas experiencias grupales, se dota de toda una simbología e incluso de unos ciertos rituales que no son comprensibles para personas externas al grupo, todo ello ayuda al grupo a promover experiencias novedosas que inciden en el fomento de la creatividad. En el ámbito lúdico del grupo es donde surgen nuevas ideas de su quehacer, nuevas intuiciones para actividades creativas y nuevas propuestas para superar metas o adquirir nuevos compromisos. Por ello resulta muy importante establecer condiciones que fomenten los espacios lúdicos del grupo no tanto por la distensión que provocan como para facilitar los procesos creativos: “La distracción de estímulos novedosos, de vistas magníficas, de culturas extrañas, permite que los procesos mentales subconscientes establezcan conexiones que resultan improbables cuando el problema se aborda con la lógica lineal aprendida de la experiencia. Y después de que la conexión inesperada se traduce en una intuición, el entorno familiar vuelve a ser más propicio para completar el proceso; la evaluación y la elaboración se realizan más eficazmente en la atmósfera sobria donde prevalece la lógica del campo”.40 Del área lúdica nacen intuiciones que pueden derivarse al espacio de racionalidad del grupo donde el grupo puede darles forma para nuevas acciones creativas; y se provocan nuevas corrientes y mareas que impulsan el proceso del grupo para vivenciar nuevas experiencias. Con todo, abusar de lo lúdico o sustituirlo por lo afectivo produce también ineficacia e incomunicación real ya que nuevamente nos quedamos en la superficie, esta vez la del espacio de la sensibilidad del grupo que tiene unas grandes profundidades. En este espacio de sensibilidad del grupo, en su nivel afectivo, debajo del área lúdica, el grupo como organismo tiene un área extraordinariamente importante y significativa que se puede denominar ámbito de las relaciones personales afectivas. Me refiero al conjunto de fenómenos que se producen en un grupo y que tienen que ver con las percepciones de las personas entre sí, con las comunicaciones verbales y no verbales, con los contactos y las interacciones, los sentimientos, las emociones y las actitudes. 39 LUFT, J. Introducción a la dinámica de grupos. Barcelona: Herder, 1978, 77. 40 CSIKSZENTMIHALYI, M. Creatividad. El fluir y la psicología del descubrimiento y la invención. Barcelona:Paidós, 1998, 177. 36 En un grupo las relaciones interpersonales que impactan, para bien o para mal, y afectan al proceso experiencial de las personas, forman un elemento irreductible en la configuración del grupo. Los sentimientos que brotan en estas relaciones emocionales, las interacciones que tienen lugar y las mutuas percepciones subjetivas son los componentes esenciales de estas conexiones. A veces estos aspectos se explicitan, otras veces permanecen ocultos en el subconsciente grupal; en otras ocasiones, quizás en las que más, intentan esconderse o disfrazarse. El amor, la angustia, el deseo, el aprecio, el odio, la soledad... constituyen sentimientos y emociones presentes en algún momento de la vida grupal y, al formar parte de la “privacidad” de las personas, son difíciles de comunicar de forma auténtica. Están ligados a la experiencia íntima y su comunicación produce, en muchos casos, miedo y ansiedad. Quizás por esta causa pocos grupos dedican momentos específicos a intentar hacer más transparente su área de relaciones personales afectivas. Y sin embargo en esta área relacional se genera la mayor parte de la energía grupal, de tal manera que si un grupo crece en comunicación y transparencia en este ámbito tiene muchísimas posibilidades de incrementar su bienestar, su creatividad y su eficacia. Esta área relacional del grupo se corresponde con el sentir experiencial de la persona. Es el pecho y el corazón del grupo, el centro del cuerpo del grupo, el lugar donde suceden las emociones y los sentimientos, el lugar donde se sienten las palpitaciones grupales. Y lo que aquí suceda influirá definitivamente en todos los demás lugares del organismo grupal. No es de extrañar que el Movimiento del Potencial Humano dedicara todos sus esfuerzos y energías a facilitar esta área en los grupos de encuentro. Se equivocaron quizás en no facilitar las demás. En cualquier caso en las otras áreas se producen los síntomas, en ésta las causas reales. Un grupo que desea crecer, como una persona, necesita abrirse a su experiencia y darle significado. En el grupo, esto sólo es posible en la medida en que las personas se vayan haciendo transparentes a los demás y, para ello, sus comunicaciones se tienen que hacer congruentes entre lo que siente y lo que expresa. “Determinadas experiencias ayudan a los miembros de un grupo a aceptarse a sí mismos y a aceptar a los demás. Los participantes deben adquirir una cierta transparencia, tienen que abandonar su falso rostro, su máscara, y liberarse de todo prejuicio...Más allá de las semejanzas o las diferencias, de la dificultad de los intercambios, la transparencia ante el otro hace posible gradualmente una comunicación en profundidad con él”.41 El elemento fundamental de esta área es el vínculo. Si las personas del grupo van participando progresivamente en un proceso de hacerse transparentes en el marco del grupo, existen muchas probabilidades para generar el nacimiento del vínculo. El vínculo es la sensación fuertemente percibida y comunitariamente compartida de sentirse ligadas, las personas de un grupo, por una corriente de energía afectiva que les cohesiona. El vínculo es la cohesión en mayúsculas. No es aquella cohesión de grupo que se refiere a los conceptos tradicionales de interés común, proyecto compartido o ideas similares de los miembros de un grupo. Es una cohesión afectiva, emocional, que se produce por la confluencia de las conciencias, por el contacto entre los espacios cercanos al núcleo de las personas. 41 ALBERT, L. y SIMON, P. Las relaciones interpersonales. Barcelona: Herder, 1983, 400. 37 Sin duda, la función más importante del facilitador de un grupo será crear el clima psicológico adecuado para generar el nacimiento del vínculo, creando las condiciones necesarias para la comunicación y el crecimiento. El grupo es, desde esta perspectiva, un organismo lleno de vida. Como organismo es una totalidad donde todo se mezcla y se mueve. Esta totalidad, formada por una complejidad de interacciones es más que la suma de sus partes. Estas partes tienen su fluir en un espacio racional en el cual ejercen sus tareas en un ámbito temático y configuran sus procedimientos en un ámbito funcional; y fluyen también en un espacio sensible en el que comparten celebraciones y evasivas en un área lúdica, e interaccionan fuertemente en el ámbito de las relaciones personales afectivas. Con todo es un organismo en permanente proceso. Como organismo vital tiene también un tiempo de vida, que es lo mismo que decir que tiene un momento de nacer y un momento donde acontece la muerte. A veces resulta difícil aceptar que ha llegado la hora de la muerte del grupo pero, al fin y al cabo, se produce sin consuelo ni retorno. Nuestra hipótesis fundamental es que el grupo, siendo un organismo, participa de la tendencia formativa y actualizante que permite el desarrollo de sus potencialidades que intrínsecamente posee. Esta tendencia, también en el grupo, es una fuerza direccionalmente constructiva que tiende al crecimiento y, en consecuencia, impulsa al grupo a desarrollarse positivamente, a autodirigirse, a realizar una tarea eficaz y creativa. Se tratará, una vez más, de crear las condiciones para facilitar el despliegue de esta tendencia. Estas condiciones afectan a todos los espacios del grupo, a sus áreas temática y funcional y a los ámbitos lúdico y relacional-afectivo. De las aportaciones de Lewin y otros tenemos bases para la intervención en el ámbito funcional. De las investigaciones de Rogers y los maestros de la cultura de los encuentros sabemos como impulsar los cambios y el crecimiento en el área relacional-afectiva. Otros autores y ámbitos de intervención social nos aportan experiencias válidas para intervenir en las áreas temática y lúdica. Todo junto, compilado y procesado de acuerdo a nuestra propia experiencia, nos aporta un sistema de facilitación que nos ha resultado útil y eficaz y que exponemos en este libro. Antes me parece procedente continuar diseccionando este organismo grupal para comprender mejor su funcionamiento y sus posibilidades. La dinámica interna del grupo: procesos psicológicos significativos Si en el área relacional-afectiva del grupo es el lugar donde se condensa la mayor parte de la energía parece plausible suponer que tiene que existir un mecanismo psicológico impulsor que genera este potencial energético y que, si presenta un funcionamiento correcto, propulse el grupo hacia su crecimiento y desarrollo. Siguiendo con las comparaciones y metáforas nos atrevemos a enunciar que, así como las personas tienen un flujo sanguíneo en circulación constante bombeado por el corazón, el grupo tiene que poner en marcha un motor que le permita moverse, bombear su energía, hacerla circular para trasformarla en creatividad y eficacia desde la interacción, y canalizarla por los cauces adecuados para que no se difumine por huecos y salidas imprecisas a modo del vapor de una olla a presión. Hemos aprendido por nuestra experiencia en la facilitación de grupos que existe un proceso que tiende a la comunicación y genera un gran potencial en la vida dinámica del grupo. La promoción de este mecanismo, su impulso por parte del 38 facilitador constituye, en realidad, la base fundamental para que el grupo avance en su desarrollo comunicativo, vivencial y organizativo. ¿Cuál es el funcionamiento de este proceso interno que promueve tanta fuerza y energía grupal? Nos preguntamos ahora por el movimiento circular del grupo, por su motor interno, por su flujo sanguíneo que le mantiene vivo, por el mecanismo interior que fundamenta su esencia como organismo vital y sustenta el ser del grupo. Este mecanismo está situado en el núcleo del grupo, en su área relacional-afectiva, y abarca todos los componentes interaccionales que lo configuran. Su origen, entonces, está en cada una de las personas del grupo en el instante antes de la interacción. Intentemos describirlo. Las personas de un grupo, de una relación, aún en sus inicios y durante todo el segmento temporal de la vida grupal y relacional están inmersas en un complejo mundo de fenómenos que les afectan a modo de estímulos. El estímulo puede variar desde un saludo a una mirada, una sonrisa, una manera de vestir del otro que puede parecerme agradable o no. Puede que también forme parte del estímulo el prejuicio, la imagen previa del otro, o una simple conducta inicial que afecte a mi proceso experiencial. Todo este cúmulo fenoménico produce en la persona material de la experiencia, sensaciones que pueden atenderse y adquirir significado explícito desde su significación implícita. Este flujo líquido que cambia a cada instante y ondea en el campo fenoménico de cada individuo configura la experiencia de este individuo como ser en el grupo. Cada experiencia de cada persona es, por tanto, distinta, pues los estímulos que le afectan pueden ser diferentes o, siendo similares, afectan a cada una de manera desigual. A todo este cuadro descrito lo denominamos experiencia. La experiencia conforma esta “sensación de” producida por algún conglomerado de estímulos que me afectan. Puede que una persona no esté abierta a la experiencia y no perciba el significado de esta experiencia. Cuando una persona es capaz de dar nombre a la experiencia se percata de ella, tiene una percepción. Las personas de un grupo perciben sensaciones, emociones, sentimientos, imágenes en relación con las demás personas y con el mismo grupo. La percepción consiste en un proceso psicológico a través del cual damos un significado subjetivo a la experiencia. La percepción es un poco posterior a la experiencia, es el nombre de la experiencia. Estar abiertos a la experiencia y darle un significado es el primer paso en el mecanismo generador de la comunicación grupal. Una persona camina de la experiencia a la percepción, a veces de forma automática, sin darse cuenta, otras veces es preciso activar la función de “atender” a la experiencia. Sólo atendiendo a la experiencia somos capaces de percibir. Lo que pasa es que esta función de atender se da, generalmente, de forma natural, especialmente cuando el conjunto de estímulos que configuran la experiencia nos afecta significativamente. En realidad vivenciar es sentir y darse cuenta. El facilitador de un grupo deberá hacer posible, desde su propia experiencia y vivencia, el proceso de darse cuenta poniendo a disposición del grupo su actitud y sus recursos para promover un compendio suficiente de estímulos que produzcan experiencia, y ayudar al proceso de dar nombre y percatarse para dar significado a la experiencia. Cuantas más percepciones se produzcan en un grupo, más posibilidades existirán de generar un flujo comunicativo. Para favorecer este proceso de percibir sin interferencias es preciso intentar que la conciencia pensante no distorsione su nivel intuitivo. A veces será bueno utilizar recursos que faciliten la toma de contacto con la experiencia para fomentar el otorgarle significado, sobre todo al cómo nos sentimos 39 en nuestro devenir en grupo. Dar significación a las sensaciones que tenemos respecto a nuestro estar en el grupo favorece un gran número de percepciones que constituyen la fuente del fluir del grupo y de las personas. No todas las experiencias son percibidas ni todas las percepciones comunicadas. Sin embargo, la comunicación significativa nace de la percepción y ésta de la experiencia. La comunicación significativa es aquella que expresa alguna experiencia desde el referente interno de la persona, sale del sí mismo, de algo afectado del organismo. Las comunicaciones significativas tienen consecuencias en la dinámica del grupo, las no significativas tienen escasa influencia. Veamos un pequeño ejemplo ilustrativo: “ -¡Hola! (Buenos días) -¡Hola! (Buenos días) -Qué agradable temperatura, ¿verdad? (¿Cómo estás?) -Sí que lo es. Aunque parece que va a llover. (Bien ¿Y tú?) -Bueno, me alegro de verte bien. (Muy bien.) -Nos veremos -Hasta luego. -Hasta luego.”42 “ John a Alma: Puesto que estamos hablando de cosas, quizás no viniera mal referirnos un poco a tu caso. Tú me recuerdas a una mariposa. (Risas). Alma: ¿Por qué? Quiero decir, ¿cómo, por qué dices una mariposa? John: Mira, una mariposa es algo raro para mí. Es una cosa a la que uno puede acercarse bastante, como a un nuevo amigo, podríamos decir, pero en el instante mismo en que se encuentra al alcance de la mano y es posible acariciarla, o aproximarla más a sí y mirarla, revolotea y se va. Alma: (Ríe en forma nerviosa)...”43 Estos ejemplos de comunicaciones presentan diferencias interesantes. La primera comunicación es un ceremonial, no expresa ningún flujo de experiencia interna, en todo caso puede resultar una evasiva ante un contacto fortuito, casi indeseado. La segunda, aún sin conformar un intercambio en las profundidades personales, es generadora de proceso. Constituye una expresión del darse cuenta, una comunicación de una percepción proveniente de dar un significado a la experiencia provocada por los estímulos de la imagen del otro; es pues una comunicación significativa que aporta material psicológico al fluir del grupo. La comunicación significativa representa pues el tercer punto de fuerza del mecanismo circular que impulsa la energía del grupo. El primer punto de fuerza es la experiencia, el segundo la percepción. Entre cada punto de fuerza hay una función activadora que permite la transformación de un punto de fuerza en otro. Entre la experiencia y la percepción se activa el “atender” que permite dar significado a la experiencia. Entre la percepción y la comunicación significativa es preciso activar la función de implicación. Cada persona del grupo puede tener percepciones respecto a las otras personas del grupo pero sólo si se implica las comunica. Algunas personas, bien por temor, por falta de riesgo o por simple decisión se reservan sus percepciones y no se implican. Si 42 BERNE, E. Juegos en que participamos. México: Diana, 1982, 41. 43 ROGERS, C. Grupos de encuentro. Buenos Aires: Amorrortu, 1979, 36. 40 no existe implicación se corta el flujo comunicativo, se impide la circulación de la energía, del movimiento sanguíneo grupal, por lo que el grupo enferma. El facilitador deberá crear condiciones para motivar la implicación que genera comunicación. El recurso para hacerlo es promover el contacto, hacer demandas de contacto de manera respetuosa y penetrante, sin forzar al grupo ni a las personas, pero con la mirada puesta en el interesarnos por la percepción del otro.44 La implicación como función del mecanismo propulsor grupal impulsa la concentración de energía en el punto de fuerza posterior que hemos definido como comunicación significativa. Según los físicos la fuerza viene determinada por la cantidad de energía consumida. Ello nos da una idea del nivel de profundidad de cada comunicación. Sin duda una comunicación de ceremonial, como la de nuestro primer ejemplo, no comporta un consumo excesivo de energía; sin embargo, el segundo ejemplo precisa un mayor esfuerzo para la persona, un mayor consumo de energía emocional. Como la energía no se destruye sino que se transforma, cada punto de fuerza, en especial el de la comunicación significativa que requiere una mayor cantidad de energía emocional, sugiere una posibilidad de mutación transformativa para el grupo; un tambaleo emocional, una inestabilidad en el equilibrio del momento que reporta una nueva estructura formada a partir del caos producido por la inestabilidad. Las comunicaciones significativas favorecen la interacción. No todas las comunicaciones significativas son objeto de interacción en un grupo, pero sin las comunicaciones significativas no se produce interacción emocional. La interacción es el cuarto punto de fuerza del mecanismo. Viene determinada por la confluencia de comunicación significativa entre distintas personas del grupo. Una persona del grupo, por ejemplo, comunica algún mensaje significativo respecto de otra y ésta manifiesta lo que significa para ella la percepción de esta expresión emocional, entonces se produce interacción. La interacción es un concepto relacional de naturaleza bidireccional que tiene su origen en una comunicación significativa que produce efectos emocionales percibidos por el grupo o por el individuo que protagonizó la comunicación. Lo importante de la interacción es que estructura una confluencia de comunicaciones entre varias personas, al menos entre dos. Las comunicaciones suelen ser asimétricas y la percepción del significado distinta para cada individuo participante en la interacción. Al ser bidireccional está conformada por tres elementos de análisis como mínimo: la persona que genera comunicación significativa, la que la recibe y genera nueva comunicación y la relación en sí que se origina en esta confluencia. Este tercer elemento, el de la relación, es el que forma propiamente la interacción. En el proceso interaccional los participantes de la relación llegan a coincidir al definir la situación y sus reglas, aunque es poco frecuente que todas las identidades de cada persona estén implicadas en una sóla relación. La relación, en cualquier caso, no incluye de principio la totalidad del sí mismo de los respectivos individuos sino muestras parciales que se han hecho transparentes. A medida que la relación se 44 En el capítulo 9 de este libro intento exponer recursos para la facilitación del contacto. Por otra parte acabamos de presentar una investigación, junto con Ferran Juan, en el XI Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona que ha tenido lugar en Socorro (Brasil) en octubre de 2002, que hemos titulado “La intervención por contacto en la facilitación de grupos. De la no-directividad al experiencing”. En esta investigación sugerimos distintas formas verbales y no verbales para generar la función de contacto, tan importante en las relaciones humanas y en la facilitación de grupos. Algunas de las aportaciones están recogidas en el capítulo mencionado. 41 desarrolla pueden aumentar las áreas incluidas porque los interactuantes van revelando una mayor cantidad de espacios del sí mismo. En la interacción, entendida así, procedente de la confluencia de comunicaciones significativas, cada interactor llega a considerar de forma peculiar al otro y al vínculo inmediato que acontece y que los liga, y siente la relación con una cualidad única. Sin embargo, para que la comunicación provoque interacción es preciso activar una nueva función denominada feed-back o retroalimentación. El feed-back consiste en un retorno al emisor de un nuevo mensaje relacionado con los efectos producidos por la comunicación inicial. Si el participante receptor de la comunicación adopta una actitud pasiva ante una comunicación, dificulta la generación de interacción. A medida que el grupo avance más necesidad experimentarán los individuos de entrar en contacto con los demás. Para que esto suceda debe haber una cierta predisposición de las personas que forman el grupo. Una de las tareas importantes del facilitador será estimular en las personas los procesos de feed-back para que devuelvan, con una comunicación significativa, un mensaje al individuo que inició, con su implicación, la expresión del significado de su experiencia con respecto al otro. El feed-back es así la función que favorece la interacción. “Si dos personas no interactúan, jamás podrán llegar a ser amigas, y en realidad es poco probable que adopten siquiera una actitud interpersonal. La proximidad física aumenta la frecuencia de interacción, llevando a la polarización de las actitudes interpersonales, que tienden a ser más favorables que desfavorables”.45 Esta necesidad de proximidad es la que hace preciso que los grupos dediquen tiempo y espacios a la comunicación interpersonal en su área de la sensibilidad y no sólo en el ámbito de la tarea. La interacción, entonces, es la confluencia de comunicación significativa entre diversas personas que tiene lugar mediante el feed-back. Esta interacción puede ser positiva, favorecedora de encuentro; o negativa, generadora de conflicto. Una y otra constituyen el fundamento para la profundización de la relación en proceso transformativo. Si la interacción es gratificante y percibida como satisfactoria se puede iniciar un camino de encuentro a partir de esta experiencia relacional, atendiéndola y otorgándole significado, comunicando esta nueva percepción con la implicación necesaria, recibiendo y aportando feed-back y generando, por consiguiente, una nueva interacción. Y así sucesivamente, impulsando el movimiento circular propulsor del flujo energético emocional. Si por el contrario la interacción se percibe como negativa, como conflicto, puede existir la tentación de ocultarlo o evadirlo. No obstante la posibilidad de generar encuentro a partir del conflicto reporta una gran esperanza en el proceso del grupo. El mecanismo es el mismo, el movimiento circular de atender la experiencia, percibir su significado, implicarse nuevamente para producir una nueva comunicación significativa, recibir y aportar feed-back para facilitar una nueva interacción. Y volver a empezar confiando en que este movimiento es capaz de transformar el conflicto en encuentro. En un grupo, sin embargo, a diferencia de una relación interpersonal, no se producen solamente interacciones aisladas protagonizadas exclusivamente por dos personas que interactúan, sino que se forman haces de interacciones múltiples en un 45 ARGYLE, M. Análisis de la interacción. Buenos Aires: Amorrortu. 1983, 214. 42 compendio relacional de varios individuos. Cada relación bidireccional intersecciona con otras relaciones que influyen en las estructuras de la interacción. Se forman nudos de relaciones inmediatas que hacen que los pares de interactores lleguen a funcionar como unidades cuando tratan con otros pares creando condiciones de influencia en la estructura del grupo de máxima intensidad, como una nube en movimiento que tiende a descargar. La inestabilidad que se produce genera una nueva estructura, lleva inherente un nuevo orden que se origina mediante la transformación del anterior. Es por ello que el facilitador amplia su tarea de promover feed-back a lo que denominamos función de vínculo o linking function46 . “ Una persona dice algo, luego una segunda agrega una nueva idea pero no siempre expresa la relación de su idea con el significado de la primera contribución... Usualmente es posible ver en un grupo varios canales circulando en líneas paralelas de pensamiento. Sin embargo, si el líder centrado en el grupo hace un esfuerzo por percibir el vínculo entre cada nuevo comentario y luego expresa esta relación al grupo, la discusión parece fluir por un canal adquiriendo más fuerza a medida que cada nueva contribución se vincula a ella”.47 Esta función está relacionada con la comprensión de los significados y de las intenciones de los individuos que se implican ya que, muchas veces, el comentario de un individuo a menudo tiene que ver con una contribución anterior en su intención interna y se vincula con ella, pero no siempre se expresa con globalidad transparente; probablemente porque las contribuciones están más centradas en el yo que en el grupo y los miembros responden a sus propias necesidades excluyendo lo que ocurre fuera de sí mismos. Esta función vincular ejercida por el facilitador tiene efectos en la orientación de cada persona en términos del proceso grupal, porque otorga continuidad al movimiento circular de flujo. La dinámica descrita (fig. 2) contiene cuatro centros de fuerza que almacenan la corriente energética del grupo y la bombean: la experiencia, la percepción, la comunicación y la interacción; entre uno y otro hay que introducir unos estímulos que generen el movimiento del flujo: atender a la experiencia para descubrir su significado implícito, implicarse para compartirla, recibir y otorgar feed-back para promover interacción, continuar atendiendo la nueva experiencia y seguir en este movimiento continuo. Los centros de fuerza o, siguiendo con la metáfora, almacenes de energía, no tienen la misma superficie ni el mismo volumen. Hay una mayor cantidad de experiencia, una parte de esta experiencia se mueve hacia el centro de la percepción. El almacén perceptivo es un poco menor que el de la experiencia porque no todas las experiencias se perciben. Las que se perciben pueden ser comunicadas, pero tampoco son expresadas todas las percepciones, de hecho muchas se guardan entre paréntesis en el seno del sí mismo. Las que se comunican pueden ser objeto de interacción, pero de nuevo no todas las comunicaciones significativas reciben feed-back, por lo que muchas de ellas quedan flotando en el aire hasta diluirse; tampoco todas las que reciben retroalimentación producen efectos interactivos, algunos intercambios comunicativos se convierten en ceremoniales y evasivas. Otras, sin embargo, producen fuertes interacciones, de conflicto o de encuentro, para el caso es lo mismo. Éstas tienen un efecto torbellino que provoca un rebrote de nueva experiencia que, 46 Término acuñado por Thomas Gordon colaborador de Rogers en la facilitación de grupos de encuentro. GORDON, T. “Liderazgo y dirección centrados en el grupo” en ROGERS, C. Psicoterapia centrada en el cliente. Buenos Aires: Paidós. 1977, 307. 47 43 esta vez sí, comporta un almacén de mayores dimensiones que el de la interacción de donde procede. En realidad lo que hace que un grupo tenga vida es esta dinámica de comunicación. En palabras de Ruth Sanford, cofacilitadora de Rogers : “Si el grupo funciona como un sistema abierto, los organismos individuales dentro de ese grupo se vuelven conscientes de la comunicación dentro de ellos mismos y de la comunicación con los demás miembros del grupo, siendo ambas esenciales para que dicho grupo consiga verse como una comunidad.”48 fig. núm. 2. La dinámica del grupo Función de atender Experiencia CONFLICTO ENCUENTRO Percepción Función de implicación Función de feed-back Interacción Comunicación A medida que el grupo avanza este movimiento es más natural y fluyente, progresivamente más rápido, funciona como un motor que propulsa, cada vez a mayor velocidad, al grupo hacia adelante; esto genera mayor potencial, más creatividad y eficacia y estimula el crecimiento personal y la cohesión grupal. Cuando se acaba el movimiento, quizás de manera imprevisible, casi siempre por motivo de finalización del segmento temporal, el grupo muere. Este morir del grupo puede que haya generado nueva vida como en un ciclo vital, es posible también que la muerte no deje más que viejos recuerdos y un cúmulo de experiencia y aprendizaje personal. En ambos casos la participación en un grupo siempre habrá valido la pena. La acción del grupo SANFORD, R. “De Rogers a Gleick y de Gleick a Rogers”, en BRAZIER, D. Más allá de Carl Rogers. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1997, 227. 48 44 El grupo como organismo, no es un ser ensimismado que se contempla a sí mismo en su propio devenir. Al contrario, el grupo es actividad permanente. El mismo proceso del grupo consistente en ir siendo consciente de sí mismo constituye una gran parte de la acción del grupo. Desde el momento de su constitución como grupo sus integrantes se agrupan con la intención de participar en una acción conjunta, se reúnen para algo. Es muy posible que esa intención inicial se vea modificada a lo largo del proceso y deje de formar parte del conjunto de los elementos personales y relacionales que configuran el ser del grupo, sin embargo no por ello decae la actividad del grupo sino que la acción que se produce es fruto del conglomerado de nuevos proyectos, ideas, emociones, sentimientos y relaciones. También de nuevos retos nacidos de la dinámica y del funcionamiento del grupo en su proceso. En realidad el grupo es un ir haciendo en permanente movilidad y este hacer del grupo influye de manera decisiva en su dinámica y en su estructura. Es más, el hacer del grupo puede activar el movimiento circular de la dinámica generadora de energía o impedir el flujo; puede, en fin, mantener y revitalizar la salud del grupo o, por el contrario, contribuir a enfermarlo. Esta acción del grupo está configurada en una especie de dos cuadrantes distintos pero estrechamente relacionados (fig. 3). En un cuadrante el grupo realiza su acción interna como organismo autónomo. El grupo, en este marco, siente y piensa. fig. núm.3. La acción del grupo Espacio de la Racionalidad Espacio de la Sensibilidad PENSAR Espacio de la Tarea Externa ACTUAR SENTIR Cuadrante interno del Grupo Cuadrante externo del Grupo Trayecto de la evaluación experiencial Siente en tanto que el fluir de su dinámica promueve emociones y sentimientos en cada persona en particular y en el grupo como totalidad. Este fluir emocional tiene lugar, como dijimos, en el espacio de la sensibilidad del grupo. Y como fluir en colectividad provoca sentimientos similares o compartidos. En este espacio sensible, 45 en distintos momentos de la vida del grupo los miembros comparten sentimientos colectivos inconscientes que son expresados verbal o no verbalmente de una forma u otra. Este compartir estructura la actividad del grupo en su espacio sensible, esta estructuración es el sentir del grupo. A través del sentir es como el grupo se vincula, produce la cultura de grupo y promueve su cohesión. Este proceso es potencialmente constructivo y es una manifestación de la tendencia actualizante. En palabras de Max Pagès: “ Creemos que es útil subrayar el carácter fundamental del concepto de vínculo positivo, es decir, no ambivalente, que subyace en la vida de todo grupo en su nivel más profundo. Postulamos que la actividad de los grupos se orienta hacia la clarificación de los conflictos y ambivalencias del grupo y de sus miembros, y tiende a la elucidación y al refuerzo del vínculo positivo entre los miembros, vínculo que precisamente sostiene al grupo desde el comienzo de su existencia e hizo posible toda su actividad”.49 Los grupos, además de sentir, piensan. El pensar del grupo forma una actividad interna que tiene lugar en el espacio de la racionalidad del grupo, consiste en el debatir ideas, planificar acciones, idear proyectos, organizar actividades, tomar decisiones. Este pensar del grupo viene muy determinado por su sentir. En mi experiencia he aprendido que cuando un grupo se ocupa de su sentir emocional, su pensar reporta grandes beneficios a sus tareas que parecen más creativas y son ejercidas con mayor eficacia. Pero el grupo, además de sentir y pensar, proyecta. Lo que hace el grupo fuera del grupo, las actividades que realiza para otros, conforman la tarea externa del grupo. Este hacer fuera del grupo es el proyectarse del grupo, y este proyectarse será efectivo y creativo si ha surgido de un buen hacer interno. Este actuar del grupo surge de su sentir y su pensar que ha sido facilitado por la dinámica del grupo a través de su movimiento circular de flujo energético y en cada una de las áreas de la estructura del grupo. Es el actuar del grupo lo que es percibido por personas ajenas al grupo, sean o no usuarios de las acciones del grupo, este actuar del grupo es la muestra de la calidad de la acción grupal. En este espacio de la tarea externa del grupo cobra significación la eficacia, la eficiencia y la creatividad de la acción del grupo porque constituye el producto del grupo. En mi experiencia como facilitador he aprendido que existen factores e influencias que favorecen la eficacia en la proyección del grupo a través de su acción externa. Tengo la convicción que cuando un grupo ha generado vínculo y cohesión en su espacio de la sensibilidad, en el área de su sentir, y ha sido capaz de anticipar este producto mediante intenciones comunes en el espacio de la racionalidad, a través de su pensar, existen muchas posibilidades de mejorar la eficacia de su acción consistente en la adecuación congruente entre sus objetivos, intenciones y procedimientos y la acción real ejecutada en el ámbito externo. En este caso la acción concuerda con el pensar y el sentir del grupo, es una acción eficaz. Para que se de esta concordancia es preciso que el grupo, en su espacio interno, el del sentir y el del pensar, intencione sus procesos y adopte criterios metodológicos acertados, disponga de un método de trabajo acordado, distribuya responsabilidades y compromisos y adquiera un sistema de coordinación que asegure la conexión entre los procesos establecidos en la planificación de sus proyectos. 49 PAGÈS, M. Psicoterapia rogeriana y psicología social no directivas. Buenos Aires: Paidós. 1976, 135. 46 Y resulta más importante todavía asegurarse de que la información necesaria para la ejecución de la acción del grupo esté a disposición de todos sus miembros y que, en todos los ámbitos, se produzca una fluidez de los canales comunicativos a través de la incentivación de los procedimientos de feed-back. Cuando un grupo es eficaz puede ser también eficiente. La eficiencia consiste en que la adecuación entre la planificación y la acción del grupo se realice en un tiempo determinado, en el mínimo tiempo posible establecido por el propio grupo. Para ello el grupo ha de fijar tiempos y espacios concretos para cada ámbito de su devenir y de su hacer, debe constatar y acordar anticipadamente en el espacio de la racionalidad los aspectos a resolver para planificar su acción externa, y es preciso que explicite los acuerdos y compromisos que se pretenden. Todo ello introduce una sensación de ritmo que induce a las personas del grupo a mejorar el producto de su acción y a hacerlo con cierta rapidez. Muchos grupos, sin embargo, centran su quehacer como grupo en el espacio exclusivo de su tarea externa, en su proyección. Lo que aquí nos gustaría aportar es nuestra convicción de que resulta casi imposible proyectar aquello que no se tiene y no se es. Un grupo que no ha generado energía en su sentir y en su pensar difícilmente podrá proyectar una acción eficaz y creativa porque esta acción no surgirá del interior del propio grupo sino que estará condicionada solamente por su hacer externo y, en este hacer externo, la implicación que se promueve en el compromiso de las personas es bastante reducida. El compromiso para una tarea se produce cuando una persona o un grupo percibe que la fuerza del impulso para realizar esta tarea surge de su propio interior, es decir; cuando existe una motivación intrínseca para realizarla y no cuando la motivación queda limitada por factores externos al propio organismo. La misma actividad realizada desde una óptica motivadora interna o desde una motivación condicionada por factores exteriores presenta grandes diferencias comparativas en términos de creatividad, calidad y eficacia. Desde este enfoque cobra importancia el asunto de la evaluación. Muchos grupos centran sus procesos evaluativos en el espacio de la tarea externa en un proceso bipolar de acción-evaluación de la acción. Este binomio está condenado a mecanismos sin salida porque no reporta ninguna nueva proyección al centrarse exclusivamente en el actuar del grupo. El grupo se convierte así en un organismo paralizado, sin vida interior, que se centra en su trabajo y va perdiendo motivación. Otros grupos aplican un recorrido evaluativo tripolar, acción-reflexión-acción. En este caso los procesos evaluativos se direccionan hacia el cuadrante externo del grupo y vuelven al cuadrante interno ocupando de este último sólo un espacio, el espacio de la racionalidad. El grupo actúa y piensa, vuelve a actuar y a pensar, y así sucesivamente. Al entrar energía en el espacio interno del grupo procedente de su actuar, las personas del grupo tienen nuevas sensaciones y emociones que, al no ser explicitadas en el espacio de la sensibilidad porque el trayecto evaluativo no transcurre por este espacio, se forman montículos de cantidades de energía afectiva que, al no estar canalizada en un fluir comunicativo adecuado, tiene que desprenderse por otros derroteros y puede reportar consecuencias de carácter enfermizo para la vida del grupo. Me parece más significativo un trayecto de evaluación más experiencial, un camino que desde la acción recorra el sentir del grupo, estructure su pensar y proyecte una nueva acción. Desde esta perspectiva las personas del grupo estarán más abiertas a su propia experiencia en el transcurso de la misma acción, harán y sentirán de manera simultánea y el grupo establecerá tiempos evaluativos para compartir cómo nos hemos sentido en nuestra acción, cómo he interconectado o no con el otro, y cuál 47 ha sido mi fluir interno junto con el grupo en el durante de la ejecución de nuestra acción. En este trayecto la evaluación se centra en las personas, en sus actitudes y en las interacciones, afecta al proceso experiencial de cada una de ellas y al sentir del grupo y, desde este sentir, se alza hacia el pensar como configurante de nueva estructura permitiendo una nueva planificación surgida de lo implícito que proyecte hacia el espacio exterior una nueva acción que es realizada con más eficacia y creatividad. Si consideramos que la experiencia del grupo ha de ser un espacio de crecimiento y autonomía, los valores de la acción y la evaluación han de facilitar coherencia y ajuste entre ambas, por lo que la evaluación no puede centrarse solamente en criterios que no relacionen el sentir, el pensar y el hacer de las personas de un grupo sino que debe incluir todo el proceso experiencial que afecta a la estructura interaccional total del grupo, en todos sus ámbitos y áreas a través de la dinámica del grupo que mueve su flujo energético motivador de interacción. Sin duda, el movimiento no se produce cuando la evaluación se realiza fuera del grupo o no afecta a todo su espacio. En este sentido la evaluación ha de permitir la diferenciación de los individuos en su sentir interno y, al mismo tiempo, alcanzar una armonía en la totalidad que fomente el aprendizaje significativo, interiorizado, sobre los elementos que hay que cambiar para ayudar al individuo y al grupo a situarse mejor en la realidad vivida. Así la evaluación puede convertirse en un instrumento esencial para el desarrollo del grupo y de las personas en un marco relacional. Desde este punto de vista “la evaluación es el período más importante en una acción, y no debe ser considerada como una fase especial, independiente de dicha acción. La evaluación está influida por los diversos elementos de la acción, dado que ésta posee repercusiones sobre aquélla. Una evaluación bien integrada con el resto de la experiencia puede convertirse en una buena ocasión de aprendizaje. Constituye un punto de referencia para quienes están sumergidos en la acción”.50 La acción del grupo, en definitiva, consiste en un hacer permanente. Este hacer se configura en el sentir, en el pensar y en el actuar. Estos espacios son dinamizados con fuerza por un mecanismo que impulsa la energía desde la experiencia hasta la interacción que conforma una nueva experiencia. Este movimiento de impulso y bombeo tiene lugar de manera abierta en el espacio de la sensibilidad del grupo pero afecta profundamente a toda su estructura, la tambalea y produce nuevas formas más desarrolladas, y estas nuevas formas constituyen el significado del acontecer, de la evolución vital de este organismo denominado grupo que, al fin y al cabo, contiene un mar de vida. 50 ALBERT, L. y SIMON, P. Las relaciones interpersonales. Barcelona: Herder. 1983, 477. 48 4.- LA SENDA DEL GRUPO: SIGNOS DEL ACONTECER. “ Si me preguntáis en donde he estado debo decir: Sucede”. (Pablo Neruda) “ La vida sólo puede comprenderse retrospectivamente, pero debe vivirse hacia delante” (Soren Kierkegaard) Un esquema para comprender la evolución de los grupos Comprender la vida de los grupos tiene que ver con el aprendizaje de su trayecto vital, con la asimilación de la propia historia grupal y con la significación del desarrollo de la tendencia que mueve al grupo en su ir hacia delante desde la interiorización de su pasado y el acontecer de su presente inmediato. Todos los grupos, como todas las personas, son también diferentes. Cada grupo tiene su propia vida y su específica evolución, su singular acopio de fenómenos que determinan la experiencia de manera particular e irrepetible. Todo grupo tiene su acontecer, su senda conformada por el pasado y vivida en el aquí y ahora que se proyecta hacia el futuro. También, como las personas y los demás organismos vivos, los grupos tienen su evolución. Desde su nacimiento hasta su muerte es posible que en los grupos sucedan acontecimientos que sean expresión de instantes vitales, enmarcados en una situación de proceso evolutivo que puede tener condiciones inherentes que la configuren. Como las personas tienen su infancia, su adolescencia, su juventud y adultez, su senectud; es plausible suponer que los grupos estén también condicionados por leyes generales que impulsan su trayecto y confinan su camino. Nos preguntamos así por la existencia de fases y situaciones generales que determinan la vida de los grupos como organismo social, en realidad nos preguntamos por el funcionamiento de la tendencia actualizante en el seno de los grupos, por los signos de su acontecer. No es contradictorio suponer la existencia de procesos evolutivos similares con la constatación de la singularidad experiencial de cada grupo, como tampoco lo es que todos hayamos tenido nuestra infancia y juventud y nos consideremos únicos e irrepetibles. Cada estado de nuestra vida ha sido y es particularmente vivido, la situación general del desarrollo biológico es universalmente compartida. De hecho, en la psicología social, existe una dilatada investigación sobre la evolución de los grupos. De las posibles conclusiones que podamos extraer sobre el análisis de las fases del desarrollo grupal podremos deducir datos significativos acerca de la dinámica del cambio social y acerca de los sistemas de facilitación de grupos, tanto por la comprensión histórica de los fenómenos como por la predicción de la conducta. Esta comprensión nos provee de elementos importantes en la resolución de conflictos grupales y en la mejora de la eficacia de los grupos. Desde las primeras experiencias de dinámica de grupos de Bethel, en 1947, se han aportado muchos modelos de evolución de los grupos a partir de los parámetros conceptuales de cada investigador: Thelen y Dickerman (1949), Miles (1953), Bennis y Shepard (1956), Schutz (1958), Bion (1961), Bradford (1964), Mann (1967), Rogers (1970), Husenman (1979), López-Yarto (1997). Todos ellos han establecido esquemas interesantes para estudiar y comprender la dinámica procesual de los grupos y su evolución a partir de la investigación y la práctica. Lo cierto es que, hoy por hoy, no existen confirmaciones científicas contundentes, como en casi todos los campos, que avalen de manera absoluta los análisis disponibles sobre la direccionalidad de los fenómenos que suceden en una 49 dinámica grupal. Sin embargo, ello no significa que no podamos ir disminuyendo los márgenes de error en nuestra práctica y que, a partir de determinados esquemas, podamos enmarcar nuestra práctica social de facilitación. Ciertamente cualquier conocimiento científico existe hasta que se comprueba otro hecho que lo invalida. En mi experiencia de facilitación me ha resultado útil disponer de un esquema interpretativo sobre la trayectoria de la evolución del grupo, no como condicionante de mis intervenciones supuestamente facilitadoras, sino como instrumento evaluativo que me permite adoptar criterios de elucidación de la situación del grupo y me ayuda al análisis diagnóstico del acontecer de la experiencia que contribuya a dar significado a la vivencia del grupo y a realizar nuevos actos de intervención. Se trata, en fin, de disponer de un marco que dé forma al conglomerado de fenómenos que suceden en la vida de un grupo o, al menos, que nos ayude a comprender la historia de su experiencia una vez hayamos participado en ella. El dar nombre a un cúmulo de experiencia fomenta el aprendizaje significativo e interiorizado tanto en el facilitador como a las personas de un grupo. De todos los esquemas mencionados el aportado por Husenman (1979)51 es el que me parece más operativo y útil para los propósitos mencionados. Sin embargo, el modelo de Husenman, a mi juicio, resulta muy comprimido al referirse, casi con exclusividad, a las experiencias de grupo de laboratorio por lo que adolece de la flexibilidad necesaria para su aplicación a los grupos sociales cotidianos. Así puede comprenderse que hayamos preferido configurar un modelo más adaptado a nuestra propia experiencia que nos parece más coherente y manejable en situaciones, no necesariamente excepcionales, de dinámica grupal. Por ello hemos introducido, a nuestro esquema interpretativo, algunas variables que nos parecen significativas. Por una parte, el nuestro es un modelo de interpretación que no pretendemos que condicione previamente la facilitación. En este sentido sirve para entender el trayecto del grupo en situaciones a posteriori, después de la experiencia. No necesariamente después de la experiencia vital del grupo una vez haya sucedido la muerte grupal, sino después de cada experiencia situacional del grupo en cada momento existencial, lo que nos permite activar la función del atender y fomenta la capacidad perceptiva que, a su vez, nos ayuda a enfocar las condiciones de facilitación en nuestra manera de disponernos en el grupo como facilitadores. Por eso, y en segundo lugar, nuestro modelo parte de la hipótesis de que el factor determinante que genera el salto de una situación evolutiva a otra, de una fase del proceso a la siguiente, es impredecible. Sólo es posible, y ya es mucho, que el facilitador detecte el complejo mundo fenoménico grupal que se vive en un momento determinado, pueda darle significado y, con su manera de estar presente, pueda crear condiciones que posibiliten el desarrollo del grupo hacia una fase posterior. El clima formado por estas nuevas condiciones, o las mismas focalizadas de manera diferente, será el que pueda permitir el crecimiento; pero no existe un factor único que, a modo de causa-efecto produzca la mutación al nuevo estadio, es más, la pretensión de un solo factor interventivo o la ansiedad del facilitador para impulsar el cambio puede contribuir a hacer daño al grupo. En este sentido compartimos la aseveración de Leslie Greenberg y otros: “ Si el facilitador anima más de lo que es evolutivamente posible, como andar demasiado pronto, se producirá un daño; si aquél impide que el 51 HUSENMAN, S. Introducción a la dinámica de grupo. El grupo T como herramienta de laboratorio. México: Trillas, 1979. En el capítulo cuarto de este libro: “Fases de desarrollo de un grupo T”, el lector puede encontrar una buena exposición del esquema evolutivo grupal propuesto por el autor. 50 potencial evolutivo se realice cuando está listo, como desanimar al niño a que dé sus primeros pasos, también se producirá daño. Lo que hay que hacer es conseguir una armonía y un emparejamiento de la capacidad evolutiva y la facilitación del paso apropiado”.52 En tercer lugar, nuestro esquema se centra en la capacidad adaptativa del grupo a situaciones emocionales mayoritariamente compartidas por sus miembros. Así, creemos que además de los sentimientos singulares que cada persona del grupo está experienciando en el proceso, existen momentos situacionales de intensidad -que posiblemente influyan en el proceso experiencial personal- que, a modo de sentimientos casi colectivos, promueven procesos interindividuales que inciden en el grupo como organismo y lo impulsan hacia delante a partir de una cooperación, aunque inconsciente, de la globalidad de los factores interaccionales. Estos momentos situacionales operan a modo de tendencia indefinida difícil de delimitar en cada grupo pero que dibujan un cuadro de la secuencia del proceso. Nos ha parecido prudente, de acuerdo con las afirmaciones anteriores, introducir algunos aspectos del modelo evolutivo de Rogers53 , aunque, una vez más, Rogers se refiere a experiencias intensivas de los grupos de encuentro que son difíciles de trasladar miméticamente a los grupos sociales e ignora los procesos de eficacia al centrarse -como no podía ser de otra manera en el caso de las experiencias de los grupos de encuentro- en el ámbito afectivo-relacional. Por último deseamos que nuestro esquema tenga en cuenta tanto los aspectos afectivos y de crecimiento personal como los componentes que influyen hacia una mayor eficacia y creatividad de la tarea grupal. En este sentido creemos que un grupo, al funcionar como unidad organísmica, no presenta disensión entre el desarrollo personal de cada uno de sus miembros y el desarrollo del potencial de grupo en su área racional y sensible que crecen de la mano y en armonía. Los síntomas de la situación de grupo en cada una de sus áreas nos dan una idea de la situación de las demás y, por ello, nuestro esquema interpretativo pretende abarcar la totalidad del sistema que configura el trayecto vital y desea determinar las condiciones facilitadoras que permitan acompañar al grupo en este trayecto54. Desde esta perspectiva nos parece interesante y compatible la aportación de López-Yarto55 que aúna lo interpersonal y lo intrapersonal y sugiere pautas de intervención del facilitador en cada una de las fases del proceso grupal. Podemos representar y decribir el esquema que proponemos como sigue (fig. 4): 52 GREENBERG,L., RICE, L., ELLIOT, R. Facilitando en cambio emocional. El proceso terapéutico punto por punto. Barcelona: Paidós, 1996, 97. 53 ROGERS, C. Grupos de encuentro. Buenos Aires: Amorrortu, 1979. En el capítulo segundo titulado “El proceso del grupo de encuentro”, se define el esquema propuesto por el autor. 54 Estas condiciones de facilitación en función del trayecto serán expuestas en el capítulo 7 de este libro. 55 LÓPEZ-YARTO, L. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1997. En el capítulo catorce titulado “Un modelo integrador” el autor expone su esquema de evolución de los grupos. 51 fig. núm. 4. Trayecto del grupo Relaciones de dependencia y autoridad 1.- Fase de expectación y dependencia Relaciones de interdependencia 4.- Fase de encantamiento y fuga Tendencia al desarrollo 2.- Fase de frustración y contradependencia 3.- Fase de resolución y cooperación 5.- Fase de desencantamiento y lucha 6.- Fase de validación y cohesión Vaivenes ENCUENTRO 1.- Fase de expectación y dependencia. La formación inicial de un grupo siempre suele ser apasionante. Las personas se reúnen para algo, para realizar alguna actividad, para iniciar el desarrollo de un proyecto o para contraer un compromiso hacia una tarea determinada. Existe un cierto interés común y unas motivaciones subyacentes. Las expectativas de los miembros del grupo, también sus temores, se entremezclan con la ansiedad inicial del facilitador o del responsable del grupo que, en el fondo, tiene también sus intereses e intenciones, sus propias expectativas y temores. Esta primera fase de la vida de un grupo se caracteriza por la incertidumbre, casi siempre acompañada de una cierta ansiedad. Las personas del grupo saben que comienzan un proceso y se disponen estando a la expectativa de las indicaciones del responsable o de su facilitador. Comienzan a tener sensaciones y experiencias con relación al propio facilitador, al grupo y a los demás componentes. Esperan y quizás también desean que el facilitador indique la tarea a realizar y los procedimientos a utilizar y dé pautas organizativas para el funcionamiento grupal. Buscan normas y consensos de comportamiento y actuación. En el área de la sensibilidad se producen algunas manifestaciones de ironía y humor que suelen ser expresiones para disfrazar esta angustia inicial. Normalmente las personas de un grupo, en sus inicios, actúan bajo máscaras psicológicas para generar una imagen de sí mismos aceptable para los demás. Se experimenta una leve desconfianza pero al mismo tiempo existe ilusión para desarrollar la actividad que ha promovido el nacimiento del grupo. 52 El facilitador puede sentirse tentado a dar indicaciones e instrucciones precisas respecto a la tarea del grupo aunque suele saber que, si sucumbe a su propia ansiedad, realizará intervenciones contraproducentes para el desarrollo del potencial del grupo. Se empiezan a plantear objetivos, debates racionales, se sugieren proyectos o actividades varias, se manifiestan expectativas y deseos. En realidad se vislumbra una tendencia a llenar de contenido la vida del grupo. Las relaciones que se empiezan a formar son superficiales, y las comunicaciones adolecen de contenido significativo. Las interacciones son poco auténticas porque no se expresan todavía sentimientos reales hacia las personas del grupo. En realidad parece que se produce una búsqueda de seguridad ante la ansiedad del inicio que promueve una situación de dependencia hacia el facilitador y hacia los otros individuos del grupo. Las intervenciones reiteradas del facilitador, en este estado, prolongarían esta situación dependiente pero, aunque se produzcan, tienen también efectos en la frustración de las expectativas porque no suelen satisfacer las necesidades del grupo que tiende a ocultar determinados sentimientos y temores. 2.- Fase de frustración y contradependencia. En algún momento del trayecto empiezan a surgir latidos de frustración porque el facilitador no ha satisfecho las necesidades del grupo y el grupo no responde a las expectativas iniciales de sus miembros. Las personas empiezan a experienciar sentimientos negativos hacia el facilitador y hacia otras personas del grupo. Surgen subgrupos de sentimientos contrapuestos. Algunas personas intentan suplir el liderazgo del monitor y proponen, a modo de evasiva, sugerencias de actividades y tareas o modelos organizativos que sienten como más seguros. Otras personas continúan confiando en la capacidad del facilitador para salir del atolladero. A veces se produce una falsa cohesión del grupo en contra del animador que es percibido como enemigo común. Surgen, de este modo, sentimientos y conductas de rebeldía que son expresados verbalmente o con comportamientos y actitudes de evasión o agresividad. La agresividad se expresa contra el mismo facilitador o contra otras personas del grupo que siguen confiando en la dinámica del grupo y en la profesionalidad del facilitador. Las ideas del facilitador se van considerando incorrectas y se va generando una sensación de que éste ha abandonado al grupo o es incompetente. En el área de la racionalidad se manifiestan sentimientos contradictorios de falta de organización y método, pérdida de tiempo, planteamientos alternativos que hacen surgir nuevos intentos de liderazgo para atraerse a los miembros del grupo. Algunas veces se manifiesta una cierta lucha de poder entre líderes “naturales” o no institucionalizados y resulta difícil, en esta etapa, percibir actitudes de escucha profunda y comprensión. Es un momento percibido como caos en el que el equilibrio inicial se ha desgajado y ha producido inestabilidad y ruptura. La toma de conciencia de esta situación, la correcta intervención del facilitador o la tendencia natural del grupo a desarrollarse hace que, la mayoría de las veces, el grupo realice un salto hacia delante, experimente una mutación transformativa hacia un nuevo estadio, hacia una nueva estructura, un nuevo orden que estaba inherente en el seno del mismo caos. 3.- Fase de resolución y cooperación. 53 En este estadio las personas del grupo intentan solucionar la desestructuración y se inicia un proceso de comunicación que, si bien se sitúa en la superficie, empieza a ser muy efectivo. Algunas personas se percatan, y así lo manifiestan, de que los comentarios del facilitador no estaban tan lejos de la realidad del grupo. Se producen los primeros aprendizajes significativos en relación con el proceso grupal causados por la elucidación de la historia del grupo que han sugerido algunos individuos. Los participantes intentan comunicaciones para el restablecimiento del equilibrio y comienzan a percibir que han de aprender a aceptar una responsabilidad compartida de lo que sucede en el grupo. Algunas veces este aprendizaje se realiza bajo síntomas de autoculpabilidad por lo acontecido pero, casi siempre, hay muestras de aceptación del trayecto e intenciones de cambio. Surge, en muchas ocasiones, algún rol mediador entre las diversas posiciones en el grupo y alguien comienza a manifestar alguna emoción interior más profunda y a verbalizar sentimientos personales que producen interacciones. Empieza a generarse un conjunto de comunicaciones aisladas y personales que suelen producir algún impacto en la experiencia y con ello se percibe un comportamiento más transparente y una sensación más aliviante. Se inicia el quebrantamiento de las fachadas psicológicas y el facilitador es percibido como técnico que puede ayudar al grupo pero que participa poco del clima grupal. En esta fase el grupo se ocupa de satisfacer las necesidades y se impulsan procesos cooperativos, se van aceptando responsabilidades compartidas en un clima de manifiesta solidaridad pero todavía en un momento adolescente y superficial. La estructura del grupo se va unificando y el clima va siendo percibido como más positivo. Esta sensación genera un nuevo salto. 4.- Fase de encantamiento y fuga. La percepción de que el grupo va funcionando y satisfaciendo las necesidades de sus individuos que se producía en la fase anterior va generando una sensación de cohesión y de buen clima de grupo que ha podido crearse a partir de la superación de luchas interiores que han conllevado a la cooperación. Se inicia un período de relajación que va manifestándose a través de conductas que conllevan a las risas, cantos y salidas fuera de la vida del grupo. El grupo toma cualquier indicio de conflicto con gran sentido del humor y van flotando sensaciones euforizantes y sentimientos de unanimidad y cohesión. En realidad, sin embargo, es una huida. Suelen acontecer situaciones de confianza entre las personas del grupo que consideran que el suyo es un buen equipo en el que se aceptan la mayoría de sugerencias por acuerdo o consenso. El grupo intenta conservar su armonía a cualquier precio aunque existen conflictos internos sin resolver que han sido ocultados, dejados de lado o han sido mal presentados. Muchas veces, este clima de encantamiento, vivido a modo de síntomas de “Peter Pan” por el que el grupo tiende a mantenerse en estado adolescente, se experimenta al margen del facilitador aunque, también en muchas ocasiones, el grupo no es consciente de esta especie de marginación. Un buen facilitador debe saber interpretar esta experiencia y no dejarse llevar por un clima fantasioso que sabe evasivo y conducente a la ineficacia. Puede participar de algunas manifestaciones del encantamiento pero si permanece en ellas no podrá facilitar la vuelta del grupo a su espacio vital porque fomentará la continuación de la fuga. 54 A veces se forman subgrupos de naturaleza informal porque las cosas no se tratan en el grupo, pero no dejan de ser episodios de fuga y evasión. Mantenerse en este clima va creando conflictos al grupo produciéndose una cierta ambivalencia entre sus miembros al percibir que el grupo no satisface las necesidades individuales que se han sustituido por las colectivas y, en consecuencia, cada persona no puede desarrollarse de forma autónoma. La sensación más frecuente, al final de este estadio, es la de necesidad de dotar de mayor eficacia al grupo que se siente desorganizado. Parece como si las personas se sintieran muy bien juntas pero incapaces de proyectar actividad externa. 5.- Fase de desencantamiento y lucha. Algunas personas menos “intimistas” empiezan a no poder soportar el clima anterior de falsa cercanía entre los miembros del grupo y comunican un cierto desencanto. Las personas van percibiendo que no todo es tan bonito y gratificante y experimentan sentimientos contrapuestos. Parece como si el grupo volviera a desgajarse. Se manifiestan discrepancias y sentimientos negativos hacia otras personas del grupo. Es como si se retornara a la segunda fase pero, esta vez, las divisiones e insatisfacciones se focalizan entre las personas del grupo y no tanto hacia el facilitador. Los participantes se enfrentan con el dilema entre salvar la propia personalidad o sacrificarla en beneficio del grupo. Vuelve a producirse confusión, se suelen expresar ciertos enfrentamientos entre algunas personas y se visualizan más los conflictos intragrupales. Es una etapa de nuevo caos y desequilibrio que, muchas veces, adopta formas de subgrupos enfrentados con tintes de agresividad. Algunos grupos no logran superar estos conflictos y deciden destruirse en este momento, otros grupos ya tienen un gran potencial surgido de su dinámica y plantean, desde el diálogo, la comprensión y la comunicación de sus discrepancias para intentar resolver los conflictos que han devenido patentes. El facilitador sabe que, en este instante, tiene una función de mediación muy significativa. 6.- Fase de validación y cohesión. La conciencia de temporalidad por parte del grupo es un factor extraordinariamente influyente en el salto hacia una nueva etapa. No es el único factor, ciertamente, pero constituye un punto de inflexión muy determinante. La sensación de que se acerca el momento de una determinada actividad externa por la cual se había constituido el grupo, o la percepción de que se acerca el final de la existencia del mismo grupo como consecuencia de que está a punto de producirse el final de una experiencia intensiva, o el final de la actividad de un curso o cualquier otro final inminente; incita al grupo a esta nueva etapa del camino que genera validación y cohesión, es decir, eficacia. El grupo, en esta fase, inicia un proceso de evaluación de lo que ha significado su quehacer hasta el momento, su historia, su proceso como grupo, y genera una proyección venciendo el temor al rechazo. Los miembros del grupo van aceptando las diferencias entre ellos sin asociar lo que es bueno y lo que es malo en función de estas mismas diferencias, los conflictos existen sobre hechos reales más que imaginarios y el grupo va sintiendo que dispone de recursos para resolverlos. 55 Se mantienen discusiones racionales que facilitan el consenso de manera más eficaz y también se expresan sentimientos afectivos que impulsan hacia una mayor cohesión de grupo que suele potenciar un mayor compromiso de los miembros con la tarea del grupo. El facilitador va percibiéndose como un miembro más que ayuda al grupo en su eficacia y comunicación. Esta es una fase de cooperación, de participación, de creatividad y de eficacia y, en el ámbito afectivo, es un momento de comunicación vivencial y experiencial de las personas en el grupo. Los individuos comprenden mejor la forma de sentir y de pensar de los demás y se va consolidando una relación de solidaridad entre los participantes. El grupo, en fin, es capaz de hacerse cargo de sí mismo y de expresar su autonomía, sabe evaluar su progreso, controlar el propio funcionamiento, regular las tensiones que surjan e intervenir activamente para modificar las situaciones conflictivas. El grupo ha llegado a su madurez, y casi a su final. Esta es la situación deseable en todo grupo: un grupo cohesionado auténticamente, capaz de comunicarse activamente, de interaccionar, de favorecer aprendizajes significativos y de realizar una tarea con eficacia y eficiencia. Para llegar a este estado es preciso haber crecido desde el principio. Una persona no puede ser adulta sin haber tenido una infancia y una adolescencia. El grupo no puede ser maduro si no ha evolucionado en la senda de su acontecer. Como organismo el grupo también nace y crece a través de un proceso evolutivo que provoca momentos de equilibrio y situaciones de inestabilidad. La toma de conciencia del proceso impulsa un equilibrio inestable que lanza al grupo hacia una mayor creatividad y eficacia. Lo interesante es saber que este estado deseable no acontece desde la nada, sino desde los avatares del comienzo. Casi de manera lineal una etapa sucede a la otra y resulta poco probable el salto de una fase a otra sin pasar por la que se corresponde entre ambas. El facilitador deberá crear las condiciones para que el proceso se desarrolle desde el mismo grupo, condiciones que favorezcan este despliegue del potencial del grupo y para que esta tendencia al crecimiento no permanezca paralizada y secuestrada en el seno del propio grupo. Ésta siempre es una tarea apasionante, una aventura y un riesgo, también es la gratificación de haber peregrinado por una senda que conlleva resultados satisfactorios y un cúmulo de experiencia y aprendizaje. El estallido que a veces se suscita En mi experiencia de facilitación he visto como, algunas veces, después de la fase de validación y cohesión, el grupo vive una mutación casi radical de elevado contenido emocional. Especialmente esta experiencia se suscita cuando un grupo, en el durante de su proceso, ha permitido hacer transparente su área sensible y ha dedicado tiempo y espacios a la comunicación afectiva. Lamentablemente no conozco muchos grupos ordinarios que trabajen intensamente este nivel afectivo y posiblemente sea una línea de trabajo del futuro. Cuando se produce esta dedicación se engendra un gran potencial. Pero existen experiencias, no sólo de carácter intensivo, que han originado este estallido transformador que pone en entredicho cualquier intento de análisis racional de una situación que se percibe como alterada y absolutamente novedosa. Estas experiencias de encuentro en el seno de un grupo han sido y son, para mí, una de las vivencias más enriquecedoras, gratificantes y satisfactorias que puedo experimentar. En algunos grupos las personas participantes hemos vivido sensaciones extraordinariamente significativas de solidaridad entre nosotros, de confluencia de las 56 conciencias, de empatía vincular difícilmente explicables. Teníamos la sensación de vivir como un todo armónico en comunión profunda entre nosotros y, a la vez, conectados con todo el universo. Era vivir como una especie de fusión, por un instante, entre todas las personas del grupo. No era necesario decir nada, el silencio era presencia esencial y, en el vacío, experimentábamos amor. Las palabras no podían abarcar la totalidad de la experiencia que era inexpresable. Quizás sólo la metáfora podía cubrir la necesidad de verbalización. Era encuentro, un espacio de flujo, un sentirnos cargados de energía, un tocar el núcleo, un vivir la esencia, un diluirse entre el flotar de la conciencia común y el emanar plástico desde profundidades insospechadas hacia la totalidad del cosmos oscilante. Presente y eternidad, pequeñez absoluta y espacio infinito, el todo y la nada, el yo y el no-yo, el otro, totalmente el otro, simultaneidad de las conciencias que se transforman poderosamente, percibir el poder del fondo, impacto, espacio vincular que une, intensidad, inmensidad, palabra insuficiente, silencio. En el encuentro las personas nos sentimos poseedoras de un enorme potencial, extraordinariamente poderosas y positivas, con fuerza y propulsión para conectar con el vínculo, con la esencia del otro que es lo mismo que mi esencia, con la esencia a solas. Nos experimentamos más integrados, unificados, funcionando plenamente en fluidez, con amplias capacidades creativas, descubriendo la belleza y la armonía. Acontece a un ritmo deshinibido, en un instante, sin causa ni motivo, con máxima vulnerabilidad. Es un estallido que implica una relación franca con uno mismo y con los demás, no existe ninguna garantía de que se produzca en un grupo porque su aparición es indeterminada, sólo podemos crear condiciones que permitan la experiencia, no podemos asegurarla de antemano y, a veces, sucede. ¡Y cuando sucede es maravilloso! Vaivenes en el camino Aunque descrito así parece que el progreso evolutivo del grupo se realiza fácilmente y acontece en un contexto ordenado, el trayecto de cada grupo no tiene lugar de manera uniforme. Cada grupo, al ser distinto, tiene una desigual manera de caminar por su senda específica y cada uno experimenta su camino con balanceo irregular. En las investigaciones que hemos ido realizando en nuestro departamento de dinámica de grupos de la “Escola de l’Esplai”56 mediante el seguimiento de distintos grupos de funcionamiento ordinario y a través de experiencias intensivas hemos podido comprobar que el proceso descrito tiene lugar globalmente en los grupos en el marco de características específicas independientemente de su duración temporal. Así, una experiencia intensiva de tres o cuatro días de duración, por ejemplo, puede implicar la evolución de un grupo desde el inicio, en la primera etapa, hasta la fase de validación y cohesión e incluso darse el salto hacia el encuentro. En otros grupos de duración más larga y de características no intensivas se experimenta el La “Escola de l’Esplai” es un centro formativo que se ocupa de la formación de monitores y directores de grupos y de animadores socioculturales además de ofrecer asesoramiento en la facilitación de grupos y en la resolución de conflictos. También fomenta la investigación y el aprendizaje en áreas de la educación no formal. Este centro funciona en Mallorca desde 1974 y tiene un importante prestigio por su formación de calidad. Colabora también en convenio con distintas administraciones públicas y algunas universidades privadas y públicas que convalidan sus créditos formativos. 56 57 mismo proceso en el transcurso de un curso escolar o de un año o varios según sea su segmento temporal que enmarca su tarea como grupo. Es plausible concluir que el proceso de un grupo tiene lugar en el marco de una acción global determinada, esta acción viene definida por el conjunto de procesos, objetivos, intereses y actividades que un grupo realiza en un tiempo determinado. Es probable también que el mismo grupo, en acciones globales distintas con paréntesis temporal significativo entre ellas, experimente en el transcurso de cada una, el proceso descrito porque el espacio del grupo y la acción global difieren de la anterior aunque tengan lugar de manera simultánea o en intersecciones de tiempo. Esta última aseveración, sin embargo, requiere todavía más estudios e investigaciones para confirmarla y establecer si se trata o no del mismo grupo aunque esté conformado por las mismas personas. Otro comentario que me parece significativo hace referencia al equilibrio inestable del proceso evolutivo de un grupo. Me parece que las tres primeras fases descritas tienen una similitud con las tres últimas en parejas de a dos. Así, los signos del acontecer de la primera fase que hemos denominado de expectación y dependencia guardan una cierta similaridad con los signos de la cuarta fase de encantamiento y fuga, los signos de la contradependencia parecen iguales a los que se explicitan en el desencantamiento, y el acontecer de la etapa de resolución y cooperación va muy en paralelo con el devenir de la validación y la cohesión. En el primer par los sentimientos de expectativa e ilusión iniciales se corresponden en su expresión con sentimientos euforizantes de la fuga y la evasión. En el segundo par, la formación de subgrupos, los conflictos que surgen, los distanciamientos entre personas se manifiestan de forma semejante. En el tercer par, la catarsis, los indicios de evaluación del proceso, el retorno al equilibrio y la proyección de la tarea de forma más creativa se reproducen de manera parecida. ¿Por qué establecemos entonces seis estadios para interpretar la evolución de los grupos en vez de tres? ¿Cuál es la diferencia fundamental entre los pares situacionales? La experiencia y la investigación parecen indicarnos que los procesos psicológicos y los acontecimientos de los tres primeros estadios tienen mucho que ver con la manera en que es percibido el facilitador o líder institucional del grupo por parte de los miembros de este grupo. Los fenómenos que condicionan la experiencia vienen muy determinados por relaciones de dependencia y autoridad que otorga el mismo grupo al facilitador. En las tres últimas fases, sin embargo, el compendio de fenómenos es fruto de las relaciones que establecen entre sí los miembros del grupo, de las interacciones que emergen y de las comunicaciones que acaecen bidireccionalmente entre personas del grupo siendo considerado el facilitador una de esas personas en igualdad de condiciones. El campo fenoménico suscitado es, en consecuencia, fruto de relaciones de interdependencia que tienen un carácter más profundo. Esta diferenciación entre un marco de relaciones de dependencia y autoridad y un marco relacional interdependiente adquiere una especial relevancia en la búsqueda de leyes generales que expliquen ciertos avatares en el caminar del grupo, en su avanzar o en su retroceder. Intentemos explicar estos vaivenes del camino. Los facilitadores del Enfoque Centrado en la Persona sabemos de la existencia de la tendencia actualizante, de la tendencia al crecimiento y al desarrollo que actúa en el seno de cada persona que conforma el grupo y en el seno del propio grupo como totalidad organísmica. El despliegue de esta tendencia hace que los esquemas emocionales de cada persona del grupo y la confluencia de ellos en el grupo tiendan a expandirse y promuevan comunicación y crecimiento. 58 Sin embargo también tenemos experiencias de retroceso. En algunas condiciones negativas, las personas y los grupos, además de no avanzar en un proceso de desarrollo parece que enferman y retroceden. Es como si existiera, en determinadas condiciones, una tendencia al desorden, a la entropía, similar en su funcionamiento a la descrita por la física cuántica. Los grupos pueden participar también de esta tendencia. Investigaciones terapéuticas recientes parecen haber confirmado el surgimiento de esta fuerza conservadora en los procesos terapéuticos: “Un rasgo importante del crecimiento y del cambio es el proceso dialéctico que se establece entre los procesos conservadores y transformadores. Por ejemplo: los esquemas emocionales tienen una tendencia al crecimiento, al acomodarse a nuevas características del medio, lo cual hace que el organismo esté en un constante fluir, mientras que se esfuerza simultáneamente por sobrevivir y mantener un sentido de coherencia. Sin embargo, en algunas circunstancias, puede predominar la tendencia conservadora, que hace que los esquemas no cambien, ni se acomoden a la nueva experiencia y que, por el contrario, permanezcan rígidos. Esto produce una pérdida de flexibilidad adaptadora y es una fuente importante de disfunción”.57 Creo que es factible trasladar estas constataciones al grupo como organismo social. El grupo tiene una tendencia al crecimiento, pero en determinadas circunstancias puede permanecer rígido o retroceder en su camino. La experiencia me sugiere algunos hechos perseverantes que se producen en el trayecto de los grupos. Me indica que, en general, los grupos realizan el proceso evolutivo descrito de manera secuencial, es decir; el proceso acontece desde la fase primera hasta la sexta sin saltarse ningún estadio y con el orden descrito. En algunos momentos y por determinadas circunstancias, algunas imprevisibles, el grupo puede permanecer largo tiempo paralizado en un estadio pero jamás vuelve atrás. La tendencia al crecimiento es tan potente que, en todo caso, el grupo puede destruirse en un estadio concreto –en este caso queda destruida la tendencia actualizante inherente a la vida del organismo-, o avanzar al estadio siguiente. El aprendizaje de este curioso fenómeno de la vida de los grupos consistente en su ir avanzando siempre secuencialmente hacia adelante y en la posibilidad de paralización durante largo tiempo pero sin que se dé jamás vuelta atrás en el trayecto, ha sido para mi trabajo muy importante porque nos ha permitido establecer pautas de intervención en resolución de conflictos de grupo con un grado elevado de éxito. La experiencia me indica también las circunstancias en las que el grupo retrocede. Estas circunstancias se dan solamente en la fase sexta que hemos denominado de validación y cohesión. Así, un grupo avanza desde la primera fase hasta la sexta, en el camino puede quedar paralizado largo tiempo en un estadio o morir, pero nunca hay vuelta atrás; en la sexta fase se pueden dar varias posibilidades. En primer lugar, el grupo puede mantenerse un tiempo suficiente en el estadio de validación y cohesión realizando una tarea productiva y eficaz, tanto en su nivel afectivo como en el nivel organizativo hasta el punto y final del segmento temporal del grupo en el cual el grupo muere como tal porque ha finalizado la acción para la cual se configuró; o puede reproducirse, reformando el propio grupo, incorporando nuevas personas, despidiendo a otras y proyectando nuevas acciones a partir de nuevos intereses y motivaciones. En el primer caso el grupo acaba su proceso, en el segundo inicia una nueva vida como nuevo organismo social, es un nuevo grupo y 57 GRENNBERG, L.; RICE, L.; ELLIOT, R. Facilitando el cambio emocional. El proceso terapéutico punto por punto. Barcelona: Paidós, 1996, 120. 59 distinto del anterior a partir del cual se originó y, como tal, comienza su particular senda, un nuevo proceso desde el principio del trayecto. En segundo lugar, después de un tiempo en esta sexta fase, el grupo puede superficializar su tarea y sus dinámicas comunicativas, y experimentar un retorno al tercer estadio de resolución y cooperación. Esta posibilidad es muy frecuente en la vida de los grupos a causa, casi siempre, de un trabajo grupal que se convierte en rutinario y monótono en el espacio de la racionalidad y de construcción de nuevas barreras psicológicas en la comunicación interpersonal, de otros límites que condicionan las posibilidades de interacción. En este caso el grupo ha retrocedido en su camino y se puede paralizar en este estadio, morir en el mismo o seguir hacia delante desde el tercer estadio al sexto con un buen sistema de facilitación. Puede suceder, como tercera posibilidad, que el grupo en la sexta fase sienta un cierto agotamiento y vuelva al primer estadio demandando que el facilitador resuelva sus problemas. Es un retorno a la fase de expectación y dependencia a través del cual el grupo vuelve a su época infantil. En este caso el facilitador deberá intentar facilitar de nuevo todo el proceso, del inicio al final. Este nuevo proceso suele realizarse a más velocidad que el primer trayecto. El grupo, en este caso, habrá recorrido dos veces su camino en el mismo segmento temporal si no acontece su muerte antes de llegar. Es factible, como cuarta posibilidad, que el grupo situado en la sexta fase experimente el estallido hacia delante del encuentro. Este acontecimiento es como una ruptura en la línea secuencial, es un salto transformador e impactante. En mi experiencia, los grupos que han experimentado este momento de intensidad puntual significativa han revivido también posibilidades distintas en su continuar como grupo. Por una parte es probable que este punto haya significado el final de su proceso como grupo. Las personas recordarán esta experiencia como impactante y algunas de ellas habrán protagonizado fuertes vivencias transformativas y de intenso aprendizaje significativo y crecimiento personal. Otros grupos que han vivenciado el encuentro retornan con frecuencia a la fase de encantamiento y fuga porque se diluyen en el clima emocional intenso del encuentro y no consiguen canalizar la energía en términos de proyección y eficacia. Algunos, en fin, experimentan un retorno a la fase de expectación y dependencia porque sienten que la maravillosa experiencia que viven ha sido enardecida por el facilitador que se convierte para el grupo en una especie de maestro. En los dos últimos casos el grupo deberá ser facilitado, una vez más, desde el punto del trayecto en que se encuentra para volver a generar proceso. Mi experiencia me indica, no obstante, que los grupos que han experimentado encuentro difícilmente vuelven a ser el mismo organismo y, casi siempre, las personas proyectan su energía hacia otros grupos distintos como facilitadores. Este hecho, lejos de producirme abatimiento, me parece extraordinariamente gratificante porque hace emerger buenos facilitadores de grupos y expandir buenas dinámicas en distintos grupos sociales. El encuentro, visto así, representa un fuerte potencial en la formación de facilitadores creativos y eficaces. En cualquier caso el grupo, como organismo vivo, experimenta un proceso constante en evolución. Este proceso es secuencial, tiene sus vaivenes y sus saltos, sus oscilaciones y su fluidez. Se genera en virtud de un equilibrio inestable que compagina momentos de caos y orden, y en este movimiento ajetreado reside la capacidad adaptativa del grupo a nuevas situaciones y originales retos. Me resulta conmovedor vivenciar estos procesos grupales y percatarme. Parones y estancamientos 60 En nuestra práctica cotidiana en la facilitación y seguimiento de grupos diversos nos suele resultar útil trasladar el esquema evolutivo descrito como instrumento de diagnóstico de situaciones grupales, se trata de comprender la tipología de los grupos desde este esquema cognitivo. Esta perspectiva nos permite discernir dos aspectos fundamentales de la intervención grupal. Por una parte nos otorga una mayor aprehensión de los fenómenos de un grupo que, a pesar de estar estancado en un estadio determinado hasta poder ser catalogado con una denominación tipológica, nos permite intervenir y predecir resultados globales de nuestra intervención basados en el movimiento previsible que realizará el grupo si conseguimos crear condiciones que inciten este movimiento. Por otra parte nos dota de mayor flexibilidad en los procedimientos de resolución de conflictos y en la búsqueda de una mayor eficacia grupal al poseer un campo más amplio de visión del trayecto que queda por realizar. En este sentido la tipología grupal que proponemos no es una tipología cerrada e inmóvil, como nos parece que eran las tipologías tradicionales que clasificaban a los grupos en autoritarios, democráticos o laissez-faire entre otras catalogaciones, impidiendo giros entre una u otra casilla clasificatoria porque eran esquemas cerrados de división de las clases de grupos. El nuestro es un esquema global de catalogación que incluye todas las clases y permite el paso de un lugar a otro a través de medidas interventivas del facilitador. Se fundamenta en considerar que el grupo es un organismo en movimiento permanente y en constatar que un determinado tipo de grupo no es más que un parón o un estancamiento significativo en un momento del proceso que con un empujón podrá seguir su trayecto para devenir un grupo eficaz. Así, del esquema evolutivo de seis fases surge su correspondiente esquema tipológico de siete clases de grupos atendiendo al punto del trayecto en donde el grupo sufre su estancamiento. Realicemos un intento de descripción. Un grupo que casi no ha iniciado su camino y se paraliza en los comienzos es un grupo laissez-faire. Este grupo no ha entrado en el proceso, no tiene una visión del facilitador y el mismo facilitador considera de manera positiva cualquier manifestación del grupo. Como no interviene o interviene siempre desde su aceptación de cualquier expresión del grupo, el grupo no camina eficazmente, es un compendio de desestructuración y caos desorganizado e ineficaz. Los grupos así casi no han nacido, o en su nacimiento han sido abandonados, por lo que casi siempre mueren antes de nacer. Es como un aborto grupal, un conato de grupo que no cuaja. Sabemos que una buena intervención y una intervención a tiempo generarán expectación y dependencia, situarán al grupo en la fase primera por lo que podrá iniciar su trayecto tal como ha sido descrito. Si la intervención no se produce el grupo morirá. Si hay suerte, quizás la tendencia actualizante sea tan poderosa que ella misma sitúe al grupo en su senda, pero es difícil el surgimiento de la tendencia al desarrollo si no existen condiciones adecuadas. El segundo punto de estancamiento es el que corresponde a la primera fase, iniciado ya el proceso. Los grupos dependientes son grupos autoritarios. El director del grupo da instrucciones y consignas que son seguidas por los miembros del grupo. Esta función del líder crea un círculo vicioso que mantiene el grupo en su dependencia y en su respeto y seguidismo hacia la autoridad. Una buena intervención impulsará al grupo en la fase siguiente, un mantenimiento de la actitud autoritaria puede hacer que el grupo se estanque en este estadio. Una vez más, la misma tendencia actualizante puede favorecer el movimiento hacia delante. 61 El tercer punto de estancamiento es el que viene determinado por la paralización de un grupo en la fase de frustración y contradependencia. Son grupos rebeldes que no aceptan ninguna sugerencia del líder institucional que es considerado un jefe ineficaz que concentra todos los malestares del grupo. Estos grupos tienden también a desaparecer con prontitud o se convierten en un equipo que cosecha reiterados fracasos en su quehacer. Muchos grupos de funcionamiento cotidiano están estancados en la fase de resolución y cooperación. Se trata de grupos con estructura democrática en los que el liderazgo es ejercido con una cierta distribución de responsabilidades. Sin embargo, la mayoría de estos grupos no trabajan su nivel afectivo o, en todo caso, sólo promocionan el área lúdica en este ámbito de la sensibilidad. No existe pues una comunicación real de los sentimientos entre las personas del grupo aunque puede suscitarse una cierta eficacia en la tarea. Son grupos centrados en la tarea de estructura formal situados en el espacio de la racionalidad del grupo y en el plano organizativo por lo que resulta más difícil una manera de hacer creativa. Otros grupos se estancan en la cuarta fase de encantamiento y fuga. Viven una especie de clima pseudoafectivo adolescente y huyen de la tarea que ellos mismos planificaron. No profundizan en la relación que se basa, casi exclusivamente, en un ambiente lúdico. Quizás el mejor nombre que puede designar esta tipología grupal haya de ser también irónico y metafórico en honor a la atmósfera que los caracteriza. Son grupos “Peter Pan” o grupos “kumba ya”. Se caracterizan por su ineficacia en la tarea y por su comunicación superficial y, aunque sus miembros se sientan bien juntos, su proyección es escasa. El sexto punto posible de estancamiento de una situación grupal forma los grupos conflictivos. Su paralización en el proceso se ha producido en la etapa de desencantamiento y lucha por lo que el clima del grupo es de enfrentamiento entre varios subgrupos. Predominan la conspiración y las fuertes discrepancias fundamentadas más en aspectos personales que en disensiones ideológicas o racionales. Estas discrepancias no dejan de ser un disfraz para ocultar y justificar desavenencias afectivas extremas. Difícilmente estos grupos sobreviven si no es con la intervención eficaz de un facilitador que tenga capacidad de mediación en los conflictos y favorezca la comunicación afectiva real entre las personas del grupo. En caso contrario la escisión del grupo está casi garantizada. Por último también hay grupos centrados en la persona. Grupos que han sido capaces de mantenerse un tiempo suficiente en la fase de validación y cohesión. Son grupos que dedican tiempo a promover la comunicación entre sus miembros en todos las áreas. Promueven debates cooperativos sobre el quehacer del grupo, dedican tiempo a evaluar experiencialmente su acción externa y su funcionamiento interno, permiten y facilitan espacios de comunicación interpersonal en el ámbito afectivo y tienen también momentos de celebración y fiesta lúdica. Los grupos así se significan por su tarea eficaz y creativa, por su liderazgo centrado en el grupo y por su cohesión afectiva vincular. Son, para mí, los grupos deseables, y nuestro esfuerzo debería encaminarse a impulsar grupos de este tipo. Lo interesante del esquema es concebir que para llegar a este tipo de grupos centrados en la persona hay que recorrer el trayecto, por lo que de la intervención correcta en cualquier punto de estancamiento emerge el estadio inmediatamente siguiente hasta llegar al final. Desde este final el grupo puede también situarse en los puntos que se han descrito con anterioridad, atendiendo a las distintas posibilidades en los vaivenes. Esto hace que el proceso del grupo más que lineal sea circular, un círculo en espiral en permanente movimiento. De ahí que resulte una aventura 62 excitante la facilitación. Se trata ahora de vislumbrar el cómo hacerlo e iniciar nuestra tarea. 63 5.- ESTAR PRESENTE: UNA MANERA DE HACER. “Trabajar centrado en la persona es una manera de vincularse desde un marco actitudinal que genere encuentros profundos de persona a persona... la actitud con la cual nos relacionamos es la fuente generadora del estar presente, con/junto al otro. Nuestra finalidad es generar contextos que brinden posibilidades de resignificación y cambios constructivos. Nuestra tarea es la de ser catalizadores comprometidos desde una actitud comprensiva, y poseer una serie de recursos metodológicos que faciliten el camino de autocorrección, para ello sabemos que lo técnico debe estar subsumido a lo relacional, cabe apuntar más a la interacción vincular entre las partes que participan de una relación que al método.” (Andrés Sánchez Bodas) Una metodología actitudinal En los sistemas de facilitación de grupos occidentales, basados en casi todos los casos en factores organizativos y de eficacia de grupos centrados en la tarea hemos percibido, lamentablemente, muchas experiencias que se nos antojan como incongruencias metodológicas. Captamos demasiados desajustes entre la filosofía que puede sustentar una determinada facilitación grupal y el método interventivo que se utiliza para favorecer el desarrollo del potencial del grupo. Es posible que la máxima alteración la constituya el mantenimiento de una actitud de profesional especialista por parte del facilitador de un grupo que desfigura su función esencial y encubre de distanciamiento su intervención en el grupo. En nuestra experiencia de facilitación y formación de facilitadores hemos percibido a menudo que, incluso entre aquellos que se ven a sí mismos como encuadrados en un enfoque centrado en la persona, las preocupaciones principales se orientan en la disposición de amplios recursos y en la utilización de una metodología activa. Me parece que un modelo de intervención eficaz y de calidad, realmente centrado en la persona, debe garantizar un alto nivel de coherencia entre la metodología y la cosmovisión, la filosofía que lo sustenta. El camino y la intención han de confluir y confundirse en una unidad armónica que nos transforme como facilitador y grupo, como personas, y nos disponga al despliegue de la tendencia actualizante en un marco de relación interpersonal y de comunicación auténtica. Para los facilitadores del Enfoque Centrado en la Persona la metodología de la intervención facilitadora forma parte en sí misma de nuestra visión del mundo y de nuestro entender el funcionamiento pleno de la persona y del grupo como organismos que si se sienten inmersos en un clima facilitador tienden al crecimiento y a la eficacia, tienden a su autodesarrollo. Nuestra metodología, el camino intencional, nuestra disposición como animadores es, por consiguiente, el único instrumento –sin ser un instrumento fáctico- que poseemos para impregnar y transmitir nuestro para qué y nuestro qué de forma eficaz. Por ello facilitar un grupo significa adoptar riesgos para fomentar la experiencia, ayudar a atenderla para otorgarle significado, crear condiciones para la implicación de las personas en una comunicación significativa y realizar demandas de feed-back ejercitando una función de vínculo entre las comunicaciones para hacer posible el surgimiento de interacciones en el grupo. Y todo ello con el único recurso de nuestra presencia vivencial, de nuestra actitud, de nuestra propia persona que deviene recurso para el grupo. 64 En los últimos años, y a partir de los postulados y la vivencia del Enfoque Centrado en la Persona, hemos ido perfeccionando un modelo metodológico de intervención en el grupo que hemos designado como metodología actitudinal ya que, fundamentalmente, la intervención del facilitador se basa en la disposición de sus propias actitudes, en la manera de relacionarse con el grupo y con las personas de este grupo. Hemos aprendido que lo más significativo no son los objetivos propuestos, ni las planificaciones, ni la adecuación de la acción a la programación preestablecida, ni los recursos disponibles; sino, sobre todo, el tipo de relación que establecemos con las personas y con el grupo como organismo vivo en proceso. He aprendido por la experiencia en la intervención grupal que si consigo crear un clima de facilitación determinado en el que las personas se sientan progresivamente libres para experienciar y comunicarse, el grupo avanzará positivamente, se desarrollará de forma significativa hacia su autocrecimiento y desplegará todo su potencial creativo y eficaz. He aprendido que incluso en grupos en que parecía inicialmente difícil el despliegue de esta tendencia al crecimiento ha sido posible y gratificante la creación de este clima y los resultados han sido altamente satisfactorios. Este hecho me produce una confianza cada vez mayor en el potencial del grupo, en su desarrollo y en la posibilidad inherente de ejercitar una acción creativa. Precisamente por esta confianza en la fuerza interior del grupo y en su posibilidad de desarrollo creativo procuro, cada vez más, no establecer metas específicas ni objetivos predeterminados que condicionen mi manera de facilitar hacia términos concretos o fijen de antemano la senda del grupo. Me parece más fructífero manifestar la intencionalidad de promover un clima de comunicación y eficacia creativa por medio del cual el grupo establece vivencialmente su propio proceso y su singular ritmo confiando en que siempre será de despliegue positivo. Me siento, en este aspecto, de manera progresiva, un facilitador y un participante al mismo tiempo y no me siento responsable del grupo sino en el grupo. Así, he llegado a interiorizar que lo más importante en la facilitación es la creación de un clima de seguridad psicológica que permita un cúmulo de energía grupal, un fluir constante que nos va llevando hacia una real comunicación que nos vincula, hacia una comunicación interpersonal que promueve interacción relevante y hacia una acción ágilmente creativa. He conseguido de este modo tener una gran paciencia con diversos grupos y una profunda aceptación de cualquier manifestación de las personas que conforman el grupo. Esta metodología actitudinal, desde un enfoque centrado en la persona, es una orientación metodológica de intervención socioeducativa que parte de la base de que lo sustancial en un sistema de facilitación es la relación que se establece entre el facilitador y el grupo y que esta relación facilita el experienciar, el percatarse, la comunicación y la interacción; todo junto incita al grupo a actuar de acuerdo con la energía del propio organismo abierto al vivir existencial e impregna de creatividad y eficacia las acciones que desarrolla. Para hacer posible este clima, el facilitador ha de tener interiorizada (disponer de –desde sí mismo-) una manera de estar presente, una actitud nuclear de presencia vivencial, una actitud de enfoque. Estar presente o en actitud de enfoque significa estar conectado con uno mismo, con el referente directo, tocar nuestro núcleo interno. Situarnos en el grupo desde nuestro adentro para permitir el despliegue de nuestra propia tendencia actualizante que conectará con el referente nuclear de los participantes como personas y como miembros de un grupo vivo y en proceso. 65 Esta presencia vivencial significa intervenir desde la actitud, no desde la habilidad. La habilidad es una representación, un disfraz que nos ponemos en el momento del acto facilitativo y representamos, teatralmente, para intentar transmitir aquello que creemos más eficaz en la dinámica de la intervención. La actitud, por el contrario, es la intervención desde el sí mismo, con nuestras dificultades y nuestras capacidades, desde la que nos disponemos a compartir con los demás las experiencias. Para ello nos disponemos a confiar en la capacidad del grupo, de cada persona, y a escuchar activamente, vincularmente. Nuestro silencio activo será un gran instrumento de facilitación. Se trata de confiar, escuchar, compartir y dar nombre. Estar presente significa también mostrarnos auténticamente, no como especialista distante que aporta contenidos y experiencia al devenir del grupo, sino como persona que acompaña al grupo en su-nuestro proceso creativo. Ejercemos nuestro quehacer desde un estar abiertos, relativizamos nuestra programación previa, tenemos establecidas, siempre entre paréntesis, unas intenciones y disponemos de recursos y actividades que podemos sugerir al grupo en algunas situaciones concretas. Pero es preciso ser perceptivos a las necesidades del grupo, a sus demandas y, en función de esa nube de demandas, expectativas, deseos, intenciones y cambios que se suscitan por la interacción comunicativa; insinuamos recursos, técnicas, actividades sin dejarnos condicionar por estos mismos recursos. Dejamos fluir, en cierta manera, nuestra intuición y nuestra capacidad de invención. El sistema de facilitación que proponemos se basa en la disposición, por parte del facilitador, de tres actitudes relacionales y dos destrezas accesorias. Las actitudes afectan todo el espacio del grupo, su espacio racional y su espacio sensible, las destrezas afectan sobre todo al espacio de la racionalidad, al quehacer del grupo, aunque también inciden en el área lúdica. Este sistema se complementa con un mecanismo de focalización actitudinal en función de la trayectoria del grupo en su acontecer. A través de este mecanismo es como se puede hacer operativo nuestro estar presente en un grupo de funcionamiento cotidiano y promover el movimiento grupal de manera eficiente. Las actitudes, en tanto relacionales, constituyen el fundamento de la intervención y son, por ello, necesarias y suficientes. Afectan a todo el grupo como organismo, a sus espacios y áreas, a su movimiento circular comunicativo, a su trayecto y a su acción. Son las tres actitudes del Enfoque Centrado en la Persona: la escucha y la empatía, la consideración positiva incondicional y la autenticidad o congruencia del facilitador. Tratemos de evocar en qué consisten. Escuchar y reflejar La primera condición facilitadora (el número de orden es lo de menos) viene determinada por una actitud de comprensión profunda del otro. Esta actitud, denominada empatía, significa penetrar en el mundo perceptivo del otro y moverse en él de manera familiar. Implica, de alguna manera, captar el mundo subjetivo del otro desde su propio marco de referencia, bucear en este mundo subjetivo, comprenderlo y manifestar esta comprensión que es percibida por el otro. Una de tantas definiciones de empatía aportadas por Rogers determina: “Empatía es la capacidad de percibir ese mundo interior, integrado por significados personales y privados, como si fuera el propio pero sin perder nunca este como si. Parece ser una cualidad esencial en una relación que promueva el desarrollo de la personalidad... Esta clase de empatía muy sensible parece ser un factor importante en 66 el proceso de posibilitar a una persona el acercamiento a sí misma, el aprendizaje, cambio y desarrollo”.58 El escuchar del facilitador quiere significar el atender el interior de las personas del grupo, de cada persona, y permitirse a sí mismo el quedar absorto en la contemplación de esta persona. Significa hacerse también propia la experiencia del otro como si fuera mi experiencia por medio de la interiorización del otro, experimentar al otro y, simultáneamente, observar las asociaciones cognitivas y afectivas de uno mismo con esta experiencia. Significa, en cierto modo, retornar de la relación de confluencia interior a la separación de identidades y reflejar a través de una respuesta corporal o verbal, actitudinal, esta comprensión profunda. Un facilitador centrado en la persona no hace empatía ni tiene respuestas empáticas, sino que está en un estado empático y mantiene una actitud abierta a la experiencia del otro. Escuchar activamente no es identificarse con el otro, ni proyectar el deseo a que el otro sienta aquello que yo desearía escuchar. “La empatía presupone la habilidad de diferenciar entre uno mismo y el otro así como entre la respuesta afectiva de uno mismo y la del otro”.59 El escuchar activo del facilitador es un estado interno, una experiencia emocional que consiste también en implicarse para conocer y participar en la experiencia del otro. Pero esta empatía no es una técnica ni una simple conducta habilidosa del responder (menos necesaria que en los espacios terapéuticos) sino que es una apuesta por el ejercicio vivencial de la alteridad, una manera de ser, un estilo, un esfuerzo para incardinarse en la experiencia del otro y confluir intuitivamente con su proceso experiencial sin evaluarlo ni juzgarlo. El estar en actitud de escucha es incompatible con el estar aconsejando. El facilitador empático sabe permanecer en silencio, con un silencio activo y cálido, y es capaz de manifestar esta presencia silenciosa a través de la disposición de su conciencia que transmite energía y vincula las profundidades de todo el grupo. Para ejercer la empatía desde la actitud es preciso entrenarse a través de las destrezas del saber escuchar activamente. Un facilitador no puede ser empático si no sabe escuchar. Esta escucha activa no tiene nada que ver con el simple oir al otro. Se trata de una escucha total y profunda que abarca la generalidad y la integridad del otro, de todo el interior del otro. Y este abarcar completamente al otro por la escucha ayuda al facilitador a interiorizar la experiencia del otro y a permanecer junto a su proceso experiencial. Si esto es así, la respuesta empática, el reflejo, nace directamente del interior del facilitador sin necesidad de pensar congnitivamente los significados mientras el otro realiza una comunicación. Y este reflejo es el auténtico espejo del otro a través del cual se ve a sí mismo y puede decidir profundizar en su interior o modificarse. La sensación que suele producir el sentirse auténticamente reflejado es la de un gran alivio y al mismo tiempo la de una fuerte incitación a continuar en la búsqueda de lo que hay dentro de uno mismo y a expresarlo. Escuchar activamente me implica siempre un gran desgaste de energía personal. Esta energía es utilizada para atender la experiencia del otro, para retener los significados subjetivos de este proceso experiencial del otro formados tanto por la verbalización realizada como por los tonos emocionales de esta expresión, y para reflejar la comprensión en un instante comunicativo. Es preciso, sin duda, estar 58 ROGERS, C.; STEVENS, B. Persona a persona. Buenos Aires: Amorrortu, 1980, 95. 59 EISENBERG, N.; STRAYER, J. La empatía y su desarrollo. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1992, 18. 67 motivados para escuchar. Esta motivación viene dada por una intencionalidad interiorizada en la persona del facilitador. Forma parte de un acto de voluntad, se trata de querer intencionalmente escuchar activamente el surgir de la experiencia del otro. Hacer presente en cada momento esta motivación para la escucha es imprescindible para el ejercicio de la empatía. También de manera intencional es preciso, para escuchar, suspender cualquier tentativa de juicio sobre el contenido de la expresión del otro. Se trata de acoger todo lo que dice el otro sin ningún resquicio de evaluación y permanecer comprensivamente junto a la experiencia del otro. Precisamente por esta necesidad de permanencia junto a la experiencia del otro es por lo que resulta relevante resistir cualquier distracción externa o interna en el momento de acompañar al otro, hay que ser perseverantes en eliminar cualquier ruido psicológico o físico que pueda interrumpir nuestra escucha. Un paso previo para escuchar activamente consiste en centrarse en el otro y callar. El silencio es una condición previa para la escucha activa. Como dice Gendlin: “ Solamente existen dos razones para hablar mientras se escucha: para mostrar que atiendes perfectamente, al repetir, lo que la otra persona ha dicho o significado o, para pedir repetición o clarificación”.60 Este silencio ha de ser un silencio vivencial. En realidad es una presencia cálida manifestada con un lenguaje no-verbal y con incorporación postural, también con sonidos que muestran comprensión –ajá, hmm...porque ayuda al otro a captar la disposición empática del facilitador. La comprensión empática, sin embargo, no puede limitarse a la percepción no evaluativa de los sentimientos y las expresiones del otro, sino que ha de descender a la comprensión de las vivencias implícitas de la otra persona la cual, muchas veces, ni siquiera tiene absoluta conciencia de las mismas. Se trata de captar el mundo subjetivo del otro desde el otro y centrarse en lo esencial. A veces, en un grupo, una persona dice algo significativo y posteriormente otras personas dicen cosas triviales o preguntan de manera irrelevante. Si cuando sucede esto el facilitador vuelve a la primera persona invitándola a que exprese algo más y manifiesta interés y comprensión por su experiencia emerge una nueva energía que ayuda al grupo a centrarse en la escucha activa del otro. Por eso, el facilitador empático ayuda a cada persona del grupo a qué pueda ser oída. Esta dinámica suscita una mayor disposición a la escucha por parte del grupo que deviene progresivamente en un clima empático y de aceptación. No es difícil imaginarnos los efectos de una empatía real en un grupo. Cuando los miembros de un grupo se sienten escuchados y comprendidos, la transformación que se genera es muy impactante y significativa, surge la iniciativa desde el interior de las personas de manera creativa y emerge un clima de comunicación inmenso que anima la interacción y el encuentro. Considerar positivamente, validar la experiencia del otro Otra condición actitudinal necesaria para crear un clima facilitador del despliegue de la tendencia actualizante es la que hace referencia, en términos utilizados por Rogers, a la consideración positiva incondicional, la estima o la aceptación. Esta actitud del facilitador es una disposición intencional a validar la experiencia del grupo y de cada persona en particular. Consiste en una mirada a cada 60 GENDLIN, E. Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal. Bilbao: Mensajero, 1988, 144. 68 persona del grupo llena de aprecio. Aceptar al otro tal como es, con un respeto absoluto por su persona, sus actitudes y su comportamiento. Considerar positivamente quiere decir confiar en la capacidad del otro para desarrollarse y crecer, para decidir libremente y hacerse responsable de sus propias decisiones. Tiene que ver con una aceptación sin condiciones del interior del otro. Mantener una actitud de consideración positiva implica apreciar a las personas del grupo, sin juzgarlas, sabiendo que poseen amplios recursos para autodirigirse y para promover su propio crecimiento. Esta consideración positiva hacia el otro conlleva, para el facilitador, una intención de saber esperar, sin ansias de control, sin querer que el otro actúe como yo desearía que lo hiciera. Significa confianza en el otro, aprecio, interés por la otra persona. Esta actitud de consideración positiva lleva implícita una calidez en la relación, una acogida sin condiciones y una aceptación. Esta aceptación no implica necesariamente aprobación o acuerdo, sin embargo el facilitador centrado en la persona admite que cada persona es única e irrepetible, con capacidad libre de orientarse hacia el camino de su propia elección responsable. Se trata de mostrar respeto por las decisiones del otro con independencia de mi acuerdo o desacuerdo. Esta ausencia de juicio valorativo no puede confundirse con la neutralidad. El facilitador centrado en la persona muestra acercamiento, amor, realiza una opción decidida y valiente de generosidad afectiva, y sabe manifestar este amor sin esperar nada a cambio. Esta actitud es de amor profundo y generoso, una actitud altruista que se muestra independientemente del hecho que exista correspondencia afectiva, significa penetrar activamente en el interior de la otra persona y sorprenderse por la maravilla que contiene el otro para poder iniciar una senda de conexión y encuentro. El facilitador centrado en la persona también manifiesta este afecto, lo verbaliza y lo muestra a través del lenguaje corporal; y esta expresión de afecto es auténtica, sin simulacros ni exhibicionismos, sino paciente y casi tímida porque no intenta violentar al grupo sino respetarlo. Para que un facilitador sienta profundamente esta disposición al afecto, ha de aceptar primeramente sus propios sentimientos, ha de aceptarse a sí mismo, sin cortapisas que impidan cerrarse a su singular proceso experiencial, tiene que abrirse al campo ampliado de su conciencia y ver todo lo que está ahí, en el centro de su cuerpo, en el experienciar, y asombrarse de lo que surge integrándolo como parte esencial de sí mismo. En este sentido de generosidad afectiva la consideración positiva incondicional es amor. Amor no posesivo que no es sino una actitud que nace del núcleo de la persona y se desprende en todo el complejo fenoménico de la experiencia grupal. Como expresa Eric Fromm : “El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un objeto amoroso... El amor es una actividad, no un afecto pasivo; es un estar continuado, no un súbito arranque. En el sentido más general, puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir”.61 Esta actitud incluye también la comunicación de las impresiones positivas del grupo y de las personas por parte del facilitador, mostrando un interés auténtico porque ha renunciado previamente a las concepciones preestablecidas de la imagen de 61 FROMM, E. El arte de amar. Buenos Aires: Paidós, 1976, 60. 69 cada persona y ha desestimado las expectativas condicionadoras de la experiencia. Esta actitud casi no se manifiesta en palabras pero conforma un sentimiento omnipresente en la relación vivencial. Si las personas de un grupo perciben esta presencia afectiva del animador experimentan, de manera gradual, un clima permisivo que incita al desenmascaramiento de barreras psicológicas y favorece la autoaceptación y la autoestima. Esta aceptación incondicional empieza por uno mismo, por una confianza en las propias capacidades facilitadoras y en el potencial personal inherente que abarca todo el ser del facilitador. Se trata, en fin, de intentar ser más cálidos en nuestras relaciones y en querer transmitir auténticamente, con nuestra presencia, amor y afecto. Permitirse ser uno mismo La tercera condición facilitadora consiste en la actitud denominada autenticidad, coherencia o congruencia. Me gusta llamarla la actitud de ser sí mismo. Llegar a ser persona es llegar a ser uno mismo. Ser uno mismo trae aparejado el proceso de ir desposeyéndonos de máscaras y roles. Implica presentarnos en la relación facilitadora siendo como uno realmente es, sin interferencias entre ser mi yo auténtico y mi yo que me gustaría ser. Esta congruencia del facilitador cubre la experiencia, la conciencia y la comunicación. Ser mí mismo en estos tres niveles es ser mi yo auténtico, ser una persona unificada. Se trata de que el facilitador deje fluir sus sentimientos en cada instante, se percate de su proceso experiencial y de las emociones que experimenta aquí y ahora que van siendo accesibles a la conciencia y sea capaz de vivir estos sentimientos, de experimentarlos en la relación y de comunicarlos si persisten. Establece así una relación de persona a persona. Mediante la actitud de autenticidad el facilitador no se niega a sí mismo ninguno de los sentimientos que experimenta en la relación y está dispuesto a experienciar de manera transparente cualquier sentimiento persistente y a comunicarlo. El facilitador se hace vulnerable en vez de adoptar un papel de profesional o de especialista. La autenticidad es, entonces, una disposición interna a estar abiertos a la experiencia, percatarnos y comunicarla. Significa que el nivel de la experiencia, el de la conciencia y el de la comunicación son congruentes, forman una unidad. Soy lo que experimento, me doy cuenta de la experiencia y comunico lo que siento si es persistente en la relación. Utilizando bonitas palabras de Rogers: “ Me siento muy satisfecho cuando puedo ser auténtico, cuando puedo acercarme a lo que sea que ocurra dentro de mí. Me gusta poder escucharme a mí mismo. Saber lo que realmente experimento en un momento dado no es cosa fácil, pero me alienta la ligera sensación de que, a lo largo de los años, voy aprendiendo a lograrlo. Estoy convencido, sin embargo, de que ésta es una tarea vitalicia y de que nadie llega jamás a acercarse lo suficiente a todo cuanto ocurre en su propia experiencia. En lugar del término realidad, utilizo algunas veces la palabra congruencia. Con ello quiero decir que cuando lo que experimento en un momento dado está presente en mi conciencia, también lo está en mi comunicación, entonces los tres niveles coinciden, es decir, son congruentes. La mayor parte del tiempo, por supuesto, al igual que todos los demás, muestro cierto grado de incongruencia. He aprendido, sin embargo, que esa realidad, 70 o autenticidad, o congruencia –como prefieran llamarlo- constituye la base fundamental de la mejor de las comunicaciones”.62 Este ser auténtico del facilitador incluye la voluntad de vivir de manera existencial, en fluidez, permitiéndose experimentar emociones que devienen en un instante en el trascurso de la relación de facilitación, tomar conciencia de la fluctuación de estos sentimientos y emociones, y decidir la comunicación de la globalidad de esta sensación en cuanto persistente, haciéndose responsable de esta manifestación. Si un facilitador es auténtico, sus manifestaciones verbales y no verbales están en concordancia, expresan una unidad. En realidad la autenticidad contiene dos niveles de ajuste: la correspondencia entre experiencia y conciencia, y la simetría entre el contenido de la conciencia y la comunicación. El primer nivel de ajuste, en la facilitación de grupos, seguramente es el aspecto más importante y significativo de la autenticidad. Se denomina genuinidad del facilitador y consiste en el acuerdo y ajuste psicológico entre la experiencia del facilitador y lo que es accesible a su conciencia, es decir; en la existencia de encaje entre el contenido del proceso experiencial en un momento determinado de la relación y la significación de este contenido en la conciencia. A veces se puede producir un desajuste temporal entre la experiencia y la conciencia. Puedo vivir una determinada experiencia y no percatarme en el momento, por lo que la dotación de significado es posterior y no inmediata. Se trata entonces de disponerse a procesar las vivencias y, desde la autoescucha, dar nombre y significado al proceso experiencial como en un ir colocando las emociones en su sitio. Me parece que lo interesante es no dejar este proceso inconcluso sino ir haciéndonos conscientes de lo experimentado. Como no siempre somos conscientes de manera simultánea del complejo mundo de fenómenos de la experiencia, ser uno mismo implica también aprender a escucharnos más y a darnos cuenta en el instante de la experiencia. El desajuste temporal entre experiencia y conciencia no es exclusivo del facilitador, casi todas las personas del grupo protagonizan también este fenómeno. Quizás ésta sea una de las razones por las que propongo limitar el tiempo de las sesiones de grupo en una duración de entre una hora y dos, quizás una hora y media me parezca lo más apropiado. Aunque el grupo tenga que continuar, me ha reportado grandes beneficios personales y grupales la realización de pequeñas interrupciones entre sesiones porque permiten procesar la experiencia y otorgarle significado. Cobra una especial relevancia en el sistema de facilitación centrado en la persona la genuinidad del facilitador. En algunas ocasiones, de acuerdo con la situación del grupo y de su ubicación en el trayecto vital, el facilitador podrá optar por no comunicar un sentimiento determinado respecto al grupo y colocarlo entre paréntesis porque siente que esta opción será más ventajosa para el proceso grupal, o decidirá priorizar alguna de sus posibles intervenciones ante el cúmulo de fenómenos experienciales que percibe en el momento; lo esencial será que tome conciencia de este estado circunstancial de acontecimientos percatándose de su proceso interno aunque elija, de momento, poner entre paréntesis parte de este proceso. Comparto, en este sentido, las aseveraciones de Germain Lietaer, y me aventuro a trasladarlas a la facilitación de grupos: “ A veces tenemos que sacar las castañas del fuego, enfrentarnos a emociones fuertes sin hundirnos, relacionarnos constructivamente con el odio y el amor sin acudir al acting-out, vérnoslas con los 62 ROGERS, C. El camino del ser. Barcelona: Kairós, 1987, 21. 71 halagos y las críticas del cliente respecto a nuestra propia persona; y tenemos que ser capaces de tolerar la ambivalencia. Compartir empáticamente el mundo del otro también implica poner nuestro propio mundo entre paréntesis, en el momento presente, y arriesgarnos al cambio personal a través del contacto con alguien que es diferente de nosotros mismos. Aventurarse en tal estado carente de ego es más fácil cuando nos sentimos como personas lo suficientemente independientes, con una estructura personal y un núcleo bien definidos”.63 Un facilitador será en mayor medida congruente si se va descubriendo a sí mismo gracias a la vivencia del propio sentimiento, si va conociendo sus propias reacciones, si se da permiso para vivir la experiencia que afecta a su persona, si está abierto a nuevas experiencias sin negarlas ni falsearlas, si se permite vivenciar más ampliamente los sentimientos y las sensaciones, si realmente él mismo confía en su organismo como centro de evaluación y regulación de su propia conducta, si tiene deseos, en definitiva, de convertirse en un proceso continuo de evolución personal. El segundo nivel de congruencia es el que se refiere a la unidad entre la conciencia y la comunicación. Aquello que se ha hecho accesible a la conciencia es lo que comunico; se trata de explicitar lo implícito. Comunicar mi mundo interior nada tiene que ver con emitir juicios evaluativos, abarca más bien mensajes conectados a mi referente, a mi núcleo interno, a mi sensación global de algo. Al existir una conexión entre la verbalización de la experiencia y la sensación que se ha hecho explícita en la conciencia es perceptible una coherencia entre el lenguaje verbal y no verbal del facilitador. Esta percepción hace que el grupo se sienta impregnado de transparencia fructuosa que es generadora de gran potencial comunicativo y transformador. Este nivel de transparencia representa también hacerse vulnerable, mostrarse tal como uno es, expresar mis sentimientos reales y no disfrazarlos u ocultarlos. Implica comunicarme totalmente en un proceso progresivo que nos ayuda a pasar de la opacidad a la transparencia. También en este nivel puede producirse un desajuste temporal entre la conciencia y la comunicación: “Experimento una sensación de satisfacción cuando me atrevo a comunicar mi realidad a otro. Esto está lejos de ser fácil, en parte debido a que lo que experimento varía en cada instante. Normalmente hay un desfase de tiempo, de momentos, días, semanas o meses, entre la experiencia y la comunicación. Tengo una experiencia, seguida de una sensación, pero sólo me atrevo a comunicarla cuando se ha enfriado lo suficiente para arriesgarme a compartirla con otro. Sin embargo, cuando logro comunicar lo que hay de verdadero en mí en el momento en que ocurre, me siento auténtico, espontáneo y vivo”.64 Comunicarse es un riesgo que vale la pena correr. De este riesgo es más probable que surja, desde las profundidades personales y del grupo, una emanación de contenido comunicativo con significado emocional. Esta energía que emerge es la auspiciadora de cambio y transformación y, a causa ese cambio interno existen muchas posibilidades de interacción y encuentro; y al fin y al cabo, el encuentro es el alimento de la vida. Tengo la impresión de que ésta es la actitud más facilitadora y el fundamento de las otras disposiciones de empatía y consideración positiva. Si la empatía LIETAER, G. “Autenticidad, congruencia y transparencia” en BRAZIER, D. Más allá de Carl Rogers. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1997, 29. 63 64 ROGERS, C. El camino del ser. Barcelona: Kairós, 1987, 22. 72 transmitida y el aprecio no provienen de la autenticidad se convierten en sí mismas en recursos y técnicas que no generan comunicación ni encuentro porque permanecen en el nivel de la habilidad y, como tal, es como si fueran exteriores a uno mismo porque no proceden de lo más nuclear de la persona. Me parece, entonces, que la autenticidad es impactante por sí misma y hace que las otras condiciones tengan efectividad porque son percibidas transparentemente, en caso contrario parecerían manipulaciones o falsificaciones de un rol especialista distante. También es posible que una persona realmente auténtica lleve aparejado un comportamiento empático y de consideración hacia el otro porque al transmitirse desde su núcleo se mantiene en contacto con su propio potencial que es de naturaleza constructiva. Por la confluencia de estas tres actitudes descritas estoy aprendiendo que, al final, todo consiste en el estar presente. Es como dejarse llevar por la intuición que nace de uno mismo conectado con el grupo y bucear en estas profundidades, dejándose estar, sin empujes ni aletas que ayuden a navegar, sino permanecer y sentir el balanceo a través del cual convergen las conciencias porque, en el fondo, todo es una mezcla líquida sin fronteras y no cabe sino sentirse parte de esta disolución y contemplar las reacciones transformativas que germinan permanentemente. 73 6.- LA RELACIÓN CON EL SÍ MISMO. TENTATIVAS DE FOCUSING. “Nos desarrollamos cuando nuestro deseo de vivir y de hacer cosas surge desde dentro de nosotros, cuando nuestros anhelos y deseos nos mueven, cuando nuestras percepciones y evaluaciones nos generan una nueva seguridad, cuando aumenta nuestra capacidad de estar en nuestra realidad y cuando somos capaces de tener en cuenta a los demás y a sus necesidades. Esto último no se opone al resto. Terminamos sintiendo nuestra propia existencia separada con la firmeza suficiente como para acercarnos sin miedo a los demás y a su realidad. Se trata de desarrollo cuando nos vemos orientados hacia algo que nos resulta claramente interesante y cuando queremos participar en ello. Se trata de crecimiento cuando algo que había permanecido inmóvil y silencioso se mueve y nos produce cierta inquietud interior. En definitiva, se trata de crecimiento cuando nuestra energía vital fluye de una forma novedosa”. ( Eugene T.Gendlin) Cada vez en mayor medida me parece que la autenticidad del facilitador entendida como comunicación significativa proveniente del sí mismo referencial constituye el marco experiencial más idóneo para promover un clima de desarrollo interpersonal y de crecimiento. Siento, cuando estoy en un grupo o en un espacio de relación interpersonal, que si soy capaz de atender al significado de mi propia experiencia en esta relación y de conectar con mis propios sentimientos que están implícitos en mi interior en este momento de la relación, la comunicación que fluye es realmente facilitadora. Quizás exprese un contenido empático o de consideración positiva, o quizás verbalice el nombre de una sensación que en el instante se hace presente en mi conciencia, o simplemente guarde silencio; pero si esta expresividad nace de mi sentir corporal, en contacto con la capa anterior a mi conciencia, noto como la intervención ha resultado intrínsecamente positiva. Al contrario, cuando percibo que mi respuesta interventiva proviene exclusivamente de la cognición, del pensar lo que más conviene en este momento para producir una respuesta facilitadora mientras intento abarcar con mi mente la situación global de la experiencia del grupo o de la relación, me percato que la expresión que pueda realizar no tiene casi ninguna incidencia en el proceso. No me resulta siempre fácil mantenerme en contacto con mi propio interior y atender a mi experiencia. La deformación profesional consistente en querer atender a la experiencia del otro en la relación y en el grupo, y en insistirme a mí mismo en la necesidad de responder empáticamente a partir del mundo de referencia del otro, para autoconsiderarme un buen facilitador centrado en la persona, un ser escucha para el otro y para el grupo, me produce, en múltiples ocasiones, una especie de contradicción interna entre lo que creo que debería hacer (o no hacer) y lo que realmente deseo a partir del impulso intuitivo que siento en el centro de mi cuerpo como lo mejor en el instante relacional. Sin embargo, siempre que confío en mi propio organismo de manera total y consigo que surja de mi sentir corporal una especie de conciencia intuitiva, tengo la sensación de otorgar alguna respuesta adaptativa al sentir del otro que parece tener un interesante potencial de ayuda. Llego a esta conexión conmigo mismo como en un proceso natural y no forzado. Es como mantenerme un momento en silencio, dejar a un lado la cognición y la aventura analítica de mi cabeza, mirar en el centro de mi cuerpo, en el pecho o en el estómago, dejar que surja alguna sensación que siento corporalmente, todavía no muy precisa, a veces ligera, otras veces muy densa o 74 pegajosa; respirar esta sensación como para darle volumen e intentar conferirle un significado con una imagen o una palabra que se ajuste. Es como ir y venir de la sensación corporal al significado en el que ya entra parte de mi cognición que esta vez emerge del propio sentir corporal. Cuando se ajusta siento un ligero alivio y noto que algo se mueve, entonces siento la seguridad de que mi organismo me indica la dirección correcta de mi intervención. Este proceso parece tener lugar en un corto espacio de tiempo, como en un flash y creo que tiene que ver con el resplandor inconcebible de la capacidad intuitiva que se siente libre de amenazas racionales y se permite acontecer sin restricciones. Aunque, también es muy cierto, no siempre sucede en cualquier momento ni en cualquier espacio, ni en todas las condiciones y, a pesar de desearlo, muchas veces no ocurre. He llegado a pensar que es reafirmando la conexión con mi propio núcleo interno cuando siento diluirme en el otro, y no al revés, es decir; poniendo siempre entre paréntesis aquello que pueda percibirme para ser totalmente el otro, para escuchar al otro en su totalidad siquiera sin escucharme. Cuando me escucho a mí mismo y en este escucharme auténtico voy superando los límites de mi yo, y en este saltar límites me hago vulnerable y sigo despejando las capas de las fronteras de mi conciencia, como si fuera pelando una cebolla, dejando que resuene en mi núcleo la manifestación del otro, entonces es como me siento confluir en el abismo situado debajo de la conciencia del otro. Quizás, en las profundidades, somos todos uno. En la búsqueda de dar un sentido a este proceso interno que me impulsaba a facilitar de una determinada manera y me hacía sentir cada vez más alejado, quizás erróneamente, de los marcos esquemáticos de las intervenciones exclusivamente empáticas de los facilitadores del Person-centered approach fue cuando descubrí focusing. El focusing65 constituye una de las más importantes aportaciones del filósofo experiencial y psicoterapeuta Eugene T. Gendlin nacido en Viena en 1926 y afincado en Estados Unidos, colaborador durante una docena de años de Carl Rogers e investigador incansable de los procesos terapéuticos en el intento de dar respuesta a las causas del funcionamiento de la terapia en unas personas y de su fracaso en otras. Focusing es el proceso de darse cuenta de una sensación corporalmente sentida a partir de la experiencia de notar cómo sentimos algo en el centro de nuestro cuerpo que tiene significado emocional; esta sensación tiene que ver con la globalidad de algo, un problema, una decisión, una relación personal, una situación existencial. Al conseguir otorgar significado a esta sensación sentida que surge como globalidad de algo, parece como si sintiéramos un alivio y el propio cuerpo nos indicara un nuevo paso, una nueva dirección. Se trata de descubrir como el cuerpo ya sabe lo que la mente todavía desconoce y de posibilitar una relación de confianza con nuestro 65 No es mi intención, en este capítulo, ofrecer un estudio detallado del Enfoque Corporal o focusing de Gendlin puesto que la riqueza de este instrumento de autoayuda, al mismo tiempo que filosofía de vida, requiere sin duda de más espacios específicos y mucho más desarrollados. Sólo pretendo dejar constancia de la significación que, para mí mismo y para mi tarea de facilitación, ha adquirido en los últimos años el aprendizaje -todavía impreciso por mi parte- de esta herramienta tan poderosa. En cualquier caso, el lector interesado puede consultar alguna bibliografía interesante sobre el enfoque corporal. Entre otros libros, cabe destacar: AMODEO, J. Crecer en intimidad. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1999. FLANAGAN, K. A la búsqueda de nuestro genio interior. Bilbao: Desclée De Brouwer, 2001. GENDLIN, E. Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal. Bilbao: Mensajero, 1988. SIEMS, M. Tu cuerpo sabe la respuesta. Bilbao: Mensajero, 1997. WEISER, A. El poder del focusing. Buenos Aires: Obelisco, 1999. 75 cuerpo que nos permite ponernos en contacto con la sabiduría interior que nos indica el siguiente paso para conducirnos hacia una existencia más satisfactoria con independencia de valoraciones externas y con autonomía frente al propio sistema de creencias. Cuando prestamos atención a una sensación interior que tiene que ver con la globalidad de algo parece que el mismo cuerpo, con el fluir de esta sensación, nos diera la respuesta a nuestra búsqueda. Lo extraordinario de la investigación de Gendlin es haber descubierto el funcionamiento de este proceso natural y haber determinado las pautas para su aprendizaje y su práctica. Gendlin ideó un mecanismo de seis pasos que nos ayudan a conectar con nuestro interior, con la sabiduría implícita de nuestro núcleo interno: Primer paso: despejar un espacio. Mientras intento describir brevemente el proceso de focusing puedes, estimado lector, intentar practicarlo por un momento, quizás descubras, como a mí me pasó, un sistema adecuado para ir conectando contigo mismo a ver qué hay. El primer paso consiste en crear un espacio para ti mismo. Busca un lugar cómodo, lejos de ruidos externos, como concediéndote unos minutos para ti mismo, para disfrutar de ti mismo unos instantes. Puedes sentarte relajadamente en una silla o en un sofá, cerrar los ojos, olvidándote también de los ruidos interiores, de lo que tienes en la cabeza, de las preocupaciones inmediatas, de lo que debes hacer, del trabajo estresante que te condiciona, de cualquier cosa que sea un ruido para ti en este instante. Intenta introducirte en el interior de ti mismo, como buscando un espacio para contemplar tu propia experiencia interna, de manera relajada y tranquila, sin forzar nada y deja que tu atención se concentre en el centro de tu cuerpo, en el pecho, en el estómago, en la garganta... aquí es donde acontecen los sentimientos y las emociones. Puedes respirar para concentrar tu atención en este centro, hazlo pausadamente como dándote tiempo de situarte en el momento presente después del ajetreo del día. Sitúate aquí, durante un minuto, en el centro de tu cuerpo y deja que tu atención permanezca aquí por un momento. Aparta de momento lo que pueda pesarte, deja espacio para ti mismo como observador, como intentando vivir una experiencia novedosa contigo mismo. Si empiezas a estar relajado y centrado en el interior de tu cuerpo puedes empezar prestando atención a tu estómago, a tu pecho, a tu garganta... y puedes decirte algo así como: “Parece que mi vida marcha bien, me siento realmente satisfecho últimamente ¿no es verdad?”. No contestes con tu mente, deja que surja algo, alguna vaga sensación que emerge del interior de tu cuerpo, mira cómo es, densa, asustada, vacilante... sea lo que sea deja que asome del interior. Date cuenta de cualquier asunto o preocupación que aflora y mira si puedes dejarla a un lado de momento, como encontrando distancia entre tú y ese algo que ha surgido, imagina que lo colocas a un lado, o debajo, o frente a ti mismo; no lo expulsas completamente pero experimentas un cierto distanciamiento entre tú y esa sensación vaga y difusa. Si consigues esa distancia vas despejando espacio para ti. Continúa preguntándote algo así como: “Si no fuera por eso, o a pesar de eso, ¿hay alguna otra cosa que se interponga para sentirme realmente bien?”. No te contestes tampoco, pregunta y espera a ver qué emana del interior, del centro de tu cuerpo. Respira 76 nuevamente esta sensación vaga, corporalmente sentida, como si le dieras volumen e intenta nuevamente dejarla a un lado, cerca de ti, pero distinta a ti mismo. Puedes ir repitiendo este breve proceso algunas veces, como si hicieras un inventario de lo que va surgiendo, de lo que hay entre tú y el sentirte realmente bien. Lo importante es que lo que mana venga del interior del propio cuerpo, no de los análisis racionales que tantas veces hacemos, y dejar que vayan fluyendo las distintas sensaciones. Pronto notarás que hay un gran espacio en tu interior dispuesto para lo que quieras enfocar, un espacio silencioso en el que has distanciado las estridencias que impedían sentirte realmente bien contigo mismo. Ahora ya puedes seguir en el camino de focusing. Segundo paso: formar el felt sense.66 Una vez ya disponemos de espacio interior, tu cuerpo está preparado para enfocar. Te puedes preguntar: de todas esas sensaciones de mi inventario ¿qué quiere ser atendido en este momento? Una vez más pregunta y espera. Deja que el mismo cuerpo elija el tema, la situación, el problema que desea enfocar en este instante. Si te resulta difícil esta elección tampoco hace falta preocuparse, puedes elegir de manera cognitiva alguna situación importante para ti, también puedes preguntarte cómo te sientes en estos momentos. En la vida, en el fondo, es como si todo estuviera conectado por lo que no es preciso delimitar tan específicamente un asunto que requiera enfoque por sí mismo. Cuando creas que puedes enfocar ese algo, ese problema, esa situación, esa relación, dirige nuevamente tu atención en el centro de tu cuerpo, en el pecho, en el estómago y observa qué ocurre con eso. ¿Cuál es la sensación global de ese algo? Pregunta y espera nuevamente, deja que tu cuerpo responda. Esa sensación global de algo es una sensación sentida corporalmente, con significado emocional, es el felt sense. Es todavía una sensación imprecisa que no tiene palabras, es algo que lentamente va apareciendo en el centro del cuerpo, es la globalidad de todo ese asunto hecha emocionalidad corporalmente sentida que se expande por el tórax o por el estómago o por la garganta. Quizás sea una sensación curiosa o sorprendente, distinta a lo que hayas podido imaginarte sobre lo que te genera este asunto cuando lo analizas con la razón, pero acoge esta sensación difusa como dándole la bienvenida, intenta respirarla, como expandiéndola. Permanece un rato con esta sensación como haciéndole compañía y aceptándola. En ocasiones no me resulta fácil dejar que surja de mi cuerpo una sensación de la globalidad de algo que deseo enfocar. Puede que me encuentre con cosas estáticas en mi mente que me impiden abrirme a los indicios emocionales de mi cuerpo. En la mente residen frases hechas, principios éticos valorativos de múltiples conductas, propósitos ignacianos sobre lo que debería sentir o hacer, sentimientos no aceptados y reprimidos y otras muchas cosas más. Quizás también te ocurra. Es cuestión de hacer silencio, de callar y escucharte, esperar y sentir. Si consigues alejar esos ruidos de la mente, respirar profundamente y centrar la atención en el centro de tu cuerpo, el pecho se abre lentamente y empieza a emerger la sensación sentida difusamente hasta que se expande. Estate con ella un rato dejándola estar ahí sin imponerle nada y ve percibiendo su cualidad emocional. 66 Sensación corporalmente sentida. 77 Tercer paso: conseguir un asidero. Esta sensación sentida ¿qué cualidad tiene? Intenta encontrar una palabra, una frase o una imagen que se vaya ajustando a esa sensación. Puede ser algo pegajoso, o “como apretado”, o “como una olla a presión”, o pesado, o punzante... Intenta algo que encaje, un ajuste entre la palabra, la imagen y la sensación. Desecha cualquier otra cosa que no se ajuste, no intentes imponerle a la sensación este asidero, deja que aparezca por sí solo con paciencia. Cuarto paso: resonar. Ve ahora del asidero a la sensación como preguntando ¿es realmente eso? ¿se ajusta de verdad? No contestes, pregunta y espera que el cuerpo responda. Tómate tiempo, al menos un minuto, para entrar en contacto de nuevo con la sensación. Deja que ella diga si se ajusta o no. Quizás notes un ligero movimiento, como si se abriera, como un pequeño alivio que acontece al descubrir el nombre que tiene. Recíbelo con curiosidad. Tal vez aparezcan nuevas palabras o imágenes que se ajustan mejor. Déjate llevar por ese balanceo desde la imagen o la palabra a la sensación moviéndote entre lo uno y lo otro y ve percibiendo los cambios que se producen. Normalmente puedes irte diciendo las palabras y dejar que vuelva la sensación, suele hacerlo en unos veinte segundos. Ve resonando hasta que coincidan exactamente. Puedes preguntarle a la sensación ¿Está bien así?. Pregunta pero no contestes, cuando encaja sientes algo así como: “¡Sí... es eso!” Tu cuerpo cambia al dar nombre correcto a la sensación, permanece con ello un minuto, no te des prisa. Respira. Al ajustarse sentirás un interesante alivio. Quinto paso: preguntar. Parece que ha llegado el momento de preguntar a la sensación sentida de qué se trata. Ahora pregunta a la sensación lo que es. Deja pasar algún tiempo hasta que el mismo cuerpo responda. Necesitas ayudarte del asidero para hacer preguntas a la sensación. Por ejemplo, si la palabra que encajaba era “presión”, puedes preguntarle a la sensación: “¿qué es lo tan presionante?”. No contestes, pregunta y espera que el cuerpo responda, la misma sensación se irá abriendo a medida que preguntes y esperes. A veces no contesta enseguida, pasa un minuto o dos con la sensación interrogada. También es conveniente hacerle otro tipo de preguntas: “¿qué es lo peor de todo ello?” o “¿qué es lo que realmente hay en eso?”. Lo importante de este paso es preguntar y esperar. Alejar los mecanismos racionales y esperar a que el cuerpo responda en forma de cambio corporalmente sentido. A veces este paso es el más difícil porque aparecen muchos pensamientos que hacen que la sensación permanezca inmutable. Intenta pasar de largo estos pensamientos y seguir enfocando el centro de tu cuerpo, en uno o dos minutos ya vas a poder percibir ligeros movimientos en la sensación, como si se abriera más y más. Por último pregúntale: “¿qué necesitaría para estar bien?” o “¿qué necesito para sentirme mejor?”. Dedica algún tiempo a esta pregunta y enfoca de nuevo la sensación, espera a que el cuerpo responda nuevamente e intenta respirar profundamente como tocando la sensación permitiendo que responda. En algún momento se abrirá, sucede cuando tiene que ocurrir, nosotros no lo controlamos. Si percibes algún movimiento corporalmente sentido, si puedes permanecer un rato con 78 esta ligera sensación aunque no sepas exactamente lo que es, estás haciendo correctamente el proceso del enfoque corporal. Sexto paso: recibir. Recibe con curiosidad cualquier cosa que haya surgido dándole la bienvenida. Acoge este pequeño cambio, que siempre es positivo, de la sensación. Respira este minúsculo movimiento como si le dieras volumen y valóralo porque forma parte de ti mismo. Agradece a tu cuerpo lo que te ha mostrado y acepta cualquier cosa que hayas experienciado. Puedes buscar alguna imagen para percibir más claramente este cambio que podrá ayudarte a recordarlo más adelante. Y protégelo de voces críticas. Si realmente posees esta actitud de estar recibiendo, lo que venga no te abrumará. Es probable que no puedas solucionar esta situación, problema o relación en algún tiempo, pero tu cuerpo te habrá dado la dirección para ello y después podrás intencionarlo. Recibir significa, en realidad, aceptar el cambio, por raro o extraño que pueda parecer. Con el recibir sentirás siempre un alivio corporal. Por eso el proceso de focusing es algo bueno. Ahora ya puedes ir despidiéndote del proceso, como generando una pequeña distancia adecuada entre tú y tu experienciar eso en este momento sabiendo que puedes volver a ello cuando lo desees. Cuando a tu cuerpo le permitas expresarse sin presiones tiene la magnífica sabiduría para tratar tus problemas, por ello el proceso del enfoque corporal no es una tarea dura sino simplemente el estar un corto tiempo amistoso dentro de tu cuerpo, y puedes abrir la puerta de tu interior cuando lo desees, tú y sólo tú tienes esa llave. ................................................................................................................ En realidad el proceso del focusing es un proceso natural. Es lo que hacemos normalmente, por ejemplo cuando hemos olvidado alguna cosa. Como que nos escuchamos interiormente centrando la atención en el centro de nuestro cuerpo hasta que como en un “¡zas!” aparece el recuerdo. El cuerpo sabe antes que la mente porque el cuerpo es el sujeto de nuestro propio experienciar. La técnica descrita, ideada por Gendlin, no es más que explicitar operativamente un proceso natural. Sirve para entrenarnos a conectar con nosotros mismos. Al principio puede resultar un poco más difícil, quizás sea interesante practicarla por parejas en las que una persona guía y la otra es guiada. Cuando tengamos más práctica se puede realizar por uno mismo. El focusing me ha ayudado enormemente en mi tarea de facilitar grupos. Antes de una intervención, ante una situación grupal y personal ya no me planteo qué tipo de respuesta es la más conveniente. Presto un poco de atención al centro de mi cuerpo, respiro y aparece una sensación intuitiva que me indica la intervención. Casi siempre funciona y parece generar un enorme clima potencialmente constructivo. Por ello me parece que, a pesar que el focusing siempre se asocia al primer nivel de la autenticidad, a la genuinidad del facilitador; es decir; al entrenamiento requerido para facilitar la armonía entre la experiencia y la conciencia, para mí resulta una autoaplicación de las tres actitudes relacionales a la relación con el sí mismo. En el focusing puedo ser autoempático, escucharme y comprenderme realmente; puedo ser auténtico conmigo mismo, comunicándome conmigo mismo sin prejuicios; y puedo tenerme autoestima o consideración positiva incondicional, aceptando y recibiendo todo lo que surja. A veces, en los grupos, dedicamos también un poco de tiempo a una sesión de focusing. Suele facilitar intensos momentos de toma de conciencia y facilita un clima de comunicación posterior significativa porque procede del proceso de experienciar 79 de cada participante. Ayuda a la aceptación de los diversos sentimientos que aparecen, aunque sean contradictorios, y fomenta la escucha y la aceptación entre los participantes. Relacionarse sanamente con uno mismo puede requerir, en muchas ocasiones, pautas de entrenamiento que favorezcan conectarnos con nuestro interior. El focusing puede ayudarnos mucho en este aspecto. Muchas veces, lo que pensamos y lo que hacemos no concuerda con nuestro sentir interno. A veces incluso ya no nos percatamos de lo que realmente sentimos, como si hubiéramos construido un muro entre nuestro pensar y nuestro sentir que ha quedado enterrado entre múltiples pensamientos y acciones de las que ni siquiera tomamos conciencia personal. En estas situaciones no vibramos, no nos sentimos vivos. Parece como si nuestro cuerpo interno, el lugar de las sensaciones, emociones y sentimientos estuviera extraordinariamente agarrotado y duro sin dejar espacio para la flexibilidad, para fluir experienciando y sintiendo. Cuando ocurre eso pagamos el precio de vivir desde afuera, como si siguiéramos un ritmo de vida robotizado y mecánico. Entonces no escuchamos ni nos escuchamos, no callamos ni miramos dentro de nosotros mismos a ver qué hay, no nos damos tiempo ni permiso para estar con nosotros mismos, como si nos tuviéramos miedo, no crecemos porque convivimos con la muerte psicológica. En estas condiciones no podemos facilitar un proceso fluyente de grupo porque nuestro quehacer en el grupo es distante y etéreo, frígido y gélido. Quizás dominemos teorías psicológicas y pedagógicas, conozcamos técnicas e instrumentos de facilitación pero somos incapaces de transmitir esa energía afectiva y emocional que sólo se contagia cuando hay vida sintiente que se expande. Y sin embargo, escucharse a sí mismo no es sencillo. Requiere intencionar volitivamente la disposición de aparcar por un momento los esteriotipos de la mente pensante y las consideraciones cognitivas provenientes de las valoraciones que hemos ido asimilando en nuestra racionalidad, y penetrar en ese lugar nuestro donde ocurren las sensaciones y las emociones para mirar con curiosidad el fluir de nuestras sensaciones significativas. Requiere visitar ese espacio sin miedo, dejando como de lado el temor a encontrar algo que puede no gustarnos, sabiendo que lo que hay nos pertenece y forma parte de nuestro proceso experiencial y esperando con convicción que nuestro núcleo interno más profundo está formado por un cúmulo de energía positiva que desea expandirse hacia fuera e impregnarnos de potencial constructivo. En esta autoconfianza reside el fundamento de la propia autoestima, es decir, de la disponibilidad inherente a sentirse bien con uno mismo que puede permitirnos la tendencia a aceptarnos tal como somos y a posibilitar la acogida a los cambios que irrumpen de nuestro interior. Y es verdad que dando nombre correcto a la sensación sentida interior sobre la totalidad de un problema o una situación no se soluciona inmediatamente este problema o esta situación. No obstante el mismo cuerpo puede indicarnos la direccionalidad adecuada sobre nuestro estar con este problema o esta situación y, casi siempre, lo hace de manera original, novedosa y creativa y nos ayuda a asumir la decisión que podamos adoptar porque proviene de dentro de nosotros mismos y no de la exterioridad de las consignas racionales de nuestro super-yo. El silencio es una maravillosa herramienta para permitirnos conectar con uno mismo. Es tan sencillo como permanecer solos un rato, callar y respirar y, dejando a un lado las tentaciones de los análisis racionales, impregnarnos de silencio para que fluya del centro de nuestro cuerpo el lenguaje de la sensación que significa más que las palabras. Con el silencio interior emerge un nuevo espacio que, a modo de engranaje, concita un flujo continuo de emoción y sentimiento que se va abriendo 80 camino en nuestro vivenciar . Desde ahí cobra sentido la capacidad de sorprenderse de uno mismo, de percibir el propio potencial constructivo, el poder personal que nos otorga la posibilidad de confiar en nuestro propio organismo y de ampliar el marco perceptivo de la conciencia que nos hace estar más abiertos al experienciar. Y a partir de esta riqueza interna resulta gratificante arriesgarse a salir fuera y permitirse ser vulnerable experimentando que el crecimiento es un proceso sin fin que tiene su raíz en el propio núcleo personal y en las relaciones de confluencia de las conciencias que, en este contexto de vulnerabilidad, podemos experimentar. Facilitar un grupo requiere, en fin, saber facilitarse uno mismo, y hacerlo también autoaplicándonos las condiciones necesarias y suficientes de la facilitación centrada en la persona: escucharse, aceptarse positivamente con aprecio y ser auténticos con nosotros mismos dando nombre correcto a lo que hay y no autoengañarnos. Se trata, en realidad, de reconocer que sólo yo puedo ser yo mismo y, en ese reconocimiento es cuando puedo permitirme ser más vulnerable y descubrir la fuerza intrínseca a esta misma vulnerabilidad que nos hace más abiertos a la experiencia y más capacitados para experienciar el fluir de la vida y la posibilidad de transformarnos. 81 7.- DISPONERSE, ENFOCAR Y OPERATIVIDAD DEL SISTEMA. DESENFOCAR. HACIA LA “Parece que no existe un agente más eficaz que otra persona para dar vida a un mundo propio, o para marchitar la realidad en la que uno habita mediante una mirada, un gesto o un comentario”. (E. Goffman) Apuntes para la combinación de actitudes El obstáculo más difícilmente abordable en un sistema de facilitación de grupos que se fundamenta en la intervención a través de las actitudes del facilitador consiste, sin duda, en la operatividad del modelo. Hacer operativo un modelo de liderazgo centrado en el grupo que sirva al mismo tiempo como orientación para la facilitación y como herramienta de aprendizaje conlleva algunos aprietos. El más acuciante parece ser la posibilidad de esquematizar conceptualmente una manera de estar presente ligada al proceso del grupo, teniendo en cuenta que este estar presente constituye la tarea más significativa de la facilitación y se basa en la disposición de las actitudes personales más que en las habilidades de la intervención. Sin embargo me parece imprescindible, en la búsqueda de la eficacia grupal, disponer de algún esquema de intervención que pretenda generar condiciones adecuadas -las más adecuadas-, para que un grupo pueda desprender todo su potencial como organismo social vivo en movimiento permanente de base interaccional. Y me parece también que el esquema que utilicemos debe ser en sumo grado coherente con los fundamentos filosóficos y psicológicos del sistema propuesto. Se trata, en todo caso, de armonizar un constructo de intervención con la disposición actitudinal, de encajar el sentir con el pensar y con el actuar del facilitador. Y de hacerlo con este orden de trayectoria, proveniente del sentir interno, dándole significado racional y ajustar la acción interventiva. Hemos aseverado, en los capítulos anteriores, que nuestro sistema de facilitación se basa en la manera de estar presente del facilitador en el grupo. El facilitador se dispone como persona a intervenir en el grupo y su presencia, más que sus recursos, es lo que fomenta las condiciones para el despliegue de la tendencia al crecimiento. Esta presencia vivencial consiste en la disposición interna de tres actitudes relacionales básicas: empatía, autenticidad y consideración positiva incondicional. El facilitador en el grupo está presente, pues, como ser escucha; sabe poner sus propios problemas y conflictos entre paréntesis y es capaz de ser totalmente el otro y desprender corporalmente esta comprensión profunda del ser del otro y del grupo. El facilitador está presente también como ser él mismo en el grupo; como persona genuina que percibe sus propios sentimientos y emociones internas y como persona vulnerable que fluye y comunica aquello que es internamente persistente. Y el facilitador está presente como persona que aprecia; como persona que es capaz de transmitir amor por los demás y que acepta y valida la experiencia del otro. La comprensión y el aprecio del facilitador son actitudes auténticas que proceden de su disposición interna nuclear. La interiorización de estas tres actitudes fundamentales por parte del facilitador y el comportamiento derivado de esta disposición, ejecutado de manera sincera y real, es lo que permite la creación de un clima de crecimiento, interacción y aprendizaje significativo y creativo en un grupo; y posibilita que el grupo realice su 82 propio proceso hasta llegar a un estado de cohesión grupal o de validación y eficacia con probabilidades de experimentar el estallido del encuentro. Intervenir desde esta metodología actitudinal significa entonces, además de disponer desde uno mismo de determinadas actitudes, exteriorizarlas conductualmente a través de actuaciones que transmitan empatía, autenticidad y consideración positiva tanto a las personas del grupo como al mismo grupo como organismo social vivo. La actitud, en cualquier caso, cuando se posee realmente, deviene una habilidad auténtica. La simple habilidad, por el contrario, si no nace de una actitud interior del facilitador, se convierte en una fachada, en una representación teatral. No se trata pues de “actuar” de una forma establecida, sino de “estar presente” de una manera determinada. Nuestra manera de hacer es, en el Enfoque Centrado en la Persona, el estar. Desde esta perspectiva no tiene sentido expresar en el grupo verbalizaciones como: “me parece interesante lo que acabas de decir”, o “tu comunicación me hace sentirme acompañado”, si estas sensaciones no son experimentadas realmente. Tampoco tiene ninguna relevancia positiva intentar expresar empatía a partir de verbalizaciones de reformulación como “me parece que lo que quieres decir es...” o “creo comprenderte cuando manifiestas...” si no experimentamos vivencialmente una comprensión profunda hacia la persona o hacia el grupo en este instante preciso. Y tiene todavía menos sentido el uso de manifestaciones que simulen autenticidad como “en estos momentos me siento...” si no comunico de manera sincera lo que en verdad experimento en el momento. Nuestra presencia no consiste en el uso de un lenguaje esteriotipado y definido, verbal o no verbal, que intente expresar determinadas actitudes que no se disponen interiormente; sino que debe basarse en el intento de aprender a sentir estas actitudes básicas relacionales y dejarlas fluir, y en este fluir actitudinal ir aprendiendo hábilmente a transmitirlas para que puedan ser percibidas coherentemente por el grupo. Tengo la impresión de que, a pesar de que nuestra práctica nos indica que las tres actitudes facilitadoras, en el fondo, confluyen en un compendio actitudinal global que convierte en una sola disposición la comprensión, la autenticidad y el aprecio; resulta difícilmente explicable para el aprendizaje y el entrenamiento de facilitadores la manera de transmitir simultáneamente en un momento preciso consideración positiva, empatía y congruencia, y hacerlo en una sola expresión de verbalización. A veces, en función de una determinada situación grupal o vivencia organísmica en el sentir del facilitador, se percibe desajuste entre el comprender profundamente la situación y reflejarla, considerarla positivamente o manifestar el sentimiento negativo que pueda generarle. En otras ocasiones el facilitador podrá optar, tanto si percibe como si no desajuste interno, por expresar una determinada actitud más enfáticamente con la finalidad de facilitar el crecimiento y el proceso del grupo. Esta necesidad de combinar las actitudes en la metodología que proponemos forma parte del terreno de las habilidades, entendidas esta vez como conducta que proviene de una disposición interna que impulsa una actuación facilitadora. Teniendo interiorizadas estas tres actitudes se trata de focalizar o enfocar alguna de ellas más intensamente según el momento en que el grupo se encuentra en su trayecto. Comprendamos enfocar como remarcar, dar luz en un instante concreto a una determinada intención. Como si en una habitación a oscuras llena de muebles enfocáramos con una linterna un determinado objeto. Los muebles están allí pero en realidad vemos sólo el objeto enfocado. 83 En la combinación actitudinal pasa una cosa parecida. El facilitador se dispone actitudinalmente, tiene interiorizadas significativamente las tres actitudes fundamentales y, en un momento adecuado, focaliza una de ellas que deviene conducta y habilidad en su expresión. Incluso en el interior del sí mismo puede focalizar una actitud para permitirse dejarse fluir en la conducta que se genera desde esa disposición interna actitudinal. ¿Cuándo es preciso manifestar más consideración positiva, o más empatía, o más autenticidad, teniendo en cuenta la disposición interna de las tres actitudes por parte del facilitador? Cada vez más surgen nuevas investigaciones que indican la conveniencia de las intervenciones en función del proceso psicológico manteniendo una base global y común en las actitudes del facilitador y potenciando un aspecto según la trayectoria.67 A partir de nuestra experiencia e investigación hemos llegado a diseñar un modelo de intervención en la facilitación de grupos en función del proceso.68 Intentemos explicarlo retomando las aseveraciones de la trayectoria del grupo del capítulo cuarto. En este apartado pretendía explicitar un esquema interpretativo para la trayectoria de los grupos. Podemos establecer la hipótesis en virtud de la cual la trayectoria tiene lugar de forma más coherente si el facilitador del grupo, en cada momento o estadio del proceso, disponiendo en su interior de las actitudes fundamentales, las combina de una manera determinada focalizándolas de forma distinta. Esta focalización distinta y combinada permite crear el clima adecuado para que el grupo avance en su trayectoria y llegue a la validación y cohesión. Esta hipótesis es aplicable también a la intervención en un grupo a partir de la tipología grupal, a partir del diagnóstico que denominábamos “parones y estancamientos” en el referido capítulo, por lo que puede resultar una herramienta útil de intervención en conflictos de grupo como facilitadores externos al grupo requeridos en algunas situaciones. Es fácil de entender que, en la base del “estar presente”, desde la metodología actitudinal, y disponiendo de las tres actitudes fundamentales como necesarias y suficientes, no será lo mismo intervenir en un grupo dependiente que en un grupo encantado. La forma en que combinemos las actitudes puede ser un buen sistema de intervención. Comentemos algo de este sistema combinatorio. 1.- Nacimiento de un grupo. 67 Las aportaciones de R. Carkuff en el campo de la relación de ayuda sobre las intervenciones del orientador y la adopción de determinadas habilidades en función de las fases del proceso terapéutico son muy interesantes. El lector puede encontrar una descripción de los distintos modelos de Carkuff en la publicación de GIORDANI,B. La relación de ayuda: de Rogers a Carkuff. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1997. Las aportaciones de G. Egan y su modelo de habilidades interpersonales hacen también referencia a las intervenciones en función de unas estrategias flexibles de acuerdo con el momento psicológico de la persona ayudada. Se puede ver en EGAN,G. El orientador experto. México: Wasdwort International Iberoamérica, 1981. Las investigaciones en el campo de la psicoterapia de Greenberg, Rice y Elliot van en esta línea. Se puede obtener un exhaustivo estudio de estas investigaciones en la obra ya citada de estos autores Facilitando el cambio emocional. El proceso terapéutico punto por punto. Barcelona : Paidós, 1996. 68 Hemos expuesto esta investigación en el marco del X Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona celebrado en Córdoba (Argentina) en octubre de 2000. También sugerimos este método en el libro del autor BARCELO, B. Centrar-se en les persones. Un model transformador d’intervenció socioeducativa. Barcelona: Pleniluni, 2000. 84 Cuando se forma un grupo con la finalidad de iniciar una tarea, en el comienzo de su trayectoria temporal, las personas del grupo suelen experimentar sentimientos de expectativa respecto a su facilitador. Con mucha más intensidad se experimentan estos sentimientos si el facilitador es alguien desconocido para el grupo, o si la mayoría de las personas que conforman el nuevo grupo son desconocidas entre sí. Me parece que lo significativo en los inicios es que el facilitador sea capaz de transmitir actitudinalmente condiciones que faciliten un clima de seguridad y confianza, como de impulso hacia delante para comenzar un proceso de creatividad, eficacia y comunicación. Como de “romper el hielo” inicial que se produce en los inicios. Me parece entonces que, aun disponiendo de las tres actitudes, si el facilitador enfoca con más intensidad su estar presente mostrando consideración positiva incondicional, promueve esta confianza necesaria en el inicio del proceso grupal (fig. 5). fig. núm. 5. Intervención en el nacimiento de un grupo Consideración Positiva Incondicional Empatía Autenticidad El ambiente adecuado puede generarse mostrando una actitud de calidez y acogida, manifestando su confianza en las capacidades del grupo y comunicando alguna de sus expectativas positivas. Me parece que esta actitud inicial de acogida y calidez es sustancial en el proceso de creación de un clima de seguridad y confianza. Rogers manifiesta algo de eso cuando afirma: “Suelo comenzar un grupo de un modo muy poco estructurado, quizás haciendo únicamente un simple comentario, tal como: 85 -Sospecho que, al finalizar estas sesiones grupales, nos conoceremos unos a otros mucho mejor que ahora-.”69 Si, por ejemplo, en los inicios del proceso un facilitador enfocara casi exclusivamente su disposición de autenticidad y, sobre todo si esta autenticidad estuviera formada por algunos sentimientos con elementos negativos, el grupo pudiera sentirse condicionado. Estas manifestaciones de autenticidad en el inicio, expresando opiniones por parte del facilitador en el ámbito de la tarea del grupo seguramente generaría un clima inicial de autoritarismo que resultaría poco propicio para el progreso eficaz del grupo. En realidad el clima de sentirse bien con el animador que ha mostrado consideración positiva incondicional al comienzo de la formación del grupo, hace emerger el primer salto del trayecto, la fase de expectación y dependencia, el primer paso del proceso evolutivo de la vida del grupo. Se tratará de disponernos, en esta fase, de otra manera porque si continuáramos con la focalización de consideración positiva el grupo tiene muchas posibilidades de convertirse en un grupo de la tipología laissez-faire en la que el animador rehuye cualquier responsabilidad y manifiesta aceptación por cualquier cosa que suceda también en el ámbito del quehacer del grupo. 2.-En la fase de expectación y dependencia. En este estadio que se ha suscitado, los miembros del grupo, acogidos por su facilitador, manifiestan sentimientos de dependencia y expectación, como que están abiertos a las sugerencias del animador e incluso solicitan indicaciones sobre lo que hay que hacer o decir, casi exigen estas pautas. Es imaginable que si el facilitador aportara estas pautas o indicaciones el grupo se mantendría dependiente y, en consecuencia, se convertiría en la tipología de grupo autoritario y jerarquizado que simplemente ejecuta las instrucciones de su líder. El facilitador no puede activar pues una disposición de autenticidad si está tentado a dotar al grupo de estas pautas. Tampoco puede mantener focalizada con exceso una actitud de consideración para evitar la ineficacia del laissez-faire. Me parece más significativo que, en este momento del trayecto, el facilitador refleje las demandas del grupo hacia el propio grupo para permitir que éste se haga responsable de sus propios problemas e inicie un proceso de autonomía en la resolución de sus dudas que le ayuden a la adopción de decisiones propias en las que estarán todos más comprometidos. Se tratará ahora de activar la disposición empática del facilitador (fig. 6). 69 ROGERS, C. Grupos de encuentro. Buenos Aires: Amorrortu, 1979, 54. 86 fig. núm. 6. Intervención en la fase de expectación y dependencia Consideración Positiva Incondicional Empatía Autenticidad Con esta disposición empática del facilitador en momentos de dependencia grupal podemos retornar las demandas del grupo al mismo grupo para que éste asuma su total responsabilidad. Con la focalización de la empatía el facilitador ayuda al grupo a la toma de decisiones y a no esperar que el animador resuelva sus problemas y tenga la iniciativa. Con las intervenciones reformulatorias que nacen de la disposición empática el grupo va sintiendo que el facilitador no es la solución porque las personas que conforman grupo experimentan que el líder institucional no resuelve sus problemas; en consecuencia van naciendo alianzas interpersonales en función de intereses y necesidades comunes y se puede iniciar una lucha psicológica por el poder. Se produce el salto al nuevo punto del trayecto, a la fase de frustración y contradependencia. 3.- En la fase de frustración y contradependencia. Si en una situación grupal de contradependencia y frustración, en la que el clima del grupo se caracteriza, entre otros muchos aspectos, por la experimentación de sentimientos negativos respecto al animador institucional del grupo, éste mantuviera manifestaciones conductuales priorizando expresiones de autenticidad y de comunicación de sus propios sentimientos respecto al grupo, parecería como si el facilitador justificara su presencia y sus intervenciones. O, lo que es más probable, se producirían enfrentamientos patentes entre el grupo y el facilitador que adoptaría una actitud defensiva ante las miradas de los participantes provocando un mantenimiento de un clima de rebeldía contra la autoridad establecida. 87 Me parece más procedente, en una situación de contradependencia o en un grupo paralizado en situación de rebeldía que el facilitador, disponiendo de las tres actitudes básicas, focalice manifestaciones de empatía y de consideración positiva incondicional, validando la experiencia del grupo, aun cuando pueda resultarle interiormente doloroso en algún instante. No dejará de ser un leve dolor pasajero que sin duda se aliviará cuando se percate de la evolución del grupo hacia un mayor crecimiento y desarrollo de su potencial. Con la activación de consideración y de empatía (fig.7) el facilitador ayuda al grupo a hacerse cargo de su clima y a tomar conciencia de su propia situación. Le ayuda, en fin, a dar un salto al próximo punto del trayecto, como si le colocara en un ambiente de resolución y cooperación que permite una mayor eficacia comunicativa y productiva. fig. núm. 7. Intervención en la fase de frustración y contradependencia Consideración Positiva Incondicional Empatía Autenticidad 4.- En la fase de resolución y cooperación. El grupo va reestableciendo su equilibrio sintiéndose comprendido por su facilitador y percibiendo aprecio en su quehacer y en su comunicar. El facilitador ya puede ser percibido, lentamente, como un miembro más del grupo por lo que, en este momento del trayecto puede iniciar manifestaciones de autenticidad. Puede permitirse ir comunicando, también, sus sentimientos negativos y positivos hacia la totalidad del grupo o hacia personas participantes, comenzando procesos de posibilidad de interacción. Se trata de mantener activadas las disposiciones de consideración y de empatía y de añadir a esta focalización la disposición auténtica (fig. 8). 88 fig. núm. 8. Intervención en la fase de resolución y cooperación Consideración Positiva Incondicional Empatía Autenticidad La combinación tri-actitudinal es la mejor manera de intervenir, por otra parte, en la resolución de los conflictos grupales. Esta disposición interiorizada de las actitudes necesarias y suficientes para la facilitación de grupos constituye, para mí, una de las mayores aportaciones de Rogers. Nuestro trabajo posterior tendría que ser, en todo caso, hacer operativa su presencia en los grupos. Por ello, en este momento del proceso grupal, las condiciones de posibilidad de avance del grupo residen en la creación del clima comunicativo necesario para que todas las personas del grupo se perciban aceptadas como sí mismas y puedan apreciarse dignas de aportar activamente su presencia en el grupo y su tarea. El facilitador, en este tramo del trayecto del grupo caracterizado por las iniciativas de cooperación, puede permitirse ser más sí mismo; puede y es conveniente que lo haga, mostrarse más auténticamente como un participante del grupo despojándose de su rol profesional y aportando elementos que fomenten la implicación en los ámbitos del sentir y del pensar del grupo. Es un buen momento para sugerir formas democráticas y consensuales en la adopción de decisiones y la resolución de conflictos. En este ambiente participativo, aunque todavía superficial, es altamente probable que el clima del grupo devenga eufórico a partir de la satisfacción de sus miembros. Se impone un nuevo salto en la trayectoria grupal hacia una fase de encantamiento. 5.- En la fase de encantamiento y fuga. Si en esta fase de encantamiento el facilitador del grupo mantuviese la focalización de la empatía y la consideración positiva incondicional, el grupo se 89 encantaría todavía mucho más llegando a formas desmesuradas de sentimientos euforizantes que producirían una disminución radical de la eficacia. El grupo viviría en un estado irreal y sectario que externamente se percataría como de manifestaciones emocionales positivas pero que, en realidad, ocultaría una falta de compromiso y exigencia para con uno mismo y para con el grupo. La eficiencia y la eficacia en la tarea estarían altamente en entredicho. La comunicación real y significativa resultaría enmascarada por expresiones falsamente positivas y fachadas de sonrisas y buen humor. Cabe, en este clima, por parte del facilitador, disponerse a poner entre paréntesis sus ganas de expresar consideración y empatía y enfocar verbalizaciones de autenticidad y congruencia, aunque sean expresiones de enojo y desconfianza; para permitirse la comunicación de sentimientos negativos que siente en su interior y ayudar al grupo, al menos, a dudar de la magnificiencia del clima en el que está inmerso. La focalización de la autenticidad (fig. 9) sonará posiblemente como un disparo destructor generador de caos, pero fomentará el interrogante y sacudirá las conciencias. En el emerger de este caos que desestructura está contenida la semilla hacia un nuevo orden que tenderá a aparecer. Antes, sin embargo, el desequilibrio acontece en forma de conflicto y enfrentamiento. Es un nuevo salto, un peligroso salto, quizás el mayor riesgo para el grupo. fig. núm. 9. Intervención en la fase de encantamiento y fuga Consideración Positiva Incondicional Empatía Autenticidad 6.- En la fase de desencantamiento y lucha. La vivencia del desorden y el desequilibrio que las personas del grupo experimentan en este ambiente de desestructuración provoca, casi siempre, tensiones 90 y enfrentamientos, luchas psicológicas entre subgrupos o personas, conflictos difíciles y sensaciones agresivas y angustiosas. La aceptación por parte del facilitador de todas estas expresiones grupales y personales, y la comprensión profunda del proceso interno de cada persona y del grupo, comportan una necesidad vital para ayudar al grupo en su camino. Lo que ocurre también, en este segmento temporal del proceso, es que el grupo ha ido percibiendo al facilitador como uno más, por lo que el animador tiene que seguir siendo él mismo, mantenerse en autenticidad. Es preciso entonces mantener activada la disposición a la autenticidad y enfocar nuevamente la empatía y la consideración positiva (fig. 10). Volvemos nuevamente a la disposición y a la expresión de las tres actitudes necesarias y suficientes de manera simultánea, global y precisa para que fluyan en un estar en el grupo como facilitador-persona que comprende profundamente y acepta válidamente las comunicaciones y, además, se permite ser sí mismo en el grupo. El facilitador es, a la vez, animador y participante. fig. núm. 10. Intervención en la fase de desencantamiento y lucha Consideración Positiva Incondicional Empatía Autenticidad Pero para que haya sido posible esta clase de presencia personal del facilitador ha tenido que producirse antes una presencia facilitadora en las fases anteriores del proceso. No se trata de distinguir presencias, el estar presente es una unidad en la manera de hacer del facilitador, pero sin duda esta unidad está conformada por aristas que confluyen y se expresan en distintos ángulos. Quizás a algo de ello se refería Rogers de manera poco sistemática cuando afirmaba: “Mi esperanza es llegar a ser en el grupo, en forma paulatina, un participante y un facilitador a la vez. Es difícil describir esto sin dar la impresión de que desempeño de modo consciente dos papeles disímiles. Si observamos a un miembro de un grupo que actúa en forma sincera, tal como es, veremos que, por momentos, expresa emociones, actitudes y pensamientos 91 cuya finalidad principal es facilitar el desarrollo de otro miembro. Otras veces, con idéntica autenticidad, expresará sentimientos o preocupaciones cuya meta obvia es correr el riesgo de un mayor crecimiento. Esta última descripción se aplica también a mi caso, salvo que tiendo a ser menudo la segunda clase de persona –o sea, la que se arriesga- en las últimas fases del grupo y no en las primeras. Cada faceta constituye una parte mía real, de ninguna manera un rol”.70 Y es esta presencia tri-actitudinal la que puede hacer posible suscitar la magia del acontecer a través de la cual un grupo inmerso en un ambiente caótico y desestructurado, de repente, establezca un nuevo orden superior que germina desde su seno de una forma casi milagrosa. Es el salto hacia la cohesión. 7.- En la fase de validación y cohesión. En un grupo en proceso de validación, cohesionado, parece adecuado despojarnos de nuestras habilidades facilitadoras, si las poseemos, y esforzarnos, una vez más, para ser uno mismo. Es una exigencia constante la de permitirnos ser auténticos, ahora más que nunca es una necesidad presencial en el grupo porque nuestra autenticidad que contiene ya la empatía y la consideración positiva, es nuestro estar presente como persona en el grupo, y este estar es altamente facilitador (fig. 11). fig. núm. 11. Intervención en la fase de validación y cohesión Consideración Positiva Incondicional Empatía Autenticidad El facilitador mismo ha sufrido un proceso de transformación personal interno en el transcurso del trayecto del grupo. Esta transformación tiene tintes de congruencia, de sentirse más sí mismo, un sentirse que se manifiesta a través de la vulnerabilidad y que transmite al otro y al grupo su sentirse. Esta autenticidad es 70 ROGERS, C. Grupos de encuentro. Buenos Aires: Amorrortu, 1979, 53. 92 también empatía y consideración, es una comprensión profunda del otro sin confundirse con el otro, y es una aceptación incondicional del otro sabiendo que es el otro y no uno mismo. La presencia del facilitador inmersa en la autenticidad, manifestando empatía y consideración positiva como unidad de intervención en el flujo comunicativo del grupo en cohesión, contiene un enorme potencial de ayuda que posibilita un clima de creatividad, eficacia y comunicación; y sienta bases sólidas para el encuentro. Al fin y al cabo cuando nos disponemos a ser más vulnerables parece que suscitamos sentimientos más auténticos de los otros hacia uno mismo. Este tipo de interacciones me parecen muy gratificantes. Abandonando defensas y máscaras, intentando ser nuestro yo real, quizás podamos disfrutar más de la vida. Sin duda es un riesgo, pero también nos alivia de la soledad y nos pone en contacto auténtico con otras personas. De nuevo, la intuición El modelo sugerido de combinación actitudinal no es sólo el fruto de un proceso de funcionamiento de la racionalidad reflexiva a través de la cual planteamos una hipótesis de intervención que vamos reconfirmando con la experiencia. Más bien tengo la impresión que se suscita a partir del experienciar mismo del facilitador en el grupo cuando intenta realmente disponerse actitudinalmente a partir de la interiorización de las actitudes fundamentales del Enfoque Centrado en la Persona. Es casi un proceso natural de facilitación que fluye por sí mismo desde el estar presente. En este sentido este modelo facilitativo no consiste en la adecuación de la intervención facilitadora a un esquema preconcebido desde la cognición, que previamente se conoce, y se intenta seguir miméticamente en la tarea facilitadora. Es decir, no es ninguna receta de intervención psicosocial como si se tratara de una fórmula matemática o mágica dispuesta para su aplicación. Me parece que es mucho más un reconocimiento que un conocimiento previo. Es un dar nombre a la experiencia del estar presente del facilitador en el grupo, es el significado mismo de la presencia facilitadora. Esta manera de combinar las actitudes en función del trayecto del grupo responde, pues, al fluir intuitivo del facilitador. Éste no se plantea, en el transcurso del proceso, si en un momento adecuado es preciso focalizar una u otra actitud. Lo que hace el facilitador es estar abierto a la experiencia grupal, percibir el significado profundo del experienciar del grupo, escucharse a sí mismo desde el lugar interno que enmarca su presencia de facilitación e intervenir actitudinalmente. Su proceso corporal intuitivo le indica la manera de intervenir. Y esta manera de intervenir que emerge desde el centro personal del facilitador contiene en su seno la focalización actitudinal más adecuada en el instante preciso. Estoy convencido de que un facilitador que se dispone actitudinalmente en un grupo desde el estar presente auténtico, comprensivo y de consideración positiva hacia el grupo, interviene de una forma que se ajusta considerablemente al modelo descrito. Y este intervenir con focalización surge de la propia capacidad intuitiva más que del planteamiento racional. En realidad lo más significativo es la propia congruencia del facilitador entre su sentir, su pensar y su hacer en el grupo. Es a partir de esta congruencia íntimamente personal cuando es posible un nuevo modo de percibir en el que la estructura del pensamiento no distorsiona la capacidad intuitiva. “Hablamos de que 93 hay que desprenderse del pensar y funcionar con lo sutil; no estar ahí, sí estar con, y esto se logra con la intuición”.71 Actuar por intuición no consiste en un impulso inicial de intervención a la manera de un intento de ver qué ocurre. Ni puede fundamentarse en intervenciones decididas a modo de ocurrencias irresponsables que permiten una autojustificación posterior del hacer del facilitador porque entiende que “ha intervenido por intuición”. Al contrario, la intuición presupone y precisa una conexión profunda con el núcleo interno personal, con el sí mismo auténtico, se basa en el escucharse desplazando los ruidos y hacer un espacio al silencio interior para dejar fluir la conciencia que se abre y suscita de pronto, como en un instante, un insight, una especie de significado percibido que tiende direccionalmente a una intervención. Esta unidad interventiva, si procede de la conciencia intuitiva, tiene una gran fuerza constructiva y es altamente facilitadora. Devolver el protagonismo a la conciencia intuitiva del facilitador no representa una vuelta al subjetivismo del romanticismo filosófico, ni quiere significar un desplazamiento de la razón. Constituye mejor un centrar la mirada hacia otro tipo de racionalidad, la racionalidad intuitiva que contiene la totalidad del ser corporalmente sentido y toda su experiencia, y se manifiesta desde un instante de incertidumbre que, en el silencio interior escuchado por el sí mismo, lleva en su seno la semilla creativa de la intervención facilitadora expresada como condición significativa hacia la posibilidad de una nueva interacción. 71 SANCHEZ , A. Estar presente. Desde Carl Rogers al enfoque holístico centrado en la persona. Buenos Aires: Holos, 1997, 186. 94 8.- DOS DESTREZAS PARA UNA ACCIÓN EFICAZ. “La conducta adaptativa de un grupo será la más adecuada cuando el grupo utilice los máximos recursos de la totalidad de sus miembros. Esto implica una participación máxima de todos los miembros del grupo, cada uno de los cuales realiza su contribución más eficaz...El líder del grupo que considera que su función principal es la de proporcionar las condiciones en las cuales los miembros podrán tomar decisiones por sí mismos, está desempeñando un papel muy diferente del que desempeña un líder que gasta sus energías tratando de crear los medios más eficaces para comunicar al grupo sus decisiones, y que generalmente debe motivar al grupo para que las lleve a cabo”. (Thomas Gordon) Factores de eficacia Un grupo no es un conjunto de personas reunidas exclusivamente para un proceso comunicativo e interaccional. Los grupos no viven sólo de palabras. Al contrario, los grupos se forman para la realización de una tarea, para llevar a cabo una acción. Ya me he manifestado, en anteriores capítulos, sobre mi profunda convicción, a partir de mi experiencia, según la cual un grupo resulta mucho más eficaz y creativo en su acción si el clima que promueve en su ámbito de la sensibilidad es adecuado, si tiene condiciones comunicativas e interaccionales en su ámbito afectivo; y he intentado aportar elementos para favorecer estas condiciones en la dinámica interaccional del grupo. Sin embargo existen también otros factores, situados más en el espacio de la racionalidad, que inciden significativamente en el desarrollo de una acción eficaz de un grupo. Y estos factores incidentes deben ser tenidos en cuenta por parte del facilitador para ayudar al grupo en su tarea. La eficacia de un grupo se define como la adecuación de la acción a los objetivos del grupo. Un grupo es eficaz si da cumplimiento a los objetivos que ha establecido. Para hacerlo posible se precisa de una cierta anticipación del producto por medio de objetivos comunes. Si un grupo no establece metas en su quehacer difícilmente tendrá conciencia de eficacia ni podrá valorar el grado de esta eficacia. Y no será eficaz porque no tendrá moral de grupo. La moral del grupo es la percepción subjetiva del grupo respecto a la progresión que el grupo realiza en relación a sus objetivos. Si el grupo percibe progreso se eleva su moral y, por consiguiente, su motivación es mayor. Ayudar al grupo a la anticipación permite que las personas del grupo perciban sus objetivos no como elemento externo sino como proceso de interiorización. Fomenta que las personas del grupo hagan suyos los objetivos grupales, los intencionen. En este sentido la anticipación transforma un objetivo en una intención. La intención forma parte del interior de las personas, el objetivo es un producto deseado externo. La intención es el significado de la conciencia pensante y sintiente y consiste en un tender hacia. Como tendencia es dinámica e impulsa al grupo hacia una acción. La anticipación quiere decir situarse en el futuro. No en cualquier futuro, no en un futuro de la acción grupal meramente posible, sino en el futuro deseable para, 95 desde esta ubicación, reflexionar sobre nuestro presente para actuar de tal manera que podamos acelerar el proceso de cambio y promover este futuro hacia el que aspiramos. Así, la anticipación es una actitud mental, situada en el espacio de la racionalidad del grupo. Esta anticipación procura hacer probable el futuro objetivado como deseable. Es pues una actitud pragmática: planteamos la situación deseable, vemos los caminos posibles para llegar a ella, intuimos los procedimientos que podemos utilizar y nos motivamos a actuar eficazmente. La utopía del grupo deviene así prospectiva y, por tanto, posible. Desde esta anticipación podemos intencionar los procesos. Es decir, concretar la esperanza y la posibilidad en un proyecto de cambio, un proyecto compartido por todas las personas del grupo que contiene las estrategias y los recursos para nuestra acción interventiva grupal. Es preciso, sin embargo, intencionar desde el lugar en el que nos encontramos. Habrá que ayudar al grupo a estar abiertos a la propia realidad y a su contexto. Habrá que hacer un análisis riguroso de la realidad para percibir la situación del sistema contextual actual y definir nuestra acción. Únicamente cuando estamos abiertos a la realidad, al contexto de la acción del grupo, podemos diseñar las estrategias y buscar los recursos para transformarla, para incidir. Estas estrategias, coherentes con nuestras actitudes, podrán ayudar a una acción más eficaz y creativa. Además de anticipar e intencionar, otro de los factores de eficacia consiste en la disposición de un método de trabajo conocido y acordado por todas las personas del grupo. Para ello es preciso asegurarse de que toda la información está al alcance de todos los miembros del grupo. Me parece que es mejor disponer de un método compartido que de un método impuesto, a pesar de que éste último parezca “más eficaz” al facilitador. Cuando el método es compartido las personas del grupo se sienten más implicadas y comprometidas con la tarea y sienten una mayor motivación. El compromiso y la motivación son fundamentales para la eficacia. Existen algunos factores más que inciden significativamente en la eficacia del grupo. La distribución de responsabilidades y compromisos entre los miembros del grupo es, quizás, uno de los más significativos. No se trata tanto de plantear responsabilidades compartidas por varias personas como de que el mismo grupo asigne responsabilidades y compromisos a cada uno de sus miembros. El encaje en la ejecución de estas responsabilidades, cuando cada persona se siente realmente protagonista en el proceso de cumplir su compromiso, permite la solución de un puzzle de tareas que, en su complejidad, constituye la acción del grupo. Para ello, es cierto, se precisa que la función coordinadora del facilitador se base en un sistema adecuado que haga fluir las comunicaciones y las informaciones en el ámbito del quehacer del grupo. Será preciso, sin duda, fomentar espacios de feed-back en el espacio de la racionalidad del grupo para proveer esta fluidez, esta puesta en común sobre el desarrollo del proceso de ejecución de responsabilidades y compromisos. Los espacios y tiempos destinados a la manifestación colectiva de este proceso suelen ser más efectivos que la dinámica de “despachar” individualmente con el coordinador. El compartir en grupo genera un mayor compromiso desde la participación que, finalmente, se convierte en una mayor presión grupal hacia el individuo que se compromete y, de nuevo, incita hacia una mayor motivación. Buscando la eficiencia También el tiempo es un factor significativo en la eficacia. El tiempo convierte la eficacia en eficiencia. La eficiencia de un grupo consiste en la adecuación de la acción del grupo a sus objetivos en el mínimo tiempo posible. Es pues un concepto de 96 rentabilidad en la acción grupal. La eficiencia en un grupo se obtiene siempre que se controlen los tiempos y los espacios y se ajuste el proceso de la acción del grupo a una secuenciación temporal establecida con un tiempo limitado. Así, el compromiso y la responsabilidad de cada miembro y del grupo en su conjunto se enmarcan en un segmento temporal, en un tiempo limitado. Esta segmentación con un tiempo límite ejerce de mecanismo de presión sobre el grupo para que realice su acción en el momento pertinente en el cual todo el proceso debe finalizar y todas las tareas preparatorias deben haber acabado. He ido aprendiendo que los grupos parecen más eficaces si disponen de tiempos para cada acción interna. Tiempo para su comunicación afectiva, tiempo para compartir espacios y momentos lúdicos, tiempo para su espacio de la racionalidad y la planificación y evaluación de su acción. Estos tiempos, separados entre sí, permiten un centramiento en aquello esencial del grupo en un momento dado y, por ello, evitan la mezcla de todos los aspectos situados en ámbitos distintos y la dispersión. El aprovechamiento de este tiempo se intensifica si el grupo dispone de constancia anticipada de los aspectos a resolver, es decir; si tiene la capacidad de repartir el segmento temporal entre los distintos elementos que deban ser tratados. No se trata sólo de conocer lo que tradicionalmente se designa como “orden del día”, sino de asignar marcos temporales para cada punto de este “orden del día”. Si cada elemento que tiene que ser considerado por el grupo está acotado en un marco de tiempo quiere decir que tiene posibilidad de ser resuelto; y la percepción de esta posibilidad por parte de las personas del grupo abarca la intención de hacer probable su resolución, lo que genera una mayor implicación y un más alto grado de compromiso en su decisión. Por último, si el grupo explicita los acuerdos y los compromisos adoptados para la resolución de los distintos elementos o para la planificación de la acción del grupo, se produce un mayor grado de asumción de responsabilidad de las personas para ejecutar las decisiones que garantiza, en buena parte, que la acción decidida sea realizada. El grupo actúa, en este caso, como factor de presión y motivación hacia el individuo que ha tomado una responsabilidad y un compromiso, el cual quiere sentirse aceptado y valorado por el grupo en su quehacer. Se siente, pues, impulsado hacia delante en la acción pretendida para que devenga real aquello que se intuye como posible. Agilidad y animación: el ritmo desenfrenado y el revulsivo de la metáfora A partir de nuestra experiencia hemos significado que el compendio de estos factores generadores de eficacia y de eficiencia grupal pueden ser impulsados por el facilitador de un grupo en base a la disposición de dos destrezas que complementan su estar presente actitudinal. Las hemos denominado destreza de la agilidad y destreza de la animación. Parece que en el espacio de la racionalidad del grupo y en el espacio de su tarea externa estas dos destrezas tienen una relevante influencia para el impulso de una acción creativa y eficaz. Hemos aprendido que si complementamos nuestro estar presente actitudinal que abarca las actitudes de empatía, consideración positiva y autenticidad, con un mostrarnos ágiles promoviendo un determinado ritmo acelerado en la tarea del grupo, y animados, con una especie de sentido lúdico; el grupo se muestra más eficaz y creativo. No conozco muy bien todavía los fundamentos profundos que pueden secundar la influencia efectiva de estas destrezas en la acción del grupo, y son 97 necesarias, sin duda, unas mayores cantidades de experimentaciones que puedan confirmar o modificar esta hipótesis de intervención. Sin embargo mi experiencia me indica que son destrezas que generan un potencial significativo para que un grupo realice su tarea más eficazmente y con mucha mayor creatividad. Como destrezas provenientes del facilitador forman parte de su sentir interno, de su manera de intervenir, de su estilo. Por lo que no se trata tanto de sugerir recursos útiles para la impregnación de ritmo o de sentimiento lúdico sino de mostrar agilidad y animación. Me parece posible y conveniente la combinación de estas dos destrezas en una unidad compleja interventiva en la que se muestren ambas simultáneamente. Si no fuera así, estaríamos hablando, en realidad de estilos distintos y contradictorios. Me ha resultado gratificante encontrar esta consideración en el manual de Alfonso López Caballero cuando manifiesta: “La oscilación posible entre la eficacia y la simpatía es una duda perpetua latente en todo líder de grupos. Nos encontramos, de hecho, ante dos posibles estilos de dirección, presentes en cualquier organización o colectivo humano”72 . Percibo, a diferencia de López Caballero, que no sólo son destrezas no contradictorias entre sí sino que son perfectamente combinables y que, en realidad, es esta combinación sintética entre ambas la que genera una nueva destreza ágil-animada que promueve un clima de creatividad y de eficacia. En un reciente libro sobre la psicoterapia de Carl Rogers, su colaboradora María Villas-Boas –fallecida en 1994- comenta la transcripción de una de las últimas entrevistas de demostración del maestro que tuvo lugar en un seminario realizado en 1983, cuatro años antes de su muerte. En uno de estos comentarios -refiriéndose a la evolución de Rogers en sus entrevistas- expresa Villas-Boas: “Dos cambios son evidentes, en primer lugar utiliza un abanico de técnicas mucho más amplio que la simple reformulación de lo que el cliente dice y la clarificación de sentimientos. Usa la interpretación, las señales del cuerpo de la cliente para traerla al aquí y al ahora, metáforas, humor, exagera y repite sus comentarios de autodesprecio para acentuar lo absurdo y la anima a ser precisa en la evaluación de sí misma. En segundo lugar, Rogers se permite a sí mismo ser directivo. Formula hipótesis acerca de la fuente de los problemas y las comprueba abiertamente para verificarlas; además, introduce temas nuevos y rompe silencios”.73 Podemos entrever, a través de esta referencia, que el maestro ya intuía la significación en su estilo de la metáfora y el centramiento en lo esencial como destrezas facilitadoras. Sin haber expresado un compendio adicional teórico a sus “condiciones necesarias y suficientes” parece que Rogers ya desarrolló en los últimos años estas habilidades en su manera de entrevistar. Me parece plausible que esta disposición conjunta de ambas destrezas tenga que ver con lo manifestado por Csikszentmihalyi en una de sus extraordinarias publicaciones : “Un tercer rasgo paradójico se refiere a la combinación afín de carácter lúdico y disciplina, o responsabilidad e irresponsabilidad. Es indudable que una actitud lúdicamente alegre es típica de los individuos creativos... Pero este 72 LOPEZ, A. Cómo dirigir grupos con eficacia. Madrid: CCS, 1997, 135. 73 FARBER, B. y otros. La psicoterapia de Carl Rogers. Casos y comentarios. Bilbao: Desclée De Brouwer, 2001, 100. 98 carácter lúdico no llega muy lejos sin su antítesis, una cualidad hecha de tenacidad, resistencia y perseverancia.”74 Con la destreza de agilidad me refiero a la disposición del facilitador a generar actividad. Se trata de que con su actitud el facilitador ayude al grupo a centrarse en la tarea y a obviar la dispersión sugiriendo al grupo cuando es necesario que nos debemos centrar en el contenido de lo que estamos tratando. Se trata también que el facilitador genere ritmo, presione temporalmente como si dijera: “¡Va, manos a la obra...!” o “¿empezamos?”. Y se trata, en fin, de que el facilitador recuerde los límites temporales y él mismo sea congruente con la disposición del tiempo del grupo: puntualidad al iniciar y finalizar la sesión, y coherencia con las acotaciones de tiempo determinadas por el grupo para cada tarea. Esta destreza de agilidad y de impulso de ritmo rápido conlleva la capacidad moderadora del facilitador fomentando la implicación de todos los miembros del grupo, alimentando el feed-back, mostrando interés por lo expresado, centrando continuamente el tema de discusión y explicitando los acuerdos adoptados para reafirmarlos. Una destreza de agilidad sin humor no despierta la creatividad grupal. La animación es una destreza por medio de la cual el facilitador transmite entusiasmo, se presenta de manera simpática ante los miembros del grupo y hace uso del lenguaje metafórico, a veces irónico, para elucidar la situación del grupo. Con esta destreza el facilitador, a través de la metáfora y de su propia gestualización promueve la creatividad y la originalidad del grupo que se siente libre para aportar nuevas ideas y superar los límites conceptuales a que puede estar sometido. Se trata de dar también importancia a la ambientación de los espacios, a la presencia de nuevas ideas, a la experimentación, al riesgo, a lo lúdico, al humor y a la fiesta celebrativa.75 La destreza de la animación no consiste exclusivamente en el uso de la ironía. La ironía del facilitador puede ser hiriente y puede usarse para esconder la 74 CSIKSZENTMIHALYI, M. Creatividad. El fluir y la psicología del descubrimiento y la invención. Barcelona: Paidós, 1998, 84. 75 Mientras estaba redactando el manuscrito de este libro apareció publicado un estupendo libro de lectura amena y muy bien fundamentado cuya referencia es IDÍGORAS, A. (Ed.). El valor terapéutico del humor. Bilbao: Desclée De Brouwer, 2002. En esta publicación se presenta un completo estudio sobre la capacidad facilitadora del humor en distintos ámbitos y contextos. Sin duda será un valioso instrumento de trabajo para aquellos animadores de grupo que se acerquen a nuestro enfoque y deseen entrenar esta destreza del sentido lúdico que hemos sugerido. También en el transcurso del verano de 2002, cuando seguía trabajando en este libro tuve la oportunidad de recibir en mi casa al Dr. Claudio Rud, uno de los más expertos psicoterapeutas rogerianos actuales. Acababa de regresar del Congreso Mundial de Psicoterapia celebrado en Viena en el que había presentado una ponencia muy hermosa que tituló: “Metáforas y complejidad. Una sintaxis posible de la constitución y configuración del acontecimiento terapéutico desde el acercamiento centrado en la persona”. Fue una gran satisfacción por mi parte comprobar como en el texto de la investigación el Doctor Rud abogaba por el lenguaje metafórico o figurado más allá del reflejo como manera de estar presente facilitadora en el acontecimiento terapéutico. Reproduzco algunos pasajes de la maravillosa exposición de Claudio Rud: “Es esta modalidad del lenguaje en su carácter ambiguo, oscuro, críptico y multisignificativo, la que pretendemos reivindicar. No sólo como instrumento idóneo en la función psicoterapéutica, sino como modo de presentación de lo real en nuestra tarea. El lenguaje figurado es el que permitirá dar cuenta de ese suceso, iluminando desde ahí la función del terapeuta y, a nuestro modo de ver, su utilidad en psicoterapia... Quisiera continuar con una afirmación de carácter metafórico: la realidad es en sí misma metafórica. Esta afirmación podría entenderse en varios sentidos, y justamente por eso, afirmo que es metafórica. Dada la riqueza polisémica de la manifestación de lo real, habitualmente es accesible desde esa caracterización... Cuando una metáfora funciona, no sólo causa la extrañeza de lo imposible, o invita a hacer proyecciones entre las categorías implicadas, sino que, además proporciona una experiencia propia, una visión, una actitud afectiva, que se impone al significado literal”. 99 autenticidad del propio facilitador tras una máscara relativamente humorística que no ayuda al grupo en su quehacer. La destreza consiste más bien en el uso delicado de la metáfora como revulsivo para ayudar al grupo a la toma de conciencia y, a través de este percatarse, impregnarlo de impulso para una acción creativa. Me parece que esta síntesis de agilidad-animación, de ritmo desenfrenado y revulsivo metafórico, de eficacia y simpatía, de lógica racional y juego afectivo, de matemática y poesía; produce una nueva unidad interventiva facilitadora que, en mi experiencia, transmite al grupo un impulso de proyecto con grandes posibilidades de generar acciones eficaces y creativas. Tomar decisiones: la importancia de la coherencia metodológica Una de las funciones que con más frecuencia realiza un grupo con un enfoque centrado en la persona consiste en la adopción de decisiones en su nivel organizativo. A diferencia de otros grupos de carácter más jerarquizado o autoritario, en los que los miembros de un grupo son llamados a ejecutar las decisiones tomadas por su líder institucional, los grupos de funcionamiento democrático y en mayor medida aquellos que quieren fundamentarse en las bases de un centramiento en las personas, necesitan disponer de un método eficaz de toma de decisiones compatible con los principios sustanciales del Enfoque Centrado en la Persona. La decisión constituye una acción interna del grupo referida tanto a los contenidos de la tarea como a los procedimientos para llevarla a cabo, que tiene la intencionalidad de conseguir un resultado deseado. La manera como los grupos adoptan las decisiones forma parte de la estrategia utilizada para hacerlas posibles y eficaces. En realidad, la forma de adoptar decisiones en un grupo, el estilo del proceso de toma de decisiones y los procedimientos que se emplean para llevar a cabo este proceso representan un síntoma muy evidente del nivel de cohesión y evolución de un grupo. Así lo manifiesta, al menos, Klaus Antons, uno de los mayores especialistas de la dinámica de grupos moderna. Dice Antons: “ Casi se puede aventurar la hipótesis de que la forma en que un grupo emite sus decisiones constituye un indicador del nivel de madurez de un grupo, lo cual no quiere decir que la solución democráticoformal o la del consenso sean por sí mismas más o menos maduras o inmaduras: también un grupo grande, que durante mucho tiempo se ha abierto paso a través de diversas formas de hallazgo de soluciones, puede en ciertas circunstancias recurrir de nuevo al procedimiento democrático-formal de la votación; la ideología del consenso puede hacerse asimismo disfuncional e irreal”.76 En cualquier caso parece conveniente adoptar un procedimiento de toma de decisiones coherente con la voluntad de implicación de todas las personas del grupo, alentador de la participación y la cooperación colectiva, generador de compromisos y de asumción de responsabilidades que posibiliten la ejecución de la acción acorde con la decisión tomada y, en fin, que resulte satisfactorio a las personas del grupo porque permita el ejercicio de la libertad y de la elección. Este ejercicio de la libertad y de la elección comporta que la decisión supone una opción y, como tal, debe referirse a diversas y plurales posibilidades que permitan optar. Este proceso de optar no se remite exclusivamente a los elementos racionales y organizativos sino que contiene también aspectos afectivos y emocionales, incluso inconscientes que afectan a la misma decisión. A veces quizás pueda sorprendernos 76 ANTONS, K. Práctica de la dinámica de grupos: Barcelona: Herder, 1978, 171 100 como la especificidad de alguna interacción entre dos personas de un grupo, una simple observación o verbalización de alguien, una postura corporal, una expresión de admiración o de envidia y desprecio, influyen de manera extraordinaria en la decisión. Quizás esto explique parte de las dificultades en que se encuentran los grupos para tomar decisiones eficazmente. Para optar eficazmente, sin embargo, es conveniente que el grupo dedique espacios y tiempos a definir correctamente el problema o el conflicto sobre el que tiene que decidir. La función del facilitador, en este ámbito, es la de intentar que afloren a la superficie la pluralidad de las visiones y percepciones de todos los miembros del grupo, garantizando, mediante la implicación, que las distintas experiencias y los nombres diversos que damos a una misma experiencia sean compartidas y conocidas por las personas que conforman grupo. Y en este compartir resulta imprescindible abordar un proceso de consenso para determinar comúnmente cuál es la situación que requiere solución y decisión colectiva. Sólo una vez que hayamos podido abordar y acordar el problema objeto de la atención del grupo es posible iniciar un procedimiento democrático y centrado en el grupo que conlleve a una determinación decisoria. Sólo a partir de un consenso inicial será plausible un consenso final validado que permita una decisión grupal que comprometa a todos. Y entre consenso inicial y consenso final se tratará de posibilitar un procedimiento adecuado para asegurar la eficacia en la respuesta del grupo a una determinada situación conflictiva. Basándonos en esta definición exacta del problema acordada por todas las personas del grupo es conveniente, como segundo paso, incitar a la búsqueda de soluciones. Una de las mejores maneras para empezar a encontrar una solución adecuada consiste en motivar a las personas del grupo a que, sin tapujos ni análisis previos, propongan, a modo de braimstoorming o lluvia de ideas, todas las soluciones posibles que se les vayan ocurriendo en un ejercicio de creatividad y anticipación. En este momento del proceso el facilitador hará lo posible para recoger todas las ideas y propuestas de solución evitando que él mismo y los demás miembros del grupo adopten una actitud de juicio evaluativo con alguna solución. Lo importante ahora es participar en un ejercicio sumativo de ideas que permita la creatividad y la originalidad en lo aportado para lo que resulta necesaria la evitación de cualquier conducta tendente a la anulación o represión de una posible idea o propuesta. En mi experiencia, procuro aplicar, en esta situación procedimental, alguna de las múltiples técnicas de trabajo grupal existentes para favorecer la implicación de todas las personas y la aportación de ideas plurales. Desde el torbellino de ideas, la técnica del grupo nominal, el giro... se puede fomentar la participación de las personas y la creatividad de sus aportaciones. Pero con técnicas o sin ellas, lo significativo es poder disponer de un compendio de propuestas que nos permitan un espacio de múltiples posibilidades para acordar lo que nos parece adecuado sin partir de prejuicios previos o de falsas soluciones rutinarias que surgen cuando no ha habido ningún esfuerzo para probar de imaginarnos cosas diferentes aunque, a simple vista, puedan parecer absurdas. Desde la complejidad de disponer de múltiples alternativas podemos recuperar el espíritu de análisis crítico que nos conlleve a realizar, juntos, una síntesis y una selección de las soluciones sugeridas. Se trata, en fin, de evaluar cada solución en función de criterios aceptados y vislumbrar las consecuencias posibles que se derivarían de cada una de ellas. En realidad nos situamos en un espacio de futuro posible a través del que visualizamos imaginariamente la nueva situación que emergería con la solución propuesta. De nuevo se trata de anticipar el futuro posible y 101 captar si se acerca al futuro deseado. Anticipando lo posible es cuando podemos intervenir en el camino y adoptar la decisión más adecuada. Y a partir de este análisis anticipatorio el grupo puede proceder a adoptar una decisión por consenso asegurándonos que todas las personas del grupo participen y se comprometan en la misma, porque sólo desde el compromiso colectivo existirán posibilidades y garantías de que esta decisión sea ejecutada intencionadamente. Faltará, en este procedimiento, planificar correctamente la acción decidida, distribuir responsabilidades y asegurarse de la disposición de los recursos necesarios para garantizar una acción eficaz. Por último, me parece imprescindible proceder a una evaluación de la intervención realizada que nos podrá ayudar a obtener nuevos elementos para futuras intervenciones. Asegurarse de generar espacios y tiempos para la evaluación y disponer de instrumentos significativos para la misma es una responsabilidad del facilitador que, lamentablemente, en demasiadas ocasiones se pasa por alto y, por consiguiente, se pierde un poderoso recurso para el aprendizaje del grupo desde el mismo grupo desaprovechando su enorme potencial. Es verdad que muchos grupos adolecen de posibilidades reales de adoptar decisiones colectivas o manifiestan tendencias de paralización y estancamiento en alguna situación de discusión indefinida, o incluso caen en círculos viciosos de debate permanente y, en muchos casos, las soluciones que adoptan son poco creativas porque se basan en acciones esteriotipadas y convencionales. El tipo de funcionamiento de un grupo y la manera de facilitarlo son, para mí, determinantes, para conseguir una mayor eficacia. En cualquier caso, cabe reiterarlo, el procedimiento descrito es un instrumento que puede ser adecuado, pero no es un fin en sí mismo. Lo importante, una vez más, consiste en el estar presente del facilitador, en el transmitir vivencialmente la posibilidad de una nueva forma de relación entre las personas de un grupo desde unas actitudes y unas destrezas que son altamente facilitadoras de la comunicación y también de la eficacia. 102 9.- ENTRE LA ESPERA Y EL CONTACTO “El albedrío surge y engendra vida en el contacto real que, sin embargo, entraña un grave riesgo para la identidad y la separatividad. En esta contradicción se cifran la aventura y el arte del contacto” (Erving y Miriam Polster) La condición olvidada En este breve capítulo intento abordar una cuestión que siempre me ha resultado compleja tanto en mi tarea de facilitación de grupos como en mis propias experiencias de relaciones interpersonales. Se trata del permanente dilema entre la espera y el contacto. En los ámbitos más radicales del entorno de la no-directividad oigo con mucha frecuencia que, en realidad, la tarea del facilitador de grupos es la de “no hacer”, frente al hacer. Parece que, tratándose de confiar realmente en el potencial del grupo, el facilitador tiene que esperar y ser extraordinariamente paciente con el grupo mientras no se produzca un inicio del proceso comunicativo. Y aún produciéndose este proceso cabe aceptar incondicionalmente cualquier nivel comunicativo sea cual fuere su grado de profundidad o superficialidad. El facilitador, desde esta perspectiva, no puede interrogar, ni apremiar al grupo, ni provocar artificialmente el proceso comunicativo. Es una interpretación determinada de unas palabras de Rogers cuando manifiesta: “Tengo muchísima paciencia con el grupo y con cada individuo que lo integra... Si un grupo desea intelectualizar, o discutir problemas muy superficiales, o es muy cerrado desde el punto de vista emocional, o teme mucho la comunicación personal, estas tendencias rara vez me molestan tanto como a otros coordinadores.”77 Sin embargo creo conveniente no rehuir de la adecuada contextualización en que adquiere significación esta importante apuesta por la espera en detrimento del contacto. De hecho, cuando Rogers sustituyó la denominación de su terapia “nodirectiva” por la de client-centered therapy otorgó significación a la palabra client como refiriéndose a aquella persona que, voluntariamente, acude en demanda de ayuda. Proyectando parte de esta significación en la participación en un grupo de encuentro podemos aseverar que la presencia de las personas en las experiencias grupales a las que se refiere Rogers en la obra citada era voluntaria y decidida previamente. Sin embargo, no todos los grupos, a los que podemos aplicar nuestro sistema de intervención, están conformados por personas que participan “voluntariamente” en el grupo o que forman parte del grupo porque “realmente” lo desean. En el ámbito educativo, por ejemplo, en la etapa de la enseñanza secundaria obligatoria conozco experiencias de participación en un grupo-clase en las que varios alumnos no han elegido libremente formar parte de este grupo porque, en realidad, están obligados por el sistema educativo. En ámbitos laborales ocurre parte de este mismo fenómeno. Incluso en ámbitos formativos, muchas personas que asisten a algún curso de formación permanente lo hacen inicialmente no tanto por una motivación formadora como por la necesidad de obtener unos créditos formativos o algún beneficio en su promoción profesional. Y en estos ámbitos, en los que hemos 77 ROGERS, C. Grupos de Encuentro. Buenos Aires: Amorrortu, 1979, 56. 103 aplicado nuestro sistema de intervención, hemos podido comprobar como el Enfoque Centrado en la Persona es un modelo potente para la eficacia y la comunicación. De ahí que, cada vez más, tengo la convicción de que el dilema entre la espera y el contacto vaya clarificándose a favor del contacto. Se tratará de vislumbrar la clase de contacto compatible con la espera y con el respeto máximo a la intimidad y libertad de las personas para que decidan su propio grado de implicación. Y en este sentido me gustaría reseñar algún aspecto de la teoría de Rogers al que no se le ha otorgado la importancia suficiente. Estamos muy acostumbrados a hablar de las tres condiciones necesarias y suficientes de Rogers: empatía, consideración positiva incondicional y autenticidad. Pero Rogers abordaba seis condiciones y la primera era la necesidad de contacto: “Para que un proceso terapéutico se produzca es necesario: 1.- Que dos personas estén en contacto...”78 O, en el mismo libro, en su teoría de las condiciones del desarrollo de una relación enriquecedora manifiesta: “Para que aumenten y mejoren la comunicación y la relación entre las partes, es necesario que: 1.- Un sujeto Y consienta en entrar en contacto y en comunicación con otro sujeto X. 2.- El sujeto X desee estar en contacto y en comunicación con Y...”79 Más aún, en su teoría de las condiciones de la resolución de conflictos de grupo expresa: “La tensión y el conflicto grupales se reducen si existen las condiciones siguientes: 1.- Una persona (a la que llamaremos facilitador) está en contacto con X, Y, Z...”80 Vemos, por consiguiente, que Rogers otorgaba al contacto una importancia sustancial, no como categoría adicional a las condiciones necesarias y suficientes sino como condición primera para cualquier tipo de intervención, sea en el ámbito de la psicoterapia, las relaciones interpersonales o la facilitación grupal. Y definía el contacto de esta forma: “Cuando dos personas están en presencia una de la otra y cada una afecta el campo experiencial de la otra en forma percibida o subliminal, decimos que esas personas están en contacto.”81 Para mí lo significativo de esta definición lo constituye la afectación sobre el campo experiencial de cada persona en una interacción de contacto. Se produce contacto cuando la presencia de la persona ante la otra es vivencial y esta presencia comporta algún movimiento interno corporalmente sentido de carácter emocional en el receptor. Así el contacto puede posibilitar el inicio de un proceso comunicativo que permitirá hacernos más vulnerables el uno al otro. Si no hay contacto no habrá interacción y, por ende, será imposible la facilitación. El contacto es la condición previa para que se pueda producir una intervención facilitadora en el grupo y ese contacto debe producirse desde la afectación significativa sobre la experiencia interna de una persona o del grupo, esta afectación genera cambio interno, movimiento emocional significativo que fomenta el inicio del proceso de toma de conciencia y de comunicación interpersonal. “El contacto es la savia vital del crecimiento, el medio de cambiar uno mismo y la experiencia que uno tiene del mundo. El cambio es producto forzoso del contacto... El contacto es implícitamente incompatible con el hecho de seguir siempre igual”82 78 ROGERS, C. Terapia, personalidad y relaciones interpersonales. Buenos Aires: Nueva Visión, 1982, 49. 79 Id. 89. 80 Id. 95. 81 Id. 40. 82 POLSTER, E y M. Terapia guestáltica. Buenos Aires: Amorrortu, 1980, 105. 104 Me parece pues que un buen facilitador debe favorecer el contacto, con extraordinaria delicadeza, sin duda, pero ha de procurar demandas de contacto para promover posibilidades tendentes a iniciar un proceso de comunicación en el grupo. La espera, desde este punto de vista, es posterior al contacto. Se trata de preguntar, confiar y esperar. Sólo después de la demanda de contacto tiene sentido la confianza total en el grupo y en sus potencialidades. Si aceptamos este ángulo en la interpretación de las orientaciones de Rogers – y para mí es la única interpretación posible en los grupos formados involuntariamente- parece importante señalar que la demanda de contacto proviene del facilitador y no del client. Lo que pasa es que esta demanda tiene que ser casi imperceptible para que no se perciba como forzada ni violenta. Y, a partir de esa demanda ha de producirse una espera paciente y confiada en la que intencionamos nuestra presencia vivencial a través de la disposición de las actitudes facilitadoras. Entrar en contacto Entrar en contacto es la función principal para iniciar un proceso de relación significativa. Entrar en contacto no significa provocar ni violentar a una persona para una interacción. Al contrario, es una función respetuosa. Es una demanda sincera de interacción. Cuando entro en contacto inicio un proceso de interacción en una relación. El contacto constituye realmente la primera interacción significativa. Por eso, para entrar en contacto, procuro ser sumamente delicado, como pidiendo permiso para entrar en el mundo del otro y sabiendo que estoy expuesto a una negativa ante la cual quiero ser respetuoso y comprensivo. Al entrar en contacto decido exponerme también ante el otro y, en consecuencia, asumo la responsabilidad de esta decisión que es mía y sé del riesgo que comporta y quiero asumir. Entrar en contacto consiste en realizar un “grito” psicológico a otra persona con la intención de recorrer un camino juntos, una aventura de duración indeterminada y variable. Es un inicio de un proceso relacional por medio de interacciones del que no conocemos ni la dirección, ni un hipotético final, ni los obstáculos, ni los límites. Sólo sabemos que existe la probabilidad de conflicto y la posibilidad de encuentro, pero también conocemos que es un proceso extraordinariamente enriquecedor. Entrar en contacto es una acción volitiva, un acto de voluntad. Precisa de una decisión previa de la persona que quiere contactar para activar esta función en el organismo. Es preciso desear entrar en contacto para realizar esta actividad psicológica y tomar la decisión personal asumiendo la responsabilidad que comporta. Entrar en contacto, además de una acción volitiva, es también una acción electiva. No entro en contacto con todas las personas, sino que elijo en función de muchas variables, necesidades y deseos a la persona con la que me gustaría contactar en un momento determinado. Esta elección depende de uno mismo en nuestras relaciones y en la tarea de facilitación en un grupo. Pero entrar en contacto es también una acción de inmersión respetuosa en el mundo interno de la otra persona que, inicialmente, implica establecer un cierto control en mis propias emociones para no proyectarlas al otro. Cabe, más bien, estar abiertos al mundo interno del otro y entender su marco de referencia. Realizo una demanda de contacto, pero no doy ni me doy la respuesta; espero la reacción del otro 105 para que se produzca la interacción y, a partir de ahí, iniciar un proceso relacional mediante la retroalimentación. Para entrar en contacto debo situarme en el plano de los sentimientos y de la conciencia afectiva, no en el terreno de los hechos y de la racionalidad. Preguntar qué piensa el otro, o qué ha sucedido no genera la función del contacto. Hemos de establecer la demanda en un ámbito afectivo y emocional. Cuando queremos entrar en contacto activamos alguna función de nuestro organismo a través de la cual realizamos la demanda y manifestamos nuestra voluntad de sumergirnos en el mundo del otro, de promover la interacción. La mirada es, por ejemplo, un instrumento para el contacto. Me refiero a la mirada intensa, la mirada a los ojos, aquella mirada que no es violenta ni pesada sino que transmite ternura y comprensión y que se retira de inmediato si no obtiene respuesta. Cuando miramos delicada y respetuosamente a los ojos de una persona podemos transmitir interés y aprecio por su núcleo interno, aceptación y comprensión, o al menos, una ligera indicación de contacto e inicio de una relación que puede producirse si esta persona decide acceder a la demanda de contacto a través de alguna señal en su organismo que va emergiendo paulatinamente y nos expresa una pequeña sugerencia que también afecta a nuestro campo experiencial. Esta afectación tiene componentes transformativos y hace que nos impulsemos hacia un proceso interaccional. La escucha profunda y activa constituye también una gran destreza para el contacto. No aquella apariencia de escucha que en realidad espera a que se produzca el momento oportuno para poder hablar, sino aquella escucha interesada en la expresión del otro que está atenta al significado que transmite la persona más allá de las palabras y genera comprensión y aceptación incondicional. Esta escucha significativa, como demanda de contacto, no precisa el reflejo como respuesta, es más bien una escucha vivencial, silenciosa, pero auténticamente presente. Es una escucha vincular que se produce de conciencia a conciencia, como conectada con el núcleo del otro. Precisamente por ello no es una escucha violenta ni interrogativa sino respetuosa y delicada que indica la voluntad de una presencia desinteresada y respeta, si así fuera, la retirada o el rechazo del otro. El tacto es también una función muy importante para el contacto. La proximidad física, neta y sincera, un ligero toqueteo suave y cariñoso, respetuoso, frágil... que exprese intención de confianza y acogida es un magnífico instrumento para el contacto. En nuestra cultura occidental no se ha facilitado el valor del tacto en las relaciones interpersonales como en otras culturas, sin embargo, en mi experiencia de facilitación y en mis propias relaciones he experimentado como el tocar representa un gran potencial en el establecimiento de contacto y en el impulso de procesos interaccionales. La mirada, la escucha y el tacto son instrumentos de demanda de contacto situados en el ámbito no verbal de la conducta del facilitador. Como tales tienen que ser expresión auténtica de actitudes e intenciones de facilitación para promover el contacto interpersonal y, desde éste, iniciar un proceso comunicativo profundo que tiende al encuentro. Con estos instrumentos el facilitador utiliza el lenguaje del cuerpo en su demanda de contacto y este lenguaje, si es expresión real de sentimientos auténticos, es un lenguaje potencialmente significativo y sincero que emerge desde el interior de uno mismo y conecta con el núcleo del otro. De ahí su poder transformador, su gran energía productora de cambio interno. Pero hay aspectos del lenguaje verbal que también son creadores de contacto. El lenguaje verbal cuando es utilizado para comunicarse en el plano de los 106 sentimientos constituye una poderosa herramienta de contacto. No un lenguaje repetitivo, porque el repetirse tiene como consecuencia la neutralización del contacto, sino un lenguaje que exprese autenticidad, desde dentro de uno mismo, con mensajesyo, sin demasiadas preguntas (preguntar en vez de afirmar es otra manera de mantener el contacto a baja temperatura). Este lenguaje promueve el contacto cuando muestra una expresión de vulnerabilidad, cuando es manifestación de un sentimiento corporalmente sentido desde nuestra experiencia interna y transmite el nombre que nuestra conciencia ha dado a esta sensación. Es una comunicación del aquí y ahora y explicita el cómo me siento, no tanto el porqué. Cuando esta expresión de vulnerabilidad se refiere al cómo me siento contigo en este momento utilizamos la función de inmediatez. La inmediatez es la capacidad de la persona para iniciar con el otro, de manera explícita y directa, la discusión sobre cómo es vivida la relación entre ambos en este momento. Con esta destreza intentamos realizar una demanda de contacto basada en la toma de conciencia de nuestra relación, en el aquí y ahora, para establecer nuevas interacciones y facilitar una relación significativa. Algunas preguntas –no muchas- son adecuadas para demandar contacto. Para que una pregunta genere contacto no debe ser muestra de una actitud interrogativa ni enjuiciativa, sino transmitir un fondo de preocupación e interés acogedor sobre el estado de ánimo del otro en este momento determinado. Tiene que ser una pregunta en torno al “¿Cómo te sientes en este momento?” o “¿Cómo te encuentras?” pronunciada con un tono dulce y suave lejos de todo matiz agresivo o indagador. Este preguntar no puede ser impaciente ni insistente, más bien consiste en un preguntar desde una distancia media respetuosa con los límites del otro pero no tan lejana que no manifieste interés ni preocupación auténtica. Es un preguntar sereno, sencillo, que refleja acogimiento y aceptación. Es un preguntar que sabe esperar y no exige respuesta. Lo que hace el facilitador es, pues, una demanda de contacto inicial. Pregunta y espera. Esta demanda está exenta de violencia y de voluntad de hurgar en el mundo interior del otro. Es una demanda sencilla, dulce, que muestra más una actitud de dar a conocer que estoy presente, abierto en el caso que el otro quiera acudir. Es un indicio de seguridad más que de temor, es una pizca de luz que se vislumbra al final del túnel oscuro y orienta hacia la dirección donde se encuentra el núcleo personal. En mi experiencia de facilitación he aprendido que el contacto fomenta la interacción de las conciencias. La expresión de esta interacción por medio del feedback genera una nueva energía en la relación, proporciona nuevas interacciones y aporta fluidez en la dinámica relacional que se ve impregnada de vivencia y experiencia; todo junto genera cambio, cambio en lo personal y en lo interpersonal, y este proceso fluido es el que posibilita el encuentro. La cuestión de la iniciativa Uno de los problemas que siento más molestos en mi mundo de las relaciones interpersonales es que nunca tengo la seguridad de si acierto o no en la adopción de la iniciativa. A veces percibo que tengo que esperar a que el otro me demande para entrar en una dinámica de comunicación nuclear profunda. Cuando esto me sucede, casi siempre la espera me resulta larga y angustiante. Otras veces siento que sólo adoptando la iniciativa facilito la inmersión en este mundo nuclear interrelacional. Al adoptarla, sin embargo, no logro hacer desaparecer un cierto sentimiento de 107 culpabilidad que aparece ligeramente porque me percibo dando un paso que quizás el otro no desea y entonces siento que he forzado la relación llevándola al núcleo sin la pretensión previa del otro. Es verdad que cuando comunico este sentimiento persistente, casi siempre el otro muestra, al menos verbalmente, una cierta prueba de agradecimiento y me manifiesta que no se ha sentido inducido sino facilitado. A pesar de ello, mi sentimiento de culpabilidad e insatisfacción continúa por un tiempo molestándome en mi interior como si de una pequeña herida que escuece se tratara. Intentando encontrar alguna explicación a este desequilibrio interno he culpado a mi timidez en varias ocasiones, en otras ocasiones me he dicho que quizás tuviera más necesidad de afecto. Alguna vez me he prohibido adoptar ningún tipo de iniciativa y me he propuesto tener más paciencia con la espera. Casi siempre, en este proceso de espera impaciente he sucumbido de nuevo hacia la iniciativa, seguramente por miedo a que el tiempo y la distancia diluyan alguna relación significativa que percibo como muy positiva y enriquecedora. En cualquier caso estoy aprendiendo a vivir con lo que ocurre en mi conciencia y a percatarme de mis sensaciones internas y este proceso me ayuda a crecer y a ser más auténtico. Cuando facilito un grupo, algo de todo eso también me sucede. Y a pesar de haber intentado pautar, en función de criterios experienciales, cuándo sería mejor la espera y cuándo utilizar la iniciativa, no puedo obviar una especie de sensación dubitativa en algunos instantes del proceso de facilitación. Aún así, en los grupos intensivos sobre todo, pero también en otro tipo de grupos de estructura temporal extensiva, acotamos las sesiones grupales para que no sobrepasen la hora y media de duración aproximadamente. La sesión tiene una duración entonces que va entre una hora y quince minutos y una hora y cuarenta y cinco minutos como máximo. Parece que después de este segmento temporal el grupo pierde eficacia comunicativa. Existen varias razones que nos han conllevado a esta percepción desde la experiencia. Sobrepasado este tiempo se produce como un agotamiento psicológico en la dinámica comunicativa y las personas necesitan un espacio de descanso y expansión. Se precisa, en cierto modo, una entrada de aire fresco, un salir fuera, un verse nuevamente en un mundo diferente, un cambiar de espacio. El agotamiento puede ser producto no sólo del impacto producido por las intercomunicaciones e interacciones que han acontecido sino también por la toma de conciencia de haber conectado con el propio núcleo interno, de haberlo tocado, de haber dado nombre a sensaciones que han ido fluyendo, de haber tenido algún insight, alguna experiencia momentánea y profunda de aprendizaje significativo y visceral. Si no cortamos a tiempo la comunicación que se ha generado se hace cíclica, camina en espiral y se superficializa porque ya ha habido un fuerte desgaste de energía y las personas van distanciándose del núcleo del organismo grupal porque necesitan airearse. La mayoría de las veces, en el pequeño descanso, en el pasillo, emerge una nueva mutación grupal. Se produce un salto hacia delante. De ahí que, a la vuelta al espacio del grupo, cobre importancia la cuestión de la iniciativa del facilitador. Después de recordar la intención de la sesión, de resonar nuestro proceso comunicativo adopto una actitud de espera. No es momento de adoptar inicialmente la iniciativa porque entonces podría dispersar el interés del grupo y concentrarlo en mi propio interés. Se trata más bien de recordar, resonar y esperar a ver qué sucede. A veces, muchas, alguna persona del grupo reemprende el camino, o realiza alguna comunicación significativa como consecuencia del reposo energético que ha tenido lugar y le ha ayudado a dar nombre a una sensación determinada o a 108 ordenar el caos interno que sentía. Si es así continúo facilitando con mi presencia vivencial y el proceso del grupo sigue aconteciendo. A veces, sin embargo, no ocurre nada. Percatarse realmente de que no ocurre nada es bastante difícil. A veces parece que no ocurre nada porque el silencio inunda el espacio del grupo, pero es probable que este silencio en realidad sea un compendio de ruidos interiores y el núcleo de las personas del grupo esté en actividad energética. En este caso las personas protagonizan una multitud de emociones y sensaciones que pronto van a ser explicitadas en parte. Si es así, mi actitud sigue siendo la de la espera y procuro estar presente de manera vincular para posibilitar una confluencia de las conciencias. Pero si percibo que en realidad no ocurre nada, generalmente cuando han pasado quince o veinte minutos del inicio de la sesión, entonces adopto la iniciativa a modo de demanda de contacto. Esta demanda de contacto puede adoptar distintas formas: una mirada profunda, una caricia, una pregunta no indagadora, una comunicación desde mi propia vulnerabilidad, o una comunicación hacia una persona o hacia el grupo desde la relación de inmediatez. Contacto y espero. Y en este esperar posterior casi siempre acontece un revulsivo que impulsa el camino de la interacción hacia el encuentro. El mecanismo de espera-contacto-espera me parece esencial en la facilitación de grupos. Una vez más sólo la intuición facilitadora puede indicarnos el momento de la espera o del contacto. Y esta intuición es tal intuición sólo si estamos plenamente abiertos al sentir del grupo y en este estar abiertos somos capaces de distinguir la propia intuición de nuestra necesidad. La necesidad del facilitador suele provenir de las propias carencias personales o de sus expectativas respecto al grupo. Confundir intuición con necesidad es un atentado al grupo que he visto cometer demasiadas veces por parte de algunos facilitadores. Estos facilitadores se diluyen en el clima del grupo con demasiada facilidad y anteponen sus necesidades personales a las necesidades del grupo impidiendo un avance en el difícil proceso grupal que entorpece el camino del grupo hacia el encuentro y la eficacia. Me parece fundamental en la facilitación de grupos que sepamos comprender que el facilitador es un recurso para el grupo y como tal está a su entera disposición. Saber entender cuál es la disposición necesaria es una muestra de sabiduría y buen hacer del facilitador de grupos. Hay alguna otra situación que merece ser tenida en cuenta en la cuestión de la iniciativa. Situaciones que también se producen en nuestras relaciones interpersonales y que nos pueden ayudar en el propio sistema de facilitación si somos capaces de resolverlas adecuadamente. En mis relaciones cotidianas, cuando consigo penetrar por medio de la demanda de contacto en el borde del núcleo de alguna persona y reflejar este borde comprensivamente se produce, algunas veces, un fenómeno curioso. Esta persona se abruma, se admira de sí misma, parece como si descubriera que más allá de este borde nuclear hay algo más que nunca ha logrado distinguir pero que ya intuía de sí misma. Se admira y abruma también de la misma relación conmigo que percibe como transformadora. Ella misma se transforma. Lo percibo en su mirada, en su ligera sonrisa, en el temblor de sus manos, en la apertura de sus ojos que se muestran agradablemente sorpresivos. He notado también, en esta experiencia, que en algunas ocasiones esta persona, al cabo de un breve tiempo, siente miedo y se distancia. Es como si se percatara de un abismo interno o vislumbrara un largo túnel que no osa atravesar. Como si no acabara de atreverse a traspasar una frontera que percibe férrea pero que, 109 al mismo tiempo, le sugiere lo que hay detrás, lo que hay más abajo. Quizás sea un temor al vacío, a la inseguridad del hacerse vulnerable, al descontrol. Esta sensación tiene que ver con una especie de pánico a dejar de lado las pautas de la rutina y del comportamiento socialmente establecido que le otorgan garantías de seguridad y estabilidad aunque también superficialidad y monotonía. Es como una sensación de angustia ante la duda emocional, un no atreverse, un no estar seguro, un no tener la certeza de reconocer realmente si acontece lo que hay. He vivido este fenómeno en muchas ocasiones en los grupos centrados en la persona. Hay personas que, al descubrirse a sí mismas, al tocar su núcleo personal, perciben este interior profundo que abruma y transforma y prefieren no darle salida y volver a cubrirlo. Quizás esto explique la capacidad relativa de los grupos de encuentro para engendrar experiencias transformativas duraderas, y constituya la razón que justifica porqué se diluyen los efectos del encuentro al cabo de un cierto tiempo. En mis relaciones interpersonales, ante este fenómeno, en ocasiones intenciono el reencuentro, adopto nuevas iniciativas de demanda de contacto y espero nuevamente. Esto me ayuda a no desconectarme de mí mismo y a seguir mostrándome vulnerable. Sin embargo, en los grupos no. Una vez he activado la demanda de contacto y he tenido la iniciativa, me predispongo a la espera. Siento como si en la facilitación he proporcionado oportunidades suficientes para la comunicación y la transformación, y confío en que las personas elegirán lo mejor para sí mismas o, en todo caso, han podido percatarse de sus profundidades y pueden optar libremente a escucharse o, por el contrario, limitar sus capacidades de verse transformadas bajo su exclusiva responsabilidad. Y casi siempre, en estos casos, me resuenan una y otra vez las palabras de Rogers: “No hemos solucionado los problemas de reincorporación, es decir, los de las personas que al regresar a su casa parecen perder lo ganado durante su estancia con el grupo. Sin embargo, vamos avanzando en esta dirección, analizando los problemas potenciales antes de concluir las sesiones y formando redes de apoyo que sigan actuando después de finalizadas las reuniones del grupo.”83 Para este fenómeno no vislumbro, por ahora, solución. Recontactar me parecería arriesgado y poco respetuoso con la libertad de la persona. Por el momento prefiero, en este caso, la espera confiada e imaginarme y desear que la experiencia habrá sembrado, al menos, una pequeña inquietud que algún día germinará en la actitud y el quehacer del participante. Me queda así un tranquilizador atisbo de esperanza. Estar en contacto Me pregunto si de lo que se trata, al fin y al cabo, no es tanto de entrar en contacto ni permanecer en la espera como de estar experiencialmente en contacto. Cuando realmente “me dispongo” a estar presente, en contacto con el grupo, con cada persona del grupo, tengo la sensación de que por debajo de cualquier recurso facilitador, por debajo incluso de las propias actitudes necesarias y suficientes, algo se mueve en fluidez y contacta con todos, resuena intensamente. No encuentro palabras adecuadas para definir sistemáticamente esta presencia. Es como si se tratara de permanecer ahí, como contemplando un acontecer que no es de nadie y es de todos, un devenir que ocupa todo el tiempo intensamente. Cuando estoy en esta disposición 83 ROGERS, C. El camino del ser. Barcelona: Kairós, 1987, 99. 110 vivencial las actitudes vienen como por añadidura, de manera intuitiva y me percato de que trasciendo mi propio ser facilitador para diluirme en el acontecimiento del grupo. Entonces sucede. En el estar en contacto la frontera entre el ser facilitador y el ser facilitado se hace añicos, se fragmenta y se expande en el ambiente total del organismo grupal como en un mar y un cielo que dejan de entreverse separados por un horizonte inexistente. Y en este estar en contacto dejan de tener sentido todos los análisis de proceso y todos los recursos de la facilitación y cobra significación el silencio, la metáfora, la proyección de la intención, para expandir el hacer del grupo creativamente, la comunicación en confluencia, el aprendizaje compartido desde el respirar juntos una nueva forma de ver y comprender nuestro estar y nuestro hacer. Al final me parece que desde esta complejidad de la experiencia del estar en contacto, del disponernos vivencialmente al estar presentes surgen las alternativas que emanan de la misma tendencia formativa que impulsa al grupo y a las personas hacia un desarrollo armónico con el mundo y enriquecedor para uno mismo. Es entonces cuando siempre acabo concluyendo que los recursos y las estrategias siempre son accesorios y que, incluso, a veces entorpecen el despliegue de esta fuerza transformadora. 111 10.- TEMORES, DESEOS Y SATISFACCIONES. “Si el resultado alcanzado podrá o no llenar de júbilo al mundo es algo que no sabe de antemano, pues no logrará tal conocimiento hasta que el acto haya sido consumado, y con todo, no será esto lo que le convertirá en héroe, sino el haber sido capaz de empezar” ( Sören Kierkegaard) El compendio de lo expuesto en los capítulos precedentes, tanto lo referente al intento de análisis de situaciones y funcionamiento de los grupos como al sistema para facilitar un buen desarrollo de los mismos, es fruto del estudio, la investigación y la experiencia. Para mí no deja de ser, sin embargo, un intento de búsqueda de las fuerzas comunes y leyes generales que expliquen porqué unos grupos resultan eficaces y otros permanezcan o finalicen con poco éxito o incluso fracasen. En los últimos veinte años, a lo largo de nuestra experiencia en la facilitación, hemos ido buscando estos elementos comunes que puedan dar razón del despliegue de este organismo complejo. Y a pesar de nuestra convicción sobre los aspectos que configuran y promueven un buen quehacer grupal, cada nueva experiencia de facilitación nos va aportando nuevas dudas y nuevos interrogantes. Cada grupo tiene un sustrato semejante, y cada uno, a la vez, es sensiblemente diferente. Quizás sea ésta la razón por la cual siento todavía una especie de temor inicial al comenzar la facilitación de un nuevo grupo. Aunque intencione una disminución de mis propias expectativas sigo siendo incapaz de no sentir un deseo para que el grupo se desarrolle correctamente y un cierto miedo que me genera un no saber si seré capaz de facilitarlo bien. He aprendido a sentir y a dar nombre a estos temores del comienzo y a confiar, no tanto en mis posibilidades de facilitación, como en el potencial de las personas del grupo. Cuando en realidad he sentido fuertemente esta confianza en las capacidades del propio grupo, la experiencia ha resultado existosa. En algunas situaciones en las que me mostré más desconfiado creo que el grupo no desarrolló todo su potencial de crecimiento. Esas mismas sensaciones han generado en mí una mayor paciencia en todo tipo de grupos. Eso me ayuda a no precipitarme en mis intervenciones, a confiar más en el proceso de despliegue de la tendencia formativa y a sentirme más conectado con mi propia intuición que presiento facilitadora. Esto me sucede, sobre todo, cuando me percibo abierto a mi propia experiencia y a la experiencia del grupo, cuando me percato de que mi experienciar abarca la totalidad del acontecer grupal y mi conciencia es capaz de vislumbrar con imágenes, nombres y metáforas el devenir fluyente de la situación presente dándose cuenta de los matices, intenciones, emociones y sensaciones que se expresan más allá de las palabras. Adopto entonces una especie de actitud contemplativa que, al mismo tiempo, es intensamente activa y hace emerger un nuevo estado de conciencia que, en ocasiones, siento como ligeramente alterado. Esta manera de estar parece producir un amplio despliegue del poder creativo del grupo que irrumpe en un espacio intenso de comunicación generando vínculo y confluencia, impulsando encuentro. A veces, por el contrario, me doy cuenta posteriormente de la experiencia del momento y mi darme cuenta no se ajusta a mi experienciar inmediato por lo que me siento sumido en un pequeño caos de experienciar una situación grupal y no lograr ajustar un nombre adecuado para la vivencia del momento. En casos así he llegado a permitirme momentos de silencio entre sesiones para estar sólo conmigo mismo y dejar que mi conciencia haga surgir, desde una sensación, algún nombre, palabra, imagen o frase que se ajuste a la vivencia anterior. Lo extraño y sorprendente es que 112 cuando no fuerzo el proceso con tentativas racionales surge como un flash de mi interior todo un panorama que me hace comprender intuitivamente la situación grupal. Entonces me siento preparado para compartir mis impresiones con otro facilitador o, si es el caso, con el propio grupo de manera transparente. Me encanta, a partir de esta experiencia, compartir mis percepciones y los análisis racionales a partir de éstas. Es posible que por esto me sienta más cómodo compartiendo la facilitación con otra persona. Compartiendo con un cofacilitador me descubro más seguro y más ligero, con más capacidad para arriesgarme y con más permiso para ser vulnerable y auténtico. Comunicarme profundamente con un cofacilitador nos ayuda a bombear nuestra propia energía que podemos expandir hacia el grupo con nuestra manera de estar presentes. Pero también temo trabajar con facilitadores demasiado racionales y esquemáticos, interpretativos y reacios a compartir sus propios sentimientos. Me parece que cuando ha sido así, hemos despreciado el gran potencial comunicativo de algún grupo. Al mismo tiempo, me molestan aquellos facilitadores que con su manera de estar centran en ellos toda la atención del grupo. En alguna ocasión he sentido y expresado un profundo enojo hacia algún cofacilitador que sentía fuerte necesidad de comunicar algún problema personal al grupo y ha ocupado la mayor parte del tiempo disponible. Creo que un facilitador es un recurso para el grupo y no me parece ético que utilice al grupo para sus propias necesidades afectivas. Sin duda facilitar y comunicarse no es un equilibrio fácil y por eso parece más conveniente compartir esta tarea para poder disponer de espacios de comunicación entre los facilitadores que satisfagan la necesidad de intercomunicación y generen también energía para disponerse hacia el grupo. Aun cuando a mí mismo me produce mayor satisfacción un sistema de cofacilitación, tengo también la convicción de que es mucho mejor para el grupo. Es más, creo que un equipo de cofacilitadores formado por un hombre y una mujer goza de extraordinarias ventajas. Muchos participantes se benefician al observar el trabajo conjunto de un facilitador y una facilitadora mostrándose comprensión y respeto en condiciones de igualdad más allá de las percepciones ordinarias de sexualización que, con frecuencia, se dan por sentados. Los roles de género, asimismo, permiten abarcar una mayor presencia ante los participantes. A veces un participante se siente más cómodo con la presencia de uno u otro sexo para permitirse su autoexploración. En cualquier caso, independientemente del género de los facilitadores, lo más significativo para mí es la exigencia de una relación de gran confianza entre ambos. Si dos facilitadores con niveles muy distintos de experiencia animan conjuntamente un grupo, han de sentirse cómodos entre sí y en sus roles de cofacilitadores o de profesor y alumno. Si se produjera escisión, aunque oculta y no explícita, el grupo percibiría las tensiones existentes en la relación de los cofacilitadores generando un clima inapropiado para el crecimiento grupal. Cuando esto sucede, me parece que es conveniente, en algún momento, explicitar esta propia situación en el grupo de manera transparente y auténtica. Aunque es mucho más significativo que los cofacilitadores mantengan entre sí un fuerte caudal comunicativo que les permita verbalizar todos sus sentimientos recíprocos en tiempos distintos a la sesión grupal. Se trata, en realidad, de participar en dos grupos simultáneos de comunicación, en el que facilitan y en el formado por ellos mismos. En realidad me doy cuenta que lo que acabo de manifestar es más un temor que una experiencia. He tenido la enorme fortuna de haber compartido la animación de grupos con extraordinarios facilitadores con quienes he aprendido a ser más vulnerable y a comunicarme con mayor profundidad. La mayoría de mis vivencias en 113 la cofacilitación han significado para mí un gran caudal de crecimiento personal y un potente impulso a establecer relaciones significativas con mis compañeros en la animación de grupos en las que vamos superando límites personales para ir profundizando en nuestras interacciones a todos los niveles. Con algunos de ellos se ha formado una amistad potente basada en el amor mutuo que percibo como savia de crecimiento personal y vital. En los últimos años he tenido la sensación de haber aprendido algunos factores que han influido en mi manera de facilitar grupos. Algunos aprendizajes parecen tener una base más científica mientras que otros son simples ideas que merecerían una mayor investigación. Unos y otros van configurando añadidos al sistema de facilitación propuesto en las páginas precedentes y presiento que pueden perfeccionarlo. Un primer aprendizaje que me resulta cuando menos curioso tiene que ver con el factor tiempo. Me siento cada vez más preocupado por la influencia del tiempo en la facilitación grupal. He llegado a experimentar que el acotamiento de las sesiones de grupo alrededor de una hora y media de duración constituye el segmento de mayor posibilidad de eficacia del grupo. Más allá de este segmento temporal de duración tengo la impresión que el grupo pierde eficacia comunicativa y proyectiva. La duración de hora y media de sesión no necesariamente es matemática, oscila entre hora y cuarto y hora cuarenta y cinco minutos, y caben excepciones. No obstante he llegado a optar por sugerir un descanso en las sesiones de grupo a partir de este límite temporal. Parece como si se produjera un cansancio por el desgaste de energía si se supera este límite, y la comunicación en el grupo se superficializa o disminuye la creatividad si se trata de proyectar alguna acción. Asimismo, otorgar un receso al cabo de este tiempo ha significado, en la mayoría de los grupos, un impulso hacia adelante en el proceso grupal, una especie de salto que se vislumbra en la próxima sesión que promueve una aceleración del proceso de despliegue de la tendencia actualizante. También he aprendido a acotar los contenidos en un tiempo para cada aspecto del espacio grupal. Un tiempo para la comunicación afectiva, tiempo para la celebración lúdica y tiempo para la planificación y la evaluación en el espacio de la racionalidad. Vivir estos aspectos en tiempos determinados y separados parece ayudar a la intensidad y al centramiento. Así, cada cosa ocupa todo el tiempo disponible y ese ocupar todo el tiempo promueve una mayor disposición de las personas a conectar entre ellas con la misma parte del sí mismo. No percibo con contradicción la disposición temporal del grupo para cada tarea con una concepción filosófica del grupo y de la persona como unidad organísmica que actúa holísticamente. Es probable que un funcionamiento óptimo desde un estado de cohesión grupal haría innecesaria una distribución de los tiempos, sin embargo la responsabilidad de un facilitador consiste en establecer condiciones para posibilitar este óptimo funcionamiento que no deviene por sí mismo si no existen estas condiciones adecuadas, por lo que nuestra sugerencia es que la distribución temporal es uno de los caminos que promueven una mayor eficacia comunicativa y proyectiva en los grupos. También la configuración del espacio físico parece tener su valor para el buen funcionamiento de los grupos. El lugar de la reunión del grupo y el entorno, así como la disposición de los participantes, los recursos o la decoración tienen una relativa incidencia en la tarea grupal. He ido aprendiendo a adecuar los espacios según la tarea que el grupo se disponga a realizar. Si se trata, por ejemplo, de ocuparnos de nuestro espacio de la sensibilidad, de comunicarnos afectivamente, me parece conveniente ir 114 eliminando todo lo que suponga descentramiento: mesas, sillas, cuadernos y bolígrafos... Si se trata de una tarea de planificación cabe contar con los materiales adecuados, soportes para escribir y anotar, distribución de los participantes cómodamente alrededor de una mesa ... Se trata, en fin, de que el lugar en que se ubica el grupo se ajuste a la intención de la tarea para que las condiciones externas ayuden también al proceso eficaz del grupo. No es que las condiciones ambientales del tiempo y el espacio sean decisivas en la senda de un grupo pero se me antoja que tienen su importancia en la facilitación del clima necesario para que el despliegue del potencial de un grupo se realice de manera creativa y eficaz. Otro de los aprendizajes tiene que ver con el número de personas que forman el grupo. Hace tiempo ya deseché el límite establecido de un máximo de doce personas (entre ocho y doce) que se aconsejaba para los grupos de encuentro. Tengo la impresión que si un grupo es demasiado reducido no se produce el cúmulo de interacciones interpersonales que ayuda a aumentar el caudal energético de los acontecimientos grupales. En un grupo reducido más que un interactuar recíproco de las personas que conforman el grupo es como si se produjeran interacciones uno a uno con el facilitador en un marco grupal. Desconozco cual pueda ser el número ideal de miembros para un grupo de aprendizaje, pero me siento mucho más cómodo facilitando grupos de entre dieciocho y veinticinco personas en los que se suele generar un flujo interaccional que permite un mayor despliegue de la tendencia al crecimiento. Algunas experiencias con grandes grupos, de más de cien participantes, en los que hemos participado e incluso hemos facilitado84 nos muestran como es posible la creación de un clima de comunicación, crecimiento y aprendizaje desde el estar presente actitudinal independientemente del número de personas. Sin duda sería muy interesante continuar con el esfuerzo investigador sobre los efectos que las condiciones necesarias y suficientes producen en grupos muy numerosos. He notado que en la mayoría de los grupos se producen dos comportamientos recurrentes que consiguen ocupar mi atención de manera más directa. Una primera conducta tiene que ver con la actitud de algún participante que pretende monopolizar la mayor parte del tiempo disponible, como si deseara hablar sin cesar sobre todos los aspectos del acontecer grupal y acaparara todo el tiempo y toda la atención. Inicialmente los demás miembros no se sienten inclinados a silenciar a esta persona porque la conducta se percibe como una distensión en los momentos de silencio y otorga una cierta seguridad. Sin embargo pronto se va generando un estado de frustración e incluso enfado. Este comportamiento se convierte entonces en un conflicto para el grupo. He aprendido a esperar a que el grupo resuelva su propio conflicto y se confronte con esta actitud monopolizadora. En ocasiones, no obstante, si no experimento reacción grupal opto por una intervención que fomente un mayor silencio por parte de esta persona y una mayor significación personal de las comunicaciones que ofrece. Es este tipo de intervención facilitadora la que me preocupa. Normalmente las personas con esta conducta acaparadora suelen verbalizar de manera racional y analítica y no exteriorizan realmente sus sentimientos que se ven disfrazados de 84 Una de las experiencias más novedosas tuvo lugar en mayo de 1999 a bordo de un gran barco que franqueaba las costas de Mallorca en la que participaron más de trescientas personas durante doce horas. Una pequeña crónica de esta experiencia está contenida en el libro del autor cuya referencia es: BARCELÓ, B. Centrar-se en les persones. Un model transformador d’intervenció socioeducativa. Barcelona: Pleniluni. 2000. 115 grandes discursos realizados desde la mente pensante. Si la intervención del facilitador solo adopta un matiz cortante puede generar el suicidio de la participación de esta persona en el grupo. Así suelo realizar alguna intervención del estilo: “desearía saber algo más de ti mismo” o “ me gustaría ser capaz de comprender lo que sientes realmente tras este aluvión de palabras”. En realidad intento buscar una unidad de intervención que transmita deseo de escucha y desacuerdo manifestado irónicamente con una conducta monopolizadora. Otro de los comportamientos recurrentes es el de la persona que permanece en silencio todo el tiempo del grupo. Estas personas, quizás por miedo a autorrevelarse o por temor a no dar la talla y a sentirse poco valoradas, pasan largas horas calladas y pareciera como si estuvieran ausentes del grupo. Es verdad que este comportamiento no se percibe como tan perturbador que el descrito con anterioridad, sin embargo constituye también un desafío. Opto, después de un tiempo, por realizar demandas de contacto a esas personas, por transmitir interés por su participación e implicación o por reflejar los sentimientos que transmiten a través de su expresión corporal. Casi siempre funciona. Al sentirse aceptadas en su manera de estar estas personas irrumpen en comunicaciones transparentes y se hacen más vulnerables. He llegado a pensar que la facilitación de grupos, más que basarse en un gran número de técnicas y recursos, es un arte. De la manera de estar del facilitador, de su capacidad intuitiva en la intervención, de su sustrato personal y filosófico surgen intervenciones que suscitan un impulso significativo para el crecimiento de las personas y del grupo. Quizás sólo la experiencia y la transformación personal sean las más aliadas situaciones para formar buenos facilitadores. Estar presente de una manera más empática y más vulnerable y transparente en mis propias relaciones personales ha sido mi mejor entrenamiento para la facilitación de grupos. He aprendido mucho de mis propias relaciones personales, y me siento en crecimiento cuando logro establecer y mantener relaciones auténticas y transparentes. He tenido la suerte de poder escuchar, de ser auténtico con varias personas en mis relaciones y de sentirme apreciado por eso. He visto que cuando no exijo nada a cambio y no actúo en la relación en función de mis propias expectativas ni en función de las expectativas del otro, la relación se hace mucho más profunda y satisfactoria. No siempre soy capaz de poner entre paréntesis mis expectativas, pero cuando lo logro me siento más vulnerable y me hago más presente auténticamente, entonces me siento en crecimiento y percibo que el otro también se siente crecer. Vivo con mucha intensidad este tipo de relaciones y me siento extraordinariamente satisfecho y gratificado. Cada vez en mayor medida confío más en mi propia intuición que en el modelo de facilitación expuesto. Quizás pueda sentir esto porque ya he llegado a ineriorizar un sistema de facilitación grupal centrado en la persona y he llegado a aprender una gran variedad de recursos técnicos y actitudinales que me permiten estar presente sin ansiedad por lo que hay que hacer. Es como si sintiera que tengo una mochila de recursos que puedo ir utilizando en función de la situación de un grupo. No obstante, cada vez menos soy consciente de los criterios adecuados para adoptar uno u otro recurso, por lo que me dejo llevar por mi propia intuición facilitadora que surge cuando estoy en contacto con las personas del grupo de manera muy profunda. No siempre es así, desde luego, pero cuando consigo trascender mi propio yo y diluirme en presencia vivencial se produce algo mágico que facilita el crecimiento y el despliegue. Siento que este tipo de intuición tiene algo de sensación corporal, la localizo casi en el vientre, noto que se va desplazando desde el corazón, desciende por el pecho y se concentra en mi vientre como un punto luminoso que cosquillea, desde 116 ahí activa mi mente pensante que al unísono es sintiente y me dispone a una intervención. Cuando esto me sucede me siento muy conectado a las personas del grupo y, al mismo tiempo, me siento en contacto con algo muy profundo de mí mismo. Sé que puede sonar algo raro pero esta experiencia me conmueve y me fascina. Cuando me siento así, como conectado, soy capaz de adoptar riesgos. Creo que el haberme arriesgado en mis relaciones interpersonales y en la facilitación de grupos me ha ayudado a estar más abierto y me ha aportado grandes aprendizajes significativos. El riesgo no es una garantía de éxito en la facilitación, pero constituye una posibilidad maravillosa para el crecimiento y la ayuda. Soy consciente también de algunos fallos personales que precisan más atención. Todavía siento alguna vez una especie de necesidad de sentirme valorado por mi tarea facilitadora. Este sentimiento puede condicionar inicialmente mi manera de estar a causa de mis temores a no defraudar las expectativas de los demás. Hasta que no logro internamente aparcar estos temores y relativizar mis ganas de valoración externa no consigo disponerme completamente a ser mí mismo y a facilitar el grupo con un estar actitudinal. A pesar de mi necesidad de valoración, cuando me siento valorado o alguien expresa sentimientos muy positivos respecto a mí me siento abrumado, casi sin habla. Entonces no sé si realmente produzco estos sentimientos en los demás de forma real o si la comunicación que recibo es fruto de una sensación auténtica del otro. Vivo esta situación muy contradictoriamente, me gustaría sentirme halagado y me molesta que me halaguen mucho. Parece un ir y venir casi sin sentido. Me siento mucho mejor cuando recibo aprecio que valoración. Cuando me siento realmente apreciado y aceptado por lo que soy y no por lo que hago me embarga un inmenso sentimiento de gratitud. Al mismo tiempo me percibo muy pequeño ante la grandeza del otro y me siento crecer interiormente, como si me expandiera. También me gusta más mostrar afecto y aprecio que valoración. A veces siento que las personas demandan más valoración y no soy capaz de transmitirla. Me parece que si deseo que la valoración sea algo interno, que cada persona debería valorarse a sí misma; me produce un cierto límite basar esta autovaloración en la que pueda aportar una fuente externa y; por tanto, no deseo convertirme en esta fuente externa valorativa. Sin embargo percibo que muchas personas se sienten mejor cuando se perciben valoradas por su acción, sus ideas y sus capacidades. Otro de los fallos que no consigo superar tiene que ver con mi timidez ante nuevos grupos y nuevas personas desconocidas. A pesar de la gran cantidad de personas que habrán pasado por algún curso o algún grupo de los que he sido facilitador, siempre me percibo tímido al iniciar una nueva experiencia o una nueva relación. Me ayuda enormemente compartir la tarea de facilitar un grupo con otra persona que me ayuda mucho en los momentos de inicio y en algunos instantes, entre pasillos, en que llego a sentir pánico si tengo que hacer alguna demanda aunque esté relacionada con la intendencia o con la infraestructura del lugar. Esto me ocurre incluso en la vida ordinaria. Recuerdo mis miedos cuando alguien llegaba a mi casa aunque fuera a desatascar una tubería o a cambiar una bombona de butano. Siempre intentaba que fuera recibido por mi esposa porque yo no sabía moverme con comodidad ante estas situaciones. Cuando recuerdo estas situaciones me siento ridículo y noto que he cambiado mucho. Sin embargo me sigo sintiendo tímido al iniciar cada nueva experiencia grupal. 117 Una de las sensaciones más presentes en los últimos años consiste en que me percibo con capacidad facilitadora pero que me falta mucho por aprender. Este impulso por el aprendizaje no se satisface con más estudio e investigación, aunque he de reconocer que me apasiona leer y estudiar para descubrir nuevos conceptos y saber de nuevas investigaciones; sino que consiste más bien en un interés por participar de nuevas experiencias de grupo y profundizar en las relaciones interpersonales. Me interesa participar en grupos y cursos como participante y facilitador en ámbitos distintos al de mi propio lugar de residencia para conocer otras gentes y otros estilos, o para aprender de otras maneras de ser y de estar, conectar con otras culturas y personas y sentir que, al fin y al cabo, hay algo en el núcleo personal de cada uno que nos hace partícipes de una misma esencia que nos conecta y nos transforma. Esta sensación me ayuda a no sentirme centro de nada sino parte de un todo que acontece. Me gusta entonces contemplar activamente este acontecer que al mismo tiempo me acontece, me transforma. Es posible que alguna experiencia tenga que ver con algo transpersonal, como si la persona formara sólo parte de un engranaje mucho más complejo que abarca, si es que es abarcable, toda la expansión del cosmos a través del cual todo está intrínsecamente conectado. Al fin y al cabo, aquello que me produce una mayor satisfacción personal en la facilitación de grupos no es constatar ningún resultado exitoso sino sentirme inmerso en un proceso intencional inacabado que incide significativamente en mi propio estilo de vida, hace que me sienta en crecimiento y me genera importantes gratificaciones en mis relaciones interpersonales. Desconozco lo que depara el futuro al mundo del Enfoque Centrado en la Persona, pero estoy extraordinariamente satisfecho de haber sido capaz de empezar por este camino. 118 11.- DE LA EXPERIENCIA AL APRENDIZAJE. VIAJANDO HACIA EL “ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA”. Por Jordi Juan Sastre.85 “Quien tiene un por qué para vivir, encontrará casi siempre el cómo” (F. Nietzsche) Cuando Tomeu me propuso escribir un capítulo para este libro estuve sumamente feliz por la proposición y le contesté rápidamente que sí. Pero luego, con el tiempo, mientras estaba pensando como escribir este capítulo, me asaltaron dudas y temores. ¿Interesará realmente a alguien mi experiencia como facilitador de grupos? ¿Cómo podría enfocar el capítulo que me encomendaron?, ¿Qué expectativas podrán tener las personas al leer mi relato...? Todo esto llevó a decidirme a escribir sobre mi experiencia sin más, sobre mis temores al facilitar un grupo, mis alegrías, mis aciertos y mis errores. He de decir que mi experiencia empieza como participante en distintos grupos. Han sido muchas las vivencias como miembro de algún grupo, en algunas de ellas sufrí mucho y otras me han producido notables satisfacciones. Mirándolo desde mi actual situación, todas ellas no han constituido más que sufrimientos y satisfacciones de mi crecimiento interior, y han generado condiciones que me han ayudado a madurar y a estar más preparado para vivir mi vida de una manera más plena. Estas experiencias me dieron la oportunidad de valorar ciertas actitudes para desarrollar con las personas cercanas y queridas, vislumbré que era importante escuchar a la gente, que a las personas les gustaba ser escuchadas, se sentían más cercanas a sí mismas y a sus dudas, miedos, a su pequeño núcleo interno. Con la escucha se ayuda a las personas a escucharse a sí mismas y a percatarse de su interior. Otra de las cosas que aprendí es que la sinceridad hacía que la gente me valorase más. Los otros se sentían reconocidos o descubiertos, es decir; alguien era capaz de ser totalmente transparente con ellos, mostrándoles mis propios temores, o viéndose traspasados tras la máscara que se habían autoimpuesto. Finalmente de la última cosa que me percaté, y la que me costó más, fue el depositar la confianza en alguien, aunque parezca que puede fallar. Sin duda, nunca lo conseguí ya que mis prejuicios siempre se me anteponían. Todo esto sólo representaba unas percepciones, un ver algo tras la niebla; aún no sabía que todo era más complicado. Poco a poco fui descubriendo a Carl Rogers, me hablaban de él y de sus libros, alguno llegó a mis manos, pero no sería hasta más tarde y después de un grupo de encuentro -que de alguna forma significó un punto de inflexión en mi vida-, cuando entraría en contacto directo con el mundo del Enfoque Centrado en la Persona. Fue en un momento en el que me regalaron el libro “Grupos de Encuentro” de Rogers y me propusieron facilitar grupos. Me costó decidirme, pero finalmente mi respuesta fue afirmativa y me embarqué en la aventura. Mi primera experiencia fue con un grupo reducido, de nueve o diez participantes. La verdad es que en esta primera experiencia me dediqué, casi completamente, a escuchar y a comentar con los otros facilitadores impresiones sobre los participantes, lo que percibía y como hubiera facilitado yo algunos de los 85 Jordi Juan Sastre es Maestro de enseñanza primaria, forma parte del departamento de dinámica de grupos de la “Escola de l’Esplai” de Mallorca y ha sido colaborador y cofacilitador de grupos del autor. Fue participante en el X Encuentro Lationamericano del Enfoque Centrado en la Persona celebrado en octubre de 2000 en Córdoba (Argentina). 119 momentos del grupo. He de decir que me siento orgulloso de haber tenido sensaciones que luego me validaron el grupo y los otros facilitadores, al mismo tiempo también estuve orgulloso de haber tenido la intuición de, en algunos momentos, facilitar el grupo de la misma manera que lo hicieron mis compañeros. En esta primera experiencia también aprendí más teoría sobre el person-centered approach, de una manera más profunda; ya que podía validar las sensaciones experimentadas durante la facilitación con lo que dicen los teóricos, es decir; un contraste experiencial entre praxis y teoría. Poco a poco vencí algunos de mis temores personales pero aún quedaba mucho camino por andar, sólo había empezado un largo trayecto. En el segundo grupo que facilité mi experiencia ya me indujo a arriesgarme más particularmente en la manera de facilitar pero aún sin transgredir muchos de mis miedos. Además tuve que intervenir más en la explicación teórica de la vida de un grupo y del sistema de facilitación. Todo esto, creo que me ayudó muchísimo y me proporcionó muchos aprendizajes significativos al vislumbrar de una manera más clara el proceso grupal y su facilitación. Me acercaba al método perfeccionando mi percepción teórica pero aún me seguía faltando la valentía de dejarme llevar, de dejar fluir mi yo a la hora de facilitar el grupo. Fue en mi tercer grupo donde tuve que decidirme, pero esto ocurrió al acabar todo el proceso grupal. Durante el curso con este grupo me sentí más confiado en los espacios en los que debía intervenir con la explicación de la teoría, en la sistematización y análisis de la experiencia de grupo. Sin embargo la facilitación in situ se me hizo difícil y poco efectiva, casi no participé como facilitador, más bien estuve presente en silencio; recuerdo perfectamente que la sensación después de haber terminado era de decepción y rabia al no haber sido capaz de facilitar, de no hacerlo según mis propias expectativas. Fue una experiencia muy dura para mí y me planteé seriamente dejar la facilitación de grupos y dejar que fueran otros más competentes los que ocupasen mi lugar. Al comunicar estas sensaciones a Tomeu, que era mi mentor y compañero de facilitación, me dijo que yo era capaz de facilitar bien y que creía que su presencia me dificultaba mi trabajo en el grupo. Al conversar sobre esto, me percaté de que así era, que no me atrevía al temer equivocarme y poderlo decepcionar. Después de esto él me mostró confianza en mis capacidades y me comunicó que seguía con su intención de dejar su sitio en este staff de facilitadores y que me espabilase. Así fue como me quedé con la responsabilidad de facilitar un próximo grupo sin mi amigo y mentor, en el campo del Enfoque Centrado en la Persona, pero con toda su confianza y deseos de que dejara a un lado mis miedos para focalizar mis capacidades. Sin ninguna duda, el sentirme responsable de un grupo y del staff de facilitadores constituyó un momento en el cual realmente exploté mis capacidades para enfrentarme a la facilitación real de un grupo. Era un grupo formado por dieciocho personas que se habían apuntado al curso donde se les formaría como animadores de grupos y gestores de entidades asociativas en el ámbito de la educación en el tiempo libre. El curso se iniciaba con una parte intensiva donde se intentaba vivenciar la comunicación y el clima que se crea en un grupo cuando se trabaja la parte emocional -íbamos a seguir el funcionamiento de las otras experiencias anteriormente explicadas-, así en esta primera parte se trataba de partir de la experiencia de participar en un proceso grupal como condición para el aprendizaje significativo para la facilitación; y hacer de esto no sólo una “terapia de grupo” sino una posibilidad para dotar de eficacia a un grupo cuando sus esfuerzos se destinen a su parte organizativa. 120 De esta manera impulsábamos una experiencia de laboratorio de relaciones interpersonales para centrar el clima y la disposición del grupo a la comunicación profunda y sincera, pasando por todas las fases que se dan en un grupo para, posteriormente, analizar lo que había acontecido durante esta experiencia. Este formato conlleva a que los facilitadores tengan que desprender una gran cantidad de energía durante el proceso grupal, ya que la intención es que en tres días se dé el trayecto grupal completo, aunque cabe mencionar que los facilitadores en ningún momento forzamos o “violamos“ al grupo para fomentar la comunicación interpersonal. Comenzamos el laboratorio con una sensibilización del grupo que permite hacer surgir interacciones entre los participantes, mediante todo tipo de ejercicios. De esta manera nuestro proceder nos posibilita que cuando proponemos una dinámica de comunicación de los sentimientos, ya se ha producido una gran cantidad de energía y un cúmulo de percepciones que, en gran parte, desembocan en interacciones entre los participantes. Resulta curioso que, a pesar de conocer la teoría me sentía muy nervioso al empezar todo el proceso, confiaba en el potencial del grupo, un grupo que puede desplegar su tendencia actualizante, un grupo que es capaz de autogenerar ayuda y estabilidad, un grupo que puede ser terapeuta con las aflicciones y temores del resto de los participantes. Confiaba porque confío en el grupo de una manera interiorizada, pero no confiaba en mí mismo. Si no facilitaba correctamente, si mis intervenciones herían la tendencia actualizante del grupo, no ayudaría a generar las condiciones para el despliegue del potencial y pondría en mal papel a la gente que me había expresado su confianza en mis capacidades y, al mismo tiempo, me vería obligado a renunciar a la facilitación de grupos de encuentro. No podía fallar ni al grupo ni a mi staff de facilitadores. Sorprendentemente sólo fue empezar, al hacerlo me cargué de energía. Puedo decir que el proceso funcionó de una manera muy digna y que estoy orgulloso del funcionamiento de esta parte del curso. Hay varias cosas que considero básicas e influyeron en el buen funcionamiento de esta dinámica de grupo, una fue la magnífica comunicación entre el staff de facilitadores. No podemos facilitar la comunicación de un grupo si los facilitadores no somos coherentes con nuestro modelo de facilitación y no comunicamos auténticamente nuestros sentimientos. Aunque esto parezca una obviedad, lo considero de suma importancia, por ello nos dedicábamos cada día a destinar un espacio entre nosotros donde nos sincerábamos auténticamente, mencionando las impresiones sobre el trabajo llevado a cabo durante el día, nuestros temores, nuestros errores, nuestros aciertos, cómo nos sentíamos entre nosotros, qué nos molestaba o hería, qué nos alegraba o daba vigor en nuestro animar juntos un grupo... Todo esto nos hacía cargar mucha energía para seguir con la tarea de facilitación al día siguiente y además mejoraba nuestra compenetración a la hora de nuestra presencia en el grupo. Quizás por haber buscado estos espacios fue posible que, sin mirarnos y sin consultar nada en voz alta durante la sesión de grupo, supiéramos cuando una intervención era mejor que la hiciera uno o el otro, cuando debíamos dar por acabada la reunión, quién necesitaba en ese momento una mano en la espalda o nuestra presencia junto a él o ella. Casi siempre a la hora de facilitar un grupo me he sentido sólo. Es una soledad muy intensa que me deja muy centrado en mí mismo, en la que puedo percibir mi estado interior y ser consciente de como mis sentimientos afloran como una gran cascada para hacerse patentes, pero sé que al principio no puedo comunicarlos de una manera auténtica y debo “ponerlos entre paréntesis” hasta que durante el proceso del 121 grupo los participantes ya no me perciban exclusivamente facilitador, sino que me cedan un espacio como participante. En ese momento se puede aliviar poco a poco esta soledad. Como facilitador me siento tremendamente responsable del grupo, en este sentido mi intención es la de no centrar la atención del grupo en mí, sino en el propio grupo. Intento así, junto a mis compañeros del staff, facilitar el grupo de una manera vincular, buscando ver y reflejar bajo la superficie de cada participante y ayudarle a ir hasta su interior, a esto lo llamo estar presente. Al estar presente, el grupo acontece con toda su energía y potencial convirtiéndose en un organismo capaz de realizar un gran proceso de comunicación auténtica y sincera y, además, convirtiéndose en un grupo eficaz y eficiente a la hora de atender a su parte organizativa. Al estar ante el grupo nos ceñíamos al modelo interpretativo del proceso para saber como focalizar las tres actitudes de Rogers, esto era muy importante para no llevar a cabo una “desfacilitación”. Esto primero nos encasilló un poco y no nos sentíamos cómodos hasta que decidimos seguir utilizando el modelo pero de una manera más elástica. De esta manera descubrimos que el grupo va avanzando en su proceso pero no al unísono, una parte del grupo ya ha llegado una de las fases mientras el resto está en camino. Gracias a certificar esto nos dimos permiso para confiar en dos cosas: la primera era nuestra experiencia y la otra nuestra intuición. Fue un paso muy acertado ya que unificamos dos elementos: nuestra razón y nuestro corazón. Al facilitar de una manera vincular y al estar abiertos a la experiencia nuestra intuición y experiencia funcionaron juntas de una manera única. Así sabíamos que el grupo estaba en una fase determinada del proceso pero también percibíamos los cambios que iban aconteciendo en los participantes durante una sesión. Nos pudimos dar cuenta de que nuestra intervención era más eficaz y que el grupo avanzaba. Esto nos llenaba de esperanza, coraje, energía e ilusión a la hora de continuar con nuestro trabajo. De esta manera creo que, de una vez por todas, me sentí facilitador y que era capaz de desplegar mi potencial. Me siento muy orgulloso del resultado obtenido y del proceso llevado a cabo. Sé, a ciencia cierta, que fallé y fallamos en algunas fases del proceso; que podría y podríamos haberlo hecho mejor, pero estoy en constante aprendizaje. Para ser un buen facilitador hay que estar permanentemente aprendiendo de uno mismo y de los demás. El proceso es largo y creo que inacabable. Pero he ahí una de las razones de que sea tan interesante, al trabajar con personas siempre te sorprenden, siempre encuentras nuevos marcos diferentes, nuevas experiencias. Al mismo tiempo si estás abierto a la experiencia siempre te percatas de nuevas experiencias internas, de partes de las cuales nunca habías tenido constancia. Todo esto se debe a que las personas somos dinámicas y nuestra estructura interna esta sujeta a cambios constantes según nuestra experiencia y desarrollo personal. Además de lo comentado, como facilitador no puedo no confiar en mí mismo, no debo facilitar un grupo con problemas propios que me interfieran en mi cometido, ni debo “obligar” al grupo a que se centre en mi persona para autosatisfacer mi ego. Si actúo de esta manera no puedo ser facilitador, sólo entorpeceré el proceso grupal y no dejaré que las personas se desarrollen plenamente. Creo que tampoco hay que marcarse objetivos o expectativas sobre el proceso grupal sino que hay que dejar fluir al grupo; solamente debemos guiar al grupo, ayudarlo cuando más perdido se cree y hacerle vislumbrar el camino que va realizando. Si, en cambio, te marcas objetivos, obligas, fuerzas al grupo para que vaya por donde quieres que vaya, de esta manera no se da un proceso natural sino que 122 alteras o falseas las sensaciones de los participantes, no dejas que su energía y su interior se manifieste tal como es. También creo que un facilitador no sólo debe conocer la teoría y las bases científicas del funcionamiento grupal; debe, especialmente, adentrarse en la práctica. Digo esto porque creo que un facilitador, no sólo tiene que ser empático, auténtico y mostrar consideración positiva en un grupo de encuentro, sino que también debe impregnar su propia vida de estilo centrado en la persona. Debe manifestar las actitudes con sus relaciones interpersonales, con su pareja, con su familia, en su trabajo... De esta manera creo que demuestras una coherencia, no sólo trabajas como facilitador, sino que muestras tu persona ante las otras personas que te rodean, eres persona con tus seres queridos. Sin duda se precisa de un gran coraje para hacer del Enfoque Centrado en la Persona una manera de vivir porque nos hará más vulnerables ante los demás y la vulnerabilidad me produce casi siempre desasosiego, ya que al mostrarme vulnerable es cuando me expongo más, pero también creo que es el momento donde demuestro más fortaleza. Si también somos capaces de mostrarnos personas con las otras personas estamos impregnando a nuestro entorno de esta forma de vida que es el Enfoque Centrado en la Persona, por tanto estamos realizando la revolución silenciosa de las personas. Finalmente quiero decir que no soy una gran voz del mundo del Enfoque Centrado en la Persona (ECP); mis aprendizajes son de tipo significativo, no he leído, ni estudiado mucho los grandes autores del ECP, pero he aprendido de una manera experiencial junto a mi amigo Tomeu, que me ha enseñado muchísimo. Gracias a la oportunidad de facilitar grupos he aprendido sobre el ECP y me siento un verdadero privilegiado. No siempre consigo mostrarme ante las personas que me importan como un cristal transparente, a veces me gana el mal humor, la frustración y la tristeza, pero creo que cuando me dan una oportunidad soy capaz de mostrarme, con toda mi vulnerabilidad, aunque en ocasiones me duela y tenga mis temores. Todo esto se lo debo al ECP que me ha enseñado a ser más humano y a centrarme en las personas. Espero continuar este camino junto al staff que ahora trabajamos, junto a Tomeu y junto a todos los que del ECP hacen un estilo de vida, para continuar con la revolución silenciosa. 123 12. - DEL DESCUBRIMIENTO SIGNIFICATIVO A LA PROYECCIÓN SIGNIFICADA. UN COMPROMISO SENTIDO CON EL “ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA”. Por Ferran Juan Torrens.86 “Todo nuevo paradigma implica un principio que había estado ahí desde siempre, pero que hasta entonces no habíamos reconocido... La irrupción de un nuevo paradigma hace que nos sintamos humildes y a la vez tonificados; no es tanto que estuviésemos equivocados, cuanto que estábamos siendo parciales, algo así como si hubiésemos estado mirando con un solo ojo. No nos aporta más conocimientos, sino un modo nuevo de saber.” ( M. Ferguson) El descubrimiento. Cuando se me pidió que escribiese un capítulo del libro de mi gran amigo Tomeu, surgieron dentro de mí bastantes y muy diversas sensaciones. Al principio me sentí halagado y querido (qué agradable que haya pensado y confiado en mí), después me sentí atemorizado, incapaz, (¿yo?, pero si jamás he escrito nada), desconcertado (con el poco tiempo que llevo conociendo y empapándome del ECP, ¿será útil narrar mis experiencias y vivencias?) En fin, al haber aceptado, y gratamente, su propuesta, aunque lleno aún de dudas y temores, voy a intentar explicar qué ha supuesto para mí ir entrando en el mundo del Enfoque Centrado en la Persona. Desde niño, creo que a los nueve años de edad, he participado en un centro de actividades de tiempo libre en Palma (el Club d’esplai l’Encarnació). Este hecho ha marcado significativamente mi vida, ya que este centro y mi participación en diferentes colonias y campamentos han constituido los espacios en los que más me he socializado y relacionado con los demás. Diría incluso que casi todo lo que afecta a mi vida ha tenido una estrecha relación: mis amigos, mis relaciones, el amor, mi vocación de maestro, miles de aprendizajes, mi sentido lúdico... ser lo que soy. Después de ser unos cuantos años monitor y, puesto que mi responsabilidad y grado de implicación iban creciendo dentro del Esplai, me decidí a realizar el curso de director de tiempo libre, era el año 1998. El curso empezó con una sesión de presentación, en la que los coordinadores, Tomeu Barceló y Victòria Picó, con semblante serio y un poco amenazante explicaron que el curso iba a consistir en una primera parte de experiencia intensiva de cinco días, basado en la corriente humanista de Carl R. Rogers durante los que nos sería mucho más productivo si nos involucrábamos. Lanzarme y dejarme llevar sin temor sería una tarea fácil para una persona tan valiente, segura, decidida y con las ideas tan claras como yo, ¡ja!. Quizás simplemente no me conocía y estas cualidades no eran más que la máscara que llevaba, lo que aparentaba, pero no era yo. Me agradaron mucho las normas de William Schultz87, quizás daba un poco de miedo y a la vez me atraía la idea de ser auténtico y decir lo que sentimos directamente. 86 Ferran Juan Torrens es Maestro de Filología Inglesa y facilitador de grupos. Imparte sus clases en el Colegio Sant Ciríac de Santa Eulària (Ibiza), es miembro del departamento de dinámica de grupos de la “Escola de l’Esplai” de Mallorca y ha colaborado y cofacilitado grupos con el autor. Ha participado en el XI Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona celebrado en octubre de 2002 en Socorro (Brasil) en el que ha presentado, conjuntamente con el autor, una investigación sobre la facilitación de grupos por contacto. 124 Desde el principio de la experiencia me sentí muy libre para hablar. Rápidamente me involucré en la dinámica, sin demasiados problemas sobre el qué pensarán. Mis palabras fluían sin dilación. Era muy claro, sabía como me sentía o, mejor dicho, sabía como me hacían sentir algunas situaciones o comportamientos de otros participantes. Osé decirle a una persona cómo me enojaba su actitud altiva y distorsionadora. A los participantes que tenían un proceso más lento o que quizás no se querían o atrevían a mojarse, les comuniqué mi decepción. En un momento que yo veía como de estancamiento grupal (¡cómo me molestaban los largos silencios!) me atreví a decirle a los facilitadores que no era necesario continuar con esa sesión, ya que habíamos captado cuales son los mejores momentos para las dinámicas de comunicación de sentimientos. Entonces Tomeu, aparentemente irritado, me preguntó si les estaba llamando incompetentes, si insinuaba que no sabían lo que hacían. Silencio, empalidecí. Mi coraza empezaba a quebrarse. Me empecé a dar cuenta de cuánto hablaba de mis sentimientos, pero que poco comunicaba los sentimientos más profundos. Con el tiempo me he ido dando cuenta de que hay diferentes grados de sentimientos. Unos son más superficiales, más dominables, más sencillos de expresar; pero más vacíos. Están más conectados con la racionalidad. Estos sentimientos hacen referencia a vivencias menos significativas, como por ejemplo cómo me siento en una reunión, pero sin acabar de escarbar para conseguir ver qué más hay. Los sitúo corporalmente más en la garganta o en la parte superior del pecho. A diferencia de éstos, los sentimientos más profundos subyacen más cercanos del núcleo, situado en mi caso en el centro del vientre. Son más difíciles de comunicar. Tengo que sentirlos intensamente y necesito ayudarme de una pausa y de una respiración muy profunda para que puedan emanar. Experimenté, quizás por primera vez, esta dificultad durante la experiencia intensiva, después de tres días de sesiones. Mi labia y fluidez habían desaparecido, era enormemente difícil expresarse con palabras. Qué extraño fue oírme hablar titubeando, confuso y, sin embargo, más claro y sincero que nunca. No recuerdo qué comuniqué, pero sí lo difícil que me resultó. Empezaba a hablar un yo más nuclear al que normalmente no le daba voz. Aún ahora me cuesta bastante compartir mis sentimientos profundos, pero cuando me decido a realizar el esfuerzo me siento orgulloso. Aunque me inquietan bastante las consecuencias de estas comunicaciones, ya que al ser tan nucleares desprenden, en muchas ocasiones, una gran cantidad de energía y suelen resonar con fuerza en los demás. Además el miedo a no ser aceptado o querido por las personas que me interesan es un temor continuo que tengo al mostrarme, ser yo, ser vulnerable. Por esta razón soy selectivo con las personas a las que muestro las últimas capas de la cebolla, mi yo más interno. Al experimentar la acogida de mi núcleo interno por parte de otras personas un alivio y tranquilidad recorren mi cuerpo y me da ánimos para seguir mostrándome como soy. Es básico para ello ser auténtico y sincero conmigo mismo, no ocultarme mis sentimientos, no pasarlos por el filtro de la racionalidad y las normas e ideas socialmente aceptadas. La autenticidad en el primer nivel es la más importante de todas las actitudes, pues la empatía, la consideración positiva incondicional y la autenticidad dependen de este descubrimiento sincero del interior. La corporalidad de los sentimientos fue algo que me sorprendió durante el curso. Fue muy curioso darme cuenta de las múltiples sensaciones físicas que recorren El autor del capítulo de refiere a “Las reglas del encuentro abierto” contenidas en el capítulo 13 de SCHUTZ, W. Todos somos uno. La cultura de los encuentros. Buenos Aires: Paidós, 1973. 87 125 por mi cuerpo: pesadez, un nudo en la garganta, una presión en el pecho, un globo inflándose en el estómago... Recuerdo especialmente una sesión, en la que nos empezamos a desnudar, en sentido figurado. Algunos participantes empezaron a expresar sus sentimientos relacionados con el aquí y ahora del grupo. Otros comunicaron, también, como se sentían respecto a su vida. Yo me encontraba en ese momento especialmente abierto, captando todas las sensaciones, sentimientos y energía que desprendían en sus intervenciones. Las comunicaciones fueron creciendo en intimidad. Como si de un grupo de mutua ayuda se tratase, algunos participantes empezaron a relatar aquellas circunstancias de su vida que más les angustiaban, sus tristezas más interiores, sus fracasos, sus frustraciones. Me sentía incapaz de abrir boca, sólo callaba y escuchaba su núcleo hablando apenadamente. Entonces empezó a aparecer en mi estómago una especie de bola que iba creciendo proporcionalmente a la energía que iban desprendiendo. La empatía es comprender al otro desde su marco de referencia. En ese momento estaba sintiendo sus sentimientos, convirtiéndolos en míos, no estaba comprendiendo aquello que querían decir, no estaba empatizando, era sus sentimientos. Además se añadieron dentro de mí otras sensaciones. Sentí una cierta frustración al no saber reaccionar, no poderlos ayudar. Surgió también una especie de rabia al ver a otros participantes a los que iban a acompañarles en su dolor, tocarles, darles la mano, pero en mi interior lo sentía un poco falso, esto me enfurecía bastante. Otros pensamientos y sentimientos personales se fueron añadiendo al cocktail de sensaciones corporales. Una bola enorme en mi interior empezó a crearme ahogamiento, me costaba respirar. Sentí también un nudo en el estómago, incluso náuseas. Salí de la sala, necesitaba aire, llorar, estar solo. La sesión finalizó, al fin. Había experimentado que era ponerse en la piel del otro. Me alegré de no ser tan cerrado, hermético e impermeable. Pero no debía convertirme en los sentimientos del otro. En algún momento de la experiencia laboratorio tuve la sensación de estar siendo manipulado por parte de los facilitadores. Esta sensación que suele darse en algunos participantes, a mi entender está provocada por una falta de confianza. Es fácil no creer que la mutación, el crecimiento, el camino realizado hacia la vulnerabilidad o apertura experimentada son debidos a agentes externos. Si una persona no acaba de creer en sí misma, no se siente impulsada a seguir el camino, se convierte, entonces, sólo en una experiencia vivida en un lugar y un tiempo concreto, que no es la vida real. Creer también que el proceso que ha emprendido otro se debe a que se ha dejado llevar por los facilitadores es más reconfortante que darse cuenta de cuánto nos cuesta caminar a nosotros. Confiar en que la tendencia actualizante del grupo y de los individuos se desarrolle resulta a veces complicado, pero es básico y necesario. Si busco en mi interior siempre encuentro una esperanza, un convencimiento, a pesar de mis temores e incógnitas, en la capacidad y potencial de las personas. Cada uno tiene un genio, que a veces se siente atrapado, pero que ansía surgir, liberarse. Los facilitadores son, al fin y al cabo, facilitadores del proceso grupal, no los creadores o conductores del mismo. Esta idea que, como participante me reconforta, al ser facilitador me asusta, ya que desplazamos el control del proceso al grupo y confiamos en que la tendencia actualizante acontezca. El curso de directores me ayudó a crecer mucho como persona. Me fascinó el sistema de facilitación de grupos. No basarse sólo en la parte organizativa del grupo, sino también en la afectiva significó un aprendizaje relevante. Descubrí también las 126 tres actitudes básicas y necesarias. La autenticidad, que ya no consistía únicamente en dar libremente mis opiniones, sino en primer lugar en ser sincero conmigo y después ser congruente en mis acciones y comunicaciones. La empatía, que no es sólo ser capaz de escuchar, sino captar al otro desde su marco de referencia, su núcleo. La consideración positiva incondicional... ¡cómo me resultaba de complicado buscar un sentimiento positivo que no fuesen palabras vacías y creer en el otro cuando no lo conocía! Al finalizar el curso decidí no acelerarme, ir haciendo el camino lento pero seguro. No debía ni quería olvidarme de tantos aprendizajes, sino ir redescubriéndolos de manera natural. No quería pasar de la euforia, al descubrirme y conocer este estilo de facilitación más global, a una enorme frustración ante las primeras dificultades. La proyección Empecé ese mismo verano, en un campamento, a desempeñar las funciones de director en mi Esplai (Centro de educación en el tiempo libre para niños y jóvenes). Ser responsable de un centro acarrea la tarea de coordinar la parte organizativa de educadores pero también de facilitar el crecimiento del grupo. Al principio tuve un cierto temor provocado por dos razones. En primer lugar me empecé a plantear cómo podía aplicar este estilo de facilitación en el que lo que prima es estar presente en el grupo, lo que, en muchas ocasiones, provoca un esfuerzo personal importante. Tenía la idea de que ser coordinador me obligaba a ser perfecto, no me podía permitir equivocarme, bajar la guardia, dejar de estar al cien por cien. Estaba tan convencido de que ser el facilitador de la parte más humana del grupo provocaba mejores resultados, que temía no ser capaz de suscitar las condiciones para que aconteciese este crecimiento y que, posteriormente, mi frustración ante este hecho me paralizase. Era miedo a caer ante el primer obstáculo. Otro temor que tuve al comienzo, pero sobre todo antes de empezar, cuando me iba haciendo a la idea, era la de no ser el líder natural del grupo. Como que yo había pertenecido al equipo y se habían establecido relaciones de iguales, me preocupaba no ser aceptado en este nuevo rol, no ser creíble ante el grupo. Este temor, que me parece es compartido por muchos grupos y directores, crea algunas conjeturas que percibo del todo incorrectas. Hay grupos que temen tanto que cambien las relaciones afectivas que se justifican opinando que el grupo no precisa de un coordinador o, como lo acaban nombrando, de un jefe. Todo grupo que se una por una intencionalidad formativa o por un objetivo de productividad precisa, para ser más eficaz, de uno (o más) coordinadores. En cambio, un grupo de amigos puede carecer de un animador o coordinador, aunque, incluso así, en muchas ocasiones alguien acaba asumiendo este rol. Los miembros de un grupo deberían conocer nítidamente su finalidad, necesidades y expectativas. Saber si sólo se desea establecer o mejorar las relaciones afectivas; o si se realizan acciones concretas, bien sea con una intencionalidad educativa a terceros, para conseguir un resultado (económico o productivo) o por el autobeneficio grupal, con el mismo grupo como destinatario (p.ej: grupo excursionista). En estos últimos tres casos será indispensable que alguien adquiera el papel de coordinador. En algunas ocasiones me cuestiono mi comienzo de coordinador. Cuando hubimos aceptado, el grupo y yo, que adquiriese este papel, empecé aclarando mi 127 concepción de coordinador. Se podría decir que impuse algunas condiciones o normas que creía, y creo, que son importantes para desempeñar esta función. Aclaré, por ejemplo, que no quería estar en ningún grupo concreto de educandos, pero que sí deseaba poder asistir algunos días a los diferentes grupos. Expliqué las razones de esta y de otras demandas, aunque se podría decir que demandé un estilo de coordinación en el que creía y que estaba convencido que era lo mejor para el grupo de educadores y de educandos. Establecer claramente y sin tapujos que uno va a ejercer de coordinador no tiene porqué interpretarse como una subida de humos, ni como una imposición directiva, ni como un menosprecio al grupo. Exponer abiertamente mis intenciones al grupo creó una cierta tensión y fricción, pero estoy convencido que esto me ayudó a disponerme para este nuevo rol y a que el grupo me percibiera como coordinador. Un error en el que caí, y creo que es muy frecuente, fue la obsesión por probar nuevas dinámicas, talleres y técnicas para facilitar al grupo, tanto en su vertiente organizativa, como en la afectiva. Con el tiempo, a medida que descubría una gran variedad de técnicas utilizables, me fui dando cuenta que no eran tan importantes como mi propia presencia. Convencerse de que la manera de estar presente en el grupo energéticamente, en el aquí y ahora, es lo que realmente facilitará que acontezca, que se cree una comunicación, la apertura y las interacciones; es indispensable. Cuando un facilitador tiende a ser recursista, como yo lo fui al principio, está más pendiente del uso del recurso en sí mismo que no de su influencia en el grupo. Provoca que la autenticidad, la comunicación y la creatividad no acaben de aflorar. En mi caso, estar más pendiente de la técnica y del resultado esperado provocaron que mi propia presencia y mi autenticidad se mantuviesen bastante superficiales. El grupo, en estas condiciones, puede rendir y dar buenos resultados, pero no acabará nunca de explotar. Se pueden establecer comunicaciones muy sinceras, pero sobre un hecho o un objeto. No se establecen comunicaciones más profundas y arriesgadas. Con el tiempo, y al sentirme yo más seguro, empecé a realizar manifestaciones más auténticas. Incluso desde el silencio se generaba una energía vinculante que facilitaba más el crecimiento personal y grupal que muchas y elaboradas técnicas y ejercicios. Promover la participación en el seno grupal fue desde el principio una de mis claras intenciones. Aborrezco bastante los muchos grupos en los que no se favorece e incluso se dificulta la participación. En reuniones, asambleas y claustros en los que solamente llevan la “voz cantante” unas pocas personas me siento muy incómodo al darme cuenta de que queda tanta gente que podría aportar tanto, pero que no se les da una oportunidad. Las repercusiones de estas situaciones suelen ser siempre las mismas: miembros que se sienten ignorados y menospreciados, otros que acaban asumiendo que no tiene nada que ver con ellos, corrillos, ineficacia, caos, repetición de las mismas ideas, desorden, implicación escasa, fugas de miembros hacia temas más lúdicos, poca innovación, unos pocos que se apoderan exageradamente del poder decisorio, jerarquías demasiado estables e inamovibles, etc. Tener esta intención clara desde el principio ayudó en gran medida al grupo. Al coordinar las reuniones quería conocer las diferentes opiniones de los miembros del grupo y su estado dentro de él. Especialmente los monitores que tenían más problemas para comunicarse durante las reuniones, en ocasiones por baja autovaloración (por ser nuevos o porque no se habían sentido escuchados), empezaron a implicarse mucho más. 128 Esta acción del coordinador ha de surgir desde la actitud sincera de escucha. No ha de parecer que queremos conocer la opinión del equipo, hay que sentir interiormente que deseamos saber qué opinan, que creemos en ellos y que sus aportaciones son las que provocan que la maquinaria funcione, que las cosas vayan bien. La continua muestra de valoración amplía enormemente la implicación del equipo en las tareas, se sienten parte responsable del funcionamiento. Un ambiente de libertad de opinión, en el que todo el equipo se pueda sentir suficientemente cómodo para hablar, discutir, dar opiniones, se produce cuando los miembros se sienten acogidos. Esto puede conseguirse cuando se han facilitado las condiciones para que se trabaje también el nivel afectivo del grupo. Si se mejora la comunicación y los monitores se empiezan a mostrar tal y como son, aunque al principio sea difícil, acaban sintiéndose cada vez más cómodos y queridos en su desnudez. Cuando alguien se siente estimado y respetado por lo que es y no únicamente por aquello que realiza, se ve impulsado en gran medida a ser más libre, más arriesgado. La creatividad y la ilusión de nuestro equipo y la motivación ante riesgos o metas cada vez un poco más altas son los recuerdos que más me satisfacen de toda esta etapa, sin contar las grandes relaciones personales que fui estableciendo. Resultó un grupo muy creativo, ya que nos dábamos permiso, en algunas ocasiones, a desear utopías, a imaginar ideas disparatadas haciéndose realidad y a confeccionar historias con mucha magia para adornar las actividades. De esta libertad y de los pensamientos más hilarantes y lúdicos surgían las mejores ideas, que posteriormente ya nos encargábamos de organizar más racionalmente. La evaluación positiva y sentida que tenía respecto al trabajo realizado y hacia el grupo (porque la verdad es que era un grupo muy competente) tuvo como consecuencia un gran sentimiento de entidad. Cuando nos sentimos valorados y nos damos cuenta de que se está realizando una buena labor nos identificamos con ese grupo o asociación, le reservamos un espacio en nuestro interior. Al percatarse, un individuo, que la tarea que individualmente efectúa y siente que su grupo va siendo eficaz, se suscita una repercusión motivadora muy positiva y los miembros del equipo se sienten orgullosos, implicados y acaban esforzándose al máximo. Hay que tener en cuenta que a veces, incluso, podemos llegar a padecer una egolatría de entidad. Debo reconocer que esta concepción tan clara y esta metodología de favorecimiento de la participación también me produjeron algunas dificultades. Tuve el temor, en diversas ocasiones de estar forzando demasiado al grupo. Deseaba tanto que la gente se implicase que creo que caí en la provocación. No me sentí manipulador del grupo pero sí que en ocasiones incitaba a algunos miembros a que dijesen verbalmente aquello que no se atrevían a comunicar pero que fácilmente se intuía. Les pedía que hiciesen explícito aquella comunicación disfrazada o pormenorizada. Lamento haber incomodado o violentado a algunos compañeros cuando encontraba que su aportación, que su sentimiento real o su opinión eran importantes para el grupo y para mí. Otra dificultad que tuve fue mantener el equilibrio entre la participación y la eficacia. Al haber enfatizado en que las decisiones se tomasen por consenso después de la aportación de todo el equipo para cerciorarme de que realmente eran sentidas, olvidé frecuentemente llevar un buen control temporal de las reuniones y sesiones. Mantener este equilibrio resultó ser una ardua tarea para mí, sobre la que tuve que esforzarme bastante, ya que en muchas ocasiones el tiempo corría más deprisa de lo deseable. 129 Además, evidentemente, cuando el grupo estaba más cansado la toma de decisiones era mucho más compleja. En estas circunstancias nos encallábamos y encontrar las soluciones adecuadas y aceptadas por todo el equipo era prácticamente imposible. Quizás en esos momentos era mejor dejarlo y retomar la decisión después de un descanso o en una reunión posterior. Durante esta etapa de coordinador tuve algunas otras complicaciones o carencias. Como suele decirse, el roce hace el cariño (aunque también crea conflictos) y en un grupo en el que se generan espacios afectivos y en el que los miembros se sienten a gusto trabajando, se crean, inevitablemente relaciones más fuertes. Dentro del gran equipo nacen diferentes grupos de amigos que comparten otros espacios diferentes al formal. En este nuevo contexto hay que tener en cuenta que aquello que afectará al grupo no sólo surgirá dentro del equipo. En las relaciones de pareja o de amistad tendrán lugar interacciones, tanto positivas como negativas, que incidirán de algún modo en la labor que se esté desarrollando. Es aconsejable, aunque muchas veces sea duro, hacer explícitas aquellas relaciones, fricciones, roces, estados de ánimo, animadversiones y atracciones que permanecen implícitas, pero que de algún modo afectan o afectarán al equipo, a su funcionalidad a su motivación, a su eficacia o a su distribución. Ésta es, como ya he comentado, una ardua tarea, a mí me fue muy difícil; arriesgarme y ser auténtico en muchos instantes me creaba el temor de perder algunas relaciones significativas. Creía que ciertas actuaciones del Ferran director ponían en peligro al Ferran pareja o al Ferran amigo. Quizás fue un aprendizaje bastante tardío pero llegué a comprender que como director debía permitirme ser director y a la vez poder mostrarme vulnerable, mostrar mis temores de pérdida de relación personal y mis incertidumbres. En ese momento el grupo también puede comprender al animador desde su propio marco de referencia y entender cuál es su función en el equipo. No necesitaría entonces mostrarme perfecto, no tendría porqué tenerlo todo controlado, podría pedir ayuda, comunicar que tengo un problema con alguien del equipo, pero que sin embargo podría seguir siendo coordinador. Mostrar en alguna reunión un temor o duda puede generar una energía y una facilitación superior a intentar tener dominada la situación, sin tener que parecer un pilar indestructible del que podrá sujetarse. Es un riesgo que vale la pena correr. Todo equipo nace, se desarrolla y acaba por morir, no sus relaciones personales, que puedan ser muy duraderas, pero sí la funcionalidad del equipo y el grupo en sí. El coordinador deberá facilitar estas tres etapas del grupo, promover el nacimiento y el crecimiento del grupo será más o menos complicado, pero siempre resulta ser una tarea obvia para un director. Sin embargo, facilitar la disolución de un grupo o de una generación es un paso que no suele darse conscientemente, pero que, a mi entender, debe realizarse. Un campo que siempre está sembrado con el mismo cultivo puede acabar siendo estéril, por tanto conviene ir cambiando el tipo de semillas cíclicamente o incluso quemar el terreno para que pueda brotar nuevamente. De igual forma cuando se intenta establecer un orden perpetuo suele acabar produciéndose un marchitamiento; es importante pues, para que el grupo pueda seguir siendo eficaz y creativo, que se pueda regenerar. Es complicado para un coordinador que se siente ligado y preocupado por la labor que se está produciendo abandonar el equipo. En ocasiones tenemos la tendencia de creernos indispensables, aunque queramos justificarlo opinando que no vemos al grupo lo suficientemente maduro o preparado. 130 En el equipo en el que hice de coordinador llegó un momento en el que la productividad estaba bajando, incluso aunque aún se estuviese realizando una buena labor. Percibir esta situación grupal es más sencillo si me dejo guiar por la intuición. A mí me ayudó mucho constatar que algunos miembros del equipo tenían la necesidad de seguir expandiéndose y asumir más responsabilidad. Si se confía auténticamente en la potencialidad del grupo y se explicita, el grupo también asume su capacidad y comprende que está llegando su momento Esta situación también fue entendida por los miembros de más antigüedad y, por tanto, con más peso específico. La verdad es que todo sucedió con mucha celeridad y que quizás podría haberse realizado un cambio generacional mejor. Aunque fue doloroso, era necesario. Agradecí la labor realizada por los monitores salientes del equipo, pero quizás lo sintieron como un agradecimiento personal y no tanto institucional que les hubiese aliviado la preocupación del abandono. Es necesario generar un pequeño caos para que pueda surgir un nuevo orden. El compromiso sentido con el “Enfoque Centrado en la Persona” Después de mi etapa de coordinador seguí interesándome por la teoría rogeriana del Enfoque Centrado en la Persona, y al haber tenido un reencuentro personal con Tomeu, me decidí a formar parte del Departamento de Dinámicas de Grupos de l´Escola de l´Esplai que, entre otros cometidos, es el encargado de los cursos de Director de actividades de tiempo libre. Como suele sucederme, tuve el temor ante lo desconocido y, sobre todo, a no dar la talla. Facilitar grupos conjuntamente con los coordinadores que había tenido yo como participante cuatro años atrás, imponía mucho respeto, pero las ganas de seguir experimentando en este campo pesaban más. Mi experiencia, todavía no muy amplia, se basa, por ahora, en algunos grupos intensivos y otros tantos cursos de fin de semana. Intentaré, no obstante, reflejar algunos aprendizajes, temores y deseos. Un aspecto que me sorprendió fue el agotamiento físico que se llega a producir. ¡Se desprende tanta energía estando presente en el grupo, captando, con la presencia nuclear, las comunicaciones! Pero a la vez me doy cuenta que las ganas de estar para el grupo me hace estar conectado y concentrado y no llego a decaer. Eso sí, al día siguiente de una experiencia de cinco días no sirvo para nada. Durante las experiencias intensivas de dinámicas de grupo el staff de facilitadores realiza, en realidad dos dinámicas paralelas. Una con el grupo y otra entre el staff. Esta segunda sirve para incrementar el conocimiento y confianza entre los facilitadores y además provoca un desprendimiento de energía que después se puede trasladar al grupo. Es muy beneficioso que entre el equipo de facilitadores se comente racionalmente el devenir del grupo y también se generen espacios para que puedan producirse comunicaciones desde el sentimiento. Cuando se establece un vínculo de mutua confianza y se puede explicar cómo nos sentimos respecto al grupo y respecto a los otros facilitadores después ya nos percibimos más abiertos para estar presentes en el grupo. Es muy importante para mí poder expresar un sentimiento de incomodidad con otro facilitador o si me ha dolido alguna comunicación, ya que después puedo poner este sentimiento entre paréntesis y vaciar de prejuicios y de condicionantes mi presencia grupal. A mí me ayudan mucho estos espacios, ya que puedo expresarme con menos temores y sentirme más firme. Hay muchos sentimientos que, como facilitador, no oso comunicar ya que me da miedo arriesgarme o porque creo que no son oportunos en ese momento del grupo. 131 En cambio con los demás facilitadores me permito mostrarme transparente. No tengo miedo a explicitar mis intuiciones grupales, muchas veces muy poco científicas. No me siento juzgado y eso me permite que al comunicarlas puedan replantearse algunas situaciones desde el raciocinio posterior. Cuando los facilitadores se comunican de garganta a cintura surgen unas exploraciones y unas manifestaciones muy sinceras. En ocasiones puedo ser como un volcán y cuando he descargado me siento aliviado y comprendido, entonces me percato más dispuesto a centrarme en el grupo y a generar energía vinculante. Se trata de una carga de baterías recíproca y una ayuda a la racionalización de la situación grupal. Como facilitador me encuentro a menudo con el dilema de intervenir o esperar. Saber cuando es conveniente o no, supone un gran esfuerzo. Creo que soy un poco impaciente porque confío en el grupo y deseo que crezca y que las personas aporten todo su potencial. La manera de introducir una sesión es una pieza clave para su devenir. Cuando se explicita aquello que se desea y se comunica desde el interior, no como un coordinador externo sino a partir del nosotros, se generará una energía facilitadora del descenso a la parte afectiva del grupo. Sin embargo cuando siento que el grupo está encallado o se resiste a descender y está manteniendo conversaciones cerebrales y no comunicaciones sentidas, me cuesta no intervenir. Con el tiempo voy dominando mi impaciencia y cuando el grupo o algunos participantes son los que promueven la fluidez afectiva y hacen descender al grupo, me siento orgulloso porque sé que el proceso se está promoviendo de manera natural. Esto provocará que los participantes sean más conscientes de su propio crecimiento. Durante la última experiencia grupal me di cuenta de que hay dos tipos de comunicaciones que un facilitador debe realizar. Están las comunicaciones grupales y las individuales. Las grupales son aquellas en la que explicitamos al grupo nuestro parecer o nuestras sensaciones respecto al funcionamiento de los participantes y de la sesión. Al iniciarse o al finalizar una sesión manifestar auténticamente consideración positiva respecto al proceso que están realizando y el convencimiento de que este proceso podrá continuar en la siguiente sesión, potencia enormemente la conciencia del progreso y provocará que nos exijamos un poco más. El grupo da más de sí y es más consciente de querer aprovechar la sesión acotada temporalmente. Por otra parte, un sentimiento de decepción o de enojo respecto al grupo resuena fuertemente en los participantes y les ayuda a mostrarse más auténticos y comunicarse más sinceramente. Es importante, no obstante, realizar también comunicaciones individualizadas cuando capto a un participante, con miedo y ansia al mismo tiempo de realizar una comunicación significativa; es necesario hacerle sentir que será escuchado. Es suficiente con una mirada, un contacto físico para que se atreva a derrumbar su propia muralla. En otras ocasiones será conveniente, si se siente, explicitárselo verbalmente. Con sólo escuchar su nombre ya suele dar el paso y lanzarse a decir aquello que deseaba expresar. Entrar en contacto o incluso dar a conocer aquello que nos disgusta es un recurso facilitante en los estadios más avanzados del grupo. Creo que las comunicaciones individuales auténticas fluyen desde un punto cercano al núcleo, por eso desprenden una energía fácilmente palpable por el grupo. Puede resultar arriesgado realizarlas ya que tienen el peligro de situar la atención del grupo excesivamente en el facilitador. Aunque cuando no parten de la necesidad del facilitador, sino que se realizan como una muestra de interés por el otro, resuenan también en muchos otros participantes que pueden sentirse identificados y suele remover el interior de las personas. 132 Son dos tipos de comunicaciones que, a mi entender, hay que combinar según la necesidad del grupo y de sus participantes. Una aportación muy interesante al Enfoque Centrado en la Persona es el modelo para interpretar la evolución de los grupos de Bartomeu Barceló.88 Todo grupo, si se dan las condiciones necesarias, tiene una tendencia actualizante que promueve su evolución por distintos estadios, para ir desarrollando sus potencialidades. Es necesario conocer en cual de las seis fases se encuentra un grupo para poder facilitar su crecimiento de manera adecuada. Esto exige una racionalización continuada sobre el estado del grupo. Reconocer posteriormente en qué fase se encuentra no es una tarea sencilla. Supone que después, y a veces durante la sesión, hay que ser capaz de observar al grupo como si observásemos una filmación. Por tanto, durante la sesión tenemos que estar presentes y a la vez atentos al ambiente y a las comunicaciones e interacciones que se van realizando desde un punto de vista más racional. En un grupo facilitado por un staff en el que hay una buena comunicación podemos, al finalizar la sesión, intercambiar pareceres e intuiciones (que suelen ir bien encaminadas) para llegar a una conclusión y saber como enfocar correctamente las actitudes facilitadoras del proceso grupal. La confianza entre los facilitadores ayuda a dejarse guiar por la intuición y a arriesgarse dentro del grupo sin haberlo comentado previamente con el staff. Sinceramente a mí me cuesta bastante, todavía, poder analizar el grupo durante la dinámica, ya que suelo, al contrario que en la vida cotidiana, estar presente más sentidamente que cerebralmente. Por tanto tengo más facilidad para captar la situación de los individuos que del ente grupal. A pesar de esto, posteriormente, tengo la intuición sobre la fase grupal, aunque suelo carecer de razones más objetivas para refrendar esta situación. Una de las fases grupales es la del encantamiento y fuga. En este estadio el grupo se suele sentir cohesionado y se crea un clima muy agradable, aunque algo empalagoso. En esta situación el grupo puede realizar alguna expresión de agradecimiento hacia los facilitadores. En esta fase, y yo lo viví, es muy sencillo dejarse llevar por este clima euforizante. Es indispensable una cierta distancia del grupo para que el facilitador pueda ser más consciente de que es una fase más en la que no deben estancarse. Mantener al grupo en esta situación provoca ineficacia, despreocupación e inoperancia en la que muchos facilitadores pueden sentirse a gusto. Yo me dejé llevar por un grupo en esta fase y, como persona, me sentía a gusto, aceptado y relajado. Pero realmente como coordinador no estaba promoviendo el crecimiento grupal. Es una especie de egoísmo en el que es muy sencillo caer. Es un error que me siento satisfecho de haber realizado, ya que resultó un aprendizaje vivencial y muy significativo. Otro aspecto que debería seguir trabajando para mejorarlo es el contacto físico. Me cohíbe mucho tocar e incluso que me toquen. No me surge de manera espontánea abrazar a alguna persona a la que me apetecería y que, además, puedo ser consciente de que lo necesita. Es un aspecto reservado socialmente al rol femenino. Me gustaría prescindir más de los prejuicios que conllevan los actos de comunicación física. Soy consciente de que las barreras me las impongo yo mismo, pero como son manifestaciones cargadas de un significado muy sentido, me molesta que puedan ser mal interpretadas o que parezcan actuaciones falsas aunque recurrentes. Con el tiempo, me iré atreviendo a coger la mano, abrazar o a situarme cercano a alguna 88 BARCELÓ, B. Centrar-se en les persones. Barcelona: Pleniluni, 2000, cap. 6. 133 persona como simbolización de que, si desea comunicarse, estaré para escucharla y será aceptada. Supongo que me iré reprimiendo menos y aceptaré esta necesidad de mi organismo sin que pase tanto por el filtro de la racionalidad. El acercamiento al Enfoque Centrado en la Persona, que concibo como un modelo de intervención socioeducativa, pero sobre todo como una manera de entender y vivir la vida, es un largo recorrido que acabo de iniciar. No es un sendero sencillo, pero sí creo que me ayuda a ser más consciente de lo que va sucediendo. Realizando este camino me voy descubriendo más y voy aprendiendo y conociendo tanto, que deseo poder seguir caminando y caerme para volverme a levantar. 134 13.-CRECER FACILITANDO. UNA EXPERIENCIA PERSONAL EN LA FACILITACIÓN DE GRUPOS DE ENCUENTRO. Por Victòria Picó i Aguiló89 “Quizás la razón más importante que me impulsa a arriesgarme es el haber descubierto que al hacerlo, tanto si triunfo como si fracaso, aprendo. Aprender, especialmente de la experiencia, ha sido el elemento principal que ha hecho que mi vida valga la pena. Aprender de ese modo me ayuda a desarrollarme. Por consiguiente, sigo arriesgándome.” (Carl R. Rogers) Introducción Al disponerme a llevar a cabo el especial encargo que hace unos meses me hizo mi amigo Tomeu para que escribiese este capítulo, multitud de sensaciones, de emociones intensas y de vivencias inolvidables se hacen de golpe presentes y tomo de nuevo conciencia de la enorme significación personal que hoy tiene esta cuestión para mí. Siento que en estos momentos no sólo vivo las experiencias en grupos de encuentro como algo de máximo interés intelectual, sino que intuyo que constituyen vivencias permanentemente generadoras de un tipo de aprendizaje muy significativo en relación a una nueva forma de estar y de relacionarme con los otros. No obstante, deseo también compartir que, a la vez, constituyen fuente continua de innumerables interrogantes y de grandes dudas personales que me producen una fuerte inquietud, pero que me sitúan ante irresistibles retos que hoy no deseo dejar de afrontar. Escribir sobre mi experiencia como facilitadora de grupos de encuentro significa además, hacer un ejercicio comprometido de autenticidad y de esfuerzo permanente de autoconocimiento y de aceptación, porque no puedo hablar de ellos “desde fuera” sin referirme al significado personal que tienen para mí cada una de mis aportaciones. Por eso mismo, sin embargo, intuyo en ello un efecto realmente liberador, en tanto que vislumbro una excelente oportunidad para reconciliarme con mis propios enojos y para aceptar también como algo bueno todo aquello que en las experiencias de grupos a veces me desconcierta y me desanima. Seguramente, por todo eso, no dudé en absoluto a la hora de aceptar esta sugerente propuesta. Me gustaría, pues, utilizar este espacio de reflexión, más que para comunicar mis certezas (que cada vez son menos) o para enunciar asépticamente todo lo que he aprendido sobre las experiencias de grupos de encuentro, para expresar más bien mis intuiciones al respecto y para enfocar – en el sentido que otorga Gendlin al término90 - y para tomar conciencia de mis principales temores e inquietudes en relación a mi tarea de facilitadora. Creo que, si de este modo consigo una mejor comprensión e interiorización de las vivencias que acumulo, conseguiré tal vez una mejor disposición para aceptar mis miedos y mis límites y para tener el coraje de replantear y afrontar los múltiples interrogantes con los que pacientemente convivo. 89 Victòria Picó i Aguiló es psicóloga, orientadora del Instituto de Educación Secundaria de Sineu (Mallorca), profesora de dinamización de grupos de la Universidad de las Islas Baleares y miembro del Departamento de Dinámica de Grupos de la “Escola de l’Esplai” de Mallorca. Ha facilitado numerosos grupos de encuentro y cursos de formación con el autor y ha colaborado en muchas de las investigaciones que se exponen en este libro. Ha sido participante y ponente en el IX Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona celebrado en febrero de 1999 en San José (Costa Rica) y en el X Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona que tuvo lugar en Córdoba (Argentina) en octubre de 2000. 90 GENDLIN, E. Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal . Bilbao: Mensajero, 1988. 135 Intuyo que esta lectura podrá resultar también útil a otras personas interesadas en el tema, por el efecto tranquilizador que a menudo produce poder compartir un mismo lenguaje y similares inquietudes en relación a las cuestiones sobre las que a continuación reflexiono. El inicio de un camino sin retorno Mis comienzos en la facilitación de este tipo de experiencias de grupos se sitúan en el campo de la formación de animadores de grupos de tiempo libre, a principios de la década de los ochenta. Después de haber asistido como participante a uno de esos grupos en los que pude desarrollar significativos aprendizajes intelectuales respecto a la aportación de Carl Rogers y experimenté profundamente la significación del Enfoque Centrado en la Persona, supe que estos impactantes descubrimientos habían dejado en mí una huella que ya nunca iba a desaparecer. Me sentí de inmediato interesada por ampliar mis básicos conocimientos sobre el tema y especialmente comprometida en seguir buscando y desarrollando una mayor conciencia sobre mí misma y sobre un nuevo modo de relacionarme con las personas. De la mano de Tomeu, entonces mi profesor, empecé mi entrenamiento como facilitadora de experiencias de grupo tan pronto hube terminado mi formación básica sobre el tema. Hice entonces numerosas tareas de observación sistemática en experiencias intensivas de grupo que me aportaron valiosos aprendizajes cognitivos sobre el funcionamiento y el desarrollo de la vida grupal. También estudié y aprendí mucho sobre la teoría y la práctica de la dinámica de grupos como poderoso recurso para dinamizar los procesos grupales y desde entonces no he dejado de asistir a ese tipo de experiencias, a veces como participante y otras como facilitadora y hoy continúo experimentando una enorme curiosidad y un fuerte interés por intentar conocer, comprender y aprender a utilizar los recursos grupales que aseguran un contexto de comunicación libre y sincera en los grupos como fundamento básico de crecimiento grupal y personal. Actualmente sigo desarrollando mi trabajo como facilitadora de grupos de encuentro en el contexto de la Animación Sociocultural, pero también en cursos de formación permanente para docentes y en el ámbito universitario con grupos de estudiantes de la diplomatura de Educación Social. Cuando todo está por acontecer De entrada, cuando una experiencia de grupo da comienzo, siento siempre una mezcla de autoexigencia, de compromiso personal, pero también de sincera confianza en el proceso que, sin duda, va a desarrollarse. Por una parte, experimento un fuerte sentimiento de responsabilidad y, tal vez por ello, a veces aparece algo así como una sensación punzante de vértigo y me sorprendo conteniendo el aliento y tratando de calmar mi excitación. Pero de nuevo, casi al instante, aparece con fuerza mi confianza en el enorme potencial que posee el grupo para actualizar su tendencia al crecimiento y la calma acaba por dominarme. En este sentido, la sabia sentencia de Rogers resulta francamente reconfortante: “... es indudable que me siento reponsable ante los participantes, pero no de ellos”91. En consonancia con eso, creo que resulta tranquilizador tanto para el grupo como para mí misma, recordar que podremos tener la experiencia que deseemos tener; 91 ROGERS C. Grupos de encuentro. Buenos Aires: Amorrortu, 1979, 54. 136 nadie va a imponer nada desde fuera, ni existe un interés particular y predeterminado por encaminar el proceso del grupo en una dirección específica. En todo momento, cualquier participante es, en palabras de William Schultz92 “...responsable de sí mismo y todo aquello que le suceda es muy importante: es cada uno quien decide si quiere resistir las presiones o atacarlas, enloquecer, hacerse daño, quedarse o irse, o cualquier otra cosa. Es decisión suya únicamente”. Aunque no me gusta hablar de reglas en el sentido de imponer límites y restricciones, a menudo, en encuentros preliminares a la experiencia de grupo, la lectura de las reglas de Schultz ha resultado ser útil como sugerente reclamo para invitar a los participantes a comunicarse desde la autointerrogación, desde el aprender a escucharse a uno mismo y escuchar al otro y desde la sabiduría de reconocerse a veces equivocado y tener el coraje de comunicarlo; esto es: experimentar la libertad de ser siempre uno mismo. Se entiende que aceptar esta transgresora propuesta comporta inevitablemente la necesidad de lo que García Monje llama desaprender en el sentido de “... darnos capacidad de maniobra en el horizonte dimensionador que nos provoca y convoca”93. Cuando ello sucede, y particularmente cuando yo misma me permito experimentarlo, acontece una eufórica sensación de plenitud y de libertad, y es entonces cuando la transparencia, en lugar de provocar vulnerabilidad, se convierte en un recurso poderoso para facilitar la comunicación y para propiciar el encuentro entre las personas. En cualquier caso cuando empieza la experiencia, siempre me esfuerzo por mantenerme paciente, por no esperar nada en concreto; simplemente me concentro en el grupo y me dispongo a confiar en él y en las personas que lo integran. Por decirlo a la manera de Picasso: yo no busco, encuentro. El reto se llama facilitar: metodología y dificultades A partir de entonces, todo mi empeño se centrará en facilitar clima, esto es: en generar unas condiciones psicológicas óptimas que estimulen a las personas a sentirse libres para vivir sin miedo el aquí y el ahora del grupo y provoquen una disposición a mostrarse abiertas a la transformación y al crecimiento personal. Invierto por tanto toda mi energía en estar presente, y en conseguir así que “...nuestro estar no sea hacer, sino que nuestro hacer sea estar94. Estar presente es la clave: es acompañar sin condiciones y comprender empáticamente todos los acontecimientos grupales que sucedan desde una actitud auténtica y comprometida con todas las personas que viven la experiencia grupal. Es contemplar más que conducir, vivenciar actitudes más que utilizar técnicas, confiar en la transformación más que pretender el cambio, facilitar el encuentro y no tanto instrumentar el debate95. Si consigo estar de esta manera en el grupo y transmitir consecuentemente las actitudes rogerianas que se hallan en el fundamento mismo de este estilo de facilitación de grupos, sin duda dispondremos de todo lo necesario y 92 SCHULTZ, W. Todos somos uno. La cultura de los encuentros. Buenos Aires: Amorrortu. 1973, 159. 93 GARCÍA-MONJE, J.A. “Aprender a desaprender” , en ALEMANY, C. (Ed.). 14 aprendizajes vitales. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1998, 21. 94 RUD, C. Deconstruyendo a Carl Rogers. Ponencia presentada en el XI Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona celebrado en San José (Costa Rica) en febrero de 1999. 95 Concreción de las ideas de C. Rud, en el libro: BARCELÓ, B. Centrar-se en les persones. Un model transformador d’intervenció socioeducativa. Barcelona: Pleniluni, 2000, 92-93. 137 suficiente para experimentar sin restricciones un proceso de comunicación centrado en las personas. Tal vez para algunos este planteamiento resulte extremadamente simple y sencillo, pero debo decir que, en mi particular experiencia como facilitadora, he podido constatar y sufrir a menudo la dificultades, barreras, miedos y continuas dudas que permanentemente acompañan esta metodología del estar presente. Siento que no siempre me resulta fácil aceptar y amar lo distinto a mí. Algunas veces, compartiendo una experiencia de grupo con alguna persona que ha mostrado valores u opiniones ideológicas claramente diferentes a las mías, me he sorprendido valorando y juzgando la validez y la significación de sus comunicaciones o estableciendo distancias sutiles con esta persona dentro del grupo. Cuando algo así acontece, me afano primeramente por tomar contacto con esta parte de mí que experimenta éste u otro tipo de rechazo y me esfuerzo por acogerlo, sin buscar justificaciones ni pedir explicaciones; me limito a aceptarlo y a apreciarlo, simplemente por el hecho de ser mío. Casi de inmediato, el camino se allana y mis prejuicios empiezan a difuminarse. “Si difiero de ti, en lugar de perjudicarte, te ayudo a crecer”, reza la hermosa expresión de Saint-Exupery. Escuchar este susurro me permite afrontar la relación con una nueva actitud que pronto acabará por convertirse en auténtica aceptación del otro, esta vez, ya sin condiciones. No pretendo ni anhelo establecer relaciones significativas con todas las personas con las que comparto alguna experiencia de este tipo; tampoco espero que sean tal y como me gustaría que fuesen. Al contrario, deseo “dejarlas ser” y ,desde un respeto absoluto por la diferencia, me dispongo a facilitar una vivencia compartida del aquí y el ahora del grupo, donde todas las personas merecen ser admiradas y apreciadas incondicionalmente. Este aprendizaje no me ha resultado, ni me resulta aún hoy, nada fácil. A menudo encuentro auténticas dificultades para llegar a experimentar un aprecio real cuando descubro actitudes involucionistas o tóxicas en el grupo. No obstante, intuyo que cada vez me siento más abierta hacia lo distinto a mí y reconozco que, cuánto antes pueda tomar contacto con mis emociones y cuánto antes detecte cualquier tipo de actitud de recelo y de desconfianza, antes también encontraré disposición y apertura para transformar positivamente mi manera de estar con el otro; por eso, me esfuerzo sobre todo en mantener un contacto permanente con mi propia experiencia. Pienso por otro lado en otro de mis costosos aprendizajes: ¡qué difícil resulta a veces escuchar profundamente a las personas! Con eso me refiero a desarrollar un tipo de escucha integral, aquella que permite captar no sólo el contenido explícito de una comunicación, sino también, y muy especialmente, el mensaje emocional que a menudo queda oculto tras las palabras96. Sabemos que la escucha empática es, en sí misma, sumamente facilitadora en el grupo en tanto que, al ser escuchada de este modo, la persona que comunica puede autocomprenderse con más facilidad. En este sentido, he experimentado que cuando tengo una respuesta empática facilito al otro una toma de conciencia repentina en clave de insight respecto a algo que sólo conseguía comunicar de manera superficial y poco precisa. Es como si, a través de la 96 En la primera parte de ROGERS, C. El camino del ser. Barcelona: Kairós, 1987, 16. Rogers se refiere magistralmente a esta disposición actitudinal cuando escribe: “....Me refiero a oír las palabrea, los pensamientos, los tonos sensoriales, el significado personal, incluso el significado oculto tras la intención consciente del comunicante. Algunas veces, también ocurre que, en un mensaje superficialmente de poca importancia, oigo un lamento soterrado y desconocido más allá de la superficie de la persona”. 138 empatía, consiguiéramos traducir y hacer inteligible y accesible al otro un determinado contenido que, en el instante en el que puede ser mostrado desde fuera, liberado al fin de la subjetividad, es comprendido por uno mismo en toda su dimensión y significación real. A la vez, intervenciones de este tipo ahorran innecesarias interpretaciones por parte de otros miembros del grupo, y se ofrece a éste la oportunidad de centrarse sin rodeos en un significado emocional concreto y auténtico. Intento por tanto atender con disposición absoluta cualquier comunicación significativa que se dé en el grupo y la acojo con todos mis sentidos para ser capaz de comprenderla en profundidad. Pero también como Rogers, no siempre consigo desarrollar un tipo de escucha como la descrita97. Me doy cuenta de que en ocasiones no logro disponer de un silencio interior absoluto que me permita centrarme en exclusiva en lo que el otro está comunicando. He experimentado que alguno de estos ruidos internos, y no tanto los múltiples sonidos exteriores, constituyen a veces serios obstáculos para desarrollar una actitud de escucha real y completa hacia lo que sucede en el grupo. Ello me provoca un gran descontento conmigo misma, mientras no consiga apartar y “dejar entre paréntesis” mis preocupaciones personales y restablezca al fin un nuevo espacio de silencio que haga posible la escucha empática98. Recuerdo que, en una ocasión, debido a una difícil situación familiar por la que estaba pasando, me sentí con grandes dificultades para conseguir centrarme y escuchar con profundidad lo que estaba sucediendo en el grupo. Me daba cuenta y sufría por el enorme esfuerzo que estaba haciendo, pero mi mente insistía en mantenerse distraída y ocupada en pensamientos que nada tenían que ver con la experiencia grupal. Entonces el grupo escuchó con una enorme sensibilidad mi lucha interna y me transmitió una incondicional aceptación. Las personas que estaban conmigo pudieron hacerse cargo de mi situación y me ayudaron a aceptar con mayor tolerancia y objetividad mi necesidad de huída. Recuerdo que, en consecuencia, experimenté una increíble sensación de gratitud y de paz. Al recordar esta experiencia, noto como emerge con claridad otro de mis valiosos aprendizajes. A partir de vivencias como la descrita, he aprendido y aceptado que no puedo –ni deseo- dejar de ser facilitadora y participante a la vez. Facilitar de este modo resulta arriesgado pero enormemente enriquecedor porque, sin duda alguna, es desde mi participación congruente y auténtica desde donde obtengo valiosas oportunidades para impulsar mi propio proceso de crecimiento personal. Por eso, cuando estoy con el grupo, intento hacer un trabajo de facilitación a partir de una disposición global que incluye emoción e intelecto, pasión y razón, cerebro y corazón. De este modo, dispongo siempre de la posibilidad de permanecer en contacto con mi propia experiencia y de compartir sin temor mis propias vivencias en relación a la experiencia grupal99. 97 Al referirme a esta dificultad, resuenan con fuerza las palabras de Rogers, tan releídas como reconfortantes, correspondientes al fragmento: “ Cuando no puedo escuchar” en ROGERS, C. Libertad y creatividad en la educación. Barcelona: Paidós, 1980, 170-171. 98 Dice en un sentido muy similar Dora Gómez Palacio en un hermoso trabajo sobre el tema: “En mi vivencia como facilitadora, me he dado cuenta de que, en la medida en la que yo pueda hacerme a un lado y estar con el(la) otro(a), podré ponerme en su lugar sin perderme, y sólo así escucharé su voz y viviré su situación por más complicada que ésta sea”. GÓMEZ PALACIO, D. El facilitador en los grupos de encuentro: una experiencia de crecimiento personal. Ponencia presentada en el IX Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona; San José de Costa Rica, 1999. En palabras de Cecilia Mancillas: “Se necesita estar en contacto con uno mismo, antes de establecer un auténtico contacto con el otro”. MANCILLAS, C. “Congruencia: rostro del mí mismo”, en DE 99 139 En este sentido, he constatado una y mil veces como la expresión de mi congruencia en el grupo genera a la vez un clima de intensa y auténtica comunicación grupal. Parece ser que ejercitar esta disposición provoca a menudo entre los participantes la vivencia de una sensación de eufórica libertad que se traduce en un grado máximo de apertura y de transparencia en la comunicación. Por ello podría decirse que la autenticidad como actitud puede resultar en sí misma contagiosa y constituye siempre un potente estímulo para generar una disposición a facilitar el encuentro interpersonal. No siempre, sin embargo, resulta tarea fácil la expresión de la autenticidad en el grupo. Como facilitadora, parte de mis inquietudes encuentran relación directa con la dificultad que a veces experimento para conseguir percibir con nitidez y precisión mis propios sentimientos y para comunicarlos tal y como indica mi experiencia; es decir: en ocasiones me cuesta crear una relación de ayuda conmigo misma, lo cual constituye a la vez un serio impedimento para establecer una relación de ayuda con el otro100. Recuerdo haber vivido situaciones en las que comuniqué algo distinto a lo que en realidad estaba experimentado hacia algo o alguien en el grupo. Posiblemente, intentaba hacer prevalecer una idea o un pensamiento determinado, por encima del auténtico significado emocional que tenía para mí lo que realmente estaba aconteciendo. Al reflexionar sobre ello, me doy cuenta de que, cuando eso sucede, actúo más centrada en mis cogniciones y no tanto en mis sensaciones; en consecuencia, mi opacidad conlleva en estos casos la imposibilidad del acercamiento y del contacto con el grupo. Creo que hoy por hoy, en un mundo en el que ya nada es lo que parece, a nadie le resulta fácil conseguir ser congruente y mantener firme la convicción de que, sólo si somos personas auténticas y genuinas, tendremos la posibilidad de mantener unas relaciones interpersonales satisfactorias y plenas. Tal vez por eso, pienso que la participación en experiencias de grupos de encuentro constituye algo así como una inmejorable oportunidad para recobrar la confianza en las personas y para aceptar con decisión la invitación a ser siempre uno mismo. Cuando tenemos el coraje de mostrarnos y de dejarnos apreciar por lo que realmente somos y no tanto por lo que nos gustaría ser, en nuestro interior se desintegra toda resistencia a asumir el reto permanente de la transparencia y nos decidimos al fin a ejercer nuestra libertad de ser. La suerte de cofacilitar Facilitar adoptando como propias estas intenciones de apertura y de genuinidad en el grupo contiene riesgos considerables. Por una parte, no siempre resulta oportuno comunicar en el grupo todos los sentimientos que genera para uno el devenir grupal y no siempre resulta fácil identificar con precisión cuando acontece realmente uno de esos instantes oportunos. En determinados momentos del desarrollo grupal, cierto tipo de intervenciones del facilitador, puede provocar en el grupo importantes retrocesos o estancamientos, en tanto en cuanto pueden tener una incidencia perjudicial para los participantes101. ANDA, J. y otros (Comp). La promoción del desarrollo humano en un continente en crisis. México: Universidad Autónoma de Aguascalientes. 1999, 158. 100 ROGERS, C. El proceso de convertirse en persona. Barcelona: Paidós, 1981, 56. 101 Creo que este tipo de situaciones pueden evitarse si se asegura un conocimiento profundo sobre la evolución general que se desarrolla en la vida de los grupos. En el capítulo cuarto de este libro se 140 En otras ocasiones, tal y como me he referido antes, un facilitador puede experimentar serias dificultades a la hora de desarrollar las actitudes facilitadoras que permiten crear las condiciones psicológicas óptimas para propiciar el encuentro grupal. Además, cuando uno se halla realmente comprometido con el proceso del grupo, resulta irrenunciable la participación auténtica como un miembro más del grupo y, por tanto, con necesidades personales por satisfacer. Inevitablemente, cuando esto sucede, la tarea de facilitación formal en el grupo se difumina y puede dejar de ser tangible. Estos y otros condicionantes son los que justifican, a mi entender, la importancia que tiene la presencia de un cofacilitador en la experiencia de grupo. En relación a esta cuestión, siento que he sido una persona afortunada cuando he tenido el privilegio de poder contar con la colaboración cómplice e incondicional de cofacilitadores enormemente competentes y que, afectivamente, han llegado a ser especialmente significativos en mi vida102. Creo que la cofacilitación constituye un valiosísimo recurso para posibilitar una facilitación plenamente participante, en tanto que un trabajo equilibrado y completamente compenetrado en estos términos es la mejor garantía para lograr un desarrollo grupal siempre íntegro y satisfactorio. Por eso, siempre que tengo la oportunidad, escojo cofacilitar procesos de grupo, porque la confianza mutua y la complicidad que se establece de inmediato hace, todavía si cabe, más apasionante y enriquecedora cada nueva aventura grupal. Cuando finaliza la experiencia y da comienzo la conspiración. El principio del final de las experiencias de grupos de encuentro aparece cuando los participantes alcanzan la plena conciencia de haber formado una nueva red de apoyo mutuo103, que comparte la firme intención de proyectar fuera de las fronteras del grupo el proceso transformativo iniciado. El grupo es ahora una comunidad que conspira, es decir, que comparte la aspiración común ejercida por una esperanza, en palabras de Teilhard de Chardin. Cuando intento identificar las principales motivaciones que sustentan mi interés hacia la facilitación de grupos de encuentro, me doy cuenta de que lo que realmente me nutre y me estimula poderosamente es precisamente poder acompañar y compartir estos mágicos momentos de transformación personal y grupal. Me maravilla asistir al impactante insight que tiene una persona cuando descubre que puede desarrollar una profunda transformación sin necesidad de esperar a que cambien las cosas fuera, porque ha experimentado que el poder mismo y la disposición para la autorealización son recursos que alberga en su interior. También me llena de satisfacción comprobar que, para la mayoría de los participantes, las consecuencias que se derivan de la experiencia grupal siempre son expone un modelo interpretativo adecuado y que constituye una significativa aportación, que nos permite intervenir con acierto en la facilitación. 102 Por la cantidad y calidad de experiencias compartidas en la facilitación de grupos de encuentro, me resulta imposible no referirme de forma especial a uno de esos singulares colaboradores: el autor de este hermoso libro, Tomeu Barceló, quien ha influido significativamente en mi formación y entrenamiento y con quien he compartido numerosas e imborrables situaciones de desarrollo personal. 103 Término utilizado por Marilyn Ferguson en su famoso libro La conspiración de acuario, para referirse a la reunión de individuos que conspira para hacer que todo pueda ser de otra manera: los que conspiran buscan provocar un cambio de conciencia global que permita la transformación del individuo y, en consecuencia, del mundo. 141 positivas y altamente beneficiosas. Sin duda alguna, todo aquel que ha participado comprometidamente en un grupo de encuentro, coincide en reconocer los beneficiosos efectos terapéuticos que éstos provocan y los significativos aprendizajes que se producen tanto a nivel cognitivo como emocional. Hablo de consecuencias sanadoras en el sentido en que estas experiencias permiten desarrollar, desde la posibilidad del autoconocimiento y la autocomprensión, una mayor tolerancia y aceptación hacia uno mismo, lo que resulta auténticamente liberador para la persona. El haber podido disfrutar de la desconocida oportunidad para ser uno mismo desde la transparencia y la genuinidad, sin ser por ello objeto de valoración, agresión o cuestionamiento, permite experimentar una intensa sensación de confianza en las personas y una enorme seguridad personal. Como dice Ferguson en su provocativo libro La conspiración de acuario, “...toda transformación necesita un mínimo de confianza”104. Sin ninguna duda, recobrar la confianza en las personas y conseguir transformar el propio miedo en valor, son para mí algunas de las consecuencias más relevantes que puede experimentar una persona al final del proceso grupal. En las experiencias de grupo que he podido facilitar en cursos de formación para docentes y estudiantes universitarios, he tenido también enormes satisfacciones al comprobar repetidamente como los grupos de encuentro son además fuente de valiosísimos aprendizajes intelectuales que permiten ir incorporando nuevas concepciones sobre la complejidad de los procesos que subyacen a las relaciones interpersonales. La curiosidad permanente y la inquietud para seguir aprendiendo sobre estos temas pasa a ser una constante para muchas de esas personas que, a partir de experiencias impactantes como las que propician los grupos de encuentro, ya nunca dejarán de promover la revolución silenciosa. Crecer es el mensaje; la facilitación, la herramienta. Desarrollar los presupuestos del Enfoque Centrado en la Persona en la facilitación de grupos de encuentro constituye a mi entender un enorme desafío personal para todo aquel que opte por la aplicación rigurosa del modelo. A partir de la descripción de los aspectos más representativos de mi experiencia en este campo, me doy cuenta de que en mi caso adquiere más significación emocional la duda que la certeza, el descontento que siento ante la dificultad, que la satisfacción que experimento ante el acierto; y advierto que es mediante esta toma de conciencia repentina como consigo anticipar la posibilidad amenazante de caer en una espiral de autoexigencia permanente por conseguir desarrollar en un grupo las actitudes facilitadoras. Ante el peligro real de ir dejando consecuentemente de ser yo misma en un esfuerzo inútil por vencer mis imperfecciones, rebusco entre mis lecturas preferidas alguna respuesta que me ayude a reencontrar mi norte y encuentro lo siguiente: “¿Cómo ayudar en la dirección de la no exigencia desde la exigencia, o en la dirección del coraje del ser desde el temor de ser?... No aceptar las reglas del juego del acontecer como transformación, y pretender inerrumpirlo con alguna ley, aunque sea la del deber de las actitudes básicas, significaría romper el juego, salirse de él y no permitirle a la ayuda que se instale en la relación y opere el quehacer poético de la tendencia transformativa, manifestándose a través de la estética de las actitudes 104 FERGUSON, M. (1984). La conspiración de acuario. Transformaciones personales y sociales en este fin de siglo. Barcelona: Kairós, 1984. 142 facilitantes”105. Esta oportuna llamada de atención me estimula a tolerar y a apreciar mis numerosas limitaciones, y recupero con ella la sólida convicción de que, sólo desde la no exigencia y desde el coraje del ser, puedo facilitar y compartir procesos reales y posibles de crecimiento personal y grupal. Crecer así, afrontando los estimulantes retos que plantea la facilitación de grupos de encuentro, constituye un auténtico privilegio que, como tal, experimento con permanente asombro y con infinita gratitud hacia las personas que generosamente compartieron conmigo el placer y el dolor del inicio de su transformación. RUD, C. “El amor en tiempos de internet”, en DE ANDA, J. y otros (Comp.) La promoción del desarrollo humano en un continente en crisis. México: Universidad Autónoma de Aguascalientes, 1999, 33. 105 143 14.- MUECAS PARA EL ENTRENAMIENTO. “Una de las críticas formuladas con frecuencia a las técnicas del encuentro es que son artificiosas, mecánicas o forzadas. Es verdad que toda técnica puede volverse artificiosa si se la aplica de manera mecánica; de ahí la importancia de que surja orgánicamente de la interacción grupal. Cada método resulta eficaz en un conjunto particular de circunstancias; la habilidad del coordinador reside en advertir cuáles de esas circunstancias se han presentado, y en saber aplicar el método correcto. Si esto se lleva a cabo como corresponde, el método en cuestión contribuye al flujo energético y acelera y profundiza, habitualmente, el fenómeno que se está investigando. Si, en cambio, se lo aplica en forma inapropiada, resulta simplemente ineficaz.” (William Schutz) En este capítulo intento mostrar algunos recursos que puedan resultar útiles para la facilitación de grupos. Las técnicas de la dinámica de grupos no dejan de ser instrumentos que, aplicados correctamente, pueden favorecer el proceso grupal en momentos de bloqueo, en circunstancias que precisen profundización para no pasar por alto determinadas interacciones, en situaciones que requieran un sacar a flote sensaciones que se perciben como ocultas o con dificultades para su explicitación, o para ayudar al entrenamiento de facilitadores. En cualquier caso no son simples juegos de relación, su intención consiste en obtener un mejor rendimiento y una mayor eficacia en el proceso del grupo desde una óptica cualitativa. Procuran impulsar experiencia, percepción, comunicación e interacción, y estos elementos constituyen el material básico con el que trabaja la dinámica de grupos. Como recurso, la técnica de dinámica de grupos es un accesorio de la facilitación y, como tal, no es significativa en sí misma sino en función de lo que puede generar como material para la comunicación y el aprendizaje. Precisamente por eso, lo importante es la manera de facilitarla. No se trata de que el animador del grupo siga las instrucciones procedimentales sino que, con su presencia y sus actitudes fomente el clima necesario para que la participación de las personas se vea acrecentada. Hoy en día existe una extensa gama bibliográfica de técnicas de animación y dinámica de grupos que contienen una gran variedad de ejercicios grupales clasificados según la intencionalidad que pretende cada uno y que pueden servir de ayuda en la obtención de recursos para la facilitación de grupos106. También el 106 Quizás podamos destacar algunos libros interesantes sobre técnicas de dinámica de grupo: ALBERT, L.; SIMON, P. Las relaciones interpersonales. Barcelona: Herder, 1983. ANTONS, K. Práctica de la dinámica de grupos. Barcelona: Herder, 1978. FRITZEN, S. 70 ejercicios prácticos de dinámica de grupo. Santander: Sal Terrae, 1988. FRITZEN, S. Relaciones humanas interpersonales. Santander: Sal Terrae, 1999. GIL, F. y otros. Prácticas de psicología de los grupos. Experiencias. Madrid: Pirámide, 1999. HOSTIE, R. Técnicas de dinámica de grupo. Madrid: ICCE, 1982. JIMÉNEZ, F. La comunicación interpersonal: ejercicios educativos. Madrid: ICCE, 1991. KIRSTEN, E.; MÜLLER, J. Entrenamiento de grupos. Bilbao: Mensajero, 1984. MORALES, A. Dinámicas de grupo. Ejercicios y técnicas para todas las edades. Madrid: San Pablo, 1999. PALLARÉS, M. Técnicas de grupo para educadores. Madrid: ICCE, 1982. PÉREZ, Mª J.; TORRES, C. Dinámica de grupos en formación de formadores: casos prácticos. Barcelona: Herder, 1999. SIKORA, J. Manual de métodos creativos. Buenos Aires: Kapelusz, 1979. STEVENS, J. El darse cuenta. Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1976. 144 facilitador y los propios miembros de un grupo pueden sugerir alguna técnica en un momento determinado. Cada día van surgiendo nuevos recursos de facilitación que permiten promover experiencia y comunicación. Me parece, sin embargo, que sería conveniente relativizar la eficacia de las técnicas grupales. Pueden ayudar al despliegue del proceso grupal pero no constituyen ninguna panacea ni son recetas mágicas de la facilitación. Creo que lo más prudente para un buen facilitador es conocer múltiples recursos y sugerir alguno de ellos en virtud de alguna situación grupal que precise desbloqueo. Es en este sentido que me preocupan las experiencias de grupo en las que se abusa de las técnicas, como si la participación en un grupo se tratara solamente de tener el tiempo ocupado en un sinfín de actividades o “dinámicas” degenerando en un activismo complaciente que no produce transformación ni cambio, sino que se ocupa de llenar los espacios y tiempos en el hacer del grupo sin facilitar el estar ni el experienciar. Estas son algunas de las razones que me incitan a evitar el planteamiento previo en cualquier experiencia grupal. Prefiero contar con una gran cantidad de recursos, sin programar de antemano cuáles van a ser utilizados o si van a ser utilizados. Me siento mejor en un curso y en un grupo en el que la programación pueda desprogramarse o que, en cualquier caso, la planificación inicial constituya solamente un marco de referencia en relación a las intencionalidades que pretendemos, pero que no se convierta en un material de encorsetamiento que condicione la experiencia y el proceso. Así, me gusta, en sentido figurado, denominar a las técnicas grupales muecas para el entrenamiento. Como una mueca, en cuanto contorsión del rostro generalmente burlesca; las técnicas no son muestras de la autenticidad del experienciar sino signos que posibilitan una expresión de lo que puede haber por debajo de lo expresado y, en este sentido, pueden ayudarnos a ver un poco más de lo que hay. Y como las muecas pueden mostrar aristas de distintos sentimientos, emociones y pensamientos, también las técnicas grupales pueden referirse a los distintos ámbitos del acontecer grupal, a la sensibilidad, a la racionalidad del grupo, a la eficacia de su tarea, o a su expresión celebrativa y lúdica. En todo caso, una técnica nunca debe ser impuesta sino sólo sugerida. Y, a modo de sugerencia, ahí van algunas muecas para el entrenamiento que a veces hemos utilizado. He procurado seleccionar algunos recursos que no se encuentran en los libros citados, o han sido formulados de otras formas por nuestro equipo de dinámica de grupos o inventados en algún momento de necesidad según una determinada situación de grupo. En cualquier caso no dejan de ser muecas y, como tales, pretenden también una cierta utilidad. TSCHORNE, P. Dinámica de grupo en trabajo social, atención primaria y salud comunitaria. Salamanca: Amarú, 1993. VOPEL, K. El animador competente. Nuevas técnicas para el animador de grupo. Madrid: CCS, 2001. 145 Primera mueca: “Iniciando el contacto”. Intenciones: - Conocer el nombre de los participantes en un grupo al iniciar una experiencia. Descubrir algunos aspectos de la personalidad de los participantes. Favorecer la desinhibición ante una situación nueva. Facilitar una disposición inicial para la comunicación afectiva. Participantes: - De 25 a 30 personas aproximadamente. Tiempo: - Aproximadamente una hora. Procedimiento: 1. - El animador reparte una ficha rectangular (fig. 12) y sugiere que cada participante escriba individualmente algunas informaciones: en el centro, el nombre con el que quiere ser conocido en el grupo; en el ángulo superior izquierdo, alguna motivación que haya generado su participación en el grupo o curso; en el ángulo inferior izquierdo, alguna influencia significativa en su historia personal (persona, experiencia, lectura de algún libro etc.); en el ángulo superior derecho, algún rasgo de su personalidad que cree lo define significativamente; en el ángulo inferior derecho, algún deseo o expectativa en el futuro inmediato. 2. - A continuación el animador pide a los participantes que, con la ficha bien visible, se vayan moviendo por la sala en silencio observando detenidamente las hojas de los demás participantes (el animador participa como uno más), y mostrando a los otros participantes su propia ficha. 3. - Una vez finalizado el paseo (unos diez minutos), el animador sugiere que se junten por parejas e intercambien informaciones respecto a su ficha procurando comunicar un poco más de lo que aparece escrito. 4. - Al cabo de unos diez minutos, nos sentamos en círculo y cada participante presenta a su pareja, al mismo tiempo comunica al grupo las primeras impresiones y percepciones respecto a su pareja: cómo la percibo, qué me ha llamado más la atención etc. 5. - Por último dejamos un pequeño espacio de libre expresión para dar oportunidad a alguna comunicación por parte de algún participante si lo desea. En estos dos últimos pasos el animador, con su actitud, se mostrará empático y reflejará algunas comunicaciones para que resuenen en el fuero interno de la persona y transmitirá consideración positiva, iniciando la creación del clima necesario para el inicio de un proceso interaccional. Materiales: - Fichas y rotuladores. 146 fig. núm. 12. ficha de presentación Motivación Rasgo Personal Nombre Influencia Deseo Variante: Si el grupo es reducido este mismo ejercicio puede realizarse sentándose todos los participantes en círculo y cada miembro del grupo va presentándose a sí mismo indicando un aspecto que se refiera a cada uno de los apartados de la ficha, empezando por su nombre. El animador puede ir reforzando las distintas presentaciones con respuestas reflejo y con consideración positiva. Una vez realizada la autopresentación es conveniente realizar el paso 5. 147 Segunda mueca: “Percatándose”.107 Intenciones: - Ayudar a tomar conciencia del propio cuerpo como manifestación real de uno mismo. Facilitar el enfoque de sensaciones corporales para integrarlas en la conciencia. Aprender a dar significado emocional a una sensación corporal. Compartir comunicaciones y sensaciones que proceden del referente directo de cada uno. Participantes: - De 25 a 30 aproximadamente. Tiempo: - Una hora y media, aproximadamente. Procedimiento: 1. -El animador sugiere el ejercicio como instrumento para tomar conciencia de los sentimientos y emociones ante una determinada situación grupal a través del cuerpo que constituye un archivo extraordinario de nuestra historia personal porque guarda todas las sensaciones y aprendizajes de nuestra experiencia. Seguidamente solicita a los participantes que, en silencio, se coloquen en una posición cómoda, preferiblemente acostados en el suelo sobre mantas o colchones, con la espalda tocando al suelo y la parte delantera mirando al techo. Sugiere que cierren los ojos y desconecten de ruidos exteriores para facilitar el contacto consigo mismos. (Puede acompañar el ejercicio con música tranquila y clásica de fondo). 2. - El animador va dando las siguientes instrucciones. “Os sugiero que cerremos los ojos... intenta respirar profundamente y seguir con tu conciencia el ritmo de la respiración. Intenta sentir como tu respiración penetra en tu cuerpo y el aire llena todos los espacios. Entra y sale suavemente. Procuraremos ahora prestar atención a distintas partes de nuestro cuerpo. Te ruego centres tu atención ahora en tus pies. Haz que el aire que inspiras llegue hasta tus pies. Intenta ahora apretar con fuerza los dedos de tus pies y mantenlos así un momento. Ahora puedes ir soltándolos lentamente... uno... dos... tres... Los dedos se relajan, los pies pesan en el suelo. Haz subir lentamente tu enfocar por las piernas hasta las rodillas. Presta atención a la articulación de tus rodillas. Mueve las piernas cerrándolas a través de la articulación de tus rodillas, mantenlas así, fuertemente cerradas por un momento. Ahora puedes ir soltando tus piernas lentamente, uno... dos... tres... Las piernas y las rodillas pesan en el suelo, se relajan. Sigue respirando profundamente. Concéntrate en tus manos. Siente como el aire de tu respiración llega hasta tus manos, hasta los dedos de tus manos. Cierra tus manos en un puño fuertemente y mantenlas así por un momento. Ahora, lentamente, 107 Esto es un pequeño ejercicio de focusing en grupo que permite tomar conciencia de cómo una persona se siente realmente ante una determinada situación y le ayuda a abrirse más a la experiencia. 148 puedes ir abriendo tus manos, poco a poco, uno... dos... tres... Siente como pesan y se relajan. Vamos ahora a concentrar nuestra atención en los codos, en la articulación de nuestros brazos que es el codo. Lleva aire hasta allí. Cierra ahora tus brazos fuertemente por la articulación del codo, con fuerza, y mantén esta posición unos momentos. Ve ahora soltando lentamente tus brazos, uno... dos... tres... con suavidad, hasta que estén en el suelo. Siente como tus brazos pesan. Centra ahora tu atención en los hombros, lleva el aire hasta tus hombros. Intenta apretarlos lo más que puedas hasta que casi te lleguen a las mejillas, mantén esta postura unos momentos y, lentamente, ve soltando tus hombros... uno... dos... tres... Siente como se relajan y pesan. Vamos a concentrarnos ahora en nuestro cuello, una articulación muy poderosa y significativa. Siente el aire en el cuello. Intenta ahora alargar tu cuello lo máximo que puedas, como una avestruz y mantenlo así unos segundos. Lentamente vuelve a llevarlo a su posición normal, uno... dos... tres... Siente como pesa y se relaja. Respira con profundidad varias veces. Centra toda tu atención en las partes delanteras de tu cuerpo, en el centro de tu cuerpo. Siente como el aire penetra en tu garganta, llena tu pecho y llega hasta tu vientre. Presta atención en esta parte central de tu cuerpo, de la garganta hasta la cintura. Llena de aire esta parte central. Quédate ahí un minuto, con esta parte, junto a esta parte. Aquí nuestro cuerpo guarda las sensaciones, las emociones, los sentimientos. Toma conciencia de esta parte y mira si hay alguna sensación corporal que surge difusamente en alguna parte de donde estás. Quizás en la garganta va surgiendo algún nudo, o en el pecho, o en el estómago, o en el vientre. Una sensación física, agradable o desagradable. Date tiempo, dos minutos o así. Si no surge no pasa nada, sigue estando ahí unos segundos más... quizás aparezca algo. Si hay alguna sensación centra tu atención en ella. Enfócala. Respira profundamente para darle volumen y acoge esta sensación, dale la bienvenida. ¿Cómo es esta sensación? No hace falta pienses qué la produce, aparta un poco tu mente racional, sólo mira cómo es, qué cualidad emocional tiene: un nudo, una euforia, algo denso que pesa, un vacío... Intenta buscar un nombre o una frase, o una imagen que describa esta sensación corporal. Toma conciencia de si, en realidad, este nombre o esta imagen se ajusta a la sensación. Puedes ir de la sensación a la imagen y viceversa, hasta que se ajuste. ¿Es eso, no es verdad? O no, ¿quizás se ajusta mejor esto, no es así? Cuando se ajuste sentirás un ligero alivio. Habla con esta sensación, acoge lo que te dice y date unos segundos para estar con ella, quizás descubras algo nuevo de ti mismo. Respira. Intentaremos ahora hacernos un espacio, como generar una distancia adecuada entre tú y esta sensación. Imagínate que colocas esta sensación en una estantería situada delante de ti, no muy lejos. La respiración puede ayudarte a colocar la sensación en la estantería. Esta sensación está ahí pero hay algo más entre tú y la sensación, tú eres más que esta sensación. Quizás más tarde podrás ocuparte de ella, dile simplemente que quieres un poco de espacio para ti. Continúa respirando y centrándote en tu respiración. Mira a ver qué ocurre en el centro de tu cuerpo cuando te preguntas ¿Cómo me siento ahora mismo?, o mejor incluso... Ahora me siento bien ¿no es verdad?108 Deja 108 La pregunta puede variar en virtud de la situación del grupo y del momento en que realicemos este ejercicio. Podemos decir, por ejemplo, en este grupo me siento bien ¿no es verdad?, o me siento realmente aceptado por el grupo ¿no es así? o incluso, me siento cómodo en este grupo ¿no es cierto?... 149 que tu cuerpo responda, no pienses ni analices ninguna respuesta solamente date dos minutos para ver lo que emerge de tu interior cuando te preguntas eso. Deja tiempo para que se forme una ligera sensación física en la garganta, o en el pecho, o en el estómago, o en el vientre... Ahora me siento bien ¿no es verdad? Enfoca esta sensación difusa que va surgiendo. Respírala, como si la expandieras y la pasearas por el centro de cuerpo. Dale volumen, la respiración puede ayudarte a atender esta sensación corporal. Mira si encuentras un nombre, una frase o una imagen que describa la cualidad emocional de esta sensación, (es algo denso o angustiante, es como un cosquilleo que conmueve...) dedica un poco de tiempo a buscar un nombre o una imagen que se ajuste. Puedes desplazarte desde la sensación corporal hasta la palabra o la imagen hasta que percibas un encaje de ambas. ¿Es esto? ¿Quizás está mejor así? Ajá, esto es, sí ahora se ajusta. Me siento como que... ¿Qué es lo peor de esta sensación? Pregunta y espera, deja que tu cuerpo conteste con otra sensación. Lo más (“angustiante” o “denso”, o”...”) de esta sensación es... Date un minuto o así para dejar que aflore un ligero movimiento sentido corporalmente... Lo peor es que... Ajá, eso es, ¡qué curioso! Quédate un momento con esta nueva sensación, respírala y paséala por tu cuerpo, dale volumen. ¿Es eso realmente? Lo peor es que me siento...109 ¿Qué necesito para sentirme bien en relación con eso? ¿Hacia qué dirección me lleva? Pregunta y espera. Deja que el cuerpo de signos con nuevas sensaciones que puedan orientarte para sentirte mejor. Eso es lo que deseo realmente ¿no es verdad?... Sí eso es... ¡qué curioso! Déjate sorprenderte por las indicaciones de tu cuerpo. Deseo que... Parece como que se me abre el camino hacia... Respira esta nueva sensación corporal de ir hacia... Recibe y acoge todo esto que has experienciado, como agradeciendo a tu cuerpo que te haya dado indicaciones sobre cómo estás y qué deseas. Y mira ahora como ha sido tu proceso interno, como a qué ha sabido... ¿Cuál es la sensación global de todo esto que he sentido? ¿Qué color pudiera relacionarse con esta sensación global de mi proceso de aquí y ahora? ¿De qué color me siento ahora mismo? Date un momento para ver qué color te surge. Ahora, lentamente, puedes ir abriendo los ojos y escoger un color de todos los que hay expuestos en pequeñas cartulinas en la mesa. Coge la ficha del color que ahora más se identifique con tu estado de ánimo ahora, elige tu cartulina y ocupa de nuevo tu lugar mirando a los demás participantes y el color que han elegido”110 3. - Se trata seguidamente de indicar que se junten por subgrupos de colores. Cada participante forma subgrupo con los demás miembros que han elegido su mismo color o algún color parecido de su gama cromática. Se puede formar un subgrupo de colores con los participantes que hayan escogido un color que no tiene correspondencia con ningún otro. En el subgrupo, durante unos doce minutos, las personas compartirán su experiencia, pueden explicitarse las vivencias de cada uno y 109 Podemos preguntar también ¿qué es lo mejor de todo esto?... o ir haciendo otras preguntas a la sensación para que nos diga algo más de lo que hay debajo de ella misma. 110 El animador del ejercicio habrá colocado pequeñas cartulinas de múltiples colores en la mesa para que cada participante pueda escoger el color que desee. Tiene que haber muchas fichas de cada color y múltiples colores para permitir que algunos participantes escojan el mismo color y favorecer que todos los colores estén presentes. 150 comprobar si el sentido que han dado al color elegido coincide o es muy diferente. Es un espacio para compartir y comunicarse. 4. - Por último, los participantes se sientan en círculo y uno de cada subgrupo expone un poco el contenido de la reunión de su subgrupo. El animador se muestra presente con consideración positiva y empatía, formula algunas preguntas para facilitar la comunicación. Se deja también un espacio para que las personas que lo deseen puedan compartir algo de su experiencia con todo el grupo grande. Materiales: - Un reproductor de CDS Música clásica o relajante. Pequeñas fichas de 6 x 6 cm de múltiples colores y con 10 o 12 fichas de cada color. 151 Tercera mueca: “Aprendiendo a escuchar”. Intenciones: - Facilitar el entrenamiento de la escucha y la empatía. Experimentar las sensaciones de sentirse realmente escuchado por el otro. Impulsar la creación de un clima de comunicación en el grupo. Participantes: - Unos 20 aproximadamente. Tiempo: - Una hora Procedimiento: 1. - El facilitador del grupo puede introducir el ejercicio con una breve exposición sobre la importancia del escuchar y la empatía en las relaciones interpersonales y de ayuda. Es importante recalcar que lo significativo no es solamente escuchar el contenido del mensaje del interlocutor sino, sobre todo, el proceso interno de su vivencia, los sentimientos, las emociones... lo que hay más allá de las palabras. Sugiere realizar un pequeño ejercicio para aprender a escuchar mejor. 2. - Se trata de que los participantes se junten en parejas, para este ejercicio es mejor juntarse con otra persona poco conocida, esto nos permitirá una mayor disposición y esfuerzo para escuchar. Cada pareja dispondrá de 14 minutos para realizar el ejercicio. Durante 7 minutos una persona comunicará a su pareja alguna vivencia que le afecte emocionalmente. No se trata de hablar de opiniones ni de conceptos, sino de compartir una vivencia real sobre cómo me siento en una relación, en una situación, en el propio grupo... El otro miembro de la pareja escuchará intensamente. Podrá reflejar lo que dice el otro, hacer alguna pregunta empática, interesarse por el otro, pero no podrá añadir nada de su parte porque se trata de escuchar vivencialmente al otro. Al cabo de 7 minutos se intercambian las funciones. El escuchador será escuchado y el que ha sido escuchado será escuchador. A los 14 minutos la pareja vuelve al lugar de reunión de todo el grupo. 3. - El animador habrá colocado en círculo tantas sillas como parejas hay y una más para él mismo. Sugerirá que una persona de cada pareja ocupe una silla y el otro miembro de la pareja se sitúe detrás de su pareja de pie tocando con las manos los hombros de la persona que está sentada. Las personas que están sentadas no podrán hablar durante esta parte del ejercicio. Se trata de que vean cómo les resuena el mensaje de su pareja, sin afirmar ni negar nada, que se dispongan a experienciar cómo es el ser escuchado o si se sienten verdaderamente escuchados y respetados. Las personas situadas detrás de su pareja, por turno expondrán al grupo como se siente su pareja, en relación con lo que han escuchado en el paso anterior, como si fueran ellos mismos. Se trata pues de hablar en primera persona pero manifestando la vivencia de la pareja. Algo así como: “yo soy... me siento... y...” La persona que habla sabrá discernir perfectamente aquello que quiere o no comunicar al grupo su pareja. La persona sentada en la silla está abierta a la experiencia de verse reflejada. En este ejercicio muchas veces suceden emociones fuertes y algún lloro por la intensidad del 152 sentirse realmente comprendido por otro. Durante los distintos turnos es muy importante la presencia vivencial del facilitador que se mostrará empático profundamente con los participantes que hablan y con las personas que reciben empatía que están sentadas en el círculo. 4. - Cuando todas las personas que están de pie han realizado sus comunicaciones como si fueran el otro, se intercambian las posiciones y se realiza el mismo procedimiento que en el paso anterior. 5. - Una vez finalizado el ejercicio se deja espacio para compartir sensaciones y experiencias, para expresar significados y aprendizajes sobre esta dinámica. Materiales - No se precisan 153 Cuarta mueca “Escuchar sin palabras” Intenciones: - Intentar experimentar y expresar empatía a través de un dibujo. Facilitar la comprensión de los demás de manera no verbal. Impulsar el proceso de comunicación y de interacciones en el grupo. Participantes: - Unas 20 personas aproximadamente Tiempo: - Una hora Procedimiento: 1. - El grupo escoge algún tema de comunicación que afecte a la vida interna del propio grupo o a la dimensión afectiva de las personas del grupo. El animador impulsa el diálogo y el intercambio de informaciones sobre el tema en cuestión. De pronto, al cabo de unos 15 minutos de discusión el animador para el intercambio y sugiere que cada persona elija a otro participante. Se forman díadas. 2. - Siguiendo sentados en círculo uno de la díada intenta expresar mediante un dibujo algunos significados que tiene para sí mismo el tema que se estaba discutiendo. Por ejemplo, si el tema era cómo es estar en este grupo, el dibujo puede tratar sobre cómo vivimos nuestro estar en el grupo. O cómo vivo el amor, o el sexo... si el tema era sobre estos términos. El otro participante de la díada intenta plasmar en la hoja el dibujo que cree que el otro realizará. Se trata de hacer de “espejo” del otro. Así los participantes elegidos dibujarán el término temático que se estaba tratando, y los miembros “espejo” lo dibujarán a la manera que perciben que lo harían los participantes que han escogido. 3. - Al cabo de un tiempo, unos diez minutos, el animador sugiere una nueva fase del ejercicio. Por turnos díadas, el miembro que ha hecho de espejo empieza mostrando al grupo su dibujo sobre cómo cree que el tema ha sido percibido por su pareja. Seguidamente, su pareja muestra su dibujo y comunica cómo percibe el tema en cuestión. Pueden comentar las semejanzas y diferencias de los significados de ambos dibujos. 4. - El ejercicio finaliza cuando todas las díadas han tenido su turno. Después es conveniente dejar un espacio para cambiar impresiones sobre lo que ha sucedido y si existe la sensación de haber comprendido mejor a los demás. Es sorprendente ver como muchos dibujos, el de un participante y su espejo, muestran grandes coincidencias aun cuando los miembros de la díada son casi desconocidos entre sí. Materiales: - Hojas o folios para realizar los dibujos. Rotuladores o lápices de colores. 154 Quinta mueca: “Comunicando percepciones a los demás”. Intenciones: - Generar material perceptivo para favorecer la interacción entre los participantes. Motivar la expresión auténtica y sincera de sensaciones, sentimientos y percepciones sobre los demás participantes. Ayudar a aceptar distintas percepciones y sensaciones que los participantes tienen de uno mismo, aunque resulten contradictorias. Participantes: - De 12 a 20 personas Tiempo: - Una hora aproximadamente. Procedimiento: 1. - Los participantes y el animador están sentados formando un círculo. Cada participante y también el animador, por turno, se levanta de su silla y se pone en el centro del círculo. Va a comunicar las percepciones al resto de los miembros del grupo. Para ello se sitúa de pie, delante de un miembro y mirándolo a los ojos le comunica: “A ti te veo como...” y añade el nombre de un animal (mariposa, elefante, león...). El participante que ha recibido la comunicación no puede decir nada. Seguidamente, el miembro que está de pie se sitúa ante el siguiente participante y repita la operación comunicándole el nombre de un animal de acuerdo con su significado perceptivo, no puede repetir ningún animal. Así lo va haciendo con todos los participantes. 2. - Cuando la primera persona ha acabado ocupa su lugar en el círculo y sale otro participante siguiendo el mismo procedimiento. Quizás esta persona repita algún animal dicho por el anterior miembro. Al finalizar su ronda ocupa su lugar y sale otro. Así, sucesivamente hasta que todos los miembros del grupo hayan comunicado su percepción con este procedimiento. 3. - Seguidamente, estando sentados todos en círculo, por turno, cada persona comunica al grupo el nombre del animal que más le ha gustado oir de todos los que le han dicho y el nombre que menos le ha gustado. Lo puede hacer diciendo algo así como: “Me he sentido mejor cuando me han dicho... (nombre del animal), y no me gustado cuando me han llamado... (nombre del animal)”. 4. - Se trata ahora de generar un espacio de intercomunicación libre. Una persona, por ejemplo puede preguntar a otra cómo es percibida y porqué le sugiere un animal concreto, tanto si tiene connotaciones positivas como negativas. Se trataría de decir algo así como: “Me gustaría saber porqué me percibes como un gato...” Es este espacio de intercomunicación la habilidad del animador juega un papel muy importante para facilitar las interacciones, debe mostrarse empático y auténtico con el grupo y dejar que fluya la energía que se genera. Después de una hora y media como máximo desde el inicio del ejercicio el animador tiene que sugerir un descanso e 155 indicar que si alguna persona necesita comunicarse con otra respecto a las percepciones dadas o recibidas puede hacerlo en este tiempo de receso. 156 Sexta mueca: “Comunicaciones auténticas”. Intenciones: - Exteriorizar sentimientos ocultos que no han sido expresados en el grupo. Incitar a comunicarse de manera auténtica expresando sentimientos positivos y negativos. Ayudar a profundizar en las intercomunicaciones para fomentar la interacción. Participantes: - De 12 a 25 personas. Tiempo: - Una hora y media. Procedimiento: 1. - En un momento del proceso del grupo, no en los inicios sino después de algunas sesiones, el animador sugiere que quizás resultara conveniente tratar con algunos sentimientos relacionales que no han acabado de salir a relucir durante las sesiones. Expresa que, a través de este ejercicio, podemos tomar conciencia de sentimientos positivos y negativos que experimentamos en relación con alguna persona del grupo y que no nos hemos acabado de atrever a comunicarlos auténticamente. 2. - Cada participante, después de un momento de silencio para escucharse interiormente anota en una parte de una hoja de papel el nombre de alguna persona del grupo que le genera algunos sentimientos positivos y negativos y que no ha encontrado el momento de expresarlos. En el reverso del papel escribe, al menos, un sentimiento positivo y otro negativo con relación a esta persona cuyo nombre ha anotado. 3. - Después de unos minutos, cuando todos los participantes ya han acabado de anotar el nombre y los sentimientos, el animador sugiere que se vayan explicitando las anotaciones. Se trata de que, a medida que se quiera, un participante comunique el nombre de la persona anotada y le verbal ice los sentimientos que ha escrito. Es importante dirigirse directamente a la persona anotada, de tú a tú y no hablar en tercera persona como si no estuviera presente. También es interesante comunicar primero el sentimiento negativo y después el sentimiento positivo. Después de cada intervención, el animador solicitará feed-back de la persona que ha recibido la comunicación. “¿Era consciente de que el comunicante tenía estos sentimientos?” “¿Esperaba recibir la comunicación de esta persona?” “¿Puedo comprender realmente lo que siente hacia mí el comunicante?”... 4. - Cuando todos los participantes hayan aportado su comunicación y hayan recibido el feed-back correspondiente resulta conveniente dejar un espacio abierto de 157 libre comunicación para ayudar a concluir procesos interaccionales. Al cabo de hora y media el animador ha de proponer un receso.111 Materiales: - Hojas de papel y bolígrafos. 111 Es curioso comprobar que si el ejercicio se facilita bien se suelen dar muchos casos de ajuste en las elecciones. La persona que ha elegido a otra para comunicarle sentimientos negativos y positivos muchas veces ha sido su vez elegida por esa otra. Este fenómeno genera un cúmulo de energía interaccional muy potente y hace que emerjan múltiples interacciones de conflicto y de encuentro. 158 Séptima mueca: ”Consideración positiva incondicional”. Intenciones: - Enfocar sensaciones positivas con respecto a las personas del grupo y esforzarse en comunicarlas. Recibir y dar aprecio. Entrenarse en mostrar consideración positiva. Participantes: - De 12 a 25 personas. Tiempo: - De 20 a 30 minutos. Procedimiento: 1. - Las personas del grupo están sentadas formando un círculo. El animador dispone de una pelota. Manifiesta que este ejercicio consiste en mostrar consideración positiva hacia los demás, procurando comunicar a las personas del grupo sensaciones y sentimientos positivos que provocan en cada uno. Se trata de intentar expresar estos sentimientos de manera auténtica huyendo de la superficialidad. No es una comunicación muy profunda decir, por ejemplo, “me gusta tu peinado”; es más significativo expresar: “te percibo como una persona muy comprensiva y siento que me escuchas cuando comunico alguna cosa”. 2. - La persona que recibirá la pelota será, en este momento la que reciba consideración positiva de los demás. Mientras tenga la pelota no puede decir nada, sólo puede recibir aprecio. El animador tirará la pelota a algún participante que cogerá la pelota y permanecerá en silencio. Las dos personas que están sentadas a su lado, a la derecha y a la izquierda del receptor de la pelota, están “obligados” en primer lugar a comunicar algún sentimiento positivo a la persona que tiene la pelota. Una vez, estos participantes han comunicado su sensación positiva respecto a la persona poseedora de la pelota, las otras personas del grupo que lo deseen manifestarán comunicaciones positivas al participante que está en posesión de la pelota. 3. - Cuando todos los participantes que han deseado voluntariamente verbalizar sus sentimientos positivos a la persona que tiene la pelota han finalizado, esta persona tirará la pelota a otro participante. Entonces se seguirá el mismo procedimiento: el receptor de la pelota permanecerá en silencio, los que están a su lado derecho e izquierdo estarán “obligados” a comunicarle algo positivo y, con posterioridad, los otros miembros del grupo que lo deseen realizarán sus comunicaciones. Después tirará la pelota a otra persona, y así sucesivamente. 4. - Al cabo de un tiempo máximo de 15 minutos hay que dejar un espacio de libre comunicación, retirando la pelota, para fomentar la expresión de cuál ha sido nuestro proceso de experienciar este ejercicio. ¿Cómo nos hemos sentido recibiendo aprecio o mostrándolo? Hay que tener en cuenta que no todas las personas habrán obtenido su turno de pelota y este hecho habrá producido algunos sentimientos 159 interesantes para comunicar y analizar. La habilidad del animador será una condición indispensable para generar energía comunicativa e interaccional en este ejercicio. Materiales: - Una pelota. 160 Octava mueca: “Cara a cara”. Intenciones: - Sacar a la superficie percepciones interpersonales y corregir posibles prejuicios en relación con estas percepciones. - Ayudar a las personas del grupo a una mejor comprensión mutua. Participantes: - De 12 a 20 personas. Tiempo: - Una hora y media. Procedimiento: 1. - Cada participante escoge, particularmente, una o dos personas del grupo y anota sus nombres en sendos papeles. En el reverso del papel el participante formula una pregunta que desearía que la persona elegida respondiera y que afecte a su situación interna. Por ejemplo, puede anotar preguntas como: ¿Qué es lo que más te molesta de otras personas? ¿Cuáles son los sentimientos que dominas con mayor dificultad en ti mismo? ¿Qué crees es lo más (o menos) atractivo de tu persona? ¿Qué piensas de mí?... 2. - También escribe, después de la pregunta, la respuesta que se supone dará ese miembro elegido. 3. - Seguidamente, por turno, cada miembro del grupo leerá en voz alta la pregunta formulada al participante elegido. Éste, si lo desea, responderá a la cuestión formulada. Por último el miembro que ha formulado la pregunta leerá la supuesta respuesta y comunicará los motivos en que fundaba esta suposición. Se dejará para cada interacción un breve momento para el feed-back si se precisa. 4. - Una vez todos los participantes han tenido su turno es conveniente dejar un espacio para la intercomunicación en relación con la experiencia que acaba de darse y los aprendizajes que, de ella, se puedan derivar. Materiales: - Hojas de papel y bolígrafos. 161 Novena mueca: “Grupo nominal”. Intenciones: - Favorecer la discusión en grupo a partir de una técnica de trabajo que permita la participación activa de todos los miembros. Evitar repeticiones innecesarias en las aportaciones de los participantes para mejorar la eficacia y la eficiencia de la tarea de grupo. Distribuir de manera igualitaria el tiempo disponible entre los participantes. Participantes: - Hasta 30 personas formando subgrupos de 6 o 7 personas. Tiempo: - Una hora y media aproximadamente. Procedimiento: 1. - A partir de un tema que tenga que tratarse, situado en el espacio de la racionalidad del grupo, (cualquier tema de discusión es objeto de tratarse con esta técnica: análisis del proceso de grupo, funciones y tareas del animador, planificación de alguna actividad etc.) se forman subgrupos de 6 o 7 personas. 2. - En cada subgrupo, cada persona, en silencio, elabora un listado de sus ideas sobre la cuestión de que se trate y que van a constituir sus aportaciones. Anota, pues, en una hoja de papel cada una de sus consideraciones en forma de lista de ideas. Es conveniente dejar algunos minutos de silencio y trabajo personal para permitir la fluidez de las aportaciones y la expresión posterior de las mismas a partir del listado. 3. - Se elige un secretario para cada subgrupo que anotará las aportaciones de los miembros de su subgrupo. La mecánica de la puesta en común en cada subgrupo es la siguiente: por turno el primer participante comunica su primera idea de su listado que es anotada en otra hoja de papel por el secretario. Cuando ha comunicado esta idea la borra de su listado, si algún otro participante tenía anotada esta misma idea en su listado también la borra porque no se podrán repetir aportaciones. En esta fase tampoco se permite la manifestación de acuerdos y desacuerdos con respecto a las aportaciones, sólo se permite la clarificación de la idea expuesta. Cuando el primer participante ha expuesto su primera idea (sólo se puede comunicar una idea en cada turno), el siguiente participante expone una idea de su listado que, a su vez, es anotada por el secretario, es borrada de lista y los demás participantes también la borran si forma parte de su respectiva lista. 4. - Así, sucesivamente, de manera rotatoria cada participante va exponiendo una sóla idea en cada turno que es anotada por el secretario y borrada de las listas. Cuando un participante, al que le corresponda el turno, vea que ha agotado su listado manifiesta: “Paso del turno”, porque ya no tiene más que aportar en esta fase, y cede el turno al participante siguiente. Cuando todos los participantes han agotado su listado el secretario lee en voz alta el conjunto de ideas aportadas por el grupo en su totalidad. 162 5. - Seguidamente se inicia una fase de discusión, clasificación y priorización de las ideas expuestas. Ahora se pueden manifestar acuerdos y desacuerdos y llegar a un consenso que va a constituir la aportación del subgrupo con relación al tema de discusión. Es conveniente que el secretario haga también el papel de moderador en esta fase de la técnica para ordenar la discusión. Resulta importante limitar el tiempo de esta fase en unos 15 minutos, al cabo de los cuales se pasa a la fase siguiente. 6. - Se trata ahora, en la siguiente fase, de plasmar gráficamente en un panel, mediante un gran cartel, la aportación del subgrupo referente al tema de discusión. De manera que el subgrupo exprese de forma gráfica (dibujos, esquemas y palabras) su visión de la cuestión tratada de tal manera que resulte comprensible a los demás subgrupos. Una vez elaborados los carteles se cuelgan en lugares visibles de la sala. 7. - Reunión del gran grupo. Una persona de cada subgrupo expone ante el gran grupo la aportación de su subgrupo y explica su cartel. 8. - Una vez todos los subgrupos han explicado su cartel el animador sugiere semejanzas y diferencias en las aportaciones y promueve, anotando en una pizarra, la elaboración de un esquema que contemple todas las aportaciones. Sin duda la habilidad del animador para favorecer la discusión y la síntesis es muy importante en este momento. No se trata de que el animador exponga sus ideas sino que fomente la confluencia de las ideas de los subgrupos para llegar a una síntesis global consensuada. Para ello utilizará expresiones verbales tales como: ¿queda con esto reflejada vuestra aportación?, ¿Estaríamos de acuerdo en...?, ¿La idea de este subgrupo es similar a la de este otro, podemos expresar con estas palabras esta idea común...? 9. - Elaborado el esquema general, el animador lo relee para que resuene y se asegura que el resultado es fruto del consenso. Con ello concluye el ejercicio. Materiales: - Hojas de papel y bolígrafos. Papel de gran tamaño para los carteles. Tijeras, rotuladores, celo y el material necesario para la elaboración de carteles. Pizarra y tiza o similar. 163 Décima mueca: “El giro”. Intenciones: - Favorecer la implicación de todos los participantes a través de una técnica de discusión. Ayudar a que las comunicaciones fluyan en un grupo numeroso. Participantes: - Más de 25 personas (esta técnica está diseñada para grandes grupos). Tiempo: - Una hora aproximadamente. Procedimiento: 1. - Se propone, en función de la tarea que realiza el grupo, un tema de discusión en el espacio de la racionalidad. Este ejercicio va muy bien para los momentos de evaluación y la constatación de los aprendizajes que una experiencia haya podido propiciar. Se forman subgrupos de 6 o 7 personas y se sientan en círculos en la misma sala, que debe ser suficientemente grande. Cada persona de cada subgrupo es enumerada del 1 al 6 (o al número de personas que conforman el subgrupo). Así, en cada subgrupo hay un número, 1, un 2, un 3... El animador sugiere que un determinado número, por ejemplo el 2, sea el secretario de cada subgrupo. Se inicia la discusión por subgrupos sobre el tema en cuestión y el secretario va tomando notas de las aportaciones. 2. - Al cabo de unos diez minutos, el animador, en voz alta, indica un cambio de número; por ejemplo: “¡Cambio del número...! “ Las personas con este número dejan su subgrupo y van a formar parte del subgrupo vecino. Este “giro” se hace en el sentido de las agujas del reloj. En el momento en que llega un nuevo miembro, el secretario le pone rápidamente al corriente de los debates que se realizaban, asimismo, el recién llegado informa de manera sintética de las aportaciones que se realizaban en el subgrupo de donde proviene. Si alguna de estas aportaciones es considerada pertinente, el subgrupo la puede incorporar en el contenido de su discusión. Se reemprende la discusión y se continúa. 3. - Al cabo de un tiempo, unos 8 minutos, el animador indica un nuevo cambio. Se sigue el procedimiento anterior. Después, cada cinco minutos puede indicar nuevos cambios, de manera aleatoria: cambio de 3, cambio de 1, cambio de 5, cambio de 1, cambio de 7, cambio de 3, cambio de 1, cambio de 4... El único cambio que no puede anunciar es el correspondiente al número de las personas que hagan de secretarios. Cada vez que hay una rotación, la síntesis se refiere al último período de discusión. 4. - Unos minutos antes de finalizar la discusión, al cabo de 40 minutos, por ejemplo; el animador indica que faltan 2 minutos para finalizar y sacar conclusiones respecto a las aportaciones de cada subgrupo. Se trata de ordenar el debate y sintetizar las aportaciones de cada subgrupo a la discusión general. 164 5. - Por último, se forma el grupo grande. Los secretarios exponen el resultado de la tarea de su subgrupo. Se da un espacio para clarificaciones y matizaciones. El animador realiza una síntesis final. Materiales: - Hojas de papel y bolígrafos. 165 EPÍLOGO Participar en un grupo centrado en la persona significa, para la mayoría de la gente, compartir una experiencia altamente transformadora. Implica estar en lugar de comunicación y encuentro, vivir una aventura que nos permitirá conocernos más a nosotros mismos y relacionarnos con más fluidez con los demás; y nos ayudará a protagonizar una tarea más creativa y un trabajo ejercido de forma eficaz. En este proceso nos sentiremos comprendidos y aceptados y aprenderemos a escuchar y a aceptar mejor a los demás. Sin embargo, un grupo centrado en la persona, no constituye un camino fácil. A veces –como cualquier experiencia de desarrollo personal-, se producen momentos dolorosos y difíciles. Sabemos, no obstante, que los conflictos nos ayudan a crecer, y que si somos capaces, con la ayuda necesaria, de superar estos problemas que se nos presentan, podremos avanzar en una senda de aprendizaje personal y disfrutar de una experiencia hermosa. Facilitar un grupo desde el Enfoque Centrado en la Persona, además de comportar una experiencia de crecimiento personal, constituye una pequeña, pero significativa aportación, a la transformación social y al entendimiento y diálogo entre las personas. Es como una leve anticipación fáctica de una utopía que pensamos imposible. Aquella utopía que prevée un horizonte de concordia, desarrollo y armonía y que se va haciendo presente a través de conectarnos con nosotros mismos, de relacionarnos auténticamente con los otros y de sentirnos parte de un cosmos en constante evolución. Tampoco es una tarea fácil estar en un grupo como facilitador centrado en la persona. Los temores, las dudas, las incertidumbres... se apoderan en muchísimas ocasiones de nuestro cerebro y nuestro corazón y no nos dejan ver un atisbo de esperanza. Y sin embargo, también sabemos que si nos disponemos desde nosotros mismos para estar presentes intensamente, acontece. Y la contemplación activa de este acontecer es la fuerza que impulsa una tendencia al desarrollo constructivo. Los caminos de la revolución silenciosa no son sendas ruidosas ni paradas estridentes. Son tan sencillos como ir escuchándose a uno mismo con curiosidad y atreverse a mostrarse transparente a los demás, y esto genera una sensación enorme de poder personal. Como dijo Carl Rogers: Vivir un sistema de valores y divergente es la acción más revolucionaria que una persona puede emprender, y no será fácilmente derrotada”. 166 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ALBERT, L. y SIMON, P. Las relaciones interpersonales. 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