1 ASPECTOS EXTERNOS DE LA VIDA RELIGIOSA Y CARMELITANA EN EL CONTEXTO DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE. P. Milton Moulthon Altamiranda, ocd. Cuestiones preliminares.-. Nuestro Padre General me ha pedido que comparta con ustedes la siguiente reflexión, que no deja de ser muy amplia y por lo mismo, me centraré en algunos aspectos que considero importante resaltar. La realidad de la vida religiosa y carmelitana en América Latina, actualmente es una y múltiple o variada simultáneamente. De acuerdo a los diferentes contextos eclesiales y socio culturales, encontramos una gran diversidad. Como religiosos carmelitas asistimos a un cambio de época, que también adquiere características distintas en los diversos países: modernidad y postmodernidad en algunos países; creciente marginación y exclusión en otros; subjetivismo e ideologías en crisis, en otros más. Cambio de época que favorece la subjetividad individual, la profunda afirmación de los derechos individuales y subjetivos. La ciencia y la técnica se ponen al servicio del mercado que continúa manejando los criterios de la eficacia, la rentabilidad y de lo funcional. Tiende a imponerse una colonización de culturas externas que desprecian las locales. La Iglesia y dentro de ella la vida religiosa, sigue siendo interpelada por los cambios constantes de un mundo o una sociedad que crece vertiginosamente. Cultura en constante cambio, que hay que saber interpretar y analizar, de tal manera que nuestro estilo de vida tenga sentido y significación al interior de nuestros pueblos. En América Latina y El Caribe existen fenómenos como la secularización (que conlleva una transformación de la relación del ser humano con la naturaleza, con los demás y con Dios); la liberación (que trae consigo una fuerza inherente para que las personas, grupos, comunidades, pueblos y culturas tiendan a ser protagonistas en la búsqueda de una situación de igualdad, responsabilidad, participación y comunión; la globalización tecnológica, económica, política y cultural (que favorece la comunicación y acorta las distancias, pero que reduce al ser humano a consumidor, incrementa la brecha entre ricos y pobres y busca eliminar la diversidad cultural)i. Se ha incrementado la dependencia de los países más poderosos y de los organismos financieros internacionales y de empresas multinacionales (A 68-69). En nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños se va dando una creciente conciencia del valor de la persona y de sus derechos fundamentales y la búsqueda de una nueva armonía entre el ser humano y la naturaleza; una fuerte sensibilidad frente al problema de la vida, de la justicia y de la paz. Y finalmente, resalto que para entender los aspectos externos de la vida religiosa y carmelitana en el contexto de América Latina y El Caribe, debemos partir de una realidad o hecho: no es la misma en todos los países que componen esta porción del mundo, aunque hay ciertos aspectos comunes. América Latina y El Caribe no es una realidad monolítica ni una realidad homogénea o uniforme. Se trata de un continente, expresado en una rica variedad, que no propiamente es una babel, sino “todo un inmenso jardín… eso es América”. 1. Relaciones con el contexto social y eclesial.-. A la luz de los grandes documentos de la Iglesia que peregrina en América Latina y El Caribe, señalaré algunos de los desafíos y retos que como religiosos carmelitas, debemos tener muy en cuenta para que nuestra presencia y acción evangelizadora sea más encarnada y más significativa. Solamente los mencionaré, pero dejaré la referencia o cita 2 para una confrontación personal y directa en cada uno de los documentos. Encontramos desafíos a nivel de la realidad social, eclesial, de la misma vida religiosa y del momento actual. 1.1. Desafíos de la realidad social.-. Resaltamos los siguientes: Progresivo incremento de la injusticia en la globalización económica y de los medios de comunicación (Documento de Puebla (P) 28; Documento de Santo Domingo (SD) 23). No obstante las aparentes democracias de nuestros pueblos, no se supera la violación de los derechos humanos (SD 183-185). La amenaza de un desastre ecológico (P 139; SD 169-170). La solidaridad como camino ineludible que conduce a la paz y al desarrollo de nuestros pueblos (SD 178-181; 157. 296). La defensa de los valores, de los derechos humanos y de la diversidad de las culturas (SD 30. 243-245). Hay una gran riqueza y diversidad cultural; están presentes “culturas indígenas, afroamericanas, mestizas, campesinas, urbanas y suburbanas” (A 56) con sus características peculiares. La reivindicación de la mujer (P 419. 847-848.1219; SD 105), ya que ella se encuentra en una situación precaria. Efectivamente, algunas mujeres “desde niñas y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa: tráfico, violación, servidumbre y acoso sexual; desigualdades en la esfera del trabajo, de la política y de la economía;, explotación publicitaria por parte de muchos medios de comunicación social, que las tratan como objeto de lucro” (A 48). La sociedad pluralista (P 1206. 1210). 1.2. Desafíos de la realidad eclesial.-. Resaltamos: La tensión de la unidad en el pluralismo (P 90.376; SD 68). La tensión de diversos proyectos para recuperar la identidad eclesial. Los diversos modelos de Iglesia. La opción preferencial por los pobres (P 643; SD 92.200). Una nueva evangelización (SD 26-30). El regreso de la Biblia al pueblo (SD 38) y la renovación litúrgica. La Teología y la Espiritualidad de la liberación (SD 45). El creciente protagonismo de los laicos (hombres y mujeres) en la evangelización (SD 97-110). 1.3. Desafíos en la realidad de la misma vida religiosa.-. Enumeramos algunos: El grito profético de Medellín (1968). Vida consagrada en Medellín, subraya su misión profética y su testimonio escatológico. Invita a una renovación y a un empeño apostólico en las iglesias locales a partir de una toma de conciencia de los graves problemas sociales. Puebla (1979) es una serena afirmación de Medellín. En el documento final se habló de las tendencias de la vida consagrada en América Latina: experiencia de Dios, comunidades más sencillas, fraternas y cercanas al pueblo, opción preferencial por los pobres e inserción en la Iglesia local (721-757). Santo Domingo (1992) en continuidad con Medellín y Puebla. Medellín la liberación, Puebla la opción preferencial por los pobres, Santo Domingo la participación. Vida consagrada en Santo Domingo, pone de relieve el testimonio muchas veces heroico de las personas 3 consagradas en el campo de la evangelización. El documento final, le propone a la vida consagrada los siguientes retos: seguir en la vanguardia evangelizadora a partir de una profunda experiencia de Dios; mantener vivos los carismas de los fundadores y fundadoras; evangelizar en colaboración con los obispos, sacerdotes y laicos y estar en la vanguardia de la evangelización de las culturas y responder a la necesidad de evangelizar más allá de nuestras fronteras (85-91). El documento de Aparecida (2007), habla de la vida consagrada en el contexto del gran tema “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”. Dentro de la lista de discípulos y misioneros, aparecemos en el último lugar (216224), después de hablar de los obispos, los presbíteros, los párrocos, los diáconos permanentes, los fieles laicos y laicas. Los religiosos, como “discípulos misioneros de Jesús Testigo del Padre”, son un don de Dios por medio del Espíritu a la Iglesia; dan testimonio de vida. “En la actualidad de América Latina y El Caribe, la vida consagrada está llamada a ser una vida discipular, apasionada por Jesús-camino al Padre misericordioso, por lo mismo, de carácter profundamente místico y comunitario. Está llamada a ser una vida misionera, apasionada por el anuncio de Jesús-verdad del Padre, por lo mismo, radicalmente profética, capaz de mostrar a la luz de Cristo las sombras del mundo actual y los senderos de vida nueva, para lo que se requiere un profetismo que aspire hasta la entrega de la vida, en continuidad con la tradición de santidad y martirio de tantas y tantos consagrados a lo largo de la historia del Continente. Y al servicio del mundo, apasionada por Jesús- vida del Padre, que se hace presente en los más pequeños y en los últimos a quienes sirve desde el propio carisma y espiritualidad” (A 220). No obstante, se constatan sombras y se lamenta “la ausencia de una auténtica obediencia y de ejercicio evangélico de la autoridad, las infidelidades a la doctrina, a la moral y a la comunión, nuestras débiles vivencias de la opción preferencial por los pobres, no pocas recaídas secularizantes en la vida consagrada influida por una antropología meramente sociológica y no evangélica” (A 100 b). La vida consagrada tiene sentido en la medida en que es un camino de radical y especial seguimiento de Jesús, por medio de una vida pobre, obediente y virginal, como la de él mismo. Dichos consejos evangélicos convierten a los religiosos en testigos de libertad frente a los bienes (pobreza), frente a la fuerte ola de erotización y superficialidad de las relaciones (castidad) y frente a una realidad que fácilmente relativiza el querer de Dios (obediencia). La vida consagrada, en la Iglesia y en la sociedad, está llamada a ser testimonio vivo del primado de Dios y de la realización de su Reino (A 216), en contraste con las tendencias de secularización existentes en nuestro continente (A 219). En el contexto eclesial y social, al interior y al exterior de la Iglesia, “desde su ser, la vida consagrada está llamada a ser experta en comunión… Su vida y su misión deben estar insertas en la Iglesia particular y en comunión con el Obispo. Para ello, es necesario crear cauces comunes e iniciativas de colaboración, que lleven a un conocimiento y valoración mutuos y a un compartir la misión con todos los llamados a seguir a Jesús” (A 218). Sin duda que a través de la CLAR y de las múltiples Conferencias Nacio- 4 nales de Religiosos, se notan grandes esfuerzos y acercamientos con las diversas Conferencias Episcopales, que van favoreciendo un diálogo fecundo, sereno y amistoso. Crece la comunión con los Pastores. 1.4. Desafíos del momento actual.-. Persisten en el momento actual, iguales desafíos que en otros tiempos y aparecen otros nuevos en nuestro contexto eclesial, social y de la misma vida religiosa y carmelitana. Enumeramos algunos. Los nuevos pobres del continente, la gran mayoría de ellos, salidos de los campos. Las estadísticas hablan del 85% y 90% de la población de América Latina y El Caribe, que vive en las ciudades. Se encuentran en el lugar equivocado, por cuanto que lo que sabían hacer en el campo, no tiene cabida en las ciudades y no están debidamente preparados para asumir o ejercer un trabajo en la urbe. Además de pobres y campesinos, no se encuentran cualificados y viven en medio de una sociedad que pide mayor cualificación cada vez más. Cultura mercantilizada, que necesariamente, lleva a una pobreza cultural, ya que todo se mide y está en función de la publicidad, lo eficaz y lo productivo. Todo es mercadería. Estas situaciones de desplazamiento, de exclusión y de situaciones de pobreza, aumentan en los últimos años, como una gran consecuencia del proceso de globalización. Ello afecta la realidad social, eclesial y de la misma vida religiosa. Profunda crisis de valores éticos y morales, que van siendo desplazados por la corrupción, la violencia, el narcotráfico. Existen crisis de las grandes utopías sociales, acompañadas de profundos sentimientos de impotencia y ausencia de alternativas de cara al dolor de los más necesitados en el pueblo. No obstante, hay fuertes voces y movimientos que proclaman que otro mundo u otra sociedad es posible. Grandes semillas de resistencias ante la realidad contradictoria y sufriente. Al interno de la realidad eclesial, se percibe un olvido, por parte de grandes sectores de la Iglesia, de las líneas que inspiraron el Concilio Vaticano II y posteriores documentos de la Iglesia del continente Latinoamericano (Medellín, Puebla, Santo Domingo). Por ejemplo: Iglesia como pueblo de Dios, la existencia de la pluralidad de los carismas en la Iglesia de Dios, la opción preferencial por los pobres, Iglesia servidora de la sociedad en la que vive, como sal de la tierra y luz del mundo, levadura en la masa, fuerza evangélica para transformar el corazón y las estructuras de la humanidad. Eclesialmente, también se constata, que crece la indiferencia religiosa, sobre todo en los sectores juveniles, profesionales y políticos. Crecimiento o aumento de nuevos movimientos religiosos o sectas. En Brasil que es el país que nos acoge, por ejemplo, en el año 2000, el 74% de la población se declaraba católica. Ahora es el 67%; es decir, que se perdió del catolicismo el 7% de dicha población: cerca de doce millones y medio de católicos. Finalmente, en la vida consagrada, se dice que se encuentra en una encrucijada fundamental o decisiva. Su figura tradicional se manifiesta agotada y llegando al ocaso. Sus signos externos tradicionales (hábito, tradiciones internas, discurso o lenguaje que utiliza), en el mejor de los casos, son cuestionados. Se arrastran, de manera rutinaria, ciertos signos anacrónicos. Se experimenta mayor temor o miedo a ser pocos que 5 ser significativos. Mayor preocupación por la supervivencia de la vida consagrada que por extender el Reinado de Dios. El consumismo, la instalación y aburguesamiento, se meten abiertamente por las puertas y ventanas de nuestros conventos y casas religiosas, con una fuerte tendencia a mundanizarnos (No pocos religiosos se glorían cuando sus amistades les dicen: “son como nosotros”). Infiltración del espíritu del mundo. Con relativa facilidad se pierde el horizonte de la utopía del Reinado de Dios. Fácil acomodación al sistema, corriendo el peligro del cansancio y debilitamiento motivacional y vocacional bastante generalizado. A veces prima más la búsqueda de la realización personal de los religiosos que la búsqueda decidida, apasionada y valiente del Reino de Dios. Reina en algunos la desilusión, el desencanto, el arrastre de una vida aburrida y la inercia, que oscurecen la motivación profunda, el entusiasmo y la pasión con que hicieron su opción de vida a través de la profesión de los votos religiosos. Se cuela un profundo activismo que relativiza el tiempo para la oración, el cultivo de la vida espiritual, lo cual va enfriando las vías afectivas por la ausencia de un constante encuentro personal y revitalizador con el Señor, quien nos ha llamado. Se relativiza igualmente la vida comunitaria. Clericalización y parroquializaciónii de la vida religiosa masculina. La vida consagrada es apreciada en cuanto es “útil y sirve” para la pastoral (particularmente en las parroquias). Tiende a debilitarse su fuerza profética y carismática. Y cuando se oye su voz, se puede entender como un atentado contra la unidad y comunión eclesial o magisterio paralelo. En no pocos casos se nos cuela el individualismo protagónico e invasor que desplaza el trabajo en equipo, dentro de una sociedad plural. No obstante, hablar de crisis, de dificultades, realidades negativas y sombras, no es pensar que todo está acabado ni para caer en la angustia, ya que la crisis es oportunidad de juicio, decisión, purificación, acrisolamiento. No hay que pensar que todo está oscuro y sin ningún horizonte de salida. No cae mal implementar una auditoría evangélica y carismática. Efectivamente, se viven tiempos de mucha incertidumbre, pero también de mucha esperanza; no son pocos los signos de vitalidad de la vida consagrada en nuestro continente, que van dando unas respuestas con lucidez y valentía. Coexistencia de los distintos estilos de vida consagrada: comunidades insertas en instituciones de educación, salud, asistencia social, promoción social, defensa de los derechos humanos e insertas también en lugares de marginación y periferia. Presencia de la vida consagrada en los espacios donde están los más excluidos y marginados de nuestra sociedad. Religiosos y religiosas en el variopinto trabajo pastoral y también hay presencia de la vida contemplativa. Se perciben fuertes deseos para vivir una entrega más fiel y radical. Tendencia a vivir una radicalidad evangélica y carismática. Búsqueda incansable de comunión interinstitucional. Fructífera y responsable independencia en profunda comunión. También en las relaciones con los Obispos y el Clero diocesano, hay muchos signos de cercanía, comunión y colaboración fraternas. La vida religiosa, en medio del continente plural, está urgida para ser manifestación de la fraternidad en la Iglesia 6 Crece la conciencia y el sentido de pertenencia a la Iglesia local, unido a un sereno y sano espíritu crítico. Aunque se percibe una disminución de las vocaciones, en algunos lugares, hay una mayor preocupación por una mejor y más cualificada formación (inicial y permanente) de los religiosos. Se van simplificando algunas estructuras y se van entregando algunas obras tradicionales, para asumir otras y crear nuevas presencias. Búsqueda de una vida espiritual y comunitaria más intensa y de una pastoral más íntimamente unida con el carisma fundacional. “Pasión por Cristo, pasión por la Humanidad”, que recoge el Documento del Congreso Internacional de Roma, en el año 2004, anima y vocaciona a no pocos consagrados. Centralidad de la persona de Jesucristo y recuperación del ejercicio de la Lectio Divina, para que en todo, seamos iluminados por la Palabra revelada. Recuperación del Evangelio de Jesús como norma normativa no normada. No deja de resonar hondamente, como aldabonazos en la conciencia de los religiosos, la bella y retadora expresión, que alienta y renueva la esperanza: “Ustedes no solamente tienen una historia gloriosa para recordar y contar sino una gran historia que construir. Pongan los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu impulsa para seguir haciendo con ustedes grandes cosas” (VC 110). Jesucristo. ¿Este objetivo esencial cayó en desuso para que tengamos que hablar de nuevas tendencias, expresiones o formas de vida para una manera de ser en la Iglesia? ¿Por qué queremos algo nuevo y en qué consiste esa novedad? ¿Podremos encontrar algo mejor que aquel objetivo primordial? 2. Nuevas tendencias y expresiones de vida religiosa en América Latina y El Caribe.-. Los invito para que nos hagamos unas preguntas generales, antes de abordar este ítem. La vida religiosa, desde siglos atrás, desde sus mismos orígenes, ha tenido claro que su objetivo fundamental o central es la vivencia, en comunidad, del Evangelio de nuestro Señor Necesidad de una vida espiritual intensa y profunda que influya en lo cotidiano de la existencia, en las olas externas de la misma vida. La gran condición de posibilidad de unas nuevas tendencias en la vida religiosa solamente están garantizadas por la vuelta a lo fundamental de nuestra vida como consagrados al Señor. Este terremoto espiritual es el Se tiende a buscar algo nuevo, porque lo que se tiene en la actualidad no satisface plenamente y porque las formas o expresiones han perdido sentido y razón de ser y no logran ser lo que deberían ser. El continente necesita tener presencia cualificada de grupos alternativos o de contraste, que encarnan formas de vida según el querer de Dios, realizado en la persona de su Hijo Jesús. Urge recuperar la calidad del testimonio de vida como seguidores de Jesús, el Señor. Grupos alternativos con una fascinación y pasión renovadas por Cristo y por la humanidad, que viven con entusiasmo, alegría, sencillez y modestia el ideal propuesto. Se trata de nuevas tendencias que revelen una profunda vitalidad evangélica y carismática; vuelta a la raíz, a lo fundamental, a la fuente primordial, que nos hace consistentes ante Dios y ante los hombres del mundo actual y que no nos hace vivir de modas pasajeras. Nuevas tendencias que nos lanzan seriamente a la búsqueda y conquista de una profunda transformación personal e institucional. Mociones frescas del Espíritu Santo en lo más íntimo de la vida religiosa, que nos toque y que nos ponga en sintonía espiritual con la revelación neotestamentaria y con la herencia más pura de nuestros santos fundadores. 7 que puede capacitarnos para vivir las cuatro fidelidades: a Cristo, a la Iglesia, al propios Instituto y al hombre y la mujer de nuestro tiempo, que nos ha recordado Vita Consecrata 110. Estos fundamentos es lo invisible, que es lo fundamental (y vale la repetición) y ello requiere la relatividad de lo visible, de lo concreto. Desde el misterio de la Encarnación hemos entendido que el Dios invisible se manifiesta y se hace visible en la historia. En otras palaras, la vuelta a lo fundamental se va concretizando en nuevas tendencias y expresiones. Señalo algunas de ellas. Comunidades pequeñas. Ha pasado la hora de las grandes comunidades. Comunidades pequeñas, como espacios privilegiados para vivir la confianza, para aprender a vivir la fraternidad y en donde, a través de un largo proceso y de una interminable tarea nos vamos acercando, comunicando, conociendo, respetando, valorando y amando los unos a los otros. Donde todos se van integrando como “piedras vivas”, como miembros integrales y donde todos son servidores. En medio de un mundo roto por el egoísmo y la falta de solidaridad, las comunidades de religiosos son verdadera alternativa, entendidas dichas comunidades como espacios donde se cultivan unas relaciones humanizadoras; comunidades cálidas, abiertas, llenas de comprensión, de perdón, de acogida, de tolerancia amorosa, de amistad, lealtad y franqueza. Espacio donde cada miembro es reconocido como templo del Espíritu; donde existe la mutua corrección, el ministerio de la animación evangélica y la superación del egoísmo y de la rivalidad: “Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo” (Filipenses 2,3-5). Comunidades que dan testimonio alegre viviendo una vida modesta, sencilla y solidaria que se contenta con lo necesario y deja lo superfluo. Comunidades orantes. No se puede ser místicos con los ojos abiertos sin ser también místicos con los ojos cerrados. Entiendo la intensidad de nuestra vida apostólica, pero nunca debe desplazar ni ir en detrimento de la vida de oración y comunitaria. El encuentro con el Señor afecta la vida, reordena nuestros afectos y desenmascara nuestras falacias, defensas y autojustificaciones. La vida abierta a Jesús y los movimientos de su Santo Espíritu, es provocativa, cautivante y contagiosa. Comunidades en misión. Además de construir la comunión se va fortaleciendo nuestra identidad cristiana y carismática fundacional. La intercongregacionalidad. Cada comunidad no puede ya entenderse encerrada o encorvada en sí misma, como una isla y sin comunicaciones. Compartir la misión con otros religiosos y otras comunidades es un testimonio significativo en el contexto de América Latina y El Caribe. Nos unimos y compartimos nuestros carismas para ser una presencia testimonial de unidad en la diversidad y no para ser un poder paralelo. Presencia profética que va mostrando los signos del Reino de Dios. Es una manera de redescubrir la dimensión profética de la vida religiosa (VC 84-85). La vida fraterna desde la diversidad o pluralidad es una profunda alternativa en el presente y futuro de nuestro continente (Aparecida 82). Comunión con los laicos y mayor inserción en el pueblo de Dios. La vida religiosa es laical y no clerical ni jerár- 8 quica en la Iglesia. Comunión y cercanía que manifiesta el servicio que construye la Iglesia como unidad familiar. Iglesia, familia humana, que reconoce a los laicos como miembros importantes y sujetos o protagonistas de la nueva evangelización. Acogerlos como compañeros de misión y no como simples colaboradores y sin complejos de superioridad humillante ni manipulación. Vida religiosa también abierta a otras religiones y a otras culturas (indígenas, afroamericanas, etc.). Vida religiosa que se compromete con el anuncio de la Buena Nueva y la defensa de los derechos inalienables de todo ser humano, dando prioridad a los más pobres y marginados. daciones y el número de cartas que escribe), sentido del humor, etc. 3. Comunidad nueva.-. Aunque algo hemos dicho, quiero ahora, completar con algunos aportes tomados de las intuiciones carismáticas de nuestra santa madre Teresa de Jesús, ya que la fuerte acentuación comunitaria es característica esencial de la espiritualidad teresiana. Los rasgos del carácter de santa Teresa nos la muestran como una mujer para la comunión. Sus escritos la muestran abierta al diálogo, capacitada para vivir en comunión y crearla a su alrededor. Sus relaciones nos muestran el índice de su madurez humana y espiritual. No conoce fronteras y hasta supera los prejuicios de su ambiente y se pone en relación con todos, incluyendo a las clases más marginadas. Realiza un movimiento que nace de su corazón. Líder que contagia a los demás y los envuelve en sus planes, que son los de Dios (su hermano Rodrigo y Juan de la Cruz, por ejemplo). Dotada de muchas cualidades: amistad, simpatía, sentido de adaptación a las demás personas y a las circunstancias, conversadora que hasta engolosina a sus interlocutores (cfr. la serie de personas que desfilan por sus fun- El relato del Cura de Becedas (Vida 5,37) manifiesta su capacidad de amistad que sana una situación perdida. Construye comunidad enseñando a orar -sus monjas y su padre-, a pesar que ha abandonado la oración (Vida 7,10-13). Influye positivamente para sanar un ambiente pesado de vida comunitaria (Vida 6,3). Leer Vida 7,20-22: “El grito de la soledad”. Paradójicamente, Teresa de Jesús vive en la Encarnación con más de 130 monjas y experimenta una enorme soledad espiritual, que no la logra superar en el locutorio donde estaba rodeada de caballeros y personas de Ávila. La gran paradoja para santa Teresa es tener compañía y apoyo para el pecado y sentirse sola para iniciar su proceso de conversión. De la soledad espiritual surgió luego una comunión espiritual renovada y purificada: comunidad pequeña y heterogénea, pero con un excelente programa de vida: Vida 16,67. Con una base de amor y de verdad: “Desengáñeme con verdad” dice al padre García de Toledo; Vida 16, 6; y el fin de reunirse con los cinco que se aman en Cristo es para “desengañar unos a otros” (Vida 16,7). Con base en un pacto de fidelidad. Programa de corrección fraterna y promoción espiritual. “Amor y cuidado de aprovecharnos”. Comunidad pequeña y altamente heterogénea los famosos “cinco que al presente nos amamos en Cristo” (Vida 16,7). En este pequeño grupo, Teresa de Jesús ejerce un liderazgo espiritual indiscutible. Todo va llevando a la santa a un nuevo concepto de 9 vida comunitaria, de crear fraternidad. Básicamente son dos conceptos con caracteres humanos y evangélicos. Familia o Hermandad: tiene el carácter de hogar la nueva comunidad teresiana. Habla la santa de nuestro “estilo de hermandad y recreación que tenemos” (F 13,5). Relaciones en la nueva comunidad que son el estilo de una familia sobrenatural donde el amor fraterno marca las nuevas relaciones. Es un grupo enteramente cristocéntrico: Cristo en medio de la comunidad. Grupo evangélico: acepta el evangelio como norma suprema: “Seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, confiada yo en la gran bondad de Dios que nunca falta de ayudar a quien por El se determina a dejarlo todo” (CE 1,2). Grupo apostólico: dedicado al servicio del Señor y de la Iglesia con la oración y la santidad de vida. Colegio de Cristo: así se define el pequeño grupo teresiano (CE 20,1). Se pretende ser como el grupo de los discípulos, seguidores de Jesús que viven intensamente con el Maestro y gozan de su profunda y cercana intimidad. El acento cristológico que Teresa pide para sus comunidades es evidente. Quiere una comunidad donde Cristo siempre esté presente; confesión de Cristo como eje y fundamento de la comunidad, ya que su presencia da consistencia, altura, anchura y profundidad espiritual: Cristo es la norma de vida comunitaria. Presencia que cumple la promesa hecha por el mismo Señor Jesús: “que Cristo andaría con nosotras” (Vida 32,11). Además, sus comunidades deberían ser “que era esta casa paraíso de su deleite”, “este rinconcito de Dios”, “morada en que Su Majestad se deleita” (Vida 35,12). Como la Casa de Betania, la casa de Martha y María, donde se hospedó el huésped divino y que Martha atendió incansablemente (CV 17,5-6). Concepto de vida comunitaria con énfasis en el amor y servicio al huésped divino. Esta presencia es oscurecida por la falta de amor que puede llevar a la desunión. Ello trae la ausencia del huésped divino, el cual es votado de la casa (Ibid. 7,10). Presencia permanente en la Eucaristía. En torno a ella, la santa construía Iglesia como respuesta a los luteranos (Fundaciones 18,5). Presencia de Cristo como Señor y Maestro: “Dejad hacer al Señor de la casa; sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a El también” (CV 17,7). Cristo es quien “nos juntó en esta casa” (Ibid. 3,1). Maestro, porque se anda en su compañía para aprender las palabras de vida eterna; para aprender lo que Jesús enseña, para aprender las palabras pronunciadas por esa boca divina. Las deja “salir buenas discípulas” (Ibid. 26,10; cfr. 24,5). La doctrina de santa Teresa de Jesús sobre la vida comunitaria es muy rica y actual. El acento es cristológico concretado en la vivencia de la comunión. Efectivamente propone un nuevo estilo de vida con unas características muy concretas: Con la raíz o fundamento en el amor. Cuatro razones para ello: CE 6,7-8; CV 4,10-11. 1. Gran contradicción y brutalidad vivir juntos sin amarse. 2. amada”. “La virtud siempre convida a ser 3. El mismo círculo de amor (Dios nos ama y nosotros a él). 10 4. Es el testamento dejado por Jesús. Vida de oración: “y acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración; y pues éste ha de ser el cimiento de esta casa”: CV 4,9. La autoridad como servicio en el amor. Regla de oro para el gobierno: la priora “procure ser amada para que sea obedecida” Constituciones 34. Cfr. “Algunos avisos para las prioras, importantes” (Fundaciones 18). Trabajo y servicio: comunidad solidaria que todo lo pone en común: Constituciones 9-10. 24. Comunidad alegre y con recreación. Valor humanista: “aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” (CV 4,7). Valor carmelitano: familiares de la Virgen. Comunidades pequeñas: “Que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con El solo; y no ser más de trece; porque esto tengo por muchos pareceres sabido que conviene” (Vida 36,29). 4. La formación, la teología y centros de estudio.-. Antes de hablar de los centros de estudios, pincelo un breve perfil del formador. 4.1. La formación y el formador.-. Cada vez más, las comunidades se toman en serio la formación de sus miembros, tanto la inicial como la permanente. Efectivamente, Dios es el principal agente de formación, es el gran formador, el protagonista por excelencia y por lo mismo, el formando (como segundo responsable de la formación), debe responsabilizarse de su propio proceso de formación, de crecimiento, de maduración, secundando la acción de Dios en su vida, hasta configurarse con Jesús, quien le llama y a quien se dispone a seguirle: “La formación es una participación en la acción del Padre que, mediante el Espíritu, infunde en el corazón de los jóvenes y de las jóvenes los sentimientos del Hijo” (Vita Consecrata 66). En tercer lugar, el formador por supuesto, como hombre de Dios y que progresivamente se va identificando con el Señor Jesús, enseña a sus formandos, formándolos al estilo de Jesús, el Maestro, quien no se impone a la fuerza sino que sabe esperar y confiar aún en medio de las fallas; prepara la hora de Dios y pacientemente va proponiendo el ideal en todo el proceso de formación. Para todo este proceso de formación se necesita que el formador, como mediador humano de la acción de Dios en el formando, debe ser una persona que ame profundamente a la Iglesia aún con sus sombras y pecados. Que valore como una gran riqueza la intercongregacionalidad (normalmente a los centros de estudios de América Latina y El Caribe, asisten formandos de varias congregaciones religiosas). El formador debe conocer y amar profundamente el Instituto religioso al que pertenece. Debe ser una persona constructora de comunidad y que humana y psicológicamente sea madura, integrada y con capacidad para acompañar y ayudar a madurar y hacer crecer a otros, con todas sus virtualidades internas. Formador dotado de cualidades como la empatía, el amor y la comprensión hacia las nuevas vocaciones o jóvenes de hoy, con actitud continua de escucha y acogida sencilla; sabiendo conjugar la comprensión sin permisivismos y la exigencia evangélica. Formadores capaces de ayudar a discernir, confirmar y fortalecer la vocación de los jóvenes; formadores que sean “personas expertas en los caminos que llevan a Dios, para poder ser así capaces de acompañar a otros en ese recorrido” (Vita Consecrata 66). Finalmente, dentro de este global perfil del formador hoy, se debe tener en cuenta, que le debe interesar más que las estructuras exteriores (que son necesarias), que sea la persona la que se estructura interiormente, que el formando vaya asumiendo libre y 11 responsablemente las actitudes profundas del corazón, los criterios y valores del Evangelio y los elementos fundamentales del carisma fundacional. Importante que el responsable directo de la formación no esté solo, sino siempre acompañado y apoyado por una comunidad formadora, un pequeño equipo formativo, que es fundamental en la actualidad. 4.2. Centros de estudios.-. No tengo el dato estadístico preciso, pero me atrevo a decir, que en América Latina y El Caribe, son varios los centros de estudio o de formación con los que contamos. Con variedad de ofertas en cuanto a formación y mentalidades teológicas, pasando por universidades pontificias, universidades católicas y propiedad de comunidades religiosas, institutos y centros de estudios teológicos y religiosos, centros de estudios que ofrecen las diversas conferencias nacionales de religiosos, casas de religiosos para formar a sus propios miembros y que también abren a otros institutos religiosos, seminarios conciliares, etc. Junto con estos espacios “institucionales”, encontramos también en muchos países, variedad y frecuentes “cursos de formación para formadores”, que ayudan a prepararlos de manera adecuada y cuidadosa. El documento de Aparecida nos ha dejado un número bien interesante, referente al tema y metiéndolo dentro del contexto general de discipulado y misión: “Las casas y centros de formación de la Vida religiosa son también espacios privilegiados de discipulado y formación de los misioneros y misioneras, según el carisma propio de cada instituto religioso” (Aparecida 327). La variedad de los centros de estudios buscan como objetivo general el ayudar a todos los formandos a descubrir, madurar, fortalecer y llevar a plenitud su vocación religiosa y/o presbiteral, dentro del instituto al que pertenece y en comunión eclesial, siguiendo las orientaciones de la Legislación propia y el Plan de formación, para vivir fielmente el seguimiento del Señor Jesucristo, en las peculiares circunstancias culturales, sociales y eclesiales. Es fundamental el dato que he venido recordando. Solamente el Señor Jesús es quien capacita “al hombre y a la mujer para vivir de manera divina; es decir, para pensar, querer y actuar según el Evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma de su vida…, ya que los principios evangélicos se convierten para ella en normas educativas, motivaciones interiores y, al mismo tiempo, en metas finales. Éste es el carácter específicamente católico de la educación. Jesucristo, pues, eleva y ennoblece a la persona humana, da valor a su existencia y constituye el perfecto ejemplo de vida. Es la mejor noticia, propuesta a los jóvenes por los centros de formación católica” (A 335)iii. Puestos los ojos en ese fundamento, la vida religiosa está llamada a formarse como se forman los jóvenes que luchan y se esfuerzan por salir a delante; los jóvenes “del común”, que buscan la integración de su vida espiritual, académica, laboral y apostólica. En nuestras parroquias existen muchos jóvenes que estudian, trabajan, son miembros activos en sus familias y se comprometen con la pastoral. Hay que cuidar que los centros de estudios, garanticen para nuestras nuevas generaciones y las formen en los siguientes ejes fundamentales: en la vivencia de la Palabra de Dios, en la asimilación progresiva del carisma fundacional, la espiritualidad y apostolado específico de la Orden o Instituto religioso y en la lectura crítica del tiempo y de la realidad en la que se vive. Ello ayudará sin duda, a profundizar en la necesidad de la vuelta a lo fundamental y a irse desprendiendo de lo accesorio. Formación en un discernimiento sereno y constante de las diversas situaciones que se van presentando en el caminar de la Vida religiosa y dentro de ella, la vida carmelitana. 12 Concluyo afirmando que las universidades y centros superiores de educación católica, son lugares importantes para la formación, y la vida consagrada está siempre llamada a participar y dar importancia a su formación universitaria o superior, inicial y permanente. El Documento de Aparecida, al hacer el análisis de la realidad, lo hace dentro del fenómeno de la globalización, la cual está “impactando la cultura, la economía, la política, las ciencias, la educación, el deporte, las artes y también, naturalmente, la religión. Como pastores de la Iglesia, nos interesa cómo este fenómeno afecta la vida de nuestros pueblos y el sentido religioso y ético de nuestros hermanos que buscan infatigablemente el rostro de Dios” (35). El cambio de época ha sido influenciado por la globalización y las políticas neoliberales, que han causado un fuerte y alarmante aumento de la pobreza, un deterioro del ecosistema y de nuestra biodiversidad (Aparecida 83-87). i Clericalización y parroquialización, entendidas como proceso y ejercicio práctico y espiritual en el que un religioso se convierte en un ministro asimilable al clero diocesano. No es juicio peyorativo sobre dicho clero. En este proceso se puede ir perdiendo la referencia carismática, espiritual, limitaciones para asimilar de manera sana y serena la vida comunitaria. Proceso en el que las actividades parroquiales riñen con las expresiones carismáticas. Proceso en el que los religiosos se van convirtiendo en buenos párrocos, vicarios parroquiales, pero en pésimos religiosos. Proceso práctico en el que se van perdiendo el interés por lo comunitario, lo carismático, la historia y la tradición de la Orden o Instituto religioso. ii Lo que dicho documento de Aparecida, afirma de los centros de formación católica, bien sea primaria, secundaria y universitaria, vale perfectamente para los centros específicos de formación filosófica, teológica, pastoral, religiosa, sacerdotal. El fundamento es el mismo: Jesucristo, el Señor. iii