NUESTRO PROYECTO DE FUTURO La vida religiosa del siglo XXI, nuestra vida, no tendrá más remedio que emitir ciertos signos si es que quiere ser profética, independientemente de que el grupo que la constituyamos sea más o menos numeroso. La debilitación de la vida consagrada no está motivada por la disminución numérica o el envejecimiento, sino en la pérdida de unión con el Señor y la menor estima de la propia vocación. Si queremos decir algo a nuestros contemporáneos debemos estar atentas y ser testimonio, con nuestro vivir, de los siguientes signos que son expresión de la manifestación del Reino en nuestro mundo. * La apertura a la trascendencia: La vida consagrada ha sido a través de la historia de la Iglesia una presencia viva de la acción del Espíritu, un espacio privilegiado de amor absoluto a Dios y al prójimo. Consiguientemente, debe estar cimentada en una experiencia de Dios viva y profunda que nos mantenga fieles a nuestra consagración. La fe radical no puede confundirse con el mero sentimiento religioso o con una vivencia intensamente emocional de los tiempos de oración y contemplación. Es sobre todo una experiencia de confianza en Dios, que sostiene la fidelidad a la voluntad divina. Es un don de Dios, un carisma, una acción del Espíritu en los creyentes. Pues la confianza radical en Dios, más allá de toda razón, de toda garantía humana, y a pesar de toda noche oscura, de toda inseguridad, sólo puede ser obra del Espíritu. Supera nuestras fuerzas, nuestras luces, nuestras razones... Muchos de nuestros contemporáneos vuelven a sentir hoy la nostalgia de Dios, necesitan la apertura al Absoluto, necesitan de la espiritualidad. Por eso, éste es el momento de la vida religiosa. Pero sólo podrá cumplir su misión profética y responder a las demandas de nuestros contemporáneos, si es capaz de aportar experiencia teologal, fe, dimensión contemplativa, testimonio de trascendencia... * La vida fraterna: La vida consagrada está llamada a ser signo de comunión en un mundo dividido, injusto, marcado por el individualismo, la marginación y la insolidaridad. La Iglesia desea poner ante la sociedad el ejemplo de comunidades en las que la atención recíproca ayuda a superar la soledad y la comunicación contribuye a que todos se sientan corresponsables; en las que el perdón cicatriza las heridas, reforzando en cada uno el propósito de la comunión. En comunidades con estas características la naturaleza del carisma encauza las energías, sostiene la fidelidad y orienta el trabajo apostólico de todos hacia la única misión. Para presentar a la humanidad de hoy su verdadero rostro, la Iglesia tiene urgente necesidad de semejantes comunidades fraternas. En nuestro último Capítulo General, después de estudiar la realidad congregacional y la situación de nuestro mundo, hicimos conciencia de la importancia que tiene la vida fraterna como signo de comunión y vimos que nuestros pasos debían ir dirigidos a seguir potenciando todas las actitudes que la hacen posible y que se han ido recogiendo en nuestros Proyectos de Gobierno y Comunitarios. Sabemos que el dinamismo de las comunidades depende de la participación afectiva y efectiva de cada hermana y también sabemos que sólo seremos signos de fraternidad si vivimos al igual que las primeras comunidades cristianas. Nosotras, mujeres consagradas, al vivir “para” Dios y “de” Dios, proclamamos el poder reconciliador de la gracia, que disipa las fuerzas disgregadoras que se encuentran en el corazón humano. * La opción por los pobres: Haciendo propia la misión del Señor, la Iglesia anuncia el Evangelio a todos los hombres y mujeres, para su salvación integral. Pero se dirige con una atención especial, a quienes se encuentran en una situación de mayor debilidad. “Pobres”, en las múltiples dimensiones de la pobreza, con los oprimidos, los marginados, los ancianos, los enfermos, los pequeños y cuantos son considerados y tratados como los últimos de la sociedad. Esta opción va unida íntimamente a la dinámica del amor vivido según Cristo. Todos sus discípulos están obligados a ello; no obstante, quienes quieren seguir al Señor más de cerca, imitando sus actitudes, deben sentirse implicados en ella de manera singular. La sinceridad de la respuesta al amor de Cristo les conduce a vivir abrazando la causa de los pobres. Este lleva consigo para los consagrados, la adopción de un estilo de vida humilde y austero, tanto personal como comunitariamente. Las personas consagradas, cimentadas en este testimonio de vida, estarán en condiciones de comprometerse en la promoción de la justicia en el ambiente social en el que actúan. Servir a los pobres es un acto de evangelización y, al mismo tiempo, signo de autenticidad evangélica y estímulo de conversión permanente para la vida consagrada. * La misión: La misión es un elemento constitutivo de la vida religiosa. Lo más específico no son sus tareas o funciones, aunque se trate de tareas y funciones apostólicas, sino su ser carismático: “La misión de la vida religiosa es ser vida religiosa”. Pero esto no puede conducir a una especie de quietismo iluminado, ya que no se concibe la vida religiosa sin misión en la Iglesia y en la sociedad. Si faltara la misión habría que dudar de la existencia de una verdadera vida religiosa, de su auténtica densidad carismática. La vida religiosa está llamada a asumir todo aquello que sabe a Evangelio. Su misión profética y evangelizadora le obliga a asumir la causa de la justicia y de los derechos humanos, por eso ha de estar presente en los grupos más urgidos de justicia y de derechos humanos: los pobres, las mujeres, los niños, los jóvenes, los emigrantes, los indígenas, los campesinos... El Reino de Dios es inseparable de la justicia. No se trata de compromisos opcionales, son compromisos irrenunciables para todos los miembros de la vida religiosa. En nuestro XVI Capítulo General hicimos un planteamiento sobre los campos prioritarios hacia los cuales deben dirigirse nuestros compromisos apostólicos. Son los siguientes: - Por un lado, todos los ámbitos que abarca la acción educativa: formación cristiana de la niñez y juventud, pastoral juvenil vocacional, atención a las familias. Apertura especial a los laicos, en su formación e incorporación a la misión para la transmisión del carisma. - Por otro, dar respuesta a los grandes desafíos del mundo moderno, promoviendo la inculturación de las comunidades y el compromiso con los pobres y excluidos. Después del breve recorrido que hemos hecho por el pasado de nuestra Congregación y de este rápido recuerdo del estudio y reflexión realizado en nuestro XVI Capítulo General sobre nuestro proyecto de futuro, en el que pudimos experimentar de forma latente el deseo de todas por responder a los retos que la sociedad plantea a la vida religiosa del siglo XXI, podemos apreciar como cierto, que nuestra Congregación tiene una rica y significativa historia para recordar, contar y dar gracias al Señor por ella. Pero no es menos cierto que tenemos ante nosotras una nueva historia que construir. Como enviadas al mundo de hoy estamos llamadas a ser testigos de esperanza y es el Espíritu quien nos sigue impulsando para hacer de nuestra existencia cosas grandes. Dios sigue esperando de nosotras fidelidad a Cristo en su seguimiento, a la Iglesia, a la Congregación y a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Con la ayuda del Espíritu construyamos comunidades fraternas, abiertas y solidarias, y ofrezcamos nuestra humilde aportación para la construcción de un mundo más humano y justo, signo y anticipación del Reino Futuro. Que María, en su Patrocinio, nos acompañe.