EL CONTRABANDISTA DE DIOS HERMANO • ANDRES Con Juan y Elisabet Sherrill Versión castellana: María Amalia Porro Segunda edición 1971 Editorial Vida MIAMI, FLORIDA 33138 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Este libro fue publicado primeramente en los Estados Unidos por SPIRE BOOKS, con el nombre de GOD'S SMUGGLER Edición en inglés © 1967 por Brother Andrew and John and Elizabeth Sherrill Edición en español @ EDITORIAL VIDA 1971 Miami, Florida 33138 Reservados todos los derechos. Primera edición en español, mayo de 1971, 25.000 ejemplares. Segunda edición·, septiembre de 1971, 20,000 ejemplares. · INDICE Prefacio CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO 4 7 1 - Cigarros y mendrugos 2 - El sombrero amarillo de paja 3 - Una piedrecita en un coco 4- Una noche de tormenta 5 - Un paso de sumisión 6 - Por la senda real 7 - Detrás de la cortina de hierro ... 8 - La copa de sufrimiento. 9 - Se ponen los cimientos 10 - Linternas en la noche 11 - La tercera oración 12 - La iglesia impostora .. 13 - Al borde del círculo interior 14 - Abraham el mata gigantes. 15 - El invernadero experimental 16 - Se extiende la obra 17 - Rusia a primera vista ..... 18 - Para Rusia con amor 19 - A cuenta de una promesa ... 20 - El dragón se despierta 90 102 112 123 135 154 167 177 191 203 220 226 237 246 CAPITULO 21 - Doce apóstoles de esperanza 261 CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO CAPITULO 22 36 41 50 69 PREJ.'ACIO Nadie pone en tela de juicio el hecho de que tanto Rusia como los otros países comunistas en la actualidad son lugares distintos de lo que fueran años atrás. Estos países están más abiertos, más dispuestos a aceptar ideas foráneas y más accesibles a los viajeros. ¿ A qué se deberá este cambio? Mientras que asuntos tan importantes como la política y la economía son objetos de estudio por parte de los expertos, un factor pequeño pero de mucho significado ha sido pasado por alto; la obra creadora de un pequeño núcleo de hombres y mujeres sencillos; de un sólo hombre en sus comienzos, que ha hecho su parte para cambiar la historia. Al conocer a Andrés, de inmediato supimos que sería maraviloso poder contar su historia. Sin embargo, nos confrontaba un obstáculo, ya que gran parte de lo que era corriente en ella no podría escribirse sin poner en peligro la vida de muchos. Aun aquello que podía considerarse como algo del pasado, tenía que sufrir algunas alteraciones. En muchos casos sería imposible utilizar los nombres verdaderos. Ciertos lugares y fechas tendrían que ocultarse bajo un manto de disfraz y por supuesto que la técnica utilizada en el cruce de las fronteras y el contrabando mismo no podrían darse a conocer. Pero aun tomadas todas estas precauciones era una historia tan extraordinaria, tan humana, tan llena de significado para el futuro de todos nosotros, que comprendimos que, aunque más no fuera esto, era imperioso escribirla ahora. Andrés nació y creció en un típico pueblecito holandés, y era hijo de un herrero de escasos recursos. Igual que muchos en aquellos primeros años de la década de 1950, reconoció que el hecho de que la tercera parte del mundo se hallara bajo el comunismo, constituía un gran desafío para nuestra generación. Como nosotros, sabía que el bloque PREFACIO Comunista estaba cerrado para Occidente, y mucho más para alguien como él, que carecía de todo respaldo. Como la mayoría, sabía que no es posible entrar en Rusia, Hungría, Albania, China y predicar una manera distinta de vivir. Y es aquí, precisamente, donde su historia es totalmente distinta de la de cualquier otro ser mortal ... Juan y Elisabet Sherrill GUIDEPOSTS Carmel, Nueva York r PENETRO EN TODAS LAS PLAZAS FUERTES COMUNISTAS IMPELIDO POR EL PODER DEL AMOR Andrés era un travieso muchachito que se deleitaba en gastar bromas a sus piadosos vecinos y también "hacer novillos" a su iglesia en Witte, su pueblo natal, en Holanda. Más tarde llegaron los nazis. Conoció el terror y le faltó comida, pero aun así aguijoneó a los invasores, manteniéndolos en un estado de continua zozobra con sus petardos. A los diecisiete años fue a Indonesia como comando, movido por un estallido de fervor patriótico y sed de aventuras, las que terminaron en cansancio, borracheras y una bravata suicida durante una batalla. Herido, hastiado de todo, se encontró a sí mismo durante un culto en una carpa, y como él escribe "un himno se apoderó de mi corazón". La suya fue una conversión decisiva. Falto de conocimientos pero impaciente por realizar la obra de Dios, encontró su lugar cuando asistía a un Seminario laico que envía a sus graduandos a los campos misioneros que ellos mismos escogen. Andrés supo cuál era su lugar cuando asistió a un Congreso Juvenil Comunista celebrado en Polonia, al tener conocimiento que en la Europa Comunista las Biblias estaban prohibidas. Se hizo CONTRABANDISTA DE DIOS al llevar el Libro a los fieles y predicar a los miles espiritualmente aislados. Tal es su historia. Simplemente lo llamamos por su nombre de pila, Andrés, puesto que su contribución para la causa del cristianismo es extraordinaria y el secreto que la rodea debe proseguir. CAPITULO 1 Cigarros y mendrugos Desde el momento en que por vez primera calcé mis zuecos de madera, mis klompen, soñé con ser el principal protagonista de las más arriesgadas aventuras: un espía detrás de las líneas y un explorador solitario en territorio enemigo. También me arrastré debajo de cercas de alambre de púas mientras que las balas chamuscaban el aire a mi alrededor. Por supuesto que no teníamos ningún enemigo real en Witte, mi ciudad natal; por lo menos durante mi infancia y por eso nosotros mismos hacíamos las veces de enemigos. En aquellas refriegas nos valíamos de nuestros klompen. Cualquier muchachito que recibía sobre sí el impacto de un zueco era porque no se había dado maña para sacarse el suyo rápidamente. Recuerdo el día en que rompí un zueco sobre la cabeza de Kees, mi amigo "enemigo". Lo que nos horrorizaba no era el enorme chichón sino el zapato arruinado. Kees y yo nos olvidamos de nuestra guerra nada más que el tiempo necesario para tratar de arreglarlo. Pero, como el componer zuecos no es un arte que se aprende de la noche a la mañana, esa noche, el incansable herrero, mi papá, tuvo que hacer de zapatero remendón. Esa mañana se había levantado a las cinco para arrancar los yuyos y regar la huerta que le ayudaba a mantener a sus seis hijos. Después había recorrido en su bicicleta casi siete kilómetros para llegar a la herrería donde trabajaba, en Alkmaar. Y' ahora tendría que pasar el resto del día tratando de hacer una ranura en la parte de arriba del zueco; pasar un alambre a través de esa ranura, clavarlo a ambos lados y hacer otro tanto en el talón, porque de lo contrario no tendría zapatos para ir a la escuela. -ANDRES, i TIENES QUE SER MAS CUIDADOSO! - había dicho con su fuerte vozarrón. Era 8 EL CONTRABANDISTA DE DIOS sordo y en lugar de hablar, gritaba. Entendí perfectamente. No quería decir que fuera más cuidadoso de mi persona sino de los bienes tan trabajosamente logrados. En muchas de mis pueriles fantasías había una familia en particular a la que consideraba como enemigos. Era la familia Whetstra. Por qué los había elegido a ellos, no lo sé, a menos que se debiera al hecho de que fueron los primeros en el pueblo que se refirieron a la guerra con Alemania, un tema que no resultaba muy popular en Witte. Además, eran evangélicos y de los muy piadosos. Su "que Dios te bendiga", y "si el Señor así lo permite", resultaban por demás humillantes para un agente se-· creto de mi talla. Por lo tanto, desde mi punto de vista, eran los enemigos. Recuerdo que una vez, al pasar frente a la ventana de su cocina vi a la señora Whetstra justo cuando ponía una fuente con galletas en el horno de su cocina económica. Apoyado contra el frente de la casa había un vidrio para la hoja de una ventana, y eso me dio una idea. ¡ Qué buena ocasión para ver si la siempre sonriente familia Whetstra se enfurecía tanto corno cualquier otro holandés común y corriente! Me adueñé del vidrio y a hurtadillas lo moví a través de las "líneas" hasta que llegué a la parte de atrás del "cuartel general del enemigo". Los Whetstra, igual que muchos otros en el pueblo, tenían una escalera que llevaba hasta su techumbre de paja. Me quité los klompen. y subí. Sigilosamente puse el vidrio sobre la chimenea y me arrastré escaleras abajo; crucé la calle para montar guardia sin ser visto, y me escondí detrás del carrito de un pescadero ambulante. Había tapado la salida de la chimenea y el humo llenó la cocina y empezó a arremolinarse junto a la ventana abierta. La señora Whetstra corrió a la cocina, gritando. Rápidamente abrió la puerta del horno y aventó el humo con su delantal. El señor Whetstra salió afuera y miró fijamente la chimenea. Si había esperado un torrente de la rica prosa holandesa, quedé decepcionado aunque la expresión de su rostro mientras subía por la escalera era como la de cualquier CIGARROS Y MENDRUGOS 9 mortal. Y yo me adjudiqué una gran victoria contra una mayoría abrumadora. Ben, mi hermano, era otro de mis enemigos favoritos. Tenía esa característica propia de los hermanos mayores : era un cambalachero consumado. El rincón del dormitorio que compartíamos en el desván ubicado sobre la habitación principal de la casa, estaba lleno de cosas que en alguna oportunidad me habían pertenecido a mí o a otros muchachos, aunque nunca podíamos recordar qué era lo que nos había dado a cambio. Su tesoro principal era una alcancía que una vez perteneciera a Maartje, nuestra hermana. En la alcancía guardaba las monedas que recibía al hacer algún mandado para el burgomaestre o por cuidar la huerta de nuestra maestra, la señorita Meekle. Lo que ocurría en Alemania en aquel entonces, más que nunca ocupaba ahora la primera plana de los diarios y en mis fantasías Ben era un magnate, alemán, un fabricante de municiones. Un día, cuando estaba fuera de casa buscando aumentar su capital, fui y saqué la alcancía del estante, introduje un cuchillo en su ranura y la di vuelta. Después de haber burlado por unos quince minutos la guardia de los camisas pardas, que custodiaban su propiedad, había logrado juntar casi un florín de la fortuna del enemigo. Eso fue fácil. Difícil sería qué hacer con el botín. Un florín equivalía a unos veinticinco centavos de dólar; ¡ toda una fortuna para una criatura en nuestro pueblo! Si hubiera ido a la confitería con tanto dinero, sin duda que me hubieran hecho muchas preguntas. i Ya lo tenía! ¿ Qué pasaría si decía que lo había encontrado? Al otro día, en la escuela, me acerqué a la maestra y extendiendo la mano, dije: -Señorita Meekle, mire lo que encontré. La señorita Meekle dejó escapar un suspiro. -Andrés, ¡ es mucho dinero para un niño! -¿ Me lo puedo guardar? -¿No tienes idea de quién puede ser? Aunque me hubieran torturado nunca hubieran logrado arrancar el secreto de mis labios. -No, señorita. Lo encontré en la calle. 10 EL CONTRABANDISTA DE DIOS -Entonces debes llevarlo a la policía, Andy. Ellos te dirán qué puedes hacer. ¡ La policía! No había contado con esto. Esa tarde, temblando de pies a cabeza llegué hasta el mismo bastión de la ley y la corrección, llevando conmigo el dinero. Si el pequeño ayuntamiento hubiera sido realmente el cuartel general de la Gestapo, no podría haber estado más asustado. Era como si el dinero que había hurtado estuviera lanzando destellos delatores. Aparentemente creyeron mi historia porque el jefe de policía escribió mi nombre en un sobre, guardó el dinero adentro y me dijo que si nadie lo reclamaba, dentro de un año sería mío. Y al año dirigí mis pasos a la confitería. Ben nunca notó la falta de esas monedas, lo que echó a perder todo. En lugar del sabor a sabotaje detrás de las líneas enemigas, las confituras tenían el sabor amargo de la derrota. Tanto como cualquier otra cosa, creo que mis sueños, mi sed de aventuras plenas de emoción y mis fantasías sin fin eran un medio para escapar de la radio de mamá. Ella estaba semi inválida. Una afección cardíaca la obligaba a permanecer gran parte del día sentada y la radio era su única distracción. Pero siempre tenía el dial clavado en un mismo Jugar: la estación evangélica de Amsterdam. Algunas veces pasaban música y otras, predicaciones. Oír siempre lo mismo me resultaba sumamente aburrido. Pero o a mamá no. La religión era su vida. Eramos pobres, aun si nos comparábamos con el nivel de vida en Witte; la nuestra era la casa más pequeña del pueblo. Sin embargo, a nuestra puerta llegaba una corriente sin fin de pordioseros, predicadores' ambÚlantes, gitanos; todos sabían que en la mesa de mamá serían bien recibidos. Esa noche las tajadas de queso serían más finas y la sopa más aguada, pero, rechazar a un huésped, ¡jamás! La frugalidad era tan importante en la religión de mamá como la hospitalidad. A los cuatro años yo podía pelar las patatas sin desperdiciar ni un centímetro. A los siete ya me había graduado y la tarea de mondarlas pasó a mi hermano Cornelio en tanto que sobre mis hombros recayó la responsabilidad de lus- CIGARROS Y M ENDRUGOS 11 · trar el calzado. No se trataba de los klompen de todos los días sino de los zapatos de cuero que usábamos los domingos. Si un par de zapatos no duraba quince años, era todo un desastre económico. Mamá decía que los zapatos debían tener tal brillo que al pastor le fuera necesario resguardarse los ojos. Puesto que mamá no podía hacer mucha fuerza, todas las semanas Ben lavaba la ropa. Para lavarla era necesario ponerla y sacarla de la batea, aunque el lavado en sí se hacía dando vueltas a una manija de madera que hacía mover un juego de paletas. Esta maravilla técnica era el orgullo de la casa. Nos turnábamos para relevar a Ben en la tarea de dar vueltas a la manija, empujando el palo de la hoja hacia adelante y hacia atrás hasta que nos dolían los brazos. El único que nunca hacía nada era Bastián, nuestro hermano mayor. Aunque tenía dos años más que Ben y seis más que yo, nunca aprendió a hacer nada de lo que otros hacían. Se pasaba el día debajo de un olmo que había en el camino de la represa del dique viendo pasar a la gente del pueblo. En aquella región carente de árboles, Witte se enorgullecía de sus olmos. Había uno por cada casa. Sus ramas se entrecruzaban para formar una arcada verde sobre el camino. Por alguna razón Bas nunca se paró debajo de nuestro olmo. Su puesto de vigilancia estaba en el tercer árbol calle abajo. Allí se pasaba todo el día hasta que uno de nosotros lo llevaba a casa para comer. Después de mamá, me parece que a la persona que más quería era a él. La gente, cuando pasaba y lo veía debajo de su árbol preferido, lo llamaba. Su respuesta. era una dulce y tímida sonrisa. -¡ Ah, Bas !Oyó tan a menudo esta frase que con el correr de los años llegó a repetirla. Esas fueron las únicas palabras que jamás aprendió. Pero aunque no sabía hablar ni vestirse solo, poseía un talento extraordinario. Como en la mayoría de las salas de recibo en Holanda, allá por los años treinta, en la nuestra también había un pequeño órgano de manubrio. Papá era el único de la familia que sabía leer las notas y por las noches se sentaba en el pequeño taburete, bombeando los pedales con sus pies, 12 EL CONTRABANDISTA DE DIOS sacando melodías de un antiguo himnario mientras que los demás cantábamos. Todos, excepto Bas. Tan pronto comenzaba a sonar el órgano, Bas se agachaba y se acurrucaba debajo del teclado, fuera del alcance de los pies de papá, apretándose contra la pedalera del órgano. Papá era muy chapucero y se equivocaba mucho, no sólo porque no oía las notas, sino también porque los muchos años de golpear con la masa en el yunque Je habían endurecido los dedos, volviéndolos torpes. A veces parecía que tocaba tantas notas mal como las que tocaba bien. Pero a Bas no le preocupaba eso. Se apretujaba embelesado contra la vibrante madera. Desde el lugar donde se ubicaba no podía ver las teclas que tocaba papá o qué registros movía, pero de pronto se ponía de pie y con suavidad comenzaba a empujarlo. -Ah, Bas. Ah, Bas - decía. Y papá se levantaba y él se sentaba en el taburete. Siempre daba un poco de vueltas con el himnario, como veía que hacía papá. Volvía las hojas y generalmente se las arreglaba para ponerlo al revés. Después miraba de soslayo la página, como papá, y empezaba a tocar. Desde el primero al último, tocaba todos los himnos que papá había tocado esa noche, pero no como él, vacilante, desmañado y lleno de disonancia, sino a la perfección, sin un error; con un no se qué tan maravilloso que los que pasaban por la calle se paraban a escuchar. En las noches de verano, cuando dejábamos abierta la puerta, se juntaba un grupo afuera y muchas eran las mejillas en las que surcaban libremente las lágrimas porque cuando Bas tocaba, era como si un ángel se hubiera sentado al órgano. La nota sobresaliente de la semana, lógicamente, era el ir a la iglesia. Witte está situada en los pouiers, las tierras que generaciones de holandeses han ido ganando al mar, y como todos los pueblos de las tierras bajas, está edificado a lo largo de un dique. Tiene una sola calle, el camino que va de norte a sur sobre el dique. Las casas, aparentemente son islas y están construidas sobre un montículo de tierra y conectadas al camino por un pequeño puente que cubre el canal de desagüe. Y en ambos extremos del pueblo, en los mon- CIGARROS Y MENDRUGOS 13 tículos más altos e importantes de todos están las dos iglesias. Aun hoy día en Holanda existe mucho antagonismo entre los católicos y los protestantes, algo que viene arrastrándose de los días de la ocupación española. Durante la semana el pescadero ambulante del pueblo conversa libremente con el ferretero, pero el domingo el pescadero y su familia caminan hacia el norte, rumbo a la iglesia Católica Romana mientras que el ferretero va a la Protestante, ubicada en el extremo sur del pueblo. Y cuando se cruzan por la calle ninguno de los dos parece advertir la presencia del otro ni con la más leve inclinación de cabeza. Nuestra familia estaba sumamente orgullosa de su tradición Protestante. Pienso que papá estaba muy contento de que nuestra casa estuviera en el extremo norte lo que le permitía recorrer todo el pueblo y demostrar que nosotros sí estábamos bien encaminados. Debido a la sordera de papá siempre nos sentábamos justo en el primer banco en la iglesia. Como era chico para que toda la familia se sentara junta, yo siempre me las ingeniaba para quedarme rezagado, permitiendo así que mamá, papá y mis hermanos se ubicaran primero. Entonces me iba atrás para "encontrar un asiento". Pero el que encontraba por lo general estaba bastante lejos de la puerta de la iglesia. Durante el invierno, patinaba por los canales helados con mis klompen de madera y en verano me iba al campo y me sentaba tan quieto que los cuervos salvajes se posaban en mis hombros y me picoteaban suavemente las orejas. Por instinto sabía precisamente cuando estaba por terminar la reunión en la iglesia y justo cuando las primeras "víctimas" salían, me iba a un rincón de la iglesia. Me quedaba cerca del predicador, que nunca dejaba de notar mi presencia; prestaba atención a los comentarios que los creyentes hacían respecto de su sermón. De este modo me enteraba de cuál había sido su texto, el tema y algunas veces hasta de la esencia misma de una ilustración. Esto era sumamente importante para mí. De lo contrario no hubiera podido seguir con lo más importan- 14 EL CONTRABANDISTA DE DIOS te de mi aventura semanal. En Holanda la gente acostumbra a reunirse en las casas después del culto. En esas reuniones nunca faltan tres ingredientes: café, cigarros y una discusión, punto por punto, del sermón. En nuestro pueblo los hombres podían darse el lujo de fumar esos grandes cigarros de hoja una vez por semana. Todos los domingos, mientras sus esposas preparaban el café negro bien cargado, sacaban sus cigarros y los encendían con gran ceremonia. Hasta hoy, dondequiera que percibo el aroma de café o de los cigarros, mi corazón late más fuerte. Es algo que para mí está asociado con temor y agitación. ¿ Podría volver a engañar a mis padres, haciéndoles creer que había estado en la iglesia? -Me parece que el pastor predicó sobre Lucas 3: 16 el mes pasado - decía, sabiendo positivamente que no era así, pero buscando dar a entender de esa manera que conocía el texto. O: -¿No creen que fue una buena ilustración acerca de los politiqueros? - apuntaba, sacando a relucir un fragmento de conversación que había oído. -Yo diría que al alcalde no le gustaría nada. Mi técnica resultaba. Hoy día me ruborizo al recordar las contadas ocasiones en que asistí a la ·,iglesia durante mi niñez. Y más aún recordando que mi confiada y sincera familia nunca sospechó. En 1939 todo el país pudo ver lo que los Whetstra habían vislumbrado todo el tiempo: los alemanes estaban empeñados en un patrón de conquista que incluía a Holanda. En casa muy raramente prestábamos atención a esas cosas. Bas estaba enfermo. El doctor había dicho que tenía tuberculosis. Mis padres pusíeron su colchón en la sala de recibo. Durante largos meses Bas languideció en el pequeño dormitorio de mis padres, tosiendo y consumiéndose hasta no quedar más que -piel y huesos. Sus sufrimientos eran mucho peores que los de una persona normal porque no podía explicar cómo se sentía. Recuerdo un día que, justo después de haber cumplido los once años, entré a escondidas a su cuarto cuando mamá estaba atareada en la cocina. Nos habían prohibido estrictamente la entrada a su cuarto porque la enfermedad era contagiosa. Pero eso era pre- CIGARROS Y MENDRUGOS 15 cisamente lo que yo quería. Si Bas moría, yo también quería morirme. Me acosté a su lado y lo besé una y otra vez en la boca. El murió en Julio de 1939, pero yo gozaba de tan buena salud como siempre. Me parecía que Dios me había traicionado doblemente. Dos meses después, en septiembre, el gobierno llamó a una movilización general. Por única vez mamá permitió que se usara su radio para escuchar las noticias. La pusimos a todo volumen, pero ni aun así papá podía oír. Entonces Geltje, mi hermanita, se paró junto al receptor y le gritó a papá los puntos más sobresalientes de las noticias. -TODAS LAS UNIDADES DE RESERVA SON ACTIVADAS, PAPA. -TODOS LOS AUTOS PARTICULARES SON EXPROPIADOS. A la noche había comenzado el atascamiento de tránsito, el interminable atascamiento de tránsito que sería la característica principal de los meses previos a la invasión. Todos los automóviles de Holanda estaban en marcha. Parecía que eran tantos los que se dirigían al norte como los que iban al sur. Nadie sabía dónde tenía que ir, pero quería llegar tan rápido como podía. Día tras día, vistiendo mis amplios pantalones y mi blusón, me paraba debajo del árbol donde Bas solía pararse, y observaba. Casi nadie hablaba. Tan sólo el señor Whetstra parecía tener valor para decir lo que todos sabíamos. Yo no podía comprender por qué en aquel entonces me sentía atraído a ellos, pero a menudo pasaba frente a la ventana de su cocina. -Buenas tardes, Andrés. -Buenas tardes, señor Whetstra. -¿ Haciendo mandados para tu mamá? ¿ Te gustaría comer una galleta? Te dará fuerzas-. La señora tomó un plato con galletas y se acercó a la ventana. El señor Whetstra miraba desde la ventana de la cocina. -¿ Es Andresito? ¿ Saliste para ver por ti mismo la movilización? 16 EL CONTRABANDISTA DE Dros -Sí, señor-. Por alguna razón escondía la galleta detrás de la espalda. -Andrés todas las noches debes de orar por el país. Estamos atravesando por una situación muy difícil. -Sí, señor. -¿ Qué es lo que pueden hacer soldados armados con revólveres de aire comprimido cuando son atacados por tanques y aviones? -Sí, señor. -Vendrán aquí, Andrés, protegidos por sus cascos de acero, vendrán con su andar marcial y su encarnizado odio y lo único que tenemos son nuestras oraciones. El señor Whetstra se acercó a la ventana y asomó la cabeza. -¿ Orarás, Andrés? Pide que tengamos valor para hacer lo que esté a nuestro alcance y después de haberlo hecho podamos seguir firmes. ¿ Lo harás, Andrés? -Sí, señor. -Eres un buen muchachito. El señor Whetstra se alejó de la ventana. -Y ahora vete a hacer el mandado para tu mamá-. Pero cuando iba calle abajo el señor Whetstra me llamó. -Cómete la galleta. Yo sé que algunas veces la vieja cocina nuestra humea espantosamente. Sin embargo, desde que coloqué el vidrio nuevo en la ventana no hemos tenido más problemas. Esa noche, acostado en mi cama en el desván pensé en el señor Whetstra. ¿ De modo que él lo sabía pero no se lo había dicho a papá como hubiera hecho cualquier otra persona mayor? Me pregunté el porqué. También me pregunté por qué quería que orara. ¿ Para qué serviría? Después de todo Dios nunca escuchaba. Si realmente llegaban a venir los alemanes, pensaba hacerles algo mucho peor que orar. Me quedé dormido soñando con los actos intrépidos que, a manos limpias, llevaría a cabo contra el invasor. Para Abril en Witte había muchísimos refugiados que venían de los polders al este de nosotros. Los holandeses volaban sus diques, inundaban deliberadamente las tierras que por espacio de siglos habían sido rescatadas al mar, con el fin de demorar al ejército CIGARROS Y MENDRUGOS 17 alemán. En todas las casas, excepto la nuestra que era demasiado pequeña se albergaba alguna familia que había quedado sin techo y que había venido de las tierras inundadas. Y la olla de sopa de mamá, mientras tanto, hervía lentamente día y noche. Los alemanes no vinieron por tierra. Los primeros aviones sobrevolaron Witte la noche del 10 de mayo de 1940. Pasamos la noche en la sala de estar, amontonados y en vela. Todo el día siguiente vimos aviones y oímos las explosiones cuando bombardearon el pequeño campo de aterrizaje militar a unos cuatro kilómetros de distancia. Ese día cumplía doce años pero, ni yo ni nadie, lo recordó. Después los alemanes bombardearon Rotterdam. El locutor que transmitía desde Hilversum, y que nosotros escuchábamos desde la movilización, lloraba en tanto que daba a conocer las noticias. Rotterdam había desaparecido. En una hora la ciudad fue borrada del mapa. Era la guerra relámpago, la nueva guerra. Al día siguiente Holanda capituló. Días después, un teniente alemán bajo y fornido llegó a Witte en un patrullero y se instaló junto a la casa del alcalde. El puñado de soldados que lo acompañaba, mayormente estaba integrado por personas mayores; Witte no era tan importante como para merecer tropas de primer orden. Entre tanto, durante algún tiempo llevé a cabo mis sueños de resistencia. Fueron muchas las noches que bajé descalzo por la escalera del desván, justo cuando el reloj del pueblo daba las dos de la mañana. Sabía que mamá me oía porque cuando pasaba frente a su cuarto detenía el ritmo regular de su respiración. Pero nunca me detuvo. Tampoco me preguntó al otro día qué había pasado con la preciada y tan racionada azúcar. A todos los del pueblo les hacía mucha· gracia el hecho de que el coche del teniente le diera tantos dolores de cabeza. Se le tapaban las bujías y se le ahogaba el motor. Algunos decían que habían puesto azúcar en el tanque de la gasolina mientras que otros pensaban que eso no era posible. La comida faltó antes en las ciudades que en los pueblos como el nuestro, donde había granjas, y esto fue algo que aproveché en la pueril guerra que había r 18 EL CONTRABANDISTA DE DIOS declarado contra el enemigo. Un caluroso día de ese primer verano cargué un cesto con coles y tomates y caminé unos siete kilómetros hasta Alkmaar. Allí había un negocio que todavía tenía en existencia fuegos artificiales de la época anterior a la guerra. Yo sabía que su dueño quería hortalizas. Presioné mi ventaja tanto como me fue posible y llené el cesto con los fuegos de artificio. Los tapé con las flores que había llevado para ese fin. El comerciante me miró en silencio. En seguida, movido por una resolución repentina se inclinó detrás del mostrador y sacó una bomba de estruendo. -No tengo más comida. -Es mejor que vuelvas a tu casa antes del toque de queda. Esa noche, de regreso en Witte, una vez más crujieron las maderas del piso del desván. De nuevo mamá contuvo la respiración. Me deslicé afuera descalzo, amparado por las sombras de la noche. Una patrulla de cuatro soldados de infantería caminaba por la calle en dirección al norte, hacia nuestra casa, alumbrando con sus linternas todas las casas mientras andaban. Me alejé de la puerta de entrada, apretándome contra el costado de la casa mientras que el ruido de sus botas cada vez se acercaba más. Tan pronto como pasaron crucé el pequeño puente entre nuestra casa y el camino del dique y me dirigí corriendo hacia el sur, donde estaba la casa del alcalde. Me hubiera sido fácil arrojar la bomba de estruendo contra la puerta de la casa donde se alojaba el teniente cuando la patrulla estaba en el otro extremo del pueblo, pero yo quería algo emocionante. Era el corredor más veloz del pueblo y pensé que sería divertido que esos hombres maduros, calzados con pesadas botas, me corrieran. Pienso que ninguno de ellos tenía más de cincuenta años, pero yo pensaba que eran ancianos. Esperé hasta que la patrulla inició la ronda de vuelta. Justo antes de que llegaran al cuartel central, encendí la mecha y corrí. -Halt! El resplandor de sus linternas me alcanzó y oí que alguien descorría el seguro de un fusil. ¡No había tenido en cuenta las armas de fuego! Corrí por la calle en zigzag. Entonces detonó la bomba de es- CIGARROS Y MENDRUGOS l!) truendo y por la fracción de un segundo distrajo la atención de los soldados. Corrí como una flecha y crucé el primer puente que me salió al paso. Atravesé una huerta y me eché de bruces entre las coles. Estuvieron buscándome cerca de una hora, gritándose ásperamente unos a otros en alemán hasta que se dieron por vencidos. Entusiasmado por este éxito empecé a descargar andanadas a plena luz del día. En una oportunidad salí del escondite y fui a dar en los brazos de un soldado. Si corría admitiría mi culpa. Sin embargo en mis manos había una tremenda evidencia circunstancial: en la izquierda tenía los cohetes y en la derecha los fósforos. -Du! Komm mal her! Mis manos se apretaron con fuerza a los cohetes. No me atrevía a guardarlos en el bolsillo de la chaqueta. Seguramente que allí registrarían primero que nada. -Hast du einen Fuerwerkskoerper explodiert? ¿Cohetes? No señor. Con los puños apretados tomé las vistas de la chaqueta y la mantuve abierta para que me revisaran. El soldado cacheó desde mis holgados pantalones hasta la gorra. Cuando disgustado se alejó, los cohetes que tenía en la mano estaban empapados por la trans= piración, A medida que la ocupación se prolongaba, llegué a cansarme de mis juegos. En los pueblos a nuestro alrededor los rehenes eran colocados en fila y fusilados. Las casas eran incendiadas, quemadas hasta los cimientos mientras que la verdadera resistencia iba tomando cuerpo, fortaleciéndose. Los chistes contra los alemanes ya no resultaban divertidos. Por toda Holanda aparecieron los onderdulkers, es decir, los buceadores; hombres y muchachos que se escondían para no ser deportados a los campos de trabajo forzado en Alemania. Ben, que recién había cumplido dieciséis años cuando empezó la guerra, se ocultó en una granja cerca de Ermelo aquel primer mes, y pasaron cinco años antes de que volviéramos a tener noticias suyas. El tener una radio era considerado un delito contra l. , 20 EL CONTRABANDISTA DE DIOS el nuevo régimen. Ocultamos la de mamá en un rincón tan pequeño en el desván, que era necesario ir arrastrándose de a uno para oír los programas en holandés que transmitían desde Inglaterra. Después, cuando el ferrocarril holandés se declaró en huelga, llegamos a amontonar a los obreros ferroviarios en aquel pequeño escondite y por supuesto también siempre había algún judío para esconder por una noche cuando se dirigía hacia la costa. A medida que los alemanes se desesperaban para conseguir más potencial humano, la pequeña fuerza de ocupación de Witte fue retirada. Después vino la terrible razzia. Los camiones irrumpían velozmente en los pueblos a cualquier hora del día o de la noche, clausuraban los caminos del dique en ambos extremos en tanto que escuadrillas de soldados registraban las casas buscando hombres en buen estado físico. Antes de cumplir los catorce años ya formaba parte del grupo de hombres y muchachitos que huían hacia los polders al primer indicio de un uniforme alemán. Corríamos a través de los campos, agachándonos, saltando los canales, yendo a los pantanos detrás del ferrocarril. El dique del ferrocarril era muy alto como para escalarlo. Con toda seguridad que nos verían. Para evitarlo buceábamos hacia el canal ancho que corría debajo del puente del ferrocarril, de donde salíamos empapados, jadeando y temblando. Hacia el fin de la guerra hasta el pequeño Cornelio y papá, pese a su sordera, formaban parte de los que escapaban hacia el pantano. Entre una y otra razzia la vida era una lucha sombría para sobrevivir. La electricidad estaba reservada para los alemanes. Al faltar energía para las bombas, el agua de la lluvia se estancaba en cantidad en los polders. En las casas nos alumbrábamos con lámparas de aceite, que se hacía de semillas de berza. Después faltó el carbón y Witte taló sus árboles. En el segundo invierno cortaron el árbol bajo el cual Bas pasaba los días. Pero el peor enemigo, más temible que el frío y los soldados era la falta de comida. Regañábamos continua- CIGARROS Y M ENDRUGOS 21 mente con una hambre insaciable. Tan pronto como se recogían, las cosechas las mandaban al frente. Mi padre, sin embargo, cuidaba su huerta con el mismo empeño de siempre aunque los alemanes eran los que se quedaban con la mayor parte de lo cosechado. Por años los seis de nuestra familia vivimos con las raciones de dos. Al principio pudimos añadir algo a esta ración al desenterrar los bulbos de tulipanes de nuestro jardín y comerlos como si fueran patatas. Pero los tulipanes también se acabaron. Mamá fingía comer, pero fueron muchas las noches en que la vi dividir su pequeña ración entre los otros platos. Su único consuelo era que Bas no había vivido para ver esta época. Nunca hubiera comprendido el dolor de su estómago, la chimenea sin lumbre y la calle sin árboles. Llegó el día en que mamá no pudo levantarse más. Sabíamos que si no llegaba pronto la liberación, moriría. Y en la primavera de 1945 los alemanes se retiraron y los canadienses ocuparon su lugar. La gente se · volcó a las calles llorando de alegría. Pero yo no estaba allí. Corrí cada palmo de los ocho kilómetros que había hasta el campamento canadiense donde mendigué un pequeño saco lleno de mendrugos de pan. ¡Pan! Era, literalmente, ¡ el pan de vida! Lo llevé a casa para los míos con gritos de ¡comida! ¡comida! ¡comida! Mientras que mamá mordisqueaba las secas costras del pan, lágrimas de gratitud a Dios surcaban las profundas arrugas de su rostro. La guerra había terminado. CAPITULO 2 El sombrero amarillo de paja Una tarde, en el verano de 1945, varios meses después de la liberación, al volver a casa me salió al encuentro mi hermanita Geltje, para decirme que papá quería verme. -Está en la huerta -agregó. Atravesé la oscura cocina, salí afuera y llegué hasta el lugar donde tenía sembrado sus coles, parpadeando por el reflejo solar. Papá, azadón en mano, calzado con sus klompen, estaba inclinado sobre su almácigo de coles, sacando los yuyos con paciente ternura. Di media vuelta para ponerme frente a él y dije en voz alta: -¿ QUERIAS VERME, PAPA? Papá se enderezó con trabajo. -ANDRES, TIENES DIECISIETE AÑOS. De inmediato supe el curso que iban a seguir sus palabras. -SI, PAPA. -¿ QUE PIENSAS HACER DE TU VIDA? Cómo hubiera deseado que su voz no fuera tan alta, y la mía al responderle: -NO LO SE, PAPA. Me iba a preguntar también por qué no me gustaba el oficio de herrero. Lo hizo. También querría saber por qué no me dedicaba al ajuste de maquinarias, oficio que había tratado de aprender durante la ocupación. Lo hizo también. Sabía que todo Witte podía escuchar tanto sus preguntas como las vagas y evasivas respuestas con las que buscaba dejarlo satisfecho. -ES HORA DE QUE TE DECIDAS POR UN OFICIO, ANDRES. ESTE OTOÑO QUIERO QUE ME DIGAS QUE HAS DECIDIDO. Volvió a inclinarse sobre su azadón y comprendí que la conversación había terminado. Tenía por delante unos dos meses para decidirme. Claro está que sabía muy bien lo que quería: encontrar una manera de EL SOM BRERO AM ARILLO DE PAJA 23 vivir que acabara con este molde. Tenía sed de aventuras. Quería irme de Witte, escapar de ese panorama mental que siempre miraba al pasado. Pero también sabía que mis perspectivas no eran muy buenas. Los alemanes habían invadido el país cuando estaba cursando el sexto grado y se apropiaron del edificio de la escuela. Eso había. puesto punto final a mi educación regular. Lo único que podía hacer bien era correr. Esa tarde salí hacia los polders y corrí descalzo kilómetro tras kilómetro a lo largo del pequeño sendero utilizado por los agricultores. Después de unos ocho kilómetros entré en calor. Atravesé corriendo el pueblo donde había comprado los fuegos artificiales. Ahora tenía la mente despejada y podía pensar con claridad. Trepé al dique para regresar a Witte, con una sensación siempre en aumento de que la respuesta estaba muy cerca. La solución era clara. Los periódicos siempre publicaban noticias relativas a la rebelión armada en las colonias. Las Indias Orientales que hacía muy poco habían sido liberadas del Japón, también querían independizarse de Holanda. A diario se nos recordaba que esas colonias pertenecían a Holanda desde hacía trescientos cincuenta años. ¿ Por qué nuestro ejército no las reclamaba para la corona? ¿ Por qué no lo hacía? Esa noche anuncié a la familia en pleno que ya había decidido qué iba a hacer. -¿ Qué vas a hacer, Andy? -preguntó Maartje. -Voy a incorporarme en el ejército. Mamá como de costumbre, suspiró. -Oh, Andrés-. Había visto demasiados ejércitos. -¿ Es que siempre debemos pensar en matar? Pero mi padre y mis hermanos tenían otra opinión. A la semana siguiente le pedí prestada la bicicleta a papá y fui hasta la oficina de reclutamiento en Amsterdam. Al caer la tarde estaba de vuelta, humillado a mis propios ojos. En el ejército reclutaban a los muchachos de dicisiete años solamente en el año calenda rio en que cumplían los dieciocho. ¡ Y yo nos los cumpliría hasta mayo de 1946 ! En enero volví y esta vez me aceptaron. Poco después me pavoneaba por Witte vistiendo mi uniforme, 24 EL CONTRABANDISTA DE Dros ajeno al hecho de que los pantalones me quedaban chicos y la chaqueta grande y que en sí, presentaba un aspecto desproporcionado. Pero iría a reconquistar las tierras para nuestra reina y posiblemente hasta llegaría a tomar prisioneros a unos pocos de esos sucios revolucionarios que todos pensaban que eran comunistas y bastardos. Estas dos palabras iban automáticamente juntas. Los únicos que no vieron con agrado mi decisión fueros los Whetstra. Pasé muy erguido frente a su casa. -Hola, Andy. -Buenos días, señor Whetstra. -¿ Cómo están tus padres? ¿ Sería posible que no hubieran notado mi uniforme? Me di vuelta a fin ele que el sol brillara en la reluciente hebilla ele bronce ele mi cinturón. No pudiendo aguantar más, elije: -Me incorporé al ejército. Iré a las Indias Orientales. El señor Whetstra se inclinó para mirarme mejor. -Sí, ya lo veo. ¿ De modo que sales en busca ele aventuras, eh? Voy a orar por ti, Andrés. Voy a orar para que la aventura que encuentres te deje satisfecho. Le clavé los ojos asombrado. ¿ Qué habría querido decir con eso de una aventura que me dejara satisfecho? Cualquier clase de aventura, pensé mirando los campos que se extendían a través de Witte en todas direcciones. Cualquier aventura me satisfaría más que la monotonía que envolvía a este pueblo. Fue así que salí de casa. Partí tanto emocional como físicamente. Durante el entrenamiento básico trabajé fuerte y por primera vez en mi vida sentí que estaba haciendo algo que quería hacer. Me gustaba muchísimo que me trataran como un adulto. Parte de mi entrenamiento fue en el pueblo de Gorkum. Todos J.os domingos iba a la iglesia. No porque me interesara el culto en sí, sino porque tenía la seguridad de que alguien me invitaría a almorzar en su casa. Me encantaba explicarles a mis anfitriones que me habían escogido para un comando de adiestramiento especial en Indonesia. -Dentro de unas pocas semanas- decía, empujando con afectación hacia atrás mi silla y echando una bocanada de humo del consabido cigarro luego del almuerzo EL SOMBRERO AMARILLO DE PAJA 25 dominical, -estaré luchando mano a mano con el enemigo-. Y en seguida, fijando la vista en un punto distante, les preguntaba si me escribirían mientras estuviera en ultramar. Siempre accedían y antes de partir de Holanda tenía en mi lista de correspondencia unos setenta nombres. Uno era de una jovencita. La había conocido en la forma acostumbrada, después del culto, en una Iglesia Reformada, un domingo en particular. Era la jovencita más hermosa que jamás había visto. Después de una agradable "siesta" durante el sermón, salí a la pesca de una invitación. Realmente calculé mi salida en el momento apropiado. Mi Blanca Nieves estaba en la puerta. Se presentó. -Me llamo Thile- dijo. -Y yo, Andrés. -Mi mamá quiere saber si vendría a almorzar con nosotros. -¡Encantado! -contesté. Momentos después salí de la iglesia del brazo de la princesa. El papá de Thile era pescadero. Vivían en Gorkum en los altos de su negocio, cerca del muelle, y durante el almuerzo los agradables olores del muelle se mezclaban con el aroma de las coles y el jamón. Más tarde nos sentamos en la sala. -¿ Un cigarro, Andrés? - preguntó el papá de Thile. -Muchas gracias, señor-. Escogí uno con todo cuidado y lo enrollé en mis dedos, tal como había visto hacer a los hombres en Witte. A decir verdad, no me agradaban los cigarros, pero los asociaba tan estrechamente con la mayoría de edad, creo que si me hubieran dado a fumar un pedazo de cuerda, me hubiera gustado. Mientras fumábamos y bebíamos café, Thile .se sentó de espaldas a la ventana. El fuerte sol del mediodía hacía aún más azulados sus cabellos. Aunque casi ni habló tenía la seguridad de que esta señorita me escribiría y posiblemente llegaríamos a algo más. El 22 de noviembre de 1946 fue mi último día en casa. Me había despedido de Thile y de las otras familias de Gorkum. Había llegado el momento de despedirme de mi familia también. Si tan solamente hubiera sabido que sería la última 26 EL CONTRABANDISTA DE DIOS vez que vería a mamá, no me hubiera comportado como un aparatoso soldado que iba a la guerra. Pero no lo sabía y por eso tomé como una obligación el darle un abrazo a mamá. Pensé que me veía muy gallardo. Por fin tenía un uniforme que me sentaba bien y me encentraba en excelente estado físico. Tenía el cabello cortado al ras. Justo cuando estaba para salir mamá sacó algo de debajo de su delantal. Era un pequeño libro. En seguida supe qué era: su Biblia. -Andrés, ¿ la llevarás contigo? Por supuesto que le dije que sí. -¿ La leerás, Andrés? ¿ Es que acaso es posible decirle no a la madre? Aunque no se cumpla con lo prometido, no se puede decirle no. Puse la Biblia en el fondo del talego donde llevaba mis efectos personales. La empujé tan abajo como pude y la olvidé. La nave que nos transportó, la Sibajak arribó a Indonesia justo antes de la Navidad de 1946. Qué alegría me produjo el fuerte aroma tropical; ver a los changadores desnudos moviéndose por arriba y por abajo de las planchadas, el ruido de los pregoneros en el muelle, procurando llamarnos la atención. Me eché a los hombros el talego y me abrí paso para bajar por la planchada al fuerte sol del muelle. Ni por un momento me cruzó por la imaginación la idea de que dentro de pocas semanas estaría dando muerte a niños y adultos indefensos, personas éstas que en ese preciso momento se apiñaban a mi alrededor. Había algunos hombres que vendían monos. Los llevaban sujetos por una cadena y muchos de estos monos sabían hacer algunas cosas graciosas. Estaba fascinado por esas criaturas de rostros serios y arrugados y me paré para mirar a uno más de cerca. -No lo toque-. Al enderezarme me encontré frente a frente con uno de mis oficiales. -Puede morderlo, soldado-. Aunque se mostraba serio, sin embargo dejaba entrever una sonrisa. -Más o menos la mitad de los monos tienen rabia. El oficial siguió su camino y yo retiré mi mano. El muchachito corrió detrás del oficial gritando furiosamente porque le había arruinado la venta. Me encaminé a la fila donde estaban los soldados que EL SOMBRERO AMARILLO DE PAJA 27 desembarcaban. En ese mismo momento comprendí que tenía que tener un mono. Aquellos de nosotros que reuníamos las condiciones fuimos separados del resto de la tropa y enviados a una isla cercana para prepararnos como comandos. Me gustaba correr carreras de obstáculos difíciles, escalar paredes, nadar a través de riachos, viñas, arrastrarme por las alcantarillas y serpentear bajo el fuego de las ametralladoras. Pero más aún me gustaba el combate mano a mano porque nos manejábamos con bayonetas, cuchillos y a manos limpias. ¡ Hi, hii! ¡ H o! Arremetíamos y rechazábamos con los dedos duros, nos acercábamos al enemigo con el cuchillo listo. Por alguna razón la idea de que me estaba entrenando para matar a seres humanos nunca me cruzó por la mente. Parte de la instrucción para los comandos era des- · arrollar en ellos la confianza propia. No necesitaba que me enseñaran esto, puesto que desde niño tenía plena e infundada confianza en mí mismo como para hacer cualquier cosa que me propusiera. Como por ejemplo, manejar un "carrier" Bren. Estos eran pesados transportes blindados, montados en orugas, y difíciles de manejar, aun para los que sabían conducir automóviles, algo que yo no sabía. Pero todos los días cuando íbamos de maniobras observaba al conductor del carrier en el que viajaba hasta que me pareció que le había encontrado la vuelta. De modo inesperado un día se me presentó la oportunidad de saberlo. Cuando salía de las oficinas de la compañía me crucé con un oficial. -¿ Puede manejar un carrier Bren, soldado? Rápidamente hice la venia y más rápido todavía respondí: -Sí, señor. -Bien, hay que llevar aquel al garage. Andando. Frente a nosotros, junto al cordón estaba el carrier, y unos doscientos setenta metros más adelante el garage. Había otros siete carrier estacionados allí, uno detrás del otro, esperando que los repararan. Salté rápidamente al asiento del conductor en tanto que el oficial se encaramaba a mi lado. Miré el tablero de instrumentos. Al frente mío había una llave. Me acordé que el conductor lo primero que hacía siempre era 28 EL CONTRABANDISTA DE DIOS darle una vuelta. El motor tosió una vez y arrancó. ¿ Cuál de esos pedales sería el de embrague? Apreté uno y se hundió a fondo. Reconocí que hasta ahora todo había salido a pedir de boca. Puse el carrier en velocidad, solté el pedal del embrague y dando un gran salto, al estilo canguro, nos lanzamos al espacio. El oficial me dirigió una rápida mirada pero no dijo nada. Ningún carrier Bren arranca con suavidad. Mientras corría totalmente acelerado por las calles de la compañía vi que el oficial se agarraba con ambas manos sosteniendo sus piernas. Cubrimos la distancia con tan sólo un casi accidente, un sargento que allí descubrió cuánta facilidad tenía para volar, y así llegamos a la fila donde estaban los otros carriers. Vi que me encontraba en un aprieto. No sabía dónde estaba el freno. Sacudiendo los brazos y con los pies en el aire probé todos los botones y palancas que encontré. Entre todo lo que encontré estaba el acelerador y con una última ola de poder nos abrimos paso en la fila de los carriers Bren estacionados junto al cordón. Los siete saltaron violentamente hacia adelante, golpeándose entre sí hasta que hicimos un alto, con el motor del nuestro silbando y humeando hasta que por fin el motor se apagó. Miré al oficial. Tenía la vista clavada al frente, sus ojos agrandados y la transpiración chorreándole por los lados de la cara. Se bajó del vehículo, se persignó y salió disparado sin darse vuelta ni siquiera una vez para mirar. El sargento corrió hacia mí y me sacó de un tirón del asiento del conductor. -¿ Qué diablos le pasa, soldado? -Me preguntó si sabía manejar, sargento. No me preguntó si sabía cómo pararlo. Tal vez fue una suerte para mí que al otro día, temprano por la mañana, partiéramos para nuestra primera misión de combate. Según los rumores íbamos a relevar a una compañía de comando que había perdido a tres de cada cuatro de sus hombres. Al amanecer fuimos aerotransportados al frente. En seguida supe que me había equivocado respecto de esta aventura. No era por el peligro, porque me gustaba; era este asunto de matar. De pronto los EL SOMBRERO AMARILLO DE PAJA 29 blancos no eran grandes pedazos de papel clavados sobre un fondo de tierra sino que eran padres y hermanos como los míos. Muchas veces nuestros blancos ni siquiera vestían uniforme. ¿ Qué estaba haciendo? ¿ Cómo había llegado allí? Me sentía mucho más disgustado conmigo mismo de lo que jamás hubiera creído. Y entonces ocurrió el incidente que me ha perseguido toda mi vida. Pasábamos por una villa que estaba parcialmente deshabitada. Eso nos daba valor porque pensábamos que los comunistas no iban a· minar una villa que todavía estaba habitada. Las minas terrestres contra la infantería era lo que más temíamos. Nos mantenían en un continuo estado de tensión porque temíamos que esos artefactos mutiladores explotaran y nos dejaran inválidos y arrastrándonos por el resto de nuestros días. Hacía más de diez semanas que combatíamos todos los días y teníamos los nervios destrozados. Cuando ya habíamos recorrido casi la mitad de la villa, que parecía tan tranquila, dimos con un nido de minas. Toda la compañía se enloqueció. Sin recibir órdenes, sin pensarlo, empezamos a disparar. Disparamos a todo lo que vimos. Cuando recobramos la calma en la villa no quedaba nada en pie. Bordeamos el área minada y caminamos cautelosamente a través de la desolación que habíamos sembrado. Al extremo de la villa vi algo que casi por poco me enloqueció. Una joven madre indonesia yacía tirada en el suelo, bañada en un charco de su misma sangre;· sobre su pecho tenía una criatura, un varoncito. La misma bala los había atravesado a los dos. Creo que después de eso me quise matar. Durante los dos años siguientes me hice famoso entre las tropas holandesas estacionadas en Indonesia por mis locas bravatas en el campo de batalla. Me compré un sombrero de paja amarilla y brillante y lo usé durante los combates. Era un desafío y a la vez· una invitación. Parecía como si dijera: ¡ Aquí estoy! ¡ Dispárenme ! En forma gradual se fue uniendo a mí un grupo de muchachos con reacciones similares a la mía. Juntos ideamos un lema que pusimos en el tablero de anuncios en el campamento. "Avívese. Pierda la cabeza." 30 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Todo lo que hicimos en esos dos años, ya fuera en el campo de batalla o cuando regresábamos al campamento, era en exceso. Cuando peleábamos, lo hacíamos como locos; cuando bebíamos, perdíamos el control. Juntos íbamos de un bar a otro, arrojando contra las vidrieras de los negocios las botellas vacías de ginebra. Cuando despertaba de esas orgías me preguntaba por qué lo hacía, pero mi pregunta no tenía contestación. Una vez se me ocurrió que tal vez el capellán me podría ayudar. Me dijeron que lo podía encontrar en el bar de los oficiales. Cuando lo vi, noté que estaba tan achispado y locuaz como cualquiera de los que se encontraban allí. Salió afuera para verme, pero cuando le expliqué el motivo por el que había ido a verlo se echó a reír y me dijo que ya se me pasaría. -Pero si quiere la próxima vez venga a los cultos antes de salir para combatir,- me dijo el capellán. -Así cuando mate lo hará en estado de gracia-. Pensó que era un chiste muy gracioso y entró para contárselo a los otros. En mi desesperación me volví a las personas con las que había mantenido contacto por carta y me aventuré a compartir mi confusión con unos pocos de ellos. En esencia todos me contestaron lo mismo. "Estás luchando por tu país, Andrés, y por lo tanto, todo lo demás carece de importancia." Sólo una persona me escribió más que eso. Thile. Se refirió al pecado. Esa parte de su carta me hacía ver mi propia maldad. Pero también se refirió al perdón y esto me desorientó. Ese sentimiento de culpabilidad me tenía encadenado. Nada de lo que hiciera, ya fuera beber, pelear, escribir cartas o leer las que recibía, nada en absoluto parecía aliviar esa influencia que pesaba sobre mí. Y entonces, un día, cuando estaba de licencia en Yakarta, caminando por la feria vi un pequeño mono atado a un poste alto. Estaba sentado arriba del poste comiendo una fruta. Cuando pasé saltó sobre mi hombro y me dio un gajo de naranja. Me reí. Fue suficiente para que el astuto vendedor indonesio . se acercara corriendo. -Señor, el monito lo quiere. EL SOM BRERO AM ARILLO DE PAJA 31 Volví a reírme. El mono parpadeó dos veces en forma deliberada. También me enseñó sus dientes en una mueca que podía haber sido una sonrisa. -¿Cuánto?- Así fue que compré un mono. Lo llevé conmigo a los cuarteles. Al principio los muchachos estaban fascinados. -¿Muerde? -Sólo a los tramposos- dije. Esta era una observación carente de significado, pero tan pronto la dije, el mono saltó de mis brazos, se colgó de las vigas del techo, y de todos los lugares allí en la barraca, aterrizó justo sobre la cabeza de un muchacho grandote, pesado, que había estado ganando al póker más de la cuenta. De mal humor se hizo a un lado, moviendo los brazos tratando de sacar al mono de su cabeza. Todos en la barraca se reían. -Quítalo de encima mío -gritó Jan Zwart. -Quítalo-. Extendí los brazos y el mono vino corriendo. Jan se alisó el cabello, volvió a ar:reglarse la camisa pero sus ojos tenían un brillo sanguinario. -Lo voy a matar - dijo tranquilamente. Y fue así que en un mismo día gané un amigo y perdí otro. A las pocas semanas de tener el mono noté que había algo que le hacía doler la barriga. Un día, mientras lo llevaba observé que sobre la cintura tenía algo que parecía una roncha. Lo acosté sobre la cama y le dije que .se quedara quieto. Con todo cuidado separé su pelaje hasta que vi de qué se trataba. Era evidente que cuando el mono era pequeño alguien había atado un pedazo de alambre alrededor de su cintura y nunca se lo había quitado. A medida que el mono fue creciendo el alambre se le fue .incrustando en la carne. Debía dolerle muchísimo. Esa misma tarde lo operé. Con mi navaja le afeité una franja de unos diez centímetros y medio alrededor de su cintura. Cuando la roncha quedó al descubierto tenía aspecto feo. Mientras que los muchachos en la barraca miraban, hice un fino corte en su delicada carne hasta que el alambre quedó al descubierto. El gibón yacía con una paciencia asombrosa. Aún cuando le hacía doler me miraba con unos ojos que 32 EL CONTRABANDISTA DE DIOS parecían decirme "me doy cuenta", hasta que por fin logré quitar el alambre. De inmediato pegó un salto. Dio una voltereta sobre mi hombro y me tiró del cabello para deleite de todos los muchachos en la barraca, excepto de Jan. Después de eso el mono y yo nos hicimos inseparables. Creo que me identifiqué tan plenamente con él como él conmigo. Tal vez en el alambre aquel yo veía una especie de paralelo con la cadena de pecado que aún se cerraba con tanta fuerza alrededor mío y en· su liberación posiblemente viera lo que yo tanto anhelaba. Cuando no estaba de servicio durante el día lo llevaba para corretear conmigo por el bosque. Trotaba detrás mío hasta que se cansaba. Entonces se adelantaba a toda carrera, saltaba y se colgaba de mis pantalones cortos hasta que por último lo agarraba y lo subía sobre mi hombro. Juntos corríamos unos quince o veinte kilómetros hasta que me tiraba al suelo a descansar. Casi siempre había monos en la copa de los árboles. Mi monito corría hasta allí y se balanceaba y charlaba con los otros. La primera vez que pasó esto creí que lo había perdido. Sin embargo, en el mismo momento en que me puse de pie para regresar sentí un crugido en las ramas de más arriba de un árbol y las hojas se movieron. Con un golpe silencioso una vez más el gibón estaba sobre mis hombros. Un día, al llegar al campamento riendo y cansado, me encontré con una carta de mi hermano. Una y otra vez Ben se refería a un funeral. Tardé mucho en darme cuenta que se trataba de mamá. Al parecer me habían mandado un telegrama, pero nunca lo recibí. Tenía ganas de llorar. Le di un poco de agua al mono y mientras la tomaba, salí afuera del campamento. Ni siquiera quería la compañía del gíbón. Corrí y corrí hasta que me latía dolorosamente el costado. De pronto me di cuenta de lo solo que me sentiría siempre ahora que no estaba ella. Y fue en esa semana que Jan Zwart se vengó del mono. Una tarde, al regresar de la guardia me dieron la noticia. -Andy, el monito está muerto. -¿Muerto?- Estaba aturdido. -¿ Qué pasó? -Uno de los muchachos lo agarró por la cola y lo EL SOMBRERO AMARILLO DE PAJA 33 golpeó una y otra vez contra la pared. -¿ Fue Zwart? Mi compañero no quería hablar. -¿ Dónde está el monito ahora? -Afuera, en el matorral. Lo encontré colgando de una rama. Lo más triste era que no estaba muerto. Lo bajé y lo llevé de vuelta a la barraca. Tenía la mandíbula rota y también un orificio en la garganta. Traté de darle de beber, pero el agua le salió por el orificio. Jan Zwart me miraba con cautela, listo para pelear. Pero yo no estaba con ánimo como para pelear. Los fuertes golpes recibidos en los últimos días me habían atontado. Por espacio de diez días lo estuve cuidando y vigilando día y noche. Le suturé el orificio de la garganta y lo alimenté con agua azucarada. Le froté los músculos, le alisé el pelaje; lo mantuve abrigado y le hablé constantemente. Para mí era un ser al que había liberado de su esclavitud y no estaba dispuesto a perderlo sin luchar. Lenta, muy lentamente el gibón comenzó a comer y después a arrastrarse alrededor de la cama. También empezó a sentarse y a regañarme si tardaba en darle de comer. A los dos meses volvió a correr por el bosque. Sin embargo, nunca recobró la confianza en la gente. La barraca lo aterraba. El único momento que no temblaba cuando estaba entre la gente era cuando tanto sus patas como su cola estaban enroscadas alrededor de mi brazo y su cabeza metida adentro de la pechera de mi camisa. Cuando nos comunicaron que realizaríamos otra incursión contra el enemigo pregunté a los muchachos si alguno de ellos, que supiera manejar, podía pedir prestado un jeep y llevarme a mí y al g ibón a la selva. -Quiero dejarlo en libertad allí y alejarme lo más pronto posible -expliqué. -¿ Habrá alguien que quiera Ilevarrne.? · -Yo te voy a llevar. Me di vuelta. Era Jan Zwart. Lo miré a los ojos por un rato, y él sostuvo la mirada. -Muy bien. Mientras íbamos hacia la selva le expliqué al mo- • nito por qué no podía tenerlo más conmigo. Por fin 34 EL CONTRABANDISTA DE DIOS nos detuvimos. Mientras que lo depositaba en el suelo, sus avisados ojitos se clavaron en los míos como si comprendiera. No trató de treparse de nuevo al jeep. Cuando arrancamos se sentó y se quedó mirándonos hasta que nos perdimos de vista. Al día siguiente, febrero 12 de 1949, nuestra unidad partió al amanecer. Hice muy bien de desprenderme del mono entonces porque nunca más regresé al campamento. Durante esta misión traté de comportarme como en las anteriores. Me calé mi sombrero de paja amarilla, tal como antes, grité con todas mis fuerzas, maldije y avancé con mi compañía día tras día, pero parecía que hasta mi desafío me había abandonado. Pero una mañana una bala me destrozó el tobillo y quedé fuera de combate. Sucedió tan repentinamente que en el primer momento no sentí dolor. No me di cuenta qué había pasado. Habíamos caído en una emboscada. El enemigo nos cercaba por tres lados y muchas veces hasta en nuestra plaza fuerte. Por qué me apuntaron al tobillo y no al sombrero de paja es algo que no sé, pero mientras corría, súbitamente me caí. Sabía que no había tropezado y sin embargo no me podía levantar. Entonces vi que mi bota derecha tenía dos agujeros. La sangre manaba de ambos. -Estoy herido -dije tranquilamente. Era un hecho y así lo expliqué. Un compañero me hizo rodar hasta una zanja escondida. Por último vinieron los camilleros trayendo una parihuela. Me acostaron y comenzaron a moverme para sacarme, agachándose lo más que podían en la zanja para no ser vistos. Todavía llevaba puesto el sombrero amarillo y me negué a quitármelo aun cuando sabía que era un buen blanco para las balas. Una atravesó la copa del sombrero. No me importó. Horas después, todavía con el sombrero de paja amarillo, me tendieron sobre una mesa de operaciones en el hospital de evacuación. Tardaron dos horas y media para suturarme el pie. Los doctores hablaban sobre si convenía amputármelo o no. El enfermero me dijo que me quitara el sombrero, pero yo no quise. EL SOM BRERO AM ARILLO DE PAJA 35 -¿ No sabe lo que es eso? -le preguntó el doctor al enfermero. -Es la divisa de su unidad. Este es uno de los muchachos amigo de "perder el seso". Pero yo no lo había perdido, esa era la ironía final, el último fracaso. Ni siquiera me había dado maña para que me volaran la tapa de los sesos sino tan solo un pie. De alguna manera en toda mi furiosa autodestrucción nunca consideré esta posibilidad .. Siempre me había visto a mí mismo yendo en llamaradas de desprecio por toda la farsa de la humanidad. Pero vivir y estar inválido era lo peor que podía pasarme. Mi gran aventura había fracasado. Peor todavía, tenía veinte años y ya había descubierto que no existía una verdadera aventura en ningún lugar del mundo. CAPITULO 3 U na piedrecita en un coco Allí estaba, tendido en el lecho del hospital, con mi pierna derecha tan apretada por el yeso que casi ni me podía mover. Al principio mis compañeros de la unidad me visitaban. Pero había otros que también se morían o resultaban heridos en el campo de batalla. Además, la vida debía continuar. Los doctores me dijeron que nunca más podría caminar sin bastón. Era mejor no pensar en esas cosas; poco a poco mis compañeros dejaron de venir. Pero no antes de haber llevado a cabo dos cosas que iban a alterar el curso de mi vida. La primera fue despachar una carta que nunca había tenido la intención de enviar. Era para Thile. Había adquirido una costumbre muy singular: todas las veces, cuando volvía de una juerga en el pueblo o después de una batalla que me repugnaba especialmente, le escribía a Thile. Vertía en el papel todas las cosas sucias y repugnantes que había visto y hecho, cosas que realmente no podía compartir con nadie; y luego lo quemaba. Justo antes de salir para mi último combate había empezado una de esas cartas para Thile y la había dejado a medio escribir, allá en mi bolso, en la barraca. Después de haber resultado herido un compañero , muy servicial revisó mi bolsa en busca de artículos personales antes de entregarla. Y como era un joven de mucha iniciativa buscó en mi libreta la dirección , de Thile y mandó la carta. Era indudable que creía haberme hecho un gran favor. -Amigo- me dijo en tono de broma cuando me visitó en el hospital, -¡ nunca vi una lista con tantos nombres! ¿ Qué haces? ¿ Es que te dedicas a escribir a todas las familias de Holanda que tienen una hija bonita? Pasé como media hora tratando de localizar UNA PIEDRECITA EN UN Coco 37 el apellido de Thile. Cuidado, no sea que hagas estallar otra guerra. Posiblemente mi rostro reflejó el horror que sentí en ese momento porque el muchacho súbitamente pegó un salto en la silla. -Oh, Andy, no creí que todavía te dolía tanto. Perdóname por hacerte un chiste tan malo. Volveré cuando te sientas mejor. Pasé varios días tratando de recordar lo que había escrito en la desgraciada carta. Por lo que recordaba, comenzaba más o menos así: Queridísima Thile : Esta noche me siento muy solo. Ojalá estuvieras aquí. Me gustaría mirarte a los ojos y decirte todas estas cosas y saber que aun así me quieres o que al menos no me condenas. En una carta me dijiste que tenía que orar. Quiero decirte que en lugar de orar, lo que hago es maldecir. Ahora sé palabras que jamás había oído en Holanda. A mis compañeros les cuento toda clase de historias obscenas. Cuanto más mal me siento más se ríen los muchachos. No soy la clase de persona que tú piensas. Antes me sentía molesto por esta guerra, ahora no. La vista de los cadáveres recibe tan sólo un encogimiento de hombres de mi parte, aunque se trata de personas que nosotros mismos hemos matado. No son soldados sino gente común, hombres de trabajo, mujeres y niños. No necesito a Dios. No quiero orar. En lugar de ir a la iglesia me voy a la taberna y bebo hasta que no me importa nada de nada. Pero eso no era todo. Había escrito mucho. más y peor todavía. Angustiado yacía en aquella cuadra del hospital, tratando de recordar qué era lo que en la confusión de mi borrachera había escrito. Sin duda que podía despedirme de ella como amiga. El problema era que Thile no era tan sólo una "amiga". Era la mejor amiga que jamás había tenido, y yo deseaba que llegara a ser algo más todavía. Las partes de mi cuerpo que no estaban inmovilizadas las revolvía en la angosta cama t\-atando de 38 EL CONTRABANDISTA DE DIOS alejar de mi mente la expresión del rostro de Thile cuando leyera aquella carta. Y al mover el brazo, mi mano rozó el libro. Eso era otra cosa que los muchachos habían hecho para mí. Habían encontrado la pequeña Biblia de mi madre en el fondo de mi talego. Jan Zwart fue el que me la trajo. La había dejado tímidamente en mi mesa de noche justo antes de despedirse. -Este libro estaba entre tus cosas- dijo. -No sabía si lo querías. Le di las gracias pero no lo agarré. Dudo que jamás lo hubiera hecho a no ser por las monjas. El hospital al que me habían destinado lo dirigían las Hermanas Franciscanas. Pronto aprendí a quererlas a todas. Desde el amanecer hasta la medianoche estaban atareadas en las cuadras limpiando orinales, :vendando heridas, escribiendo cartas para nosotros, riéndose y cantando. Nunca las oí quejarse. Un día le pregunté a una monja que había venido a bañarme cómo era que tanto ella como las otras hermanas siempre estaban tan animosas. -Andy, deberías saberlo. Un buen holandés como tú tiene que saberlo : es el amor de Cristo-. Al decirlo sus ojos brillaban y supe sin lugar a dudas que para ella ésta era toda su respuesta: podía haberse pasado hablando toda la tarde y sin embargo no haber dicho nada más. -¿ Estás bromeando, no es cierto? -me preguntó tocando ligeramente con sus dedos la pequeña y ajada Biblia que seguía sobre la mesa de noche. -Aquí tienes la respuesta. Por lo tanto, cuando mi inquieta mano la rozó, la agarré. En los dos años y medio que habían transcurrido desde que mi madre me la diera, no la había abierto ni una vez. Pero pensé en las hermanas, en su alegría, su tranquilidad. -Aquí tienes la respuesta ... Apoyé el librito sobre mi pecho y con un movimiento casual volví las páginas hasta llegar a Génesis 1: l. Leí la historia de la creación y la entrada del pecado en el mundo. Ahora no me parecía tan ilógica como cuando mi maestra leía en voz alta un capítulo todas las tardes en tanto que los canales UNA PIEDRECITA EN UN Coco 39 afuera parecían estar aguardándonos para que los saltáramos. Seguí leyendo, pasando por alto algunas cosas para retomar la historia. Por fin, muchos días más tarde llegué al Nuevo Testamento. Tendido allí, con mi pierna encerrada dentro de un yeso cubierto de autógrafos leí los evangelios, captando a medias su tremendo significado. ¿ Sería cierto todo esto? Había leído más o menos la mitad del evangelio de San Juan cuando recibí una carta. La escritura del sobre me resultaba familiar. ¡ Thile ! Con dedos temblorosos rasgué el sobre. "Queridísimo Andy", decía. ¡ Queridísimo ! La palabra que yo le había escrito tantas veces pero nunca en una carta que tuviera intención de enviarle. "Queridísimo Andy, tengo en mis manos la carta de un muchacho que piensa que tiene corazón duro. Pero su corazón se está quebrantando y me ha mostrado un poquito de ese quebrantamiento y yo me siento muy feliz por ello."A continuación allí, cuando pude volver a leer, de todas las cosas, había hecho ¡ un bosquejo de un estudio bíblico de la Biblia! "Este es el único lugar", decía Thile en su carta, "donde el quebrantamiento del corazón del hombre podía comprenderse en términos del amor de Dios". Siguieron semanas maravillosas, semanas de leer la Biblia juntos pese a que nos encontrábamos separados por una gran distancia. Yo llenaba páginas y más páginas con preguntas y Thile consultaba a su pastor, buscaba en su biblioteca e iba hasta lo más profundo de su corazón en busca de las respuestas. Pero mientras que los meses pasaban en el hospital y a medida que me iban sacando el yeso y podía ver la pierna encogida y estropeada, y mientras recordaba la alegría de correr y andar, alegrías que nunca más me pertenecerí:an, me aferré a una especie de resentimiento, que era todo lo contrario del gozo a que Thile y mis hermanas Franciscanas se referlan. Tan pronto como pude andar empecé a salir del hospital todas las tardes después del almuerzo y cojeando dolorosamente iba a la taberna más próxima para beber hasta el olvido. Las monjas nunca me dijeron nada. Por lo menos en forma directa. Pero el día antes de embarcarme para casa, la hermana Pa- 40 EL CONTRABANDISTA DE DIOS tricia, mi monja predilecta, acercó una silla a mi cama. -Andy, quiero contarte algo. ¿ Sabes cómo los nativos atrapan a los monos en el bosque? Mi semblante se iluminó nuevamente pensando en una historia de monos. -No. Dígamelo. -Bueno, verás. Los nativos saben que el mono nunca se separa de nada que quiera aun cuando ello le cueste la libertad. Y ¿ sabes qué hacen? En uno de los extremos de un coco hacen un agujero más o menos del tamaño como para que el mono pueda meter su garra adentro. Después meten adentro del coco unos guijarros y se ocultan entre la maleza con una red. -Tarde o temprano, movido por la curiosidad se acercará un mono. Agarrará el coco y lo sacudirá. Querrá ver qué hay adentro y meterá la garra dentro del agujero. Palpará hasta que toca el guijarro, pero cuando quiere sacarlo se da cuenta que no puede sacar la garra sin soltar el guijarro. Y déjame que te diga que el mono nunca suelta lo que piensa que es una buena adquisición. Y así es que resulta la cosa más fácil del mundo atrapar a alguien que se comporta así. La hermana Patricia se puso de pie y arrimó de nuevo la silla. Hizo una breve pausa y me miró directamente a los ojos. -¿ Te estás aferrando a algo, Andrés? ¿ A algo que te 1mpide ser libre? Y se marchó. Comprendí perfectamente lo que quiso decirme. También sabía que su sermón no era para mí. El día siguiente sería un día extraordinario por dos razones: una porque cumplía veinte y un años y otra porque era el día en que el barco hospital partía para casa. Para celebrarlo reuní a todos los sobrevivientes de la compañía con la que había llegado a Indonesia tres años atrás, y que todavía podían caminar o cojear. Eramos ocho. Nos divertimos en grande. Estábamos bulliciosos, gritones y borrachos hasta llegar a ser belicosos. CAPITULO 4 Una noche de tormenta -¡Andrés!- Geltje cruzó corriendo el pequeño puente y me rodeó con sus brazos. Se dio vuelta y gritó: -¡ Maartje ! Corre a buscar a papá. ¡ Dile que Andy está aquí! En un momento el pequeño jardín se llenó. Maartje corrió a darme un beso antes de ir a buscar a papá. Ben estaba allí con su prometida. Me dijeron que habían esperado para casarse hasta que yo pudiera estar en la boda. Arie, el flamante esposo de Geltje se unió al grupo. Cornelio, mi hermano menor, me estrechó la mano con toda seriedad. No podía quitar sus ojos de mi bastón. Sabía que se estaría preguntando cuál sería la gravedad de mi herida. En medio de los besos y abrazos papá vino caminando lentamente alrededor de la casa. Cojeaba un poco. Sus ojos castaños estaban humedecidos. -¡ ANDRES, MUCHACHO! ¡ QUE LINDO ES TENERTE DE VUELTA EN CASA!- Su voz era tan fuerte como siempre. -Cuando quieras, Andrés -dijo Maartje después de los primeros saludos, -te llevará hasta la tumba de mamá. Le contesté que quería ir en seguida. La tumba estaba a unas cinco cuadras de casa, pero para andar ese corto trecho tuve que pedirle a papá que me · prestara su bicicleta. Sobre el asiento puse la pierna lisiada y con la otra me fui empujando, mitad en bicicleta y mitad caminando. · -Por lo que veo, está bastante mal -señaló Maartje. -Piensan que nunca más volveré a caminar como antes. La tierra todavía no se había asentado sobre la tumba de mamá. En un pequeño florero rojo elevado en la tierra, había flores frescas. Al rato Maartje y yo regresamos a casa, caminando en silencio. Por la noche, después que había oscurecido, dije 42 EL CONTRABANDISTA DE DIOS que quería salir a caminar un rato. Nadie se ofreció para acompañarme. Sabían lo que quería hacer. Tomé de nuevo la bicicleta y dando saltos y tumbos fui calle abajo. El cementerio estaba bañado por la luz de la luna y era fácil encontrar la tumba. Me senté en la tierra y le dije mis últimas palabras a mamá. -Estoy de vuelta, mamá-. Me parecía natural hablar con ella. -Leí tu Biblia, mamá. Al principio no, pero después la leí. Reinaba un profundo silencio. -Mamá, ¿ qué puedo hacer ahora? No puedo caminar ni siquiera una cuadra sin que tenga que detenerme por el dolor. Tú sabes que yo no sirvo para herrero. En el hospital hay un centro de rehabilitación, pero ¿ qué puedo aprender allí? Me siento tan inútil, mamá. Y culpable también. Culpable por la forma en que viví allí. Contéstame, mamá. Pero no me contestó. La fría luz de la luna daba de lleno sobre mí, sobre la tumba y el resto de nosotros en aquel cementerio: los que estaban muertos y los semi muertos. Luego de una media hora desistí de la idea de tratar de volver al pasado. Regresé a casa apoyado en la bicicleta. Geltje cosía sentada junto a la mesa de la cocina. -Estuvimos pensando dónde podrás dormir, Andydij o sin mirarme. -¿ Crees que podrás subir la escalera? Miré el agujero en el cielorraso justo sobre mi cabeza y en seguida arremetí contra la escalera. Trepé de un peldaño a la vez, poniendo primero el pie sano y levantando el otro después. El dolor me hacía transpirar y me di vuelta de manera que los otros no vieran. Me esperaba mi vieja cama, con sus sábanas limpias, invitadoras. Me tendí allí por un largo rato, con la vista fija en el techo inclinado hasta que por último, próximo a las lágrimas, pese a mis veintiún años, me quedé dormido preguntándome qué había sido de mi gran aventura. A la mañana siguiente, llevando tan sólo mi bastón, salí cojeando para la villa, deseando volver a familiarizarme con ella. La gente con la que me crucé, aunque educada, se mostraba turbada. Los que miraban mi uniforme lo hacían con cierto malestar. Tam- UNA N OCHE DE TORMENTA 43 bién me miraban el pie. -¿ Te heriste allá en las Indias Orientales o en alguna otra parte? -me preguntaban. Era obvio que la guerra no era popular en Holanda, como supongo que las guerras que se pierden no lo son. Era sabido ahora que muy pronto Indonesia se independizaría y por lo tanto resultaba más fácil fingir que siempre habíamos tenido la intención de que así fuera. Los veteranos que regresaban, sólo servían para hacer más difíciles las cosas. Por una extraña razón que no podía comprender, encaminé mis pasos a la casa de los Whetstra. Los encontré en la casa y acepté con placer su invitación para tomar un café. Nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina en tanto que el señor Whetstra me hacía preguntas sobre Sukarno y los comunistas hasta que por último me hizo preguntas más personales. -¿ Encontraste aquella aventura que querías, Andy? Bajé la vista. -No realmente- contesté. -Bueno -señaló-. Tendremos que seguir orando. -¿ Para aventuras? ¿ Para mí?-. Sentí que montaba en cólera. -Claro, me siento muy bien como para tener una aventura. Cuando me llame saldré a su encuentro cojeando. De inmediato me sentí avergonzado. ¿ Por qué le había respondido de ese modo? Me fui de su casa con la sensación de que había arruinado una amistad. También tenía muchos deseos de ver a Kees. Lo encontré en su casa, en su cuarto, arriba, inclinado sobre una pila de libros. Después de un saludo más bien tenso, tomé uno de los libros y me quedé muy sorprendido al ver que era un tratado teológico. -¿ Qué es esto? -le pregunté, Kees me sacó el libro de la mano. -He decidido qué es lo que voy a hacer con mi vida. -j Qué suerte tienes! ¿ Qué es lo que vas a hacer? -le pregunté casi sin poder dar crédito a la respuesta que sabía me iba a dar. -Quiero entrar en el ministerio. El pastor Vanderhoop me está ayudando. Kees me había puesto en un aprieto y salí de su casa tan pronto como la buena educación me lo permitió. 44 EL CONTRABANDISTA DE DIOS El hospital de veteranos en Doorn era un complejo enorme de centros de recuperación. Dormitorios y unidades de rehabilitación, pero la cualidad más importante era el aburrimiento. Me desagradaban los ejercicios, aborrecía la escuela industrial, pero lo que más odiaba era la terapia educacional. Teníamos que hacer jarrones de arcilla pegajosa y difícil de manejar. Nunca pude encontrar la vuelta para hacerlos aunque todo lo que se requería era poner la arcilla justo en el centro de la rueda dando vueltas en tanto que con los dedos se la trabajaba, dándole forma. Por alguna razón que no acierto a explicar nunca podía encontrar el centro. Me resultaba tan exasperante que en más de una oportunidad arrojé la· arcilla contra la pared. El primer fin de semana fui a ver a Thile. En el ómnibus que me llevaba a Gorkum trataba de decirme que no podía ser tan hermosa como la recordaba. Y luego cojeando, pasé a través de la puerta del negocio de su padre y allí estaba. Sus ojos eran más negros aún, su cutis más blanco que el de cualquier persona en el mundo. Aun bajo la mirada de su padre, nuestro apretón de manos se prolongó más de lo necesario. -Bienvenido a casa, Andrés. El papá de Thile salió de detrás del mostrador, limpiando las escamas del pescado en su delantal. Me dio un fuerte apretón de manos. -¡ Dime todo lo que sepas de las Indias! Tan pronto como pude salí de la pescadería con Thile. Pasamos el resto de la tarde charlando sentado en un largo cabrestante del muelle. Le conté sobre mi regreso a casa, del esposo de Geltje y de la próxima boda de Ben. Le hablé sobre el centro de rehabilitación, cuánto me disgustaba tener que trabajar con la arcilla y aunque sabía que se sentiría desilusionada, le expliqué que mi vida espiritual había llegado a un punto muerto. Thile mantenía sus ojos fijos al otro lado del puerto. -Y sin embargo -señaló dulcemente- Dios no ha llegado a un punto muerto--. De pronto se echó a reir. -Pienso que eres como uno de sus pedazos de arcilla, Andy. Dios tiene un plan para tu vida y trata UNA NOCHE DE TORMENTA 45 de que te pongas en su centro y tú no haces más que esquivarte y escurrirte. Se volvió a mirarme con sus ojos renegridos. -¿ Cómo lo sabes? ¡ Quizá quiere hacer de ti algo maravilloso! Bajé la vista y fingí interesarme en la colilla del cigarrillo que estaba aplastando contra el cabrestante. -¿ Cómo qué por ejemplo? -pregunté. Thile miró con desagrado la alfombra de colillas desparramadas por el muelle a nuestro lado. -Como un cenicero - contestó de inmediato. -¿ Cuánto fumas, Andy? Poco a poco había ido aumentando hasta llegar ahora a tres paquetes diarios. -No sé- le contesté. -Bueno, hay algo que te hace toser. No creo que sea bueno para ti. -Por lo visto tienes un montón de planes para mejorarme, ¿no es cierto?-. No tuve intención de decir eso. ¿ Por qué siempre echaba a perderlo todo? Fue así que de pronto me sentí aislado de todos, aun de Thile. Ella no sabía lo que era morderse los labios por dentro, por temor de que el dolor de la pierna hiciera saltar las lágrimas. Tampoco sabía cómo se sentía uno cuando una señora se ponía de pie en el autobús para darme el asiento. Me alejé de Thile sabiendo que había dicho todo lo que no quería decir y nada de lo que quería decirle. Pasaron dos meses antes de que alguien volviera a hablarme de religión. Y esta vez no· fue Thile sino otra hermosa señorita. Sería la media mañana de un día más bien ventoso, en Septiembre de 1949. Estábamos sentados en nuestras camas leyendo y escribiendo cartas después de los ejercicios matutinos cuando apareció una enfermera para decirnos que teníamos una visita. No presté atención hasta que oí brotar un silbido de admiración de los labios de veinte muchachos. Miré. De pie en la puerta, turbada pero halagada al mismo tiempo, estaba una rubia fantástica. -No está mal -dijo por lo bajo Pier, el muchacho de la cama contigua a la mía. -No voy a tomarles mucho de su tiempo -señaló la rubia. -Solamente quiero pedirles que nos visiten 46 EL CONTRABANDISTA DE DIOS esta noche en la reunión que realizaremos en la carpa. Habrá muchos refrescos . . . -¿ De qué clase? -gritó uno. -Y el ómnibus saldrá de aquí a las siete en punto. Espero que todos ustedes vengan. Los muchachos prorrumpieron en aplausos frenéticos y exagerados a la par que gritaban ¡Bis! ¡Bis! en tanto que la rubia se alejaba. Pero a las siete en punto todqs estábamos esperando en el salón de entrada, limpios, cepillados y con el cabello duro por el fijador. Pier y yo éramos los primeros en la fila. Estábamos contentos no sólo porque pasaríamos la velada fuera del hospital sino también porque Pier se , había escapado hasta el pueblo y al volver traía la contestación a nuestra pregunta respecto de la clase de refrescos que servirían. Cuando el ómnibus llegó al lugar donde se levantaba la carpa, la botella estaba casi vacía. Nos sentamos bien atrás· y vaciamos el resto. A la mayoría de los muchachos parecía divertirles nuestras payasadas. Los que dirigían la reunión de avivamiento no pensaban lo mismo. Por último un hombre de aspecto divertido, con cara macilenta y ojos profundos, la clase de persona que me 'disgustaba a primera vista, se acercó a la tarima y explicó que en la congregación había dos personas que estaban dominadas por poderes que no podían controlar. Y cerrando sus ojos pronunció una larga y vehemente oración por la salud de nuestras almas inmortales. Contuvimos la risa hasta que nos dolía la garganta por el esfuerzo. Pero cuando se pusieron a cantar una piadosa canción, nos llamó "nuestros hermanos sobre quiénes los espíritus extraños han ganado influencias", no pudimos resistir más. Gritamos, aullamos como perros y casi reventamos de risa. Al ver que no podía continuar orando le pidió al coro que cantara. La canción decía "deja ir a mi pueblo ... " En seguida la congregación se les unió en el refrán. "Deja ir a mi pueblo ... " Una y otra vez estas palabras llenaron la gran carpa. Terminó la reunión y los veteranos marcharon en tropel al ómnibus que esperaba. Dentro de mi cabeza UNA N OCHE DE TORM ENTA 47 seguían resonando las palabras de aquella canción. "Déjalo ir ... Déjame ir ... " Sería una tontería, por supuesto, insinuar que una sencilla canción, una canción oída, ni siquiera cantada, podía convertirse en una oración que Dios honraría. Y sin embargo, al día siguiente, durante la temida hora de terapia ocupacional, pasó algo extraño. A pesar de que sentía un tremendo malestar, debido a la borrachera de la noche anterior, no cometí errores con mi rueda. Me senté y arrojé con violencia un pedazo grande de arcilla gris en la rueda, lo empujé hacia el centro mientras que mi pie trabajaba muy despacio. De entre mis dedos surgió un florero. Incrédulo puse otro pedazo de arcilla en la rueda. Una vez más surgió la forma sin ningún esfuerzo y tal como la había imaginado. Horas después, ese mismo día, sucedió algo más inquietante. A la tarde, en la hora de descanso, mientras hojeaba unas revistas que nos habían dado, de pronto extendí mi mano hacia la Biblia que conservaba sobre mi mesa de noche, como recuerdo de mi madre. Desde que había regresado a Holanda no la había vuelto a abrir. Pero esa tarde, repentinamente me puse a leerla, y para mi asombro, la entendí. Todos los pasajes que me resultaban tan desconcertantes antes, cuando me esforzaba para comprenderlo, ahora eran claros y su lectura se me hacía fácil. Leí sin interrupción el resto del período y esa tarde tuvieron que llamarme por segunda vez para tomar el té. Una semana después seguía devorando la Biblia. Fue entonces que me informaron que podía ir a pasar largos fines de semana a casa. Allí también, recostado en mi cama en el altillo, leía hora tras hora. Geltje, que me traía la sopa, me miraba para ver _si estaba bien y volvía a bajar sin decir nada. ¿ Qué me pasaba? Después comencé a ir a la iglesia. Yo que nunca iba a la iglesia empecé a asistir con tanta regularidad que todos en el pueblo lo notaron: iba no solamente los domingos a la mañana sino también a la noche y a los cultos de los días miércoles. En Noviembre de 1949 me dieron formalmente de baja en el ejército. Con parte de la paga que recibí con la baja me com- 48 EL CONTRABANDISTA DE DIOS pré una reluciente bicicleta nueva y aprendí a pedalear empujando con la pierna sana y dejándome llevar con la lisiada. Todavía no podía dar un paso sin sentir dolor, pero como ahora tenía ruedas debajo de mis pies, no me importaba tanto. Los lunes iba a Alkmaar a una reunión del Ejército de Salvación. Los martes pedaleaba hasta Amsterdam a un culto bautista. Todas las noches de la semana encontraba un culto para ir y en todos tomaba cuidadosas notas de lo que había dicho el predicador y al otro día me pasaba toda la mañana mirando los pasajes en la Biblia para comprobar si todo lo que el predicador había dicho estaba allí o no. -¡Andrés!-. Maartje subió la escalera haciendo equilibrio con una taza de té. -Andrés, ¿ puedo ser franca contigo? Me senté. -Por supuesto, Maartje. -La verdad es que nos preocupa ver que te pasas todo el tiempo aquí arriba, solo. Siempre leyendo la Biblia. Y yendo a la iglesia todas las noches. No es normal. ¿ Qué te pasa, Andy ?Me sonreí. -¡ Ojalá lo supiera! -No podemos evitar el sentirnos preocupados, Andy. Papá también está preocupado. Dice . . . Se detuvo como preguntándose cuánto debía decirme. -Papá dice que es neurosis de guerra-. Y así diciendo bajó rápidamente por la escalera. Pensé en lo que me había dicho. ¿ Estaría a punto de convertirme en un fanático religioso? Sabía que algunos se habían trastornado e iban por todos lados citando versículos bíblicos a la gente. ¿ Me pasaría lo mismo a mí ? Sin embargo un extraño apremio me impulsaba, yendo en bicicleta de una iglesia a otra, estudiando, escuchando, absorbiendo. Pier me escribió pidiéndome que nos encontráramos y celebráramos el encuentro con esas borracheras que sabíamos. No contesté su carta. Tenía intención de hacerlo, pero semanas después la encontré metida en la contratapa de una biografía de Hudson Taylor. También empecé a pasar mucho tiempo con Kees y con mi maestra de escuela, la señorita Meekle y con los Whetstra y por supuesto, más que nunca, con U NA NOCHE DE TORMENTA 49 Thile. Todas las semanas iba en bicicleta a Gorkum para hablar con Thile sobre lo que leía y escuchaba. Ya hacía mucho frío para sentarnos en el muelle y entonces, mientras atendíamos la pescadería, entre uno y otro cliente, charlábamos. Al principio Thile estaba contentísima con lo que me pasaba, pero a medida que las semanas se convertían en meses y continuaba en mi incesante recorrido por las iglesias, comenzó a inquietarse. -Te vas a consumir, Andy -- decía. -¿No crees que deberías moderarte un poquito? Lee otras clases de libros. Ve al cine de vez en cuando. No me importaba. Nada en el mundo me atraía fuera del increíble viaje de exploración en el que me había embarcado. Algunas veces, me preguntaba si había encontrado trabajo. Ese era un problema más serio. Era obvio que hasta que no consiguiera un trabajo no podría ni siquiera sugerirle el sueño que hacía tanto tiempo alentaba para ella y para mí. Con toda diligencia me puse a buscar trabajo. Antes de encontrar trabajo, sin embargo, ocurrió un incidente insignificante que cambió mi vida en forma más radical que lo que la cambiara la bala que había destrozado el tobillo y el músculo de mi pierna un año antes. Fue una noche de tormenta, en pleno invierno, en el año 1950. Estaba en la cama. La cellizca soplaba a través de los polders como sólo puede hacerlo en Holanda a mediados de Enero. Me cubrí con las cobijas más arriba de la barbilla, sabiendo que afuera la cellizca casi cubría· la tierra. El viento estaba lleno de voces. Escuché a la hermana Patricia: "el mono nunca suelta ... " Oía el coro bajo aquella gran carpa: "Deja ir a mi pueblo ... " ¿ A qué me estaba aferrando? ¿ Qué era lo que se había aferrado a mí? ¿ Qué era lo que se interponía entre mí y mi libertad? El resto de la casa dormía. Acostado boca arriba, con las manos detrás de la nuca, la vista fija en el oscuro cielorr aso, cuando de pronto, muy quedamente me desprendí de mi ego. Con una nueva nota en el viento, que me gritaba que no fuera un necio, me volví a Dios, me rendí enteramente a él. Mi oración no expresaba mucha fe. Simplemente dije: "Señor, si me muestras el camino, te seguiré. Amén." CAPITULO 5 Un paso de sumisión Me dormí con los ruidos de la tormenta invernal gritándome. Es curioso que aunque acababa de hacer a un lado toda pizca de autodefensa me sentía completamente seguro, con una seguridad desconocida para mí hasta entonces. Al otro día me levanté tan contento que tenía que compartir mi gozo con alguien. No podía hacerlo con mi familia; ya estaba demasiado preocupada por mí. Eso me dejaba solamente a los Whetstra y a Kees. Los Whetstra me comprendieron en seguida. -¡ Gloria al Señor! --exclamó Philip Wheststra. Sus palabras me resultaron molestas, pero el tono de su voz me conmovió. Los Whetstra no pensaban que hubiera hecho algo fuera de lo común. Dijeron palabras como "nacer de nuevo", pero a pesar de lo extraño que me resultaba su lenguaje tuve la idea de que el paso que había dado me llevaba por una senda bien transitada. Cuando se lo conté a Kees, él también reconoció la experiencia en seguida. Estaba sentado en su escritorio, rodeado de sus. infaltables libros. Me miró con aire de entendido. -Lo que te sucedió tiene un nombre- me explicó golpeando con sus dedos un libro cuya vista estremecía. -Es una crisis de conversión. Andrés, me gustaría que a esto lo siguiera una profundización. Para sorpresa mía, empero, cuando fui a ver a Thile, no pareció tan contenta como los otros. -¿ No es eso lo que hacen algunos en las grandes concentraciones? -me preguntó. -¡ Pobre Thile ! ¡ Iba a recibir otra sorpresa peor que la primera! Unas semanas después, a principios de la primavera de 1950 fui a Amsterdam con Kees para escuchar a un bien conocido evangelista holandés: Arne Donker. Cuando estaba por terminar su UN PASO DE SUMISION 51 sermón, el pastor Donker dijo: -Amigos, durante toda la noche he tenido la sensación de que en esta reunión va a pasar algo extraordinario. Alguien de entre los presentes quiere dedicarse para la obra en el campo misionero. -Teatro, ¡bah! - pensé. -Seguramente que se preparó a alguien de antemano y ahora va a pegar un salto y correr adelante para añadir un poquito de emoción a la noche. Pero el señor Donker siguió escudriñando al auditorio. El silencio en el salón se tornó opresivo bajo su mirada penetrante. Kees también lo sintió. -No me gustan estas cosas - dijo por lo bajo. -Salgamos de aquí. Nos abrimos paso por entre los presentes hasta que llegamos al pasillo de nuestra fila. Las cabezas se volvieron ansiosamente. Nos sentamos. -Bien-dijo el señor Donker por último, -Dios sabe quién es. El conoce a la persona a la que le aguarda una vida llena de peligros constantes y de riesgos. Pienso que tal vez sea una persona joven. Un muchacho. En todo el salón la gente volvió su cabeza buscando alrededor, como si quisiera descubrir a quién se refería el predicador. Y entonces, obedeciendo a una intimación que nunca comprenderé, Kees y yo nos pusimos de pie. -Ah, sí, ahí están dos jóvenes. Magnífico. ¿ Quieren pasar adelante, muchachos? Con un suspiro Kees y yo caminamos por el pasillo hasta el frente. Como en un sueño nos arrodillamos y el señor Donker oró por nosotros. Mientras él oraba, todo lo que yo podía pensar era qué diría Thile de todo esto. ¿ De veras, Andrés? Se sentiría molesta y ofendida. ¿ Caminaste por el pasillo, hasta el frente no es cierto? Pero aún faltaba lo peor. Después que terminó de orar, el predicador nos dijo que quería vernos luego de la reunión. A regañadientes y con la leve sospecha de que posiblemente fuera un embaucador, nos quedamos atrás. Cuando la gente se retiró, el señor Donker nos preguntó cómo nos llamábamos. -Andrés y Kees- repitió. -Bueno muchachos, 52 EL CONTRABANDISTA DE DIOS ¿ están listos para su primera tarea? Antes de que pudiéramos decir nada continuó: -Quiero que vuelvan a su pueblo. ¿ De dónde son, muchachos? -Witte. -¿ Los dos de Witte? ¡Estupendo! Quiero que vuelvan a Witte y celebren una reunión al aire libre frente a la casa del alcalde. Ese es el patrón bíblico. Jesús dijo a sus discípulos que predicaran las buenas nuevas comenzando por Jerusalén. Tenían que comenzar a predicar allí, donde vivían ... Sus palabras explotaron en mi mente una por una, como si fueran los proyectiles de un mortero. ¿ Sabía acaso lo que pedía? -No se preocupen, yo los acompañaré- dijo el señor Donker. -No tienen por qué tener miedo. Todo lo que necesitan es acostumbrarse. Yo voy a hablar primero ... Casi ni le oía. Pensaba en lo mucho que me fastidiaban los predicadores callejeros, fuera quien fuera. En mi conciencia seguían amontonándose más palabras. -... tenemos pues una cita. El sábado a la tarde en Witte. -Sí, señor -dije, aunque quería decir no. -¿ Y tú, hijo? -el señor Donker le preguntó a Kees. -Sí, señor. Kees y yo volvimos a casa en ómnibus, envueltos en un pasmoso silencio. Cada uno secretamente culpando al otro por habernos metido en ese lío. Todo Witte estuvo en la reunión. Hasta los perros del pueblo estuvieron presentes en el espectáculo. Junto con el evangelista nos paramos sobre una pequeña plataforma hecha de cajones y miramos a un mar de rostros familiares. Algunos se reían abiertamente. Otros sólo hacían muecas de burla mientras que unos pocos, al igual que los Whetstra y la señorita Meekle asentían aprobatoriamente. La media hora siguiente fue una pesadilla. No recuerdo ni una palabra de lo que dijeron Kees o el señor Donker. Tan solamente recuerdo el instante cuando el predicador se volvió hacia mí y esperó. Di U N PASO DE SUM ISION 53 un paso adelante. Un silencio aterrador me dio la bienvenida. Di otro paso y me encontré al borde de la plataforma, contento por los holgados pantalones holandeses que ocultaban el temblor de mis rodillas. No pude recordar nada de lo que pensaba decir. Todo lo que pude hacer fue contar lo vil y culpable que me sentía al regresar de Indonesia y cómo había llevado la carga de lo que era y lo que quería de la vida, hasta que una noche, durante una tormenta, me deshice de mi carga. Les conté lo libre que me había sentido desde entonces, es decir, hasta que el señor Donker me había atrapado para que les dijera que quería ser misionero. -Pero -dije a los presentes, -quizás les dé una sorpresa ... Casi temía mi próxima cita con Thile. No es fácil explicarle a la muchacha con la que uno espera casarse que de pronto ha decidido ser misionero. ¿ Qué clase de vida era esa para ofrecerle? Trabajo duro, poca paga, posiblemente un modo de vivir poco agradable en un lugar remoto. ¿ Cómo podría siquiera sugerirle esa clase de vida a menos que ella misma sintiera el mismo llamado que yo? Fue así que a la semana siguiente inicié mi campaña para hacer de Thile una misionera. Le conté sobre el momento, en aquella reunión, en que la convicción se había apoderado de mí y cuán seguro me había sentido desdé ese momento dé que la mano de Dios estaba en esta elección. Por extraño que parezca, lo que le resultó más difícil de aceptar a Thile no fueron los rigores de la vida en el campo misionero sino el hecho de que había pasado al altar frente a toda esa gente. · -En una cosa estoy de acuerdo con el señor Donker, sin embargo -señaló- y es que el lugar para comenzar un ministerio es en casa. ¿ Por qué no te consigues un trabajo en los alrededores de Witte y consideras ese tu campo misionero al principio? Pronto te darás cuenta si realmente quieres ser un misionero o no. Esto era lógico. La industria más grande en los alrededores de Witte era la gran fábrica de chocolate 54 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Ringer, en Alkmaar. Arie, el esposo de Geltje trabajaba allí y prometió recomendarme en la oficina de personal. La víspera de ir en bicicleta hasta Alkmaar para solicitar un empleo tuve un sueño maravilloso. Soñé que la fábrica estaba llena de personas desalentadas, las que pronto notaban algo distinto en mí. Se juntaban alrededor mío buscando saber mi secreto. Cuando se lo decía comprendían la verdad. Nos arrodillamos juntos ... Realmente me dio pena cuando tuve que despertarme. Me senté en un banco de madera, afuera de la oficina de personal, en la fábrica Ringer. El empalagoso aroma del chocolate llenaba el aire, pesado y poco apetecible. -¡ El próximo! Crucé la puerta tan rápido como pude; había dejado el bastón en casa. Todavía sentía mucho dolor al caminar pero, excepto cuando estaba cansado, había aprendido a pararme sobre el tobillo lesionado sin cojear. El jefe de personal tenía el ceño fruncido mientras examinaba la solicitud que tenía frente suyo. -Dado de baja por enfermedad- leyó en voz alta. Me lanzó una mirada suspicaz. -¿ Qué le pasa? -Nada -contesté, sintiendo cómo el rubor me encendía las mejillas. -Puedo hacer cualquier trabajo que cualquier persona aquí pueda hacer. -Quisquilloso, ¿verdad? Pero me dio trabajo. Tenía que contar las cajas al extremo de una de las líneas de empaque y llevarlas al galpón de expedición. Un muchacho de aspecto tranquilo me llevó a través de un laberinto de corredores y escaleras hasta que por último empujó una puerta que daba a un enorme cuarto de empaque, donde tal vez unas doscientas muchachas estaban alineadas alrededor de una docena de cintas transportadoras. Me dejó frente a una de las cintas. -Chicas, les presento a Andrés. ¡ Qué se diviertan ! No pude menos que asombrarme al ver que me recibían con un coro de silbidos. En seguida empezaron a hacer insinuaciones a los gritos. -Eh, Ruthie, ¿ te 1· UN PASO DE SUMISION 55 gustaría? -Imposible decirlo con sólo mirarlo-. A esto siguió una conversación fuera de lugar y expresiones soeces. Aun los años en el ejército no me habían preparado para lo que escuché aquella mañana. Descubrí que la instigadora de esas agudezas obscenas era una muchacha llamada Greetje. Su tema favorito era la sodomía. Especuló en voz alta qué animal encontraría un compañero en mí. Me sentí agradecido cuando la carretilla estuvo llena y pude escapar por unos momentos a lo que parecía como el santuario de la compañía masculina en el galpón de expedición. La carretilla quedaba vacía muy pronto y tenía que volver otra vez a correr a la gama de silbidos en el gran cuarto de empaque. -Señor, este puede ser un campo misionero - pensé en tanto que llevaba el recibo de. las cajas a la ventanilla del listero, ubicada en el medio del cuarto, -pero no el mío. Nunca aprenderé a hablar con esas muchachas. Cualquier cosa que diga la tomarán y la distorsionarán hasta Me paré. Sonriéndome detrás de la ventanilla en la oficina del listero estaban los ojos más cálidos que jamás había visto. Eran castaños. No, eran verdes. Y ella era muy joven. Rubia. Esbelta. Quizá todavía era una niña y sin embargo estaba a cargo del trabajo de más responsabilidad de la sección: las órdenes de trabajo y los recibos de trabajo terminado. Al entregarle el mío a través de la ventanilla, su sonrisa se convirtió en una carcajada. -No les haga caso- dijo dulcemente. -Así tratan a todos los recién llegados. En un par de días será a otro. Mi corazón rebosaba de gratitud. Me entregó una nueva orden de despacho de .la pila que tenía frente suyo, pero aun así me quedé de pie allí, mirándola fijamente. En un cuarto donde las mujeres usaban polvo y colorete en tal cantidad que podrían integrar un circo, había una muchacha sin el más leve toque de maquillaje. Tan sólo el color natural de un par de ojos que no eran del mismo color dos veces. · Cuanto más la miraba tanto más seguro estaba de haberla visto en otro lugar. Pero la pregunta sonaría 56 EL CONTRABANDISTA DE DIOS como una frase trillada. A regañadientes volví a la línea de empaque. Las horas se arrastraban pesadamente. Al fin del arduo día sobre mis pies, cada paso era una tortura para mi tobillo. Por más que quise evitarlo empecé a cojear. Greetje lo advirtió en seguida. -¿ Qué te pasa, Andy? -dijo a los gritos. -¿ Te caíste de la cama? -Indias Orientales -contesté, esperando que se callara. Por todo el salón podía escucharse el alarido de triunfo de Greetje. -Chicas, ¡ aquí tenemos un héroe de la guerra! ¿ Es cierto lo que dicen de Sukarno, Andy? ¿ Le gustan muy jóvenes? · Fue el peor error que podía haber cometido. Muchos días después de haber perdido el interés de la novedad para ellas, seguían haciéndome preguntas sobre la forma en que ellas se imaginaban que sería la exótica vida en las Indias Orientales. Más de una vez hubiera renunciado al trabajo de puro cansado por el tema único de su conversación si no hubiera sido por los sonrientes ojos detrás de la mampara de vidrio. Me acostumbré a ir allí aun cuando no tenía recibos para entregar. Algunas veces junto con un recibo deslizaba una notita. "Se la ve muy hermosa hoy." O si no "hace media hora tenía el ceño fruncido. ¿ Qué le pasaba?" Me preguntaba cómo se sentiría frente a las conversaciones que oía y qué haría en un lugar como ese. Y siempre me perseguía la idea de que la conocía. Hacía un mes que trabajaba en la fábrica cuando pude reunir valor para decirle: -Me siento preocupado por usted. Es muy joven y muy hermosa para estar trabajando con gente de esta clase. La muchacha echó para atrás la cabeza y rió. -¿ Por qué, abuelito? ¡ Qué ideas tan anticuadas que tiene! La verdad es que -se acercó a la ventanilla- no son malas chicas. Necesitan contar con amigas y no saben otro modo de conseguirlas. Me miró como si estuviera pensando si podría confiarme algo. -Le diré- susurró dulcemente -soy cristiana. Es por eso que vine a trabajar aquí. Boquiabierto y asombrado miré a mi compañera mi- U N PASO DE SUM ISION 57 sionera. De inmediato recordé dónde la había visto anteriormente. ¡ En el hospital de veteranos! ¡ Era la chica que nos había invitado para la reunión en la carpa! Y era allí donde ... En mi deseo de contarle todo lo que había pasado y cómo había ido a Ringer con la misma misión que ella, me faltaron las palabras. Me dijo que se llamaba Corrie Van Dam. A partir de ese día Corrie y yo formamos un equipo. Como tenía que recoger las cajas una vez que estaban listas, necesitaba recorrer toda la línea de empaquetadoras y siempre me enteraba si había alguien que tenía algún problema. Se lo comunicaba a Corrie y ella en privado hablaba con la muchacha cuando esta se acercaba a la ventanilla a buscar su próxima orden. Así, con el tiempo, formamos un pequeño núcleo de personas interesadas en lo mismo que nosotros. En ese entonces el evangelista británico Sidney Wilson realizaba una serie de reuniones juveniles en los fines de semana y empezamos a asistir . Una de las primeras personas que nos acompañó fue una joven ciega y muy tullida, que trabajaba en la misma cinta que Greetje. Amy leía Braille y me enseñó cómo punteaba letras para otros ciegos con su pequeño punzón y regleta Braille. Me compré uno y también una copia del alfabeto Braille y empecé a dejar notas escritas en Braille en la cinta transportadora de chocolate, para que los ágiles dedos de Amy las encontraran. Por supuesto que esto era demasiado como para . que Greetje lo pasara por alto. -¡ Amy ! -gritó a voz en cuello por entre la hilera de chicas que trabajaban allí. -¿ Cuánto te ofrece esta vez? Dura~ t · mucho tiempo Amy toleró pacientemente sus inso encias. Un día, sin embargo, al regresar del galpón de expedición la vi apretando sus ojos sin vida, tratando de contener las lágrimas. -Ya me doy cuenta -se jactaba Greetje- por qué tal vez no te sientes segura. Me vio e hizo una mueca maliciosa. -Todos los hombres son iguales en la oscuridad, ¿ no es cierto, Amy? - gritó. 58 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Me quedé parado en el umbral de la puerta. Esa mañana, como todas las mañanas cuando iba en bicicleta al trabajo, había orado pidiéndole a Dios que me hiciera saber qué tenía que decir a la gente. La orden que parecía recibir en ese momento era tan inesperada que me costaba creerla y sin embargo, tan clara, que la obedecí sin pensar. -¡ Greetje ! -grité desde donde me encontraba, -cállate y cállate de una vez y para siempre. Fue tal el asombro de Greetje que literalmente se quedó con la boca abierta. Yo también estaba asombrado, pero no podía detenerme porque de lo contrario perdería la iniciativa. -¡ Greetje ! -dije, volviendo a gritar a través del salón, -el ómnibus para el salón de Conferencias sale de aquí a las nueve de la mañana el sábado. Quiero que vengas. -Está bien. Su respuesta fue así de breve. Aguardé para ver si decía algo más, pero ahora era Greetje la que apretaba sus ojos. Mientras que volvía a cargar cajas noté que un extraño silencio reinaba en todo el cuarto. Todos estaban un poco asombrados por lo que pasaba. Y el sábado Greetje se encontraba en el ómnibus. Esto me sorprendió más que todo. Sin embargo, se comportaba como de costumbre y nos dijo claramente que iba tan sólo para averiguar qué era lo que realmente sucedía cuando se apagaban las luces. En el lugar donde se realizaban las conferencias, Greetje se mantuvo aislada. Durante las conferencias hizo comentarios a soto voce en tanto que los presentes contaban cómo Dios había obrado un cambio en sus vidas. Entre una y otra conferencia Greetje leía una revista romántica. El domingo por la tarde volvimos en ómnibus a Alkmaar. Yo había dejado depositada allí mi bicicleta. Greetje vivía en el pueblo contiguo a Witte. Me pregunté si lograría persuadirla a acompañarme, sentándome detrás mío en la bicicleta. Sería una magnífica oportunidad para lograr su ininterrumpida atención. -¿ Puedo llevarte a tu casa, Greetje? Así te ahorras el dinero del boleto. U N PASO DE SUM ISION 59 Greetje frunció los labios y pude adivinar que pesaba la desventaja de viajar conmigo contra el precio del boleto en ómnibus. Por fin se encogió de hombros y subió a la parte de atrás de mi bicicleta. Con una guiñada a Corrie, me puse en camino. Tan pronto como salimos de la ciudad tuve intención de confrontar a Greetje con su necesidad de Dios. Pero para mi sorpresa, la orden clara que recibí esta vez era: ni una palabra sobre religión. Limítate a mirar el paisaje. Otra vez me parecía no haber oído bien, pero obedecí. Durante todo el viaje no le dije ni una palabra de religión a mi cautiva. Hablamos sobre los campos de tulipanes por los que pasamos y me enteré que ella también había comido bulbos de tulipanes durante la guerra. Cuando llegamos a la calle donde vivía, Greetje me sonrió. Al otro día, al llegar a la fábrica, Corrie me salió . al encuentro con una mirada radiante. -¿ Qué le dijiste a Greetje? Debe haberle pasado algo tremendo. -¿ Cómo dices? No dije ni una palabra. Pero el asunto fue que en toda la mañana Gr.eetje no dijo ni un solo chiste subido de tono. Una vez a Amy se le cayó una caja de chocolates. Greetje se arrodilló y recogió los chocolates caídos. A la hora del almuerzo puso su bandeja al lado de la mía. -¿ Puedo sentarme contigo? -Por supuesto -le contesté. -¿ Te digo lo que pensé? -dijo Greetje. -Pensé que me ibas a presionar para que tomara "una decisión para Cristo", como decían allá en las reuniones. No te iba a prestar atención. Pero no me dijiste ni una sola palabra. Y . . . ¿ quieres hacer el favor de no reírte ? -Claro que no me río. -Entonces me pregunté ¿ pensará Andy que he ido tan lejos que no puedo volver? ¿ Es por eso que no se molesta en hablarme? Y después empecé a preguntarme si realmente no había ido demasiado lejos. ¿ Me escucharía todavía Dios si le decía que estaba arrepentida? ¿ Podría también yo empezar de nuevo, como afirmaban esos muchachos? De todas manera se lo pedí. Sé que la mía fue una oración bastante tonta, 60 EL CONTRABANDISTA DE DIOS pero realmente sentí lo que oré. Y, Andy, empecé a llorar. Lloré casi toda la noche, pero hoy me siento maravillosamente bien. Fue la primera conversión que vi. De la noche a la mañana Greetje era otra, o más bien, era la misma, pero con un tremendo agregado. Todavía era la cabecilla. Aun hablaba hasta por los codos, pero ¡ qué diferencia! Cuando dejó de contar chistes obscenos e indecentes muchas de las otras muchachas hicieron lo mismo. Comenzamos una célula de oración en la fábrica y Greetje era la encargada. Si el hijo de alguien estaba enfermo, si un esposo no tenía trabajo, Greetje lo sabía y ¡ pobre del obrero que no pusiera dinero en el sombrero! El cambio operado en ella fue completo y permanente. Noche tras noche, en mi cama en el desván, allá en Witte, me dormía agradeciéndole a Dios por haberme permitido tener una parte en esta transformación. La fábrica ahora era un lugar distinto y todo como resultado de la obediencia. Un día, cuando pasé en mi bicicleta por el portón principal, me esperaba una sorpresa. -El señor Ringer quiere verte ~dijo Corrie. -¡ El señor Ringer ! Debo haberme metido en un lío. Tal vez se enteró que estoy haciendo proselitismo durante las horas de trabajo. Una secretaria mantuvo abierta la puerta de la oficina privada del presidente. El señor Ringer estaba sentado en un enorme sillón de cuero y me hizo señas de que me sentara en otro. Me senté al borde del almohadón. -Andrés -empezó el señor Ringer, -¿ se acuerda del examen sicológico que tornarnos hace dos semanas? -Sí, señor. -Por el examen hemos comprobado que tiene un Cociente Intelectual más bien excepcional. No tenía noción de lo que era un C. I. pero corno él sonreía, yo también me sonreí. -Hemos decidido -prosiguió- ponerlo en uno de los cursos de capacitación administrativa. Quiero que se torne dos semanas y recorra toda la fábrica observando todos los trabajos; Cuando encuentre uno de su agrado hágarnelo saber, para que podamos prepararlo. ., • U N PASO DE SUM ISION 61 Cuando por fin pude hablar, dije: -Ya sé cuál es el trabajo que me gustaría. Quisiera ser como la persona que habló conmigo después que dimos el examen. -Un analista de trabajo - señaló el señor Ringer. Sus ojos penetraron los míos. -Y supongo -añadióque mientras habla sobre asuntos de trabajo no va a poner reparos si se presenta el asunto de religión, ¿ no es cierto? Sentí que el rubor me subía a las mejillas. -Sí- agregó, -sabemos acerca del proselitismo que hace arriba. Si me permite le diré que estimo esta clase de trabajo mucho más importante que la elaboración de chocolates. Se sonrió al ver la expresión de alivio en mi rostro. -No veo ninguna razón, Andrés, que le impida hacer ambas cosas. Si puede ayudarme a que mi fábrica mejore mientras consigue reclutas para el reino de Dios, me voy a sentir satisfecho. Thile se móstró extática respecto del nuevo trabajo. Esperaba que me resultaría tan interesante que me olvidaría de la obra misionera, pero no pude. Aunque estaba encantado con mi nuevo trabajo, me sentía más persuadido cada día de que Dios me llamaba para otra cosa. A cambio de mi preparación como analista, convine en quedarme en Ringer otros dos años. Cuando pasara ese tiempo, tendría que dejarlo. Al ver mi decisión Thile dejó de argumentar y se puso manos a la obra para ayudarme. Ella asistía a la Iglesia Holandesa Reformada, que tiene muchas obras en el extranjero. Escribió a todos los campos misioneros preguntando cuáles eran los requisitos para servir allí. Las respuestas eran idénticas: la ordenación era el primer paso para la obra misionera. Sin embargo, cuando escribí al Seminario Holandés Reformado me encontré que para completar los estudios que había perdido durante la guerra y los estudios teológicos, pasarían doce años. ¡ Doce años! Se me vino el alma a los pies. Sin embargo, en seguida me inscribí en algunos cursos por correspondencia. Los libros eran el problema más grande. No tenía ahorrado dinero de ninguna clase. Y ahora que Greetje estaba a cargo de las buenas obras en la fábrica, todo florín que Greetje no necesitaba para la casa, rápida- 62 EL CONTRABANDISTA DE DIOS mente era destinado para buenas obras. Una tarde, mientras fumaba un cigarrillo y pensaba en este problema, tuve la sensación de que en mis manos tenía la respuesta. Miré el pequeño y sutil cilindro blanco, en uno de cuyos extremos flotaba una espiral de humo. ¿ Cuánto gastaba en cigarrillos semanalmente? Hice un cálculo por demás revelador. Lo suficiente como para comprar un libro todas las semanas del año. Suficiente como para llegar a ser el poseedor del ejemplar que leía, de unas páginas por vez, allá, en el fondo de la librería. No me resultó fácil dejarlo. Pienso que me gustaba fumar tanto como a cualquier otro holandés, lo que equivale a mucho. Pero dejé y poco a poco, sobre la mesita que había entre la cama de Cornelio y la mía, fue creciendo una biblioteca. Una gramática alemana, otra inglesa, una historia de la iglesia, un comentario bíblico. Fuera de la Biblia y el himnario, esos eran los primeros libros que alguien de nuestra familia jamás había tenido. Durante dos años leí en todo momento libre. Cuando la señorita Meekle se enteró de lo que yo estaba haciendo se ofreció para ayudarme con el inglés. Y yo acepté su ayuda muy agradecido. Era una maestra maravillosa. Se mostraba amable cuando yo me sentía desanimado y entusiasta cuando mi resolución • flaqueaba. Si su pronunciación parecía un poco distinta del inglés que oía de vez en cuando en el inalámbrico de mamá, culpé a la electrónica y con cuidado procuré imitar a la señorita Meekle. Pero aunque la señorita Meekle estaba contenta al ver mi determinación de completar mis estudios, no estaba muy segura sobre el seminario. -¿ Piensas realmente que necesitas la ordenación para poder ayudar a los necesitados? - me decía. -Tienes veinticuatro años y a este paso tendrás bien cumplidos los treinta antes de empezar. Con toda seguridad que en el campo misionero hay trabajo para los laicos. No te estoy diciendo, Andrés. Solamente pregunto. Y por supuesto que esa era la pregunta que yo tamhién me hacía casi a diario. Un fin de semana estaba conversando con Sidney Wilson sobre el particular. Eramos muchos los de Ringer que ahora asis- U N PASO DE SUMISION 63 tíamos a sus reuniones de fines de semana y reservábamos todo el Centro de Conferencias para nosotros. Mientras que yo refunfuñaba por la pérdida de tiempo y las formalidades de la educación, él se echó a reir. -Hablas como los de la C. E. M. -¿C. E.M.? -La Cruzada Evangelística Mundial --explicó. -Es un grupo británico que prepara misioneros para ir a regiones del mundo donde las iglesias no tienen programas. Ellos piensan como tú respecto de la espera. -La obra misionera de las iglesias -me dijoes manejada por presupuestos. La Junta de Misiones aguarda hasta tener el dinero o por lo menos saber de dónde vendrá antes de enviar a alguien. En la C. E. M. no era así. Si pensaban que Dios quería a alguien en un determinado lugar, lo enviaban allí y confiaban que Dios se ocuparía de los detalles. -Lo mismo pasa con los hombres que mandanprosiguió el señor Wilson. -Si estiman que alguien tiene un llamado genuino y una consagración profunda, no les importa si no posee ningún título habilitante. Lo preparan en su propia escuela por espacio de dos años y luego lo envían. Eso era lo que me llamaba la atención a mí, pero no estaba tan seguro respecto de las finanzas. Conocía a muchos que decían que "confiaban en Dios", para sus necesidades, pero la mayoría de ellos en realidad eran mendigos. No pedían dinero en forma directa, sino que lo insinuaban al pasar. En los alrededores de Witte se les conocía como los misioneros "insinuadores". Y se decía que no vivían por fe sino por indirectas. No, lo que había visto de ellos era bajo y poco digno. Si Cristo era el Rey y ellos sus embajadores, seguramente que no hablaban muy bien del -estado de su erario. Es sorprendente que fuera Kees, que por tantos años se había estado preparando para el ministerio, el que se mostrara más interesado cuando le conté lo que me había dicho el señor Wilson. -"Les mandó que no llevasen nada . . . ni pan, ni dinero", dijo Kees. -Del punto de vista teológico es correcto. Me gustaría saber más .sobre la C. E. M. Y unos meses más tarde se nos presentó la opor- 64 EL CONTRABANDISTA DE DIOS tunidad. Un día Sidney Wilson me llamó a Ringer para decirme que alguien de la sede central de la C. E. M. se encontraba en Haarlen. -Se llama J ohnson. ¿ Por qué no vas a verlo mientras está allí, Andy? Y ese fin de semana monté en mi bicicleta y fui hasta Haarlen. Tal como pensaba. El señor J ohnson era delgado y macilento, y su ropa decía bien a las claras que había sido sacado de algún barril misionero. Sin embargo, cuando hablamos sobre el trabajo que su misión realizada por todo el mundo, su rostro macilento cobró vida. Era obvio que atribuyera todo lo realizado a la C. E. M. y a la escuela de capacitación que la C. E. M. tenía en Glasgow (Escocia) y a sus maestros, muchos de los cuales enseñaban sin percibir salario. Entre ellos había doctores de teología y exegetas bíblicos y especialistas en otras materias. Pero en el cuerpo de profesores había también albañiles, plomeros y electricistas ya que los estudiantes recibían preparación para comenzar una obra misionera en un lugar donde no hubiera ninguna. -Y aun esto -dijo- no era el verdadero énfasis. La verdadera meta de la escuela era simple: preparar los mejores cristianos que esos estudiantes estaban en condiciones de ser. Tan pronto como llegué a Witte fui a ver a Kees. Juntos salimos a dar una vuelta en bicicleta por los polders. Las preguntas de Kees eran· directas y prácticas, la clase de preguntas que haría si estuviera pensando en dejar todo e inscribirse al otro día. ¿ De cuánto era la cuota de matriculación? ¿ Cuándo se iniciaba el próximo curso? ¿ Qué idioma era necesario? Yo no había estado tan interesado como para hacer todas esas preguntas. Le di a Kees la dirección de la sede central de la C. E. M. en Londres y aguardé las noticias que sabía que recibiría. Y en efecto, unos días después Kees me contó que había solicitado admisión en la escuela en Glasgow. A causa de sus condiciones Kees fue aceptado casi de inmediato. Al regresar a casa luego de mi trabajo en Ringer encontraba entusiastas cartas de Kees, quien entonces estaba en Glasgow. En sus cartas me UN PASO DE SUM ISION 65 describía lo que hacía allá, las materias que cursaba, los descubrimientos que estaba haciendo relativos a la vida cristiana. Yo ya hacía más de dos años que trabajaba en la fábrica, tal como le había prometido al señor Ringer cuando me preparó para el nuevo trabajo. Seguramente que esa escuela de la C. E. M. era el lugar que a mí también me convenía. Y sin embargo no me decidía a ir. Parecía que tenía tantas cosas en mi contra: carecía de la preparación de Kees y aunque lo hubiera podido esconder a los ojos de otros, tenía un tobillo estropeado. ¿ Cómo podría ser misionero si no podía caminar ni una cuadra en la ciudad sin sentir dolor? ¿ Realmente tenía la intención de ser un misionero o era tan sólo un sueño romántico por el que me dejaba dominar? Muchas veces Sidney Wilson había hablado sobre la oración persistente; la que no cesa de pedir hasta tener contestación. Bueno, la pondría a prueba. Un domingo de Septiembre de 1952 fui hasta los polders donde sabía que podía orar en voz alta sin ser interrumpido. Me senté al borde de un canal y me puse a orar a Dios de la misma manera que podía haber conversado con Thile. Llegó la hora del café, y los cigarros, y yo seguía orando. Pasó la tarde y llegó el anochecer y seguía firme, pero no había alcanzado el punto que me indicara que había encontrado la voluntad de Dios para mi vida. -¿ Qué es, Señor? ¿ Qué es lo que estoy reteniendo? ¿ Qué es lo que uso como una excusa para no servirte en cualquier lugar que quieras? Y fue entonces, allí en el canal, que tuve la respuesta. Todas las veces que le había dicho "sí" al Señor, siempre había dicho un "sí", "pero". "Sí, pero no tengo instrucción". "Sí, pero estoy lisiado." · Con mi próximo aliento dije "sí". Lo dije de una manera totalmente distinta, sin limitaciones. -Iré, Señor -dije. -No importa si es por medio de la ordenación o del programa de la C. E.M. o por medio de mi trabajo en Ringer. Donde quieras, como quieras y de cualquiera manera que quieras, iré Señor. Y comenzaré ahora mismo Señor, al ponerme de pie aquí, en este lugar, y mientras doy mi primer paso ¿lo 66 EL CONTRABANDISTA DE DIOS considerarás como un paso hacia la total obediencia a ti? Me puse de pie. Di un paso largo hacia adelante. En ese preciso momento sentí un fuerte tirón en la pierna inválida. Horrorizado pensé que me había torcido el tobillo. Con cautela apoyé el pie en el suelo. Podía mantenerlo bien apoyado. ¿ Qué había pasado? Despacio y con mucho cuidado caminé rumbo a casa. Mientras caminaba había un versículo que me venía a la mente: "Mientras iban, quedaron sanos." Al principio no me podía acordar dónde estaba. Después recordé la historia de los diez leprosos y cómo en el camino, mientras iban a ver al sacerdote, tal como Cristo les había mandado, había sucedido el milagro. Mientras iban, quedaron sanos. ¿ Sería posible que yo también hubiera sido sanado? Ese domingo a la noche tenía que ir a un culto en una villa a seis kilómetros de casa. Normalmente hubiera ido en bicicleta, pero esa noche no. Iría caminando. Iría a la reunión caminando. Lo hice. Cuando terminó la reunión un amigo se ofreció para llevarme en su motocicleta. -Esta noche, no, gracias. Quiero caminar. No podía creerlo. Ni tampoco mi familia podía creer que de veras había ido al culto; habían visto mi bicicleta recostada contra la pared y pensaron que había cambiado de idea. Al otro día, en la fábrica, luego de las entrevistas, acompañé a cada uno de los empleados a sus puestos en lugar de quedarme "pegado" a la silla como antes. A media mañana empecé a ·sentir una picazón en el tobillo y al frotar la vieja herida, se me salieron dos puntos. Para el fin de semana la incisión, que nunca había cicatrizado por completo, estaba cerrada. A la semana siguiente escribí a la escuela de capacitación misionera de la C. E. M. en Glasgow, solicitando admisión. Un mes después recibí contestación. Siempre y cuando hubiera vacantes en el dormitorio de los muchachos podría comenzar los estudios en Mayo de 1953. En mi último día de trabajo, Corrie también tenía una noticia para mí. Se iba de Ringer. La habían aceptado en una escuela de enfermeras. Miré sus ojos U N PASO DE SUM ISION 67 radiantes por la alegría y por fin llegué a la conclusión de que eran castaños. Retuve sus manos por un momento, para despedirme rápidamente. Todavía tenía que enfrentarme con el problema que más temía: decirle a Thile que me había inscripto en una escuela solventada por una iglesia que no era respaldada por ninguna organización y que además carecía de todos los reconocidos, dignos y tradicionales requisitos que para ella formaban parte de la educación y de la religión misma. Fue una tarde muy triste la que pasamos caminando a lo largo de la ribera en aquella hermosa tarde de primavera en Gorkum. Thile habló muy poco. Tenía preparados argumentos para todas sus objeciones, pero en vez de discutir, se quedó callada. La única vez que pareció realmente enojada fue cuando le conté lo de la pierna. Y para colmo cometí el error de llamarlo un pequeño milagro. • -¿No te parece que es un poco demasiado, Andrés? -me dijo enojada. -Muchas personas tienen heridas, que día a día mejoran, pero no lo van pregonando por todas partes como tú ni dicen que se trata de un milagro. Esa noche no me quedé a cenar en casa de Thile. Pensé que necesitaban tiempo para acostumbrarse a los nuevos planes. Era eso; Thile necesitaba un poco de tiempo. Ella también comprendería por qué lo que yo había decidido estaba bien. Mientras tanto me puse a juntar dinero para el pasaje. Vendí las pocas pertenencias que tenía; mi bicicleta, mi precioso estante de libros y compré un pasaje de ida a Londres. Allí me entrevistaría con los directores de la C. E. M. antes de continuar viaje a Glasgow. Una vez que adquirí el pasaje me quedaron poco más de treinta libras, o sea la cuota para el primer semestre. Tenía que partir para Londres el 20 de abril de 1953. Justo antes de ese día se sucedieron tres cosas en forma tan rápida e imprevista, que quedé tambaleando. Primero fue una carta de Thile. Me decía que había escrito a la Junta de Misiones de su iglesia para saber qué opinión tenían sobre la escuela en Glasgow. Le 68 EL CONTRABANDISTA DE Dros habían escrito que era una organización no acreditada y que no tenía postura en ningún círculo misionero con los cuales ellos estaban relacionados. -Siendo así -decía en su carta- prefería no verme ni tener noticias mías mientras que estuviera vinculado con ese grupo. Había firmado la carta, Thile. No había puesto "con todo cariño, Thile". Había escrito lisa y llanamente "Thile". Allí, parado en el umbral de la puerta con la carta en la mano, procurando comprender lo que significaba para mí, vi que la señorita Meekle atravesaba el pequeño puente de nuestra casa. -Andrés -dijo -hay algo que me tiene preocupada. Es algo que hubiera querido decirte hace mucho tiempo, pero no sabía cómo-. Suspiró profundamente y dijo a toda prisa: -Sabrás, Andrés, que nunca en realidad tuve oportunidad de oír hablar el inglés. Sin embargo, he leído mucho y -añadió apresuradamente- una señora inglesa con la cual me escribo dice que mi gramática es excelente-. Hizo una pausa lastimosa. -Pensé que era mejor que lo supieras-. Y desapareció. Todavía estaba tratando de digerir esas dos noticias cuando dos días después recibí un telegrama. Venía de Londres. "Lamentamos informarle que no se ha concretado la vacante. Pedido de admisión denegado. Solicite admisión para 1954." Tres golpes sucesivos. No había vacante para mí en la escuela. Posiblemente no podría hablar en el idioma en que se dictaban los cursos y si me iba, perdería a mi novia. La lógica parecía indicar que mi lugar no estaba en la escuela en Glasgow y sin embargo, inconfundible, dentro de mí, una vocecita indiferente a todas las objeciones humanas y lógicas, parecía susurrarme "ve". Era la voz que he había llamado en el viento, la que me había dicho que hablara en la fábrica, era la voz que para la lógica carecía de sentido. A.l día siguiente me despedí de Maartje y Geltjc con un beso, estreché la mano de papá y de Cornelio y corrí hasta el ómnibus que me llevaría en la primera parte de un viaje que aún continúa. CAPITULO 6 Por la senda real Bajé del tren en Londres. En mi mano llevaba un pedazo de papel en el que había escrito la dirección de las oficinas centrales de la Cruzada de Evangelización Mundial. Afuera de la estación ferroviaria, vi ómnibus de dos pisos, pintados de rojo y coches de alquiler de color negro, que avanzaban velozmente por lo que pensé, era el lado contrario de la calzada. Me acerqué a un policía y mostrándole el papel le pregunté cómo podía llegar a esa dirección. El policía tomó el papel y lo miró. Señaló con la cabeza y extendió el brazo. Por unos segundos, y sin respirar, me hizo un montón de indicaciones. Lo miré aturdido. No había entendido ni una palabra. Avergonzado tomé el papel, le dije Dank ou 1 y caminé en la dirección que había indicado con el primer movimiento de su brazo. Traté de preguntar a otros policías, pero sin mejores resultados. No me quedaba otro recurso más que gastar en un taxímetro unas monedas del poco dinero en efectivo que tenía. Encontré uno estacionado junto al cordón y le di al taxista el papel. Mientras viraba hacia el carril izquierdo cerré mis ojos. Unos minutos después se detuvo. Señaló el pedazo de papel y en seguida un enorme edificio que, a todas luces, estaba pidiendo que lo pintaran. Tomé mi valija, subí los escalones de entrada Y llamé. Una mujer abrió la puerta. Tan bien como pude le expliqué quién era y por qué estaba allí. La señora me miró estúpidamente, lo que me dio la pauta de que no había entendido ni una palabra de lo que le había dicho. Me hizo señas para que me sentara en una silla de respaldo alto que había en el corredor Y 1 Thank you (gracias). (N. del T.) / 70 EL CONTRABANDISTA DE DIOS desapareció. Regresó trayendo a la rastra a un hombre que hablaba algo de holandés. Una vez más expliqué quién era y adónde me dirigía. -Ah, sí, por supuesto. Pero dígame, ¿ no recibió nuestro cable? Hace tres días le cablegrafiamos que no había vacante para usted en Glasgow en estos momentos. -Sí, recibí el cable. -¿ Y lo mismo se decidió a venir? Me alegré al ver que sonreía. -Habrá una vacante para mí cuando llegue el momento -dije. -Estoy seguro de que" así será. Quiero estar preparado. Volvió a sonreírse y me dijo que esperara un momento. Volvió con las noticias que esperaba. Podría quedarme allí, en las oficinas centrales por un tiempo, siempre y cuando estuviera dispuesto a trabajar. Así comenzaron los dos meses que considero como lo más penosos de mi vida. El trabajo que tenía que hacer no era difícil: tenía que pintar el edificio de las oficinas centrales de la C.E.M. No bien me acostumbré a estar subido en la escalera, disfruté muchísimo mi trabajo. Ni siquiera me tomé descanso para la coronación de la reina Isabel. El personal me llamaba a los gritos para que bajara a ver por televisión la coronación de la reina. Pero yo prefería seguir encaramado sobre mi "percha". Desde allí podía ver las banderas en todos los edificios y la formación de los aviones que volaban sobre mi cabeza. Lo más difícil de esos dos meses fue aprender inglés. Fue tanto lo que me esforcé para aprenderlo, que siempre· tenía dolor de cabeza. El personal de la C.E.M. practicaban lo que llamaban "meditación matutina". Se levantaban mucho antes del desayuno para leer la Biblia y orar antes de iniciar los trabajos del día o de hablar entre ellos. La idea me gustó en seguida. Me levantaba con el primer canto de las aves, me vestía y salía al jardín llevando dos libros. Uno era una Biblia en inglés y el otro un diccionario. Era una técnica excelente pero tenía algunas desventajas. Durante aquel período mi inglés estuvo lleno de palabras arcaicas (que había tomado de la versión de la Biblia que tenía en mi poder). Una vez pedí 11. 1 POR LA SENDA REAL 71 mantequilla y lo hice con estas palabras: "Así dice el vecino de Andrés, que tú quisieras sentirte agradado de pasar la mantequilla." Pero así y todo, estaba aprendiendo. Después de estar seis semanas en Inglaterra, el director de la C.E.M. me pidió que hablara en el devocional vespertino. En escasos siete minutos agoté todo mi caudal de palabras en inglés, y me senté. Dos semanas más tarde volvieron a pedirme que hablara. Esta vez escogí como mi texto las palabras de Cristo al ciego que estaba junto al camino de Jericó: "Tu fe te ha salvado". (Fue un gran error de mi parte ya que en inglés esas palabras se escriben con th y esas consonantes para un holandés son una pesadilla.) Luego que anuncié mi texto, durante catorce minutos, por reloj, procuré demostrar mi punto, para asombro de todo el personal. Al terminar mi breve sermón todos se juntaron a mi lado. -Estás mejorando, Andy - me decían palmeándome con alegría. -¡ Casi pudimos entender lo que dijiste! ¡ Catorce minutos! Eso te hace dos veces mejor que la primera vez, que hablaste sólo siete. -¿ De modo que este es nuestro holandés ... ? Muy bueno su sermón. La voz que así decía venía desde el fondo. De pie, allí en el umbral estaba un hombre de mediana edad, calvo, corpulento, de rubicundas mejillas. No lo había visto antes. De inmediato me llamó la atención el brillo de sus ojos: los tenía entreabiertos como si pensara hacer alguna travesura. -Andr-és, me parece que todavía no conoces al señor William Hopkins- dijo el director de la C.E.M. Fui hasta el fondo del salón y le extendí mi mano. William Hopkins me la encerró entre las dos suyas, y cuando me la soltó me di cuenta que su saludo no había sido a medias. -Parece bastante fuerte -dijo el señor Hopkins. -Si podemos conseguirle los papeles creo que todo va a andar bien. Debo haber mirado asombrado ya que el director me explicó que había llegado el momento de irme de allí. Había terminado de pintar y les hacía falta la cama que yo ocupaba para un misionero que regre- 72 EL CONTRABANDISTA DE DIOS saba. Pero si el señor Hopkins podía conseguir que las autoridades me permitieran trabajar, podría emplearme en Londres y ahorrar dinero para comprar los libros y para los otros gastos que tendría en Glasgow. Me enteré que todas las veces que surgían problemas de esa índole siempre acudían al señor Hopkins. -Anda a buscar tus cosas, Andrés, mi muchacho -dijo el señor Hopkins. -Te invitamos a pasar unos días en casa mientras que te conseguimos trabajo. No tardé mucho en preparar mi valija. Mientras guardaba mi cepillo de dientes y la navaja, uno de los empleados de la C.E.M. me explicó algo sobre el señor Hopkins. Aunque se trataba de un contratista de recursos, vivía muy pobremente. Casi la totalidad de sus entradas las destinaba a varias misiones. C.E.M. era tan sólo una de las misiones caras a su gran corazón. Pocos momentos después estaba parado en la puerta del frente saludando al personal de la C.E.M. -El edificio quedó muy lindo, Andrés -dijo el director estrechándome la mano. -Dank ou (gracias). -A ver, déjanos oír como suena esa th. -Zi-en-kiú. Todos se echaron a reír mientras que William Hopkins y yo bajábamos los escalones hasta su carmon. Los Hopkins vivían sobre el río Támesis y su casa era más o menos como la había imaginado: sencilla, acogedora. La señora Hopkins era enferma. Se pasaba la mayor parte de los días en cama, pero no se opuso a mi intromisión. -Siéntete como en tu casa -dijo saludándome. -Pronto sabrás dónde está la alacena y asimismo verás que la puerta de calle nunca está cerrada con pasador. Se volvió a su esposo y vi en sus ojos el mismo brillo que había visto en los de él. -Y tampoco tienes que sorprenderte si algún día encuentras que un vagabundo está durmiendo en tu cama. Ya ha pasado. Si llega a pasar otra vez, en la sala de estar hay mantas y almohadas. Arréglate una cama junto a la chimenea. Antes de que pasara la semana iba a descubrir cuál al pie de la letra había dicho esas palabras. Una noche al volver a la casa después de otra larga e POR LA SENDA REAL 73 infructuosa espera en la Secretaría de Trabajo, encontré al señor Hopkins y a su esposa sentados en la sala. -No te molestes en ir a tu cuarto, Andrés -dijo la señora Hopkins. -En tu cama hay un borracho. Nosotros ya comimos pero te guardamos algo. Mientras cenaba sentado frente al fuego me contó algo sobre el hombre que dormía en mi cama. A fin de resguardarse de la lluvia había entrado en la pequeña misión. El señor Hopkins lo había visto y lo había llevado a la casa. -Cuando se despierte encontrará algo de comida y ropa -me dij o la señora Hopkins. -No sé de dónde vendrá, pero Dios la proveerá. Y la proveyó. En esa y en docenas de ocasiones similares mientras viví con los Hopkins fui testigo de cómo Dios suplía sus necesidades de la manera más inesperada. Nunca vi que nadie se fuera de su casa con hambre o sin ropa. No era que tuvieran dinero. De las entradas de su empresa se quedaban con lo indispensable para suplir modestamente sus necesidades. Los extranjeros, como yo, pordioseros, prostitutas y borrachos que desfilaban continuamente por su puerta, tenían que ser alimentados por Dios. Y él nunca dejó de hacerlo. Quizá una vecina venía con una cacerola: -Por si no te sientes con ganas de cocinar esta noche, queridita-. Quizá alguien pagaba inesperadamente una cuenta atrasada o tal vez uno de los que en alguna ocasión habían sido albergados, en su casa venía para ver si podía ayudar: -Sí, hijo, claro que puedes. Esta noche, arriba, en la cama hay un viejo que no tiene zapatos. ¿ Te parece que si le medimos el pie podrías encontrarle un par? Pensaba quedarme con los Hopkins uno o dos días a lo sumo, hasta que consiguiera la autorización para trabajar. Pero aunque el señor Hopkins y yo fuimos una y otra vez a la Secretaría de Trabajo, nunca conseguí la autorización que necesitaba. Mientras tanto los Hopkins me pidieron que me quedara con ellos. La cosa fue así : al otro día de mi llegada el señor Hopkins se marchó temprano para su trabajo. Su esposa debía quedarse en la cama y yo me encontraba solo. Busqué un cepillo y fregué el piso de la cocina. Mientras barría el baño vi el 74 EL CONTRABANDISTA DE DIOS canasto de la ropa sucia, y la lavé. Como a la tarde las ropas ya estaban secas, las planché, y dado que el señor Hopkins no había regresado, preparé la cena. Estaba acostumbrado a hacer esas cosas en casa: cualquiera de mi familia, hombre o mujer, hubiera hecho lo mismo. Pero los Hopkins al ver lo que había hecho se quedaron boquiabiertos. Tal vez porque no conocían la manera de ser de los holandeses o porque no estaban acostumbrados a que alguien se preocupara por sus necesidades. Lo cierto es que se comportaron como si yo hubiera hecho algo fuera de lo común y me pidieron que me quedara con ellos, como si fuera de la familia. Lo hice. Me convertí en el jefe cocinero y el lavaplatos y ellos a su vez llegaron a ser mis padres ingleses. Al igual que muchísimos otros pronto empecé a llamarlos "tío Hoppy" y "mamá Hopkins". En verdad,· en muchas maneras la señora Hopkins me hacía acordar de mi mamá, tanto en su resignación frente al dolor y su poca salud, como en el hecho de que la puerta de su casa nunca estaba cerrada para los necesitados. En cuanto a tío Hoppy, conocerlo era en sí toda una escuela. Era un hombre totalmente desprovisto de prejuicios. Algunas veces cuando iba con él en el camión a las varias obras en construcción en los alrededores de la ciudad, le rogaba, ya que era el presidente de la empresa, que por lo menos se pusiera una corbata y se comprara un saco al que no le faltaran los codos. Tío Hoppy se reía de mi perplejidad. -¿ Para qué, Andy? ¡Na die me conoce aquí! En su vecindario, sin embargo, era igual. Muchas veces lo agarraba justo en la puerta cuando salía para la iglesia con sus pesados zapatones de trabajo y una barba de dos días. Pero cuando lo reprochaba, me miraba como recriminándome: -Andy, hijito, ¡ si todos me conocen aquí! La misión de tío Hoppy a mí me resultaba poco menos que un rompecabezas. Sus puertas siempre estaban abiertas y de vez en cuando entraba un vagabundo sólo para echarse un sueño o para calentarse un poco. Cuando llegaba la hora del culto, por lo general POR LA SENDA REAL 75 la audiencia del tío Hoppy eran las sillas vacías. Esto, sin embargo, no parecía molestarle en absoluto. Recuerdo que un día lo oí predicar todo un sermón a un montón de sillas vacías. -Esta vez faltó a la cita, -decía tío Hoppy, a los que de alguna manera no habían entrado, -pero nos cruzaremos en la calle y cuando esto ocurra, lo sabré. Ahora escuche lo que Dios tiene para decirle ... Cuando terminó el sermón, yo puse reparos. -Me parece que es demasiado místico -dije. -El día que yo predique quiero hacerlo a seres humanos, a personas de carne y hueso. Tío Hoppy se limitó a reírse. -Espera -me dijo, -antes de volver a casa nos vamos a encontrar con el hombre que debía haber ocupado esa silla. Y entonces su corazón estará. preparado. Tiempo y lugar son limitaciones propias de los hombres, Andy; no debemos imponérselas a Dios por la fuerza. Y pasó que cuando regresábamos a casa se nos acercó una prostituta. Tío Hoppy se zambulló de nuevo a la conclusión de su sermón como si la mujer hubiera estado sentada escuchándolo embelesada durante toda su exposición de cuarenta minutos. Esa noche volví a dormir frente a la chimenea y a la mañana siguiente ese incansable contratista y su esposa habían logrado un nuevo convertido al cristianismo. Un día recibí una carta de Glasgow. Se había producido la tan ansiada vacante. Tenía que presentarme a tiempo para el comienzo de las clases ese otoño. Hicimos una marcha triunfal alrededor de la cama de mamá Hoppy tres de nosotros: tío Hoppy, un vagabundo y yo, hasta que de pronto nos dimos cuenta que eso significaba decirnos adiós. En Septiembre de 1953 salí de Londres con rumbo a la escuela de preparación misionera en Glasgow. Esta vez no tuve inconvenientes para encontrar el camino a la dirección que buscaba. Subí por la colina llevando mi valija a cuestas hasta que llegué al No. 10 de la calle Príncipe Alberto. El edificio en sí era una casa de dos pisos, ubicada en una esquina. Un cerco bajo de piedras rodeaba la propiedad. Se veían pedazos de las rejas del cerco, las que sin duda habían 76 EL CONTRABANDISTA DE DIOS sido fundidas como material de deshecho durante la guerra. Sobre la entrada, en una arcada de madera se leían estas palabras: "Tened fe en Dios". Sabía que este era el propósito principal del curso de dos años que se ofrecía allí : ayudar al estudiante a aprender todo lo posible respecto de la fe. Tenían que aprenderlo a través de los libros. Aprenderlo a través de otros y también por medio de sus propias experiencias. Con renovado entusiasmo pasé debajo de la arcada hasta el caminito de piedras blancas que llevaba hasta la puerta. Kees me abrió la puerta. ¡ Qué lindo fue volver a ver nuevamente ese sólido rostro holandés! Luego de palmearnos una y otra vez las espaldas agarró mi valija y me llevó al piso de arriba. Me presentó a tres de mis compañeros de cuarto. Me mostró dónde estaba la escalera de incendios y dónde dormían los otros cuarenta y cinco jóvenes. Los muchachos en una de las casas contiguas y las señoritas en otra. -En cuanto a las chicas, no debemos encontrarnos con ellas. Es más, casi ni debemos conversar con ellas. Sólo podemos verlas a la hora de la cena. Kees se quedó conmigo durante las presentaciones formales al director, Stewart Dinnen. -El verdadero propósito de nuestra enseñanza -señaló el señor Dinnen- es que los alumnos sepan que pueden confiar en que Dios cumplirá lo que prometió. De aquí no vamos a los campos misioneros tradicionales sino a lugares vírgenes. Nuestros graduandos salen por su cuenta. No serán eficaces si tienen temor o dudan de que Dios realmente quiso significar lo que dice en su Palabra. Por lo tanto aquí no les enseñamos tanto ideas sino más bien a confiar en Dios. Espero que esto sea lo que busca en esta escuela, Andrés. -Sí, señor. Es exactamente eso. -En cuanto a las finanzas, por supuesto sabrá Andrés, que no cobramos la enseñanza y es porque no tenemos un cuerpo de profesores a sueldo. Los maestros, los que viven en Londres, yo mismo, ninguno de nosotros recibimos sueldo. El cuarto, la pensión y otros gastos para todo el año ascienden a noventa libras, es decir, un poco más de doscientos cincuenta dólares. El precio es tan reducido porque los estu- POR LA SENDA REAL 77 diantes cocinan, limpian y hacen todo. Sin embargo, pedimos por adelantado las noventa libras. Tengo entendido que no está en condiciones de cumplir con esto. -No señor. -También puede pagar en cuotas. Treinta libras al comienzo de cada sesión de estudios. Pero por su bien y por el nuestro, nos gusta insistir en que las cuotas se abonen puntualmente. -Tiene la razón señor. Estoy completamente de acuerdo con usted. Y lo estaba realmente. Esta sería mi primera experiencia de confiar en Dios para mis necesidades materiales. Tenía las treinta libras que había traído de Holanda para la cuota del primer semestre. Después de eso estaría a la expectativa para ver cómo Dios supliría el dinero. Durante las primeras pocas semanas, sin embargo, había algo que me inquietaba. A la hora de comer, con frecuencia los muchachos se referían a la escasez de dinero. Algunas veces, después de pasar toda la noche en oración por una necesidad determinada, recibían la mitad de lo que necesitaban o tal vez las tres cuartas partes. Si por ejemplo, en el hogar de ancianos donde los muchachos realizaban cultos necesitaban diez mantas, tal vez ellos recibían lo suficiente como para comprar seis. La Biblia dice que somos obreros en la viña del Señor. ¿ Era así cómo el Señor de la viña pagaba a sus· siervos? Una noche salí para una larga caminata solitaria. En repetidas oportunidades los estudiantes me habían advertido de que "no fuera a Patrick". Este era un barrio bajo al pie de la colina. Decían que era el refugio de los adictos, borrachos, ladrones y hasta criminales y que era peligroso caminar por sus· calles. Y sin embargo, esta área me atraía ahora como si fuera un imán. A mi alrededor estaban las sucias y descoloridas calles de Patrick. Los desperdicios volaban por todos lados. El aire de septiembre era bastante fresco. Antes de haber caminado cinco cuadras, ya me habían abordado dos mendigos. Les di todo el dinero que tenía en los bolsillos y los miré mientras iban, con todo des- 78 EL CONTRABANDISTA DE DIOS caro, hacia la taberna más próxima. Sabía que esos vagabundos que mendigaban por las calles de los barrios bajos de Glasgow tenían una entrada mucho mejor que la de los que allá arriba, en la colina, se preparaban para salir al campo misionero. No podía comprender por qué esto me molestaba tanto. ¿ Sería que me había vuelto codicioso? No lo creía. Nosotros siempre habíamos sido los más pobres y nunca me había molestado. ¿ A qué se debería? Y de pronto, mientras subía la colina hacia la escuela lo supe. No era en absoluto una cuestión de dinero. Lo que me preocupaba era la relación de dependencia. En la fábrica de chocolate había confiado en que el señor Ringer me pagaría puntualmente todo mi sueldo. Con seguridad, me decía a mí mismo, que si un obrero de una fábrica puede sentirse financieramente seguro, también podría sentirse así un siervo de Dios. Caminé hacia el portón de entrada de la escuela. Encima mío podía ver las palabras "Tened fe en Dios". ¡ Era eso! No era que necesitara la seguridad de una cierta suma de dinero sino la seguridad de una relación. Mis pasos resonaron por el caminito de piedras. Cada minuto me sentía más seguro de estar muy cerca de algo sensacional. La escuela estaba en silencio. En puntillas de pie subí la escalera y me senté junto a la ventana del dormitorio que miraba hacia Glasgow. Si iba- a dedicar mi vida al servicio del Rey, necesitaba conocer a ese Rey. ¿ Cómo era? ¿ Hasta qué punto podía confiar en él? ¿ Podría hacerlo de la misma manera en que confiaba en unas cuantas reglas impersonales? ¿ O podría confiar en él como un dirigente que no estaba muerto, como un comandante que estaba muy cerca durante las batallas? La pregunta era de suma importancia. Si era Rey tan solamente de nombre, sería mejor que regresara a la fábrica de chocolate, que siguiera siendo cristiano, sabiendo que mi religión era sólo un montón de principios buenos para llevarlos a la práctica, pero que apenas demandaban devoción. Pero ¿ y si descubría que Dios era una Persona en el sentido de que se comunicaba, velaba y amaba y guiaba? Eso sería algo totalmente distinto. A un Rey, P OR LA SENDA REAL 79 así estaba dispuesto a seguirlo a cualquier guerra. Y de alguna manera, sentado allí, bañado por la luz de la luna, aquella noche de septiembre en Glasgow supe que mi experiencia respecto de la naturaleza de Dios comenzaría con la cuestión del dinero. Esa noche me arrodillé frente a la ventana e hice un pacto con él. -Señor -dije- necesito saber que puedo confiar en ti en cuanto a las cosas prácticas. Te doy gracias por haberme permitido ganar el dinero para este primer semestre. Te pido que me suplas el resto. Si tengo que atrasarme tan sólo un día en el pago, sabré que debo volver a la fábrica de chocolate. Fue una oración infantil, petulante y llena de exigencias. Pero entonces era todavía un bebé en las cosas de la vida cristiana. Lo extraordinario es que Dios honró mi oración. Pero no sin ponerme primero a prueba en algunas maneras bastante divertidas por cierto. El primer semestre transcurría velozmente. Por la mañana estudiábamos Teología Sistemática; Homilética; Religiones Universales; Lingüística; la clase de cursos que se dictaban en cualquier seminario. Por la tarde, realizábamos trabajos prácticos como ser albañilería, plomería, carpintería, primeros auxilios, higiene tropical, reparación de motores. Durante varias semanas, todos nosotros, las señoritas y los muchachos trabajamos en la fábrica Ford de Londres, armando y desarmando un automóvil. Además de esos oficios corrientes nos enseñaban a construir chozas con hojas de palmera y a hacer vasijas de barro para el agua. También nos turbábamos en la cocina, en el lavadero y la huerta. Nadie estaba exceptuado de estas tareas. Una de las estudiantes, una doctora alemana, solía restregar los botes de desperdicios con tanto esmero como si estuviera preparando la sala de operaciones. Las semanas transcurrieron tan rápidamente que pronto llegó el momento en que tendría que salir en el primero de varios viajes de instrucción en evangelismo. -Le va a gustar, Andrés -me dijo el señor Dinnen. -Este viaje lo ayudará para aprender a confiar en 80 EL CONTRABANDISTA DE Dros Dios. Las reglas son sencillas. Cada estudiante de su equipo recibirá una libra. Con ese dinero saldrá en una gira misionera por Escocia, pagará su movilidad, alojamiento, comida, la publicidad que desee hacer, el alquiler de los salones y además cualquier invitación que haga. -¿ Todo eso con una sola libra? -No, hay algo más. Cuando regrese a la escuela después de la gira de cuatro semanas ¡ tendrá que reintegrar el dinero que recibió! Me eché a reír. -Bueno, la verdad es que me parece que tendremos que estar pasando el sombrero continuamente. -¡ Oh, no! ¡ No está permitido levantar ofrendas! ¡ Eso no! Ni siquiera deben mencionarlo en las reuniones. Todo lo que necesite tiene que recibirlo sin ninguna manipulación de su parte porque de lo contrario el experimento fracasará. Formaba parte de un equipo de cinco muchachos. Más tarde cuando traté de reconstruir la manera en que habíamos reunido los fondos durante esas cuatro semanas, me resultó imposible. Parecía que lo que necesitábamos siempre estaba allí. A veces era una carta de los padres de uno de los muchachos que venía con algo de dinero. Otras recibíamos por correo un cheque de una iglesia que habíamos visitado días o semanas antes. Las notas que venían junto con el dinero eran muy interesantes. "Sé que no necesita dinero, pues de lo contrario lo hubiera dicho", escribía alguno, '-'pero Dios no me dejó conciliar el sueño esta noche hasta que puse esto en un sobre para ti". . ··Por lo general las contribuciones o las ofrendas venían en forma de especies. En un pueblecito de las tierras altas de Escocia nos dieron una vez seiscientos huevos. Desayunábamos con huevos, almorzábamos huevos, comíamos entremeses a base de huevos antes de una cena de huevos y como postre: merengues hechos con claras de huevo .. Pasaron semanas antes de que pudiéramos siquiera mirar una gallina. Pero, ya se tratara de dinero o provisiones, nos atuvimos a dos reglas: nunca mencionábamos · en voz alta ninguna necesidad y siempre dábamos el diezmo de lo que recibíamos tan pronto como lo re- POR LA SENDA REAL 81 cibíamos, de ser posible dentro de las veinticuatro horas. Otro grupo que salió de la escuela al mismo tiempo que nosotros no fue tan puntual respecto de sus diezmos. Apartaban el diez por ciento, sí, pero no lo pagaban en seguida, por "si llegaba a surgir algún imprevisto". ¡ Por supuesto que se les presentaron imprevistos! A nosotros también, todos los días, pero estos jóvenes finalizaron la gira quedando a deber cuentas de hotel, alquiler de salones y en los mercados por toda Escocia mientras que nosotros volvimos con casi diez libras a nuestro favor. Tan pronto como pagamos los diezmos, el Señor era más rápido aún para proveer nuestras necesidades y al fin de la gira teníamos dinero para mandar a la obra misionera de la C. E.M. Hubo ocasiones antes de finalizar la gira, empero, cuando parecía como si el experimento estuviera a punto de fracasar. Un fin de semana estábamos celebrando unas reuniones en Edimburgo. El primer día habíamos conseguido reunir a un lindo grupo de jóvenes y estábamos haciendo planes para ver cómo podríamos hacer para que volvieran al otro día. De pronto, sin consultar con nadie, uno de los muchachos de nuestro grupo se puso de pie y dijo: -Quisiéramos que todos ustedes vinieran aquí mañana a la tarde, antes de la reunión, para tomar el té con nosotros; a las cuatro de la tarde. ¿ Cuántos de ustedes creen que podrán venir? Unos doce levantaron la mano y fue así como nos encontramos comprometidos. Al principio, en lugar de estar contentos los demás del grupo nos sentíamos horrorizados. Sabíamos que no teníamos té, ni torta, ni pan con mantequilla. ¡ Teníamos nada más que cinco tazas! Tampoco teníamos dinero para · comprar nada de lo que hacía falta. El último penique lo habíamos gastado en el alquiler del salón. ¡ Esta sí que sería realmente una prueba respecto del cuidado de Dios! Por un rato parecía como que iba a proveernos todo por medio de los mismos invitados. Después de la reunión se nos acercaron varios para decirnos que le gustaría cooperar con nosotros. Uno ofreció leche, otro 82 EL CONTRABANDISTA DE DIOS media libra de té; otro azúcar. Una muchachita se ofreció para traer platos. El té se iba organizando rápidamente. Sin embargo todavía faltaba algo: la torta. Un té sin torta no es té para los jóvenes escoceses. Fue así que esa noche, en nuestras craciones, presentamos el asunto delante del Señor. -Estamos en un aprieto. De alguna manera tenemos que conseguir una torta. ¿ Nos la darás? Esa noche, mientras dábamos vueltas y más vueltas envueltos en nuestras mantas, acostados en el piso del salón, jugamos a las adivinanzas. ¿ De qué manera nos proveería esa torta el Señor? Entre los cinco pensamos en todo lo imaginable, o al menos, así creíamos. Llegó la mañana. Casi esperábamos que un mensajero celestial llamara a la puerta trayéndonos una torta, pero no vino ninguno. Llegó el correo de la mañana. Rasgamos el sobre de las dos cartas, esperando que hubiera dinero. Pero no había. Una señora de una iglesia cercana vino para ver si podía ayudarnos. "Torta", era la palabra que teníamos a flor de labios, pero nos la tragamos. Hicimos un gesto con la cabeza. -Todo -le aseguramos- está en las manos del Señor. El té estaba anunciado para las cuatro de la tarde. A las tres ya habíamos preparado las mesas pero no teníamos la torta. Las tres y media. Pusimos a hervir el agua. Cuatro menos cuarto. Sonó el timbre. Corrimos a la puerta. Allí estaba el cartero. En sus manos tenía una caja de regular tamaño. -¡ Hola, muchachos! -dijo. -Tengo algo para ustedes. Me parece que es comida. Entregó el paquete a uno de los muchachos. -Ya pasó la hora de distribución, pero -dijo- no me gusta dejar paquetes perecederos hasta el día siguiente. Le agradecimos profusamente y tan pronto cerró la puerta, el que tenía la caja me la entregó ceremoniosamente. -Es para ti, Andy- de un tal William Hopkins, de Londres. Tomé la caja y la desenvolví con todo cuidado. La desaté. La desenvolví. Adentro no venía ninguna nota. Era una gran caja blanca. En Jo profundo de mi POR LA SENDA REAL 83 corazón sabía que podía permitirmd el lujo de abrirla lentamente. Al hacerlo, adentro vi, en perfecto estado, para ser admirada por cinco pares de atónitos ojos, una enorme y apetitosa torta de chocolate. Respaldado con esta clase de experiencia, la verdad es que no me sorprendió en absoluto encontrar, a mi regreso de la gira, un cheque de los Whetstra, que, al convertirlo a libras, alcanzó para pagar la cuota de mi segundo semestre en la escuela. Este parecía pasar más rápidamente que el primero. ¡ Tanto tenía que aprender y meditar! Pero, antes de que este segundo semestre terminara ya había recibido dinero para estar allí un tercero. Y de todos los lugares, esta vez el dinero me lo habían mandado algunos compañeros del hospital de veteranos. Así también pasó el segundo año. Nunca mencioné a nadie las cuotas de la escuela y sin embargo, siempre recibía el dinero en el momento preciso para pagar la cuota íntegramente y en el plazo estipulado. Tampoco recibía más de lo que me hacía falta para pagar la escuela y a pesar de los que me ayudaban financieramente no se conocían entre sí, nunca recibí dos cheques juntos. De continuo experimentaba la fidelidad de Dios a la vez que iba aprendiendo algo respecto de su buen humor. Había hecho un pacto con Dios de que nunca me quedaría sin dinero para las cuotas de la escuela. Este pacto sin embargo no decía nada sobre si me faltaba el jabón o se me acababa el dentífrico o las hojas de afeitar. Una mañana vi que se me había terminado el jabón de lavar la ropa. Cuando busqué en la caja. donde guardaba el dinero, todo lo que pude juntar fueron seis peniques. El jabón costaba ocho. -Señor, tú sabes que tengo que estar aseado. ¿ Puedes hacer algo respecto de estos dos peniques? Tomé los seis peniques y me dirigí a la calle donde estaban todos los negocios. Di unos pasos y vi que en la vidriera de uno había un anuncio. "Dos peniques de descuento. Compre ya su jabón "SURF". Entré, dejé allí mis ahorros y retomé el camino hacia la colina sil- 0 84 EL CONTRABANDISTA DE DIOS bando alegremente. Era una caja de jabón bien grande. Cuidándolo podía durarme hasta que terminaran las clases. Esa noche, sin embargo, uno de los muchachos vio que estaba lavándome una camisa y gritó: -Eh, Andy, préstame un poco de jabón, ¿quieres? Se me acabó el mío. Por supuesto que le di jabón sin decir una palabra. Lo miraba usar mi precioso SURF con la certeza de que no me lo devolvería. Todos los días volvía a pedirme un poco más de jabón, y todos los días yo tenía que usar un poco menos. Y después fue el dentífrico. El tubo estaba completamente vacío. Lo había apretado, torcido, abierto y raspado. ¡Agotado! Recordaba que en alguna parte había leído que la sal de cocina sirve como dentífrico y aunque tenía los dientes limpios, mi boca lucía una mueca permanente. Para no ser menos, las hojas de afeitar también. Había guardado las hojitas usadas y llegó el día en que tuve que sacarlas a relucir. Como no tenía una piedra de asentar tuve que asentarlas sobre mi brazo. Diez minutos todos los días para asentarlas sobre mi piel, estaba afeitado, pero ¡ a qué precio! Durante todo ese tiempo me parecía como que Dios estaba jugando conmigo. Quizá se valía de estas experiencias para enseñarme la diferencia que había entre el deseo y la necesidad. La pasta de dientes tenía un buen sabor. Las hojitas de afeitar nuevas afeitaban con mayor suavidad y rapidez, pero esas cosas eran lujos y no necesidades. Estaba seguro de que si surgía una necesidad, Dios me la supliría. Y llegó el día en que se me presentó una verdadera necesidad. En Gran Bretaña los extranjeros tenían la obligación de renovar sus visas a intervalos regulares. Yo tenía que renovar la mía para el 31 de diciembre de 1954 o de lo contrario tendría que salir del país. El mes iba pasando y no tenía ni un centavo en mi haber. ¿ Cómo iba a mandar los formularios a Londres? Una carta certificada costaba un chelín, doce peniques. Creía que Dios no iba a permitir que me expulsaran de la escuela por no tener un chelín. P OR LA SENDA REAL 85 Fue así que el juego que Dios jugaba conmigo tomó un nuevo cariz. A este juego lo había bautizado con el nombre de el juego del camino real. Había descubierto que cuando Dios suplía el dinero que me hacía falta lo hacía de una manera soberana, majestuosa. Nunca de manera común o corriente. En tres oportunidades y en relación con esta carta certificada casi estuve a punto de desviarme del camino real. Ese último año era presidente del cuerpo estudiantil. Tenía a mi cargo los fondos de la escuela destinados a la impresión de tratados. Un día mis ojos se dirigieron primero al calendario. Era 28 de diciembre. En seguida miré el dinero. En aquel entonces el fondo tenía varias libras. Seguramente que no estaría mal tomar un chelín prestado. Rápidamente deseché la idea. Llegó el 29 de diciembre. Faltaban dos días. Ya casi me había olvidado del feo sabor de la sal y cuánto tardaba para asentar una hojita de afeitar sobre mi brazo; perplejo con el asunto del chelín que me faltaba. Esa mañana se me ocurrió que tal vez encontraría los peniques que necesitaba, tirados en el suelo. Ya me había puesto el saco y caminaba por la calle antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Iba por la calle con la cabeza gacha y la vista fija en el suelo, buscando los peniques en el albañal. ¿ Qué clase de camino real era éste? Me enderecé y me eché a reír allí en la transitada calle. Volví a la escuela con la cabeza erguida pero sin contar con más probabilidades de conseguir el dinero. La última ronda en el juego fue la más sutil de todas. Diciembre 30. Era necesario que mandara mi solicitud por correo ese día si quería que llegara a Londres para el 31. A las diez de la mañana uno de los estudiantes me llamó desde el hueco de la escalera. Alguien me estaba esperando. Corrf · escaleras abajo pensando que debía ser el ángel que venía a hacerme la entrega. Pero cuando vi quién era que me buscaba, se me cayó el alma a los pies. El· visitante no venía a traerme dinero sino a pedirme. El que me había venido a ver era Richard, un muchacho con el que había trabado 86 EL CONTRABANDISTA DE DIOS amistad hacía algunos meses en los barrios bajos de Patrick. Venía de vez en cuando a verme, cuando necesitaba dinero. Fui a su encuentro caminando pesadamente. Richard me esperaba en el camino de piedras blancas, con las r-anos en los bolsillos y la cabeza inclinada. -Andrés -me dijo-. ¿Podrías darme dinero? No tengo qué comer. Me puse a reír y le expliqué por qué. Le conté acerca del jabón y las hojas de afeitar. En tanto que hablaba vi la moneda. Estaba entre las piedras. El sol daba de lleno en ella, de modo que yo sí podía verla pero Richard no. Por el color me di cuenta que era un chelín. Instintivamente le puse el pie encima. En seguida mientras charlaba con Richard me agaché y la recogí junto con un puñado de guijarros. Uno por uno arrojé los guijarros al azar hasta que no me quedaba nada más que el chelín. Con disimulo me la guardé en el bolsillo, pero en ese momento empezó la lucha. Con esa moneda podría quedarme en la escuela. No le haría ningún bien a Richard dándosela. Se iría a beber y en menos de una hora tendría tanta sed como siempre. Mientras pensaba argumentos convincentes, comprendía que no procedía bien. ¿ Cómo podía juzgar a Richard cuando tan claramente Cristo me había dicho que no debía hacerlo? Además no era éste el camino real. ¿ Qué derecho tenía un embajador de guardarse el chelín cuando otro de los hijos del Rey, de pie, frente a él, le decía que tenía hambre? Metí la mano en el bolsillo y saqué la moneda de plata. -Richard, mira, es todo lo que tengo -le dije. ¿ Te alcanzará? Sus ojos se iluminaron. -¡ Claro que sí, mi amigo! Richard revoleó la moneda por el aire y corrió cuesta abajo por la colina. Satisfecho por haber cumplido mi deber, entré en la escuela. Y antes de llegar adentro vi venir al cartero. Entre la correspondencia, lógicamente, había una carta para mí. La letra del sobre era de Greetje. Pensé que debía ser de una célula de oración en Ringer y que adentro habría dinero. ¡ Y había! ¡ Un montón! Una libra y media, treinta chelines. Mucho más que ' POR LA SENDA REAL 87 suficiente para mandar la carta, comprar un paquete grande de jabón, regalarme con mi dentífrico preferido y comprar hojitas de afeitar Gillette Super en lugar de las azules. El juego había terminado. El Rey lo había hecho a su manera. Llegó la primavera de 1955. Mis dos años en la escuela de preparación misionera tocaban a su fin. Me sentía deseoso de comenzar a trabajar. Kees se había graduado el año anterior y estaba en Corea. Sus cartas estaban saturadas de las necesidades que había allí y también de las oportunidades que se presentaban. El director de la escuela me preguntó si yo quería ir allá. Y una mañana, serenamente, sin ruido, como tan a menudo sobrevienen las crisis, me puse a hojear una revista y desde aquel entonces mi vida no ha sido la misma. Una semana antes de la graduación bajé hasta el sótano de la escuela para buscar mi valija. Sobre una caja de cartón bastante estropeada, en aquel lúgubre sótano, había una revista que ni yo ni nadie de la escuela recordaba haber visto antes. Nunca sabré cómo llegó hasta allí. La agarré y me puse a hojearla distraídamente. Era una hermosa revista, impresa en papel brillante y con fotos a todo color. La mayoría mostraba grandes multitudes de jóvenes que marchaban desfilando por las calles de Pekín, Varsovia y Praga. Sus rostros denotaban alegría y su paso era vigoroso. El texto, en inglés, señalaba que esos jóvenes formaban parte de una organización mundial de noventa y seis millones. Por ningún lado se leía la palabra comunista. Sólo de vez en cuando aparecía la palabra socialista. Se réfería a un mundo mejor, a un mañana más luminoso. Y casi en las últimas páginas de la revista vi un anuncio sobre un festival juvenil que se realizaría en Varsovia el próximo mes de julio. Todos estaban invitados. ¿Todos? En vez de dejar la revista me la puse debajo del brazo y junto con mi valija, la llevé a mi cuarto. Esa noche, sin tener una idea de hacia dónde me llevaría, escribí unas líneas a la dirección de Var- 88 EL CONTRABANDISTA DE DIOS sovia, que daban allí. Expliqué francamente que me estaba preparando para ser un misionero cristiano y que estaba interesado en asistir al festival juvenil para intercambiar ideas: yo les hablaría de Cristo y ellos podían hablarme del socialismo. ¿ Bajo esas circunstancias estarían dispuesto a que fuera? Mandé la carta. La respuesta no se hizo esperar. Seguramente que querían que fuera. Como era estudiante me ofrecían tarifas reducidas. Un tren especial saldría desde Amsterdam. Me adjuntaban mi identificación y esperaban verme en Varsovia. La única persona a la que le mencioné este viaje fue a tío Hoppy. Me escribió: "Andrés, creo que debes ir. Te incluyo cincuenta libras esterlinas para tus gastos." Y en ese momento, tan pronto como salí de Escocia rumbo a Holanda, un sueño comenzó a tomar cuerpo. Sin forma al principio, esporádicamente, se había ido gestando allá en Ringer, aunque siempre hasta ahora había sido indefinido, confuso. Había comenzado mi último día en la fábrica. En Ringer había una sola persona afiliada al Partido Comunista, una mujer corpulenta, de baja estatura, de cabellos canosos, cortados casi al ras, que le daban a su cabeza el aspecto de un cepillo. Para todo tenía una proclama fija, empezando por nuestros salarios ("esclavos") y hasta la Reina ("una opresora"). Mis esfuerzos evangelísticos, cuando se dio cuenta de ellos, parecían que habían hecho sonar una sirena de alarma en ella, haciéndola proferir declaraciones como: "Dios es la invención de las clases explotadoras." Como era una persona que carecía por completo del sentido del humor nunca se dio cuenta que todos se reían de ella. En los veinte años que trabajaba allí no había conseguido ni un solo convertido. Comprendí que en lugar de resultar divertida era una persona digna de lástima. A la hora del almuerzo iba a la mesa donde ella se sentaba sola, sin compañía alguna. El día que me fui de Ringer me detuve frente a su banco de trabajo para despedirme. -Por fin se libró de mí -le dije, procurando que por lo menos la despedida fuera amistosa. ' POR LA SENDA REAL 89 -Pero no de las mentiras que ha dicho -me respondió. -Ha hipnotizado a esta pobre gente hablándoles del cielo y de las bellezas de aquel lugar. Los ha cegado con ... Suspiré y me preparé para la perorata sobre el opio de los pueblos. Pero para mi sorpresa, su airada voz vaciló. -Por supuesto que ellos le creen -siguió menos segura. -No están adoctrinados. No les han enseñado argumentos dialécticos. Piensan lo que ellos quieren pensar. Y prosiguió : -Después de todo -su voz era muy baja, casi imperceptible- si uno pudiera elegir, ¿quién no elegiría? bueno, ¿ quién no elegiría a Dios y todo eso? La miré con el rabillo del ojo y me pareció ver lo increíble. Me pareció ver lágrimas en sus ojos. CAPITULO 7 Detrás de la Cortina de Hierro Mi regreso a Witte luego de haber pasado dos años en Inglaterra fue revivir una de esas experiencias de algo que sucedió con anterioridad. Igual que cuando volví de Indonesia, todo en el pueblo aquella calurosa mañana de julio de 1955 estaba como cuando me había ido. Al principio tenía la molesta sensación de que el tiempo no había pasado en absoluto. Geltje estaba en el jardín colgando ropa cuando crucé el puentecito de nuestra casa. Aquí, sin embargo, todo no era Igual. Había una diferencia: una criaturita jugaba en la escalinata del frente. El hijo de Geltje. -¡Hola! -exclamé dando vuelta a su alrededor. -¿ Hay alguien en casa? ¡ Soy Andy ! Aparecieron todos juntos. No faltaron las exclamaciones y los abrazos, el ponerse al tanto de las cosas, el ataque al problema de logística: dónde dormiría cada uno ahora que el tío Andrés estaba en casa. Los días que siguieron los dediqué a visitar a mis amigos. Fui a ver al señor Ringer en la fábrica. Visité a la señorita Meekle. Al oírme hablar en inglés, levantó los brazos asombrada. Asimismo visité a la familia de Kees, y por supuesto también fui a lo de los Whetstra. Me sorprendió mucho enterarme que se estaban para mudar a Amsterdam. Les había ido muy bien con la exportación de flores y les convenía estar más cerca de la oficina de expedición. También fui a Ermelo a visitar a mi hermano Ben y a su esposa. Como quien no quiere la cosa le pregunté si tenía noticias de Thile. -Sí -me contestó de manera tan casual como yo, -el año pasado me enteré que se casó. Creo que con un panadero. Y puesto que parecía que no había nada para agregar, ninguno de los dos dijo nada más. 1 , ¡ DETRAS DE LA CORTINA DE H IERRO 91 El tren para Varsovia salió de Amsterdam el 15 de julio de 1955. Me llamó mucho la atención la gran cantidad de jóvenes que fueron atraídos por el festival. Cientos de jóvenes y señoritas se arremolinaban en las cercanías de la estación. Por primera vez empecé a creer en las extravagantes cifras que había leído en la revista. Mi valija pesaba. Llevaba muy poca ropa: una muda de sábanas y algunos calcetines extra. Lo que la hacía pesada eran los folletos de 31 páginas "el camino de la salvación". Si los Comunistas me habían atraído a su país por medio de la literatura, yo llevaría mi propia literatura. Fue Carl Marx que dijo: "Denme 26 soldados de plomo y conquistaré al mundo", significando por supuesto las 26 letras del alfabeto. Bueno, este juego podía jugarse por partida doble: llevé a Polonia ediciones de este folleto en todos los idiomas europeos. Y así, con la valija a punto de desfondarse de tan cargada, y mis flamantes pantalones de pana que pregonaban a gritos su condición de nuevos, subí al tren. Horas después me encontré en la estación central de Varsovia esperando que me asignaran un hotel. Me sentía muy solo. No conocía a nadie en toda Polonia y menos aún el idioma. De todo el mundo cientos y miles de jóvenes llegaban a Varsovia con un propósito totalmente opuesto al mío. Mientras esperábamos oraba y me preguntaba si las mías serían las únicas oraciones que se ofrecían en esta entusiasta, jovial y confiada multitud. Resultó que mi "hotel" era una escuela, cuyas aulas habían sido especialmente transformadas en dormitorios para esta ocasión. Al llegar me asignaron al aula de ma~áticas. Había treinta camas. Tan pronto como me fue posible, salí del hotel y fui a caminar por las calles de Varsovia preguntándome qué tendría que hacer ahora. Más bien sin rumbo me subí a un ómnibus y de pronto, mientras nos abríamos paso a través del tránsito supe lo que tenía que hacer. Durante la ocupación había aprendido algo de alemán. Sabía que en Polonia había una respetable minoría de alemanes. Suspiré hondo y dije en alemán: -Soy un cristiano holan- 92 EL CONTRABANDISTA DE DIOS dés. Todos los que estaban cerca mío dejaron de hablar. Me sentí como un idiota. -Quisiera conocer algunos cristianos polacos, ¿ habrá alguien que pueda ayudarme? Silencio absoluto. Pero cuando se puso de pie para bajar del ómnibus, una mujer obesa apoyó su rostro cerca del mío y me susurró una dirección en alemán. También dijo: Sociedad Bíblica. Mi pulso latió aceleradamente. ¡ Una Sociedad Bíblica en un país comunista! Encontré el lugar y la vi: una Sociedad Bíblica a plena luz. En la vidriera pude apreciar una cantidad de Biblias, ediciones subrayadas, traducciones extranjeras y Nuevos Testamentos de bolsillo. Pero el negocio tenía la cortina metálica baja y la puerta estaba cerrada con candado. En la puerta había un pequeño cartel, que copié cuidadosamente, palabra por palabra y lo llevé conmigo. El encargado de mi grupo sonrió. -Es un aviso sobre las vacaciones -dijo. "Cerrado por vacaciones." Reabría el 21 de julio. • Por lo tanto, tuve que esperar. En seguida tuvieron hecho el horario que seguiríamos durante esas tres semanas. Iríamos en una gira oficial para visitar lugares de interés por la mañana, y por la tarde y noche habría conferencias. Durante unos pocos días seguí la rutina establecida. Era obvio que lo que nos enseñaban era una bien depurada vista de Varsovia. Escuelas nuevas, prósperas fábricas, departamentos de altos, negocios abarrotados de mercaderías. Todo esto era muy impresionante pero me preguntaba qué pasaría si me las arreglaba para salir a recorrer por mi cuenta. Una mañana decidí hacerlo. Me levanté temprano y antes de que el resto de mi delegación bajara a tomar el desayuno ya había salido afuera. Caminé por arriba y por abajo de las anchas avenidas de Varsovia, triste ante las huellas de los es. tragos causados por la guerra. Cuadras enteras bombardeadas, cuadras que en la gira a los puntos de interés se habían evitado. Abundaban las áreas de barrios bajos. Negocios insignificantes en los que esperaban largas filas de hombres y mujeres vestidos DETRAS DE LA CORTINA DE H IERRO 93 con ropa andrajosa. Una escena en particular sobresale en mi memoria : una área del pueblo que había sido bombardeada. Allí las familias vivían como conejos en su madriguera. Habían cavado los escombros hasta los sótanos y vivían allí. Una niñita jugaba descalza entre la tierra y los escombros. Llevaba un folleto en polaco conmigo y se lo di junto con un billete de poco valor. Me miró sorprendida y corrió hacia el montón de escombros. En un momento salió por el agujero la cabeza de una mujer. Tropezó, y se tambaleó hacia adelante. En sus manos tenía el folleto y el dinero. Detrás de ella venía un hombre. Los dos estaban sucios y borrachos. Traté de hablarles en alemán, en inglés y hasta en holandés, pero me miraban estúpidamente. En pantomimas traté de hacerles entender que leyeran el folleto pero por la forma en que lo sostenían comprendí que no sabían leer. Movían la cabeza y por fin, con una sonrisa y un asentimiento, me alejé. Llegó el domingo; un día de mucha actividad en el programa. Tendríamos que tomar parte en una demostración en el Estadio. Pero yo, me fui a la iglesia. Los diarios holandeses habían publicado tantas historias respecto de los arrestos en casas de los dirigentes de las iglesias polacas y el cierre de los seminarios, que tenía la impresión de que en Polonia la religión se mantenía celosamente oculta. Era obvio que no sucedía eso. Aparentemente la Sociedad Bíblica seguía operando. Había pasado delante de Iglesias Católicas que tenían sus puertas abiertas de par en par. Me pregunté si también estarían abiertas las Iglesias Protestantes. No quería preguntar en la escuela la dirección de ninguna Iglesia puesto que se suponía que debía asistir a la Concentración. Me escabullí y tomé un taxi. -Buen día -saludé en polaco. El conductor me devolvió la sonrisa y dijo alegremente y a la carrera una larga frase. Pero "buen día" era todo el polaco que sabía yo. Le dije en alemán que me llevara a una -iglesia. La alegría de su rostro se esfumó. Le hablé en inglés y me miró sin hacer ningún gesto. Junté mis manos como si orara y las abrí como si leyera. Después me persigné y sacudí la cabeza. No, a una 94· EL CONTRABANDISTA DE DIOS Iglesia Católica no. Otra vez volví a la pantomima de leer la Biblia. De nuevo el conductor se sonrió. Cruzó el pueblo. Esta vez sí había entendido. Nos paramos frente a un edificio de ladrillos rojos que ostentaba dos chapiteles. Diez minutos después estaba sentado allí, en un servicio, en la Iglesia Reformada, detrás de la Cortina de Hierro. Me sorprendió lo numeroso de la congregación. Unas tres cuartas partes del salón estaba ocupado. También me llamó la atención al ver tantos jóvenes. Todos cantaban con entusiasmo y al parecer el sermón estaba centrado en la Biblia; el predicador de continuo se refería a su Biblia. Cuando terminó el culto esperé en la parte de atrás del santuario. Quería ver si allí había alguien que hablara alguno de los idiomas que yo hablaba. Mis ropas deben haberme señalado como extranjero porque casi en seguida alguien me dijo: -¡Bienvenido! Me di vuelta y me encontré frente a frente con el pastor. -¿Puede esperar un momento? -me preguntó en inglés. -Me gustaría charlar con usted. ¡Y a mí con él! Cuando casi toda la congregación se había ido el pastor y un puñado de jóvenes se ofrecieron voluntariamente para contestar mis preguntas. Sí, podían adorar abiertamente y con considerable libertad mientras se mantuvieran alejados de las cuestiones políticas. Sí, algunos miembros de la iglesia también eran miembros del Partido Comunista. Bueno, el Régimen había hecho tanto para la gente que había que cerrar los ojos a las otras cosas. -Es una contemporización -dijo el pastor encogiénd:>se de hombros. -Pero, ¿ qué se puede hacer? -¿ A qué iglesia va en su país? -me preguntó uno de los muchachos en perfecto inglés. -Bautista. -¿ Le gustaría ir a un culto Bautista? -Muchísimo, por supuesto. Sacó un lápiz y papel y anotó una dirección. -Esta noche tienen culto -me dijo. Y esa noche, una vez que los muchachos de la delegación holandesa me contaron lo aburridos que fueron los interminables discursos del día, tomé una vez más ' nF.'l'RAS DE LA CORTINA DE H IERRO 95 un taxi; esta vez provisto de una dirección específica. El culto ya había comenzado cuando llegué. La congregación no era tan numerosa; la gente no estaba tan bien vestida y casi ni había jóvenes. Pero sucedió algo interesante. Le informaron al pastor que en la congregación había un visitante extranjero y de inmediato me pidió que me acercara a la plataforma y les hablara. Me sorprendí. ¿ Tenían tanta libertad? -¿ Alguno de ustedes habla alemán o inglés? -pregunté sin darme cuenta que había encontrado una técnica que en el futuro emplearía con frecuencia. Una señora que estaba allí esa noche, hablaba alemán. A través de ella prediqué mi primer sermón detrás de la Cortina de Hierro. Fue corto e insignificante excepto por un hecho inescapable: allí estaba yo, un cristiano del otro lado de la Cortina de Hierro, predicando el evangelio en un país Comunista. Al fin de mi pequeño sermón el pastor dijo algo que me resultó muy interesante. -Queremos darle las gracias -manifestó- por estar aquí. Aun si no hubiera dicho ni una sola palabra, el solo hecho de verlo hubiera significado muchísimo para todos nosotros. A veces pensamos que estamos solos en nuestra lucha. Esa noche, acostado en el catre, allí, en el aula de matemática, pensé en la diferencia que había entre las dos iglesias. Una, al parecer, seguía el camino de la cooperación corr el gobierno: atraía grandes cantidades de personas, también atraía a los jóvenes. La otra, me parecía que transitaba por un largo y solitario camino. Cuando había preguntado si asistía a los cultos algún miembro del Partido, me contestaron "¡ no que sepamos!" Aprendía tanto y con tanta rapidez que me resultaba difícil asimilarlo todo. ¡ Hacía casi una semana que estaba en Polonia! Por fin había llegado el tan esperado 21 de Julio, el día en que la Sociedad Bíblica volvía a abrir sus puertas. Salí temprano del hotel y caminé por las casi desiertas avenidas hasta llegar a la calle Nuevo Mundo. Justo antes de las nueve de la mañana un hombre que venía caminando ligero se paró frente a la Sociedad Bíblica y puso una llave en la cerradura. -Buen día -saludé en polaco. 96 EL CONTRABANDISTA DE DIOS El hombre se irguió y me miró. -Buen día -contestó un poco molesto. -¿ Habla inglés o alemán? -le pregunté en inglés. -Inglés. Miró a su alrededor. -Entre. Encendió las luces y se puso a levantar las cortinas. Mientras él trabajaba yo me presenté. Contestó con un gruñido. Ahora le tocaba el turno a él. Me enseñó el negocio, sus muchas ediciones de la Biblia; había para todos los presupuestos. Y todo el tiempo sonsacaba fragmentos de información referentes a mi persona, tratando de establecer realmente quién era yo. -¿ Por qué está aquí, en Polonia? -me preguntó súbitamente. -Si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él- le respondí, citando un versículo de Primera Corintios. El comerciante me miró detenidamente. -No hablamos de padecimientos -protestó. -Por el contrario, le estaba diciendo cuánta libertad tenemos para publicar y distribuir Biblias. Y con esto empezó a contarme algo -que ilustraría- dijo, -lo bien que los cristianos se llevaban con el Régimen. Hasta Stalin, antes de su reciente muerte, había mostrado una disposición favorable hacia la labor de la Sociedad' Bíblica. -Un día -me explicó-- dos oficiales vinieron al local y me entregaron una orden escrita. Con motivo del cumpleaños de Stalin todos los comercios tenían que exhibir su foto en las vidrieras en medio de una selección de sus artículos más escogidos. -Por supuesto -agregó el comerciante- tenía muchos deseos de cooperar. Ese mismo día salí de compras y encontré justo lo que quería: una gran foto en colores de Stalin, de brazos cruzados, mirando hacia abajo con una afectuosa sonrisa en sus labios. Bien, coloqué la foto en la vidriera. Busqué la Biblia más cara, la abrí en una página donde se podían leer algunas palabras de Cristo, subrayadas en rojo y la puse bajo la complaciente mirada de Stalin. Todos parecían encantados con mi exhibición porque de pronto una multitud sonriente se congregó. Pero en eso llegó la G. P. U. ( policía política). -¡ Quite eso inmediatamente! -me ordenaron. DETRAS DE LA CORTINA DE H IERRO 97 -Oh, no, Señor -contesté, -no puedo hacerlo porque aquí tengo la orden escrita del Gobierno. Yo me reí, pero él no. Ni siquiera pestañeó. Este fue mi primer encuentro con la satírica contraparte que desempeña ese papel en la vida de la comunidad cristiana detrás de la Cortina de Hierro. De inmediato compuse mi expresión para que hiciera juego con la sobria expresión del suyo. En tanto que hablábamos llegaron varios clientes. Quería ver cómo marchaba el negocio. Cuando volvimos a quedarnos solos le pregunté si había otras Sociedades Bíblicas en los otros Países Comunistas. -En algunos sí, en otros no -contestó. Se puso a sacudir el polvo de las estanterías. Tengo entendido que en Rusia las Biblias escasean muchísimo. Es más, me han dicho que allí se hacen fortunas. Un hombre entra de contrabando diez Biblias a Rusia y las vende. Con lo que gana se compra una motocicleta. Se va con la moto a Polonia o a Yugoslavia o a Alemania Oriental y la vende con un buen margen, con el que compra más Biblias. Eso es lo que dicen, por supuesto. Pasé toda la mañana con él y cuando llegó el momento de despedirme, me sentí muy triste. Al regresar a la escuela procuré sacar algo en claro de esta visita. El negocio vendía Biblias abiertamente, a cualquier persona, lo que difícilmente podía ser un ejemplo de la persesecución religiosa de la que con tanta frecuencia habíamos oído hablar en Holanda. Y sin embargo, mi amigo hablaba de una manera tan circunspecta como si en realidad estuviera haciendo algo ilegal. Percibía una inquietud, una tensión en el aire que me hizo saber que las cosas no eran como parecían. Y sin embargo, aún no había intentado poner en práctica el propósito para el cual había ido a Polonia. Quería entregar mis "26 soldados de plomo" abiertamente, en las calles, para ver qué pasaría. Durante varios días seguidos me paré en las esquinas, fui hasta el mercado, repleto de verduras frescas de la estación; viajé en tranvía y por todos lados repartí los folletos. Nunca antes había visto tranvías tan repletos como aquéllos. La gente estaba parada en la plataforma, en 98 EL CONTRABANDISTA DE DIOS los enganches, en los cubos donde encajaban los rayos de las ruedas. Recuerdo que una vez íbamos tan apretados en la plataforma trasera, que tuve que levantar los folletos sobre mi cabeza para que no me los estropearan. Una campesina que estaba cerca mío vio los folletos y se persignó. -Sí, sí - dijo. -Esto es justamente lo que necesitamos en Polonia -agregó en alemán. Eso fue todo, pero supe que realmente nos habíamos encontrado. Ella una católica de Europa Oriental y yo un protestante occidental. Allí, en la apiñada plataforma del tranvía nos habíamos encontrado como cristianos. A medida que transcurrían los días y no sufría ninguna mala consecuencia por la distribución de los folletos en público, para que todos vieran, empecé a sentirme eufórico respecto de las posibilidades que había en este campo misionero. Y un día descubrí cuán profundamente arraigada estaba en mí la actitud derrotista. Creía que había entregado literatura cristiana en todos los lugares imaginables. Pero una mañana, durante mi meditación matutina, práctica que venía observando desde mis días en Londres, recordé los cuarteles militares que había calle arriba, pasando la escuela. No sólo que nunca se me había ocurrido darles algunos folletos a los soldados que estaban allí, sino que la sola vista de sus uniformes me hacía apresurar el paso en dirección opuesta. ¡ Qué ciego puede volverse uno! Yo, de toda la gente, tendría que haberme dado cuenta que el uniforme no hace a la persona. El día anterior a la clausura del festival me dirigí a un grupo de seis soldados rojos que montaban guardia y entregué un folleto a cada uno de ellos. Los soldados los miraron, me miraron a mí, se miraron unos a otros. Les expliqué que era holandés y comprobé que uno de ellos hablaba alemán. -La ocupación americana debe tenerlos muy amargados -dijo uno. -¿La qué? -La ocupación de Holanda por parte de la fuerza aérea norteamericana. DETRAS DE LA CORTINA DE H IERRO 99 Estaba tratando de explicarles que no éramos un país ocupado cuando súbitamente los soldados se pusieron en posición de firmes. Se acercaba un oficial gritando órdenes en polaco mientras andaba. Los seis soldados se dieron vuelta elegantemente y se alejaron a paso rápido. Aun así observé que llevaban sus folletos. -¿ Qué le ha dado a esos hombres? -me preguntó el oficial en alemán. -Esto, señor-. Le entregué uno de los folletos y lo examinó atentamente. Dos horas después fui yo quien me despedí. Teníamos programado partir al día siguiente y debía llenar un montón de formularios para el viaje. Al separarnos, el oficial, ruso ortodoxo por nacimiento, me deseó buena suerte y buen viaje. A la mañana siguiente fue nuestro último día en Varsovia. Me había levantado mucho más temprano que de costumbre y a la salida del sol ya me encontraba en la calle. En una de las anchas avenidas encontré un banco, sequé el rocío y me senté con mi Testamento de bolsillo sobre mis rodillas. Al ir allí tan temprano me animaba un propósito específico: orar por cada una de las personas que había encontrado en este viaje. Por mucho rato esa mañana pensé en los lugares y las personas que había visto. En los tres últimos domingos había visitado iglesias Presbiterianas, Bautistas, Católicas Romanas; Ortodoxa, Reformada y Metodista. En cinco oportunidades me habían pedido que les hablara en el culto. Había visitado una Sociedad Bíblica, hablado con soldados y un oficial y con gente parada en las esquinas y en los tranvías. Oré por cada uno de ellos. Y mientras estaba sentado orando, oí la música. Se acercaba hacia donde yo estaba. Marcial, airosa, escuché voces que cantaban. Y entonces lo vi, la perfecta culminación de la visita: el Desfile del Triunfo, que ponía el broche de oro al festival. Este era el otro aspecto del cuadro porque formaba un gigantesco contraste contra la única y pequeña Sociedad Bíblica y los ocasionales cristianos con los que me había encontrado. Ahora se acercaban marchando por la avenida estos jóvenes socialistas. Ni por un momento pensé que 100 EL CONTRABANDISTA DE DIOS estuvieran bajo coacción. Marchaban porque lo creían. Marchaban de a ocho en fondo: sanos, pletóricos de vida, de buen aspecto, marchaban cantando y sus voces sonaban como vítores. Desfilaron sin cesar, por diez, quince minutos, una fila tras otra de muchachos y señoritas ... El efecto era avasallador. Estos eran los evangelistas del siglo veinte. Eran las personas que iban proclamando sus buenas nuevas. Y parte de esas nuevas era que las viejas cadenas y las supersticiones de la religión, las ideas anticuadas y prohibidas acerca de Dios, ya no contaban más. El hombre era su propio amo: el futuro le pertenecía. ¿ Qué debíamos nosotros, los de Occidente· hacer respecto de estos miles de jóvenes que continuaban pasando, marchando por mi lado, golpeando sus manos con un ritmo aterrador? ¿Matarlos? Esa había sido la respuesta de los nazis. ¿ Dejarlos que ganaran por negligencia nuestra? No obstante amar y respetar a la C.E.M. y su escuela de preparación misionera, tenía que admitir que nunca había enviado a nadie detrás de la Cortina de Hierro. ¿ Qué debíamos hacerles? ¿ Qué debía hacer yo? La Biblia seguía abierta, allí sobre mis rodillas, sus páginas agitándose con la suave brisa matutina. Al poner mis manos encima para que las hojas no siguieran agitándose, noté que estaba abierta en Apocalipsis. Mis dedos descansaban sobre la página como si estuviera señalando. "Sé vigilante", decía el versículo que señalaban mis dedos, "y afirma las otras cosas que están para morir". Súbitamente me di cuenta que miraba esas palabras con los ojos empañados por las lágrimas. ¿ Podría ser que Dios me estuviera hablando, diciéndome que mi trabajo estaba aquí, detrás de la Cortina de Hierro,· donde el remanente de su Iglesia luchaba para sobrevivir? ¿ Tendría yo que tener alguna parte para afirmar esta preciosa cosa que quedaba? ¡ Era algo ridículo! ¿ Cómo podría hacerlo? Según informes que tenía, en 1955 no había ni un solo misionero trabajando en éste, el más grande todos los campos misioneros. ¿ Qué podía yo, una persona sola, que DETRAS DE LA CORTINA DE H IERRO 101 no tenía fondos ni una organización para respaldarlo, hác;r frente a una fuerza abrumadora como la que ahora desfilaba ante mí? CAPITULO 8 La copa de sufrimiento El tren llegó a Amsterdam a horario. Junto con los otros integrantes de la delegación bajé del tren; con mis pantalones de pana todavía diciendo que eran nuevos, pero con una valija considerablemente más liviana que en el viaje de ida a Varsovia. No fui directamente a Witte 'Sino que me dirigí a visitar a los Whetstra en su nueva casa, en Amsterdam. ¡ Era lindísima! Una preciosa casa de ladrillos oscuros, en una hermosa calle arbolada, cerca del río. Frente a su puerta estaba estacionado un Volkswagen nuevo, bien lustrado, de color azul claro. El señor Whetstra me había escrito respecto de este auto. Dejé la valija en el suelo y probé la puerta del pequeño automóvil. -Bueno, muchacho, ¿ qué te parece? Me volví, el señor Whetstra me sonreía. Me llevó a dar una vuelta por la ribera. -Bueno, basta de lucirlo -dijo. -Cuéntanos algo sobre tu viaje. El resto de la tarde lo pasé contándole a los Whetstra sobre el viaje a Polonia y también sobre el versículo bíblico que aparentemente me había sido dado de una manera tan sobrecogedora. -Pero, ¿ cómo voy a poder afirmar algo? -pregunté-. ¿ Qué clase de fuerza tengo yo para hacerlo? El señor Whetstra movió la cabeza. Estaba de acuerdo conmigo en que un solo holandés no era la respuesta para la clase de necesidad que le había · descripto. Pero la señora Whetstra comprendió. -¡No necesitas fuerza! -exclamó con alegría. -¿No sabes que es precisamente cuando somos más débiles cuando Dios puede usarnos más? Imagínate ahora que no eras tú sino el Espíritu Santo que tenía planes para detrás de la Cortina de Hierro? Hablas sobre tu fuerza . . . LA COPA DE SUFRIMIENTO 103 Mi regreso a Witte estaba aunado a una agradable sorpresa. Toda la tarde vinieron vecinos para hacerme preguntas. Las básicas que todos nos hacíamos en 1955 cuando recién empezaba a poderse viajar detrás de la Cortina y el mundo comunista todavía estaba envuelto en el misterio. Pero finalmente el último vecino hizo retumbar sus zuecos sobre el pequeño puente de nuestra casa; llegó la hora de ir a dormir. Mé di vuelta para agarrar mi casi vacía valija y me dispuse a seguir a Cornelio por la escalera hacia el desván. -Aguarda un minuto, Andy -dijo Geltje. Me paré. -j Queremos mostrarte algo! Bajé la escalera y seguí a Geltje al cuarto fuera de la sala de estar, el que una vez fuera de mamá y papá. Cada centímetro estaba poblado de recuerdos: la consumida forma de Baas bajo de su manta; mamá durante los últimos meses de la guerra, demasiado débil como para levantar la cabeza de sobre la almohada ... -Con el nuevo cuarto que terminamos para papá sobre el cobertizo, Andy -decía Geltje- pensamos que deberías tener esta habitación para tu cuartel general. Me faltaron las palabras. En mis sueños más fantasiosos jamás me hubiera imaginado un cuarto para mí solo. En esta pequeña casa, era con mucho sacrificio que Arie y Geltje me brindaron esto. -HASTA QUE TE CASES -anunció papá desde la sala, con su gran vozarrón. Con frecuencia papá hacía algunas observaciones respecto de este solterón de veintisiete años, hijo suyo. -¡ SOLO HASTA QUE TE CASES! De alguna manera encontré palabras para expresarme. t Un cuarto propio! Esa-noche, luego que todos se fueron a la cama cerré la puerta y di vueltas alrededor del cuarto, tanteando los muebles. -Gracias por una silla, Señor. Gracias por la cómoda ... Voy a hacer un escritorio. Lo voy a poner aquí a pasar las horas en mi cuarto estudiando y trabajando y haciendo planes. No hacía una semana que había vuelto a casa cuando comenzaron a llover las invitaciones. Iglesias, clubes, grupos cívicos, escuelas. Todos querían saber algo 104 EL CONTRABANDISTA DE DIOS sobre la vida detrás de la Cortina de Hierro. Acepté todas. En parte porque necesitaba lo que me pagaban. Pero tenía una razón más poderosa. De alguna manera sentía la seguridad de que mediante las Conferencias sabría cuál sería el próximo paso. Y fue así. Una iglesia de Haarlem, donde tenía que hablar, había pegado carteles en todo el pueblo, indicando que mi tema sería "cómo viven los cristianos detrás de la Cortina de Hierro". Nunca hubiera presumido de hablar sobre ese tema luego de una breve visita de tres semanas a una- ciudad. Pero, por lo menos, los carteles atrajeron a un crecido número de personas; el salón estaba repleto. Pero también atrajeron a alguien más: a un grupo Comunista. Los reconocí en seguida, algunos de ellos habían ido conmigo, y me pregunté cuántas interrupciones y burlas me aguardaban. Para mi sorpresa, no hicieron ningún movimiento durante la conferencia ni durante los momentos de preguntas y respuestas que siguieron. Al terminar, una de las mujeres se me acercó. Era una de las que habían dirigido a la delegación holandesa en Varsovia. -No me gustó su charla -dijo. -Lo lamento. No creí que sería de su agrado. -Dijo solamente parte de la historia -señaló. -Es obvio que no ha visto lo suficiente. Necesita hacer más viajes, visitar más países, tener contacto con más dirigentes. Me quedé callado. ¿ A dónde quería llegar? -En una palabra, debe hacer otro viaje, y eso es lo que he venido a sugerirle-. Contuve el aliento. -Estoy a cargo de seleccionar a quince jóvenes del país para llevarlos a Checoeslovaquia. Será un viaje de cuatro semanas. Irán estudiantes, profesores· y enviados especiales. ¿Vendría? ¿ Estaría la mano de Dios en esto? ¿ Sería ésta la próxima puerta que abriría dentro de su plan para mí? Una vez más decidí presentarle la pregunta en términos de dinero. Carecía de dinero para semejante viaje. -"Si quieres que vaya, Señor" oré para mis adentros, "tendrás que suplirme los medios". -Gracias -contesté en voz alta, -nunca podría LA COPA DE SUFRIM IENTO 105 costearme un viaje semejante. Lo lamento-. Me puse a guardar las fotografías de Varsovia que había llevado conmigo. Pude darme cuenta que la mujer me miraba fijamente . -Bueno- dijo por fin, -podemos ocuparnos de eso. Levanté la vista. -¿ Qué quiere decir? -Sobre los gastos. No le costará nada. Así comenzó mi segundo viaje detrás de la Cortina de Hierro. Se asemejaba mucho al viaje a Polonia excepto que esta vez el grupo era más reducido y tuve muchas más dificultades para moverme solo. Me preguntaba qué sería lo que Dios quería que aprendiera en Checoeslovaquia. Y casi al fin de las cuatro semanas lo supe. En todas partes nos habían hablado sobre la libertad religiosa que la gente gozaba bajo el Comunismo. -Aquí, en Checoeslovaquia -nos dijo nuestro guía, -hay un grupo de hombres de letras, subvencionados por el Estado, que han concluido una nueva traducción de la Biblia y ahora están ocupados con un diccionario bíblico. -Me gustaría verlos -dije. Esa tarde me llevaron a un gran edificio de oficinas situado en el corazón de Praga. Era la sede central de todas las iglesias protestantes de Checoeslovaquia. Mi primera impresión fue de asombro al ver las instalaciones que la Iglesia podía mantener. Me condujeron a una serie de oficinas donde caballeros de aspecto grave, con sacos negros, estaban sentados rodeados de pesados volúmenes y pilas de papeles. -Esos son los hombres -me explicaron, -que han trabajado en la nueva traduc. ción. Me sentía muy impresionado, pero lentamente comenzaron a surgir algunos detalles llamativos. Pregunté si podía ver un ejemplar de la nueva traducción y me mostraron un voluminoso y muy ajado manuscrito. -Pero, ¿ es que todavía no han publicado la nueva traducción? -pregunté. -Bueno -dijo uno de los hombres. Su rostro denotaba profunda tristeza. -La tenemos preparada 106 .1 EL CONTRABANDISTA DE DIOS desde la guerra, pero ... Miró al director de la visita guiada y dejó su frase inconclusa. -Y el diccionario bíblico, ¿ está listo? -Casi. -Pero, ¿ de qué vale tener un diccionario de la Biblia y no tener la Biblia? ¿ Hay otras traducciones de la Biblia? El que hablaba conmigo volvió a mirar al director de la gira como si tratara de determinar cuánto podía decir. -No, -dijo abruptamente por último. -Es muy difícil. Sumamente difícil encontrar Biblias aquí en la actualidad. El director de la gira consideró concluída la entrevista. Me llevó sin tener oportunidad de hacer más preguntas, pero el mal ya estaba hecho. Había vislumbrado el subterfugio. En esa nación tan piadosa, en lugar de atacar de frente a la religión, el nuevo Régimen buscaba la frustración. Solventaba una nueva traducción de la Biblia. Una traducción que nunca llegaba a publicarse. Financiaba un nuevo diccionario de la Biblia, sólo que no había Biblias que acompañaran a este diccionario. Al otro día le pedí a nuestro guía que me llevara a la librería interdenominacional en Jungmanova 9. Estaba decidido a comprobar por mí mismo hasta qué punto resultaba difícil encontrar una Biblia. En el negocio tenían una buena cantidad de música impresa, papel de cartas, cuadros, estatuillas, cruces, libros que más o menos guardaban relación con los temas religiosos. En cualquier negocio similar en Holanda se podía encontrar una sección del negocio dedicada a las distintas ediciones de la Biblia. -¿ Podría ver una Biblia subrayada? -le pregunté a la empleada. Ya me había dado cuenta que entre el inglés y el alemán casi ni tenía dificultades para hacerme entender. La vendedora sacudió la cabeza. -Lo lamento, señor. En estos momentos está agotada la existencia. -Bueno, entonces quisiera una edición en blanco y negro. Pero esas también, parecía que momentáneamente se habían agotado. LA COPA DE SUFRIMIENTO 107 -Señorita --contesté, -he venido de Holanda para ver cómo marcha la Iglesia en Checoeslovaquia. ¿ Me va a decir usted que puedo entrar en la librería religiosa más grande del país y no puedo comprar una sola Biblia? La vendedora se disculpó y se dirigió al fondo del salón. Allí hubo una rápida y más bien agitada discusión detrás de la cortina, seguida por el ruido de algo que era envuelto. En seguida el gerente en persona apareció. En sus manos traía un paquete envuelto en papel de embalar. -Aquí tiene, señor-. Le agradecí. -Es debido a la nueva traducción que las Biblias son tan escasas -dijo el gerente. Hasta que esa salga no se imprimirán nuevas Biblias. Era el último día. Habían hecho grandes preparativos para nosotros. Teníamos que ir a las afueras de Praga para visitar comunidades modelo en el distrito rural. Después volveríamos para almorzar y celebrar una conferencia de prensa y una última despedida. Posiblemente hubiera soportado el programa, por pura cortesía, excepto que era domingo. Mi última oportunidad de adorar junto con los creyentes checoeslovacos sin tener un "guía" revoloteando a mi alrededor. Hacía días que había planeado mi escapada. Había notado que la puerta trasera del ómnibus de excursión en que viajábamos tenía un resorte que no andaba bien. Aun cuando estaba "cerrada", había una abertura de unos treinta centímetros de ancho entre la puerta y el batiente. Si contenía la respiración ... Aquel día, cuando el ómnibus partió del hotel, me senté en el último asiento. Frente a cada semáforo medía las oportunidades que tenía para escabullirme por esa puerta sin ser visto. Pero eran muchos los que volvían la cabeza para tener una perspectiva de la ciudad. En determinado momento, cuando todos se habían vuelto para mirar la heroica estatua de bronce de un hombre a caballo, llegó mi oportunidad. Nunca supe quién era porque en tanto que el director de la gira estaba explicándolo, contuve la respiración, me apreté contra la abertura y salté a la calle. Los 108 EL CONTRABANDISTA DE DIOS frenos de aire chirriaron, y el poderoso motor aceleró. Estaba solo en Praga. Media hora más tarde me encontraba en el vestíbulo de una iglesia que había localizado en una gira previa de la ciudad, mirando a los que venían. Tenía particular interés de ver cómo podía desenvolverse una Iglesia sin Biblias. De vez en cuando venía alguien con un himnario y más raramente alguien con una Biblia. Pero había algo que me llamaba la atención. Muchos venían con carpetas de hojas movibles. ¿ Para qué serían? Empezó el culto. Me senté atrás y de inmediato recibí una sorpresa. Casi todos parecían sufrir de hipermetropía. Los que poseían himnario los mantenían alejados y en alto. Los que tenían las carpetas de hojas movibles hacían lo mismo. Me di cuenta: los dueños de libros los compartían con los que no tenían. Las carpetas tenían copiados nota por nota y palabra por palabra los himnos favoritos de la congregación. Lo mismo pasaba con las Biblias. Cuando el predicador anunció su texto, todos los que poseían Biblias buscaron la cita y mantuvieron el Libro en alto para que los que estaban cerca de ellos pudieran seguir la lectura. Y mientras contemplaba a esos hombres y mujeres, luchando, literalmente, para acercarse a la Palabra, mi mano apretó la Biblia en holandés que tenía en el bolsillo interior de mi saco. ¡ Cuánto siempre había dado por sentado el derecho a poseer este Libro! Pensé que nunca más volvería a tenerlo en mis manos sin recordar a la anciana abuelita que ahora tenía delante mío, parada casi sobre la punta de sus pies mirando de soslayo, forzando sus ojos para seguir la lectura de la Biblia que su hijo sostenía en alto. Después del culto me presenté al predicador. Cuando le expliqué que había venido de Holanda principalmente para encontrarme con cristianos en el país, pareció asombrado. -Tenía noticias -dijo-- que Checoeslovaquia empezaría a abrir sus fronteras. No lo creía. Hemos estado -miró a su alrededor- casi secuestrados desde la guerra. Venga para hablar conmigo. Juntos fuimos a su departamento. Fue sólo después que me enteré lo peligroso que era para él hacer esto LA COPA DE SUFRIMIENTO 109 en la Checoeslovaquia del año 1955. Me contó que el Gobierno trataba de dominar por completo a la Iglesia. Era el gobierno el que seleccionaba a los estudiantes de Teología, y escogía tan sólo candidatos que favorecían el Régimen. Además, cada dos meses los pastores tenían que renovar sus permisos. No hacía mucho, a un amigo suyo le habían denegado la renovación, sin darle ninguna explicación. Los sermones tenían que escribirse por anticipado para ser aprobado por las autoridades. Todas las iglesias tenían que entrerrar al Estado una nómina de sus dirigentes. En Brno, esa misma semana, cinco hermanos eran juzgados porque su iglesia se negaba a dar la lista de sus dirigentes. Había llegado la hora para comenzar el segundo culto. -¿ Vendría para hablarnos? -me preguntó súbitamente. -¿ Se puede? ¿ Puede realmente predicar? -No, yo no dije "predicar". Hay que tener cuidado con las palabras. Usted es extranjero y no puede predicar, pero en cambio puede darnos "saludos" de Holanda. Y -mi amigo se sonrió- y si quiere también puede entregarnos "saludos" de parte del Señor. Mi intérprete fue Antonín, un joven estudiante de medicina. Al principio di los saludos de Holanda y de Occidente. Eso me llevó unos pocos minutos. Después, por espacio de media hora estuve dando a la congregación los "saludos" del Señor Jesucristo. Salió tan bien que Antonín me sugirió que volviéramos a emplear este recurso en otra iglesia. En total ese día prediqué cuatro veces y visité cinco iglesias distintas. A su manera cada una era memorable, pero la última más que todas. Fue allí que recibí la Copa de Sufrimiento. Eran las siete de la tarde. Ya había oscurecido, en aquel día de noviembre. Sabía que mis compañeros de gira ya estarían realmente preocupados por mí. Era hora que tratara de encontrarlos. Pero en tanto que pensaba así Antonín me preguntó si visitaría otra iglesia más, -donde pienso que necesitan muy especialmente conocer a alguien del Exterior. 110 EL CONTRABANDISTA DE Dros Volvimos a ponernos en camino. Cruzarnos Praga y llegamos a una pequeña aldea morava en las afueras del camino. Me asombré al ver tantas personas allí, especialmente jóvenes. Debía haber unos cuarenta cuyas edades fluctuaban entre los dieciocho y los veinticinco años. Les di mis saludos y luego contesté las preguntas que me hicieron. -¿ Podían los cristianos holandeses conseguir buenos empleos? ¿ Alguien le informaba al Gobierno cuando uno iba a la iglesia? ¿ Se podía ir a la iglesia y a la vez asistir a una buena Universidad? -Como se dará cuenta -me dijo Antonín, aquí en Checoeslovaquia, en estos tiempos es antipatriótico ser cristiano. Algunos de los que están aquí han sido despedidos de sus empleos. Muchos no han podido continuar sus estudios. Y esto -tomó una cajita de las manos de un joven que estaba parado a su lado, -es algo que quieren darle. -El joven me hablaba solemnemente en Checo. -Lleve esto con usted a Holanda -tradujo Antonín y cuando le pregunten qué es, hábleles de nosotros y recuérdeles que también somos parte del Cuerpo y que padecemos. Tomé la cajita y la abrí. Adr ntro había una insignia de plata, para solapa. Tenía la forma de un pequeño cáliz. Había visto que varios jóvenes las usaban y me había preguntado por qué. Antonín la prendió en mi saco. -Este es el símbolo de la iglesia Checoeslovaca. La llamamos La Copa de Sufrimiento. Cuando Antonín me dejó en el hotel, volví a pensar en esas palabras. Comprendí que nosotros en Holanda estábamos tan aislados de los verdaderos hechos de la historia de la Iglesia contemporánea como lo estaban los cristianos de Checoeslovaquia. La Copa de Sufrimiento era el símbolo de una realidad que teníamos que compartir. Ahora, sin embargo, tendría que confrontarme con otra realidad. ¿ Dónde me reuniría con mi delegación? No estaban en el hotel y nadie sabía dónde era la cena de despedida. Fui a un restaurante en el que habíamos comido algunas veces. -No, monsieur, la delegación holandesa no cenó aquí esta noche. LA COPA DE SUFRIM IENTO 111 -Está bien. ¿ Será muy tarde para comer un sandwich? -Por supuesto que no, monsieur. Apenas había comido un bocado del emparedado cuando la puerta del restaurante se abrió violentamente y entró la directora de la gira. Echó un rápido vistazo alrededor del salón y me vio. Dio un involuntario suspiro de alivio al verme. Pero al minuto su rostro se encendió de furor. Casi corrió hasta mi mesa, le arrojó un billete al mozo y con un movimiento de su cabeza indicó la puerta. Era indudable que no se tenía confianza para hablar. Afuera, esperándonos junto al cordón, había un automóvil oficial, una gran limousine negra, con el motor en marcha. El chófer tenía un aspecto muy desagradable. Cuando nos aproximamos se bajó, abrió la portezuela y la cerró detrás nuestro. ¿ Dónde me llevarían? Como recordaba versiones cinematográficas de tales escenas, traté de no perder la pista para saber dónde íbamos. Y al hacerlo, la situación se me hizo clara. Ibamos hacia el hotel. Justo antes de que el coche se detuviera, la mujer pronunció las primeras palabras. -Por culpa suya el grupo perdió medio día. Llamamos a todos los hospitales y a todas las comisarías. Hasta llamamos a la morgue. ¡ Lástima que no estaba allí! ¿ Dónde estuvo? -Oh, -dije- me separé y entonces empecé a dar vueltas. Lamento mucho haberles causado tantos inconvenientes. -Bueno, quiero comunicarle oficialmente señor, que ya no será bienvenido aquí. Si trata de entrar nuevamente al país, lo comprobará por usted mismo. Así fue, en efecto. Un año después solicité una visa para Checoeslovaquia y me fue negada. Traté nuevamente dos años después y otra vez me la rechazaron. Pasaron cinco años antes de que pudiera volver a entrar en esa hermosa tierra. Y mientras tanto había visto tal persecución entre los cristianos que, Checoeslovaquia por contraste, parecía el paraíso de los privilegios y las libertades. CAPITULO 9 Se ponen los cimientos Los meses siguientes parecían ser de total frustración. Los viajes a Polonia y a Checoeslovaquia habían surgido sin que yo casi ni pensara hacerlos. Pero ahora, cuando hice averiguaciones para volver a esos países y visitar también otros detrás de la Cortina de Hierro, tropecé con largos meses de gestiones oficiales: cuestionarios, demoras, formularios en triplicado, pero nunca una visa. Hasta mi pequeño cuarto me causaba problemas. En Checoeslovaquia había pensado con tanta frecuencia en el cuarto que me esperaba en casa y más de una vez había anhelado estar de vuelta allí. Ahora había surgido algo que nunca antes había anticipado. Tal vez fuera el mismo hecho de que era tan acogedor y cómodo, de todos modos, el cuarto en sí llegó a ser para mí el símbolo de mi soledad. Día tras día me sentaba en aquel cuarto; escribía cartas a los Consulados, soñaba con una esposa que compartiera no sólo el cuarto sino también la visión del trabajo detrás de la Cortina. En mis días más cuerdos me reía de mí mismo : si la obra misionera no resultaba una vida muy placentera para ofrecer a una hermosa muchacha, la joven de mis sueños era extraordinaria, ¿ qué diría ella de este nuevo campo misionero que yo había vislumbrado, en el que la separación, la clandestinidad y la incertidumbre serían lo mejor que le podría ofrecer? Esas cosas, como me decía, eran objeciones que creaba la razón; la joven, siendo como era, una muchacha imaginaria, nunca los mencionaba. El dinero era otro problema. A pesar de que ni Geltje ni Arie nunca mencionaron el tema, era lógico que cooperara con los gastos de la casa. Poco después de mi regreso de Polonia la revista holandesa Kracht Van Omhoog me solicitó que escribiera una serie de SE PONEN LOS CIMIENTOS .113 artículos sobre mis experiencias detrás de la Cortina de Hierro. Como no tenía pasta de escritor no había hecho nada al respecto. Pero ahora, sentado en mi pequeño cuarto, con mi billetera vacía sobre el escritorio de fabricación casera, me parecía que Dios me decía "escribe esos artículos para Kracht Van Omhoog". La orden me desconcertó. Seguramente que no tenía nada que ver con la necesidad de dinero por la que estaba orando : la revista no ofrecía pagarme por los artículos. Pero como ese sentimiento persistía, por pura obediencia me senté y escribí acerca de lo que había observado no sólo en Polonia sino también en Checoeslovaquia. Al otro día despaché el artículo junto con algunas fotografías. El editor acusó recibo, agradeciéndome, pero, tal como yo lo esperaba, no adjuntaba ningún cheque, y me olvidé del asunto. Una mañana empero, recibí otra carta de Kracht Van Omhoog. Algo inaudito ocurría; aunque en ninguna parte del artículo había hecho mención de ofrendas o indicado que estaba planeando realizar otro viaje, a esos países, lectores de toda Holanda enviaban dinero. Nunca era mucho, sólo unos pocos florines por vez. El director quería saber dónde tenía que enviarlos. Este fue el comienzo de la más asombrosa historia en cuanto a ofrendas. Las primeras ofrendas de mis desconocidos lectores eran pequeñas porque mis necesidades también lo eran. Quería ayudar a Geltje con los gastos de la casa; mi vieja chaqueta estaba raída; le había prometido a Antonín que iba a tratar de mandarle una Biblia en checoeslovoco. Y para hacer frente a esas necesidades hubo una módica suma de parte de los lectores de Kracht Van Omhoog. Luego, a medida que el trabajo se expandía y surgían necesidades mayores, en la misma manera aumentaban las contribuciones de los lectores. Este sólo cuando hubo necesidad de sumas realmente grandes, años después, que Dios se valió de otros medios para suplir esos fondos. Pero en aquel primer contacto con Kracht Van Omhoog nació algo mucho más importante que el dinero. Una mañana, entre la correspondencia vino una 114 EL CONTRABANDISTA DE DIOS carta del encargado de un grupo de oracion en el pueblo de Amerfoort. "El Espíritu Santo", decía la carta, "los había guiado para que se pusieran en contacto conmigo; no sabían por qué, pero ¿ podría llegarme hasta Amerfoort ?" Me sentí intrigado de inmediato. Si el Espíritu Santo guiaba las acciones de las personas en forma tan precisa en la actualidad, esto era entonces algo de lo que necesitaba saber más. Fui a Amerfoort. El grupo, más o menos unas doce personas, se reunía en casa de Karl de Graaf, un constructor de diques. Nunca antes había visto un grupo como éste. En lugar de un programa establecido, con su dirigente y un tema de estudio, como era costumbre entre los otros grupos de oración que había visitado, aquí parecían pasar la mayor parte del tiempo escuchando. De vez en cuando alguien, espontáneamente, oraba en voz alta. Esas oraciones, sin embargo, más que peticiones preconcebidas, eran expresiones de amor y alabanza a Dios. Era como si cada uno de los que estaban allí sintiera que Dios estaba muy cerca y en el deleite de su compañía no necesitaban nada más fuera de expresar de vez en cuando el gozo que los inundaba. Ocasionalmente, en tanto escuchaban en la expectate quietud, uno del grupo, aparentemente oía algo más: alguna indicación, algún fragmento de información que provenía de una fuente ajena a su propio conocimiento. Esto también lo expresaban en voz alta. -La mamá de Joost, en América, esta noche necesita nuestras oraciones. Te damos gracias Señor, que nuestra oración por Stephje ha sido contestada-. Estaba tan absorto con esta clase de oración, nueva para mí, que cuando los otros del grupo se levantaron y la señora de Graaf me llevó a mi cuarto, casi ni podía creer lo que indicaba el reloj sobre la cómoda; ¡ eran las cuatro y media de la mañana! Algunos días después, en tanto que me encontraba en mi cuarto escribiendo un nuevo artículo para Kracht Van Omhoog, Geltje llamó a mi puerta. -Alguien quiere verte, Andrés. No lo conozco. Fui hasta la escalinata de entrada y vi al señor Karl de Graaf. -¡Hola! -exclamé sorprendido. SE PON EN LOS CIM IENTOS 115 -Hola, Andy. ¿ Sabe manejar? -¿Manejar? -Un automóvil. -No -contesté asombrado. -No sé. -Anoche, mientras orábamos, el Señor nos habló algo sobre usted. Es importante que sepa manejar. -¿ Para qué? -pregunté. Es seguro que nunca tendré un auto. -Andrés -el señor de Graaf me habló pacientemente, como si fuera un alumno un poco lento para entender, -no voy a discutir la lógica del caso. Me limito a transmitirle el mensaje-. Con esas palabras cruzó el puente y con pasos largos se dirigió al coche que lo esperaba. La idea de aprender a manejar me parecía tan irrealizable que no hice nada al respecto. Una semana más tarde el constructor de diques volvió una vez más en su coche. -Y, ¿está aprendiendo a manejar? -Bueno, la verdarl es que ... -¿ Todavía no aprendió qué importante es obedecer? Me imagino que tendré que enseñarle yo. Vamos, suba aquí. Esa tarde me senté detrás del volante de un vehículo motorizado por primera vez después de esa desastrosa mañana, once años atrás, cuando había manejado el carrier Bren a toda velocidad por las calles del Regimiento. El señor de Graaf regresó una y otra vez, y resultó ser un maestro tan bueno que a las pocas semanas rendí examen y aprobé en la primera vez, algo raro en Holanda. Todavía no podía ver la razón por la que yo, que ni siquiera tenía ahora una bicicleta, debía tener un registro de conductor en mi bolsillo. Pero el señor de Graaf se negó a especular. -Es la expectativa de la obedienciaseñaló, -saber luego qué era lo que Dios pensaba. Pero ocurrió algo que por un tiempo nos hizo olvidar de toda otra cosa. En el otoño de 1956 Hungría se rebeló con la consecuente huída al Este de cientos de miles de personas atemorizadas y desilusionadas, no sólo de Hungría sino también de Yugoslavia, Alemania Oriental y otros países comunistas. Estos 116 EL CONTRABANDISTA DE DIOS refugiados eran hacinados en enormes campos cerca de la frontera, donde las condiciones de vida se decía que eran algo que escapaba a toda imaginación. Frente a la Municipalidad de Witte un hombre se refirió a esto y pidió voluntarios para ayudar en los campos. Yo fui en el primer ómnibus que salió de Holanda. Los voluntarios ocupábamos sólo la parte delantera del ómnibus; el resto del vehículo estaba ocupado con comida, ropa y medicamentos que serían distribuídos por igual entre los campos de refugiados más grandes, ubicados en Alemania Occidental y Austria. Nada de lo mucho oído me había preparado para lo que encontré. Diez familias hacinadas en un cuarto era cosa corriente. Algunos trataban de mantener una intimidad inexistente colgando sus mantas a guisa de pared durante el día. Nos arrojamos en este mar de necesidad como nadadores a la orilla del océano. Distribuimos ropa y medicamentos. Escribimos cartas tratando de localizar a familias separadas, llenamos solicitudes de visas. Y por supuesto, en cada oportunidad que se me presentó, celebré cultos de oración. Y allí descubrí algo que me asombró. La mayoría de esas personas literalmente no sabían absolutamente nada sobre la Biblia. Los que habían crecido bajo el Régimen anterior eran en su mayoría analfabetos. Los jóvenes, que habían sido criados bajo el Comunismo tenían mejor educación, pero lógicamente no en cuanto a la Biblia. Así empecé, valiéndome casi siempre de intérpretes, a celebrar algunas pocas clases sobre las cosas más elementales de la Biblia. Por experiencia sabía cuán poderoso era este conocimiento; pero realmente casi no estaba preparado para los resultados en las vidas en la que esto era totalmente nuevo. Los que habían estado sumidos en la más negra desesperación llegaron a ser pilares de entereza para toda la barraca. Vi cómo la amargura daba cabida a la esperanza, y el oprobio se transformaba en autorespeto. Recuerdo un anciano matrimonio que había huido de Yugoslavia. Ella era una mujer obesa, olía a sucio y unos pelos de casi tres centímetros de largo colgaban de su barbilla. Pero por lo menos procuraba Que el lugar alrededor de su cama estuviera recogido y arre- SE PONEN LOS CIM IENTOS 117 glado. Su esposo, en cambio, desconcertado por haber tenido que dejar la granja de sus antepasados, se sentaba al borde de su catre, hamacándose constantemente, día tras día. Empezaron a asistir a las clases bíblicas que daba en su barraca. Al principio estaban asombrados. El anciano lloraba mientras escuchaba y dejaba que las lágrimas corrieran libremente por su regazo. Más o menos a la cuarta clase noté que los pelos de la barbilla de la mujer habían desaparecido y que él había empezado a afeitarse. Detalles insignificantes, por supuesto, excepto por lo que decían de dos seres que estaban despertando al hecho de que eran hijos amados de Dios. -Si tan sólo . . . -exclamó el anciano un día después de la clase. -Si tan sólo, ¿qué? -le preguntó el intérprete, instándolo para que continuara hablando. -¡ Si tan sólo hubiera sabido todo esto hace años, cuando estaba allá en Yugoslavia! Eso también se estaba convirtiendo en mi sueño. La ropa y los víveres que habíamos llevado para los campos se habían agotado hacía mucho y regresamos a Holanda para buscar más. Mientras me encontraba en casa volví nuevamente al Consulado Yugoslavo para solicitar una visa, como había hecho anteriormente. Una vez más tuve que llenar formularios en triplicado y adjuntar fotografías, que ahora había pedido en cantidad, y el poco prometedor: "Llevará algún tiempo para cumplimentar." Tan solamente una vez al llenar la solicitud en blanco vacilé. En la mitad de la página había un espacio para indicar la ocupación. Tenía presentimiento de que la mía había pesado en mi contra, anteriormente en mis otras solicitudes. Pero, ¿ qué nos habían enseñado en Glasgow? Que debíamos andar en la luz, sin ocultar nada; que todo debía ser abierto y claro para que todos pudieran verlo. Y así, como había hecho antes, volví a escribir MISIONERO en letras de imprenta y dejé los formularios cumplimentados sobre el escritorio. Cuando el ómnibus volvió a estar lleno de mantas, 118 EL CONTRABANDISTA DE DIOS ropas, leche en polvo, café y chocolate, salimos nuevamente para los campos de refugiados. El telegrama me llegó a Berlín Occidental. Papá había caído muerto en la huerta. Tomé el primer tren para casa. El sencillo funeral se realizó junto a su tumba. Como se acostumbraba en Holanda, el país tan hambriento de tierra, abrieron la tumba de mamá y depositaron el cajón de papá, para que reposara sobre el suyo. Ahora la vieja casa estaba realmente vacía. ¡ Cómo extrañaba el vozarrón de papá, que había llenado todo, desde el piso hasta las vigas! ¡ Cuánto extrañaba la silueta de hombros cargados, inclinada tan pacientemente sobre los almácigos de lechugas y coles! Extrañaba su cariño por las cosas que tenían vida, que crecían. Volví a Alemania y me dediqué con más intensidad que antes al trabajo entre los refugiados. La revuelta húngara había traído la ola más reciente de fugitivos, pero en realidad los campos en Berlín Occidental eran viejos y habían sido olvidados por el mundo hasta que esto los había vuelto a colocar en primera plana. En esos campos habían vivido por años los remanentes de la Segunda Guerra Mundial, los desamparados, los desubicados, los miles sin patria, que fueran creados por la locura nazi. Para mí esas personas eran las más dignas de lástima, especialmente los niños. Conocí criaturas de once y doce años que nunca habían visto el interior de una verdadera casa. Dos personas solteras recibían mayor espacio y más ropa que un matrimonio. Por eso los casamientos eran raros y la mayoría de los niños eran ilegítimos. Durante meses traté de hacer entrar en Holanda a un grupo de esos jovencitos. Conocía a muchas familias dispuestas a recibirlos; Geltje y Maartje hubieran recibido a algunos, pero estos muchachitos una y otra vez adolecían de lo más importante: buena salud. En aquellas frías y húmedas barracas la tuberculosis era endémica. Los cartelones colocados sobre las paredes, que ofrecían entrada a Suiza y los Estados Unidos a los jóvenes que tuvieran buena salud eran una burla para aquellos enfermos, que sumaban el noventa por ciento de cada campo. SE PONEN LOS CIMIENTOS 119 Sucedió cuando estaba en medio de esta obra desesperante y conmovedora, una mañana durante la meditación matutina, que era una parte integral de mi vida diaria dondequiera me encontrara, que tuve una sensación extraordinaria. Fue como si una voz me dijera "hoy vas a recibir la visa para Yugoslavia". No podía creerlo. Casi me había olvidado de las solicitudes pendientes para viajar allá y a otros lugares; tan ocupado había estado trabajando en los campos. Aun así, me vi mirando por la ventana de la posada para los voluntarios, para ver si llegaba el correo de la mañana. Cuando vi acercarse a la muchacha que lo distribuía corrí a su encuentro. -¡ Carta para usted de Holanda ! -señaló empezando a revolver la saca. Tomé la carta de sus manos. La dirección de Witte había sido tachada. Sobre ésa, Geltje había escrito la calle y número de la posada en Berlín. En la esquina izquierda del sobre había un sello de la Embajada Yugoslava en La Haya. -¡Gracias! -exclamé. Allí mismo rasgué el sobre y miré atentamente su contenido, sin acertar a comprender. El gobierno yugoslavo lamentaba poner en mi conocimiento que mi visa había sido denegada. Eso era todo. No había ninguna otra explicación. ¿ Qué significaba eso? No podía negar que había sabido por anticipado sobre esta carta. Pero el mensaje que había recibido, era que la visa estaba otorgada. ¿ Es que tendría que ir al consulado Yugoslavo en Berlín y presentar una nueva solicitud? Corrí hasta mi cuarto, tomé un par de fotografías y me encaminé al tranvía. A la hora, de nuevo estaba llenando formularios en triplicado. De nuevo llegué al renglón "ocupación". Sospechaba que era esto el causante de todo. -Señor -dije por lo bajo, -¿ qué debo poner aquí? En seguida recordé las palabras de la Gran Comisión; ir por todo el mundo y enseñar a todas las naciones. Entonces yo era un maestro, ¿ no era así? En mi formulario de solicitud de visa escribí MAESTRO y entregué el formulario. -Si tiene a bien sentarse, señor, examinaré su solicitud ahora mismo-. El funcionario fue al otro 120 EL CONTRABANDISTA DE Dros cuarto. Esperé ansiosamente unos veinte minutos, durante cuyo tiempo me pareció que podía percibir el martilleo de un manipulador telegráfico. Pero debía ser un error porque el empleado volvió sonriente para desearme un feliz viaje a su país. ¡ Tenía que compartir con alguien las buenas noticias! ¿ Mi familia? No teníamos teléfono y no me gustaba molestar a los vecinos. ¿ Los Whetstra? ¡ Claro que sí ! ¡ Los llamaría por teléfono ! Pedí una comunicación de central a central y el señor Whetstra en persona atendió. -Soy Andrés. ¡ Qué suerte que lo encuentro a usted en su casa a estas horas del día! -Creí que estabas en Berlín. -Sí, estoy en Berlín. -Sentimos mucho lo de tu papá. -Gracias. Pero mi llamada es para darle buenas noticias, señor Whetstra. Quiero decirle algo: en mi mano, en estos momentos tengo dos papeles. Uno es una carta del Consulado Yugoslavo en Holanda, informándome que mi visa ha sido rechazada y el otro es mi pasaporte sellado por el consulado Yugoslavo aquí. ¡ Lo conseguí, señor Whetstra ! ¡ Iré como misionero detrás de la Cortina de Hierro! -Andrés, es mejor que vengas a casa para tus llaves. -¿ Qué dice, señor Whetstra? La comunicación es mala. Pensé que dijo algo de llaves. -Sí, para tu Volkswagen. Lo hemos decidido y nada podrá hacernos cambiar. Hace meses con mi esposa decidimos que si conseguías la visa también tendrías nuestro automóvil. Ven a casa para buscar las llaves. Cuando llegué a Amsterdam verdaderamente traté de convencerlos. ¡ Un regalo tan grande! No veía cómo podía aceptarlo. -¿ Y cómo marchan los negocios? -les pregunté. -¿ Nuestros negocios? El señor Whetstra pronunció esas palabras con tono despreocupado. -Andrés, tú estás ocupado en los negocios del Rey. No, hemos orado y ésas son las órdenes que recibimos. SE PONEN LOS CIM IENTOS 121 Esa misma tarde, todavía receloso y satisfecho, fui con el señor Whetstra a hacer la transferencia y me convertí en el todavía incrédulo poseedor de un casi flamante y precioso Volkswagen azul. Lo único desagradable de esta maravillosa experiencia era volver a Witte manejando. Traté de pasar inadvertido, pero no es posible hacerlo con un reluciente Volkswagen azul y menos en un lugar corno Witte. Todo el pueblo en seguida se juntó, preguntando de quién era el coche y, corno había presentido que pasaría, mostrándose envidiosos cuando les expliqué que era mío. ¿ Qué tenía que hacer el hijo de un pobre herrero con un automóvil? -La religión es un negocio que rinde, ¿ no es cierto Andy? -preguntó uno frotando la tela de su saco entre sus dedos, haciendo una guiñada socarrona. Todos se echaron a reír y aunque les repetí una y otra vez que me lo habían regalado los Whetstra, vi que ni aún quedaban conformes; el hijo del herrero no debía manejar un coche. Aquellas familias en Witte que con frecuencia me habían dado peniques del dinero de sus víveres para mi trabajo en los campos de refugiados; dejaron de dármelo. Mi relación con los de mi pueblo natal nunca volvió a ser la misma. Pero tenía que trabajar. Por varios días estuve planeando mi itinerario, recorriendo Arnsterdarn en busca de literatura cristiana en los idiomas yugoslavos y buscando aquellos lugares en el coche, donde podría ocultarlo que había encontrado. También pasé un poco de tiempo preguntándome cómo Dios supliría el dinero para este viaje. Tenía pensado salir para fines de Marzo. Con anterioridad fui a ver a Karl de Graaf. No podía esperar ver su cara cuando le mostrara el coche, la prueba visible de lo que hasta entonces él había sabido solamente por fe. Pero el señor de Graaf no pareció sorprenderse en lo más mínimo. -Sí, --dijo, -pensé que ya lo tendría porque -prosiguió sacando un sobre de su bolsillo, --el Señor 122 EL CONTRABANDISTA DE DIOS nos ha dicho que necesitará una suma adicional de dinero en estos próximos dos meses. Y aquí está. Puso el sobre en mi mano. Ni siquiera lo abrí. Para entonces ya sabía bastante respecto de este extraordinario grupo como para tener la seguridad de que en el sobre había exactamente el importe que necesitaría para el viaje. Y así, con el corazón rebosando de gratitud, me despedí de él, de los Whetstra, de mi familia y salí de Holanda con rumbo a Yugoslavia, detrás de la Cortina de Hierro. CAPITULO 10 Linternas en la noche Tenía ante mí la frontera yugoslava. Por primera vez en mi vida estaba próxima a entrar en un país Comunista por mi propia cuenta en lugar de hacerlo con un grupo invitado y patrocinado por el gobierno. Paré el VW en las cercanías de la pequeña aldea austríaco y efectué un inventario. En 1957 el gobierno yugoslavo permitía a los turistas llevar solamente artículos de uso personal. Cualquier cosa nueva o en cantidad, resultaba sospechosa debido al mercado negro que florecía en todo el país. Especialmente el material impreso estaba expuesto a ser confiscado en la frontera, aunque se tratara de una cantidad ínfima, ya que al provenir de fuera del país era considerado como propaganda foránea, y he aquí que tanto el coche como mi equipaje estaban literalmente combados con tratados, Biblias y porciones bíblicas. ¿ Cómo haría para pasar por la guardia de la frontera? Entonces, por primera vez en lo que llegaría a repetirse muchas veces, hice la oración del Contrabandista de Dios. "Señor Jesús, en mi equipaje tengo Biblias que les quiero llevar a tus hijos del otro lado de esta frontera. Cuando estabas en la tierra tú abriste los ojos de los ciegos. Ahora, te ruego, que ciegues los ojos de los que ven. Que los guardias no vean aquello que tú no quieres que vean." Y así, armado con esta oración, puse en marcha el motor y me dirigí hacia la barrera. Salieron los dos inspectores, gratamente sorprendidos al verme. Me pregunté si harían muchos negocios. Por la atención con que examinaron mi pasaporte, posiblemente fuera el primer pasaporte holandés que veían. Había algunas pocas formalidades que cumplimentar, así me aseguraron en alemán, y después podría seguir mi camino. Uno de los inspectores se puso a revisar mi equipo 124 EL CONTRABANDISTA DE DIOS de camping. En las esquinas y los dobleces de mi saco de dormir y en la carpa había metido cajas con tratados. "Señor, ciega estos ojos que ven." -¿ Alguna otra cosa para declarar? -Bueno, tengo dinero, un reloj pulsera, y una máquina fotográfica. El otro guardia miró adentro del VW. Me pidió que sacara una valija. Yo sabía que entre la ropa había tratados. -Por supuesto, señor -dije. Bajé el respaldo del asiento delantero, saqué la valija, la puse en el suelo y la abrí. El oficial levantó las camisas que había encima. Debajo, y ahora a plena vista había una pila de tratados en dos de los idiomas yugoslavos : serviocroata y esloveno. ¿ Qué haría el Señor? -Parece seco para esta época del año -le dije al otro, y sin mirar a su compañero, que revisaba la valija, me puse a conversar sobre el clima. Le conté de mi tierra y de cómo los polders siempre estaban húmedos. Finalmente, cuando ya no pude seguir resistiendo el suspenso, me di vuelta. El primero ni siquiera miraba la valija. Estaba prestando atención a nuestra conversación. Al darme vuelta, sorprendido salió de su ensimismamiento. -Bueno, ¿ tiene alguna otra cosa para declarar? -Solamente "cosas pequeñas"- le contesté. Después de todo, los tratados eran "cosas pequeñas". -No vamos a ocuparnos entonces -señaló el guardia. Me hizo una señal con la cabeza de que podía crrrar la valija, y con un pequeño saludo me devolvió e pasaporte. Mi primera parada era Zagreb. Me habían dado el nombre de · un dirigente cristiano a quien llamaré J ami!. La Sociedad Bíblica Holandesa me había dado su nombre. Figuraba en sus archivos como alguien que de vez en cuando pedía Biblias en cantidad. Sin embargo, no había tenido noticias suyas desde que Tito había sido nombrado Primer Ministro en el año 1945. Casi ni me atrevía a esperar que todavía viviera en la misma dirección, pero al no tener otra alternativa, le había escrito una carta, con palabras cuidadosamente escogidas, indicándole que para fines de Marzo LINTERNAS EN LA NOCHE 125 un holandés iría a su país de visita. Ahora estaba camino a Zagreb buscando su dirección. Para recalcar lo maravilloso de este primer contacto cristiano en Yugoslavia, tendría que decir lo que pasó con mi carta, aunque por supuesto no supe toda la historia sino después. La carta había sido entregada a la dirección del sobre, pero hacía mucho que Jamil se había mudado de allí. El nuevo inquilino no conocía su domicilio y la devolvió a la oficina de correos. Allí la retuvieron dos semanas en tanto que averiguaban su nueva dirección de J amil. El mismo día que yo entré en Yugoslavia, le entregaron la carta. ¿ Quién sería ese misterioso holandés? ¿ Sería prudente tratar de ponerse en contacto con él? Con nada más que un vago sentimiento de que debía hacer algo, subió a un tranvía y se dirigió a su anterior domicilio. Pero, y entonces ¿qué? J amil se detuvo en la vereda preguntándose cómo proceder. ¿ Habría llegado ya ese holandés y habría ido preguntando por un tal Jamil? ¿ Se atrevería a dirigirse al nuevo morador de la casa con la sospechosa historia de que algún día un desconocido holandés podría ir allí preguntando por él? ¿ Qué tendría que hacer? Y fue en ese preciso momento que yo detuve el auto junto al cordón. Lo paré a no más de medio metro de distancia de Jamil, el que por supuesto me reconoció de inmediato por la. patente de mi automóvil. Estrechó mi mano y pusimos juntas las dos mitades de nuestras historias. Jamil se puso más que contento de que un cristiano de otro país estuviera en su patria. Repitió lo que había oído por vez primera en Polonia: "lo mucho que significaba para ellos que yo estuviera allí." Se sentían tan aislados, tan solos. Por supuesto me iba a ayudar a ponerme en contacto con otros creyentes. Conocía a la persona que podría servirme de intérprete. Fue así que unos días después, junto con Nikola, un joven estudiante de ingeniería, que haría las veces de guía e intérprete, partí en mi Volkswagen para entregar "saludos" a los cristianos yugoslavos. En ese primer viaje en automóvil que realicé detrás de la Cortina de Hierro tuve oportunidad de descubrir que era dueño de una resistencia hasta entonces 126 EL CONTRABANDISTA DE DIOS desconocida por mí. Mi visa tenía una validez de cincuenta días. Durante siete semanas consecutivas prediqué, enseñé, animé, repartí las Escrituras. Celebré más de ochenta reuniones en esos cincuenta días. En ocasiones hablaba hasta cinco o seis veces en un solo domingo. Prediqué en ciudades grandes, en aldeas y en granjas aisladas. Hablé abiertamente en el norte del país y secretamente en el sur donde la influencia Comunista era. más fuerte. A primera vista no me parecía que la Iglesia Yugoslava pasara por ninguna persecución en particular. Cuando me dirigía a un nuevo distrito tenía que presentarme ante las autoridades policiales, pero fuera de eso tenía libertad para visitar a los creyentes en sus hogares. Las iglesias estaban abiertas. Después de un tiempo abandoné el pretexto de los "saludos" y sencillamente comencé a predicar. Nadie puso reparos. Con excepción de ciertas áreas restringidas, principalmente a lo largo de la frontera, tenía libertad para ir a cualquier lugar dentro del país, sin ningún guía oficial para vigilar mis actividades. Esto equivalía a una verdadera libertad, mucho más de la que yo había anticipado. Pero, poco a poco, a medida que iba familiarizándome más con Yugoslavia, tuve conciencia del proceso de desgaste que el Gobierno ejercía sobre los cristianos. El esfuerzo parecía centrarse en los niños. Que los ancianos hicieran lo que quisieran, pero los niños no, ellos tenían que ser alejados del seno de la Iglesia. Una de las primeras iglesias que visitamos con Nikola era una iglesia Católica Romana en una pequeña villa no lejos de Zagreb. Allí observé que no había nadie que fuera menor de veinte años y le pregunté a Nikola la razón. Por toda respuesta me presentó a una campesina que tenía un hijo de diez años. -Dígale al hermano Andrés por qué J osif no está aquí -dijo Nikola. -¿ Por qué mi J osif no está aquí conmigo? -me preguntó. Su voz tenía un dejo de amargura. -Porque soy una campesina ignorante. La maestra le dijo a mi hijo que no hay Dios. El gobierno le dice a mi niño que no hay Dios. Ellos le dicen a mi Josif: "Tal LINTERNAS EN LA N OCHE 127 vez tu mamá te dice otra cosa, pero nosotros somos más inteligentes que ella. No te olvides que tu mamá es una campesina ignorante. ¿ Qué te parece si la engañamos?" Por eso J osif no está conmigo. Me están engañando. En otro pueblo, unos días después, habíamos ido a visitar a una familia cristiana. Allí vi a una niñita que estaba afuera, jugando, cuando en realidad tenía que haber estado en la escuela. -¿ Por qué no está en la escuela? -le pregunté a Jamil. La mamá me lo explicó. Marta había aprendido en la casa a dar gracias antes de comer. Cuando en la escuela llegó la 'hora de comer, Marta dio gracias en voz alta, sin pensarlo, como lo hacía siempre. La maestra se había enojado. ¿ Quién le había dado esa comida? ¿ Era Dios o el Pueblo mediante su buen sistema de gobierno? -No debes decir esas cosas, Marta. Con esas tonterías vas a arruinar la mente de tus compañeros. Pero al día siguiente, tan profundamente arraigada estaba en Marta la costumbre de orar, que volvió a hacerlo. Por eso la habían expulsado de la escuela. Fue en Macedonia, empero, que vislumbré las primeras señales de verdadero temor por parte de los que regularmente asistían a la iglesia. Macedonia, la más pobre de las seis repúblicas autónomas de Yugoslavia, es asimismo el lugar donde el Partido es más fuerte. Nuestra primera reunión en esa parte del país estaba fijada para las diez de la mañana. Sin embargo, cuando llegamos a la iglesia, no encontramos a nadie allí. -No comprendo -dijo Nikola sacando la carta que había recibido del pastor. Estoy seguro de que este es el lugar. A las once convinimos que no valía la pena· seguir aguardando. Fuimos hasta donde habíamos estacionado el auto. Justo cuando estábamos por subir al coche, acertó a pasar por allí un campesino. Se detuvo el tiempo suficiente como para estrechar calurosamente mi mano, desearme un buen viaje y seguir su camino. Otra vez estaba volviéndome para abrir la puerta del VW cuando otro campesino pasó moviendo el pie y la mano del mismo lado a un tiempo. Du- 128 EL CONTRABANDISTA DE Dros rante cuarenta y cinco minutos esa mañana dio la casualidad que todos los de la aldea salieron a dar un paseo y tuvieron la buena suerte de pasar junto al automóvil del predicador visitante y pudieron conocerlo y estrechar su mano. Hasta el mismo Nikola no sabía cómo interpretar esto. Unos días después, teníamos programada una reunión vespertina en otro pueblo de Macedonia. El pastor nos invitó a cenar antes de la reunión que comenzaría a las ocho de la noche. Cinco minutos antes de la hora le sugerí que quizá era hora de ponernos en camino para la iglesia. -No -señaló mirando afuera. -Todavía no es hora. A las ocho y cuarto insistí nuevamente. -¿No cree que la gente estará esperando? -No, todavía no es hora. Una vez más noté que miraba afuera antes de contestarme. A las ocho y media, se acercó a la ventana, atisbó e hizo una señal de asentimiento con la cabeza. -Ahora podemos ir -señaló. -La gente no viene a la iglesia sino hasta que está oscuro. No es que lo que hacemos sea algo ilegal, pero vale la pena tomar precauciones. Entonces vi algo con lo que me familiarizaría tanto en toda esa región. Por el oscurecido distrito rural comenzaron aparecer lámparas de querosene. Los campesinos venían lentamente, cruzando los campos de dos o tres por vez. Cada hombre llevaba una lámpara. Después empezaron avenir los que vivían en el pueblo, en las pequeñas casas de barro que bordeaban la única carretera; traían sus lámparas con las luces muy bajas, para que no iluminaran sus rostros. A nadie parecía molestarle ser reconocido una vez adentro de la iglesia. Después de todo, allí corrían el mismo riesgo. Las lámparas colgaban de ganchos a los lados del cuarto. Una luz tenue y agradable lo iluminaba. Les hablé sobre Nicodemo, que había ido a ver a Jesús por la noche, tarde. -El también -dije, había sentido la necesidad de buscar al Señor al amparo de las sombras. No importaba. Las circunstancias y el lugar siempre dictaminarían cómo encaminaríamos nuestros pasos hacia Dios. Más de doscientos habían LINTERNAS EN LA N OCHE 129 venido esa noche para escuchar al extranjero. De ellos unos ochenta y cinco renovaron su consagración al camino cristiano, aun cuando ese camino, en aquel entonces los llevaba por una senda oscura. Fue en otra aldea de Macedonia que tuvimos nuestro único encontronazo con las autoridades policiales. Le había explicado a Nikola que quería visitar a los cristianos tanto de las ciudades grandes como los de los pequeños pueblos. Nosaki era uno de éstos. Llegar allí fue todo una hazaña. Habíamos conseguido otro guía para que nos llevara a través de Macedonia, lugar éste que Nikola casi ni conocía. Era un maravilloso cristiano a quien todos llamaban "tiíto". Avanzábamos en el coche cuando de pronto tiíto señaló dos huellas que cruzaban un campo y nos aseguró que era el camino para Nosaki. Las huellas se hacían menos visibles y los surcos más profundos hasta que el chasis del coche llegó a rozar la tierra y nos encontramos manejando a través de un campo recién arado. -¡ Vaya con estos caminos! -exclamé. -¿ Falta mucho, tiíto? -¡No, ya estamos! -me contestó indicando un grupo de árboles a la distancia. Bajamos del auto y anduvimos pesadamente a través del campo hasta llegar a un reducido grupo de chozas de barro que se llamaba Nosaki. Aunque allí debía haber una iglesia, no vimos señales de ninguna. Nikola estuvo averiguando y le dijeron que en efecto en la villa había una iglesia, pero que tenía un solo miembro: la viuda Anna que había convertido su casa en una iglesia a la que nadie iba. Fuimos a visitarla. Se sorprendió de que un- misionero hubiera llegado a su aldea. -Pero, no debería sorprenderme - manifestó. -¿ Es que acaso no he orado pidiendo ayuda? Anna nos enseñó su iglesia. Estaba prohibido celebrar servicios religiosos en los hogares y ella había clausurado uno de los cuartos y puesto un cartel que decía: "Molitven Dom", ( casa de oración). Cuando colocó el cartel los pocos miembros que el Partido tenía en el pueblo enarcaron las cejas, pero ninguno se opuso 130 EL CONTRABANDISTA DE DIOS realmente. Después de todo Anna estaba completamente sola en esa tonta superstición suya y no le hacía daño a nadie. Pero ahora aquí estaba un predicador. De una casa a otra se corrió la voz. Pocos en la aldea habían visto a alguien que no fuera oriundo de Macedonia, mucho menos a un extranjero. Ya fuera que era novedad o que tuviera razones de índole espiritual, no lo sé. Pero esa tarde, después que oscureció, pareció que de pronto los campos cobraban vida. Parecía que las luciérnagas fueran abriéndose paso y alumbrando el camino a través de los campos rumbo a la casa de Anna. Empezamos enseñándoles un himno para contarles luego la historia del evangelio. Anna nos había asegurado que muchos de la joven generación nunca la habían oído. Estábamos cantando un segundo himno cuando de pronto llamaron fuertemente a la puerta. Todos dejaron de cantar. Anna abrió la puerta. Allí, de pie, estaban dos policías uniformados. Caminaron hasta el frente del salón. Por un largo rato se limitaron a quedarse de pie, recorriendo con la vista la congregación. Después fueron a un costado del cuarto para observar mejor los rostros. Finalmente sacaron sus libretas y comenzaron a escribir nombres. Cuando terminaron hicieron unas pocas preguntas sobre Nikola y sobre mí y se fueron tan abruptamente como habían llegado. Pero la reunión ya no fue la misma. Algunos de los que vivían en el pueblo volvieron a sus casas. Los que se quedaron cantaron sin ningún entusiasmo. Cuando llegó el momento de hacer un llamado al altar me sorprendí de que alguien levantara las manos, pero no uno, sino varios lo hicieron. -Esta noche ustedes han visto lo que significa seguir a Cristo -señalé. -¿ Están seguros de que quieren ser suyos? Aun así unos pocos insistieron. Aquella noche, de esa manera, nació una pequeña iglesia aunque nunca tuvo oportunidad de crecer. Nikola me escribió. un año después, contándome de que el Gobierno la había clausurado. Por su ayuda "tiíto" había sido deportado del país. Ahora vive en California, en Estados Unidos. LINTERNAS EN LA N OCHE 131 La Molitven Dom de Anna había sido cerrada. En cuanto a él, escribía Nikola, lo habían citado a comparecer en la corte, en Zagreb para dar cuenta por la parte suya en aquella noche. Lo habían reconvenido y multado por el equivalente de cincuenta dólares, pero nada más. Creía que por ser estudiante no había recibido un trato más severo. Por qué el gobierno había señalado esta aislada iglesia en particular para hacer su ataque mientras dejaba tranquilas a otras, es algo que ni Nikola ni yo nunca comprendimos. Los caminos yugoslavos eran malísimos para los rodados en general. Cuando no subíamos por tortuosos caminos en la montaña, vadeábamos arroyos en el fondo de escarpados valles. Pero lo peor de todo para el pequeño VW era la tierra. El polvo cubría como con una mortaja los caminos sin pavimentar. Se nos pegaba a nosotros aun con las ventanillas cerradas. No quería ni pensar en lo que pasaría con el motor. Todas las mañanas, durante la meditación matutina, Nikola y yo orábamos por el coche. -Señor, no tenemos ni tiempo ni dinero para arreglarlo. Cuídale para que siga andando. Una de las características de los viajes en la Yugoslavia de 1957 eran las amistosas· paradas que se sucedían en el camino. Los autos, especialmente los de fabricación extranjera, eran tan escasos que, cuando dos automovilistas se cruzaban, por lo general se paraban para cambiar algunas palabras sobre las condiciones del camino, el tiempo, los surtidores de gasolina, los puentes. Un día íbamos dejando una nube de polvo detrás nuestro, allá, en un camino montañoso, cuando delante nuestro divisamos un pequeño camión que venía de frente. Se hizo a un costado, y nosotros también paramos. -¡Hola! -nos saludó el conductor. -Creo que sé quién es usted. Es el misionero holandés que esta noche predica en Terna. -Efectivamente. -Y este es el "automóvil milagroso". -¿ El automóvil milagroso? -Sí, el auto por el que ustedes oran todas las mañanas, 132 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Me eché a reír. En una reunión anterior había contado que todas las mañanas orábamos por el coche. Indudablemente se había corrido la voz. -Sí, este es el auto. -¿ Tendría inconveniente que le eche un vistazo? Soy mecánico. -¡Cómo no! Literalmente lo umco que le había hecho al coche desde que cruzara la frontera era ponerle gasolina. El mecánico fue hasta la parte de atrás del coche, levantó la puerta del motor. Por un largo rato se quedó allí, mirándolo fijamente. -Hermano Andrés -habló por fin- ahora sí que creo. Mecánicamente es imposible que este motor ande. Mire. El filtro de aire. El carburador. Las bujías. No, qué pena. Este auto no puede andar. -Y sin embargo hemos recorrido cientos de kilómetros. El mecánico se limitó a mover la cabeza. -Hermano -dijo, -¿ me dejaría que le limpiara el motor y lo aceitara? No quisiera que se abuse de un milagro. Agradecidos seguimos al hombre hasta su aldea, a unos pocos kilómetros de Terna. Estuvimos parados detrás suyo en un pequeño patio lleno de cerdos y gansos. Esa noche mientras que predicábamos desarmó el motor, lo limpió pieza por pieza, cambió el aceite y a la mañana siguiente, cuando estábamos listos para partir, nos entregó el auto como nuevo. El Señor había contestado nuestra oración. Llegamos a Belgrado el lo. de Mayo de 1957, el día del trabajo; el gran día festivo del comunismo. No era posible encontrar ni una cama ni un lugar para comer en toda la ciudad. Hubiéramos dormido en el coche aquella noche si el pastor de la iglesia en la que teníamos que predicar, no nos hubiera llevado a su casa. Y fue en esa iglesia que tuvimos la experiencia que ha dado forma a mi ministerio hasta el día de hoy. N ikola y yo nos pusimos de pie en la plataforma, en un cuarto repleto. Estaba tan lleno que no teníamos lugar para poner el franelógrafo con el cual pensaba ilustrar la historia LINTERNAS EN LA N OCHE 133 de los evangelios. Durante la reunión alguien se puso a martillar. En seguida nos dijeron que habían sacado una puerta de sus goznes a fin de que la gran cantidad de personas que estaba en el cuarto del coro pudiera escuchar. No se trataba de personas sencillas y de mirada grave a la que había llegado a amar, sino de una congregación bastante bien vestida en la sofisticada ciudad. Después de la predicación hicimos un llamado al altar. Pedimos que todos los que quisieran entregar sus vidas a Cristo o que desearan reafirmar su entrega anterior, levantaran la mano. Todos lo hicieron. ¡ Seguramente que no habían comprendido! Volví a explicarles que estaban por dar un paso muy serio. Presenté con dolorosa claridad las condiciones del discipulado bajo un gobierno hostil. Hice un segundo llamado, esta vez pidiéndoles que se pusieran de pie. Todos en la congregación, se pusieron de pie. Era realmente asombroso. Nunca había visto . tal disposición. Dejándome llevar por su espíritu me lancé a una entusiasta descripción de las disciplinas diarias de la oración, y de la lectura de la Biblia que hacían de los bebés en Cristo, soldados maduros en su Ejército. Estaba haciendo un bosquejo del plan para el estudio de la Biblia, plan que nos habían enseñado en la escuela de preparación misionera, cuando observé que se produjo un cambio en el auditorio. Por primera vez en esta congregación tan atenta nadie me miraba a la cara. Se miraban las manos, los bancos de atrás, miraban a cualquier parte, menos a mí. Confundido, me volví al pastor. El también parecía tener vergüenza al explicarme a través de Nikola que orar, sí. Eso podían hacerlo todos los días.. -Me gusta lo que dijo respecto de la oración. Pero, leer la Biblia ... Hermano Andrés, la mayoría no tiene Biblia. No podía creerlo. Lo miré fijamente. En las iglesias rurales que había visitado me había hecho a esa idea, pero ¿ en la culta y cosmopolita Belgrado? Me dirigí a la congregación. -¿ Cuántos de ustedes tienen Biblia? -pregunté. Sólo siete manos se alzaron en toda la congregación, y eso incluyendo al pastor. Estaba pasmado. 134 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Hacía mucho que había repartido las que llevara. ¿ Qué dejaría ahora con esa gente tan deseosa de aprender, tan necesitada de dirección en aquel difícil camino que habían escogido para ellos, contra los millones que marchaban por el lado contrario? Con el pastor preparamos una especie de préstamo de Biblias: un programa de estudio en grupo combinado con el uso general tantas horas al día tal y tal para cada miembro. Pero esa misma noche, dentro mío nació una determinación, que ha ardido con mayor intensidad con el correr de los años. Esa noche le prometí al Señor que toda vez que pudiera poner mis manos en una Biblia, la traería a esos hijos suyos que vivían detrás de la pared que habían erigido los hombres. Cómo podía comprarlas, cómo podía hacérselas llegar, era algo que no sabía. Solamente sabía que las traería aquí, a Yugoslavia, a Checoeslovaquia y a todos aquellos países a los que Dios me abriera las puertas el tiempo suficiente como para que yo pudiera cruzarlas. CAPITULO 11 La tercera oración En tanto que cruzaba con mi auto los campos de Europa Occidental, de regreso a Holanda, traté de evaluar el viaje que había hecho. En las siete semanas o más que había estado fuera de casa, había recorrido casi nueve mil seiscientos kilómetros y celebrado más de cien reuniones además de establecer muchísimos contactos para mi trabajo en el futuro. Lo que era más importante, sin embargo, eran las conversiones. Cientos de ellas. Cristianos recién nacidos. Hombres, mujeres y niños que realmente vivían en el reino de Dios aunque a la vez estaban viviendo bajo el régimen de un gobierno que decía que no había Dios. ¿ Cómo vivirían ahora? Fue difícil separarme de estos amigos que se verían confrontados con privaciones y prisiones, que yo sólo podía imaginar. En cuanto a mi decisión de llevarles Biblias, en la clara luz de esa mañana de mayo, me parecía una tarea mucho más difícil de lo que creí en aquel instante de convicción aquella noche, no hacía mucho, allá en Belgrado. En 1957 no había ni una sola frontera comunista por la que se pudieran pasar libros de ninguna clase y menos todavía libros de carácter religioso. ¿ Cómo haría para pasarlos? ¿ Y una vez allá, cómo haría para repartirlos sin poner en peligro a los que me ayudarían? ¿ Qué país los necesitaba más? ¿ Cuál debería intentar primero? Todas esas preguntas acudían a mi mente mientras avanzaba un kilómetro tras otro a través de Europa, cada vez acercándome más a casa. No, me dije. A esa no. A Witte, era cierto, pero en uno de esos incomprensibles destellos de auto conocimiento repentinamente comprendí que Witte ya no era mi casa. Por eso era que había conducido tan despacio, deteniéndome con frecuencia para consultar mis 136 EL CONTRABANDISTA DE DIOS mapas y charlar sobre sus cosechas con cada agricultor con el que me cruzaba. Súbitamente comprendí que desde que había salido de Yugoslavia había estado haciendo tiempo para retrasar el momento en que otra vez me encontraría solo, allá en mi pieza de soltero. Después de la muerte de papá me había mudado a su cuartito, sobre el cobertizo de las herramientas. Me había parecido una buena idea: el cuarto tenía entrada independiente y podía entrar y salir sin molestar al resto de la familia. Pero la mudanza había servido para recalcar cuán solo estaba. Además era una soledad que ahora sabía que formaría una parte siempre presente de mi vida. Cuando me detuve en Alemania para descansar, saqué la Biblia y la abrí en la contratapa interior, donde había anotado la dura respuesta que el Señor diera a una petición mía. Sorbí mi café y recordé aquella noche, en Yugoslavia, cuando la había hecho. Aquella tarde también me había sentido muy solo. -Señor -había dicho, -dentro de un año cumpliré treinta. Hiciste una ayuda idónea para el hombre, pero todavía no encontré la mía. Señor, te pido algo; esta tarde te pido una esposa. Había anotado la oración específica en mi Biblia: Abril 12 de 1957, Nosaki. Oración pidiendo una esposa. Al lado de esta anotación había dejado lugar para la contestación. Y cinco días después la tuve. En mi meditación matutina lo supe, de manera repentina, con la pavorosa certeza de que Isaías 54: 1 era la respuesta divina a mi petición. Agitado pasé las páginas del Antiguo Testamento y leí: "Más son los hijos de la desamparada que los de la casada." Releí esas palabras una y otra vez, tratando de aplicármelas a mí mismo, procurando gozarme frente a la voluntad divina. Podía sentirme solo, pero él iba a darme más "hijos", hijos espirituales, que los que podría tener como padre terreno. Junto a mi petición había anotado la respuesta. Pero ahora en tanto que arrojaba en un campo cubierto de hermosas flores primaverales, el poco café que había quedado en mi pocillo supe que los hijos LA TERCERA ÜRACION 137 espirituales no eran todo lo que yo anhelaba. Quería hijos de carne y hueso, criaturas juguetonas que corretearan y brincaran, chiquillos de caritas sucias, pegajosas, con zuecos de madera, para arreglarles después de sus riñas. Pero sobre todo quería una esposa, una mujer de carne y hueso, una mujer cariñosa, que convirtiera mi vida, hecha de parches y remiendos, formado por lugares y personas, basados en nada, en algo entero. Quería volver a casa y encontrar que alguien me estaba aguardando. ¿ Qué pasaría si le volvía a pedir ahora mismo? ¿ Y si abría la Biblia al azar y dejaba que mi dedo se posara en cualquier parte y tomaba ese versículo por su verdadera contestación? Siempre me había burlado de los que buscaban la guía divina de ese modo, pero era un magnífico día de primavera, cuando cualquier cosa podía ocurrir. Cerré los ojos, abrí la Biblia al azar y dejé caer mi dedo sobre la página. Abrí mis ojos. ¡Imposible! Mi dedo señalaba Isaías 54: 1: "Más son los hijos de la desamparada que los de la casada." Traté de consolarme diciéndome que posiblemente la Biblia había quedado marcada justo en esa página al leerla con tanta intensidad. Pero no valía la pena. Completamente avergonzado y reprendido, anoté en la contratapa interior de la Biblia la repetida petición y la reiterada respuesta. -Señor, no me gusta el mensaje, pero por lo menos es claro. Volví a guardar en el coche el hornillo portátil y puse en marcha el motor. Era un camino largo el que me aguardaba al dirigirme hacia Witte, de regreso al cuarto y al encierro solitario. Mi vuelta a casa no resultó mejor que Jo, que había imaginado. Me senté en la sala hasta bien entrada la noche, contándole a mi familia acerca de Yugoslavia. Después, rendido por el cansancio salí afuera de la casa. Iba hacia la escalera. El cuarto me parecía húmedo y pegajoso. En las sábanas había moho, el escritorio estaba cubierto de polvo y cal. El empapelado nuevo estaba desprendiéndose. Pero los polders siempre habían sido húmedos. Esto nunca me había molestado antes, ¿ por qué debía hacerlo ahora de ese modo? · 138 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Las seis semanas que siguieron estuve muy ocupado, hablando, escribiendo y orando por· la visión para mi paso siguiente detrás de la Cortina de Hierro. Visité a los Whetstra para contarles del extraordinario trabajo que había hecho el pequeño VW. Escribí una nueva serie de artículos para Kracht Van Omhoog. Hice una visita a Karl de Graaf y su célula de oración, allá en Amersfoort. En general estuve ocupado, tan ocupado que casi ni me daba cuenta de lo solo que me sentía, me decía a mí mismo, procurando convencerme. En julio me di por vencido. -Señor -exclamé una mañana sentándome sobre la pequeña cama plegadiza de mi cuarto, allá sobre el cobertizo de las herramientas. -Tengo que orar una vez más respecto de mi soltería. Haz tú los planes para mí. Ahora sé respecto de esos hijos que prometiste a la desamparada, pero Señor, ¡ también le prometiste una casa a la desamparada! Rápidamente encontré el versículo del Salmo 68 como para refrescarle la memoria. "Dios hace habitar en familia a los desamparados". No es que no esté agradecido Señor por este cuarto sobre el cobertizo de las herramientas. El hecho de que sea oscuro y húmedo y que haya moho no quiere decir que no me sienta agradecido. Pero, querido Señor, esto no es una casa. No, la verdad que no. Una casa es donde hay una esposa e hijos; personas de carne y hueso. -Señor, Pablo oró tres veces para ser liberado del azote en su carne. Y tú te negaste. He orado dos veces pidiendo una esposa. Voy a orar una vez más. Quizá me vuelvas a rehusar por tercera vez, Señor, y si lo haces, nunca más volveré a pedirte. Lo voy a anotar aquí en mi Biblia. Abrí la Biblia una vez más en la contratapa posterior e hice de prisa una última anotación: "orado . . . por . . . esposa . . . tercera vez ... Witte, Julio 1 ... 1957." Y cerré la Biblia de golpe. -Algunas personas, Señor, están hechas para, una vida solitaria. Pero no yo, te lo suplico. Recién en Septiembre sucedió algo que podía interpretar como una contestación. Fue una mañana, durante mi meditación que de pronto un rostro pareció flotar en frente de mí. Una cabellera larga, rubia. LA TERCERA ÜRACION 139 Una sonrisa que hacía brillar el sol. Ojos que no tenían dos veces el mismo color. Corrie. Corrie van Dam. Había pensado en ella de modo inesperado. Era un pensamiento totalmente ajeno a lo que meditaba en ese momento que me pregunté, con un brinco de mi corazón, si ese pensamiento no sería de Dios, y si no me estaba mostrando, más allá de mis sueños más ambiciosos, la contestación a mis oraciones. Pero, ¡ era imposible! A pesar de que habíamos sido amigos y compañeros, nunca había considerado correcto tener una cita con Corrie. Era una niña; una adolescente. ¿ Hacía cuántos años de eso? Habían transcurrido cuatro desde que dejara la fábrica rumbo a Inglaterra y ella para la escuela de enfermeras. Sí, ¡ era una señorita! Sin duda ya habría terminado sus estudios y se habría casado. De una jovencita, casi podíamos decir que recién dejaba sus ropas infantiles, de pronto Corrie se convirtió en una mujer adulta, que si todavía no estaba casada, posiblemente en esos momentos estaría escogiendo entre un montón de pretendientes decididos y bulliciosos. A la hora estaba en Alkmaar, dando vueltas con el coche por la calle donde vivían los padres de Corrie. Con frecuencia habíamos ido a su casa luego de las reuniones juveniles de los fines de semana y la señora van Dam nos había servido café y galletas mientras que el señor van Dam, con su enorme pipa de espuma de mar, se dedicaba a llenar de anillos de humo el cielorraso de la habitación. No sabía con exactitud qué iba a hacer cuando llegara a la casa. Mirar, tal vez, para asegurarme de que todavía estaba allí. ¿ Sería mejor llamar a la puerta? Señora van Dam, ¿ podría darme la dirección de Corrie? Pero y ¿ si era Corrie la que habría la puerta? ¡ Hola, Corrie ! ¿ Te casaste? Si no, ¿ querrías casarte conmigo? Llegué a la casa antes de haberme formado un plan. De inmediato me di cuenta que no me haría falta uno. Los postigos de las ventanas estaban cerrados. En el jardín la maleza estaba muy crecida. .. 140 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Mientras me dirigía a la fábrica, la duda me carcomía. No, el señor Ringer no sabía a dónde se habían ido los van Dam. ¿ Corrie? Había estudiado en el Hospital Santa Elizabet, en Haarlem. Por lo que él sabía, tal vez todavía estaba allí. No, no sabía si se había casado. Sus ojos brillaban con picardía en tanto que respondía a mis preguntas. -Andy, i dichoso el muchacho que se case con esa señorita! ¡ Qué fantástico que me resultaba tener que hacer tantas diligencias urgentes y repentinas en Haarlem ! Visitar librerías evangélicas, aceptar invitaciones a iglesias que había pasado por alto sin ninguna excusa; entrevistas. ¡ Una ciudad estupenda! Desde una estación de servicio de las afueras llamé a Santa Elizabet y contuve el aliento mientras que la recepcionista buscaba la ficha de Corrie. -Sí, -dijo la voz, -es una alumna de último año. La señorita van Dam no vive en la residencia del hospital este año. Vive en una casa de familia. Me dio la dirección y me dijo que el departamento estaba en el piso superior de una casa de familia en la parte más linda del pueblo; la dueña de la casa era una anciana adinerada -me explicó la señora en el hospital y daba el departamento a cambio de tener una enfermera en su casa. Después de buscar localicé la calle y rápidamente ubiqué la ventana de Corrie en lo alto, debajo del alero. Toda la casa tenía el aspecto de un castillo en miniatura. El cuarto de Corrie daba a un balcón sobre el que había una torrecilla. Estacioné el coche calle abajo y dejé vagar mi imaginación. Ella era la reina del castillo y yo el caballero andante. Ella era Julieta y cuando se asomara al balcón, me adelantaría ... Pero no apareció ni en el balcón ni en ningún otro lado. Pasó la tarde, llegó la noche, pero en las habitaciones de Corrie no se veía ninguna luz. Dejando de lado toda excusa me acerqué a la puerta y toqué el timbre. Abrió una mucama. ¿ La señorita van Dam? Sí, vivía allí pero en esos momentos estaba con su familia en Alkmaar. ¿ Alkmaar? Toda mi actitud casual pareció dejarme. LA TERCERA ÜRACION 141 ¡ Pero en la casa de Alkmaar no hay nadie! Todas las ventanas están cerradas y el jardín cubierto de hierbas. Atraída por el tono apesadumbrado de mi voz, una señora de cabello canoso apareció en el vestíbulo, detrás de la mucama. Con mucha delicadeza me explicó que el papá de Corrie estaba gravemente enfermo y que había ido a cuidarlo. La familia se había mudado a un departamento de un piso, donde no había escaleras para subir. Me dio la dirección. Los días que tuve que pasar en el aburrido pueblo de Haarlem, para cumplir con los compromisos contraídos, me parecieron interminables. Ahora me sentía realmente contento por haber charlado aunque más no fuera unos minutos con el papá de Corrie en aquellas tardes que había ido a su casa. ¡ Era natural que ahora fuera a verlo, y me interesara por su salud! Y unas noches después me paré frente al departamento donde vivían ellos, en Alkmaar. Llamé a la puerta. Abrió Corrie. El reflejo de la luz, detrás de ella hacía que sus cabellos tuvieran una tonalidad dorada. -Vine para ver cómo está tu papá -dije casi sin fuerzas. El pretexto no hubiera engañado a un niño de tres años. Pero Corrie me llevó silenciosamente hasta el cuarto de su padre. El señor van Dam estaba muy enfermo. Aun desde la puerta de su habitación pude darme cuenta de su gravedad, pero pareció alegrarse con mi visita. Durante una hora me senté al lado de su cama y le conté sobre el viaje detrás de la Cortina de Hierro y mis esperanzas para el futuro, en tanto que Corrie iba y venía con remedios y otras cosas. Yo procuré evitar que mis ojos la siguieran. Tenía un uniforme blanco y me parecía más angelical todavía y más inalcanzable aún que lo que fuera en mis sueños. Así comenzó un galanteo bastante singular y delicado. Dos veces por semana iba a ver al señor van Dam. Dos veces por semana Corrie y yo charlábamos en voz baja en la puerta de la calle. Más que eso para mí hubiera sido como si estuviera importunando en esa casa con sus muchas preocupaciones. Entre una y otra visita a menudo trataba de imaginarme 142 EL CONTRABANDISTA DE DIOS declarándome a Corrie y me resultaba tan terrible que por anticipado sabía que no valdría la pena hacerlo. "Por favor, cásate conmigo. Estaré ausente mucho tiempo y no podré darte una dirección donde puedas escribirme. Pasarán las semanas sin que pueda escribirte y aunque estaremos en la obra misionera nunca podrás hablar sobre los lugares y las personas con las cuales estamos trabajando. Y si alguna vez no regreso, posiblemente nunca sepas qué pasó. Añade a todo eso que no habrá una entrada fija, y un cuarto sobre un cobertizo de herramientas en lugar de una casa. Todo eso es lo que puedo ofrecerte." Corrie era muy inteligente y demasiado hermosa como para conformarse con esa clase de vida. Fue el 20 de Octubre, en la época en que la visitaba dos veces por semana que recibí una carta del Consulado de Hungría. Mi solicitud de una visa, que había entregado justo una semana después de la revuelta, había sido concedida. Así, repentinamente, supe cómo le pediría a Corrie que se casara conmigo. Lo haría ahora, esa semana, ese mismo día, pero no la dejaría que me diera la respuesta hasta mi regreso de Hungría. Así, en caso de que llegara a considerar mi proposición tendría oportunidad de probar por anticipado cómo sería nuestra vida: la separación, el secreto, la incertidumbre. -Vamos, ¡ anímate, Andy ! -me dije a mí mismo, -así tal cual e~. con sus pros y sus contras. Ahora que había trazado un plan, mi corazón latía esperanzado. Subí al coche de un salto y cubrí la distancia que me separaba de Alkmaar en tiempo récord. Ya estaba para volver a llamar cuando se abrió la puerta. Con sólo mirar a Corrie, lo supe. -¿ Tu papá? Corrie asintió. -Hace media hora-. Era obvio que le costaba hablar. -El doctor está aquí. Regresé a Witte tal como cuando salí, con la declaración ardiéndome dentro del pecho. Después del funeral no vi a Corrie por espacio de tres semanas. Pasé ese tiempo comprando y pidiendo todas las Biblias en húngaro que podía encontrar, y que por supuesto no eran muchas, y escondiéndolas en el coche junto con una cantidad de tratados en húngaro. LA TERCERA ÜRACION 143 Por fin, una hermosa noche de luna fui a lo de Corrie y la invité a dar un paseo en coche. Fuimos a lo largo de un dique ancho hasta que con los faros delanteros del coche divisamos un camino más pequeño a la derecha del dique. Lo tomé y paré el coche. La luna enviaba sus reflejos plateados hasta nosotros, a través del canal a nuestros pies. El marco era perfecto. Pero dije todo al revés. -Corrie, quiero que te cases conmigo, -pero no me digas que no hasta que te haya explicado lo difícil que va a ser. Lo será para mí y mucho más para ti. Le detallé el trabajo que yo creía que era el que Dios me había dado. Le dije que el próximo mes sería una muestra de la clase de vida que me esperaba y a ella también, si la escogía. ¡ Cometerías una locura, Corrie ! --concluí tristemente, -pero ... ¡ ojalá que la cometieras! Cuando terminé, los enormes ojos de Corrie parecían más grandes aún. Abrió su boca para hablar, pero se la cubrí con mi mano. Al llevarla de regreso a su departamento conseguí que me prometiera que me daría la respuesta cuando volviera de Hungría. ¡ Qué distinto fue este viaje a través de Europa! Había pensado que esta separación le enseñaría algo a Corrie sin saber cuánto me iba a enseñar a mí. Los kilómetros, que antes corrieran tan fácilmente debajo de las ruedas del auto, ahora parecían tironear y llamarme con todas sus fuerzas. Cada kilómetro me separaba más de ella. El cruce de la frontera también se me hizo más difícil que de costumbre. Ya fuera porque era la primera vez que no quería que me apresaran; no quería que nada me separara de la cita que tenía en Alkmaar o tal vez a causa de que las historias que me habían contado en los campos de refugiados me habían vuelto particularmente miedoso de Hungría, no lo sé. Sin embargo, nuevamente Dios "hizo ciegos los ojos que veían", y me encontré cruzando los distritos rurales húngaros. El camino que tomé circundaba el Danubio. Era hermoso, tanto como lo expresaba el vals, aunque su color, en lugar de azul, era de un color chocolate subido. Sentí hambre y me dispuse a 144 EL CONTRABANDISTA DE DIOS parar para almorzar junto al río. Salí fuera del camino, conduje el coche por un carril arenoso y me detuve en un pequeño claro junto al agua. Allí saqué lo necesario para prepararme la comida. Para sacar el hornillo portátil tuve que mover varias cajas con tratados, cajas que los guardias de la frontera habían pasado por alto. Ni bien abrí el envase de arvejas y zanahorias, oí un ruido ensordecedor. Miré. Una lancha rasgaba el agua a toda velocidad, aproximándoseme y dejando tras sí una estela más alta que ella. En la proa había un soldado, con su ametralladora preparada. A último momento la lancha viró y se aproximó a la orilla deteniéndose con toda elegancia a la orilla del río. En el bote había dos soldados más. El que estaba en la proa saltó a la orilla, seguido por otro. -Señor, -dije para mis adentros mientras se me acercaban, -no permitas que me domine el miedo. El primer soldado me apuntaba con la ametralladora mientras que su compañero corría hasta el auto. Seguí revolviendo lo que había puesto sobre el fuego. Oí que abrían la puerta del coche. Me dirigí a ellos en holandés, seguro de que no me entenderían. -Bueno, Señor -dije mientras seguía revolviendo la comida, -¡ qué lindo es verlo por acá! El soldado me miraba fríamente. -Como verá, -proseguí, -estoy preparándome para comer. Detrás mío oí que abrían la otra puerta del automóvil. Estiré mi mano hacia la cesta y saqué otros dos platos. -¿ Gustan acompañarme? Enarqué las cejas y moví la mano en un ademán, invitándolos. El soldado movió bruscamente la cabeza, como si tratara de decirme que no se iba a dejar sobornar. -Por lo menos por un poco de arvejas y zanahorias, ¿ no es cierto? -pensé. Podía oír al otro soldado hurgando todo. En cualquier momento me iba a preguntar sobre las cajas. -Bueno -agregué en voz alta, -si no tienen inconvenientes, voy a comer mientras que la comida está caliente. Me serví los vegetales y me vi confrontado con LA TERCERA ÜRACION 145 un problema. ¿ Debería orar? En los campamentos me habían contado que los cristianos en especial ahora eran tenidos- como sospechosos en Hungría puesto que muchos habían tenido papeles importantes durante la revuelta. Pero, se me presentaba la oportunidad de testificar a tres hombres. Con un gesto más deliberado que de costumbre, incliné la cabeza, junté las manos y dije una sincera oración de gracias por la comida que estaba por comer. Ocurrió algo notable. Mientras oraba no pude oír a los soldados revisando el coche. Tan pronto como oré, se cerró la puerta del coche y oí el ruido de botas que se me acercaban rápidamente. Tomé el tenedor y me llevé a la boca unas arvejas. Por un momento los dos soldados se quedaron de pie en frente de mí. De pronto, abruptamente, se dieron media vuelta. Sin siquiera mirar para atrás corrieron al bote, pegaron un salto y se alejaron a toda marcha, dejando tras sí una estela blanca. Budapest era la ciudad más hermosa que había visto en todos mis viajes: dos antiguos pueblos, Buda y Pest, construidos en ambas orillas del Danubio. Por todos lados se podían apreciar las huellas de la revuelta. Los edificios parecían picados de viruelas, ese era el efecto dejado por las balas, los árboles arrancados de cuajo y las vías de los tranvías, arrancadas y retorcidas. Me habían dado la dirección de un tal profesor B, un hombre que tenia un excelente cargo en una famosa escuela de Budapest. Al preguntarle si me haría de intérperte no alcancé a comprender todo el alcance de sus palabras. -Por supuesto, hermano -me contestó. -Estamos juntos en esto. Su decisión le costó su empleo. El profesor B se mostró encantadísimo con las Biblias que le regalé. Me dijo que casi no podían conseguirse. Me contó que había muchísimas iglesias abiertas y que andaban lo mejor que podían. Estaría tan ocupado como quisiera, hablando y distribuyendo los libros siempre y cuando no me importara correr algunos riesgos. -¿ Correr algunos riesgos? -le pregunté. 146 EL CONTRABANDISTA DE DIOS -Bueno, como usted sabe, la revuelta es muy reciente. Las autoridades piensan que en cada reunión se está preparando un complot. Me explicó que los que más habían sufrido eran los pastores. En Budapest muchos se habían visto en serias dificultades con el Régimen : más o menos una tercera parte habían estado presos, algunos hasta por seis años. Los predicadores tenían que renovar sus credenciales cada dos meses. Esta era una reglamentación que los mantenía en continua tensión. El profesor B me llevó a visitar a un amigo suyo, un pastor de la Iglesia Reformada. Este nos abrió cautelosamente la puerta y miró a ambos lados del corredor de franquearnos la entrada. Su departamento estaba lleno de pantallas para lámparas. Algunas terminadas, otras. eran nada más que armazones cubiertas y también algunas estaban listas para ser toscamente pintadas con escenas callejeras de Budapest. Este hombre, según me enteré, había sido despedido sumariamente de su púlpito, sin ninguna explicación. Ni siquiera le permitían que se sentara en la plataforma durante los cultos. Temeroso de que su misma presencia pusiera en peligro a otros, él y su esposa habían optado por alejarse de la comunión con los hermanos. A fin de que su familia no muriera de hambre pintaba pantallas para lámparas. Trabajaba desde hora muy temprana por la mañana hasta bien entrada la noche a fin de hacer frente a las necesidades más apremiantes. Cuando nos retiramos le pregunté al profesor B si esto era muy común. -Más o menos común entre las iglesias que no transigen -señaló, -pero muchas lo hacen. Se "adaptan" al Régimen no solamente en la política sino también en los fundamentos doctrinales, de modo que son poco más que instrumentos del gobierno. Le pedí al profesor B que me llevara a una de esas iglesias. Me dijo que el pastor de una de esas iglesias esa tarde oficiaba en el festival de una escuela del Estado. En efecto, el pastor estaba en el palco de revista. A los pocos minutos vino para hablar. -Tal vez una tercera parte de ese grupo -me explicó indicando una fila de jóvenes formados sobre LA TERCERA ÜRACION 147 el césped de la escuela- pertenecen a nuestra iglesia. Todos los muchachitos llevaban un pañuelo rojo brillante. Me explicó que era el símbolo de buena ciudadanía. -Uno de los requisitos para llevar ese pañuelo era demostrar una "actitud correcta" hacia la superstición religiosa de los padres. -¿ Qué superstición? -le pregunté. -Bueno, los milagros. La historia de la creación. El pecado original. La caída del hombre. En fin, esa clase de cosas. -¿ Y qué de que Jesús es Dios? -Eso lo ponen en primer lugar en su lista. -Y usted, ¿ qué piensa? El pastor bajó la vista. -Qué puede hacer uno ... -Se encogió de hombros. Resultaba claro que los chicos se divertían. Una vez más oí el estruendoso batir de palmas que había oído en Polonia y en Checoeslovaquia. Como allá, acá también había empezado en forma espontánea, pero a los veinte segundos se hizo rítmico, como si fuera uno solo, como si un pesado martillo estuviera golpeando en un yunque extraterreno. ¡Clap, clap, clap! Todos en perfecta armonía. Todos al unísono, como si fueran uno. El director de la escuela les permitió que siguieran palmeando hasta que yo ya no podía resistir más. Noté que al pastor le pasaba lo mismo. Lo vi que levantaba sus manos casi temblando, como si estuviera desesperado por taparse los oídos, sin atreverse a hacerlo. Cuando terminó la ceremonia el pastor me llevó a visitar su iglesia. Hablaba sobre las mejoras en el sistema de calefacción y las nuevas ventanas y la ampliación del campo de deportes en la parte de atrás, cuando se volvió y me dij o: -Hermano Andrés, ¿ qué tengo que hacer? No le contesté en seguida. ¿ Cómo podía aconsejarlo si nunca había estado en su lugar? Era muy fácil decirle tenga confianza. Pero él sabía que su permiso, y con ello el sostén de su familia, dependían semana tras semana del capricho de los funcionarios oficiales. No podía aconsejarlo, pero le expliqué que los cristianos en Polonia, Checoeslovaquia y Yugoslavia se veían confrontados con cárcel y problemas semejantes 148 EL CONTRABANDISTA DE l.JIOS a los suyos, pero que no por eso dejaban de predicar el amor redentor de Cristo. Me parecía a mí que con ese amor en sus corazones la gente puede confiar de encontrar por sí misma la verdad sobre los otros puntos de la fe. El profesor B me aseguró que en Hungría había iglesias que habían encontrado una salida pese a las restricciones. Una de las más interesantes era el evangelismo de bodas y funerales. Una mañana el profesor B me pidió que participara de una boda húngara. -No será una boda como de costumbre -me explicó-. Preste atención. Le voy a pedir que haga algo que quizá le resulte extraño. Usted tendrá oportunidad de hablar, y cuando lo haga, deberá decir unas breves palabras de felicitación a los novios y en seguida predicar un mensaje de salvación tan claro, directo y positivo como sea posible. No pude menos que sonreírme. -No se ría -me dijo el profesor B. -En la actualidad es así como predicamos a la mayoría de las gentes. Hoy día muchos tienen miedo de entrar en una iglesia, a no ser que se trate de un funeral o una boda. Por eso así les vamos a predicar a los que vengan. La semana pasada un funcionario del gobierno me dijo que le parecía que todas las noches yo oraba para que mis amigos se murieran; así podía predicar mi sermón. Así fue que prediqué en la boda y después le expliqué al profesor B respecto del recurso que había descubierto, el de traerles "saludos" de Holanda. Se mostró encantado con la idea. Quería comenzar en seguida una campaña. Fue hasta el teléfono y comenzó a hacer llamadas. Esa misma noche tuvimos una muy poco disimulada reunión de avivamiento en una de las iglesias más grandes del pueblo. A la noche siguiente tuvimos otra reunión, pero en una iglesia distinta. Y así noche tras noche. Nunca anunciábamos hasta el final de la reunión dónde haríamos la otra. Aun así la gente se apiñaba en los pasillos para escuchar al holandés que estaba de visita. Pero, esto también llamaba la atención. Pronto nos vimos precisados a idear algo distinto. Nos limitamos LA TERCERA ÜRACION 149 a indicar que al día siguiente, realizaríamos otra reunión, pero sin indicarles dónde. Todo el día siguiente la gente llamaba por teléfono a otros para decirles dónde pensábamos congregarnos. Mientras estábamos sentados en la plataforma esperando que comenzara la reunión observé que los pastores examinaban los rostros en la congregación. -Están buscando la policía secreta -me explicó el profesor B. -A muchos los conocemos de vista. Desde la revuelta resulta peligroso reunir grupos como estos con cualquier finalidad. La nerviosidad y la ansiedad son contagiosas. Cuando estábamos en la mitad de la campaña por las noches soñaba que tenía problemas con la policía. Una noche la policía vino. Lo supe por la expresión del rostro del profesor B. -Están aquí, -susurró. No necesité preguntarle quiénes. Me indicó que debía seguirlo hasta el vestíbulo. Dos hombres en trajes de calle esperaban. Me hicieron un sin fin de preguntas y luego me citaron para comparecer al día siguiente por la mañana, junto con el profesor B, en las oficinas centrales. -La última vez que pasó algo así -me contó el profesor B cuando se marcharon, -dos hombres fueron arrestados. Estuvieron presos por mucho tiempo. Cuando terminó la reunión todos los pastores se juntaron en el vestíbulo de la iglesia para decidir qué deberíamos hacer. El profesor B sugirió que fuéramos a su casa para orar. Fue la primera vez que estuve en su casa. Me había olvidado el lugar prominente que el profesor B ocupaba en la sociedad europea oriental. Su casa era inmensa y lujosa. ¡ Era esta la posición que estaba arriesgando! El profesor B me presentó a su hijo Janos. De inmediato me agradó. Hacía poco que se había casado y corno un joven abogado que era, le iba bastante bien. El también estaba dispuesto a arriesgar su carrera en esas mal vistas reuniones de los cristianos. Esa noche éramos siete; siete cristianos reunidos de una manera muy parecida a la que se habían reunido los cristianos desde los albores de la Iglesia: en secreto, con dificultades, orando juntos para que mediante la milagrosa intervención divina pudiéramos ser libera- 150 EL CONTRABANDISTA DE DIOS dos de una confrontación con las autoridades. Oramos en la sala de la casa del profesor B. Nos arrodillamos alrededor de una mesita baja ubicada en el centro de la sala. Estuvimos más de una hora en fervorosa intercesión suplicando que Dios nos ayudara en ese momento de necesidad. De pronto la oración cesó. Todos nosotros, en el mismo momento tuvimos la inexplicable seguridad de que Dios nos había oído y que nuestra oración había sido contestada. Nos pusimos de pie, mirándonos con los ojos entreabiertos, sorpredidos. Miré mi reloj. Eran las once y treinta y cinco de la noche. En esa precisa hora supimos que al otro día todo iba a salir bien. Al otro día, a las nueve en punto, con el profesor B llegamos a los cuarteles generales. Mientras esperábamos el profesor B me susurró que conocía bien al personal. El jefe del departamento era inexorable en sus ataques a la iglesia; su lugarteniente en cambio, quizá podría mostrarse más indulgente. -Estamos citados -dijo por lo bajo, -para ver al jefe del departamento. ¡ Qué lástima! Las nueve y media. Las diez. Las once. En los países burocráticos uno se acostumbra a las largas esperas, pero esta era demasiado larga, de cualquier modo. Por último, justo antes del mediodía apareció un empleado. -Síganme -dijo. Lo seguimos por un largo corredor. Pasamos por la oficina del jefe del departamento y seguimos. avanzando. El profesor B me miró y enarcó sus cejas, esperanzado. Nos paramos. El jefe del departamento,. según nos explicó el empleado, había caído enfermo la noche anterior. Tendríamos que comparecer ante su lugarteniente. El profesor B me dirigió una rápida mirada. Veinte minutos después salíamos de la oficina en libertad. Deseaba vivamente preguntarle al empleado a qué hora había caído enfermo el jefe del departamento. Hasta este día tengo la certeza de que me hubiera contestado a las once y treinta y cinco de la noche. Este choque con las autoridades acabó por el mo- LA TERCERA ÜRACION 151 mento con la posibilidad de celebrar más reuniones en Budapest. El profesor B concertó una gira de diez días para mí por el este de Hungría y se ocupó de encontrar un intérprete para que me acompañara. Cuando volví fui hasta su casa para contarle cómo me había ido. En seguida me di cuenta que algo andaba mal. Por una parte, tanto el padre como el hijo se encontraban en la casa en horas desusadas. Empero ninguno de los dos dejó entrever que las cosas no marchaban bien. Insistieron que volviera al día siguiente a tomar el desayuno con ellos antes de emprender el viaje de regreso. Al día siguiente de nuevo presentí que algo andaba mal. Al levantarnos de la mesa J anos sacó un paquetito de su bolsillo. Fue después cuando me enteré de aquellas cosas que guardaban tan celosamente que el pleno impacto de sus palabras se me hizo evidente. -Tenemos tan poco con qué agradecerle -dijo Janos. -Usted arriesga mucho al venir a nuestro país. Queremos que lleve esto a la señorita que lo espera en Holanda. Yo les había hablado de Corrie. Dentro del estuche había un prendedor antiguo, de oro, engarzado con rubíes. Todos se rieron al ver la expresión de mi cara. Janos rodeó tiernamente con su brazo a su joven esposa. -Estamos orando por usted, Andy, para que su respuesta sea sí. Había atravesado más o menos la mitad de Austria, de regreso a casa. Había acampado con mi pequeña carpa a la vera del camino. A medianoche me desperté preso de una pesadilla. Todo un escuadrón de policía con pañuelos rojos .me perseguía. Todos batían y batían y batían palmas. De alguna manera supe que eso tenía algo que ver con el profesor B. Estaba seguro de que se encontraba en algún aprieto. Al día ~iguiente, desde el primer pueblo que crucé, le mandé una carta. Al llegar a Holanda en lugar de ir a Witte, primero, fui a Haarlem. En el hospital me informaron que Corrie trabajaba en el turno de tres de la tarde a once de la noche .. Cuando cruzó el portón, allí estaba 152 EL CONTRABANDISTA DE DIOS yo esperándola. A la luz de la calle su cabello parecía no rubio sino cobrizo. -¡ Estoy de vuelta, Corrie ! -dije. -Y te amo, ya sea que me digas sí o que tu respuesta sea no. Corrie parecía muy cansada por haber estado tantas horas de pie. Pero al reírse, fue como si las huellas del cansancio se desvanecieran. -Oh, Andy --contestó -¡ yo también te amo! ¿No comprendes que es ese el problema? Me voy a preocupar por ti, y te voy a extrañar, y voy a orar por ti, pese a todo. De modo que ¿ no te parece que es mejor que sea una esposa preocupada que una amiga irritable? A la semana siguiente fuimos a un joyero en Haarlem y compramos las alianzas. En Holanda se acostumbra usar el anillo en la mano izquierda durante el compromiso y pasarlo a la derecha al casarse. Corrie · y yo llevamos los anillos a su pequeña salita en la parte superior del castillo, abrimos los estuches e intercambiamos los anillos. -Corrie -comencé, sin saber que por primera vez iba a decir algo que sería una especie de lema para nosotros, -Corrie, no sabemos dónde nos guía el camino, ¿ no es cierto? -Pero, Andy - agregó ella por mí - ¡ vayamos juntos! Al llegar a Witte encontré una carta del profesor B. Una vez más me daba las gracias por haber ido a Hungría. La iglesia había sido muy fortalecida, me decía, por esta prueba palpable de la preocupación de unos miembros por los otros. Esperaba que otra vez fuera allá y que otros seguirían mis pasos. "Pero", añadía, explicándome las noticias de una manera que era característica, "creo que debo contarle algo que sucedió. No piense que es debido a su visita. Era algo que de todos modos iba a venir. Me obligaron a renunciar a mi cargo en la Universidad. Pero no se ponga triste: hay muchos que han dado mucho más que eso por su Salvador". "Es importante que no abandone esta obra tan maravillosa. Esa es su parte Andrés, como la nuestra es otra. Todos los días oramos por usted, aunque quizá LA TERCERA ÜRACION 153 nunca más tenga noticias nuestras. Esta carta la lleva fuera del país un amigo. Nuestra correspondencia es censurada. Oramos para que su ministerio siga adelante." "Le repito: no se sienta abatido. Nosotros alabamos a Dios." CAPITULO 12 La iglesia impostora El 27 de junio de 1958, en Alkmaar, tuvo lugar nuestra boda. Estuvieron presentes Greetje, el señor Ringer y muchos otros de la fábrica y también llegó desde Haarlem un ómnibus cargado de enfermeras. Tío Hoppy vino desde Londres trayendo saludos de su esposa, que no se encontraba en condiciones de realizar el viaje. Asimismo llegaron hasta allí algunos amigos de la C.E.M., compañeros de trabajo en los campos de refugiados y por supuesto la mamá de Corrie y mis hermanos con sus familias. Pero había algunos rostros que echaba de menos: Antonín, el joven checo, estudiante de medicina; Jamil y Nikola de Yugoslavia; Janos y el profesor B. Antes de que pudiéramos despedirnos de tantos amigos y recuerdos llegó la noche. Para la luna de miel le pedimos prestada la casa rodante a Karl de Graaf. Soñábamos con ir a Francia. Pero al iniciar nuestro viaje, de pronto nos dimos cuenta de lo cansado que estábamos, Corrie de sus exámenes finales, que recién había concluído y yo, del trabajo en los campos de refugiados, donde había pasado la mayor parte del tiempo después de nuestro compromiso. A unos pocos kilómetros de Alkmaar llegamos a un restaurante situado en lo que es toda una rareza en Holanda: una arboleda. Estacionamos debajo de los árboles y fuimos a tomar un café. El dueño del restaurante y su esposa fueron tan amables, nos insistieron tanto de que la casa rodante no era ninguna molestia, que allí fue lo más lejos que llegamos en nuestro viaje. La llevamos rodante un poco más entre los árboles y ahí pasamos nuestra luna de miel. La oscuridad y la humedad en el cuartito sobre el cobertizo de las herramientas desaparecieron como por encanto. ¿ Cómo podía haber pensado que era os- LA IGLESIA IM POSTORA 155 curo y húmedo? Con Corrie, entraron el sol y el calor y aquel lugarcíto se convirtió en un hogar. Qué importaba que no teníamos cocina. Tampoco había tuberías en nuestra casa. Era cierto que el techo goteaba un poquito aquí y otro allá y nunca, dos noches consecutivas, en un mismo lugar. ¡ Qué importaba todo eso mientras pudiéramos estar juntos! El único problema grande eran los atados de ropa. Al hablar en las iglesias por toda Holanda me había referido a la necesidad de ropa para los campos de refugiados y había dado mi dirección como el lugar donde podrían hacerlas llegar. Nunca me imaginé cuánta me mandarían. Por correo, por tren, por camión. Carga tras carga era depositada en el pequeño jardín en Witte. En el primer año repartimos ocho toneladas, y el almacenarlas era todo un problema. Maartje se había casado y vivía con la familia de su esposo, pero Arie y Geltje tenían otro bebé, su segundo hijo y Cornelio y su flamante esposa vivían en el desván. El único lugar disponible en toda la casa para guardar la ropa era nuestro cuarto. Literalmente Corrie y yo teníamos que arrastrarnos sobre fardos con ropa cada vez que entrábamos o salíamos del cuarto. Lo peor de todo, sin embargo, era que tanta de la ropa venía sucia. Fregábamos las cosas más sucias en una tina que había en el patio de atrás y cepillábamos y fumigábamos el resto. Aun así nuestro cuarto nunca se vio libre de las pulgas. Transportar tal cantidad de cosas era otro problema. Cada vez que partía para los campos cargaba el coche al máximo, pero pese a sus muchas ventajas el Volkswagen resultaba poco satisfactorio como camión. Tenía muchos deseos de volver, esta vez en compañía de Corrie. Quería que viera los campos, no solamente para conocer a esa gente para la que lavaba y empaquetaba constantemente, sino porque sabía lo que una enfermera podía significar en lugares como aquéllos. Ese otoño apilamos el asiento trasero del coche hasta el techo con suéteres, sacos y zapatos y partimos para los campos en Berlín Occidental. 156 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Hicimos la primera entrega en Fitcher Bunker. Esta era una vieja barraca militar redonda, usada por los nazis durante la guerra y ahora convertida en "casas" para los refugiados. Fue la primera visión que Corrie tuvo de la escualidez y la suciedad de los campamentos. Esa noche no pudo probar bocado. De manera premeditada dejé el campo de Volksmarstrasse para el día siguiente porque era peor todavía. Ese viejo edificio, que antes fuera una fábrica, debía albergar ahora unas cinco mil personas. Las condiciones allí eran tan desesperantes que una muchacha vendía su cuerpo por cincuenta pfenning (más o menos quince centavos de dólar). Mientras llevábamos los atados con ropa a los centros de distribución, unos muchachitos se asomaron por una ventana y nos arrojaron desperdicios. -No te enfades con ellos -dije a Corrie quitándole hojas de lechuga podrida de su saco. -Aquí no tienen otra cosa que hacer más que pensar en travesuras. Pero de todos los campos, para mí el más deplorable, el más digno de lástima era el Henry Dunant. Corrie y yo estuvimos allí al final. En este campo, bautizado con el nombre del fundador de la Cruz Roja, era adónde enviaban a tantos profesionales, especialmente maestros. Este campo me producía mucha tristeza, no porque fuera mucho peor que los otros, sino porque los que estaban allí eran los más empeñados en conservar sus tradiciones y esto hacía que los inevitables fracasos resultaran más patéticos. Esa tarde, al salir de la oficina del director, encontré a Corrie conversando con una señora canosa, de Alemania Oriental, que dijo llamarse Henrietta. En su manera había algo que me hacía acordar de la señorita Meekle. Encontramos un rincón relativamente tranquilo y nos sentamos a charlar por un largo rato. Henrietta nos contó que en Sajonia había sido maestra de muchachitos de trece y catorce años y que ése había sido su problema. -Si me hubiera tocado enseñar a niños de seis o siete años, hubiera cerrado los ojos -nos explicó, --pero yo los tenía justo en la edad del Jugend Weihe? -¿Jugend Weihe? -Sí -eontestó Henrietta. -Soy Luterana. En nues- LA IGLESIA IM POSTORA 157 tra iglesia la confirmación es un evento muy importante en la vida del adolescente. Tal vez el día más importante de todos. Hay regalos, discursos y felicitaciones y le conceden nuevos privilegios, como ser, sus pantalones largos para los muchachitos. Pero por sobre todo es un día de carácter espiritual. Se hacen votos y se formulan promesas. Henrietta luego nos contó sobre la Jugend W eihe, la Confirmación juvenil. De inmediato comprendí que se trataba de un ataque sumamente sutil, inteligente, contra la iglesia. El gobierno reemplazaba con una ceremonia oficial a la confirmación cristiana. En la Jugend Weihe es al Estado a quien se le hacen los votos y no a Dios -explicó Henrietta. -Y el Estado hace algo muy importante de la solemnidad y la obligatoriedad de esas promesas. Los maestros deben pasar todo un año preparando a los alumnos para participar de la solemnidad. Antes de que Henrietta hablara comprendí lo que había sucedido. -Usted se negó -le dije. -Me negué. -Fue muy valiente. Henrietta se puso a reír. -No señaló- la verdad es que no soy valiente. Era tan solamente una maestra de escuela, próxima a jubilarse. No soy ninguna mártir. Pero no podía adaptarme a enseñar a esos maravillosos jovencitos de que el Estado era dios. Era de esperar que el cien por ciento de los alumnos elegibles participaran en ese ritual falsificado. De la clase de Henrietta hubo solamente un treinta por ciento. -Al principio -me explicó- la presión que ejercieron sobre mí para que me adaptara fue leve. Los oficiales del Partido comenzaron a visitarme amistosamente más o menos una vez por semana. Naturalmente esperaban que cada maestra hiciera todo lo posible a fin de que todos sus alumnos participaran de la Jugend Weihe. El año próximo, me aseguraron, las cosas serían distintas. -Bueno, al año siguiente, las cosas no fueron distintas. Y después realmente me presionaron -agregó Henrietta. -Las visitas semanales pasaron a ser visitas nocturnas diarias. Distintas personas todas las 158 EL CONTRABANDISTA DE DIOS noches durante una semana, semana tras semana. Una y otra vez volvimos al viejo tema. ¿ Dónde estaba mi lealtad? ¿ Comprendía que me podían acusar de impedir el adelanto? Ese era un delito muy grave en la República Popular. Noche tras noche permanecieron hasta muy tarde en su departamento, aguijoneándola, asustándola, hasta que ya no podía dormir. Su carácter se tornó irritable, su trabajo se resintió. Mientras tanto también presionaban a los niños, los que comenzaron a preguntarle por qué no estaban listos para Jugend Weihe como todos los demás. -Es por eso -dijo Henrietta, que ahora estaba llorando, -que hui. No pude soportarlo. Me escapé. Es por eso -agregó extendiendo su brazo como para abarcar a todo el campo lleno de maestros que, igual que ella, habían huido, -que no debe pensar que soy valiente. Tal vez quise serlo. Es posible que todos quisimos ser valientes, pero nos rendimos, nos dimos por vencidos. En forma gradual, al hablar con Henrietta y otros refugiados, me formé un cuadro de la Iglesia como un todo, como existía bajo el comunismo. En mi mente comencé a pensar en una periferia exterior, formada por los países que, de acuerdo con mis experiencias y los informes recogidos, todavía existía en ellos un cierto grado de libertad religiosa: Polonia, Checoeslovaquia, Yugoslavia, Hungría y Alemania Oriental. Detrás de ésos, 'según el decir de los que habían huido, estaba el círculo interior, donde los ataques contra la iglesia eran realmente más fuertes : Rumania, Bulgaria, Albania y la misma Rusia. Había visitado todos menos uno de los países de la periferia exterior. Sabía ahora que tenía que visitar Alemania Oriental. Aquí, en Berlín Occidental, estaba el obvio punto de partida para esa visita. Pero, al proponerle el viaje a Corrie, me miró un tanto sorprendida. -¡ Oh, Andy ! ¿ Cómo puedo dejar el campo? ¡ Hay tanto para hacer y tan pocos para hacerlo! No me es posible ir. La miré más atentamente: sus mejillas estaban enrojecidas, sus ojos tenían un brillo poco común. Pensé LA IGLESIA IM POSTORA 159 si no me habría equivocado al lanzarla en medio de tanta necesidad y privaciones. Era sumamente duro para mí ver tanto sufrimiento, pero para una enfermera, capacitada para ver lo que podía hacerse, pero sin los medios necesarios para ello, debía ser realmente una tortura. Corría de un campo a otro como una mujer fuera de sí. Aquí organizaba una clase para madres, allá preparaba un tanque para el agua hervida. En otro lugar, simplemente procuraba apartar los platos de los que no tenían tuberculosis y entregarlos separadamente de los que estaban tuberculosos. Por la tarde celebraba una clínica improvisada dondequiera que se encontraba. Aplicaba tópicos en las gargantas afiebradas, limpiaba llagas ulceradas, lavaba ojos infectados y en ocasiones hasta extraía dientes. Por su propio bien quise sacarla de ese medio ambiente. Pero se negó. -Ve tú -me dijo cuando me entregaron sin demora las visas para Alemania Oriental. -¿ De qué serviría yo allí? No puedo predicar. No hablo alemán. Ni siquiera sé manejar. En cambio puedo darme cuenta, cuando lo veo, si un retrete hierve de microbios o no. Tomó el maletín con desinfectantes, que en aquellos días nunca estaba muy lejos de ella, --cuéntame todo cuando vuelvas -dijo. Esa fue la primera separación en nuestra vida matrimonial, no debido a mi ministerio sino al de Corrie. En un punto de verificación cerca de Brandenburg Tour, crucé el lado occidental de Berlín hacia el lado oriental. El contraste entre las dos mitades de la ciudad era notable. Se podía apreciar aun manejando por sus calles. Estaba preparado para ver gente con sus ropas raídas, negocios en los que enormes floreros ocupaban el espacio que debían haber llenado prendas de vestir, debido a la tardanza en la reconstrucción de los daños causados por la guerra. Pero para lo que no estaba preparado era para el silencio. En las calles nadie hablaba. Al respecto había una atemorizadora cualidad como si la tierra estuviera de duelo. O tuviera miedo. A medida que transcurrían los días yo mismo llegué a experimentar. ese 160 EL CONTRABANDISTA DE DIOS miedo. Por todos lados se veían policías. En los puentes, en los portones de las fábricas, en los edificios de las oficinas públicas, deteniendo a las personas al azar y revisando portafolios, bolsas para las compras, portamonedas. La falta de protestas era parte del terrible silencio que se cernía sobre la ciudad como una niebla más pesada y oscura, cargada de veneno. En claro contraste con el silencio de la población se podía apreciar la resonante voz estatal. Estaba en todas partes. En la radio, en los altoparlantes, en los tableros de anuncios. Había consignas pintadas en las paredes, los techos y postes telefónicos. Había grandes cartelones en los quioscos, en los negocios, en los hoteles, en las estaciones de ferrocarril. Por todos lados se podía apreciar la propaganda. Estaba asombrado de lo escueto de la línea. Alemania Oriental estaba pasando por un período desvastador, una escasez muy grande de comida. El emprendedor granjero alemán no había aceptado de buen grado la idea del cooperativismo. Habían abandonado en cantidades tan grandes sus tierras, que aquel otoño no quedaba nadie para cosechar el grano. El gobierno había apremiado la producción con cosechadoras mecánicas, acompañando esto con una propaganda masiva. Habría abundancia de pan puesto que el socialismo era superior a las empresas individuales. Había, empero, un problema. El trigo, si se cosechaba a máquina, tenía que estar seco; necesitaba unos cuantos días más de sol, que para la cosecha manual. Pero ese año llovió. Justo para la época de la cosecha llovió todos los días. De pronto, en todo el país surgieron carteles con esta pequeña leyenda : Ohme Gott und Sonnen schein Holen Wir Die Ernte sin A Dios no lo verá y el sol no brillará pero la cosecha igual se hará Podía notar que esta leyenda realmente había sacudido a la gente. Era un desenfrenado duelo entre el nuevo Régimen y Dios mismo. Las lluvias siguieron y la cosecha no se levantó. Una noche, tan súbitamente ' LA IGLESIA IM POSTORA 161 como habían aparecido, desaparecieron los carteles, todos, excepto los pocos que estaban mojados y aun se veían colgando en los postes de alumbrado. ¿ Qué hizo el gobierno ahora? Junto con anuncios radiales y avisos en los periódicos aparecieron nuevos carteles: "No deje que nadie le diga que hay escasez de pan. Tenemos abundancia de pan. Este es otro ejemplo de la victoria del socialismo sobre las fuerzas de la naturaleza." Sólo que no hubo pan. Fui a los negocios y no vi nada. Tampoco había en los restaurantes. Para mí lo más triste era que nadie se quejaba del engaño. Nunca se mencionaba la falta de pan. La gente guardaba silencio. El sector de Alemania Oriental que más me interesaba estaba en los alrededores de las tierras del sur de Sajonia. De boca de Henrietta y de otros refugiados había oído que allí la Iglesia era una iglesia que tenía vida. Pero no estaba preparado para cuán viva. Alemania es una tierra de contrastes. Por un lado era uno de los países más duros de todos los que yo hasta entonces había penetrado; la indoctrinación y la coerción policial ocupaban el primer lugar. Sin embargo, al mismo tiempo, había más libertad religiosa en Alemania Oriental que la que había visto en cualquier otro país comunista. Wilhelm, el hombre cuyo nombre me habían dado en Sajonia, era un dirigente de los jóvenes de la Confraternidad Luterana. La villa donde él y Mar, su esposa, vivían, estaba en una sección montañosa y maderera en la provincia. Su jardín dominaba un paisaje que hubiera llenado de envidia el corazón de los holandeses de los polders. Afuera de la casa había una pequeña motocicleta. Un vehículo, según descubriría, que lo llevaba por toda Alemania Oriental, bajo el sol, la nieve o la lluvia. Wilhelm me recibió en la puerta y sin vacilación me invitó a entrar. Tomamos café sentados alrededor de la mesa de la cocina de Mar, mientras les explicaba mi misión detrás de la Cortina. -Me alegra mucho de que haya venido -señaló 162 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Wilhelm. Tosió con una tos seca, fuerte, que sacudía toda su osamenta. -Necesitamos todo el estímulo que podamos encontrar. -Necesitan Biblias, ¿por ejemplo? -le pregunté. -Tengo algunas Biblias en alemán. -Oh, tenemos muchísimas Biblias. Ya había oído esto anteriormente y esperé el lento reconocimiento de que en realidad tenían pocas. Pero Mar me llevó al pequeño despacho. Podía haberme imaginado que estaba en casa. En los estantes había una docena de Biblias. Tomé una y miré el pie de imprenta de Alemania Oriental, "Printed in the Deutsche Demokratische Republic". -Permítame hablarle respecto de otras libertades -señaló Wilhelm. Aquí tenemos Seminarios que no producen políticos sino cristianos. Hacemos campañas evangelísticas que atraen a miles. Contamos con un movimiento dentro de la iglesia Luterana que es tan fuerte como cualquiera otro que pueda haber en Holanda. -Pero, usted dijo que necesitaban estímulo. Súbitamente los puños de Wilhelm se crisparon. Noté que los nudillos se le ponían blancos. -Estamos luchando una de las guerras más importantes de toda Europa. Aquí, en Alemania, los Comunistas han puesto en práctica una nueva clase de "persuasión" que a mi modo de ver es mucho más peligrosa que la persecución abierta. ¿ Podría acompañarme a la reunión que tenemos hoy en nuestro Sínodo? Allí verá a qué me refiero. Le sugerí que fuéramos en el coche. Mar me sonrió agradecida. -Es esa terrible motocicleta -dijo, ---{!SO es lo que hace toser. Miles de kilómetros en cualquier tiempo. ¡ Hace dos años el doctor le dijo que se cuidara de las corrientes de aire ! Wilhelm le dio una cariñosa palmada en la mano. -Mar se preocupa -me dijo disculpándose. -Pero si se quiere alcanzar a todos los jóvenes del país, ¿ qué otra cosa se puede hacer? En el coche volvió al tema. -Fuimos nosotros, los alemanes, los que primero nos dimos cuenta -señaló Wilhelm. -No se pueden emplear tácticas violentas contra la Iglesia si ésta primero no ha sido forta- LA IGLESIA IM POSTORA 163 lecida. Siempre ha sido así. Es durante la persecución que el hombre se detiene a examinar su fe para ver si realmente vale la pena luchar para defenderla y éste es un examen que el cristianismo siempre podrá resistir. El verdadero peligro son los ataques indirectos, donde el hombre es inducido a salir de la Iglesia antes de haber tenido oportunidad para fortalecerse. No lo olvide mientras escucha los informes del Sínodo. Esta reunión del Sínodo había sido convocada para considerar el problema de lo que ellos llamaban la iglesia impostora. Un pastor tras otro se puso de pie para leer estadísticas que, al principio no comprendí. Servicio de bienvenida 35 por ciento; Consagración juvenil 55 por ciento; Bodas 45 por ciento; Funerales 50 por ciento. Pero a medida que Wilhelm me explicaba el significado de esos porcentajes, la enormidad del plan comenzó a surgir. Comprendiendo que el atacar de frente a la iglesia no llevaba a ningún lado, los comunistas habían tomado un nuevo curso de acción. Procuraban suplantar a Dios y a la convicción religiosa por el Estado y los sentimientos patrióticos. Aprovechándose del conocimiento que la Iglesia había adquirido con los años, el Estado celebraba sus propias ceremonias, que eran una burda imitación de los ritos cristianos. Realizaban, por ejemplo, una ceremonia, con el atractivo nombre de Servicio de Bienvenida, que suplantaba al Bautismo. En la época en que se inscribía al bebé oficialmente, con el nombre que le habían dado sus padres, estos y sus amigos eran invitados a una celebración. El infante era llevado por los padres ante un oficial del gobierno que lo recibía con la debida pompa como un nuevo miembro del Estado. 'I'ambién estaba el servicio del casamiento civil. En · el Continente se acostumbran dos ceremonias de casamiento: la civil, que está a cargo de un funcionario del gobierno, y la religiosa, celebrada, por supuesto, en la iglesia. El nuevo Régimen realizaba ambas. Después de la ceremonia civil, el Estado ofrecía un segundo servicio, completamente gratis, al cual eran invitados todos. No faltaban las flores y una comida, además de una solemne ceremonia para dar la bienvenida a la 164 EL CONTRABANDISTA DE DIOS pareja a la sociedad socialista, en la esperanza de que fuera feliz y fructífera. Con los funerales pasaba lo mismo. El Estado realizaba una austera y dignificada ceremonia, libre de gastos, emulando una vez más el rito de la iglesia. Hasta pronunciaban un panegírico alabando a ese ilustre soldado de la democracia republicana, por su parte en la lucha por la libertad del hombre. Lógicamente, el competidor más bullicioso de todos era la Consagración Juvenil, la Jugend Weihe de la que me había hablado Henrietta. Esta había demostrado ser especialmente eficaz por cuanto estaba dirigida hacia los jóvenes, en una época en sus vidas cuando era de suprema importancia el ser aceptados. En una época tan susceptible en sus vidas, decían a los jóvenes que tenían que decidirse a quién seguir: a su país o a su iglesia. Ejercían una presión intensa sobre los jóvenes a fin de que siguieran a sus compañeros de escuela para recibir la bendición estatal. Una tras otra proseguían las estadísticas, Jugend Weihe 70 por ciento; Entierros 30 por ciento. No capté el verdadero significado de estas cifras hasta que Wilhelm me indicó que representaban a los miembros de la Iglesia y que éste era el porcentaje que había aceptado los ritos estatales en lugar de y no además de la ceremonia religiosa. -Al principio -señaló Wilhelm, las iglesias habían decidido no transigir con las ceremonias estatales. Si un niño participaba en la Consagración Juvenil no podía recibir el sacramento de la confirmación. Esto por supuesto ponía al niño en una posición bastante delicada, y precisamente esta tensión era la que buscaba el régimen. El primer año de este experimento por parte del Estado hubo una baja del 40 por ciento en las confirmaciones. Al año siguiente fue de 50 por ciento y a partir de entonces, cada año ha ido en aumento. Poco a poco muchas de las iglesias protestantes litúrgicas han ido suavizando su postura señalando que un año después de participar en la Jugend W eihe el niño podría recibir el sacramento religioso. Los Católicos Romanos, empero, no han cedido y por eso cuentan con la admiración de los protestantes más radicales. LA IGLESIA IMPOSTORA 165 -Es una lucha abierta en cuanto a la fidelidad -señaló Wilhelm, -y las iglesias están perdiendo. Es muy difícil decir no, cuando los compañeros de escuela dicen sí. A este sutil ataque la iglesia había respondido mediante la retirada y la separación, según me explicó Wilhelm. En vez de avanzar atacando, la iglesia se había ido replegando en retirada, asumiendo una actitud de piedad y aislamiento. -Es por eso que estoy tan contento con su visita -dijo. -Usted puede ayudarnos a recordar que la iglesia es más grande que cualquier nación o que cualquier escenario político. Nos hemos olvidado de que con Dios de nuestra parte, venceremos. -Estoy por salir -agregó, -en una visita quincenal de los grupos [uveniles->. Me invitó a acompañarlo. -Me gustaría su compañía. Y --con una sonrisa añadió -a Mar le gustará ese automóvil. Y así por espacio de casi dos semanas viajé con él a través del sur de Alemania Oriental, predicando con una asombrosa libertad en iglesias con suficiente cantidad de Biblias, suficiente literatura, reuniones evangélicas a la vista y que eran desmoralizadas más que cualquiera otra iglesia que hasta entonces había conocido detrás de la Cortina. Básicamente, durante esos doce días prediqué un sólo sermón una y otra vez en cientos de diferentes versiones. Insté a los cristianos alemanes a convertirse en misioneros porque había sido mi experiencia comprobar que una iglesia misionera es una iglesia que tiene vida. En la primera iglesia donde hice esta sugerencia, el pastor se puso de pie y exclamó vehementemente: -Hermano Andrés, le es fácil hablar acerca de la obra misionera porque puede viajar dondequiera; Pero, ¿ y nosotros aquí en Alemania Oriental? ¡ Ni siquiera podemos salir del país! -Un momento -le contesté. -Piense en lo que ha dicho. Yo debo' efectuar un largo y costoso viaje para llegar a Europa Oriental, pero ¡ ustedes ya están aquí! ¿ Cuántos soldados rusos hay aquí en estos momentos? Creo que medio millón. ¡Piénselo! ¿ Cuántos alemanes inconversos viven en esas montañas? ¡ No se 166 EL CONTRABANDISTA DE DIOS quejen de que no pueden ir al campo misionero! ¡ Dénle gracias a Dios por traerles el campo misionero hasta ustedes! Entonces les conté una historia bíblica de un hombre que hizo precisamente eso que yo los estaba instando a que hicieran. Me referí a la vez que Pablo estuvo preso en Roma, encadenado a dos soldados. -Tenía dos posibilidades -les expliqué- podía quedarse sentado y quejarse de que no podía salir o de lo contrario podía aprovechar las circunstancias. Pablo dio gracias a Dios de que tenía una audiencia cautiva. Predicó el evangelio. Después de un tiempo los guardias que lo custodiaban fueron cambiados; vinieron otros dos soldados. Pablo agradeció a Dios por estos dos nuevos y volvió a empezar. Y el resultado fue que hizo cristianos de aquellos hombres. Fundó una iglesia en la misma casa del César. Y esto, pienso yo, es la misión incomparable de los cristianos detrás de la Cortina. CAPITULO 13 Al borde del círculo interior Una vez de regreso en Berlín Occidental a toda prisa fui de un campo a otro buscando a Corrie. Cuando por fin la encontré, estaba dedicada a la tarea de revisar la cabeza de una hilera de pequeños de cinco y seis años, para ver si tenían piojos. Quedé espantado al ver el cambio que se había operado en ella en menos de tres semanas. Había adelgazado. Su piel tenía una extraña palidez amarillenta y estaba muy ojerosa. Nuevamente me acusé por llevarla allí y más aún por haberla dejado sola. Una de las cosas que quería · hacer desde Berlín, era llevar un precioso cargamento de Biblias a Yugoslavia, entre otras a la iglesia de Belgrado, que tenían solamente siete Biblias en toda la congregación. Por experiencia previa sabía que el Consulado en Berlín era el sitio indicado para solicitar la visa en lugar de hacerlo desde La Haya. Ahora, al contemplar las arrugas en el rostro -de mi joven esposa y sus ojos obsesionados comprendí que un viaje a Yugoslavia serviría para un doble propósito. ¡ Qué mejor lugar para olvidar los horrores de los campos que aquella hermosa tierra, la más hermosa que había visto! Así fue que llevé nuestros pasaportes al Consulado Yugoslavo y pasé el resto del día comprando Biblias. De nuevo Corrie puso reparos. ¡ Había tanto que hacer en los campos! En cambio, en Yugoslavia no podría hacer nada. Los mismos argumentos que antes. Pero esta vez me impuse por su propia salud y por primera vez salimos juntos para detrás de la Cortina de Hierro. De no haber sido por la enfermedad de Corrie, que parecía empeorar en lugar de mejorar, aquella primera semana del viaje hubiera sido perfecta. Esta vez el inspector en la frontera casi ni revisó nuestro equi- 168 EL CONTRABANDISTA DE DIOS paje. Notaron que éramos recién casados y hasta nos sugirieron lugares de recreo, junto al mar, para que visitáramos y nos indicaron algunos lugares pintorescos. Lógicamente archivé esta porción de información para futuras operaciones de contrabando: un hombre y una mujer eran una pareja natural y surgían muchas menos sospechas que si viajaba un hombre solo. Los ojos de Jamil y Nikola se llenaron de lágrimas de gozo al saludarnos. Cuando llevamos las nuevas Biblias a una y otra iglesia, las congregaciones casi ni podían dar crédito a lo que veían. Y todos querían conocer a Corrie; las mujeres la besaban y los hombres me palmeaban la espalda. Durante seis días las cosas no podían haber ido mejor. Otra vez Nikola me sirvió de intérprete, no obstante la multa y las advertencias en las que había incurrido por haberme ayudado antes. Compartí con las iglesias yugoslavas la visión que había recibido en Alemania Oriental; la visión de una iglesia detrás de la Cortina de Hierro que no se encontraba en retirada sino en la avanzada. La noche del séptimo día cuando estábamos cenando en casa de unos amigos, en un pueblo cerca de Sawaweho, llegó la policía. Sucedió tan repentinamente que por un momento no me di cuenta por quién había venido. Estábamos sentados alrededor de la mesa de la cocina comiendo cordero con arroz, todos excepto Corrie que no se sentía bien y se había recostado cuando sentimos golpear la puerta. Entraron dos policías uniformados de gris. -Venga con nosotros -me dijeron. -¿Ir? ¿A dónde? -No hable. No termine la comida. Venga. Miré a mis amigos que sentados, sostenían sus tenedores en alto y tenían la boca paralizada por el miedo. Corrie apareció en la puerta, pálida y despeinada. -¿ Ella vino con usted? -Sí. -Ella también. Pronto fue claro que la policía sabía todo sobre mi anterior viaje a Yugoslavia. Se mostraron corteses pero me informaron que tendría que abandonar el AL BORDE DEL CIRCULO INTERIOR 169 país de inmediato. Habían cancelado mi visa. No quisieron remediarla. -¿ Sería tan amable de entregarles ahora mismo mi pasaporte ? De mala gana, por cuanto no quería un sello dudoso en mi pasaporte, el que otros Consulados pudieran objetar, entregué mis documentos. Los oficiales los examinaron detenidamente, los confrontaron con sus anotaciones y sacando un sello bien grande, que mojaron en una almohadilla con tinta roja, lo estamparon con todas sus fuerzas anulando la visa. Era persona non grata en Yugoslavia. Físicamente decaída, Corrie quedó muy impresionada por el arresto. -Andy, ¡ estaba tiesa de miedo! -repetía una y otra vez mientras cruzábamos Austria rumbo a Alemania-. ¡ Y eso que fueron amables! Tuvimos intención de parar en Berlín solamente para levantar a dos refugiados, por cuya entrada en Holanda nos habíamos responsabilizado. Mi preocupación principal era llevar a Corrie a casa y al médico. Algo andaba mal. Era más que la mera fatiga y la tensión. Cada vez con más frecuencia tenía que detener el auto y dejarla bajar para recostarse en la hierba hasta que se le pasaban las náuseas. Al llegar a Berlín, encontramos una sorpresa. Puesto que el Consulado Yugoslavo en Berlín era mucho menos exigente que en Holanda, me había presentado a las oficinas que tenían en Berlín todos aquellos países que pensaba visitar. Y ahora, al regresar, en la hostería encontré no una sino dos cartas para mí. Tanto Bulgaria como Rumania habían considerado mi solicitud y tenían el agrado de informarme que únicamente necesitaba presentarme en sus oficinas en Berlín para legalizar mis documentos de viaje. ¡ Bulgaria y Rumania! Según todos, dos. de los países donde la persecución a la Iglesia era mucho más intensa. ¡ Por fin estaba próximo al círculo interior! Con toda seguridad que Dios tenía su mano sobre esas puertas, listo para abrirlas. ¡ Justo en el momento en que Corrie necesitaba estar en casa y en su cama! Además estaba de por medio el sello Yugoslavo en mi pasaporte. No cabía duda de que los otros gobiernos querrían saber por qué razón había sido expulsado de Yugoslavia. 170 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Por eso, en lugar de ir a los Consulados regresamos a Witte. Corrie casi en seguida se fue a la cama y llamé al médico. Estuvo con Corrie por un largo rato mientras que yo nervioso aguardaba sentado afuera, al pie de la escalera. Por fin apareció bajando cautelosamente peldaño por peldaño. -Su esposa está bien -me dijo cuando terminó de bajar los escalones. -Le receté algunas píldoras para las náuseas. El mes que viene debe venir a mi consultorio. -Pero, ¿ qué es lo que tiene? -le pregunté ansiosamente. -¿ Qué es lo que tiene? -El doctor pareció comprender que yo no me había dado cuenta. Se quitó el sombrero con un ademán breve y formal y me extendió la mano. -¡ Felicitaciones, va a ser papá! -Pero, por amor de Dios -agregó mientras se ponía el sombrero, -no siga llevando a la rastra por toda Europa a esa pobre muchacha. Déjela que descanse un poco. -Ah, otra cosa más -señaló, deteniéndose un momento sobre el puentecito, -¡ deshágase de esos fardos de ropa que tiene allá arriba! ¡ Su esposa va a ser madre, no escaladora de montañas ! Corría el mes de noviembre cuando regresamos de Berlín y Yugoslavia y esperábamos al bebé para junio. Para enero Corrie se sentía tan bien que una vez más volvía a pensar seriamente sobre ese viaje al círculo interior. Por supuesto que esta vez lo haría solo, dada las circunstancias. Corrie quedaría bajo la mirada vigilante de Geltje. Aun cuando pasara tres o cuatro semanas en cada uno de los dos países, regresaría mucho antes del nacimiento del bebé. Pero todavía no estaba resuelto el problema del pasaporte. ¿ Qué haría con el sello yugoslavo? ¿ Romper la hoja? ¡Imposible! Todas las páginas estaban numeradas. ¿ Tirar el pasaporte fingiendo que lo había perdido y gestionar uno nuevo? No, ese no era el camino real. Los siervos del rey no tenían por qué agacharse. Me dirigí a la oficina central de pasaportes, en La Haya, y le expliqué al empleado encargado de la verificación mi situación. Se mostró muy comprensivo. -Lo siento, no podemos hacer nada -me dijo. AL BORDE DEL CIRCULO INTERIOR 171 -Permítame que le explique -insistí, -soy misionero y quiero ir a esos países para ponerme en contacto con los cristianos de allá. Pensó unos momentos. Sacudió la cabeza. -Ni siquiera podemos sugerirle sobre cómo obtener un nuevo pasaporte rápidamente, como por ejemplo hacer muchos viajes a los países limítrofes e insistir todas las veces que se lo sellen, para llenarlo cuanto antes. No podemos darle sugerencias como esa, ¿ me comprende, señor? Lo siento muchísimo. A las pocas semanas tenía un nuevo pasaporte. Corrie no tenía muchas ganas de dejarme ir. Todavía estaba impresionada por el arresto que nos hicieran en Yugoslavia. Pero cuando llegó el cargamento de Biblias Búlgaras y Rumanas, pedido a la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, de Londres, ella misma me ayudó a ocultarlas en el auto. -Un pacto es un pacto -explicó. -Después de todo fui yo quien firmó como esposa de un misionero. Cuando llegó el día de la partida ninguno de los dos nos sentíamos muy animados. Estábamos cargando el espacio libre en el Volkswagen con ropa para los campos de Austria, los que visitaría de paso. De acuerdo con las instrucciones del médico habíamos sacado de nuestro cuarto los atados de ropa, y los habíamos llevado al pequeño pasillo de la casa principal, donde eran un estorbo para todos los de la casa. -¡ Bulgaria y Rumania! -suspiró Corrie. -¡ Bueno, por lo menos no son Yugoslavia! Si te arrestan allá quizá nunca más vuelva a verte. Nosotros queremos que vuelvas, Andrés, tu bebé y yo. Por supuesto, procuré tranquilizarla, aunque yo mismo no estaba muy animado. Subí al cargado coche y puse en marcha el motor. -¿ Llevas el dinero? -preguntó Corrie. Palpé mi billetera. Por una vez llevaba mucho más que suficiente. No podía comprender por qué últimamente habían llegado tantas ofrendas de los lectores de Kracht Van Omhoog. Como dormía _en la carpa dondequiera que me encontraba y preparaba mis comidas, los viajes no eran tan costosos. Quise dejar el dinero que pensé que no necesitaría en casa, pero, Corrie, como si tuviera un presentimiento extraño 172 EL CONTRABANDISTA DE DIOS había insistido en que me lo llevara. -Sí, el dinero estaba seguro. Con un último beso, partí. En tanto que desde el campo austríaco me dirigía a Yugoslavia me sentía un poco preocupado por la idea de tener que regresar al país de donde hacía tan poco me habían expulsado. Pero no había ninguna otra ruta a Bulgaria tan práctica como ésta. De otra manera tendría que dar un largo y costoso rodeo a lo largo de Italia, después en bote hasta Grecia y luego un largo viaje a través del lado griego de Macedonia. Como había anticipado, no habían surgido problemas para conseguir una nueva visa: en Yugoslavia el intercambio de información era notoriamente ineficaz y el hecho de que yo era persona non grata todavía no había sido comunicado a los Consulados del Oeste de Europa. El único lugar donde podría tener inconvenientes, pensé, era en la frontera. El corazón me latía aceleradamente al llegar a la frontera. Pero el inspector se limitó a revisar mi pasaporte. Charlamos un rato sobre el estado de los caminos y a los veinte minutos ya había pasado. Según mis cálculos tenía cuatro días de gracia en Yugoslavia antes de que las noticias de mi arribo a la frontera fuera verificado con la lista de personas indeseables, en Belgrado. Me detuve brevemente para visitar a Jamil y continué hacia el sureste con toda la intención de cruzar la frontera hacia Bulgaria en la mañana del quinto día. Pero como siempre, ¡ había tanto que hacer en Yugoslavia! J ami! me había dado nombres de personas y de iglesias a lo largo de mi camino, como para estar ocupado todo un mes. No había ni el más leve indicio de que pudiera tener problemas con las autoridades. Decidí tentar la suerte por otras veinticuatro horas. Pasada la medianoche del quinto día me registré en un hotel. Entregué el pasaporte en el mostrador y fui hasta mi cuarto. Tal vez habría dormido unas cinco horas cuando sentí un golpe abrupto en la puerta. Abrí y me encontré frente a frente con dos hombres en ropas de calle, de pie en el corredor. -Vístase y siganos -dijeron en alemán, manteniendo abierta la puerta. -No, no traiga nada. AL BORDE DEL CIRCULO INTERIOR 173 Ni por un segundo me quitaron la vista de encima mientras que luchaba para ponerme los pantalones y una camisa. Caminamos a través del salón de entrada, vacío a esa hora, excepto por la mujer que fregaba las escaleras. Salimos afuera y caminamos unos metros hasta llegar a un gran edificio de piedra. Me guiaron a través de un corredor de mármol, en el que retumbaban nuestros pasos, y me llevaron a una oficina. El hombre que estaba sentado detrás del escritorio tenía mi pasaporte en la mano. -¿ Por qué volvió? -me preguntó. -¿ Por qué regresó a Yugoslavia? No esperó a que le contestara sino que prosiguió, levantando el tono de su voz en tanto que hablaba. -¿ Cómo consiguió que le cambiaran el pasaporte? ¿ Así es como colabora Holanda para que le resulte fácil a los conspiradores e infractores de la ley? Alargó la mano y para mi desmayo vi que sacó un gran sello y una almohadilla con finta roja. Lo estampó sobre la visa yugoslava tres veces antes de darse por satisfecho. -Tendrá que salir del país dentro de veinticuatro horas -señaló. -No debe tener más contacto con nadie en Yugoslavia. Vamos a llamar por teléfono a la guardia de la frontera en Trieste para avisarle cuándo deben esperarlo. ¡ Trieste ! Con toda seguridad que no iban a insistir en eso. Trieste quedaba en el extremo noreste dei' país; había entrado por allí pero ahora estaba a ochenta kilómetros de la frontera búlgara. -Pero, ¡ voy a Bulgaria! -supliqué. ¿No puedo dejar el país por ese camino? ¡ Es mucho más cerca! Pero se mostró inflexible. Había dicho Trieste y tenía que ser Trieste, y cuanto antes, ¡mejor! Sumamente desanimado nuevamente fui hacia el norte a Trieste y rumbo a un gran rodeo a través de Italia y Grecia; dos mil cuatrocientos kilómetros fuera de mi camino cuando casi había estado a la vista de mi meta. Una depresión como la que nunca había experimentado se apoderó de mí mientras que avanzaba lentamente por el talón de Italia. Los caminos eran exasperantes; una sucesión interminable de pueblos, uno 17 4 EL CONTRABANDISTA DE DIOS al lado del otro a lo largo de la costa; camiones, bicicletas; carros tirados por caballos. Casi nunca pude sacar el coche de segunda. Llegó el 31 de Marzo. ¡ El cumpleaños de Corrie ! Le mandé un telegrama pero en lugar de sentirme más animado, esto sirvió sólo para recordarme lo lejos que estaba. Su primer cumpleaños desde que nos casamos, y yo ni siquiera estaba fuera de Italia; más lejos que nunca de mi meta y cada minuto más lejos de mi Corrie. ¿ Y si pasaba algo? ¿ Si también tenía problemas con la policía búlgara? ¿ Y si no podía volver para cuando naciera el bebé? Pero, por lo menos ahora comprendí por qué había recibido esas ofrendas extra; tendría suerte si llegaba hasta allí ; y regresaba por ese camino aun con todo lo que llevaba. Para empeorar las cosas, tenía en mi pasaporte, en la visa yugoslava el sello que haría surgir sospechas. Cuando creía que había llegado al colmo de la depresión empezó a dolerme la espalda. Hacía tres o cuatro años que de vez en cuando tenía algunos problemas con un disco fuera de lugar. Parecía que me molestaba más después de manejar grandes distancias. Estaba más o menos por la mitad de Italia cuando empezó el dolor; mucho más fuerte que nunca. Pero cuando llegué a Brindisi, desde donde partía la nave hacia Grecia, literalmente estaba doblado; tenía mucha dificultad para caminar, caminaba doblado y apoyándome en las yemas de los pies. No tenía tiempo para hacerme atender por un médico; tenía que dejar que la gente me mirara. Cuando desembarqué el aut > en Grecia, no me sentía mejor. Después de un par de días manejando por las carreteras griegas, literalmente lloraba a gritos por el dolor. Si las carreteras italianas habían estado atestadas de tránsito,. las griegas, en cambio, eran rocosas y estaban llenas de baches. No podía leer las señales camineras con sus extraños caracteres griegos y con frecuencia, después de recorrer más de treinta kilómetros con lacerantes dolores en la espina dorsal, me daba cuenta que había cometido una equivocación y tenía que desandar todo lo que tan dolorosamente había avanzado. Y todo el tiempo aquella insidiosa depresión dejaba AL BORDE DEL CIRCULO INTERIOR 175 sentir su ponzoña en mí. "Bueno, Andrés, empezaba el susurro dentro mío, esta vez te la libraste . . . No te trataron tan mal. Te mandaron fuera del país Podrías haber ido a la cárcel. ¿ Por cuánto años, Andrés? ¿Cinco? ¿Diez? ¡ Ya verás en Bulgaria! Allí encierran a la gente. Algunos no salen más ... Ni siquiera una carta. Corrie nunca lo sabrá . . ." Y así seguía horas tras hora, día tras día, hasta que tenía los nervios totalmente destrozados. Llegó el golpe de gracia. En Serrai, un pueblo griego, me enteré que la frontera a la que me había encaminado durante todo este tiempo estaba abierta solamente para los diplomáticos. Los viajeros corrientes no tenían entrada a Bulgaria a través de Grecia. El único camino era por Turquía, a muchos kilómetros y muchos días de distancia. Esa mañana, después de semejante hallazgo, estaba sacudiéndome monótonamente a lo largo de un camino pedregoso, rumbo a lo que me parecía un horizonte de frustraciones sin fin, cuando alcancé a ver una pequeña señal azul. Estaba escrita en griego, pero abajo, en caracteres latinos, leí esta palabra: FILIPOS Detuve el coche con una sacudida. ¿ Filipos? ¿ El Filipos de la Biblia? ¿ El pueblo donde Pablo y Silas habían estado presos, donde Dios había mandado un terremoto para abrir la puerta? ¡ Claro que sí!, ¡ era el mismo lugar! Bajé del coche y miré a través de una verja alta de eslabones. Detrás había un campo de ruinas. Calles antiguas, lo que quedaba de un templo, una hilera de casas, cuyas paredes era lo umco que quedaba en pie. ¿ Sería la casa de Lidia, donde Pablo había estado, alguna de esas? Además de la verja había un portón, pero estaba cerrado y no había nadie por los alrededores. Un profundo silencio cubría todo; el moderno pueblo de Filipos estaba a poco más de tres kilómetros hacia el noreste. Aquí todo era silencio. Solamente se oía la voz de Pablo resonando a través de los siglos: "Cristiano, ¿ dónde está tu fe?" En ese lugar Pablo había estado en la cárcel, tal como yo me encontraba en una cárcel; una cárcel de 176 EL CONTRABANDISTA DE DIOS dolor y desaliento. Pablo y Silas habían estado haciendo lo mismo que yo: predicando el evangelio donde no estaba permitido. Dios había hecho un milagro para librarlos entonces de la prisión y en ese momento supe que estaba haciendo un milagro para librarme a mí de la mía. Las prisiones de desaliento que me habían aherrojado se desprendieron tal como las cadenas se habían soltado de las muñecas de Pablo. Desapareció el espíritu de pesar. Súbitamente comprendí que estaba parado, erguido, con la espalda derecha y la cabeza en alto. Una gran alegría me inundó, alegría física y mental. Literalmente fui corriendo al auto, deteniéndome de vez en cuando para pegar unos saltos por el aire. Puse en marcha el motor y el auto en primera. Con un fuerte rugido arranqué a la cita con los cristianos desconocidos, allá en el círculo interior. CAPITULO 14 Abraham el mata gigantes Después de toda mi aprension, el cruce de la frontera de Turquía a Bulgaria resultó una agradable sorpresa. El inspector aduanero apenas miró la parte de atrás del coche y no me pidió que abriera ninguna valija. Anotó la fecha y lugar de entrada en mi visa búlgara, pero no volvió las otras páginas del pasaporte. Me hizo un pequeño discurso en inglés dándome la bienvenida al país. Lo que era más, después de las carreteras turcas, que habían sido tan espantosamente malas como las griegas, la búlgara estaba recién pavimentada y muy bien diseñada. A todo lo largo recibí la misma cordial bienvenida que en la frontera. Los niños gritaban y corrían a la vera del camino hasta que el coche se perdía de vista. Los hombres y las mujeres que trabajaban en los campos hacían una pausa en su labor, irguiéndose para sonreír y saludar con la mano, algo que no había visto en ningún otro lugar en Europa. Los caminos búlgaros eran buenos, es decir, mientras no me apartara de las carreteras principales. Esa primera tarde me desvié hacia un pequeño camino al lado de la montaña, buscando un lugar para acampar. Encontré un sitio alejado y por la mañana saqué algunas Biblias de sus escondites. Empaqueté las rumanas y manejé por la montaña, rodando y deslizándome por el peligroso camino de grava, con la intención de retomar nuevamente el camino principal. Pero pronto me encontré siguiendo un camino que circundaba la parte posterior de una pequeña aldea. El camino cada minuto se hacía más barroso. Chapaleé a través de una pequeña corriente de agua y unos pocos metros más adelante me encajé en el barro. Quedé completamente atascado allí, en una aldea montañosa, apartada del camino, donde no tenía mo- 178 EL CONTRABANDISTA DE DIOS ti vos para estar. ¿ Qué tendría que hacer? Ni bien me Jo pregunté me pareció oír un fuerte y más bien bronco canto. Venía de un edificio al final de la aldea. Abrí la portezuela del auto y salté. Cuando el barro me llegaba a los tobillos, dejé de hundirme. Bueno, ¿ qué podía hacer? . . . Caminé pesadamente por entre el lodo hasta que llegué a la puerta del edificio. Era una taberna y a pesar de ser las diez de la mañana, los ruidos que se escuchaban eran propios de personas bastante tomadas. Entré y de inmediato cesó el canto. Veinte rostros me miraron fijamente, obviamente sorprendidos por la aparición de un extranjero en su aldea. El aire estaba pesado por el humo, más fuerte y acre que el de los cigarros de las tabernas occidentales. -¿ Habla alguno inglés? -pregunté. Nadie contestó. -¿Alemán? No. -¿Holandés? Tampoco. -Bueno, hola, de todos modos -dije sonriéndome y poniéndome la mano sobre la frente a guisa de saludo. Y entonces, mientras que esos rostros redondos, de ojos castaños me miraban detenidamente, realicé una pantomima de rutina. Traté de hacer un ruido que semejara al de un VW encajado en el barro. Hummm. Humm. Slutter, splut. Stop. Nadie dio muestras de comprender. Coloqué las manos como si fuera alguien que está sosteniendo un volante de dirección con ambas manos. -¡Ahh! ¡Ohh!- El hombre ubicado detrás del mostrador alto de madera asintió comprendiendo. En un momento corrió hacia adelante con dos vasos de cerveza, uno en cada mano, extendiéndomelos. -No, no -dije riéndome. -Automóvil. Coche. Humm, humm, brrr, brrr, Stop. Dejé los vasos y le hice señales con mi mano. -¡Venga! Por fin varios de los hombres comprendieron y se levantaron de las mesas, satisfechos con el juego e instando a sus compañeros. Me sentí como el flautista de Hamelin, encabezando el desfile. Detrás de la taberna estaba la solución al enigma, sentado, expectante en el barro: mi pequeño VW azul. -¡ Ahh !- Asentimiento general, golpes en los muslos. ¡ Por fin comprendieron! Se mostraron deseo- ABRAHAM EL M ATA GIGANTES 179 sos de ayudarme. Calzaban botas altas y sin vacilaciones vadearon resueltamente el barro indicándome que me sentara al volante. Puse en marcha el motor y mientras esos hombres de anchas espaldas lo levantaban, lo pasé a primera y a los pocos momentos de nuevo me encontraba en el camino principal, frente a la taberna. Bajé del coche y les di las gracias, un poco preocupado por la curiosidad que demostraban por el auto y su contenido. No faltaría razón para que circulara la versión de un holandés que llevaba un cargamento de libros en su coche. Rápidamente tomé las manos gigantescas y encallecidas por el trabajo una tras otra, y las estreché efusivamente y proseguí. -Verdaderamente les doy las gracias -dije. -Holanda les da las gracias. El Señor les agradece ... En tanto que hablaba, uno de los hombres, sencillamente no me soltó la mano. Me arrastró con él a la taberna. Aun antes de llegar hasta el mostrador supe lo que iba a pasar. ¡ A toda costa me iban a convidar con una cerveza! Desde aquella tormentosa noche de enero, hacía más de nueve años, cuando había rendido mi voluntad a Dios, no había vuelto a beber. De todos modos, en mi vida el alcohol siempre había sido pernicioso. -Pero, ¿ qué hago ahora, Señor? -pregunté en voz alta en holandés. Súbitamente supe que tenía que beber la cerveza, puesto que rechazarla sería como rechazarlos a ellos, a su amabilidad y generosidad, lo que a los ojos de Dios ocupaba una posición más alta que la observancia de una regla. Veinte minutos después, con los ojos lagrimeando por el fuerte brebaje casero, de nuevo estreché veinte manos, me reí y les deseé la salvación más rápida posible y seguí mi camino. Necesité viajar más de cuarenta minutos a toda velocidad por la carretera para que el barro pegado a las ruedas de mi pequeño vehículo dejaran de golpear los lados de los guardabarros. La última noche que había pasado en Yugoslavia, la noche que había sido la causante de que me mandaran de vuelta a través de la frontera, había conocido a una persona, cuyo amigo íntimo vivía en Sofía. 180 EL CONTRABANDISTA DE DIOS -Petroff es uno de los santos de la iglesia -me había dicho. -¿ Irá a verlo? Por supuesto que asentí complacido. Había aprendido de memoria su dirección para no llevarla escrita en caso de que tuviera problemas con las autoridades. Ahora, sentado en una colina que miraba hacia Sofía, me maravillé de cómo Dios utilizó a la última persona con la que hablé en un país, para darme el primer contacto que necesitaba en otro. Sofía ofrecía una vista maravillosa. Se extendía bajo mis pies, con las montañas elevándose por detrás, las cúpulas redondeadas de sus iglesias ortodoxas, iluminadas por los últimos rayos de sol del crepúsculo. ¿ Cómo encontraría la calle donde vivía Petroff, en una vasta metrópoli como ésta? Mi amigo yugoslavo me había advertido que sería peligroso para él si un extranjero iba de un lado a otro buscándolo. Por eso, cuando me registré en el hotel, lo primero que hice fue preguntar si tenían un plano de la ciudad. -Lo lamento, señor, pero no tenemos. En la esquina hay una librería. Allí tal vez tengan. Pero en la librería tampoco tenían. Regresé al hotel y le pregunté al empleado si estaba seguro de que no tenían uno. Me miró con desconfianza. -¿ Para qué tiene tanto interés en conseguir un plano? -me preguntó. -Los extranjeros no deberían ir deambulando de un lado a otro. -Oh, para orientarme -le contesté. -No quiero perderme. No hablo búlgaro. Pareció quedar satisfecho con mi respuesta. -Todo lo que tenemos me explicó, -es éste aquí. Señaló un pequeño plano de calles, hecha a mano, colocado debajo del cristal de su escritorio. No me serviría de nada: figuraban solamente los nombres de los boulevares más importantes. Pero me incliné para mirarlo, para conformarlo, y al hacerlo vi algo excepcional. El cartógrafo había escrito los nombres de las avenidas principales, con una terrible e importantísima excepción. Había una pequeña callecita, sin importancia, justo a unas pocas cuadras del hotel, en la que figuraba el nombre. ¡ Y era nada menos que el de la calle que yo buscaba! En todo el mapa, ninguna otra calle de su tamaño tenía nombre. De nuevo tuve el ABRAHAM EL M ATA GIGANTES 181 más asombroso sentimiento de que este viaje ya había sido preparado muchísimo antes. A la mañana siguiente, bien temprano, salí del hotel y me dirigí en seguida a la calle donde vivía Petroff. La encontré sin dificultad, allí donde la indicaba el mapa. Ahora se trataba solamente de encontrar el número. Mientras iba por la vereda un hombre caminaba por la calle en dirección opuesta. Llegamos juntos al número que yo buscaba. Era una gran casa de departamentos duplex dobles. Tomé por el pasillo y el desconocido hizo lo mismo. Al acercarme a la puerta del frente miré por la fracción de un segundo el rostro del hombre que había llegado allí en el mismo momento que yo. Y en ese instante experimenté uno de los frecuentes milagros de la vida cristiana: nuestros espíritus se reconocieron. Sin decir palabras caminamos uno al lado del otro. Subimos las escaleras. Otras familias vivían allí: si cometía un error sería embarazoso. El desconocido llegó a su departamento, sacó la llave y abrió la puerta. Penetré en su casa sin que me invitara. Rápidamente cerró la puerta tras sí. Nos quedamos de pie, mirándonos en la penumbra del único cuarto que era su casa. -Yo soy Andrés, de Holanda -dije en inglés. -Yo, -dijo él, -yo soy Petroff. Petroff y su esposa vivían en ese umco cuarto. Los dos habían pasado los sesenta y cinco años y las pensiones del Estado les alcanzaba para pagar el cuarto, la comida y para comprar alguna ropa de vez en cuando. Los tres pasamos los primeros momentos de nuestro encuentro de rodillas, dándole gracias a Dios por habernos reunido de una manera tan extraordinaria, sin pérdida de tiempo y sin haber corrido el menor riesgo. Después charlamos. -Me he enterado -dije-de que tanto en Bulgaria como en Rumania necesitan desesperadamente Biblias. ¿ Es cierto? Por toda respuesta Petroff me llevó hasta su escritorio. Sobre el escritorio había una vetusta máquina de 182 EL CONTRABANDISTA DE DIOS escribir, que tenía puesta una hoja de papel. A un costado de la máquina descansaba una Biblia con sus páginas abiertas en el Libro de Exodo. -Hace tres semanas tuve una suerte extraordinaria -dijo Petroff, -pude conseguir esta Biblia. Me enseñó un segundo ejemplar, que había sobre una mesita. -La conseguí a un precio muy acomodado: nada más que la pensión de un mes. Estaba tan barata porque le faltaban los libros de Génesis, Exodo y Apocalipsis. -¿ Por qué? -quise saber. -Quién sabe. Tal vez los vendieron o a lo mejor los usaron para liar cigarrillos con su papel tan finito. De todos modos ---continuó Petroff- tuve mucha suerte de conseguirla y de tener plata para comprarla. Ahora todo lo que tengo que hacer es copiar de mi propia Biblia las hojas que faltan y así tendré otro libro completo. Posiblemente dentro de otras cuatro semanas lo termine. -¿ Y qué hará entonces con esa segunda Biblia? -Pues, la regalaré. -A una pequeña iglesia en Plovtiv -señaló su esposa. -Allí no tienen ninguna Biblia. No estaba seguro de haber comprendido. -¿ Ninguna Biblia en toda la iglesia? / -Así es ---contestó Petroff. -Y hay muchas iglesias en esas condiciones en el país. Verá lo mismo en Rumania y en Rusia. Antiguamente sólo los sacerdotes tenían Biblias. El común de la gente no sabía leer. Y desde la llegada del comunismo ha sido imposible comprarlas. Es inuy raro tener tanta suerte como tuve yo. Mi emoción crecía. Casi ni podía esperar para mostrarle a Petroff el tesoro que le aguardaba en mi coche. Esa noche fui con el coche hasta su departamento. Primero me cercioré de que no hubiera nadie y después entré la primera de muchas, muchísimas cajas de Biblias, que con el correr de los años le entregaría a este hombre. Petroff y su esposa me observaban con curiosidad mientras ponía la caja sobre su única mesa. -¿ Qué es eso? -preguntó Petroff. Abrí la caja y saqué una Biblia. Puse una en sus ABRAHAM EL M ATA GIGANTES 183 temblorosas manos y otra en las de su esposa. -¿ Y, y en la caja? -quiso saber Petroff. Más. Y afuera hay más todavía. Petroff cerró los ojos. El rictus de su boca me indicaba cuánto se esforzaba para contener la emoción que lo embargaba, pero dos lágrimas corrieron lentamente por sus entornados párpados y cayeron sobre el Libro que sostenía en sus manos. De inmediato partimos con Petroff en una extensa gira a través de Bulgaria, repartiendo Biblias en las iglesias donde él sabía que la necesidad era más grande. -¿ Sabe qué razón da el gobierno para suprimir las Biblias? -me preguntó Petroff mientras atravesábamos velozmente un distrito rural, radiante de rosas para la industria perfumista. -Es porque las Biblias están impresas en la ortografía antigua y eso retrasa el progreso, según afirma el Gobierno; encadena a la gente a su antigua manera de escribir y sus usos. -La Iglesia visible en Bulgaria -prosiguió -ha sido purgada de todos los elementos contrarios al nuevo Régimen. La Iglesia Ortodoxa Búlgara, la iglesia del Estado, es ahora tan sólo poco más que un brazo del Gobierno. El actual patriarca alaba al Régimen en todas sus declaraciones públicas y sus discursos tienen tanto que hacer con las glorias de Narodna Republika Bulgariya como con las del reino de Dios. -En realidad, ahora tenemos dos iglesias aquícontinuó Petroff. -Una es la iglesia títere que se hace eco de la voz del Estado y la otra es la subterránea. Esta noche visitaremos una de esas iglesias subterráneas. Era mi primer culto de adoración en Bulgaria. Esa noche doce de nosotros tardamos más de una hora para congregarnos para la reunión, llegando a intervalos de modo que en ningún momento pudiera parecer que se estaba reuniendo un grupo. A las siete y media de la noche, llegó nuestro turno. Pasamos frente a una casa de departamentos y dio la casualidad que entramos juntos y también que fuimos al tercer piso, al fondo, echamos un furtivo vistazo y entramos al departamento sin llamar. No 184 EL CONTRABANDISTA DE DIOS pude evitar recordar los domingos en Witte cuando toda la villa se encaminaba a la iglesia. Cuando llegamos nosotros ocho personas, hombres y mujeres, ya estaban allí. Dos más vinieron a las ocho menos cuarto y otros a las ocho menos cinco. El cuarto estaba muy oscuro. Un solo bombillo colgaba del cielorraso y sobre las ventanas habían colgado mantas para evitar las miradas curiosas. Pensaba si serían tan pobres que no podían comprar postigos. Nadie hablaba. Cada uno que llegaba ocupaba su lugar alrededor de la mesa central, inclinaba su rostro y oraba en silencio pidiendo la protección divina sobre la reunión que se realizaría. Precisamente a las ocho en punto Petroff se puso de pie y habló en voz baja, traduciéndose a sí mismo para mí a medida que hablaba. -Esta noche tenemos la bendición de tener de visita con nosotros a un hermano de Holanda -susurró Petroff. -Le voy a pedir que comparta con todos ustedes un mensaje del Señor. Petroff se sentó y yo esperé a que cantaran un himno, pero me di cuenta que en esta iglesia subterránea no era posible cantar. Hablé tal, vez por espacio de veinte minutos, luego hice una señal a Petroff. Pegó un salto y con un gesto de suma satisfacción desenvolvió el paquete que había traído y leva1¡tó en alto ... ¡ una Biblia! / De inmediato brotaron exclamaciones que amenazaban ser demasiado ruidosas, antes de que se dieran cuenta y se cubrieran la boca con las manos. Los hombres me abrazaban con fuerza y las mujeres, con sus frentes rozaban mis hombros antes de pasar el Libro de mano en mano, reverentemente, abriéndolo y volviéndolo a cerrar. Uno de los hombres que estaba allí esa noche me llamó especialmente la atención. Después que pasamos juntos tanto tiempo como nos atrevimos, nos separamos tal como habíamos ido, en tandas de uno y de dos y a intervalos, tardando más de una hora para disolvernos. El último que se levantó de sobre sus rodillas era un hombre gigantesco, con el aspecto de un oso gris. Tenía una barba patriarcal. rostro cuadrado, ABRAHAM EL M ATA GIGANTES 185 curtido por el sol y ojos azules, los más tiernos y puros que jamás había visto. Este, según me explicó Petroff, era Abraham. Durante la reunión Abraham casi ni había abierto la boca, pero ese anciano irradiaba una pureza y candor de niño, que no necesitaban expresarse con palabras. Al igual que Petroff, también había pasado ya la edad máxima permitida para trabajar. Y así, por muchos años los dos habían pasado el tiemno tratando de localizar iglesias que tuvieran dos Biblias para pedirles o comprarles una para alguna iglesia que no tenía ninguna. Me contó Petroff que Abraham vivía en una carpa, en las montañas Rhodope. Recibía una pensión estatal de cinco dólares por semana y con eso él y su esposa vivían. En una ocasión había sido dueño de tierras, pero las había perdido debido a sus actividades "subversivas". -Algún día tiene que ir a visitarlo -me pidió Petroff. -Si lo hace tendrá ocasión de ver lo que un hombre llegará a sacrificar en nombre de su Dios. La mayor parte del año -me explicó- Abraham y su esposa viven de moras silvestres, fruta y un poco de pan. Al anciano Abraham, Petroff lo llamaba el Mata Gigantes, porque siempre salía en busca de su "Goliat", que era algún oficial de alto rango dentro del Partido o un militar, al que pudiera darle su testimonio. Abraham siempre está buscando un nuevo Goliat -señaló Petroff. -A veces lo encuentra y hay una pequeña escaramuza, sólo que el vencedor es Goliat y Abraham termina en la cárcel. Sin embargo, en muchas ocasiones es Abraham el que gana y otra alma es añadida a la Iglesia de Cristo. . Antes de que se despidieran fui hasta el auto y le traje a Abraham el Mata Gigantes el resto de las Biblias búlgaras que había llevado conmigo. El sabría qué hacer. Abraham sostuvo las Biblias con la misma ternura con que podría haber cargado a un bebé. No me dio las gracias, pero hasta hoy no he podido olvidar sus palabras. Sus azules ojos se clavaron en los míos mientras que Petroff me traducía. 186 EL CONTRABANDISTA DE DIOS -La línea del frente, hermano, es larga. Aquí debemos retroceder un poco, allá podemos hacer un avance. Este día, Andrés, de Holanda, hemos realizado un avance. El tiempo restante de ese primer viaje a Bulgaria lo empleé visitando las pequeñas iglesias subterráneas clandestinas. "Afirma las otras cosas que están para morir", se convirtió para mí en un mandato que me perseguía hasta en mis sueños. ¡ Qué valiente era este remanente de la Iglesia, qué despreocupados de sí, qué solos estaban! De manera especial, en mis recuerdos de esas semanas, sobresalen tres ministros : Constantine, Arminn y Basil. Constantine había estado un año y medio en la cárcel por haber bautizado convertidos menores de veintiún años. Recién había salido en libertad. Me contó que la noche siguiente de haber sido dejado en libertad había llevado a un grupo de veintisiete jovencitos a un río, en las afueras de la ciudad, y los había bautizado. Arminn tenía conocimiento que en su congregación había espías en la Navidad aquella, así que se había cuidado para no transgredir de ninguna manera la ley que impedía la evangelización de los niños. Había que hablar solamente a los adultos; y mantenerse fuera de la política. Sin embargo, en un momento de descuido había mirado a los niños que se habían sentado debajo del árbol de Navidad allí en la iglesia y había' preguntado: "¿ Saben por qué nos intercambiarnos regalos en esta época del año? Para simbolizar el re, galo más grande de todos". Por aquellas dos frases lo sometieron a juicio y lo retiraron del púlpito. Basil era conocido por trabajar carne y uña con la policía secreta. Petroff me había llevado a su iglesia un domingo para que pudiera ver cómo funcionaba una iglesia títere. La congregación allí había menguado rápidamente desde la guerra. Basil se quejaba de esto antes de empezar el culto. De pronto, sin inmutarse me dijo: -¿ Le gustaría tener una reunión aquí esta tarde? Me pareció que no había oído bien. Basil sabía tanto o más que yo que no le estaba permitido predicar a las personas no autorizadas. ¿ Qué le pasaría a este hombre? ABRAHAM EL M ATA GIGANTES 187 -Tendré que orar -le contesté. Y oré y lo hice con todas mis fuerzas durante la reunión. ¿ Sería una trampa? ¿ Y si me hubiera tendido una celada en connivencia con la policía para expulsarme del país? Sin embargo, la repuesta que parecía recibir tan claramente era "predica". Al finalizar el culto Basil anunció al grupito de gente que el hermano de Holanda iba a celebrar una reunión especial esa tarde. Invitó a todos a asistir y a traer a algún amigo. Esa tarde todos nos sorprendimos al ver a unas doscientas personas presentes. Fue una reunión maravillosa. Al finalizar, cuando hice un llamado al altar, docenas pasaron al frente. Basil volvió a sorprenderme sugiriendo que tuviéramos otra reunión esa noche. Yo estaba más que dispuesto, lo mismo Petroff. Sin embargo no podíamos comprender qué pasaba con este hombre que tenía la reputación de una marioneta. Esa tarde la iglesia estaba repleta. Todos sentimos la presencia del Espíritu Santo. Por la noche grandes cantidades expresaron su deseo de seguir a Cristo sin tener en cuenta el costo. Y una vez más Basil invitó a todos a que volvieran a la noche siguiente. El lunes por la noche la iglesia estaba totalmente colmada. La gente estaba de pie en las naves laterales y muchos se sentaron en la nave central. Para entonces Basil había ubicado a media docena de sus amigos de la policía secreta entre los presentes. Seguimos adelante con la reunión pero omitimos el llamado al altar. Ni siquiera nos atrevimos a pedir que levantaran sus manos, por miedo de que anotaran sus nombres. Al terminar la reunión Petroff, Basil y yo estuvimos conversando en la oficina, preguntándonos qué debíamos hacer. Era obvio que no podíamos celebrar más reuniones. ¿ Qué pasaría con Basil? ¿ Tendría problemas? Para mí era evidente que actuaba de un modo que ni él mismo acertaba a comprender. ¿ Qué pasaría? ¿ Qué haría la policía? Pero a medida que pasaban los días se nos hizo claro por qué Cristo había escogido a Basil y no a algún otro pastor, para tocarlo con su Espíritu. Porque la policía no hizo nada en absoluto. Ni a mí, ni a 188 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Petroff ni a Basil. El era uno de sus colaboradores más eficaces, pensaban ellos. Seguramente que lo que hacía tendría algún motivo ortodoxo. Estaba muy encumbrado en la nueva perspectiva de la iglesia como para merecer sospechas. Mejor, deben haber concluido ellos, sería dejar que la llama se extinguiera con la partida del evangelista holandés. Pero con mi partida la llama no se extinguió. Esa pequeña iglesia con unas cincuenta personas que asistían en forma esporádica, se transformó en una congregación de casi cuatrocientas almas plenas de vida. Con el tiempo el Gobierno trató de apagar el fuego. Ese otoño Basil fue a Suiza para someterse a una intervención quirúrgica aplazada por mucho tiempo. Cuando trató de volver al país, le negaron la entrada en la misma frontera. Un pastor nuevo, "seguro" ocupaba ahora su lugar y al cabo de tres años, corÍ todo éxito había logrado apagar las llamas en aquella congregación. Otra vez la asistencia había bajado a sus primitivos cincuenta. Pero los trescientos nuevos convertidos dejaron Stara Zagora, desplegándose como un abanico a través de la península balcánica, esparciéndose como la Iglesia de Jerusalén, para encender fuegos dondequiera que llegaran. En aquel entonces, empero, no pudimos preveer ninguna de esas cosas. Petroff y yo, sin embargo, justo al principio habíamos aprendido algo : no era conveniente llamar "t~re" a una iglesia no obstante cuán muerta, .subordínada y dispuesta a contemporizar, pudiera parecer superficialmente. Es llamada por el nombre de Dios. Los ojos divinos están sobre ella y en cualquier momento él puede limpiar la superficie con el viento purificador de su Espíritu. Antes de mi partida de Bulgaria, Petroff y yo fuimos hasta las montañas Rhodope esperando encontrar a Abraham, No sabíamos cómo localizar su tienda. Conocíamos tan sólo el nombre de la aldea próxima. Daba lo mismo porque en la aldea, el camino que por espacio de varios kilómetros había amenazado con desaparecer, de pronto se esfumó. Nos bajamos del auto y nos detuvimos indecisos junto al pozo artesiano del ABRAHAM EL M ATA GIGANTES 189 pueblo. Por encima de nosotros el bosque se extendía tan lejos como llegaban nuestros ojos. ¿ Dónde en toda esa vasta soledad se encontraría el hombre que buscábamos? Los que estaban en la fila, junto al pozo, nos miraban con curiosidad, mientras esperaban para llenar sus cántaros. Y entonces el primero de los que estaban en la fila terminó de beber, se enderezó y se dio vuelta. ¡ Era el mismísimo Abraham ! Al vernos sus ojos azules se iluminaron como el cielo al mediodía. En seguida me encontré ahogándome casi, en un mojado y gigantesco abrazo; el agua helada que chorreaba por su luenga barba, me caló hasta los huesos. Abraham estaba más asombrado que nosotros frente a esta impensada reunión porque nos había dicho que iba a la aldea cada cuatro días y se detenía allí el tiempo suficiente como para comprar pan. Tomó media docena de panes redondos y chatos de la pared de piedra junto al pozo y empezó a ascender la montaña. Una y otra vez Petroff y yo tuvimos que rogarle a este anciano de setenta y cinco años que se parara: nos faltaba el aliento. Nos dijo que había vuelto la semana anterior de entregar la última de las Biblias que había llevado al país. Con lujo de detalles describió cómo las habían recibido y Petroff, jadeante, me prometió que me repetiría todo tan pronto como pudiéramos sentarnos. Pasaron dos horas, incluso con los momentos en que nos paramos a descansar, antes de que diéramos vuelta junto al borde de un arrecife rocoso, detrás de una cerca de pinos doblados por el viento, y estuviéramos de pie frente a la carpa de cueros de cabras, donde vivía Abraham. Al darme la bienvenida a s~ casa, se parecía más que nunca al patriarca bíblico. En un momento su esposa salió de la carpa tan compuesta como si todos los días recibiera gente allá en su escondrijo en las montañas. Ella era tan menuda como corpulento su esposo. Una mujercita delgada, frágil, erguida, con un rostro apergaminado. Solamente sus ojos eran iguales. Azules, infantiles, confiados. Miré a esta mujer que una vez, posiblemente tuvo una casa alfombrada, armarios, ropa blanca y sirvientes, porque 190 EL CONTRABANDISTA DE DIOS habían tenido un buen pasar, y pensé que nunca había visto un rostro más satisfecho con lo que la vida le había deparado. Nos ofreció una fruta que se parecía a las moras azules, y miel silvestre. Comimos poco porque no sabíamos cuánto más tenían y nos quedamos un rato porque no queríamos hacer el viaje cuesta abajo por la montaña después del oscurecer. La visita más corta. Nada más que una rápida mirada y sin embargo en esos breves instantes se fraguó una amistad que constituye uno de los bastiones de mi vida. Esta visita a Bulgaria dio como resultado aliento y profundo amor. Y al mismo tiempo concluyó con una nota de derrota. Justo cuando estaba próximo a partir para Rumania un grupo de personas que habían concurrido a las reuniones en la iglesia de Basil vino a pedirme que realizara una campaña similar en su pueblo. -Hemos aguardado estos mensajes por años -dijeron implorando. -No nos interesan las consecuencias. Tan solamente nos interesa la voluntad de Dios. Miré esos rostros amados y amorosos, y tuve que decirles que no. Era una sola persona. No podía ir con ellos y al mismo tiempo seguir a donde yo sentía que el Espíritu de Dios también me llamaba. -Ojalá que fuera diez personas -les dije. -Ojalá que pudiera partirme en diez y aceptar caña- invitación. Algún día voy a encontrar la manera de hacerlo. CAPITULO 15 El invernadero experimental Tardé cuatro horas para cruzar la frontera rumana. Cuando me acerqué al lugar de la inspección, del otro lado del Danubio, me dije para mis adentros: -Bueno, tengo suerte. Hay solo media docena de coches. Avanzará rápidamente. Cuando pasaron cuarenta minutos y todavía seguían revisando el primer coche, empecé a preocuparme. Literalmente, la familia tuvo que sacar todo lo que llevaba y ponerlo sobre el pavimento. Cada uno de los coches en la fila pasaba con la misma rutina. La cuarta inspección duró más de una hora. Los guardias llevaron al conductor adentro y lo retuvieron en la oficina mientras quitaban las tazas de las ruedas, desarmaban el motor y sacaban los asientos. -Querido Señor -oré cuando por último quedaba sólo un coche delante mío, -¿ qué es lo que voy a hacer? Cualquier inspección prolija dejará al descubierto en seguida esas Biblias rumanas. -Señor -proseguí- sé que toda la astucia de mi parte no puede hacer que pase por esta inspección en la frontera. ¿ Puedo pedirte un milagro? Permíteme sacar unas Biblias y dejarlas aquí, a la vista. Así, Señor, tendré le plena seguridad de que no puedo depender de mi propia sagacidad, ¿ no es cierto? Dependeré plenamente de ti. Mientras que el último coche pasaba por esa escalofriante inspección, me las ingenié para sacar varias Biblias de sus escondites y apilarlas en el asiento a mi lado. Llegó mi turno. Puse el pequeño VW en primera y despacio me fui acercando al oficial que estaba parado a la izquierda del camino. Le entregué mis documentos y me dispuse a bajar del auto. Pero él tenía su rodilla apoyada contra la puerta del coche, manteniéndola cerrada. Miró mi fotografía en el pasaporte, 192 EL CONTRABANDISTA DE DIOS garrapateó algo, me empujó los papeles debajo de la nariz y abruptamente me hizo señas de que continuara. Habían transcurrido treinta segundos. Puse en marcha el motor y avancé un poco. ¿ Debería salir del camino para que pudieran desarmar el auto? ¿ Debía yo ... Tal vez no debía ... Avancé libremente con el pie suspendido sobre el freno. No pasó nada. Miré por el espejo retrovisor. El guardia hacía señas al próximo auto para que se detuviera, indicándole al conductor que se bajara. Avancé unos metros. Al hombre que estaba detrás mío el inspector le hizo levantar el capó de su auto. Y entonces yo estaba muy lejos como para dudar que ciertamente había pasado a través de ese increíble punto de inspección en el espacio de treinta segundos. Mi corazón latía aceleradamente. No ante la excitación del cruce sino por la emoción de haber visto a Dios obrar en una manera tan espectacular. Al prepararme para este viaje había pensado en Bulgaria y Rumania como si ambos países fueran uno. Ahora, por supuesto, sabía que eran dos lugares distintos. Entre los cristianos de la Cortina de Hierro, Rumania se conocía como el invernadero experimental del ateísmo. Aún era el laboratorio de Rusia, en el cual ensayaba sus experimentos antirreligiosos. Rígido control de la Iglesia por parte del Estado. Presiones económicas contra los creyentes. Siembra de sospechas entre los dirigentes religiosos. Confiscación de propiedades. Restricciones en los cultos ,de adoración. Prohibición de evangelizar. Todo esto, me habían dicho, era lo que encontraría en Rumania. Tan pronto como crucé la frontera presentí un nuevo grado de control policial. En cada aldea parecía que había un lugar de inspección policial. Los oficiales detenían a los campesinos que iban en bicicleta a través de la aldea. ¿ Dónde iba? ¿ Qué iba a hacer? Aun yo, con la relativa libertad que me otorgaba el dinero fuerte de turista, tuve que entregar mi pasaporte para que sellaran mi visa, poniendo las ciudades que visitaría y las fechas en las que debía aparecer en cada lugar a lo largo de mi trayecto. Descubrí cuán cierto era este control al llegar a un encantador pueblo a unos ochenta kilómetros de Clug , Como estaba anoche- EL INVERNADERO EXPERIMENTAL 193 ciendo decidí pernoctar allí. Las autoridades locales se mostraron sorprendidas de que siquiera lo pidiera. -Pero, señor -dijeron, mirando mi tarjeta de turista, -lo esperan a cenar en Clug, Apurándose apenas llegará a tiempo. Puesto que no quería tener dificultades en un asunto tan insignificante, accedí. Rápidamente me dirigí a Clug y llegué justo cuando estaban cerrando el comedor del hotel, para encontrarme que tenía una mesa puesta, con los entremeses ya servidos y hasta una banderita holandesa ondeando gallardamente en medio de los vasos con agua. Empero, dentro de las varias ciudades tenía libertad para ir y venir a mi antojo. Era domingo de mañana. Me desperté muy temprano aquel día luminoso y alegre, deseoso de reunirme con mis compañeros cristianos en esa hermosa tierra que se asemejaba a un · jardín. El empleado del hotel me miró un poco dubítativamente cuando le pregunté por una iglesia. -No tenemos muchas de esas, -me dijo. -Además no entendería lo que dicen. -¿ Es que acaso no sabe -le respondí, -que los cristianos hablan un mismo idioma universal? -¿ Sí ? ¿ Cómo se llama? -¿ Se llama ágape? -¿ Agape? Nunca lo sentí nombrar. -¡ Qué pena! Es el idioma más maravilloso del mundo. Pero, dígame, ¿ cómo puedo llegar a la iglesia? Mientras que el arma principal contra la iglesia en Bulgaria eran las exigencias de registrarse, en Rumania la técnica empleada era la consolidación. Fusión de denominación, de las instalaciones, de las horas de adoración. Dondequiera que había iglesias con bancos vacíos, las congregaciones eran fusionadas con otras de las aldeas cercanas, y los edificios confiscados por el Estado. En teoría parecía razonable y hasta ventajoso para la Iglesia: una gran congregación en lugar de varias pequeñas luchando para mantenerse. En la práctica, empero, significaba que muchos de los miembros de las iglesias cerradas no iban a ningún otro lado. La mayoría eran campesinos muy apegados a sus antiguos lugares de adoración; y viajar entre pueblo y pueblo resultaba difícil y lento. 194 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Se permitían sólo dos reuniones por semana: una el sábado y la otra el domingo. Pero el sábado era día laborable en Rumania y como la gente trabajaba una jornada completa, esos cultos del sábado por la noche eran poco concurridos de manera que, en realidad el culto de adoración había sido consolidado a un sólo culto. Pero, ¡ qué culto! Llegué a las diez de la mañana y ya hacía una hora que había empezado. No hubiera encontrado dónde sentarme a no ser que al reconocerme como extranjero me invitaron a sentarme en las gradas en el estrado. Y así con mis rodillas fuertemente apretadas contra el órgano pasé las tres horas siguientes con ese grupo de cristianos en el corazón del círculo interior del Comunismo. Al levantarse la ofrenda, puse en el plato y en moneda rumana, más o menos la misma cantidad que hubiera puesto en mi país. Y para colmo fui el primero a quien le pasaron el plato. En el fondo del plato de las ofrendas estaba mi billete, para que todos lo vieran. Continuaron recogiendo la ofrenda. Con creciente estupor me di cuenta que había puesto de veinte a treinta veces más que cualquier otro. Noté algo más. Con frecuencia algunos de los feligreses depositaba una moneda en el plato y lo retenía mientras se sacaba el vuelto. Había observado esto en iglesjas católicas y ortodoxas, donde cobraban una especié de impuesto a los bancos, pero nunca en una iglesia protestante. Toda la moneda, obviamente, era más de lo que la gente podía dar. Posiblemente un billete como el que yo había depositado en el plato representaba el dinero disponible para los gastos de todo un mes. Me sentí incómodo pensando que pudieran creer que se trataba de ostentación por parte de un extranjero opulento, pero a la vez me hizo sonreír recordando cómo siempre habíamos sido la familia más pobre de Witte. Para empeorar las cosas, después del himno de ofertorio el ujier principal en vez de llevar el plato de las ofrendas al altar, ¡ me lo trajo a mí! Me alargó el plato diciendo algo en rumano. Por fin comprendí. Tenía que sacar el vuelto. Nadie pon- EL INVERNADERO EXPERIMENTAL 195 dría un billete de tanto valor en la ofrenda sin sacar su vuelto. ¿ Qué debía hacer? ¿ Sacar el vuelto en nombre de la cortesía, o aceptar la mortificación y permitir que la iglesia se quedara con el dinero que yo había deseado ofrendar? Mientras así me debatía, los ojos de toda la congregación estaban fijos en mí. Con gran gozo comprendí que el dinero no era mío en absoluto. -Esa no es mi ofrenda -dije en alemán, y afortunadamente un hombre de la congregación se puso de pie para traducir, -esa no era mi ofrenda -repetí- recordando a los cientos de lectores de Kracht Van Omhoog cuyas ofrendas anónimas estaban representadas en ese billete, -es de los creyentes de Holanda para los creyentes de Rumania. Es una prueba de la unidad en el cuerpo de Cristo. Miré los rostros de los presentes mientras que el hombre traducía y una vez más observé esa increíble pregunta, esa naciente esperanza: ¿ entonces no estamos solos? ¿ Tenemos hermanos en otros lugares? ¿ Tenemos amigos a quienes no conocemos? Cuando finalmente concluyó el largo servicio me aproximé al hombre que había traducido y le dije que me gustaría conversar con él. Resultó ser el secretario de su denominación allí en Rumania, pero era evidente que no recibió con agrado mi sugerencia de charlar en privado. Me respondió con evasivas y tan pronto como pudo se disculpó y se alejó. Asombrado lo seguí afuera de la iglesia. Caminaba rápidamente por la calle, tan rápido como podía porque era un hombre corpulento. Tal vez tenga miedo de hablar conmigo en público, pensé. Entonces decidí seguirlo a una distancia discreta hasta que, para satisfacción mía, lo vi entrar a una casa. · ¡ Qué buena suerte! pensé. Ahora podré conversar con él sin que nadie nos observe. Durante otros quince minutos estuve merodeando por allí, hasta estar seguro de que la calle estaba desierta. Fui hasta la puerta y llamé. Sentí que alguien me observaba. De pronto la puerta se abrió violentamente y me introdujeron dentro de la casa. -¿ Qué quiere usted? -me preguntó el secretario. 196 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Traté de disimular mi sorpresa ante su brusquedad con una sonrisa amistosa. -Quería hablar algo más con usted -le contesté. -Quería preguntarle si podía hacer algo por usted. -¿Hacer? -Bueno, Biblias, por ejemplo. ¿ Tienen suficientes Biblias en Rumania? El secretario me miró severamente. -¿ Es que tiene Biblias en rumano? ¿ Las pasó a través de la frontera? -Sí, tengo Biblias. Hizo una pausa. Luego decidido me contestó: -¡No necesitamos Biblias! ¡ Y nunca más, bajo ninguna circunstancia debe venir a mi casa o a la de ningún creyente de este modo. Espero que lo comprenda. ¿ Estaba equivocado o detrás de toda esta sospecha y brusquedad percibía un clamor pidiendo ayuda? ¿ Podría verlo en su oficina, entonces? ¿ Estaría seguro? -No se trata de seguridad. Yo no dije eso. Pero si quiere venir mañana a la oficina veré que el presidente de la denominación esté allí para conversar brevemente con usted. Al día siguiente fui caminando hasta la oficina de esta denominación. En el portafolio llevaba seis Biblias. El secretario se encontraba allí. Tan incómodo como siempre. Por su frente corrían gruesas gotas de transpiración. No pude dejar dé pensar de que estaba aterrado por algo o por alguien. Me condujeron hasta la oficina del presidente. -¿ Qué puedo hacer por usted? -me preguntó en alemán. Estreché su mano y estaba por responderle que tal vez yo podía hacer algo por él, pero recordé mi anterior conversación con el secretario: aparentemente el admitir una necesidad rayaba con una declaración política. De modo que me limité a decirle que estaba de visita a su país y que como cristiano quería llevar de regreso para mi gente cualquier palabra de saludo que él quisiera hacerles llegar. Pareció sosegarse. Pisaba sobre terreno seguro. ¡ Una palabra de saludo a la explotada gente de Holanda de parte de la gente de la Gran República Popu- EL INVERNADERO EXPERIMENTAL 197 lar de Rumania! El secretario se sonrió y dejó de secarse la frente. -¿No quiere sentarse? -me preguntó acercándome una silla. Durante quince minutos los tres conversamos evitando cuidadosamente cualquier intercambio real. Nos referimos a los tomates rumanos, los más grandes que había visto y también a las sandías, las que había probado por primera vez en ese país. Charlamos sobre el agradable y apacible clima. El presidente me explicó que el Mar Negro lo hacía tan apacible. Mientras conversábamos pude observar alrededor del cuarto. Había algo que me fascinaba. Todas las sillas, las mesas, aun los cuadros en la pared llevaban un número. Me pregunté si el Gobierno los habría inventariado para evitar que pasaran a ser de uso personal. Cuando agotamos el tema del tiempo y los tomates, la conversación se hizo más lenta. Con un gran suspiro pensé que había llegado el momento en que volverían a rechazarme o bien podría establecer un contacto verdadero con esos dos atemorizados hombres. Abrí mi portafolio y saqué una de las Biblias. -¿ Me permitirá usted, no, no es eso lo que quiero decir, permitirá usted que el pueblo holandés obsequie al pueblo rumano con estos ejemplares de la Biblia? De inmediato los hombres se quedaron tiesos. Me llamó la atención ver cómo el secretario nuevamente empezó a transpirar. El presidente tomó la Biblia en sus manos y por la fracción de un segundo vislumbré la ternura con que la sostenía. Pero no, no cedería. Bruscamente me alargó la Biblia. -No quiero esto -señaló. -Ya hemos pasado mucho tiempo juntos. Esta mañana tengo algunas cosas que hacer ... Salí del edificio llevando las seis Biblias con las que había llegado allí. Observé que la recepcionista tachó mi nombre de una lista casi tan pronto como me alejé, como si estuviera de guardia en un establecimiento militar. Tal vez era miembro de la policía secreta. ¿ Cómo podía condenar al presidente y al secretario por su temor y sospechas, cuando yo nunca 198 EL CONTRABANDISTA DE DIOS había experimentado las condiciones bajo las cuales ellos tenían que desenvolverse? Aun así, esa no era toda la historia en Rumania. A la semana siguiente encontré cristianos que viviendo bajo la misma persecución mantenían latente algo de la divina confianza y esperanza. Las circunstancias eran lo suficientemente similares como para hacer una buena comparación. En ambos casos me encontré con los dirigentes nombrados de las denominaciones protestantes establecidas, en sus oficinas centrales. En los dos casos había otros dos hombres presentes además de mí mismo, un elemento importante en la comparación dado que la sospecha de uno de los compañeros cristianos desempeñaba un papel tan grande en el lento proceso de desgaste de la iglesia. Esta vez también noté los números. En las paredes de esta oficina había tres cuadros. Uno, el del presidente de la República, otro el del secretario del Partido Comunista Nacional y el tercero era la famosa y antigua concepción artística sobre el camino angosto. ¿ Cómo, me preguntaba, habrían descripto los empleados estatales ese cuadro? Tan pronto como Gheorghe, el presidente de esta denominación, entró en el cuarto, me sentí preocupado por él. Este endeble hombrecillo estaba tan sin aliento por el esfuerzo de caminar, que pasaron varios minutos antes de que pudiera recobrar eValiento. Cuando por fin pudo hablar, nos dimos cuenta de que había un problema. Ni él, ni Ion, el secretario de su denominación, hablaban una sola palabra de los idiomas que yo hablaba, y yo ninguna de la del de ellos. Nos sentamos frente a frente, a través del escasamente amueblado y multinumerado cuarto, totalmente incapaces de entendernos. De pronto vi algo. En el escritorio de Gheorghe había una gastada Biblia. Las puntas de sus hojas estaban totalmente gastadas por el continuo uso. Me pregunté qué pasaría si conversábamos entre nosotros vía la Escritura. Saqué del bolsillo de mi saco mi Biblia en holandés y busqué primera Corintios 16 :20. "Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo." EL INVERNADERO EXPERIMENTAL 199 Sostuve la Biblia y señalé el nombre del libro, reconocible en cualquier idioma, y el número del capítulo y versículo. Sus rostros se iluminaron de inmediato. Rápidamente encontraron el versículo en sus Biblias, lo leyeron y se sonrieron. En seguida Gheorghe pasó las páginas buscando una referencia y me la mostró. Proverbios 25 :25: "Como el agua fría al alma sedienta, así son las buenas nuevas de lejanas tierras". Los tres reímos. Me volví a la epístola de Pablo a Filemón. "Doy gracias a mi Dios, haciendo siempre memoria de ti en mis oraciones, porque oigo del amor y de la fe que tienes hacia el Señor Jesús ... " Ahora le tocó el turno a Ion y no tuvo que buscar mucho. Sus ojos recorrieron los versículos y me acercó la Biblia señalando con su dedo: "Tenemos gran gozo y consolación en tu amor, porque por ti, oh hermano, han sido confortados los corazones de los santos." Por medio de la Biblia pasamos una maraviJlosa media hora de charla. Nos reímos hasta llorar, y cuando al fin de la conversación saqué las Biblias en rumano y las empujé a través del escritorio e insistí con gestos y protestas que sí, que eran para ellos, y con las manos en los bolsiilos y las cejas enarcadas que no, que no tenían que pagarlas, los dos me abrazaron una y otra vez. Más tarde, cuando por fin encontramos un intérprete y la conversación se hizo más mundana, hice arreglos con Ion para entregarles todas las Biblias que había llevado conmigo. Sabría mejor que yo, dónde entregarlas en un país tan difícil como ese. Me aseguró que sería mejor establecer un sólo contacto que varios. Esa noche, cuando volví al hotel, el empleado me llamó. -Escuche -dijo-. Busqué ese ágape en el diccionario. No es un idioma. Es una palabra griega que significa amor. -Es cierto -le contesté, -toda la tarde estuve hablándolo. Por fin se quebró la represa de comunicaciones. Durante la semana y media que siguió, viajé a través 200 EL CONTRABANDISTA DE DIOS de Rumania con un excelente intérprete siguiendo las indicaciones que me diera Gheorghe y Ion. Me encontré con toda una gama de actitudes, desde la más grande derrota hasta el valor más extremo. Era fácil compadecerse de los que se sentían derrotados. ¿ Qué podemos hacer? Era una reacción natural. Muchos tenían una única ambición: salir de Rumania. Por extraño que resulte, cuanto más devoto era el cristiano, más probable era que se quedara en su sitio. En Transilvania fuimos a visitar a una de esas familias. Tenían una granja que todavía, por lo menos en parte, les pertenecía. Sin embargo, el Estado les había fijado una cuota de producción que estaba muy por encima de su capacidad. Al no poder cumplirla tuvieron que comprar huevos en plaza para cumplir con la cuota fijada. Año tras año les había sucedido lo mismo y la pérdida era grande. -¿ Por qué se quedan, entonces'? ¿ Para conservar la granja? -les pregunté. El hombre y su esposa se mostraron sorprendidos. -Por supuesto que no -me contestó él. -Es más, un día la perderemos. Nos quedamos porque ... -dejó vagar sus ojos a través del valle, -porque si nosotros nos vamos, ¿ quién estará aquí para orar? Asimismo encontré cristianos que se sentían menos seguros. Me enteré de una pequeña iglesia }iUe quedaba alejada del transitado camino. Esta iglesia se dedicaba a trabajar entre los gitanos. Aun mientras nos íbamos acercando podía ver que tenían dificultades. En el patio de la iglesia crecía la hierba. Varias ventanas del santuario estaban rotas y las colmenas en la parte posterior del edificio, se venían abajo. Con mi intérprete dimos una vuelta por detrás de la iglesia, a donde vivía el pastor y llamamos. El pastor no estaba en casa. Nos atendió su esposa, y al ratito estábamos comiendo una miel tan dulce que me hacía doler los dientes. La señora nos contó que su esposo había ido a Bucarest para abogar por su caso ante el gobierno nacional. El jefe del Partido local le exigía la entrega del edificio de la iglesia porque lo necesitaba para club. Nos contó también que ella y su esposo habían tra- EL INVERNADERO EXPERIM ENTAL 201 bajado entre los gitanos por espacio de treinta años. Yo había visto muchos gitanos en el camino por el cual íbamos, grupos pequeños sentados junto a sus carromatos, acompañados siempre por un enjuto caballo y graznantes gansos. -Recientemente -continuó, -el gobierno había decidido hacer algo por ellos, ofreciéndoles un trabajo mejor remunerado. Por supuesto ellos se habían alegrado ya que por años habían pedido esto. Pero les pusieron una condición: Ningún gitano que asistiera a su iglesia podía solicitar uno de los nuevos empleos. -Así es que -continuó la esposa del pastor- estamos en este ataque de varios lados. Nuestros miembros nos están abandonando y como la congregación se va achicando, el Partido tiene más y más argumentos para expropiarnos el edificio. No creo que estaremos aquí el año que viene. De pronto comenzó a llorar, silenciosa, interiormente. Sólo sus hombros la traicionaban. Sugería que tal vez .los tres podíamos orar por lo que nos había contado. Inclinamos los rostros y oré por ella, por su esposo, por los gitanos, por lo desesperante de la situación en este villorio. Cuando por fin levantamos las cabezas, sus ojos estaban húmedos de nuevo mientras nos manifestaba: -Le diré, sabía que la gente en Occidente oraba por nosotros, pero ahora hace años que no tenemos noticias de ellos. Nunca hemos podido escribir cartas y hace trece años que no recibimos ninguna. Pensamos que nos han olvidado, que nadie se acuerda de nosotros, que nadie se interesa por nuestras necesidades, que nadie ora. Por fin pude asegurarle desde lo profundo de mi corazón que tan pronto regresara a casa muchos sabrían de ellos y que nunca más tendrían que pensar que llevaban su carga solos. Una vez más se acercaba el momento de la partida. Mi visa casi había expirado. Más importante era que sabía que Corrie ya estaba en fecha. Mis últimas horas en Rumania las pasé con Gheorgbe y Ion. Preparé todo para partir el lunes a fin de poder quedarme con ellos para el culto del domingo. Fue una reunión memorable. Ya me había acostumbrado a 202 EL CONTRABANDISTA DE DIOS cultos que duraban desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde, pero este fue desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde, finalizando entonces para una gran comida. Gheorghe era el orador para el último sermón del día. Fue muy personal. Habló sobre la dificultad que por años había tenido para respirar. -Pero, quiero que sepan, -dijo- que cuando tuvimos esa maravillosa conversación por medio de nuestras Biblias, algo le ocurrió no solamente a mi espíritu, sino también a mi cuerpo. Desde entonces he podido respirar mejor. Entonces Gheorghe abrió su Biblia. -Tengo una última Escritura que quisiera compartir con usted -me dijo a través del intérprete. -¿ Tendría a bien abrir su Libro en Hechos 20 : 36-38? Encontré la cita. -Este -me explicó Gheorghe- es el pasaje que dice adiós de la manera que yo quisiera. "Cuando hubo dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos. Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro. Y le acompañaron al barco." No pude menos que reírme al ver que me aplicaba palabras que se referían a Pablo. -Esto es ir de lo más alto a lo más bajo -dije. Pero aunque nuestra fe sea insufici~nte, comparándola con la de los cristianos del primer siglo, por lo menos podemos seguir el ejemplo de ellos. Y así, después de la comida me arrodillé y una vez más volví a orar con todos ellos. Y entonces esos cristianos que vivían en el centro del mundo Comunista, lloraron, y me abrazaron y me acompañaron a mi pequeña nave azul. CAPITULO 16 Se extiende la obra Cuando volví a cruzar la frontera de mi país, había pasado más de dos meses fuera de casa, un tiempo considerablemente más largo del que había pensado, a causa del desvío que tuve que hacer tanto de ida como de vuelta. Llegué a Witte bien entrada la noche, agotado pero feliz. Corrí escaleras arriba gritando -¡Corrie! ¡Corrie! ¡Ya estoy de vuelta! Corrie tropezó hasta la puerta, parpadeando feliz, desbordante de frases truncas que 110 se referían a un mismo tema por más de medio minuto. -Todo marcha bien. La gotera en el techo está peor. Toda la familia está bien. A principios de junio me dijo ahora el doctor. Pero con las primerizas a veces es difícil decir. ¿ Estás seguro de que no quieres más café? Joppie llegó el 4 de junio de 1959. Igual que yo, él también nació en casa y yo me quedé con Corrie todo el tiempo, igual que papá, que nos había visto nacer a todos nosotros. Con su nacimiento se hizo más evidente que nunca que necesitábamos nuestra casa propia. El tercer bebé de Geltje estaba en camino y Cornelio y su esposa aguardaban el primero; aun de acuerdo con los niveles de vida en Holanda, la casa reventaba por los cuatro costados. El problema era dónde ir. A pesar de que estábamos en 1959, los efectos de la guerra aun se sentían por todas partes en Holanda. En nuestro pequeño país nunca habían abundado las casas y desde 1945 todo ladrillo disponible era destinado para la reconstrucción de casas bombardeadas o anegadas durante la guerra. A pesar de que la población había crecido rápidamente desde los años treinta no se había levantado un nuevo edificio. 204 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Cuando fui a ver al alcalde para alquilar una casa, movió la cabeza. -Tendré que agregar su nombre al pie de la lista -me explicó, -y posiblemente sea mejor que le diga que esa lista no se ha corrido ni un solo nombre, en casi tres años. -Bueno, señor, tenemos que empezar por algo -le contesté. -Anótenos, por favor. -Si pudiera encontrar una casa para comprar, sería otra cosa, por supuesto. Esta lista es sólo para alquilar. -Muchas gracias por el cumplido, señor. ¡ Dónde voy a conseguir dinero como para comprar una casa! El alcalde asintió. -No solamente eso -agregó, -que yo sepa, no hay casas en venta. El verano se prolongaba. Las ropas que la gente continuaba haciéndonos llegar volvió a inundar el cuartito sobre el cobertizo. Por primera vez oramos seriamente por nuestra necesidad. Todas las noches, por espacio de una semana, presentamos nuestra necesidad delante de Dios, confiados y esperanzados. A la mañana del octavo día se me ocurrió algo. Salía para el correo, pero apenas había cruzado el canal frente a nuestra casa, recordé algo. El maestro de la escuela se mudaba a Haarlem. ¿No era que él arrendaba la casa que el viejo Wim tenía en el pueblo? ¡ Entonces la casa estaba disponible! Pero, ¿ de qué valía eso? Eramos los últimos en la larga lista de candidatos. Sin embargo, me sentí impresionado por la forma en que me había venido ese pensamiento: repentina y soberanamente, de una manera que había llegado a reconocer. ¿ Y si fuera una idea del Señor? ¿ Y si Wim estaba dispuesto a venderla? Hacía muchos años que no vivía allí. En esos. momentos ni siquiera quería pensar en los veinte mil florines que costaría. Daría un paso adelante y vería qué pasaba. Olvidándome por completo de mi diligencia resolví cruzar los polders hasta la granja de Wim. Lo encontré ordeñando. -¡ Hola, Wim ! -¡ Hola, Andrés! -contestó Wim volviendo la cabeza alrededor del flanco de la vaca. -Me enteré que SE EXTIENDE LA ÜBRA 205 has viajado mucho. ¿ Para la obra del Señor? -Sí, señor. -¿ En qué puedo servirte? -Bueno, me enteré que la casa que tiene en el pueblo está por desocuparse. ¿ Pensó alguna vez venderla? El viejo Wim se quedó boquiabierto. ¡ Cómo lo sabías! ¡ Recién anoche resolví venderla, pero hasta ahora no se lo había dicho a nadie! Suspiré hondo y arremetí. -Entonces, ¿ consideraría vendérmela a mí? Wim me miró un largo rato sin decir palabra. -Esta casa ha pertenecido a nuestra familia por varias generaciones -dijo por último. -Nada me gustaría más ya que no quedamos más de nosotros, que se use para la obra del Señor. Recién entonces, con el corazón latiéndome aceleradamente le pregunté el precio. -Bueno, -me preguntó, ¿ qué te parece diez mil? El sorprendido ahora fui yo. Era la mitad del precio que pensé que podía pedir. -Muy bien, de acuerdo. Voy a comprársela por diez mil florines -le dije aún cuando no tenía ni un centavo a mi nombre. Antes de volver a casa llamé por teléfono a Philip Whetstra. Nunca antes había pedido dinero prestado pero ahora sentía que estaba bien pedirlo. El señor Whetstra me contestó que si al día siguiente iba a su oficina entonces tendría allí el dinero. Cuando llegué a nuestro cuarto sobre el cobertizo ya éramos los virtuales dueños de una casa. En seguida corrimos a verla. Hasta ese momento no creo qua había pensado lo que significaba para Corrie vivir en un lugar prestado en casa ajena. Iba corriendo de un cuarto al otro, tocando, haciendo planes, viendo en la abandonada casa el hogar que sería con el tiempo. -A Joppie lo pondremos aquí, Andy. Mira, ¡ todo un cuarto para las ropas y la tina para lavar allí! ¿ Te fijaste en el cuarto de arriba donde tu escritorio irá a las mil maravillas? Y así siguió hablando con el rostro arrebatado y la mirada encendida, y supe que por fin habíamos llegado a casa. Al día siguiente fui hasta Amsterdam para buscar el dinero. El señor Whetstra me lo dio en efectivo. 206 EL CONTRABANDISTA DE DIOS No firmamos ningún papel, no hicimos ningún arreglo sobre la forma de pago. Tampoco mencioné a nadie este préstamo. Sin embargo, en los tres años siguientes recibimos mucho más dinero del que necesitábamos para la obra y pudimos devolver el préstamo en ese corto período de tiempo. De inmediato, tan pronto como terminamos de pagar la casa, misteriosamente cesó el exceso de fondos y se mantuvo así hasta que otra vez hubo necesidad. En todos estos años de vivir esta vida de fe, Dios nunca me fracasó. Para describir las condiciones en que se encontraba la casa del viejo Wim cuando nos mudamos a ella, tenemos un dicho en holandés. Decimos que ese lugar "ya ha sido vivido". Los pisos estaban hundidos, el revoque se caía, el techo estaba podrido: males estos propios de las tierras bajas. Pero .Corrie y yo la queríamos más. Mientras que la reparábamos y revocábamos, la casa llegó a ser singularmente nuestra. Al principio el único cuarto que estaba suficientemente seco como para dormir allí era la sala de recibo. Dormimos allí mientras rasqueteábamos paredes, pintábamos y reemplazábamos maderas podridas y por supuesto empezamos una huerta. Nosotros hicimos todo el trabajo de modo que tardamos mucho. Pasaron cinco años antes de que el hogar que Corrie había vislumbrado en aquella su primera visita se hiciera visible en su totalidad a otros ojos también. Mientras tanto la obra crecía. Ese primer año después que nació Joppie, volví a visitar cada país al que pude entrar, algunos de ellos más de una vez. A medida que aumentaba el trabajo, lo hacían los problemas. La correspondencia era el número uno. Todas las veces que volvía a casa, en lugar de agarrar primero el martillo y el pincel, iba hasta mi pequeño escritorio -Corrie había tenido razón, el escritorio quedaba a las mil maravillas allí- y pasaba días enteros escarbando de entre el montón de correspondencia y con dos dedos "picoteaba" las respuestas en una vieja máquina portátil. Nunca llegaba al final de la pila antes de volver a salir. SE EXTIENDE LA ÜBRA 207 El asunto del anonimato también se estaba haciendo un problema. Si seguía usando mi verdadero nombre cuando hablaba, arriesgaría mi libertad para ir y venir a través de las fronteras. Por último llegué a una solución que hasta ahora me satisface a medias. Dejé de usar mi nombre completo y usé el nombre por el que me conocían detrás de la Cortina, donde los apellidos casi ya no existen entre los cristianos: hermano Andrés. Como dirección alquilé una casilla de correo en el pueblo donde vivía mi hermano Ben. Allí podrían hacerme llegar sus preguntas sobre la obra." Era una mera fórmula. Sabía que cualquiera que se propusiera podría saber quién soy yo. Pero de todas las dificultades planteadas por el crecimiento de la obra, aquella que parecía tener menos solución era las largas ausencias de casa, que cada vez eran más prolongadas. Viajar era una cosa para un soltero, y otra muy distinta para un hombre casado y padre de familia. De los primeros doce meses de Joppie, yo estuve ausente de casa ocho. Su primer diente, su primera palabra, su primer pinino fueron cosas que supe porque me las contaron y no porque pude verlas por mí mismo. Poco después que nació J oppie el señor Ringer me recordó que seguía en pie su ofrecimiento para trabajar en la fábrica y con un sueldo que para nosotros parecía el de un rey. Después, ese mismo año me ofrecieron el cargo de pastor en una iglesia en La Haya. Las dos veces estuve realmente tentado a aceptar. Pero la tentación nunca me duró mucho. Justo cuando las presiones eran más fuertes para quedarme en casa, llegaba una carta. No tenía remitente. Con frecuencia había sido despachada varias semanas antes y en ocasiones mostraba señales de haber sido abierta. Sería la carta de un creyente en Bulgaria, en Hungría o Polonia o tal vez en otro lugar, contándome los nuevos problemas que los confrontaban y las nuevas necesidades que habían surgido. Cualquiera fuera el mensaje de esa carta, siempre parecía llegar justo en el momento que más la necesitaba para hacerme volver a preparar las valijas y gestionar una visa '' Hermano Andrés. Casilla 47, Ermelo, Holanda. 208 EL CONTRABANDISTA DE DIOS para viajar a algún lugar en el mundo de los Comunistas. Fue en uno de esos viajes, ese año, que el excelente cochecito no dio más. Sucedió en Alemania Occidental. Volvía a casa luego de un viaje a Alemania Oriental y Polonia. En el coche conmigo viajaban dos jóvenes estudiantes holandeses, que había levantado en Berlín, y que habían pasado sus vacaciones de Semana Santa trabajando en los campos de refugiados. A las cinco de la tarde mientras avanzábamos por la carretera, de pronto oímos un ruido en la parte trasera del coche y en seguida el motor se paró. Nos deslizamos en punto muerto hasta que se paró. Levantamos la tapa de atrás pero no pudimos hacer nada para volverlo a poner en marcha. Al enderezarme vi, junto al camino, en el lugar donde el coche se había detenido, una casilla telefónica de emergencia. Levanté el auricular y pedí un camión de remolque. A los veinte minutos estábamos inclinados sobre el motor junto con el capataz de la estación de servicio. En silencio miró las varias partes por espacio de unos minutos. Después fue adelante y miró el cuenta kilómetros. -Noventa y siete mil kilómetros -dijo en voz alta. Seguía asombrado. Por supuesto que es un buen kilometraje, pero, a menos que haya viajado por caminos sumamente malos ... Recién entonces comprendí qué era lo que le preocupaba. Con vergüenza admití que el cuenta kilómetros hacía mucho que había llegado a su lectura máxima de 99,999 y vuelto a cero otra vez. Esta era la segunda vez que registraba 97,000 kilómetros. -Entonces -me contestó limpiándose la grasa de las manos -diría que le sacó bastante provecho. Se fundió el motor. -¿ Cuánto tiempo llevaría cambiarlo? Pensó un rato. -Los obreros salen dentro de diez minutos. Más o menos en una hora podrían ponerle un motor nuevo, pero tendrá que darles una buena propina para que se queden fuera de hora. SE EXTIENDE LA ÜBRA 209 -¿ Cuánto saldrá todo, incluyendo la propina? -Quinientos marcos. Sin vacilar le dije: -Muy bien. Iré hasta la estación del tren para cambiar más dinero. Iba en el tranvía a la estación cuando me puse a contar el dinero y me di cuenta que todo lo que tenía no alcanzaría a los quinientos marcos. Los estudiantes, que se habían quedado esperándome en el garage, en primer lugar viajaban conmigo porque no tenían ni un centavo. ¿ Debería regresar y cancelar el trabajo? No. Podía ver la mano de Dios demasiado claramente en todo esto. El coche deteniéndose justo al lado del teléfono de emergencia, el motor que se fundió aquí, en Alemania, el lugar donde se fabricaban estos autos, más bien que en algún lugar distante y hostil donde el cambio hubiera sido imposible y las preguntas difíciles. Estaba muy familiarizado con la manera en que Cristo tiene en cuenta el lado práctico del ministerio para pasar por alto estas señales. Todo esto lo había preparado él y el asunto del dinero también estaba en sus manos. No estaba preocupado sino fascinado pensando cómo obraría él. Cuando cambié hasta el último florín y lo sumé al dinero alemán que tenía en el bolsillo tenía nada más que cuatrocientos setenta marcos. Cincuenta menos del que necesitaba para pagar el cambio de motor y comprar nafta para llegar hasta casa. -Bueno -pensé, -tal vez ocurra algo en el camino. Pero no sucedió nada. Llegué al garage y vi que los obreros estaban terminando. Mis pasajeros no estaban por ningún lado. -Se fueron a dar una vuelta -me explicó uno de los operarios mientras guardaba sus herramientas. Los otros también se estaban lavando. No podía prolongar por más tiempo el momento de arreglar las cuentas.. (Y en ese preciso instante los muchachos holandeses atravesaron corriendo la puerta. Uno de ellos agitaba algo en su mano. -¡ Andy ! -gritó, ¡ nunca me pasó nada igual! Ibamos caminando por la calle cuando una señora se nos acercó y nos preguntó si éramos holandeses. Cuando le contesté que sí, me dio este 210 EL CONTRABANDISTA DE Dros billete. Me dijo que Dios quería que lo tuviéramos.) El billete era de cincuenta marcos. Sin embargo, a pesar de esa y otras experiencias similares, que me ocurrían casi a diario, todavía era un neófito en el pródigo cuidado de Dios. Todavía dependía de los milagros aislados, la dispensación de emergencia para sacarme de un lugar u otro, en vez de entregarme en los brazos de un Padre que tenía más que suficiente. Al volver a casa surgieron nuevos gastos. El más grande de todos fue la llegada de nuestro segundo bebé. Justo al año de Joppie, Mark Peter llegó para formar parte de nuestra familia. Compramos un poco menos de carne en el mercado y comimos un poco más de los vegetales de nuestra huerta. No nos costaba hacerlo porque nos gustaban los vegetales. Lo que no comprendíamos era que esto formaba parte de una actitud mental, una actitud de "tacañería" en la que habíamos caído. Las palabras que me escribió una señora a la que nunca conocí, me hicieron ver este error. Un día recibimos en nuestra casilla de correo en Ermelo una ofrenda más bien abultada, el equivalente de aproximadamente cuarenta dólares. Adjunto al cheque una notita de la donante que decía: "Querido hermano Andrés : esto es para sus necesidades personales. No debe ir para la obra. Uselo en el amor de Cristo." Este pensamiento me conmovió. De vez en cuando habíamos recibido ofrendas personales de nuestros amigos, pero esta era la primera vez que alguien totalmente desconocido había formulado tal estipulación. En vez de poner su nota en último lugar en la pila de cartas para contestar, que para entonces tenía una altura de más o menos tres meses, me senté y con dos dedos, como siempre, fui picoteando en las teclas una carta de agradecimiento que despaché ese mismo día. Le contesté que agradecía especialmente la nota porque era algo respecto de lo que éramos muy meticulosos: todas las ofrendas eran destinadas a la obra a menos que fueran designadas específicamente de otro modo. Aun nuestra ropa, le explicaba, la sa- SE EXTIENDE LA ÜBRA 211 cábamos de los barriles de ropas usadas para los refugiados, a fin de ahorrar dinero. Muchas veces hubiera deseado conservar la carta que esa buena señora me disparó a vuelta de correo, recordándome el mandamiento bíblico de que el buey que trilla el grano no debe privarse de comerlo. ¿ Acaso pensaba yo que Dios se preocupaba menos por sus siervos? ¿ No sería mejor que me auto-examinara para cerciorarme de no estar alimentando un espíritu de sacrificio? ¿No afirmaba depender de Dios, pero vivía como si tuviera que suplir mis necesidades con mi escatimación? Recuerdo como concluía: "Dios le mandará lo que necesite para su familia y también para su trabajo. Usted es un cristiano maduro hermano Andrés. Compórtese como tal." Leí esa carta atentamente y con oración. ¿ Estaría en lo cierto? ¿ Vivía realmente en una atmósfera de necesidad que era poco cristiana? Más o menos en ese entonces nos invitaron a cenar a Corrie y a mí. Llegó la hora de salir y Corrie no estaba lista. Fui hasta nuestro dormitorio y la encontré con la bata puesta. -No tengo nada que ponerme -dijo en voz baja. Me eché a reír. ¿ No era eso lo que siempre decían las mujeres? Pero vi sus ojos llenos de lágrimas. En silencio me puse a mirar su guardarropa. Vestidos abrigados. Utiles, al menos, con los meticulosos remiendos de Corrie, aunque sin embargo las ropas que había rescatado en el cuarto de donde estaba la ropa para los refugiados, no incluía nada bonito. Nada que fuera femenino y alegre . . . Repentinamente comprendí que esto formaba parte de todo un patrón de miseria en el que habíamos caído. Una oscura e incubada actitud de mezquindad que no estaba de acuerdo con el Cristo del corazón generoso y magnánimo que predicábamos a otros. Así fue que decidimos cambiar. Aun seguimos viviendo frugalmente y siempre lo haremos, en parte porque fuimos criados así y no sabríamos conducirnos de otro modo. Pero al mismo tiempo estamos aprendiendo a encontrar satisfacción con las cosas materiales que Dios nos provee. Corrie se compró vestidos nuevos. 212 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Seguimos adelante con el plan de derribar una pared de modo que ella pudiera ir directamente de las habitaciones a la cocina. Y cuando nuestro tercer bebé, Paul Denis, llegó, otra vez justo un año después que el segundo, le compramos algunas ropitas. Y no puedo decir que haya sido más malcriado que los otros por haber pasado sus primeros días vestido con ropas que todavía tenían las etiquetas con su marca de fábrica. Es notable comprender cuánto tiempo nos llevó aprender el sencillo hecho de que Dios es realmente un Padre tan descontento con una tendencia mezquina, como es a lo opuesto, es decir a la tendencia de adquirir en demasía. Fundamentalmente fue una lección sobre la abundancia. Y al aprender la lección en nuestras propias vidas, a su tiempo pude aplicarla a la obra. Por años trabajé solo. Ello significaba viajar más de ochenta mil kilómetros por año y pasar fuera de casa las dos terceras partes del tiempo. Estaba preparado para hacerlo mientras que Dios así lo dispusiera, pero ¡ cuántas veces últimamente el trabajo había sufrido simplemente porque no podía estar en dos lugares a la vez! Nunca me voy a olvidar de la vez en que ese grupo en Bulgaria me había pedido que fuera a su pueblo, justo cuando yo salía del país. Para cuando volví a Bulgaria, casi un año después, muchas cosas habían cambiado. Las reuniones que ellos habían pensado que transformarían las vidas, ya no podrían celebrarse. ¡ Pero, supongamos, tan sólo supongamos que alguien me acompañara en mis viajes! ¡ Imaginémonos que fuéramos dos : . . tres . . . diez ! Alguien para ir donde el otro no podía. Turnarnos en las giras de predicación y ¡ hasta con la contestación de la correspondencia ! . Esta posibilidad comenzó a perseguirme día y noche. El nuestro tendría que ser un compañerismo poco común, tendríamos que ser un organismo más bien que una organización. Cuanto menos formalmente nosorganizáramos, tanto mejor porque si uno e·ra arrestado no involucraría al otro. Seríamos un pequeño SE EXTIENDE LA OBRA 218 bando de hombres y mujeres también, ¿ por qué no? cautivados por la misma visión, la de llevar un poco de esperanza a la Iglesia en su hora de necesidad. Posiblemente cada uno sería un pionero, sin compartir siquiera los procedimientos y técnicas porque de lo contrario caeríamos en un molde que sería fácilmente reconocible y más fácilmente controlable. Cuando compartí mi sueño con Corrie, ella prácticamente gritó de alegría. -Voy a ser franca, Andrés. Mi reacción es totalmente egoísta. ¿ Te das cuenta que nosotros cuatro podríamos verte de vez en cuando? De inmediato lamentó sus palabras, pero yo no. Por supuesto que mis prolongadas ausencias eran difíciles para todos nosotros. En realidad podía ver que J oppie, Mark Peter y Paul Denis crecían entre el tiempo en que yo salía y regresaba a casa. Con toda seguridad que si tenía alguien para ayudarme esos largos viajes no serían necesarios. Pero, ¿ cómo encontrar a la persona indicada? No era que nadie se hubiera ofrecido de vez en cuando. Es más, muchas veces al terminar una predicación encontraba a tres o cuatro ansiosos jóvenes esperándome al lado del púlpito. -Hermano Andrés, ¿ podría acompañarlo en sus viajes detrás de la Cortina de Hierro? Dios me ha hablado a mí también para predicar el evangelio allí. Otros tal vez fueran más sinceros. -¡ Qué emocionante! -exclamaban. -¡ Me conformaría solamente con llevar sus valijas! Nunca, sin embargo, me había sentido con libertad para continuar esas charlas. No era que yo tuviera un método especial para cruzar una y otra vez las fronteras, lo que yo podía pasar a otros para asegurar también su seguridad. No era sagacidad o experiencia lo que hasta ahora había evitado el desastre, sino solamente el hecho de que todas las mañanas, en todos mis viajes, concienzudamente me entregué en las manos de Dios, y procuré, en la medida de lo posible, de no dar un paso fuera de su voluntad. Pero esas no son cosas que uno pueda hacer por otros. Por lo general les contestaba: -Bueno, si nos llegamos a encontrar detrás de la Cortina de Hierro, entonces, no deje 214 EL CONTRABANDISTA DE DIOS de verme para hablar un poco. más. Eso era lo último que sabía de esa persona. A pesar de eso, una noche le dije a Corrie: -Si Dios quiere que agrandemos nuestro campo de acción, ciertamente ya tiene a las personas. ¿ Cómo las encontraré? -¿ Has tratado de orar? Me eché a reír. ¡ Esa era mi Corrie ! Lo único que todavía no había hecho era pedirle a Dios que me guiara directamente a la persona indicada. Y entonces, allí mismo, oramos. Y de inmediato pensé en alguien. Hans Gruber. Había conocido a Hans en Austria, mientras trabajaba en un campo de refugiados. Era un holandés de estatura gigantesca, un metro noventa y siete, pesado aún para su altura. Desmañado más de lo imaginable. Parecía que tuviera seis codos, diez pulgares y una docena de rodillas juntas y hablaba el alemán más atroz que jamás había escuchado. Todo acerca de Hans, tomado separadamente, dejaba mucho que desear. Pero aunado en un estupendo todo era la persona más adecuada que jamás había conocido. Podía plantarse en el lugar de recreo del campo y mantener a quinientas personas fascinadas hora tras hora, simplemente con palabras. Había visto que empezaba a llover mientras que Hans hablaba en aquel indescriptible alemán, sin que ni uno sólo de sus oyentes mirara al cielo. Aún en el campo de los muchachos huérfanos era el amo. Este grupo de doscientos cuarenta aburridos e inquietos muchachos era el terror de todos los otros predicadores que iban allí. A Hans lo escuchaban tan quietos como estatuas. Lo seguían por el campo como si fueran ovejas domesticadas. Ese mismo día le escribí preguntándole si alguna vez se había sentido guiado a llevar el ministerio de predicación detrás de la Cortina de Hierro. "Sé", le escribí, "adónde iré en mi próximo viaje". Durante varias semanas los diarios han estado llenos de noticias del nuevo aflojamiento en las restricciones de viaje en Rusia. Ahora los extranjeros pueden recorrer el Soviet por sí solos, sin un guía oficial. Estas eran SE EXTIENDE LA OBRA 215 las noticias que había aguardado durante tanto tiempo. Había llegado el momento de realizar mi largamente soñada penetración en el corazón del Comunismo. Hans me contestó a vuelta de correo. Se mostraba extático. Lo que yo le sugería, era para él el cumplimiento de una vieja profecía. Cuando cursaba el sexto grado, el último de escuela para él, cada vez que miraba el mapa de Rusia sentía una sensación extraña. Era como si una voz le repitiera: "Algún día vas a trabajar para mí en esa tierra." "Y desde entonces", decía en su carta, "he estudiado ruso para estar listo para cuando llegue el momento. Ahora mi ruso es tan bueno, casi, como mi alemán. ¿ Cuándo salimos?" Con esta carta de Hans, mi ministerio dio un paso nuevo e importante: llevar un compañero, la duplicación de la obra que Cristo realizaba a través de este cauce. Antes de partir fue necesario arreglar unos pocos detalles importantes. Uno era que necesitábamos un nuevo rodado. Aun con el cambio de motor, el VW ya no ofrecía la seguridad que necesitábamos. A todas luces resultaba imposible que Hans pudiera acomodar su enorme cuerpo en aquel asiento delantero. Fue así que compramos un Opel rural, cero kilómetro. Además de poder dormir dentro del coche, podíamos llevar muchas más Biblias. Un problema de naturaleza más desconcertante resultó ser Hans manejando. -No voy a aprender nunca -se lamentaba mientras que por milésima vez procuraba explicarle el movimiento coordinado del embrague y la palanca de cambios. Había pensado que uno de los beneficios· colaterales de tener un compañero, sería alguien que pudiera ayudarme a manejar. Sabía que Hans no manejaba, pero había dado por sentado que no sería difícil enseñarle. Seis horas después tuve que admitir para mis adentros que tal vez me llevaría un poco más de tiempo que lo que había pensado. Llegó el día de la partida y todavía no tenía su registro. Pero puesto que en casi toda Europa Occidental el aprendiz puede manejar sin registro siempre 216 EL CONTRABANDISTA DE DIOS y cuando a su lado esté sentado un conductor experimentado y haya un freno entre los dos. Hicimos planes para partir en el plazo fijado. Cargamos nuestro equipaje, abracé uno por uno a los niños, volví a besar a Corrie y partimos. A pesar de la carga, el Opel se manejaba bien. Además de las Biblias, muchas más de las que llevara antes, teníamos todo el equipo necesario para acampar y~cinar para dos personas. El peso extra hacía que el coche zigzagueara un poco y pensé que convendría que Hans se acostumbrara antes de cruzar la frontera desde el oeste al este. En Alemania se hizo cargo del volante. Unos cinco kilómetros después, sin embargo, tuve que retomarlo. Detrás nuestro había una fila de coches y camiones de varios kilómetros. -Bueno, Hans, estuvo bien. En realidad manejas un poco despacio para esta carretera, pero no importa. Ya te acostumbrarás. -¡ Nunca podré! ¡ Lo sé! -Tonterías. Tendrías que haberme visto a mí la primera vez. Para que se sintiera mejor le conté la experiencia que había tenido en el ejército, cuando había manejado el Carrier Bren. Riéndonos hicimos nuestra entrada en Berlín. Si Hans era lento 'para aprender algo que tuviera que ver con _la mecánica, en otros aspectos me llevaba kilómetros de ventaja. Uno de ellos era su temeridad. Los amigos donde nos quedamos a dormir estaban encantados con la idea de llevar Biblias a la Unión Soviética. -¡ En nuestra iglesia tenemos algunas Biblias en ruso, Andrés! ¿No quieres llevarlas? No estaba muy seguro. El equipo que llevábamos ya abultaba demasiado, al punto de resultar sospechoso. -¡ Claro que las llevaremos! -aseguró Hans. Volviéndose a mí, me explicó: -Si es que nos arrestan por llevar Biblias, mejor que sea por llevar muchas. Llevamos esas Biblias también. Cuando estábamos listos para salir llegaron otros amigos con una caja de Biblias en ucraniano. Le dirigí una mirada suplicante a Hans, pero de antemano sabía que esa SE EXTIENDE LA ÜBRA 217 caja también iría con nosotros. Esta vez simplemente no había un lugar donde ocultarlas. -Bueno -señaló Hans, -me has dicho que siempre dejas unas cuantas Biblias a la vista, para que sea el Señor y no tú el que hace la obra. Voy a llevar estas sobre mis rodillas. Nuestras visas de pasajeros en tránsito nos permitían permanecer setenta y dos horas en Polonia. Desde mi primera visita a esa ciudad, seis años atrás, se habían producido muchos cambios. Pasamos por la escuela donde me había alojado y por las barracas donde había conversado con los soldados rojos. Pero el montón de escombros donde había visto a la pequeñita ya no estaba. En su lugar había un parque. Presenté a Hans a unos amigos que tenía en Varsovia y también en otras ciudades a través del país. Aprovechamos al máximo esos tres días. Cuando nos hallábamos a menos de cincuenta kilómetros de la frontera con Rusia me di cuenta que había cometido un serio error cuando cambié dinero en Varsovia. -¡ Sabes qué hice, Hans! ¡ Cambié demasiados florines por zloty ! -¿No puedes volver a cambiarlos en la frontera? -No, en Varsovia es el único lugar donde se puede cambiar dinero extranjero. Si regresamos allá expirará nuestra visa de tránsito. Estábamos en plena zona rural y Hans iba en el volante. Había accedido a manejar siempre y cuando no hubiera otro coche a la vista, y hubo muchas de esas oportunidades en Polonia aun en 1961. Me senté a su lado tratando de calcular cuánto dinero menos teníamos y cómo podía haber cometido esa equivocación cuando súbitamente observé que nos acercábamos a un tramo de camino difícil. El puente estaba clausurado y el desvío desde la carretera se precipitaba por una pendiente, cruzaba un arroyo sobre un endeble puente provisional y subía derecho a un terraplén en el otro lado. Un Warszawa polaco se abría paso por el pequeño puente. Miré a Hans para ver cómo hacía frente a esto. Tenía el labio empapado por la transpiración pero se mantenía aferrado al volante. Su mirada reflejaba 218 EL CONTRABANDISTA DE Dros determinación. ¡Estupendo! pensé, unas pocas maniobras como ésta lo ayudarán para cobrar ánimo. Hans salió del camino, fue hacia la pendiente. Para satisfacción mía lo vi que tenía perfecto control del coche. No íbamos ni más ligero ni más despacio que antes. Con sus perpetuos veinticinco kilómetros por hora avanzó hacia la pendiente y el puente. Habíamos cruzado. Pero ahora el otro coche estaba directamente delante nuestro, en el lado opuesto-:-Demasiado tarde me di cuenta que Hans no iba a parar. Igual que una película en cámara lenta se incrustó en la parte trasera del Warszawa. El conductor se nos acercó farfullando. Su ancha cara eslava estaba roja, sus puños crispados. -Ora mientras trato de hablarle -le dije a Hans. -Buenos días, amigo. Lindo día, -dije en alemán. Juntos nos acercamos hasta la parte trasera de su coche e inspeccionamos el daño. Gracias al paso de tortuga de Hans el daño no era muy grande: se estropearon el farol y un guardabarros, traseros. Nuestro paragolpe y un guardabarro delantero resultaron abollados. -¡ Policía ! -exclamó el hombre. -¡Policía! ¡ Policía!- Esa palabra sí que la sabía en alemán, y ¡muy bien! ¡ Eso era algo que teníamos que evitar a toda costa! Estábamos en un país comunista con nuestro coche cargado de Biblias y además, Hans era el que estaba en el volante y no tenía registro. Súbitamente recordé mi billetera, abultada con zloty. ¿ Sería por eso que Dios me había permitido hacer ese disparatado cambio de más? -Bueno - señalé, -¿ cuánto piensa que costará el arreglo? El polaco no se inmutó. -¡Policía! ¡Policía! -exclamó. Arrimé un pedazo del vidrio contra el farol trasero y me encogí de hombros esperando indicarle así que no creía que el daño era demasiado grande. -¿ Seis mil zloty? Me entendió muy bien. Sus puños se abrieron pero de nuevo repitió "policía". -¿ Ocho mil zloty? ¿ Nueve mil? Seguramente que los arreglos no saldrían más de nueve mil. Con un gesto dramático saqué la billetera y puse otro billete SE EXTIENDE LA ÜBRA 219 de mil zloty. -Diez mil. Está muy bien pago - dije sosteniendo el dinero. Lo tomó. Al volver a su coche, por encima del hombro gritó: -¡ Policía no! Puso en marcha el motor de su Warszawa y nos dejó envueltos en una nube de polvo. -¿ Puedo respirar ahora? -preguntó Hans. -Puedes respirar. Allí, en el polvoriento desvío agradecimos al Señor por habernos permitido cometer un error a fin de librarnos de otro. El cruce de la frontera lo hicimos en Brest. Hans casi no podía contener su entusiasmo cuando abrieron el portón de la barrera. Insistió en emplear su ruso con los inspectores aduaneros. Dudo que pudieran entender una de cada diez palabras suyas, pero se veían complacidos por su esfuerzo. Tal vez fuimos unos de los primeros coches que entraban sin llevar un guía oficial. Los guardias se veían muy interesados en su nuevo trabajo de inspeccionar nuestros documentos y efectos ellos mismos y se alegraron cuando les dimos unos dólares de propina. -Rusia y los Estados Unidos se insultan -dijo uno de los guardias en inglés, guiñando el ojo. -Pero por éstos los perdonamos-. Agarró el dólar. -Un rublo por un dólar. No está mal. Llegó el momento de la inspección del coche. Habíamos convenido de antemano la técnica que desde entonces veníamos empleando dondequiera que dos de nosotros cruzamos juntos la frontera. Solamente uno hablaría y el otro oraría constantemente: oraría por el país en el que estábamos por entrar, empezando por esos empleados en la frontera. En este caso el· guardia nos pidió que abriéramos un par de valijas pero casi ni miró su contenido. Lo que le interesaba era ver el motor del Opel. Me hizo algunas preguntas técnicas, pero aparentemente se sintió cohibido por haber demostrado una curiosidad tan poco oficial y de un golpe cerró el capó. Nos acompañó hasta el pequeño jardín frente a la casilla de inspección, selló nuestros papeles y nos deseó buen viaje. Habíamos cruzado. CAPITULO 17 Rusia a primera vista Para Hans, era este el primer+viaje a Rusia, pero para mí no. El año que nació Mark Peter había acompañado a un grupo de jóvenes de Holanda, Alemania y Dinamarca a un Congreso Juvenil realizado en Moscú, semejante a aquel en Varsovia años atrás. Pasamos fuera quince días solamente. Viajamos por tren y por supuesto, seguimos un itinerario oficial. Sin embargo, como viaje de exploración, había sido muy provechoso. Varias cosas me habían impresionado especialmente. Mientras que Hans y yo recorríamos el extenso paisaje ruso, las recordé. El viaje desde Brest a Moscú era de unos mil ciento veinte kilómetros y pasé el tiempo contándole a Hans aquellos recuerdos de mi viaje anterior. El hotel que me habían asignado era en realidad una gigantesca barraca, en una villa a unos trece kilómetros de Moscú. En la primera tarde libre fui hasta el pueblo tratando de encontrar una iglesia. Encontré una iglesia Ortodoxa Rusa, con estructura de cúpula redonda, que obviamente una vez había sido el corazón de la aldea. Ubicada frente al único pozo del lugar. Ahora estaba totalmente en ruinas. Las hierbas crecían donde otrora los pies habían mantenido apisonado y despejado el camino. Las ventanas tenían tablas. Afuera había cajones de embalar como si ahora el edificio se usara para depósito. Di vuelta alrededor de toda la estructura buscando una cruz, y no encontré ninguna. Pero al volver a dar otra vuelta noté algo que me conmovió profundamente. Bien apretado contra la cerradura de la puerta del frente había un ramillete de flores frescas, de color amarillo. Acercándome más noté cientos de flores secas dise- 1, RUSIA A PRIMERA VISTA 221 minadas por la tieri a como si alguien cambiara regularmente los ramilletes. Me imaginé a una anciana campesina, vestida de negro, llegándose hasta la iglesia tarde por la noche, para cumplir con este acto de amor y veneración. Ese domingo fui a la única iglesia protestante en todo Moscú, que aún seguía abierta. Por lo que había leído en los diarios holandeses, esperaba encontrarme con una congregación chica y desmoralizada. Al principio no estaba seguro de que tenía bien la dirección. ¿ Qué hacía allí afuera esa larga fila de personas? Ocupé mi lugar al extremo de la fila, no muy seguro. De pronto se me aproximó un hombre y me habló en alemán. -¿ Viene a la iglesia? -me preguntó. -¿Entonces esto es una iglesia? -Por supuesto. Acompáñeme. Tenemos una galería especial reseruada para los visitantes. Cruzamos una pequeña puerta, seguimos por un corredor, subimos un tramo de una escalera de hierro y llegamos a una galería. Por primera vez vi allí algo que con el correr de los años llegaría a serme tan familiar: la iglesia protestante Mosco vita en adoración. El salón era rectangular, angosto y largo, con galerías a ambos lados, una plataforma con capacidad para doce personas, un lindo órgano y una vidriera policroma, que miraba al este con una inscripción que mi acompañante tradujo como "DIOS ES AMOR". La iglesia tenía capacidad para mil personas, pero aquella mañana había cerca de dos mil. Nunca, en todos mis viajes vi tanta gente apiñada en un edificio. No había un sólo asiento vacío. Los pasillos estaban abarrotados de personas de pie, la nav€ central y los costados, también. Las galerías eeiabom repletas. Entonces cantaron. Dos mil voces eslavas, profundas, en unísono perfecto. Ahogaron las notas del órgano. Ricas, vigorosas, plenas, guturales, masculinas Cerré los ojos y me imaginé estar escuchando un con de ángeles. Una 11 otra vez cantaron hasta que mi: ojos se llenaron de lágrimas. Cuando llegó el momento de recoger la ofrenda ne había modo de que los ujieres pasaran entre iamuu 222 EL CONTRABANDISTA DE DIOS personas así que los billetes fuJon pasando de mano, por sobre las cabezas, hasta llegar adelante. Tan pronto como se recogió la ofrenda comenzaron los sermones. Sí, sermones. Hubo dos, cada uno de duración corriente, uno seguido por el otro. Mientras estaban predicando los sermones me pareció que algunos de los presentes se comportaban de una manera desacostumbrada. Hacían avionetas de papel y desde el fondo de la iglesia y las galerías las lanzaban hacia adelante, volando por sobre las cabezas de los que estaban sentados. Nadie parecía molesto por este extraño comportamiento. Una vez que terminaron de recoger todas las avionetas las pasaron adelante hasta que por último fueron amontonadas por uno de los hombres que estaba en la plata! orma. Cuando ya no pude resistir más la curiosidad me volví al hombre que me había guiado a la galería. -Son pedidos de oración -me explicó. -El pastor los separa en dos tandas. Una para las peticiones individuales y la otra para los visitantes de toda la Unión Soviética que desean que esta congregación ore por sus iglesias. Ya lo verá. Tan pronto como se sentó el segundo orador, el pastor se puso de pie y mantuvo en alto una de las tandas. Después leyó los nombres de las iglesias visitantes y dijo, según me enteré a través de mi intérprete: -¿ Estamos contentos por tener estas visitas? -¡Amén! -¿ Y vamos a orar por ellos? -¡Amén! -¿ Y estas peticiones?-. Leyó dos o tres de las peticiones individuales, - ¿ oraremos por estas necesidades? -¡Amén! =-Oremos, entonces. Y sin ningún otro preliminar, los dos mil presentes en la congregación oraron en voz alta y al unísono. De vez en cuando una voz clara y suplicante se elevaba mientras que las otras voces se apagaban hasta formar un murmullo de fondo. Después la corriente de sonido volvía a crecer y otra vez surgía una voz para expresar el pensamiento de todos. Fue una experiencia RUSIA A PRIMERA VISTA 223 que me conmovio hasta lo más lumdo de mi ser. Después del culto amumciaroti que los pastores tendrían mucho gusto en saluda: a. cualquiera que estuviera de visita 11 que hubiera. venido para el Congreso Juvenil. Los ciguardarícin cibajo en el hall de entrada. Gustosamente contestarian. sus preguntas. Tal vez unos doce de nosotros fuimos los que aceptamos la invitación. Las prequnuu: se dispararon en rápida sucesión. -¿ Dónde está la, iglesia Protestante más próxima? -Oh, en Rusia. hciy muchas Iglesias Protestantes. Miiy cerca de aquí hciy otras. -Sí, ¿pe1'0 a qué distancia? -Ciento ochenta kilómetros. -¿Hay libertad religiosa en Rusia? -Sí, aquí tenemos plena libertad religiosa. -¿Cómo? ¿ Y los pastores que están presos? -No sabemos de que haya algún pastor preso, excepto quizá aquellos que sean políticos subversivos. Entoces yo pregunté: -¿ Y las Biblias? ¿ Tienen Biblias suficientes? -Sí, hay muchísimas Biblias. Para atestiguarlo pasaron un ejemplar alrededor para que lo viéramos. -Esta excelente edición recién acaba de imprimirse aquí, en Rusia. Eso era una novedad para mí. -¿ Cuántos ejemplares? -Oh, muchísimos. Muchos ejemplares. Una tras otra siguieron las preguntas y las evasivas respuestas que no decían mucho. Al día siguiente, confiando que tal vez podría ver a solas a alguno de los pastores, volví a la iglesia. Era lunes por la mañana y sin embargo aun en ese día y hora, había mucho movimiento. Me enteré después que además de la Iglesia funcionaba allí la sede central de la Unión Bautista para todo el Soviet. -¿ En qué puedo servirle? -oí que decía una voz. Me volví y reconocí su rostro: era uno de los que el día anterior estaba sentado en la plata! arma y que después había respondido preguntas. Se presentó como Ivanhoff y me invitó a que lo acompañara a su oficina privada. Me preocupaba saber cómo podría poner en tela de juicio su declaración del día anterior. Tal vez lo mejor sería decirle sin ambajes que tenía Biblias 224 EL CONTRABANDIST~ DE DIOS en mi poder y ver cuál sería su reacción. -He traído algo de parte de los Bautistas en Holanda para los Baustistas de Rusia -señalé depositando un paquete envuelto en papel de embalar sobre su mesa. -¿ Qué es lo que tiene allí? -Biblias. -¿Biblias? ¿En ruso? -De la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Me he tomado la libertad de arrancar la página donde figura el pie de imprenta. Pensé que estaba haciendo mucho esfuerzo para mantenerse sereno mientras me decía: -¿Me permitiría verlas? Desaté el paquete y le mostré el miserable mantoncito de Biblias que había podido llevar conmigo en el tren. El problema, al igual que con muchas Biblias en los idiomas de la Europa Occidental, era su tamaño. El ruso, tanto· como el servio, el ucraniano y el macedonio están escritos en caracteres cirílicos, lo que da como resultado ejemplares más voluminosos que los escritos en caracteres latinos. En el mismo espacio podría haber llevado unas diez o doce Biblias en holandés, inglés o castellano. Pero lo que me llamó la atención fue su reacción a este ofrecimiento. Era evidente que hacía mucha fuerza para contener su ansiedad. -¿ Dijo usted que se trata de un obsequio? -Sí-. No pude resistir la tentación de hacerle una broma. -Pero ayer usted dijo que tienen una nueva edición soviética. Tal vez no era necesario que trajera Biblias. -Bueno . . . -. Recordó su conversación del día anterior. -En realidad la mayor parte de esa edición se envió fuera del país. A la feria de Bruselas y a otros lugares. ¿ Se dá cuenta? -Sí, ya veo. Acercándose, me preguntó: -Dígame, amigo, sinceramente ¿ qué es lo que lo ha traído a Rusia? En la cuerda tensa en la que caminaba pensé que tal vez una respuesta bíblica sería la más acertada. Pensé un momento y le respondí: -¿ Recuerda usted ese pasaje bíblico que se refier, RUSIA A PRIMERA VISTA 225 a José cuando salió a buscar a sus hermanos en Siquem? Uno de los hombres del lugar lo vio y le preguntó algo. ¿ Recuerda qué? Pensó unos momentos. -¿ Le preguntó a quién estás buscando? -¿ Y qué le contestó José? -Busco a mis hermanos. -Bueno -le respondí- esa es mi respuesta a su pregunta. CAPITULO 18 Para Rusia con amor Hans oyó con gran interés mi relato, interrumpiéndome de vez en cuando para hacerme alguna pregunta. Cuando terminé elevó una de sus oraciones tan impulsivas y llenas de fe. Pidió que nuevamente fuéramos guiados a Ivanhoff, puesto que ya había establecido el contacto y principiado una amistad. -Creo que debemos descansar un rato, Andy -y agregó- tengo ganas de tomar un café. -Yo también. Más adelante había un claro en un vallado alto; nos metimos allí, casi sin darnos cuenta de que un automóvil estaba estacionado fuera del camino y que sus ocupantes disfrutaban de un almuerzo campestre. Nos detuvimos, y sacamos nuestros utensilios. Me pareció que los rusos que estaban en el otro coche se comportaban de manera poco amistosa. Mantenían la vista clavada en nuestra dirección y rezongaban. El hombre volcó la mitad de su taza de té en la tierra, quejándose mientras que las dos mujeres apilaban los platos y guardaban la fruta y los panes a medio comer en una cesta de paja. Estábamos preguntándonos qué sería todo eso cuando de pronto oímos el chirrido de frenos del otro lado del vallado. Oímos ruido de puertas que se golpeaban y súbitamente nos vimos frente a frente a dos policías uniformados. Se quedaron parados en el vallado, con sus manos sobre las caderas, mirándonos a nosotros y a los del otro coche. Un oficial se adelantó hacia nosotros y el otro se encaminó hacia el coche de los rusos. -¿ Cómo le va? -le preguntó Hans sonriendo alegre por la oportunidad que tenía de hablar en ruso. El oficial no le respondió y el semblante de Hans se ensombreció. -No tiene ganas de ser amigo -señaló Hans volviéndose irónicamente a su café. PARA RUSIA CON AM OR¡ 227 Como conocía a Hans sabía que oraba intensamente. Este hombre no debía examinar el interior de nuestro auto. En tanto que orábamos el oficial abruptamente se alejó de nuestro lado y fue a reunirse con su camarada en el otro auto. Hubo un intercambio acalorado de palabras, hombros que se encogían y los rusos empezaron a desempacar lo que tenían en el auto. Estuvimos observando por veinte minutos mientras que esa pobre gente sacaba todo lo. que podía sacar del coche y lo desparramaba por el suelo. Los oficiales miraron dentro del motor, del baúl y debajo del auto. De alguna manera nos sentimos responsables por la incomodidad que estaban pasando, pero no sabíamos qué hacer. Revolvimos nuestro café hasta que se heló. Después de media hora cuando los oficiales ni siquiera habían mirado en nuestra dirección decidimos que era hora de partir. Bebimos el asqueroso café, guardamos el hornillo e hicimos tanto ruido como pudimos cerrando las puertas. Pusimos el motor en marcha. Ni aun así los oficiales nos prestaron atención. Cruzamos el vallado y volvimos de nuevo a la carretera pasando alrededor del patrullero. -¿ Qué pasaría? -me preguntó Hans mientras avanzábamos con el coche. -Lo ignoro, a menos que pensaran que éramos contrabandistas y que estábamos haciendo un intercambio allí, al costado del camino. Hans, tenemos que orar por esa familia para que no tengan dificultades por culpa nuestra. Y también es algo que debemos tener presente cuando llegue el momento para deshacernos de nuestro cargamento. Las avenidas de Moscú son enormes, tan anchas como para que diez automóviles marchen a la par y mucho más transitadas de lo que recordaba. Pasamos frente al gran almacén GUM, atravesamos la vasta Plaza Roja, pasamos por el Mausoleo y por últimos fuimos al lugar que nos habían asignado para acampar. En seguida armamos la carpa en forma de iglú y nos dispusimos a sacar, por lo menos, unas pocas Biblias. -No mires ahora, -me dijo Hans, -pero alguien nos está observando. Sin mirar coloqué un mapa carretero sobre las dos 228 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Biblias que había sacado. Después, casualmente, mire a mi alrededor y lo vi. Vestía uniforme de faena y estaba de pie a unos metros del coche, observándonos. Saqué la cafetera y con Hans nos pusimos a preparar un café que en realidad no deseábamos. Tan pronto como dejamos de desempacar las Biblias, esos ojos que nos acechaban se alejaron. -¿ Qué piensas de eso? -pregunté a Hans. -Que no me gusta nada. Quisiera deshacerme de este cargamento. Sacamos tan solo una Biblia, cerramos el auto y salimos fuera de allí. Era jueves; la noche del culto semanal en la Iglesia Bautista a la que íbamos. En esa reunión había más o menos unas mil doscientas personas. El culto se desarrolló como cuando había estado allí dos años antes, pero no vi a Ivanhoff ni en la plataforma ni entre la congregación, por lo menos, hasta donde alcanzaba a ver. Cuando concluyó la reunión, con Hans fuimos al vestíbulo y nos mezclamos entre el gentío. El propósito que nos había llevado allí esa noche era el de establecer contactos para entregarles nuestro cargamento de Biblias. Me abrí paso hacia el gran vestíbulo de entrada, mirando uno y otro rostro, pidiéndole a Dios que me diera, como lo había hecho con tanta frecuencia anteriormente, ese momento de reconocimiento que, para los cristianos puede hacer la obra de muchos años de amistad y creciente confianza. No pasó mucho sin que lo viera un hombre delgado, calvo, que tendría entre los cuarenta y cincuenta años, de pie junto a una pared mirando fijamente a las personas allí. Sentí tan claramente la necesidad de hablarle que casi me olvidé de Hans. Pero en el verdadero compañerismo cristiano, la guía de uno de ellos, siempre se somete al otro para corrección y confirmación. Así fue que esperé hasta que Hans, con su enorme cuerpo, se abriera paso hasta donde yo estaba. -Ya divisé a nuestro hombre -dijo antes de que yo pudiera hablar. Y de los cientos de personas que estaban en aquel vestíbulo ¡ me señaló precisamente a la persona que yo también había escogido! Muy animados nos abrimos paso hasta donde él estaba. PARA RUSIA CON AMOR 229 -Kak vi po zhi vayete --empezó Hans. -Kak vi po zhi vayete -contestó el hombre, poniéndose en guardia de inmediato. En tanto que Hans se lanzó a describirle quiénes éramos y de dónde veníamos, el rostro del hombre denotaba más perplejidad. Pero cuando Hans dijo "holandés" se echó a reír. Nos explicó que era alemán; que era segunda generación de inmigrantes que vivían en Siberia y que en su casa todavía hablaban alemán. Nos pusimos a conversar los tres. Y mientras hablábamos tanto más nos costaba a Hans y a mí convencernos por qué este hombre era de una pequeña iglesia en Siberia, a unos tres mil doscientos kilómetros de distancia. En la iglesia había ciento cincuenta comunicantes pero ni una sola Biblia. Un día en un sueño le habían dicho que fuera a Moscú. Allí iba a encontrar una Biblia para su iglesia. Al principio se resistió ante esa idea, nos explicó, porque sabía que en Moscú, igual que en cualquier otro lugar, había muy pocas y preciosas Biblias. Ese fue el fin de su historia. Hans ~ yo nos miramos incrédulos. Le hice un asentimiento a Hans. Era su turno para compartir con nuestro amigo siberiano las buenas nuevas. -A usted le dijeron que viniera hacia el este tres mil doscientos kilómetros para conseguir una Biblia y a nosotros que fuéramos hacia el oeste tres mil doscientos kilómetros llevando Biblias a las iglesias de Rusia. Y aquí estamos esta noche, reconociéndonos en el mismo momento en que nos encontramos. Así diciendo, Hans le ofreció la Biblia rusa que habíamos llevado con nosotros. El siberiano estaba atónito. Sostuvo la Biblia a una brazada y la miró detenidamente. Después nos miró a nosotros y volvió a mirar la Biblia. Súbitamente el dique se rompió y hubo una inundación de gracias y grandes abrazos hasta que un grupo de espectadores se juntó a nuestro alrededor. Lo lamenté porque no era mi deseo llamar la atención. Le susurré que teníamos más Biblias y que si al otro día quería volver allí a las diez de la mañana le daríamos más para que se llevara. El siberiano se mostró receloso. -¿ Son gratis? -Por supuesto -contestamos. -Esto es sencilla- 230 EL CONTRABANDISTA DE DIOS mente, un miembro del Cuerpo ocupándose por el otro. A la mañana siguiente, a las nueve en punto Hans montó guardia mientras que de nuevo traté de sacar las Biblias de sus lugares de escondite en el auto. Estaba más o menos en la mitad de mi tarea cuando Hans se puso a silbar el himno nacional holandés y supe que nuestro amigo del uniforme verde había vuelto. Con un suspiro me puse a hacer café. -¡ El café está listo! -grité llamando a Hans. Se me acercó y tomó una taza de helado líquido de entre mis manos.-¿ Volvió? -Sí, y tan curioso como ayer. Me parece que sospecha algo. ¿ Cuántas sacaste? -Cuatro. -Bueno, creo que será todo. Ponlas en los bolsones de mano y salgamos. Tener una Biblia para uso personal no era delito alguno, pero comerciar con Biblias entradas de contrabando era ilegal y resultaba peligroso parecer como que uno se dedicaba al contrabando. Pusimos las cuatro Biblias en nuestros bolsones de mano de KLM y caminamos hasta la parada <le! ómnibus. A las diez en punto llegamos a la iglesia; nos sentamos en un banco cerca de la puerta. A las diez y media empezamos a preocuparnos, además de estar llamando la atención. A las once menos cuarto detrás mío sentí que alguien decía: -¡ Hola, hermano!-. Me volví. No era el siberiano. Era Ivanhoff, el pastor que había conocido en mi viaje anterior a Moscú. -¿ Espera a alguien? -me preguntó Ivanhoff. -Yo, nosotros sí. A alguien que conocimos ayer por la noche. Ivanhoff guardó silencio por unos momentos. -Sí -dijo en voz baja, -es lo que temía. Su amigo siberiano no puede venir. -¿ Qué quiere decir que no puede venir? Ivanhoff miró a su alrededor. -Amigos -dijo, -en cada reunión está presente alguien de la policía secreta. Nosotros contamos con eso. Lo vieron conversando con ese hombre y por eso es que no puede venir. PARA RUSIA CON AMOR 231 Le "hablaron" acerca de eso. Pero, ¿ trajo algo para él? Miré a Hans. ¿ Podíamos confiar en Ivanhoff? Hans se encogió de hombros e hizo un asentimiento de cabeza apenas perceptible. -Sí -contesté rápidamente. -Cuatro Biblias. En este bolso. -Déjemelas. Me ocuparé de que las reciba. De nuevo volvimos a mirarnos con Hans, pero optamos por sacar de los bolsos las Biblias que habíamos envuelto en papel de diario, y se las entregamos. Como parecía no haber otro medio, implorando la protección del Señor, me aventuré a decir: -¿ Hay algún lugar donde podamos hablar? -¿Hablar? -Bueno, la verdad es que estas no son las únicas Biblias que tenemos. Ivanhoff contuvo el aliento. -¿ Qué quiere decir? Hable en voz baja. ¿ Cuántas Biblias tiene? -Más de cien. -¿ Lo dice en serio? -¡ Seguro! Las tenemos en el coche, allá en el campamento. Pensó por unos momentos. Después, sin decir palabras nos llevó a través de un gran corredor. Al doblar a un costado, se detuvo. Depositó las Biblias en el suelo y extendió sus manos con las palmas hacia abajo. -¿ Observó usted mis uñas? -dijo. Miramos fijamente sus uñas rugosas y gruesas. Se veía que tenían enfermas sus raíces. -Estuve en la cárcel por la fe -señaló Ivanhoff. ¡ Y éste era el hombre que había manifestado a la Delegación Juvenil que estaba de visita, que no había persecución religiosa en Rusia! -Voy a ser franco con usted. No podría volver a soportar esto. ¡No puedo ayudarlo con las Biblias! Sentí gran compasión por este hombre. -Me doy cuenta -contesté. -Comprendemos perfectamente. Tal vez conozca a alguien que esté dispuesto a ayudarnos. -Markov -señaló Ivanhoff. -Arreglaré todo con él para alquilar un automóvil. Se encontrará con usted frente al almacén GUM a la una en punto-. Después 232 EL CONTRABANDISTA DE DIOS de un breve momento de reflexión añadió: -Tenga cuidado. Hans señaló las Biblias que había depositado en el piso. -¿ Y éstas? ¿ Corre peligro recibiéndolas? Ivanhoff se sonrió pero sus ojos denotaban la misma tristeza de siempre. -Cuatro Biblias -señaló. -Esto no constituye un delito económico muy grave. Cuestan cuatrocientos rublos. ¿ Cuánto tiempo uno va a la cárcel por cuatrocientos rublos? Cuatro meses como máximo. Pero, ¡ cien Biblias! ¡ Aquí, en Moscú cuestan diez mil rublos y en las provincias más todavía! ¡ Diez mil rublos de literatura pornográfica! Pero, si un hombre podría ... -¿Pornográfica? -preguntamos al mismo tiempo Hans y yo. -¿ Qué tiene que ver con nosotros eso? -Nada -contestó Ivanhoff -sólo que si lo sorprenden lo acusarán de eso-. Y en seguida, como si le hubieran hecho alguna señal, giró sobre sus talones, recogió los Libros del piso y se alejó rápidamente; sus zapatos retumbaban a través del desierto corredor y desapareció de vista. A la una en punto llegamos frente a los almacenes GUM. Un hombre bajó de un auto que estaba estacionado a unos cien metros, pasó por donde estábamos nosotros, mirándonos cautelosamente por el reflejo de la vidriera. Volvió. -¿ Hermano Andrés ? -¿ Markov? -le pregunté. -Saludos en el nombre del Señor. -Vamos a hacer algo muy audaz -respondió Markov, hablando apresuradamente. -Vamos a hacer el traspaso de las Biblias a una distancia de dos minutos de la Plaza Roja. En un lugar como ese nadie sospechará de nosotros. ¡ Es un golpe maestro! Evidentemente era mucho más sagaz que yo. No me gustaba la idea. Nos guió a una calle que estaba a menos de dos minutos de la plaza Roja. De un lado había un paredón y del otro casas. Desde cualquier ventana alguien nos podría espiar. -Mejor será que ores -le manifesté a Hans mientras estacionaba detrás del auto de Markov. Hans oró en voz alta mientras que yo sacaba las Biblias, las cargaba en mi brazo y las ponía en cajas PARA RUSIA CON AM OR 233 y bolsas. Markov abrió la puerta trasera de su coche y allí mismo, a plena luz, hicimos el traspaso, viaje tras viaje en aquella transitada vereda. Cuando concluimos Markov se dio tiempo sólo para darnos un rápido apretón de manos antes de volver a su coche y poner en marcha el motor. -La semana que viene -señaló- estas Biblias estarán en las manos de pastores por todo el país. En tanto que Markov se alejaba, me volví a mirar a Hans. Seguía orando, pero sonreía satisfecho. -Esta parte de nuestra misión estaba cumplida. A no ser por aquella caja de Biblias en ucraniano, nuestro amigo del uniforme verde podía espiar todo lo que quisiera. El auto estaba vacío. Para regresar a casa lo hicimos por Ucrania. Nosotros mismos entregamos las Biblias a las iglesias. Y fue en una de las veces en que paramos para entregar las Biblias que un sueño se apoderó de mí y que no me dejó por tres años. Fue allá, en Ucrania, cuando teníamos solamente dos Biblias, que uno de los feligreses trajo algo para mostrarnos. Un tesoro de familia: una Biblia en ucraniano y en edición de bolsillo. Incrédulo scstuve el pequeño ejemplar en mi mano. El hombre me aseguró que era una Biblia completa. Su tamaño era la cuarta parte de una Biblia de las que nosotros habíamos llevado. Volví las páginas de papel indio, asombrado al ver el tipo pequeño, tan pequeño y sin embargo tan legible. Cada palabra era nítida y bien espaciada. Le hice un montón de preguntas a su dueño. ¿ Dónde había sido impresa? ¿ Quién la había publicado? ¿ Dónde la habían comprado? Lamentablemente no pudo contestar ninguna de mis preguntas. No podía desprenderme del pequeño libro. Lo sopesé en mi mano. Lo guardé en mi bolsillo. Lo saqué y lo puse al lado de una de las Biblias de tamaño corriente. ¡ Con un tamaño así podríamos llevar tres o cuatro veces más Biblias por viaje! Y una vez dentro del país sería mucho más fácil transferirlas y ocultarlas. Y si eso podía hacerse con las Biblias en ucraniano, también las rusas y en otros idiomas de Euro- 234 EL CONTRABANDISTA DE DIOS pa Oriental podrían imprimirse en este formato . . . Al ver el entusiasmo que había mostrado por esta Biblia, su dueño me hizo una sugerencia. -A cambio de las dos nuevas que teníamos, ¿ nos interesaría quedarnos con ésta? De todos modos la Iglesia tendría una Biblia más. Para satisfacción mía el ministro y la congregación estuvieron de acuerdo y yo partí de aquel pueblo con el sueño en mi bolsillo. Casi no podía esperar para enseñarla en nuestras Sociedades Bíblicas en el Este. El último domingo que pasamos en Rusia fuimos a una Iglesia Bautista en una villa ucraniana, no lejos de la frontera húngara. El canto era conmovedor. Las oraciones fervorosas. Pero cuando llegó el momento del sermón, el pastor hizo algo que nos resultó extraño. Se bajó de su púlpito, pidió un libro a alguien de la congregación y regresó al púlpito. ¡ Era una Biblia! Teníamos noticias de que en Rusia había pastores que no tenían Biblias, pero era la primera vez que lo veíamos con nuestros propios ojos. Después del culto el pastor nos invitó a acompañarlo a él y a sus diáconos a la oficina, para conversar un rato. Como acontecía con tanta frecuencia en Rusia, la charla se inició con un ataque. Habíamos aprendido que era un medio de defensa, puesto que todos los pastores sabían que se los vigilaba atentamente. Esta vez el ataque fue contra mi automóvil. -Dígame -señaló el pastor a través de uno de los feligreses que hablaba alemán, --¿ qué complejo industrial preside usted? -No trabajo con ningún complejo industrial. Nuestro intérprete se lo explicó pero el pastor no dejó el tema. -Sé que no dice la verdad -señaló, -porque afuera tiene estacionado un auto. Solamente los capitalistas tienen automóviles. Los trabajadores andan a pie. ¿ Qué podía hacer? Resultaba imposible convencerlo de que era un ex obrero de una fábrica; que era hijo de un herrero de pueblo, y que tenía muchas menos posibilidades de contar con una entrada fija que PARA RUSIA CON AMOR 235 él mismo. No podía comprender esas cosas y abandonó el tema solamente por cortesía o tal vez porque pensó que sin lugar a dudas había dejado sentada su antipatía por la clase indolente y adinerada. Hablamos sobre la Segunda Venida de Cristo, el tema teológico predilecto en Rusia y el tono de nuestra conversación cambió de inmediato. Saqué mi Biblia en holandés del bolsillo para seguir las referencias que él indicaba. Cuando concluyó, la puse sobre el escritorio. Observé que casi de inmediato perdió interés en la conversación. ¡ Estaba absorto contemplando la Biblia! La tomó. La pesó en su mano, descorrió el cierre de cremallera, observó detenidamente las palabras en holandés, aunque no las entendía y volvió a deslizar el cierre. La puso sobre el escritorio, no como yo, sino con gran cuidado. La arrimó a una de las esquinas del escritorio y despacio dejó correr sus dedos para alinearla con el escritorio. Y su voz, distante, hablando consigo mismo más que con nosotros, señaló - Sabe, hermano; ¡ yo no tengo una Biblia! Sus palabras me conmovieron. Era un hombre con cierta jerarquía, un dirigente espiritual de miles de almas ¡ y no tenía una Biblia! No nos quedaba ninguna de todas las que habíamos llevado con nosotros. De pronto recordé que me quedaba la pequeña Biblia en ucraniano. -¡ Un momento! - dije casi gritando. Pegué un salto en mi silla. -La Sociedad Bíblica tendrá que creerme-. Corrí hasta el automóvil. Abrí rápidamente la puerta, saqué la Biblia de debajo del asiento y volví a su oficina. -¡ Aquí tiene!-. Empujé la Biblia hasta donde estaba él. -Esto es para usted. Para que se la guarde. El que hacía de intérprete repitió mis palabras, pero el pastor parecía no comprender. -¿ De quién es? -preguntó. -¡Suya! Para que se la guarde. ¡ Es para usted! Cuando Hans y yo partimos ese día, estábamos todos doloridos por los fuertes abrazos que nos habían dado esos ancianos. Ahora su pastor tenía una Biblia propia. Una Biblia que no tenía que devolver cuando terminaba el culto. Una Biblia para leerla todas las 236 EL CONTRABANDISTA DE DIOS veces que quisiera. Un Biblia para leer y para amar. Al salir de Rusia sabía que tenia por delante una tarea más grande que cualquiera que hasta ahora había acometido detrás de la Cortina de Hierro. Tenía que hablar con algunas organizaciones para imprimir Biblias en ediciones de Bolsillo y en los idiomas eslavos. Y tenía que llevar esos libros a Rusia, no por cientos sino por miles. CAPITULO 19 A cuenta de una promesa No podía dejar de pensar en la necesidad de contar con una Biblia en ruso, en edición de bolsillo. Se convirtió en una obsesión para mí. Visité las Sociedades Bíblicas, pero aun cuando una de ellas estaba de acuerdo que en teoría era factible una edición así, en la práctica había problemas. La Sociedad Bíblica Americana, que me había estado dando gratis Biblias en ruso, aunque me comprendía, no veía claramente la razón de imprimir una edición especial para esta operación. La Sociedad Bíblica Británica y Extranjera estaba en igual situación. La Sociedad Bíblica Holandesa se dedicaba solamente a la impresión de Biblias para Africa e Indonesia. No se ocupaban para nada con los idiomas de Europa del Este. -¿ Por qué no imprime su propia edición de bolsillo de la Biblia? -me preguntó Philip Whetstra una tarde, cuando estaba comentándole mi problema. -¡ Qué gracioso ! -No estoy bromeando. Usted sabe exactamente qué es lo que quiere. Mándelas imprimir. -Debe estar soñando, señor Whetstra. Necesitaría por lo menos cinco mil dólares. ¿ Dónde voy a conseguir cinco mil dólares? El señor Whetstra me miró con tristeza. -¿ Me lo pregunta después de todo este tiempo? -señaló. Lógicamente que tenía razón. No sería yo el que proveería los fondos para ese proyecto, sino <iu:..1.. sería el Señor. Esa noche, antes de despedirme de los whetstra, sabía que estaba por lanzarme a otro gran proyecto el más grande hasta entonces. Esta vez, empero, pasó mucho más tiempo que el acostumbrado para que el sueño se hiciera realidad. Mientras tanto había que seguir la obra. Contar con la colaboración de Hans fue mucho mejor de lo que 238 EL CONTRABANDISTA DE DIOS pensaba. Formábamos un equipo, fuerte uno donde el otro era débil. Una calurosa noche del verano de 1962, cuando estábamos en Bulgaria, Hans me dijo de pronto: -Andy, es hora de que oremos pidiendo un nuevo miembro para nuestro equipo. Yo estaba sentado en la cama ; con la transpiración secándose sobre mi cuerpo, procurando escribir una carta para mi familia. -Yup. Es cierto -respondí distraídamente. -¿ Recuerdas que cuando por fin llegó la visa para Checoeslovaquia y tú estabas en Alemania Oriental y yo en Rusia? Si fuéramos más no necesitaríamos hacer esas elecciones. -Yup, tienes razón. -No me estás prestando atención. Dejé el papel. Se me quedó pegado a la palma de la mano. -Por supuesto que te estoy escuchando. Traté de recordar qué había dicho. Tenemos más oportunidades de las que podemos abarcar. Tienes razón, Hans, pero ya sabes qué pasa si uno se agranda muy rápidamente. Hans me interrumpió. -La verdad que yo no diría que contar con un nuevo miembro para el equipo en siete años es agrandarse rápidamente. Oremos. Miré detenidamente a Hans. Su "oremos" fue tan unido a su última frase que me pareció no haber oído bien. Pero Hans ya estaba orando. Incliné la cabeza y mientras él oraba comencé a percibir su sentido de la urgencia respecto de encontrar otro hombre que se diera a sí mismo con nosotros sin limitación de tiempo, sin sueldo, sin reservas. -Casi simultáneamente los dos pensamos en la misma persona. -¿ Qué opinas de Rolf? - exclamamos juntos, poniéndonos a reír en seguida. -Puede que sea guía divina -señaló Hans. -Es cierto, puede que así sea. Rolf era un seminarista holandés, próximo a terminar sus estudios post-graduados en Teología Sistemática. Aunque era un brillante teólogo, era también de acción. Esa misma noche le escribí preguntándole si consideraría unirse a nosotros. Al llegar a Holanda nos esperaba una carta suya. Había leído mi carta A CUENTA DE UNA PROMESA 239 con desagrado, escribía Rolf. El convertirse en un misionero de voz pegajosa que sacudía su Biblia era la última cosa en el mundo que quería hacer. ¿ Para qué pensaba yo que había ido todos esos años al Seminario si todo lo que necesitaba saber era "Firmes y adelante"? Pero desde que había recibido mi carta, decía, no había podido dormir. Dios se la había puesto debajo de las narices día y noche, al comer, al trabajar, cuando estaba sentado o caminando, hasta que por fin se había rendido. ¿ Cuándo podría comenzar? Así, pataleando y protestando, un tercer miembro vino a formar parte de nuestro equipo. En seguida Hans lo llevó en un viaje de orientación. Fueron a Rumania. Tuvieron un tiempo extraordinario allá al ser testigos de un verdadero quebrantamiento en la reserva de la Iglesia, en aquella hermosa tierra. Dos hombres los espiaban casi sin quitarle los ojos de encima, pero no obstante se arreglaron para entregar las Biblias y hasta para predicar algunas veces en casas de familias. Rolf regresó boquiabierto y plenamente convencido. Compartimos con Rolf nuestro sueño de conseguir una Biblia de bolsillo, en ruso. Casi ni habíamos terminado de enumerar las dificultades antes de que Rolf se hiciera eco del pensamiento de Philip Whetstra: debíamos imprimir las Biblias por cuenta propia. -¿ Cuánto costaría imprimir cinco mil Biblias? -preguntó Rolf. Tuve que admitir que nunca había pedido un presupuesto. Rolf no me dejó tranquilo. Juntos nos pusimos en contacto con imprentas en Holanda, Alemania e Inglaterra. La mejor cotización que recibimos fue de una imprenta que nos escribió que con una impresión de cinco mil ejemplares, las Biblias nos costarían tres dólares cada una. -Vieron - dije a Rolf, Hans y Corrie el día que recibimos la cotización por correo, -a ese precio nos hacen falta quince mil dólares. Rolf y Hans se divertían a costillas mías. -¡ Te quedas paralizado por algo tan insignificante como el dinero! 240 EL CONTRABANDISTA DE Dros Por supuesto que otra vez estaban en lo cierto. Había aprendido a confiar en el Señor por dentífrico y hojas de afeitar, pero cuando se trataba de quince mil dólares no podía creer que se aplicaba el mismo principio. Esa noche, sentado en la mesa de la cocina, abrí la libreta en la que registraba el movimiento de la cuenta bancaria para "Biblias rusas". Las entradas, a partir de 1961, o sea después de haber regresado de Rusia (ya estaba bien avanzado el año 1963), con todos los esfuerzos hechos todavía no habíamos llegado a los dos mil dólares. Corrie se sentó a mi lado. -¿ En qué piensas, Andy? Empujé hasta ella la libreta de depósitos bancarios. -Esto es todo lo que tenemos en dos años-. Suspiré hondo, no queriendo decir lo que tendría que decir en seguida. -¿ Cuánto piensas que vale nuestra casa? Corrie no respondió. Me miró fijamente. -La compramos por una ganga, y con todo el trabajo que hemos puesto en ella se ha valorizado mucho. ¿ Cuánto piensas que puede valer? ¿ Diez mil dólares? ¿Doce mil? ¡Necesitamos esa suma! -¿Nuestra casa, Andy? ¿Justo ahora que esperamos otro bebé? -Es necesario que hagamos algo para salir de este punto muerto. Corrie se puso pálida. -Tal vez no sea la voluntad de Dios que tengamos esas Biblias de bolsillo - dijo con voz casi imperceptible. -Posiblemente el hecho 'de que avance tan lentamente sea su guía. -Ya sé, ya sé. Eso fue todo lo que hablamos esa noche respecto de vender la casa. A la semana siguiente Corrie me contó que había empezado a orar para pensar en la casa no como nuestra, sino como propiedad de Dios. -Debe ser tuya para hacer lo que tú quieras -empezamos a orar los dos todas las noches. -Sin embargo, sabemos que en verdad no lo sentimos así, Señor. Si tú quieres que vendamos la casa para costear la impresión de las Biblias tendrás que realizar un milagro en nuestros corazones para que estemos dispuestos a hacerlo. A CUENTA DE UNA PROMESA 241 Llegó el bebé: la criatura que habíamos esperado tanto, una nena. Le pusimos Stephanie. Todo el efectivo que recibíamos para ella fue a parar al fondo destinado a las Biblias. Pero aunque pasáramos veinte años ahorrando así, no alcanzaría. Dejamos de pedir voluntad y pedimos a Dios que nos diera disposición para disponernos a vender la casa. El contestó nuestra oración. Una mañana Corrie y yo, supimos súbitamente que no necesitábamos esa casa, ni ninguna otra cosa sobre la tierra para sentirnos felices. -No sé dónde viviremos - empezó diciendo Corrie y en seguida se echó a reír. -¿ Te acuerdas, Andy? No sabemos dónde vamos. Concluí la frase que habíamos dicho tan a menudo, -pero vamos juntos. Ese mismo día recibimos una tasación por la casa y el terreno. El total, junto con lo que teníamos ahorrado llegaba a más de quince mil dólares. Fue la confirmación que necesitábamos. Pusimos la casa en venta y escribí a la imprenta en Inglaterra solicitándole que empezara a trabajar con las planchuelas, tal como habíamos convenido. Esa noche Corrie y yo dormimos más contentos. Hacía mucho que no nos sentíamos tan felices. ¡ Qué fiel es Dios! ¡ Cuán enteramente digno de confianza! Mu cho más de lo que nosotros imaginamos. Nos pide tan poco para darnos tanto. No obstante la escasez de viviendas en Witte, ni una sola persona vino a ver la casa durante toda la semana. El viernes Corrie me llamó: -Andy, ¡teléfono! Dado que Hans y Rolf viajaban casi continuamente, fue necesario instalar un teléfono en casa. Con frecuencia me molestaban las interrupciones que me causaba, pero no ese día. Me llamaban de la Sociedad Bíblica Holandesa. Querían saber si podría ir a verlos esa misma tarde. Pocas horas después estaba sentado frente a la Junta Directiva. Volvieron a explicarme que ellos tenían su tarea fija, pero que no habían podido olvidar mi necesidad. Si podía hacer algún arreglo para que imprimieran las Biblias en algún otro lugar . . . 242 EL CONTRABANDISTA DE Dros ¿ Ya lo había hecho? ¿ En Inglaterra? Bueno, me propusieron pagar la mitad de lo que costaran. Si la impresión de cada Biblia salía a tres dólares, podría comprarlas por un dólar cincuenta. Y aunque ellos pagarían por el total de la impresión, tan pronto como estuvieran impresas, yo se las pagaría a ellos a medida que las necesitara. ¿ Era satisfactorio esto? ¡ Vaya si lo era! Casi ni podía creerlo. Podía comprar más de seiscientas Biblias, todas las que podíamos llevar de una vez, y podía comprarlas en seguida utilizando el dinero de ese fondo. Y no tendríamos que dejar nuestra casa y Corrie podía seguir adelante con las cortinas rosas para el cuarto de Steffie y yo podía seguir con los almácigos de lechuga y casi no podía esperar para contarle a Corrie Jo que Dios había hecho con el dedalito lleno de buena voluntad que le habíamos ofrecido. ¡ Por fin las Biblias de bolsillo eran una realidad! Al salir de las oficinas de la Sociedad Bíblica Holandesa sabía que dentro de seis meses, es decir, para principios de 1964, podíamos comenzar a proveer Biblias a los pastores rusos, que tan desesperadamente las necesitaban. Rolf se casaba. Corrie y yo sentimos la obligación de explicarle las desventajas y las separaciones que eran parte de esta clase de trabajo en el que estábamos empeñados. Pero, como Rolf señaló, nuestra felicidad era el mejor argumento del mundo . para que él dejara su soltería. · Elena podría viajar con él. Sería un miembro del equipo, tan eficaz como un hombre. Fuimos testigos de su boda y para su luna de miel les dimos una tarea muy preciada a nuestros corazones. Ya estaba lista la primera tirada de las Biblias que habíamos pedido. Rolf y Elena irían a Inglaterra para traerlas. Contábamos con un segundo vehículo; un furgón especialmente construido para viajes largos. La parte de atrás no tenía ventanilla y tenía mayor capacidad de carga que el Opel. Rolf y su flamante esposa cruzaron el furgón en ferry y en Inglaterra cargaron la primera -partída de Biblias de bolsillo. Cuando Rolf 1- A CUENTA DE UNA PROMESA 243 y Elena irrumpieron en nuestra casa llevando una de las nuevas Biblias, fue un día de fiesta para nosotros. ¡ Nuestra propia edición! La sostuve en la mano izquierda mientras que en la derecha tenía un ejemplar corriente. ¡ Qué diferencia! Era necesario que nos pusiéramos en camino lo antes posible. Fijamos la partida para el 16 de mayo de 1964. Me era necesario todo el apoyo que pudiera recibir para esta empresa. Hans se encontraba en Hungría y el recién casado Rolf fue el escogido. Estábamos en Moscú. Era domingo de mañana, es decir, la hora para salir rumbo a la iglesia. Rolf y yo dejamos el furgón con considerable intranquilidad. ¿ Cuánto costaría la mercadería no declarada? Ahora una Biblia era suficiente como para comprar una vaca en los distritos rurales. Seiscientas cincuenta vacas. Este cargamento representaba un contrabando en gran escala, aunque más no fuera por su valor en efectivo. Nuestra intención era regalar las Biblias, pero eso de nada serviría si nos sorprendían con ellas en nuestro poder. En aquel entonces un hombre había sido juzgado por un "delito económico", contra el Estado. Recientemente otro había sido convicto de la misma ofensa y había sido ejecutado por un pelotón de fusilamiento. Si nos sorprendían ... bueno, era mejor no pensar esas cosas ahora. Esa mañana Ivanhoff se encontraba en la plataforma. Al mirar a la galería de los visitantes estaba seguro que me había reconocido, aunque no dio señales de ello. A los pocos minutos se levantó y abandonó el santuario. No regresó ni tampoco lo encontré en el vestíbulo después de la reunión. De pronto una voz calurosa me dijo por detrás -¡ Bienvenido a Rusia! Era Markov. Le presenté a Rolf. -Hemos traído unos regalos- le dije. -¡Estupendo! - exclamó con voz fuerte. -¡ Qué noticia tan extraordinaria! Su voz era más fuerte de lo que convenía. Me di cuenta que era su manera de protegerse. Nadie se molestaría en escuchar si hablábamos abiertamente. · -Quisiera saber dónde podríamos vernos. -¿ Qué_ le parece el mismo lugar de antes? 244 EL CONTRABANDISTA DE DIOS ¡ El mismo lugar! ¡ A dos minutos de la Plaza Roja! Markov podía tener nervios de acero, pero yo no. -Me gustaría conocer otro paisaje. Recién entonces Markov bajó el tono de su voz. -En el camino a Srnolensk hay un gran cartel de color azul que dice "Moscú". La entrevista será alli a las cinco de la tarde en punto. Yo lo guiaré a otro lugar. Tenga los regalos desempaquetados así podernos movernos con mayor rapidez. Me pareció mejor, pero Rolf y yo todavía estábamos confrontados con el dilema de dónde podriamos desempaquetar las Biblias. Necesitaríamos por lo menos media hora de absoluta tranquilidad, sin interrupciones, para poder hacerlo. Al volver al campamento se me ocurrió algo. -Vayamos a dar una vuelta -dije. -Quédate contemplando el paisaje y yo me deslizaré hasta la parte de atrás para desempaquetar. Cualquier cosa que hagas, sigue andando. Apenas babia empezado, el furgón se detuvo bruscamente. Me deslicé adelante y espié oculto detrás del asiento. Un oficial de policía · se acercaba a nosotros. -¡Ora! - susurró Rolf. Asomó su cabeza por la ventanilla. El policía dijo a la carrera y enojado, algo en ruso, para generar en seguida algunas palabras en inglés. -¡ No dar vuelta! ¡ No girar! ¡No girar dice la señal! -¿ Qué tenía de malo esa vuelta, oficial? - preguntó Rolf en holandés. -Lo siento muchísimo. No estoy acostumbrado a manejar en una ciudad tan grande y hermosa corno Moscú. Otra vez el policía volvió a rabiar en ruso. Aplasté mi espalda contra el costado del furgón, orando que el oficial no mirara adentro. Parecía que babia transcurrido un siglo cuando volví a oírlo decir algo más en ruso, hablando con más calma. -Lo mismo a usted, oficial - le contestó Rolf en holandés. -Le deseo a usted y a su gente la más rica bendición de Dios. Rolf puso en marcha el furgón y avanzó lentamente entre el tránsito. Pasaron varias cuadras antes de que respirara. -No tratemos más esto, ¡es mucho para mi! Pasamos el resto de la tarde buscando un lugar don- A CUENTA DE UNA PROMESA 245 de poder terminar el trabajo. Llegaron las cuatro de la tarde. Comprendimos que aunque no estuviéramos listos tendríamos que salir para nuestra cita. Con nuestros corazones que no armonizaban con el brillante cielo que se extendía sobre nuestras cabezas nos dirigimos hacia el camino de Smolensk. -¡ Por qué aflijirnos ! -exclamó repentinamente Rolf. -Es la obra de Dios. ¡ El abrirá el camino! Para demostrar su convicción, se puso a cantar. Paradójicamente, a medida que nuestros ánimos se iluminaban, el cielo sobre nuestras cabezas se oscurecía. Primero unos nubarrones ocultaron el sol y después un montón de espesas nubes encapotaron rápidamente el cielo, tornándolo oscuro y amenazador. A lo lejos relampagueaba. El trueno le contestaba. Aun así, Rolf y yo continuamos cantando mientras manejábamos. Comenzó a llover. En todos mis viajes nunca había visto una lluvia como esta. Era como si una reserva celestial se hubiera roto dejando caer sobre la tierra un sólido manto de agua. No nos quedaba otra alternativa más que salirnos del camino. Otros coches hicieron lo mismo. Las ventanillas estaban empañadas. Casi ni podíamos hacer funcionar el limpiaparabrisas. -Dime. -Ya sé. -¡ El Señor nos ha hecho invisible! - exclamó Rolf. Dándole las gracias nos escurrimos hasta la parte trasera del furgón y sin apuro sacamos el resto de las Biblias y las pusimos en cajas. Volvimos a sentarnos tranquilamente justo cuando cesó la lluvia y el sol volvió a brillar en el cielo. A las cinco en punto pasamos por la señal que decía "Moscú". Markov se nos adelantó con los faros delanteros todavía encendidos. Los hizo guiñar una vez. Diez minutos después de las cinco nos detuvimos frente a algo así como un centro comercial. La gente a nuestro alrededor descargaba cajas o las apilaba en camiones. En cinco minutos hicimos el traspaso. Después de tres años, se había hecho el primer pago de una promesa hecha a algunos pastores. CAPITULO 20 El dragón se despierta El aeroplano volaba sobre la gran roca llamada Hong Kong, capital de la colonia de la corona británica, asentada como una frágil mariposa sobre la cola de un dragón no tan dormido, que es China Comunista. Más allá el continente chino se extendía tan lejos como alcanzaba a ver. Por la fracción de un segundo me asombré al no ver una gran muralla a su alrededor. Así me imaginaba a China roja: cerrada, aislada, inexpugnable. Aun cuando estaba comenzando a distinguir entre los países del círculo exterior y los del círculo interior de la Europa Comunista, nunca había intentado calificar a China. Para mí era un mundo aparte, cerrado en sí mismo, más inaccesible al cristianismo que la mayoría de los regímenes totalitarios de Europa. Pero sucedió que un día, en Moscú, me había sentado en un ómnibus al lado de un chino. En aquellos días había cientos de chinos en Moscú, pero este hombre llevaba una diminuta cruz en la solapa de su abrigo. Nos pusimos a conversar en inglés y me contó que era el secretario de la Asociación Cristiana de Jóvenes (A.C.J.) en Shangai. Me asombré. ¿Aun estaba abierta la A.C.J. en Shangai? Sí, me había asegurado que estaba abierta y en actividad. Me dio su tarjeta y" me invitó a visitarlo. Desde aquel día, una esperanza más allá de toda esperanza nació dentro de mí: poder algún día llegar a ministrar a los aislados cristianos en China. Pero había muchas preguntas que contestar antes de poder comenzar. ¿ Cuántos cristianos habría en China? Sabía que la mayor parte de la población nunca había sido cristiana. Por otra parte, tal vez China había sido escenario del mayor esfuerzo misionero. ¿ Qué sería de la devoción de tantos hombres y mujeres? ¿ Seguirían abiertas las congregaciones que ellos EL DRAGON SE DESPIERTA 247 habían establecido? ¿ Sufrirían persecución? ¿ Se reunirían en secreto? -Y si aún existían, ¿ estaban tan hambrientas por Biblias como las iglesias de Europa Oriental? Esas eran las preguntas que necesitaban respuesta. Fue así que, cuando en 1965 mis predicaciones me llevaron a California, decidí seguir adelante: visitaría Taiwan (Formosa) para hablar con los que conocían China y después trataría de entrar en el Continente mismo. Contaba con mi pasaporte holandés. En algunas circunstancias los holandeses aún podían penetrar detrás de aquella cortina más fuerte que el mismo _hierro. Pero aún dentro del avión que se dirigía a Hong Kong, descubrí que había empezado todo mal. El pasajero sentado a mi lado, un banquero de Hong Kong me miró sorprendido cuando le conté que iba a China. -Pero, ¿ no subió a bordo en Taiwan? - me preguntó. -Sí, estuve diez días allí. -Déjeme ver su pasaporte. Dio vueltas a las páginas del pasaporte buscando el sello de entrada en Taiwan, pero se detuvo bruscamente al ver la visa estadounidense. -¡ Estados Unidos! - exclamó. -Sí, también estuve allí. -¡ Qué barbaridad! ¡ Nunca podrá entrar en China con este pasaporte ! Ahora por lo general me gozo cuando alguien me dice que una hazaña misionera es imposible, porque eso me permite experimentar cómo Dios trata con lo imposible. Ni bien me registré en la· A.C.J. en Hong Kong llegaron a mis oídos noticias más desalentadoras. Todo Hong Kong parecía estar lleno de misioneros que trataron de entrar al continente chino y habían fracasado. Eran doctores y maestros con grandes fojas de servicio a favor del pueblo. Pero en la actualidad ninguno de ellos valía. El hecho de que fueran acreditados bajo el régimen pre-comunista, automáticamente les impedía la entrada al país. Cuando oí esas cosas por centésima vez, mi confianza vaciló. Quizá podía conseguir otro pasaporte que no registrara ninguno de los viajes previos. 248 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Tomé el ferry en Kowloon, donde está la A.C.J ., atravesé la parte central de la ciudad en la rocosa isla-Y me dirigi al Consulado holandés. El cónsul estaba envuelto en una espesa cortina de acre humo, dando bocanadas a una pipa de arcilla, de vástago largo, que me hizo sentir nostalgias por Holanda. Cuando le expliqué que queria entrar en el continente chino se quitó la pipa de la boca y se sonrió. Al explicarle que era misionero su sonrisa se agrandó. Al decirle francamente que tenia la intención de buscar a los cristianos de alli y explorar las posibilidades de llevarles Biblias, se echó a reir. -¿ Me permite ver su pasaporte? Dio vuelta a las páginas moviendo la cabeza. -Imposible -señaló, golpeando las visas delatoras con su pipa. Por esa razón vine, señor -dije. -Quiero un nuevo pasaporte. -Imposible - repitió. El Consulado en Hong Kong no está autorizado para emitir pasaportes. Si enviaba mi solicitud a Indonesia tendria que indicar las razones legales, y no babia ninguna. Echó una bocanada de humo que en forma de espirales llegó hasta el cielorraso, Comprendi que babia dado por terminada la entrevista. Al principio me sentí desalentado por el fracaso de mi estratagema, pero súbitamente me alegré. Seria imposible entrar en China por mi propia sagacidad. Creía que Dios había puesto ese deseo en mi corazón: le dejaria a él los medios de hacerlo. A la mañana siguiente me limitaría a ir al Consulado chino para solicitar una visa, sabiendo que si Dios realmente quería que fuera, obtendría los papeles que necesitaba. Primero pensé que tenía que hacer algo. Pensé en Josué, cuando se preparaba para invadir la tierra de los cananeos y cómo había enviado espías que le precedieran a fin de explorar la tierra. Quizá debía hacer eso : espiar la tierra de las esferas oficiales chinas. Era de noche. Los negocios y las oficinas estaban cerrados. De todos modos salí en busca de la "Agencia de Viajes" china, como se llamaba el Departamento de Turismo de ese gobierno. Como esperaba, estaba cerrado. Colocado sobre un gran pilar, afuera de la puerta, un cartel grande decía / EL DRAGON SE DESPIERTA 249 en inglés: "Servicio de Viajes Chino". En el oscuro pasillo de la puerta cerrada me puse a orar una oración de victoria, atando cualquier fuerza que pudiera impedirme ir a donde fuera la voluntad de Dios para proclamar el hecho de que Cristo había sido victorioso una vez y para siempre sobre todo poder que se opusiera al reinado de Dios. Caminé ida y vuelta frente al edificio. Allí, en la oscuridad, estuve orando cerca de dos horas. Volví a la mañana siguiente. La puerta estaba abierta. Arriba, en un tramo de escaleras estaba sentado un soldado chino. Detrás suyo había un gran salón atestado de personas. Escogí una fila y mientras esperaba oré por los funcionarios y empleados que estaban detrás del mostrador. Le pedí a Dios que abriera cauces por los cuales pudiera alcanzar a esos ciudadanos chinos. Me llegó el turno. Me adelanté y el hombre vestido con el "uniforme del pueblo", de color azul claro, me miró inquisitivamente. -Señor - dije en inglés, -quiero una visa para China. El empleado bajó la vista y se puso a sellar papeles. -¿ Estuvo alguna vez en los Estados Unidos o Taiwan? -me preguntó. -Sí, señor, acabo de llegar de Taiwan y antes estuve en California. -Entonces -me respondió sonriente, -no podrá ir a China porque esos países son nuestros enemigos. -Pero -le contesté devolviéndole la sonrisa- no son mis enemigos, yo no tengo enemigos. ¿ Sería tan amable de darme los formularios? Nos miramos fijamente. No sé lo que él hacía, pero yo, oraba. Me miró fijamente, sin inmutarse; por largo rato. Por último, dejó de hacerlo. -No le servirá de nada - dijo encogiéndose de hombros aunque me entregó los formularios para solicitar la visa. Cuando los llené me dijo que recién dentro de tres días tendría noticias. La solicitud, junto con el pasaporte delator serían enviados a Cantón. Esa noche cené con un misionero chino. -¡ Me dijeron que dentro de tres días tendré noticias! -le dije jubilosamente. 250 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Mi anfitrión echó para atrás la cabeza, riéndose a carcajadas. -Eso Je muestra qué poco conoce la mentalidad oriental - me dijo. -Siempre dicen tres días. En China, tres días equivale a nunca. Resueltamente cerré mis oídos. En esos tres días estuve ayunando y orando casi constantemente. Pero, hice algo más : fui hasta la Sociedad Bíblica local y· compré una provisión de la Escritura en idioma chino, para llevar conmigo detrás de la Cortina de Bambú. Hice arreglos para dejar en depósito algunas de mis ropas ya que en una valija llena casi totalmente con Biblias, tendría muy poco espacio para ropa. Esperé. AJ tercer día volví a mi habitación en la Asociación y encontré una nota en la que me decían que. llamara por teléfono a la Agencia de Viajes. En vez de llamar fui personalmente a la oficina. Traté de leer el rostro del funcionario chino cuando levantó la vista y me vio. Pero era tan inescrutable como la reputación de sus compatriotas. Por fin llegué al mostrador. Sin decir palabra me entregó mi pasaporte; tenía un papel sellado adherido: la tan importante visa para viajar a su país. A las ocho de la mañana del día siguiente estaba en un tren que salía de la estación de Taim Sha Taui. Para llegar a la frontera era necesario viajar dos horas a través de la colonia de la corona británica, hasta el pueblecito de Lo We. Allá, sobre un puente de ferrocarril que atravesaba un arroyuelo estaba la entrada a la tierra del dragón que estaba despertándose. En el lado británico había solamente un pequeño restaurante, la estación y la oficina aduanera. Me cansé de esperar y salí a caminar por afuera. Un soldado británico montaba guardia en el puente. Un tren carguero resonaba ruidosamente mientras se dirigía a Hong Kong llevando un cargamento de cerdos vivos, gallinas y víveres para los millones que vivían en la ciudad británica. El soldado me contó que el lugar donde se encontraba era conocido como el Puente de los Lament;s. Todos los días tenían que devolver refugiados que se habían filtrado a través del arroyo y entregarlos por el puente. Me contó que Jloraban, suplicaban y se aferraban a la superestructura del puente porque no querían volver. 1 1 r 1 r 1 1 t EL DRAGON SE DESPIERTA 251 Señor, oré silenciosamente, permite que un día se acaben los puentes de lamentos. Que pronto llegue el día cuando toda la humanidad pertenezca al único reino de tu amor. Mi trabajo era hacer alguna exploración para ese reino. Por fin los oficiales aduaneros británicos nos dijeron que podíamos cruzar el puente. Fuimos en fila, de a uno, pisando cautelosamente las lianas entretejidas. En el grupo éramos una media docena de europeos, los otros en su mayoría eran hombres de negocios de Inglaterra, Francia y Canadá. Al llegar a la mitad del puente, el color del verde en que estaban pintadas las vigas era otro. Nos encontrábamos en China Comunista. En este lado de la frontera había un complejo de edificios mucho más grandes, limpios y monótonos. Su monotonía era rota por una profusión de geranios diseminados por todas partes. El inspector aduanero resultó ser una señorita muy joven y sumamente delgada. Con la misma sonrisa amable que me había hecho el oficial en la agencia de Viajes me dijo: -¿Quisiera abrir su valija, por favor? Mi corazón latió con fuerza. Adentro, sin ningún esfuerzo para ocultarlas había puesto las Biblias en chino con las cuales probaría la reacción de los chinos a la vista de un misionero. ¿ Cómo reaccionaría esta joven oficial? Levanté la tapa de mi valija dejando al descubierto la pila de Biblias. Al hacerlo tuve una primera experiencia con los comunistas chinos, experiencia ésta que me llenó de asombro. La joven oficial de Aduana no tocó una sola cosa de mi valija. Miró las Biblias por un momento y levantó la vista: -Muchas gracias, señor -dijo en tanto que sonreía. ---:¿ Tiene reloj ? ¿ Máquina fotográfica? No reaccionó para nada al ver lo que llevaba en la valija. Tenía veinte, tal vez veinticinco años. ¿ Sería posible que nunca hubiera visto una Biblia? ¿ Que no tuviera idea de qué se trataba? Nos esperaba el tren para Cantón. El antiguo coche de pasajeros estaba impecable. Flores frescas llenaban los pequeños floreros que había entre los asientos. Una 252 EL CONTRABANDISTA DE DIOS camarera nos sirvió té caliente. Cuando el tren s< puso en marcha miré mi reloj : No estaba retrasad, ni un minuto. La camarera luego de pensar unos mo mentos buscando alguna palabra en inglés, me sonrió -Nuestro tren sale a horario -señaló. Ese fue mi primer encuentro con el "nuestro" de la China moderna. Lo oí por todas partes. "Nuestro" tren; "nuestra" revolución, "nuestro" primer automóvil de fabricación china. Y en la estación del tren en Cantón, tuve una vislumbre de cómo se crea y se mantiene ese sentimiento de nacionalismo. En todos lados había estantes con material de lectura, hermosamente impreso e ilustrado y lo que es más, gratis. Lo mismo en el hotel donde me alojé: en el vestíbulo principal me aguardaban estantes tras estantes de li- · teratura, en el comedor, en los rellanos de la escalera. Los del hotel estaban en idiomas europeos: alemán, inglés, francés y era obvio que estaban dirigidos a los viajeros. Pero en otros lados la literatura era para consumo interno. Cada revista, periódico, película o pieza teatral llevaba un doble mensaje. "Siéntase agradecido por la revolución." "Odie a Estados Unidos." Una noche fui a un teatro donde una compañía de niños acróbatas realizaba una función. El comediante era una especie de duende travieso, un pequeño muchacho que todas las veces procuraba encender un cohete. Cada vez, justo cuando la mecha· estaba a punto de encender la pólvora, el héroe de la comedia la apagaba. En cada acto el cohete se hacía más grande, hasta que se convirtió en una bomba atómica, cubierta con una gran bandera estadounidense. Una vez más, a último momento el héroe salvó el día y destruyó la bomba. En este punto los espectadores se enloquecían; saltaban frenéticamente de sus asientos, el suyo era un frenesí de júbilo y patriotismo. El otro tema de la propaganda en general era entusiasmo por la revolución y era igualmente implacable y a su propia manera, también mortífero. Durante mi estadía en Cantón visité "un hogar de ancianos. De acuerdo con los niveles europeos, el mismo era extremadamente primitivo, pero los hombres y mujeres que allí vivían parecían muy contentos; al- EL DRAGON SE DESPIERTA 253 gunos tejían, otros limpiaban el recinto; todos estaban ocupados en alguna forma de trabajo productivo. La persona que dirigía esta comunidad era una anciana de unos ochenta años. Por medio de un intérprete me saludó y me hizo un breve discurso. El tema parecía ver lo felices y útiles que se sentían los ancianos desde la revolución. -Antes de la revolución -dijo, -los ancianos quedaban abandonados para morir en los campos. Después de la liberación -señaló-- las cosas habían cambiado ; todo era maravilloso. Los otros ancianos casi ni la miraban mientras ella hablaba. Cada vez que pronunciaba la consabida frase "después de la liberación", actuaba como si hubiera apretado un resorte. Sus rostros cobraban vida. Todos aplaudían. Pero mientras que su dirigente proseguía con el discurso volvían a los recuerdos de la ancianidad. Pero si el entusiasmo de los ancianos no era tan espontáneo, el de los jóvenes sí lo era. Mi joven intérprete, una semana más tarde, en Shangai demostraba claramente un fervor evangelístico. -Antes Shangai era conocida por la prostitución, después las prostitutas fueron enviadas a escuelas de formación donde aprendieron cosas útiles. Antes China poseía uno de los niveles más bajos de alfabetización en todo el mundo. Luego había adquirido uno de los más altos-. Y así continuó una y otra vez. Esto hizo que sintiera muchos deseos de visitar una comunidad. Después de todo, los guías eran empleados del gobierno, seleccionados y doctrinados para cumplir sus funciones. Con seguridad que el grueso de los trabajadores no estaban tan embelesados con el maravilloso mundo del "después". En todo, durante mi estadía en China, tuve ocasión de visitar seis comunidades. En la primera había más de diez mil personas. Fue allí que tuve la primera oportunidad de visitar sin protocolos un hogar chino. Yo mismo escogí la casa. Era pequeña, tenía techo de paja y estaba en una calle apartada. Se me permitió llegar allí de improviso. Un anciano salió a atendernos. Junto con su esposa nos mostraron la casa, y lo hicieron con la perpetua sonrisa y cascada risa. Su orgullo era obvio. Varias veces señalaron 254 EL CONTRABANDISTA DE DIOS su granero, que era un depósito cilíndrico de bambú, lleno de trigo. Por medio de mi intérprete le pregunté si los ratones no eran un problema. El anciano se rió. -Hay ratones, es cierto -dijo, -pero no nos preocupa porque ahora tenemos suficiente para nosotros y para ellos también. Antes no era así. Antes. La gran desventaja mía, por supuesto, era que yo no tenía una idea de cómo había sido antes. Era un recién llegado a esta compleja tierra y no tenía ningún verdadero punto de comparación. En otra comunidad, por ejemplo, me enseñaron un hospital que, en Holanda hubiera sido el último rincón del país que hubiéramos exhibido ante los visitantes. La sala de operaciones no tenía luces · reflectoras ni cubetas de esterilización; la farmacia era una hilera de estantes vacíos; en · algunas de las salas las camas no solamente no tenían sábanas, sino que también carecían de colchones. Y sin embargo, file una gira claramente destinada a impresionarme y me mostraron ese lugar como si en su modo de pensar representara una ventaja. ¿ Me proporcionaba esto una vislumbre de su antes? Mi principal objetivo en Shangai era volver a encontrar al secretario de la A.C.J. con el que había viajado en ómnibus allá en Moscú. Al preguntar en el hotel, me alegré al saber que la Asociación seguía abierta. Al llegar al edificio, sin embargo, 'mí alegría se desvaneció: adentro había mayormente mujeres de edad que jugaban juegos de mesa. Este centro no era para los jóvenes, ni para los hombres y tampoco parecía muy cristiano. Más o menos todo lo que quedaba de la Asociación Cristiana de Jóvenes era una Asociación. A través de mi intérprete pregunté por mi amigo. Para sorpresa mía, nadie sabía nada de él. -¿ Podría fijarse, por favor? La recepcionista desapareció y volvió al rato para decirme que nadie lo conocía. -¿ Cómo es posible? -insistí. -Este caballero era el secretario de la Asociación. S'eguramente que alguien reconocerá su nombre. ¿ Sería tan amable de volver a preguntar ·1 Esta vez la recepcionista tardó un largo rato en volver. Cuando lo hizo, la vi sonreír. -Lo lamento EL DRAGON SE DESPIERTA 255 -dijo y en seguida empleó una frase que oiría con mucha frecuencia en China cuando buscaba a determinada persona, -su amigo no se encuentra aquí. Está fuera de la ciudad. Y eso fue todo lo que pude saber. Quedaba librado a mi imaginación el por qué este dirigente cristiano sencillamente había desaparecido, "en forma permanente de la ciudad", fue lo que adiviné. ¿ Cuántos eran los cristianos que actualmente estaban fuera de la ciudad? Allá en Moscú, el secretario me había contado que en Shangai todavía seguía abierta una Sociedad Bíblica. La ubiqué. Era un negocio pequeño, en una calle poco transitada, pero que estaba abierto para atención del público. Estaba bien provisto de Biblias de todos los tamaños. Cualquier persona en Shangai podía comprar los libros, ¡ libros que tenían que entrarse de contrabando en tantos lugares de Europa Oriental! El gerente me dio la bienvenida en inglés y sumamente complacido me enseñó su negocio. En una pared había una lámina de Cristo rodeado por niñitos, todos de cabellera rubia y ojos azules. Tomé una Biblia de una mesa. Para mi sorpresa leí en inglés que el libro había sido impreso en Shangai. -¿Impreso aquí? - le pregunté. -¿No en Hong Kong? El hombre suspiró satisfecho. -En China -señaló, -hacemos nosotros todas las cosas. Solamente cuando le pregunté si vendía mucho, su semblante se demudó algo. Hacía una hora que estaba en el negocio y todavía no había entrado ni una sola persona. -No muchos clientes -dijo con tristeza. -¿ Cuántas Biblias vende mensualmente? -No muchas. No muchas Biblias. No muchos clientes. El Gobierno permitía a este curioso negocio vender esus antigüedades porque no constituían un peligro. Nadie se preocupaba por ellas. Volví a pensar una vez más en mis experiencias 256 EL CONTRABANDISTA DE DIOS cuando traté de repartir Biblias en China. La primera se la había ofrecido a mi intérprete, en Cantón. Me la devolvió. No tenía tiempo para leer. Como pensé que posiblemente resultaba peligroso ser visto aceptando una Biblia, traté entonces de dejar varias "casualmente", en las habitaciones del hotel cuando me iba, pero nunca tuve éxito. Siempre, antes de haber salido del piso, la camarera se me acercaba corriendo con la Biblia en su mano. -Permítame ¿ es suya? Desesperado traté de repartirlas en la calle. Mi guía no puso reparos. En realidad parecí-a tenerme lástima cuando uno tras otro se detenían para ver lo que ofrecía y luego me la devolvían. Y ahora este negocio. No muchos "clientes". Resultaba extraño pero salí de este bien aprovisionado negocio, abierto de par en par, más desalentado que nunca en todo el tiempo que permanecí en China. La persecución es un enemigo al que la Iglesia le ha hecho frente y vencido en muchas oportunidades; la indiferencia, empero, puede resultar un enemigo mucho más peligroso. No había perdido del todo las esperanzas. En todos los lugares me aseguraban que seguían abiertos los Seminarios Teológicos. Al principio me parecía algo extraordinario. Pero después de visitar uno de ellos no me sentí tan seguro. Visité uno que estaba en las afueras de Nanking, Pasé algún tiempo con el presidente y uno de los profesores en un medio ambiente ideal: los dos hablaban inglés. Pensé que se me presentaba la oportunidad de conversar con creyentes, libre del ojo crítico de un intérprete. Sin embargo, cuando quedamos solos y nos sentamos, reinó un silencio bastante molesto, que era roto por el ruido que hacíamos al sorber el té. Cuando bebimos hasta la última gota de té y aún nadie había dicho una palabra, decidí comenzar explicándoles que era misionero. Pero cuando dije "misionero" los dos se miraron sorprendidos como ·si hubiera dicho alguna inconveniencia dentro de ese sagrado recinto. EL DRAGON SE DESPIERTA 257 -Los misioneros que conocimos -señaló el presídente-, eran espías. Se volvió al profesor y le dijo algo en chino. Este salió del cuarto, desapareció y volvió un minuto después trayendo un pesado libro abierto en una página de correspondencia, bien marcada, que había cruzado un misionero con algunos oficiales gubernamentales sobre los recursos naturales, el abastecimiento de comida y el descontento popular. Los quince minutos siguientes el pequeño profesor, en su uniforme azul, se movió activamente, yendo y viniendo de la biblioteca, trayendo cada vez un nuevo libro, siempre abierto en un párrafo marcado. Todos los libros eran de bien conocidas editoriales occidentales. Parecía, en verdad, que algunos misioneros, con regularidad habían enviado a sus embajadas ciertos informes. Nosotros, en occidente, nunca hubiéramos visto esto como un conflicto entre la lealtad a Cristo y lealtad a la madre patria. ¿ Habríamos dejado un testimonio confuso detrás nuestro por este motivo? Cualquiera sea la verdad, mi visita al seminario en Nankíng, sería un asunto puramente político. El presidente era miembro del Parlamento local y estaba profundamente involucrado en el movimiento comunista internacional. Cartelones anti-americanos llenaban las paredes del cuarto, con el inevitable chino persiguiendo al inevitable norteamericano que llevaba la inevitable bomba atómica. No pude saber nada respecto del cristianismo que enseñaban en ese seminario. Cualquiera sea la forma que tomara, había una cosa cierta: y es que estará vestido con el ropaje belicoso anti-occidental con que la educación en general se viste hoy día en China. ¿ Cuánto se puede aprender acerca de un país, en una sola visita a vuelo de pájaro, trabada por la barrera del idioma y por intérpretes que, uno sabe quieren que se vea solamente lo mejor? Impresiones quizá, es todo lo que se puede sacar. Muchas de mis impresiones fueron positivas. La limpieza. La 258 EL C O N T R A B A N D IS T A D E DIOS ausencia de mendigos y de portadores de rickshaw. La honradez. Otras impresiones, en cambio, resultaron dolorosas. Los grandes comedores, con personal de servicio completo, en los que era el único comensal. Las calles desiertas donde mi coche de alquiler sería el único vehículo motorizado visible y el policía de tránsito deteniendo a los peatones cuadras adelante, preparándolos para la poco frecuente aproximación de un auto. Otras fueron aterradoras. Recuerdo la mañana en que partía de Nankíng, en un vuelo a primera hora. Me encontraba en mi cuarto del hotel. Estaba vistiéndome. De pronto oí gritos que venían de la calle. Me acerqué a la ventana. Abajo, en la plaza, cientos de hombres, mujeres y niños se hallaban ejecutando ejercicios militares. En esta hora tan temprana, antes de que las fábricas y las escuelas abrieran sus puertas, toda la población se volvía para marchar, para gritar, para atacar y para realizar una serie completa de maniobras de alta precisión. Mi taxímetro pasó por entre los que hacían los ejercicios. Cuando llegamos a la esquina oímos la orden de "¡congelarse!". Se trataba de una maniobra en la que cada uno debía quedarse firme en la posición en que se encontraba en ese momento, con sus piernas como para dar un paso, con sus brazos extendidos. Me parecía que todos esos brazos se extendían hacia mí, apuntándome con sus dedos y acusándome con sus miradas. En el avión procuré librarme de la impresión, pero parecía que esos ojos me habían seguido. Yo y mis compañeros de occidente éramos culpables de esas miradas acusadoras. ¿ Qué clase de representantes de Cristo habíamos sido? Si el trato que habíamos dado a los chinos los había hecho anti-occidentales era lamentable, pero si habíamos hecho que se tornaran en contra de Dios, sería una pérdida eterna. Seguí recordando las palabras del dirigente de una comunidad cuando le pregunté si podía ir a visitar su iglesia. -En las comunidades, señor, -dijo orgullosamente-, no encontrará iglesias. Como comprende- EL DRAGON SE DESPIERTA 259 rá, señor, la religión es para los incapacitados. Aquí, en China ya no somos incapacitados. Eran las ocho de la mañana de un domingo. Estaba sentado en la cama de mi cuarto, en un hotel de Peking aguardando. Una hora antes le había indicado a mi guía que ese día me gustaría ir a la iglesia. -¡Iglesia!- me había dicho. Aunque . me prometió tratar, me aseguró que había muy pocas iglesias, en especial protestantes, que estuvieran aún abiertas en Peking. Pasó media hora. Si no llegaba pronto, habrían pasado las nueve, la hora del culto matutino. Pero justo antes de las nueve volvió, y su rostro, por lo general grave, estaba radiante. -¡ Señor! -exclamó, corno si hubiera descubierto algo sumamente fuera de lo común y muy raro para mí, -encontré su iglesia. Acompáñeme. El edificio estaba muy descuidado y resultaba poco atractivo. No me sorprendió que mi guía se negara a entrar conmigo. Crucé solo a través del aherrumbrado portón de hierro y entré en un gran salón vacío, tan monótono para la vista corno su exterior. En todo el salón había solamente dos toques de color: una mujer tenía una chaqueta de punto, roja y al lado del púlpito había una bandera de China Roja. Me senté atrás justo en el momento en que una anciana abuelita se dirigía tambaleando a un pequeño y desafinado piano y empezaba a tocar. Una melodía de un himno inglés, del siglo XIX cuya tonada y mensaje de ninguna manera eran apropiados para China. Conté cincuenta y seis personas en la congregación. Creo que yo era el único .que tenía menos de sesenta años. Un anciano con una rala barba y mirada lacrimosa e incierta se puso de pie para predicar. La mayoría de los presentes se quedaron dormidos. , Mi corazón se entristeció al ver a esos pobres ancianos, hombres y mujeres, que se aferraban a un delgado hilo de fe que hacía tantos años les habían traído los misioneros. Pero ¿ qué oportunidad tenía el evangelio de florecer cuando solamente los ancia- 260 EL CONTRABANDISTA DE DIOS nos lo creían? ¿ Qué oportunidad tenía cuando a cada vuelta del camino se lo asociaba con el imperio de antaño? Me puse contento de que mi guía no me había acompañado adentro. Había tratado de convencerlo de que el cristianismo era algo maravilloso, pero ¿esto? Al encontrarme con él después del culto, estaba pensando que si esto era un ejemplo cabal del cristianismo chino, al gobierno no le costaría mucho apagarlo del todo. Lo único que hacía falta era un pequeño soplido. Partí de China profundamente desmoralizado. Encontré un débil rayo de esperanza en la misma falta de interés que el gobierno demostraba hacia las Escrituras. Al parecer no hacían esfuerzos para evitar que se introdujeran en el país o se vendieran e imprimieran allí. Claramente subestimaban la Biblia y esto podría ser la oportunidad de Dios. Por experiencia personal sabía qué arma poderosa puede resultar la Biblia en las manos del Espíritu Santo. ¿ Acaso no me había convertido leyendo este Libro? Pero, además, el Espíritu Santo necesitaba hombres en China. Hombres dedicados, vehementes, de visión. Y aún una visita superficial me había dicho que esos hombres en la segunda mitad del siglo XX no podían ser occidentales. 'En la actualidad, para ministrar a los chinos Dios necesitaba voces y manos chinas. Y así, a mi regreso a Holanda, añadimos una nueva petición a las que Corrie, Hans, Rolf, Elena y yo, presentábamos a diario por nuestro trabajo: que de alguna manera se plegaran a nosotros cristianos chinos para hacer en su madre patria la obra de aliento y atención que la historia había cerrado para nosotros. CAPITULO 21 Doce apóstoles de esperanza Era claro que necesitábamos contar con más personas para nuestro equipo, no sólo para China, sino también para otros lugares. De nada valdría penetrar en un país con demostraciones de amor e interés y que no volvieran a tener noticias nuestras. La meta que nos habíamos propuesto era visitar a cada uno de los países comunistas por lo menos una vez al año y de ser posible, con mayor frecuencia. También sería ideal poder viajar en parejas, puesto que habíamos descubierto que esto producía mejores resultados que el ministerio de una sola persona. Pero, ¿ dónde encontraríamos personas suficientes como para que esto resultara factible? No era que no pudiéramos encontrar voluntarios. Casi cada vez que uno de nosotros predicaba, alguien se ofrecía para compartir el trabajo. El problema era saber si eran las personas que Dios nos mandaba o no. En un esfuerzo para segregar a, los que sólo buscaban novedades y los meramente curiosos, solía decir "tan pronto como dé comienzo a su ministerio de aliento a los de detrás de la Cortina de Hierro, póngase en contacto con nosotros y veremos si podemos trabajar juntos". Y una vez sucedió. Un día recibí una carta de un joven holandés llamado Marcus. "Me pregunto si recuerda lo que predicó en el Seminario Bíblico Swansea, en Gales", escribía. "Dijo, cuando comience a trabajar detrás de la Codina de Hierro, hablaremos respecto de trabajar juntos." Y agregaba: "Bueno, aquí estoy. Hablemos." La carta tenía franqueo de Yugoslavia. -¡ Mira esto! -dije a Corrie. Leyó la carta. ¿ Sería que este joven tendría que unirse a nosotros? Si volvía a ponerse en comunicación con nosotros, de- 262 EL CONTRABANDISTA DE DIOS cidimos, deberíamos pensar seriamente su sugerencia. Varios meses después volvimos a tener noticias de Marcus. Había regresado a Yugoslavia, en su segundo viaje. Cuando volvió a escribirnos por tercera vez desde Yugoslavia señaló que había cumplido los requisitos. Quería vernos. Un día Joppie entró corriendo a mi escritorio donde me encontraba luchando con el eterno problema de la correspondencia. -¡ Marcus está aquí, Papá! Me levanté de un salto y corrí escaleras abajo. Ni bien vi a Marcus, me gustó. Mientras tomábamos café nos contó sus experiencias en Yugoslavia. Había llevado una provisión de literatura y la había dejado en los mostradores de los comercios o en los bancos de 'las plazas. Se había quedado merodeando mientras que la gente se aproximaba y la agarraba. Admitió que la suya era una forma de evangelización nada agresiva, pero estaba aprendiendo. -Me parece que vamos a dejar que hagas un viaje con Rolf -señalé. -Te presentará a algunos pastores y miembros de iglesias. Déjalos que hablen, Marcus. Cuando regreses dime si todavía quieres trabajar con nosotros. Durante tres semanas Rolf y Marcus viajaron por Yugoslavia y Bulgaria. Cuando volvieron no tuve necesidad de preguntarle a Marcus si quería o no ser parte de este ministerio. Leí la respuesta en sus ojos. -No tenía idea -fue todo lo que dijo. Marcus, de este modo, se unió a nuestro pequeño grupo. Con su llegada pareció como que la obra estuviera a punto de explotar de tan rápido que se expandía. Pronto todos estábamos haciendo más viajes que nunca. Dos meses después que Marcus se unió a nosotros, Hans y yo salimos de Europa para visitar el único país comunista en el nuevo mundo. Nos encontrábamos en Checoeslovaquia cuando llegaron las visas para Cuba, y volamos directamente desde allí. Era el DOCE APOSTOLES DE ESPERANZA 263 primer viaje de Hans a América, y a no ser por la breve gira de predicación en los Estados Unidos, para mí también. ¡ Qué contraste con la fría y grisácea Praga! En La Habana el cálido sol brillaba desde los blancos edificios e iluminaba las olas debajo del Malecón. La gente era alegre y vestía bien. En un viaje en ómnibus desde el aeropuerto, personas completamente desconocidas entre sí, se pusieron a cantar juntas cuando el ómnibus recién había andado unas seis cuadras. Hans se fue directamente a la provincia de Oriente, en el este de la isla, mientras que yo me quedé en las cercanías de la capital. Me hospedé en el Habana Libre, el ex-Hilton. No me sorprendió cuando la acostumbrada orden de comparecer en el departamento de policía llegó. Tampoco me causó extrañeza la larga espera en la oficina externa: los países burocráticos son iguales bajo el sol y fuera de él. El oficial de policía, cuando por fin me vió, claramente demostró sospechar de mí. -¿ Por qué está aquí? -me preguntó en un inglés bastante malo. -Para predicar el evangelio -le contesté. En sus manos sostenía mi pasaporte, el que tenía los sellos de mis visitas a Rusia, los Estados Unidos y otras naciones. Era obvio que sospechaba un motivo ulterior. Me hizo un sin fin de preguntas, hizo muchas anotaciones y por último me permitió regresar al hotel. Siguieron otros cuatro días de interrogatorios aunque entre tanto, tal como le había explicado, comencé a predicar. La iglesia donde celebré las reuniones era un atractivo edificio, más bien grande, con un órgano, su pastor y exactamente dos miembros en la congregación oficial. Una vez esa iglesia tuvo un crecido número de miembros, pero había sido antes de que comenzara la campaña anti-religiosa: el populacho afuera, en la calle, los gritos y el retumbar de los altoparlantes callejeros durante las horas de culto, y las roturas del pavimento en la calle y la infiltración policial. _ Sin embargo la primera noche treinta y cinco cubanos vinieron para oírme. La segunda noche volvieron esos treinta y cinco y la tercera y cuarta no- 264 EL CONTRABANDISTA DE Dros che vinieron sesenta y después más de cien. Era indudable que algunos de esos "creyentes" eran policías, pero estaba contento de que ellos también me oyeran. Me cuidé de concentrarme en el evangelio y mantenerme alejado de la política. Dentro de esos límites, que son los mismos para cualquier estado policial, me llamó la atención la libertad con que contaban para reunirse, para viajar, y la libertad de expresión que existía allí en Cuba, si se la compa- . raba con los países comunistas más antiguos. Durante la semana siguiente viajé en el área de los alrededores de La Habana, hablando en varias iglesias muchas veces por día a un número siempre creciente de personas. Algunas veces tanto como seiscientas por vez. Hablé en inglés ya que nunca tuve problemas para encontrar un intérprete. Hans y yo nos mantuvimos en contacto telefónico regularmente; me informaba que en la Provincia de Oriente, donde está ubicada la base militar estadounidense el control policial era más fuerte y la gente más temerosa que en La Habana. Tanto Hans como yo, comprendimos que en primero debíamos mencionar que éramos holandeses. Esto producía una gran diferencia. La campaña de odio contra los Estados Unidos es una ofensiva total en Cuba y los sentimientos, aun en las iglesias, son confusos. El gobierno ha aprovechado muy bien el hecho de que muchas de las iglesias protestantes de· Cuba, en su principio fueron misiones de los Estados Unidos. Empero, todas las iglesias, tanto católicas como protestantes han sufrido por igual bajo el nuevo régimen y el grupo que ha sufrido más es el integrado por el clero. Sacerdotes tanto como pastores están clasificados como miembros improductivos de la sociedad. No les dan cupones para comida o ropa y con frecuencia están obligados a integrar las cuadrillas de trabajo forzado, integrada por hombres considerados ineptos incompetentes para servir en el ejército. Los drogadictos, los homosexuales, convictos y clérigos están agrupados juntos y son llevados a los campos a cortar caña de azúcar. No obstante, muchos de esos valerosos hombres permanecen en sus puestos. Las iglesias continúan 1· 1 DOCE APOSTOLES DE ESPERANZA 265 abiertas ; el hambre espiritual es enorme. Dondequiera que Hans o yo hablamos se corrió la voz y la gente se congregó; al principio, muchos escuchaban desde afuera, asomando su cabeza por la ventana o por la puerta. A veces era conveniente no utilizar para nada el local de una iglesia. Recuerdo que una tarde me senté en un acantilado alto sobre la bahía del océano y estuve charlando con un grupo de unos cincuenta estudiantes universitarios mientras que un jeep lleno de soldados armados recorrían el camino a nuestras espaldas. Dondequiera que íbamos, la gente nos preguntaba sobre los arrestos y los encarcelamientos en los países comunistas que habíamos visitado. También nos hacían preguntas que nos llenaban de asombro debido al conocimiento que demostraban respecto del mundo religioso contemporáneo. ¿ Qué sabía del Centro de Rehabilitación para la Juventud que David Wilkerson había abierto en Nueva York? ¿Dónde estaba ahora Billy Graham? ¿ Qué era esa locura acerca de la muerte de Dios? Fue así que nos enteramos que las publicaciones religiosas, aun las de los Estados Unidos entraban al país a través de los cauces normales del correo. Varios meses antes de nuestra llegada Castro había anunciado un plan que permitía a la gente abandonar el país. Cientos de miles de personas se anotaron en una lista. Sin embargo sólo dos aeroplanos salían diariamente de Cuba. Se necesitarían diez años antes de que las novecientas mil personas inscriptas en la lista original pudieran salir. Mientras tanto aquellos que aguardaban debían dejar sus trabajos, sus casas y propiedades. Empero ciento noventa partían diariamente y otros creían firmemente que pronto les llegaría su turno. Fue entre esa gente que quería salir de Cuba que sentimos que nuestro viaje causó el impacto más grande. Como hicimos en Europa Oriental, también allí instamos a nuestra audiencia a reconsiderar el papel del cristiano cuando su país atraviesa por una crisis. Huir o quedarse. En 1965 la vida en Cuba no era fácil. Pero quizá Dios había tenido sus razones para ponerlos en ese lugar en ese tiempo. Tal vez 266 EL CONTRABANDISTA DE DIOS ellos serían sus brazos, sus piernas y sus manos sanadoras en esa situación sin la cual él no tendría representantes en esa tierra. Una tarde, luego que dije algo más o menos por el estilo, un hombre fornido, bien vestido, de tupido bigote negro se puso de pie en la congregación. -Soy un pastor metodista -expiicó al grupo. -En estos dos últimos años trabajé como peluquero. Esta tarde Dios me habló. Voy a volver al ministerio. Soy un pastor que ha abandonado sus ovejas, pero volveré a ellas. Hubo una batahola. Todos los presentes tenían que estrecharle la mano. Oí gritos de alegría; voces que decían ¡ gracias pastor! Fuimos testigos de muchas decisiones. Una pareja tenía ya el tan ansiado pasaje en avión para dentro de las dos semanas a contar de la noche en que los conocimos. Decidieron devolver los pasajes. -A partir de ahora -habían dicho- Cuba es nuestro campo misionero. Al subir en La Habana al avión que nos llevaría de regreso, Hans y yo sabíamos que Cuba también era nuestra. Era un país totalmente abierto a las Biblias, a libros religiosos y a la literatura de toda clase, y a los visitantes de todos, excepto unos pocos países. Un país donde la última chispa de valor que caía en el generoso y sentimental corazón latino encendía llamaradas de amor y consagración y auto-sacrificio como respuesta. Fue una suerte que el viaje a Cuba lo hicimos entonces porque al año siguiente entramos en el país . comunista más fuertemente controlado de todos. Fue tan difícil entrar y realizar algo una vez en él, que necesitamos todo el optimismo que pudimos disponer para no desanimarnos por completo. Me refiero, por supuesto, a la pequeña Albania. Me encontraba lejos, en Siberia, cuando nuestro grupo tuvo por fin la oportunidad de entrar en ese país. Una agencia de turismo francesa. obtuvo un triunfo que hizo historia, al concertar una gira de dos semanas por Albania. Rolf y Marcus integraban el grupo como "maestros" de Holanda. ,.; DOCE APOSTOLES DE ESPERANZA 267 No llevaron Biblias porque años antes habíamos sabido que no existían Biblias en el idioma albanés. Peor que eso era que no había un idioma albanés en el cual imprimirla. En ese pequeño país de un millón y medio de almas, por lo menos se hablaban tres dialectos incomprensibles entre sí : tosco, gueguí y skchip. Las únicas Biblias que había en el país eran en Latín en las iglesias católicas romanas y en griego en las iglesias ortodoxas. El resto de la población era musulmana. La Sociedad Bíblica Americana nos informó que tenían un Nuevo Testamento en Skchip, en su Biblioteca, traducido en 1824, · pero no parecía existir ningún otro ejemplar. Fue sólo después de la revolución que se había realizado algún progreso tendiente al desarrollo de un idioma albanés unificado y casi ni era dable esperar que este incluyera una traducción de la Biblia. Empero Rolf y Marcus llevaron tratados y porciones de la Escritura en los tres dialectos albaneses. Y cuando los funcionarios aduaneros en el aeropuerto revisaron sus valijas, pensaron que habían tenido muchísima suerte. En Albania había una ley estricta que prohibía la importación de cualquier impreso y pese a cuán breve y apolítico, basándose en el hecho de que constituía "propaganda". Marcus y Rolf habían puesto literatura por costumbre, tanto como cualquier otra cosa, esperando que se la confiscaran en la frontera. Y así cuando se registraron en el hotel en Tirana con la literatura intacta, se sintieron muy alentados. Pero no habían tenido en cuenta a los bien adiestrados y obedientes albaneses. Durante las dos semanas del viaje trataron de repartir esas _porciones de la Escritura. La reacción general de la gente era colocar las manos detrás de la espalda. No solamente que no aceptaban los tratados sino que ni siquiera los tocaban. Aun un obispo católico al que Rolf quiso entregarle un evangelio de San Juan en el dialecto gueguí se dio media vuelta y con paso majestuoso se alejó por el pasillo de la Catedral, como si le hubieran ofrecido veneno. Por último, desesperados, dejaron una pila de trai 268 EL CONTRABANDISTA DE DIOS tados en el marco de una ventana, en una calle comercial pensando que tal vez los transeúntes los tomarían cuando nadie mirara. Para su desmayo, un día después y noventa kilómetros más adelante en la excursión, dos policías llegaron al lugar donde el grupo se encontraba almorzando y exigreron saber quién había dejado los tratados en la calle. El trabajo detectivesco no resultaba tan asombroso cuando comprendieron que el suyo era el único grupo de extranjeros que se encontraba en el país. Para evitar que todo el grupo fuera expulsado, Marcus y Rolf tuvieron que confesar que· ellos habían sido y jurar que no continuarían con sus actividades "políticas". No faltaba ningún tratado de los que habían dejado allá. Así, desde el punto de vista de realizar cualquier intento por medio de la literatura en Albania, el viaje resultó terriblemente desalentador. En cuanto a otros aspectos del país, ambos volvieron con una mezcla de emociones. Los albaneses en sí eran los más calurosos, los más afectuosos que ellos jamás habían visto, en lo que a sus relaciones de unos cori otros se refería. El mismo afecto se le prodigaba al líder del país Enver Hodscha. Hodscha había llevado a cabo cosas de las que ellos no tenían ninguna duda. Esta pequeña nación, desde tiempos inmemoriales había sido el campo de batalla en las luchas de otras naciones; dominada por Turquía, y en la actualidad por Italia, probablemente, por vez primera en su historia, tenía un gobierno que se preocupaba por los intereses de Albania. · Pero si allí hubieran hablado chino, Rolf y Marcus no podrían haberse sentido más frustrados en su intento de establecer cualquier tipo de verdadero contacto con la gente. Marcus hablaba algo de italiano y tenía la esperanza de conversar de vez en cuando con algún albanés que hablara italiano, libre del constante filtro del traductor oficial. Pero aun cuando la situación pareciera ideal, siempre había un congelamiento total de la comunicación. Era una tierra en donde nadie conocía a nadie, donde nadie tenía hechos, donde nadie recordaba. -¡ Hola, amigo! -saludaba Marcus a algún obre- DOCE APOSTOLES DE ESPERANZA 269 ro de una -fábrica, al encontrarlo en un desierto corredor. -¿ Hace mucho que trabaja aquí? Una sonrisa y un encogimiento de hombros. -Es difícil decirlo, signore. -¿ Qué horario tiene? -¡Ah! depende. Todos los días distinto. -Ah, comprendo. ¿ Cuántos trabajan en la fábrica aquí? La sonrisa se ensanchaba y encogía aún más los hombros. -¿ Quién puede decirlo? ¿ Quién los ha contado? Marcus y Rolf sentían que había una especie de embotamiento voluntario al respecto, una especie de censura por consentimiento mutuo de todo lo que concernía a Albania contra la curiosidad de los extranjeros por querer saberlo todo. La única vez que esta barrera pareció abrirse un poco fue durante una charla con unos cuantos eclesiásticos. Y aun aquí la comunicación fue asunto de delicado palabreo, cuando lo que no se decía llegaba a convertirse en algo más importante que lo que se decía. Un joven sacerdote católico en particular, sintieron ellos, se alegraba sinceramente de verlos, deseando saber algo acerca de Occidente y contarles respecto de su propia situación. Su iglesia había sido Católica Romana hasta que la línea dura de Mao los había obligado a romper todos los lazos fuera del país. Ahora se auto denominaban Iglesia Católica Nacional. -¿ Dentro del país -preguntó Marcus, -el gobierno los deja en libertad? -El gobierno no interfiere oficialmente con la religión. -¿ Entonces tienen libertad religiosa? -Por ley, sí la tenemos. -Por ejemplo, ¿ puede decir lo que quiere desde el púlpito? -La respuesta correcta es sí. Y así continuó el largo y tedioso circunloquio, que aparentemente no decía nada y en efecto lo decía todo. Fue a través de este joven sacerdote que se enteraron de algo que casi ni podían creer: en una de 270 EL CONTRABANDISTA DE DIOS las iglesias ortodoxas, según decían, ¡ había una Biblia en el nuevo idioma albano! De inmediato Marcus y Rolf quisieron visitar esa iglesia. El sacerdote ortodoxo saludó cortésmente a ellos y a su guía. Sí, había una flamante traducción de los evangelios allá en el altar mayor de la iglesia. ¿ Qué les gustaría verla? ¡ Cómo no! Los guió a través de la nave de la antigua basílica. Aún desde lejos podían ver el Libro en el altar; un enorme volumen tachonado con piedras preciosas. Súbitamente, cuando estaban a menos de cuatro metros del altar, el sacerdote se detuvo tan abruptamente que Rolf tropezó con él. Durante varios minutos los cuatro permanecieron en silencio contemplando fijamente el tesoro que estaba delante de ellos. Cuando el sacerdote se dio vuelta para alejarse, Rolf exclamó -¡ Yo quiero acercarme más! ¿ Es que no puedo mirarla? Es decir, ¿ abrirla, ver lo escrito? Mientras que el guía traducía, los ojos del Sacerdote se agrandaron horrorizados. -¿ Más cerca? ¡ Pero si nadie que no es ordenado jamás se acercó a más de esa distancia de las Santas Escrituras! -Entonces -balbuceó Rolf-, ¿ de qué sirve la nueva traducción? Ya que los sacerdotes sabían griego, ¿ para qué usaban esta Biblia? -¿ Cómo para qué? ¡ Para llevarlas en las procesiones solemnes! ¡ Para que recibiera el homenaje y las alabanzas de la gente! ¿ Para qué otra cosa tendría que usarse la Biblia? ¡ Imagínese qué satisfacción que es para el creyente saber que Dios mismo había hablado en el nuevo idioma del gran pueblo albanés! Así Marcus y Rolf volvieron a casa habiendo contemplado solamente las tapas de un Libro; con el sentimiento de que habían visto tan solo el exterior de un pueblo y de una nación. Entre tanto, nuestro trabajo en el resto de Europa cobraba impulso: cada mes hacíamos más viajes que el anterior. Con esta mayor frecuencia, lógicamente aumentaba también el peligro de ser reconocidos. Procuramos no enviar nunca los mismos dos DOCE APOSTOLES DE ESPERANZA 271 compañeros al mismo país en dos viajes consecutivos. Si dos hombres habían ido la primera vez, en el viaje siguiente, procurábamos mandar a un hombre y una mujer. Fue así que Rolf y Elena en un viaje que hicieron en 1966 a Rusia tuvieron la escapada milagrosa más grande de todas. Con el incremento de viajes en Rusia, también había aumentado el contrabando de toda clase y habían triplicado los guardias en la frontera. Los diarios estaban llenos de historias de arrestos, multas, y prisiones. Esta vez Rolf y Elena llevaban un cargamento más o menos grande de Biblias en la camioneta Opel. La noche antes de su partida Corrie y yo pasamos la noche en oración con ellos. -Recuerden, -les dije- que las personas que son sorprendidas dependen de su propia astucia. Sus motivos, posiblemente sean otra desventaja. El odio y la codicia son cargas pesadas. Los motivos de ustedes, por otra parte, son el amor. Y en vez de vanagloriarse de su propia sagacidad deben reconocer cuán débiles son. tan débiles que deben depender plenamente del Espíritu de Dios. Tal como Rolf nos contó después, fueron exactos los presentimientos de dificultades. Al acercarse a la frontera vieron no uno, sino seis oficiales de seguridad aguardándoles. Le había dicho a Elena que orara a Dios pidiéndole que confundiera el pensamiento de esos hombres, y que no dejara de orar hasta que ellos terminaran. Se aproximaron a la línea de alto. -Dah zvi dahaya-- había dicho cordialmente Rolf. Saltó del coche y dio la vuelta para abrirle la portezuela a Elena. En esos momentos uno de los oficiales tenía en su mano un pedazo de papel. Rolf y Elena conversaron casualmente sobre la extraordinaria luna de miel que estaban disfrutando al visitar un número de países en Europa Oriental. -Esta no es la primera vez tampoco -señaló el oficial sosteniendo el papel. En seguida leyó uno por uno el nombre de las ciudades que Rolf y yo habíamos visitado en nuestro último viaje a Rusia. ·1 272 EL CONTRABANDISTA DE DIOS Esto realmente sacudió a Rolf. La inspección pareció durar una eternidad. Los dos oficiales hurgaron en cada rincón de la camioneta por adentro, mientras que otros tres lo hacían por afuera. . El motor, las cubiertas, las tazas de las ruedas. Subieron y bajaron las ventanillas para ver si se trababan a medio abrir o cerrar ; con sus nudillos golpearon los paneles. -Confunde sus pensamientos ... Uno de los oficiales no tomó parte en esto pero se pasó el tiempo escudriñando los rostros de Rolf y Elena. Era un juego maestro de guerra sicológica. El oficial dependía de aquella risa demasiado casual, de esa mirada rápida, de esa gota de transpiración para enterarse de lo que necesitaba saber. -Permítame que le ayude -dijo Rolf a uno de los hombres mientras se esforzaba para sacar fuera de la camioneta la carpa. Se ofreció para abrir la gaveta para guantes, sacar la cubierta de repuesto, quitar la válvula de aire y el filtro de aceite. Elena estuvo orando todo ese tiempo. Después de un lapso interminable concluyeron la inspección por falta de sitios para revisar. El hombre que sostenía el trozo de papel en su mano se acercó a Rolf. -Usted estuvo en Rusia hace pocas semanas. Dígame por qué viaja usted con tanta frecuencia a nuestro país. Rolf estaba recostado en la parte de atrás de la camioneta plegando la carpa. Dio un fuerte golpe a la lona. -Bien -señaló-, junto con mi amigo pasamos un tiempo tan lindo en su país que decidí teraer aquí a mi flamante esposa. Pero también tengo otro motivo, es que amamos al pueblo ruso con un amor especial. El oficial miró fijamente a Rolf como si hubiera querido penetrar en sus pensamientos. Pero no habían encontrado nada en el coche. Por eso le devolvió los documentos a Rolf y con obvio malestar hizo señas para que levantaran la barrera. Rolf y Elena casi no podían creer lo que había pasado. Mientras que se alejaban de la frontera, reían y lloraban a la vez. A salvo y seguras dentro de la camioneta, había cientos de Biblias. Los oficiales ha- DOCE APOSTOLES DE ESPERANZA 273 bían estado a escasos milímetros de ellas. Realmente no las habían ocultado mejor que lo que podría hacerlo un aventurero aficionado. ¿ A qué se debía la diferencia? Rolf y Elena lo sabían. Un año después de haberse unido a nosotros, Marcus también se casó. Ahora éramos siete : Corrie y yo, Rolf y Elena, Marcus y Paula y el solterón de Hans. Después Klaas y Eduard y sus esposas vinieron a integrar nuestro grupo. Klaas y Eduard eran maestros en una escuela del estado en el sur del país ; Klaas enseñaba francés y Eduard, matemáticas. Un día vinieron a casa con sus esposas, después de haber asistido a una conferencia sobre la obra y nos hicieron muchas preguntas. No dijeron nada de su idea de trabajar con nosotros. Mantuvieron secreto su motivo, porque querían darle una oportunidad al Señor para que les abriera las puertas de una manera que no dejara lugar a dudas. Precisamente entonces yo pensaba lo mismo. Tan pronto como conocí a estos cuatro "supe" que eran parte con nosotros. Sin embargo ¿ cómo podría pedirles que dejaran sus buenos empleos para aceptar un trabajo sin remuneración y peligroso, que significaba largas separaciones a menos que tuviera la absoluta certeza de que el Señor mismo habría permitido que se cruzaran nuestros caminos? Así fue que no compartí mis esperanzas más que con Corrie. He ahí que todos estábamos orando, pidiendo exactamente lo mismo sin compartir, empero, nuestros deseos, no fuera que pudiéramos influenciar la voluntad del otro. Varios meses después recibimos la respuesta de Dios de un modo tan inesperado que al principio casi ni comprendimos. Un día Klaas y Eduard encontraron una carta certificada en la escuela, entre su correspondencia. Los directores de la escuela les informaban que a menos que dejaran de utilizar las clases de matemática y de francés para evangelizar a los alumnos, y a menos que estuvieran de acuerdo en dejar de celebrar reuniones de oración para los alum- 274 EL CONTRABANDISTA DE DIOS nos en sus casas, por las tardes, se les solicitaría que cesaran en el desempeño de sus funciones para eJ·' fin del año lectivo. AJ principio Klaas y Eduard se sintieron desconcer-. tados, igual que los padres de sus alumnos porque su reputación era excelente tanto entre los alumnos como entre sus padres. Cuando nos escribieron contándonos, yo también me sentí desconcertado y me preguntaba cómo los cristianos pueden Juchar contra esa decisión: su "evangelización" durante las horas de clase había consistido tan solamente en mencionar las reuniones que tendrían lugar por la tarde, lejos del predio de la escuela. ¡ Repentinamente me di cuenta! -¡ Corrie ! -la llamé, Corríe, fíjate qué notición! Corrie vino corriendo desde la cocina. -¿ Qué pasa? -¡ Que Klaas y Eduard tal vez se queden sin empleo! Corrie me miró como si estuviera bromeando. Pero también ella se dio cuenta. ¡Lógicamente!' ¿No sería esta la forma en que Dios nos decía que Klaas y Eduard tendrían que plegarse a nosotros? Esa misma semana fuimos hasta la escuela y compartimos con las dos parejas nuestras, muchas oraciones de que pudieran formar parte de nuestro grupo. Klaas y Ed se miramon y se echaron a reír. Nos contaron que hacía meses le estaban pidiendo a Dios que les mostrara si debían dejar la escuela y unirse a nosotros. Fue entonces que yo recibí una de las mejores noticias de todas. -Quisiera pedirle una sola cosa -dijo Eduard. -¿ De qué se trata, Ed? -Que lo que más me gustaría hacer es ayudar con la correspondencia y la administración-. Luego, hablando rápidamente, como para persuadirme, añadió: -Soy exacto y seguro, y es la clase de trabajo que me encanta hacer. ¿ Cree que tendré oportunidad de ayudarlo en la oficina? Miré a Corrie. A ella le costaba mantenerse seria. En ese entonces las cartas eran tantas que no habíamos podido encontrar durante algunas semanas uno de sus pocillos de café, que había quedado debajo de las cartas. Así fue que sin pedirlo siquiera, DOCE APOSTOLES DE ESPERANZA 275 Dios nos daba la solución para este problema. ' -Eduard -le contesté- pienso que quizá podamos arreglar eso. El duodécimo miembro del equipo es un extraordinario muchacho, completamente distinto. Está compuesto para varios segmentos distintos. Cuando hablábamos a varios grupos tanto en Europa como en América, siempre nos preguntaban -¿ Puedo acompañarlo por sólo un viaje? Nos pusimos a orar respecto de estos pedidos. Nos preguntábamos si habría algún medio para incorporar al grupo colaboradores ocasionales. Como un experimento comenzamos de vez en cuando a decir que sí y a descubrir una de las aplicaciones más dinámicas y de más vastos alcances en nuestro trabajo hasta ahora. Este sistema nos permite concentrarnos un tiempo con una sola persona enseñándole lo que aprendimos respecto de la vida de fe. Después que termina la actual conexión física nos queda un nuevo compañero. de oración. Pero el beneficio más grande e inesperado es la creación de grupos similares al nuestro en otros países. Creemos que nuestro grupo en particular ya ha crecido todo lo que debe crecer. Distamos mucho de ser una organización; en lugar de ello somos un organismo, una asociación viva y espontánea de personas que se conocen entre sí íntimamente, que se preocupan los unos por los otros profundamente y sienten la clase de respeto el uno por el otro, lo que hace innecesarias las reglas y estatutos. Yo diría que un grupo es del tamaño ideal, cuando cada uno puede orar diariamente por cada miembro en forma individual y por nombre, intercediendo por sus necesidades personales tanto como por el éxito de una misión en particular. ¿ Por qué prevenir que veinte, cincuenta, cien de esos grupos surjan dondequiera se oye el llamado, donde cada uno obedece a su propio prototipo, donde cada uno trabaja a su manera para la venida del Reino? Y este es el papel que desempeñan los colaboradores ocasionales. Después de un viaje de instrucción vuelven a sus hogares convencidos de que es posible realizar ese trabajo. -No hablé de ninguna otra 276 EL CONTRABANDISTA DE DIOS cosa por dos meses, después de mi regreso a la escuela -nos escribió un alumno del Instituto de Capacitación Bíblica fundado por Dwight L. Moody en Escocia, después de haber hecho un viaje con nosotros detrás de la Cortina de Hierro. "Otros tres alumnos están interesados y estamos haciendo planes para ir a Yugoslavia este verano." Este es el aspecto de enseñanza en nuestro trabajo: la preparación de otros misioneros. De los hombres y mujeres que recibimos como obreros ocasionales reclamamos dos cosas : que tenga una experiencia personal con Cristo y que aprenda a trabajar en el pleno poder de su Espíritu. Destacamos la importancia de un ministerio positivo entre los comunistas. Si alguien parece abrigar resentimientos personales contra cierto gobierno o si tiene más para decir respecto de lo nocivo del comunismo que de la bondad de Dios, pensamos que es un soldado mal pertrechado para la batalla que tenemos por delante. Así la obra se extiende, cambiando, siempre, siempre nueva. Hoy día es posible entrar legalmente Biblias en Yugoslavia. Ya no las entramos de contrabando en aquel país porque nuevamente está abierta la Sociedad Bíblica, realizando un próspero negocio. El año pasado, en lugar de eso, le entregamos mil dólares a J ami! para que comprara esas Biblias legales para aquellas iglesias que no tenían medios para adquirirlas. Resulta difícil pensar que hace diez años que conocimos a J ami!. En Bulgaria David todavía busca a su Goliat. Sólo que ahora tiene piedras para su honda: Biblias de bolsillo que estamos llevando allá por cientos. Nuestra meta para los dos años próximos es una edición de bolsillo de la Biblia para cada uno de los países en los que entramos, incluyendo una en el nuevo idioma albano. Una vez que tengamos la Biblia pensamos que Dios nos indicará como colocarlas en las manos de aquellos que él está escogiendo. Ahora es posible tener casi sin obstáculo reuniones evangelísticas en Alemania Oriental. Yo mismo pre- . ! .¡ DOCE APOSTOLES DE ESPERANZA 277 diqué a cerca de cuatro mil personas por vez allí; dos mil dentro de un enorme salón de conferencias y otras dos mil de pie en la parte posterior oyendo a través de los altoparlantes colocados afuera. Con la llegada de Klaas y Eduard y sus respectivas esposas, estarnos cumpliendo con nuestra meta de visitar cada uno de los países por lo menos una vez por año. En la primavera regresé a Cuba y con la ayuda de Dios iré a dos países nuevos antes de fin de 1967: Corea del Norte y Vietnam del Sur. Por supuesto que algunos países podernos visitarlos más regularmente, otros hasta doce veces en un año. Dondequiera que una pareja es bien conocida, otra ocupa su lugar. A medida que Dios lo permite estamos comenzando a satisfacer una nueva demanda detrás de la Cortina: automóviles para el clero local. Para .un clérigo un coche es corno un par de alas que lo lleva hasta un pueblo en el que tal vez no han habido servicios religiosos en años, permitiéndole unir las comunidades cristianas que ni siquiera se conocen entre sí. El primero de esos coches fue para Wilhelrn y Mar, allá, en el sur de Alemania Oriental. Cuando regresé de mi visita a Wilhelrn y en una de mis conferencias lo mencioné y me referí a la desgarradora tos y cómo viajaba cientos de kilómetros al año en una motocicleta. Un grupo de holandeses se unió y me entregó un cheque bastante abultado, el más grande que hasta entonces había recibido de una sola vez. -Andy -dijeron- este dinero es para un fin específico. Pensarnos que Wilhelrn debe tener un automóvil. ¿ Quisieras comprárselo y entregárselo de parte nuestra? Wilhelrn casi ni podía creerlo cuando llegué hasta su casa situada en las hermosas colinas de Sajonia y le di las llaves de su flamante automóvil. Ahora Mar nos escribe que ya casi ni tiene tos. Wilhelrn ya ha gastado su primer auto y ha recibido el segundo de parte de los mismos amigos holandeses. Con éste comenzó un equipo misionero propio y viaja a Polonia y Checoslovaquia para celebrar reuniones juveniles con miembros de su grupo en Alemania Oriental. Y esto para mí es el desarrollo más extraordinario de todos : la creación de un ministerio a los cristianos 278 EL CONTRABANDISTA DE DIOS de un país de la Cortina de Hierro por los cristianos de otro país de detrás de la Cortina. Seguramente que esto es lo que Dios siempre ha querido, que el valeroso remanente de su iglesia esparcido a través de muchas tierras cobrara fortaleza uniéndose, que dejara de lado sus propios temores al extenderse para ayudarse mutuamente: esos misioneros de detrás de la Cortina de Hierro carecen de fondos para viajar y esto podemos ayudarlos a suplirlo, pero el resto de. su obra, libertad para viajar dentro del bloque comunista y libertad para celebrar reuniones e intercambiar cartas es muchísimo más fácil para ellos que para nosotros, los de afuera. Una iglesia con la que hemos trabajado en Checoslovaquia ha enviado misioneros a lugares tan lejanos como Brasil y Corea, donde están trabajando juntos con misioneros del Occidente. Así cambia el curso de la marea. No todo el cambio es favorable. Donde se aflojan las restricciones aquí, allá por lo general se aprietan. Más o menos al mismo tiempo en que se abrió la Sociedad Bíblica en Belgrado, en Hungría hubo una nueva campaña de represión contra los cristianos. En China, durante los últimos meses, se quemaron cientos de miles de Biblias e himnarios para regocijo de la guardia Roja. Ya sea que esto señale el fin del período más bien laissez faire por parte del gobierno chino y el comienzo de una nueva era de persecución para los cristianos chinos, está por verse. Sin embargo, Dios nunca es derrotado. Aunque puede ser resistido aun así, nunca puede ponerse en duda el resultado final. Todos los días tenemos pruebas nuevas de que ciertamente todas las cosas, aun las malas, obran para bien de aquellos que son llamados por su nombre. En Rumania hay un sacerdote católico romano al que hemos estado ayudando a comprar Biblias y otras provisiones por espacio de años. En su último viaje desde Viena para su tierra, en la frontera de su país lo detuvieron y descubrieron su cargamento. El sacerdote estaba angustiado. Una vez ya lo habían puesto encerrado con un cargo inventado de acaparamiento, pero aquí estaba un delito económico bas- DOCE APOSTOLES DE ESPERANZA 279 tante grave y él era totalmente culpable. En Rumania una Biblia equivale al salario de un mes, y él llevaba cerca de doscientas. En ese preciso momento otro coche se acercó a la frontera. Se apeó un comerciante bien conocido en la estación. Caminó animadamente hasta el refugio de la inspección, saludando a cada uno de los guardias por su nombre. Al ver el mostrador abarrotado de Biblias se detuvo bruscamente. -¿Biblias? -preguntó. -¿No creo que estén dispuestos a vendérmelas? ¿ Son confiscadas, verdad? -Sí, son confiscadas, pero nosotros posiblemente no podemos vendérselas. El comerciante hizo un guiño. -Ni aun por ... Se inclinó y susurró una cifra en el oído del inspector aduanero. Los ojos del oficial se agrandaron. -¿ Realmente cuestan tanto? -Más. Me dejarán ganancia. El oficial pensó un momento. -Déjeme hablar con mis camaradas. Los tres guardias formaron un círculo cerrado y cuando rompieron ese círculo al parecer habían decidido que el precio era lo suficientemente bueno como para sacrificar sus principios . . . Así fue que el comerciante se las pagó en efectivo, con la ayuda del sacerdote cargó las Biblias en su coche y se dirigió a Rumania. En el refugio reinaba un silencio embarazoso. -¿ Todavía me acusan de contrabandear Biblias?preguntó por fin el sacerdote. -¿Biblias? - contestó el oficial aduanero. -¿ Qué Biblias? Aquí no hay Biblias. Es mejor que siga viaje mientras que la barrera todavía está abierta. Acerca de las Biblias, si bien es cierto que fueron al mercado negro, por lo menos también llegaron a Rumania a salvo. Allí, de alguna manera los creyentes conseguirían dinero suficiente para comprárselas. Pero de todas las señales de estos tiempos, las más alentadoras para nosotros son la siempre creciente libertad para viajar a casi todos los países comunistas. Todos los años miles de visitantes más llegan del Oeste. ¿ Qué pasaría si de esos miles tan sólo unos cientos 280 EL CONTRABANDISTA DE Dros actuaran concienzudamente como cristianos buscando a sus hermanos? Aun aquellos que nunca han soñado con ser misioneros podrían desempeñar un papel más grande que cualquiera que haya realizado hasta ahora. Solamente en lo que respecta a las Biblias : entrar de contrabando un coche cargado de Biblias resulta bastante arriesgado, pero la mayoría de los inspectores de frontera no dirán nada a un solo ejemplar impreso en el idioma local, que se puede obtener en las Sociedades Bíblicas, entre los efectos personales del viajero. China y Albania son los dos únicos países, que yo sepa, donde una Biblia dejada sobre una mesa u olvidada en un cajón, no encontrará en seguida su camino a manos ansiosas por tenerlas. Mil turistas. Mil embajadores de Cristo. Turistas que no solamente visitan los museos y las fábricas, pero que encuentran los lugares con frecuencia pequeños y apartados del camino, donde se reúnen los cristianos para adorar. Que se pongan de pie en esas reuniones y digan solamente seis palabras que sean portadoras de salud: Saludos de sus hermanos en Holanda ... En Inglaterra ... En América ... -¿ Dónde terminaría? -pregunté a Corrie. -¿ Dónde puede detenerse esa corriente de interés? -No sé '-me contestó, poniéndose a reír. -No··sabemos lo que hay por delante. ¿Recuerdas? No sabemos dónde vamos. -Pero nos alegramos de ir juntos. Juntos, nosotros dos. Los doce de nosotros. Los miles de nosotros. No sabemos dónde nos guiará el camino. Solamente sabemos que es el viaje más maravilloso de todos.