Juan David Parra Karin García ALFRED MARSHALL: El utilitarismo como componente de la teoría económica Introducción La dimensión utilitarista en el trabajo de Alfred Marshall debe analizarse con cautela. En palabras de John M Keynes (1924), alumno y profundo conocedor de su vida y obra, “… sería correcto afirmar (…) que Marshall nunca departió de manera explícita de las ideas utilitaristas que dominaban la generación de economistas que lo precedió”1. Sin embargo, añade, “con algún grado de certeza, (la inexistencia de un) pasaje en sus trabajos en el cual vincule el estudio de la economía a esta doctrina en particular” (p. 318). La anterior apreciación genera cierto grado de ambivalencia, por tanto, su construcción semántica aprueba tan solo un rechazo parcial a la posible afirmación: Marshall fue seguidor del utilitarismo. En otras palabras, ello implica la cabida a una aceptación igualmente parcial al interrogante, aspecto que debe resultar crucial para el análisis – en especial - dada la procedencia del autor que la suscita; Keynes no solo tuvo la oportunidad de asistir a las cátedras de Marshall en Cambridge, ni de compartir con él comunicaciones privadas (Marshall, 1956), sino que a su vez vivió junto a su profesor parte de la época que inspiró la producción intelectual del primero. Pese a ello, lecturas más contemporáneas al dilema continúan siendo presa del debate inconcluso en torno al posible dualismo – entre el utilitarismo y no utilitarismo - en la obra de Marshall. Al parecer existe cierto consenso en torno a una visión del economista científico, quien sin desconocer necesariamente el antecedente utilitaristas de sus precursores ingleses, simplemente abandona la prolongación de la reflexión estrictamente moralista; “… Marshall, a diferencia de Sidwick, perdió la fe y el interés en desarrollar una filosofía moral como disciplina; vio que la economía contaba con mayores posibilidades para el desarrollo de una ciencia” (Collinson, 1990, p. 15). Similar es la opinión de Hodgson (2005) quien aduce el escaso desarrollo de una posición filosófica en su obra (p. 337) o la de Whitaker (1977) y su interpretación de rechazo total a la ética del utilitarismo por parte de Marshall. Valdría la pena, sin embargo, revisar el legado histórico de las enseñanzas económicas de Marshall en busca de respuestas más puntuales. Algunos desarrollos teóricos dominantes – haciendo referencia, por ejemplo, a la economía del bienestar – cuentan claramente con la inspiración de postulados tanto marshallianos como utilitaristas 1 Cita traducida por el autor. En adelante toda referencia citada de un texto en un idioma distinto al inglés será traducida a discreción del autor. clásicos; “… su legado ancestral pasa por Marshall y Sidwick a Bentham y los utilitaristas de mediados del sigo XIX” (Backhouse & Nisizawa, 2006, p. 5). Ello debe avivar el debate, por tanto, es sin duda una clara evidencia que las direcciones de ambas escuelas de pensamiento –marshalliana y utilitarista- podían no estar tan apartadas. No obstante, algunas hipótesis alternativas podrían surgir de tan aparente relación; ¿Acaso Marshall fue malinterpretado? O quizás, como afirma Keynes (1924), simplemente nunca departió de la corriente filosófica dominante. Marshall y la ética dominante Según Keynes (1924), fue la ética la que condujo a Marshall a la economía, y no al contrario (p. 320). Nuevamente, ésta parece una afirmación confusa, si se tiene en cuenta la visión del Marshall científico previamente enunciada. Si embargo, a lo largo de su obra se hace latente su crítica o preocupación frente a la noción estática del ser humano, visión que encuentra gran inspiración en la física Newtoniana y que como se citará más adelante, se conectará con la visión de la ética utilitarista; “… las soluciones dinámicas, en un sentido de la física, de los problemas económicos son inalcanzables. Y, si vamos a adherirnos a analogías de la física, debemos aclarar que las soluciones estáticas pueden abordar solo puntos de partida de dicha aproximación ruda e imperfecta” (Marshall, 1956a, p. 313) Esta parece ser la pauta más decisiva que marcó el distanciamiento del economista con del legado doctrinal ingles dominante y predecesor a su época. En nombre de Marshall, Keynes (1924) así lo sostiene “… el error capital de los economistas ingleses de principios de siglo2 no estaba en que ignorasen la historia y la estadística, sino en que consideraban al hombre como si se hablara de una cantidad constante y no se tomaron la molestia de estudiar sus variaciones” (p. 342) Incluso, en palabras del propio de Marshall (1956c, p. 154): “ … a principios del siglo XIX el grupo de científicos matemático-físicos se encontraba en ascenso. Estos científicos, en general, pese a sus diferencias, tienen este punto en común, el que su sujeto de estudio es constante e invariable entre países y edades (…) A medida que el siglo avanzaba el grupo de científicos biólogos hacía lentamente su camino, y las personas empezaron a aclarar sus ideas sobre la naturaleza del crecimiento orgánico. Estaban aprendiendo que si el sujeto de interés de una ciencia pasa por diferentes fases de desarrollo, las leyes Esto en ningún momento implica una rivalidad intelectual con los economistas clásicos. Como sostiene Marshall (1956b) en un discurso que da a los alumnos de Cambridge; “el siglo diecinueve ha logrado, en gran medida, un análisis cualitativo en la economía; pero no ha ido más allá, ha faltado a la necesidad de un análisis cuantitativo”, dando a entender el papel crucial de sus antecesores como una etapa previa reto metodológico latente en su época. 2 que aplican a una de las fases difícilmente aplicaran sin modificación en otras ” (p. 154) La noción orgánica del hombre –visión del hombre no como una maquina sino como un organismo- resulta ser una analogía más coherente con la visión de Marshall. Cabe anotar, sin embargo, y como evidencia de su desinterés por lanzar un ataque intelectual directo contra los utilitaristas clásicos (Viner, 1941, p. 228), que dicha perspectiva evolucionista penetra en el razonamiento marshalliano por cuenta de situaciones distintas a su emancipación intelectual. La biología empezaba a ganar terreno como ciencia (Parsons, 1932, pp. 325-326), y simplemente no podía ser ignorada por los economistas políticos (Rafaelli, 2008, p. 36); Las ciencias morales e históricas de hoy han, en consecuencia, cambiado su tono y la Economía ha participado en el movimiento general. El cambio no es principalmente atribuido a un ataque particular impartido a partir de una doctrina (pero) debido a fuerzas irresistibles de la época afectado al tiempo una generación naciente en todas las partes del mundo (Marshall, 1956c, p. 154) En consecuencia, Marshall se alejaría – al menos desde este punto de vista - de la ética utilitarista dominante; la maximización del placer (Hausman & McPherson, 2006, p. 101)3. La corriente liderada por Bentham (consultar definición de utilitarismo clásico discutida en los primeros capítulos del presente libro) aduciría como fin último del Estado y la sociedad el buscar el máximo placer (o el mínimo sufrimiento – o nivel de penas-) para la mayor parte de los miembros de la misma. Ello involucraría un cálculo hedónico por parte de un posible planificador central – el gobierno – con el fin de optimizar la función de utilidad social. Pero más aun, implicaría la visión del hombre como un agente con un único fin o problema de maximización, nación insatisfactoria para Marshall (Collinson, 1990, p. 10). De hecho, en la única referencia explícita que hace al utilitarismo en sus Principios de Economía, señala: “… ha ocurrido, desgraciadamente, que los usos habituales de los términos económicos han sugerido a veces la creencia de que los economistas de adhieren al sistema filosófico del hedonismo o del utilitarismo. En efecto, si bien han dado por sentado, generalmente, que los mayores placeres son los que resultan del cumplimiento del deber, han hablado de placeres y dolores como móviles de toda acción y se han expuesto de ese modo a las censuras de aquellos filósofos para quienes constituye una cuestión de principio insistir en que el deseo de cumplir con el deber propio es una cosa distinta del deseo del placer que puede esperarse obtener de él” (Marshall, 1957, p. 32)4 3 En su texto, Hausman cita a Broome, para aclarar esta idea: “los mayores utilitaristas del siglo XIX (en especial Bentham, Mill y Sidwick) tomaron la utilidad como un estado mental asociado a la felicidad o el placer (o, más precisamente, como una propiedad de los objetos que causan dicho placer)” (p. 101). 4 Cabe anotar, sin embargo, que la aparición de este pasaje en un pie de página resulta no contradecir el hecho que el objetivo principal de Marshall no fuese un ataque frontal en contra de los utilitaristas de su época. Actividades y deseos; el papel secundario de la utilidad A diferencia de sus contemporáneos marginalistas - entre los cuales habría que destacar a William S. Jevons – para Marshall el proceso de optimización restringida – de hecho, uno de los cimientos teóricos de la micro-economía moderna -, como descripción del comportamiento de empresas (firmas) o individuos, correspondía tan solo a una simplificación técnica del problema de decisión, más no a la mejor descripción del mismo (Frish, 1950, p. 495). En particular, Collinson (1990) hace explícita dicha distinción: “Debido a su fuerte conciencia frente a la importancia de las tendencias históricas y evolutivas en la vida económica, Marshall no se contentó con la visión del problema económico simplemente como uno de maximización de la satisfacción de un deseo dado. Como lo señaló Talcott Parsons hace casi sesenta años, ‘Marshall establece, de forma explícita, … que la importancia del tema de la teoría de la utilidad es tan solo una parte de la economía, e incluso la menos importante. La más importante corresponde a la influencia de las condiciones económicas sobre el carácter del ser humano (p. 10) La lectura de tal perspectiva marshalliana no excluye, sin embargo, la noción de utilidad de su teoría económica. De hecho Marshall tiene su propia definición del concepto: “La utilidad se considera como correlativa del deseo o la necesidad (…) medida (que) se encuentra en el precio5 que una persona está dispuesta a pagar por el cumplimiento o satisfacción de un deseo” (Marshall, 1957, p. 81). Este punto es crucial para establecer una conexión entre Marshall y el legado económico contemporáneo a él; “… la concepción de motivos mesurables (…) es, y en última instancia lo único, que Marshall arrastró consigo de la filosofía utilitarista hacia la teoría económica” (Shove, 1942, p. 306). No resulta, por ende, sorpresivo el hecho que Whitaker (1977, p. 183) señale la aparición de argumentaciones de tinte utilitaristas en el trabajo del economista inglés. Basta con leer algunos pasajes de sus escritos, en donde la noción de placer parece asemejarse a la de un fin en si mismo. Por ejemplo: “Un chelín puede medir un placer mayor (u otra satisfacción) en una época que en otra, aun para la misma persona, porque tenga mayor abundancia de dinero o a 5 La visión del dinero como medición de utilidad es un aspecto en el cual Marshall se distanciara también de los utilitaristas. Para los segundos, dada la tendencia marginal decreciente de la utilidad de la moneda, esta sería una medida imprecisa de utilidad. Para Marshall (1957), “No obstante, si tomamos promedios suficientemente amplios para que las particularidades queden compensadas unas con otras, el dinero que las personas de la misma fortuna den para obtener un beneficio o evitar un daño será una medida satisfactoria de dicho beneficio o daño” (p. 17). Es decir, dada la utilidad marginal constante promedio de la moneda, está resultará una buena aproximación para medir utilidad en lugar de los niveles de satisfacción en si mismos, tal como pregonaban los benthamistas. Más adelante menciona, “… el precio medirá la utilidad marginal de la mercancía para cada comprador considerado aisladamente; no podemos decir que el precio mide la utilidad marginal en general; porque las necesidades y circunstancias de las diferentes personas son distintas” (p. 87) causa de que sensibilidad varíe. Y personas cuyos antecedentes son análogos, y que, exteriormente manifiestan de un modo semejante la una a la otra, son a menudo afectadas de un modo muy distinto por los mismos acontecimientos” (Marshall, 1957, p. 17). Sin embargo, dicho parentesco es tan solo parcial. A pesar de la evidencia frente a una búsqueda concordante con la medición de motivos, Marshall advierte que no todos los motivos individuales son semejantes. Así, el concepto de utilidad no podría ser genérico sino particular, encontrando con ello un limitante a cualquier pretensión de universalización6 del mismo. Y en cierta forma, la anterior era un fin utilitarista, el cual propuso en un momento dado la existencia de una escala de placeres paramétrica en la sociedad (ver, por ejemplo Frankel (1978) para encontrar referencia a la existencia de dicha escala). Más aun, algunos economistas sostienen que fue precisamente el análisis histórico (como manifestación de la herencia alemana) “y no el de teoría de la utilidad marginal” (Maloney, 1987 y Shove, 1942, citados en Nishizawa (2008, p. 147)), el que daría forma a los razonamientos más importantes de la obra de Marshall. En específico, el que le permitiría distinguir entre deseos y actividades como diferentes componentes del comportamiento humano. Para entender dicha caracterización, resulta pertinente leer algunos pasajes del propio economista británico: “… a medida que el hombre avanza hacia la civilización, según su inteligencia se desarrolla y sus pasiones animales empiezan a asociarse con sus actividades mentales, sus necesidades se vuelven rápidamente más delicadas y variadas; y en los menores detalles de su vida empieza a desear la variación por su misma, mucho antes de haberse librado de una manera consciente del yugo de la costumbre” (Marshall, 1957, p. 76) “… hablando en términos generales, aunque son las necesidades del hombre las que en las etapas primitivas de desarrollo dan origen a sus actividades, más tarde cada nuevo paso hacia delante debe considerarse como el desarrollo de nuevas necesidades que crean nuevas actividades” (Marshall, 1957, p. 79) De tal forma el concepto de deseo (como por ejemplo la búsqueda de satisfacción) es requisito necesario pero no suficiente para la comprensión del ser humano. Mientras que “los deseos son amos de la vida entre los animales inferiores, es por los cambios en el esfuerzo y las actividades que debemos buscar las claves de la historia del ser humano” (Parsons, 1931, p. 109). Dicho en otras palabras, son las actividades puntuales del hombre (i.e su trabajo, su forma de vinculación al sistema de producción, su status social o familiar) las que dan nacimiento a sus necesidades o deseos en determinado momento del tiempo. Sin embargo, dichas actividades se encuentran sujetas a la 6 Dicha ‘universalización’ cabría dentro de la pretensión de Bentham de construir una ciencia moral. Como lo sostiene Burns (2005) “la fórmula de la mayor felicidad de hecho transmitiría cierto tipo de universalismo, y Bentham mismo utiliza dicha frase (…) por dichas razones (…) en muchos de sus escritos” (p. 53) . evolución, el cambio o la transformación, moldeando así, en consecuencia, las necesidades o deseos de cada individuo. “Por lo tanto, hablando en términos generales, aunque son las necesidades del hombre las que dan origen a sus actividades, más tarde cada nuevo paso hacia adelante debe considerarse como el desarrollo de nuevas necesidades que crean nuevas actividades” (Marshall, 1957, p. 79) Dentro de tal lógica, el concepto de utilidad tendrá solo una cabida secundaría dentro de la comprensión del fenómenos socio-económico. La satisfacción se asocia con el deseo y solo indirectamente con la actividad. Siendo así, “ no es cierto, por consiguiente, que la teoría del consumo se la base científica de la Economía, ”(Marshall, 1957, p. 79), distinción crucial para nuevamente tomar distancia del utilitarismo clásico 7, corriente, que a pesar de todo, logra conservar cierta vitalidad dentro de la estructura marshalliana; “Marshall puede ser visto como alguien que buscaba el desarrollar un tipo de economía más amplia e integrada, incluyendo motivaciones más complejas que el simple placer y pena (Collinson, 1990, p. 10). Esta última afirmación no expulsa al utilitarismo de la teoría económica; parecería más bien integrarlo, como componente, a un análisis más completo. Referencias consultadas Backhouse, R. E., & Nisizawa, T. (2006). Introduction: reinterpreting the history of welfare economics. In R. E. Backhouse, & T. Nisizawa, No Wealth but Life Welfare Economics and the Welfare State in Britain, 1880–1945 (pp. 1-26). London: Cambridge University Press. Burns, J. H. (2005). 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Si el proceso industrial permite el crecimiento económico de una sociedad, este traerá consigo nuevos estándares de vida, mayores salarios y, con ello, nuevas actividades; esta no es en apariencia una simple aserción sobre el terreno general en el cual la influencia de las actividades sobres los deseos pueda ser importante; “… la referencia a Ricardo y sus seguidores indica que Marshall también pensaba que la gran virtud de la teoría del valor trabajo clásica, técnicamente, como una teoría económica” (Parsons, 1931, p. 109). 7 Collinson, R. D. (1990). Jevons, Marshall and the Utilitarian Tradition. Scottish Journal of Political Economy , 37 (1), 5-17. Frankel, E. (1978). JS Mill: The Utilitarian influence in the Demise of Laissez Faire. Journal of Libertarian Studies , 2 (2), 135-149. Frish, R. (1950). Alfred Marshall's Theory of Value . The Quarterly Journal of Economics , 4 (64), 495-524 . Hausman, D., & McPherson, M. (2006). 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