Soneto XXIII, «En tanto que de rosa y azucena» GARCILASO DE LA VEGA Antes de leer enhiesto—erguido; elevado. esparcir—dispersar; regar. gesto—rostro; cara; expresión. honesto—casto; puro. marchitar—secar. mudar—cambiar; transformar; alterar. presto—rápido; pronto. refrenar—detener; sosegar; dominar. La poesía de Garcilaso de la Vega, junto con la de su gran amigo Juan Boscán, representa el triunfo de la lírica italiana en España. A pesar de que poetas como Petrarca ya eran conocidos en suelo ibérico antes de que Garcilaso y Boscán emprendieran sus primeros versos de madurez, es con ellos que el soneto italiano logra transplantarse plenamente en la poesía española. No fue, sin embargo, la poesía italiana la única fuente de la cual bebió Garcilaso; como lo han demostrado numerosos estudios, su poesía también se alimentó del cancionero español del siglo XV, de la lírica de Ausías March y de la cultura clásica latina, que incluye a poetas como Virgilio y Horacio. Debido a que la muerte lo sorprendió prematuramente en el campo de batalla, Garcilaso no pudo dejarnos una obra copiosa; y solamente después de su muerte, acaecida en 1536, se publicaron algunos de sus poemas, gracias a la intervención de Juan Boscán, que actuó como albacea literario en nombre de la admiración y la amistad. El «Soneto XXIII» es uno de los más hermosos que escribió Garcilaso. En él, nuestro poeta abandona momentáneamente su peculiar melancolía y se entrega a la alegría vital propia del Renacimiento. A pesar de los versos del último terceto, que recuerdan el fatídico momento de la extinción y la muerte, el soneto conserva su entusiasmo e insta al género humano a seguir el antiguo consejo del poeta latino Horacio: «aprovecha el día presente» (carpe diem). Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra. Después de leer Conviene saber que Garcilaso de la Vega consolida el triunfo de las formas italianas transplantadas a la poesía española a partir del Renacimiento. Como afirma el crítico Antonio Gallego Morell: «Sus endecasílabos aportan a la lírica española toda una gama de posibilidades sonoras en virtud al juego de sus acentos, y sólo este capítulo de la estilística garcilasiana señalaría el triunfo decisivo de los versos de Petrarca sobre la poesía española del siglo XVI». La influencia de Petrarca, sin embargo, no se dio solamente en lo formal; Garcilaso toma del gran poeta italiano la melancólica percepción de los avatares de la vida, el análisis de las emociones, los temas, la concepción de un amor eternamente insatisfecho, etc. El «Soneto XXIII», donde reina el endecasílabo trocaico, con su énfasis sonoro en la segunda, la sexta y la décima sílaba métrica en la mayoría de sus versos, muestra a todas luces su inspiración renacentista al referirse a la fugacidad de la vida, al lento desmoronamiento de todo lo que existe, al fin de la primavera que le abre paso al invierno. La poesía de Garcilaso es de alguna manera una lucha contra el tiempo, lo cual revela su anhelo de inmortalidad. Vocabulario airado—iracundo; ofendido; enojado. azucena—planta liliácea, de flores blancas en racimo. cumbre (f.)—cima; parte más alta (de una montaña, por ejemplo). en tanto que—mientras. Abriendo puertas: Recursos en línea 1 © Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company Garcilaso la naturaleza posee un espíritu, tiene alma; y esta visión panteísta del mundo representa en su poesía una superación con respecto a la lírica ensimismada de los poetas españoles que le precedieron. En el «Soneto XXIII», se observa que Garcilaso ha tomado distancia de sus dolorosas cavilaciones sentimentales, entregándose a una celebración primaveral que insta al género humano a gozar de la juventud mientras se pueda. Conviene saber que el «Soneto XXIII» pertenece al período napolitano de Garcilaso (1532-1536). Durante su estancia en Nápoles, a donde arribó en noviembre de 1532, Garcilaso hizo suyo el mundo pastoril de Jacobo Sannazaro. El descubrimiento del paisaje idílico de La Arcadia, que celebra la naturaleza en estado puro, le obligó a adiestrarse en el uso del epíteto como herramienta descriptiva. Al respecto afirma el crítico Rafael Lapesa: «en un principio Garcilaso es poco amigo del remansamiento que lleva en sí el adjetivo, y casi no lo emplea sino como refuerzo de las notas sombrías. Cuando por efecto de influencias literarias empieza a describir el mundo exterior, la adjetivación se hace imprescindible y aparecen las calificaciones representativas de una visión hostil o amable de la naturaleza. Pero el empleo constante del epíteto sólo comienza en Nápoles, al tiempo que el poeta exterioriza su fe en la perfección natural. . .» En el «Soneto XXIII» puede apreciarse ese desfile de epítetos a que se refiere Lapesa; basta anotar los siguientes ejemplos: «mirar ardiente, honesto», «cuello blanco, enhiesto», «dulce fruto», «tiempo airado», «viento helado», «edad ligera», etc. Lo admirable del caso es que Garcilaso no abusa de las adjetivaciones; cada epíteto está colocado en el lugar preciso y necesario. Como bien lo advierte el poeta Fernando de Herrera, en la primera estrofa del soneto el «mirar ardiente» se corresponde con «enciende el corazón», del mismo modo que el «mirar honesto» se corresponde con «lo refrena». Conviene saber que si bien la poesía de Garcilaso recibió la notable influencia de Francesco Petrarca tanto en cuanto al contenido como a la forma, el «Soneto XXIII», que insta al género humano a gozar del día presente, se acerca más a la tradición clásica latina, entre cuyos puntales figura el poeta Horacio, que acuñara la frase Carpe diem (aprovecha el día presente). Es en efecto Horacio quien advierte: «Vamos todos al mismo lugar, la urna gira para todos; tarde o temprano la suerte saldrá y nos dejará en el barco fatal para la muerte eterna». Esta presencia amenazadora de la muerte ha cimentado los miedos de los hombres de todas las épocas y contra ella se han creado diversos paliativos espirituales sintetizados en diversas fórmulas. A Isaías, por ejemplo, se le debe la frase: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos». Próximo al espíritu de este consejo, escribe Garcilaso con mayor finura: «coged de vuestra alegre primavera/el dulce fruto, antes que el tiempo airado/cubra de nieve la hermosa cumbre». Como puede verse, el gran poeta español no nos empuja a la gula y a la ebriedad, sino al goce sensorial y espiritual de la naturaleza; y la delicadeza de sus versos se revela en cuanto no menciona explícitamente a la muerte, sino sólo a la vejez, al desgaste que en los seres y las cosas de este mundo opera el tiempo. El «Soneto XXIII» está impregnado de epicureísmo, pero afortunadamente no expresa esa alegría descontrolada presente en la poesía de muchos poetas hedonistas, sino que a lo largo de sus versos la emoción se contiene en presencia de la virtud. Conviene saber que la poesía española anterior a Garcilaso se aísla del mundo exterior y se refugia en la intimidad, a tal grado que el paisaje se convierte, cuando es mencionado, en un ente decorativo. Influenciado por el poeta italiano Jacobo Sannazaro, que en su libro La Arcadia describe un universo en que los seres humanos se funden íntimamente con la naturaleza, Garcilaso regresa a menudo de su intimidad al mundo externo y halla en el paisaje una infinidad de placeres sensoriales que empieza a plasmar poéticamente. Aquí también desempeña un papel decisivo Petrarca, cuya poesía se abandona muchas veces en la contemplación extática de la naturaleza, generando una corriente de afinidad entre su espíritu y los elementos varios del paisaje. En Abriendo puertas: Recursos en línea 2 © Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company Bibliografía Lapesa, Rafael. La trayectoria poética de Garcilaso. (1948) Gallego Morell, Antonio. Garcilaso de la Vega y comentaristas. (1972) Keniston, Hayward. Garcilaso de la Vega: A Critical Study of His Life and Works. (1922) Abriendo puertas: Recursos en línea 3 © Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company